Natividad del Señor

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NATIVIDAD DEL SEÑOR

P. Juan Carlos Pinto Suárez, SSP

(San Juan 1,1-5.9-14)

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibe. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba, el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Creo en Dios y en el hombre ¡Feliz Navidad! Celebrar la Navidad es afirmar que Dios, al que el hombre ha buscado desde que comenzó a serlo, sobre el que han especulado tantos filósofos que han intentado explicar los enigmas del universo y del hombre, se ha hecho carne y ha plantado su tienda de campaña entre las tiendas de campaña de los hombres.

La navidad es el reflejo del misterio de Dios. Generaciones y generaciones de hombres han intentado plasmar a través de palabras, símbolos y manifestaciones artísticas, quién es Dios. El prólogo de Juan nos dice: “A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”.

Celebrar la Navidad es afirmar que Dios, al que no se puede esquivar, al menos como pregunta, por mucho que progresen nuestros conocimientos de astronomía y nuestras especulaciones sobre la explosión inicial del universo, se ha hecho un niño como nuestros niños, ha nacido llorando como nuestros niños, ha sido envuelto en pañales como nuestros niños.

Navidad es también el reflejo del misterio del hombre. En el anuncio de que Dios se ha hecho hombre se concentra el abismo de misterio del Dios impenetrable y, al mismo tiempo, los hombres nos sentimos referidos a los otros hombres como el lugar de manifestación al que Dios desciende como amor. Por eso, creo en Dios y en el hombre. Sólo porque creo en Dios, puedo creer también en el hombre, ya que el hombre, sin la fe en Dios, es decir considerado en su mera humanidad, se ha hecho en nuestros días muy poco digno de crédito.

Celebrar la Navidad es afirmar que la Palabra que estaba junto a Dios y era Dios, por la que todo se hizo y sin que exista nada que no haya sido hecho en ella, se ha hecho hombre. Actualmente

predomina


una visión pesimista sobre el hombre. Sin embargo hoy, porque celebramos la Navidad, los cristianos tenemos que proclamar la dignidad y el inmenso valor de todo hombre. Para Dios, el hombre es tan importante, que él se ha hecho uno de nosotros. Para Dios, la historia de los hombres es tan importante que él ha formado parte de lo mejor de nuestra historia. Para Dios la condición humana es tan sublime que ha sido posible que esa Palabra, que existía desde el principio y en la que todo ha sido creado, se encarnase en el hombre. No es sólo que el nombre de Dios hecho Niño se haya añadido a los grandes nombres de nuestra historia. Es el mismo hombre, todo hombre, el que queda engrandecido en el misterio de la natividad de nuestro Señor, porque la condición humana ha sido capaz de albergar al mismo Dios. Esto es lo que celebramos en la Navidad. Porque hoy es Navidad tenemos que decir que para Dios cada persona olvidada, abandonada o martirizada posee la misma dignidad que cualquier otro ser humano, que cualquiera de nuestros amigos, familiares y conocidos, que cualquiera de nuestros contemporáneos. Porque hoy es Navidad también tenemos que sentir la dureza y las injusticias de nuestro mundo, tratando de evitarlas. Porque hoy es Navidad debemos preguntarnos qué hacemos cada uno de nosotros por defender y proteger la dignidad del hombre, de todo hombre, de todo niño, de toda persona humana. ¡Feliz Navidad!

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