La condición juvenil rural: un espejo de la crisis civilizatoria David Sánchez Sánchez* Viví mi infancia y parte de mi juventud como habitante del medio rural en el estado de Jalisco en México, un territorio diverso pero con una marcada tendencia histórica a la agricultura comercial; actualmente el propio gobierno estatal denomina a Jalisco como “El gigante agroalimentario de México”. Las publicidades gubernamentales triunfalistas hablan de los grandes logros de exportación de alimentos como aguacates, “berries”, maíz, tequila entre otros; los territorios se van llenando de monocultivos y de invernaderos; y conforme la producción crece también lo hacen las problemáticas de las juventudes que sobreviven en estos lugares. Crecí rodeado de publicidades de semillas “mejoradas” (híbridas) y llegué a jugar con envases vacíos de herbicidas mientras mis familiares adultos fumigaban los cultivos de maíz; escuché en la escuela y a muchos familiares decir que estudiaría para que me fuera bien en la vida; llegué a creer que no era posible una vida digna en el campo y me fui a la ciudad a estudiar una carrera universitaria. Conforme fui estudiando, enfocándome hacia las ciencias sociales más críticas, me comencé a dar cuenta que la promesa juvenil de estudiar “para ser alguien en la vida” se parece mucho a la promesa de la revolución verde “utiliza este paquete tecnológico [semillas y agrotóxicos] y tu producción mejorará”. Ambas “vías de desarrollo”, ocultan toda la serie de relaciones y de condicionamientos que hay detrás de ellas, lo que las convierte en una trampa difícil de ver y de salir de ella puesto que nos deshabilitan para entender integralmente lo que nos pasa y subsistir; lo cual nos encierra en un círculo donde terminamos reproduciendo lo que nos vulnera. El llamado Desarrollo fue un discurso y una apuesta estatal materializada en distintas intervenciones estructurales. La migración, la producción de maíz como agronegocio y la educación hasta la profesionalización, al inicio fueron apoyadas de distintas maneras por políticas y programas estatales hasta que se constituyeron como las principales trayectorias para las juventudes en el medio rural; después el mismo Estado mexicano gira hacia el neoliberalismo, y va desestructurando lo que apoyaba dichas trayectorias. Las diversas crisis que esto va provocando, se enfrentan de maneras cada vez más individuales. Las juventudes responden como pueden ante esto y muchas veces son juzgadas duramente por las generaciones anteriores que los ven como apáticos, desinteresados en el futuro, apolíticos, etc.; aplicando la vieja fórmula del conflicto generacional: todo pasado fue mejor; sin cuestionar a fondo todo lo que se está jugando y transformando. Desde 2012 aposté junto a otro colega, a impulsar un proyecto juvenil de educación ambiental y acción comunitaria en mi comunidad de origen. En el intento de hacer un proyecto adecuado a las condiciones de las y los jóvenes de la comunidad, la acción se fue convirtiendo en experiencia, en conocimientos nuevos y en preguntas. Para estos años de acción y participación
comunitaria, fueron necesarios los saberes críticos de las ciencias sociales, de la psicología social, de la educación popular, pero también, y sobre todo, los de las distintas luchas que resisten en México, a saber: Los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas en Chiapas, la Red en Defensa del Maíz, la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales y la de la red que en Jalisco impulsó la Escuela Campesina de Alternativas Sustentables. Desde las ciencias sociales el conocimiento sobre juventudes tiende a ser muy urbanocéntrico; desde los movimientos sociales y las luchas, los saberes sobre juventud se expresan más en tono de queja y preocupación por el relevo generacional. Ambas miradas son incompletas, necesitan tejerse para buscar nuevas formas de observar y de comprender; porque si no, se sigue tratando de comprender a los jóvenes con los esquemas y los juicios de generaciones anteriores; como si la reestructuración actual del capital no jugara un papel central en lo que viven las juventudes; cargando así a las nuevas generaciones de responder por lo que se fue fraguando desde antes que nacieran. Las nuevas generaciones tienen frente a si el peso acumulativo de todas las crisis, y deben enfrentarlo a pesar de que ambiental, material, económica y corporalmente, tengan peores condiciones que sus padres o abuelos. La importancia de este reto es porque se juega la vida misma, la suma e interacción de todas las cuestiones criticas que se despliegan en la actualidad tiene a varios autores hablando de una Crisis Civilizatoria, de ese tamaño es el reto y para él se requieren nuevos paradigmas para el conocimiento y la acción. En este sentido, es necesario considerar a niños, niñas, y jóvenes como sujetos situados histórica y políticamente y facilitar procesos que reconozcan su capacidad para construir alternativas. No se trata solo de ver a las nuevas generaciones como víctimas de un sistema que las alaba como su futuro mientras les niega el presente, es necesario verlas y visibilizarlas, apoyar sus propuestas. En el caso particular de la experiencia juvenil que menciono, el horizonte se hemos planteado así: “Queremos vivir dignamente en el campo, cubriendo nuestras necesidades de subsistencia y recreación personal y comunitaria”.
_______________ * Estudiante del Doctorado en Desarrollo Rural, de la Universidad Autónoma Metropolitana; Maestro en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Querétaro. Coordinador de Caracol Psicosocial A.C y del proyecto “Desde las Raíces: Educación ambiental y acción comunitaria” en Palos Altos, municipio Ixtlahuacán del rio, Jalisco.