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Carácter y liderazgo

Los tiempos dorados del General se han acabado

Por: Ing. Agr. Diego Hernán Ruggiero Director Asociado & Business Coach en ActionCOACH Global

fortalecer el carácter porque gracias a él es posible afianzar una organización, a pesar de que los resultados sean variantes.

El líder es quien marca la cultura de una organización. Es importante saber conducir un negocio, pero lo es más la calidad del ambiente y de los vínculos entre los empleados. Por ello, un líder no debe pensar en su éxito, poder o riqueza, esto solo lo lleva a convertirse en tirano. Un buen líder delega responsabilidades para otorgar poder de decisión, comparte lo que sabe, pregunta para aprender y vincula personas que pueden ayudarse a ser mejores. Ser un buen líder es una característica que tiene que ver con confianza, que implica responsabilidad, honestidad e integridad.

Un auténtico liderazgo procura que los vínculos entre las personas sean verdaderos. Para lograr esta meta, es indispensable que las personas digan lo que es necesario decir, lo que necesita escuchar el líder o su compañero de al lado. Sobre esta base es posible sembrar lealtad y confianza, carácter. La integridad es clave porque implica sinceridad, honestidad cuando no se está de acuerdo o cuando se ha cometido un error. La integridad es el cimiento de una organización. Los directivos que tienen su mirada sólo en el valor de las acciones de la organización, difícilmente podrán inspirar algo en los trabajadores. Los resultados inmediatos y un sano ambiente laboral no van de la mano. Podría decirse que el buen liderazgo se parece al ejercicio, en cuanto a que las mejoras que trae consigo son visibles en el mediano y largo plazo.

En ocasiones, es imposible ver a través del sistema a la gente que lo sostiene. En estas condiciones es muy posible que un directivo o líder sea cegado por números, cifras y estadísticas y trate de entender, comprender y solucionar todo desde esas abstracciones. El liderazgo radica en no perder de vista lo humano. Una diferencia clara entre un directivo y un líder es que el primero está atento a estadísticas, números, mientras que el líder cuida a las personas que lo rodean. La afición por los resultados, por los incentivos, ha llegado a constituir una verdadera adicción al rendimiento.

Dentro de las organizaciones, “la adicción sistémica al rendimiento” altera la salud y las relaciones de quienes la sufren. Para enfrentar a esta adicción lo mejor es hacerlo con ayuda de otras personas. Los vínculos humanos reales aportan fortaleza ante la adversidad.

Los líderes de éxito replantean los problemas que reconocen en sus organizaciones. El líder aporta a sus empleados un reto que los trasciende, que los obliga a desarrollarse. Un trabajador es capaz de ir más allá de su capacidad si cree en su líder y comparte la visión que este le inculca. Es importante considerar que el ser humano ha evolucionado gracias al impulso de servir a otros. Un buen líder sabe contagiar el interés por los demás en sus empleados, el compromiso de ayudar a otros seres humanos.

Ser líder implica procurar el bienestar, realizar algunos sacrificios para que prosperen otros, para que a su vez ellos repliquen esta dinámica. Lo importante es que esta forma de ser líder se multiplique, más allá de los alcances de las personas que la originaron. El liderazgo no es atributo de quienes ostentan puestos altos, es un atributo y responsabilidad de cualquiera que forma parte del organigrama. La diferencia en jerarquía solo implica un mayor rango de influencia y de servicio hacia los demás. Crear un entorno seguro, confiable, empático, fuerte y verdadero está al alcance de todos.

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