XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

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Padre José María Fernández, SSP XXXIII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO B

Una mirada hacia el futuro

(Marcos 13, 24-32)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre».

Toda persona medianamente cuerda se pregunta en algún momento de la vida por el futuro que le depara: ¿Qué me traerá el futuro? Porque podemos vivir y obrar solo en el presente, pero nos damos cuenta de que nuestros días y años son limitados y por tanto lo que vendrá después nos atañe. Lo que hagamos o dejemos de hacer en el presente contribuye a asegurar o destruir el futuro. Con la predicción de la destrucción del templo, Jesús dirige la mirada de sus discípulos hacia el futuro: desean saber cuándo sucederá lo que Jesús dice y qué acontecimientos estarán unidos a ello. No hay que dejarse engañar. Si el futuro no es presente y no se puede controlar, se requiere mucha prudencia. Pues, los falsos profetas y las predicciones equivocadas son innumerables: Jesús traza a grandes rasgos el futuro: habrá guerras, carestías, terremotos y sus discípulos han de contar con persecuciones

y han de comportarse con rectitud ante todos estos acontecimientos. La historia humana, no obstante continuará. Jesús habla del final de la historia. El mundo, tal y como lo conocemos y todo lo que en él sucede, no agota toda la realidad y no dudará para siempre. Tampoco aquí Jesús ofrece una descripción amplia y minuciosa, sino que señala lo que caracteriza el final, que es al mismo tiempo un nuevo inicio: termina la condición presente de la creación, la venida del Hijo del Hombre y la congregación de los elegidos. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. El Apocalipsis anuncia que lo viejo pasará y habrá un nuevo cielo y una nueva tierra (Ap 21,1) El mundo tal y como es ahora no es la última obra de Dios. Cuando Dios creó el mundo no agotó su poder creador. Él llevará más allá al mundo actual. A los saduceos que se niegan a creer en la resurrección de


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