XXIV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (San Marcos 8, 27-35) En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará».
P. Juan Antonio Carrera Páramo, SSP
Seguir a Jesús desde nuestra cruz San Marcos escribió el texto evangélico que acabamos de escuchar seguramente por el rechazo que sentía su comunidad a predicar la pasión de Jesús y su muerte, porque todos esperaban un Mesías triunfante, un libertador nacional político. Pero el Mesías que Jesús contrapone al que confesó Pedro conlleva preocuparse especialmente de los pobres, de las viudas que no tienen protección, de los enfermos, de los niños –totalmente desvalidos en aquella época–, de los huérfanos, de los excluidos.
der, no el del servicio y del consiguiente sufrimiento. Y Jesús de ninguna manera pasaba por eso. De ahí sus palabras y sus preguntas del evangelio de hoy.
Actualmente en nuestro mundo nos encontramos con bastantes situaciones muy similares a la descrita en este pasaje evangélico. Si, ahora mismo, Jesús nos preguntara: “¿quién dicen los hombres que soy yo?”, tendríamos que informarle acerca de todo tipo de respuestas, incluso algunas pintorescas. Bastaría con echar una ojeada a todo lo que se ventila y se airea en los más variados Esta preocupación de Je- medios de comunicación. sús, además de compasión, era una crítica contra Pero ya han pasado más los poderosos de enton- de veinte siglos del llamaces, y, evidentemente, tam- do tiempo de la Iglesia y bién contra los de ahora. o podemos estar siempre Por eso, ser servidores de dándole vueltas a las misese reino de Dios que Je- mas cosas sin buscar sosús implantó, lleva a estar luciones. Después de tancontinuamente expuestos tos años y de tantos siglos, a persecuciones de todo hoy nosotros seguimos tipo. Pedro es calificado quejándonos y doliéndocomo un Satanás, porque nos ante Jesús diciéndoel mesianismo que él creía le: Señor, ¿por qué es tan y esperaba era el del po- pequeño el número de los
que Te conocen?”. En aquella ocasión de la confesión de fe hecha por Simón Pedro, Jesús “les prohibió terminantemente decírselo a nadie”. Su condición mesiánica debía ser transmitida al pueblo judío con una pedagogía progresiva. Más tarde llegaría el momento cumbre en que Jesucristo declararía —de una vez para siempre— que Él era el Mesías: “Yo soy”.
del mundo y de los consuelos de Dios”. He aquí, pues, el camino para seguir a Cristo y darlo a conocer: “El que quiera venirse conmigo… cargue con su cruz y me siga”.
Desde su proclamación mesiánica, ya no hay excusa para no declararle ni reconocerle como el Hijo de Dios venido al mundo por nuestra salvación. Más aun, todos los bautizados tenemos el gozoso deber de predicar el evangelio por todo el mundo y a toda criatura. Esta llamada a la predicación de la Buena Nueva es tanto más urgente si tenemos en cuenta que acerca de Él se siguen pronunciando todo tipo de opiniones equivocadas, incluso blasfemas. El reproche de Jesús a Pedro, uno de los más duros del evangelio, porque su mentalidad es como la de todos los hombres y no como la voluntad de Dios, es bastante significativo. Jesús les enseña que su papel mesiánico es dar la vida por los otros. Eso es lo que pide a los que le siguen, porque en este mundo, triunfar es una obsesión; pero perder la vida para que los otros vivan solamente se aprende de Dios que se entrega sin medida. El triunfo cristiano es saber entregarse a los demás. El anuncio de su mesianidad y del advenimiento de su Reino pasa por la cruz. En efecto, Jesucristo “comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho”, y el Catecismo nos recuerda que “la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones
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