SANTISIMA TRINIDAD
(Jn 3, 16-18) Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo...
Padre Octavio Figueredo, SSP
Fiesta de la Santísima Trinidad Un misterio es todo aquello que no podemos entender con la razón. Un misterio no lo podemos atrapar y hacer presa del intlecto. Un misterio, y este caso el misterio de la Trinidad, es algo que sólo podemos comprender cuando Dios nos lo revela. El misterio de la Santísima Trinidad (un sólo Dios en tres Personas distintas), es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el «misterio de Dios en Sí mismo». Aunque es un dogma difícil de entender, fue el primero que entendieron los Apóstoles. Después de la Resurrección, comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por el Padre. Y cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus corazones en Pentecostés, comprendieron que el único Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo. A lo largo de la reflexión teológica, muchos se han preguntado: ¿cómo podemos hablar de una realidad ilimitada, infinita, trascendente con el lenguaje humano, que de suyo es finito y limitado? ¿Cómo podemos hablar de Dios, nosotros, hombres finitos?, ¿cómo podemos hablar de la trinidad, una realidad trascendente, nosotros
hombres limitados?, ¿cómo podemos hablar de lo que Dios es, nosotros criaturas finitas?, ¿no es mejor el silencio sobre Dios?, ¿no es mejor callar sobre aquello de lo que no se puede hablar? Tenemos que decir que ante el misterio de Dios, un misterio y un Dios que no podemos atrapar, no nos vale el «silencio», no nos vale el «callar», porque Dios, siendo trascendente, infinito, inabarcable… no que ha querido ser un Dios escondido, alejado, impenetrable, encerrado en sí mismo. Dios, como hemos leído en la primera lectura, viene al encuentro, Dios se muestra, busca el diálogo y la comunicación con el pueblo, con el hombre. Es más, Dios ha querido revelarse plenamente en la persona de Jesús, su Hijo. Y es que no existe otro acceso al misterio trinitario que el de la revelación en Jesucristo y en el Espíritu Santo. Lo que conocemos de Dios lo conocemos por Jesús. Sin embargo, el misterio de la Trinidad lo descubrimos únicamente cuando estamos adentro de él. Descubrimos qué significa el Hijo de Dios, cuando nos descubrimos hijos de Dios. Descubrimos cuál es el Espíritu de amor,
cuando descubrimos que empezamos a amar un poco a la manera de ese Hijo de Dios. Solemos dar definiciones más técnicas sobre Dios. La prueba es la fiesta hoy. Y puede pasar que nos quedemos tranquilos con decir que son «tres pero que son uno», cosa difícil de entender, pues esa matemática de que uno sea tres y que tres sean uno, es compleja. No es suficiente con eso de colocarnos frente a Dios he intentar hacer una definición o una comprensión intelectual de este misterio, hay que entrar en él, porque hay cosas que sólo se entienden desde adentro. Porque al fin y al cabo, Dios no es una idea. Dios es una realidad para nuestra vida. Y una realidad que da sentido y da sabor a nuestra existencia. Y no podemos decir menos del misterio trinitario. Que la fiesta de la Santísima Trinidad nos ayude, sobre todo, a vivir al Dios uno y trino, un Dios que es desbordamiento de amor, de comunicación, de relación, de redención, de gracia. Que esta fiesta nos ayude a tener a Dios, más que en la cabeza, en el corazón, en la vida. Que la fiesta de hoy nos ayude a comprender que si nos abrimos al Dios que viene al encuentro, si nos dejamos tocar por su Espíritu, descubrimos de manera no sólo teórica, sino vital, que Dios no es un abstracto Principio de todo, sino un ser personal que funda y sostiene nuestra existencia.
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