Ideas de izquierda 41, 2017

Page 1

p

1 4

io c

e

r

0 $1

L E

O

R

U

T

FU

Es Ja cri Ga zm ben Se bin ín J : Ch ba o, im ri st Vi én sti iá ol ez an n Q et , E C ui a B mi ast ja ru li no ck o S illo , R , J al , C od ua ga la rig n do ud o W Lui , A ia ils s He ndr Cina on rn ea tt • E ánd D’A i, E nt ez tr mm re , G i, A a vis ui ri nu ta lle ane el a H rm D Bar er o I íaz, ot, ná tu J n C rb avi am ide er ar , er o

0

D

a a l us e r d n s ó o i ñ c a lu 0 o 10 ev R

ELECCIONES: EL " REFORMISMO CONSERVADOR" DE UNA CLASE Paula Varela LA MUERTE DE SANTIAGO, UN CRIMEN DE ESTADO Myriam Bregman, Gloria Pagés, Roberto Gargarella LA CONTRARREFORMA LABORAL, EL SUEÑO ETERNO DE MARTÍNEZ DE HOZ Esteban Mercatante • LA LUCHA DEL PUEBLO CATALÁN POR SU INDEPENDENCIA Santiago Lupe • GRAMSCI: DEL ESTADO INTEGRAL AL “PARLAMENTARISMO NEGRO” Juan Dal Maso • DESDE LA DISCREPANCIA, CARL SCHMITT Ricardo Laleff Ilief


2 |

IDEAS DE IZQUIERDA

SUMARIO

3

16

El “ reformismo conservador” de una clase

100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

Paula Varela

66 DESDE LA DISCREPANCIA, CARL SCHMITT Ricardo Laleff Ilief

RECUERDOS DEL FUTURO Christian Castillo

6

Claudia Cinatti

69

#1917. REPENSAR EL DOBLE PODER PARA RECONQUISTAR EL PODER

GRAMSCI: DEL ESTADO INTEGRAL AL “PARLAMENTARISMO NEGRO”

Emmanuel Barot

Juan Dal Maso

UNA REVOLUCIÓN EN BUSCA DE HEREDEROS

LA MUERTE DE SANTIAGO, UN CRIMEN DE ESTADO Myriam Bregman y Gloria Pagés

“LO DE MALDONADO REEDITA LA RUPTURA DEL CONSENSO DEL NUNCA MÁS” Entrevista a Roberto Gargarella

GRANDES DÍAS DEL PROLETARIADO MUNDIAL Jazmín Jiménez y Emilio Salgado

REVOLUCIÓN, SUSTANTIVO FEMENINO Andrea D’Atri

11

LABORATORIO ARTÍSTICO A CIELO ABIERTO Ariane Díaz

LA CONTRARREFORMA LABORAL, EL SUEÑO ETERNO DE MARTÍNEZ DE HOZ

¿MARXISMO O POPULISMO? EL DEBATE SOBRE LA CULTURA PROLETARIA

Esteban Mercatante

Ariane Díaz

13

SOVIET, ELECTRICIDAD Y CINE Javier Gabino y Violeta Bruck

PRIMERAS LECCIONES DE LA LUCHA DEL PUEBLO CATALÁN POR SU INDEPENDENCIA Santiago Lupe

EL IMPACTO DE LA REVOLUCIÓN RUSA EN LA ARGENTINA Entrevista a Hernán Camarero

LA REVOLUCIÓN RUSA Y SU INFLUENCIA EN JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI Juan Luis Hernández

ESE GRAN COMBATE POR LA HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN Guillermo Iturbide

PLEJÁNOV: PADRES, HERENCIAS Y “PARRICIDIO” Sebastián Quijano

LA MANO OSCURA DE STALIN EN LA FOTOGRAFÍA DE LA URSS Rodrigo Wilson

STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri y Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Lucía Ortega Azul Picón y Fernando Rosso.

COLABORAN EN ESTE NÚMERO Myriam Bregman, Gloria Pagés, Roberto Gargarella, Juan Luis Hernández, Ricardo Laleff Ilief, Santiago Lupe, Claudia Cinatti, Jazmín Jiménez, Emilio Salgado, Javier Gabino, Violeta Bruck, Guillermo Iturbide, Sebastián Quijano, Rodrigo Wilson, Eduardo Baird, Ilana Yablonovsky, Mauro Tabak, Julián Khé. EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo. PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com / Facebook: ideas.deizquierda Twitter: @ideasizquierda Ilustración de tapa: Natalia Rizzo

www.ideasdeizquierda.org Riobamba 144 - C.A.B.A. | CP: 1025 - 4951-5445 Distribuye Sin Fin - distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.


I dZ Noviembre

| 3

El “reformismo conservador” de una clase PAULA VARELA Politóloga, docente UBA. Como diría el sociólogo John Kelly, el sentimiento de injusticia se construye. La situación objetiva es una base necesaria (contra toda fantasía del puro relato), pero no es suficiente. Sobre una determinada situación injusta (como es sin duda el hecho de que una minoría de CEO que representa a una minoría de burgueses dirija un país de una mayoría de trabajadores que cada vez tienen que trabajar más para vivir mal), la percepción que de ella se tiene, el odio que ella genere, la disposición a su resistencia activa, la fantasía de que esa realidad puede ser cambiada, es una construcción en la que los dirigentes políticos (podríamos decir, los partidos) juegan un rol relevante. Veamos, entonces, los pilares de una construcción en la que el crédito parece haberle ganado a la bronca (aunque la oposición al gobierno haya sacado la mayoría de los votos). El 42 % ha logrado, para felicidad de propios y pasividad de ajenos, que algunos analistas transformen a Cambiemos en una suerte de dream team de la estrategia política. En espejo invertido de la idea de que duraban 6 meses y se iban en helicóptero, algunos colocan al macrismo como hacedores de una especie de laclaunismo empresarial cuyo significante vacío es “la herencia recibida”. Discúlpenme la desconfianza, pero aun ante la evidencia del acierto de la polarización entre pasado y futuro, la economía explica buena parte de la invisibilidad del presente. A nivel del empleo (uno de los temores más sentidos porque remiten a la crisis de 2001, es decir a la herencia recibida sobre la que se construyó el kirchnerismo) la caída se contuvo (incluso

en el sector privado) y hubo cierto repunte traccionado por el sector público. La inflación se estabilizó alta, pero no más alta que en el último kirchnerismo y mucho más baja que en 2016. La política de créditos segmentados metió liquidez en los bolsillos: créditos de la banca privada para las clases medias (hipotecarios UVA + préstamos personales) y créditos ANSES para los sectores populares (chori financiero como lo llamó Bercovich). Las medidas hacia el agro endulzaron la zona núcleo y sus ramificaciones en los centros urbanos. En síntesis, el endeudamiento permitió, guste o no, un gradualismo que bombeó los miedos y consolidó las expectativas de un futuro mejor en un tipo de elecciones (las de medio término de los gobiernos de recambio) que suele ser favorable a las expectativas (Alfonsín, Menem y Kirchner obtuvieron guarismos semejantes). Afirmar esto significa que el futuro no llegó, sino que buena parte de él fue anunciado el 30 de octubre en el paquete de reformas permanentes (por eso, hablar de hegemonías es prematuro, cuando el futuro llegue, veremos). Cualquiera podría señalar que 2016 anticipó grageas de ese futuro pero, aun así, el gobierno logró consolidar la base propia y ampliarla un poco. Es cierto. Volvamos a la idea de que el sentimiento de injusticia y la perspectiva de resistencia se construyen: ¿qué construyó el kirchnerismo en 2016 y los primeros meses de 2017? Una especie de inevitabilidad del presente, matizada con espera para una “contraofensiva” en el futuro (léase, en las elecciones de 2017). Y lo hizo a contracorriente de la disposición de miles a la resistencia activa,

como lo mostraron las manifestaciones masivas, uno de cuyos puntos más álgido fue la secuencia de marzo-abril de este año y el “poné la fecha” coreado a la cúpula de la CGT1. La política de pasividad que adoptó el kirchnerismo no fue cara solo a sí mismo, sino también a la configuración de un estado de ánimo a nivel de masas, estado que fue de espera y no de resistencia. A eso se suma el hecho de ser una fracción de un peronismo que apostó abiertamente a la gobernabilidad, eufemismo con el que legitimó la política de ajuste del 2016 a través de dos columnas: el Congreso y los sindicatos. Ni los gremios afines al kirchnerismo hicieron la diferencia, sino más bien se colocaron como ala verbalmente disconforme de una burocracia que se volvió colaboracionista en apenas meses. Ni los gobernadores del kirchnerismo (como Santa Cruz) se pararon de manos contra el ajuste, sino que fueron sus aplicadores en los territorios controlados por ellos. Mientras los diputados hablaban de los senadores traidores, en varios distritos del país se armaron listas comunes entre los leales y los “otros”. ¿Por qué los votantes deberían enfrentar al macrismo más enérgicamente, si el principal partido de la oposición jugaba como engranaje fundamental para la aprobación de las leyes que necesitaba el oficialismo?

Liderazgo y sujeto Ahora bien, suponer que los sentimientos de injusticia se construyen solo en el corto plazo (que es el tiempo de lo electoral), es darle demasiada inmediatez a la política y a los cambios de conciencia. Las construcciones »


4 |

POLÍTICA

que tanto el gobierno como el principal partido de la oposición hicieron para el triunfo de Cambiemos están cruzadas por una variable de más largo plazo: la crisis de los partidos políticos gestada en los ‘90 y que estalló en 2001. El histórico campo de representación radical viene recomponiéndose parcialmente a través de Cambiemos, aunque expulsando su sector de centroizquierda (que fue regalado al kirchnerismo o completamente desorientado, como el caso de Donda y Stolbizer, que acompañaron la caída de Massa). Allí se observa el clásico pensamiento gorila con pinceladas de republicanismo. Pero en Cambiemos también se expresa otra vertiente del pensamiento conservador que comparten con gran parte del aparato peronista, el que históricamente representaron los gobernadores y los sindicalistas: antizurdo, antidemocrático, antijuventud (y sus raros peinados nuevos), y ni hablar de la liberación de la mujer o de las minorías sexuales (parte del voto que Cambiemos le arrebató a Massa). En síntesis, Cambiemos se alimenta de una combinación del pensamiento conservador gorila y, en menor medida, peronista. Para el radicalismo, que venía herido de muerte con el helicóptero, eso ofrece la posibilidad de reinventarse como partenaire muchas veces despreciado de la coalición gobernante. Para el peronismo, que no se enfrentó a una “crisis catastrófica” pero venía perdiendo progresivamente parte de la base social debido al sin salida del proyecto kirchnerista, implicó una dispersión que hizo perder la madre de todas las batallas (si se sumaran los votos de Cristina con los de Massa y Randazzo, el “peronismo” ganaba la Provincia de Buenos Aires) y profundizó el problema del liderazgo del movimiento. Pareciera que ese problema es difícil de saldar en el corto plazo (2019) debido a que el ala cristinista, a pesar del 37 % de los votos en Provincia de Buenos Aires, se encuentra muy golpeada y no puede sino llamar discursivamente a una “oposición en serio”, a riesgo de desaparecer; y el ala de gobernadores-intendentes se debate entre seguir la fórmula de la derrota de ser un “peronismo macrista” (que hundió a Schiaretti, a Urtubey y al propio Massa) y hacer algún tipo de oposición para no ser fagocitado por la “ola amarilla”. La burocracia sindical no hace más que reafirmar su apuesta por mantener los recursos propios a costa de la pérdida de derechos de los trabajadores, mostrando que eso nunca fue progresivo aunque en momentos de vacas gordas quiso hacerse pasar así. O sea, el cristinismo no tiene fuerza material para hegemonizar el peronismo, sino como mucho para quedar como una minoría de centroizquierda con apoyo en la CTA y algunos movimientos sociales. Y la no oposición que han venido sosteniendo los gobernadores-intendentes les enajena el 35 % de los votos en Buenos Aires (además de carecer de figuras atractivas). Pero esta crisis de liderazgo sería ingenuo pensarla por fuera de la crisis de sujeto que

tiene el peronismo. Eso que Levistky analiza como el pasaje del partido sindical al clientelar, produce una identidad entre “partido de los sectores populares” y “partido del Estado”. ¿Por qué sería mejor un puntero peronista gestado en la Unidad Básica que un puntero macrista gestado en una ONG a la hora de repartir asignaciones o gestionar créditos Argenta? La política de los pobres, como política de desclasamiento de los trabajadores pauperizados y precarizados, no tiene patria. Su criterio de validez es la eficacia (criterio del que el macrismo abusa discursivamente pero que quizás también sabe ejercer en esos meandros). Algunos lo llaman “peronización” del macrismo. También podría mirarse como una onguización del peronismo. Como analizaban Morresi y Vommaro en Mundo Pro, el PRO no solo cuenta con CEO, sino también gestores de la pobreza formados en las ONG y la iglesia.

Vino para quedarse En este panorama las elecciones de FIT resultan particularmente interesantes. Veamos primero los números y luego las razones (o algunas de ellas). La coalición trotskista sacó casi 1.200.000 votos y tuvo una presencia en 22 distritos electorales, es decir, es una fuerza nacional. En Provincia de Buenos Aires (40 % del padrón electoral) superó por 50.000 la mejor elección hecha por el FIT, allá en 2013; y logró, por primera vez para un frente de la izquierda extrema, el ingreso de dos diputados nacionales con la lista encabezada por Nicolás Del Caño. En una elección sumamente polarizada, en la que las avenidas del medio quedaron reducidas a callejones sin salida, los números del FIT muestran la perspectiva de consolidación de una minoría de izquierda en un territorio históricamente peronista, hoy disputado por el partido del Estado. De hecho, en la categoría de diputados el FIT se impone a la lista de Randazzo en casi toda la provincia, y en la categoría de senadores le gana en todo el territorio del conurbano. En la CABA, distrito en el que Carrió sacó más del 50 % pese a las aberraciones dichas sobre Santiago Maldonado, el FIT hizo también la mejor elección de su historia, Para la Legislatura porteña, la lista encabezada por Myriam Bregman obtuvo casi el 7 % de los votos, mientras que Marcelo Ramal estuvo muy cerca de ingresar como diputado nacional con casi el 6 % de los votos. La gran «sorpresa» de esta elección para la izquierda fue Jujuy, donde Alejandro Vilca se constituyó en verdadero fenómeno de masas, logrando sacar más del 25 % en la capital y superando el peronismo, y un 18 % en toda la provincia, a muy pocos votos de obtener un diputado nacional. En Ledesma, tierra de Blaquier y sus apagones, tras denunciar fraude y lograr una movilización en defensa de los votos del FIT, la fórmula de izquierda obtuvo casi el 20 % posicionándose como primera fuerza por arriba de la UCR y Unidad Ciudadana.

Pero más allá de los porcentajes, en una provincia dominada por los contrastes de clase y de piel, el fenómeno reside en que Vilca es un trabajador recolector de basura de origen kolla que concita la adhesión de múltiples sectores de la Jujuy explotada y oprimida. En Mendoza, pese a no haber logrado mantener la banca nacional, el FIT se consolidó como una fuerza sólida cercana al 12 %, incluso compitiendo con el surgimiento abrupto de una lista populista de derecha como es «Protectora», que sacó cerca del 18 % de los votos. Los 125.000 votos obtenidos en la provincia consolidaron el espacio abierto por Del Caño hace cuatro años, y posibilitaron la conquista de un senador y un diputado provincial, más cuatro concejales. Para cualquier escéptico, esto rebate la idea de la anomalía mendocina como un fenómeno pasajero. En Salta, el FIT obtuvo cerca del 8 % y, aunque esto significa un retroceso respecto de la elección de 2013, permitió obtener un diputado provincial y dos concejales. En Neuquén, por primera vez el FIT conquistó una concejalía en la capital que se suma a las bancas que ya había conquistado en 2015 y que culminan en el 2019. Y en Santa Cruz, pese a la muy buena elección del 10 %, no se logró ninguna banca. En resumen, el FIT se configura como fuerza política nacional persistente y relativamente dinámica en Jujuy, Provincia de Buenos Aires y CABA, distritos en los que aumentó su caudal de votos; manteniendo una fuerte influencia en Mendoza y Neuquén, y en menor medida en Salta y Santa Cruz. Lo primero que hay que destacar de estos resultados es que, en sentido contrario a la mayoría de las otras fuerzas por fuera de la polarización, el FIT sumó votos entre las PASO y las generales. Un 30 % a nivel nacional, y un llamativo 46 % en Provincia de Buenos Aires. Ese dato muestra una doble dinámica: por una parte, una persistencia del FIT como opción “que tiene que estar” para un sector de los votantes (tanto aquellos que lo votan como primera opción como para quienes lo eligen en segundo lugar), pero también habla del posicionamiento político del FIT, a través de sus principales candidatos, en la coyuntura que se desarrolló entre las PASO y las generales, signada por la desaparición forzada de Santiago Maldonado, la lucha en las calles contra el encubrimiento del gobierno y la lucha política contra su utilización oportunista. Como dijo Myriam Bregman en el programa de la mejor conductora radial del país, “nosotros denunciamos la desaparición de Jorge Julio López ante un Aníbal Fernández que decía que podía estar en la casa de su tía”. Lo mismo podría decirse de Luciano Arruga, pero también de las luchas obreras, de las mujeres, etc. La coyuntura política de los últimos meses puso de manifiesto un lugar que el FIT viene construyendo hace varios años: el de su independencia política que le permitió, durante los 12 años de kirchnerismo, ser la izquierda que perforó la pared a fuerza de denunciar el Proyecto X, los


I dZ Noviembre

| 5

Ilustración: Gloria Grinberg

gendarmes caranchos, el matonazgo de la burocracia sindical aliada estratégica de Cristina, la consolidación de un “capitalismo de amigos” de la mano de los hoy son denunciados por corrupción pero cuya conducta está en el ADN de la inefable burguesía que acumula, no por mérito, sino por sus negocios con el Estado (así sea que lo guarde en bolsos o en cuentas off shore que luego tu hermano te permite blanquear). Ese lugar de independencia es una de las primeras razones que explican el desempeño electoral del FIT. A eso se agrega las crisis de la centroizquierda y del peronismo que mencionamos más arriba, que arman coyunturas en las que la competencia electoral (modo clásico en el que el sistema de partidos ventila la relación entre casta política y sectores de poder) se ve obstruida. Si uno mira provincias tan disímiles como Jujuy y Mendoza, encuentra que en ambos casos se destaca la crisis del peronismo a nivel provincial, que ya había comenzado en 2013 pero que pegó un salto en el último año. Sobre esa crisis se construye el crecimiento en Jujuy y la consolidación en Mendoza. En segundo lugar, hay que mirar la contradicción del exceso de relato del kirchnerismo durante los dos años de gobierno de Macri. Como ya había pasado en el gobierno del Estado (pero allí los recursos son muchos y billetera mata galán), la verborragia cristinista produce excesos que, en ciertas coyunturas, se vuelven evidentes. El brutal desalojo de las obreras y obreros de PepsiCo antes de las PASO, y la propia desaparición de Santiago Maldonado, pusieron sobre la mesa la relación entre el discurso y la acción de dirigentes como Nicolás

Del Caño y Myriam Bregman, cuyo slogan de campaña no es el principio y fin de una táctica electoral sino la encarnación de una práctica. Aunque la idea de resistencia intentó ser apropiada por el kirchnerismo al grito de “vamos a volver”, la práctica de esa resistencia tuvo el cuerpo y la cara de los zurdos. Práctica para la cual, las luchas durante el período kirchnerista, forjaron no solo un carácter sino una moral ante el doble discurso que hoy ejerce impúdicamente el macrismo. Por último, y en la misma escala de la crisis del peronismo como crisis de sujeto, el FIT se configuró como la coalición por la independencia de clase que expresa, en el terreno electoral, a una fracción de los distintos movimientos de lucha que han surgido en Argentina. Dentro del movimiento obrero, al sindicalismo de base y de izquierda que no se amoldó a la precarización laboral como saldo ineluctable de los ‘90 sino que luchó contra ella y por ello, contra la burocracia sindical. Dentro del movimiento de los DD. HH., al ala que enfrentó la estatización y encarnó la lucha contra Milani y las actuales violaciones a los Derechos Humanos como parte del legado del Estado que desapareció a los 30.000. Dentro del movimiento de mujeres, al sector que luchó por los derechos democráticos como la decisión sobre el propio cuerpo, pero también por la visibilización de las mujeres obreras y su doble opresión de clase y de género. Eso se combina con un voto que proviene de fracciones de trabajadores asalariados signadas por su carácter de víctimas de los peores trabajos y la frecuente imposibilidad de terminar con sus estudios. La fracción del voto peronista (y

kirchnerista en particular) que está compuesta por trabajadores asalariados, muchos de ellos sindicalizados, está hoy atacada por la reforma laboral anunciada por el macrismo y es un terreno clave que disputamos desde la izquierda, donde una minoría ya viene apoyando al FIT. Estos sectores son parte de la base social que el FIT representa a nivel electoral, y que tienen como característica primordial (aunque no excluyente) una composición generacional joven. Y puede hacerlo por su inserción militante. He allí una clave del FIT y también lo que es necesario profundizar. Esto es así por dos motivos: a nivel electoral, porque buena parte de su capital está construido sobre la base del “estar donde hay que estar”, pero no en modelo foto de campaña, sino en el de la militancia cotidiana que abre las puertas de las construcciones colectivas, de la confianza política y de la lucha ideológica por configurar (en las fábricas, las rutas, las escuelas, las universidades) un horizonte socialista; a nivel político-estratégico, porque un horizonte socialista como alternativa radical a la miseria, también radical, que las obscenidades políticas, sociales y también morales en esta campaña expresaron, no es siquiera pensable sin una fuerza política de decenas de miles, con capacidad de dirección en fracciones del movimiento de masas, capaz de transformar ese malestar con la política “tradicional” en sentimiento de injusticia, en necesidad de militancia y en voluntad de jugar un papel de liderazgo en la lucha de los trabajadores por terminar con la explotación y toda forma de opresión. 1. Véase “Lo que esconden las calles”, IdZ 37.


6 |

POLÍTICA

La muerte de Santiago, un crimen de Estado Con la aparición del cuerpo sin vida de Santiago Maldonado después de más de dos meses de su desaparición durante el operativo de Gendarmería en territorio mapuche, el caso sigue en el centro de la escena nacional. Aunque el gobierno y los principales medios operan para diluir la responsabilidad del Estado, esta resulta irrebatible. Escriben Myriam Bregman y Gloria Pagés, y entrevistamos a Roberto Gargarella.

Ilustración: Gloria Grinberg

Myriam Bregman Abogada referente del CeProDH, legisladora electa CABA. Gloria Pagés CeProDH, querellante en juicios de lesa humanidad. Nuevamente la desaparición de personas y la posterior aparición de un cuerpo aún sin mayores explicaciones recorren el debate político en Argentina. Santiago Maldonado estuvo 78 días desaparecido y luego se lo encontró muerto en el lugar donde había sido visto por última vez, pese a que el Gobierno había llegado a negar la presencia del joven allí. La desaparición es uno de los métodos que las fuerzas de seguridad utilizan como forma de ocultamiento de un crimen, así como para generar un especial terror entre quienes rodean al desaparecido. Más allá

de la calificación que tenga finalmente el hecho, la Gendarmería y Patricia Bullrich siempre supieron el destino de Santiago, que estuvo en la protesta social que ellos reprimieron, pero plantaron pistas falsas hasta el infinito, dejando en vilo a toda una sociedad que se movilizó por su aparición. El Estado y Gendarmería (GNA) son los responsables de negar su destino durante todo el tiempo en que estuvo desaparecido, y también de su muerte. Hablamos de responsabilidad estatal y no solamente gubernamental porque el juez


I dZ Noviembre

Guido Otranto y la fiscal Silvina Ávila fueron la cobertura de impunidad necesaria, los que habilitaron el plan para desviar la búsqueda de Santiago y de las responsabilidades por su desaparición. Es claro que Santiago Maldonado participaba de una protesta con la comunidad mapuche en la ruta 40 y fue víctima de una planificada y salvaje represión, ejecutada bajo las órdenes políticas de funcionarios nacionales como Patricia Bullrich y Pablo Noceti. En ese marco llegó al río. No estaba paseando, no estaba pescando, no dio un mal paso y se cayó. No. Santiago llegó al río perseguido, huyendo, y desapareció. Su muerte no fue accidental, fue conducido a ella por un operativo de más de 100 gendarmes, 50 de los cuales ingresaron al territorio mapuche de forma absolutamente ilegal, con camionetas y un camión de la fuerza. Llegó perseguido a poca distancia por un pelotón de entre diez y doce gendarmes que corrió alocado, armado con escopetas y disparando hacia el río, llegando hasta su orilla con la orden expresa de detener manifestantes. Algunos, incluso, ingresaron a la Pu Lof con armas 9 mm. El subalférez Echazú fue herido y, sin embargo, aparece riéndose con sarcasmo. Varios gendarmes se alejaron de la zona y regresaron a sus bases en la madrugada del 2 de agosto. Los peritajes de las camionetas señalan que fueron lavadas previamente. Una Eurocargo aparece en fotos con parte de la lona mojada. Sin embargo, ni la fiscal ni los jueces del caso profundizaron sobre los alcances de ese accionar y las fuertes contradicciones entre las declaraciones de los jefes y gendarmes. Todo esto no pudo haberse realizado sin la orden del comandante Juan Pablo Escola, que nunca dejó de estar en contacto con su superior, Diego Balari, y el funcionario de Seguridad Pablo Noceti. La anuencia, la complicidad y el encubrimiento adquieren ribetes escandalosos: Gonzalo Cané, que ostenta el título de secretario de Cooperación con los poderes judiciales, ministerios públicos y legislaturas del Ministerio de Seguridad, dijo a los medios que las “camionetas se lavaron porque cuando se va a entregar la camioneta se la tiene que entregar limpia, hay un reglamento; la Gendarmería debe cumplir el reglamento”. Insólito. Cané se instaló en Esquel y coordinó personalmente la presentación de los testimonios de los gendarmes y las operaciones mediáticas que se iniciaron desde el primer día. Por si le faltara algo al Ministerio de Seguridad, Cané fue el operador del espionaje ilegal a la familia Maldonado.

No hubo errores ni excesos de cuyas consecuencias el Gobierno sea víctima, como queda demostrado por su accionar posterior. Con todas esas pruebas sobre su mesa, la ministra Bullrich exclamó: “No voy a hacer la injusticia de querer tirar a un gendarme por la ventana y echarle la responsabilidad. Me la banco yo”. Y esto es así porque decidieron políticamente que lo mejor que podían hacer era reivindicar aquel violento operativo contra la comunidad mapuche en que quemaron sus pertenencias, robaron sus cosas y reprimieron bestialmente. Porque “necesitamos a la Gendarmería para los planes que tiene este Gobierno”, dijo Bullrich. Porque consideran necesario sembrar el temor en la población y que nadie proteste ni se oponga a sus planes de ajuste y entrega. Por eso no es casualidad que a partir de la desaparición de Santiago se hayan tornado habituales las detenciones después de cada movilización en reclamo por su aparición. Incluso se hizo costumbre la provocación policial. Porque también quieren atemorizar. Que no hubo errores y excesos se demuestra también al repasar cómo se preparó ese operativo represivo a la comunidad de Cushamen. Previamente, Pablo Noceti reunió a todas las fuerzas represivas de la región en Bariloche y dijo: “Que sepan [los miembros de la comunidad mapuche] que van a quedar todos presos”, “vamos a detener a todos y cada uno de los miembros de la RAM”. Así arengó a su tropa, que al día siguiente desplegó su saña contra la comunidad mapuche y llevó a Santiago a la muerte. “Les dimos corchazos para que tengan”, “tenemos a uno”, “que los chicos ejecutaron disparos, ejecutaron disparos”, y varias declaraciones en el mismo sentido, constan en la causa y expresan el odio y la impunidad con la que fueron a reprimir, terminando con la vida de joven. Noceti fue alentado por la Sociedad Rural de la región. Esa entidad ya participó de dos genocidios: el primero, el que se llevó a cabo para fundar el Estado-nación argentino; y el segundo en los años ‘70. ¿Por qué, con esa trayectoria, iban a soportar que se recuperen las tierras de su amigo Benetton? Sin errores ni excesos. Preparados para cualquier cosa. ¿Cómo no van a defender a Gendarmería? ¿Cómo van a “tirar a un gendarme por la ventana”? ¿Por qué mejor no decir que Santiago Maldonado tenía relación con una organización terrorista y aprovechar la excusa para incrementar la represión interna? Eso es lo que hicieron. La mayor exponente de esa política fue la diputada Elisa Carrió

| 7

cuando, en debate con Marcelo Ramal, candidato del FIT, le dijo que ella estaba investigando porque Santiago “podía estar en Chile con la RAM”, con los “terroristas”… Hablamos de “crimen de Estado” no solo por las características del hecho mismo, sino por el marco discursivo y mediático que lo rodea. “Ningún crimen de Estado se comete sin ensayar un discurso justificante”, señala Eugenio Zaffaroni, y agrega que “la negación de la víctima es la técnica de neutralización más usual en los crímenes de Estado”. En su trabajo “El crimen de Estado como objeto de la criminología”1 señala que la negación, el empañamiento de la realidad y la erradicación de los restos y vestigios de la absoluta verdad son parte integral del crimen perpetrado por el Estado. Da cuenta también de cómo los medios de comunicación, voceros estatales, naturalizan un determinado uso del lenguaje para neutralizar el crimen. Se instala entonces un discurso legitimador del accionar, en este caso de la GNA. Como el crimen cometido, el discurso se planifica y reviste la misma peligrosidad: así buscan evitar la responsabilidad de los agentes que participaron en la desaparición y muerte y, además, se busca instalar nuevos valores legitimadores de un mayor nivel de represión contra los que detecta como enemigos. Así fue que el Gobierno de Cambiemos dio órdenes precisas –y sigue brindando información de la causa o de inteligencia muchas veces falsos– a sus medios de comunicación afines para que cada vez que se hablara de esa comunidad mapuche perseguida con la cual Santiago se solidarizó, se la mencione como parte de una red terrorista. Sembrar pistas falsas, demonizar a la víctima y a su familia, a los organismos de derechos humanos y pretender configurar a un “enemigo” en la figura de los mapuches forman parte del manual para encubrir un crimen estatal. En este caso, la desaparición y muerte de Santiago. Desde el Gobierno abrieron una nueva etapa que nos hace estar alertas. Ahora el nuevo ministro de Defensa, Oscar “el Milico” Aguad, prepara la modificación del decreto por el cual el expresidente Néstor Kirchner reglamentó la Ley de Defensa para ahora autorizar a las Fuerzas Armadas a que intervengan en la represión del terrorismo. ¿Casualidad? No lo creemos: órdenes del amo del Norte.

La práctica de las fuerzas de seguridad Un enorme aparato mediático se está desplegando para instalar la idea de que Santiago simplemente “se ahogó”. Con la precariedad


8 |

POLÍTICA

que tiene todo lo que digamos atento a que aún la causa se encuentra en plena etapa de pericias, siendo prácticamente imposible hacer aseveraciones contundentes, veamos algunos ejemplos que demuestran cómo la causa final de muerte de una persona víctima del accionar de las fuerzas de seguridad de ningún modo explica la mecánica ni el motivo de la misma. Y cómo, en gran parte de los casos ocurridos durante los Gobiernos constitucionales posteriores a la dictadura cívicomilitar, esos mecanismos de neutralización de responsabilidades para proteger a los agentes del Estado han sido muy utilizados. “Se ahogó, lo chocó un auto, murió por inanición…”, entre tantas otras viles excusas. Los jóvenes Iván Torres, Miguel Bru, Luciano Arruga, Ezequiel Demonty, Sebastián Bordón, Franco Casco, por nombrar solo algunos de los casos más escandalosos, fueron víctimas de la brutal metodología policial con la que ejercen un control social sanguinario contra la juventud pobre. El 2 de octubre de 2003 la Policía de Comodoro Rivadavia levantó a Iván Torres Millacura de la puerta de la heladería en la que se encontraba con amigos. Desde ese día se encuentra desaparecido. Trabajaba como albañil y sufría de manera permanente el hostigamiento de la Policía de Chubut: simulacros de fusilamiento, acusaciones falsas y aprietes que su madre ya había denunciado, hasta que fue secuestrado y nunca más se supo de él. Lo que sí se supo por testigos que estuvieron con Iván es que fue brutalmente torturado. Su madre inició una lucha incansable, sufriendo todo tipo de amenazas y persecución policial. Al menos 6 testigos fueron asesinados hasta llegar a la instancia de juicio oral, que terminó en julio de 2016 con las condenas del comisario Tillería y el oficial Chemín a 15 y 12 años de prisión, respectivamente, como partícipes necesarios de la desaparición forzada de Iván. Su caso es el que obligó al Estado argentino a tipificar la desaparición forzada en el Código Penal –artículo 142 ter–. Miguel Bru era estudiante de periodismo. El 17 de agosto de 1993 fue detenido en la Comisaría 9ª de La Plata, y testigos relataron que fue torturado hasta la muerte con la práctica denominada del submarino seco, también usada en la dictadura. El cuerpo al día de hoy sigue sin aparecer. Rosa, su madre, sigue reclamando justicia.

Ezequiel Demonty, de 19 años, fue secuestrado por la Policía Federal junto a sus amigos en el Barrio Illia la madrugada del 14 de septiembre de 2002. Ocho días estuvo desaparecido. Murió ahogado en las aguas pestilentes del Riachuelo luego de haber sido torturado y obligado a meterse al río, siendo que no sabía nadar. El cuerpo apareció en la orilla varios días después. “Nadá o te pego un tiro en la cabeza. Ahora vas a aprender a nadar, negro de mierda”, le decían mientras uno de los policías le apuntaba con su arma. La lucha de sus familiares y amigos dio con la verdad y la condena a los hombres de la Federal. Luciano Arruga, hostigado por policías tras haberse negado a robar para ellos, tras 5 años desaparecido fue encontrado en el cementerio de la Chacarita. Había muerto atropellado en la Av. Gral. Paz mientras huía de la Policía. “No cambió nuestra denuncia sobre el accionar de la Bonaerense. Luciano no cruzó por motu proprio la Gral. Paz esa madrugada”, señaló su hermana Vanesa Orieta. Sebastián Bordón fue víctima de golpes y torturas por parte de la Policía mendocina, en la comisaría de El Nihuil, durante su viaje de egresados. Luego de la salvaje golpiza, lo dejaron abandonado cerca de una barranca del río Atuel. Sebastián murió de hambre y sed. Franco Casco viajó a Rosario a visitar a su tío. La noche del 6 de octubre de 2014 Franco tenía que tomar el tren que lo traía a Buenos Aires. Nunca llegó porque personal de la Comisaría 7ª lo secuestró. Su cuerpo apareció a los pocos días, flotando en el río Paraná. Con ese mensaje macabro, la Policía santafesina pretendió borrar los golpes, las torturas y la desaparición forzada de Franco. Fueron 23 días de calvario para la familia del joven de 20 años, en los que tuvieron que soportar las humillaciones del Poder Judicial, la Policía y el Estado, todos responsables de la desaparición y muerte de Franco. Julio López, sobreviviente de la dictadura, fue querellante en el juicio contra Miguel Etchecolatz. Desapareció el 18 de septiembre de 2006. Se intentó presentarlo como una persona perdida, que podía estar en cualquier lado, “en la casa de la tía”, llegó a decir Aníbal Fernández. Pero no: fue secuestrado a manos de una patota de represores con lazos con la Bonaerense. A 11 años de su desaparición seguimos luchando por saber qué pasó y por el castigo a los culpables.

La Tablada. Bajo el Gobierno de Raúl Alfonsín, a fines de enero de 1989, un grupo de militantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP) intentó un copamiento al Regimiento de Infantería Mecanizada III de La Tablada (Buenos Aires). El intento fue reprimido de manera sanguinaria. El cerco tendido por dos mil efectivos de las fuerzas de seguridad permitió la represión a sangre y fuego durante 36 horas, llegando incluso a utilizar bombas de fósforo, prohibidas por convenciones internacionales. El combate dejó un saldo de 33 militantes, 7 miembros del Ejército y 2 policías muertos. Entre los militantes del MTP, Berta Calvo y Pablo Ramos fueron fusilados con tiros a quemarropa. Pero también hubo cuatro desaparecidos: Iván Ruiz, José Díaz, Carlos Samojedny y Francisco Provenzano. Ruiz y Díaz fueron capturados con vida, según pudo reconstruirse gracias a registros fotográficos, fílmicos y testimonios de vecinos. Fueron torturados y desaparecidos. El general Alfredo Manuel Arrillaga, que comandó el operativo, tuvo 3 condenas por crímenes de lesa humanidad cometidos en Mar del Plata en la llamada Noche de las Corbatas. El mayor Jorge Eduardo Varando, señalado por los fusilamientos de Iván Ruiz y José Díaz, también actuó en la represión del 19 y 20 de diciembre de 2001: allí asesinó al manifestante Gustavo Benedetto. Ya en 1997 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) había emitido un informe en el que hacía referencia a las violaciones a los derechos humanos que se cometieron en el cuartel y consideraba al Estado responsable por estas. Si se ahogó, ¿para qué espiaron a la familia? El enorme sistema de espionaje desplegado contra la familia Maldonado y todos los que se involucraron en el caso demuestra que el Gobierno tenía mucho que perder si la verdad de los hechos salía a la luz. Es impensado que se realice semejante accionar delictivo, que involucra decenas de agentes y despliegue por varias provincias, sin el temor al hallazgo de evidencia que perjudique a la Gendarmería o al Gobierno. Más grave aún es que este espionaje fue realizado por la propia fuerza involucrada en la desaparición. Y que todo lo hicieron ante los ojos de la Justicia, que no tomó una sola medida para impedirlo.


I dZ Noviembre

La familia de Santiago, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y todos los que participamos de la búsqueda de Santiago somos espiados rigurosamente. Por eso presentamos una denuncia penal en la causa conocida como “Proyecto X”, donde se investiga este sistema ilegal de espionaje con que cuenta la Gendarmería, a través de sus Centros de Reunión de Información (CRI) y otros mecanismos. Acercamos documentación que prueba que Gonzalo Cané, funcionario enviado por Patricia Bullrich a Esquel, se presentó en causas judiciales que existen a partir de la desaparición de Santiago y, argumentando mantener “el secreto y la confidencialidad que requiere la información concerniente a la seguridad interior”, pidió limitar la inspección de

| 9

A modo de colofón

estatal en ello, nunca fue abandonada por las Fuerzas Armadas y de seguridad. Hoy tratan nuevamente de tapar el sol con la mano, poniendo miles de trabas, montando operaciones, e incluso un poderoso aparato de inteligencia y espionaje, para que no conozcamos qué pasó con Santiago Maldonado. Su familia se ha puesto a la cabeza de la pelea y ha desatado una enorme solidaridad en todo el país. Por Santiago, por todos los desaparecidos bajo gobiernos constitucionales, porque las víctimas siempre las pone el pueblo, los que luchan y reclaman, no vamos a bajar los brazos.

Los casos que relatamos son muy diferentes; los contextos políticos también. Pero lo que queda claro es que esa práctica de desaparición forzada y/o ocultamiento en gran escala de un crimen, involucrando a todo el aparato

1. En Sebastián Alejandro Rey y Marcos Filardi (coordinadores), Derechos Humanos. Reflexiones desde el Sur, Buenos Aires, Infojus, 2012, pp. 1-18.

celulares, computadoras y otros dispositivos secuestrados a integrantes de la Gendarmería, muy temeroso de que saliera a la luz el espionaje realizado. La pretensión del Gobierno y la Gendarmería era que no trascendiera lo que finalmente salió a la luz en la investigación: que existieron tareas de inteligencia ilegal por parte de la Gendarmería sobre la familia de Santiago Maldonado, la comunidad mapuche y los organismos de derechos humanos.

Entrevista a Roberto Gargarella

“Lo de Maldonado reedita la ruptura del consenso del Nunca Más” IdZ: Aún sin saber el causal de la muerte de Santiago Maldonado (debido a los tiempos que exigen las pericias), sí tenemos certeza de que la misma ocurrió a partir de la represión de Gendarmería Nacional. ¿Qué responsabilidades se podrían asignar a esta por la muerte de Santiago Maldonado? Esta pregunta me parece fundamental, y la respuesta que debemos darle es independiente de las novedades que se sucedan en los próximos días, lo que revele la autopsia o lo que den a conocer nuevas investigaciones periodísticas. La cuestión es que el gobierno ya carga sobre sus espaldas con una enorme responsabilidad frente a lo acontecido –frente a lo que ya sabemos que ha acontecido–. Es una responsabilidad que debe pagar, primero, jurídicamente, por haber llevado adelante un operativo ilegal destinado a sobreactuar su capacidad para imponer orden, disciplinando a comunidades indígenas (que sigue intentando estigmatizar), en defensa de una distribución de la propiedad cuestionada (entre otras razones, a partir de fundamentos con base en la Constitución). No leo lo hecho por el gobierno en clave conspirativa: creo que este gobierno tiene, entre sus objetivos de largo plazo, el de sentar las bases para el aprovechamiento económico de los recursos naturales de la región, amenazados en la época por los reclamos y derechos constitucionales propios de las comunidades locales. Se trata de un objetivo a favor del cual el kirchnerismo dio el primer y más grave –imperdonable– paso, al aprobar una ley antiterrorista destinada a dar un nuevo marco legal a acciones represivas del tipo que en Chile o en Ecuador se vienen desarrollando desde hace años, contra

comunidades indígenas, en materia extractivista, a partir de la misma base legal. El gobierno debe pagar sus faltas, además, políticamente. Ello así, por ejemplo, a través de la renuncia o el desplazamiento de algunos de los funcionarios involucrados –incluyendo a la Ministra de Seguridad, que se desempeñó pésimamente desde el primer instante de lo acontecido, buscando encubrir antes que descubrir los trágicos hechos y sus causas–. Así, por haber llevado adelante un procedimiento represivo ilegal, irregular y violento; por no haber contribuido desde un comienzo a la investigación y esclarecimiento del caso (todo lo contrario); por no haber sabido acompañar a la familia de Maldonado en su dolor; y por una cuestión de fondo también central: el gobierno viene demostrando su más seria incapacidad en materia de derechos humanos. Amparado en el –también imperdonable– uso político que hiciera de la misma materia el gobierno anterior, el elenco de gobierno auto-justifica su desdén, su incomodidad, su lejanía y la relativa hostilidad con que se mueve en el área. Esa falencia es particularmente grave en el contexto argentino, en el que –más allá de las divisiones irreparables que existen– el tema de los derechos humanos encuentra un respaldo social extraordinario (notablemente, en vinculación con todo lo que nos retrotraiga directamente a la dictadura, como torturas, desapariciones forzadas, beneficio a los militares, etc.), muy diferente del que puede encontrarse, por ejemplo, en otros países de la región. IdZ: ¿Cómo ves el uso, en funcionarios como Noceti, de la figura del delito de

flagrancia aplicado a situaciones de reclamos sociales? Se trata de otro de los problemas centrales en todo este caso. La referida responsabilidad del gobierno tiene que ver con una acción que llevó a cabo con el objeto –entre otros, pero decisivo– de poner fin al uso de los protocolos existentes en materia de protesta –una tarea que se comenzó a esbozar en el marco de la Ciudad de Buenos Aires–. Por ello, la presencia de Noceti en el lugar no fue inocente: su objetivo era el de inaugurar un nuevo paradigma de acción para los casos de protesta social –un paradigma de acción basado en la idea de flagrancia, esto es, en la idea de que la fuerza coercitiva del Estado puede actuar sin necesidad de una previa orden judicial–. Según entiendo, la idea era poner en marcha este nuevo mecanismo, en un caso aparentemente más fácil, según dicen, para luego poder usar al mismo en otros casos políticamente más complicados, como podría serlo el de Vaca Muerta. Lo que digo también implica rechazar otra idea en boga, como la que algunos organismos quisieron impulsar en torno a la “desaparición forzada”. Creo que el gobierno –con una lógica que la Corte Suprema ha utilizado también– pensaba instalar frente a un supuesto “caso fácil” (unos pocos mapuches cortando una ruta no transitada) una modalidad represiva nueva, a aplicar luego en los “casos difíciles”. El gobierno no quería la “desaparición forzada” (no le interesa porque no le conviene), sino detener en flagrancia a algunos mapuches, para aleccionar a futuros revoltosos (quizás mapuches) en los “casos difíciles” por venir.


10 |

POLÍTICA

IdZ: Una periodista de un medio oficialista afirmó que la muerte de Maldonado era “una pena”, pero que habría sido evitable si no se hubiera cometido “el delito federal de cortar la ruta”… ¿Qué perspectivas ves respecto al derecho a la protesta luego del caso Maldonado? ¿Esto significa un cambio en la política de Estado? Y si es así, ¿cuáles serían ahora las atribuciones de las fuerzas represivas? Es lo que decía sobre la respuesta anterior: el intento fue el inaugurar un nuevo paradigma represivo, pero el intento terminó con estas planificaciones oscuras –como suele ocurrir– demasiado mal. ¿Qué va a pasar en el futuro? No es claro, pero sugiero dos ideas. Por un lado, absolutamente todas las señales que ha dado el gobierno en materia de protesta en particular (y derechos humanos en general) son malas. Creo, por tanto, que va a reintentar por otros medios volver al camino procurado, esto es, (sobre)actuar su capacidad para imponer orden; desalentar y combatir la protesta social; recortar las posibilidades de la política en las calles; atemorizar a quienes protestan; etc. Ahora bien, otra vez, contra lo que muchos piensan, yo no creo que el gobierno sea un gobierno de tontos y obstinados, como terminó siéndolo el kirchnerismo. Quiero decir, no se trata de un gobierno que prefiere primero reprimir o desaparecer, como si estuviera en su ADN. La primera preferencia del gobierno, no es reprimir sino preservarse en el poder, y se muestra despierto y lúcido para hacerlo. Por lo tanto, supongo que el gobierno sabrá tomar nota del escándalo acontecido, retrocederá, y buscará por otro camino. Recuerden el caso de las “pistolas taser” en la Ciudad, que para mí es muy gráfico de lo que es macrismo. Se trató de una iniciativa horrenda, vinculada con el modo de pensar habitual e inercial del núcleo duro del gobierno. Sin embargo, y frente al escándalo suscitado, la iniciativa desapareció de las prioridades del gobierno de la Ciudad. Quiero decir: estamos frente a un gobierno que no tiene ningún compromiso serio con los derechos humanos, que está animado por iniciativas muchas veces horrendas, pero que no es tonto, y es capaz de retroceder. Bueno, a eso le llamamos política democrática: por miedo, porque no se lo permiten, porque teme perder la próxima elección, o mascullando bronca, a veces los gobiernos dejan de hacer cosas que están animados a hacer. Es la gran diferencia entre las democracias (cualquiera sea la definición que le demos al término) y las dictaduras, y el gobierno parece lúcido antes que tonto, a la hora de jugar ese juego.

IdZ: Los reclamos mapuche, al igual que los de la mayoría de los pueblos originarios, gravitan particularmente alrededor del problema de la tierra que se basa en una larga disputa territorial y un “conflicto de derechos”. Incluso, uno de los argumentos del gobierno nacional durante los días en que Maldonado estuvo desparecido, fue que la comunidad mapuche dificultaba la investigación “por no dejar ingresar al territorio” a las fuerzas del Estado. ¿Cuál es tu análisis de la relación entre los reclamos de los pueblos originarios, el problema del Estado-territorio y la judicialización de los mismos? Me parece que muy habitualmente se piensa en la cuestión indígena a través de la idea de concesiones graciosas, o de favores estatales basados en la solidaridad o la pena, perdiendo de vista la cantidad y el peso de los compromisos jurídicos y constitucionales asumidos desde hace décadas por el Estado. Compromisos con las comunidades indígenas, que son extraordinariamente importantes. Empecemos por el art. 75 inc. 17 de la Constitución, que entre otras varias consideraciones sostiene que el Estado nacional se compromete a “reconocer la personería jurídica de sus comunidades, y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano”. Se trata de un compromiso importantísimo, de rango constitucional, que hoy resulta por completo y de punta a punta violado, y que permite a los indígenas de nuestro país considerarse agraviados jurídicamente, del modo más grave, por todos los gobiernos nacionales, al menos desde el ‘94 para acá. Y a eso le tenemos que agregar otros compromisos jurídicos extraordinarios, como los derivados del Convenio 169 de la OIT, que tiene rasgo infraconstitucional y supralegal, y que no solo afirma que los indígenas tienen derecho a participar en la gestión de los recursos naturales que utilizan, sino que además establece un derecho de consulta obligatoria hacia esos pueblos originarios, en relación con las iniciativas que los afecten, que países como el nuestro vienen incumpliendo y burlando sistemáticamente (piénsese, por caso, en el proceso de redacción del Código Civil recién reformado). IdZ: Más en general el caso Maldonado toca múltiples problemáticas a la vez: los derechos de los pueblos originarios; los intereses en pugna en torno a la tierra; el derecho a la protesta y la criminalización de la misma; la violencia institucional; el rol

del gobierno, de la justicia y de los medios de comunicación; entre otros puntos. ¿Qué nos dice el caso Maldonado del momento que estamos viviendo? ¿Se rompe el “consenso sobre los derechos humanos” que parecía haberse instalado en los últimos años en gran parte de la sociedad? Bueno, a mí me interesó marcar esa idea de la ruptura del “consenso del Nunca Más” en los últimos años. Y me interesa ratificar esa idea, pero para ello tenemos que clarificar también qué es el consenso del Nunca Más. Yo lo entiendo como el consenso en torno a la idea de que el Estado no puede matar, desaparecer, torturar o perseguir ilegalmente y a través de la fuerza a sus opositores. Me parece que ese consenso fue la base común sobre la que se apoyó la democracia del ‘83, pero que con el paso del tiempo se fue diluyendo, en parte por razones obvias (también generacionales): quienes no vivieron y padecieron la dictadura, no tienen el trauma que tenemos todos los que la (sobre)vivimos. Ahora bien, lo más preocupante es que ese consenso en parte resultó socavado por la partidización y el faccionalismo recientes, y el matar, desaparecer, torturar o perseguir se tornó condenable (no por sí e incondicionalmente, sino, por caso) conforme a quién era el que mataba y quién era el muerto. Si se mataba y perseguía a los Qom, entonces, parecía no ser tan grave (porque “algo habrán hecho” –i.e., no apoyar al partido que se supone debían apoyar–); como parecía legítimo matar a Nisman luego de muerto; o no investigar al Ministerio del Interior o encubrir al ministro Carlos Tomada luego de la muerte de Mariano Ferreyra; o acusar al trabajador maquinista por la tragedia de Once. En estos días volvimos a ver del modo más triste esa ruptura, en personas que lloraban por Maldonado mientras callaban a Julio López. En todo caso, no se trata de un problema reducido al binomio kirchnerismoantikirchnerismo. Se trata –creo yo– de una mala noticia más preocupante que la “grieta”: la mala noticia es que ya no están los anticuerpos que estuvieron –los del consenso del Nunca Más– que nos permitían pensar que nunca más la muerte, la desaparición, la tortura o la persecución de opositores volvería a tener apoyatura social –y mucho menos la apoyatura social de sectores progresistas, dispuestos a concebir y calcular la muerte conforme a su rendimiento político–.

Entrevistaron: Paula Varela y Julián Khé.


I dZ Noviembre

| 11

Imagen: captura de video

La contrarreforma laboral, el sueño eterno de Martínez de Hoz Esteban Mercatante Comité de Redacción Anticipada como una legislación enfocada en impulsar el “blanqueo laboral”, el paquete de medidas laborales que presentó el gobierno apunta en realidad a lograr un cambio estructural en las relaciones laborales. El borrador de proyecto de modificación a la legislación laboral que el gobierno de Mauricio Macri dio a conocer después del discurso del presidente en el Centro Cultural Kirchner, apunta con los once títulos que lo componen a lograr muy profundos cambios en las relaciones laborales. No se trata de modificaciones que se limiten a algunas áreas, como había sugerido hasta la semana anterior el ministro de Trabajo Jorge Triaca en sus reuniones con las conducciones sindicales de la CGT –que no por ello resultaban menos agresivos1–.

Lejos de ello, el gobierno se propone realizar cambios estructurales en la relación entre las patronales y los asalariados en favor de los primeros, dando un paso más respecto de la legislación de flexibilización laboral introducida en el país en las últimas décadas, y que de manera continua desde entonces se siguió profundizando y “perfeccionando” al nivel de los convenios por rama y por empresa, con pocas modificaciones que revirtieran los aspectos más regresivos de esta contrarreforma. El borrador presentado por el gobierno parece en algunos de sus artículos ser un copiado y pegado de algunos convenios firmados durante los gobiernos kirchneristas, como es el caso del referido al banco de horas. Esto desmiente la noción de

que durante los años de gobiernos kirchneristas la avanzada del capital contra el trabajo se frenara o se revirtiera2. Al mismo tiempo que establece cambios que exceden con mucho el objetivo declarado inicialmente de promover un “blanqueo laboral”, el gobierno encara también un drástico recorte del costo que el Estado impone a la patronal en términos de contribuciones a la seguridad social. Junto con esto, el gobierno avanza en una reducción de costos laborales que pagan los empresarios recortando el nivel de los aportes patronales a la seguridad social. La tasa pasa de 21 % a 19 % en 5 años para las grandes empresas, pero como la misma va a aplicarse sobre una parte del salario que disminuye »


12 |

ECONOMÍA

progresivamente con el correr de los años, en los hechos lo que pagan los patrones como porcentaje del salario resultará mucho menos. La introducción de un Mínimo No Imponible para las contribuciones patronales, excluye una parte creciente del salario del pago de cualquier impuesto. Para 2022 este MNI será de $ 11.500 pesos de poder adquisitivo de hoy, actualizados por inflación. No solo queda excluido de contribución patronal cualquier salario menor al monto fijado, sino que las contribuciones patronales se realizarán solo sobre la parte del salario que exceda dicho MNI. Como de acuerdo a la información del Ministerio de Trabajo el salario medio de los trabajadores del sector privado es actualmente (junio 2017) de $ 23.787, esto significa de la contribución patronal se realizará desde 2022 en adelante solamente sobre un 52 % del salario. El resultado es que las contribuciones patronales efectivas van a tener un porcentaje de apenas de 9,9 % del salario pagado. De esta forma, la Argentina pasara en pocos años de estar entre los países que gravan por aportes patronales más elevados de América Latina, a competir por los primeros puestos entre los países de menor “cuña fiscal”, superando en generosidad incluso a México (donde los impuestos que paga el empleador llegan a 17 %), el país tomado como ejemplo por el CEO de Fiat Argentina Cristiano Rattazzi para reclamar menores impuestos. Este recorte de los aportes patronales es una lisa y llana transferencia del Estado a las empresas; una porción de la plusvalía que estas tributan hoy al Estado, quedará en sus manos. El impacto fiscal en 2022 rondaría los $ 130 mil millones. ¿Sobre quién recaerá este costo? El gobierno ha manifestado que el tesoro nacional cubrirá la diferencia entre lo que se recauda hoy y lo que se deje de recaudar por las modificaciones que propone el proyecto, para evitar el desfinanciamiento de Anses, aunque esta disposición no se encuentra en el borrador difundido. Pero en los hechos, ya sabemos de dónde estarán saliendo los recursos: de los propios jubilados que, de acuerdo a la nueva fórmula de movilidad jubilatoria que se propone implementar el gobierno (para lo cual enviará otro proyecto de ley al Congreso), verán sus haberes congelados en el poder adquisitivo que tienen hoy (se actualizarán solo a la par de la inflación). El ahorro que significaría para Anses el cambio de fórmula rondaría los $ 150 mil millones. Lo que el gobierno transfiere a los empresarios para bajar el “costo argentino”, lo saca en los hechos de los bolsillos de los jubilados que seguirán viendo cómo sus ingresos están muy lejos de la canasta de consumo y del salario promedio de los trabajadores activos. ¿Cual podría ser el costo del paquete macrista para los trabajadores? La nueva avanzada macrista contra los derechos laborales apunta a: 1) reintroducir todos los aspectos que se incorporaron a la legislación durante la avanzada flexibilizadora,

que luego tuvieron alguna limitación, como es el caso de los regímenes de pasantías, 2) dar fuerza de ley a algunas prácticas ampliamente establecidas en algunos convenios sectoriales o de empresa; 3) dar un salto en la introducción de “novedades” que copian las contrarreformas laborales más recientes, como la de Brasil. Uno de los ejemplos en este último caso es el de la reducción de los costos de despido, y la creación de un fondo específico que libera al empleador de las cargas de indemnizaciones. Se aduce que esta reforma es necesaria para crear empleo y atraer inversiones. Pero algunos de los principales beneficiarios de la iniciativa, como las grandes empresas que saludan las “audaces” reformas de Macri, ya manifiestan por lo bajo que los “desórdenes macreconómicos” (exceso de gasto público y endeudamiento, peso caro frente al dólar, demasiado gradualismo en el recorte fiscal propuesto) serán una nueva excusa para seguir posponiendo inversiones. Mientras siguen corriendo el arco para que llegue la hora de la ilusoria lluvia de inversiones, esta barrida de derechos laborales tendrá efectos palpables en las condiciones de trabajo y de ingresos. Las empresas podrán aprovechar la nueva legislación para extraer mayor rendimiento a los salarios que pagan (es decir incrementar la tasa de explotación), porque podrán administrar mejor el tiempo de trabajo de los asalariados (que perderán derecho a horas extras y verán la duración de su jornada de trabajo sometida a los vaivenes dictados por el patrón). La mayor facilidad para despedir, que resultará sustancialmente más barato, podrá transformarse en una amenaza de peso a la hora de negociar salarios y condiciones de trabajo, avanzando en la introducción de cláusulas de productividad, reducción de tiempos de descanso, polivalencia, etc. De esta forma, de aprobarse el proyecto, la balanza de la relación capital trabajo se inclinará todavía más en favor de los primeros. Mientras resulta dudosa la creación de empleo formal que tendrá una nueva invitación al blanqueo, así como el aumento de la contratación por el abaratamiento de costos, lo que está fuera de duda es que el paquete de medidas resultará en un nuevo salto en la regresión social. No es casual que durante los años que siguieron a las reformas flexibilizadoras del menemismo, los trabajadores hayan visto caer de forma dramática su participación en el ingreso. Entre 1993 y 1997, la participación de los trabajadores en el ingreso nacional cayó de 42,5 % a 35 %, un retroceso de 7,5 puntos3. Esto tuvo como correlato un crecimiento equivalente de la participación de las ganancias en el mismo. Como mostramos en el libro La economía argentina en su laberinto, en el caso de las 500 más grandes empresas, en este mismo período los salarios promedio que pagaron, cayeron, en relación a sus ganancias, un 40 %4. Esto es el resultado de una profunda

reestructuración productiva que incluyó despidos y en algunos sectores inversiones en medios de producción más modernos que incrementaron la productividad, pero también un incremento de la explotación de la fuerza de trabajo gracias a la avanzada flexibilizadora. El sueño del macrismo y del empresariado argentino es lograr ahora un nuevo salto en esta misma tendencia. Como ya señalamos esta no se revirtió durante los años de los Kirchner, pero todo lo logrado resulta insuficiente a la luz de las “modernizaciones” en las relaciones laborales que se vienen imponiendo en todo el mundo, desde Inglaterra y Francia hasta Brasil. La ilusión de que una “cesión” en los derechos que todavía conserva el colectivo trabajador en aras de atraer inversiones pueda ser una vía para mejorar los indicadores sociales, es simplemente eso, una ilusión. En los hechos, detrás de este relato neodesarrollista del macrismo está la necesidad del empresariado argentino (y de la burguesía extranjera que acumula capital en el país y gira ganancias a sus casas matrices) de imponer un abaratamiento de la fuerza de trabajo, pero no para la “liberación las fuerzas de la producción” como promete el borrador macrista, copiando la fórmula utilizada por José Alfredo Martínez de Hoz cuando fuera ministro de Economía de la dictadura instaurada en marzo de 1976, sino sencillamente para asegurar la continuidad de las ganancias y la perpetuidad de las fugas y remesas de utilidades. En las condiciones impuestas por el globalismo neoliberal que el gobierno de Macri abraza de manera entusiasta a contramano de la pérdida creciente de consenso que este registra incluso en la principal potencia imperialista5, la “vuelta al mundo” que se propuso cambiemos significa competir de manera descarnada por abaratarle los costos al capital global, en una verdadera carrera hacia el abismo6. El resultado es que el “renunciamiento” de aspiraciones que el gobierno y las patronales exigen de los trabajadores en aras de “abrazar” el futuro, solo servirá para que el capitalismo dependiente argentino continúe su círculo vicioso que no hace más que reproducir el atraso. Es una tarea fundamental para el movimiento obrero, junto a todos los demás sectores oprimidos, proponerse derrotar esta contrarreformas con la cual el gobierno quiere imponer un nuevo salto en el cambio estructural en las relaciones laborales a favor del capital.

1. Esteban Mercatante, “Reforma laboral con aroma a los ‘90”, La Izquierda Diario, 27/10/17. 2. Ver los dossier de IdZ 5 (noviembre 2013) e IdZ 20 (junio 2015) para un análisis de la precarización durante los gobiernos kirchneristas. 3. Esteban Mercatante, La economía argentina en su laberinto, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2015, p. 129. 4. Ibídem, p. 131. 5. Esteban Mercatante, “El imperialismo en tiempos de Trump: fuego, furia y estrategias en disputa”, IdZ 40, agosto-septiembre 2017. 6. Esteban Mercatante, “Una carrera hacia el abismo”, IdZ 30, junio 2006.


I dZ Noviembre

| 13

Fotografía: Antonio Litov

Del referéndum a la República catalana y el golpe institucional

Primeras lecciones de la lucha del pueblo catalán por su independencia SANTIAGO LUPE Redacción IzquierdaDiario.es, Estado español. El pasado 1 de octubre, más de 2 millones participaron en el referéndum de autodeterminación catalán, a pesar de la represión de la policía enviada por el gobierno central de Mariano Rajoy. Dos días más tarde se vivió una jornada de huelga general para denunciar esta represión –que dejó un saldo de más de 1.000 heridos– y en defensa del resultado de la votación, en la que ganó el sí a la independencia por un 90 %. Aquellas jornadas manifestaron la voluntad mayoritaria del pueblo catalán de constituir su propio Estado en forma de república y en ruptura con la monarquía española y el Régimen del ‘78. El mes que le ha seguido han sido semanas en las que se ha tratado de desconocer esta voluntad. Finalmente, el 27 de octubre se proclamó en el Parlament de Catalunya la República

catalana, y ese mismo día el Senado y el gobierno central ordenaban la disolución de la cámara catalana, la destitución de todo el gobierno catalán y la convocatoria de elecciones autonómicas forzosas el 21 de diciembre. Días más tarde se cursaba una querella por rebelión y otras causas contra toda la Mesa del Parlament y el Govern, para acabar encarcelando a 8 consellers y cursar órdenes de detención para los otros 4 y el presidente catalán, que se habían trasladado a Bélgica. Un verdadero golpe institucional que pretende cerrar de forma reaccionaria y recentralizadora la crisis catalana y que, hasta el momento, no está siendo contestado por la dirección burguesa del proceso. Sin embargo, la profundidad del mismo indica que la cuestión catalana, más allá del resultado inmediato del golpe en curso, ha venido para quedarse.

La cuestión catalana y la crisis del Régimen del ‘78 El impacto de la crisis capitalista sobre los cimientos del Régimen heredero del franquismo le abrió una profunda crisis. La brutal caída de las condiciones de vida y trabajo de las masas extendió un amplio rechazo a la casta política, como se expresó en el “no nos representan” del 15-M. Un año más tarde en Catalunya se producía el surgimiento de un vasto movimiento por la independencia. La burocracia sindical de CCOO y UGT jugó un rol clave para desactivar la movilización social, evitando que la clase trabajadora pudiera salir con fuerza a la escena. La crisis de representación provocó un cambio en el sistema de partidos, con el surgimiento por derecha de Ciudadanos y por izquierda de Podemos. Pero la adaptación del nuevo »


14 |

CATALUNYA

reformismo ha sido acelerada, abandonando toda impugnación del Régimen, para conformarse con intentar servir de socio a su pata izquierda, el PSOE. Sin embargo, la crisis catalana seguía siendo una “piedra en el zapato”. La honda aspiración del 80 % de los catalanes a poder decidir su relación con el resto del Estado no desaparecía. Esto impidió poder avanzar en una redefinición del modelo territorial y, a su vez, que se pudiera formar una mayoría alternativa al PP en el año 2016 –un año sin gobierno hasta que se repitieron las elecciones generales– que terminara de ofrecer una cierta “regeneración” al Régimen.

El golpe institucional del 155 y el proyecto de restauración reaccionaria del Rey La reacción al 1-O ha sido una sucesión de golpes represivos, como el encarcelamiento de los presidentes de la Asamblea Nacional Catalana y Omnium Cultural para, tras el 27O, aplicar el artículo 1551 de la Constitución y dar un golpe institucional con el “manto democrático” de unas elecciones teledirigidas, con cada vez menos credibilidad con el encarcelamiento de buena parte del gobierno catalán. La brutal reacción del Estado central contra el 1-O y el 27-O, con el Rey a la cabeza de una “gran coalición” formada por el PP, el PSOE y Ciudadanos, tiene que ver con esta crisis general. Su apuesta es imponer una firme derrota al movimiento catalán que reavive el “españolismo” en todo el Estado, neutralice al nuevo reformismo y abra las puertas a una restauración del Régimen del ‘78 en clave recentralizadora, con un gran recorte de derechos y libertades democráticas y formas más bonapartistas de gobernar con apoyo en la Judicatura y las fuerzas policiales. Un régimen restaurado en clave reaccionaria que desde una nueva legitimidad siga pasando los planes de ajuste pendientes para resolver, sobre las espaldas del pueblo y los trabajadores, la restructuración del capitalismo español y la crisis fiscal de la Hacienda.

¿Quién está al frente del proceso catalán? En Catalunya, la crisis de representación afectó al partido histórico de la burguesía catalana –Convergencia i Unió–, que había sido

el “virrey” catalán del régimen durante la mayor parte de la etapa democrática. Esto se expresó en el 15-M, pero también en 2012 en la primera Diada2 masiva en favor de la independencia. Como trasfondo estaba la profunda crisis fiscal del Estado. El gobierno central, en manos del PP, apostaba por una recentralización, mientras CiU quería lograr un pacto fiscal que mejorara la financiación catalana. Sin embargo, los “convergentes” se pusieron a la cabeza de esta demanda democrática, tanto para intentar salvarse de la “crisis de representación” y evitar que tomara un curso independiente e incierto, como para usarlo como herramienta de presión al Estado. El hecho de que éste no haya querido negociar absolutamente nada en estos cinco años y que el movimiento de masas se haya seguido expresando en grandes movilizaciones, ha hecho que la misma dirección viviera cambios fruto de este juego de presiones. Desde 2015, la dirección del PDeCAT –la marca de la refundada “Convergencia”– basculó a un sector más abiertamente independentista, expresión del programa de una parte de la pequeña y mediana burguesía. No así de los grandes capitalistas catalanes, contrarios a la independencia, aunque “dejaran hacer” en confianza de que se reconduciría y que podría servir de cara a una nueva renegociaicón de la financiación territorial.

Referéndum y huelga general: una gran movilización social con elementos de autoorganización El éxito del 1-O se debió sobre todo a la masiva movilización de los días previos, a la red clandestina que hizo llegar las urnas y papeletas, y a elementos de autoorganización como los comités de defensa del referéndum de barrios y pueblos y, sobre todo, a la ocupación de más de 1.300 colegios electorales. Estos hechos, que fueron tolerados por el Govern –que quiso además evitar la imagen de que fuera la policía catalana la que cerrara colegios–, tuvieron un alto componente de espontaneidad y creatividad del movimiento de masas. Sin ellos el 1-O no hubiera pasado de colas y concentraciones en los colegios sin posibilidad de que se votara por las prohibiciones judiciales de los días previos.

A este resultado se sumó la huelga general del 3 de octubre, que había sido convocada inicialmente por los sindicatos de izquierda o alternativos. Desde las entidades civiles, ligadas al gobierno catalán, trataron de convertirla en un paro cívico en acuerdo con la pequeña y mediana patronal. Sin embargo, en muchas empresas los trabajadores pararon a pesar de la oposición de sus empresarios, y en sectores como la educación, la sanidad, la administración, comercio o el transporte, el paro fue muy exitoso. El punto más débil fue la industria. Allí, la burocracia sindical de CCOO y UGT se negó a sumarse a la huelga y la incidencia fue muy baja.

La claudicación de la dirección burguesa del proceso catalán A día de hoy los golpes más contundentes de la represión del Estado vienen cayendo sobre la dirección burguesa del proceso, pero esto no quita, para poder hacer un balance de cuál ha sido su rol, que por otra parte ha dejado vía libre a la ofensiva represiva. Lo vivido entre los días previos al referéndum y el 3 de octubre marcaba el camino a seguir para poder hacer efectivo el resultado del 1-O: la movilización y autoorganización popular, y sobre todo la posible entrada en escena de la clase trabajadora. Pero esta no era la “hoja de ruta” de su dirección burguesa, que realmente se espantó de la posibilidad de que el movimiento pudiera escaparse de su control. El miedo se convirtió en “guerra económica” de parte de la burguesía más concentrada, que promovió el cambio de sede de cerca de 2.000 firmas, entre ellas los principales bancos, aseguradoras e inmobiliarias. La dirección burguesa y pequeñoburguesa optaron entonces por desinflar la movilización social, una “vuelta a la calma”, mientras buscaba impotentemente la mediación internacional y un gesto del Estado que permitiera abrir alguna negociación. De aquí que se negara a proclamar la independencia hasta el día 10, para suspenderla pasados 8 segundos, y que hasta el día anterior a que el Parlament la votara, el 27, se buscara la posibilidad de abandonar la idea y convocar, desde el Govern, a nuevas elecciones autonómicas desoyendo el resultado del 1-O.


I dZ Noviembre

La reaccionaria UE cerró filas con Rajoy, como era de esperar. No quiere abrir la “caja de pandora” de las naciones sin Estado de Europa, y menos que se perciba que un derecho como el de autodeterminación se puede arrancar a un Estado miembro por medio de la movilización social. El Régimen tampoco se movió: el Rey había dado la orden de forzar la mayor claudicación posible. En ese callejón sin salida, la dirección decidió proclamar la república catalana pero para, acto seguido, no tomar medida alguna –ni legal ni menos aún de resistencia– para constituirla y defenderla del golpe institucional del Estado. Tras la proclamación, el Govern se tomó el fin de semana de vacaciones, el lunes se entregó la Generalitat y Consellerias a los enviados del gobierno central, y todo el bloque aceptó las elecciones del 155. Esta vergonzante claudicación fue secundada por las entidades civiles soberanistas que se negaron a convocar a ninguna movilización. Tras el encarcelamiento del Govern, es posible que se convoquen algunas movilizaciones, como la gran manifestación prevista para el sábado 11 de noviembre o la posibilidad de un nuevo paro de 24 horas.

Por otro lado la izquierda reformista, representada por los “comunes” en Catalunya y por Podemos e Izquierda Unida en el resto del Estado, ha adoptado una posición realmente criminal, constatación de su cada vez mayor integración en el Régimen. En un principio se negaron a apoyar el referéndum aludiendo a que éste no había sido acordado con el Estado central, el mismo que niega explícitamente el derecho a decidir. Finalmente llamaron a participar con la boca pequeña, sin reconocerle el carácter de referéndum y por lo tanto tampoco su resultado. En el mes de octubre ha intentado facilitar, sin éxito, alguna salida que implicara renunciar a la república catalana a cambio de alguna mesa de negociación, y cuando ésta fue finalmente proclamada, se negaron a reconocerla y mucho menos a defenderla. Aunque manifestaron su oposición al 155 –sin llamar ni participar en ninguna movilización en contra del mismo–, el rechazo más fuerte y contundente ha sido al reconocimiento de la voluntad mayoritaria del pueblo catalán, ubicándose como el ala izquierda del golpe institucional comandado por la Corona.

Una izquierda entre la subordinación a Puigdemont y a la Corona

Su dirección y la ubicación de las principales corrientes de la izquierda son dos de los grandes límites a superar por parte del movimiento democrático catalán. Es imprescindible poner en pie una izquierda de los trabajadores que se disponga a construir un ala socialista para disputar la dirección del movimiento a los representantes políticos de la burguesía que han demostrado que solo pueden conducirlo a la derrota o la claudicación. Hasta ahora una parte importante de la clase trabajadora no siente como propia la lucha por la independencia debido al carácter burgués de su dirección –responsable además de la peor agenda de recortes en décadas– y el contenido que ésta le quiere imprimir a la república, una república de los capitalistas catalanes. Para que la potencia social de la clase trabajadora se sume a la lucha por constituir una república catalana, único modo de derrotar la ofensiva del Régimen, es necesario plantear claramente medidas de expropiación y

La izquierda que pelea por la independencia de Catalunya desde posiciones anticapitalistas, las candidaturas de Unidad Popular, han practicado una política de confianza y subordinación al bloque formado por el PDeCAT y ERC. Desde el inicio del proceso se han negado a promover una “hoja de ruta” independiente, basada en la movilización social, y en unir esta lucha democrática con un profundo programa de demandas sociales capaz de sumar a la clase trabajadora. Llegados al momento crítico, tras el 1-O, se han limitado a exigir que Puigdemont proclame la independencia, sin alertar de que ésta solo se podrían hacer efectiva y defender por medio de la autoorganización obrera y popular, construyendo una dirección alternativa a la que ya estaba dando claras señales de que quería claudicar, y poniendo en pie un gran movimiento con paros, cortes, control de infraestructuras y empresas claves para derrotar el golpe.

Por una República catalana socialista y una federación de repúblicas socialistas ibéricas

| 15

control obrero de los grandes capitalistas que son parte de la “guerra económica” contra la independencia, el reparto de horas de trabajo sin reducción del salario, o expropiar todas las viviendas vacías en manos de los especuladores. Es decir, luchar por construir una república de los trabajadores y socialista. Este es el único modo de unificar las filas de la clase trabajadora de todo el Estado en una lucha común contra el golpe institucional en curso, por la libertad de los presos políticos, por el reconocimiento y la defensa de la República catalana, por acabar con la Corona y el Régimen del ‘78 e imponer asambleas constituyentes libres y soberanas en Catalunya y en el resto del Estado. Una verdadera ofensiva contra el veneno españolista que se quiere extender entre los sectores populares –y que es la base de la restauración en curso– que abra el camino de construir una libre federación de repúblicas socialistas ibéricas, en la perspectiva de luchar contra la UE de los capitalistas por unos Estados Unidos Socialistas de Europa. La experiencia que se está haciendo en estas semanas con la dirección del proceso y con las corrientes de la izquierda que se han subordinado a la misma, debe ser transformada en lecciones. Sobre éstas está el reto de avanzar en el agrupamiento de aquellos jóvenes y trabajadores que busquen una estrategia revolucionaria para conquistar una república independiente catalana, que solo podrá ser socialista y de los trabajadores. Un importante paso en la dirección de construir un partido revolucionario de trabajadores, una tarea histórica fundamental para acabar con la Corona, el Régimen del ‘78 y el capitalismo español y catalán. Barcelona, 4 de noviembre de 2017.

1. Se refiere al artículo 155 de la Constitución que

prevé la suspensión del autogobierno de una comunidad Autónoma como Catalunya.

2. Día de la Catalunya.


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

16

100 Años de la Revolución rusa

RECUERDOS DEL FUTURO Ilustración: Mariano Mancuso

CHRISTIAN CASTILLO Consejo editorial.

Hace 100 años los bolcheviques llevaban adelante algo que muy pocos creían posible. La insurrección, meticulosamente preparada por Trotsky en Petrogrado, era acompañada por la votación ampliamente mayoritaria del Segundo Congreso Pan Ruso de los Soviets, cuya composición había cambiado drásticamente respecto del primero, donde aún dominaban los conciliadores. En las semanas

previas, en cada fábrica, cuartel, aldea, en todo el frente, millones habían deliberado y resuelto un mandato inapelable: el poder debía ser traspasado de un cada vez más decrépito gobierno provisional a los soviets (consejos) de diputados obreros, campesinos y soldados. Lenin veía materializada la victoria de la orientación que había dado a su partido luego de su vuelta del exilio –no sin vencer duras

resistencias internas– expresada en Las tareas del proletariado en la presente revolución (título del texto también conocido como Tesis de Abril). Allí entre otras cuestiones se decía: Ningún apoyo al Gobierno Provisional; explicar la completa falsedad de todas sus promesas, sobre todo de la renuncia a las anexiones. Desenmascarar a este gobierno,


I dZ Noviembre

táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas.

que es un gobierno de capitalistas, en vez de propugnar la inadmisible e ilusoria “exigencia” de que deje de ser imperialista. Explicar a las masas que los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y que, por ello, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su

Una orientación muy diferente a la que había podido leerse en Pravda durante todo marzo, cuando estaba bajo la dirección de Stalin y Kamenev, sintetizada en la máxima “apoyar lo bueno y criticar lo malo” del gobierno provisional. Entre abril y octubre los bolcheviques hacen gala de una maestría táctica asombrosa y pasan de ser una “minoría reducida” en los Soviets, como reconoce Lenin en las mismas Tesis , a la fuerza mayoritaria en su seno, en alianza al momento de la toma del poder con el ala izquierda de los socialistas revolucionarios, que se habían dividido con el tumultuoso curso de los acontecimientos. Emplean distintas variantes de la táctica del frente único, incluso planteando en un momento a los conciliadores la exigencia de romper con la burguesía y que los soviets, que todavía dirigían mencheviques y socialistas revolucionarios, tomen el poder, comprometiéndose los bolcheviques a una oposición pacífica si esto ocurría. Lenin y sus seguidores captaron las aspiraciones más profundas de las masas. Los soldados no querían seguir muriendo en las trincheras y los obreros no querían seguir pasando hambre en una guerra a la que no veían el mínimo sentido. Los campesinos querían la tierra ya, para algo habían terminado con la autocracia. La burguesía liberal, por el contrario, quería continuar la guerra imperialista siguiendo los dictados de la cancillería británica y francesa mientras los mencheviques y la mayoría de los socialistas revolucionarios se adaptaban a este objetivo. “Pan, paz y tierra” y “todo el poder a los soviets”, bramaban los oradores bolcheviques encontrando cada vez más simpatía y aprobación en las amplias masas. Para mediados de junio ya se habían vuelto mayoritarios entre el proletariado de Petrogrado pero había que conquistar la mayoría obrera y campesina en todo el país. Algo que no tardarían en conseguir.

| 17

Causalidades Los historiadores liberales intentan mostrar hoy que la victoria de octubre y la consolidación posterior de la revolución correspondieron a una serie de casualidades. Antes la habían presentado como un mero golpe de estado bolchevique, como sentencia el clásico “Técnica del golpe de estado” (publicado originalmente en París en 1931) del ensayista, novelista y diplomático italiano Curzio Malaparte, entonces un fascista que luego de la Segunda Guerra Mundial terminó siendo parte del Partido Comunista Italiano y finalmente simpatizando con China de Mao. Por el contrario a estas visiones superficiales, Trotsky supo señalar la combinación de factores objetivos y subjetivos que permiten explicar por qué fue en la atrasada Rusia zarista donde los obreros y campesinos por vez primera pudieron retomar lo que había esbozado la Comuna de París en 1871 y hacerse del poder. La insurrección victoriosa del 25 de octubre (7 de noviembre según el calendario gregoriano utilizado en Occidente y hoy en prácticamente todo el mundo) de 1917 no cayó del cielo. El presidente del Soviet de Petrogrado en 1905 da cuenta de ocho premisas históricas que la posibilitaron. Las cinco primeras las considera como “premisas orgánicas”, estructurales: a) la podredumbre de las viejas clases dominantes; de la nobleza, de la monarquía, de la burocracia; b) la debilidad política de la burguesía, que no tenía ninguna raíz en las masas populares; c) el carácter revolucionario de la cuestión agraria; d) el carácter revolucionario del problema de las nacionalidades oprimidas; e) el peso social del proletariado. Estas premisas habían estado en la base del audaz planteo de Trotsky sobre la dinámica revolucionaria rusa sintetizada en su reelaboración (respecto del que formulara Marx durante las revoluciones de 1848) del concepto de “revolución permanente”, esbozado aún antes de desarrollarse el proceso »


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

18

revolucionario de 1905 pero más sólidamente fundamentado en Resultados y perspectivas, el texto que escribe en la cárcel en 1906, luego de la derrota del “ensayo general revolucionario”. La especificidad del desarrollo capitalista en Rusia había creado la particularidad de un proletariado relativamente más fuerte que la burguesía, restringida por el dominio del absolutismo en su posibilidad de fortalecimiento. El proletariado, aunque minoritario respecto del campesinado, se había desarrollado junto con la industria producto del capital extranjero y estaba altamente concentrado en las ciudades que movían los hilos económicos y políticos del país. La revolución de 1905 había corroborado que el proletariado ruso podía jugar el rol dirigente en la lucha contra el zarismo. El estallido de una nueva Revolución rusa, vaticinaba Trotsky, vería repetirse esta mecánica. La clase obrera, armada y dirigiendo la revolución, acaudillando a los campesinos, no se detendría en la puerta de la propiedad privada sino que para imponer sus reivindicaciones avanzaría despóticamente sobre la misma. La revolución democrática transcrecería en revolución socialista y Rusia podría transformarse en el primer país donde obreros y campesinos se hicieran del poder, dando impulso al desarrollo revolucionario en toda Europa, particularmente en Alemania. Un pronóstico que se materializaría poco más de una década más tarde. A las cinco premisas orgánicas o estructurales, el constructor del Ejército Rojo agregaba como elementos coyunturales excepcionalmente importantes: f) la Revolución de 1905 como gran escuela, o según la expresión de Lenin, “ensayo general” de la Revolución de 1917; los soviets, como forma de organización irreemplazable de frente único proletario en la revolución, fueron organizados por primera vez en 1905; g) la guerra imperialista que agudizó todas las contradicciones y arrancó a las masas atrasadas de su estado de inmovilidad. Pero estas condiciones explicaban el estallido de la revolución, no la victoria del proletariado. Para esto fue fundamental otra condición necesaria, ni más ni menos que la existencia de: h) el Partido Bolchevique1. ¿Por qué pudieron los bolcheviques jugar ese papel decisivo? Lenin explicaba que el bolchevismo había surgido en 1903 sobre la base teórica del marxismo. Pero que, además de esta “base teórica de granito”, y nos disculpamos por citar algo extensamente,

… tuvo una historia práctica de quince años (1903-17), sin parangón en el mundo por su riqueza de experiencias. Pues ningún país, en el transcurso de esos quince años, conoció ni siquiera aproximadamente una experiencia revolucionaria tan rica, una rapidez y una variedad tales en la sucesión de las distintas formas del movimiento, legal e ilegal, pacífico y tormentoso, clandestino y abierto, de propaganda en los círculos y entre las masas, parlamentario y terrorista. En ningún país estuvo concentrada en tan breve período de tiempo semejante variedad de formas, de matices, de métodos de lucha de todas las clases de la sociedad contemporánea; lucha que, además, como consecuencia del atraso del país y del peso del yugo zarista, maduraba con singular rapidez y asimilaba con particular ansiedad y eficacia la “última palabra” de la experiencia política americana y europea2.

Un partido con una base teórica sólida forjado en las formas más diversas de la lucha de clases, asimilando lo más avanzado de la experiencia política internacional. Los bolcheviques supieron mantenerse internacionalistas en la guerra mundial, enfrentando todas las formas de patriotismo reaccionario. Bajo el influjo de Lenin mantuvieron su independencia del gobierno de la burguesía liberal y luego del gobierno de coalición entre esta y los mencheviques y socialistas revolucionarios. Reconocieron en los soviets las formas de un nuevo poder. Y aquí es preciso detenerse, porque estos pasaron de ser el instrumento del frente único de lucha por el poder a la base de un nuevo tipo de estado, la más avanzada forma de democracia proletaria que hemos visto en la historia. Lenin se basó en las enseñanzas de la Comuna de París para presentar entre febrero y octubre las características que tendría el estado proletario en ese magnífico trabajo inconcluso que es El Estado y la Revolución. Un tipo de estado distinto a todos los conocidos previamente. No para que una minoría imponga su dominio despótico sobre la mayoría, como había sido hasta el momento, sino para que la mayoría explotada ejerza su dominio transitorio sobre la minoría explotadora con la finalidad de extender la revolución en el terreno internacional, de conquistar el comunismo y terminar con toda forma de dominación. Un tipo de estado que Marx había denominado, en un concepto extraído de las barricadas del París revolucionario de junio de 1848, “dictadura del proletariado”, término que nos habla ante todo de cuál es la clase que domina socialmente

(la república democrática, a su vez, sería no otra cosa que una envoltura para el ejercicio de la dictadura del capital) y no de las formas políticas precisas que puede tener ese dominio. Por eso en la Comuna parisina había para Marx y Engels el primer esbozo de esta nueva forma de estado. Una dictadura sobre la burguesía a la cual los obreros armados no pedirán consentimiento para expropiar sus fábricas, tierras y bancos, a la vez que la mayor de las democracias existentes para la clase trabajadora y el conjunto de los oprimidos y explotados. Un tipo de Estado en el cual la policía y el ejército profesionales serán reemplazados por el pueblo en armas; donde los funcionarios políticos cobrarán como un obrero calificado y serán revocables por los electores; donde los poderes ejecutivo y legislativo se fusionarán en una verdadera “corporación de trabajo”, que debatirá y resolverá sobre los destinos políticos y económicos de la sociedad. Los bolcheviques tuvieron la osadía de comenzar a implementar esto en un estado cultural y económicamente atrasado, y devastado por la guerra mundial primero y la guerra civil después. Así y todo, hicieron maravillas. Pusieron en pie la Tercera Internacional. Derrotaron la invasión de catorce ejércitos, entre “blancos” e imperialistas. Revolucionaron las artes, la educación y las ciencias. La igualdad de la mujer fue mayor que en cualquier otro país de su tiempo, incluyendo plenitud de derechos políticos, el divorcio y la legalización del aborto. Intentaron diversas formas de socialización del trabajo doméstico. Rusia se transformó en una potencia industrial a un ritmo que no había logrado ninguna otra nación. Pero se pagó el precio del atraso y del aislamiento en que quedó la Unión Soviética al no triunfar la revolución social en otros países de Europa –Alemania en particular– con la burocratización de los soviets y del partido, cuestión que se impuso mediante una contrarrevolución interna de la que fue víctima principal la Oposición de Izquierda.

Ayer y hoy Recuerdos del futuro titulamos estas líneas. Imaginemos. Con los avances científicos y técnicos de los que disponemos actualmente (que el capitalismo desarrolla en primer lugar en ligazón con la industria militar) tenemos condiciones infinitamente superiores a las de los bolcheviques para llevar adelante la obra que ellos iniciaron. Durante la revolución los obreros rusos conquistaron la jornada de ocho horas de trabajo. Hoy su rebaja a


I dZ Noviembre

seis horas y el reparto de la horas de trabajo entre ocupados y desocupados sería solo un primer paso que el desarrollo de las fuerzas productivas permiten hacia una reducción aun mayor de la jornada de trabajo. Para que el tiempo libre pueda ser empleado en el acceso generalizado a la cultura, a la ciencia y al arte, dejando atrás el trabajo alienado, forzado, y reemplazándolo por una actividad libre y creativa, cooperativamente realizada. Por ello, rememorar los 100 años de la Revolución de Octubre es para nosotros lo opuesto a un ritual religioso o al cumplimiento rutinario de una efeméride. Volver sobre ella es imprescindible, ante todo, porque nos permite preparar el porvenir. Mucho tiempo ha pasado desde aquella victoria revolucionaria luego “traicionada” por la burocracia stalinista. De la mano del neoliberalismo, el capitalismo fue restaurado, por vías diferentes, en el territorio de lo que fue la Unión Soviética y de la mayor parte donde el capital había sido expropiado en el siglo XX, como los países de Europa del Este y en China, aunque aquí el partido de poder se siga llamando “comunista”. Sin embargo, el triunfalismo capitalista que caracterizó la última década del siglo XX es cosa del pasado. Desde el estallido de la crisis que dio lugar a la “gran recesión” en 2008, la inestabilidad y la polarización social y política caracterizan la economía y la política mundiales. Los partidos del “extremo centro” entran en crisis. Las tensiones geopolíticas se incrementan. Los “cisnes negros” aparecen cada vez con mayor frecuencia, del “Brexit” a Trump, o a la declaración de la República en Catalunya. En los centros imperialistas y en la periferia surgen fenómenos políticos retrógrados y aberrantes pero también vemos los intentos balbuceantes de amplios sectores de masas, especialmente en la juventud, que buscan una sociedad igualitaria. Es cierto, la revolución social aún no ha dicho presente en este nuevo siglo. Amenazó en el cambio de siglo latinoamericano y en mayor medida en los inicios de la primavera árabe. Pero en el primer caso la irrupción de las masas fue contenida y canalizada por gobiernos de centro izquierda (o “progresistas” o “populistas” según se prefiera) que en ningún caso transgredieron los límites del capitalismo aunque así lo enunciara su variante más radical (el chavismo venezolano y su proclamado y no realizado “socialismo del siglo XXI”). En el segundo, fue la contrarrevolución la que se impuso, con golpes de estado y guerras civiles sin campos progresivos. Sin embargo, en un mundo donde los ocho más ricos del planeta

tienen una riqueza equivalente a la de los tres mil quinientos millones más pobres, es decir, a la de la mitad de la humanidad, tarde o temprano nuevos levantamientos revolucionarios van a sacudir el planeta como lo hicieron en el siglo anterior. La irracionalidad capitalista, un sistema que se mueve y se organiza en función de la ganancia de un puñado de grandes monopolios dejando cientos de millones en la miseria más absoluta, no es “sustentable”. Lo mismo en lo que hace a la habitabilidad misma del planeta, en cuestión por el uso delirante que hace el capitalismo de los recursos naturales de “nuestra casa común”. La revolución va a dar que hablar en el siglo XXI. Y será permanente o no será nada. Si la humanidad tiene algún futuro que no sea este presente miserable o la perspectiva de una crisis civilizatoria y ecológica a gran escala, tendremos que pasar por una serie de procesos revolucionarios victoriosos. El siglo que pasó mostró que los trabajadores pueden hacerse del poder a pesar de todos los mecanismos de dominación con los que cuentan los capitalistas. También dejó claro que estos no cederán sus privilegios sin resistencia, como siempre ha ocurrido en la historia, y que si el capital no es

| 19

derrotado en sus centros de gravedad puede recomponerse y volver a la contraofensiva. Inspirados por la revolución permanente, esperemos poder evitar la barbarie y superar la “prehistoria de la humanidad”, como llamaba Marx al tipo de organización social en el que nos ha tocado vivir. Nada de esto ocurrirá automáticamente, si no logramos construir una organización política revolucionaria de la clase trabajadora, a nivel nacional e internacional. Obvio, la historia no se da dos veces de igual modo. “Ni calco ni copia” decía Mariátegui. Pero sin inspirarnos en quienes hace 100 años “se atrevieron”, sin aprender de lo que fue el partido más revolucionario de la historia de la clase obrera, difícilmente podamos llevar adelante esta tarea, la más apasionante que puede tener quien quiera terminar con este sistema de explotación y opresión… 1. Ver León Trotsky, ¿Qué fue la revolución rusa? (1932), texto también conocido como Conferencia de Copenhague, disponible en http://www. ceip.org.ar/Que-fue-la-Revolucion-Rusa-1932. 2. Lenin, El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, ediciones varias.

Vagón de ferrocaril del agit-tren Revolución de Octubre, del Comité Ejecutivo Central Panruso, con la inscripción “Tren Literario y de Instrucción”, 14 de marzo de 1920 (Museo Estatal Central de Historia Contemporánea de Rusia, Moscú).


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

20

Una revolución en busca de herederos

CLAUDIA CINATTI Staff revista Estrategia Internacional.

Después de 100 años la Revolución rusa sigue siendo un acontecimiento imposible de metabolizar para los calendarios oficiales. No hay neutralidad posible. Celebrarla, bastardearla o ignorarla es en sí mismo un acto político. En la tierra de Octubre no hubo ninguna conmemoración estatal. Y está bien que así sea. En el relato de la “gran Rusia” de Vladimir Putin hay lugar para la

nostalgia por el pasado imperial zarista o por el estalinismo, pero no para reivindicar la primera revolución obrera triunfante del siglo XX. Los propagandistas del capitalismo aprovechan la efemérides para volver a la carga con argumentos ya gastados. Un ejército de académicos, historiadores y expertos insiste en su tarea de deslegitimación de la Revolución

rusa, y por esa vía de la idea misma de la revolución social, agitando el fantasma del “totalitarismo”. Si bien este relato viene perdiendo el atractivo hipnótico que había ejercido en la inmediata posguerra fría, el sentido común que une, aunque sea a través de un hilo muy delgado, la Revolución rusa con el gulag estalinista, parece seguir constituyendo un


I dZ Noviembre

| 21

Ilustración: Sergi Cena

¿Golpe o revolución?

“imaginario negativo” para las corrientes que están emergiendo a la izquierda del reformismo tradicional, que reivindican en un sentido amplio la Revolución de Octubre. Ante la prolongada crisis del capitalismo y de sus partidos y el surgimiento de nuevos fenómenos políticos, se vuelve a plantear la alternativa entre recrear ilusiones en la reforma o prepararse para la próxima revolución.

Durante la Guerra Fría, el bando capitalista liderado por Estados Unidos impuso el consenso de que la Revolución rusa había sido un “golpe”, una acción conspirativa (y minoritaria) del Partido Bolchevique dirigido por Lenin que, en el mejor de los casos, había expropiado la “revolución buena” de febrero de 1917, es decir, había liquidado la naciente democracia burguesa y abierto el curso inevitable hacia el “totalitarismo”. No faltaban quienes afirmaban, incluso, que la toma del poder había interrumpido el curso de “autorreforma” emprendido por la autocracia zarista. En síntesis, que había un futuro democrático para Rusia transformado en dictadura por la Revolución de Octubre. A decir verdad, esta interpretación siempre careció de rigor científico más allá de sus pretensiones historiográficas. El relato de la “Rusia democrática” era una operación ideológica interesada, y por cierto bastante burda. De haber triunfado la contrarrevolución no hubiera habido democracia posible. Justamente, lo que explica en gran medida la revolución es que la burguesía liberal se había mostrado incapaz de otorgar las demandas democráticas, como la tierra para los campesinos, lo que junto con el fin de la guerra habían sido los grandes motores de la Revolución de Febrero y terminaron abriendo la dinámica a la Revolución de Octubre. En última instancia, como siempre habían planteado los bolcheviques, incluso durante el período en que sostuvieron que la revolución tendría un carácter democrático (es decir, burgués), solo el poder de la clase obrera aliada con el campesinado pobre podía llevar adelante las tareas democráticas. El otro acto de deshonestidad intelectual era hacer desaparecer la revolución misma para sostener que la toma del poder no había sido obra de las masas sino de una minoría sanguinaria encabezada por Lenin. La comparación entre revolución y putsch había sido ampliamente debatida en los años posteriores a la toma del poder, no solo por liberales sino también por el reformismo socialdemócrata, que consideraba que la Revolución rusa había sido prematura y repudiaba la dictadura del proletariado a la que contraponía la “democracia”1.

En Historia de la Revolución rusa, León Trotsky reflexiona sobre la diferencia específica entre la conspiración y la revolución (y la insurrección como momento particular). Plantea que las revoluciones y las insurrecciones no se pueden generar artificialmente, mientras que los golpes de Estado, por definición, se planifican a espaldas de las masas y son ejecutados por una minoría. Y sobre todo llevan a resultados distintos: los putsch dirimen las pugnas de poder entre camarillas al interior de la clase dominante, pero el advenimiento de un régimen social nuevo, es decir, del poder de otra clase (o alianza de clases) solo puede ser producto de una insurrección de masas. Se refería a la insurrección no como explosión espontánea de fuerzas elementales (que ocurrían con frecuencia) sino como “arte”, es decir, con una dirección, una planificación y también con elementos de conspiración que, como técnica, actuaban de manera subordinada2. A lo largo de los años, desde el ámbito académico varios historiadores dieron cuenta de esta diferencia específica entre “golpe” y “revolución”, entre ellos Edward Carr, quien dedica prácticamente todo un tomo de su trabajo clásico sobre la Revolución rusa3 a la autoactividad de las masas durante 1917 y en la primera etapa del gobierno soviético.

Liberalismo, estalinismo y totalitarismo La definición del estalinismo como un régimen totalitario y su comparación con el nazismo no eran una novedad de la Guerra Fría. Muchos años antes, Trotsky había utilizado la metáfora de los “astros gemelos” para comparar a Hitler y Stalin, aunque establecía una diferencia que hacía a la esencia de la Unión Soviética (y a la política defensista de la URSS en la Segunda Guerra Mundial): la monstruosa dictadura estalinista se diferenciaba de la monstruosa dictadura de Hitler porque se basa aún en las relaciones de producción creadas por la Revolución de Octubre4. Aunque la estalinización de la Unión Soviética facilitó la propaganda capitalista, la asimilación de la revolución con un “golpe” y la supuesta asociación necesaria entre “comunismo” y “totalitarismo” fueron cuestionadas tempranamente también desde las filas de los intelectuales liberales. »


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

22

Quizás uno de los casos más notables sea el de Hannah Arendt que, si bien al inicio de la Guerra Fría militaba en el campo de la democracia norteamericana (con la que terminó decepcionada) desarrolló una teoría propia del totalitarismo en la Unión Soviética (y en la Alemania nazi) reservando la definición exclusivamente al régimen impuesto por Stalin. Arendt tuvo intuiciones sugerentes para la compresión del fenómeno totalitario. Entre ellas la pulverización de las clases y su transformación en masas de individuos atomizados como condición para el triunfo del totalitarismo5. También la reivindicación de los soviets como tendencia universal de toda revolución, es decir, de toda acción de masas que se proponen establecer un nuevo poder constituyente6. Eso no implicaba, obviamente, que Arendt reivindicara la Revolución rusa, a la que emparentaba con la Revolución francesa en cuanto a que eran revoluciones contaminadas por la “cuestión social”, ya que según su concepción de la política había una contradicción insalvable entre la “liberación” (la necesidad o la “cuestión social”) y la “libertad” (exclusivamente política)7. Un cuestionamiento similar es el que hizo la corriente de historiadores “revisionistas” de Estados Unidos y Gran Bretaña, surgida al calor de la radicalización de las décadas de 1960 y 1970, entre los que se destaca Sheila Fitzpatrick. Tras la caída del Muro de Berlín la equiparación de revolución con totalitarismo se transformó en un sentido común generalizado, que traspasó su ámbito natural y derramó hacia corrientes de izquierda, notablemente el autonomismo en sus diversas vertientes, que descartaron la perspectiva de la toma del poder estatal por considerarla la razón fundamental de la burocratización.

Neoliberales recargados en tiempos de crisis orgánica Sin grandes novedades, este sentido común de derecha retorna en un libro sobre el centenario de la revolución rusa editado por Tony Brenton, un exembajador británico en Moscú, que reúne artículos de renombrados reaccionarios como Orlando Figes y Richard Pipes, antiguo asesor de seguridad del presidente Ronald Reagan. Titulado sugestivamente Was Revolution Inevitable? Turning Points of the Russian Revolution8, propone un método de historia contrafáctica para demostrar que la Revolución rusa fue un mero accidente. Como señala S. Fitzpatrick en un artículo reciente9, una de las grandes debilidades metodológicas de este relato, además de la

cuestionada validez de la historia contrafáctica, es que la lógica argumental se basa en un uso completamente arbitrario de la contingencia y la necesidad histórica. Mientras que en el caso del estalinismo sigue actuando la necesidad, y este sería un resultado inevitable, en el caso de la revolución la causalidad sería meramente accidental, es decir, no tendría ninguna forma de legitimarse en las condiciones previas objetivas y subjetivas (la guerra, la situación desesperante de los campesinos, la opresión zarista, para nombrar las más obvias). Sería necio negar la contingencia. Pero incluso los accidentes, más aún los que producen giros de magnitud histórica, no ocurren en el vacío. Y tampoco surgen de la nada las fuerzas políticas y sociales capaces de capitalizarlos. Pero hay un elemento incluso más importante, y es que este credo puede estar alcanzando sus propios límites. A más de un cuarto de siglo de la desaparición de la Unión Soviética, hay síntomas claros de que este relato está perdiendo encanto, sobre todo para las nuevas generaciones que por primera vez desde la segunda posguerra, perciben que vivirán peor que sus padres y cuya experiencia vital no es la del estalinismo sino la de la crisis capitalista, el bonapartismo de Trump, las guerras imperialistas y el resurgimiento de nacionalismos reaccionarios y de la extrema derecha protofascista. No casualmente el propio Brenton debe dar cuenta de la crisis capitalista de 2008 y la decadencia de la democracia liberal. Y aunque con un tono tranquilizador, reconoce que la Gran Recesión “puso a Karl Marx en el primer lugar de la lista de bestseller de no ficción en Francia”. Esta preocupación la expresa de forma cruda un columnista de una revista tradicional de la derecha republicana, que se lamenta de que “el virus del comunismo –en todas sus variantes marxistas y socialistas– sigue vivo”, y que “se ha vuelto aceptable en la izquierda política, incluso en la izquierda parlamentaria, abrir de nuevo la posibilidad socialista”10. La crisis de 2008 ha abierto tendencias a la crisis orgánica en los países centrales, un interregno en el que surgen fenómenos aberrantes y también nuevas formas de pensar. Eso explica la afluencia en masa de jóvenes al Partido Laborista británico bajo el liderazgo de J. Corbyn, y que más de 13 millones de norteamericanos, en su mayoría jóvenes menores de 30 años, hayan votado a Bernie Sanders, el candidato autodefinido como “socialista democrático”. En octubre de 2017 el Democratic Socialist Party de Estados Unidos (DSA), que organiza el ala izquierda de este movimiento,

haya alcanzado los 30.000 miembros, registrando un crecimiento meteórico en los meses transcurridos desde la asunción de Donald Trump. En Argentina, el avance del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, aunque a otra escala, no puede separarse de estas tendencias más generales de la situación internacional. Aunque en el caso del FIT se trata de una izquierda claramente anticapitalista que plantea la independencia política de los trabajadores y la lucha por un gobierno obrero en ruptura con el capitalismo. No es aún radicalización política. Pero el agotamiento del neoliberalismo abre un campo para la lucha de ideas y estrategias.

La Revolución rusa en el debate estratégico actual En una columna de opinión sobre la Revolución rusa aparecida en el diario The New York Times, Bhaskar Sunkara, editor de la revista Jacobin y vicepresidente del DSA, sintetiza muy bien el nudo del debate estratégico11 que atraviesa las formaciones de izquierda que están surgiendo ante la debacle de los viejos partidos socialdemócratas. Según Sunkara, debemos rechazar la caricaturización de Lenin y los bolcheviques como “demonios dementes” y verlos como “gente bien intencionada tratando de construir un mundo mejor”, y a la vez buscar la forma de “evitar sus errores”, que aunque dicho de manera ambigua, de hecho llevaron de la revolución al estalinismo. Esa forma sería retornar a la socialdemocracia, “no a la de François Hollande”, aclara, “sino a la de los primeros días de la Segunda Internacional. Esta socialdemocracia implicaría un compromiso con una sociedad civil libre, especialmente para las voces opositoras; la necesidad de la separación institucional de poderes (el famoso e intraducible “check and balance”); y una visión de una transición al socialismo que no requiere un “año cero” de ruptura con el presente”. Consecuente con este planteo, sostiene que “reducido a su esencia, y retornado a sus raíces, el socialismo es una ideología de democracia radical”12. Al no ponerle una fecha exacta al retorno, se podría interpretar que el convite sería retornar a la Segunda Internacional previa a su traición de 1914 cuando el partido socialdemócrata alemán votó los créditos de guerra, capitulando ante su propia burguesía. Pero como se sabe, esa traición no cayó del cielo. En la socialdemocracia anterior a 1914 ya se habían desarrollado tendencias oportunistas de derecha –en particular su ala sindical– que veían que hablar de “socialismo” y “revolución” hacía


I dZ Noviembre

peligrar los privilegios conseguidos dentro del régimen burgués. Incluso amplios sectores sostenían una posición de apoyo al colonialismo, al que le reconocían una misión civilizatoria13. La experiencia reciente con Syriza y su capitulación sin dilaciones a la troika muestra que el proyecto neorreformista de repetir la estrategia conciliadora de la socialdemocracia y avanzar gradualmente en los marcos del Estado burgués está condenada al fracaso. No se trata de repetir mecánicamente en el siglo XXI la experiencia rusa, sino de poner en valor su herencia para las revoluciones que tarde o temprano vendrán. Sus lecciones fundamentales siguen siendo universales y han resistido el paso de un siglo: no hay transición pacífica y sin ruptura (sin “año cero”) del capitalismo hacia un régimen social sin explotación. Eso fundamentalmente por la violencia de los explotadores, que no dudan en recurrir a la más brutal represión a cargo de su Estado cuando ven amenazados sus intereses. En esos momentos decisivos, en los que se juega el destino de la revolución, hace falta un partido como el de Lenin (no como el de Kautsky) para el triunfo. Y ese partido no se construye el día anterior a la revolución. La construcción de ese partido obrero, revolucionario e internacionalista, es nuestra tarea prioritaria.

1. Este es el núcleo de la polémica que desarrolla L. Trotsky contra K. Kautsky en Terrorismo y comunismo. 2. L. Trotsky, “El arte de la insurrección”, Historia de la Revolución Rusa, Tomo II, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2017, pp. 437-462. 3. E. Carr, Historia de la Rusia soviética. La revolución bolchevique (1917-1923), Tomo I La conquista y la organización del poder, Madrid, Alianza Editorial, 1972. 4. Para una visión más profunda sobre el proceso que llevó de la burocratización a la restauración capitalista en la Unión Soviética y Europa del Este ver: C. Cinatti, “La actualidad del análisis de Trotsky frente a las nuevas (y viejas) controversias sobre la transición al socialismo”, Estrategia Internacional 22, 2005. 5. “Para trocar la dictadura revolucionaria de Lenin en una dominación completamente totalitaria, Stalin tuvo primero que crear esa sociedad atomizada que había sido preparada para los nazis en Alemania gracias a circunstancias históricas. (...) Para fabricar una masa atomizada y sin estructuras tenía antes que liquidar los vestigios de poder de los Soviets que desempeñaban un cierto papel e impedían la dominación absoluta de la jerarquía del partido”. H. Arendt, Los orígenes del totalitarismo, 3. Totalitarismo, Madrid, Alianza Editorial, 2002, pp. 481-527.

6. Arendt asimila la forma “consejo” (la Comuna de París, los soviets de las tres revoluciones rusas, los Räte de la revolución alemana, los consejos de la revolución política húngara de 1956) dentro de su teoría liberal, comparándolos con el sistema de distritos de Jefferson, además de introducir una separación insalvable entre “soviet” y “partido”. Pero el solo hecho de que los considere el “tesoro perdido” de la tradición revolucionaria muestra la potencia de los organismos de autodeterminación de masas como embriones de una nueva forma de Estado. Ver: H. Arednt, Sobre la revolución, Madrid, Alianza Editorial, 1992, en particular pp. 222-291. 7. Para una crítica de esta contradicción entre “libertad” y “liberación” de H. Arendt, ver: C. Cinatti, E. Albamonte, “La democracia soviética. Más allá de la democracia liberal y el totalitarismo”, Estrategia Internacional 21, 2004. 8. T. Brenton, Was Revolution Inevitable? Turning Points of the Russian Revolution, Oxford University Press, Nueva York, 2017. 9. S. Fitzpatrick, “What’s Left?”, London Review of Books, Vol. 39, N.º 7, 30 de marzo de 2017. Disponible en www.lrb.co.uk. 10. “The Russian Revolution, 100 Years On: Its Enduring Allure and Menace”, National Review, 30 de octubre de 2017. Disponible en www.nationalreview.com. 11. No solo se trata de una discusión política. En los últimos años historiadores que se referencian en el marxismo vienen desarrollando nuevas investigaciones sobre la historia de la Revolución rusa, el partido bolchevique y el rol de Lenin. Aunque no es objeto de este debate, sería interesante discutir la tesis de Lars Lih que sostiene que las “Tesis de Abril” de Lenin no significaron un giro estratégico sino que sostiene una continuidad entre Lenin y los “viejos bolcheviques”, poniendo en cuestión la visión del propio Lenin y Trotsky sobre la política conciliadora de Stalin-Kamenev hacia el Gobierno provisional, que continuaba participando en la guerra. Sobre este tema ver: L. Lih, “The Lies We Tell About Lenin”, Jacobin, 23 de julio de 1017; “From February to October”, Jacobin, 11 de mayo de 2017. 12. B. Sunkara, “Socialism’s Future May Be Its Past”, The New York Times, 26 de junio de 2017. Disponible en www.nytimes.com. 13. Esta posición la había planteado E. Bernstein pero tenía un amplio eco dentro de la socialdemocracia alemana, al punto que llevó a una crisis importante en el Congreso de Stuttgart de 1907 en el que se derrotó la moción colonialista por un margen mínimo de votos.

Aleksandr Ródchenko, Revolución en Egipto, 1919.

| 23


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

24

#1917. Repensar el doble poder para reconquistar el poder

Ilustración: Sergio Cena


I dZ Noviembre

| 25

Emmanuel Barot Profesor de Filosofía en Toulouse II-Le Mirail.

Este texto es la versión actualizada de la intervención en el taller “Estado, partido, transición”, del coloquio “Pensar la emancipación” desarrollado en la universidad Paris 8 - Saint Denis (Francia) del 13 al 16 de septiembre de 2017. El pensamiento estratégico, incluso aquel que ha reivindicado el marxismo revolucionario y a Lenin contra las diversas variantes neoutopistas o neorreformistas típicas del momento posmoderno (momento político que ha quedado detrás nuestro), se ha dejado arrinconar contra las cuerdas desde hace mucho. El fracaso brutal de las hipótesis neopopulistas de izquierda, desde los gobiernos “progresistas” latinoamericanos al cataclismo Syriza, hasta el liquidacionismo de Podemos –sin hablar de la contrarrevolución que ha destruido hasta ahora la segunda primavera de los pueblos– ha hecho envejecer especialmente las opciones altermundialistas social-libertarias que han intentado, por un tiempo, siguiendo a Holloway, “hacer la revolución sin tomar el poder”. Combinado con los giros reaccionarios y bonapartistas del momento, que recuerdan hasta qué punto los Estados burgueses incluso “democráticos” manejan siempre el garrote cuando la zanahoria ya no basta, este fracaso exige que no se vuelva a abordar con ligereza la cuestión del poder, es decir, de los fines y de los medios de enfrentamiento victorioso a las formas políticas de la dominación burguesa. Esto pone en un lugar central la tesis de Lenin “Sobre la dualidad del poder” de abril de 1917: El problema fundamental de toda revolución es el del poder del Estado. Si no se comprende este problema no puede haber participación consciente en la revolución, por no hablar de la orientación de la revolución1.

Dimensiones del doble poder y el regreso de las tareas preparatorias El “doble poder” designa un tipo de proceso y de instrumentos políticos particulares por

los cuales las masas en lucha crean sus órganos de decisión independientes, alternativos y antagónicos a las instituciones existentes (soviets, comités de huelga, consejos de fábrica, asambleas generales) en la perspectiva de la huelga general y de la insurrección. Históricamente este proceso lleva a la madurez, en un principio en la revolución rusa de 1905, la forma en que los trabajadores, desde el siglo XIX, han buscado organizarse, en el curso o a través de huelgas especialmente, de manera independiente, oponiéndose a los Estados al servicio de sus explotadores. Lenin establece tal fórmula luego de la caída del zarismo para describir la situación singular que oponía el gobierno provisorio a los soviets: Este doble poder se manifiesta en la existencia de dos Gobiernos: uno es el Gobierno principal, el verdadero, el real Gobierno de la burguesía, el “Gobierno provisional” que tiene en sus manos todos los resortes del poder; el otro es un Gobierno suplementario y paralelo, un Gobierno “de control”, encarnado por el Soviet de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado, que no tiene en sus manos ningún resorte del poder, pero que descansa directamente en el apoyo de la mayoría indiscutible y absoluta del pueblo, en los obreros y soldados armados2.

Semejante coexistencia de dos formas de poder de clase disputándose el perímetro del Estado, rivalizando en el terreno de la soberanía, poniendo en juego fuerzas sociales antagónicas, era por esencia inestable. “No cabe la menor duda que este “entrelazamiento” no puede durar mucho. En un mismo Estado no pueden existir dos poderes. Uno de ellos está destinado a desaparecer”3, completaba Lenin, formulando a la vez el viraje decisivo con el que ligaba el febrero “democrático” a la perspectiva socialista, “¡Todo el poder a los soviets!”, que iba a crear el centro de gravedad de la avanzada hacia la insurrección. En lo que concierne a la dialéctica compleja que han tenido las relaciones

entre soviets y partidos en 1917, no olvidemos que los primeros, donde el rol de los bolcheviques fue creciendo hasta volverse mayoría en octubre, han llegado también a desafiar al Estado del gobierno provisional en tres aspectos indisociables. Al emerger, como una fuente alternativa de legitimidad y de mando, en tanto que germen o esbozo de una nueva forma de instituciones fundadas sobre la democracia proletaria, y finalmente, como medio por el cual este poder de clase en germen, en el movimiento mismo de su elaboración, debía “destruir” el Estado burgués, lo que Marx, después de 1848 había puesto en el corazón de la transición revolucionaria en la perspectiva del comunismo, es decir, la “dictadura del proletariado”. Segunda tesis leninista que rechazamos que el estalinismo haya vuelto obsoleta, y que por el contrario, es una perspectiva que, consideramos, debe formar parte nuevamente del horizonte actual4, Limitar el marxismo a la teoría de la lucha de clases, significa cercenar el marxismo, tergiversarlo, reducirlo a algo aceptable para la burguesía. Marxista sólo es quien hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado5.

En una crisis revolucionaria, el “doble poder” concentra inmediatamente las tareas en vistas del momento posrevolucionario, e interroga frontalmente las mediaciones aptas para asegurar la coherencia entre la nueva base social y su expresión política, en particular entre las instancias de frente único como los soviets y los partidos políticos. Pero en un período como el actual cuando la revolución tiende a no revestir, a pesar de la actualidad de su perspectiva, la menor inminencia, las tareas actuales son más bien tareas de reconstrucción, de reconquista de las tradiciones de autoorganización obrera, de reaprendizaje y de reacumulación de fuerzas, pero también de relegitimación del rol de los partidos revolucionarios doblegados aun bajo la sensación dominante de su inutilidad o de »


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

26

su peligrosidad. Tareas preparatorias en suma, en el seno o al servicio de estos “gérmenes de democracia proletaria en el marco de la democracia burguesa” decía Trotsky.

Cuando la contrarrevolución y el reflujo alteran los objetivos Esta necesidad de recomenzar, ciertamente por el medio, pero casi al comienzo de este medio, no cae del cielo. Sin volver sobre el tema del fracaso de la extensión de los procesos revolucionarios en Europa después de 1917, en Alemania en particular, y las lecciones que Gramsci6 intentó extraer de ello en los años ‘30 en el plano de la comprensión de las formas del Estado burgués en “occidente”7, recordemos que la contrarrevolución estalinista y sus vicisitudes han ayudado considerablemente a estabilizar el capitalismo de posguerra, e incluso a desacreditar tanto al proyecto del comunismo como la idea misma de revolución. Al hacerlo, por su negación burocrática del poder “soviético” desde fines de los años ‘20, ha bloqueado toda emergencia de procesos de doble poder que habrían podido escapar a su control, como el de Hungría de 1956. Así, en las antípodas, ha remodelado el mundo obrero sobre líneas paralizantes y reformistas. Incluso si, luego de la caída de la URSS y de los años ‘90, del período altermundialista, luego las revoluciones árabes, las olas de indignación, etc., han resurgido movimientos de masas aspirando a la autoorganización democrática, no se puede más que constatar la persistente debilidad de las dinámicas de doble poder asentadas sobre una perspectiva de clase, esforzándose en ligar cuestiones democráticas y cuestiones sociales en la perspectiva del socialismo, es decir, en el sentido de la lógica permanentista que condicionó la victoria de 1917. En el marco de esta pérdida de tradiciones y de referencias, donde la crisis histórica del movimiento obrero internacional reforzada por la ofensiva neoliberal es la principal base material tanto como la expresión, luego de tres decenios en el plano teórico, la izquierda radical y/o revolucionaria no ha salido indemne. Ocurre también para los “pensamientos críticos” tanto más cuando estos se han orientado hacia un posmarxismo o antimarxismo simplificados. Todo esto ha sido marcado por un opacamiento8 o una licuación generalizados de la comprensión de las vías de enfrentamiento al Estado burgués. Este “grado cero del pensamiento estratégico”, lamentado hace ya una decena de años por Daniel Bensaïd, no ha eludido al campo marxista, en parte como herencia de ese “marxismo occidental” nacido, explicaba Perry Anderson, de las derrotas del período

de entre guerras y del desconcierto frente al estalinismo. Cargamos así todavía los estigmas de una aplanadora donde los usos y abusos ya antiguos de Gramsci, por ejemplo, continúan fustigando, al punto de servir todavía de caución a los [Pablo] Iglesias, [JeanLuc] Mélenchon y consortes actuales. Un Gramsci corrido a la derecha desde el eurocomunismo, mediante un uso a medida de su distinción “Oriente/Occidente” combinado con la hipertrofia tacticista y electoralista de la “guerra de posiciones” en detrimento de la “guerra de movimientos” en vista del enfrentamiento final contra el poder del capital, que él mantenía, a pesar de lo que se diga, como una guía estratégica al servicio de una “contrahegemonía” obrera y popular9.

Librarse de las ilusiones sobre el Estado burgués y la “democracia combinada” No se puede en este sentido evitar mencionar el enfoque sintomático de Poulantzas en Estado, poder, socialismo de 1978, que ha recusado explícitamente la lógica del doble poder, estimando que el Estado, “condensación de una relación de fuerzas materiales”, podía ser al menos parcialmente conquistado/reapropiado, lo que implicaba recusar el modelo heredado de 1917, de “la exterioridad” mutua total entre órganos de autoorganización de los explotados e instituciones democráticas burguesas, y que su combinación era insoslayable. Imaginando en consecuencia una vía “democrática” al socialismo, sin verla sin embargo ingenuamente pacífica o gradual, no obstante él falló emblemáticamente en el hecho de que las formas de la democracia burguesa y su tipo de pluripartidismo, y los de la democracia proletaria, son de naturaleza orgánicamente diferentes. En su artículo de 1979 “Huelga general, frente único, dualidad de poder”10, Bensaïd escribía, Bajo fórmulas que pueden variar de un país a otro, los partidos comunistas y socialistas de Europa del Sur destacan la noción de “democracia mixta”, dicho de otro modo, la combinación de formas de democracia directa surgidas de las luchas de masas y de las formas de democracia representativas encarnadas por las instituciones parlamentarias y municipales burguesas.

Esta “innovación” teórica presenta una triple ventaja, para los PC, para los PS y para la clase dominante misma: –A los PC les ofrece un medio cómodo de desembarazarse del concepto de dictadura del proletariado (bajo el pretexto de romper con el terror estalinista), y una coartada para

un mejor acercamiento respecto de las instituciones de Estado burgués; –A los PS les permite conciliar una celosa rehabilitación de la democracia parlamentaria y una fraseología de izquierda sobre la autogestión de base, que va directamente al encuentro de los proyectos tecnocráticos y modernistas de administración del Estado; –A la burguesía le ofrece la ocasión de relegitimar un sistema de dominación cuya tradición democrática parlamentaria está cada vez más recubierto por el estatismo autoritario, y de darle una caución “liberal avanzada” a sus reformas. La noción de democracia mixta se opone a la tradición revolucionaria, la de la democracia directa, de la Comuna de Paris a los comités de huelga y a las comisiones de trabajadores, pasando por los consejos obreros turineses y los soviets, en nombre de la lucha contra el economismo y el corporativismo. En el fondo este veredicto es de una total actualidad. Sorprende que Mandel, aunque muy crítico del eurocomunismo en esa época, haya caído en parte en este tipo de ilusiones. En razón del dominio del parlamentarismo en los Estados capitalistas, las condiciones de la disipación de las ilusiones de las masas en las soluciones “democráticas”, el sufragio universal tal como existe, etc., se ven agravadas en “occidente”: de donde surge la necesidad de encarar, antes que una crisis de legitimidad de las instituciones se abra profundamente, temporalidades más largas que aquellas pensadas por Lenin y Trotsky. Mandel toma de allí la posibilidad de procesos de coexistencia más o menos durables entre “poderes” alternativos, luego, no de modo accesorio, llega a pensar en formas de combinación, de “democracia mixta”, combinando elementos de las instituciones burguesas y elementos de instituciones proletarias, como núcleo posible de una transición revolucionaria. En 2006, sobre el fondo de esta crisis duradera del horizonte revolucionario, Bensaïd, en “Sobre el retorno de la cuestión político-estratégica”11, recordaba así que ellos habían podido “verse turbados o disgustados en ese momento por el acercamiento de Ernest Mandel a la “democracia mixta” a partir de un reexamen de las relaciones entre soviets y Constituyente en Rusia”, pero sobre la marcha explicaba que sin embargo ellos habían “evolucionado” sobre este punto, y que era muy evidente a fortiori en países de tradición parlamentaria más que centenaria, donde el principio del sufragio universal está sólidamente establecido, que no se podría imaginar un proceso revolucionario de otro modo que como una transferencia de


I dZ Noviembre

legitimidad dando preponderancia al “socialismo por debajo”, pero en interferencia con las formas representativas […].

La lucha de clases real produce constantemente “interferencias” de este tipo, inmensamente variables según las coyunturas, planteando un número de cuestiones tácticas cada vez más delicadas, en particular en los períodos de crisis o de inestabilidad en las que las contradicciones son crecientes como en Cataluña. Esto porque frente a estas contradicciones las luchas crean en permanencia, al menos en las formas, algo nuevo, Trotsky lo recordaba en el capítulo sobre los comités de fábrica del Programa de transición12: El movimiento obrero de la época de transición no tiene un carácter regular e igual, sino afiebrado y explosivo. Las consignas, igual que las formas de organización, deben estar subordinadas a este carácter del movimiento. Rechazando la rutina como la peste, la dirección debe prestar oídos atentamente a la iniciativa de las masas mismas.

Muchos procesos de tipo “soviético”, incluso muy al inicio pueden nacer, híbridos por definición, no decantados, atravesados de “interferencias”. Pero la atención a estos últimos no podría jamás justificar el franquear la línea roja consistente en mantener la menor duda estratégica sobre el hecho de que estas formas “combinadas” o “mixtas” están condenadas de antemano a transformarse en beneficio del más fuerte, porque los regímenes sociales sobre los cuales se basan respectivamente, la propiedad privada, por un lado, su destrucción por el otro, son estructuralmente incompatibles-incombinables. Es en este sentido que es tan necesario deconstruir sin disimulo todas las problemáticas de la “democracia radical”, “real” o “hasta el límite” ampliamente dominados por el reformismo y el electoralismo en Laclau, Mouffe, Errejón, Iglesias (que retoma Mélenchon), o incluso los llamados poco delimitados a tal o cual proceso “constituyente”. Esto obligará también a clarificar los enfoques que, sin rechazarlos forzosamente, flotan, o estiman inadecuado o incluso abstracto en el período, la distinción entre reforma y revolución, pues eso los conduce a soslayar la cuestión del poder y a fortiori la de las condiciones de renacimiento del “doble poder”. Más ampliamente, ningún aparato de Estado, ninguna institución burguesa cualquiera sea, incluso si parecen más “ideológicas” que represivas o, como los “servicios públicos”, y más aún de estructuras locales, en apariencia más apropiables –apariencia errónea que brinda el

aspecto de la doble ilusión gradualista y “municipalista”13– no escapa a su rol estructural de reproducción del régimen de la propiedad privada y del poder del capital. Las variaciones en las formas de Estados nacionales, o incluso en las formas de rol de Policía política jugado por las burocracias sindicales y políticas, por definición todas híbridas de rasgos “orientales” y “occidentales” para retomar las categorías de Gramsci, productos del desarrollo desigual y combinado que caracteriza más que nunca al capitalismo contemporáneo, no cambian nada. *** “Re-pensar” el doble poder para “retomar el poder” no significaría hoy más que ayer aplicar fórmulas mágicas que transpongan mecánicamente el (pretendido) “modelo” de 1917. Pero la cuestión estratégica de las condiciones de destrucción del Estado burgués, cualquiera sea su fisonomía singular, permanece intacta. En un momento en que una mayoría de la humanidad más allá de algunas diferencias técnicas, no vive hoy mucho mejor que los campesinos rusos bajo la dinastía de los Romanov, las formas contemporáneas del Estado (y de la democracia) sufren, bajo la presión de la evolución de las relaciones de clase a escala internacional, toda clase de virajes brutales, un “bolchevismo 2.0” al servicio de esta reconstrucción estratégica, en la

| 27

teoría y la práctica concreta, de las vías del doble poder, es insoslayable. Traducción: Eduardo Baird.

1. V. I. Lenin, “Sur la dualité du pouvoir”, Pravda 28, www.marxist.org. 2 V. I. Lenin, Les tâches du prolétariat dans notre révolution, “L’originale dualité du pouvoir et sa signification de classe”, www.marxists.org. 3. Ídem. 4 E. Barot, Marx En El País De Los Soviets, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2017. 5 V.I. Lenin, El Estado y la revolución, Ed. CEIP, P. 147). 6 Acá como en todos los pasajes resaltados en violeta van referencias al pie. 7 J. Dal Maso, El Marxismo De Gramsci, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2017. 8 Ver E. Barot, “Etat, crise organique et tournants bonapartistes à l’ère Trump (I)”, www.revolutionpermanente.fr, 22/11/2016. 9 Ver F. Rosso y J. Dal Maso, “Revolución pasiva, revolución permanente y hegemonía”, IdZ 13, septiembre 2014. 10 D. Bensaïd, “Grève générale, front unique, dualité du pouvoir”, www.contretemps.eu, 3/6/2016. 11 D. Bensaïd, “Sur le retour de la question politico-stratégique”, www.danielbensaid.org, 9/8/2016. 12 L. Trotsky, Programme de Transition, “Les comités d’usine”, www.marxists.org. 13 Ver J. Martínez y D. Lotito, “La ilusión gradualista”, IdZ 12, agosto 2014.

El Lissitzky, Locutor de radio, 1920-1921.


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

28

Ilustración: Thais Oyola

La Internacional después de la Revolución

Grandes días del proletariado mundial


I dZ Noviembre

| 29

Jazmín Jimenez Socióloga, docente. Emilio Salgado Delegado Junta Interna ATE-Indec

Suponemos que los zares y los popes, antiguos dueños del Kremlin moscovita, nunca imaginaron que entre sus grises paredes se reunirían los representantes del sector más revolucionario de la humanidad actual1.

La guerra imperialista rompió el equilibrio capitalista y sepultó la vieja idea del progreso universal indefinido. La toma del poder por parte de los bolcheviques en medio de esa masacre, crea un nuevo paradigma que marcará el siglo XX: con la revolución obrera se abre la posibilidad de la propagación de la lucha por una nueva sociedad para la humanidad. Son los primeros años de la Internacional fundada por Lenin y Trotsky, en los que la clase obrera estuvo más cerca de alcanzar la victoria y abrir el camino hacia un mundo socialista. Agosto de 19142 tiró abajo la fachada pacifista del capitalismo, la humanidad era arrojada a una sangrienta barbarie y la perspectiva de un desarrollo pacífico se esfumaba. Los dirigentes socialdemócratas convocaban a la clase trabajadora a defender la nación burguesa. De esta forma la Segunda Internacional, en palabras de Trotsky, “pereció innoblemente” y, desde aquel momento, los revolucionarios auténticos se propusieron la tarea de crear una nueva internacional, el partido mundial del proletariado3. La guerra imperialista se convirtió en la madre de la revolución proletaria. En el viejo imperio de los zares, los trabajadores tomaban el poder en octubre de 1917. A la clase obrera rusa y a su Partido Comunista, templado en la lucha, pertenece el honor de haber iniciado el camino. Mediante su Revolución de Octubre, el proletariado ruso no solo abrió de par en par las puertas del Kremlin a los representantes del proletariado internacional, sino que colocó la piedra fundamental del edificio de la III Internacional4.

El internacionalismo como necesidad de la estrategia El internacionalismo no es un dogma, ni un sueño, ni un ideal sentimental imposible de

realizar. Se basa en la realidad de la economía mundial que el capitalismo ha creado. Trotsky explica que los marxistas entienden la economía mundial ...no como una amalgama de partículas nacionales, sino como una potente realidad con vida propia, creada por la división internacional del trabajo y el mercado mundial, que impera en los tiempos que corremos sobre los mercados nacionales5.

Cuando los bolcheviques llevaron adelante la Revolución de Octubre nunca pensaron que por haber tomado el poder, la clase obrera rusa podría salir de la economía mundial. El poder público puede desempeñar un papel gigantesco, sea reaccionario o progresivo, según la clase en cuyas manos caiga. Pero, a pesar de todo, el Estado será siempre un arma de orden superestructural. El traspaso del poder de manos del zarismo y de la burguesía a manos del proletariado, no cancela los procesos ni deroga las leyes de la economía mundial6.

Si bien la nacionalización de los medios de producción y el gobierno centralizado y sistemático de éstos, era lo que le daba fuerza a la economía soviética, la debilidad que tenía estaba en el aislamiento y la imposibilidad de utilizar los recursos de la economía mundial. En 1921, en el Tercer Congreso de la Internacional, Lenin polemizando con quienes tenían una visión nacional de la revolución, afirmaba que la victoria del proletariado ruso sería imposible sin el apoyo de la revolución internacional. Antes de la revolución, y aun después de ella, pensábamos: o estalla la revolución inmediatamente ­­–o por lo menos muy pronto– en los otros países, en los países capitalistas más desarrollados, o debemos perecer. A pesar de esta convicción, hicimos todo lo posible para proteger el sistema soviético en todas las circunstancias y a toda costa porque sabíamos que no solo estábamos trabajando para nosotros mismos, sino también para la revolución internacional7.

Como la conquista del poder no puede ser un acto simultáneo en todos los países, la Revolución de Octubre era considerada como la primera etapa de la revolución mundial, que necesariamente sería obra de varias décadas. Así las cosas, la Revolución rusa demostró que estaban dadas las condiciones objetivas para que el proletariado tomara el poder. Pero dependía de un factor fundamental: la existencia de partidos revolucionarios que llegaran preparados y con una dirección templada que se propusiera dirigir la insurrección cuando llegase el momento. Por eso, contra toda idea “ortodoxa” de países maduros e inmaduros, con la ruptura del equilibrio capitalista provocado por la guerra imperialista, la clase obrera rusa se vio obligada a tomar el poder antes que sus hermanos de los países más desarrollados. Su revolución no fue solo contra la burguesía rusa sino también contra la burguesía inglesa y francesa, generando de esta forma la intervención contrarrevolucionaria de los imperialistas. Trotsky aseguraba que hubiera sido mucho más “económico” tomar el poder primero en Alemania, Inglaterra o Francia y después en los países atrasados. Pero la revolución no había empezado por el “viejo proletariado con poderosas organizaciones, sindicales y políticas, con grandes tradiciones de parlamentarismo y sindicalismo”, sino que había sido obra del joven proletariado de un país atrasado como el ruso. “La historia siguió la línea que ofrecía menor resistencia. La etapa revolucionaria irrumpió por la puerta más fácil de derribar”8.

La onda expansiva de la revolución La República soviética, siguiendo el ejemplo de la Comuna de París, se proclamó “República Universal del proletariado”, que llamó a los obreros y campesinos alemanes a alzarse en su apoyo. El ejemplo se extendía por el mundo y principalmente en los países más cercanos de Europa. Esa fue la constante de los primeros años de la Internacional Comunista, marcados por los procesos huelguísticos en España y en Gran Bretaña, la proclama de una República soviética en Budapest y el bienio rojo italiano, con huelgas, ocupaciones de fábricas y la conformación de los consejos obreros. »


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

30

Todos los procesos revolucionarios eran importantes y tenían la mayor atención de la Internacional. Sin embargo, la mayor tensión estaba puesta en la principal economía europea: Alemania. En esto había una confluencia plena de Lenin y Trotsky, que insistían hasta el hartazgo en que la revolución alemana sería la llave que facilitaría la expansión de la revolución en todo el continente. Sin un triunfo en un país central la lucha por el socialismo tenía un destino trunco. En un lustro el proletariado alemán protagonizó cuatro procesos revolucionarios que podrían haber cambiado la historia pero fueron derrotados. Los hechos de 1918, 1919, 1921, son procesos distintos que fueron centrales en las discusiones de los cuatro primeros Congresos de la Internacional. La revolución de 1923, posterior al Cuarto Congreso, será la última gran oportunidad de la clase obrera alemana, sin embargo la dirección del Partido Comunista no supo medir los tiempos de la revolución y dejó pasar la oportunidad de tomar el poder9.

existió una tendencia generalizada al surgimiento de organizaciones similares a los soviets o consejos obreros, para enfrentar regímenes monárquicos decadentes o el poder de las democracias burguesas que eran enemigas de esos procesos. En las tesis presentadas al Primer Congreso Lenin denunciaba la verdadera naturaleza de clase de la democracia capitalista en uno de los Estados europeos más avanzados como era Alemania, señalando que

Algunos debates esenciales

Mientras el Primer Congreso de la Internacional Comunista había llamado a congregar las fuerzas del proletariado mundial, el Segundo elaboró la base programática para la construcción de esas fuerzas, estableciendo “21 condiciones” que delimitaban a aquellos partidos que no acordaban con la estrategia comunista. Se imponían además los principios del centralismo democrático; es decir, el derecho de sus miembros a discutir y cuestionar la orientación política del partido, al mismo tiempo que la necesidad de una organización altamente centralizada para actuar en la lucha de clases contra la burguesía y su Estado. El Tercer Congreso sería, en palabras de Trotsky, “la más alta escuela de estrategia revolucionaria”, donde se había hecho un balance de lo actuado hasta el momento y había que responder a los problemas prácticos, ante la negativa de los triunfos de las revoluciones en Occidente. Es el Congreso donde la dupla con Lenin alcanza su mayor confluencia y en donde deben batallar contra las alas “izquierdistas” que no habían sabido construir partidos con influencia de masas, y contra los oportunistas, que si bien habían aceptado el programa del Segundo Congreso, todavía arrastraban resabios del nacionalismo socialdemócrata y de los partidos socialistas. La revolución en Occidente se atrasaba. Eran años de relativa recuperación económica con cierta recomposición del “equilibrio inestable” de la burguesía. La llamada acción de marzo en Alemania de 1921, justo antes del Tercer Congreso, fue una importante derrota que significó un retroceso del PC alemán. Del balance de esta profunda crisis se sirvieron Lenin y Trotsky para batallar y convencer a

El 2 marzo de 1919 en Moscú se fundaba la Tercera Internacional rindiéndoles homenaje a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, que habían sido cobardemente asesinados meses antes por la socialdemocracia tras la derrota de la revolución ese año. En ese Primer Congreso la discusión se centró en las formas de gobierno y el carácter de clase del Estado. Mientras en Rusia se había instaurado la República de los Soviets, en Alemania no se había logrado tomar el poder del Estado porque la socialdemocracia había aplastado la revolución. En su discurso inaugural, Lenin alertaba que la república burguesa, aún la más democrática de ellas, no es más que una máquina de represión contra la clase trabajadora. En su análisis sobre la Comuna de París de 1871, ya Marx había revelado el carácter explotador de la democracia burguesa, en la que las clases oprimidas solo tienen el derecho a decidir una vez cada varios años, eligiendo qué miembros de la clase dominante han de “representar y reprimir” al pueblo. Lenin aseguraba que los trabajadores encontrarían la forma práctica de implantar su poder en cada país a través del sistema soviético con la dictadura del proletariado. ¡Dictadura del proletariado! Hasta hace poco estas palabras eran latín para las masas. Gracias a la difusión que ha alcanzado en el mundo entero el sistema de los soviets, ese latín fue traducido a todos los idiomas contemporáneos; las masas obreras encontraron la forma práctica de la dictadura10.

La oleada revolucionaria surgida tras la Revolución rusa le daba la razón, ya que

...una república democrática en la que pueden ocurrir tales cosas es una dictadura de la burguesía. Quienes expresan su indignación por el asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, pero no comprenden este hecho, no hacen sino poner de manifiesto su estupidez o su hipocresía. La ‘libertad’ en una de las repúblicas más libres y avanzadas del mundo, en la república alemana, es la libertad de asesinar impunemente a los dirigentes del proletariado detenidos11.

la Internacional de la importancia de llegar preparados con Partidos Comunistas fuertemente arraigados en el proletariado. Los jóvenes partidos debían evitar atajos o intentos desesperados de insurrecciones “izquierdistas” en momentos de reflujo del proletariado. La Internacional advertía: “deben conquistar la confianza de la mayoría de la clase obrera antes de atreverse a llamar a los trabajadores a un ofensiva revolucionaria abierta”. Fue la gran lección de este Congreso. Dada la estabilización relativa económica y por ende política que vivía Europa, la táctica del Frente Único Obrero (FUO) tenía el objetivo de resistir los ataques del capital buscando la unidad de las filas obreras. En la medida en que los sindicatos y partidos que se reivindicaban de la clase obrera, en ese contexto, estaban dirigidos por sectores reformistas o centristas, el FUO buscaba ampliar la influencia de los revolucionarios en esas organizaciones de masas en base a una experiencia común en la lucha. Es decir, el FUO empieza en un plano defensivo, pero busca acumular los volúmenes de fuerza necesarios para en determinado momento, pasar a la ofensiva. Lenin la sintetizó en la frase “golpear juntos y marchar separados”, indicando que los comunistas debían mantener la independencia de clase y su propia agitación dentro de ese FUO, y no adaptarse ni subordinarse a la direcciones reformistas de esas organizaciones (línea que luego, de manera oportunista y con resultados catastróficos, tomó la dirección de la Internacional)12. Cuando se reunió el Cuarto Congreso, un año y medio después, la situación no había cambiado de manera tal en Europa como para pasar a una ofensiva revolucionaria abierta. Por eso Trotsky afirmaba que ...el Cuarto Congreso ha desarrollado, profundizado, verificado y precisado la labor del tercer congreso, y estaba convencido de que este trabajo era básicamente correcto13.

En este congreso Lenin estaba muy limitado por su enfermedad. Su voz estuvo representada en la persona de Trotsky, que volvió y profundizó otros planos de los mismos problemas. En determinadas condiciones, cuando la táctica del FUO permitía pasar a la ofensiva, cuando se pasa a un alzamiento generalizado del proletariado y el aparato estatal burgués se halla en crisis aguda, el FUO podía continuar en la táctica del “Gobierno Obrero”. Significaba participar de gobiernos con partidos no comunistas. Pero a su vez, indicaba que los comunistas, llegado ese momento, le exigirían a las direcciones del movimiento de masas que “rompan con la burguesía y tomen el poder”. Era una táctica para tomar el poder pero no detenerse en esto, sino con el objetivo de


I dZ Noviembre

desarmar a la burguesía, armar a los obreros, apoyar el control de la producción en manos de los obreros, entre otras medidas. Es decir, una vez obtenida esa posición, desencadenar las luchas revolucionarias y preparar a las masas para la guerra civil o la insurrección14. *** Este artículo pretende recuperar los mejores años de la lucha por la revolución internacional. Con el triunfo de la revolución bolchevique, la clase obrera tuvo decenas de oportunidades de cambiar el curso de la historia en una Europa en crisis por la salida de la Primera Guerra. A pesar de los grandes problemas que atravesaba la Revolución rusa, luego de enfrentar el ataque de los ejércitos imperialistas y de dos años de guerra civil; toda la esperanza estaba puesta en el triunfo de la revolución en los países centrales, como posiciones para avanzar en el sendero de una sociedad socialista. En 1924, tras la muerte de Lenin, sesionaría el Quinto Congreso, que no sacó las lecciones sobre la derrota alemana de 1923. En oposición a la dirección de la Internacional, Trotsky había sido categórico: el Partido Comunista que tenía un peso considerable, había vacilado, al revés de lo que indicaba la táctica del Gobierno Obrero del Cuarto Congreso de la Internacional, se había mantenido en los marcos de la democracia burguesa y en lugar de utilizar sus puestos para fortalecer las milicias obreras y poner en

pie consejos obreros, para fortalecer el proceso insurreccional que estaba en ascenso, había dejado pasar la oportunidad de pelear por el poder. La dirección del partido había “eludido el combate”. En ese contexto, hay que entender la burocratización creciente de la Internacional Comunista. La Revolución rusa había comenzado a degenerar producto del aislamiento y las terribles condiciones de atraso que permitieron el ascenso de la burocracia estalinista, que también se trasladó a la Internacional. Proceso que se profundizará en lo que hoy resulta conocido, la burocracia totalitaria de Stalin, que entre otros crímenes aberrantes, liquidó a toda la vieja dirección del partido de Lenin. Trotsky batalló inclaudicablemente contra esto, formando primero la Oposición de Izquierda y, años más tarde, fundando la Cuarta Internacional, que será la heredera de las lecciones estratégicas de estos cuatro primeros congresos y de las banderas de Octubre de 1917.

1. Trotsky, León, “Grandes días” en Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2016, p.89. 2. El 4 de agosto de 1914 la bancada socialdemócrata del parlamento alemán votó por unanimidad aprobar las partidas de dinero que exigía el gobierno para comenzar las acciones militares de la Primera Guerra Mundial. 3. En 1915, en Zimmerwald y en 1916 en Kienthal, son las dos conferencias que en menos de seis me-

| 31

ses permiten el reagrupamiento de los socialistas de los diferentes países que se oponían a la guerra y sentaron las bases de una nueva internacional. En ellas, sin embargo, Lenin estaba en minoría en la lucha política de convertir la guerra imperialista en guerra civil al interior de los países. 4. Trotsky, León, ob. cit., p. 90. 5. Trotsky, León, La Revolución Permanente, Buenos Aires, CEIP, 2005. 6. Ibídem. 7. Lenin, V.I. “Informe sobre la táctica del Partido Comunista de Rusia” en Obras Selectas, tomo 2, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013, p. 525. 8. Trotsky, León, “En camino: consideraciones acerca del avance de la revolución proletaria” en Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ob. cit., p. 102. 9. Para ampliar sobre estos procesos ver Stalin el gran organizador de derrotas, de León Trotsky y “Revolución en Alemania” de Pierre Broué. 10. Lenin V.I. “Discurso en la inauguración del Congreso” en Obras selectas, tomo 2, ob. cit., p. 405. 11. Lenin V.I. “Tesis sobre democracia burguesa y dictadura proletaria” en Obras selectas, tomo 2, ob. cit., p. 410. 12. Este artículo no tiene el propósito de desarrollar estos puntos en detalle. Para ampliar sobre estas discusiones se recomienda ver: “Trotsky y Gramsci: debates de estrategia sobre la revolución en ‘occidente’”, Revista Estrategia Internacional 28, de Matías Maiello y Emilio Albamonte. 13. Trotsky, León, “Informe sobre el Cuarto Congreso Mundial” en Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ob. cit., pp. 628-629. 14. Todos los debates de esta nota pueden ser profundizados en Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ob. cit.

Vasili Gúriev, El mundo capitalista y la Rusia soviética, 1927 (juego de ajedrez).


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

32

Ilustración: Melisa Vázquez

Revolución, sustantivo femenino


I dZ Noviembre

| 33

ANDREA D’ATRI Especialista en Estudios de la mujer.

Existe un amplio consenso sobre el gigantesco paso adelante que significó, para la vida de las mujeres rusas, el triunfo de la revolución proletaria de 1917. Sus ecos resonaron también en otros continentes y las sufragistas, las mujeres que bregaban por la educación femenina, las feministas liberales y distintos sectores progresistas de los países de Occidente saludaron la avanzada legislación, las políticas públicas y el desarrollo conquistado en las lejanas estepas europeas. Lo más sugestivo era que las noticias provenían de Rusia, un país sumido en el atraso cultural y económico: las mujeres asaltaban el cielo nada menos que allí, en el viejo reinado de los patriarcas ortodoxos y los zares, de los cosacos embriagados por barriles de vodka, del campesinado sumido en el analfabetismo y de los kulaks enriqueciéndose a fuerza de latigazos. Y esto ocurría nada menos que en 1917, cuando Rusia atravesaba la devastación que provocaba la Iº Guerra Mundial, rodeada de ejércitos imperialistas, con una población diezmada también por la guerra civil, las sequías, las enfermedades y las plagas. En ese terreno –previsiblemente árido para el florecimiento del progreso cultural y político–, se instauró la igualdad legal entre hombres y mujeres; se reconocieron las uniones de hecho; se estableció el derecho al divorcio y al aborto; se crearon guarderías, lavanderías y comedores comunitarios; se eliminó la criminalización de la homosexualidad y la persecución a las mujeres en situación de prostitución. Pero estas innovaciones que revolucionaron la vida cotidiana de las mujeres y de los hogares rusos, no cayeron del cielo, ni tampoco surgieron espontáneamente bajo el estímulo de la revolución social. El partido dirigido por Lenin era un hervidero de debates acerca de la emancipación femenina; encarnaba la herencia libertaria de las rebeliones de esclavos de la Antigüedad, que había resucitado en las sectas igualitaristas y comunistas de los albores del capitalismo; era heredero del socialismo utópico y también de esa crítica implacable que Marx y Engels le habían propinado, con ironía, al matrimonio burgués y a la familia en el Manifiesto Comunista. Esa relación entre un ideario heredado del socialismo utópico y del materialismo histórico, y la incorporación masiva de las mujeres en las concentraciones industriales de las grandes ciudades europeas, produjeron una experiencia inédita. La combinación de ese “nuevo proletariado” constituido por mujeres, que a su vez soportaba las condiciones

de hambre y carestía impuestas por la contienda bélica, con una dirigencia revolucionaria imbuida de las ideas más avanzadas sobre la emancipación son el fundamento de las audaces medidas adoptadas por el Partido Bolchevique, traducidas en legislación, planes de gobierno y políticas sociales.

El amor libre Desde la Edad Media que la humanidad reflexiona sobre la libertad en el amor y se han constituido sectas, movimientos y asociaciones que rechazan los sistemas contractuales, los matrimonios concertados por terceros o la injerencia de la Iglesia y/o el Estado en las relaciones sexoafectivas. No solamente el matrimonio es cuestionado por las distintas corrientes que postulan el ideal del amor libre, sino también las reglamentaciones acerca del adulterio y las prohibiciones que atañen a la anticoncepción y el aborto, entre otros tópicos. Por eso, en general, casi todos los movimientos que defienden el amor libre, también cuestionan la sujeción de la mujer al varón, su falta de libertad y, por lo tanto, son partidarios de la emancipación de las mujeres. Quizás sea más preciso referirse a la “unión libre”, antes que al amor libre, cuando nos referimos a la Rusia de la revolución proletaria. La preocupación central entre los dirigentes e intelectuales del bolchevismo consistía en acabar con la desigualdad existente entre las relaciones legalizadas por la Iglesia Ortodoxa bajo el régimen zarista y las uniones de hecho, además de sus consecuentes desigualdades para los hijos e hijas concebidas por unas y otras parejas. Kollontai proclamaba la necesidad de construir un amor de camaradas, contra las relaciones posesivas que configuraba el ideal burgués del “amor romántico”: la dirigente revolucionaria se esforzaba por demostrar que esa forma de pasión, surgida históricamente con el ascenso de la burguesía, encarnaba el concepto de propiedad privada trasladado a las relaciones personales, cosificando a las personas, engendrando los celos y por lo tanto, siendo también la fuente de múltiples formas de violencia. También esto traía consecuencias para la vida de las mujeres, ¿la libertad en las uniones traía las mismas consecuencias para aquellas a las que el matrimonio significaba su único modo de supervivencia? ¿No era necesario, acaso, impulsar audazmente la emancipación de las mujeres conquistando su incorporación al trabajo productivo, su independencia

económica, su igualdad ante la ley para entonces establecer la legitimidad de las uniones libres? Habiéndose hecho del poder del Estado, la clase obrera tenía la oportunidad de poner en práctica, en un gigantesco laboratorio social, aquello que había promulgado como un credo revolucionario.

La chispa que encendió la llama Durante una década, bajo el régimen zarista, las mujeres habían protagonizado enormes luchas en el seno de la naciente clase obrera rusa: a las reivindicaciones económicas, frecuentemente, añadían las demandas de guarderías en las fábricas, pago de licencia por maternidad, tiempo libre para amamantar a los recién nacidos, etc. En los registros policiales y de las fábricas, abundan los ejemplos de huelgas de mujeres que reclaman poder usar los mismos baños que usan los dueños de la empresa, que cese el abuso de los capataces y que se prohíba insultar a las obreras. La guerra significó una carga adicional sobre sus hombros. Mientras eran movilizados al frente casi 10 millones de hombres –en su mayoría, campesinos–, las mujeres se convirtieron en obreras agrícolas alcanzando a representar el 72 % de los trabajadores rurales. Entre 1914 y 1917, la fuerza de trabajo femenina en las fábricas se incrementó casi en un 50 %. Sobre ese fermento, el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia desarrolló una política audaz para el reclutamiento de jóvenes obreras, al tiempo que educaba a los trabajadores para que éstos asumieran la lucha por la emancipación de las mujeres. El 26 y 27 de agosto de 1910, se había realizado en Copenhague la II° Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, donde los principales debates habían girado en torno al derecho al sufragio para las mujeres y la legislación para la protección de la maternidad. Las delegadas Clara Zetkin y Kate Duncker, del Partido Socialdemócrata Alemán, propusieron allí la conocida moción de establecer la conmemoración de un Día Internacional de las Mujeres. En Rusia, se conmemorará por primera vez en 1913. Para 1914, al igual que las socialistas alemanas y suecas, las rusas acordaron que la conmemoración se haría el 8 de marzo, fecha que mantuvieron en los años siguientes. Mientras la tendencia menchevique postulaba que solo las mujeres debían participar en las manifestaciones conmemoratorias, los bolcheviques sostenían que esta fecha debía ser conmemorada por toda la clase obrera, porque la emancipación »


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

34

femenina debía ser asumida como una bandera de lucha por el conjunto de los explotados. En tanto, la guerra hacía estragos en 1915, las mujeres protagonizaban motines, sabotajes y acciones desesperadas en las principales ciudades de Europa, también en San Petersburgo arremetían contra un mercado de comestibles. La escena se repetía en Moscú y volvía a ocurrir al año siguiente. Aquellas consignas que las obreras textiles de San Petersburgo popularizaron en el Día Internacional de las Mujeres de 1917, se gestaron en cada una de estas revueltas provocadas por las penurias. La policía zarista advertía del peligro que se estaba incubando entre los estómagos vacíos y los cementerios repletos de cadáveres: “las madres de familia, agotadas por las colas interminables de los comercios, atormentadas por el aspecto hambriento y enfermo de los niños, están más abiertas ahora a la revolución, que el señor Miliukov, Rodichev y compañía, y por supuesto, son más peligrosas porque ellas representan la chispa que puede encender la llama”1, decían en un reporte previo al levantamiento de febrero de 1917. La advertencia llegaba demasiado tarde: el 23 de ese mes –que corresponde al 8 de marzo del calendario occidental–, las obreras textiles se declararon en huelga. El pliego de reclamos era escueto: pan, paz y abajo la autocracia. El 23 de febrero era el Día Internacional de la Mujer. Los socialdemócratas se proponían festejarlo en la forma tradicional: con asambleas, discursos, manifiestos, etc. A nadie se le pasó por las mentes que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la revolución2.

La emancipación de las mujeres, pilar de la revolución Si tamañas transformaciones fueron posibles apenas con la toma del poder, fue porque se apoyaban en ese fermento femenino que fue capaz de encender la chispa de la revolución. Y porque la imaginación de los bolcheviques resultó ser más transgresora y potente que las adversidades que se cernían sobre el naciente estado obrero. Pero, como sostenía Lenin, la igualdad ante la ley era apenas el inicio, el mínimo paso que podía dar la revolución a favor de las mujeres, pero no era aún la igualdad ante la vida. Y la revolución tenía que, al menos, intentar

avanzar en este sentido. Las transformaciones legales debían estar acompañadas de la monumental tarea de eliminar la “esclavitud doméstica”, aquella doble jornada sin remuneración que sobrecargaba las espaldas de las mujeres. Convertir los quehaceres del hogar en un trabajo asalariado, industrializado y por lo tanto, pasible de ser efectuado por hombres y mujeres, colectivamente, remunerados por el estado obrero, era un paso crucial para avanzar en la emancipación femenina. Desde el ministerio de Asistencia Pública, Alexandra Kollontai, pronto se convirtió en una de las artífices de gran parte de las reformas que se introdujeron en la legislación sobre la mujer y la familia. Entre las medidas más destacadas que tomó la nueva ministra del estado obrero se encuentran el permiso para que las mujeres soviéticas pudieran elegir libremente su profesión, la equiparación salarial con los varones por el mismo trabajo, el acceso asegurado de las mujeres a todos los empleos del Estado, la prohibición de los despidos de mujeres embarazadas, el derecho de las mujeres casadas a no seguir a su marido y la educación mixta. La emancipación de las mujeres no era una tarea secundaria de la revolución proletaria, sino uno de los pilares fundamentales. Por eso fue crucial tener en cuenta este ángulo, para diseñar el nuevo Código Civil, que fue precedido de largos, profundos e interesantes debates. Su objetivo era proteger a las mujeres de las consecuencias que, por su situación ancestral de desigualdad con respecto a los varones, podían provocar las nuevas normas que introducían mayores libertades respecto de las formas tradicionales de familia. La historiadora norteamericana Wendy Z. Goldman indica que, ...desde una perspectiva comparativa, el Código de 1918 se adelantaba notablemente a su época. No se ha promulgado ninguna legislación similar con respecto a la igualdad de género, el divorcio, la legitimidad y la propiedad ni en América ni en Europa. Sin embargo, a pesar de las innovaciones radicales del Código, los juristas señalaron rápidamente “que esta legislación no es socialista, sino legislación para la era transicional”. Ya que este Código preservaba el registro matrimonial, la pensión alimenticia, el subsidio de menores y otras disposiciones relacionadas con la necesidad persistente aunque transitoria de la unidad familiar. Como marxistas,

los juristas estaban en la posición extraña de crear leyes que creían que pronto se convertirían en irrelevantes3.

Esta nueva forma de pensar el Código Civil se fundaba en que, para los bolcheviques, la revolución era apenas un acto, el inicio de un proceso de cambios profundos en los valores y la cultura que se habían reproducido durante milenios. León Trotsky señalaba, en su reconocida teoría de la revolución permanente, que uno de los aspectos esenciales que caracteriza a una revolución socialista es, justamente, esa metamorfosis que, mediante una lucha interna constante, engloba al conjunto de las relaciones sociales. La emancipación de las mujeres del yugo que, por siglos, las mantuvo subordinadas y oprimidas, era uno de los aspectos fundamentales de esas relaciones sociales destinadas a ser transformadas radicalmente. Por eso, lejos de todo reduccionismo economicista, para los marxistas, la emancipación de las mujeres no era una cuestión secundaria sino una tarea central de la revolución proletaria. En este sentido, establecieron cuatro pilares programáticos que consideraban fundamentales para poder avanzar en un camino emancipatorio: 1) la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado, 2) la socialización del trabajo doméstico, 3) la extinción de la familia y 4) el amor o la unión libre. Quizás el logro más importante de la revolución fue haber sentado las bases para un pleno y verdadero acceso de la mujer a los dominios culturales y económicos. Para los revolucionarios, las funciones económicas de la familia debían ser absorbidas por la sociedad socialista, emancipando a las mujeres del yugo de las tareas domésticas. De este modo, además, sentaban las bases para nuevas formas de relaciones sexoafectivas, liberadas de la coerción económica en la que se fundaban las viejas costumbres patriarcales.

La reacción stalinista Y, sin embargo, ¿cómo fue posible que ese estado obrero –surgido de la revolución proletaria, y destinado a extinguirse– se transformara, en menos de una década, bajo el régimen de la burocracia estalinista, en el gendarme de la vida cotidiana? El trabajo asalariado se convirtió en una pesada carga cuando se redujeron los servicios comunitarios y, al igual que en los países capitalistas, las mujeres volvieron a asumir la


I dZ Noviembre

doble jornada que las hacía responsables por las tareas domésticas. Pero, además, el Estado también se encargó de inculcar la idea de que las mujeres se realizaban verdaderamente como tales, en la maternidad, como esposas y amas de sus hogares. La familia tradicional que, en Alemania e Italia, era considerada como la base fundamental del disciplinamiento social por parte de los regímenes fascistas, también cumplió ese papel en la Unión Soviética, bajo la égida de Stalin. Todas las ideas libertarias enarboladas en los primeros años de la revolución, del amor y la unión libre, fueron acusadas por los comisarios políticos de propaganda inmoral, pequeñoburguesa y anarquista. Esta transformación que, inversamente a la realizada por la revolución en 1917, significaba un gigantesco paso hacia atrás, no pudo imponerse sin resistencia. Por eso, a la revolución fue necesario ahogarla con una contrarrevolución: la generación que había participado del levantamiento de 1917 fue aniquilada; quienes no perecieron en la guerra imperialista o en la guerra civil, murieron por el hambre y las enfermedades o fueron deportados, encarcelados en campos de trabajo forzoso o fusilados. Stalin consiguió hacerse del poder del partido y del Estado con el apoyo de las nuevas generaciones de arribistas que ingresaron al Partido Bolchevique después de conquistado el poder y de las clases más atrasadas de la sociedad, de las cuales tomó sus prejuicios patriarcales ancestrales, reproduciendo la moral pequeñoburguesa de las masas campesinas. Y también fue necesario derrotar los levantamientos obreros de la moderna Europa, como la revolución alemana, para terminar aislando a la Unión Soviética dentro de sus propias fronteras. Paradójicamente, en nombre del socialismo real, no solo se limitó la socialización de los servicios que reemplazaban el trabajo doméstico, sino que también se estableció que el matrimonio civil fuera la única forma legal de unión frente al Estado, se suprimió la sección femenina del Comité Central del Partido Bolchevique, se criminalizó la prostitución, se persiguió y encarceló a los homosexuales, se prohibió el aborto y se desacreditaron todas las ideas vanguardistas que se habían debatido ardientemente en los primeros años de la revolución. Como señala Wendy Z. Goldman en su investigación sobre la política hacia las mujeres en la Unión Soviética, lo más trágico de los

crímenes cometidos por el estalinismo es que haya llevado adelante esta contrarrevolución, convenciendo de que eso era el socialismo real. Sin embargo, ni siquiera el medio siglo de su existencia al frente del estado obrero –un tiempo efímero, visto con los ojos de la historia–, pudieron borrar de la memoria colectiva de los oprimidos, el heroico papel que jugaron las mujeres en la Revolución Rusa de 1917, ni tampoco la gran conquista que la revolución socialista significó para ellas, las proletarias del proletario. Así como lo hicieron en Francia en 1789, como lo volvieron a hacer en la Comuna de París en 1871, las mujeres rusas de 1917 dieron sobradas muestras de abnegación, coraje y heroísmo. Y la historia continúa dando muestras de este protagonismo de las mujeres trabajadoras y del pueblo pobre a las que seguiremos encontrando encabezando los procesos revolucionarios y las grandes transformaciones sociales. Como señalaba León Trotsky –y que bien podría convertirse en un teorema infalible para los historiadores– será porque “quienes luchan con más energía y persistencia por lo nuevo son quienes más han sufrido con lo viejo”4. 1. Citado por Bárbara Funes en “Rojas”, en D’Atri, Andrea (compiladora), Luchadoras. Historias de mujeres que hicieron historia, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2006. 2.Trotsky, León, cap. VII de Historia de la Revolución rusa, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2017. 3.Goldman, Wendy Z., La Mujer, el Estado y la Revolución, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2010. 4. Trotsky, León, Problemas de la vida cotidiana, disponible en www.ceip.org.ar.

losif Chaikov, Alimentador eléctrico, estudio para una escultura, 1921.

| 35


Ilustración: Thais Oyola

100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

| 36

Laboratorio artístico a cielo abierto


I dZ Noviembre

| 37

ARIANE DÍAZ Comité de redacción.

“Cadáveres perfectamente incinerables”: así consideraba Malevich las colecciones de arte tradicional, que no veía por qué el gobierno revolucionario debería preservar1. Sin embargo, son las obras de decenas de artistas de vanguardia soviéticos las que hoy se reúnen en los grandes museos como forma casi exclusiva de conmemorar del centenario de la Revolución. Reducidas a ejemplos de experimentación artística, las curadurías parecen llegar siempre a la misma conclusión: que el arte sale perjudicado de todo contacto con la revolución. Al parecer siguen siendo urticantes declaraciones de Maiakovsky como esta: “Octubre. ¿Hace falta adherir o no? Esta pregunta no se planteaba ni para mí ni para los otros futuristas moscovitas. Era mi revolución. Fui al Smolni”2.

tendencias, géneros y estilos, desde las más experimentales hasta las más folklóricas. Desaparecidas las viejas instituciones que legitimaban con sus censores y críticos la alta cultura rusa, tanto las académicas como las relacionadas con el escueto mercado cultural heredado del zarismo, todo parecía posible. Las organizaciones del Proletkult, que rápidamente se extenderían por el territorio, y agrupamientos de vanguardia, que con cierto conocimiento público aún se mantenían en la bohemia cultural, fueron de los primeros en pronunciarse abiertamente por la Revolución de Octubre. Con poco peso en los círculos artísticos de las grandes ciudades (que en su mayoría, cuando pudieron, se exiliaron), sus iniciativas se desplegaron rápida y masivamente, convirtiéndolos en protagonistas de las políticas culturales del Estado obrero en los años de guerra civil.

“Las fibras de las masas populares todavía se estremecían, y estaban pensando en voz alta “Mientras la dictadura [del proletariado] por primera vez desde hacía mil años…” Tabaco, botas, algún sobretodo, paquetes de tuvo el apoyo en la ebullición de las una preciada azúcar que mantenía la men- masas y la perspectiva de la revolución te despabilada; en eso consistieron los pagos mundial, no temía a los experimentos, las que el naciente Estado revolucionario podía investigaciones, la lucha de las escuelas…” ofrecer a los artistas en sus espectáculos públicos. Su política, en el marco de la destrucción de la guerra mundial y la guerra civil, tuvo dos fundamentos: la alfabetización masiva y el acercamiento de las producciones culturales a trabajadores y campesinos. Junto con la fundación de nuevas escuelas y gremios de artistas que se conectaban a lo largo del territorio a cargo de sindicatos, soviets y el nuevo Comisariado Popular para la Instrucción Pública (que tenía a su cargo los asuntos culturales), el envío de literatura y la puesta de obras de teatro en los frentes de batalla y en las aldeas más alejadas acompañaban los espectáculos públicos callejeros y la institución del Palacio de Invierno –cuyas riquezas habían sido hasta entonces símbolo del enorme foso que separaba la corte de los zares del pueblo–, en un museo público. Los más de 22 millones de km2 que conformarían la URSS, y que abarcaban distintas culturas y lenguas hasta entonces oprimidas por el Imperio ruso, será un territorio propicio para el desarrollo de un sinnúmero de

“Pushkin, Dostoyievski, Tolstoi, etcétera, etcétera, deben ser tirados por la borda del vapor del Tiempo Presente”, declamaba el primer manifiesto del futurismo ruso, de 19123. Esta actitud hacia la tradición artística previa y sus cánones, que compartieron todos los agrupamientos de vanguardia rusos y europeos contemporáneos, en la URSS cobraba características específicas, que desarrollamos en números anteriores4: lejos de ser sectores marginales críticos del mainstream, las vanguardias soviéticas fueron parte de las nuevas instituciones creadas por la revolución en el terreno cultural, y entablaron con las masas una relación amplia y efectiva, desde las campañas publicitarias de la ROSTA hasta los espectáculos públicos o la dirección de varias de las nuevas escuelas de arte. Arrancar al arte de sus torres de marfil, fusionarlo con la vida, comprenderlo como una forma de trabajo productivo, pero no alienado, redefinir en cada manifiesto el porqué de sus técnicas, fueron las líneas principales de quienes consideraron que su producción artística era parte

de la construcción de un “mundo nuevo”. En la URSS, lo que se declamaba parecía poder llevarse a la práctica. “…la voluntad de creatividad de las masas es capaz de crear su propia cultura y de liberarse de la estética burguesa”5. Así definían los proletkultistas, por su parte, la necesidad de que esa nueva cultura fuera proletaria: una que, basada en el colectivismo, combatiera la ideología burguesa que impregnaba al arte previo. El Proletkult, cuyas ideas habían sido esbozadas por Bogdanov, y que contaba con la participación de muchos bolcheviques, se había propuesto realizar actividades culturales entre los trabajadores y había tenido su primera conferencia justo una semana antes de la toma del poder en Petrogrado. Después de Octubre, recibió el apoyo del Estado para desplegar sus actividades, que iban desde clubes de alfabetización hasta talleres de formación artística, vía el Comisariado dirigido por Lunacharsky, que le asignó un presupuesto que era casi un tercio de lo que se asignó al departamento de educación para adultos. Se extendió por todo el territorio y llegó a tener, según sus dirigentes, cuatrocientos mil miembros en 1920. Estos números pueden no ser del todo acertados considerando el caos de la guerra civil, donde muchos grupos se autodenominaban como Proletkult aunque sin lazos reales con su organización central. Tampoco había necesariamente unidad en sus programas: mientras en Petrogrado por ejemplo, las producciones teatrales desarrollaban técnicas experimentales, en Moscú podía al mismo tiempo montarse obras clásicas6. Las disputas entre vanguardistas y proletkultistas no escasearon. Para los últimos, las vanguardias eran también, a pesar de sus declaraciones rupturistas, parte de lo viejo: “Nunca fuimos discípulos del bloque de los izquierdistas […] “menos todavía abogados de la unión con aquellos que, en nuestra opinión, estaban a la izquierda del sentido común”7. Maiakovsky, por su parte, acusó de conservadurismo a los del Proletkult: “que amontonasteis remiendos/sobre el frac de » Pushkin decolorado”8.


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

38

Pero lo cierto es que las vanguardias encontraron en las ideas del Proletkult un fundamento político para sus ataques a la tradición y las instituciones artísticas previas, y muchos proletkultistas consideraron que una nueva cultura implicaba también la renovación de las formas, terreno donde las vanguardias habían avanzado sin dejar de buscar su camino hacia las masas. Por eso es que algunos de los artistas de vanguardia más conocidos, como Eisestein, Tetriakov, Maiakovsky –y hasta el simbolista Biely–, enseñaron en las sedes del Proletkult, y que buena parte de la fama ganada del Proletkult tenía que ver con estas influencias.

“La dictadura [del proletariado] expresa la barbarie pasada y no la cultura futura…” Las declamaciones rupturistas no tienen el mismo efecto cuando se dirigen al maisntream desde los márgenes que cuando se está ubicado en el eje de la política cultural. Ese cambio de ubicación no siempre era reconocido, en todas sus consecuencias, por vangaurdistas y proletkultistas, que se autoatribuían cada cual ser la “voz” de la revolución en detrimento de las otras escuelas y estilos. Es así que Lunacharsky tuvo que negociar con los sectores culturales establecidos antes, como la Unión para las Artes o la Academia de Ciencias, que no querían saber nada con la intromisión en sus asuntos del nuevo Estado; pero también tuvo que disputar cada una de sus políticas con los nuevos agrupamientos que apoyaban la Revolución de Octubre a los que él había alentado: Realmente sería una desgracia –decía Lunacharsky– que los innovadores artísticos se imaginaran finalmente ser la escuela artística del Estado, ser los exponentes oficiales de un arte que, aunque revolucionario, viniera dictado desde arriba9.

Esa política le valió duras críticas de todos los sectores artísticos probolcheviques. En 1918, por ejemplo, organiza un “soviet teatral” donde el Proletkult se niega a participar porque estaban invitados “especialistas burgueses”, mientras el director del Proletkult de Petrogrado, Lébedev-Polianski, llegó a plantear que el “Comité Central del Proletkult plantearía la cuestión de romper con Lunacharski”10. En 1920, por su parte, en el marco de una discusión sobre obras de teatro propias, el comisario entabla una dura discusión con Kerzhéntsev, Shklovsky y Mayakovsky, que lo acusarán de retractarse de sus posturas favorables a la izquierda artística. Como respuesta a lo que denomina “sicofantes rojos”, Lunacharsky se defendió así:

Yo, como comisario del pueblo, no he prohibido nada a los futuristas: afirmo que debe haber libertad en el campo de la cultura. Otros comunistas, equivocadamente, se imaginan que nosotros somos censores, policías. No. […] Kerzhéntsev sabe que estamos creando un Estado dictatorial para mandar el Estado al diablo11.

A pesar de ello, Lunacharsky defendió, aunque con críticas, que el Proletkult mantuviera su autonomía cuando, en 1920, Lenin abrió una discusión sobre la superposición de tareas del Proletkult con el departamento de educación que dirigía el Comisariado. El debate giró sobre tres ejes: la asignación de recursos al Comisariado, la influencia “pequeñoburguesa” de los vanguardistas, y la matriz teórica que Bogdanov había dado a la idea de “cultura proletaria”, que muchos bolcheviques consideraban idealista. Era fruto también de discusiones internas dentro del Proletkult: en ese mismo año rompe un sector, La Fragua, con el argumento de que, en pos de las tareas de alfabetización más básicas, habían descuidado su objetivo de forjar nuevas generaciones de artistas entre los obreros. El acuerdo, finalmente, fue el ingreso del Proletkult como “sección” del Comisariado, mientras se garantizaba la completa “libertad creativa” en cuanto a los programas de las nuevas instituciones de formación en los distintos géneros artísticos. Estos debates son el trasfondo de las Tesis del sector dedicado a las artes del Comisariado, de 1921, donde prevalece la política de Lunacharsky: “…ni el poder estatal ni la asociación de sindicatos deben reconocer ninguna orientación como algo estatal-oficial: por el contrario, han de ser el máximo apoyo a todas las iniciativas en el campo del arte”12. Pero esa política inicial del joven Estado obrero seguiría en debate y se iría modificando en los años siguientes.

“En el proceso de lucha contra la Oposición en el seno del Partido, las escuelas literarias fueron sofocadas una tras otra…” La política de la NEP va a renovar la discusión artística y cultural, pero a la vez va a mostrar ya inflexiones que tienen que ver con la discusión fraccional dentro del partido. En principio la NEP daba mayores posibilidades de propuestas culturales; terminada la guerra civil había, efectivamente, más recursos disponibles. Pero para muchos artistas, esto significaba la aparición de oportunistas que hasta entonces no habían apoyado a la revolución y ahora venían a hacer negocios con sus esfuerzos. Muchos de ellos eran los “compañeros de ruta”, a los que se

identificaba con la intelligentsia en sentido amplio (profesionales, técnicos, etc., que los planes de industrialización requerían) al servicio de los “nuevos ricos” (kulaks y nepmen). Por eso vanguardistas y proletkultistas se oponen a lo que identificaban como una concesión del partido al “período heroico” de la guerra civil. En la publicación del Frente de Izquierda para las Artes, fundado en 1922, que reunía a futuristas y formalistas, puede leerse: “Nosotros, que llevamos cinco años trabajando en un país revolucionario sabemos que: […] solo Octubre, librándolo del trabajo para el cliente barrigudo y encopetado, concedió la auténtica libertad al arte”13. Los grupos que sucedieron al Proletkult, divididos en diversas fracciones desde 1921, fueron aún más duros. Miembros de La Fragua, por ejemplo, llegaron a separarse del partido al considerar la NEP como una “traición al comunismo”14. En 1924, en una reunión entre dirigentes del Partido Bolchevique y defensores del Proletkult, se renueva la discusión sobre la “cultura proletaria” en el marco del debate sobre adónde va la URSS, donde ya se hace notar la discusión interna en el partido, como puede verse en la intervención de Trotsky, que da cuenta del método de compilar citas de Lenin en su contra para defender todo lo contrario a lo que este había planteado15. En este panorama se publica en 1925 una nueva resolución sobre el trabajo con forma de decreto del Politburó del PC. No es un año cualquiera: mientras Stalin declama por primera vez la idea del “socialismo en un solo país”, Trotsky empieza a ser desplazado de los órganos de dirección del PC. La resolución denostaba la “arrogancia comunista” que con tono imperativo pretendía imponerse a las otras escuelas, trasladando la hegemonía obrera en el terreno político al cultural, y señalaba que el proletariado no podía por tanto darse el lujo de tirar por la borda la tradición artística. Sin embargo, la resolución no niega la necesidad de construcción de una “cultura proletaria” sino que caracterizan que aún está por ganarse. Por ello pone en términos de “tolerancia” la actitud que deben tener los comunistas hacia otras escuelas. La resolución no resuelve el debate, y por ello mismo será en los años siguientes reivindicada por quienes proponían políticas opuestas. Fitzpatrick agrega que en lo que queda de la década de 1920, estos distintos agrupamientos artísticos no se privaron en sus disputas de denunciar el oposicionismo zinovievista o trotskista de sus adversarios, plegándose a la línea del Comité Central para ajustar cuentas internas16.


I dZ Noviembre

“La burocracia siente un temor supersticioso por todo lo que no la sirva directamente, al igual que por todo aquello que no comprende…” La resolución de 1932 del Comité Central del PC ruso viene a zanjar, a la manera stalinista, las discusiones de la década previa. Allí, bajo la “constatación” de los “éxitos de la construcción socialista” –que emula la propaganda oficial que señala el 95 % del socialismo realizado–, se establece la disolución de las organizaciones culturales existentes y la formación de una sola nueva organización, la Unión de Escritores (con la indicación de reproducir esto en los otros géneros artísticos); es decir, lo opuesto de lo que había sido la política del Comisariado y del Estado obrero hasta entonces. La fundamentación señala las tareas de organización de una cultura proletaria conlleva ahora el riesgo de convertirse en círculos aislados “de los deberes políticos contemporáneos”, de la construcción socialista17. En concreto, será el comienzo de la censura y persecución de todos aquellos artistas que saquen los pies del plato, y la base de lo que luego se definiría como la necesidad de desarrollo del “realismo socialista”, que de ambos términos tendrá tan poco como de humedad tiene el desierto. Los vanguardistas y los proletkultistas no tienen lugar en este nuevo marco. Mientras que todo lo experimental se denuncia bajo el epíteto de “formalista” como una desviación influida por la decadencia de la cultura burguesa, es a partir de 1932 que el régimen comienza a dar marcha atrás con sus políticas de “guerra de clases” contra aquellos compañeros de ruta que empalmaban con el gusto de las masas socialistas –o más bien que, en el marco de las necesidades de mostrar una estabilización del régimen, servía de una buena vidirera de sus “éxitos”–. A lo largo de este artículo hemos utilizado como subtítulos frases del análisis de Trotsky en La revolución traicionada, que resume la vida del arte soviético de la década de 1930 como un “martirologio”. Una de sus características es justamente esta apelación populista al gusto de las masas, que había sido eje de debate entre corrientes más tradicionalistas y experimentales desde 1917, pero que ahora se convertía en mandato: “Lo que no es útil al pueblo –declara Pravda– no puede tener valor estético”. Esta vieja idea narodniki que rechaza la tarea de educar artísticamente a las masas, adquiere un carácter tanto más reaccionario cuando la burocracia se reserva el derecho de decidir cuál es el arte del que no tiene necesidad el

| 39

pueblo; […] todo se reduce, al fin y al cabo, a cuidar de que el arte se inspire en sus intereses y encuentre motivos para hacer atrayente la burocracia frente a las masas populares18.

El legado de las corrientes que protagonizaron la producción cultural de ese difícil primer período de la revolución, desconocido por décadas para el mundo occidental, dejó marcas en la producción artística y teórica de todo el siglo XX, aunque no siempre le fueran reconocidas. Muchos de los estudios posteriores, que volvieron a darle el peso que les corresponde en la historia del arte, lo han hecho sin embargo despolitizando a sus agrupamientos e incluso borrando parte de sus contradicciones para pintar a un Estado o un partido sectario que terminó imponiéndoles limitaciones. Pero lo cierto es que si la política stalinista fue brutal de por sí, lo es más aún observada en contraste con el enorme laboratorio artístico que se abrió con la revolución.

1. Citado en Groys, Arte en flujo, Bs. As., Caja Negra, 2016, p.78. 2. En Triolet, Recuerdos sobre Maiakovsky y una selección de poemas, Barcelona, Kairós, 1976, p.38. 3. “Una bofetada al gusto del público”, Diario de Poesía 24, 1992. 4. Ver “El asombro cotidiano” (IdZ 15) y “Maiakovsky, el poeta agitador” (IdZ 25). 5. Proletkult de Moscú, “Resolución sobre el trabajo político de esclarecimiento en el arte”, en AA. VV., Escritos de arte de vanguardia 1900/1945, Madrid, Istmo, 1999.6. Todos los datos pertenecen a Mally, Culture of the future, Berkeley, California University Press, 1990. 7. Bessalko, del Proletkult, citado en Fitzpatrick, Lunacharsky y la organización soviética de la educación y las artes, Madrid, Siglo XXI, 1977, p. 125. 8. “Orden Nº2 al Ejército de las Artes”, en Maiakovsky y El Lisitsky, Para la voz, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2015. 9. Citado en Fitzpatrick, ob. cit., p. 153. 10. Ibídem, p. 117. 11. Ibídem, p. 187. 12. En AA. VV., ob. cit. 13. “Camaradas organizadores de la vida”, en Gómez (ed.), Crítica, tendencia y propaganda, Sevilla, Doble J, 2010. 14. Sochor, Revolution and culture, Ithaca, Cornell University Press, 1988, p. 214. 15. Literatura y Revolución, Bs. As., RyR, 2015, p. 367. Respecto a estas discusiones ver “¿Marxismo o populismo?” en este mismo número. 16. Fitzpatrick, “The emergence of GLAVISKUSSTVO”, Soviet Studies 2, Vol. 23, 1971. 17. La resolución está compilada en Gómez, ob. cit. 18. Bs. As., IPS-CEIP, p. 162.

Nikolai Kolli, La cuña roja, decoración para el primer aniversario de la Revolución de Octubre, 1918.


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

40

¿Marxismo o populismo? El debate sobre la cultura proletaria

Ilustración: Matalia Rizzo


I dZ Noviembre

| 41

ARIANE DÍAZ Comité de redacción.

Parte del debate que se abrió en 1920 en el Partido Bolchevique sobre la organización del Proletkult fue también una discusión entre marxistas sobre las características de la transición al socialismo, más allá de la práctica efectiva de las organizaciones del Proletkult que no siempre coincidieron con las ideas de sus fundadores1. Poco después, en 1924, ya en el marco de la NEP, se reactualizará una discusión sobre la política que el Estado obrero debía tener en el terreno cultural donde se profundizará esta discusión. Uno podría preguntarse qué hacían muchos de los más importantes dirigentes partidarios, en una situación que aún dejando atrás la guerra civil se presentaba como acuciante a nivel de la URSS y a nivel internacional, discutiendo sobre cuestiones literarias. A ello intentaremos responder centrándonos en el debate teórico-político entablado entre los marxistas.

Los fundamentos de Bogdanov El planteo original de Bogdanov, principal promotor de la noción de “cultura proletaria”, es parte de su balance de la derrota de la Revolución de 1905, cuando aún era miembro de la fracción bolchevique de la socialdemocracia rusa: el proletariado no había logrado entonces darse las herramientas necesarias para hegemonizar, desde una perspectiva propia, al conjunto de las masas oprimidas. En parte por ello, alejándose del bolchevismo tras sucesivas discusiones políticas durante la primera década del siglo XX, Bogdanov dedicó buena parte de sus esfuerzos a desarrollar una entera cosmovisión desde el punto de vista proletario. Bogdanov trazaba un paralelo entre la revolución obrera y la burguesa, observando cómo esta última había desplegado, previamente a la toma del poder, su propia cosmovisión en todos los terrenos, desde el económico y científico, hasta el filosófico y artístico –lo que hoy de conjunto conocemos como Ilustración–. Algo similar, pensaba Bogdanov, debía elaborar la clase obrera, plasmando su visión del mundo en una “cultura proletaria”. Hablaba incluso de un “enciclopedismo obrero”, al modo del monumental

proyecto de la Enciclopedia de Diderot y D’Alambert, y de Universidades y ciencias proletarias2: Esto significa una ciencia que sea aceptable, entendible y componente de la misión vital del proletariado, una ciencia que esté organizada desde el punto de vista del proletariado, una que sea capaz de dirigir las fuerzas del proletariado en su lucha por implementar sus ideales sociales3.

La falta de esta perspectiva es lo que lo lleva a oponerse también a la toma del poder en Octubre, que considera prematura, aunque luego de realizada colabore con el nuevo Estado sobre todo a través de su papel como dirigente del Proletkult, del que era dirigente junto con una gran mayoría de militantes del Partido Bolchevique. Sus concepciones encontrarían eco en algunos de ellos, como en Pletnev, para quien la dictadura del proletariado, como tal, “no existe” en la medida en que los bolcheviques necesitan acordar y conceder en algunos casos su programa con otras fuerzas como los Socialrevolucionarios. Esas alianzas pueden ser necesarias en el terreno político, pero no puede confiar en otros sectores de clase para la construcción de una nueva cultura proletaria, porque terminarían primando sus influencias pequeñoburguesas, advertía, y por ello corresponde al Proletkult la tarea de defender este eje central en la construcción del socialismo4. En el terreno artístico, propuestas como la que esboza Bogdanov en 1918 se vieron expresadas en diversos pronunciamientos del Proletkult, y eran la base de su insistencia en la ruptura con la tradición cultural previa, que se consideraba un vehículo de la ideología burguesa con la que por lo tanto había que romper –aunque los planteos de Bogdanov, que demandaban un beneficio de inventario respecto a la tradición anterior, no compartían el espíritu iconoclasta que manifestaron muchos miembros del Proletkult–. ¿Cómo sería esa cultura proletaria? En un texto de 1920, “Los caminos de la creación proletaria”5, plantea: “Los métodos de

creación proletaria se basan en los métodos del trabajo proletario, es decir, el tipo de trabajo que caracteriza a los trabajadores de la industria pesada moderna”. De allí deriva como características del trabajo proletario el colectivismo, producido por la “colaboración masiva y de la asociación entre tipos especializados de trabajo dentro de la producción mecánica”; y el monismo, que en la ciencia y la filosofía habría encarnado el monismo metodológico del marxismo, a base del cual debería desarrollarse una “ciencia organizacional universal, uniendo monísticamente toda la experiencia organizacional del hombre en su trabajo y lucha social”, que llamará tectología. Estas hipótesis plantean dos problemas en cuanto a la definición de cultura. El primero, que la base del trabajo de la industria moderna, incluso aunque se considere su versión fordista especializada más que la taylorista –como parece estar haciendo en ese texto Bogdanov–, no deja de ser la del trabajo alienado, cuyo control de los tiempos y sus planes generales no están fuera de las atribuciones del trabajador de la línea. Su objetivo es la producción a gran escala y abaratada de mercancías, que está lejos de la noción del arte como trabajo productivo no alienado que el marxismo supo usar como ejemplo contrapuesto a las formas de producción capitalistas. Podría interpretarse que una forma que permita producir más en menos tiempo liberaría tiempo de ocio para otras actividades, y de hecho por ello el fordismo tuvo cierto atractivo para muchos marxistas de la época, pero no es ese el planteo de Bogdanov, que insiste en la forma específica de organización de trabajo industrial. Esta relación que establece entre desarrollo económico y cultural adolece, además, de un mecanicismo que, salvo en sus versiones más vulgares, nunca defendió el marxismo, al no reconocer la legalidad propia del trabajo artístico con el que insistiera Trotsky en Literatura y revolución justamente en discusión con el Proletkult6. En el debate de 1924 una crítica similar hará Trotsky a sus interlocutores alrededor del ejemplo de Dante, que toma de Labriola: “Solo los imbéciles pueden »


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

42

tratar de interpretar el texto de La divina comedia por las facturas que los mercaderes florentinos enviaban a sus clientes”7. Pero como problema teórico más general, como señalan quienes han estudiado incluso con simpatía las elaboraciones de Bogdanov8, la analogía entre la revolución burguesa y la proletaria pierde de vista que la clase obrera llega al poder no como clase poseedora sino como clase desposeída, y que por lo tanto recién a partir de la toma del poder puede comenzar a desplegar y desarrollar elementos o perspectivas que la identifican como clase y consolidar su hegemonía sobre las demás clases oprimidas. Este elemento aparece completamente subvaluado en Bogdanov, y a pesar de que suele aparecer identificado con las alas ultraizquierdistas de la socialdemocracia rusa, este tipo de planteos parecen acercarlo más a las ilusiones de la socialdemocracia europea que creyó poder avanzar posiciones engordando su cantidad de miembros y multiplicando sus instituciones propias, ilusión que rápidamente se vio desmentida por la derrota de la revolución alemana (y que, por otro lado, en la atrasada Rusia zarista, eran más ilusorias aún).

El debate de 1924 Los dirigentes bolcheviques reunidos en 1924 para debatir la política del partido en el terreno de la producción literaria –entre ellos Lunacharsky, Bujarin, Averbakh, Raskolnikov, Radek, Riazanov, Pletnev y Trotsky–, pondrán el eje en el período de transición. Los que allí defienden la idea de la “cultura proletaria”, no necesariamente suscriben el conjunto de las ideas de Bogdanov, pero Trotsky ya había discutido con los teóricos de esta concepción en Literatura y revolución desde el punto de vista de los objetivos de la revolución socialista, que no son el reforzamiento de la dominación de una determinada clase, aún la clase oprimida y mayoritaria, en la medida en que la construcción del socialismo implica justamente la disolución de las clases. Será justamente en momentos en que esa cuestión se desplegaba dramáticamente en la URSS, luego de la derrota de la revolución alemana que dejará aislado al joven Estado obrero, que se abre la discusión sobre los tiempos de esa transición. Lunacharsky define en sus memorias las diferencias que mantiene con Trotsky: La opinión de Trotsky es que [una cultura proletaria] no era posible, porque mientras que el proletariado no haya ganado, debe manejar una cultura ajena y no creará la suya

propia; y cuando gane no habrá una cultura de clase, no una cultura proletaria, sino una cultura humana común. Lo negué entonces y lo niego ahora. ¿Es nuestro Estado soviético, nuestros sindicatos,������������������������ nuestro marxismo, realmente una cultura humana común? No, esta es una cultura puramente proletaria: nuestra ciencia, nuestra unificación, nuestra estructura política tienen su propia teoría y práctica. ¿Por qué decir que en el arte esto es diferente? ¿Cómo sabemos qué tan seria y qué tan larga será la NEP? […] Culturas separadas a veces se desarrollan por cientos de años, y quizás nuestra cultura ocupará no décadas sino sólo años, pero es imposible repudiarla de conjunto9.

Bujarin hará una crítica similar: Trotsky ha cometido un “error teórico” exagerando el ‘grado de desarrollo de la sociedad comunista’ o, expresado de otra forma. la velocidad en que se disolverá la dictadura del proletariado10.

¿Pero qué significado tenían para Trotsky las producciones artísticas que, con las medidas democratizadoras que había traído la revolución, comenzaban a aparecer entre los trabajadores? Desde un punto de vista, su valor era enorme, tan significativo como la aparición de las obras de los Shakespeare, los Moliere o los Pushkin, explicará en la reunión11, en la medida en que demuestra la incorporación de enormes sectores sociales hasta entonces vedados de la producción cultural, lo cual seguramente dará frutos a largo plazo y que apunta, aunque inicialmente, a la superación de la división entre trabajo intelectual y manual. Pero ello está lejos aún de representar una nueva cultura, menos aún si por ello se considera una cosmovisión más o menos completa de la vida social. Podría trazarse aquí un paralelo con la conceptualización que hace Trotsky, en ese mismo período, sobre la situación de la mujer en una sociedad clasista: por más que el Estado obrero garantizara –como hizo en niveles que aún hoy siguen siendo de avanzada– la igualdad legal entre los géneros, ello estaba lejos de representar aún la igualdad ante la vida, tarea que las próximas generaciones tendrían la posibilidad de desarrollar y disfrutar. Por ello el Estado tuvo que tomar en muchos casos medidas transitorias que podían parecer contrarias a su programa, como promover el matrimonio civil para combatir la influencia de la Iglesia. No reconocer estas contradicciones en nombre de principios abstractos que no dan cuenta de las condiciones reales,

no ayudaba a que desaparezcan, pero además, entorpece la formulación de una política para encararlas a fondo. Los argumentos del Proletkult no tendían a una política revolucionaria: el conocimiento, crítica y superación de la tradición artística previa, por ejemplo, requería de una serie de herramientas que podrán tener los dirigentes del Proletkult, pero no aún las masas obreras. La demagogia rápidamente podía entonces convertirse en condescendencia y falta de una política realmente democratizadora. Será contra estas ideas, que en el fondo Trotsky caracteriza como populistas aunque se disfracen de marxistas, donde dirigirá sus cañones. No lo hará a la manera fácil de resaltar el origen o formación no proletaria de los dirigentes del Proletkult, que estaban lejos de ser obreros de base en la línea de producción –algo que, en todo caso, les hubiera cabido en los términos en que los proletkultistas fundamentaban sus ataques a otros–, sino discutiendo la concepción del marxismo que postulaban. Y sorprendentemente para algunas lecturas superficiales, para defenderlo, lo que hace es señalar sus límites. En primer lugar, insiste en que no hay por qué pedirle al marxismo que dé respuestas sobre todos los problemas artísticos –y científicos, agregará–: una cosa es resaltar el origen burgués de la novela como género, por ejemplo, apoyándose en caracterizaciones hechas por el marxismo, pero otra es determinar si la utilización de la primera o la tercera persona de un relato responde a alguna determinación de clase y no a problemas de trabajo con el lenguaje o las formas de representación. Pero además, las definiciones del Proletkult pretendían fundamentarse en su capacidad de ser comprensibles para las masas, elemento que sí estaba presente ya en las definiciones de Bogdanov12. Pero ¿acaso El capital sería menos científico porque su lectura supone sin duda un trabajo arduo? No, refutará Trotsky, y de hecho, si la revolución logra sus objetivos y la existencia de clases es un mal recuerdo del pasado, ese libro fundacional de Marx se convertirá en un “mero documento histórico, como el programa de nuestro partido”13. Apelar al gusto de las masas como vara implica justamente no cuestionar la ideología dominante que sin duda seguirá teniendo por un período, aun en los momentos en que se encuentra más debilitada, como es en el medio de una revolución. Quien crea a la clase exenta de conservadurismo, prejuicios o atraso, no está mirando de frente a la realidad y pensando políticas para modificarla de raíz, sino contentándose con esquemas impotentes.


I dZ Noviembre

Volviendo entonces a la pregunta inicial: ¿por qué esta discusión en este momento entre����������������������������������������� tantos dirigentes del partido en una situación que no era precisamente calma? Por un lado, porque la discusión cultural de entonces, que tuvo uno de sus ejes en la cuestión de qué hacer con la tradición anterior en la construcción de lo nuevo, era un eco de debates abiertos también en otros terrenos, incluso más dramáticos, desde el militar o el económico –y sobre todo en un país atrasado como la URSS–. Por otro lado, porque el debate de la “cultura proletaria” entre los marxistas del Partido Bolchevique no era solo literario; estaba basado en conceptos como el de hegemonía, alianza de clases, tareas históricas de clase, en fin, problemas importantes de la teoría y la política revolucionaria para pensar la transición. Al parecer, estos dirigentes están saldando en un terreno menos “acuciante” las diferencias que tenían en cuanto a la dinámica de la

revolución y los desafíos que presenta la transición, en un período en que empiezan a perfilarse dos alternativas que pronto chocarán: la idea de la posibilidad de construcción del “socialismo en un solo país” que Stalin esboza en 1925, o las ideas que terminarán conformando la “teoría de la revolución permanente”, que Trotsky desarrollará más acabadamente en los años posteriores.

| 43

4. Sochor, Revolution and culture, Ithaca, Cornell University Press, 1988, p. 141. 5. Compilado en Bowlt, Russian arte of the avantgarde, New York, Viking Press, 1976. Traducción propia. 6. Sobre este libro de Trotsky ver “La literatura como termómetro de una época”, IdZ 22. 7. Transcripción taquigráfica de la intervención de Trotsky en dicha reunión, que suele aparecer como anexo en las ediciones de Literatura y revolución. Aquí usamos la de Bs. As., RyR, 2015, p. 365. 8. Ver por ejemplo, el estudio de Sochor ya citado. 9. Fitzpatrick, “A. V. Lunacharsky. Recent Soviet Interpretations and Republications”, Soviet Studies 3, Vol. 18, p.288.

1. Ver “Laboratorio artístico a cielo abierto” en este mismo número. 2. Fizpatrick, Lunacharsky y la organización soviética de la educación y las artes, Madrid, Siglo XXI, 1977, p. 120. 3. Mally, Culture of the future, Berkeley, California University Press, 1990, pp. 162-3. Traducción propia.

10.Citado en Sochor, ob. cit. 11.Trotsky, ob. cit., p. 362. 12. “El viejo artista necesita valorar, o no valorar, la claridad artística; para el nuevo artista, esto significa nada menos que la accesibilidad colectiva, y esto contiene el significado vital del esfuerzo del artista”, dice por ejemplo (ob. cit.). 13. Trotsky, ob. cit., p. 365.

Varvara Stepánova, Cinco figuras sobre blanco, 1920.


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

44 La revolución del lenguaje cinematográfico en la Rusia de los ‘20

Soviet, electricidad y cine

Fotomontaje: Javier Gabino


I dZ Noviembre

| 45

Por Violeta Bruck y Javier Gabino Documentalistas, TVPTS.

Lenin caracterizó un día al socialismo como “el poder de los soviets más la electrificación”; tomando en cuenta la importancia que él y toda la dirigencia soviética le dieron a esa novedosa máquina de discurso llamada cine, bien podría haberla sumado a su definición propagandística. Cuando Trotsky la comenta en su libro La revolución traicionada de 1936, plantea que Lenin se refería a la necesidad de alcanzar como punto de partida mínimo para el desarrollo del país “al menos el nivel capitalista de electrificación”. Denuncia que aún en esos años, cercanos a la II Guerra Mundial, la URSS estaba muy lejos de ese objetivo. Mientras el otro componente de la fórmula: los soviets, habían sido tomados por una burocracia que hablaba de socialismo solo para mantener sus privilegios. El cine, que es esencialmente luz, luz y sombras, necesita de la electricidad para existir. Si la URSS de los años ‘20 encaraba los primeros grandes emprendimientos modernizadores pero estaba lejos de alcanzar el nivel de electrificación y técnica capitalista, paradójicamente fue en el uso de ese artefacto eléctrico donde elevó la innovación por arriba de sus competidores. Con bastante libertad y una audaz apuesta de recursos basada en la nacionalización de la industria de cine y foto, el poder de las ideas escapó de la limitación técnica. La “nueva tecnología” en desarrollo, el “dispositivo cinematográfico” que provocaba una alteración cultural mundial, recibió en el país de los soviets su propia revolución. El descubrimiento y la invención de principios fundamentales del lenguaje particular que el nuevo medio exigía. La irrupción del concepto de “montaje” como mecanismo vertebrador de investigaciones artísticas diversas cuya profundidad llega hasta la actualidad.

Fragmentos de un guión inabarcable Para 1920 una veintena de trenes y barcos de agitación partían periódicamente hacia el amplio territorio ruso en medio de la guerra civil. Las primeras experiencias habían sido en 1918. Iban preparados con sala de proyección, teatro, biblioteca y una tripulación de artistas y propagandistas revolucionarios.

En el plan general trabajaban quienes serían los grandes nombres del cine soviético: Vertov, Tisse, Kuleshov, Pudovkin, Eisenstein. También montajistas, camarógrafos y destacadas cineastas mujeres menos reconocidas, como Esfir Schub, pionera del cine de archivos y Elizabeta Svilova, una de las mejores montajistas de la URSS. El coordinador general de las tareas de agitación era el dirigente bolchevique Anatoli Lunacharski, quien incluso escribió guiones de los Agitprop. Una estadística da cuenta de casi 3.000 conferencias y mítines realizados, 5.000 reuniones con organizaciones de trabajadores y el partido, y el dato de 1.962 sesiones de cine con 2.216.000 espectadores. Sin embargo la actividad de agitación y propaganda cinematográfica organizada a escala masiva contrastaba con lo que pasaba solo unos años antes. En 1917 se habían rodado en Rusia 400 películas, pero en el año de la revolución los bolcheviques más bien se habían tenido que defender del cine. Caído el Zar en febrero los productores privados acordaron con el gobierno provisional continuar produciendo películas a favor de la guerra. A títulos como Por la patria y Guerra hasta la victoria final sumaron otros contra Lenin y su partido, como El revolucionario, donde un abuelo logra convencer a su nieto bolchevique de ir a la guerra a la que se oponía. Para agosto circulaba Lenin y Cía., una película antiblochevique, por lo que los comités del partido exigían al soviet tomar medidas urgentes “ya que podían surgir excesos no deseados por parte de trabajadores indignados”. O Lenin, el espía y sus aventuras, frente a la que logran una resolución del Soviet de Moscú para frenar su exhibición por “calumniosa”. Para octubre toda la industria cinematográfica se unió a la reacción o fue parte de la emigración antibolchevique. En su huida desmantelaron estudios y destruyeron bases para la producción, mientras los productores y exhibidores que se quedaron respondían con el boicot o la especulación del material virgen. En esa situación dramática una escena tragicómica muestra la importancia que los bolcheviques daban al cine.

Según cuenta Leyda en su libro Kino, durante 1918 una figura de la relevancia política de Yevgueni Preobrazhenski presidía el Comité Cinematográfico de Moscú (que actuaba como doble poder ante el sector privado). Un importador se presentó y ofreció sus servicios para viajar a Estados Unidos y traer materiales, Jacques Roberto Cibrario, un italiano que trabajaba alquilando y vendiendo películas e insumos. La propuesta sedujo al comité y a Preobrazhenski. Entusiasmados, armaron una lista que incluía 20 cámaras, 1.500 proyectores escolares, copiadoras, tituladoras, materiales eléctricos, un millón de metros de película negativa y siete millones de película positiva, entre otras cosas. Para esta gran adquisición las autoridades soviéticas depositaron 1 millón de dólares en Nueva York. El problema fue que el estafador Cibrario apenas compró materiales viejos y película vencida a bajo costo, luego tomó el botín y se esfumó. Ningún embarque llegó a Moscú y por el escándalo Preobrazhenski tuvo que dejar el comité. Pero el tamaño de la estafa era equivalente al tamaño de la apuesta. El dato histórico es que pasaron dos años entre la toma del poder y 1919 cuando Lenin firma el decreto de expropiación de la industria de cine y foto. La medida de nacionalización, requisa y control que permitió eliminar todas las trabas del sector. Con ella, los futuros cineastas soviéticos que se encontraban cumpliendo diversas funciones en el campo de batalla, al fin podían tener la industria en sus manos para desarrollar como nunca un nuevo lenguaje de masas. De todos ellos, dos se elevaron por encima de su generación: Dziga Vertov en el documental y Sergei Eisenstein en la ficción.

La vida de repente Para mediados de los ‘30, perseguido y censurado por el estalinismo, el documentalista Dziga Vertov escribía recordando a Maiakovsky (quien se había suicidado unos años antes), ...el problema es el de la unidad de la forma y el contenido. El problema consiste en prohibirse a sí mismo desorientar al espectador

»


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

46

ofreciéndole un truco o un procedimiento que no está engendrado por el contenido ni exigido por la necesidad.

Para 1944 en su diario personal seguía reafirmando sus principios: “No hay evolución sin violación de las reglas. Si lo olvidamos, nos metemos en un callejón sin salida”. Sin embargo, en 1918 Vertov gozaba de libertad creativa e ingresaba al mundo cinematográfico como líder de los noticieros de la guerra civil. Primero Kino-Nedelya (cine semana) y luego Kino-Pravda (formato cine del periódico Pravda). Con múltiples viajes al frente, en 1921 realiza Historia de la guerra civil. Ver por la lente una revolución en tiempo real lo llevó a reflexionar que, “el campo visual es la vida; el material de construcción para el montaje es la vida; los decorados son la vida; los artistas son la vida”. Con pocos insumos a disposición, su tarea de reunir, seleccionar y montar material que provenía de diversos autores y geografías le exigía pensar el problema de cómo dar sentido a los fragmentos documentados. La vida de repente se aparecía sin guion. En esa práctica trabaja junto a Elizabeta Svilova, excelente montajista y su futura pareja. Sumando a su hermano, el camarógrafo Mijail Kaufman, fundan en 1922 el “Consejo de los Tres”, que será el autor de manifiestos para la formación del movimiento Cine Ojo. Comprendiendo las nuevas tecnologías cinematográficas como una extensión de sentidos humanos limitados, declaran que si “no podemos hacer que nuestros ojos sean mejores, en cambio, podemos perfeccionar ilimitadamente la cámara”. Proyectan construir un laboratorio de creación colectiva. Contemplando un espacio para almacenar el archivo registrado en forma permanente por “los kinoks”, camarógrafos que desde todos los puntos del territorio enviarían sus registros y los montajistas podrían disponer del material para distintas películas. Ante una realidad que se les presentaba más rica que cualquier guion de ficción elaborado por un realizador, desechan radicalmente la “cinematografía artística” para dar al “montaje” una significación diferente, entendiéndolo como “la organización del mundo visible”. Pero la complejidad de “la vida” también incluía a los realizadores y al propio artefacto de realización que ampliaba sus sentidos. Ese

remolino es lo que se plasmará en 1929 en el documental ícono El hombre de la cámara, que también podría haberse llamado La mujer del montaje, ya que la edición corresponde a Svilova y es un elemento fundamental de la película. Asignando a la máquina del cine y su nuevo lenguaje un valor de destrucción de la tradición artística, la película se convertía en “un intento para presentar los hechos en un lenguaje cien por cien cinematográfico” rechazando totalmente “los procedimientos del teatro y la literatura”. El resultado es un verdadero documental poético, donde la realidad es materia prima creativa para una construcción que amplía los sentidos. En la teoría de Vertov, sistemáticamente fragmentada en un estallido de manifiestos vanguardistas, el problema “de la unidad de la forma y el contenido” parece trascender la pantalla. El impulso contra el realizador individual derivaba en proyectar la posibilidad de múltiples, millares de realizadores interconectados en todas las etapas de realización en Rusia y en todo el mundo. Logrando un aparato en red que mutara “estableciendo una relación visual entre todos ellos”. Por eso también, el interés en los avances de investigación para la radiotransmisión de imágenes, la televisión. En un futuro próximo, el hombre podrá transmitir simultáneamente por radio en el mundo entero los hechos visuales y sonoros registrados por una radio-cámara. Debemos prepararnos para poner estos inventos del mundo capitalista al servicio de su propia destrucción.

Lejos de toda utopía, el paso adelante del “Consejo de los Tres” fue imaginar otras formas culturales posibles para la tecnología naciente del cine y la idea de TV. El planteo era realista ya que toda nueva tecnología de comunicación, como hoy internet, contiene en germen muchos usos posibles determinados socialmente. Y la sociedad en la que ellos vivían aún no había resuelto el dilema: revolución-contrarrevolución.

La imagen solo existe por montaje En su texto El sentido del cine de 1942, Sergei Eisenstein vuelve sobre su historia y

logra plasmar su profunda concepción del “montaje” como la base del lenguaje de imágenes. Desde muy joven sus reflexiones se separaron del puro manifiesto para intentar crear un sistema de escritura audiovisual que impactará en todo el mundo, consiente o solapadamente. Su obra cinematográfica se va a nutrir de esa teorización, sobre todo la de los años ‘20, mientras que la posterior sufrirá el aplastamiento del “realismo socialista”. Eisenstein cita unas notas de Leonardo Da Vinci para una presentación pictórica de El diluvio. El texto extenso es una descripción vívida, “audiovisual”, de toda una escena donde describe desde la lluvia impetuosa, hasta las aguas y los botes sacudidos, las reacciones humanas, las montañas de fondo, el viento, las lamentaciones y las impresiones del propio Leonardo. Concluyendo que no se trata de un poema o un ensayo literario, considera la larga descripción como el plan irrealizado de un cuadro, es decir de “una imagen”. El descubrimiento lo lleva a reforzar una idea que hace síntesis de sus elaboraciones precedentes. “Una imagen” no puede ser considerada nunca en su sentido literal, como “un plano” filmado o una fotografía. Una imagen solo puede existir por montaje, porque solo en la fragmentación de múltiples planos visuales y sonoros, y su vuelta a reconstruirse en una película, está la posibilidad de transmitir una vivencia basada en las emociones, que es el motor de la escritura audiovisual. Veinte años antes, en 1923, el joven Eisenstein publicaba en la revista KinoFot el texto El montaje de atracciones que aunque


I dZ Noviembre

se presentaba como un “manifiesto para teatro” sentaba las bases de sus preocupaciones posteriores. Luego de participar en la guerra civil en los trenes y barcos de agitación, se había convertido en decorador-jefe del Proletkult. En el manifiesto planteaba la necesidad de “orientar al espectador hacia una dirección deseada (estado de ánimo)”, mientras El instrumento para conseguirlo viene dado por todas las partes constitutivas del aparato teatral reconducidas, en toda su variedad, a una única unidad que legítima su presencia: su calidad de atracción.

Sobre la atracción decía que era ...todo momento agresivo del espectáculo todo elemento que someta al espectador a una acción sensorial o psicológica, experimentalmente verificada y matemáticamente calculada para obtener determinadas conmociones emotivas del observador, conmociones que, a su vez, le conducen, todas juntas, a la conclusión ideológica final.

Embriagado en la tormenta de las posibilidades del montaje se proponía un uso agresivo, lindante a la causa y el efecto, donde el realizador estaba en el centro y el espectador era provocado. Pero el aparato teatral no le permitía la versatilidad necesaria para aplicar sus teorías, y migrará al cine definitivamente a partir de realizar La huelga y más tarde El acorazado Potemkin en 1925. En ambas

películas construye a través del montaje contrastes, simbolismos y metáforas visuales que impactan. Eisenstein autodefine a su cine como cine-puño, en oposición al cine-ojo de Vertov: “No creo en el cine-ojo, creo en el cine-puño. Resquebrajar los cráneos con un cine puño”. Así establece las diferencias con el documental para poner el eje en la construcción a través del montaje, dentro del plano, en los puntos de vista de cámara y en el choque entre planos. El montaje será una escritura consciente del director de ficción que construye un discurso y forma un sentido. Con El acorazado conquista el reconocimiento internacional. En particular la escena de la escalera de Odessa que fuera al mismo tiempo el disparador del film, cuyo plan inicial era en realidad “una serie” de films sobre 1905 solicitados por el gobierno. Eisenstein encarna el cineasta de la industria cinematográfica pensada con fines revolucionarios. Las posibilidades de poner a “las masas” en escena, contando con recursos industriales, le permitirá ser el director de Octubre, el film que es al mismo tiempo el aviso de que la libertad creativa será atacada, al obligarlo a cortar tres cuartos de hora donde aparecía Trotsky. Pensando en la unión revolucionaria de arte e industria, su obra se nutre de los últimos avances del lenguaje del cine que se hacen en el mundo. En sus primeros años descubre en el cine norteamericano de Griffith ideas a las que dará otra calidad, mientras desecha el “expresionismo alemán” por oscuro, depresivo y escéptico. En 1929 fue enviado a explorar las posibilidades del cine sonoro y termina contratado en Hollywood donde no concreta ningún film por negarse a la injerencia de los productores. “Eisenstein, el mensajero del infierno en Hollywood”, titulaba un panfleto que también lo llamaba “perro rojo” y lo acusaba de contaminar con propaganda comunista el cine americano. Quizás su evolución sobre teoría del espectador sea una de las mayores muestras de su genio. En El sentido del cine volverá sobre sus pasos para señalar al espectador como un ser completamente activo, alejado de un “receptor” al cual se lo puede conducir emocionalmente sin ninguna traba. Al contrario el espectador era un personaje emancipado y esquivo, que recibía la imagen traduciéndola a

| 47

partir de su experiencia personal y colectiva, por lo cual el director estaba siempre al borde del fracaso. Si el director tenía una imagen en su cabeza, como El diluvio de Leonardo, debía tener la capacidad de fragmentarla en múltiples planos, para luego alentar al espectador a transitar ese camino de representaciones que una vez terminado lo pudiera acercar a la vivencia del autor. Para él este método se inspiraba en el de Marx y lo cita: No solo el resultado sino también el método son parte de la verdad. La investigación de la verdad debe ser verdadera en sí misma; la verdadera investigación es la verdad desplegada cuyos miembros dislocados se unen en el resultado.

100 años después Un siglo después es casi imposible comprender lo que significa aportar al descubrimiento e invención de un nuevo lenguaje. Aunque la vivencia de internet es una revolución innegable, es un artefacto nuevo que trabaja modificando sustancialmente lenguajes preexistentes, mientras el cine era una novedad que precisó crear uno que antes no existía, dialogando con la literatura, la música o el teatro. Ese legado de los cineastas soviéticos está íntimamente ligado a la posibilidad que tuvieron de unir el arte con la industria a partir de la expropiación y nacionalización del sector. Ese “programa” sigue siendo necesario retomar en el siglo XXI si se quiere enfrentar seriamente el poder de la industria cultural capitalista que aplasta la enorme diversidad de lenguas que la imagen puede hablar.

Textos de referencia • Kino. Historia del film ruso y soviético, Jay Leyda. • Memorias de un cineasta bolchevique, Dziga Vertov. • El sentido del cine y La forma del cine, Sergei Eisenstein. • El montaje cinematográfico, Vicente Sánchez-Biosca. • www.cinesovietico.com.


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

48

Ilustración: Iara Rueda

Entrevista a Hernán Camarero

El impacto de la revolución rusa en la Argentina


I dZ Noviembre

Nos encontramos con el historiador Hernán Camarero en la sede del Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y la Izquierda (CEHTI), que dirige, para conversar sobre la reciente publicación de su libro Tiempos Rojos. El impacto de la revolución rusa en la Argentina1. Una historia de emigrados, de obreros socialistas, anarquistas y comunistas, pero también de poetas, de pogromos xenófobos y de represiones reaccionarias. Idz: Hace 100 años la llegada de las noticias sobre la Revolución en Rusia impactaron en los diarios argentinos, ¿por qué la Revolución rusa es recepcionada positivamente primero y luego no? El libro tiene el propósito de estudiar cómo un proceso histórico tan significativo e importante en la historia de la humanidad como fue la Revolución rusa, que literalmente parió el siglo XX, impactó en la Argentina. Es un diálogo y un ida y vuelta entre la realidad que ocurría en Rusia, durante la revolución, y el modo como influenció y fue leído ese proceso en el terreno local. De algún modo la foto doble de la tapa reconstruye esas dos preocupaciones: una refiere al eje fundamental del libro que es la Argentina, es decir, qué pasó aquí con la revolución, y la otra a qué pasó en Rusia. Me sitúo en la ciudad de Buenos Aires de marzo de 1917 (según nuestro calendario gregoriano, y febrero en el calendario juniano que regía en Rusia) con un gobierno de Hipólito Yrigoyen recién iniciado y en una Argentina donde existía un mundo obrero y de las izquierdas muy fuerte. No era la noticia de la revolución en Rusia un fenómeno exógeno que creó una realidad desde afuera en el territorio local, sino que conectó con un fenómeno propio. Las primeras respuestas a la revolución, del gobierno o la gran prensa, inicialmente saludaron la Revolución de Febrero, porque el régimen de los zares era considerado oprobioso, autoritario y represivo. Los grandes diarios, como La Nación, La Prensa o los diarios de las comunidades, como la francesa, o el diario La Vanguardia del Partido Socialista, saludaron la revolución y festejaron la caída del Zar. Pero, con el paso

de las semanas y de los meses, comenzaron a mostrar primero confusión, luego inquietud, y mucha dificultad para interpretar lo que estaba ocurriendo. ¿Qué era ese fenómeno llamado soviets? ¿Qué eran? Y también empezaron a registrar la situación de poder dual, o doble poder, o sea de confrontación entre el gobierno formal, el gobierno provisional en el que se empieza a destacar la figura de Kerenski. En el libro repongo cómo La Nación hace apologías de él, y también el diario La Vanguardia, porque la decisión era apoyar al gobierno para que Rusia continúe participando en la guerra. Pero también se observa con preocupación la formación de ese poder alternativo de los soviets y las movilizaciones que ellos describen como anarquía y caos que no hacen más que profundizarse, hasta comenzar a descubrir a un sujeto tremendamente peligroso que son los “maximalistas”. La crisis que se desata en el seno del Partido Socialista ya empieza con el tema de la guerra (y se continúa con la Revolución rusa), e incluso antes de la crisis con el tema de la guerra hay una crisis en el partido porque ha surgido una corriente interna de izquierda, que empiezo a reconstruirla desde el año 1911, que está cuestionando los pilares del proyecto reformista dirigido por Juan B. Justo. Esta corriente juvenil y con base obrera comienza a señalar, desde el año 19121913, críticas al partido por estar demasiado distanciado de las luchas obreras. Estos jóvenes fundan el llamado Comité de Propaganda Gremial que busca ubicar al PS en el seno de la clase obrera. Y empiezan a decir, ya con el periódico Palabra Socialista, que sale en 1912, que el partido está inspirado en las ideas de Eduard Bernstein y está inficionado de ideas revisionistas (retomando los términos del debate ocurrido en 1899-1900). Cuando viene la guerra encuentra ahí un gran motivo: el Partido Socialista no puede quedar imbricado en una movida de las clases dominantes como romper relaciones o eventualmente declararle la guerra a Alemania. La guerra es una guerra interimperialista y la posición del movimiento obrero y el socialismo debe ser luchar contra la guerra. Los mismos

| 49

jóvenes que cuestionan a Justo son los más receptivos con la Revolución rusa. Una corriente bastante precoz si la miramos globalmente, porque en América Latina no había muchos grupos así. En agosto de 1917 comienzan a sacar un periódico propio que se llama La Internacional, que luego va a ser el diario del Partido Socialista Internacional y del Partido Comunista después, en donde se puede leer claramente “estamos con Lenin y no con Kerenski”, que es una cosa bastante notable para la época. Abusando un poco del concepto de “afinidad electiva” de Weber podemos decir que este grupo tiene esta afinidad con el universo que abre la Revolución rusa. Claramente no tienen todo elaborado; incluso muchos de los que forman esa corriente, y que en enero de 1918 fundan el PSI, no continúan en el comunismo, abandonan el camino y no adoptan la identidad bolchevique. Algunos querían crear un partido socialista de izquierda, revolucionario mas no bolchevique. Como Juan Ferlini, una figura de la que se conoce poco, era un luchador honesto, cuadro del CPG y gran héroe del Congreso de Verdi; junto con Penelón, que es elegido concejal; podría decirse que es la primer representación parlamentaria del protocomunismo en América Latina. Sin embargo luego abandona porque se le cuestionan ciertas posiciones en el campo parlamentario, como que votara algunas medidas junto con el partido de la burguesía. La construcción de una identidad comunista en Argentina fue un proceso complejo, que llevó años, fue azaroso, y es producto de ese realineamiento de fuerzas que provocó en el movimiento obrero y el campo de la izquierda de la revolución. Impacta en las tres culturas del movimiento obrero: el socialismo, el anarquismo y el sindicalismo revolucionario. A partir de 1917 hay un ascenso en las luchas impresionante, que coincide con lo que abre la Revolución rusa en el mundo, son los tiempos rojos a los que quise homenajear en el título del libro. Una ola extraordinaria que impacta en Europa oriental, en Europa occidental: Revolución alemana, Revolución húngara, Bulgaria, Bienio Rojo en Italia, la huelga general en Francia, y llega »


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

50

hasta Estados Unidos y también a América Latina. Tiempos rojos a nivel internacional, pero también tiempos rojos en el escenario local. Se desata una ola de huelgas que dura todo el primer gobierno de Yrigoyen del ‘17 al ‘22 y termina con la derrota de la huelga general de junio del ‘21: las huelgas ferroviarias, las huelgas marítimas, industriales, como la de Taller Vasena, que termina en la conocida Semana Trágica, y las huelgas de Santa Cruz y la Forestal en el norte santafesino. El enemigo, es decir la patronal, la derecha, la Iglesia, el Estado o La Nación, dicen que detrás de cada una de esas huelgas está el peligro maximalista, ahí está el eco de la Revolución rusa: ven lo que pasó en Rusia... “si no frenamos o aplastamos esto corremos el mismo peligro”. Era una exageración porque la relación de fuerzas no daba para eso, pero se agita un fantasma, se denuncia una conspiración judeo-bolchevique: antirrevolución rusa, pero además antisemita. Entre 1902 y 1917 llegan 80.000 rusos, que es una cifra muy grande, que hace que la comunidad de la Iglesia Ortodoxa Rusa en Argentina sea una de las más importantes del mundo. La tercera parte de esos rusos eran judíos, y buena parte de ellos eran obreros con alta calificación, y con una subjetividad militante, en el socialismo, en el anarquismo y en el PC. Muchos tienen participación en la Semana Trágica. Ahí va a surgir la homologación “judío proviene de Rusia, judío que es ruso igual maximalista”. Es ese combo explosivo el que produce cosas tremendas que han ocurrido en Argentina. El diario La Nación debería dar cuenta de sus titulares y notas con contenidos xenofóbicos, antiobreros y con connotaciones antisemitas. La Liga Patriótica Argentina atacaba sedes socialistas, anarquistas y aquellas vinculadas a la comunidad judía. Idz: Más allá del fantasma, esto tenía que ver con que efectivamente había rusos bolcheviques en Argentina, una vía concreta y material de contacto entre Rusia y Argentina, de los que reconstruís su trayectoria, ¿podrías contarnos? Tomé cuatro, pero podría haber tomado más, como por ejemplo Simón Radowitzky, que recién llegado mata al jefe de la policía Ramón Falcón, y encima era judío y anarquista. No alguien que se conmueve frente a la Semana Roja de 1909 y por eso hace el atentado, sino un cuadro revolucionario. Yo me detengo en cuatro casos muy interesantes: Mayor Mashevich, Mijail KominAlexandrovsky, Ida Bondareff y Efimovich Yarochevsky. Reconstruyo sus perfiles y

puntos en común: todos de origen ruso, judíos, con militancia previa, que escapan de la represión antizarista. Son todos cuadros experimentados que habían participado en la Revolución de 1905 y vinculados al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso y militan en la colectividad, sacan periódicos y están ligados a todo un mundo asociativo muy rico. Por supuesto en 1917 se vuelcan al apoyo a la revolución y realizan actos públicos; el primer acto lo hacen en la Plaza Once. Es muy interesante la relación que estos cuadros van a tener con el PSI, luego PC. Es una relación complicada, porque hay desconfianza, son rusos que tienen la mirada más puesta en Petrogrado y Moscú que en lo que pasaba acá, y quieren forzar un poco el proceso. Se terminan llevando en general mal con la dirección argentina de Penelón, Ghioldi, Codovilla y otros. Pero fueron importantes porque eran lo más parecido a un delegado de la Tercera Internacional (que se funda en 1919). En el caso de Mashevich va a estar presente en el II Congreso de la IC. El problema es que además está Alexandrovsky, y entre ellos no se llevaban bien. Este último tenía desconfianza del PSI (PC) porque aspiraba a vincularse con una corriente que es el llamado “anarco-bolchevismo”, proveniente del anarquismo, con simpatía por la Revolución rusa. Penelón, Ghioldi y la Comintern de ningún modo aceptaban a esa corriente, que al final mantuvo sus posicionamientos ácratas. Además de ellos está el caso tan interesante de Félix Weil, hijo de Hermman Weil, uno de los 3 o 4 empresarios más ricos de la Argentina, inmigrante alemán que funda una empresa de comercialización de granos. Nace acá, lo mandan a estudiar a Alemania, donde se radicaliza, se hace marxista y se impacta por la Revolución rusa y el comunismo alemán. Allí conoce a Zinoviev y este lo manda como representante de la III Internacional, le firma una credencial y lo manda a ver qué ve él, ya que entre Mashevich y Alexandrovsky hay informaciones cruzadas. Weil en Argentina va a participar en las reuniones de la dirección argentina, y va a tener una muy buena relación con ellos. Es un hombre muy rico que ayudó en el proceso de organización del partido, militó durante un poco más de un año, asistió a asambleas obreras, se embebió del clima y escribió un libro, recientemente traducido del alemán, que se llama El movimiento obrero en Argentina. En sus informes a Zinoviev le dice que no confíen en Mashevich y especialmente en Alexandrovsky, que se creen los “Lenin argentinos”. Weil termina finalmente volviendo a Alemania y siendo el impulsor del Instituto

de Investigación Social de Frankfurt. Él tenía muy buena relación con teóricos marxistas como Karl Korsch. IdZ: En este rastreo de la identidad comunista en Argentina a partir del impacto de la Revolución rusa hay una discusión de estrategia a la luz de 1917. El caso del Partido Socialista seguía lo que Aricó llamó la ¨hipótesis de Justo¨, ¿qué capacidad de lectura tuvo el socialismo argentino? Ellos trataron de decodificar lo que estaba ocurriendo con un instrumental inadecuado. Lo que yo encontré leyendo muy detenidamente el diario La Vanguardia y otras publicaciones es que el PS no necesariamente rechaza la idea de revolución, incluso le da legitimidad, dicen que la revolución que empieza en febrero es un movimiento de emancipación, inclusive no se detiene en los hechos de violencia, sino que sabe lo que implica un proceso de transformación radical. Como casi todo el mundo, dicen, ya al otro día de la caída del zar, que esto va a tener la misma envergadura que la Revolución francesa de 1789 y va a abrir una nueva época histórica. A los dos días el PS dice que esto abre una nueva era de la lucha de los pueblos, la lucha democrática y la revolución socialista, a la que entienden como una era de transformaciones graduales. Es interesante porque en un partido que es fundamentalmente reformista no está anulada completamente la dimensión de la revolución, solo que es una revolución que está muy lejos de ser vista como un golpe de mano, sino que es un movimiento en el que participa toda la sociedad, están muy lejos de pensar una revolución hecha por una vanguardia (este concepto está completamente ausente). Y con esa lectura acometen el desafío de entender quién es Lenin y los maximalistas. A “Lenine”, al que escriben como los franceses, se lo presenta como un agitador, ya para el mes de agosto, luego de haber dejado correr la idea de que es un agente alemán, dicen que Lenin ha abandonado el programa socialista y sigue las ideas de Bakunin. O sea que para ellos Lenin está sosteniendo un programa anarquista porque quiere instalar la Comuna revolucionaria y propiciando el derrocamiento de un gobierno al que los socialistas apoyan. Kerenski representa la etapa que debe desenvolver Rusia de consolidación de una república democrática. Aunque muestran impaciencia por la falta de logros que esta etapa tiene, no hay Asamblea Constituyente, no se distribuye la tierra, no se atiende a los reclamos obreros. Inclusive no combaten necesariamente a los soviets, al contrario dicen


I dZ Noviembre

que los soviets son muy buenos porque son como un parlamento que canaliza los intereses y los deseos de la clase obrera y los trabajadores, pero que su rol debe ser respaldar al gobierno provisional y complementarlo. Lo que sí está muy claro es que están en contra de la idea de poder dual o doble poder como una contraposición de dos poderes. Y la Revolución de Octubre los sorprende, como sorprende a todo el mundo, y su lectura es azorada, diciendo que llegan noticias increíbles de que los agitadores Lenin y Trotsky han hecho un golpe de estado. Un golpe protagonizado por una secta que se ha separado del campo de la izquierda y que ha tomado el poder a nombre y cuenta de su propia fracción, en contra de los deseos de la clase trabajadora y de los propios soviets. Ese golpe de estado es una aventura y no va a durar. Por eso incluso dan informaciones falsas; desde La Vanguardia a La Nación dan información completamente erróneas como que Kerenski ya logró entrar a Petrogrado y logró desfilar por la avenida Nevski, que es algo que nunca ocurrió. La Vanguardia llegó a decir que los bolcheviques se habían recluido en el Smolny y que en cuestión de horas caería el gobierno. Recién a los 15 días empiezan a reconocer que el gobierno se había consolidado. A la distancia, en 1919, ellos dirán que ahora podemos afirmar que en Rusia se está ensayando una dictadura, que los bolcheviques llaman “dictadura del proletariado”, pero que no es más que una dictadura y nosotros estamos por la causa de la democracia. Uno lee prístinamente los mismos argumentos que pueden encontrar en la historiografía liberal actual, como puede ser Robert Service, Richard Pipes u Orlando Figes: la idea de que se trató de un mero golpe de mano de una minoría sin ningún tipo de vinculación con el movimiento social. Es una lectura muy superficial, porque si hubieran sido una minoría no se entendería lo que ocurre después, que es una revolución que trastoca todo, y que puede sostener la destrucción de un orden y la construcción de un orden social nuevo, y en el contexto de una guerra. Que afecta al orden social, político, cultural, intelectual, familiar, de la relación entre los sexos, demográfico, entre otros. Un proceso con una gran potencia emancipatoria que queda totalmente vedado y olvidado en esta historiografía liberal. La Revolución rusa genera un mundo de simpatía entre los trabajadores y en parte de la intelectualidad. El joven Borges hasta 1921 tenía poemas de su periodo ultraísta, tanto en España, como ya en Buenos Aires, donde publica en la revista Quasimodo,

que es libertaria una serie de poemas como “Rusia”, “Guardia Roja”, “Gesta maximalista”, que él pensaba incluir en un libro que iba a titular Los Salmos Rojos, que finalmente nunca publicó. Pro-revolución, pero no necesariamente pro-bolchevique, va a ser una identificación muy común en la época. Algunos confiaban que la revolución iba a ordenarse de manera afín a sus planteos, como los anarquistas que la apoyaban, aun estando en contra de la dictadura del proletariado. Los “anarco-bolcheviques”, que estudió bien Andreas Doeswijk, van a sostener el apoyo al proceso en Rusia, a pesar de las posiciones que toman los bolcheviques. El libro intenta ofrecer un panorama global de los tiempos rojos que se dan

| 51

en el primer lustro del ‘17 al ‘22, porque en la Argentina hay un cambio de época, hay una derrota y estabilización capitalista. Y a la vez en Rusia el momento emancipatorio inicial se detiene y triunfa una burocracia en el partido, en el Estado y el ejército, que conforma el Thermidor contrarrevolucionario que acaba en estos tiempos rojos. Entrevistó: Gastón Gutiérrez.

1. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2017. Publicamos extractos de la entrevista; la publicación del video completo está disponible en La Izquierda Diario.


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

52

Ilustración: Greta Molas

La Revolución rusa y su influencia en José Carlos Mariátegui


I dZ Noviembre

comprender la ruptura con Haya de la Torre en 1928 y las discusiones con el Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista en la Conferencia de Buenos Aires, en 1929. Mariátegui adquiere su formación política marxista durante una extensa estadía en Europa (1919 a 1923). En Italia es donde se forjaron los rasgos distintivos de su práctica teórica y política, siempre ajena al análisis exegético de textos canónicos, siempre abierta a la fusión de lo universal y lo específico mediante formulaciones propias. Para Mariátegui, el marxismo nunca fue un “itinerario” a recorrer fijado de antemano sino una “brújula” que guiaba el viaje, según su célebre formulación. Mientras tanto, la Internacional Comunista (IC, también llamada Tercera Internacional o Komintern, por su sigla en ruso), fundada en 1919, lanzaba sus primeros pronunciamientos sobre el continente americano. En el “Llamamiento a la clase obrera de las dos Américas” (1921), postulaba la alianza revolucionaria de los obreros y campesinos contra el imperialismo norteamericano y las burguesías locales, la extensión continental de la revolución proletaria y la unidad con la Rusia de los Soviets (Löwy, 2007:81-87).

Crisis mundial y revolución proletaria

JUAN LUIS HERNÁNDEZ Historiador, docente UBA.

“A Norte América sajona le toca coronar y cerrar la civilización capitalista. El porvenir de la América Latina es socialista.” José Carlos Mariátegui (1928)

El propósito de este artículo es intentar una primera aproximación a la mirada de José Carlos Mariátegui sobre la Revolución rusa y sus derivas en la década del ‘20. Nuestra hipótesis es que su interpretación del proceso abierto en octubre de 1917 constituye un elemento de importancia a la hora de

Apenas regresado de Europa Mariátegui impartió un curso sobre la “Historia de la Crisis Mundial” en Lima, en el cual abordó el análisis de la Revolución rusa. En una primera conferencia (julio de 1923) reconstruyó el recorrido del proceso revolucionario desde las jornadas de febrero hasta la Revolución de Octubre, concluyendo en la paz de Brest Litovsk. Centró su exposición en la situación de doble poder abierta por la revolución de febrero, entre el gobierno provisional presidido por Kerensky y los soviets. El triunfo de la insurrección de octubre fue posible al comprender las masas que la paz y la tierra solo podían ser conquistadas por un gobierno de los trabajadores, planteo agitado por los bolcheviques mediante la consigna todo el poder a los soviets (Mariátegui, 1923). En una segunda conferencia (octubre de 1923), Mariátegui analizó las instituciones y el funcionamiento del régimen soviético. Detalla el agrupamiento de los soviets en congresos distritales, provinciales, regionales hasta llegar al congreso pan-ruso, el cual designaba un Comité Central Ejecutivo (CCE), del cual surgía el Consejo de Comisarios del Pueblo. Mariátegui remarca el carácter rotativo y revocable de los mandatos de los delegados al soviet, órganos ejecutivos y legislativos al mismo tiempo, típicos del régimen proletario, en contraposición al parla­mento, característico del régimen democrá­tico burgués1. En 1925, Mariátegui publicó La escena contemporánea, un libro articulado alrededor de tres ejes: la “biología” del

| 53

fascismo, la crisis de la democracia liberal y la Revolución rusa. En él traza la semblanza de Trotsky, Lunacharski y Zinoviev, a quienes destaca como dirigentes revolucionarios y por su capacidad intelectual. Trotsky “no es solo un protagonista sino también un filósofo, un historiador y un crítico de la Revolución”, que además de organizar el Ejército Rojo, se interesaba en la literatura y el arte. Sobre Lunacharsky pondera su capacidad para reorganizar la educación soviética, mientras a Zinoviev lo consideraba un discípulo de Lenin, gran polemista y agitador (Mariátegui, 1925). A la lucha política desencadenada en Rusia Mariátegui le dedica tres artículos: “El partido bolchevique y Trotsky” (1925), “Trotsky y la oposición comunista” y “El exilio de Trotsky” (1928). El texto de 1925 se refiere a la discusión generada en 1923, cuando Trotsky reclamó un cambio de orientación de la política económica que restableciese el equilibrio entre los precios industriales y los agrícolas, y un régimen de democracia obrera al interior del partido. Mariátegui opinaba que la mayoría de la dirección bolchevique se unió para rechazar las posiciones de Trotsky, quien quedó rápidamente en minoría por su escasa experiencia como dirigente partidario. Esperaba que no se produjera un cisma, que la dirección rechazara los argumentos pero que aplicase algunas medidas correctivas (Mariátegui, sin fecha: 51-55). En los artículos de 1928 el autor debe reconocer que los acontecimientos tomaron un curso distinto al que él esperaba. Para Mariátegui, Trotsky representaba en la política soviética “la ortodoxia marxista” y la continuidad del legado de Lenin, pero su radicalismo tenía dificultades para plasmarse en fórmulas concretas y precisas, en tanto Stalin y su equipo poseían un sentido más realista de las posibilidades de acción. Trotsky era “una figura excesiva” en el plano nacional, situación que se habría acentuado cuando, fruto del aislamiento de la revolución, su centro de gravedad se concentró en los problemas rusos: “Por ahora, a solas con sus problemas, Rusia prefiere hombres más simples y puramente rusos” (Mariátegui, sin fecha: 114-117). Algunos han querido ver en estos textos una justificación del stalinismo, mientras para otros, como Löwy, su autor “mal puede esconder su pesar por la derrota de Trotski”. (Löwy, 2007: 19). Ambas apreciaciones lucen exageradas. En realidad, los artículos son ambiguos, reflejan la sorpresa que las noticias procedentes de Rusia despertaban en Sudamérica: su autor se preguntaba azorado si la Revolución estaba devorando a sus propios hijos (por el destierro de Trotski). Mariátegui subraya el carácter provisional de la coyuntura rusa, aproximándose en esto a la posición del propio Trotsky, para quien una de las causas del ascenso del estalinismo fue »


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

54

el aislamiento de la Revolución y el atraso de Rusia. Quizás Mariátegui con palabras distintas pretendiera decir algo similar.

El bienio decisivo Desde su regreso a Lima en 1923, Mariátegui estuvo en contacto con Haya de la Torre y colaboró en la organización del APRA, pero a principios de 1928 se produjo la ruptura entre ambos. Exiliado en México, Haya se distanció del movimiento comunista y fundó a principios de 1928, el Partido Nacionalista Peruano, anunciando su intención de postularse como candidato presidencial en Perú. Mariátegui y sus compañeros rechazaron en duros términos la conversión del frente antiimperialista en partido político. En la “Carta Colectiva del Grupo de Lima” (10/07/1928) declararon que, como socialistas, podían participar de un frente único antiimperialista con elementos reformistas, socialdemócratas o nacionalistas, pero que de ninguna manera podían permanecer en el APRA si este era convertido en un partido, que suponía una “facción orgánica y doctrinariamente homogénea”. Reivindicaron el derecho de los revolucionarios socialistas de conformar su propia organización política (García Rodríguez, Ramón, 2002: 24-30). En septiembre de 1928 se consumó la ruptura con Haya de la Torre. En el editorial de la Revista Amauta, dirigida por Mariátegui, se proclamó el carácter socialista de la publicación. “En nuestra bandera, inscribimos esta sola, sencilla y grande palabra: Socialismo”, agregando “La revolución latinoamericana, será nada más y nada menos que una etapa, una fase, de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista” (Mariátegui, sin fecha: 241). Ese mismo mes se fundó el Partido Socialista Peruano (PSP). Sus militantes tenían contacto con la IC desde mediados de 1927, pero sin embargo mantenían serias discrepancias con el Secretariado Sudamericano (SS) en dos puntos centrales: la composición de la nueva organización, concebida como un partido “basado en las masas obreras y campesinas organizadas” y el nombre, ya que la IC exigía que los partidos que se incorporaran a ella se denominasen “Partido Comunista”. En “Los principios programáticos del Partido Socialista Peruano” se enfatiza la ausencia en Perú de una burguesía nacional capaz de romper con el imperialismo, impulsar la industrialización nacional y terminar con la inserción dependiente del país en el mercado mundial. El texto define los dos ejes centrales de la estrategia partidaria:

En materia de política agraria, la vía al socialismo debía aprovechar tanto la subsistencia de las comunidades indígenas en la sierra como la existencia de grandes empresas agrícolas en la costa, para avanzar en la gestión colectiva de la agricultura. La explotación de la tierra por pequeños agricultores subsistiría solo en donde predominase la pequeña propiedad familiar, evitando reformas agrarias parcelarias.

“Sólo la acción proletaria puede estimular primero y realizar después las tareas de la revolución democrático-burguesa, que el régimen burgués es incompetente para desarrollar y cumplir”, deviniendo a continuación la concreción de los objetivos socialistas del proletariado (Mariátegui, sin fecha: 217/218). En definitiva, las Bases Programáticas del PSP proclaman una concepción de la revolución como un proceso ininterrumpido, cuyas distintas fases solo pueden concretarse a partir de la acción de la clase obrera y los campesinos. Una vez más, basándose en el pronunciamiento de la IC de 1921, “A los obreros de las dos Américas”, los comunistas peruanos tomaban distancia de los planteos apristas. Pero en esta oportunidad, a este tipo de posiciones de alianza de clase con la burguesía la que se aproximaba –con otro discurso– era la mismísima IC, conforme las resoluciones aprobadas en su VI Congreso (julio de 1928). La IC entendía que el capitalismo estaba entrando en una crisis histórica, en cuyo contexto se produciría una ofensiva del trabajo sobre el capital, creando las condiciones para un nuevo auge revolucionario. Pero la orientación del VI Congreso era contradictoria: a la estrategia de la “revolución por etapas” se le superpuso la táctica de “clase contra clase”, que implicaba no hacer ningún tipo de alianzas. Era una reacción sobreactuada ante la grave derrota en China (1927), al apoyar los comunistas al movimiento nacionalista Kuo Min Tang. Esta política sectaria de “clase contra clase” propició una nueva y terrible derrota en Alemania: los comunistas se negaron a entablar un frente único con los socialdemócratas, dividiendo a los trabajadores y permitiendo el ascenso del nazismo al poder. En junio de 1929, el Secretariado Sudamericano (SS) de la IC organizó en Buenos Aires la primera Conferencia Comunista Latinoamericana2. El SS estaba controlado por Vittorio Codovilla, dirigente del Partido Comunista Argentino (PCA) tempranamente identificado con el stalinismo. El objetivo del cónclave era la homogenización del comunismo latinoamericano, dificultado por la lucha

de facciones al interior de la IC, la heterogeneidad de los partidos del subcontinente, el incipiente nivel de muchas de las organizaciones. A la Conferencia asistieron dos delegados en representación de la dirección de la IC: Jules Humbert-Droz (“Luis”) representante del Comité Ejecutivo (bujarinista), y el “camarada Peter”, miembro de la Internacional Juvenil Comunista (stalinista) (Jeifets L., Jeifets V. y Huber, 2004). Mariátegui no pudo concurrir al encuentro por razones de salud. La delegación peruana, compuesta por Julio Portocarrero y Hugo Pesce, presentó en la conferencia tres documentos. Uno de ellos, “Punto de Vista antiimperialista” (Mariátegui, sin fecha: 187-200) fue intensamente debatido. El texto reconocía el carácter semicolonial de los países latinoamericanos, pero establecía una diferenciación entre Sudamérica y Centroamérica, avasallada esta última por continuas invasiones yankis, que no tenían paralelo en los países sudamericanos. Por tanto en éstos el nacionalismo no era un factor decisivo o fundamental. Concluía: Somos antimperialistas porque somos marxistas, porque somos revolucionarios, porque oponemos al capitalismo el socialismo como sistema antagónico, llamado a sucederlo, porque en la lucha contra los imperialismos extranjeros cumplimos nuestros deberes de solidaridad con las masas revolucionarias de Europa (Mariátegui, sin fecha: 193).

Codovilla y otros participantes se encargaron de remarcar que la estrategia de la “revolución por etapas” constituía la viga maestra de la orientación definida para los países semicoloniales en el VI Congreso, por lo cual la impugnación de la política de alianzas con la burguesía y la constitución de un bloque policlasista como sujeto de la revolución agraria y antiimperialista, contenida en la tesis peruana, era sumamente incómoda. Además, los delegados del PSP insistieron en su concepción del partido: si las tres cuartas partes de las clases trabajadoras peruanas estaban constituidas por campesinos-indígenas, no podía haber dudas que el sujeto revolucionario debía ser un partido de obreros y campesinos. No era una simple controversia por el nombre del partido – ­ como intentaron relativizar a posteriori desde el stalinismo– sino una discusión en torno a su construcción. Los peruanos no aceptaban las exigencias del SS, que pretendía la formación de secciones nacionales, homogenizadas conforme las 21 condiciones de admisión a la Internacional. Era una profunda diferencia


I dZ Noviembre

sobre qué era el marxismo: si un método para interpretar y transformar la realidad, o la simple adhesión a un conjunto programático aplicado a los escenarios nacionales. A esto remite el famoso comentario atribuido a Codovilla, quien manifestó enfáticamente que no existía ninguna “realidad peruana”, Perú era un país semicolonial y atrasado, y para este tipo de países los comunistas ya tenían definida una estrategia. Exagerado o no, el comentario expresaba, desde lo metodológico, el meollo de la cuestión.

Conclusiones En 1921, la Internacional Comunista llamó a los obreros y campesinos de “las dos Américas” a concretar una alianza revolucionaria contra el imperialismo norteamericano y las burguesías locales, para extender la revolución proletaria y la unidad con la Rusia Soviética. En ese momento estaba muy cercana la memoria de la gran Revolución Mexicana, iniciada en 1910. En 1927, la derrota de la segunda revolución china marcó un punto de inflexión en la orientación de la IC respecto a los países coloniales y semicoloniales. La nueva perspectiva se impuso al año siguiente en el VI Congreso, en el que se definió una estrategia de alianza con la burguesía nacional, plasmada en la llamada “revolución por etapas”. Estas discusiones fueron llegando a América Latina a través de canales formales e informales. Pero las concepciones de Mariátegui y sus compañeros, volcados en los documentos constitutivos de la organización partidaria peruana y en las ponencias que trajeron al encuentro comunista de Buenos Aires, en 1929, seguían los lineamientos del pronunciamiento de 1921 de la Internacional. Este fue el motivo fundamental del choque con los integrantes del Secretariado Sudamericano que, especialmente Codovilla, sostenían la orientación adoptada por la IC en 1928 y adhirieron, muy tempranamente, a la tendencia stalinista. La muerte alcanzó a José Carlos Mariátegui en Lima, el 16 de abril de 1930. El Amauta no tuvo oportunidad de conocer los resultados teóricos y políticos más elaborados de quienes desde la “ortodoxia marxista” (como llamaba a Trotsky y la oposición de izquierda) cuestionaron el viraje de la Komintern3. Tampoco, por supuesto, la consolidación del stalinismo en la URSS y en el movimiento comunista internacional en la década del treinta, con todas las implicancias y consecuencias nefastas para la lucha revolucionaria de los trabajadores del mundo entero.

| 55

Hace cien años, los ecos de la gran Revolución de Octubre llegaron al continente americano. José Carlos Mariátegui –como Luis Emilio Recabarren, Julio Antonio Mella, Salvador de la Plaza, Farabundo Martí y tantos otros, asumiendo la exigencia de la hora, lucharon por encender la llama de la revolución socialista en nuestras tierras. Bibliografía • Lowy, Michael. El marxismo en América Latina. Antología, desde 1909 hasta nuestros días, Santiago de Chile, LOM, 2007. • García Rodríguez, Ramón. MariáteguiHaya. Materiales de un debate, Perú Integral, 2002. • Jeifets, Lazar; Jeifets, Víctor y Huber, Meter. La Internacional Comunista y América Latina, 1919-1943. Diccionario Biográfico, Instituto Latinoamericano de la Academia de las Ciencias (Moscú) e Institut pour l’historie du communisme (Ginebra), 2004. • Mariátegui, José Carlos. “Historia de la crisis mundial”, Lima, 1923, en Obras Completas de José Carlos Mariátegui. Disponible enwww. marxists.org. • Mariátegui, José Carlos. Obras, La Habana, Casa de las Américas, sin fecha. Tomo II. • Mariátegui, José Carlos. La escena contemporánea, Lima, Amauta, 1959 (1925). • Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista. El Movimiento Revolucionario Latinoamericano, Buenos Aires,, Correspondencia Sudamericana, 1929.

1. El texto completo de esta conferencia se ha perdido, solo se conservan las notas del autor. 2. Se conservan las actas de la Conferencia, volcadas en un volumen editado por el Secretariado Sudamericano (El Movimiento Revolucionario Latinoamericano, 1929). 3. Mariátegui no pudo conocer dos obras centrales de León Trotsky: La Revolución Permanente se publicó por primera vez en Berlín, en junio de 1930, y su primera traducción al castellano, de Andreu Nin, es de 1931 y la Historia de la Revolución rusa, publicada en 1932.

Gustav Klucis, Osnovnoye, boceto de poste indicador a la entrada de la Exposición de Obras de Estudiantes del Curso Básico de los Vjutemas, 1924-1926.


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

56

Ilustración: Iara Rueda

Ese gran combate por la historia de la Revolución La primera edición completa en castellano de Historia de la Revolución rusa de León Trotsky por Ediciones IPS se da en el marco de una ofensiva ideológica con tonos similares a la del bicentenario de la Revolución francesa en 1989, pero sin el optimismo capitalista de aquel entonces.


I dZ Noviembre

| 57

GUILLERMO ITURBIDE Ediciones IPS-CEIP.

“...La narrativa empática y colorida de uno de los principales participantes de los hechos se fusionaba con la perspicacia conceptual del pensador marxista, como una asombrosa amalgama de los estilos de Jules Michelet y Karl Marx”. Enzo Traverso.

Las revoluciones rusa y francesa son los dos grandes parteaguas de la historia moderna, quién lo duda. Ahora bien, la historia se selecciona, se recorta y se escribe desde la mirada del presente. Eso es lo que explica que, en el caso de la Revolución francesa, un evento que marcó la llegada de la burguesía al poder, su bicentenario fue conmemorado principalmente bajo el espíritu de época de la crisis terminal del llamado bloque soviético y la inminente caída del Muro de Berlín. Así, se intentó separar la democracia burguesa moderna de sus orígenes revolucionarios, y a la vez surgió toda una pléyade de historiadores reaccionarios dedicados a ajustar cuentas con estos últimos. Sin ninguna duda, era una lectura de la Revolución francesa desde la obsesión con la Revolución rusa. Parafraseando el famoso adagio de Ernest Renan, los planteos contemporáneos a favor de la democracia necesitan que se entienda mal a la propia historia, apropiándose selectivamente de algunas experiencias y olvidando otras, asegurándose que el pasado va a ser mal recordado y mal leído1.

Casi todos los lanzamientos de libros y conmemoraciones de la Revolución rusa en este centenario comparten en esencia el espíritu de 1989. En lo que difieren es que los ataques a 1917 son todavía más venenosos porque, a diferencia de hace 28 años, hoy ya no se cree ni en el “fin de la historia” ni en un brillante porvenir para la democracia capitalista. Más bien la decepción con esta última y lo que hemos llamado elementos de crisis orgánica en los países centrales hacen vislumbrar un retorno a tiempos más clásicos y con

ello la perspectiva de la revolución, lo cual hace más imperioso la ofensiva ideológica contra Octubre. Pareciera como si todo análisis que no partiera de ubicar a 1917 como el origen del totalitarismo del siglo XX no tiene carta de ciudadanía. Quienes rescatan hoy a Octubre como algo que no necesariamente llevaría al terror y al totalitarismo parecieran limitarse a nivel internacional, sin mucho más, a los libros actuales de Tariq Ali y China Miéville, ambos no casualmente con orígenes políticos en el trotskismo. Es en este clima que hace su reaparición nuestra nueva edición de la Historia de la Revolución rusa de León Trotsky. No es casual que sea una editorial marxista impulsada por una organización revolucionaria como el PTS la que lo haga posible. Un equipo editorial formado por militantes y simpatizantes de distintos puntos del país se empeñó en tratar de ofrecer la mejor edición posible. Ese esmero permitió descubrir que era posible ofrecer una versión cualitativamente mejor que las que se conocían hasta hoy en castellano. Contrastamos las existentes con la original en ruso, además de versiones en inglés, alemán y francés, lo que nos permitió detectar textos que faltaban (puntualmente, cinco apéndices y dos prefacios). Además, nos permitió detectar que a lo largo del texto tradicional faltaban algunos pasajes, así como corregir errores de traducción que nunca antes habían sido subsanados.

Contra la historia “politicista” No obstante, esta magnum opus no pasó desapercibida para cierta historiografía académica que considera que el marxismo en su conjunto, y en particular la obra de Trotsky al respecto, se basa en una serie de mitos, de “relato” que no alcanza el rango de cientificidad académica y de cierta pretendida “objetividad”. Aunque alguien que precisamente historiza ni más ni menos que el proceso del cual fue su principal codirigente siempre va a ser “culpable”, Trotsky se anticipa al espíritu de nuestra época:

Nuestros adversarios se limitan en su mayor parte a reflexiones sobre cómo se pueden revelar prejuicios personales en una selección artificial y unilateral de hechos y textos. Estas observaciones, aunque irrefutables en sí mismas, no dicen nada sobre la obra misma, y menos aún sobre sus métodos científicos. Además, nos tomamos la libertad de insistir firmemente que el coeficiente de subjetividad es definido, limitado y probado no tanto por el temperamento del historiador como por la naturaleza de su método2.

Hoy una de sus exponentes es la historiadora Sheila Fitzpatrick, quien es recomendada como una autoridad explícitamente en detrimento de relatos supuestamente “mitológicos” como el de Trotsky. Fitzpatrick en realidad solo se dedica a los grandes trazos de la revolución pensando en tendencias de largo plazo, pero no le interesa lo que constituye la línea roja que recorre el trabajo de Trotsky: El lector ya sabe que en una revolución nos interesa rastrear, ante todo, la irrupción directa de las masas en los destinos de la sociedad. Buscamos descubrir los cambios en la conciencia colectiva detrás de los acontecimientos. (…) Las revoluciones tienen lugar según ciertas leyes. Esto no significa que las masas en acción sean conscientes de ellas, pero sí significa que los cambios en la conciencia de las masas no son accidentales, sino que están sujetos a una necesidad objetiva que se puede explicar en forma teórica, que a su vez brinda un fundamento que posibilita hacer pronósticos y pelear por dirigir el proceso3.

Si la historiografía anti-1917 busca los grandes trazos, por no decir los trazos gruesos, Trotsky se ubica desde la visión del anatomista que realiza un trabajo dialéctico que va más allá de las formas generales y las apariencias, y que no contento con reconocer el cuerpo de la revolución por sus rasgos generales, se dedica a analizarlo bajo el microscopio para»


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

58

estudiar sus tejidos, separando sus componentes, para luego emerger y dar una visión enriquecida y completa. Este apego al método ubica a Trotsky a kilómetros de distancia de la historia “politicista” de hoy, comandada por las corrientes más prolíficas de la historiografía anticomunista de los últimos 30 años, la revisionista (François Furet, Ernst Nolte) y la liberal (Richard Pipes, Robert Service), que coinciden en que las revoluciones son ante todo hechos políticos con consecuencias sociales, antes que hechos sociales con consecuencias políticas. Contra el supuesto “determinismo” de la historia marxista, que hace hincapié en las relaciones de clase, estas corrientes afirman la primacía de la política: un subjetivismo extremo pero donde la actividad solo se desarrolla en las élites, en las “cumbres”, y donde las masas esencialmente forman apenas un telón de fondo, el personal de reparto. Todo esto abona las teorías conspirativas y para la cuales la “coacción de las circunstancias”, como le llama Trotsky, apenas existen. En esta perspectiva se basa la visión tradicional que adjudica la revolución bolchevique a un simple golpe pro-alemán, ya defendida por los kadetes en aquella época: Los instigadores de los disturbios en Rusia, según Miliukov, todavía estaban intentando contactarse con Ludendorff. (…) El patriotismo de los kadetes, como es sabido, consiste en explicar los acontecimientos más grandes de la historia del pueblo ruso como algo digitado por agentes alemanes, mientras luchaban por arrebatarles Constantinopla a los turcos en favor del “pueblo ruso”. El trabajo histórico de Miliukov completa debidamente la órbita política del nacional-liberalismo ruso4.

“Este es nuestro tanque” Las guerras y las revoluciones son situaciones extremas. En el caso de estas últimas en particular, a pesar de dicha coacción, intervienen factores morales que brindan a los protagonistas de la revolución una capacidad de resistencia ligada al sacrificio, al heroísmo, al altruismo, ya que las masas pelean por sus propios objetivos y no por los ajenos (se dice que alguna vez Bujarin, en plena guerra civil, le señaló a un comunista extranjero la plataforma desde la cual los comisarios bolcheviques dialogaban con los soldados del Ejército Rojo y le dijo “este es nuestro tanque”), hazañas que en situaciones normales parecerían una locura, un suicidio colectivo o una demostración de crueldad de la plebe.

Precisamente esta es la conclusión a la que llegan los historiadores anti-1917. Por otra parte, estas corrientes abrevan disimuladamente en aquél gran pecado que le adjudican al marxismo: una teleología, una filosofía de la historia con un trayecto destinado inevitablemente a un fin determinado. La teleología revisionista y liberal ve un desarrollo de la historia hacia un avance de la democracia y la modernización a través de la “mano invisible” de la acción de las élites dominantes, donde las revoluciones irrumpen como un obstáculo en el camino, con la plebe saliéndose de su lugar, terciando y transformándose en una traba reaccionaria de las “leyes de la historia”. 1917 sería la irrupción nefasta de una “ideocracia”, de un “gobierno de los filósofos”, del voluntarismo de la política revolucionaria que quiere forjar una nueva humanidad que, ¡horror!, opina que no existe tal cosa como la naturaleza humana y que el hombre no necesariamente es el lobo del hombre. La sociedad no cambia nunca sus instituciones a medida que lo necesita, como un operario cambia sus herramientas. Por el contrario, acepta como algo definitivo las instituciones a las que se encuentra sometida. (…) Por tanto, esos cambios rápidos que experimentan las ideas y el estado de ánimo de las masas en las épocas revolucionarias no son producto de la elasticidad y movilidad de la psiquis humana, sino al revés, de su profundo conservadurismo5.

Los límites de este “politicismo” de élites manipuladoras están bien delimitados: El atraso crónico en que se hallan las ideas y relaciones humanas con respecto a las nuevas condiciones objetivas, hasta el momento mismo en que estas se desploman catastróficamente, por decirlo así, sobre los hombres, es lo que en los períodos revolucionarios engendra ese movimiento exaltado de las ideas y las pasiones que a las mentalidades policíacas se les antoja fruto puro y simple de la actuación de los “demagogos”. Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de la sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja.

Por último, Trotsky parece apuntar sus dardos contra esta teleología, contra ese supuesto desandar de un camino preestablecido cuando plantea, en el prefacio inédito al tomo 1:

El regreso al “legado” de la Revolución de Febrero sigue siendo el dogma oficial de lo que se llama “democracia”. Todo esto parece dar razones para creer que la ideología democrática debería darse prisa para sacar las conclusiones de los resultados históricos y teóricos de la experiencia de Febrero, descubrir las causas de su colapso, determinar cuál es el “legado” y de qué manera se puede poner en práctica. (…) Si los demócratas vulgares se atrevieran a exponer de manera objetiva el curso de los acontecimientos, se verían imposibilitados de llamar a retrotraer todo a Febrero, de la misma manera que es imposible que una espiga vuelva a la semilla que le dio origen.

Conclusión Alguna vez se dijo que la dialéctica permite identificar los elementos que dentro de una semilla prefiguran posibles frutos (o posibles abortos). Si, como dice Trotsky, la historia de la Revolución rusa es la de cómo logró desembarazarse el núcleo de la Revolución de Octubre de la cáscara que la oprimía de la Revolución de Febrero, hoy se trata de rastrear las semillas de las que está preñada la humanidad tras la crisis del relato triunfalista producto del derrumbe de los mal llamados socialismos reales. 1989 tuvo la ambición de ser la película al revés de la Revolución de Octubre, hacia una revolución democrática degradada, farsesca, que, como su antecesora trágica de Febrero de 1917, falló en cumplir sus promesas. La reedición del mejor libro de historia de todos los tiempos es un eslabón fundamental para reanudar y recrear los lazos con el marxismo estratégico del siglo XX sobre un futuro que presentará nuevamente oportunidades de volver a transformar al marxismo en una idea que echa raíces en el movimiento real que busca abolir el estado de cosas.

1. Geoff Eley, “What Produces Democracy?”, en Mike Haynes y Jim Wolfries (eds), History and Revolution, Londres, Verso, 2007. 2. L. Trotsky, Historia de la Revolución rusa, tomo 2, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2017, p. 10 (introducción al tomo 2 previamente inédita en castellano). 3. Ibídem, p. 11. 4. Ibídem, tomo 1, p. 12 (prefacio a la edición rusa, previamente inédita en castellano). 5. Ibídem, p. 16.


I dZ Noviembre

| 59

Plejánov: padres, herencias y “parricidio” Ilustración: Agustina Fontenla

En 2016, aprovechando el boom editorial que traería aparejado el centenario de la Revolución rusa de 1917, Siglo XXI reeditó Plejánov: El padre del marxismo ruso, el clásico libro de Samuel H. Baron editado originalmente en 1963. SEBASTIÁN QUIJANO Redacción La Izquierda Diario.

Aunque el derrotero político de Plejánov se fue degradando de manera inversamente proporcional al desarrollo de la revolución misma, hasta transformarse en adversario del poder soviético, el centenario de la Revolución rusa merece también el reconocimiento y análisis crítico de sus “padres”. Lamentablemente, el erudito trabajo de Baron acompaña demasiado el propio derrotero de Plejánov y pierde objetividad, imponiendo sus prejuicios políticos antibolcheviques junto a parcialidades históricas evidentes. Hay que decirlo con claridad: el trabajo de Baron reproduce todos los lugares comunes de los autores liberales.

Por lo tanto, el justo reconocimiento y balance de los aportes al marxismo en general (y el ruso en particular) de “el padre”, está aún por hacerse y necesariamente será obra de sus “hijos”, quienes en actitud tan bolchevique como freudiana, deberán emprender la tarea de “asesinar” dialécticamente a su progenitor.

La seducción de la pasión Esta sería una justa forma de describir las primeras etapas de la vida de Plejánov, desde sus 19 años, cuando abandonó sus estudios y comenzó su entera dedicación a la lucha revolucionaria.

Su primer compromiso político, en 1876, fue como parte del movimiento naródnik (populista) en la organización Zemliá i Volia (Tierra y Libertad), fuertemente influenciada por las ideas de Pietr Lavrov y Mijaíl Bakunin. La idea general del movimiento residía en que en las comunidades agrarias colectivas anidaba una resistencia a las tendencias capitalistas sobre las cuales apoyarse para destruir el yugo absolutista y construir el socialismo, sin caer en la trampa del yugo capitalista de Occidente. Así, las libertades políticas, lejos de ser algo a conquistar, eran concebidas como una trampa. El fracaso de las campañas populistas entre 1874 y 1876, conocidas como “Id al Pueblo”, »


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

60

donde jóvenes estudiantes se trasladaban a las zonas rurales para difundir el ideario socialista, generó el primer cisma en la naciente organización. El campesinado recibía con frialdad a los jóvenes y sus ideas emancipatorias, incluso los delataban a las fuerzas represivas del Zar. Las diferencias entre Lavrov, proclive a la agitación y “educación” socialista, y Bakunin, proclive a la acción directa para el levantamiento inmediato, se tradujo al interior de la organización. El desprecio de Plejánov contra el gradualismo paciente propio de “teólogos cristianos” fue una de las salvaciones del bakuninismo. Sin embargo, en el Congreso que reunió a veinticuatro delegados entre mayo y junio de 1879, Plejánov peleó casi en soledad contra el ala terrorista, sin rechazar por ello la violencia política. La división de Zemliá i Volia se precipitó meses después. Los terroristas fundarían Naródnaya Volia (La voluntad del pueblo). Quienes se inclinaban por la acción de masas y en especial entre los obreros, Chorni Peredel (La redistribución general). Plejánov sería el alma de esta nueva organización. Tras una redada policial en enero de 1880, Plejánov, Vera Zasúlich y Lev Deutsch partieron al exilio. El fracaso de la perspectiva “iluminista” llevó a grandes rupturas y replanteos políticos, teóricos y estratégicos, pero Plejánov no logró desembarazarse de ella, aunque la mayor parte de su vida la mantuviese desde una perspectiva marxista. Esta herencia no saldada, y no problematizada por Baron ya que es partidario de ella, será fundamental para entender el derrotero posterior del ruso.

La pasión por la razón En este período, donde comienza su larga y creciente separación de la agitación práctica y su voluminosa producción teórica, conocerá de cerca las organizaciones, dirigentes e intelectuales marxistas por quienes, en principio, mostraba las mayores reticencias por lo que consideraba una excesiva “moderación y regularidad”.

Pero su pasión por el estudio de la realidad, del cual es producto La ley del desarrollo económico de la sociedad y los problemas del socialismo en Rusia (1879), lo llevó a una radical conversión y a sentar las bases teóricas del marxismo ruso junto a Zasúlich y Deutsch, con quienes fundó el Grupo Emancipación del Trabajo en 1883. Este no fue muy bien recibido por los marxistas alemanes, entre quienes se encontraba el propio Engels, que pese a criticar las bases teóricas del populismo ruso y negar la posibilidad de una revolución socialista en la tierra de los zares antes de una revolución burguesa, sostenía que la única organización vigorosa y activa contra “la reacción rusa” residía en estos grupos. La autoridad de Marx y Engels estaba del lado de los populistas. La fortaleza de espíritu de Plejánov debe haber sido sorprendente para encarar la tarea de construir una organización marxista contra las declaraciones de los padres fundadores. Tras un concienzudo estudio del Manifiesto comunista y los escritos de Marx y Engels de la década de 1840, Plejánov escribió su primer folleto marxista conocido como Socialismo y lucha política (1883), donde pervivían intentos de reconciliación con los populistas, aunque atacaba duramente las concepciones terroristas que despreciaban la lucha por las conquistas políticas. En Nuestras Diferencias (1885) la ruptura con el populismo fue total y destruyó las bases teóricas que fundamentaban la posibilidad de construcción socialista en las comunidades agrarias colectivas. Las fuerzas arrolladoras del capitalismo eran irreversibles. La verdadera organización revolucionaria no podía negar esta realidad, sino replantear su programa y formas de acción. Para Plejánov era imposible saltear la etapa capitalista en la atrasada Rusia, y por lo tanto, las demandas políticas serían centrales para el movimiento revolucionario. Sin embargo, la creciente influencia populista, que bajo la promesa de la revolución adquiría notorio peso en la juventud, lo llevó a recuperar los textos estratégicos de Marx y Engels

sobre la experiencia fallida del levantamiento alemán de 18481. Si bien la etapa de la revolución burguesa no podía ser salteada en el esquema de Plejánov, el proletariado debería tener una organización independiente para lograr las mayores conquistas posibles junto a las mejores condiciones para comenzar el trabajo de su propia revolución. Podemos decir que la comparación entre los problemas estratégicos de Oriente y Occidente tienen en Plejánov el primer analista serio2. Estas serían las bases angulares en las que se educó la inmensa mayoría de los marxistas rusos, empezando por Lenin.

La guerra contra los desapasionados En 1889, Bernstein publicó una serie de artículos en Die Neue Zeit con sus críticas a las tesis de Marx. Kautsky, principal teórico y editor de la revista, los publicó sin ningún comentario crítico. Plejánov fue uno de los primeros en detectar la relación entre la desviación economicista al interior del naciente POSDR y el revisionismo bersnteiniano en el seno alemán. Ese mismo año, a los 43 años de edad, Plejánov escribió a su camarada y amigo Axelrod: “Amé a Hegel porque... estaba lleno de pasión teórica... En Bernstein, esa pasión falta por completo y su lugar solo hay un montón de vulgaridad autosatisfecha”3. Su batalla contra Bernstein tuvo que enfrentar la moderación centrista del propio Kautsky, y el conjunto de las tibias resoluciones de 1899, 1900, 1903 y 1904, ya que se toleraba la permanencia de los revisionistas en la Internacional contra la posición del ala izquierda y Plejánov. Los revisionistas creían posible y deseable, establecer un armisticio ventajoso con la burguesía y buscar la conciliación, dejando la perspectiva de la organización socialista de la producción para un futuro lejano. Uno de los seguidores de Plejánov describió brillantemente la paradoja: Es sorprendente: la burguesía, atemorizada por la creciente conciencia de clase del proletariado, hace algunas concesiones. Los


I dZ Noviembre

representantes de este último, viendo signos de debilidad en la burguesía, en lugar de envalentonarse y hacerse más revolucionarios, por el contrario, empiezan a ceder.

Las respuestas del ruso se centraron en los aspectos filosóficos de las tendencias neokantianas de Bernstein y Konrad Schmidt, quienes planteaban al socialismo como un ideal ético o imperativo categórico, condenando el movimiento al escepticismo absoluto, a la vez que introducían tendencias idealistas. Como han sostenido diversos intelectuales, esta batalla la hizo desde un retorno a Hegel pero controversial, ya que Plejánov sostuvo una cierta visión ontológica y monista del marxismo. Ninguna de estas contradicciones es señalada por Baron. No es por desconocimiento. Más bien, es en este momento de su obra (exactamente a la mitad) que el estudioso comienza a traficar, sin vergüenza alguna, sus propias posiciones. Baron opina que la resistencia de Plejánov era por una ortodoxia de la fe, un miedo a la disgregación, una respuesta dogmática a cuestiones ciertas planteadas por Bernstein.

Teoría, práctica y estrategia La creciente disputa entre Plejánov y Lenin sucederá con inmediata posterioridad al segundo congreso del POSDR en 1903. Baron aquí toma partido descarado y no brinda más que sesenta páginas del más vulgar antibolchevismo recurriendo al clásico argumento de que en Lenin residía el germen de Stalin, pero en su versión sui generis, sería en la intransigencia de un joven Plejánov, idealista y absorto por la fe, donde residía el germen del propio Lenin. Así, Baron reproduce lo peor de la ontología política, junto a lo peor del idealismo, donde los individuos y las ideas son todo, y la realidad de los procesos sociales no es nada. Esta caricaturización reduce la disputa a un problema organizativo que solo encontraría explicación en la sed de poder. Los debates sobre el programa de Lenin hacia el

campesinado, que ya Plejánov había señalado como ahuyentador de la burguesía liberal, aparecen como anecdóticos. Lo mismo sucede con “la cuestión organizativa”, una forma cuanto menos infantil de tratar el tema de qué tipo de organización construir para qué tipo de revolución. Así, en sesenta páginas, no solo deforma a gusto y piacere la historia del marxismo ruso, sino que tira por la borda las heroicas batallas que le reivindicó a Plejánov en las trescientas páginas precedentes. Preferimos pensar seriamente problemas de igual seriedad. Después de veinte años de iniciada “la propaganda de las ideas socialdemócratas dentro de la literatura revolucionaria rusa”, Plejánov continuaba su discurso de apertura señalando que “en este momento son extraordinariamente favorables para nuestro partido”4. Tras este optimismo desmedido, anidaba la visión de que la tarea estaba ya cumplida. Después de años de lucha teórica, el avance de la organización del marxismo ruso solo debería preocuparse por el programa y la táctica. Y es aquí donde no solo la historia se repite como farsa, sino incluso la historia individual. Será Plejánov quien, al calor de los avances de la socialdemocracia rusa primero, y de las revoluciones rusas definitivamente, “en lugar de envalentonarse y hacerse más revolucionario, por el contrario, empieza a ceder”. Pero lo que debía desarrollarse plenamente era la discusión estratégica. Y aunque fue el propio Plejánov el que sostuvo en dicho Congreso que “el éxito de la revolución es la ley suprema”, fue Lenin quien se mantuvo férreo en esa dirección, “envalentonándose y haciéndose más revolucionario”. Aunque los problemas referidos a la estrategia aparecerán plenamente desarrollados en la III Internacional5, en todas las luchas fraccionales, desde la prehistoria del marxismo ruso, anidaban esos elementos. Si bien es cierto que la teoría es la generalización de la experiencia y la previsión en base a leyes tendenciales, también lo es que

| 61

Antonina Sofronova, Estudio para un afiche de la Unión de Trabajadores de la Alimentación, 1922.


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

62

en base a una “misma” teoría se pueden formular diferentes estrategias. La división entre bolcheviques y mencheviques es muestra de ello. El enorme realismo de Lenin, en la lucha de fuerzas vivas entre la educación teórica del partido y los objetivos estratégicos, siempre corrigió a la primera con la segunda. En el Congreso de 1903 lo hizo como heredero legítimo de las batallas pasadas de Plejánov, defendiendo el carácter reaccionario de la burguesía liberal, la necesaria independencia del proletariado y su partido, la alianza con los campesinos pobres e incluso innovando programáticamente para garantizar una alianza revolucionaria que debilite de manera inversamente proporcional a la burguesía, como así también el carácter del partido revolucionario como vanguardia organizada contra toda tendencia economicista o del automatismo socialista. Pero esta característica de Lenin no era episódica sino constitutiva, como demostró nuevamente en 1917, cuando enfrentó al conjunto de la dirección bolchevique que se mantenía fiel a la teoría de la dictadura democrática de obreros y campesinos por él mismo formulada y defendida, ya que el gobierno provisional de Kerensky (sobre todo en su segunda conformación) era precisamente su materialización basada en los soviets conciliadores. La vieja teoría desarmaba al partido, lo llevaba hacia la conciliación con la burguesía liberal y a no plantear la toma del poder por el proletariado. Las “Tesis de Abril” es, tal vez, el más breve y contundente documento de reorientación estratégica jamás escrito, y este fue, punto por punto, en confrontación con la teoría. Para Plejánov, la irrupción de la revolución triunfante fue el aborto del verdadero desenvolvimiento histórico que necesariamente debería haber llevado a la democracia liberal occidental. La lucha de las fuerzas vivas, tanto de las masas como de las organizaciones revolucionarias, debían aceptar los preceptos teóricos.

Para Lenin, quien sostuviera que un milímetro de diferencia en la teoría se transforma en kilómetros de distancia en la política, quien desconfiaba del desenvolvimiento espontáneo de la historia sin la acción consciente de los sujetos organizados, en los momentos decisivos, tan heredero como parricida, podía decir junto a Goethe: “Toda teoría es gris, querido amigo, y verde es el dorado árbol de la vida”, esa que protagonizan las masas al tomar el destino de sus vidas en sus propias manos y corrigen cualquier teoría.

1. Especialmente el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas de 1850, que tendrá también enorme importancia para el debate sobre el permanentismo de la revolución, como señala Alain Brossat en En los orígenes de la revolución permanente. 2. La actualidad de este debate a la luz de la contraposición del pensamiento de Trotsky y Gramsci se puede leer en Albamonte y Maiello, “Trotsky y Gramsci: debates de estrategia sobre la revolución en Occidente”, Estrategia Internacional 28. 3. Baron, Samuel H., Plejánov. El padre del marxismo ruso, Madrid, Siglo XXI, 2016, p. 387. 4. Ibídem, pp. 310-311. 5. “El concepto de estrategia revolucionaria solo se formó en los años de posguerra, bajo la influencia inicial, indudablemente, de la terminología militar. Pero no fue por azar que se ha afirmado. Antes de la guerra, solo habíamos hablado de la táctica del partido proletario; esta concepción correspondía exactamente con los métodos parlamentarios y sindicales predominantes entonces, y que no sobrepasaban el marco de las reivindicaciones y de las tareas corrientes. La táctica se limita a un sistema de medidas relativas a un problema particular de actualidad o a un terreno separado de la lucha de clases. La estrategia revolucionaria cubre todo un sistema combinado de acciones que tanto en su relación y sucesión como en su desarrollo deben llevar al proletariado a la conquista del poder”. Trotsky en Stalin, el gran organizador de derrotas, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2012, p. 131.


I dZ Noviembre

| 63

La mano oscura de Stalin en la fotografía de la URSS

Un método sistemático y perfeccionado por el estalinismo para hacer desaparecer a su principal opositor, León Trotsky, entre otros, de las fotografías y de la historia. RODRIGO WILSON Enfoque Rojo. Se han cumplido cien años de la primer y más grande empresa que llevara la clase obrera a su triunfo, la Revolución rusa. También se cumplen 77 años del asesinato de León Trotsky, uno de los más importantes dirigentes

de la revolución junto a Lenin. La vida de Trotsky por supuesto no carece de momentos maravillosos, heroicos, difíciles, arriesgados. Tampoco careció de exilios, persecuciones, atentados, y por último, su asesinato.

Trotsky no podía concebir su vida sin la lucha tenaz por las ideas del marxismo. Escritor excepcional y exigente, implacable en la crítica. Como dijera en su libro Mi vida (intento autobiográfico), sobre todo en el período de »


100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

|

64 la guerra civil y en la formación y dirección del Ejército Rojo, se supo ganar una gran cantidad de amigos, camaradas cercanos y también enemigos. A estos últimos se ocupó de organizar Stalin, a quienes usaría para sus futuros planes. Trotsky se pondrá a la cabeza de la lucha contra la burocratización, continuando el último combate de Lenin. Él y todos sus camaradas serán perseguidos con los métodos de Stalin.

El retoque fotográfico La intervención en la fotografía es un recurso casi tan antiguo como la misma fotografía. Pero no sería un problema en sí mismo, ya que es lícito intervenirla cuando se quiere mejorar problemas técnicos provocados por la lente como aberraciones, desenfoques tenues pero indeseados. Incluso la recreación de diseños con fotografías para aplicar en otras disciplinas artísticas, como un collage, o como hacía el movimiento fotográfico conocido como Pictorialismo. Actualmente la técnica ha dado gigantescos saltos que permiten una manipulación en la imagen jamás imaginada con el soporte digital, además de la utilización de software que amplían el horizonte creativo. La historia de la Revolución rusa lamentablemente no carece de tergiversaciones y manipulaciones de imágenes para desaparecer dirigentes políticos. El estalinismo ha echado mano a las herramientas de la época para falsificar documentos históricos como la fotografía, para adaptarla a la “nueva” historia oficial que construyó para justificar sus privilegios de casta burocrática. Para ello se valió del asesinato de sus opositores desde la década del ‘20 en adelante, práctica que no se limitó solo a la Oposición de izquierda, ni a Trotsky y su familia; sino también a los propios aliados circunstanciales de Stalin. David King ha publicado el libro El comisario desaparece donde da cuenta de la amplia manipulación y desaparición no solo física sino también en las imágenes de toda aquella persona que se interpusiera de una u otra manera en sus objetivos, o que simplemente cuestionara su liderazgo burocrático. Hay una gran variedad de ejemplos de diferentes desapariciones. En este artículo solo nos detendremos en alguno de ellos. Se podría decir que esta manipulación grosera, deliberada y perversa cumplía un doble objetivo: aterrorizar a los enemigos que vieran estas imágenes y conocieran al “desparecido” (y para las futuras generaciones ocultar la verdad) y dar a conocer una historia oficial donde se idolatra la figura del líder y padre de la revolución, Stalin.

El comisario desaparece Claramente había una obstinación en Stalin por hacer desaparecer a Trotsky de cualquier registro historiográfico dentro de la URSS, para que no fuera conocido para las nuevas generaciones que nacían ya en un país donde la revolución había triunfado. Había que ocultar cualquier discusión y a los dirigentes que cuestionaran los privilegios de Stalin y su casta. El 5 de mayo de 1920, a Trotsky se lo ve en una fotografía arengando a los soldados del Ejercito Rojo que marchaban al frente. Detras de él se ve el imponente teatro Bolshoi, y al lado se encuentran Lenin y Kamenev observando. El ilustrador Petre Nikolaievitch Staronosov hizo una reinterpretación a pedido de Stalin muy mala eliminando de la escena a Trotsky y Kámenev claramente y haciendo hablar a Lenin en el estrado. Esta ilustración se utilizó para un álbum titulado “La vida de Lenin”. En esta otra imagen se lo ve a Lenin arengando a las tropas que partían hacia el frente polaco. Lenin está inclinado hacia la izquierda en un alto podio. En el margen opuesto están parados en unos escalones de madera Trotsky y Kámenev detrás, donde se los ve parcialmente. De está escena hay más de una toma, ésta es una de las más conocidas. La fotografía fue tomada por G.P. Goldstein y daba cuenta de un Lenin vivo y activo, y de un Trotsky que aun conservaba el lugar que la revolución le otorgó. Con la expulsión de Trotsky de la URSS, la fotografía se dejó de mostrar tal cual y fue víctima de numerosas manipulaciones e, incluso,


I dZ Noviembre

| 65

Esta fotografía también tuvo su interpretación pictórica a manos de Diego Rivera en la serie de cuadros “Proyecto de América”. El cuadro es el número once llamado Detalle de guerra mundial.

de interpretaciones en otros soportes como pintura en la que abiertamente se falseaba la imagen documental original. La fotografía sufrió reencuadres en los que arbitrariamente se recorta a Trotsky y Kamenev. Cuando se cumplen los diez años de la Revolución rusa se vuelve a utilizar esta imagen en diversas publicaciones pero ya intervenida, como puede verse en el ejemplo de arriba donde Trotsky y Kámenev son reemplazados y donde tuvieron que llenar el vacío reconstruyendo los peldaños del escenario. En la fotografía que sigue vemos a Lenin y a Trotsky rodeados de una multitud de personas, entre ellos reconocidos cuadros y dirigentes de la revolución. Esta imagen es famosa y ámpliamente conocida. Sin embargo el estalinismo no dudó en eliminar a importantes dirigentes, entre ellos Trotsky, quien dirigió junto a Lenin la revolución. La fotografía fue tomada por Leónidov. En 1967 se utilizó una versión en la que Trotsky fue eliminado con el uso de un aerógrafo, como así también Kámenev. Hay un hombre de barba negra de pie delante de Trotsky, es Artashes Khalatov, un georgiano que se unió a los bolcheviques en 1917. Fue comisario del soviet pero luego fue eliminado junto a miles de oficiales talentosos cuando Stalin se lanzó contra los cuadros del partido en 1937. Delante de Kalatov se encuentra Maxim Litvinov con las manos en los bolsillos. Un hombre comprometido con el movimiento revolucionario desde 1898. Fue uno de de los principales organizadores bolcheviques. En 1959 muere en circunstancias misteriosas.

Alexander Rodchencho diseñó el libro A diez años de Uzbekistán en 1934 para celebrar una década del régimen soviético en ese país. Un libro lleno de fotografías de burócratas y de estadísticas falsas, según comenta David King. Sin embargo, el libro era interesante por el hecho que fuera diseñado por Rodchenko con creativas técnicas gráficas, folletos en su interior, trabajos con relieve, etc. En Rusia se editó en el año 1934 y en Uzbekistán al año siguiente. En la foto original aparecen las siguientes personas: Sentados de izquierda a derecha: Akhun Babaiev; Molotov; Abel Yenukitze. Parados: Ortaqlar Blan birlikda; Alaridan Avezov y Turzun Kodzhaiev. En 1937, en el período de las purgas dentro del partido, Stalin ordenó una reestructuración mayor del poder utbeko y es ahí donde comenzó a eliminar cuadros. Es así que de la foto tienen que eliminar a Yenukitze, y eso implicaba retocar la imagen. Por eso en la copia se observa cómo recrearon lo que no se veía, el traje de Turzun Kodhzaiev.

En la otra imagen se observa unas tachaduras con fibrón sobre los rostros hechas por Rodchenko en un ejemplar que poseía. Stalin autorizó la ejecución de Yenukitze, uno de los últimos viejos bolcheviques asesinados por Yezhov. Ocho miembros de esa familia perecieron con él. La desaparición de León Trotsky en las fotografías tuvo su corolario en su eliminación física, convertido en el objetivo principal de Stalin. Trotsky recuerda en el libro Mi vida la definición que le hiciera Bujarin sobre Stalin: “Este hombre no ha realizado jamás un trabajo serio. La primera cualidad que distingue a Stalin –me había enseñado un día Bujarin– es la pereza; la segunda, es una envidia sin límites contra todos los que saben o pueden más que él. Se condujo hipócritamente incluso con Lenin” (Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2016, p. 454). Ni siquiera esta política de Stalin de desaparecer de la historia de la Revolución rusa a León Trotsky pudo terminar con su legado. Hoy los trotskistas seguimos su ejemplo incansablemente y con orgullo.


66 |

IDEAS & DEBATES

Desde la discrepancia, Carl Schmitt

Ilustración: Juan Atacho

Ricardo Laleff Ilieff UBA

Carl Schmitt nació en 1888 en una pequeña ciudad del oeste de Alemania llamada Plettenberg y murió allí mismo –con 97 años de edad– en 1985. Esos casi 100 años de vida despertaron admiración en las más profundas discrepancias. Éstas, lejos de implicar rechazo o negación, no dejaron de ser una forma de relacionamiento particular, un vínculo con aquello extraño, impropio, que merece ser observado con atención. Devoto hombre católico en un país de mayoría protestante, Schmitt se convirtió tempranamente en uno de los intelectuales más importantes del período de entreguerras. Ligado a los círculos políticos conservadores de Alemania, estudió leyes para luego prontamente dedicarse a la vida académica y criticar, con igual ahínco, al positivismo de Hans

Kelsen como al marxismo. Su gran precisión en las polémicas de la época puede observarse, entre otros textos, en sus influyentes Teología política (1922), El concepto de lo político (1927) y El Nomos de la Tierra ( 1950). Sin abjurar nunca de sus escritos, Schmitt se fue alejando cada vez más del catolicismo de sus primeras contribuciones, motivo por el cual resulta impropio caracterizar a su decir como una mera transcripción de postulados religiosos. Es que desde su óptica –y a diferencia de sus admirados contrarrevolucionarios del siglo XIX Donoso Cortés, Luis de Bonald y Joseph de Maistre–, no se podía volver hacia atrás en la historia y restaurar al mundo feudal, tampoco descifrar el futuro, ya que la política se encuentra ligada al antagonismo y no se fundamenta en ningún campo preciso

del quehacer humano, sino en una distinción existencial y contingente, siempre presente en el pluriverso de los hombres, entre los “amigos” que comparten una misma forma de vida y los “enemigos” que la amenazan. Entre sus comentaristas no faltó quien indicara que la progresiva pérdida de centralidad de la Iglesia en sus escritos –observable desde la mitad de los años 1920 en adelante–, se debió a la excomunión sufrida tras su divorcio y la celebración de un nuevo casamiento poco tiempo después; pero lo cierto es que Schmitt nunca ocultó su profesión de fe católica, más bien, fue variando ciertos modos teóricos, ajustándolos a las circunstancias, sosteniendo un concepto de lo político eminentemente moderno pero también profundamente crítico de la modernidad. Recién en los últimos


I dZ Noviembre

años de su vida, volvió hacia los planteos de 1922, procurando resignificar toda su obra con un mismo tono. Seguir a Schmitt en este último envite, conlleva ciertos peligros teórico-políticos, pues no sólo obtura atestiguar las líneas de continuidad más profundas y las rupturas más sugerentes entre sus distintos trabajos sino también conlleva una indudable indulgencia ante lo que podría entenderse como cierto intento de auto-exculpación de aquellas apuestas políticas aborrecibles que supo efectuar. Dicho más claramente, concebir toda su obra en términos teológico-políticos podría hacer de Schmitt un hombre cuya fe le dictaba el mandato de una obediencia inclaudicable a cualquier soberano y, en consecuencia, lo exoneraría, por ejemplo, de su infame afiliación al nacional-socialismo. Pero inclusive su participación en el totalitarismo alemán no estuvo exenta de polémica. Crítico desde siempre del parlamentarismo y del antipoliticismo liberal, nunca antes a 1933 había profesado simpatía por el movimiento de Hitler, tampoco antisemitismo alguno. Por el contrario, un año antes del ascenso del Führer en una obra denominada Legalidad y legitimidad, Schmitt esbozó críticas feroces al nazismo y al comunismo por juzgarlos a ambos expresiones de una misma guerra civil a la que había que ponerle un freno desde la presidencia del Reich. Para ello, desde su óptica, era necesario despojarse del pluralismo weimariano, evitar la polarización social y apoyarse en las estructuras fundamentales de la comunidad germánica, representadas por la burocracia civil y la militar. De manera que el nazismo y el comunismo oficiaban de facciones extremistas que debilitaban a la unidad política y a la capacidad del Estado por zanjar los conflictos. En este contexto, su crítica no dejaba de imputarle al liberalismo su defensa perniciosa

de la sociedad civil con su respectivo recelo del Estado. Sin embargo, Schmitt no se encontraba cercano a Hegel –en tanto no veía conciliación posible sino, más bien, relaciones indefectiblemente antagónicas–, tampoco resultaba un estatalista, aunque lo fuera sin serlo, para Schmitt el Estado no era más que un artificio que había hecho posible la vida humana tras las guerras religiosas propias del tiempo de su maestro Thomas Hobbes. Claro que en algunos de sus escritos ligados al nazismo el mismo antagonismo que supo mentar, propio de la politicidad, se disipaba al interior de una nación, ante la emergencia de un régimen ligado a las propias entrañas del pueblo, ajeno a las banalidades liberales y al individualismo burgués; el antagonismo, pues, se ubicaba en las fronteras. A pesar de sus páginas proselitistas, entre intrigas y disputas, Schmitt, poco a poco, fue desplazado del régimen nazi, mirado con recelo por “católico”, por “estatalista”, por “antiguo amigo de judíos”, por su oposición temprana al movimiento y por su adscripción tardía al partido. Se dice que por intersección de Hermann Göring no sufrió grandes tribulaciones, más que la pérdida de cargos menores y cierta vigilancia de la SS. Tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, Schmitt estuvo preso en dos ocasiones; en una de ellas evitó ser enjuiciado en Núremberg. Ya en libertad, se negaría a someterse al proceso de desnazificación, quedando proscripto de impartir enseñanza en las universidades y convirtiéndose en un personaje peculiar que, entre los viajes recurrentes a España –debido a las invitaciones de sus admiradores franquistas y a la residencia de su única hija, Ánima, en dicho país–, recibía en su morada de Plettenberg a todo aquél que quería visitarlo. Muchos fueron hasta allí

| 67

motivados por algo más que la curiosidad; su obra continuaba siendo leída y trabajada por diversos sectores, inclusive por aquellos que buscaban combatirla. Este no era un fenómeno nuevo, por el contrario, como pocos, el jurista alemán había estado siempre en las coordenadas reflexivas de la intelectualidad europea. Recuérdese, por caso, cómo tres pensadores muy diferentes entre sí, desde posiciones de izquierda o centro-izquierda, tomaron con mucha atención las reflexiones schmittianas. Uno de ellos fue el socialdemócrata Hermann Heller, otro György Lukács – quien escribió una reseña de Romanticismo político (1919)– y, el tercero, el heterodoxo Walter Benjamin, quien en una carta enviada al mismísimo Schmitt le confesó su admiración y su influencia en su trabajo sobre el drama barroco alemán. A estos nombres bien podrían sumársele otros contemporáneos de distintas tradiciones de pensamiento –Hanna Arendt, Raymond Aron, Alexander Kojève, Leo Strauss, Jacob Taubes, etc–. En lo que respecta a la segunda mitad del siglo XX, Schmitt continuó siendo una figura importante para las izquierdas. Mucho más lejos de los convulsionados años bélicos y enmarcadas en ese entonces por las mutaciones que se produjeron en los partidos comunistas europeos, las interpretaciones continuaron sucediéndose. Cuestión peculiar que señala cierto vínculo sobre el cual cabe reparar ya que, en cierta medida, Schmitt no fue tan justo con el marxismo como sí lo fue el marxismo con él, y ello no por su biografía sino por sus apuestas interpretativas. En sus numerosos trabajos, el autor alemán nunca efectuó distinciones pormenorizadas ni observó los claros matices entre los diferentes representantes de la tradición iniciada por Karl Marx y Friedrich Engels; sólo en el tardío Teoría del partisano »


68 |

IDEAS & DEBATES

(1963) estableció cierta contraposición entre Lenin y Mao. Esta homogeneización respondía a una operación discursiva muy particular, en tanto desde su perspectiva el marxismo aparecía caracterizado como un pensamiento técnico-económico que se oponía a lo político y que nada podía decir sobre él, al presentarlo como un epifenómeno de las contradicciones materiales. Tal postura le permitió a Schmitt indiferenciar a toda una tradición y excluirla de cierto debate, manteniendo su tono reactivo ante lo que para él consistía una contradicción fundamental, a saber, desde su óptica los fundamentos del marxismo resultaban despolitizadores debido a su deuda con la economía, pero dicha corriente necesitaba echar mano de lo político para existir más allá de la teoría y convertirse en una verdadera opción práctica. De allí que el autor indicara cómo la Unión Soviética llegó a construir al Estado más estatal de todos. Fue justamente esta obsesión de Schmitt por lo político que la izquierda italiana tomó en cuenta hacia los años 1960 y 1970 de la mano de Mario Tronti, Massimo Cacciari y Giacomo Marramao. Frente a ciertas vulgarizaciones del marxismo y en oposición a las calamidades del stalinismo, Schmitt aparecía como parte de un antídoto que debía crearse recuperando a lo político. Por la década de 1980 en Argentina pensadores como José Aricó y Juan Carlos Portantiero efectuaron cierto abordaje similar al desplegado en Italia, esta vez para operar en los procesos de transición democrática, mezclando cierta formación gramsciana con la pregunta schmittiana sobre aquello que, en sus respectivos decires, había recibido poca atención por parte del marxismo. Casi en paralelo, la revista Telos de los Estados Unidos –catalogada de izquierda en diferentes círculos académicos– abrió el debate sobre el polémico jurista en el país del norte y, más acá en el tiempo, el posfundacionalismo de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe también se valieron de muchos elementos schmittianos para elaborar sus reflexiones posmarxistas. Asimismo, en los últimos años, en las universidades argentinas surgieron un buen número de contribuciones académicas destinadas a analizar a la obra schmittiana desde lugares más heterodoxos pero ajenos a su filiación conservadora, buscando en algunas de sus categorías –como la de decisión, comunidad, representación, y otras– ciertas nociones heurísticamente útiles para pensar la realidad latinoamericana. De manera que, como se ha podido observar, el vínculo entre Schmitt y las izquierdas ha estado siempre presente y ha escapado

saludablemente de la encerrona que se podría gestar desde los aspectos biográficos e históricos más cuestionables del autor. En este sentido es evidente que el tiempo de los contemporáneos de Schmitt no es el mismo que el del presente, tampoco las vicisitudes de muchos de sus tempranos repositores. ¿Por qué leer a Carl Schmitt en la actualidad? ¿Acaso esta pregunta debe ser suprimida? De no ser así, ¿cómo efectuar tal empresa? ¿Qué nueva discrepancia puede establecerse con dicho autor que haga de su estudio una tarea que colabore en hallar respuestas a los desafíos de nuestra época? Quizás no sea del todo impropio –aunque sí necesariamente precario– finalizar estas líneas señalando que, más allá de muchas de sus sugestivas reflexiones, se podría destacar un gesto schmittiano que continúa siendo valioso y que es menester discutir y profundizar pero que, sin embargo, no ha sido del todo abordado. Se trata de aquél que permite pensar a lo político como ese momento que excede las contradicciones más álgidas de una comunidad, que va más allá del mero juego palaciego, pues así aparece lo político como una operación que engloba instancias de politización y despolitización múltiples. Dicho con otras palabras, en la politicidad schmittiana aparece cifrado cierto movimiento destinado a politizar determinadas regiones de la vida social y a despolitizar subsidiariamente otras con sus respectivos actores. El movimiento no es perfecto, por el contrario, en esa combinación aparecen las vicisitudes de todo orden político, con sus tribulaciones y limitaciones. En este punto, Schmitt solamente puede indicar el problema pero no avanzar como sí lo han hecho, por ejemplo, pensadores como Antonio Gramsci. De esta forma, Schmitt no sólo podría ser entendido como aquél pensador con agudas observaciones sobre lo político, no sólo su lectura permitiría señalar las contradicciones de los discursos neo-liberales que se muestran ajenos a la política pero que se valen de ella constantemente para inocular una serie de lógicas en todo el entramado social, sino también aparecería de ese modo como un autor que supo señalar el límite de toda evocación a lo político, advirtiendo que toda política busca su propio acotamiento al mismo tiempo que, con una operación semejante, procura reproducir su propia permanencia. Se trata, en suma, de un sutil juego de politización y despolitización que desde el Estado se efectúa constantemente en diversos planos, inclusive de forma contradictoria, y que opera más allá también del Estado.


I dZ Noviembre

| 69

Gramsci: del Estado integral al “parlamentarismo negro” Ilustración: Juan Atacho

JUAN DAL MASO Comité de redacción.

Introducción La cuestión del Estado en Gramsci es un tema de debate que tiene muchas aristas. En estas líneas, intentaremos hacer un recorrido por algunos de sus tópicos principales para comprender los procesos que el comunista sardo consideraba centrales en los cambios de las formas estatales en la primera posguerra, partiendo de la definición del Estado integral y destacando otras relacionadas como las de conformismo social, policía, legislador, sindicatos y parlamentarismo negro. Por razones de espacio no podemos realizar un inventario acabado de estos problemas, pero dejaremos planteado un esbozo1. En el Cuaderno 1 Gramsci realiza algunos análisis sobre Italia que dan cuenta de ciertas transformaciones del Estado: los organizadores sindicales como intermediarios entre las masas y el Estado y el corporativismo fascista como un forma contradictoria de unificación moral (C1 §43, redactado entre diciembre 1929 y febrero 1930), la reformulación de la dicotomía entre la Italia legal y la

real planteada por los católicos en 1870, que a su vez sobrevive en un plano más elevado a partir de 1924-26 con la supresión de todos los partidos y la afirmación de que se ha logrado la identidad legal y real a partir de la dominación sobre la sociedad civil de un solo partido (C1 §130, redactado entre febrero y marzo de 1930)2.

El Estado integral En este contexto Gramsci reflexiona sobre la relación de unidad e interpenetración entre sociedad política y sociedad civil (C4 §38, redactado durante octubre de 1930), destacando que esta distinción “es metódica, no orgánica y en la concreta vida histórica, sociedad política y sociedad civil son una misma cosa”. En octubre de 1931 redacta la nota de C6 §155 que define el Estado en su significado integral como “dictadura + hegemonía”. Posteriormente, reelabora la idea de unidad orgánica entre Estado y sociedad civil en C13 §18 (redactado entre mayo de 1932

y primeros meses de 1934) donde señala: “en la realidad efectiva sociedad civil y Estado se identifican”. Junto con esta idea, desarrolla la de “conformismo social” como forma de organización y encuadramiento de los individuos por parte del Estado que ejerce una presión tendiente a que los individuos se integren en un “hombre colectivo”, una serie de conductas típicas que son funcionales al desarrollo del aparato de producción, prestando su consenso y colaboración activos a lo que inicialmente es una presión coercitiva que viene no solo desde el Estado sino también desde la sociedad civil (C13 §7). Relacionadas con estas elaboraciones aparecen dos cuestiones más que permiten comprender el problema del Estado: la ampliación de los conceptos de policía y legislador. Respecto de la primera, Gramsci señala: La técnica política moderna ha cambiado por completo luego de 1848, luego de la expansión del parlamentarismo, del régimen

»


70 |

IDEAS & DEBATES

de asociación sindical o de partido de la formación de vastas burocracias estatales y “privadas” (político-privadas, de partido y sindicales) y las transformaciones producidas en la organización de la policía en sentido amplio, o sea, no solo del servicio estatal destinado a la represión de la delincuencia, sino también del conjunto de las fuerzan organizadas del Estado y de los particulares para tutelar el dominio político y económico de las clases dirigentes. En este sentido, partidos “políticos” enteros y otras organizaciones económicas o de otro tipo deben ser considerados organismos de policía política, de carácter investigativo y preventivo (C13 §27).

Ese mismo parágrafo concluye con la idea de que el cesarismo moderno más que militar es policíaco.

Policía La ampliación del concepto de policía entonces está relacionada con el desarrollo de una forma estatal que incorpora las burocracias partidarias y sindicales al aparato estatal y de ese modo, se corona la presión social-estatal tendiente a construir un “conformismo social”. Esta cuestión reaparece en una nota sobre qué es la policía, la cual va en el mismo sentido que el parágrafo anterior: ¿Qué es la policía? Sin duda, no es solo la organización oficial, reconocida y habilitada jurídicamente para la función de la seguridad pública, como se entiende habitualmente. Este organismo es el núcleo central y formalmente responsable, de la “policía”, que es en realidad una organización mucho más vasta, en la cual, directa o indirectamente, con vínculos más o menos precisos y determinados, permanentes u ocasionales, participa una gran parte de la población de un Estado (C2 §150, redactado después de enero de 1933).

Legislador En dos notas del Cuaderno 14, Gramsci plantea a propósito de un debate en la Riforma Sociale sobre quién es el legislador, que todo acto legislativo individual es parte de una acción colectiva relacionada con un “conjunto de creencias, de sentimientos, de intereses y de razonamientos difundidos en una colectividad en un determinado período histórico” (C14 §9, redactado entre diciembre 1932 y enero 1933), así como en C14

§13 (redactado en mismo período que el anterior) plantea que “legislador” puede identificarse con “político”, pero que su significado preciso jurídico-estatal es el de aquellas personas habilitadas por las leyes para legislar. Sin embargo, también puede entenderse en un sentido más amplio, relacionado con la problemática del Estado integral y el conformismo social: […] el máximo de poder legislativo está en el personal estatal (funcionarios electivos y de carrera) que tienen a su disposición las fuerzas coercitivas legales del Estado. Pero no hay que pensar que incluso los dirigentes de [organismos y] organizaciones “privadas” no tengan sanciones coercitivas a su disposición, incluso hasta la pena de muerte. […] Si cada uno de nosotros es legislador en el sentido más amplio del concepto, cada uno sigue siendo legislador aunque acepte directivas de los otros, y ejecutándolas controla que también los demás las ejecuten, habiéndolas comprendido en su espíritu, las divulga, casi haciendo de ellas reglamentos de aplicación particular a zonas de vida restringida e individual.

Nuevamente vemos en este parágrafo una operación similar a la de la “ampliación” de la policía. Todos los individuos pasan a ser parte activa de un conformismo social y en ese sentido legisladores, pero estableciendo una diferencia entre la gente común y el personal estatal. En ese marco, los dirigentes de organizaciones privadas [como sindicatos y partidos, agregamos en la línea de C13 §27] tienen también el poder de disponer sanciones coercitivas, sin ser formalmente legisladores.

Crisis del parlamentarismo y fenómeno sindical Estas formas híbridas de Estado y sociedad civil confluyen a su vez en la crisis del parlamentarismo y la identificación de ciertos fenómenos intermedios, cuyo arquetipo sería el “caso Dreyfuss” en el que el cesarismo del ala derecha del bloque dominante es frustrado por el sector contrario del mismo bloque con apoyo del reformismo socialista y un sector “avanzado” de los campesinos. Gramsci señala que en el mundo moderno se dan otros procesos similares, que implican el desarrollo de nuevas fuerzas dentro del campo dominante y no pueden ser considerados revoluciones ni reacciones, no son ni del todo

progresivos ni del todo reaccionarios, no “hacen época” y se dan en un marco de un equilibrio catastrófico entre las fuerzas político-sociales en pugna (C14 §23, redactado en enero de 1933). En ese marco, la crisis del parlamentarismo plantea la pregunta de si el parlamentarismo es de por sí la única forma que puede adquirir un régimen representativo y si no se puede pensar un régimen representativo de nuevo tipo sin caer en una reivindicación del régimen de selección burocrática del personal estatal (C14 §49, redactado en febrero de 1933), así como la pregunta de cuáles son los orígenes de esta crisis. En este plano, para Gramsci se plantea nuevamente que hay que estudiar el desarrollo de formas de “corporativismo” que están estrechamente relacionadas con la evolución del fenómeno sindical. O sea, con la organización del proletariado y sectores subalternos antes sin intervención en los asuntos políticos, que por el hecho de organizarse implican un cambio en las relaciones de fuerzas al interior de un Estado, observación realizada por Gramsci a propósito de un debate en la revista oficial del fascismo: […] Parece que el único camino para buscar el origen de la decadencia de los regímenes parlamentarios es éste, o sea investigar en la sociedad civil; y ciertamente que en este camino no se puede dejar de estudiar el fenómeno sindical; pero una vez más, no el fenómeno sindical entendido en su sentido elemental de asociacionismo de todos los grupos sociales y para cualquier fin, sino aquel típico por excelencia, o sea de los elementos sociales de nueva formación, que anteriormente no tenían ‘vela en este entierro” y que por el solo hecho de unirse modifican la estructura política de la sociedad. Habría que investigar cómo ha sucedido que los viejos sindicalistas sorelianos (o casi) en cierto punto se hayan convertido simplemente en asociacionistas o unionistas en general. Quizá el germen de esta decadencia estaba en el mismo Sorel; o sea en un cierto fetichismo sindical o economista (C15 §47, redactado en mayo del ‘33).

Parlamentarismo negro En este contexto argumentativo cabe ubicar las notas de C14 §75 y C14 §76 sobre el parlamentarismo negro en las que Gramsci señala varias cuestiones:


I dZ Noviembre

1) Además del parlamentarismo “explícito” hay uno “implícito”; 2) el “nuevo absolutismo” (fascismo) es totalmente distinto del “viejo”, derrocado por los regímenes constitucionales; 3) El parlamentarismo negro es un progreso en relación con el viejo parlamentarismo, incluso allí donde hay parlamentarismo legal, el verdadero es el “negro”; 4) El concepto de parlamentarismo negro puede explicarse, dentro de la problemática de la hegemonía como un retorno al “corporativismo”, pero que no sería ya el de las viejas corporaciones al estilo de los gremios de artesanos, sino un “corporativismo de función social”, es decir ligado estrechamente al Estado, en el mismo sentido que en C19 §26 (redactado entre febrero de 1934 y febrero de 1935, antes de estas notas sobre parlamentarismo negro) señala que el “actual sindicalismo de Estado” del régimen fascista es “hasta un cierto punto y en un cierto sentido un instrumento de unificación moral y política”; 5) Las tendencias “absolutistas” no hacen época (misma expresión de C14 §23), son un fenómeno transitorio y debe excluirse cualquier apoyo a ellas en razón de considerarlas un “progreso”; 6) Esta problemática es un tema para desarrollar con cierta amplitud y puede servir para trazar paralelos con otros países, por ejemplo la liquidación de Trotsky y la Oposición podría entenderse como parte de la liquidación del parlamentarismo negro que subsistía luego de la abolición del parlamentarismo legal. Transcribiremos una parte de los parágrafos: […] Teóricamente lo importante es demostrar que entre el viejo absolutismo derrocado por los regímenes constitucionales y el nuevo absolutismo hay una diferencia esencial, por lo que no es posible hablar de un regreso; no solo esto, sino demostrar que tal “parlamentarismo negro” está en función de necesidades históricas actuales, es “un progreso”, en su género; que el regreso al “parlamentarismo” tradicional sería un regreso antihistórico, porque incluso donde éste “funciona” públicamente, el parlamentarismo efectivo es el “negro”. Teóricamente me parece que se puede explicar el fenómeno en el concepto de “hegemonía”, con un retorno al “corporativismo”, pero no en el sentido “antiguo régimen”, en el sentido moderno de la palabra, cuando la “corporación” no puede tener límites cerrados y exclusivistas, como era en el pasado;

hoy es corporativismo de “función social”, sin restricciones hereditarias o de otro […] género (que por lo demás era relativa también en el pasado, en donde la característica más evidente era la del “privilegio legal”). Tratando este tema debe excluirse cuidadosamente toda [aunque solo sea] apariencia de apoyo a las tendencias “absolutistas”, y eso puede obtenerse insistiendo en el carácter “transitorio” (en el sentido de que no hace época, en el sentido de “poca duración”) del fenómeno [...] El parlamentarismo “negro” parece un tema a desarrollar con cierta amplitud, incluso porque ofrece ocasión de precisar los conceptos políticos que constituyen la concepción “parlamentaria”. Las confrontaciones con otros países, a este respecto, son interesantes: por ejemplo, ¿la liquidación de León Davidovich no es un episodio de la liquidación “también” del parlamento “negro” que subsistía después de la abolición del parlamento “legal”? [...]

Sobre la analogía con la URSS queda planteada la pregunta de si para Gramsci, la oposición trotskista era una forma de “parlamentarismo negro” cuya expulsión sería un paso en la dirección de un reforzamiento de la hegemonía o en el de un nuevo absolutismo. La segunda respuesta está dentro de la lógica posible de la comparación. La primera parecería ser más acorde la mayoría de opiniones vertidas por Gramsci sobre Trotsky en los Cuadernos. Más allá de esta cuestión, la teorización sobre el parlamentarismo negro corona el tratamiento de la problemática del Estado y sus formas “integrales”.

Algunas conclusiones Los análisis de Gramsci sobre la cuestión del Estado sirven para pensar situaciones históricas en las que los modos “normales” de ejercicio del poder se encuentran en crisis o son reemplazados por formas híbridas en las que la diferencia entre Estado y sociedad civil tiende a diluirse. La problemática del Estado integral abarca tanto la “estructura masiva de las democracias modernas” como el fascismo, entre los cuales la estatización del movimiento sindical juega el rol de un denominador común que amplía la función de policía, aunque los grados de integración corporativa del movimiento obrero no sean idénticos en ambos

| 71

regímenes. Entre ellos, una gama intermedia de cesarismos y fenómenos bonapartistas, acentúa esta idea de la crisis de la distinción liberal entre Estado y sociedad civil. En este marco, la interpretación del pensamiento de Gramsci sobre el Estado extendido a la sociedad civil solo en términos de consenso, que es la más difundida, no es sostenible. Se puede aplicar al Estado integral una metáfora similar a la que Lenin utilizaba para el monopolio como “homenaje” al socialismo. El Estado integral es un intento de resolver la contradicción fundante del Estado burgués entre bourgeois y citoyen, de modo tal que la distinción entre productor y ciudadano, público y privado sea reconducida a un reforzamiento del Estado ante la irrupción de las masas, en lugar de dar lugar a formas de democracia directa que suponen otro Estado en la que esta distinción sea superada históricamente. En el caso de Gramsci, este papel lo cumplen los consejos de fábrica (equiparados a los soviets) en la etapa consiliar y el moderno príncipe como partido-movimiento histórico, en la elaboración carcelaria. En este contexto, la teoría del Estado integral no se limita al análisis de las formas estatales en ciertas coyunturas, sino que puede entenderse como una teoría del Estado burgués moderno en la época del imperialismo, caracterizada por la irrupción de masas a partir de la guerra y la revolución rusa y el trastocamiento de las relaciones entre Estado y sociedad civil establecidas durante la etapa del capitalismo de libre competencia.

1. Para ver esta problemática con un poco más de detalle me permito remitir a los lectores a mi trabajo El marxismo de Gramsci. Notas de lectura sobre los Cuadernos de la cárcel, Bs. As., Ed. IPS-CEIP, 2016, en especial los capítulos III, VII y VIII. Ver también entrevista con Fabio Frosini en el número anterior de Ideas de Izquierda. 2. Todas las citas de los Cuadernos de la cárcel han sido tomadas de Quaderni del carcere, Edizione critica dell’Istituto Gramsci a cura di Valentino Gerratana, Torino, Einaudi, 2001, cotejando las traducciones con las de la versión en español de Cuadernos de la Cárcel, Ediciones Era, México D.F., 1984. Asimismo incluimos la fecha aproximada de la redacción de las notas, siguiendo la datación de Francioni, Gianni, L’Officina Gramsciana, ipotesi sulla struttura dei “Quaderni del carcere”, Napoli, Bibliopolis, 1984.


PUBLICACIONES DE EDICIONES IPS-CEIP

NOVEDADES Colección Obras Escogidas de León Trotsky (Volumen 11) HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN RUSA

Publicado en 1931-32 durante el exilio de Trotsky en la isla turca de Prinkipo, escrita por uno de los principales protagonistas de los hechos que relata, se trata de una obra que saca a la luz el carácter profundamente emancipatorio del suceso definitorio del siglo XX y uno de los más importantes y apasionadamente debatidos de la historia.

VISÍTENOS EN

EDICIONESIPS.COM.AR

CEIPLEONTROTSKY.ORG

Riobamba 144 - Ciudad Autónoma de Buenos Aires


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.