El correo bíblico LA MEDIOCRIDAD, Apocalipsis 3:14-21
Por José Rubén Arango
QUEMAR LAS NAVES Comenzaré con unas anécdotas, que servirán de preámbulo al tema, y que serán la antesala para que podemos acercarnos en una reflexión abierta y franca, que nos llevará a navegar en el corazón mismo de la excelencia. En 1519, la conquista de México era la noticia del momento. Pero un grupo de hombres, entre frailes, marineros y soldados, planearon huir a Cuba. Tal intento fue calificado como una conspiración por el español y conquistador Hernán Cortés, quien comandó un consejo de guerra, en el que se sentenció a morir en la horca a Cermeño y a Escudero, cortarle parte de un pie a Umbría, y arrestar a los demás. Además, en la playa de San Juan de Ulúa, el mismo Cortés determinó inutilizar la mayor parte de las naves, ordenando que fueran barrenadas y hundidas, como medida preventiva a cualquier otro acto de complot o sabotaje, y para dejar en claro que la retirada era imposible desde cualquier punto de vista, incontemplable cien por ciento. ─”Las naves eran innavegables”, fue su respuesta a quienes cuestionaron su decisión. El historiador Juan Suárez Peralta, acuñaría la expresión “quemar las naves”, para significar el coraje, la gallardía, la firmeza y la decisión asertiva de dar el lugar correcto al deber y el compromiso a cualquier empresa que se haya encomendado, renunciando a las ventajas y privilegios personales; anteponiendo mis asuntos por los asuntos empeñados o las tareas comisionadas. Este modo de enfrentar los desafíos más complejos, más sacrificiales, e incluso aquellos donde pueda peligrar la vida o estar en riesgo la propia integridad, tiene centenares de ejemplos en la historia y en la literatura. Un caso más, está asociado con la expresión que fue atribuida por Suetonio al militar, político, cónsul y dictador romano Cayo Julio César, ¡Alea jacta est! (la suerte está echada o los dados están lanzados). Se rebeló contra el Senado, el cual fue comprado por los adversarios de Julio César, y había determinarlo despojarlo de su ejército y de su cargo. Así, emprendió la Segunda Guerra Civil contra Pompeyo, pasó el río Rubicón, entre Italia y Galia, dijo: “alea jacta est”, se entregó a su lucha… saldría airoso y comenzaría su periodo como dictador vitalicio de Roma, ahora mucho más extendida por el mismo Julio César. Con esta expresión latina, dicha junto al Rubicón, aleccionó a quienes le acompañaban, que no había retorno, la decisión estaba tomada y era un paso irrevocable; un acto irreversible que implicaría ganar o morir, triunfar o ser derrotado.
1