Ideas de Izquierda 36, 2017

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36 MARZO 2017

LOS 70: ENTRE EL NEGACIONISMO Y LOS DOS DEMONIOS

Relatos para la impunidad

Escriben Christian Castillo, Myriam Bregman, Gloria Pagés, Ruth Werner, Facundo Aguirre y Claudia Ferri

¿Qué hacer contra EL macrismo? Peronismo o izquierda

El debate entre Jorge Alemán, Eduardo Grüner, Horacio González, Fernando Rosso y Juan Dal Maso

CUANDO LA TIERRA TEMBLÓ: UNA JORNADA DE LUCHA INTERNACIONAL DE LAS MUJERES Andrea D’ Atri y Celeste Murillo

100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA: EL PUNTAPIÉ INICIAL EL DEBATE SOBRE EL CONICET: ¿CIENCIA NACIONAL O AVANZADA NEOLIBERAL? POPULISMOS Y NEO-REFORMISMOS: UN DEBATE EN LA IZQUIERDA LECTURAS CRÍTICAS

precio $60

ideas izquierda Revista de Política y Cultura


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IDEAS DE IZQUIERDA

SUMARIO

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PRESENTACIÓN

¿CIENCIA NACIONAL O AVANZADA NEOLIBERAL?

LA RECUPERACIÓN DE UN MÉTODO Y UNA TRADICIÓN

María Luciana Nogueira

Mariano Millán

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LOS 70: ENTRE EL NEGACIONISMO Y LOS DOS DEMONIOS

ECONOMICISMO O HEGEMONÍA PROLETARIA

LAS RUINAS DEL COMUNISMO Y EL FANTASMA DE LA ESTRATEGIA

Manolo Romano

RELATOS PARA LA IMPUNIDAD Christian Castillo

LA GUERRILLA EN LOS ‘70: ELEMENTOS PARA UN BALANCE Ruth Werner y Facundo Aguirre

LA CNU Y LA IDEOLOGÍA DE LA DERECHA PERONISTA Claudia Ferri

Derechos Humanos: la herencia recibida Myriam Bregman y Gloria Pagés

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Facundo Rocca

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¿QUÉ HACER CONTRA EL MACRISMO? PERONISMO O IZQUIERDA

Eduardo Castilla

ESE EXTRAÑO OBJETO LLAMADO CLASE MEDIA

El debate entre Jorge Alemán, Eduardo Grüner, Horacio González, Fernando Rosso y Juan Dal Maso

37 100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

47 ENTRE TINIEBLAS Esteban Mercatante

LA PRIMERA PÁGINA DE LA REVOLUCIÓN

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Celeste Murillo

8 de marzo: cuando la tierra tembló Andrea D’ Atri y Celeste Murillo

STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri y Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Lucía Ortega, Azul Picón y Fernando Rosso.

COLABORAN EN ESTE NÚMERO Ruth Werner, Facundo Aguirre, Claudia Ferri, Myriam Bregman, Gloria Pagés, María Luciana Nogueira, Manolo Romano, Mariano Millán, Facundo Rocca, Eduardo Castilla.

EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo. PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com / Facebook: ideas.deizquierda Twitter: @ideasizquierda Ilustración de tapa: Natalia Rizzo y Anahí Rivera

www.ideasdeizquierda.org Riobamba 144 - C.A.B.A. | CP: 1025 - 4951-5445 Distribuye Sin Fin - distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.


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Presentación

Ideas para volver a conmover al mundo

Ideas de Izquierda vuelve en un marzo caliente. Las marchas multitudinarias pusieron en evidencia lo que, con tanto esmero, el triunvirato de la CGT quiso encorsetar: un profundo malestar social con la política de ajuste de Macri, pero más aún, una fuerte voluntad de resistencia y lucha de los trabajadores, las mujeres, los jóvenes, los sectores más empobrecidos. “Paro, paro, paro general” fue la consigna que unificó el 6, 7, 8 del macrismo, y sintetizó un programa, incipiente pero poderoso, de las multitudes en las calles. Respuesta, parcial, al intento de infligir una derrota. Apertura, general, del debate sobre cuáles son las tácticas y las estrategias para derrotar la derrota. Ese es el debate en el que Ideas de Izquierda se propone terciar. Y no es un verbo al azar: pretendemos postular nuestra “tercera posición” entre voces que se presentan como antagónicas, que suelen abusar de la polarización, pero que, de cerca, comparten varios presupuestos y, muchas veces, objetivos. Para hacerlo, en este número de inicio de año y ante un nuevo aniversario del golpe del ‘76, nos metemos en el debate sobre la última dictadura militar que reabrió el macrismo a fuerza de provocaciones. Christian Castillo analiza cuáles son los objetivos del gobierno con el neonegacionismo. Ruth Werner y Facundo Aguirre vuelven sobre una crítica a la estrategia guerrillera en la década del ‘70. Myriam Bregman y Gloria Pagés (del CEPRODH) hacen un balance de los juicios a los genocidas durante la década kirchnerista; y Claudia Ferri hurga en las oscuridades de la Triple A a partir de los juicios por delitos de lesa humanidad cometidos por la CNU en La Plata.

En pleno tironeo interno de un PJ que quiere transformar su crisis en reproducción, publicamos el debate entre Jorge Alemán, Eduardo Grüner y Horacio González sobre el kirchnerismo y el FIT como opciones políticas para las próximas elecciones, pero también (o sobretodo) como estrategias diferenciadas para los trabajadores y los sectores oprimidos. Recogen el guante de este intercambio Juan Dal Maso y Fernando Rosso, e inscriben los argumentos en la larga historia de polémicas entre peronismo e izquierda. Pero no sólo de peronistas viven los debates. Manolo Romano aborda los debates abiertos en la izquierda revolucionaria sobre los fenómenos neo-reformistas (como Podemos o Syriza) y las discusiones que generó la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. El heterogéneo mapa del Paro Internacional de Mujeres del 8 de Marzo es recorrido por Andrea D’Atri y Celeste Murillo para calibrar el peso de este movimiento en ascenso y escrutarlo como respuesta, por izquierda, al fracaso del feminismo neoliberal. Cerrando este bloque de debates, María Luciana Nogueira hace una lectura fina del Plan Argentina Innovadora 2020 (el “modelo K” para la ciencia nacional) para establecer por qué no está allí la alternativa a la política del macrismo para el CONICET. Como ya es habitual, este número de la revista ofrece a lectoras y lectores una serie de reseñas de libros pero también de eventos intelectuales que ocurren del otro lado del Atlántico. El sociólogo Mariano Millán escribe sobre el libro León Trotsky y el arte de la insurrección, 1905-1917 escrito por el norteamericano Harold Walter Nelson y traducido por

primera vez al español por Ediciones IPS (2016). Eduardo Castilla analiza la compilación ¿Qué quiere la clase media? publicada por Le Monde Diplomatique el año pasado. Esteban Mercatante hace un recorrido por la última novela de Kazuo Ishiguro El gigante enterrado; y Facundo Rocca, desde París, nos ofrece una panorámica de lo que fue el C17 en Roma, nueva edición de las Conferencias sobre el Comunismo. Por último, pero de primer orden, hay algo que, sin dudas, no es habitual en este quinto año de Ideas de Izquierda: en 2017 se cumplen 100 años de la Revolución rusa. Lejos de los homenajes que, en el acto de reivindicación, esterilizan lo homenajeado, en IdZ dedicaremos una sección permanente a rescatar documentos, publicar artículos, convocar polémicas que vuelvan sobre la primera revolución obrera triunfante buscando, como decía Walter Benjamin, “que lo actual dé señas de estar en la espesura de lo antaño “. En este marzo en que las mujeres dieron su ensordecedor “presente” en varios puntos del planeta, publicamos en castellano un volante distribuido el 6 de marzo de 1917 (21 de febrero según el calendario juliano) para el Día Internacional de las Mujeres por el Comité Interdistrital de Petrogrado, organismo que meses después se fusionaría con la corriente bolchevique. Lejos de un marxismo académico o academizante que confina la experiencia de la revolución socialista a un objeto de análisis, Ideas de Izquierda invita y se propone como vehículo de construcción de un marxismo militante con el objetivo de, parafraseando a John Reed, volver a conmover al mundo.


DOSSIER

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Los 70: entre el negacionismo y los dos demonios

Relatos para la impunidad

Ilustración: Anahí Rivera

Christian Castillo Consejo editorial. La vuelta del debate de los ’70 viene esta vez impulsada desde la clase dominante. No extraña después de la llegada de Macri al gobierno. El debate político e ideológico sobre lo ocurrido en la década donde vivimos un verdadero “ensayo general revolucionario” expresa los antagonismos sociales más profundos que atravesaron y atraviesan a nuestra sociedad. De ahí que la reapertura del debate acompañe cada nuevo ciclo político. En los inicios del kirchnerismo, la anulación de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final y la reapertura de los juicios a los genocidas no cayeron del cielo. Esas medidas contaban con una amplia legitimidad social construida durante años de movilización, que tuvieron un punto de inflexión muy importante durante el 20° aniversario del golpe genocida en 1996. Una legitimidad que se fortaleció al calor de la rebelión popular de

diciembre de 2001. Sobre este clima social se montó el kirchnerismo para incorporar a gran parte de los organismos de derechos humanos a su coalición política, incluyendo el dispositivo de mecanismos varios de cooptación estatal. Recordemos que los Kirchner no rompieron con el menemismo cuando este dictó los indultos y que mientras ejercieron el gobierno en Santa Cruz no tuvieron ninguna iniciativa conocida contra la impunidad de los genocidas. Su “relato” sobre los 70 fue una visión edulcorada de la que sostuvo históricamente la izquierda peronista, donde el objetivo de la “patria socialista” por el que lucharon los miembros de la Tendencia Revolucionaria fue reemplazado por “la democracia”. El carácter de clase del genocidio era negado o disminuido para presentar los enfrentamientos del período como el de un “capitalismo salvaje” y

“aperturista” expresado por el plan Martínez de Hoz contra el “proyecto nacional” que expresaría el peronismo en sus distintas variantes. Esta interpretación oculta el papel de Juan Domingo Perón y luego el gobierno de María Estela Martínez de Perón, así como los grupos de choque de la burocracia sindical y de la derecha peronista, en la conformación de la Triple A y en la génesis del terrorismo de estado. No fue casualidad que el juez Oyarbide, que llevaba la causa de los crímenes de la Triple A, la mantuvo prácticamente planchada en todo el período kirchnerista. Hoy, con la llegada al poder de un gobierno que expresa en forma directa al mismo poder económico que orquestó el golpe cívico-militar del ‘76, la vuelta de la discusión era predecible. Las dificultades del PRO y de Cambiemos para sostener una política


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revisionista clara en este terreno son las de la ausencia, pese a su llegada al gobierno, de una hegemonía política e ideológica conservadora. No han construido aún una relación de fuerzas que les permita una política de impunidad más abierta y directa y, menos aún, una legitimidad social de la represión genocida. Sin embargo, esto no significa que lenta pero persistentemente no vayan tratando de instalar, con el apoyo de diversos medios de comunicación, un nuevo sentido común reaccionario. No hay casualidad en la coexistencia de declaraciones de funcionarios del gobierno que niegan el número de los 30 mil desaparecidos o incluso sostienen abiertamente la postura negacionista1 con banalizar el 24 de marzo transformándolo en un feriado movible. Macri, aconsejado por Durán Barba, ha tratado de eludir todo pronunciamiento sobre el tema, aunque en las ocasiones en que no pudo evitar hablar mostró que comparte, como no podía ser de otro modo, la mirada de los represores. Mientras, en las librerías proliferan las publicaciones de “historiadores” y “periodistas” afines tanto a lo que he denominado el primer como el segundo relato sobre los ’70 y la dictadura2: el que acuñaron respectivamente los mismos represores y el que sostuvo el radicalismo de Alfonsín en adelante. Familiares de represores y de “víctimas del terrorismo” recorren los estudios televisivos con una presencia que no tenían desde la caída de la dictadura, con la peculiaridad de defender a los genocidas en nombre del “pluralismo de voces”3. Entre la reedición de la “teoría de los dos demonios” y el neonegacionismo, la operación política e ideológica reaccionaria en curso es un verdadero “plan sistemático” de construcción de una verdad afín a los intereses de las clases dominantes, y persigue varios objetivos complementarios.

La discusión por los 30 mil Lo primero que tratan de hacer es disminuir los alcances del genocidio. La discusión sobre el número de los desaparecidos tiene esa función: “no fue para tanto, fueron solo ocho o nueve mil”. Es un recurso similar al que utilizaron en Alemania los negacionistas del genocidio nazi. Si bien en procesos genocidas como el que se vivió en Argentina es imposible poder consignar la totalidad de las víctimas, el número de 30 mil no es meramente simbólico. Un

artículo del periodista Hugo Alconada Mon (periodista insospechable de simpatía política con los desaparecidos o con los organismos de derechos humanos) publicado en el diario La Nación el 24 de marzo de 2006 señalaba que treinta años después del golpe militar nuevos documentos desclasificados muestran que los militares estimaban que habían matado o hecho desaparecer a unas 22.000 personas entre 1975 y mediados de 1978, cuando aún restaban cinco años para el retorno de la democracia4.

El artículo tomaba el dato de documentos sacados del Archivo de Seguridad Nacional de la Georgetown University, donde el agente de inteligencia de la dictadura chilena Enrique Arancibia Clavel, muy activo en las operaciones del Plan Cóndor, afirma que esa cifra le fue suministrada por militares y agentes del Batallón de Inteligencia 601, que decían tener el cómputo de esa cantidad de muertos y desparecidos provocados por la represión estatal entre 1975 y 1978. Hay además otro elemento que se choca con el intento de reducir el número de desaparecidos a nueve mil y que es la existencia reconocida de más de 600 centros clandestinos de detención. En los más numerosos de ellos se calcula que pasaron entre 3 mil (La Perla) y 5 mil (ex ESMA y Campo de Mayo) detenidos desaparecidos. Además, investigaciones en curso confirman que la cifra inicial de denuncias considerada por la CONADEP está muy por debajo del conjunto de quienes sufrieron el terrorismo de estado. En Tucumán, uno de los equipos de investigación que coordina nacionalmente Daniel Feierstein y conduce en la provincia Ana Jemio, registró un total de 1202 casos cuando las denuncias obrantes en el informe de la CONADEP para la provincia fueron 609, y la cifra que consta en el Área de Investigación de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación cuenta con 1005 denuncias con información verificada y completa, no incluyendo los casos incompletos o actualmente en proceso de trabajo y habiendo excluido los errores del listado original5. Es claro que especialmente en el interior del país y particularmente en zonas rurales y en la población que pertenecía a los barrios más carenciados, los registros existentes están muy por detrás de los casos que realmente existieron. Por eso podemos afirmar que

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el número de 30 mil, más allá de su carácter simbólico, se acerca bastante a la realidad de lo acontecido6.

“Violentos fueron todos” El cuestionamiento al número de desaparecidos ha venido acompañado por la difusión de una cifra de “muertos a causa de acciones de la guerrilla” construida en forma completamente artificiosa, mezclando casos muy distintos al estilo en que lo hace El libro negro del comunismo, con el fin de instalar la idea de que al fin y al cabo no hubo mucha diferencia entre lo que hicieron unos y otros. Si “violentos fueron todos” y la violencia del terrorismo de Estado tuvo el mismo carácter que la de la guerrilla, entonces ¿por qué no se autocritican todos y listo? ¿Por qué seguir con el pasado y no “reconciliarse”? Pero equiparar la violencia guerrillera con el genocidio dictatorial sería como igualar la que practicaban los maquis (que también ponían bombas y hacían acciones de sabotaje) con los nazis en la Francia ocupada o los partisanos antifascistas con la del régimen mussoliniano. O la de los judíos que resistieron con pistolas y explosivos en el gueto de Varsovia con la de sus asesinos hitlerianos. Al servicio de un vasto plan para eliminar a una vanguardia obrera y juvenil con aspiraciones socialistas y disciplinar socialmente a una clase trabajadora con altos niveles de combatividad y organización, la dictadura montó más 600 centros clandestinos de detención, algunos de los cuales fueron verdaderos campos de exterminio. La ESMA, Campo de Mayo o La Perla fueron nuestros Auschwitz y Treblinka. Solo que en vez de la cámara de gas los militares argentinos, como brazo armado de la burguesía y con la bendición de la Iglesia católica, recurrían a los “vuelos de la muerte”, fusilamientos y asesinatos por la espalda, amén de la tortura sistemática, la reducción a la esclavitud de los detenidos y la apropiación de más de quinientos niños. Nada de esto hizo la guerrilla. Si en toda sociedad dividida en clases, donde el poder de la minoría se sostiene en un aparato de dominación basado en la fuerza, la igualación de la violencia de los opresores con la de los oprimidos (o lo que es lo mismo, la condena general de la violencia independientemente de su contenido social y político) es un recurso de los primeros para preservar el poder, en este caso estamos ante fenómenos tan inconmensurables que su planteo solo puede »


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basarse en la absoluta mistificación y ocultamiento del proceso histórico. Peor aún. Tanto la operación discursiva de la teoría de los dos demonios como el discurso directamente negacionista, tienen en común poner la responsabilidad del inicio de la violencia política en la guerrilla, tal como historiadores conservadores han pretendido justificar el nazismo como una reacción ante la revolución bolchevique. Pero esto implica borrar la historia de un plumazo, haciendo desaparecer los golpes de Estados anteriores a la existencia de las grandes formaciones guerrilleras en el país. Como el de 1955 que proscribió a Perón y al peronismo por 18 años, con los fusilamientos dictados por Pedro Eugenio Aramburu de 18 militares, entre ellos el General Juan José Valle que se entregó con la promesa violada de que su vida sería respetada, y 13 civiles en junio de 1956. En este marco y como parte de la lucha contra la “revolución fusiladora” y, luego, del impacto de la revolución cubana, fue que tuvieron lugar los primeros intentos guerrilleros en el país, que fueron emprendimientos de envergadura limitada. En 1966 se produce el golpe de Juan Carlos Onganía contra Arturo Illia que en este caso contó con el apoyo inicial no solo de los grandes monopolios sino de la burocracia sindical y parte importante del peronismo, continuado luego por los gobiernos militares de Levingston y Lanusse. ¿Cómo separar el surgimiento de la guerrilla de estos acontecimientos? Fue bajo el régimen de la autodenominada “Revolución Argentina” que surgieron los principales agrupamientos guerrilleros del período: Montoneros se dio a conocer en mayo de 1970 con el secuestro de Aramburu y el ERP fue fundado en julio de ese mismo año. Las FAR se dieron a conocer también en julio de 1970 con el copamiento de Garín. En aquél entonces, después de que el Cordobazo y los Rosariazos –semi insurrecciones protagonizadas por las masas obreras y estudiantiles sin incidencia de las organizaciones armadas– hirieran de muerte al gobierno de Onganía, la guerrilla era percibida como parte del amplio proceso de resistencia a la dictadura. No puede por lo tanto separarse el desarrollo de la guerrilla del amplio proceso de radicalización política e insubordinación social existente en aquél período. No es casual que en el debate mediático actual se omita toda mención a

estos acontecimientos y, a contrapelo de todo rigor histórico, se presenten los hechos como si la guerrilla hubiera comenzado a operar bajo los gobiernos de Héctor Cámpora, Perón e Isabel Perón, cuando su legitimidad social a nivel de masas era mucho menor, a pesar de contar con una influencia importante entre la militancia obrera, estudiantil y popular. Y lo hacen dejando de lado que en ese período actuaban impunemente organizadas desde el propio estado las bandas de la Triple A, que produjeron 1500 asesinatos. Entender y explicar el surgimiento histórico de la guerrilla no significa, sin embargo, compartir su orientación política y sus métodos de acción. Por el contrario, creemos que fue una estrategia que conspiró contra la posibilidad de llevar a la victoria el ascenso revolucionario iniciado en 1969, un debate que excede los límites de este artículo.

Sembrar el terreno para un nuevo punto final La equiparación del terror genocida con las acciones de la guerrilla tiene también la intención de generar las condiciones para juzgar y condenar a algunos ex miembros de la guerrilla de forma tal que luego sirvan de contrapeso a un nuevo indulto o amnistía a los militares (y civiles) hoy ya condenados o en proceso judicial. No olvidemos que los indultos de Menem a los comandantes incluyeron también a los dirigentes y militantes guerrilleros perseguidos judicialmente desde los años de Raúl Alfonsín. Los reclamos de “memoria completa” de los voceros de los represores incluyen desde la exigencia de una reparación económica hasta ampliar el alcance de la definición de “crimen de lesa humanidad”, para que abarque también las acciones guerrilleras. Lo primero es insostenible ya que el sentido de las reparaciones económicas a los sobrevivientes y sus familiares se apoya en que fueron crímenes aberrantes cometidos por el Estado. No es este el carácter que tuvieron las acciones llevadas adelante por la guerrilla. Pero si consiguen esta reparación sería un paso para fortalecer el reclamo jurídico en el terreno penal. También aquí los argumentos son insostenibles: el carácter de crímenes de lesa humanidad a los cometidos en el genocidio se apoyan justamente en que el Estado

no ofrecía garantía de justicia por ser justamente quien cometió el delito. De ahí el sentido de la imprescriptibilidad. Por el contrario, los miembros de la guerrilla fueron directamente aniquilados por la represión estatal, muchas veces incluso asesinados sus familiares, sin posibilidad de ejercer el mínimo derecho de defensa que consagra la propia justicia burguesa. Sin embargo, lejos de cualquier fetichismo jurídico, sabemos que las interpretaciones legales cambian con las relaciones de fuerzas políticas entre las clases y que siempre existirá algún artilugio por el que la burguesía puede avanzar si ve posibilidades y la conveniencia de hacerlo. Por el momento, los casos que son utilizados como punta de lanza son la causa Rucci y la causa Larrabure, como antes lo hicieron en la causa Superintendencia, donde la forma de tratar de encuadrarlos en la definición de “crímenes de lesa humanidad”, entre otras, es recurrir a la increíble “justificación” de que se utilizó un auto de la gobernación de la Provincia de Buenos Aires en el caso del dirigente de la CGT y que estaba el Estado cubano detrás del accionar del ERP (sic) en el otro caso (que además tiene la peculiaridad de no haber indicios respecto de que su muerte haya sido a manos de la guerrilla sino producto de un suicidio en el marco de su secuestro7).

Un genocidio de clase Corriendo el debate sobre los 70 a la derecha las clases dominantes buscan antes que nada que su responsabilidad en el genocidio salga de foco. Que dejen de discutirse los campos de concentración que hubo en las principales empresas del país, los delegados de base desaparecidos, la asociación represiva entre patronales, gerentes y militares o los negociados como la estatización de la deuda privada, así como las responsabilidades jurídicas que les caben por estos hechos. No es casual que ya hacia finales del gobierno anterior los fallos judiciales en las causas iniciadas contra empresarios y gerentes por crímenes de la dictadura hayan tenido fallos y resoluciones favorables a los acusados, como en los casos de Blaquier, de Clarín y La Nación por Papel Prensa o de la Ford. Y el gobierno de Macri se preocupó en particular por desactivar cualquier tipo de organismo estatal que investigara estos temas.


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Pero si en lo inmediato el objetivo del poder económico es blindarse frente a los juicios en curso, más estratégicamente apunta a recuperar legitimidad social para una represión interna en amplia escala si la radicalización de la lucha de clases lo vuelve necesario. Quien piense que la clase dominante no es capaz de intentar un nuevo genocidio si ve peligrar sus intereses y cuenta con la posibilidad de realizarlo simplemente no ha aprendido de la historia cuál es la naturaleza de la burguesía en nuestro país y a nivel internacional. Se cuenta que Adolphe Thiers afirmó luego de la masacre de más de treinta mil hombres, mujeres y niños en la Comuna de París por parte de la “democrática” burguesía francesa: “nos hemos sacado de encima la revolución por una generación”. Eso mismo pensaba la burguesía local de la obra realizada por la dictadura genocida. Por ello es necesario remarcar el carácter de clase que tuvo el genocidio. Y esto en un doble sentido. En el de quienes lo impulsaron y orquestaron en su propio beneficio (la burguesía) y el de quienes fueron objeto de las prácticas genocidas de la dictadura, la clase trabajadora y en particular sus sectores más combativos, víctimas centrales del terrorismo de Estado, a los que tenemos que agregar a quienes eran estudiantes, campesinos y provenientes de otros sectores populares. Pertenencia de clase que se entrecruza con la militancia política y sindical de los desaparecidos, que eran parte de tanto de las organizaciones guerrilleras (Montoneros, ERP y otras menores) como de las fuerzas de la izquierda que no adherían a esa estrategia (PST, Política Obrera, PCR, Vanguardia Comunista, etc.) y hasta del Partido Comunista, pese a su “apoyo crítico” a la dictadura de Videla. O activistas sindicales combativos que enfrentaban diariamente a las patronales y la burocracia sindical. No fue casualidad la fundación de la APEGE (Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias) en agosto de 1975, luego de las imponentes movilizaciones obreras de junio y julio de ese año que derrotaron el plan Rodrigo, así como su disolución en 1977, pocos meses después del golpe de Estado. Esta entidad, que agrupaba al Consejo Empresario Argentino (CEA), la Sociedad Rural Argentina, la Unión Comercial Argentina, la Cámara Argentina de la Construcción, la Cámara Argentina de

Comercio, la Federación Económica de la Provincia de Buenos Aires, Confederaciones Rurales Argentinas, la Cámara de Sociedades Anónimas, la Asociación de Industriales Metalúrgicos de Rosario y la Copal (alimentación), diseñó el golpe junto a las Fuerzas Armadas. Actuaron en común generando las condiciones que permitieran el éxito de la empresa golpista. En este sentido el combate a la guerrilla, que estaba política y militarmente debilitada al momento del golpe y que nunca agrupó más de cinco mil combatientes frente a Fuerzas Armadas que contaban con 155 mil miembros, fue una excusa utilizada para llegar al poder por parte de la dictadura cívico militar. Lo central era aniquilar y aterrorizar a una vanguardia obrera (la “guerrilla fabril” de la que hablaba Balbín poco antes del golpe) y juvenil que tenía la aspiración de trascender el capitalismo y que venía ganando creciente peso sobre las masas obreras y populares ante el descrédito del gobierno de Isabel Perón. Sin esto la aplicación del plan de Martínez de Hoz hubiese sido imposible. Como planteaba Perry Anderson en una conferencia realizada en la Carrera de Sociología de la UBA en octubre de 1987 cuando decía que las dictaduras contrarrevolucionarias de Brasil, Uruguay, Chile y Argentina tuvieron la misión primordial (...) de decapitar y eliminar a una izquierda que no se resignaba al modo de producción capitalista, sino que apuntaba directamente a un socialismo que lo trascendía. Su función esencial (...) fue la de traumatizar a la sociedad civil en su conjunto con una dosis de terror suficiente para asegurarse de que no habría ninguna tentación ulterior de reincidir en desafíos revolucionarios contra el orden social vigente; para romper cualquier aspiración o idea de un cambio social cualitativo desde abajo; para eliminar permanentemente, en suma, el socialismo de la agenda política nacional. Al mismo tiempo, su vocación secundaria fue la de restaurar las condiciones de una acumulación viable, disciplinando la mano de obra con represión, bajos salarios y deflación, promoviendo al mismo tiempo la capacidad exportadora y asegurando nuevos niveles de inversión externa, para que pudiera desarrollarse el crecimiento sin interrupciones redistributivas o escasez de capitales: esa fue la idea8.

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Desde entonces mucha agua ha corrido bajo el puente y la clase dominante se anotó una nueva victoria durante la década neoliberal de los ‘90. Pero la rebelión popular de diciembre de 2001 abrió una nueva etapa de aspiraciones obreras y populares que los gobiernos kirchneristas desviaron y contuvieron y que el gobierno macrista quiere cerrar. La ofensiva ideológica reaccionaria sobre los ‘70 está con consonancia con ese objetivo. Debemos darle batalla.

1. El término “negacionismo” se utiliza para el genocidio argentino en el mismo sentido que tiene respecto de lo ocurrido en la Alemania nazi, donde los defensores del régimen hitleriano niegan que haya ocurrido un genocidio aún en contra de toda la evidencia histórica. Lo mismo pretenden hacer en nuestro país los portavoces del punto de vista de los represores de la dictadura. 2. Ver Christian Castillo, “Elementos para un ‘cuarto relato’ sobre el proceso revolucionario de los ‘70 y la dictadura militar”, Lucha de Clases 4, noviembre 2004. 3. Ver Esteban Campos y Gabriel Rot, “Neonegacionismo: sobre guerrilla, desaparecidos y devaluación del pasado”, La Izquierda Diario, 10-03-2017. 4. “El Ejército admitió 22.000 crímenes”, La Nación, 24/03/2006. 5. Daniel Feierstein, “Lo que dicen los números”, Le Monde Diplomatique 213, marzo 2017. 6. El gobierno kirchnerista poco hizo por permitir llegar a la verdad en este tema. Por un lado, no desclasificó los archivos de la ex SIDE bajo la dictadura, donde seguramente debe haber mucha información al respecto, así como sobre el destino de los entonces bebés apropiados que siguen sin recuperar su identidad. Y por si fuera poco, la Secretaría de Derechos Humanos en manos del kirchnerismo publicó un listado con menos casos aún que el de la CONADEP, increíblemente incompleto, que es hoy utilizado en su favor por los negacionistas. 7. Ver Carlos Del Frade, “El asesinato que no fue”, Página 12, 23/09/2009. 8. Perry Anderson, “Democracia y dictadura en América Latina en la década del ‘70”, disponible en www. politicalatinoamericana.sociales.uba.ar


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La guerrilla en los ‘70: elementos para un balance Ilustración: Anahí Rivera

Ruth Werner y Facundo Aguirre Autores de Insurgencia obrera en la Argentina. 1969-1976. Clasismo, coordinadoras interfabriles y estrategias de la izquierda.

En torno al debate sobre los ‘70 el gobierno de Macri lleva a cabo un claro giro a la derecha. Cambiemos se divide en un ala mayoritaria que busca volver a la “teoría de los dos demonios”; y otra, minoritaria pero intensa, negacionista del genocidio, que culpa a la guerrilla de iniciar una “guerra revolucionaria” contra un gobierno democrático. En estas concepciones el desafío revolucionario se reduce a la acción de la guerrilla. Impugnando por derecha su accionar, se busca condenar la movilización revolucionaria de las masas, minimizada en estos “relatos”. Se borra así la centralidad de los grandes acontecimientos protagonizados por los trabajadores, el movimiento estudiantil y popular y la existencia de una amplia vanguardia obrera y juvenil que sobrepasaba a los sectores encuadrados en la guerrilla. Por el peso que ocupan las organizaciones armadas en el discurso de los divulgadores del PRO y su papel en los ‘70, es necesario volver sobre el balance estratégico de la guerrilla. Lo hacemos con el respeto que nos merecen sus luchadores caídos, a quienes consideramos equivocados en su estrategia política.

El Cordobazo El 29 de mayo de 1969 la clase obrera acaudillando al movimiento estudiantil y a sectores populares protagoniza el Cordobazo, una

acción histórica independiente de las masas. La semi insurrección abre una etapa revolucionaria que solo será cerrada por el golpe genocida y que incluye fenómenos de lucha de clases y violencia de masas: levantamientos en varias provincias (los “azos”), ocupación de fábricas con toma de rehenes, surgimiento del clasismo, de las “ligas agrarias”, tomas de universidades y edificios públicos, “huelgas salvajes” contra el pacto social de Perón, enfrentamientos con las bandas fascistas de las Tres A, la huelga general política de julio de 1975 contra el gobierno de Isabel Perón. Estos sucesos, podríamos decir parafraseando a León Trotsky que son hitos de “la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”1. En este marco, la guerrilla surge como un actor político importante nutriéndose de la radicalización de sectores de la vanguardia obrera y la juventud estudiantil y plebeya, siendo Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo las organizaciones más importantes. En los ‘70 la intensa lucha de clases dio lugar a variadas manifestaciones de enfrentamientos violentos entre las clases, que tuvo elementos de una “guerra civil” de baja intensidad, pero nunca se llegó a un proceso de guerra civil abierta. La acción de la guerrilla, por su parte, pasó de ser vista como parte de la resistencia a los gobiernos dictatoriales

de la “revolución argentina” a un enfrentamiento de aparatos con las fuerzas represivas bajo los gobiernos peronistas. Luego del golpe, aunque siguió operando, fueron víctimas del genocidio, con una asimetría completa de fuerzas respecto del aparato represivo del Estado terrorista. Mientras los guerrilleros no superaban los 5.000, según datos del período 1977-1979, las FF. AA. contaban con 154.262 efectivos militares, de los cuales el Ejército tenía el 62,59 %, la Armada el 25,28 % y la Fuerza Aérea el 12,13 %2. Eso sin contar las fuerzas policiales y las bandas para estatales de la Triple A que se incorporaron al operativo represivo. El discurso de los militares que definen lo acontecido como “guerra sucia” oculta que el terror genocida se desplegó sobre un arco social y político infinitamente más amplio que la guerrilla. El terror del Estado buscó imponer un disciplinamiento social generalizado sobre la clase obrera y las masas populares, a la vez que aniquilar a sus sectores de vanguardia. Ante la radicalización política y el ascenso generados por el Cordobazo, la clase dominante buscó erradicar la amenaza revolucionaria. La primera carta fue la de apelar al retorno de Juan Domingo Perón, que concitaba gran apoyo del movimiento de masas y poner fin a la proscripción del peronismo. A partir de la negociación del Gran


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Acuerdo Nacional, se instrumenta una serie de políticas para desviar el proceso revolucionario. Ya en el gobierno Perón montó una política de “contención”, apelando al Pacto Social para controlar al movimiento de masas, mientras iniciaba con las Tres A (Alianza Anticomunista Argentina) un ataque a la vanguardia obrera y popular y a las organizaciones guerrilleras, incluyendo la izquierda peronista agrupada en la Tendencia Revolucionaria y Montoneros. Con Isabel Perón y López Rega, aun en los límites de una democracia burguesa degradada y restringida, llegaba al poder un régimen bonapartista abierto, que dará rienda suelta a las Tres A. Pese a los golpes a la vanguardia, el movimiento de masas protagonizará en junio-julio de 1975 un proceso huelguístico que jaqueará al gobierno de Isabel. El peronismo había fracasado en derrotar el proceso revolucionario. La burguesía apelará al golpe de Estado y al genocidio. En este contexto revolucionario, por el rol que jugó el peronismo y su burocracia sindical, la principal tarea de la izquierda era luchar por la organización política independiente de los trabajadores, para desarrollar hasta el final su auto organización y las tendencias insurreccionales que anidaban en el movimiento de masas. No fue esa la orientación de Montoneros y el ERP.

Montoneros Montoneros irrumpe públicamente el 29/5/1970 con el secuestro del Gral. Pedro Eugenio Aramburu, cabeza de la revolución “fusiladora” de 1955. Desde su origen, la organización empalma con Perón a quien cree convencer de luchar por la “Patria socialista”. Así detallaban su estrategia: Tenemos clara una doctrina y clara una teoría de la cual extraemos como conclusión una estrategia también clara: el único camino posible para que el pueblo tome el poder para instaurar el socialismo nacional, es la guerra revolucionaria total, nacional y prolongada, que tiene como eje fundamental y motor al peronismo. El método a seguir es la guerra de guerrillas urbana y rural3.

Durante el gobierno del Gral. Lanusse, Perón alentará a Montoneros a quienes llamará sus

“formaciones especiales”. Para el líder eran un instrumento de presión in extremis: La vía de la lucha armada es imprescindible. Cada vez que los muchachos dan un golpe, patean para nuestro lado la mesa de negociaciones y fortalecen la posición de los que buscan una salida electoral limpia y clara (…)4.

Perón negoció una salida política para desviar la insurgencia obrera y popular hacia la vía electoral. Los Montoneros serán la columna vertebral de la campaña de Héctor Cámpora que llevó al peronismo al gobierno en mayo de 1973. Montoneros era partidario del “socialismo nacional” planteando que la “contradicción principal” en nuestro país era el enfrentamiento entre “nación y el imperialismo”. Proponían un Frente de Liberación Nacional integrado por ...todos los sectores sociales dispuestos a luchar contra el capital extranjero, desde los pequeños propietarios rurales de las ligas agrarias hasta los empresarios nacionales que estén contra los monopolios, hasta los radicales, socialistas, democristianos y comunistas que efectivamente luchen por la liberación5.

El FreJuLi que llevó al poder a Cámpora era su “modelo”. En ese momento compartían el gobierno la derecha peronista, la burocracia sindical, los empresarios de la CGE y subordinada, la izquierda peronista. Su programa económico se articulaba alrededor del “Pacto Social”, rubricado por la CGT, diversas cámaras empresariales (de la CGE a la UIA y la Sociedad Rural). El 20/6/1973, la masacre de Ezeiza protagonizada por las bandas de José Ignacio Rucci y José López Rega terminó prácticamente con el gobierno de Cámpora y el romance montonero con Perón. La matanza fue avalada de hecho por el General. Ya con Perón en el gobierno se inician los golpes que destituyen a los gobernadores afines a la Tendencia Revolucionaria del peronismo. En Córdoba, cuando durante el Navarrazo, la policía y las bandas de la burocracia de las 62 Organizaciones atacaban a la vanguardia obrera y popular, Montoneros no impulsará el frente único obrero apelando a los sindicatos combativos para ejercer

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la defensa del gobierno de Obregón Cano. Tampoco denunciaron el papel de Perón. La respuesta fue profundizar una guerra de “aparatos” contra la derecha peronista. Ya anteriormente el asesinato de Rucci llevó a Perón a lanzar la línea de aniquilar la “infiltración” en el peronismo6. Bajo el gobierno de Isabel, Montoneros desde la clandestinidad retomará abiertamente las armas y los atentados terroristas. Durante los gobiernos peronistas Montoneros tampoco enfrentó el Pacto Social, llave maestra para poner fin al ascenso revolucionario, junto a las bandas fascistas. En una situación donde pese a estar prohibidas las huelgas, la vanguardia obrera desde las comisiones internas fabriles protagonizaba rebeliones antiburocráticas para defender sus derechos, su política era la de no chocar con Perón. Después de su ruptura con el gobierno de Isabel nunca dejará su referencia al “programa del 11 de marzo de 1973”, el que llevó al gobierno al FreJuLi.

PRT-ERP El ERP se funda el 30 de julio de 1970 en el V Congreso del PRT donde definieron que las FF. AA del régimen solo pueden ser derrotadas oponiéndoles un ejército revolucionario (...) nuestra guerra revolucionaria adquirirá formas guerrilleras, urbanas y rurales, extendida a distintas ciudades y zonas campesinas, sobre la base de cuya ampliación y extensión política y militar será posible pasar a la guerra de movimientos en el campo y a la constitución de importantes unidades estratégicas en las ciudades (...) el otro principio fundamental de la guerra revolucionaria a aplicar por nuestra Fuerza militar es la ejecución de operaciones militares con una línea de masas, es decir, orientadas hacia la movilización de las masas y su participación directa o indirecta en la guerra7.

En la cita puede verse que el rol de las acciones de masas es auxiliar a la guerra de movimientos en el campo y la formación de unidades estratégicas en las ciudades. En otras palabras, la lucha de clases, las acciones revolucionarias de masas se subordinan a la agenda guerrillera. Con el peronismo en el gobierno, el ERP fue el primero en romper la tregua militar con el »


La guerrilla en los ‘70: elementos para un balance

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copamiento del Comando de Sanidad (septiembre/73) y la toma del cuartel de Azul (enero/74). Perón venía de arañar el 62 % de los votos en la elección presidencial. En respuesta endureció el Código Penal contra los luchadores obreros y expulsó a los diputados de la Juventud Peronista por TV. Ante el Pacto social y el accionar de las Tres A era vital impulsar el frente único de las organizaciones de lucha así como formar grupos de autodefensa desde las fábricas para enfrentar los ataques fascistas. En esta situación, los partidarios del PRT-ERP se opondrán junto a Agustín Tosco, a constituir una coordinadora nacional de las organizaciones obreras combativas en el plenario de la UOM Villa Constitución en abril del ‘74 para unir fuerzas contra el Pacto Social. También rechazaban las consignas de autodefensa obrera y popular: La formación de las milicias de autodefensa, (…), es un problema serio, delicado, que exige una política prudente (…). Los espontaneístas, con su irresponsabilidad y ligereza característica gustan plantear sin ton ni son ante cada movilización obrera y popular por pequeña y aislada que sea, la formación inmediata de milicias de autodefensa. (...) sectores proletarios y populares de vanguardia, plenos de combatividad, pueden caer bajo la influencia de esta hermosa consigna y llegar a la formación apresurada de tales milicias ( ) Las milicias de autodefensa son parte esencial en el armamento obrero y popular, constituyen sólidos pilares en la edificación de las fuerzas armadas revolucionarias, pero por su amplio carácter de masas sólo pueden surgir de una profunda y total movilización del pueblo en zonas de guerrilla o zonas liberadas8.

En otras palabras no es la revolución quien hace el ejército, sino el ejército quien hace la revolución. Sustituísmo del movimiento de masas. Como parte de esta concepción el ERP pondrá parte importante de sus esfuerzos en la creación de un foco rural en Tucumán, la Compañía del Monte Ramón Rosa Jiménez. La idea era lograr una zona liberada, enfrentar al ejército, ser reconocido como fuerza beligerante y eventualmente provocar la intervención directa del imperialismo para generar una guerra patriótica contra el enemigo extranjero. El experimento resultará un rotundo fracaso y será prácticamente aniquilado por el Operativo Independencia. Cuando las energías de la dirección del ERP estaban concentradas en Tucumán, la clase obrera protagonizará la huelga general de 1975, la primera contra un gobierno peronista.

ERP y el FAS EL PRT-ERP promovía, junto a la construcción del partido y el ejército revolucionarios,

la creación de una herramienta política amplia, un frente antiimperialista con una orientación frente populista. En esta perspectiva impulsará el FAS (Frente Antiimperialista por el Socialismo): Básicamente un frente es una unión o alianza de clases para concretar el logro de objetivos que son comunes (...) Esto no quiere decir que el FAS sea ya el Frente de Liberación Nacional y Social que nuestro pueblo necesita. Para ello será necesario un largo proceso. Tendrán que concurrir a la constitución definitiva del Frente los compañeros que actualmente militan en el Peronismo de Base, en Montoneros, JP, Partido Comunista, Juventud Radical y otras corrientes populares.

El PRT-ERP concluía que “el Frente de Liberación Nacional y Social, cuyo embrión en nuestra Patria es el FAS, tiene un carácter estratégico y permanente”9. Ante la crisis terminal del gobierno de Isabel en julio de 1975, el PRT avanzará en esta orientación llamando a imponer una salida política común a Montoneros, partidario de reconstruir el FrejuLi y al PC, partidario del cogobierno cívico-militar.

Enfrentamiento de aparatos Con la muerte de Perón, en julio de 1974, el enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución se agudizó. En medio de una crisis económica sin precedentes el peronismo intentaba mantener a Isabel en el gobierno y el Pacto Social a los tiros contra una aguda lucha de clases que irá creciendo hasta explotar en junio y julio de 1975. El movimiento obrero protagonizará una extraordinaria huelga general política que expulsará del poder a López Rega y al ministro de Economía, Celestino Rodrigo. Será el principio del fin del peronismo como fuerza de contención. Los Montoneros tenían mucha influencia vía la Juventud Trabajadora Peronista en las coordinadoras interfabriles que reunían a las fábricas combativas y antiburocráticas de la Capital y el conurbano bonaerense. El PRT-ERP influenciaba en menor medida, su peso central era en Córdoba. Sin embargo la intervención de estas corrientes en los sucesos de junio y julio, fue abstencionista en cuanto a la cuestión del poder, negándose a elevar la lucha por las paritarias a un combate por la caída de Isabel y a desarrollar a las coordinadoras como organismos de doble poder. Posteriormente, Montoneros se lanzó al copamiento de cuarteles como con el asalto al Regimiento de Infantería de Monte 29, en Formosa (5/10/75). El ex dirigente montonero Roberto Perdía explicaba así la decisión: “El golpe de Estado ya tenía fecha. La idea fue la de conformar una fuerza armada y demostrarle al propio Ejército que teníamos condiciones para operar (…)”10. En

similar sintonía el ERP, se lanzará al asalto del Batallón Depósito de Arsenales 601 Domingo Viejobueno, en Monte Chingolo, en diciembre de 1975. Una aventura que será un duro golpe para la fuerza de Mario Roberto Santucho.

Pasado y presente La derecha argentina partidaria tanto del negacionismo como de la versión más reaccionaria de la teoría de los dos demonios, hunde sus raíces en los grupos económicos que se hicieron dominantes durante la dictadura y los partidos políticos que fueron cómplices. En nombre de la “reconciliación nacional” y la democracia burguesa como valor supremo, se falsea la historia. Se condena la violencia guerrillera como excusa para impugnar todo tipo de movilización revolucionaria, se busca borrar el accionar de las clases explotadas de la memoria histórica y naturalizar el poder de la burguesía. Recrear los debates estratégicos del ultimo gran ensayo revolucionario de la clase trabajadora, tiene por fin reconstruir la conciencia de clase de las nuevas generaciones para que la lucha no empiece de cero. Se trata también de recuperar para el pensamiento y acción de las masas explotadas el derecho sagrado a la insurrección contra sus opresores. Nuestra crítica a la guerrilla no está realizada desde una perspectiva pacifista sino partiendo de la premisa que un gobierno de los trabajadores en ruptura con el capitalismo solo podrá ser conquistado con la movilización revolucionaria de la clase trabajadora y los oprimidos. Para lograr este objetivo es necesaria la construcción de un gran partido revolucionario de la clase trabajadora.

1.Trotsky, L., prólogo a Historia de la revolución rusa, www.marxists.org, 1932. 2. Centro de Estudios Nueva Mayoría, “Evolución de los efectivos de las FF. AA. (1858-1997)”, Cuaderno 262, Buenos Aires, 1997. 3. Ver “Montoneros. Documentos internos, resoluciones, comunicados y partes de guerra”, www. elortiba.org. 4. Citado en Pigna, F., “La política en los 70”, www.elhistoriador.com.ar. 5. Bascheti, R., Documentos de la resistencia peronista. 1973/1976, Buenos Aires, De la Campana, 1997. 6. Documento Reservado del Consejo Superior Peronista, 1/10/1973, www.elortiba.org. 7. Citado en Carreras, J., capítulo 7 de Movimientos revolucionarios armados en la Argentina. De los uturuncos y el FRIP a Montoneros y el ERP, 2001, www.elortiba.org. 8. Santucho, M.R., Poder burgués y poder revolucionario, www.marxists.org, 1974. 9. PRT, “Perspectivas del Frente de Liberación”, www.archivochile.com, enero, 1974. 10. Ragendorfer, R., “Perón quiso prepararnos para tomar el poder. Entrevista a R. Perdía”, Tiempo Argentino, 5/5/2013.


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LA CNU y la ideología de la derecha peronista

Ilustración: Juan Atacho

En el debate sobre los 70 tiene poco peso el papel de los grupos parapoliciales de derecha como la Triple A. La Concentración Nacional Universitaria fue una activa colaboradora de la misma. Sin embargo, la poco conocida CNU era más que un grupo de choque. De agrupación universitaria a banda parapolicial. De las ideas a las armas. ¿Qué rol jugó en el aparato represivo desplegado por el peronismo antes del golpe militar de 1976? CLAUDIA FERRI Redacción La Izquierda Diario.

El 20 de noviembre de 1973 el estadio de Ferro (Ciudad de Buenos Aires) se convirtió en el escenario donde confluyeron las organizaciones que integraban la derecha peronista, junto a las 62 Organizaciones, para conmemorar el 128° aniversario de la Vuelta de Obligado y homenajear a Juan Manuel de Rosas como “defensor de la soberanía popular frente a intereses foráneos”. La revista El Caudillo, que nucleaba ideológicamente a esas agrupaciones, cubrió el acto dándole un lugar muy destacado en sus páginas. La crónica destacaba una multitud de 25 mil personas (1), los discursos marcadamente nacionalistas y anticomunistas, las consignas contra la Tendencia y los izquierdistas, el despliegue de banderas verdes de la Juventud Sindical y otras azules y blancas del Comando de Organización. Pero había

una agrupación que se destacaba no tanto por el número de militantes sino por su solidez organizativa, sus convicciones y “el fervor” de sus jóvenes integrantes. Se refería a “los compañeros universitarios de la CNU” que “tras sus vistosos estandartes gritaban: ‘Vamos a hacer a la Patria que sea libre; vamos a hacerla con todos los calibres’” (2). El uso de las armas no estaba destinado a enfrentar a los intereses económicos del imperialismo norteamericano sobre el territorio nacional sino a la aniquilación de la vanguardia estudiantil y obrera. Pero a diferencia del resto de las agrupaciones de derecha que operaron ilegalmente junto a la Triple A y la burocracia sindical entre 1973 y 1976, la Concentración Nacional Universitaria fue una pionera en establecer la confluencia entre el nacionalismo católico y

el peronismo. Sobre este basamento se construyó el imaginario social del peronismo ortodoxo, legitimado por el propio Perón, en el que se representaba al comunismo y el marxismo como enfermedades que necesariamente había que extirpar del cuerpo social. La CNU nunca llegó a ser una organización de masas, sin embargo el peso que tuvo en importantes ciudades como La Plata y Mar del Plata permite desentramar y conocer una pieza clave en la construcción del aparato represivo del Estado en un gobierno democrático burgués. No sólo aportó hombres y armas a la construcción de la “patria peronista” frente a la creciente insurgencia obrera, también estableció desde sus orígenes nexos con un importante sector de la dirigencia sindical, incluso formando políticamente a mu» chos de sus cuadros.


LA CNU y la ideología de la derecha peronista

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Los primeros años: el “Papa blanco” y sus discípulos La ausencia de bibliografía específica, de documentos y de testimonios de exmilitantes fue por muchos años una traba para adentrarse en la historia de los primeros años de la CNU. Sin embargo, historiadores como Juan Luis Carnagui o Juan Iván Ladeuix han hecho aportes significativos en esta materia analizando las prácticas del nacionalismo ultramontano y las ideologías de derecha en la argentina de la segunda mitad del siglo XX. La Concentración Nacional Universitaria se erigió a partir de dos pilares. Por un lado su conformación está directamente asociada a la figura del filólogo y teólogo Carlos Alberto Disandro, quien realizó sus estudios secundarios en el tradicional Colegio Nacional de Monserrat en Córdoba y en 1939 se trasladó a La Plata para estudiar Letras en la Facultad de Humanidades. Desde su llegada comenzó a frecuentar círculos intelectuales que representaban la crème de la crème del movimiento nacionalista y católico como Julio Meinvielle, sacerdote creador de Acción Católica Argentina; Monseñor Octavio Nicolás Derisi, fundador de la Universidad Católica Argentina; y el filósofo y dirigente la Unión Nacional Fascista Nimio de Aquím. En 1947, Disandro fue nombrado en una cátedra en la UNLP, luego de la implementación de la ley 13.031 que atacaba la autonomía universitaria convirtiendo las instituciones en dependencias estatales. El joven profesor había sido nombrado por Perón en la cátedra “Latín y estudios clásicos”, esto lo acercó al movimiento peronista platense y aumentó su influencia en los claustros universitarios hasta noviembre de 1955 cuando la Revolución Libertadora lo cesanteó. Alejado por dos años del ambiente universitario tuvo una activa intervención durante el conflicto de la “laica y libre” confluyendo con un grupo de estudiantes. Años más tarde formó el Instituto de Cultura Clásica “Cardenal Cisneros”, desde donde publicaría La Hostería Volante (1959), la revista que como plantea Ladeuix, aunque “no tuvo un grupo de redacción homogéneo, serviría de ‘base de reclutamiento’ de los líderes de la CNU” (3). Desde comienzos de 1960 se incorporaron a la revista jóvenes estudiantes que se

habían acercado al peronismo –muchos venían de la filonazi Tacuara–. El docente y los alumnos coincidían en la fascinación por las lenguas clásicas, compartían un visceral anticomunismo con tintes antisemitas y se encuadraban bajo las banderas del nacionalismo y de Perón. Disandro, el “Papa blanco” como solían llamarlo sus seguidores, rechazaba la modernidad y las ideologías surgidas de ella (considerándola causante de la “decadencia social” que atravesaba la sociedad) y reivindicaba la Edad Media, el imperio español y el rosismo, sobre todo este último tomando aportes del revisionismo histórico en la construcción de la línea Rosas-Perón, defensores de la soberanía nacional. Su pensamiento se estructuró a partir de la idea de un “complot sinárquico” entre dos pseudoimperios: Estados Unidos y la Unión Soviética que, bajo un supuesto enfrentamiento, estaban empeñados en destruir el “ser nacional”. Según esta visión los enemigos eran los “judíos marxistas revolucionarios” y los “capitalistas usureros”. En ese marco, la Concentración Nacional Universitaria surgió en 1965 en La Plata siendo una de las primeras agrupaciones universitarias abiertamente peronistas. Entre sus principales dirigentes aparecen Félix Navazo, Martín Sala y Patricio Fernández Rivero (todos ex Tacuara), pero será este último el dirigente nacional de mayor trascendencia. Rivero estudiaba Letras y con 19 años le daba a la agrupación un perfil que facilitaría su inserción al mundo universitario. Sin embargo las actividades en el movimiento estudiantil durante los 60 eran prácticamente nulas. Los esfuerzos de la incipiente CNU estaban concentrados en el armado de conferencias y la difusión de la revista para organizar más estudiantes. A comienzo de 1967 Disandro fue invitado por Perón a visitarlo en Puerta de Hierro. El viejo caudillo había encontrado muchas similitudes entre los trabajos sobre la “conspiración sinárquica” del primero y sus estudios sobre la Tercera Posición, base ideológica del Justicialismo. Como planteaba en un discurso de mayo de 1952, el movimiento justicialista había sido “creado por nosotros y para nuestros hijos, como una tercera posición ideológica tendiente a liberarnos del capitalismo sin caer en las garras opresoras del colectivismo”. Perón impulsó a Disandro en su

camino para formar repetidores de sus ideas, por eso lo incentivó a brindar conferencias en sedes gremiales sobre la “sinarquía mundial” que partían del interrogante: ¿Cómo identificar al enemigo y enfrentarlo? Además, su sello editorial llamado Montonera publicó cuadernos de formación política para los cuadros sindicales. El apoyo desde Madrid les permitió confluir con militantes de ATE La Plata, del Sindicato de Turismo y sobre todo de la Unión Obrera Metalúrgica. También tejería un vínculo muy sólido con José Ignacio Rucci, padrino político de la organización y uno de los pocos sindicalistas que se mantuvo subordinado incondicionalmente a las órdenes de Perón. A comienzos de 1970 la CNU se consolidó como agrupación en la UBA, sobre todo en la Facultad de Derecho, y en la UNLP en Derecho, Historia y Letras. Extendió su accionar a Rosario, Bahía Blanca y Mar del Plata donde se armaron Mesas Regionales coordinadas con la dirección nacional. En Mar del Plata se inauguró la filial en agosto de 1971 con la presencia del Secretario General de la CGT, quien exhortó a los presentes a unir los intereses de la jóvenes con los del movimiento obrero para “evitar lecturas erróneas” y “ponerse a la cabeza de este proceso” (4).

Breve retroceso y resurgimiento como grupo de choque Los seguidores de Disandro iban materializando al enemigo de la Patria. Términos como “zurdaje”, “cipayos” e “infiltrados” comenzaron a tener fuerte presencia en sus discursos y materiales. En 1970 crecieron en el ámbito estudiantil los enfrentamientos violentos entre la CNU y Montoneros y la izquierda marxista. Con el asesinato de la estudiante Silvia Filler, el 6 de septiembre de 1971, en la Facultad de Arquitectura marplatense cuando militantes de la CNU ingresaron al hall disparando a mansalva luego de irrumpir violentamente una asamblea estudiantil, se produjo un enfriamiento temporal del accionar de la agrupación. Por la muerte de Filler, más de una docena de militantes fueron detenidos y condenados hasta la amnistía en 1973. El perfil bajo que adquirió la organización en las universidades no frenó sus estrechas relaciones con el resto de la derecha peronista y la


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cúpula sindical, sobre todo a partir de las internas de cara a las elecciones del 73. En la provincia de Buenos Aires, la CNU apoyó a los candidatos de la Rama Sindical, aunque el elegido fue Oscar Bidegain, cercano a la Tendencia y Montoneros. Con la Masacre de Ezeiza, la CNU volvería a escena formando parte de los comandos que produjeron el golpe palaciego al gobierno de Cámpora. Trabajaron junto a otros grupos como el CdeO, la Juventud Sindical; sindicatos como el SMATA y la UOM y el Ministerio de Bienestar Social encabezado por López Rega. Horacio Verbitsky demostró en su libro Ezeiza el rol que tuvo allí el grupo de Disandro disparando a mansalva desde el palco a miles de personas congregadas para recibir a Perón. Con la asunción de Perón en septiembre de 1973 el gobierno aceleró su giro a derecha debido al frustrado intento de desviar la creciente protesta social y la movilización de masas con un “gobierno popular” centrado en un pacto social con la burguesía. Como plantean los autores de Insurgencia Obrera, frente a las pujas internas cada vez más agudas dentro del peronismo, el presidente se terminó de inclinar por el bando sindical trazando “las primeras líneas de acción para liquidar a la vanguardia más radicalizada recurriendo a métodos represivos extremos –y hasta de guerra civil” (5). Bandas como la Triple A creada por el propio Perón van a tener vía libre para amenazar, secuestrar y asesinar a luchadores sociales incorporando a sus filas policías retirados y hombres de los sindicatos, muchos formados en los cursos de Disandro. Se harán habituales los operativos conjuntos entre las fuerzas represivas legales e ilegales: el Ejército, la policía, la Armada y la SIDE junto a la Triple A, la CNU y el CdeO. En enero de 1974 el gobernador bonaerense Bidegain fue obligado a renunciar por presiones del presidente. Su lugar sería ocupado por su vicegobernador Victorio Calabró, dirigente sindical metalúrgico y virtual jefe de la policía provincial, los negocios del Hipódromo y el Banco Provincia. Como demuestra la valiosa investigación realizada por Daniel Checchini y Alberto Elizalde La CNU, el terrorismo de Estado antes del golpe, el blanco ya no sería exclusivamente el movimiento estudiantil sino también a militantes de partidos de

izquierda y trabajadores de las comisiones internas que representaban una amenaza para Calabró. Un ejemplo es el caso de Propulsora Siderúrgica en Ensenada que, con una comisión interna opositora a la burocracia de la UOM, se había convertido en un dolor de cabeza para el gobierno provincial, sobre todo después de los paros generales de junio y julio de 1975. Dos miembros de la dirección antiburocrática, Carlos Scafide (PST) y Salvador de Laturi (PRT), fueron secuestrados y asesinados por la CNU. También intervinieron desde adentro de las fábricas, ocupando puestos claves en las empresas en los ámbitos de seguridad o de personal como es el caso del ex CNU Jorge Rampoldi quien tuvo un cargo en Astarsa (Tigre) señalando compañeros de trabajo organizados que luego serán secuestrados por grupos de choque, mientras continuaba siendo asesor del Sindicato de Obreros de la Industria Naval. Hoy es el principal dirigente del Partido FE de Gerónimo “Momo” Venegas en Malvinas Argentinas. Además de formar parte de los grupos de tareas, algunos de sus militantes trabajaban en el Hipódromo, eran docentes en colegios o preceptores en el Liceo Mercante, espacios desde donde señalaban activistas. Los datos proporcionados por los autores y los testimonios de quienes se fueron animando a hablar coinciden en describir un patrón común en la metodología represiva de la CNU: secuestros por la madrugada mientras la policía garantiza la zona, violentando hogares y repartiéndose el botín saqueado, traslados a la casa operativa donde se interrogaba bajo torturas, y la mayoría de los cuerpos encontrados –en general en las afueras de la ciudad– con decenas de impactos de balas y otros hallados dinamitados con carga de Trotyl. Había un acuerdo implícito: todos disparaban sobre las víctimas, todos eran responsables. Mar del Plata fue otra de las ciudades donde también desató una caza de brujas, en este caso, operaron articuladamente con la Juventud Sindical dirigida y creada por Hugo Moyano, imputado en una de las causas. Hay recortes periodísticos y solicitadas que demuestran su estrecha relación. También intervinieron una importante intervención en Bahía Blanca y Córdoba, ligada al Comando Libertadores de América. A fines de 1975 la CNU estuvo bajo las órdenes

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del Batallón 601 del Ejército y con el golpe de Estado se integró a los grupos de tareas formado por civiles, policías y militares. *** Con el retorno de la democracia burguesa, sus integrantes pudieron acomodarse en cargos públicos (desde asesores legislativos y en municipios, docentes, etc) manteniéndose a lo largo de los 90. Gracias a la reciente investigación de Cecchini y Elizalde se tejieron puentes entre las víctimas y sus ejecutores y se presentaron evidencias de su responsabilidad en delitos de lesa humanidad. Al cierre de esta edición, diez civiles y un militar integrantes de la CNU fueron juzgados en Mar del Plata en el mes de diciembre pasado siendo sentenciados a prisión perpetua siete de ellos. En los próximos meses en La Plata se realizará el primer juicio a dos de sus integrantes por siete víctimas (ya varios testigos recibieron amenazas). Al día de hoy se conocen 70 casos donde intervino la CNU, sin embargo, decenas de militantes que participaron de los grupos de tareas permanecen en la más absoluta impunidad debido a la negativa estatal desde Alfonsín –pasando por el kirchnerismo– hasta el actual gobierno de abrir los archivos y documentos de las FF. AA, la SIDE, fuerzas policiales y de las empresas que promovieron el golpe de Estado, los cuales permitirían aportar información para reconstruir parte de esta historia.

1 Según el Diario Noticias no superaron los seis mil militantes. 2 El Caudillo de la Tercera Posición, año 1, núm. 2, 23/11/73, p. 18. 3 Ladeuix, Juan Iván (UNMdP/CONICET), “El General frente a la Sinarquía. El discurso de Carlos Disandro en la formación de la Concentración Nacionalista Universitaria y su impacto en el peronismo”, en XI Jornadas Interescuelas, San Miguel de Tucumán 2007. 4 Ver Carnagui, Nacionalistas, católicos y peronistas. Auge, afianzamiento y reconfiguración de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) La Plata, 1955-1974. 5 Werner, Ruth y Aguirre, Facundo, Insurgencia Obrera en la Argentina 1969-1976, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2009.


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Derechos Humanos: la herencia recibida Ilustración: Greta Molas

MYRIAM BREGMAN Abogada querellante en numerosas causas de lesa humanidad. GLORIA PAGÉS Hermana de desaparecidos, querellante en juicios contra los genocidas. Integrante del CeProDH. Mauricio Macri, tiempo antes de ser presidente, anticipaba cuál sería su política con relación a los crímenes de la dictadura: “hay que terminar con el curro de los derechos humanos”. Paralelamente, fue acompañado por la ofensiva que desde editoriales del diario La Nación y otros medios afines se despliegan buscando imponer la idea de poner fin a los juicios contra los genocidas desempolvando la teoría de los dos demonios para tal fin o planteos directamente negacionistas. Con nuestra participación en los juicios como parte del Colectivo de querellantes ¡Justicia Ya! hemos demostrado que se cometió un genocidio y hemos alegado ante los tribunales de enjuiciamiento que el objetivo de la dictadura cívico militar se desplegó …contra una generación militante a la que era necesario aniquilar para imponer un proyecto económico, político y social que tenía como objetivo cambiar regresivamente la estructura del país; disciplinar y aumentar la explotación de la clase trabajadora; esto a la vez que al mismo ritmo se redoblaban las ataduras con los países imperialistas1.

El Poder Judicial que siempre tuvo un gran sentido de oportunidad para percibir los aires políticos, tomó nota del discurso gubernamental y se han otorgado en un año cerca de 50 beneficios de prisión domiciliaria para condenados por delitos de lesa humanidad.

Sin embargo, encuentra límites cuando se lo enfrenta, como ocurrió cuando pretendió que a Etchecolatz le fuera otorgado ese beneficio. Los datos recabados por HIJOS La Plata por un lado y el CELS por el otro, dan cuenta que los juicios de lesa humanidad van cayendo en un limbo, en un estancamiento que se trasforma en desahuciante para sobrevivientes, familiares y luchadores. Por caso, la causa ESMA va por su tercer tramo, lleva 51 meses y quienes se encuentran en el banquillo son prácticamente los mismos que en los juicios anteriores y acumulan otras condenas. A su vez los testigos deben ir una y otra vez a reeditar el dolor y lo que ya han denunciado en innumerables declaraciones. “Desde la anulación de las leyes de impunidad en 2003 y hasta el 29 de noviembre de 2016 el Estado argentino solo efectivizó 167 juicios orales y 1 por escrito con sentencia en todo el país. En esos 168 juicios hubo 1.033 procesamientos, y como resultado se dictaron 918 condenas sobre 712 represores, hubo 103 absoluciones, 9 muertos impunes mientras duraba el proceso y 3 apartados durante el juicio, por un universo de 5.015 víctimas”, señalan desde HIJOS La Plata2. Esto quiere decir que en 10 años de juicios alrededor del 43 % del total de los 2.400 procesados desde 2003 fue llevado a juicio, y un 38 % de aquel número de procesados fue condenado. Es de esperar que a este ritmo decreciente en la celeridad de los procesos, y

teniendo en cuenta que 260 imputados fallecieron en este lapso antes de llegar a juicio, un número mucho mayor no llegará nunca a ser juzgado. La biología otorga su impunidad. Si tomamos como parámetro que en el país funcionaron más de 600 Centros Clandestinos de Detención, la impunidad es palpable: apenas poco más de un genocida condenado por centro clandestino, a más de una década de anuladas las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Los datos del CELS apuntan a marcar la cantidad de represores en prisión domiciliaria, que a fines de 2016 daba cuenta que 228 condenados gozan de ese beneficio, mientras que entre los procesados, 226 se encuentran bajo arresto domiciliario. Se trata, de conjunto, del 40 % de los genocidas enjuiciados. Acaba de ser beneficiado el prefecto Juan Antonio Azic, integrante de la patota de la ESMA, apropiador de la diputada nacional Victoria Donda y de Laura Ruiz Dameri. Azic torturó a Carlos Lordkipanidse (quien integra hoy la Asociación de ExDetenidos Desaparecidos) en la ESMA y a su hijito de 20 días, poniéndolo sobre su cuerpo mientras le aplicaba la picana eléctrica. Desde el Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (CEPRODH) siempre sostuvimos que se llegaría a este punto ya que sin la apertura de los llamados “archivos de la represión” y con juicios armados de manera ultraparcelada, solo se garantiza que un


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sector de militares sea condenado mientras se salva al poder económico e incluso las fuerzas armadas y de seguridad y las agencias de inteligencia continúan con miles de genocidas en sus filas. En este esquema, los principales beneficiados son sin dudas, los empresarios que impulsaron el golpe. Blaquier, Magnetto, Massot, directores de la ex Editorial Atlántida, gerentes y directivos de la Mercedes Benz, Ford, entre tantos otros, recibieron el espaldarazo del Poder Judicial. A los grandes empresarios se les respetaron “sus fueros de clase”, como los señalamos en la Cámara de Diputados de la Nación: ...en la Argentina no solo hay fueros parlamentarios, sino también hay fueros de clase; porque hay empresarios como Blaquier de Ledesma que hasta participaron de un genocidio y están absolutamente impunes3.

La política del kirchnerismo Luego de llegar a la presidencia con un bajísimo porcentaje de votos, Néstor Kirchner, en búsqueda de legitimidad, y como parte de una serie de políticas para recomponer el muy cuestionado régimen político (ver artículo de Christian Castillo en este número), usó la demanda de “juicio y castigo” y favoreció la votación en el Congreso de la nulidad de las leyes que impedían el juzgamiento de los genocidas en agosto de 2003, una demanda a la que hasta entonces la mayoría de los legisladores peronistas y radicales se habían opuesto. El costo fue volver a exponer ante los ojos de millones el papel contrarrevolucionario de las fuerzas represivas y los atroces crímenes cometidos; pero las limitaciones planificadas con que se establecieron esos juicios denotaron el objetivo de que en última instancia, condenando a un grupo de represores, se salvaguardara a la enorme mayoría de los mismos, preservando a las fuerzas armadas, de seguridad y del servicio penitenciario de conjunto, especialmente a sus altos mandos, todos provenientes de la dictadura. Esta “depuración” la veían como necesaria para iniciar un proceso posterior de relegitimación social de las fuerzas represivas.

La cooptación o institucionalización, según el caso, de referentes de organismos de derechos humanos, quitándoles todo perfil de lucha, tuvo la grave consecuencia de que gran parte de ellos se mantuvieron mucho tiempo en silencio frente a la desaparición de Julio López así como ante la designación de César Milani como Jefe del Ejército. Esto ha dejado una importante crisis en organismos que no puede explicar su complicidad con esta política del kirchnerismo. Que hoy Milani esté preso y que se empiece a investigar su rol en la dictadura, concretamente en la desaparición del soldado Ledo, en el secuestro y torturas contra Pedro y Alfredo Olivera, Verónica Matta, Plutarco y Oscar Schaller, es producto de la persistente pelea que dimos un grupo de familiares, sobrevivientes, querellantes en una lucha independiente del Estado4. Las denuncias demuestran que este personaje siniestro no tenía mucha escapatoria, solo contaba con la impunidad que había logrado circulando durante años por los pasillos del poder. Tampoco es el primero que lo hace: Antonio Bussi, Luis Patti y Aldo Rico supieron participar en listas electorales para reciclarse como “hombres de la democracia”.

Los que siguen en funciones La designación de Milani sacó a la luz que es parte de miles y miles que como él fueron parte de la dictadura y siguieron en funciones hasta la actualidad. Que los juicios nos iban a devolver unas “Fuerzas Armadas sanmartinianas” no fue más que una ilusión reaccionaria que permitió al anterior gobierno apuntar a una política de reconciliación con las fuerzas armadas genocidas manteniendo el relato de la defensa de los derechos humanos. Es interesante en este sentido recordar la nota en la que Fernando Rosso5 cita al investigador Máximo Badaró, quien da cuenta de que el propio Ejército, para la celebración del Día del Ejército el 29 de mayo en 2010, “construyó un relato que omitía su rol protagónico en la última dictadura militar y en la represión de la población en diferentes momentos de la historia argentina”. Así, en la página web que las autoridades militares armaron

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especialmente para festejar el bicentenario del Ejército, se leía el siguiente cuentito feliz reescrito por los militares del “proyecto”: Desde su nacimiento (el Ejército) ha contribuido a la integración del territorio mediante la construcción de caminos, puentes y tendidos telegráficos, posibilitó el desarrollo industrial con Perón, el petróleo y la aviación con Mosconi y la siderurgia con Savio; con el servicio militar obligatorio integró a los hijos de inmigrantes con los criollos y con el servicio militar voluntario incorporó a la mujer definitivamente a la Defensa Nacional. En este Bicentenario, el Ejército acompaña al pueblo argentino, guiado por el deseo de dar lo mejor de sí, para contribuir a construir la patria que todos anhelamos6.

Por supuesto que las formas distan mucho de las del macrismo, pero nadie puede negar que flaco favor le hicieron los gobiernos kirchneristas a la lucha contra por el juicio y castigo nombrando a Milani y usando genocidas para la represión interna como lo vimos en la protesta de los trabajadores de LEAR. El famoso “canoso de barba” que se infiltró entre los manifestantes y bajo las órdenes de Sergio Berni, cuya identidad reveló el periodista Horacio Verbitsky es el coronel (R) del arma de Caballería Roberto Ángel Galeano, un comando de 55 años que estuvo en las Malvinas con Mohamed Ali Seineldín, fue jefe de Inteligencia del Cuerpo de Ejército de Córdoba, y de Contrainteligencia en la Dirección de Inteligencia del Estado Mayor General del Ejército. Elocuente ejemplo. Cuando alegamos en la causa ESMA en mayo de 2011 pidiendo condena por Rodolfo Walsh y por tantos otros compañeros, denunciamos que en la Armada hay 543 oficiales y 759 suboficiales que provienen de la dictadura. Varios de ellos pasaron por la ESMA, pero tienen la fortuna de que ningún ex detenido-desaparecido los haya reconocido, por lo que se amparan en el pacto de impunidad que se mantiene con firmeza y efectividad gracias a que el Estado mantiene ocultos los archivos de la represión. Milani (ahora retirado) y cincuenta generales más son parte de


Derechos Humanos: la herencia recibida

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“ ...las formas distan mucho de las del macrismo, pero nadie puede negar que flaco favor le hicieron los gobiernos kirchneristas a la lucha contra por el juicio y castigo nombrando a Milani y usando genocidas para la represión interna...

un Ejército argentino que cuenta con 3.381 miembros que provienen de la dictadura. La situación se repite La Fuerza Aérea incluso supera esos números, con más de 600 oficiales y 1.700 suboficiales que aún están en funciones desde la dictadura. En la Policía Bonaerense, cuando desapareció Julio López en 2006 quedaban en funciones 9.026 efectivos que provenían de la dictadura. César Milani forma parte de esos números tan contundentes y de algo más certero aún: perteneció desde 1982 al área de inteligencia. En este dato radica también la gravedad de haberlo sostenido en el poder, nada menos que como jefe del Ejército. “Queremos una fuerza (...) mirándose al futuro, (…) un ejército sanmartiniano profundamente comprometido con los valores de la argentinidad, la democracia y los derechos humanos”; quien esto decía era, irónicamente, el mismo César Milani en el acto de asunción de los jefes de las tres fuerzas el 3 de julio de 2013. Precisamente, “dejar de mirar para atrás” como se nos propone tantas veces, es funcional a garantizarle la impunidad a los genocidas que siguen libres y, en su gran parte, en funciones. El genocidio y sus consecuencias no son cuestión del pasado, las nuevas generaciones de jóvenes y militantes deben saber de qué son y serán capaces las Fuerzas Armadas y de Seguridad sirviendo como brazo armado de la clase dominante, muy distantes a las casi irónicas alusiones de Milani: “el Ejército (tiene) la convicción y el compromiso de jamás empuñar las armas que la Nación nos ha confiado para un fin que no sea defender a nuestro pueblo”. Oculta la historia y la razón de ser de las Fuerzas Armadas. Al relato kirchnerista la realidad lo desmiente. Milani estuvo acompañado por el carapintada Berni, por la sanción de la ley Antiterrorista y por escandalosos casos de espionaje a luchadores populares como el Proyecto X que denunciamos con nuestros compañeros obreros de la zona norte del Gran Buenos Aires. Ejemplos que muestran que el macrismo no empieza de cero sus intentos de perdón.

” La derecha gobierna en Argentina. Un gobierno de CEOs que trata de cerrar una etapa para intentar represtigiar las fuerzas represivas. Y para ello demonizan a las víctimas del genocidio pretendiéndolas responsables del horror planificado. Ese horror que desató la dictadura para beneficiar a la misma clase social a la que pertenece Macri y la gran mayoría de sus funcionarios, sus riquezas personales tienen antecedentes muy turbios. Buscan crear la idea de un país “normal” sin “asperezas”, que dialoga y avanza. No siempre han podido avanzar porque chocaron con el repudio popular. Sin embargo, la memoria de los 30 mil desaparecidos y del verdadero significado del golpe vive en millones de personas. Este 24 de marzo como todos los años, esto se expresará en las calles masivamente. Allí estaremos, porque somos el obstáculo que Macri y/o personajes como Gómez Centurión intentarán vencer, junto al Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, diciendo “Son 30.000. Fue genocidio. Contra el ajuste, la entrega y la represión de Macri y los gobernadores. Perpetua a Milani y a todos los genocidas”.

1. Alegato de Myriam Bregman en el juicio por la megacausa Esma II, 18/05/2011, disponible en www.juicioesma.blogspot.com.ar. 2. Disponible en www.hijosprensa.blogspot.com. 3. Intervención de Myriam Bregman en el Congreso Nacional el 22/06/16. 4. Desde el CEPRODH somos querellantes contra Milani en representación de Oscar Schaller, una de las víctimas directas del ex jefe del Ejército. Son importantes las pruebas que lo incriminan. 5. “Correo Argentino y Milani: donde mueren los relatos”, La Izquierda Diario, 19/02/17. 6. Máximo Badaró, “Memorias en el Ejército Argentino: fragmentos de un relato abierto”, revista Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2012.


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Ilustración: Julieta Longo

8 de marzo: Cuando la tierra tembló Un renovado movimiento emergió en el mundo, en el Día Internacional de las Mujeres, con manifestaciones multitudinarias y diversas, que van desde las tradicionales movilizaciones hasta las huelgas laborales y la paralización también de las tareas para la reproducción de la vida cotidiana. Andrea D’Atri Especialista en Estudios de la Mujer. Celeste Murillo Comité de redacción. El hartazgo es lo que motorizó a las grandes mayorías, que desfilaron por las metrópolis, sin enrolarse en ninguna agrupación. La idea de un paro internacional de mujeres, que recogía la iniciativa que en 2016 habían tenido las polacas y las argentinas, para hacer oír sus reclamos, revitalizó esta fecha que, hace tiempo, parecía relegada al calendario de las organizaciones feministas y de la izquierda: millones tomaron el Día Internacional de las Mujeres como propio, organizándose en su lugar de trabajo o de estudio, pero sobre todo asistiendo masivamente a las movilizaciones. Así se vio en la Gran Vía de Madrid, que colapsó incluso antes de la hora de la convocatoria, o en Barcelona, donde también se realizó una protesta masiva. Casi todas las capitales europeas acompañaron la jornada

internacional. En Estados Unidos, después de la multitudinaria Marcha de las Mujeres del 21 de enero que había reunido cerca de 3 millones de personas en todo el país, también se realizaron actos por el 8 de marzo, retomando una tradición largamente olvidada en el corazón del imperialismo. Hubo actos y marchas en casi todos los países de América latina. Las ciudades de San Pablo y Río de Janeiro en Brasil, la Ciudad de México y otras de ese mismo país, como también Santiago de Chile, contaron con decenas de miles de participantes. Uruguay y Argentina tuvieron las mayores movilizaciones. Decenas de miles también en Montevideo y marchas simultáneas en otras ciudades, con un paro entre las 16 y las 22 horas convocado por la central sindical PIT-CNT que

alentó y facilitó la participación de trabajadoras y trabajadores, especialmente del gremio de Comercio, en el sector bancario y otros de la industria. Las mujeres de algunos sindicatos de la Educación paralizaron sus tareas por 24 horas y sus compañeros se sumaron desde las 16 horas, para acompañar la movilización. Argentina fue testigo de marchas masivas, con un gran acto en la histórica Plaza de Mayo de Buenos Aires, también en Córdoba, Rosario, Mendoza y otros centros urbanos. Desconociendo, incluso, los manifiestos y documentos que organizaciones feministas, sindicales, estudiantiles, políticas y sociales redactaron para la ocasión, la inmensa mayoría de las mujeres participó para dar a conocer su hartazgo con la violencia femicida, »


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propias de las mujeres, sino que sirven también como canal de expresión del descontento de millones de trabajadores y estudiantes con las políticas de austeridad, ajuste y precarización de la vida que la clase capitalista y sus gobiernos de turno están descargando sobre nuestros hombros, para mantener sus ganancias. Es la semilla de una alianza que se hará fundamental a la hora de asestarle una derrota al capitalismo patriarcal.

Fuera de la lucha, nada

con la precarización laboral que las condena a una vida miserable, con la desigualdad irracional que las mantiene subordinadas en todos los ámbitos, con el miedo en el que cual han debido moldear su subjetividad y su existencia. Ese hartazgo es lo que alimentó la participación en el paro que, en determinados lugares, fue mucho más efectivo de lo que pretendía la adhesión formal de las centrales sindicales. En PepsiCo, multinacional de la industria alimenticia, el paro comenzó a las 5 de la madrugada, después que fuera votado en asamblea convocada por la Comisión Interna que es opositora a la dirección del sindicato; en el Aeroparque de Buenos Aires, las trabajadoras de LATAM, con el apoyo de sus delegados también opositores a la dirección del gremio, paralizaron las posiciones de atención del check-in. También hubo incontables acciones parciales y protestas en centros de salud, como el gigante Hospital Posadas del oeste y el Hospital Alende del sur del conurbano bonaerense. Las maestras fueron grandes protagonistas, imponiendo en varios sindicatos paro efectivo durante toda la jornada, en medio del conflicto sindical que los enfrenta con el gobierno nacional y los gobiernos provinciales.

Dentro de la ley, poco ¿Qué explica la renovada masividad de marchas y protestas que apenas unos años atrás estaban reducidas a parte del activismo feminista y de la izquierda partidaria? No faltaron

los acalorados debates en las redes sociales entre quienes criticaban intencionadamente la convocatoria porque las mujeres “ya tienen todos los derechos” o no se sabe “de qué se quejan, ahora” y sus impulsoras. Pero la realidad es que, en la crisis capitalista en curso, se torna cada vez más aguda la contradicción entre la ampliación de derechos conquistada –al menos en las grandes urbes y los países semicoloniales prósperos– y la materialidad de la vida cotidiana de la mayoría de las mujeres (donde golpean los recortes presupuestarios, los ajustes solo contra las clases mayoritarias, la violencia machista que no cesa, y ante la cual los Estados y sus instituciones son cómplices). Sin embargo, esa ampliación de derechos conquistada abrió los ojos, elevó las aspiraciones a una vida mejor y, entonces, el contraste con la vida realmente existente se hizo tan agudo que estalló la bronca. Después de décadas de neoliberalismo, el estallido de la crisis económica y sus consecuencias sociales hizo más palpable que nunca aquello de que “la igualdad ante la ley no es aún la igualdad ante la vida”. En esa brecha entre las leyes y la vida, se vienen colando las mujeres. Estas enormes demostraciones del 8 de marzo no cayeron del cielo: las precedieron, en los últimos meses, las movilizaciones que gritaron Ni Una Menos en Argentina, para exigir al Estado que disponga presupuesto y medidas efectivas que puedan prevenir los femicidios; las huelgas en Francia e Islandia reclamando que se elimine la brecha salarial entre hombres y mujeres; la marcha bajo una lluvia torrencial de centenares de miles de mujeres en Polonia, que no estaban dispuestas a que se les recorte el derecho al aborto, y las multitudinarias protestas de mujeres contra Trump, en Estados Unidos, entre otras. La enorme simpatía que despiertan estas manifestaciones evidencian que las protestas no expresan solo un reclamo por demandas

Ninguno de los análisis que ya circulan sobre este novedoso fenómeno protagonizado por las mujeres pasa por alto el carácter político de las manifestaciones y su particular internacionalismo. Dos elementos distintivos que contrastan con las largas décadas de hegemonía del feminismo liberal, en las que se impuso la idea de la “libre elección”1 como único horizonte emancipatorio, sin cuestionar la degradación de las democracias donde solo algunas mujeres acceden a algunos derechos. Según esa concepción despolitizada y despolitizante, como la emancipación de las mujeres consiste simplemente en la conquista gradual de derechos dentro del régimen político, una vez alcanzados estos, las mujeres serían responsables, individualmente, de la vida que eligen tener. Ese feminismo liberal que abogó apenas por reformas legales, despojó al movimiento por la liberación de las mujeres de su crítica social más aguda, abrió las puertas a que mujeres de la derecha –con esa misma lógica– sostengan actualmente un “feminismo” de nuevo cuño donde postergar la carrera laboral para dedicarse a la crianza de los hijos y los cuidados del hogar o “realizarse” a través de los éxitos profesionales del marido, se enarbolan como “derechos” individuales tan válidos como aquellos otros que apuntan a reducir la inequidad entre los géneros. Que Ivanka Trump, hija del presidente estadounidense, sea presentada como representante de un “feminismo conservador” es una confirmación de este atolladero en el que ha quedado atrapado el feminismo liberal. La línea de falla de ese feminismo reformista se encuentra en la separación que hace entre la búsqueda de derechos democráticos para las mujeres y la crítica (y la lucha) contra el sistema social en el que se origina, legitima y reproduce su subordinación y discriminación (y en el que se inscriben, circunstancial, temporal y acotadamente esos derechos). No es el lobby parlamentario, que ha terminado en la cooptación de algunos sectores del movimiento2 el que le da un carácter político a los reclamos de las mujeres, sino el develamiento


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de esta relación intrínseca entre los derechos elementales que aún nos son negados (¡incluyendo el derecho a no ser asesinadas por ser mujeres!) y esa perspectiva que anuda nuestras vidas agraviadas con un sistema social basado en la explotación y opresión de millones de seres humanos por la clase minoritaria y parasitaria de los capitalistas. El discurso liberal transformó al feminismo, así como a otros movimientos de sectores socialmente oprimidos, en algo tan aséptico que fue incorporado sin mayores resquemores por la derecha, como lo señala acertadamente Nina Power en su ensayo La mujer unidimensional, mostrando que sectores de las clases dominantes no tienen ningún problema en argumentar a favor de que las mujeres, las minorías étnicas y los homosexuales también ocupen “posiciones jerárquicas” en la sociedad capitalista. Así se presentó Hillary Clinton en la contienda electoral norteamericana, convirtiéndose en el ejemplo por excelencia de ese feminismo neoliberal o imperial, como lo denominan las intelectuales Nancy Fraser o Zillah Eisenstein. Pero fracasó rotundamente en sumar a la mayoría de las mujeres a su epopeya por romper el “techo de cristal” y mostrarse como alternativa al candidato republicano que le puso cara a la misoginia moderna3. Su “feminismo de las corporaciones” distaba mucho de los problemas que acucian la vida de millones de norteamericanas asalariadas, sin empleo, nativas afrodescendientes o migrantes. Hoy, a través de la reemergencia del movimiento de mujeres en todo el mundo, esos sectores políticos reformistas intentan recomponerse de las derrotas que les propinaron diferentes variantes de la derecha. No es casual que las activistas que impulsaron con más decisión la participación de Estados Unidos en el Paro Internacional de Mujeres hayan sido las mismas que alertaron del peligro de que el Partido Demócrata intente capitalizar el resurgir de este enorme movimiento para revertir así su derrota electoral y, al mismo tiempo, limar sus aristas más revulsivas y cuestionadoras. La activista y periodista Ella Mahony, de la revista Jacobin, explica que se ha vuelto axiomático en los espacios feministas de izquierda, que existe un feminismo “neoliberal” contra el cual deben desarrollarse nuevas formas de feminismo. Lo que está menos articulado es el carácter político y los orígenes de este feminismo corporativo. El catalizador clave del feminismo neoliberal fue la lenta asfixia de las alternativas políticas de izquierda de los años ‘80 en

adelante. Pero detrás de estas fuerzas generales se encuentran decisiones estratégicas que estrecharon lentamente la visión política de las organizaciones feministas4.

La lucha antipatriarcal debe ser también anticapitalista El feminismo liberal comenzó a mostrar su propia derrota en la imposibilidad de enfrentar los embates del gobierno de Trump. Y como estamos viendo con las recientes movilizaciones de mujeres en todo el mundo –que disputan el mito de que “la igualdad ya está aquí”– y los debates que se abrieron con la derrota de Hillary Clinton y el triunfo de Trump, ese feminismo liberal está cada vez más cuestionado. En ese sentido, es sintomático el surgimiento, en Estados Unidos, del llamado a construir un nuevo “feminismo del 99 %”, que identifica en el binomio “patriarcado-capitalismo” la fuente de los problemas que afecta a la mayoría de las mujeres. Ese grupo de feministas, la mayoría provenientes del ámbito académico, convoca a construir “un feminismo de base, anticapitalista, en solidaridad con las mujeres trabajadoras, sus familias y sus aliados alrededor del mundo”5. Son estos mismos sectores los que señalan con mayor determinación el carácter necesariamente internacionalista del movimiento de mujeres, retomando la idea de las acciones coordinadas a nivel internacional como las que protagonizó, en su momento, el movimiento antiglobal, o como ocurrió con las marchas contra la guerra en Irak en 2003, y retoman la idea de la huelga como la mejor acción para hacer oir los reclamos. Esa idea muestra todavía un sinnúmero de limitaciones

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en la práctica –como se vio en la modalidad del paro en distintos países–, pero abre también múltiples debates sobre cómo hacerla efectiva. “Lo que nos une es el deseo de dar voz y poder a las mujeres que han sido ignoradas por el feminismo corporativo, y que están sufriendo las consecuencias de décadas de neoliberalismo y guerras: las pobres, las trabajadoras, las mujeres de color y las inmigrantes…”6, escribían las impulsoras del Paro Internacional de Mujeres en Estados Unidos pocos días antes del 8M. El instinto de recuperar la tradición de la alianza entre el movimiento de mujeres y la clase trabajadora en un país como Estados Unidos (que supo exportar el feminismo liberal a todo el mundo) hablan de las posibilidades de fortalecer un ala anticapitalista dentro de este nuevo movimiento de mujeres. También en Argentina, Chile y otros países, el lenguaje del anticapitalismo vuelve a recorrer las reuniones del movimiento de mujeres, sus manifiestos y movilizaciones. Como ya lo señalamos días antes del 8 de » marzo,


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a las socialistas revolucionarias7, esa convocatoria no nos resulta intrascendente. Creemos que abre las puertas a un debate promisorio e ineludible sobre cuál es la estrategia y el programa político que debe asumir la lucha de las mujeres contra el capitalismo patriarcal, en el marco de esta nueva situación mundial signada por la crisis capitalista, los gobiernos populistas de derecha y otros fenómenos políticos que pretenden enarbolar banderas de reformas al mismo sistema en que vivimos explotadas y oprimidas. Obliga a pensar cuáles son las alianzas que tendríamos que privilegiar las mujeres en la lucha por nuestra emancipación y de qué manera intentaremos que sean millones de trabajadores y trabajadoras –la inmensa mayoría de la población mundial– quienes tomen en sus manos estas banderas8.

Imaginar hoy un movimiento feminista anticapitalista obliga a reconsiderar el sujeto político: sin las mujeres asalariadas que constituyen la mitad de la clase enormemente mayoritaria de la sociedad, no hay destino. Más aún, si no es la clase trabajadora –sus mujeres, pero también sus hombres– quienes enarbolan las banderas de la emancipación de los sectores más oprimidos, en su lucha contra el capital, el anticapitalismo no deja de ser una expresión de deseos. Esa alianza entre las clases laboriosas y las mujeres organizadas por sus derechos, que se remonta al siglo XIX y que en los albores del siglo XX fue fundamental para la conquista del sufragio femenino, para enfrentar las políticas guerreristas de las burguesías nacionales europeas y para conquistar derechos inimaginables –y aun pendientes en muchos países capitalistas– con la revolución socialista que llevó al poder del Estado a la clase obrera en Rusia, ha sido aniquilada perversamente por las clases dominantes, por la traición de las direcciones sindicales que sumergen a la clase trabajadora en el más ramplón corporativismo de cuño economicista y por la integración de los movimientos sociales al Estado y su fragmentación despolitizante en múltiples organizaciones no gubernamentales. Recomponer esa histórica alianza es una tarea

ineludible en la reconstrucción de un feminismo anticapitalista que se tome en serio a sí mismo. Solo cuando se paralicen efectivamente los circuitos de la producción y la circulación de las mercancías, de los servicios y las comunicaciones, las más precarizadas que son marginadas del sistema, las amas de casa recluidas en hogares individuales, las personas en situación de prostitución, como todas y todos los abyectos para este régimen social oprobioso, podrán hacer que su voz retumbe en medio del silencio. Esa alianza se construye. Pero no puede construirse ni convirtiendo la lucha antipatriarcal en una lucha antihombres, ni tampoco haciendo caso omiso a que entre las clases explotadas existe también la opresión de unos sobre otras. Lamentablemente, cierta izquierda oscila entre esas dos posturas: se pliega acríticamente a las acciones que emprenden contra los hombres sectores que enarbolan un feminismo radical de corte “vengativo” (por lo tanto, individualista), carente de una estrategia política anticapitalista y antipatriarcal o, por otro lado, se niega a enfrentar los prejuicios sexistas de la clase trabajadora, fomentados por las clases dominantes a través de las instituciones de su régimen de dominio, como también a ponerse en la primera fila de las luchas por derechos democráticos elementales. Y así anda, entre sugerir que el “acoso verbal” de un joven, en la calle, merece el mismo castigo y repudio que el terrorismo de Estado o plantear que todos los oprobios se subsumen en la explotación capitalista, absolviendo en el acto a los miembros más conscientes de la clase trabajadora (y por qué no, a su propia militancia masculina) de toda responsabilidad en la reproducción del machismo. El debate hoy está a la orden del día, porque el movimiento masivo de las mujeres en las calles de todo el mundo actualiza la disputa por cuál será el rumbo que tomará para no terminar, como en la oleada anterior de la década del ‘70, abonando los triunfos parciales de la ampliación de derechos que, al mismo tiempo, sepultaron la perspectiva de una transformación radical del sistema capitalista en la conciencia de las masas. El movimiento en curso pone sobre la mesa este debate: ¿nuestro horizonte se

va a limitar a la resistencia ocasional frente a los embates de las derechas o vamos a trazarnos una estrategia para, finalmente, vencer? La agrupación internacional de mujeres Pan y Rosas, presente en Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Uruguay, México, Venezuela, el Estado español, Francia, Alemania y Estados Unidos interviene en ese debate abierto, siendo parte de los movimientos de mujeres de esos países; pero también, con nuestras ideas, programa y estrategia, que concentran la experiencia que heredamos de otras generaciones de revolucionarios y revolucionarias marxistas. Sostenemos que solo un feminismo que pretenda transformarse en un movimiento político de masas, donde la lucha por mayores derechos y libertades democráticas esté ligada a la denuncia de este régimen social de explotación y miseria para las enormes mayorías, con el objetivo de derrocarlo, puede ser verdaderamente emancipatorio. Y las esclavas de la Historia gritan, a través de las voces del presente, sus ansias de vencer, de una vez por todas.

1. Ver C. Murillo, “Feminismo cool, victorias que son de otras”, IdZ 26, diciembre 2015. 2. Ejemplo de ello, fue en Argentina la cooptación de sectores del feminismo y el movimiento de mujeres por parte del kirchnerismo. En Chile sucedió algo similar con la Concertación, en México con el PRD que gobierna la Ciudad de México o en Brasil con el PT, por mencionar algunos casos. 3. C. Murillo, “Hillary Clinton y su techo de cristal”, IdZ 35, noviembre-diciembre 2016. 4. E. Mahony, “A Feminism That Takes to the Streets”, Jacobin, 08/03/2017. 5. Declaración “Por un feminismo del 99 % y un paro internacional de mujeres activo el 8 de marzo”, disponible en castellano en La Izquierda Diario, 03/02/2017. 6. “La lucha de las mujeres en la era Trump: pelear por el pan y por las rosas”, La Izquierda Diario, 22/02/2017. 7. Se refiere a las militantes de la agrupación internacional de mujeres Pan y Rosas. 8. A. D’Atri, “8 de marzo: ¡Que la tierra tiemble!”, La Izquierda Diario, 28/02/2017.


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Fotografía: UNSAM

La ciencia en debate. El Plan Argentina Innovadora 2020

¿ciencia nacional o avanzada neoliberal? María Luciana Nogueira Becaria doctoral de Conicet, psicóloga.

En los últimos meses, a partir del recorte presupuestario y de los puestos de trabajo en el CONICET, se acentuó el debate público acerca de la política científica. Este debate incluyó numerosos investigadores y columnistas en medios de comunicación, y tiene como adalid al actual y pasado Ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao. En este contexto, el Plan Argentina Innovadora 2020 (creado durante el gobierno de Cristina Fernández) fue defendido por varios de los contendientes como oposición por el vértice a la actual política o, para decirlo en sus propios términos, como proyecto de ciencia nacional y popular vs. el modelo neoliberal del macrismo. Aquí presentamos un análisis del Innovadora

2020 para intentar comprender de qué se trata la supuesta innovación.

“¿Maravillas Lisa?,o fracasos...” Del relato de la ciencia nacional a su cruda realidad Numerosos sectores tanto dentro del Ministerio Nacional de Ciencia y Tecnología como del kirchnerismo defienden la implementación de este Plan, iniciado en 2012 con la dirección de Lino Barañao y también de referentes institucionales como Alejandro Ceccato y Dora Barrancos. Los que insisten con la consecución del Plan Argentina Innovadora 2020 (en adelante PAI 2020) abogan la ampliación presupuestaria que conlleva, de la mano del incremento del número de científicos por

habitante. Nos preguntamos entonces ¿de dónde vienen los nuevos fondos a asignar a la producción científica nacional? Luego de una lectura analítica de la fuente nos encontramos con una gran ironía, que en lo personal me retrotrae a ciertas famosas frases de un capítulo de Los Simpsons1 en el cual el desarrollo tecnológico se rebela del control humano, volviéndose en su contra hasta provocar la destrucción de la Tierra. La ironía de la política pública aquí tratada reside en que la defensa y el crecimiento del sistema científico nacional –público– se basa exclusivamente en la inversión privada. En palabras de Dra. Ruth Ladenheim, quien entonces fuera Secretaria de Planeamiento y »


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Políticas en Ciencia,Tecnología e Innovación Productiva (y hoy se desempeña como Directora del CIETCI2), el PAI 2020 contempla dos escenarios posibles: el primero, llamado A, proyecta que el Estado continúe destinando fondos en una trayectoria similar al período 2003-2010, con lo cual se incrementaría en un 50 % el porcentaje del PBI asignado a la producción científica y también el número de científicos por habitante. El problema es que este primer escenario se presenta como el menos deseado en contraposición a un segundo escenario, claramente preferido al primero, el cual se basa en la ampliación de la participación del sector privado/empresarial en el presupuesto hasta llegar a una suerte de co-financiación pública-privada del sector: El segundo escenario es más audaz. Implica una trayectoria del sector público similar al período 2003-2010, tal como se contempló en el escenario A. El cambio se encuentra en el comportamiento proyectado para el sector privado. Se estimó un incremento de su contribución a la inversión en I+D a mayor ritmo que el crecimiento del aporte del Estado de forma tal de aumentar su peso en el financiamiento total y alcanzar el 50 % en 2020. Sobre la base de estas dos trayectorias proyectadas, pública y privada, Argentina podría invertir en 2015 el 0,94 % de su PBI en actividades de Investigación y Desarrollo y superar el 1,6 % en 2020.

Y continúa: En este escenario, el sector empresarial privado y el sector público estarían participando de este esfuerzo en proporciones similares demostrando que el sector productor de bienes y servicios adquiere un nuevo perfil productivo y competitivo, centrado en la agregación de valor, la generación de empleo de calidad y la incorporación de conocimiento a la producción (PAI2020: 14-15).

Se delinea de esta forma una política y una propuesta de “complementariedad” entre la inversión pública y empresarial, que consiste nada menos que en la privatización de la ciencia pública nacional:

¿cuáles son los fundamentos de la política científica del PAI2020?

Cristina y Margaret, unidas por una ciencia al servicio de la empresa Palabras de la expresidenta Cristina Fernández expresan claramente cuál es esta línea política, sin tapujos ni resquemores: una política mercantilista para la ciencia pública nacional, cuyos trabajadores deben estar al servicio de los intereses “económicos” privados: No se trata solamente de un mero interés científico: es un interés económico, para el cual se necesita vinculación. Es algo que deben comprender nuestras universidades, que tienen que implicarse en el proceso productivo, porque desde la ciencia y desde el conocimiento es como hoy vamos a poder crecer y multiplicar los recursos económicos. (P.A.I. 2020: 6)

A su vez, la mayor implicación del sector privado es interpretada por la ex-mandataria como un avance asimilable al “progreso” de los países más desarrollados, he aquí la innovación: Además de ser excelentes productores de materias primas tenemos que ponerle a toda esa materia prima mucha ciencia, mucha innovación, mucha tecnología, mucha articulación entre el sector privado y nuestras universidades, porque eso es lo que hacen todos los países desarrollados del mundo para agregar valor. (P.A.I. 2020: 6)

La innovación científica como sustento del sector privado no es una idea nueva, sino de profunda raigambre neoliberal. En 1985, Margaret Thatcher afirmaba en un discurso ante la Royal Society: ...es el propio interés de la industria perseguir la investigación necesaria para su propio negocio. (...) La industria puede también ayudar a nuestros académicos a encontrar aplicaciones comerciales cuando éstas surgen inesperadamente en el curso de la investigación básica (...) La industria está adquiriendo más mentalidad científica; los científicos, más mentalidad industrial. Ambos tienen responsabilidad en reconocer el valor práctico de las ideas.

A su vez, si las empresas incrementarán su dotación de recursos humanos vinculados a I+D en un 50 %, Argentina podría alcanzar en 2020 una tasa de 5 investigadores y becarios por cada 1.000 trabajadores. En definitiva, con un acompañamiento más decidido del sector privado, se adelantaría en varios años las cifras proyectadas para 2020. (PAI2020: 14-15)

Aquí entra en juego la concepción del PAI 2020 acerca de la utilidad de ciertas temáticas y líneas de investigación, con la contracara de la inutilidad de otros grandes grupos de temas y problemas científicos.

Queda claro el papel preponderante asignado al sector empresarial, de donde surge una nueva pregunta, quizás más importante aún:

En esta pregunta el PAI 2020 termina de develar toda su oscuridad, porque aquí aparece la perspectiva estratégica del Plan expresada

“¿Claro Lisa? O muy oscuro…” El carácter suicida de una política científica utilitarista

en los llamados: “Núcleos Socio Productivos Estratégicos (NSPE)”. Seis ejes que incluyen 34 sub-ejes integran este listado en el que figuran: Agroindustria, Energía, Salud, Industria, Desarrollo social y Ambiente y desarrollo sustentable, cuyos términos generales expresan una preponderancia del aspecto utilitario-tecnológico. Estos ejes temáticos se traducen en un gran predominio de producción científica ligada a algunos desarrollos de las Ciencias duras, las Ingenierías y la medicina, mientras grandes temáticas y perspectivas de las ciencias básicas quedan excluidas de estos NSPE por no encontrarse su “utilidad” inmediata. A su vez, las Ciencias sociales y Humanidades solo se incluirían en alguna medida en el ítem “Desarrollo social”, integrado por los subítems Economía social y desarrollo local para la innovación inclusiva, Hábitat y Tecnologías para la discapacidad. Esto significa que los conocimientos históricos, sociológicos, lingüísticos y literarios, antropológicos y psicológicos, entre otros, quedan totalmente degradados y ocluidos del PAI 2020, ya que, al parecer, no encajan con su “perspectiva estratégica”. Recientemente, el último llamado a concurso para ingresar a la Carrera de Investigador Científico también limitó enormemente la cantidad de cupos para los denominados “temas libres de investigación” –que consisten en las líneas temáticas que los grupos de investigación vienen desarrollando desde hace décadas en el sistema científico nacional, en vinculación con las universidades–, aumentando las vacantes para los denominados “temas estratégicos”, que guardan una relación directa con los NSPE propuesto en el PAI 2020. Ante las numerosas críticas que llegaron a incluir a muchos directores de unidades ejecutoras en donde se desarrolla el trabajo investigativo, una declaración de directores de CONICET sorprende por su respuesta.En esta carta dos integrantes del directorio refieren que los temas estratégicos que integran el PAI 2020 fueron decididos de forma “muy participativa”. Los y las trabajadores de CONICET sabemos que esa participación se limitó a una mesa chica, que luego presentó el PAI 2020 ya escrito y definido como parte de ciertas convocatorias. Por otra parte, estos miembros del directorio consideran absurda la idea de que “con nuestra decisión intentamos poner a los investigadores al servicio de empresas privadas”, aduciendo que “si los investigadores se abocan a cuestiones estratégicas correctamente definidas, estarán trabajando al servicio de los intereses del pueblo”. Interesante la operación discursiva que establece que “las cuestiones estratégicas correctamente definidas” son aquellas que deciden los directivos, funcionarios y empresarios, y no el pueblo mismo. Lo que no aparece ni en el documento ni en el debate es la discusión sobre instancias democráticas integradas por trabajadores


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y trabajadoras, pueblos originarios, comunidades afectadas por la megaminería, el extractivismo y los agrotóxicos, minorías sexuales, que permitan que el conjunto del pueblo decida las finalidades y la estrategia de la construcción de conocimiento científico. Por el contrario, en su todo coherente, queda clara la finalidad del PAI 2020 y sus temas estratégicos, que no es otra que orientar la producción científica pública a las necesidades económicas empresariales del sector privado. Al problema de la visión utilitarista de la ciencia (que hubiera desplazado al cajón de lo inútil a grandes descubrimientos científicos que, en su época, no tuvieron aplicación directa), se suma, entonces, el de la pregunta acerca de quién se beneficiaría de dicha aplicación. Al respecto el Plan de Acción, documento que determina la forma en que efectivamente se desenvuelve el PAI2020, es claro: Impulsar el agregado de valor a través del conocimiento científico y tecnológico a los sectores que presentan un prometedor futuro a nivel nacional como el agroalimentario, el automotriz, las energías no convencionales, el software, la exportación de servicios y la biotecnología. (Plan en acción, 2015: 100)

Detrás de la hipótesis del aumento presupuestario para el CONICET y del incremento en la cantidad de científicos por habitante se esconde un proyecto de privatización de la ciencia y la técnica, por el cual los y las investigadores son llamados a servir al sector privado-empresarial; un golpe neoliberal a la producción científica nacional y al conjunto de trabajadores que allí se desempeña. Agregar valor a la producción “tal como lo hacen los países más avanzados” termina siendo sinónimo de que el sector empresarial adquiera más plusvalía a costa del trabajador –científico–. Vemos entonces cómo el Plan no aspira a mejorar la situación de la ciencia nacional, sino a fortalecer la injerencia del capital privado en la actividad científica a los fines de aumentar la competitividad del empresariado nacional en el mercado. Una lógica mercantilista que no incide ni en los trabajadores de la ciencia ni en las masas en algo más que “innovadoras” formas de opresión y explotación. El acompañamiento “más decidido” del sector privado se traduce en la privatización y la utilización de los avances científicos con fines empresariales en términos de incrementar su tasa de ganancia.Como uno de los ejemplos de ello, podemos citar a la supercomputadora TuPAC, clúster computacional que, ...entre sus funciones, TuPAC podrá simular procesos de fractura hidráulica para la industria petrolera, la técnica a utilizar por YPF en la explotación hidrocarburífera de Vaca Muerta. (Plan en Acción, 2015: 73)

Esta técnica, más conocida como Fracking, es conocida por sus efectos contaminantes y nocivos para la salud. De acuerdo al Plan de acción del PAI 2020: La instalación de TuPAC demandó una inversión de 1.212.486 dólares estadounidenses y $2.745.785, aportados por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica y el CONICET en el marco del Proyecto Ondas que administra el Fondo Argentino Sectorial (FONARSEC) de la Agencia. Esta iniciativa, presentada en la convocatoria Fondo Sectorial Tecnologías de la Información y la Comunicación 2010, resultó beneficiaria de un subsidio total de $17.315.382. (Plan en Acción, 2015: 73)

Este es solo un ejemplo de los 120 proyectos y los $1.238.137.126 incluidos en la aplicación del PAI 2020 hasta el año 2015, cuyos mayores montos asignados corresponden a los NSPE Energía y Agroindustria. Como conclusión provisoria y sintetizando lo que venimos analizando más arriba, pareciera que toda la elaboración del Plan se basó en una sola pregunta: ¿Qué aportes científicos necesitan los empresarios para ganar más dinero? En este punto, han sido los propios funcionarios kirchneristas, férreos defensores del “rol del Estado y la inclusión”, los que plantearon el carácter “audaz” y “moderno” de este involucramiento empresarial/privado en la producción científica pública, con la pérdida de independencia que conlleva en cuanto a temáticas, ideologías y posibilidades de investigación. Es aquí donde podemos advertir que, tanto el “Capitalismo bueno” como el “muy malo” apuntan hacia el mismo lugar. Eso explica, en buena medida, la continuidad del Ministro Barañao. No se trata de un repentino cambio de ideas, ni mucho menos de una conversión. Se trata de una continuidad en la política estratégica entre el kirchnerismo y el macrismo. La diferencia, sustancial para la vida de muchos investigadores, es que el kirchnerismo planificó e implementó esa política en época de vacas gordas y al macrismo le toca hacerlo en épocas de vacas flacas.

Las Ciencias Sociales y Humanas ¿antiestratégicas para qué? Antes de finalizar este análisis, creemos importante detenernos aunque sea un momento en el desplazamiento de las Ciencias sociales y Humanidades, política que recientemente volvió a imponerse en la propuesta para la nueva convocatoria a ingresos a la carrera de investigador. Nos preguntamos entonces ¿Por qué no serían útiles o estratégicos estos grandes campos de conocimiento? Es sabido que desde algunas perspectivas teóricas que integran las ciencias sociales y humanas, se cuestiona explícita e implícitamente al sistema capitalista, criticando la

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miseria, los padecimientos y los males que conlleva tanto a nivel humano como ambiental. Muchas vecesesta crítica también implica una propuesta de lucha contra el capitalismo y contra toda opresión. Pero… ¿Es este el motivo para el recorte presupuestario y de puestos de trabajo en ciencias Sociales y Humanas? Creemos que no. En estos campos disciplinares también abundan perspectivas adaptacionistas, mercantilistas y serviles al sistema, las cuales han sido utilizadas por las clases dominantes para su desarrollo y crecimiento. Asimismo, también se ejercen numerosas críticas al capitalismo desde los demás campos disciplinares. Nos inclinamos a suponer, entonces, que ante la política de ajuste del gasto público generalizada, las Ciencias sociales y humanas son las menos “útiles” e importantes para obtener rápidos beneficios lucrativos, las que menos aportan al objetivo primordial de este Plan en la medida en que su centro reside en la transferencia del conocimiento a las ganancias empresariales. El Plan Argentina Innovadora 2020 no hace más que reproducir ese paradigma, y esa práctica.

Referencias bibliográficas • Argentina innovadora 2020. Plan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación. Lineamientos estratégicos 2012-2015. Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva - Secretaría de Planeamiento y Políticas en Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (http://www.mincyt.gob.ar/adjuntos/archivos/000/022/0000022576.pdf). • Plan en acción. Argentina Innovadora 2020. Plan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva - Secretaría de Planeamiento y Políticas en Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Año 2015 (http://www.mincyt.gob.ar/informes/plan-en-accion-argentina-innovadora-2020-11634). 1. Titulado: “Una vida difícil y después la muerte”. 2. Centro Interdisciplinario de Estudios en Ciencia, Tecnología e Innovación.


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Una discusión con Jorge Altamira

Economicismo o hegemonía proletaria Lo que desde el PTS hemos llamado “neo-reformismo” es fuente de controversias en la izquierda revolucionaria. Formaciones como Syriza en Grecia o Podemos en el Estado español, con sus diferencias, han suscitado debates y lo siguen haciendo.

Manolo Romano Redacción La Izquierda Diario.

Entre los debates más productivos estuvo el de nuestras diferencias con respecto a la “defensa del gobierno de izquierda”, que impulsó Syriza y que profesó el Partido Obrero en las elecciones griegas de 2012. Ahora, años más tarde, su principal referente Jorge Altamira reabrió el debate con un artículo publicado en su página de Facebook el 11/02/2017 que tituló “Populismo radical” para criticar al PTS, a quien llega a calificar como “un Podemos en pañales”. A lo que nosotros denominamos desde hace años “fenómenos neo-reformistas”, Altamira los engloba ahora como “populismo radical” (o “de izquierda”). Podría ser una simple diferencia de uso de categorías, convencional, si no fuera que incluye en esa misma bolsa también al PTS –con quien el Partido Obrero mantiene una alianza en el Frente de Izquierda y los Trabajadores–1.

En todo caso, el objetivo de la polémica de Jorge Altamira más que clarificar tardíamente su posición ante los nuevos reformismos de alcance internacional, es otro de los intentos recurrentes de demostrar un enigma nacional: el supuesto “seguidismo del PTS al kirchnerismo”. Así lo reconoce de inicio en su propio texto: Para quienes hayan interpretado el seguidismo del PTS al kirchnerismo, en los primeros meses de la gestión macrista, como una maniobra circunstancial que se presentaba bajo el paraguas todo-terreno de la “resistencia a la ofensiva neoliberal”, dos artículos recientes publicados en su prensa muestran todo lo contrario –que responden a una estrategia política general.

Llama la atención la insistencia de Altamira en este punto luego de la clara delimitación

común respecto del kirchnerismo en la declaración de convocatoria al gran acto realizado por el FIT en Atlanta�. En busca de pruebas de nuestro “seguidismo al kirchnerismo”, como parece que no encontró nada en La Izquierda Diario, navega al Estado español y allí se topa con un artículo en IzquierdaDiario.es sobre la “Clase trabajadora, izquierda y populismo de derecha”, de Josefina Martínez y Diego Lotito2. Cualquiera que se tome el trabajo de leerlo verá que es una aproximación analítica a días de las elecciones norteamericanas; escrita, como otras decenas de debates de los mismos autores con Podemos, en abierta lucha política contra la izquierda estadounidense y europea que olvida la cuestión de la clase obrera en el triunfo electoral de Trump. Una discusión capital, justamente, debido a que Podemos sí


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tiene un posición típicamente “populista radical” que niega la centralidad de la lucha de la clase obrera y su liderazgo sobre el conjunto de los oprimidos en la sociedad capitalista. Si Altamira pensaba encontrar nuestro “seguidismo al kirchnerismo” en un análogo seguidismo a Podemos, erró el camino.

¿Economicismo o hegemonía proletaria? La crítica que nos realiza Altamira expone, en nuestra opinión, una visión economicista y simplista de la lucha de clases, como si esta se expresara meramente como una lucha de obreros contra patrones. Nos dice: La divisoria que establece el PTS contrapone horizontalmente al proletariado norteamericano en identidades y reivindicaciones nacionales o de género, privándolo de la cohesión necesaria para poder luchar por el poder político. La explotación capitalista es un hecho objetivo que desarrolla el antagonismo de clases, con independencia de la imagen que se tracen del capitalismo las distintas clases sociales. Imaginemos por un momento a qué conclusiones políticas hubieran llegado Lenin y Trotsky si hubieran procedido de un modo similar con el proletariado ruso cruzado por numerosas nacionalidades y confesiones religiosas. En oposición al parcelamiento de clase hicieron lo contrario: defendieron la unidad política de la clase obrera contra cualquier preferencia nacional o racial; es así que le negó a la tendencia socialista judía, el Bund, el derecho a una existencia autónoma dentro de la socialdemocracia rusa. Todo lo contrario de una federación de nacionalidades, la socialdemocracia rusa (¡que defendía el principio de la autodeterminación nacional!) era un partido obrero único en todo el territorio del Imperio. En Rusia, una vanguardia obrera y un proletariado homogéneos, reunieron ese inmenso espacio atomizado y sus reivindicaciones bajo la consigna unificadora del poder a los soviets y la dictadura del proletariado.

Pensar que se puede lograr la unidad de la clase obrera sin partir de una política para superar la fragmentación reproducida diariamente por los explotadores (permanentes y

contratados, nativos e inmigrantes, formales e informales, etc.) es una quimera. Y ni hablar del problema crucial de que el proletariado hegemonice al conjunto de los sectores oprimidos, algo que no puede hacerse sin sostener sus demandas y dirigirlas contra el dominio capitalista y la lucha por el poder de los trabajadores. No se puede obviar la profunda fragmentación de la clase obrera norteamericana. Muchos la llaman “la tercera gran transformación demográfica”. Luego de afroamericanos y mujeres, ha incorporado a la industria y los servicios a millones de trabajadores inmigrantes. Los pronósticos para 2032 son que los trabajadores ocupados ya no serán “blancos no hispanos”, que hoy son además los “mejor pagos”. Las mujeres blancas ganan en promedio un 15 % menos, los afroamericanos un 25 % menos y los inmigrantes latinos un 30 % menos. En las elecciones la división se expresó en la votación por dos variantes imperialistas, la de Hillary Clinton (que aunque consiguió el voto mayoritario de los trabajadores afroamericanos, latinos y mujeres lo hizo en menor porporción que Obama en los dos primeros casos) y la triunfadora de Donald Trump (que recogió más votos de los habituales para los republicanos entre los trabajadores industriales, en particular en los estados del llamado “rust belt” que sufrieron la desindustrialización). La unidad de las filas obreras no se producirá mecánicamente debido a los recortes sobre las condiciones de vida, porque “el proceso de explotación como hecho objetivo”, que señala Altamira, no afecta a todos por igual. Aunque un gran componente del voto de sectores de la clase obrera blanca norteamericana a Trump haya sido el descontento económico con el establishment, sería un error desconocer que millones de obreros votaron a un candidato que responsabiliza a los inmigrantes y los trabajadores de otros países de su situación. Hasta dónde han calado esos prejuicios es algo que veremos en la próxima etapa. Dependerá no solamente de las condiciones económicas sino de que los sectores avanzados de la clase trabajadora levanten un programa de unificación de las filas obreras sobre la base del reconocimiento de las

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desigualdades y de las reivindicaciones de los más oprimidos y perjudicados, los inmigrantes, los negros y las mujeres –no extraña asi que, en otro debate con nuestro partido, Altamira haya reducido el problema de la opresión de las mujeres a los mecanismos de la explotación capitalista–. En especial, sorprende la “audacia” del compañero Altamira para diluir la cuestión racial en EE. UU. (nada menos), en nombre de “la unidad de clase” y “la dictadura del proletariado”. Imaginemos si Trotsky hubiera procedido de un modo similar. Claro está que Altamira no desconoce que la cuestión de la autodeterminación de los afroamericanos en EE. UU. ocupó un lugar preponderante dentro de sus elaboraciones. Consideró la posibilidad de defender el derecho a una República Negra (separación) en territorio norteamericano, si el movimiento negro así lo decidía. No es comparable al ejemplo citado por Altamira, esta vez con la autoridad de Lenin, sobre que la socialdemocracia rusa no permitió al Bund judío su independencia organizativa dentro del partido. Altamira confunde el partido con una necesidad de masas por la disputa del poder estatal. No se trata de nuestros camaradas negros – sostuvo Trotsky–. Se trata de 13 o 14 millones de negros (...) Nuestros camaradas negros pueden decir: la IV Internacional dice que si queremos ser independientes, ella nos ayudará de todas las maneras posibles, pero está en nosotros elegir. Mientras tanto, yo, en tanto negro miembro de la IV Internacional, pienso que debemos permanecer en el mismo estado que los blancos3.

Trotsky no oponía, abstractamente, “la unidad de clase” al sueño de autodeterminación de millones de afroamericanos. Tampoco hablaba de una “unidad de clase” basada en los prejuicios racistas de la clase obrera blanca. Sabía, como Lenin debatió con Rosa Luxemburgo sobre la cuestión polaca, que “no puede ser libre un pueblo que oprime a otros pueblos” y que, incluso, para unirse luego más sólidamente, primero hay que contar con el derecho a separarse. Trotsky consideraba que era una obligación del proletariado blanco »


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defender el derecho a la autodeterminación de los afroamericanos. No bastaba con sostener “la dictadura del proletariado” como fórmula curalotodo. El objetivo de las demandas democráticas transicionales (o “democrático radicales” como se denominaron en Un programa de acción para Francia en los años ‘30) son un puente para atraer a la estrategia de la dictadura del proletariado a todos los oprimidos, en base a la experiencia política por intereses comunes y mostrando un partido de “tribunos del pueblo”. Así también se condujeron los bolcheviques cuando acaudillaron a los campesinos y sostuvieron los derechos de las naciones oprimidas bajo el Imperio zarista, algo fundamental para la victoria y el sostenimiento del poder de los soviets. Ver una “clase homogénea” en Rusia 100 años atrás, solo podría ocurrir en los films posteriores del realismo socialista. No hay que olvidar que fueron los soviets, extraordinarios organismos de masas y de poder de la dictadura del proletariado (ya que PO tiende a hablar en términos de una relación sin mediaciones entre “masa y partido”), los que pudieron encauzar detrás de su autoridad a todo el heterogéneo campo de la clase obrera con sus variadas tendencias, sus aliados del campesinado pobre, el soldado, la mujer y las diversas nacionalidades.

“Gobierno de izquierda” o gobierno de los trabajadores Lo que más llama la atención de Altamira es que diga que utilizamos la perspectiva de lucha “anticapitalista” en un sentido democratizante. Ha sido nuestro partido quien viene bregando porque el programa del FIT señale con claridad la consigna “por un gobierno de los trabajadores”; dejando de lado cualquier ambigüedad respecto de ser interpretada en un sentido democrático-burgués y que puede llegarse a este objetivo por vía electoral. Por ello en la declaración de convocatoria al acto de Atlanta propusimos –y fue aceptado– que se diga que el FIT “lucha por un gobierno de los trabajadores de ruptura con el capitalismo, entendiendo esta consigna en sentido antiburgués y anticapitalista”. Un avance respecto a programas y declaraciones anteriores. Por esto la discusión, y en esto tiene razón Altamira, abarca una teoría política más general. El PTS fue pionero, entre las corrientes del

trotskismo internacional, en entablar debates con los fenómenos neo-reformistas, contra sus programas, sus alianzas y sus estrategias. El Partido Obrero no fue exactamente en el mismo sentido. Ante las elecciones del 2012 en Grecia, Jorge Altamira supo decir:

de partidos y aparatos electorales. Como sabemos, luego Syriza al frente de la administración del Estado capitalista al que llegó por elecciones, se transformó en un instrumento de los ajustes de la Troika en Grecia.

Mientras Salvador Allende (en Chile) proponía formar un gobierno popular con el Partido Radical de la burguesía chilena, Syriza proponía formar un gobierno de izquierda con el Partido Comunista de Grecia. Es una diferencia de matiz, por supuesto, porque Syriza no es muy diferente a Allende, pero, entre un Allende que mira hacia la derecha y un Allende que mira hacia la izquierda, un revolucionario toma seriamente en cuenta esa distinción4.

Nuevamente, en 2013, cuando se debatía el rumbo del Frente de Izquierda después de obtener diputados, Altamira definió que debía orientarse hacia “un nuevo movimiento popular, esta vez bajo las banderas del socialismo”, sin referencias de clase ni de las vías hacia el poder, siendo que estaba de moda la fórmula de “gobierno de izquierda”. Inclusive todavía en 2015, el compañero Altamira era proclive en Argentina a una especie de Syriza a la criolla, más picante, como proyecto para el Frente de Izquierda. El botón de muestra fueron los intentos de acuerdos unilaterales para abrirle las puertas del FIT, sin debate alguno, al “Populismo Radical” del jujeño Carlos “Perro” Santillán, hoy defendiendo la prisión a Milagro Sala que le impusieron los radicales sin comillas de la UCR. Al no batallar por la hegemonía proletaria, el economicismo de Altamira termina, antes o después, en la adaptación a los “populismos radicales” realmente existentes.

Esa distinción llevó al Partido Obrero al voto a Tsipras. Pero lo más importante, más que la cuestión táctica del voto, fue su defensa de la consigna de poder del populismo radical: el gobierno de izquierda. “Más que nunca defendemos la consigna de un gobierno de toda la izquierda , contra la alternativa de la derecha”, fue la posición del Partido Obrero. A renglón seguido, al poder planteado por Syriza le exigieron que “rompa con el imperialismo, o sea con la Unión Europea, y tome medidas anticapitalistas e impulse un gobierno de trabajadores” (Prensa Obrera 1224). El razonamiento de nuestros compañeros de PO era que ante el ascenso electoral de la izquierda en Grecia y el derrumbe de los partidos patronales, la política revolucionaria es sencillamente “conducir ese viraje hacia la toma del poder”. Como debatimos en su momento5, una diferencia sustancial entre un “gobierno de izquierda” y un gobierno de trabajadores, es que este último cuenta con algún tipo de organismos de las masas en lucha que puedan crear un doble poder. Al no existir en Grecia esos órganos de poder obrero y popular, las exigencias a un “gobierno de izquierda” para que se transforme en un “gobierno de trabajadores”, es, en el mejor de los casos, una apelación a la buena voluntad de la dirección reformista de Syriza. Es decir, alimentar esperanzas en el “populismo radical” que ni siquiera está basado en sindicatos y organizaciones de masas, sino en una coalición

Atenas y Buenos Aires

1. El atenuante es que la argumentación central no es de su producción. Es copia de un artículo, al que no cita, contra nuestra corriente internacional publicado tres días antes en el estadounidense World Socialist Web Site, del International Committee of the Fourth International (ICFI) que dirige David North. El artículo se titula “’Leftpopulism’: An attack on socialism by the Argentine pseudo-left” (“Populismo izquierdista”: Un ataque al socialismo de la pseudo-izquierda Argentina), 8/02/17, disponible en www.wsws.org). El WSWS es conocido en la izquierda mundial como un sitio sin la menor rigurosidad tanto en las informaciones que brinda como en las polémicas que realiza. Al no citar la fuente, tal vez sin quererlo Altamira esté haciendo un favor a mucha gente aunque no con el método adecuado. 2. La Izquierda Diario, 2/12/16. 3. León Trotsky, “Autodeterminación para los negros americanos”, Oeuvres, T. XXI, 4/04/1939. 4. Informe de apertura de Altamira al Congreso del PO de 2012. 5. Ver Claudia Cinatti: “Los revolucionarios y el ‘gobierno de izquierda’”, La Verdad Obrera, 7/06/12.


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¿qué hacer contra el macrismo? PERONISMO o IZQUIERDA

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Ilustración: Anahí Rivera

Una repentina nota que Jorge Alemán publicó en Página/12 polemizando con el FIT, dio lugar a un artículo de Eduardo Grüner, publicado en Topía. Una nueva intervención de Horacio González en La Tecl@ Eñe sirvió para respaldar los argumentos principales de Alemán. El debate se plantea sobre las alternativas políticas al neoliberalismo en el marco de una histórica controversia: la cuestión de las relaciones entre peronismo, clase obrera e izquierda en la Argentina. IdZ decidió publicar en sus páginas el intercambio, sumando una posterior intervención de Fernando Rosso y Juan Dal Maso publicada en La Izquierda Dario. De este modo nos proponemos acercar a los lectores el estado actual del debate, que seguramente continuará con nuevas contribuciones.


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El momento político del ¿Qué hacer? JORGE ALEMÁN Psicoanalista y escritor. El artículo fue publicado originalmente en Página/12, 12/01/17. Escuchando hablar a los portavoces del Frente de Izquierda, todo lo que describen del momento político argentino actual se presenta como “objetivamente” cierto. Pero de inmediato estas mismas certezas pertenecen a un orden de generalidad del tipo “el capital se sostiene de la extracción de plusvalía de la fuerza de trabajo bajo su condición de mercancía”, etc. Son expresiones irrefutables para aquellos que reconocemos en Marx el que desentrañó la ley que rige a la sociedad moderna. Y que podemos resumir así: todo lo que “es” en el mundo contemporáneo se presenta bajo el modo de la “mercancía”. La mercancía, tal como el genio de Marx fue capaz de desentrañar no es un objeto material, es una estructura portadora de un jeroglífico social que vehiculiza el modo en que las relaciones sociales de producción se ocultan y desenvuelven. Es lo que clásicamente nombró Marx como “fetichismo de la mercancía”. Pero éste es un hecho de estructura que no permite una derivación política inmediata. El momento político del ¿qué hacer? Es inevitable. Y siempre, de algún modo vivimos bajo el duelo de esa pregunta. El Frente de Izquierda no parece reconocer ese duelo, cuestión crucial, especialmente cuando el

neoliberalismo ha logrado superar la “alienación” y ya produce subjetividades a su medida. El Frente de Izquierda elude esta cuestión situándose como representando directamente a los explotados y eludiendo cualquier lectura política de lo que implica la estructura actual del poder neoliberal contemporáneo. Cuando homologa el kirchnerismo, Massa, Macri, como representantes de los mismos intereses del capital y la burguesía. El corolario inmediato de esta posición es que ellos representan directamente a los trabajadores, sin mediación política alguna en la “evidente” lucha de clases. Pero la lucha de clases no existe de un modo natural y endógeno en el interior del Capital. Hay que construirla políticamente sobre los antagonismos instituyentes que siempre son contingentes y no se dan necesariamente de forma mecánica. Tal vez sería interesante que los militantes de dicha organización se dieran una vuelta por Gramsci y Laclau, eso les permitiría pensar de otro modo la construcción de una “clase hegemónica”, construcción que no emana directamente de las “relaciones sociales de producción” y que exige la articulación de una voluntad popular, que excede el marco de la relación capital-trabajo y que incluye

exclusiones, segregaciones, inmigrantes, desempleados estructurales de tipos diversos. Y que además puedan reconocerse en sus distintos legados, herencias y linajes simbólicos. Al no admitir esta cuestión central y volver todo equivalente se constituyen en la izquierda clásica que denuncia todo sin volverse nunca una amenaza real para el sistema. Por ello, sería importante que pudieran reconocer aquellos aspectos del kirchnerismo que fueron antagónicos y se plantearan una alianza crítica con el mismo. ¿Es posible que un militante que se autodefine de izquierda pueda desconocer la política de la memoria llevada adelante en los años kirchneristas, política que no encuentra ningún caso similar en el mundo? Para ello deberían revisar su marxismo esencialista y testimonial para ingresar al arduo problema de cómo se construye una mayoría popular capaz de gobernar en un sentido contrahegemónico al poder neoliberal. Así como Sartre llegó a proclamar que el marxismo era la “filosofía irrebasable de nuestro tiempo”, el marxismo de nuestra época, tiene su punto de partida, el principio del problema y no su solución, en el populismo de izquierda. Único modo de indagar la lógica emancipatoria aún por venir.

Una modesta polémica con Jorge Alemán (extractos)

Hablando de frente EDUARDO GRÜNER Consejo editorial. Publicado originalmente en Topía, Un sitio de psicoanálisis, sociedad y cultura, www.topia.com.ar, donde se puede leer completo (así como en la web de IdZ).

Conozco un poco a Jorge Alemán, y le tengo genuino aprecio personal. Además, hace ya varios años, cuando él era agregado cultural de la embajada argentina en España, tuvo la gran gentileza de invitarme, junto a otros intelectuales (Horacio González, Germán García y los recordados Nicolás Casullo y Josefina Ludmer), a una discusión con filósofos españoles en Madrid. Fue una experiencia bien interesante, por la cual le estaré

siempre agradecido. Me resulta importante empezar por aclarar lo anterior, porque me propongo debatir con cierta firmeza con su artículo publicado hace no mucho en Página/12 (“El momento político del ¿Qué hacer?”). Estoy seguro de que comprenderá que se trata de una discusión política, siempre bienvenida y necesaria entre quienes grosso modo estamos del mismo lado, y mucho más necesaria en estos momentos

catastróficos que vive nuestro país y el mundo en general. Alemán, en su artículo de marras, interpela explícitamente al Frente de Izquierda. De ninguna manera estoy autorizado a responderle en nombre de ese agrupamiento. Lo hago en mi propio nombre, como hombre –o individuo, si se quiere decirlo así– de izquierda que, sin pertenencia orgánica a ningún partido, ha apoyado al FIT y lo seguirá haciendo (sin


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escatimar las críticas que considere pertinentes, va de suyo) mientras sea, como es hoy, la única voz radicalmente anticapitalista que se escucha en el mayoritariamente mediocre discurso político de la Argentina actual. Alemán, con –no puedo dejar de decirlo– sorprendente arrogancia, nos indica a los “izquierdistas”, en pocos renglones, lo que debemos leer, pensar y hacer para interpretar y transformar el mundo. Empieza por admitir, eso sí, que “Escuchando hablar a los portavoces del Frente de Izquierda, todo lo que describen del momento político argentino actual se presenta como ‘objetivamente’ cierto” (las comillas en “objetivamente” son de Alemán: ¿querrá decir quizá que es una falsa “objetividad”? ¿Pero entonces para qué tomarse el trabajo de decir que es “cierta”?). Por supuesto, a continuación viene el cachetazo: “Pero de inmediato estas mismas certezas pertenecen a un orden de generalidad del tipo ‘el capital se sostiene de la extracción de plusvalía de la fuerza de trabajo bajo su condición de mercancía’, etc. Son expresiones irrefutables para aquellos que reconocemos en Marx el que desentrañó la ley que rige a la sociedad moderna” (…) “Pero éste es un hecho de estructura que no permite una derivación política inmediata”. ¿En serio que no, estimado Alemán? Si lo que usted quiere decir es que hay una compleja trama de mediaciones entre ese “hecho de estructura” y las acciones políticas concretas que buscan articular las estructuras con las situaciones concretas (a las que Alemán llama “contingentes”, con vocabulario característicamente post), nada que objetar. Pero eso no es lo mismo que decir que del “hecho de estructura” no se produce ninguna derivación política (inmediata o muy mediata que sea). Sí se produce, compañero Jorge: la derivación que se produce es nada menos que la estrategia de estar en contra del capitalismo –del capitalismo como tal, no del capitalismo “en broma” al que se le opone un capitalismo “serio”, como proponía una ex presidente–, y entonces orientar nuestras tácticas y prácticas y nuestras formas organizativas, con todas las adaptaciones necesarias a las benditas “contingencias”, en función de ese objetivo estratégico. Personalmente, como “marxista” –si me atreviera a llamarme así: es una calificación muy seria, por eso ahora yo uso las comillas– me considero muy heterodoxo, a lo mejor demasiado para el paladar de muchos otros marxistas. Soy de los que piensan, por ejemplo, que de ninguna manera basta con el marxismo (o con el psicoanálisis, para el caso) para entender el mundo –aunque sin él el mundo se vuelve totalmente ininteligible–, e incluso que siempre habrá vastas porciones del mundo que permanecerán incomprensibles. Más concreta y cercanamente, soy de los que piensan, por ejemplo, que la Resistencia Peronista fue uno de los puntos más altos de la lucha de clases en la Argentina del último siglo (junto con el Cordobazo), aunque

a la larga haya sido desviada hacia objetivos de bonapartismo burgués. Pero una “ortodoxia” a la que no puedo renunciar es el anticapitalismo. Desde ya, no es obligatorio ser de izquierda, pero el que quiera serlo –y sobre todo si empezó por admitir la verdad de los “hechos estructurales” que develó un Marx, para más suscribiendo la célebre frase de Sartre sobre la “filosofía irrebasable” de nuestro tiempo– tiene que admitir que ese objetivo, se logre o no en el mediano plazo o alguna vez (la adscripción a la izquierda no es una mera cuestión de eficacia pragmática ni de optimismo ingenuo), es irrenunciable. No es precisamente lo que estuvieron haciendo los eternamente renunciantes populismos (él los llama “de izquierda”, con considerable laxitud) que para Alemán constituyen el “único modo de indagar la lógica emancipatoria aún por venir” (sí, dice único: rara defensa del “rasgo unario” para un lacaniano, y raro dogmatismo para quien acusa de dogmática a la izquierda). Pero, ¿a quiénes se refiere? ¿A Syriza, a Podemos, al kirchnerismo? ¿En serio, Alemán? Sí, parece decirlo en serio, e incluso como psicoanalista. Porque a continuación leemos, no sin azoro, que “El momento político del ¿qué hacer? es inevitable. Y siempre, de algún modo vivimos bajo el duelo de esa pregunta”. ¿El duelo? Aparte de que no se ve bien a qué viene el tecnicismo divanesco, cabe preguntarse quién se nos murió, o qué objeto de deseo perdimos irrecuperablemente que nos haya sumido en su melancólica sombra. En todo caso, lo que sigue es apabullante (“apantallante”, solía decir mi abuela, para indicar estado de sofoco): “El Frente de Izquierda no parece reconocer ese duelo, cuestión crucial, especialmente cuando el neoliberalismo ha logrado superar la ‘alienación’ y ya produce subjetividades a su medida” (otra vez, las comillas en “alienación” son de Alemán). Juro que he leído este párrafo una y otra vez, y no logro que entre en mi dura cabezota. Tal vez haya un problema de redacción, pero, vamos a ver: producir “subjetividades a su medida”, lejos de ser una “superación”, ¿no es el colmo de la alienación (sin comillas)? ¿O se trata de alguna forma inédita de la hegeliana Aufhebung? Eso, para no mencionar que lo de producir “subjetividades a su medida” está lejos de ser una novedad –aunque, admitidamente, en el capitalismo tardío ha alcanzado profundidades abismales, como ya lo habían teorizado Adorno y Horkheimer en la década de 1940–: ese es el gran descubrimiento del fetichismo de la mercancía de Marx que Alemán había empezado por reivindicar. Y es de 1867. Y es válido para todo el capitalismo, no solamente para el “neoliberalismo”. Esto es importante aclararlo porque en ese modo de enunciación me parece redescubrir el viejo truco (bah, no tan viejo: tendrá una docena de años) de aislar al “neoliberalismo” del resto del capitalismo, generando formatos “buenos” y “malos” del Capital.

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Con lo cual –me precipito sobre otra acusación, ciertamente nada original, que nos hace Alemán a los “izquierdistas”– no estoy diciendo que todos los formatos capitalistas sean iguales, ni que lo sean todas las formaciones o partidos políticos que responden a esos diferentes formatos. ¿El Welfare State de Roosevelt no era lo mismo que el totalitarismo nazi? Chocolate por la noticia. Mal podría la izquierda tener ninguna estrategia política si pensara eso. Pero tampoco podría tenerla si pensara que uno es capitalista y el otro no. Mutatis mutandis, por supuesto que la izquierda no “homologa el kirchnerismo, Massa, Macri, como representantes de los mismos intereses del capital y la burguesía”, como quiere creer Alemán (que ha escuchado –mal– a los “voceros” –fea palabreja burguesa– del Frente de Izquierda, pero evidentemente no ha creído que valiera la pena perder tiempo en leer sus copiosos materiales teórico-políticos, lo cual lo lleva, pese a su probada inteligencia, a repetir los prejuicios y lugares comunes del manual K contra la izquierda): se trata de diferentes formaciones políticas que responden a diferentes fracciones del Capital, y no da lo mismo que gobiernen unos que otros. Lo cual no significa que se pueda naturalizar el manifiesto absurdo de demandarle a la izquierda que apoye, o que vote, a una de esas fracciones contra la que sería presumiblemente peor. Es decir, que renuncie a tener una política propia consistente con el objetivo estratégico de pelear contra todas las fracciones del Capital, sin mella de reconocer sus diferencias y adecuar a ellas las debidas “contingencias” (dicho sea de paso, Alemán hubiera tenido un argumento más sólido –no digo que del todo correcto– si nos hubiera pedido que distinguiéramos entre las bases sociales de esos partidos: pero ya se sabe, la lógica populista suele ir de arriba hacia abajo, empezando por los aparatos antes de llegar a las masas). Porque, a propósito de tales distinciones, Alemán sí nos pide –no muy cortésmente, a decir verdad– que reconozcamos “la política de la memoria llevada adelante en los años kirchneristas, política que no encuentra ningún caso similar en el mundo”. Pero sí, Alemán, lo reconozco, créame. Aunque no me privo de decir que, ya que se hizo ese gesto inédito, se podía haber llevado más a fondo, para incluir no solo a todos los directamente represores sino a tantos empresarios, ex funcionarios civiles o dignatarios eclesiásticos cómplices que caminan tranquilamente por la calle. Pero, bueno, se me dirá que no se puede todo, que siempre faltará algo. Pongamos. Pero entonces no mencionemos solo lo que faltó y hablemos de lo que hubo. Porque Alemán solo menciona la “política de la memoria” (curiosamente, no cita ninguna otra virtud, que debe existir, de “los años kirchneristas”), pero omite otras “contingencias” que permitan balancear más equitativamente los dichos años: digamos, los negocios »


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con Monsanto, Chevron o la envenenadora Barrick Gold; o la subordinación a los fondos buitres; o la salvaje represión a los qom y muchos otros episodios similares, o el Proyecto “X” y la Ley Antiterrorista (una “liviana herencia” que el actual gobierno, más brutalmente represivo, ya sabrá aprovechar). O Berni, Milani, etcétera. O la lógica política – que lo es también de clase, disculpando otra vez la “ortodoxia”– que remató en las candidaturas del FPV que, en no menor medida, condujeron al impasse catastrófico que le dio el triunfo al macrismo. O, acercándonos más a la actualidad, el hecho flagrante (¿será también él “estructural”?) de que una buena parte de los representantes parlamentarios del FPV, junto a los del PJ, los del FR y la inefable burocracia sindical, son (“objetivamente”) los garantes de la “gobernabilidad” de la derecha macrista. Diferencias, pues, claro que las hay. Hasta que llega el momento de levantar todos juntos la manito en defensa de los intereses de la clase dominante en su heteróclito conjunto. ¿Es con todo eso que Alemán nos demanda que hagamos alianza (es cierto que tiene la delicadeza de añadir: “crítica”)? Lo siento, pero no se puede. Sería renunciar a demasiados principios, hetero u ortodoxos. Al menos de la manera en que el autor parece sugerirlo (si bien sin explicitar las consecuencias de esa sugerencia, consistentes en que la izquierda debería subordinarse al kirchnerismo, lo cual es francamente desopilante). Otra cosa sería hablar de alianzas de hecho y por abajo, en el movimiento de masas, en torno a luchas concretas (“contingentes”, si se quiere) que signifiquen “objetivamente” un avance de ese movimiento, o por lo menos una defensa

efectiva contra el avance de la derecha. Nuevamente: chocolate por la noticia. Eso siempre se ha hecho –en las fábricas, los barrios, las universidades, lo que sea– sin pedir credenciales ideológico-partidarias a nadie; y es desconocer (que no es lo mismo que “ignorar”, como bien saben los psicoanalistas) la trayectoria de la izquierda decir lo contrario. Si es esto lo que Alemán quiere decirnos con lo de “reconocerse en sus distintos legados, herencias y linajes simbólicos”, que se despreocupe: está hecho. […] Comoquiera que sea, lo a largo plazo más preocupante del texto de Alemán es que sintomatiza inmejorablemente lo que en alguna parte me atreví a bautizar como repetición novedosa. Los psicoanalistas saben mucho más que yo de esto; pero mi fuente no es tanto Freud o Lacan, sino Sören Kierkegaard, quien a mediados del siglo XIX explicó que una auténtica repetición es aquella que precisamente se le aparece al sujeto como una novedad. La historia política argentina es un repertorio inagotable de semejante síndrome. Cada vez que se agota la paciencia ante un gobierno de derecha, se nos pide apostar a alguna forma de “centrismo” más o menos socialdemócrata, progresista, nacional-popular o lo que fuere. Eso fue Frondizi, hasta los contratos petroleros. Eso fue a su modo Illia, deslegitimado por la proscripción del peronismo. Eso fue el camporismo, hasta que el General llegó y “mandó parar”. Eso fue el alfonsinismo, hasta que perdió su santidad en Semana Santa. Eso fue el Frepaso, hasta que el Chacho se fue a su casa sin dar pelea. Y eso fue, claro, el kirchnerismo, hasta que lo frenó el “viento de frente”. Es decir:

cada vez una frustración y una vuelta a empezar, siempre cercados por los límites de (perdón) clase, con “modelos” que en el mejor de los casos se detienen ante ¿adivinen qué? Las benditas relaciones de producción dominantes. ¿Por qué, con qué nuevos-repetidos argumentos habría que imaginar algo diferente para el presunto Frente Ciudadano o algo similar, si es que llegara a constituirse (de lo cual confieso que tengo serias dudas)? No, estimado Jorge: es hora de apostar a alguna novedad no tan repetitiva. ¿Será eso el Frente de Izquierda? Sinceramente, no lo sé. No es que me obceque en que lo sea, es tan solo que por el momento no se ve nada más en el horizonte que suponga esa auténtica novedad. Soy consciente de las dificultades, límites, contradicciones y tensiones internas que atraviesan al Frente (tal vez el Frente tiene problemas de fondo, como reza un candombe uruguayo referido a otro Frente, el Amplio). Pero la apuesta “pascaliana” a la única voz que postula, y actúa en consecuencia, aquella transformación radical, organizada desde abajo, con toda la pluralidad de “identidades” y cuestiones “contingentes” que sea necesaria, pero liderado por la clase obrera y los sectores populares con independencia del Estado y de todos los partidos del sistema, con el objetivo estratégico del socialismo, esa apuesta, digo, sostenida con todo el pesimismo inteligente y el optimismo voluntarioso (ya que tanto se habla de Gramsci), es la que se puede permitir decir que no es, en nuestro país, una repetición. Alemán nos invita a “juntarnos”: y bien, bajo estas premisas la izquierda, estoy seguro, tiene sus fraternales brazos abiertos.

Sobre la polémica Alemán-Grüner

De mi parte HORACIO GONZÁLEZ Sociólogo, ensayista y escritor. El artículo fue originalmente publicado en La Tecl@ Ñ, www.lateclaene.com, el 16/02/17. He leído en las páginas de Topía la respuesta de Eduardo Grüner (“Hablando de frente”) a Jorge Alemán (al artículo de éste que salió hace semanas en Página/12 (“El momento político del ¿Qué hacer?”). Me gustaría agregar algunas consideraciones por apreciar a los dos escritos de gran interés, sin pasar por alto algunas cuestiones de estilística polémica, que también importan. En cuanto a esto: no vi ninguna falta de respeto en Jorge Alemán en su forma de dirigirse a la izquierda, ni el intento de enviarla hacia lecturas complementarias

o dar lecciones que nadie le pide. Creo que debemos comenzar por reconocer lo genuino de la discusión. Veo en ella una de las pocas oportunidades de proseguir con la ardua tarea de revisar o reponer un cuerpo de ideas críticopolíticas que puedan desentrañar más agudamente la grave situación mundial y nacional. Aparece de inmediato la cuestión de la alienación. Desde luego, es un punto de vista que no puede ser descartado fácilmente. Cuando se señala hacia el clásico concepto de alienación se parte de la extrañación hegeliana que

abarca toda la historia del sujeto, y se la corrige con una característica del capitalismo que del joven Marx, al Marx de El capital, significa un apropiamiento de la existencia real productiva de los colectivos laborales, que se convierten en proletarios al quedar solo como propietarios de la fuerza de trabajo, que con su porción no remunerada sostienen el excedente o acumulación capitalista. Si escribo de memoria estos obvios conceptos –sin saber si los recupero con fidelidad, en todo caso, siempre con interés hacia ellos–,


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es porque ensayo también que me suenen, me impliquen o me reverberen de modo a dirigirme hacia lo que el propio Marx pensaba, siempre según mis recuerdo de lectura –no volví a los textos, o escribía esto o me ponía a estudiar otra vez–. Desde el punto de vista del pensar concreto Marx llamaba ir de lo concreto a lo abstracto y de lo abstracto a lo concreto. Situación en la que luego de dar esos tres pasos científicos o metodológicos, se llegaba otra vez, pero más enriquecidos, a lo concreto. La expresión que utilizaba era volver de nuevo a la población, a lo que entonces sería, recuerdo bien la frase, un retorno en el que encontraría “su rica totalidad”. No veo mal definir la discusión entre Eduardo Grüner y Jorge Alemán –el primero es el que recogió el guante–, como una discusión sobre esa rica totalidad. Cuando Marx vuelve a la “población” –no nos preguntemos ahora sobre la raíz última de este concepto tan antiguo–, la enriquece analíticamente con reflexiones que ordenan su condición heteróclita con ideas como mercancía, lucha de clases y alienación, esta última anterior al Capital, pero que allí late no tan secretamente. Lo que se aliena es el trabajo, es claro, lo cual pertenece a una dimensión colectiva, a un cuerpo activo que sin embargo está dominado primero por la maquinaria fabril y luego por un sistema de horarios, órdenes, procedimientos, disciplinas, etc., que han mutado históricamente y se puede preferir, como no, ver estas mutaciones en la “era del neoliberalismo” como derivaciones más complejas aún, de lo que vio Marx en su momento respecto a la plusvalía. Veo el mismo problema que ve Alemán en el modo que Marx trata en El Capital el pasaje de esta estructura productiva a la conciencia de clase y de ahí a la formación de partidos de izquierda. El problema tiene estatura clásica y no me equivoco al decir que fue reconocido por Lenin, Lukács, Gramsci, en fin, por todos los que se preguntaron, por más tímidamente que fuera, por qué razón Marx apenas insinuó la cuestión de las clases sociales en El Capital sin integrarla a su gran análisis de la acumulación primitiva, la formación del proletariado despojado, los enclaustramientos rurales expulsando campesinos, etc. ¿Hay un vacío entonces entre una “experiencia real operaria” y el modo de producción capitalista? Es claro que la hay, sin ir más lejos, es el único tema vigente en la Crítica de la Razón Dialéctica de Sartre, que entre tantos otros conceptos, lo llamó “rareza”. El mismo Althusser vio la “brecha”, con perdón de este concepto, al postular que hay un modo de producción capitalista y “formaciones económicos sociales”, que deben entenderse como un ámbito de mayor historicidad, por lo menos, la que podía tolerar el propio Althusser. Y no es novedad que el propio Marx lo percibe al indicar cómo deben leer los obreros reales su libro: comenzando no por lo “abstracto” del fetichismo de la mercancía, sino por lo concreto histórico, de cómo funciona una fábrica, cómo se creó

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“ La alienación es un concepto vinculado al duelo, en este caso de una manera específica que diferencio de la que dice Jorge: un arrebato que agrega opacidad y dificulta la comprensión sobre la racionalidad en sí y para sí.

históricamente, es decir, aprendo lo que podríamos llamar “historia social de inglesa”. Comprendo el momento político del ¿qué hacer? que menciona Alemán de esta manera: se trata precisamente de situar de dónde proviene la conciencia propia de los ámbitos proletarios, y la respuesta de Lenin citando en ese momento a Kaustky (siempre recurriendo a mi memoria) dice que esa conciencia precisa de un previo estadio de configuración intelectual, teórica y conceptual, tiene una “exterioridad constitutiva” si lo hacemos hablar a Lenin con el lenguaje de Laclau. Y por eso, el partido debe superar el empirismo, el economicismo y apelar a armazones previas, que si no recuerdo mal, llama organizadores o “andamios colectivos”, en ese momento los periódicos partidarios, Iskra, que se hacía en el exilio. Hoy diríamos lo mismo, pero deberíamos agregar como dilema que causa vasta perplejidad: ¿qué tipo de organizador colectivo son la televisión, Facebook, Instagram, los twiters, etc., cambia o no la cuestión de la conciencia social? Con toda estima, Eduardo, no veo problemas en la frase de Jorge –estamos hablando entre amigos, lógicamente– en la cual se dice que “de algún modo vivimos bajo el duelo de esa pregunta (la del qué hacer). El Frente de Izquierda –prosigue Jorge–, no parece reconocer ese duelo, cuestión crucial, especialmente cuando el neoliberalismo ha logrado superar la ‘alienación’ y ya produce subjetividades a su medida. El Frente de Izquierda elude esta cuestión situándose como representando directamente a los explotados y eludiendo cualquier lectura política de lo que implica la estructura actual del poder neoliberal contemporáneo”. Veo sí que debemos proseguir esta discusión, incluso advirtiendo que el empleo de la palabra “duelo” es para cuidar la discusión, no para destilar cierto elegante desprecio irónico llamándola frase de diván. Palabra que emplea Eduardo. No era necesario, porque estamos hablando de personas serias, que sabemos lo que es el psicoanálisis, que Jorge lo es, que Eduardo no, ni yo tampoco, pero que algo sabemos, además de Eduardo escribir y ser parte muchos años de la gran

revista Conjetural, que renovó, con otras, nuestro medio intelectual, y algo más: duelo es gran concepto. Tiene muchas derivaciones, y si me pongo estricto, traduce un modo mismo de pensar, y precisamente un modo crítico que involucra un enfrentamiento singular con posibilidad de muerte o reparación honorífica. Si lo presentamos en relación al modo de pensar la política en su condición dramática real, el duelo es concepto imprescindible. En todo sentido, es una discusión que pertenece a la historia de las izquierdas. Me aparto un poco del modo que la usa Jorge y el modo en que la critica Eduardo, pero no del modo en que en el marxismo apareció el tema. Cierto que Marx era contrario al duelo, pero era una discusión con los socialdemócratas alemanes como Lasalle. Tendría razón Marx en ese caso, pero convengamos que el mismo debate Grüner-Alemán es una forma de duelo si lo tomamos como modelo polémico entre una tipología de izquierdas y… ¿como diría?, “otra tipología de izquierdas”. Duelo, tal como lo propone Alemán, sería seguir la ruta histórica de las dificultades por la cual el hacer siempre registra intervalos difíciles de definir o conceptualizar entre el capitalismo como concepto múltiple (económico, político, cultural, comunicacional), y el sujeto activo, sea cual sea su condición laboral. La alienación es un concepto vinculado al duelo, en este caso de una manera específica que diferencio de la que dice Jorge: un arrebato que agrega opacidad y dificulta la comprensión sobre la racionalidad en sí y para sí; revela que lo que llamamos sujeto nunca estabiliza su auto-comprensión, ya sea por exceso (duelo) y ya sea por carencia (alienación). Sacando esto de lado, que es otro tema, entiendo perfectamente qué se quiere decir con la frase “el neoliberalismo superó la alienación y fabrica sujetos”, es decir, subjetividad a su medida. Esto no involucra escindir capitalismo y neoliberalismo, pero no son instancias semejantes. Revisar las tesis sobre la alienación no es nada nuevo; sin olvidar que el propio Marx tuvo una tendencia a hacerlo. Pero podemos recordar Historia y conciencia de clase de Lukács, que luego termina afirmando que »


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“ Todavía hasta mediados del siglo XX podía indicarse, como hace el propio Marx en El capital, que se abre una posibilidad educativa para el proletariado que el naciente capitalismo masacraba.

postuló una conciencia proletaria apriorística, para escapar del economicismo, pero recayendo en un error “idealista”, aunque creo que no lo dijo así. Lo cierto es que quien dice alienación trata con una conciencia originariamente mutable en autoconciencia crítica. El problema sigue en pie, excepto que ya no es fácil determinar un sector “alienado” en la vida social y productiva, que contenga la autoridad crítica como para enunciarlo como mengua al mismo tiempo que propone niveles educativos de “elevar la conciencia popular y colectiva”, al decir de Gramsci. “Neoliberalismo” apela al cierre del caudal de conciencia de la historia, incluso de la conciencia política de tránsito hacia un compromiso con las condiciones efectivas de reproducción de la vida. Todavía hasta mediados del siglo XX podía indicarse, como hace el propio Marx en El Capital, que se abre una posibilidad educativa para el proletariado que el naciente capitalismo masacraba. En ese sentido podemos considerar El Capital como un libro también educativo, que traza una esperanza desalienadora luego de describir un horizonte social pavoroso en materia de trabajo fabril, hace ya exactamente un siglo y medio. Neoliberalismo sería una conciencia adosada, pero en el interior mismo de la reproducción del lenguaje biopolítico –concedo este vocablo–, lenguaje que sale de una manufactura existencial donde ya no sabemos si la lengua que se escucha “espontáneamente” en la calle sale de las agencias públicas o secretas del neocapitalismo informático, o ésta de sus aparatos de escucha permanentes, nutrido de viejos estudios de “multitudes”, creación de arquetipos, “el vendedor de choripán de Mataderos” (Durán Barba) o lo que sale del patio de las escuelas públicas y privadas, que ya no son tanto delicias de estudiantina sino un desgarrón en el ser del lenguaje social. A eso llamamos neoliberalismo productivo de sujetos, fábrica semiológica, o como se quiera. Es una lengua de dominación presentada como libertad total en el habla. Ni una menos lo descubrió y

lo plantea muy bien, con absoluta originalidad. Del interior de esa lengua salen actos fatales. Puede decirse que está “alienada”, pero lo correcto es verla como parte de una productividad social novedosa, contemporánea a la llamada revolución tecno-comunicacional. Marx no vio este problema porque entonces no era posible hacerlo. Pero encaró otras situaciones. Basta leer los interesantes pies de páginas de El capital, donde Marx toma informes parlamentarios, médicos y jurídicos, sobre el trabajo femenino e infantil. Comprueba el grado de explotación de cuerpos indefensos sometidos a 12 horas laborales inhumanas, y ese punto de partida podemos pensar que está más allá, mejor dicho más acá, en un grado anterior. Relata cómo algunos niños están fuera del conocimiento común más vulgar e incluso de toda forma elaborada del lenguaje. Queda implícito que se debe hacerlos pasar hacia un estadio de comprensión, que siquiera llega al nivel de quienes expropiados de sus instrumentos de labranza y sujeción territorial a ella, se los arroja en las grandes ciudades donde no pierden impulsos de rebelión, que llegan incluso a llevarlos a quemar fábricas y máquinas, y como es sabido, Marx no acepta ese método de lucha aunque habla de él con respeto al describirlo. Pero se trataba de atacar a las relaciones sociales y no a las maquinarias, un tema que nunca se ha agotado en su carácter polémico, como lo demuestran las tantas críticas a la racionalidad instrumental que conviven con los neo-desarrollismos de todo tipo. El tema de la alienación no está antes de la masacre de personas implicadas en el primer nivel de ocupación fabril durante gran parte del día y la noche de niños y mujeres, lindante con la esclavitud. El tema crucial de la alienación, se puede decir, comienza con la construcción del proletario y el inicio de la conciencia por derechos, que puede iniciarse con la “lucha económica” –otra vez Lenin– pero precisa de la entidad teórica-crítica, que la retire de

su manifestación primera, en aquel momento llamada “espontaneísmo”. Pues bien, se pude decir que esa teoría de la conciencia debe ser la misma hoy para los partidos de izquierda e incluso para los reformismos de todo tipo que pululan dificultosamente, y a los que Grüner no les cree, ni a Podemos, lo que ya es decir bastante. Si por un lado es cierto lo que dice Jorge “lo que clásicamente nombró Marx como ‘fetichismo de la mercancía’” es un hecho de estructura que no permite una derivación política inmediata”, no habría problemas en postular las mediaciones correspondientes –sabido que son dificultosas–, para crear ámbitos de discusión política e incluso frentes de izquierda con la derivación dialéctica que surge luego de cancelar los obstáculos evidentes que desde siempre, de Kornilov en adelante, se oponen a las posiciones “anticapitalistas”. No obstante, nadie consciente de la decisión anticapitalista que ha tomado, mira todos los puntos de conflicto de una sociedad para aplicarla unánimemente, por ejemplo, a la reivindicación de género, a las distintas categorías del empresariado, a las desiguales formas laborales, a lo que en las últimas décadas se llamó trabajo inmaterial, a los trabajadores informáticos y los periodistas de los medios concentrados, a los medios concentrados mismos, a los despedidos del Estado, de las metalúrgicas o de Clarín, a las distintas remuneraciones según especialidades laborales, desde Silycon Valley a los “desocupados blancos de Detroit” de los que tan bien se ocupó Trump. Esa iluminación unánime sobre toda la escena con un anticapitalismo esencialista, precisa, es evidente, distintas elaboraciones políticas, de distinta historicidad, formas expositivas diversas y disposiciones pedagógicas que nunca son las mismas. Conozco, como todos, el concepto de lo “desigual y combinado”. ¿Se extraen de él las consecuencias más profundas? Concebido en su significación extensa, no sería extraño que lo podamos conjugar con la decena de páginas que escribe Laclau


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a propósito de este núcleo fundamental del pensamiento de Trotsky, en Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, un libro antiguo de él, poco leído. Si la cuestión fuera pasar de las grandes estructuras de dominio abstracto a las formas de resistencia, oposición y lucha es correcto decir que la izquierda tiene hoy en el país una infrecuente representación parlamentaria –y agrego yo, con destacadas diputadas y destacados diputados–, pero la cosa cambia según esos representantes electorales piensen que los trabajadores sufren alienación generalizada (incluso los que deciden ser “peronistas” o “radicales” aun conociendo la teoría de la alienación). Seguiríamos en la tarea educativa, reuniendo a la condición de proletarios con sus intereses últimos no enteramente sabidos por ellos, y convirtiendo su intuición en conciencia intencional. Y donde está la clase productiva clásica, se ganarían progresivamente elecciones, como en muchos casos ha ocurrido en varias fábricas y núcleos operarios del conurbano. Nada que objetar. Son luchas legítimas. Que abren sin embargo una discusión sobre el tema del que estamos amigablemente charlando. La alienación procedía de una insuficiencia de la clase obrera obligada a la sobrevivencia, despojada de sus propias capacidades de deliberar sobre su vida pues había sido desenraizada de ella (Simone Weil describe muy bien ese proceso en La condición obrera en los años ‘40), y todavía se podía esperar que la cultura proletaria real, su lenguaje extraído de culturas pre-capitalistas, se juntara con planos de conciencia producida por su propia lucidez ante la situación y el tejido de textos y lecturas que los militantes hacían circular. El neoliberalismo, en cambio, ya hace nacer individuos en el interior de un lenguaje que ha colonizado la vida cotidiana creando culturas populares que no cuentan por el momento de horizontes de salida, pues tienen su cierre en las propias fronteras que crea la revolución comunicacional, que trae nuevas pulsiones,

nuevos usos del repertorio de objetos “a la mano” con su propuesta de igualación de consumo según “pulsos en la red”, y accesos a una neo-lengua que combina miedos ancestrales, satisfacciones con simulacros hedónicos inmediatistas y un sentimiento de ilegalidad en la producción de la mercancía-dinero que se comparte en muchos casos con la que implementa en gran escala el empresariado financiero internacional, reproduciéndose por vía de una ilegalidad estructural constante, que así dicha, no estaba formulada por el marxismo originario por lo menos de una manera profunda. Daré un ejemplo complejo para aclarar, si es posible, la cuestión de cuál es el agitado océano moral, intelectual y humano que encuentra la izquierda en sus trabajos (en el plano social popular obrero: creencias, simbolizaciones, modos de consumo, ideales de familia, estilos conversacionales, sexuales y educacionales, formas de esparcimiento, ocio (viejo tema marxista desde el siglo XIX, que va de Lafforgue a Lefebvre, y que mereció en las últimas décadas numerosas historias de la vida privada, historias de la sexualidad, etc.). Leo en el muy buen periódico Izquierda Diario una encuesta entre trabajadores de la fábrica de neumáticos cuya representación sindical obtuvo el Frente de Izquierda, antes al cuidado de un secretario general que es miembro de la CTA. Perfectamente puede la izquierda considerarlo un avance en su proyecto de dirigir el mundo sindical, pero ocurre que no se comienza por camioneros o metalúrgicos, sino por un gremio enrolado en un sindicalismo diferente. Pero aclaro: no critico esta opción, sería otra discusión, y los militantes de izquierda saben lo que hacen, esta decisión que han tomado de antiguo, no forma parte de esta polémica. No obstante, recuerdo haber leído en la mencionada publicación que la mayoría de los votantes de esa elección sindical – se hizo una encuesta a cargo de los propios militantes del Frente de Izquierda–, eran “jóvenes despolitizados”. Espero no deformar la

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cita, no tengo la publicación delante de mis ojos. Bueno, ese sí es un tema. La llamada despolitización es un mar encrespado constituido por un mundo pulsional creado por el neoliberalismo. Se dirá que la izquierda sabrá lanzar allí sus propuestas educativas, politizantes, no lo dudo. Pero no estamos en el mundo de Marx, que hacía también encuestas, donde era posible el trabajo nítido del educador anticapitalista, cuya teoría finalmente desarrolló Gramsci llamándola “mito del Príncipe Nuevo”. Mucho hay que decir sobre esto, y ya que Grüner recomienda el libro sobre Gramsci de Dal Maso, yo también lo leí gracias a la gentileza de militantes del PTS que suelen acercarme sus publicaciones. Lo digo porque lo leí con gusto y acuciado por discusiones imaginarias que será en otro momento la oportunidad de hacer. En principio, cualquier mención al respecto de Gramsci no puede desconocer el punto al que llegó la revista Pasado y Presente y la evolución política posterior de sus directores y adherentes. Es una parte esencial de la historia intelectual argentina. No digo que el libro que mencionamos la desconozca, todo lo contrario. Digo que hay allí un “fracaso” que es la carne viva de las dificultades que tiene el acto de “traducción” de las estructuras generales del dominio capitalista hacia la vida real de la politicidad sobre la que actuamos y conversamos. Basta que Grüner diga en su respuesta a Alemán que “Más concreta y cercanamente, soy de los que piensan, por ejemplo, que la Resistencia Peronista fue uno de los puntos más altos de la lucha de clases en la Argentina del último siglo (junto con el Cordobazo), aunque a la larga haya sido desviada hacia objetivos de bonapartismo burgués”, para saber que en esa frase hay contenido mucho más de lo que las tantas líneas que yo he escrito quisieron decir. Allí sí podemos encarar –Jorge, Eduardo, todos los que se animen, no me excluyo–, el próximo capítulo de estos trabajos de repensamientos y replanteos de lo político en una época de oscuridad.


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Una vez más: peronismo e izquierda FERNANDO ROSSO Y JUAN DAL MASO Comité de redacción. La polémica que se abrió a partir del artículo de Jorge Alemán, con la posterior intervención de Eduardo Grüner y la respuesta de Horacio González, vuelve a poner sobre el tapete el tema de la relación entre la clase obrera, el peronismo y la izquierda. Compartimos la rigurosa respuesta de Grüner prácticamente en su totalidad. No nos tomaríamos el trabajo de intervenir –a riesgo incluso de deteriorar lo que Eduardo ya hizo con su habitual solvencia–, si no fuera porque el nuevo artículo de González vuelve a poner en circulación los argumentos de Alemán, con mejor pluma y mayor sofisticación. Además, incorpora algunos elementos nuevos que intentan concretizar las abstracciones que Alemán volcó en el texto que originó la polémica. Alemán utiliza la imagen de Sartre que define al marxismo como horizonte irrebasable de nuestro tiempo en términos teóricos, pero concluye –al igual que Horacio González– que el “populismo de izquierda” es el horizonte político insuperable de nuestra época, signada por el dominio absoluto del neoliberalismo. Luego de refutar el supuesto esencialismo marxista, Alemán sentencia que toda indagación emancipatoria en esta oscura era que nos tocó vivir será populista o no será nada. Como el “populismo de izquierda” no existe como fenómeno “puro” en Argentina (¿existe en algún lugar?), la conclusión obvia es que la izquierda –como bien dijo ya Eduardo– debe subordinarse al peronismo y especialmente al kirchnerismo que sería su fracción “populista-progresista”, en cierto modo viviendo de las “glorias” del pasado (Alemán habla de la política de DD. HH.) y hoy muy golpeada luego de la derrota electoral ante la derecha de Mauricio Macri, pero con una figura (Cristina Fernández) que por diversas razones sostiene una importante base electoral. Una primera conclusión preliminar: el texto que Alemán escribe desde el Estado español al comienzo de un año electoral, pretende intervenir en las luchas políticas argentinas en un escenario abierto e incierto y en un año clave. Si todo texto es político, algunos lo son más que otros. Traducido: es una exigencia al FIT para aliarse al Frente Ciudadano o las “nuevas mayorías” a las que convoca Cristina Fernández a todos y todas, desde la derecha peronista a la centroizquierda e izquierda. Como tal lo tomamos, como un fundamento intelectual de ese corto horizonte político.

No obstante las intenciones del primer polemista, el desarrollo posterior de la discusión comenzó a abarcar muchas aristas. En ese contexto, Horacio González intenta concretizar algunos puntos enunciados por Alemán, defendiendo el núcleo duro de sus argumentos y aportando otros. En esta contribución, vamos a abordar cuatro órdenes de argumentos: 1) cómo pensó y problematizó el marxismo (el real y el de sus mejores exponentes, no el que inventa Alemán para luego refutar su propia caricatura con posterior respaldo de González) la expresión o “traducción” de la condición obrera estructural a la acción política en las propias elaboraciones de Marx; 2) la relación entre teoría y práctica en Lenin y el clásico ¿Qué hacer? que titula el texto de Alemán y en el que intenta apoyarse; 3) la experiencia de la clase obrera con el peronismo y la izquierda en la historia de la Argentina y 4) los mitos y realidades sobre los “horizontes emancipatorios” de nuestra época.

Marx, la ciencia y las clases Pareciera que tanto para Alemán como para González, hay un Marx que explicó genialmente el mecanismo de explotación capitalista, pero dijo poco y nada sobre las clases y sus modos de organización social y política, su estrategia y la conformación de su conciencia. Especialmente González intenta reforzar esta interpretación en la “incompletitud” de una obra como El Capital. Es más, destaca esa “rareza” en términos de Sartre o la “brecha” de acuerdo a las proposiciones de Althusser. Ambos postulan un Marx, ejem…, “cientificista”, para poder oponerle con mayor facilidad el “arte de la conducción” peronista o la “contingencia” laclausiana. Sin embargo, este Marx a-político pareciera existir solo en su imaginación. Si no, qué podemos decir del Manifiesto Comunista, de la Carta al Comité Central de la Liga de los Comunistas o de folletos de clara intervención política como El 18 Brumario de Luis Bonaparte, La Lucha de clases en Francia 1848-1850 o La guerra civil en Francia. No son textos de explicación de los mecanismos objetivos del capitalismo, sino obras en las que la interpretación histórica, la política y la estrategia (al nivel de desarrollo que tenía en ese momento de la historia del movimiento obrero) se combinan para plantear

una “lógica política emancipatoria” que une la condición de clase, las potencialidades revolucionarias de la naciente clase obrera y los modos posibles de articulación política de ésta con otras clases y fracciones de clases. ¿No está esbozada parcialmente en Marx la propia idea de hegemonía en el planteo de que el proletariado debía elevarse a “clase nacional” o que debía levantar un programa alternativo al de la burguesía republicana y la pequeñoburguesía democrática en las revoluciones de 1848, que Marx denominó “revolución permanente” y que Trotsky recogería medio siglo más tarde, en otras condiciones y con otras complejidades? La conclusión general de las revoluciones europeas de 1848 sobre la necesidad de la independencia política del proletariado con respecto a la burguesía republicana y la desconfianza hacia la pequeñoburguesía democrática es, quizá, la gran lección estratégica del siglo XIX. Transformar el marxismo (de Marx) en un discurso “científico” que no llega al mismo status en su formulación política y hacer de ello el punto de partida de una argumentación ¿no es demasiado básico? González ratifica este primer “pifie” de Alemán, autor de un escrito sorprendentemente elemental desde el punto de vista político, con conceptos más refinados pero no por eso más precisos.

El momento del ¿Qué hacer?: ¿desde afuera o desde arriba? Segunda cuestión: la conciencia de la clase obrera y su relación con las mediaciones políticas. Tanto en González como en Alemán, el “momento del ¿Qué hacer?” coincide con un rescate –a su manera– de la “conciencia desde afuera” que había postulado Lenin en su clásico libro. Hay una diferencia sustancial entre el ¿Qué hacer? de Lenin y el de Alemán-González: sostener que la conciencia socialista deba introducirse “desde afuera”, que no surge de la propia práctica del movimiento obrero que tiende al tradeunionismo, no es lo mismo que defender que la “conciencia antineoliberal” (por llamarlo de un modo más acorde a los interlocutores) debe introducirse “desde arriba”, es decir, a través de un aparato político ligado directamente a las estructuras del Estado, transformado éste en un elemento


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favorable a las clases populares, idea contra la cual Marx ya había polemizado hace casi un siglo y medio con Lasalle. Una polémica que puede ser muy útil para pensar los límites del “antineoliberalismo” actual, bien descritos por Grüner. Pero volviendo al ¿Qué Hacer?, debemos señalar que Lenin, siempre abierto a lo que venía desde abajo, modificó parcialmente su posición “anti espontaneísta” a partir de la experiencia de la Revolución rusa de 1905, en especial, a partir del surgimiento de los soviets y los problemas de articulación que se planteaban entre estos organismos y el partido político. El planteo de González apunta a que la clase obrera, en una interpretación unilateral del ¿Qué hacer?, solo puede lograr una conciencia más o menos conciliadora, frente a la cual la práctica “educadora” de la izquierda es necesaria pero estratégicamente impotente. Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla. Menos si tenemos en cuenta la propia experiencia histórica de la clase obrera argentina.

“Doble conciencia” Antonio Gramsci, a quien con cierta audacia nos mandaron a leer a los militantes del FIT, señalaba que el “hombre activo, de masa”, elabora prácticamente, pero sin una “clara conciencia teórica de su obrar, que sin embargo es un conocimiento del mundo en cuanto lo transforma”. Y agregaba: “Su conciencia teórica puede estar, históricamente, incluso en contradicción con su obrar. Casi se puede decir que tiene dos conciencias teóricas (o una conciencia contradictoria): una implícita en su obrar y que realmente lo une a todos sus colaboradores en la transformación práctica de la realidad; y otra superficialmente explícita o verbal, que ha heredado del pasado y ha aceptado sin crítica”. La cita puede leerse completa en la página 1385 de la edición de los Cuadernos de la Cárcel de Valentino Gerratana. Esta “doble conciencia” tuvo una expresión peculiar en la experiencia histórica de la clase obrera de nuestro país desde la constitución del peronismo, sintetizada por Adolfo Gilly en la idea de la “anomalía argentina”: un movimiento sindical fuertemente estatizado por arriba tenía su contrapeso en el peso por abajo de la comisión interna, que retomaba

las viejas experiencias de autoorganización y cuestionaba simultáneamente el poder del capital en el lugar de trabajo y el del Estado como disciplinador del movimiento sindical. En la actualidad, la identidad peronista de la clase trabajadora es algo mucho más difuso y cuestionable (la “despolitización” a la que hace referencia González, aunque no es homogénea en todos lados) pero un legado central del peronismo en el movimiento obrero sigue siendo el movimiento sindical estatizado, frente al cual la democracia de base continúa siendo la única alternativa posible, no ya para conquistar un conciencia socialista, sino para defender algunas demandas elementales. Una vez más, el “momento del ¿Qué hacer?” no puede prescindir del momento del “desde abajo”. Pero también Trotsky ha problematizado la cuestión de la conciencia de manera sencilla pero con mucha precisión: “Es seguro que ‘el ser determina la conciencia’. Pero eso no significa para nada que la conciencia dependa directa y mecánicamente de las circunstancias externas. La existencia se refracta en la conciencia según las leyes de esta última. El mismo hecho objetivo puede tener un efecto político diferente, a veces opuesto, según la situación general y los acontecimientos precedentes” (La lucha contra el fascismo en Alemania, IPS-CEIP). Lejos está el Frente de Izquierda de creerse “representando directamente a los explotados y eludiendo cualquier lectura política”, como sostiene livianamente Alemán. En los referentes más serios del marxismo, la problematización de esta cuestión no tiene nada que ver con el remedo que construye el autor de la nota de Página/12.

Peronismo, sindicatos y Estado No es la primera vez que se discute: cuál es y hasta dónde puede llegar la conciencia de la clase obrera en general y de la Argentina en particular. Quién la representa más genuinamente, el peronismo o la izquierda. Milcíades Peña, uno de los marxistas más importantes que dio la historia de nuestro país, representó en su propia trayectoria los dos extremos de esta interpretación: a fines de los ‘50, desde la revista Estrategia sintetizaba bajo la fórmula “peronismo y revolución permanente” la idea de que la lucha por la legalidad del peronismo y la vuelta de Perón

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solo podía ser satisfecha si la burguesía tenía “el fusil obrero en la nuca” y por ende llevaba a la revolución proletaria. A mediados de los años ‘60, desde Fichas, señalaba que la clase obrera argentina era “conservadora y quietista” y que ambas características eran un “legado del bonapartismo”. Entre ambos polos oscila la experiencia histórica real de la clase obrera argentina, como planteábamos a propósito de la “doble conciencia”. Pero Alemán y González quieren fijar su límite preciso en el “populismo [no tan] de izquierda”, al margen de que aquella lo excede ampliamente. A diferencia de antaño, cuando reducía el trotskismo a la táctica del “entrismo” y cuando afirmaba con graciosa ironía que no se sabía quién ganaba más si el entrista o el entrado, González ahora reconoce un peso relativamente importante al FIT (los diputados, diputadas y La Izquierda Diario), y algunas comisiones internas o gremios “diferentes” (como el del neumático-Sutna que ahora conduce la izquierda y pertenecía a la estructura de la CTA y no del tradicional sindicalismo peronista de la mayoría de los gremios). Pero en el mismo acto en que reconoce ese avance, casi “reprocha” que el intento de conducción y desarrollo de la izquierda no se inicie por gremios como los camioneros o los metalúrgicos. Sin embargo, esto es hasta cierto punto falso. Cuando la izquierda clasista comenzó y avanzó entre los mecánicos (más estratégicos que los metalúrgicos), por ejemplo en la autopartista Lear donde condujo la comisión interna, no fue un problema de “atraso” de la conciencia de los obreros el que bloqueó su desarrollo, sino de fuerzas físicas: un sólido frente entre la conducción del Smata, en ese momento adherente al “populismo de izquierda”, el Ministerio de Trabajo del mismo “populismo” y su Gendarmería comandada por un “populista de derecha” como Sergio Berni (como vemos el “populismo” es muy elástico), declararon una guerra a la comisión interna que comenzaba a generar influencia en las grandes automotrices. Por esos enfrentamientos, alguna vez el propio González afirmó que en los piquetes de la Panamericana se escuchaba la más maravillosa música. El “populismo de izquierda” en su versión criolla sostuvo a una burocracia sindical (¡Pedraza!) que tuteló la conciencia de gran parte de la clase trabajadora, no con las »


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herramientas del consenso y la persuasión, sino con las crudas armas del totalitarismo sindical y los métodos policíacos y de patota avalados por el Ministerio de Trabajo. No es una queja, porque estos son, como se dice, los gajes del oficio, pero hay que reconocer que la conciencia de la clase trabajadora está moldeada –entre otras cuestiones– por estas condiciones y no por la libre discusión democrática en la cual los trabajadores “optan” por sus dirigentes “populistas”. Aunque hasta ese título le quede “grande” a muchos dirigentes sindicales que acomodan los principios a la magnitud de las prebendas. La lucha por la conciencia se choca con la combinación del despotismo de fábrica y el totalitarismo sindical apoyado por las dádivas del Estado. Los intelectuales deberían ser “conscientes” de esta realidad, incluso hasta cuando escriben sobre populismo, izquierda y clase obrera. Estos son solo unos ejemplos de un trabajo profundo que la izquierda (en particular el PTS) viene realizando hace años en el movimiento obrero y que hoy cobra un poco más de notoriedad, mientras los restos de “populismo de izquierda” se debaten entre la impotencia ante la “nueva derecha” y –parafraseando a Borges–, las sórdidas crónicas policiales que envuelven a muchos de sus exponentes.

Horizontes posmodernos Eduardo Grüner interroga a Alemán por el famoso “duelo” que presuntamente la izquierda no se atreve a asumir. “¿El duelo? Aparte de que no se ve bien a qué viene el tecnicismo divanesco, cabe preguntarse quién se nos murió, o qué objeto de deseo perdimos irrecuperablemente que nos haya sumido en su melancólica sombra”, dice un poco irónicamente Grüner. En su “defensa”, González explica que el “duelo, tal como lo propone Alemán, sería seguir la ruta histórica de las dificultades por la cual el hacer siempre registra intervalos difíciles de definir o conceptualizar entre

el capitalismo como concepto múltiple (económico, político, cultural, comunicacional), y el sujeto activo, sea cual sea su condición laboral”. Pero en una conversación1 con el líder de Podemos, Pablo Iglesias, Jorge Alemán definió sin muchas vueltas el famoso “duelo” de un modo que posiblemente pueda ser útil para este debate: “La izquierda clásica sigue diciendo: ‘bueno, no superaron el modelo extractivista, no tocaron las estructuras profundas del capital…’. Pero ¿a cuántos tendríamos que haber matado y cuántos de nosotros tendríamos que haber vuelto a morir? Esto es lo que no añaden nunca en el análisis. Claro, por supuesto, si ha sido tan fácil de desmontar (se refiere al legado kirchnerista NdR), es verdad que no se produjo la revolución, porque, entre otras cosas, vivimos en el tiempo histórico del duelo de esa palabra” (el destacado es nuestro NdR). Si no se pudo avanzar más en las experiencias “populistas” que estuvieron al frente de los gobiernos de casi todo un continente entero es porque no solo ha muerto Dios, también murió la revolución. Interesante paradoja, la ausencia de un horizonte de revolución serviría para justificar tanto la inevitabilidad del “populismo” como sus inconsecuencias, no con un programa revolucionario que nunca sostuvo y nadie le exige que sostenga, sino con su propio programa de “reformas”.

Soberana “astucia de la razón”... En un intervención reciente, el prestigioso intelectual cubano Fernando Martínez Heredia señalaba que la mayoría de los jóvenes en Cuba no se sienten identificados con el socialismo. Lo mismo sucede en la Argentina, donde las identidades políticas de masas están dictadas desde hace décadas (con neoliberalismo y posneoliberalismo) por razones pragmáticas: consumo, “voto castigo”, “mal menor”. Pero ¿por qué ser tan exigentes con los hombres y las mujeres de a pie, a quienes se presenta como meros “efectos de neoliberalismo”

mientras se dice poco y nada del carácter ultraconservador que están jugando intendentes, gobernadores, diputados, senadores y sindicalistas del peronismo?; quienes ante la derecha en el poder se han transformado en lo que el inefable Jorge Asís definió con ingenio como “dadores voluntarios de gobernabilidad”. Es por lo menos llamativo el balance, porque durante los últimos años en la Argentina y en América Latina, se han sobreproducido relatos y múltiples cartas abiertas en las que se aseguraba que las experiencias “populistas” eran lo opuesto absolutamente a la lógica neoliberal. Cuando desde la izquierda se mostraban todos los límites, la respuesta era que adjudicábamos las “concesiones” al imperio de las circunstancias (condicionamientos impuestos por la crisis del 2001, “viento de cola”, etc.) cuando en realidad eran resultado de la capacidad y voluntad de transformación progresista de los gobiernos posneoliberales, en especial del kirchnerismo. Pero cuando se desmoronan, como se dice, sin pena ni gloria, resulta que el neoliberalismo es todopoderoso y todo lo domina y a lo sumo habilita muy de vez en cuando algunos brotes de tímido “populismo”, porque, lógicamente la revolución ha muerto. Y en una curiosa operación cercana o que le concede a los críticos o historiadores de derecha, se identifica a la revolución con muchas muertes. Hiperoptimistas de la voluntad en el período anterior, son super pesimistas de la inteligencia en la actualidad (un gramscismo un poco “bipolar”). Finalmente, la culpa la tienen el neoliberalismo, el pueblo que es mero reflejo subjetivo de esa estructura y, como siempre, para no perder la costumbre, un poquito la izquierda. ¿No será mucho?

1. Otra vuelta de Tuerka (www.youtube.com/ watch?v=b-LxeTKs38w).


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Ilustración: Aleksandr Deineka

Día Internacional de las Mujeres

La primera página de la revolución Celeste Murillo Comite de redacción.

El año 2017 marca el centenario de la revolución que materializó las esperanzas de superar al capitalismo de millones de trabajadoras, trabajadores y oprimidos en todo el mundo. Lejos de la imagen monstruosa del “socialismo”, la revolución de 1917 generó una onda expansiva que influyó en la forma de pensar la acción política, la organización y la lucha de clases, las relaciones sociales y de género, influyendo en la cultura y las artes. A lo largo de los números de este año,

dedicaremos páginas y secciones a rescatar su legado, no con afán meramente historiográfico sino con el objetivo de fortalecer las Ideas de Izquierda en el debate y el combate por una intelectualidad marxista que haga suyas las conclusiones de la revolución que tomó el cielo por asalto. El texto que publicamos en este número es un volante publicado y distribuido el 6 de marzo de 1917 (el 21 de febrero, según el calendario juliano utilizado en Rusia en ese

momento) por el Comité Interdistrital de Petrogrado, que durante ese año se fusionaría con la corriente bolchevique, para el Día Internacional de las Mujeres. En la Rusia de 1917, la escasez de alimentos se instalaba como cotidianeidad. Diezmada por la guerra, asolada por el hambre y asfixiada por el régimen autocrático, albergaba huelgas y protestas políticas. Como señala la historiadora Barbara Allen en sus notas so» bre el volante1,


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¡` RevoluciOn rusa

Durante la mañana del 8 de marzo (23 de febrero), la escasez de combustible en Petrogrado interrumpió el funcionamiento de las panaderías. Las mujeres (o sus hijos e hijas) que habían esperado durante horas en las filas no tenían pan para comprar. Anticipándose a los llantos de hambre de sus hijos e hijas, las trabajadoras alcanzaron el límite de su paciencia. Los socialistas radicales rápidamente decidieron agregar consignas contra la autocracia y la guerra a la exigencia de pan.

Ese era el clima político y social en el que se “amasaba” la revolución que tendría su día número uno en una fecha conmemorativa que, hasta ese día, no había tenido especial relevancia entre las organizaciones revolucionarias. Sin embargo, esto no quería decir que no existieran debates y experiencias previas. De hecho, la huelga de las textiles que pasaría a la historia no había sido la primera. Las luchas obreras entre 1905 y 1907 incluían en sus demandas las necesidades de las mujeres. No existió casi ninguna huelga que no mencionara de alguna manera demandas, como el pago de la licencia por maternidad, tiempo libre para la lactancia o la creación de guarderías en las fábricas2. En los años previos a la revolución, existía además (entre muchas otras) una discusión sobre la organización de las mujeres trabajadoras dentro del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR). La primera celebración del Día de la Mujer evidenció esas diferencias3: los mencheviques impulsaban la movilización exclusiva de obreras, y los bolcheviques se oponían porque esa fecha debía ser conmemorada por toda la clase obrera, hombres y mujeres, abrazando la causa de la emancipación femenina. La política de la corriente bolchevique se materializaría más tarde en la publicación de Rabotnitsa (La Obrera), un periódico para las mujeres trabajadoras, dirigido por las principales dirigentes del bolchevismo: Inessa Armand, Nadezhda Krupskaia y Anna Ulianova-Elizarova. En 1915, en la Tercera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas celebrada en Berna, la delegación bolchevique transformó la reunión en uno de los primeros polos donde se agruparon las fuerzas revolucionarias que se oponían a la política chauvinista de la socialdemocracia alemana, que apoyaba a su burguesía en la Primera Guerra. De esta conferencia saldrá la consigna popularizada por los bolcheviques de “Guerra a la guerra”.

Continuidades y rupturas Luego de la toma del poder, las mujeres trabajadoras conquistarían rápidamente

derechos por los que peleaban duramente o aun eran inimaginables para sus compañeras de género en Estados Unidos o Europa: derecho al voto, derecho al aborto, al divorcio, igual salario a igual trabajo, entre otros. La revolución, lejos del prejuicio alimentado por las visiones liberales, no relegó los derechos de las mujeres a un “lugar secundario”. Por primera vez las mujeres disponían de su vida, ya no dependían de sus maridos para tener documentos, educación o trabajo. La revolución puso todo en cuestión: el poder de la Iglesia, el matrimonio, las uniones libres, el amor, la sexualidad, la familia, la educación, impulsaron la socialización del trabajo doméstico, entre tantas otras cuestiones de la vida cotidiana. El proceso no estuvo exento de contradicciones, tuvo avances y retrocesos, expresaba el desgarramiento entre la sociedad nueva por nacer y la vieja sociedad opresora que se derrumbaba4. El Código Civil de 19185, resultado de debates y estudios de juristas, intelectuales y dirigentes bolcheviques, no tenía parangón en la legislación más avanzada de los países centrales europeos. Entre sus objetivos estaba garantizar la igualdad ante la ley de hombres y mujeres, pero especialmente trabajar en la transformación radical de todo aquello que obstaculizara la igualdad ante la vida, donde las mujeres permanecían atadas al trabajo doméstico, víctimas de opresivas costumbres ancestrales que era necesario arrancar de raíz de la cultura y la vida social soviéticas. Y aunque las dificultades económicas y políticas (las medidas más audaces se tomaron al mismo tiempo que la URSS enfrentaba la guerra imperialista y la guerra civil) nunca fueron un freno para los bolcheviques y la generación revolucionaria, el atraso económico, las hambrunas y, especialmente, la derrota de la revolución en Europa, prepararon un camino de retroceso.

Reacción y contrarrevolución En dirección opuesta a los sueños libertarios de 1917, el régimen estalinista rindió culto a la familia como herramienta de disciplinamiento social, condenó nuevamente a las mujeres al hogar, limitó el desarrollo de la socialización de los servicios de guarderías, lavaderos y comedores, desconoció las uniones libres y estableció el matrimonio civil como única unión legal, suprimió la sección femenina del Comité Central del Partido Bolchevique, volvió a penalizar la homosexualidad (como en tiempos del zarismo), criminalizó la prostitución y prohibió el aborto. Junto con la persecución de la oposición a la burocracia estalinista, realizada paradójicamente

en nombre del socialismo, se desacreditaron las ideas debatidas ardientemente en los primeros años de la revolución. Como señala la historiadora Wendy Z. Goldman, autora de La mujer, el Estado y la revolución, la tragedia más grande de todas es que las generaciones subsiguientes de mujeres soviéticas, desheredadas de los pensadores, las ideas y los experimentos generados por su propia Revolución, aprendieron a llamar a esto “socialismo” y a llamar a esto “liberación”.

Nada más lejos de la revolución que peleó codo a codo con ellas para alcanzar su emancipación, y soñó una sociedad liberada de las miserias materiales. La generación que asaltó el cielo en la Rusia del 1917 imaginó nuevas formas de relaciones humanas, despojadas de la coerción, la represión, el despotismo y la mezquindad familiar. En palabras de Alexandra Kollontai: Si logramos que de las relaciones de amor desaparezca el ciego, exigente y absorbente sentimiento pasional; si desaparece también el sentimiento de propiedad lo mismo que el deseo egoísta de “unirse para siempre al ser amado”; si logramos que desaparezca la fatuidad del hombre y que la mujer no renuncie criminalmente a su “yo”, no cabe duda de que la desaparición de todos estos sentimientos hará que se desarrollen otros elementos preciosos para el amor6.

1. La selección, traducción al inglés y comentario fueron realizados por Barbara Allen, autora de Alexander Shlyapnikov, 1885-1937: Life of an Old Bolshevik (Haymarket Books, 2016). La publicación del volante es parte de una serie llamada “1917: The view from the streets”, editada por el historiador John Riddell, disponible en johnriddell. wordpress.com y en socialistworker.org. La versión completa de sus anotaciones pueden leerse en inglés en “A day to prepare for conquering the enemy”, disponible en las páginas mencionadas anteriormente. 2. Ver Wendy Z. Goldman, La mujer, el Estado y la revolución, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2010. 3. Los dirigentes de la corriente menchevique se oponían a impulsar la organización de trabajadoras; al contrario, la bolchevique impulsaba la creación de organizaciones políticas y sindicales de mujeres, incluso dedicaba una sección (“Trabajo y vida de las obreras”) en su periódico Pravda. 4. Goldman, ob. cit. 5. Ídem. 6. “Carta a la Juventud Obrera”, 1921.


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¡Camaradas trabajadoras! Durante diez años, las mujeres de todos los países han visto el 23 de febrero [8 de marzo en el mundo, NdeT] como el día de las mujeres trabajadoras, como el “1° de Mayo” de las mujeres. Las estadounidenses fueron las primeras en señalar este día para medir sus fuerzas. De forma gradual, las mujeres de todo el mundo fueron sumándose. En este día, se realizan asambleas y reuniones para explicar los motivos de nuestra difícil situación y para mostrar una salida. Ya ha pasado mucho tiempo desde que las mujeres ingresaron a las fábricas y plantas para ganarse el pan. Durante mucho tiempo, millones de mujeres han estado de pie junto a las máquinas todo el día de igual a igual con los varones. Los patrones explotan a varones y mujeres hasta el agotamiento. Varones y mujeres son arrojados a la cárcel por salir a la huelga. Varones y mujeres deben luchar contra los patrones. Pero las mujeres entraron a la familia de los trabajadores después que ellos. A menudo, todavía temen o no saben cómo y qué exigir. Los patrones siempre se aprovecharon de la ignorancia y la timidez y todavía lo hacen. Este día especialmente, camaradas, pensemos cómo vencer a nuestros enemigos, los capitalistas, tan rápido como sea posible. Recordaremos a nuestros seres queridos en el frente. Recordaremos la difícil pelea que dan por arrancar cada rublo extra a los patrones, cada hora de descanso y cada libertad al gobierno. ¿Cuántos de ellos murieron en el frente, fueron arrojados a la cárcel o al exilio por su valiente lucha? Ustedes los reemplazaron en la retaguardia, en las fábricas. Su deber es continuar su gran causa, la de emancipar a toda la humanidad de la opresión y la esclavitud. Trabajadoras, no deben contener a los camaradas que siguen aquí, sino unirse en la lucha fraternal contra el gobierno y los patrones. Es por ellos que se desarrolla esta guerra, tantas lágrimas y tanta sangre derramada en todos los países. Esta terrible carnicería ya lleva

tres años. Nuestros padres, esposos y hermanos están muriendo. Nuestros seres queridos regresan a casa desdichados y lisiados. El gobierno zarista los envió al frente. Los mutiló y los mató, pero no le interesa su sustento. No parece haber final a la vista del derramamiento de sangre obrera. Los trabajadores fueron acribillados el Domingo Sangriento, el 9 de enero de 1905, y los masacraron durante la huelga de Lena Goldfields en abril de 1912. Más recientemente, dispararon contra los trabajadores en Ivanovo-Voznesensk, Shuia, Gorlovka y Kostroma. La sangre obrera es derramada en todos los frentes. La Emperatriz negocia la sangre de los pueblos y entrega a Rusia pieza por pieza. Envían soldados casi desarmados a la muerte segura. Asesinan cientos de miles de personas en el frente y se benefician económicamente de ello. Bajo el pretexto de la guerra, los propietarios de las fábricas intentan convertir a los trabajadores en siervos. El costo de vida crece terriblemente en todas las ciudades. El hambre golpea todas las puertas. Arrebatan a las aldeas el ganado y hasta los últimos trozos de pan para la guerra. Durante horas, hacemos filas por comida. Nuestros hijos e hijas pasan hambre. ¿Cuántos de ellos han sido abandonados o han perdido a sus padres? Están solos y muchos se han transformado en vándalos. El hambre ha empujado a muchas chicas, que todavía son niñas, a caminar las calles. Muchos niños y niñas están junto a las máquinas haciendo un trabajo que supera su capacidad física hasta altas horas de la noche. Las penas y las lágrimas nos rodean. La situación es difícil para los trabajadores en todo el mundo, no solo en Rusia. No hace mucho tiempo, el gobierno alemán reprimió cruelmente una revuelta por hambre en Berlín. En Francia, la Policía está enfurecida. Envían gente al frente por hacer huelga. En todas partes la guerra provoca desastres, un alto costo de vida y la opresión de la clase obrera. Camaradas, trabajadoras, ¿al servicio de quién es esta guerra? ¿Necesitamos

asesinar millones de trabajadores y campesinos austríacos y alemanes? Los trabajadores alemanes tampoco querían pelear. Nuestros seres queridos no van al frente con ganas. Son obligados a hacerlo. Los trabajadores austríacos, ingleses y alemanes van de la misma forma. La guerra es por el oro, que brilla a los ojos de los capitalistas, que se benefician de ella. Ministros, propietarios y banqueros esperan obtener ganancias en medio de la confusión. Se hicieron ricos en la guerra. Después de la guerra, no pagarán los impuestos. Los trabajadores y campesinos harán todos los sacrificios y pagarán todos los costos. Queridas camaradas, ¿seguiremos tolerando esto en silencio por mucho tiempo, con explosiones ocasionales de rabia contra los pequeños comerciantes? De hecho, ellos no son responsables de las calamidades de la gente. Están arruinados. El gobierno es el culpable. Comenzaron esta guerra y no pueden ponerle fin. Ha arrasado el país. Es su culpa que ustedes pasen hambre. Los capitalistas son los culpables. La guerra es para su beneficio. Es tiempo de que gritemos: ¡Es suficiente! ¡Abajo el gobierno criminal y toda su pandilla de ladrones y asesinos! ¡Viva la paz! El día del castigo se acerca. Ya hace mucho tiempo que hemos dejado de creer en los cuentos de los amos y los ministros del gobierno. La bronca popular crece en todos los países. En todas partes, los trabajadores comienzan a comprender que no pueden esperar que sus gobiernos pongan fin a la guerra. Si pactan la paz, esta implicará intentos de tomar las tierras de otros, robar otro país, y esto llevaría a nuevas masacres. Los trabajadores no necesitan nada que pertenezca a otros. ¡Abajo la autocracia! ¡Viva la revolución! ¡Viva el gobierno provisional! ¡Abajo la guerra! ¡Viva la república democrática! ¡Viva la solidaridad internacional del proletariado! ¡Viva el POSDR unido! Comité Interdistrital de Petrogrado Traducción: Celeste Murillo.


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León Trotsky y el arte de la insurrección, 1905-1917, Harold Walter Nelson (Bs. As., IPS-CEIP, 2016)

La recuperación de un método y una tradición Mariano Millán Sociólogo, investigador del Conicet y docente de Sociología de la Guerra (UBA).

Interpelar nuestras prácticas teóricas y nuestros clásicos

Cuando comprendí que la admirada Revolución rusa también había sido una guerra, me pregunté cómo hicieron Lenin y Trotsky para conducir una fuerza armada, ¿qué sabían del tema? ¿Dónde y cómo lo habían aprendido? Ocurre que en nuestro léxico posterior a las derrotas de los ‘70, las palabras “izquierda” y “militares”, con su enorme polisemia, suelen proyectar imágenes mentales antagónicas en todos los planos, constituyendo un verdadero obstáculo epistemológico. El misterio se disipa si advertimos que en el marxismo, como en toda la tradición realista desde Maquiavelo, la guerra es parte del intercambio político. Por ello, quien hace política debe prepararse para la guerra, y quien pretende instaurar un Estado proletario, prerrequisito del socialismo, debe saber que ese objetivo nunca fue alcanzado por medios pacíficos. La edición de León Trotsky y el arte de la insurrección, 1905-1917, de Harold Walter Nelson, por parte del IPS-CEIP, aporta un instrumento para cuestionar nuestros abordajes habituales de los clásicos del marxismo (que incluyen los temas de la economía política, de la historia social, de la teoría sociológica o de los estudios culturales) donde relegamos, como buenos “marxistas occidentales” (Perry Anderson), la elaboración sobre estrategia revolucionaria. Semejante desliz, en un contexto signado por la ausencia de revoluciones proletarias durante las últimas tres décadas, nos condena a la intrascendencia política. El autor del libro es un Coronel del Ejército estadounidense con actuación en Corea, Vietnam, Bélgica y Alemania, quien se dedicó también a la enseñanza de historia militar y estrategia en el U.S. Army War College. Su trabajo constituye una investigación sobre la formación bélica de uno de los dirigentes

y teóricos militares más importantes del siglo XX. Al mismo tiempo, la obra transita las discusiones sobre el tema en el Partido Social Demócrata Ruso desde la Revolución de 1905 hasta 1912. Tal vez en unos años digamos que esta edición constituye una pieza del proceso, asumido por el PTS, de revalorización del debate sobre la cuestión militar como elemento integrante de un debate sobre estrategia revolucionaria, es decir, de los medios para hacer la revolución. Emilio Albamonte y Matías Maiello (autores del prólogo) recuerdan, en tal sentido, las recientes ediciones de El significado de la Segunda Guerra Mundial, de Ernest Mandel y Marxistas y la Primera Guerra Mundial; a la vez que nos informan de próximas publicaciones sobre el tema. Este esfuerzo confronta hábitos de la izquierda argentina y por ello, seguramente, despertará resistencias enconadas. Sin embargo, no existe discusión estratégica, más allá de los intereses defendidos por los polemistas, que pueda eludir el tema de la guerra.

La estructura general del libro

La obra reconstruye la formación militar de León Trotsky durante los doce años previos a la Revolución de Octubre, cuando la díada Guerra-Revolución cobró centralidad en el análisis estratégico1. Nelson utilizó como fuentes los documentos de los archivos de Trotsky en Harvard, la Universidad de Michigan, la Biblioteca Pública de Nueva York y un conjunto de obras de León Trotsky y otros autores que protagonizaron y/o analizaron las revoluciones rusas y la trayectoria del dirigente. El breve volumen contiene “El análisis de Trotsky de las lecciones de 1905”, “Los socialdemócratas rusos y la actividad militar revolucionaria, 1905-1912”, “Trotsky informa sobre las Guerras de los Balcanes”, “El

análisis de Trotsky sobre los asuntos militares durante la guerra mundial”, “El Ejército y la Revolución de Febrero-Junio de 1917” y “Trotsky y la organización de la revolución en Petrogrado”. La lectura global de Nelson arroja elementos de enorme interés. En primer término, el estudio del proceso de formación de ideas, nociones y categorías que utilizó León Trotsky para analizar la realidad bélica y, desde 1917, tomar decisiones trascendentes. El autor destaca que Trotsky investigó con rigurosidad y desarrolló abordajes originales dentro de la matriz clásica, que considera la guerra como parte de los procesos políticos y sociales, siendo moldeada por ellos pero, al mismo tiempo, dejando marcas indelebles en los mismos. El segundo es la modernidad de Trotsky como analista militar. En sus escritos sobre la guerra en los Balcanes o la Primera Guerra Mundial, el revolucionario ruso esbozó el enfoque del rostro de la batalla de John Keegan; al tiempo que algunas observaciones pueden considerarse antecedentes de la noción de Guerra Total de Luddendorf o de aproximaciones socio-culturales como las de Ernst Junger.

Los pasos en la formación de Trotsky y su valor actual

La preocupación fundamental de Trotsky consistía en la victoria revolucionaria y, desde 1905, la gran pregunta fue por los medios para conseguirla: ¿debía formarse una organización armada revolucionaria o correspondía desorganizar/dividir el ejército zarista e incapacitarlo para la represión? Bajo los términos “combatir y morir”, Trotsky codificaba el problema en términos militares de uso actual, como el de asimetría, en boga para analizar la insurgencia:


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Si la lucha resulta ser simétrica, con unidades militares de revolucionarios organizados en líneas convencionales, entonces el énfasis estará puesto en combatir. Pero si la lucha resulta ser asimétrica, con las masas revolucionarias convenciendo a los soldados de la justicia de su causa, y demostrando su disposición a tener bajas, entonces el énfasis estará puesto en morir (p. 60).

Trotsky no escogió solo una de estas vías para desarmar al enemigo. Aprobó la guerrilla urbana en Moscú durante diciembre de 1905 y resaltó la necesidad de fracturar la fuerza moral de las tropas de la autocracia enfrentándolas a la represión del pueblo cuando las frustraciones de la guerra ruso-japonesa agobiaban a soldados y marinos y se producían motines. Nelson afirma que en esta coyuntura el pensamiento militar de Trotsky todavía no contaba con suficiente madurez. Sin embargo, las tácticas de Trotsky en 1917 contenían elementos de ambas posiciones. Tras los acontecimientos de 1905, cobraron intensidad los debates militares en la socialdemocracia rusa acerca de la insurrección, las guerrillas, la formación de una organización militar revolucionaria y el trabajo político en las fuerzas armadas. Mientras los bolcheviques priorizaban la victoria insurreccional en una batalla a campo abierto, los mencheviques apostaban por la bancarrota moral de las fuerzas represivas. Los bolcheviques llamaban a incorporar a los guerrilleros en el partido y los mencheviques repudiaban a los partisanos, incompatibles con su propuesta de ampliar las prácticas legales del partido. Los bolcheviques pugnaron por una organización armada para sistematizar el trabajo de sabotaje, expropiación y, sobre todo, la preparación técnica para la insurrección, habiendo formado un cuerpo

armado allende el voto negativo del Congreso partidario. Los mencheviques censuraron tal propuesta por ser antagónica con su labor en la oficialidad. En este sentido, a diferencia de los mencheviques, los bolcheviques se afanaron por constituirse como una referencia política entre los soldados y marinos de bajo rango. Como vemos, entre 1905 y 1912 los socialistas discutieron los problemas militares con rigor y probaron distintas formas organizativas y de acción. El problema no fue pospuesto hasta “cuando sea el momento”, como acostumbramos decir, informalmente, en la militancia argentina actual. A continuación, el libro de Nelson recupera los análisis periodísticos de Trotsky acerca de las Guerras Balcánicas entre 1912 y 1913, piezas fundamentales para comprender la evolución de su pensamiento y acción, sobre todo durante la guerra civil rusa entre 1918 y 1922. En esos escritos, además de trazar agudas observaciones geopolíticas, Trotsky esbozó tres innovaciones que luego serían elementos cardinales de la teoría de la guerra: la relación directamente proporcional entre recursos y tiempo; la escasa efectividad de las unidades partisanas en una guerra de fuerzas regulares (arribó a esa conclusión observando los Chetniks serbios) y la necesidad de una observación multidimensional de las consecuencias sociales de la guerra, yendo desde la estructura socio-económica y el sistema político hasta la subjetividad de los soldados, quienes “convivían” con las muertes masivas en el campo de batalla. Estos elementos cobraron mayor importancia en las observaciones de Trotsky sobre la Gran Guerra. Sus relatos sobre el estancamiento en Francia de fuerzas con enorme

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poder material señalaron las carencias intelectuales de muchos generales europeos, quienes suponían que las recientes invenciones armamentísticas iban a otorgar ventajas para los atacantes, mientras que la interacción fortaleció la posición defensiva y motivó una transformación subjetiva sin precedentes. Los soldados entrevistados por Trotsky, que vivían y morían en las trincheras, no pensaban en el patriotismo ni en motivos elevados, deseaban evitar la muerte en los aterradores frentes de Occidente y, por eso, cavaban trincheras y construían pequeñas fortificaciones. Trotsky mostraba que había un cambio en el heroísmo y, en sintonía con los análisis recientes de Enzo Traverso en A sangre y fuego, las muertes masivas fueron el trasfondo para el pasaje, en la cultura occidental, del héroe individual al soldado desconocido. El tanque, cavilado por Trotsky en los meses previos a su debut, se desprendía de esta situación. John Keegan señaló posteriormente que: …la penetración acorazada ofrece a un general la oportunidad de excitar el sentimiento de solidaridad de sus soldados con compañeros en peligro y de controlar el riesgo al que están expuestos2.

Se trataba de una grave contradicción, porque los vastos y complejos medios materiales »


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Lecturas críticas

y organizativos del capitalismo en la época imperialista producían choques inéditamente sangrientos y el impasse de las trincheras hacía retroceder la civilización occidental: …estamos abocados al espectáculo, en el siglo de la aviación, de una nación entera buscando tijeras para poder continuar su camino a gachas (p. 171).

Trotsky, como Lenin en “La caída de Port Arthur” (1905), consideraba que el desarrollo industrial era un elemento clave en la guerra moderna. Las potencias “jóvenes”, de industrialización más reciente como Alemania y Japón (Lenin), tenían una ventaja militar decisiva. En contrapartida, Trotsky también comprendía que los imperios de la Entente contaban con una prerrogativa terminante para una lucha de largo aliento: la inmensa retaguardia de recursos en sus colonias. Lenin y Trotsky, pero también algunos militares burgueses, cobraban conciencia de la enorme (y peligrosa) potencialidad de la articulación para la guerra de la industria, la burocracia estatal, la investigación científica y la pasión nacional, es decir, la guerra total en términos de Eric Ludendorff. Estudiosos actuales, como Jeremy Black, consideran que este tipo de conflagraciones comenzaron en la era del imperialismo capitalista, desde 1860, y concluyeron en la Segunda Guerra Mundial3. Las fuertes diatribas de Trotsky en Zimmerwald durante 1915, señaladas por Nelson, demuestran que los revolucionarios europeos notaban la fuerte cohesión anímica, característica de la guerra total, y se afanaban por desbaratarla violentamente para transitar de la guerra a la revolución. Para 1917 los revolucionarios rusos tenían un conocimiento militar considerable y las divisiones en las fuerzas armadas profundizaron las características revolucionarias del proceso político, signado por el derrocamiento del zarismo y la re-emergencia de los soviets, tras la experiencia de 1905. En este contexto, Nelson destaca varios elementos de la intervención de León Trotsky. En primer término, su timing, para cada acción y consigna, destacándose por ejemplo una diferencia con Lenin: Trotsky no abrazaba el derrotismo, porque entendía que la victoria revolucionaria dependía del agotamiento total de la maquinaria de guerra rusa (p. 182). En segundo lugar, las mediciones de Trotsky de la moral de la tropa en cada uno de los destacamentos, sobre los cuales destinó diferentes acciones. En tercero, su correcta lectura de las capacidades de las milicias obreras y los ritmos de formación de las Guardias Rojas, un instrumento armado revolucionario constituido en el escenario del doble poder entre los soviets y el gobierno provisional. En tal sentido, según Nelson la contribución inmediata más saliente de Trotsky constituyó su intervención política entre las unidades del ejército, alternando las posiciones defensivas

de la revolución con los pasajes a la ofensiva frente a la contrarrevolución, lo que permitió agudizar la división de las fuerzas armadas del Estado y llevarlas a la parálisis, condición para el triunfo de la insurrección. Poco después comenzó la guerra civil rusa y Trotsky fue el pilar de la construcción del Ejército Rojo y la victoria comunista4. En aquellos tiempos enfrentó el amateurismo de los revolucionarios, el ofensivismo, el guerrillerismo y la formulación de una “doctrina militar del proletariado”. Trotsky defendió la necesidad de los expertos militares (ex oficiales zaristas) controlados políticamente, de ubicarse en la ofensiva o defensiva de acuerdo a las circunstancias, de superar las prácticas guerrilleras y constituir unidades regulares a medida que las posibilidades lo permitieran y, finalmente, reivindicó la actividad militar (en sintonía con Clausewitz) como un arte práctico, con una lógica que iba más allá de los objetivos políticos que defendiera cada contendiente5. La influencia de Trotsky sobre el Ejército Rojo pervivió hasta los ‘30, cuando el estalinismo eliminó o castigó a casi todos los cuadros de ascendencia trotskista y puso en riesgo a la URSS cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial.

Palabras para el presente

Trotsky, como muchos revolucionarios de su generación, forjó sus conocimientos sobre la guerra mucho antes de que contar con ellos resultase una urgencia de la coyuntura. La virtud de su formación, que tomó críticamente clásicos como Clausewitz, Jomini, Engels o, muy probablemente, Delbrück, radica también en su práctica analítica de las guerras de su tiempo, su esfuerzo para desentrañar las condiciones sociales donde ocurrían y sus efectos sobre ellas. Gracias a esta peculiar gimnasia, Trotsky pudo realizar una contribución decisiva para la historia del socialismo en 1917 y durante la guerra civil. El valor de este libro consiste en mostrarnos la coherencia de este método e interpelar a los y las marxistas de nuestro tiempo: ¿sabemos lo necesario sobre las guerras actuales como para conducir a la clase obrera a la victoria frente a las fuerzas de la burguesía? ¿Cómo nos preparamos?

1. Al respecto recomendamos leer: Jacoby, Roberto, El asalto al cielo. Formación de la teoría revolucionaria de la Comuna de 1871 a Octubre de 1917, Buenos Aires, Mansalva, 2014. 2. Keegan, John, El rostro de la batalla, Madrid, Turner Noema, 2013, p. 322. 3. Black, Jeremy, The Age of Total War, 1860-1945, Londres, Praeger Security International, 2006. 4. Muchas de sus intervenciones en los debates de aquellos años pueden leerse en Trotsky, León, ¿Cómo se armó la revolución rusa? Selección de escritos militares, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2006. 5. Ver: “Informe final” en ¿Cómo se armó la revolución rusa?, op. cit., pp. 559-596.


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La conferenza di Roma sul comunismo (18 al 22 de enero de 2017)

LAS RUINAS DEL COMUNISMO Y EL FANTASMA DE LA ESTRATEGIA Facundo RocCa Politólogo. Apenas comenzado el 2017, año centenario de la Revolución de Octubre, se desarrolló en Roma la Conferencia C17, una nueva edición de las Conferencias sobre el Comunismo. En una Europa atravesada por el auge de la ultra-derecha, al mismo tiempo que por movimientos anti-austeridad que no se reconocen principalmente en la tradición marxista, la imagen del fantasma del comunismo que ilustraba la conferencia, tomada del famoso dictum del Manifesto, resonaba algo lejana. El viejo continente parece más bien marcado por las ruinas de la experiencia comunista del siglo pasado. Frente a este panorama, la elección de la ciudad de las ruinas que funcionaron como fuente de inspiración y conflicto de la modernidad parecía anticipatoria. ¿Se trataría de una arqueología del comunismo; de un ejercicio nostálgico de romantización de sus restos; o de un esfuerzo para su recomposición? A diferencia de las conferencias de Londres (2009), Berlín (2010), Nueva York (2011), y Seúl (2013)1, que ya habían reunido a un conjunto heterogéneo de pensadores marxistas, posmarxistas o “comunistas sin marxismo”2, la nueva edición no se convocó bajo el título de la “Idea del Comunismo”. La ausencia de Badiou, uno de sus originales impulsores

y principal partidario de la hipótesis comunista como Idea, parecía sancionar este desplazamiento. El cambio de nombre se traducía en la propuesta de acompañar los paneles con talleres de discusión y una asamblea final con la ambiciosa tarea, finalmente inacabada, de escribir un nuevo manifiesto comunista.

El fantasma de la estrategia

Luego de los recientes “retornos a Marx” y el particular ciclo de luchas y contraataques que abrió la crisis del 2008, el objetivo del esfuerzo general de los organizadores apuntaría a una suerte de renacimiento comunista: la elaboración de una nueva estrategia que surgiera de un debate común sobre los diagnósticos divergentes de la situación contemporánea, las lecciones extraídas de las experiencias comunistas y las nuevas preguntas traídas por nuevas luchas o elaboraciones. Ese objetivo, enormemente necesario, quedó lejos de cumplirse, aunque haya recorrido como un espectro a C17. El principal obstáculo ha sido por cierta dificultad de los interlocutores mismos para intervenir a la altura del objetivo planteado. A pesar de que los organizadores hayan formulado, en cada eje, un conjunto interesante de preguntas –que en tanto que objeto común

obligaran al trabajo colectivo–, una buena parte de los panelistas se limitó a repetir sus ideas ya conocidas en casi absoluta indiferencia a esta demanda. Esta incapacidad, harto sintomática, habla sin dudas de cierto estado del pensamiento comunista o crítico actual: tironeado entre la hiperespecialización académica que encuentra grandes dificultades para trascender las fronteras disciplinares, las reafirmaciones individuales de un pensamiento singular a defender y, sobre todo, por la fragmentación en la que naufraga el “archipiélago de los mil y un marxismos”3. Así, sin tiempo suficiente para desarrollarse y sin espacio para preguntas o intervenciones del público, el debate fue casi inexistente. Por otro lado, a pesar de los esfuerzos organizativos por distanciarse del formato académico de conferencia de grandes nombres, el trabajo en los talleres produjo breves intercambios que no llegaban a dialogar con lo planteado en los paneles. El mérito de la C17 quizás resida en haber intentado hacer frente a esta tarea de forma más resuelta, aunque los problemas que acechaban hayan reducido la estimulante sensación de ser parte de un laboratorio de reelaboración del pensamiento comunista a »


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Lecturas críticas

la aparición intermitente de una posibilidad que no terminaba de encarnarse.

Diagnósticos, genealogías y estrategias divergentes

Cierta tensión entre la productividad del pensamiento comunista para repensar la vieja pregunta por la emancipación de cara a las transformaciones actuales de las sociedades capitalistas y su tendencia a una fragmentación sin síntesis a la vista se repitió a lo largo de la Conferencia. Así, por ejemplo, circulaban definiciones discordantes sobre el capitalismo contemporáneo, caracterizado alternativamente como neoliberal, financierizado, extractivista o cognitivo sin que pudiera debatirse realmente las implicancias de tal o cual caracterización. Igualmente, se trazaron genealogías diversas de la estrategia comunista, marxiana o no –de la I Internacional, el Manifiesto, la Comuna de París, la Revolución de Octubre, el ‘68 y la experiencia comunal latinoamericana– de formas no necesariamente componibles. En el plano de la estrategia se contraponían, en una tensión perceptible pero no abierta, dos orientaciones en relación al problema del Partido y del Estado. Por un lado, cierta insistencia en la crítica radical al Estado, extraída de la experiencia positiva de la Comuna y las lecciones negativas de la socialdemocracia y el estalinismo, que coincidía con una confianza algo ingenua en las posibilidades de acción colectiva más allá de las formas Partido o Sindicato. Por otro lado, para algunos panelistas la ausencia de una apuesta organizacional en la forma del Partido se enlazaba con cierta ausencia de un pensamiento a nivel del Estado que permitiera la formulación de una estrategia más general y efectiva. Lo que parecían confundirse son tres aspectos de una discusión necesaria: cuál es nuestra relación como comunistas frente al Estado; cuáles son nuestras formas más eficaces de organización; y cuál es nuestra estrategia a un nivel que exceda las luchas parciales, locales o nacionales. Querer resolver la última sobrevalorando la necesaria crítica al Estado, o asumiendo que un pensamiento del Estado es la única forma posible de una estrategia general, puede llevar a una defensa acrítica de intentos neoestatistas de emancipación. Querer encontrar una respuesta a la primera obstaculizando toda interrogación sobre la tercera puede paradójicamente llevar a convivir con formas de adaptación a las instituciones existentes, siempre que no tomen las formas “clásicas” de la “vieja izquierda” y se presenten como formas locales o federativas. Por eso resulta aun más sintomático que las experiencias recientes que funcionan como

referencia de estas soluciones hayan estado lejos de ser pensadas: por un lado, los gobiernos “progresistas” latinoamericanos; y, por otro, las experiencias del “salto institucional” de los movimientos antiausteridad, de Syriza a Podemos pasando por los “municipalismos del cambio” españoles. Sobre todo cuando estas experiencias han demostrado una ineficacia para conseguir transformaciones efectivas y de largo plazo o para enfrentar las políticas de austeridad en curso. Un balance de los primeros estuvo prácticamente ausente; y cierta defensa de los segundos, por un miembro de Barcelona en Comú, pasó sin grandes cuestionamientos, pero también sin entusiasmo. Lo cierto es que, aún sin avizorarse nuevas soluciones, parecía empezar a ponerse en cuestión la dicotomía entre un alter-globalismo de los movimientos sociales y las multitudes confinado a lo local y lo espontáneo por un lado, y las formas más tradicionales de organización de la clase en Partidos y Sindicatos, por otro.

Un sujeto obrero, feminista, poscolonial y global de la emancipación

La relativa disolución de estas dicotomías también se evidenciaba en las discusiones sobre el sujeto comunista. Se intuía en la Conferencia la formación de una teoría integral del sujeto de la emancipación, que evite fragmentarlo en un miríada de políticas identitarias o locales, difícilmente componibles; al mismo tiempo, que escape de rechazar como secundarias todas otra formas de subjetivación no directamente obreras. La crítica de Morgane Merteuil4 a la “interseccionalidad” cristalizó de forma potente esta necesidad de construir una teoría unitaria que pueda dar cuenta del vínculo interno (pero no jerarquizable) entre opresiones raciales, imperialistas, patriarcales, heteronormativas y explotación capitalista. Las referencias al redescubrimiento y desarrollo de las teorías feministas-marxistas de la reproducción social así como los análisis sobre migraciones y racialización de la fuerza de trabajo en los flujos del capital contemporáneo; pero sobre todo a la impresionante oleada de luchas de mujeres (del Ni Una Menos al Paro Internacional) fueron referencias recurrentes que señalan en esta misma dirección. No se trataría ya de contraponer una multitud de sujetos particulares que luchan contra opresiones particulares a una “anticuada” clase obrera; sino de pensar la composición global de una clase obrera que tiene como momentos de su determinación los parámetros de raza, género, orientación sexual, nacionalidad, etc.; y las formas diversas en que se expresa, resiste y lucha.

¿Un renacimiento comunista?

A pesar de sus limitaciones y de sus objetivos inacabados, el delineamiento de estos debates necesarios hace de la Conferencia de Roma parte de una urgente revitalización del pensamiento marxista y comunista. Fue un paso en el rechazo necesario, demandado con claridad por Bruno Bosteels5, de toda romantización moral y metafísica de las ruinas de una experiencia comunista pensada como fracaso –y santificada como comprobación de una supuesta finitud trágica de los hombres– que permita encarar un análisis histórico de las derrotas pasadas, pero sobre todo de las condiciones de posibilidad actuales del comunismo. Sin embargo, el renacimiento de la hipótesis comunista deberá, sin dudas, enfrentar aquella obstinación de las políticas identitarias en la teoría y los vicios de la academización del pensamiento crítico que obstaculizaron el debate en C17. Pero, sobre todo, deberá elaborar nuevas síntesis con los fragmentos, forzando el debate entre pensamientos del comunismo que, habiendo exhumando ciertos artefactos de entre las ruinas, han iluminado nuevos problemas y construido usos novedosos, al mismo tiempo que se han demostrado incapaces de una teoría y una estrategia más sistemática. El grado cero de todo renacimiento de la estrategia comunista a la altura de los peligros, las luchas y las transformaciones contemporáneas pasa sin dudas por la necesidad de pensar, como pedía Sandro Mezzadra6, nuevas formas estables de organización que permitan luchas efectivas. La incipiente disolución de viejas dicotomías (entre movimiento y partido, entre opresiones particulares y lucha obrera), que se anunciaba en la Conferencia, constituye otro paso importante.

1. The Idea of Communism (2010); The Idea of Communism 2: The New York Conference (2013); The Idea of Communism 3: The Seoul Conference (2016), todas por Verso. Una versión incompleta de la 1.ra conferencia fue publicada en español: Sobre la Idea del Comunismo (Paidós, 2010); también La Idea de Comunismo. The New York conference (Akal, 2014). 2. Negri, Antonio (2010), “È possibile essere comunisti senza Marx?”, en http://www.uninomade. org/essere-comunisti-senza-marx/. 3. Bensaïd, D. (2003), Marx intempestivo, Buenos Aires, Herramienta (pp. 9-26). 4. Feminista marxista y trabajadora sexual francesa, integrante de la revista Période. 5. Profesor en Cornell University, autor de “The Actuality of Comunism” (Verso, 2014). 6. Profesor en Bologna, teórico post-operaista italiano.


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¿QuÉ quiere la clase media?, de hernán vanoli, pablo semán y javier trímboli (Bs. As., Capital Intelectual, 2016)

Ese extraño objeto llamado clase media

Eduardo Castilla Redacción La Izquierda Diario. La colección La Media Distancia presentó, en noviembre pasado, su segundo libro1. Bajo el título de ¿Qué quiere la clase media?2 Hernán Vanoli, Pablo Semán y Javier Trímboli despliegan sus propias lecturas y consideraciones sobre esa franja de la sociedad que tiene, casi como aspecto esencial, su carácter esquivo a la hora de las definiciones. En la presentación del tema la periodista Hinde Pomeraniec se pregunta por la continuidad de la clase media. A su vez, Martín Rodríguez y José Natanson –compiladores de la serie– proponen construir “una nueva sensibilidad hacia la clase media” (16).

Clasificaciones imposibles

Ricos y pobres, burgueses y proletarios, CEOcracia y clase trabajadora, si nos avenimos a los tiempos que corren y simplificamos un poco. Con variaciones importantes a escala conceptual, esos polos son generalmente aceptados como estructurantes del conjunto social. La clase media tal vez deba definirse por oposición a ambos, una definición negativa donde lo esencial es la diferenciación de esos “extremos”. El “estar en el medio” tiene carácter fundante y constituye un componente esencial de su lugar en la topografía social.

Sin embargo, el ser “de clase media” está asociado a una serie de valores, concepciones, un status determinado y un conjunto de intereses culturales. O por lo menos así parece. Quizá haya que ver más de cerca. Empecemos por algún lado. Pablo Semán dirá en su artículo que ...la clase media es, idealmente, un lugar donde no hace frío ni calor, donde no hay pobreza ni exuberancia, apuro ni prisa. En la clase media idealizada todo llegaría a su tiempo, por su debido camino, como recompensa justa, necesaria y posible a los empeños y la capacidad (76).

Esa suerte de paraíso o de utopía –si dejamos de lado las imágenes religiosas– se presenta como el horizonte hacia el cual moverse. Representa el “ideal del yo” para las capas medias. Pero, como todo horizonte, su línea de llegada se desplaza constantemente. La resultante es un proceso de continua insatisfacción. El mismo Semán agregará que “la experiencia de intentar pertenecer o sostenerse en los parámetros admitidos como ‘de clase media’ es antes que nada una frustración permanente” (77-78).

Extinciones

El “sostenerse” dentro de esos parámetros no es una cuestión que responda al deseo individual. Hernán Vanoli partirá afirmando la tesis del declive de las clases medias. Apoyándose en análisis de Thomas Piketty y de Tyler Cowen, intentará presentar un examen de la relación entre los sentimientos de esos sectores que se definen –o son definidos– como la clase media, y aquello que constituye lo público y/o político. Lo hará buscando no escindirlo de las “teorías que conjeturan sobre la desaparición paulatina y objetiva de los segmentos que poseen ‘empleos y rango medio’ en el Occidente moderno” (25). El eje estará puesto en analizar cómo se evidencia ese declive a la luz de determinadas producciones del cine argentino reciente. Películas como El estudiante, Dos disparos y Relatos salvajes serán la pantalla donde ver ilustradas una serie de problemáticas que ponen de relieve esa declinación. Por solo citar una de sus definiciones, en relación a la película de Damián Szifrón dirá que, ...la crispación y el enfrentamiento intraclasista fueron una de las formas que asumió esa violencia de los sectores medios, pero desde

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Lecturas críticas

luego hay otras. Relatos salvajes viene a dramatizar algunas de las profundas razones a través de las cuáles las clases medias amplias tematizan el fracaso de sus aspiraciones (63).

La afirmación sobre el declive de los sectores medios es, a nuestro entender, parcial. Si las tendencias de la economía empujan a la polarización social –más aún en el marco de la crisis capitalista que azota al planeta hace una década– hay motivaciones políticas que trabajan en sentido contrario. Permitir sin contrapesos un proceso de “liquidación” de las clases medias podría disparar niveles aún mayores de inestabilidad social para la clase dominante de cada país. Las capas medias han servido, históricamente, para acolchonar las tensiones sociales más agudas, al tiempo que han permitido mantener abierta la ilusión del “ascenso social” en amplios sectores. Se trata de un factor político-ideológico (cultural) de no menor importancia. Agreguemos que, en su carácter de consumidores, importantes franjas de las capas medias constituyen un objetivo para el capital. Precisamente la ampliación exponencial del crédito se convirtió en un factor que sostuvo elevados niveles de consumo en esos sectores durante el auge del ciclo neoliberal. Precisamente es Vanoli quien aporta una mirada desde los estudios de marketing, ligada a la cuestión del consumo. En ese campo la clase media aparece ampliada considerablemente, abarcando “esa porción de la población que está entre el 5 % más rico y el 5 % más pobre” (29). Siguiendo un análisis de la pirámide de ingresos, el autor afirma que “la década kirchnerista robusteció a las clases medias típicas y alimentó a las clases medias bajas a expensas de la base de la pirámide” (34). Así, bajo el apotegma “si compro, pertenezco y soy ciudadano”, la clase media difumina sus fronteras, “ampliándose” hacia abajo y hacia arriba. Precisamente por eso Vanoli también dará cuenta de una “plebeyización de las prácticas de consumo de la clase media si se las compara con las antiguas clases medias que aspiraban a diferenciarse de lo plebeyo” (31).

Identidades I

Esa diferenciación “de los extremos” está presente en la autopercepción de las clases medias. Pablo Semán planteará los contornos de un nuevo ordenamiento en el imaginario de estos sectores. Afirmará que en las últimas décadas ha cobrado peso ...la centralidad del trabajo en términos de ser “laburante”, antes que profesional, educado, independiente, para definir las clases

medias (…) así, ingresan en ella casos que antes constituían sus fronteras por abajo y por arriba (73-74).

Esta noción opera como nueva frontera de diferenciación en el marco de transformaciones en la estructura social. El “laburante” se siente alejado de quienes viven de la asistencia estatal, pero también de aquellos que no necesitan trabajar para vivir, los “privilegiados de cuna”. El esfuerzo personal ocupa el centro de la noción. Ligado a lo anterior se ha producido una “transformación estratégica” en las últimas décadas. Se trata del “desarrollo de un conjunto de percepciones y jerarquizaciones que pone en el centro al individuo y sus demandas de realización, autonomía y consumo” (84).

Identidades II

La auto-realización del individuo en base a “su propio esfuerzo” encuentra sus límites en la realidad que imponen las condiciones del propio capital. Hinde Pomeraniec señalará que en EE. UU., ...estadísticas recientes dicen que los jóvenes (…) se ven a sí mismos mucho menos como representantes de las clases medias que en las generaciones que los precedieron en los últimos 34 años y, a cambio, se ven a sí mismos como clase trabajadora (17).

El dato no es menor. En la “tierra de las oportunidades” para el individuo libre, ese cambio pone en evidencia las consecuencias de una crisis social profunda que se arrastra hace tiempo. Esa aberración política llamada Donald Trump resulta inexplicable por fuera de esas coordenadas. Una modificación así en la autopercepción tiene un componente progresivo. Aporta a recomponer clivajes de diferenciación social en términos de clase. Si la clase media se “amplía” cuando se mide desde el consumo, la caída estrepitosa de las condiciones de vida produce una diferenciación que acentúa la polarización hacia los extremos.

El Gobierno que no fue

El último artículo del libro está dedicado a una experiencia fallida. Javier Trímboli rescatará las memorias del historiador Tulio Halperín Donghi para abordar el fracaso del que pudo haber sido el único gobierno de la clase media. Afirmará el autor que “la clase media nunca fue gobierno entre nosotros; las políticas que se gestionaron a su favor fueron resultado de compromisos, bajo la égida y la voluntad de otras clases e intereses” (90). Las memorias del historiador ya fallecido empujan a esa diferenciación de los

“extremos” que hemos señalado inicialmente. Describirá Trímboli la identificación plena de “la clase media de Halperin con ese sector ‘superior y profesional’ no plebeyo, distante o directamente enemistada con el radicalismo yrigoyenista no habría padecido especialmente el golpe del 30” (113). Al mismo tiempo se encargará de desmarcar ...a esa amplia movilización, pública y subterránea, que se desenvuelve por más de un año contra el catolicismo restaurador y contra Perón de las clases conservadoras tradicionalmente dominantes, en otros términos, de la oligarquía (99-100).

Lecturas y tensiones sociales

¿Qué quiere la clase media? puede ser leído como una guía de aproximación a esas capas sociales. El libro presenta pistas para pensar su dinámica en el marco de las tensiones que el “modelo” Cambiemos impone sobre la economía nacional. En una perspectiva marxista se ha optado siempre, desde el punto de vista conceptual, por definir a las clases medias con el término de pequeña-burguesía. Ubica en el campo de los medios de producción la diferenciación con la clase capitalista y con la clase trabajadora, los “extremos” que hemos señalado. Su lugar intermedio en el cuerpo social y su alta diferenciación interna imponen a la pequeña-burguesía límites a la posibilidad de esbozar una salida propia en momentos crisis política y social. Al mismo tiempo, le confieren un carácter inestable y cambiante. La clase media fue la protagonista de las jornadas que tiraron a De la Rúa en diciembre de 2001. Antes y después de aquel momento “épico”, a través del movimiento estudiantil jugó papeles progresivos en la arena social. Pero también fue actor central del apoyo a las grandes patronales del campo (2008) y los cacerolazos que exigían, entre otras cosas, poder comprar dólares libremente (2012). En su fragmentación interior está la clave de esas oscilaciones y divisiones en momentos críticos de lo social. Para la clase trabajadora, ganarse a las franjas afines a sus intereses, es una cuestión de orden estratégico en la lucha contra el capitalismo.

1. El primer volumen de esta colección se había titulado ¿Por qué retrocede la izquierda?. Una reseña crítica fue realizada en IdZ 33, setiembre de 2016. 2. Las páginas de las citas se indicarán entre paréntesis al lado de las mismas.


IdZ Marzo

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El gigante enterrado, de Kazuo Ishiguro (Barcelona, Anagrama, 2016)

Entre tinieblas Esteban Mercatante Comité de redacción. Kazuo Ishiguro, escritor nacido en Nagasaki en 1954 y que reside en Londres desde 1960, está acostumbrado a sorprender con cada uno de sus libros, incursionando en los más variados géneros y apelando siempre a nuevos recursos. Entre sus obras se encuentran Lo que queda del día (que tuvo una famosa adaptación cinematográfica dirigida por James Ivory y protagonizada por Emma Thompson y Anthony Hopkins), y Nunca me abandones, una novela de ciencia ficción distópica donde los protagonistas son clones creados solo con el fin de utilizar sus órganos, y lo saben. En esta oportunidad, nos presenta una historia con ogros y dragones. El gigante enterrado se sitúa en las comarcas de lo que hoy es Gran Bretaña, en los tiempos que siguieron a la muerte del rey Arturo. Axel y Beatrice, aldeanos británicos, se lanzan a una travesía en busca de su hijo, al que no ven hace largo tiempo. Cuándo se fue exactamente, y a dónde, no lo recuerdan exactamente, ya que al igual que al resto de los habitantes de esta región, en la que conviven británicos y sajones en paz a pesar de las matanzas perpetradas por Arturo sobre los segundos, los afecta una severa falta de memoria. Una “niebla”, así la llaman, se traga de manera implacable el recuerdo de los sucesos vividos incluso unos pocos días atrás. Los hechos que conmueven a las aldeas, como la pérdida de una niña, que hace que en un primer momento todos los pobladores abandonen sus tareas para buscarla con desesperación, llegan a ser olvidados antes de que esta reaparezca sana y salva. Cuando lo hace, nadie recuerda que se haya ido. Axel y Beatrice ven cómo forzosamente sus memorias se pierden en la bruma, mientras buscan desesperadamente aferrarse a los retazos que conservan para armar con ellos el rompecabezas de su vida. Es Axel quien, luego de una madrugada en la que logró la precaria reconstrucción de algunos episodios recientes de su aldea, comprueba que nadie más que él recuerda, y decide que llegó el momento de partir.

El camino que inician los ancianos estará plagado de peligros como ogros y otras bestias. Ishiguro se detiene con sumo interés en describirnos cómo se vivía en esa época (distinguiendo los detalles de las aldeas sajonas y británicas), así como todas las dificultades que entrañaba una travesía como aquella para dos ancianos, cuando todavía no había ni el menor atisbo de los caminos que siglos después irían surcando el territorio. Axel y Beatrice también deberán afrontar el riesgo no menor de adentrarse como desconocidos –y extranjeros– en una aldea britana en el medio de la noche. Allí conocerán a Winstan, un guerrero sajón que pasó un largo tiempo entre britanos. Más adelante también se toparán con el anciano Sir Gawain, el último caballero de Arturo vivo, y su sobrino, quien lleva largos años recorriendo estas tierras con la misión, encargada por Arturo, de matar al último dragón hembra vivo, la temible Querig. La niebla, como nos enteraremos, será nada menos que un hechizo destinado a borrar del recuerdo de los pobladores las salvajadas cometidas por las tropas de Arturo contra los sajones. En la novela se enfrentarán quienes buscan perpetuar dicho encantamiento con quienes se proponen romperlo para devolver la memoria a los pobladores, pero más que nada para revelar las vejaciones producidas por Arturo y sus hombres. Con el triunfo de este último bando, el retorno de la memoria no puede ser otra cosa que el regreso de la guerra. La recuperación de los recuerdos perdidos solo puede venir con un alto costo. Esto vale para la memoria colectiva tanto como para la historia de vida compartida por Axel y Beatrice, con heridas

cicatrizadas del pasado pero que no dejan de producir dolor. Incursionando por primera vez en el género fantástico, Ishiguro se aposenta allí para explorar el tema de la memoria colectiva y cómo los pueblos se “recuperan” de atrocidades pasadas olvidando. Recuperación inevitablemente precaria, tanto como la paz impuesta mediante ejércitos sobre otros pueblos, como nos dice la novela. Aunque sugiere el interrogante de si es mejor recordar u olvidar, también deja claro que la respuesta es irrelevante: recordar es finalmente inevitable. La decisión de situar la novela en las comarcas inglesas de Arturo fue resultado de una larga cavilación, según señaló el autor en una entrevista en el New York Times, luego de haber descartado Francia después de la ocupación nazi, Bosnia después del desmembramiento de Yugoslavia, y Japón, entre otros destinos posibles. Pero estas alternativas fueron descartadas por el autor para poder presentar la alegoría en su forma más pura, en esta tónica de “érase una vez”. En El gigante enterrado, Ishiguro tiene una escritura prosaica que le resulta muy característica. Como en Nunca me abandones tiende a producir un cierto extrañamiento; las emociones parecen ausentes, pero están allí por debajo de la superficie. Al contrario de lo que podría esperarse, el final de la novela resulta, con este estilo distanciado, mucho más conmovedor.


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Todos los días lectoras y lectores podrán seguir los principales acontecimientos de la Revolución rusa hasta la toma del poder por los bolcheviques. Ver las noticias del momento, fotografías, ilustraciones, videos y conocer los acontecimientos de primera mano. Un viaje en el tiempo al corazón de la revolución que conmovió al mundo entero.

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ISSN 2344-9454

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