V Domingo Tiempo Ordinario

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DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO CICLO B ( Marcos 1,29-39 ): YEn aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca». Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido». Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

¡Señor, enséñanos a orar! ¡Enséñanos a hablar contigo, en esos lugares solitarios, tranquilos, donde se respira paz! ¡Qué importante es la oración para nosotros!

Nos lo dijiste claro y alto: «Sin mí, no podéis hacer nada».

Padre Octavio Figueredo, SSP

Vamos a otra parte para predicar también allí Si buscamos las palabras con mayor fuerza en la Liturgia de la Palabra de este día quizá podríamos quedarnos con enfermedad y sanación. En la primera lectura nos encontramos con la enfermedad, tristeza y quejas de Job, y en el evangelio nos encontramos con la fiebre de la suegra de Pedro y con muchos otros enfermos y endemoniados. Podemos decir que la primera lectura nos presenta el poder de la enfermedad y el evangelio nos presenta el poder de la sanación que trae Jesús. El Papa Francisco, en uno de los discursos durante el reciente viaje a Filipinas, insistía en el saber mirar a Jesús en la cruz, saber verle como aquel que nos sana. Ante el dolor, enfermedad, sufrimiento, podemos reclamarle a Dios, podemos quejarnos ante Dios –como lo hizo Job y como lo hacemos tantos hombres y mujeres de hoy de todos los tiempos–, podemos decir “a mí me defraudó, porque perdí mi casa, perdí mi familia, perdí lo que tenía, estoy enfermo. Pero Jesús no nos defrauda. Tenemos a un Señor que es capaz de llorar con nosotros, que es capaz de acompañarnos en

los momentos más difíciles de la vida”. Y de esto nos habla la liturgia de hoy. Si releemos el pasaje del evangelio de Marcos, vemos que el movimiento misionero de Jesús instaura otro mundo posible. Un mundo posible que ya no está en la sinagoga, sino en una casa, en la casa de Pedro. Jesús y sus discípulos salen de la sinagoga, símbolo de la institución religiosa, y entra en la casa, símbolo de la comunidad del reino que va creciendo desde la pequeñez y la familiaridad. Pero en esta casa también hay presencia del mal. En esta casa hay una mujer enferma con una fiebre muy alta. Y como no podía ser de otra manera le piden a Jesús que haga algo por ella. Él increpa a la fiebre, y la mujer se levanta y se pone a servirles. Y en ella (en la casa) se juntan todos cuantos tenían enfermedades y diversas dolencias, se juntan para alcanzar sanación. En ella (en la casa) la vida es dignificada y quienes no eran gente, ahora son gente. Y existe la tentación de quedarse ahí, disfrutando de aquello, reteniéndolo, como si esto fuera exclusivo para


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