XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Marcos 7,1-8.14-15.21-23) En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?». Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».
P. Miguel Carmen Hernández, SSP
Tener un corazón puro
Podemos decir que hoy en la liturgia de la palabra el tema central son los mandamientos de Dios. Esta es una buena ocasión para preguntarnos cómo vivimos los mandamientos de Dios y cómo los consideramos, ¿son una carga? Los mandamientos de Dios bien entendidos no son una carga, sino un camino de libertad, que condensados en el doble mandamiento del amor a Dios y amor al prójimo (cf Mc 12,30-31) nos permiten vivir de acuerdo a la lógica del reino de Dios. Sin embargo, hay que tener cuidado en no confundir los mandamientos de Dios con los mandamientos y leyes de los hombres. Jesús nos alerta y pone el dedo en la llaga: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres»; estas duras palabras se las dice a los fariseos y letrados que seguían a pie al pie de la letra los preceptos de pureza ritual, y citando al profeta Isaías denuncia: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos».
Una vez denunciada la manipulación que se hacía de la palabra de Dios Jesús habla de la pureza y la impureza y lo hace no en el sentido ritual o cultual, sino en un sentido todavía más profundo: moral y personal. Lo que hace puro o impuro al ser humano no es lo que está fuera de él, sino lo que sale de dentro, es decir, del corazón. La pureza o impureza no es ya cuestión de normas y leyes, sino que es un asunto que toca aquello que es el hombre en lo más profundo de si mismo: «Nada que entra de fuera puede hacer impuro al hombre; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidias, difamación, orgullos, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro». Así pues, la impureza es una cuestión del corazón. Recordemos que corazón en la tradición bíblica es mucho más que un órgano del cuerpo humano. El corazón hace referencia a lo más profundo e íntimo del ser humano; significa el “yo” consciente, el
lugar donde nacen las decisiones que van configurando el ser y hacer del hombre. Por eso Jesús hace una clara llamada a purificarse por dentro, hay que purificar el corazón. Si nuestro corazón es limpio y transparente, nuestras acciones también lo serán. Jesús nos pide tener un corazón limpio, pues de nada sirve alabar a Dios con los labios y cumplir las leyes al pie de la letra si nuestro interior se encuentra corrompido y manchado por el pecado. Tengamos cuidado, pues, de no caer en un nuevo fariseísmo que relativiza lo absoluto y absolutiliza lo relativo; debemos estar atentos para que con nuestras costumbres o tradiciones humanas no suplantemos el doble mandamiento del amor: amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos. No debemos olvidarnos de lo esencial, y para ello estas preguntas nos pueden servir: ¿Qué hago por los demás? ¿Cómo expreso el amor a Dios en el servicio al ser humano? ¿Colaboro a la construcción de una sociedad mejor y mas justa? El apóstol Santiago nos dice hoy en la primera lectura: «Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable de Dios Padre es esta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo». Que nuestro culto, pues, no se sea un culto vacío, que lo que escuchamos y celebramos en la santa eucaristía lo vivamos y nos transforme, para llevarlo más allá del templo, para que podamos expresar las abundantes riquezas de Dios en nuestra vida, compartiendo y sirviendo a nuestros hermanos, sobre todo a aquellos que se encuentran en situaciones difíciles. Que nuestro corazón, con la ayuda de Dios, sea siempre un corazón puro.
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