XIII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva». Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
Cl. Omar Delgado, SSP
Cristo, rostro de la misericordia de Dios
En el décimo tercer domingo del Tiempo Ordinario, la Palabra de Dios nos confronta con nuestra vida. Dios, que es bueno, nos pide que nuestra vida irradie bondad y luz hacia nuestros hermanos, sobre todo a aquellos que más sufren. Jesús viene para rescatarnos de todos los peligros de la vida. Así afirma el libro de la Sabiduría: «Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes». Por otro lado, nuestro evangelio muestra una imagen concreta de cómo Dios manifiesta un acto misericordioso que consuela, sana a los heridos y ayuda a los más necesitados. Este relato de Marcos resume muy bien cómo Jesús es el evangelio de la Misericordia de Dios hacia el hombre. Él mismo, siendo viviente y personal, trae al hombre la justicia y la caridad infinita de su misericordia. Cristo mismo es la misericordia de Dios. La misericordia está profundamente trabada en la fidelidad de Dios hacia el hombre. Este acto confluye vivamente en el hombre por medio de su fe. De tal manera que posibilita al hombre ser fiel en su respuesta a Dios entregándose totalmente a Él. Así, se hace una interacción y relación viva del acto divino: Dios se da a sí mismo a aquel que tenga una fe viva y sea capaz de recibir su misericordia. Así en el relato evangélico de hoy, tene-
mos a Jairo y una mujer que padece flujos de sangre como ejemplos concretos de esta iniciativa misericordiosa de Dios. La curación viene después de que Dios entró en lo más íntimo del corazón del hombre que perdona la fragilidad humana y espiritual que este experimenta en cada momento de su vida. La fe del hombre le posibilita a abrir su corazón y ver la necesidad del perdón ante sus enfermedades espirituales y corporales. De esta manera, Dios le llama y acompaña misericordiosamente a la santidad y a la perfección de la caridad. Además, cabe reflexionar que, en el camino de la fe del hombre, la misericordia de Dios debe ser los ojos que miran a la realidad de las personas que sufren y viven momentos difíciles. Esta actitud invita al hombre a la conversión en la que él pueda manifestar una mirada y acción caritativa hacia los demás. Por tanto, se trata de una conversión motivada por la fe: «No temas; basta que tengas fe». El pasado día 13 de marzo el papa Francisco nos ha sorprendido a todos muy gratamente con la convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Lo hizo con la Bula titulada «Misericordiae vultus». Para todos nosotros fue una gran sorpresa esta iniciativa papal, pero el Santo Padre se-