Discurso Diego Schalper J贸venes del Bicentenario
Estimado Decano, Profesor Roberto Guerrero, Estimado Vicedecano, Profesor Carlos Frontaura Estimado Secretario Académico, Profesor Gabriel Bocksang, Estimadas autoridades, profesores y administrativos, Estimados compañeros y compañeras,
Quisiera partir contándoles que hace algunos años me pidieron coordinar el primer encuentro Jóvenes Camino al Bicentenario. Y me pareció importante, porque estaba convencido que si las puertas de nuestra Facultad no están abiertas al debate público, no solamente perdíamos nosotros como alumnos, sino que Chile tenía un debate tuerto, que perdía una visión sumamente relevante y cada vez más difícil de encontrar. Jamás imaginé que hoy – 6 años después - me tocaría cargar con la responsabilidad de ser el único ex alumno de nuestra Facultad en este panel. Y menos que tendría la tarea de reflexionar sobre el rol de nuestra Universidad de cara al país, en momentos tan decisivos como el que nos toca vivir. Por lo mismo, parto agradeciendo a Antonio y a los coordinadores esta tremenda oportunidad. Bueno, vamos a lo nuestro. Les confieso que cuando pensaba en qué cosas decir acerca del tremendo tema que se nos propone, me costó mucho decidir. Uds. saben tan bien como yo que los abogados no nos caracterizamos especialmente por hablar poco. Por lo mismo, consideré que el mejor aporte que podía hacer a este panel era compartir algunas reflexiones sobre tres grandes temas: el rol de las universidades en general; el rol específico de nuestra Universidad Católica; y el rol que tenemos como generación. Que conste que no les hablo ni como académico ni como teórico de estos temas, pues en eso hay muchos mejores exponentes que yo. Quisiera hablarles con la franqueza y sencillez que ameritan los pocos años que nos separan. El rol de una Universidad consiste en buscar la verdad con honestidad intelectual y libertad académica, de manera de cultivar conocimientos y formar personas
que colaboren decididamente en la búsqueda del bien común de la sociedad. No es solamente un tubo donde se aprenden técnicas para sacer un título profesional. Más bien consiste en el desafío de reflexionar las diferentes disciplinas de una manera auténticamente universitaria, lo cual conlleva inevitablemente el meditar sobre la verdad de la realidad y del hombre. No se concibe así una Universidad que no incorpore a todo nivel y en todos sus programas académicos los planteamientos de la teología, de la filosofía y, en particular, de la ética. Porque de lo que se trata es de formar personas capaces de tener criterio y de discernir lo que corresponde hacer y lo que no en una circunstancia concreta. Y eso exige profesores que dimensionen la enorme responsabilidad que lo anterior implica. Ojo: no estamos hablando de abstracciones. Quizás cosas como éstas habrían evitado por ejemplo la famosa crisis Subprime. Especialmente hoy día es fundamental poner el énfasis en otro elemento clave para toda universidad: la libertad académica y la diversidad de proyectos educativos. Desde los orígenes mismos de la Universidad se ha entendido como indispensable para buscar la verdad, el poder hacerlo con honestidad y autonomía. Con honestidad, para que sea la realidad la que revele las notas al entendimiento, y no al revés. Con autonomía, pues solamente así se cautela evitar “verdades oficiales” estatales; y promover la multiplicidad de miradas y el diálogo fraterno de las mismas, como la manera en que la heterogeneidad de la sociedad se encuentra en el espacio público. ¿Por qué les digo esto?
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Porque me preocupa ver que dentro de las demandas estudiantiles se encuentra el que la acreditación universitaria se involucre en los contenidos de los planes de estudio, exigiendo que se ajusten a objetivos transversales. Me preocupa que a estas alturas del partido se persiga que el Estado pretenda controlar lo que se enseña en las aulas y lo que aprenden las cabezas de las personas. Además, me preocupa que se sugiera que solamente cumplen un rol público las universidades estatales, argumentando que así se entrega una educación pluralista y democrática. Me preocupa, porque el rol público no dice relación con el dueño, sino con el aporte que se le hace a la sociedad. Y personalmente creo que las universidades no están llamadas a hacer producciones en serie ni modelos replicables, cualquiera sea el color único que se emplee en la repetición. Creo que su rol público consiste precisamente en colaborar en el cultivo de conocimiento y la formación de personas, se desarrolle desde la multiplicidad de colores que la sociedad exige. Por lo mismo, el trato financiero preferencial que demandan ciertas instituciones no me parecen aceptable, pues ese “ethos” que dicen cautelar, en realidad se resguarda alentando la diversidad de proyectos educativos y la factibilidad real del acceso a los mismos. Y cuando se dice que es necesario un modelo neutral que no imponga posturas, me parece que sea cae en una imprecisión. Porque esa neutralidad ya es una postura, que supone una afirmación sobre la verdad, sobre el bien y sobre la sociedad. Además, y quisiera decirlo con mucha responsabilidad, lo cierto es que en varias
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Universidades que se dicen llamar “democráticas y plurales”, uno encuentra que sus planes de estudio están claramente inspirados en ciertas escuelas de pensamiento. Entonces, ¿en qué quedamos? Pienso que lo honesto consiste en reconocer que no existe una educación avalórica. Y que el paso siguiente es permitir que toda expresión que no vulnere el orden público ni los derechos humanos, tenga espacio para desarrollar su proyecto universitario con autonomía y libertad. Precisamente haciendo gala de esa autonomía, y de la necesidad de reflexionar en las diferentes carreras desde los exigentes estándares de la identidad católica, es que surge nuestra Universidad. Y pienso que en la sociedad actual, donde cunde el materialismo, el consumismo y la desesperanza en muchos de nuestros compatriotas, ese rol se hace más relevante que nunca. Porque precisamente son las Enseñanzas Sociales de la Iglesia las que han alzado una y otra vez la voz cuando ha estado en riesgo la dignidad de la persona humana, desde las violaciones a los derechos humanos en Chile y en el mundo, hasta el crimen universal del aborto. Ha sido la doctrina de la Iglesia la que se sitúo - y se sitúa hasta hoy - como una alternativa vigente entre aquellos que creían que las personas eran un entramado de nervios que respondían a impulsos de maximización de utilidades, y otros que creían que eran un despliegue puramente material carente de trascendencia. Han sido las reflexiones que forman parte de la médula de nuestra Universidad las que han objetado a aquellos que creen que el mundo se mueve puramente por luchas dialécticas entre clases sociales o por manejos de
criterios de consumo, proponiendo como alternativa la colaboración, la gratuidad y la solidaridad. Entonces, ante la pregunta sobre el rol de la Universidad Católica en la sociedad actual, quisiera contestar con una anécdota y una reflexión. Me tocó hacer la práctica en la Corporación Judicial de Lampa junto a varios ex alumnos de esta facultad. A uno de ellos le tocó mediar con una pareja que se quería divorciar, que varias veces fueron a la oficina a gritarse, exigirse plata y tratarse pésimo. ¿Qué hace alguien que busca el bien de las personas? ¿Los alienta en su decisión? ¿O intenta al menos jugarse por ver si es posible restablecer esa familia, con toda la dificultad que eso significa? Bueno, mi compañero logró finalmente, según el mismo me contó, después de dos meses de trabajo, el que volvieran a vivir juntos. Y tengo fresca esta experiencia, porque hace poco me dijo que, un año después, hasta se habían cambiado a una casa mejor. ¿Por qué les cuento esto? Para compartir con ustedes un episodio donde creo que se grafica claramente la diferencia que podemos hacer. Pienso que el rol de la Universidad Católica es hacer gala y asumir sin complejos ni temores, la riqueza y profundidad de la visión de sociedad que la inspira, como una manera de responder al vacío, la deshumanización y la pérdida de sentido que uno ve - con más frecuencia que la que quisiera - en nuestro país. En momentos donde el pensamiento cristiano pierde por w/o en la cultura, porque no está lo suficientemente presente en ninguna de las esferas donde se determina la manera de pensar y de vivir de las familias chilenas, se nos abre una tremenda oportunidad para ofrecer con convicción ideales y planteamientos que transformen la sociedad.
Ahora, eso no será fruto del azar ni de la improvisación. Si queremos periodistas que no vivan del morbo y la banalidad, entonces promovamos en el aula una auténtica responsabilidad social de los comunicadores. Si queremos empresas en que se cultive la responsabilidad social de verdad - no esa que se contenta con aportes a sociedades de beneficencia ni el pago de impuestos -, la responsabilidad social de verdad y el desarrollo integral y colectivo entre empleadores y trabajadores, entonces que nuestras mallas sean fiel reflejo de eso. Si queremos colaborar en el acceso a la justicia de las personas, en especial de los más necesitados, entonces que nuestra reflexión jurídica apunte en esa dirección. Si creemos en la dignidad trascendente de la persona humana, en el matrimonio y la familia como bienes sociales importantes, en la justicia social y en la búsqueda del bien común, entonces que esas reflexiones no sean un ramo en particular, sino más bien una constante durante todo nuestro proceso universitario. Nuestros profesores tendrán así, el desafío de estudiar los aportes que la doctrina social de la Iglesia ha hecho a sus disciplinas, de manera de enriquecerlas con las perspectivas teológicas y filosóficas que de ella se desprenden. En definitiva, pienso que Chile no necesita una Universidad Católica temerosa y acomplejada de lo que es, que importa formatos y consignas que abundan en otros planteles estudiantiles. Su desafío es aportar a la heterogeneidad de la discusión pública desde su identidad, para que su visión humanizadora, solidaria y prudente se ubique como justo medio de tantos
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polos ideológicos irreconciliables que muchas veces se encuentran. De otra manera, tendremos un debate tuerto. Y pienso que los complejos, el acomodo y la desidia han colaborado en una ausencia que se nota con elocuencia en los más diversos diagnósticos e indicadores. Es ahí donde se encuentra el mayor desafío. Y al mismo tiempo, una tremenda oportunidad. Nuestra generación no se encuentra ajena a esa responsabilidad. Es cierto: heredamos una sociedad que creía que el buen manejo del mercado y la prosperidad material eran la clave del éxito. Pero a poco andar nos encontramos con profundas desigualdades y con el deterioro progresivo de instituciones fundamentales y de la ética pública. Hoy se estila que cada uno cuide su metro cuadrado y que le importe poco o nada lo que le pase al de al lado. Se ha hecho normal que dé lo mismo el actuar bien o mal, porque lo que interesa es ser astuto y lograr mucho con poco esfuerzo. Vivimos un drama cultural que se refleja en que el año 2009 tuvimos más rupturas matrimoniales que uniones matrimoniales. Que uno de cada tres chilenos vive bajo la línea de la pobreza, si la actualizamos. Que miles de familia viven años endeudadas y agobiadas por sacar adelante la educación de sus hijos. Y lo más complejo de todo: nos heredaron un país donde muchos de los privilegiados, inclusive pese a sus convicciones religiosas, con más o menos negligencia, descuidaron con indolencia y desinterés el clamor de muchos que sufrían las consecuencias. Y así los ideales cristianos fueron progresivamente cediendo espacio a otras formas de ver la sociedad, que muchas veces no encuentran límites en el respeto de la persona humana, ni entienden el plantear demandas no da derecho
a dañar a los demás, por legítimas que éstas sean. Probablemente otro gallo cantaría si las banderas de la educación fueran lideradas desde las coordenadas cristianas. Ojo, no se trata de ser complacientes, porque los ideales cristianos están lejos de serlo. Se trata de partir de premisas distintas, como el avance mediante el diálogo y la búsqueda de colaboración con respeto a la paz social. Otro gallo cantaría. Y lo mismo pasa con los indignados o la primavera de los jardines. El diagnóstico de problemas sociales es común. La pregunta es: ¿cómo canalizamos el malestar? ¿Con reinvidicación, odiosidad y destrucción, como quisiera Nietsche? ¿O con esperanza, fraternidad y dialogo, como querrían los ideales del cristianismo? Les insisto, otro gallo cantaría. ¿Qué hacemos al respecto? Estamos hoy en ese punto de inflexión. Tenemos la ventaja de ver otras sociedades y advertir las consecuencias que la falta de los ideales cristianos tiene en la vida de las personas. Estoy convencido que estamos a tiempo de reaccionar y estar a la altura de lo que se espera de nosotros. Especialmente de esta Facultad. Especialmente de los alumnos de Derecho UC. Les confieso que una de las cosas que más me motivaban a venir era decirles esto: si el impulso que fermenta un desarrollo humano e integral para Chile, poniéndose al frente del individualismo, del relativismo y del progresismo, no sale de acá, entonces posiblemente no salga de ninguna otra parte. Es cosa de mirar la historia de Chile y ver cómo reaccionaron alumnos, como nosotros, ante encrucijadas sociales y culturales parecidas a las que nos toca vivir. Y en eso, los que estamos en esta sala, no somos espectadores ni analistas.
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Es momento de formarnos y llenar de contenido y vigencia a los ideales cristianos.
generación de nosotros? ¿Qué Chile nos espera para nuestros hijos?
Es tiempo de alzar la voz sin complejos, bajo la convicción de que nuestros ideales serán capaces de generar una vida más íntegra a miles de familias. Porque nosotros no luchamos por conceptos, luchamos por personas.
Y no como pregunta de autoayuda. Sino como pregunta de fondo, que implique decisiones, pasos y esfuerzos personales y colectivos. No conozco a nadie que le haya dado ese sentido de misión profunda a su vida que hoy alegue arrepentido. ¡A nadie! Y si conozco a muchos que se arrepienten de no haber estado a la altura de las circunstancias en el momento preciso. Hoy es ese momento de inflexión. De quebrar paradigmas y sacarse los complejos.
Es hora de atreverse a ser multitemáticos y coherentes, no fragmentando la moral en dos. Porque no hay nada más social que la moral sexual. Y asimismo, los dilemas de la sexualidad se explican en gran medida por profundos dramas sociales que nos aquejan. Son dos caras de una misma realidad. Tenemos que hacernos cargo con consistencia y creatividad de ámbitos donde hay enormes posibilidades de acción, pues son dominados por polos reduccionistas e irreconciliables. El mundo del trabajo, el dilema del medio ambiente, las interrogantes sobre el sistema político y la participación ciudadana. Y así muchos más. Tenemos el deber de entrar en diálogo y empatizar con las problemáticas del mundo que nos toca vivir. Pero no para diluir nuestros ideales, sino para pulirlos con notas de realismo. Todo esto exige tiempo, dedicación y compromiso. Hay que bajar la cuota de fútbol y de Facebook. Hay que estar dispuestos a tener menos causas y menos billetes, y posiblemente renunciar a viajes que teníamos a la vista, probablemente al sudeste asiático. Me incluyo dentro de aquellos a los que nos costó salir de la comodidad, y créanme, no los juzgo. Pero con la misma fuerza, los aliento a hacerse esta pregunta: ¿qué dirá la próxima
Quisiera terminar con una frase de San Alberto Hurtado, ex alumno de nuestra Facultad que estuvo a la altura de su tiempo, y que es muy atingente a nuestra reflexión de hoy. “Los tiempos son malos. Seamos mejores, y los tiempos serán mejores. Nosotros somos el tiempo.” Seamos mejores, y los tiempos serán mejores. Nosotros somos el tiempo. Es hora de atreverse. De nosotros depende.
Muchas gracias.
Diego Schalper Sepúlveda Director Ejecutivo IdeaPaís