XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

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XXIII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (San Marcos 7, 31-37) En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete». Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

P. Juan Antonio Carrera Páramo, SSP

Abrirse a Dios

El profeta Isaías se dirige hoy a los cobardes de corazón, a los carentes de fortaleza y confianza, diciéndoles en la primera lectura que hemos escuchado: “Sed fuertes, no temáis”. El miedo causa inseguridad y desconfianza en uno mismo y en los otros. Los cobardes de corazón son aquellos que prefieren vivir en una falsa seguridad, la cual les impide ser conscientes de la presencia iluminadora de Dios en medio de sus vidas. Frente Señor, abre mis oídos como a esta cobardía el profeta abriste los de aquel sordo Isaías señala algunos sigque, además, no podía hablar, primero para que te escuche a nos a través de los cuales Ti, tus palabras de vida eterna. se puede percibir que Dios está llegando: los ojos del ciego se despegarán, los oídos del sordo se abrirán y la lengua del mudo cantará. El gran signo de la llegada de Dios es el brotar de la vida, cuando lo reseco se vuelve frondoso por la presencia de Dios. La llegada de Dios conlleva el retroceso de la cobardía, de la inseguridad. A mayor presencia de Dios en nuestra vida, mayor confianza y

seguridad adquiere nuestra vida, ya que pasamos de confiar en nosotros a confiar en Dios. El apóstol Santiago, en la segunda lectura, nos brinda una vivencia personal que le hace sufrir. Él se siente obligado a expresar su malestar y amonestar a la comunidad para que ese comportamiento no se siga repitiendo: “No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo”. La fe no se mueve por la tendencia humana de la afinidad. En la comunidad creyente, los grupos espontáneos compuestos de afinidades comprometen la justicia fraterna y la unidad teologal. La comunidad creyente no se puede construir en función a las afinidades personales, de lo que me agrada o no me agrada. Esta forma de construir la Iglesia o cualquier tipo de comunidad ponen en riesgo la justicia fraterna y la unidad que da la fe, la unidad teologal. La afinidad es el cemento con el que


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