DOMINGO IV DE ADVIENTO – B (Lucas 1, 26-38): En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y la dejó el ángel.
P. Juan Antonio Carrera Páramo, SSP
María, en manos de Dios
Las lecturas del cuarto domingo de Adviento nos invitan a prepararnos a celebrar el misterio del nacimiento del Niño Dios. Por lo que nos disponemos a celebrar estos días, la novedad del Adviento es también una invitación a correr el riesgo de cambiar las viejas formas de evangelización y aventurarse por las cosas que nos abren nuevas rutas, nuevos caminos en una sociedad que cambia a pasos agigantados, pero que requiere nuestra escucha y nuestra implicación. Estamos asistiendo a nuevas formas de expresar la libertad de la fe en estos tiempos duros, cuyo final proclamado por algunos, no se compadece con los crecientes abismos de exclusión e indiferencia frente al drama de la desigualdad y la falta de expectativas para tantos de nuestros contemporáneos. El tiempo de Adviento que estamos concluyendo es un tiempo de preparación y de esperanza. Siempre hay gran expectativa con respecto a lo que viene,
pues aunque lo conocemos bien, no sabemos cómo nos va a sorprender este año. Cada Navidad y cada Año Nuevo se renueva en nosotros la necesidad de un cambio y, sin duda, poco a poco todos experimentamos el deseo, siempre insuficiente, de ahondar la fe y la confianza en Jesús. Los últimos años están siendo años muy difíciles y muy duros para confiar. Por eso, hoy más que nunca, las preguntas se nos amontonan a todos y nadie tiene respuestas fáciles ni inmediatas, aunque todos deseamos y esperamos tener la creatividad suficiente para descubrir nuevos caminos con una renovada apertura a la vida. El Adviento que estamos terminando es un comienzo de algo nuevo y esperanzado. Por eso no es nada extraño que sea una virgen, una mujer en su pubertad, quien encarne el inicio de esa historia de una vida nueva. Todos nacemos inmaduros, dependientes e indefensos,