Padre José María Fernández, SSP XXI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO B
El Pan de la Vida
(Juan 6, 60-69)
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios».
Muchas veces había hecho signos y prodigios ante sus discípulos sin que estos hubieran reaccionado como lo hicieron cuando les habló del Pan de Vida. Algunos toman posición y le abandonan porque son duras sus palabras y no son capaces de entenderlas, les resultan intolerables. Ven a Jesús solo como un hombre, se le coge solo emocionalmente y con superficialidad; se ven solo los detalles y se pierde el conjunto. Jesús no habla como un hombre más, sino como Hijo del hombre, que ha venido de Dios y a Dios vuelve. En este discurso, lo que se subraya sobre todo es que Jesús ha sido enviado por Dios y que de él ha recibido la vida. Si no se comprenden su vida, no pueden comprenderse sus palabras. Pasa Jesús, después, a centrarse en el punto principal de su discurso. Si los discípulos se han sorprendido porque ha dicho que va a dar a comer su carne y a beber su sangre, les asegura que de la carne
en cuanto tal no hay que esperar nada. La carne, o sea, el ser humano, aunque se trate del ser humano de Jesús, es perecedero como tal y va a la muerte, de él no se puede esperar una vida imperecedera. La verdadera vida solo viene del Espíritu, del inagotable poder vital de Dios. Por eso las palabras de Jesús son espíritu y vida. Sus palabras son también espíritu y vida en cuanto hablan de aquel que no solo es carne, sino el mismo Verbo hecho carne. Si el coloquio de Jesús con la multitud de sus discípulos ha partido de su protesta y de su valoración emocional sobre sus palabras, el coloquio con los Doce comienza con una pregunta que no es provocativa, como si les dijera: ¡Podéis marcharos tranquilamente! Es más bien una exhortación a seguir, a permanecer con él. Se limita a lanzar una pregunta y deja la libertad de cada uno para decidir. No retira nada de lo que ha dicho. En la respuesta de Pedro encontra-