DOMINGO XX TIEMPO ORDINARIO
P. Gerardo Emiliani
(san Juan 6, 51-58) En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
El mundo de hoy necesita personas que anuncien y testimonien que es Cristo quien nos
enseña el arte de vivir
La invitación de Dios “Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado”, escuchámos en la primera lectura de hoy. Y hoy se dirige a nosotros esta invitación. Es Dios mismo quien nos dice “venid a mi banquete”. Y nos lo repite siempre que acudimos a participar de la Eucaristía. Si lo pensáramos, seríamos más felices al sabernos invitados a este banquete. Porque recibir una invitación comporta que alguien ha pensado en nosotros. Sea un familiar, o un amigo. Y quisiéramos obsequiar a aquel o a aquellos que nos han invitado.
cuchemos de nuevo la invitación del Señor y los alimentos que nos ha preparado y qué condiciones espera hallar en los invitados: La Sabiduría (esto es, Dios) “ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa”.
e invita a los “inexpertos, a los faltos de juicio, a los imprudentes”. Y la invitación llega a todos por medio de los criados: “Los inexpertos que vengan aquí”. Se trata de mantenerse humilde, y no creerse sabio. Para poder participar del banquete de Dios se ha de ser sencillo, se ha de manCuando el que nos invita es tener el corazón de pobre. un familiar o un amigo con quien estamos unidos por la- Tan sólo con esta actitud zos afectivos, nos sentimos podremos participar del alegres tanto por él como banquete, compartir los alipor nosotros. Y deseamos mentos y experimentar el obsequiarle con nuestra pre- gozo de la fiesta. A esto se sencia. Queremos manifes- refiere Jesús: Te doy gratar nuestro agradecimien- cias, Padre, Señor de cielo to. Y estamos contentos. Y y tierra, porque has revelanos preparamos. Cuidamos do a los sencillos todo esto el vestido, el aspecto exte- que has escondido a sabios rior. Y sobre todo la actitud y poderosos” (Mt 11,25). interior. Queremos expresar nuestra alegría. Quere- He aquí bien patentes cuámos participar en la fiesta les son las condiciones que para que resulte espléndida. exige Jesús. El vestido que Jesús espera que llevemos Dios nos invita. Ha prepara- es el de un corazón sencillo, do la mesa, el banquete. Es- bueno, generoso, un corazón
que tenga gana, ansia de comer y de beber, ansia de participar en el banquete de Dios. Preparemos nuestro corazón para vivir la fiesta Se trata de la fiesta de la Eucaristía. Hemos sido invitados por Jesús y debemos sentirnos contentos y agradecidos. Sería una lástima que viniéramos a misa por obligación o por rutina. Bien al contrario. Estamos invitados al banquete, a la fiesta. Y el Señor nos prepara un buen alimento, el alimento de la Palabra y el alimento del Cuerpo de Cristo. Escuchemos este fragmento del Concilio Vaticano II. Es muy importante. “Siempre ha venerado la Iglesia la sagradas Escrituras como también el Cuerpo del Señor, tomando en todo tiempo de la mesa y distribuyendo a los fieles el pan de vida, tanto el de la Palabra de Dios como el del Cuerpo de Cristo...”
dad, repletos de alegría. Dios nos invita. Tenemos esa gran suerte. Se trata de un gran don, de una gracia extraordinaria. Esta Eucaristía que ahora celebramos ha de ser vivida con toda conciencia. Jesús viene a nosotros. ¡Abrámosle la puerta, contentos, y acojámoslo llenos de agradecimiento!
¿Cómo nos podemos preparar para participar dignamente y con gozo en el banquete? Hemos de dedicarle un tiempo. Hemos de leer las lecturas con amor y atención. Y meditarlas. Nos son dirigidas a nosotros. Es el mismo Dios quien nos habla. Si cuando venimos a participar de la Eucaristía, llegamos un poco antes de empezar, la podríamos preparar. De este modo estaremos más a punto para recibir, estaremos en mejor sintonía para acoger los textos que aquí se proclaman y se comentan. Y hemos de estar muy bien preparados para la Comunión, para que sea de verdad muy vivida. Hemos de superar toda rutina que tiende a apagar la alegría que causa la participación del banquete. Acerquémonos con fe profunda, con agradecimiento y con el corazón bien abierto para recibir el don de Dios, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el gran alimento que da la vida, una vida para siempre, una vida eterna. Así nos lo dijo Jesús, y así lo hemos recordado de nuevo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. ¿Verdad que lo creemos así? Pues procuremos vivirlo en plenitud, con intensi-
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