II DOMINGO DE PASCUA CICLO B

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Padre José María Fernández, SSP

II Domingo de Pascua Domingo de la Divina Misericordia (Juan 20,19-31) Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

No seas incrédulo sino creyente El evangelio de Juan, que hoy nos ofrece la liturgia de la palabra, nos presenta la aparición de Jesús a sus discípulos, ya no en un jardín sino cuando están reunidos en un espacio cerrado. Todavía no ha desaparecido de ellos el temor de lo sucedido. Situado en medio de ellos, lo que quiere indicar que la salvación alcanzará a todos mientras que por dos veces les desea la paz que irá unida a una tercera, en otro momento, cuando Tomás esté presente, para indicar una cierta plenitud. No nos encontramos ante un espíritu o una pura imaginación de los discípulos sino que es Jesús el que en realidad se aparece, quien muestra las manos y los pies para mostrar cómo la resurrección va unida a la pasión y a la muerte en cruz. Como fruto de esta experiencia los discípulos sienten una gran alegría. Esto ya se lo había anunciado a sus apóstoles cuando les predijo que: «Estáis desorientados porque os dije que dentro de

poco ya no me veréis y un poco más tarde me volveréis a ver. En verdad os digo que vosotros lloraréis y os apenaréis, mientras el mundo gozará, estaréis apenados pero vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20-22). Jesús, el enviado del Padre, ahora envía a sus discípulos. La investidura de los discípulos para la misión que les propone no ha sido posible sin antes que Jesús regresara a su Padre, es ahora cuando tiene lugar. No podemos pasar por alto la solemnidad con que esto se realiza expresado con estos verbos: sopló, exhaló su aliento, que es el mismo que se encuentra en Génesis 2,7, para indicar la animación del hombre al infundirle Dios su aliento de vida; mediante aquel aliento el hombre se convirtió en ser viviente. De ahora en adelante los discípulos tendrán que manifestar públicamente esa nueva realidad que surge del Cristo glorioso.


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