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39 JUlIO 2017
PEPSICO: HISTORIA DE LO QUE NO QUIERE RESIGNARSE REINO UNIDO: DEL BREXIT AL "CORBYN MOMENT" • POSTALES DE UNA VENEZUELA EN CRISIS REVOLUCIÓN RUSA: MÁS RADICAL QUE LA FICCIÓN DEBATES SOBRE EL TROTSKISMO BOLIVIANO • MARX EN EL PAÍS DE LOS SOVIETS SOCIEDAD RURAL ARGENTINA: SEÑORES DE LA VIDA Y DE LA MUERTE
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ideas izquierda Revista de Política y Cultura
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IDEAS DE IZQUIERDA
SUMARIO
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RAPSODIA EN AGOSTO
EL CAPITAL DE MARX: VOLVIENDO AL FUTURO
Christian Castillo
150 AÑOS DESPUÉS Michael Roberts
6 PEPSICO: HISTORIA DE LO QUE NO QUIERE RESIGNARSE Paula Varela, Mariela Cambiasso, Julián Khé
EL CARÁCTER BIFACÉTICO DEL TRABAJO QUE PRODUCE MERCANCÍAS Pablo Anino
38 FRENTE ANTIIMPERIALISTA Y FRENTE ÚNICO DE MASAS Javo Ferreira
41 SEÑORES DE LA VIDA Y DE LA MUERTE Marcelo Valko
EL CAMINO DEL MÉTODO Ariane Díaz
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ESTADO Y CAPITAL
POSTALES DE UNA VENEZUELA EN CRISIS Juan Andrés Gallardo
Ariel Petruccelli
¿FIN DEL TRABAJO O FETICHISMO DE LA ROBÓTICA?
44 MARX EN EL PAÍS DE LOS SOVIETS Emmanuel Barot
Paula Bach
ANWAR SHAIKH: RECUPERAR LA ECONOMÍA POLÍTICA
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Esteban Mercatante
Reino Unido: DEL BREXIT AL “CORBYN MOMENT” Claudia Cinatti
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46 PEQUEÑO MANUAL SUBVERSIVO PARA UN EJÉRCITO DE CRIADAS Celeste Murillo
100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA MÁS RADICAL QUE LA FICCIÓN Ariane Díaz
STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri y Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Lilén Godoy, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Lucía Ortega y Fernando Rosso.
COLABORAN EN ESTE NÚMERO Mariela Cambiasso, Julián Khé, Juan Andrés Gallardo, Claudia Cinatti, Michael Roberts, Pablo Anino, Ariel Petruccelli, Paula Bach, Javo Ferreira, Marcelo Valko, Eduardo Baird. EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo. PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com / Facebook: ideas.deizquierda Twitter: @ideasizquierda Ilustración de tapa: Natalia Rizzo
www.ideasdeizquierda.org Riobamba 144 - C.A.B.A. | CP: 1025 - 4951-5445 Distribuye Sin Fin - distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.
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El gobierno, los peronismos y la izquierda en la batalla electoral
RAPSODIA EN AGOSTO
Ilustración: Agustina Fontela
Christian Castillo Dirigente nacional del PTS, candidato a diputado nacional del Frente de Izquierda (FIT) en PBA.
Con la definición de las candidaturas, el camino hacia las PASO del 13 de agosto está en plena marcha. Será el primer escalón hacia octubre, cuando se produzcan las elecciones “de verdad”, las que valen. Eso no significa que el resultado de agosto sea irrelevante por la ausencia de competencia interna en la elección más importante, la de la Provincia de Buenos Aires. Como mostraron las elecciones de 2013 y 2015, una parte de los electores modifica su voto en función de los resultados de las primarias. En 2013, por ejemplo, Sergio Massa creció en base a arrebatarle votos a Francisco De Narváez y otras fuerzas, creciendo un 11 % entre agosto y octubre. En el gobierno apuestan a que este mismo mecanismo lograrán repetirlo apelando al voto útil para que “no gane Cristina”. Sin embargo, estas son especulaciones en la mesa de arena que pueden quedar en la nada ante el deterioro creciente en las condiciones de vida que
vienen golpeando al pueblo trabajador. Más aún cuando se anticipa desde el diario La Nación que el macrismo, expresando los intereses del capital más concentrado, prepara para después de las elecciones una serie de “reformas” en los terrenos laboral, tributario, jubilatorio, judicial y político1 con el objetivo de seguir aumentando las ganancias de los empresarios a costa de los trabajadores. *** Es prematuro saber los alcances de la decisión de Cristina Fernández de Kirchner de competir con una lista sin el sello del PJ, con un perfil claramente “cristinista” y con los 46 intendentes que la apoyan claramente subordinados. La relevancia no es tanto para el resultado de esta elección de medio término sino para el 2019. ¿Será el preámbulo de la liquidación del Partido Justicialista y
la marcha hacia una nueva configuración del sistema político burgués? ¿O simples maniobras en el reacomodamiento interno de fuerzas luego de la pérdida del gobierno en 2015? Mientras estuvieron en el poder, los Kirchner tuvieron una relación pragmática con el PJ. Amagaron desprenderse de él con la llamada “transversalidad” durante la primera parte del mandato de Néstor pero luego giraron a un acuerdo global con el aparato pejotista en todos sus niveles (de los gobernadores “feudales” y los “barones del conurbano” a la burocracia sindical), a cambio de la subordinación de este a las necesidades del Poder Ejecutivo. Ese poder se resquebrajó primero con la ruptura de Hugo Moyano con Cristina en 2012, y con la de Sergio Massa un año después. Tras la derrota de Daniel Scioli en 2015, la casi totalidad de los gobernadores peronistas, con la excepción de Alicia Kirchner, se separaron de la expresidenta, llevando »
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POLÍTICA
adelante una política conciliadora con el gobierno macrista. La propia jugada de Randazzo de negarse a un acuerdo con CFK para ir por un modesto cuarto o quinto puesto electoral no puede entenderse por fuera de ver al exministro de Transporte como expresión de este sector del aparato peronista que incluye a amplios sectores de la burocracia sindical. Salvo unos pocos que son del riñón K, la mayoría de los intendentes, mayoritariamente de los partidos del conurbano bonaerense, optaron finalmente por Cristina al ver que no contaban con otro candidato que les arrastrase más votos para las listas de concejales. Hoy la mayoría de los peronismos provinciales se siente más cerca discursivamente de un Sergio Massa que de CFK. En la mayoría de las provincias los “cristinistas” están ausentes o van en puestos secundarios en las listas del PJ, y donde compiten en las PASO o por afuera lo hacen sin grandes expectativas. Por eso, aunque gane la elección de octubre, no es claro que Cristina logre la hegemonía del peronismo para 2019. Por ahora, su apuesta con la Unidad Ciudadana es tratar de ampliar su poder de fuego con más diputados propios y, muy posiblemente, partir el bloque del PJFPV en el Senado si es que finalmente resulta electa. Los tan comentados cambios de estética y estilo estrenados en el acto de Sarandí van en función de disputar parte de la base social que también comparte Sergio Massa, sectores que van desde una amplia “clase media baja” del conurbano hasta baja burguesía arruinada por la combinación de tarifazos, baja del consumo y apertura de las importaciones. Es una puesta en escena donde destaca la ausencia casi total de los trabajadores en tanto sector organizado o de lucha y que sin presencia sindical significativa, y más allá de la presencia parlamentaria que pueda lograr, muestra una corriente con poca capacidad para incidir en donde se va a resolver la aplicación o no del ajuste después de octubre: en la lucha de clases.
*** La elección en la Provincia de Buenos Aires concentra la atención como nunca. Cuatro de los seis excandidatos presidenciales en 2015 y una expresidenta estarán en las boletas de “la provincia”. La batalla será particularmente encarnizada en el Conurbano, la región que, incluyendo La Plata, concentra 33 municipios y el 75 % de la población provincial. El FPV-PJ gobierna en 19 municipios, el PROCambiemos lo hace en 11 y el Frente Renovador en 3. Aquí, en un territorio que no llega al 0,5 % del territorio nacional, se concentra sin embargo un 29 % del total de la población y casi un 40 % del total de quienes están en situación de pobreza (4 millones 500 mil habitantes del Conurbano). Según el Registro Público Provincial de Villas y Asentamientos Precarios, hay en la región 1.236 villas, asentamientos y barrios populares informales, donde habitan 381.464 familias, unas dos millones de personas. Menos del 10 % de estas familias cuenta con conexión formal a la red de agua corriente y apenas el 38 % accede al servicio de recolección de residuos. Si la Provincia de Buenos Aires tiene un problema de financiamiento estructural (genera el 40 % de los recursos impositivos del país pero recibe solo el 18,8 % de los recursos coparticipables), el Conurbano sufre una discriminación adicional ya que recibe fondos en una proporción muy inferior a la de los municipios del interior provincial. Le llega un 55 % de los recursos de la coparticipación secundaria que va del Estado provincial a los municipios cuando tiene un 74 % de los habitantes y un 82 % del total de los pobres bonaerenses. Por cada habitante en situación de pobreza las intendencias del conurbano recibieron en 2015 solo $4.339 mientras que el resto de los municipios percibieron $16.421, casi cuatro veces más2. Algo similar ocurre si analizamos la representación política provincial. La primera y la tercera sección electoral, que incluyen
unos 8 millones 300 mil electores sobre un padrón de poco más de 12 millones para el conjunto de la provincia y 43 municipios3 sobre un total de 135, solo cuentan en conjunto con 33 diputados provinciales de un total de 92 y con 17 de 46 senadores. Si agregamos la octava sección, que solo incluye La Plata, con unos 520 mil electores, se suman 6 diputados y 3 senadores. O sea que casi un 75 % del padrón electoral solo tiene el 42 % de los diputados y 43 % de los senadores de la provincia. Según el último informe del INDEC en el Conurbano bonaerense la desocupación tiene el índice más alto del país, 11,8 %, cifra que con los sub ocupados supera el 23 %. Se encuentra parte de la población que más ha sido golpeada por las políticas de ajuste del gobierno macrista, donde más ha impactado el cierre de fábricas y empresas y la caída del salarios frente a la inflación. Aunque las condiciones de vida del pueblo trabajador han empeorado claramente con el gobierno macrista, tiene algo de paradójico que Cristina Fernández de Kirchner tenga su núcleo duro electoral en una región donde, cuando dejó su gobierno, la mitad de los trabajadores eran empleados no registrados o informales, un 29 % de la población estaba en situación de pobreza y un 60 % de los hogares no tenía cloacas. El kirchnerismo poco hizo en sus doce años de gobierno por modificar la situación de discriminación económica y política estructural que sufre el pueblo trabajador del Conurbano. Ni Cristina ni Scioli tuvieron política alguna para superar la grave situación de emergencia habitacional que afectaba y afecta a los sectores más vulnerables y dejaron la educación y la salud públicas en estado calamitoso, con los salarios de estatales, municipales y docentes bonaerenses siendo los más bajos de la región centro (CABA, PBA, Córdoba y Santa Fe). Se ganaron la enemistad de parte importante de los trabajadores sindicalizados a los que castigaron con el “impuesto al salario” (al igual que hoy
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“...ambas campañas electorales, la macrista de Cambiemos y la cristinista de Unidad Ciudadana apuesten sus posibilidades de éxito a mantener bajas las aspiraciones de sus respectivas bases electorales: ‘que no vuelva Cristina’ en un caso; ‘poner algún límite a Macri’, en el otro.
lo sigue haciendo Macri), cuestiones que explican en parte que hayan perdido la gobernación a manos de Vidal en octubre de 2015 y el gobierno nacional en el balotaje. Sin embargo, el apoyo que mantiene la expresidenta, especialmente en los municipios de la tercera sección electoral (La Matanza más la zona sur) no es irracional sino que tiene que ver con el recuerdo de la mejora que en su momento significaron en los sectores de menores ingresos las políticas asistenciales (AUH, Progresar, Argentina Trabaja) y con la moratoria jubilatoria, y con el empeoramiento sufrido en los ingresos populares desde la llegada del macrismo al gobierno con su sucesión de tarifazos y ataques al empleo y el salario, que golpea fuertemente en una región densamente poblada y con gran cantidad de asalariados. De ahí que ambas campañas electorales, la macrista de Cambiemos y la cristinista de Unidad Ciudadana apuesten sus posibilidades de éxito a mantener bajas las aspiraciones de sus respectivas bases electorales: “que no vuelva Cristina” en un caso; “poner algún límite a Macri”, en el otro. Massa, por su parte, intentará transitar una “avenida del medio” de anchura aún indefinida. Nosotros, desde el Frente de Izquierda, batallar para ganar la consciencia política de cientos de miles de trabajadores para la única fuerza política que ha enfrentado consecuentemente el ajuste macrista y de los gobernadores. *** Un dato innegable de este proceso electoral es el completo colaboracionismo de la burocracia sindical con el gobierno de los CEO. Después del exitoso paro general del 6 de abril, al que tuvieron que convocar por presión de las bases, los burócratas se metieron en “cuarteles de invierno” de los que solo salieron para firmar paritarias a la baja. Han permitido que pasen despidos y suspensiones como si nada. Los últimos ejemplos han sido
PepsiCo y Hutchinson, con 600 y 350 despidos respectivamente, donde las comisiones directivas del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Almentación (STIA), conducido por el hoy “randazzista” Rodolfo Daer, y la del sindicato del caucho, están jugando abiertamente contra los trabajadores. Una actitud muy típicamente “noventista”, cuando la mayoría de la burocracia sindical fue artífice de la aplicación de las políticas neoliberales bajo Menem. Esta política traidora de la burocracia sindical le va permitiendo al gobierno avanzar gradualmente en torcer la relación de fuerzas a favor de las patronales, donde el crecimiento del desempleo y el subempleo buscan ser utilizados como elemento disciplinador de la clase trabajadora. *** Este proceso electoral plantea un gran desafío en todo el país para el Frente de Izquierda y de los Trabajadores, que se presenta con listas comunes en 21 de los 24 distritos nacionales, y en casi 100 municipios en la Provincia de Buenos Aires (abarcando un 95 % del padrón provincial). En Provincia de Buenos la lista va encabezada por Nicolás Del Caño a diputado nacional y Néstor Pitrola a senador nacional. Y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por Marcelo Ramal a diputado nacional y por Myriam Bregman a legisladora porteña. Tenemos por delante meses de campaña que, desde nuestro punto de vista, tienen varios objetivos entrelazados. Un buen resultado electoral del FIT sería un dato de la situación política que ayudaría a fortalecer las luchas contra las políticas de ajuste de Macri y los gobernadores. A la vez, tenemos el desafío de agitar aspectos de nuestro programa que respondan tanto a las demandas inmediatas de los trabajadores como aquellos que nos permiten elevar las aspiraciones de los trabajadores. En ese sentido, desde el PTS venimos tomando como uno de los ejes
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importantes ya en la pre campaña electoral el planteo de reducir la jornada laboral a 6 horas, 5 días a la semana, sin afectar el salario y con un mínimo que cubra el costo de la canasta familiar, cuestión que ligamos con el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados. Este planteo ha encontrado muchísima simpatía aún antes de comenzar la campaña en forma más masiva. El otro objetivo que tenemos es lograr un salto en la militancia activa. En el gran acto de Atlanta de noviembre del año pasado, donde hubo de conjunto unas 20 mil personas, mostramos un crecimiento en nuestra capacidad de movilización. Pero esto es solo una acumulación inicial. El gran desafío que tenemos es construir una fuerza militante de decenas de miles con inserción en los lugares de trabajo y estudio, en fábricas, empresas, escuelas y universidades, que luche por recuperar los sindicatos de manos de la burocracia sindical y construya centros de estudiantes militantes, para poder incidir en derrotar en las calles las políticas de la clase dominante y sus representantes políticos, y abrir el camino a la lucha por un gobierno de los trabajadores en ruptura con el capitalismo. Esta pelea incluye también el terreno ideológico y cultural, donde tenemos un arduo y apasionante trabajo por delante. Si la humanidad tiene un futuro deseable, será socialista. Si no nos esperan diversas formas de barbarie. Pero ese futuro socialista no vendrá automáticamente. Requiere de una voluntad colectiva de los explotados construida conscientemente. A esto apostamos. 1. “El gobierno prepara profundas reformas para después de las elecciones”, La Nación, 2/7/2017. 2. Datos extraídos de Zarazaga, Rodrígo y Ronconi, Lucas (compiladores), Conurbano infinito, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2017. 3. En estas secciones electorales 11 de los municipios que las incluyen no se contabilizan como pertenecientes al Conurbano.
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MOVIMIENTO OBRERO Fotografía: María Paula Ávila
PepsiCo: historia de lo que no se quiere resignar Un costo laboral que se calcula en derechos conquistados con lucha y organización. Una planta industrial que se conoce como ícono del sindicalismo combativo y de izquierda. Un día de la bandera que pretende izar la revancha burguesa contra el tupé de alzar la vista. Un grupo de obreros y particularmente obreras que resisten en sus puestos de trabajo. Un conflicto que concentra las miradas. Esta nota es sobre PepsiCo. PAULA VARELA Politóloga, docente de la UBA. MARIELA CAMBIASSO Socióloga, UBA-CONICET. JULIÁN KHÉ Politólogo, UBA. Mediodía frío en la puerta de PepsiCo. Estamos esperando a Mirta Baravalle, Madre de Plaza de Mayo, que viene a encabezar una recorrida por la planta fabril en la que permanecen los trabajadores para garantizar que la multinacional no se lleve las máquinas y con ellas, la posibilidad de recuperar sus puestos de trabajo. Llega y se saluda cariñosamente con Victoria Moyano, nieta recuperada y miembro del CeProDH, cuyos abogados representan legalmente a los trabajadores de
PepsiCo. Inmediatamente se arma la ronda alrededor de ese pañuelo que atrae a las trabajadoras que están en la carpa, como si hubiera salido el sol. Empezamos a caminar en dirección a la entrada. De la comitiva participan también la actriz Carolina Papaleo; el constitucionalista Roberto Gargarella; Glenn Postolsky, Decano de Sociales; Alejandrina Barry, hija de desaparecidos y querellante en el caso de Papel Prensa; y también nosotros, docentes universitarios e investigadores, que fuimos a llevar la Declaración en apoyo a la lucha de PepsiCo que, en 48 hs, firmaron más de 400 colegas de universidades de todo el país y del CONICET. Nos dirigimos a atravesar la puerta-molinete que cruzan las obreras y los obreros todos los días de su vida, pero que el 20 de junio se mantuvo cerrada, con un cartelito que decía que se habían quedado sin trabajo.
Una vez afuera, en la carpa montada para la resistencia (acá “resistencia” no es un slogan, es poner el cuerpo), hablamos con Alejandro (A), trabajador que ingresó en 2007 con 20 años, y con Catalina Balaguer (C), que junto con Leonardo Norniella fueron los organizadores de la Comisión Interna (CI) y fundadores de la Lista Bordó, oposición a Daer en el STIA. A: Esta vez no me dio para llorar, pero estuve ahí. Las dos veces que tuve posibilidad de estar con una Madre, una de ellas en la fiscalía de San Martín, que habló Elia [Espen], yo lloraba que parecía un nene. Ahora, bueno, había mucha gente, no daba para llorar. Conocer a una Madre es una experiencia muy grosa. Yo cuando entré acá a la fábrica no tenía ni idea lo que era la izquierda. Yo laburé en una sola fábrica antes de entrar acá y el delegado era al que le dabas el recibo de sueldo para que te afiliara a la obra social y nada
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más. Incluso, la primera elección acá yo voté a la Verde, porque no conocía la organización de la que eran ellos [La Bordó], que ya la venían remando en forma no sé si clandestina, pero era así muy por abajo, y bueno, yo no tenía idea de lo que era. Y por afinidad, porque la Verde era eso, ir a jugar a la pelota, comer asados y política cero, entonces... bueno, confieso: la primera vez voté a la Verde [risas]. Pero a los pocos meses, conocí lo que era la Interna, cuando ganó la Bordó. Yo era tarimero, sacaba tarimas con producto terminado desde la línea hasta el playón para que lo lleven a depósito, y nosotros caminábamos hasta 2 cuadras con las tarimas, y los ritmos de producción en ese momento eran grosos, sacaban más de 100 pallets todos los días. El primer contacto que tuve con la interna fue que me dijeron “mirá, vamos a sacar tarimas hasta acá nomás, hasta la mitad”, por ejemplo, 50 metros. Y lo primero que se me vino a la cabeza fue “¡No! Se me llena la línea, me van a terminar echando culpa de este tipo”. Y después te das cuenta que era para bien de uno, ¿no? Y son cosas que, incluso después, la terminábamos peleando nosotros solos, no era necesario que viniera el delegado, peleábamos por muchas otras cosas para no rompernos. Pero todo era una pelea, y era organizarse entre los mismos compañeros y hablar con los delegados, que iban al frente por nosotros, porque nosotros por ahí éramos jóvenes y teníamos miedo a la exposición. Entonces vos te sentías representado por el delegado que peleaba por cosas que mejoraban tu cotidianeidad en la planta, tus condiciones de trabajo. Entonces ahí empezás a armar un vínculo. Yo en mi caso tuve la suerte de que estaba Leo Norniella1 en mi turno y bueno, los que lo conocen a Leo saben lo que es, imposible no quererlo, no llevarte bien. Entonces pegamos onda, empezamos a hablar de música, de Los Redondos, y después empezamos a hablar de política. Yo tenía cero idea de política, pero la figura del Che era algo que me atraía, entonces empezamos a hablar del Che, de la Revolución cubana, de la clase obrera, de la lucha de clases, hasta que terminé leyendo el Manifiesto comunista. Ese fue el primer acercamiento que tuve con un delegado combativo, y fue una experiencia que me marcó hasta el día de hoy, porque son ideas que se aprenden, no solamente en lo sindical o en lo político, sino en la vida cotidiana de cada uno: en el trato que tenés con tu compañera de vida, con tus hijos, que sirven para crecer como persona y ayudar a los demás. Y esas son cosas que no son materiales pero que a uno lo llenan mucho, incluso al punto de interesarme para ser delegado, y fui delegado. En resumidas cuentas, entré en una fábrica sin saber lo que era la izquierda y terminé siendo delegado. En 4 años mi vida cambió 180 grados, y bueno, un poco bastante gracias a las figuras de Leo Norniella y de Catalina Balaguer.
C: Yo entro en 1997. Soy la segunda generación de mujeres que entró en la planta, porque en su mayoría eran todos varones. A muchas de nosotras nos costaba decirle a la empresa que teníamos hijos, porque pensábamos que nos iban a echar. Con el tiempo, nos dimos cuenta de que tener hijos y ser madres solteras, en algunos casos, era garantía de que te auto-explotes a morir. Nosotros empezamos a ocupar los puestos de los varones en el empaque, y trabajábamos 16 horas. Me acuerdo que queríamos hacer un pozo y desaparecer cuando veíamos al supervisor aparecer a medio turno, porque seguro nos pedía horas extras, y nosotros ya no dábamos más. Yo tenía 27 años y sentía que tenía los pies de una persona de 80. Me dolía el cuerpo, pero era la única forma de quedar efectiva. Trabajar 16 horas y los fines de semana también. En la fábrica tenés que pagar derecho de piso, y si sos mujer, más todavía. Esta multinacional no te daba ni siquiera ropa, ni zapatos. Era muy marcada la diferencia entre el que era contratado y el que era efectivo. No podíamos tener descansos ni comer una hora como la mayoría de los varones. Nosotras teníamos 30 minutos, y si te pasabas 2 minutos ya te llamaban la atención, y todo el tiempo jugaban con la idea de que si te portabas mal no ibas a quedar efectiva. En esa época no había CI, pero figuraba como si hubiera. Cuando empezamos a surgir nosotros, allá por el 2001, empezaron a existir CI mucho más reales, en el sentido de que eran votadas por los trabajadores. Parecían ser delegados que estaban con la gente, hasta que a fines del 2001, comienzos del 2002, frente a un conflicto muy grande por el despido de 100 compañeras contratadas, la CI se quiebra, y empieza un antes y un después para todos. IdZ: ¿Por qué se parte la CI? C: Se parte porque nosotros planteamos que las compañeras tenían que ser planta permanente y el sindicato decía que las chicas solamente podían apelar a una mejor indemnización, pero que no se iba a pelear por su
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reincorporación. La fábrica fue militarizada, la seguridad estaba con armas, a ese nivel. El sindicato, no solamente no quiso luchar por el sector que había quedado en la calle, sino que partió la CI, haciendo que un sector se fuera con ellos (agarraron la plata) y un sector más pequeño se quedara con los trabajadores. Ahí fue cuando el sindicato monta una provocación en acuerdo con los gerentes, agrediendo a Leo Norniella dentro de la planta para poder iniciarle una causa de desafuero. Leo fue suspendido, entonces todos los que estábamos adentro quedamos más a la intemperie. Porque había quedado un sector de la interna dirigido por la burocracia y otro sector de la interna luchando como podía y con el mayor referente, que era Leo Norniella, suspendido. Eso fue una prueba que tuvimos que pasar los trabajadores para empezar a darnos cuenta que teníamos que armar otro tipo de organización, que con la burocracia ya no teníamos nada que hacer. En un hecho tan concreto como que 100 compañeras pasen a planta permanente, se demostró qué delegados estaban con la burocracia y la patronal, y qué delegados estaban con los trabajadores. Cuando lo suspenden a Leo la fábrica estaba con mucho miedo. Aparte había pasado el 2001 y el desempleo reinaba en Argentina. Había toda una crisis enorme. Y cuando estamos logrando que se revierta el fallo de Leo para volver a la fábrica, nos echan a 5 activistas, entre las que estaba yo. La empresa daba distintas causas, pero todos sabíamos que nos echaban porque habíamos sido solidarios con las compañeras contratadas, porque hablábamos en las asambleas. Fue bastante difícil, porque de los cinco, me terminé quedando solita, porque los demás compañeros sintieron que nos les daba la fuerza para pelear. Nosotros discutimos y evaluamos todas las posibilidades, y la única pelea que se podía seguir dando era denunciar a PepsiCo por las condiciones a las que sometía a las mujeres a trabajar. En ese camino yo podía lograr no solamente seguir poniendo a PepsiCo en el imaginario de la sociedad como lo que es, sino también remarcar »
Un poco de historia PepsiCo se instala en Argentina en 1993, tras adquirir la rama de snacks de Kellogg´s. Desde ese momento funciona en la planta de la localidad de Florida, que hoy cerró sus puertas. Hacia fines de los noventa los trabajadores comienzan a organizarse y ponen en pie una CI, en ese entonces conducida por la dirección del sindicato de la alimentación. La CI se divide en 2001, cuando un grupo de delegados se opone al despido de 100 trabajadoras contratadas, y se dispone a luchar por su reincorporación. Como parte de ese conflicto la empresa despide al principal referente de la oposición, Leonardo Norniella, y en 2002 a Catalina Balaguer, activista destacada de esa misma lucha. Ambos lograron su reincorporación y organizaron la CI opositora que desde 2003 dirige la fábrica con la sola interrupción de la elección de 2005, en la que la Verde se atribuye el triunfo por un voto con la anuencia del Ministerio de Trabajo.
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MOVIMIENTO OBRERO
que yo era una trabajadora que tenía un compromiso con mis compañeras, que levantaba las banderas de ellas y que por eso me habían despedido. Y eso era muy difícil hacerlo, porque para hacerlo tenía que renunciar a todos mis derechos, o sea, no podía cobrar un fondo de desempleo, no podía cobrar la indemnización, no podía trabajar durante un tiempo, no podía hacer nada, y yo tenía a mis hijas que eran pequeñas, alquilaba, y estaba por encarar algo que tenía el 100 % de posibilidades de que no nos salga. Y bueno, dijimos, hagámoslo y veamos, porque aparte había que seguir mandándole un mensaje a PepsiCo. Y durante todo ese año y 7 meses que duró el juicio, hasta que salió el fallo, fuimos a todos lados con la campaña de cómo PepsiCo maltrataba a las trabajadoras, que nos sometían a trabajar más de 12 horas, que trabajábamos en bancos de acero inoxidable que levantaban temperatura y nos quemaban, millones de cosas. Me acuerdo que hicimos un trabajo de investigación con gente de la universidad, psicólogos, sociólogos, tratando de tomar cómo era la vida de una trabajadora, entonces desde ahí sacamos muy buenos materiales donde se veía la complejidad de una mujer trabajadora, cómo trabajaba, en qué gastaba lo que ganaba, cómo era su vida, cuánto tiempo invertía en el trabajo, cuánto invertía en la casa, y fue muy bueno porque nos sirvió para crecer, incluso también para dialogar con otras compañeras que al día de hoy plantean todo esto porque lo han aprendido, porque se les hizo carne poder desnaturalizar la forma en que estábamos, y para mí eso es re importante. Entonces, en ese sentido, todo lo que se hizo en todo este tiempo fue una gran escuela. Logramos el fallo de reincorporación, que fue algo inédito y sentó jurisprudencia, porque el fallo reconoce que yo era “delegada de hecho”2 y por eso dicta mi reincorporación. Volví en el 2004, nos presentamos y ganamos la CI. Fue un golpe enorme para la empresa. Imaginate que antes de que saliera el fallo, cuando ya veía que tenía grandes posibilidades de perder, la empresa empieza a revertir su política y empieza tomar a gente con capacidades especiales; a hacer donaciones; Indra Nooyi ya era una mujer reconocida como la directora de los CEO de PepsiCo. Había cambiado todo un perfil porque la campaña que le habíamos hecho fue un golpe muy grande. A: Por eso, más allá del puesto de trabajo por el que estamos peleando en esta lucha, la organización queda como ejemplo para otros trabajadores y sobre todo para uno mismo. Porque podemos perder el puesto de trabajo, pero en algún momento lo vamos a recuperar y cuando vos vas a otra fábrica, a otro trabajo, la mentalidad ya te queda. Todavía no me pasó, pero si voy a otro trabajo me imagino que lo primero que voy a buscar va a ser organizarme con mis compañeros, defender los derechos e ir por conquistas. Es una enseñanza
que te queda de por vida, porque uno no puede abandonar sus ideales o sus principios así porque sí, porque perdiste un puesto de trabajo. Y si lo recuperamos, la patronal va a seguir atacando, ya sea esta, ya sea otra. Queda como ejemplo para uno y para los demás también, que vean que se puede, que es una cuestión de organizarse y tratar de torcerle la mano a la patronal, a la burocracia, al gobierno porque los trabajadores tenemos varios enemigos. C: Todo el tiempo nos quieren obligar a que nos resignemos a todo. Las pocas cosas que conquistamos, que para nosotros son grandes, porque todas las hemos arrancado luchando, siempre nos dijeron que no se podía, que era imposible. Entonces el otro día le gritábamos al sindicato “nosotros luchamos por lo imposible, y ustedes viven de rodillas”. Para mí es eso, no resignarse y luchar. Ayer hablábamos también con algunas compañeras que están muy angustiadas, y yo les decía que independientemente de cómo se vaya desarrollando todo esto, nosotras ya no vamos a volver a ser las mismas, porque nuestras cabezas ya cambiaron, y mucho más ahora porque el golpe fue fuerte y entonces fuerte va a ser el cambio, y que de alguna manera nosotras
estamos escribiendo la historia de algo que no se quiere callar y no se quiere resignar. 1. Leo Norniella falleció en marzo de 2015. Además de dirigente de PepsiCo y militante del PTS, junto con él hicimos entrevistas a intelectuales como Daniel James (“La interpelación actual del peronismo es algo muy frágil”, IdZ 2, agosto 2013) y Juan Carlos Torre (“La idea sería que el gigante se vertebre”, IdZ 4, octubre 2013), y charlas con otros dirigentes obreros de la zona norte (“Las vaquitas son ajenas”, IdZ 11, julio 2014). El día de su velatorio, PepsiCo envió una corona de flores que fue tirada a la calle por los obreros de la fábrica (“Las flores del patrón”, La Izquierda Diario 15/05/2015). 2. “El 14 de octubre de 2003 el Juzgado Nacional del Trabajo 46 consideró que el despido de Balaguer obedecía a sus actividades gremiales y no a razones de reestructuración por falta de ventas, como aducía la compañía. En base a la Ley de Asociaciones Sindicales y a la Ley 23.592 Antidiscriminatoria lo consideró ilegal y ordenó la reincorporación en sus tareas. Fueron esenciales varios testimonios y un informe del Inadi (...) “Se trata de un fallo pionero porque es el primero en el país que obliga a una empresa privada a reincorporar a un gremialista sin fueros”, destacó el abogado Rubén Tripi, del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (Ceprodh), patrocinantes de Balaguer en su batalla judicial” (“Contra la persecución gremial”, Adriana Meyer, Página/12, 16/05/2006).
Fábrica de mujeres Vanina: No queremos tirar todos los años que tenemos acá. Yo tengo casi 17 años acá. No quiero irme así porque sí. Necesito una posibilidad de que se pueda reabrir. Nosotros acá tenemos la fuente de trabajo. Afuera no hay trabajo, no hay nada, viendo la situación del país. Aparte los delegados siempre están al pie del cañón de todas las circunstancias, desde el día que nosotros los votamos están siempre con la gente. Siempre hacemos asambleas, y lo que se vota por mayoría es lo que hacemos. Por ahí, a veces nos equivocamos, ¿no? Pero bueno, así vamos aprendiendo. Aparte, recibimos mucha solidaridad de todos lados. Eso es lo importante, también: que no estamos solos. Lamentablemente las leyes no están a favor de los trabajadores, y hay que ir atrás de un sistema corrupto y de un sindicato corrupto que no está con nosotros. Le pedimos a Rodolfo Daer que aporte al fondo de lucha y ni siquiera vino. Y hemos recibido ayuda de gente que ni conocemos. Laura: Lo que me impulsa es que yo quiero seguir trabajando, quiero defender los puestos de trabajo. No quiero arreglar el 200 %. Voy a pelear lo que más se pueda. La plata te tienta un poco, pero en mi caso no voy a aflojar. Aparte, tengo muchos compañeros que realmente necesitan el trabajo, necesitan trabajar. Tienen familia y alquilan. Y bueno, eso, voy a seguir hasta el final. Jamás pensé que me iba a pasar esto, siempre lo veía de afuera. No puedo creer que tanta gente nos ayude, que nos traiga mercadería. Para mí es una experiencia buena, positiva. Nancy: El sindicato empezó pasando audios, inclusive, en que decían que iban a luchar, que esto no le iba a salir de arriba a la empresa; uno escuchó todo. Pero ya en cuanto nos dijeron en un plenario “no, ya no podemos hacer nada”…, ya decís “bueno, ya está”. Y aparte está la campaña que hace constantemente con gente de ellos para que firmes y arregles. Así que ya era más que obvio que ellos no van a luchar y de la única manera que se puede volver atrás con todas estas medidas es luchándola. Así que, bueno, acompañamos a la CI. En general, siempre se los acompañó en muchas medidas que se tomaron dentro de la planta, porque fueron los que siempre se opusieron a un montón de cosas que no correspondían. De hecho, siempre ha ganado la interna, creo una que sola vez ganó el sindicato y no la pasaron muy bien.
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Postales de una Venezuela en crisis
Fotografías: Juan Gallardo
En Ideas de Izquierda hemos dedicado ya varias páginas a analizar la situación venezolana, que viene siendo uno de los escenarios más complejos de la región desde la asunción de Nicolás Maduro. En este número presentamos una serie de postales desde Caracas, en un momento que combina rumores de golpe, marchas y contramarchas. Juan Andrés Gallardo Corresponsal de La Izquierda Diario en Venezuela.
Amanece en Caracas y a pesar de la brisa que baja desde el cerro El Ávila, el sol ya pica anunciando los 29 grados de unas horas más tarde. Frente a la plaza La Candelaria unas cien personas forman fila para conseguir pan salado (tipo francés). La escena se repite en la cuadra anterior y en la siguiente. La Candelaria es un barrio de inmigración española y portuguesa con tradición panadera aunque por la falta de harina de trigo los negocios solo ofrecen pan una o dos veces a la semana. Las tres o cuatro piezas cuestan una décima parte de lo que vale una bolsa de pan lactal en un supermercado, lo que explica que el ritual se multiplique frente a cada panadería, aunque la espera sea de más de una hora. Así arranca el día para gran parte de la población de Caracas. Falta aún saber si habrá transporte para llegar al trabajo, pasar por el banco para retirar efectivo y pensar en volver a hacer fila por la tarde para conseguir algo para la cena a un precio razonable.
“Lo peor fue agosto del año pasado. Ahí solo comíamos mango. A la mañana, en el almuerzo y a la noche. Era todo lo que había”, me dicen para aclarar que ahora se está mucho mejor. Es cierto que el peor momento de desabastecimiento ya pasó, pero de todas maneras la mayoría tiene que remar cada día para sobrevivir con un sueldo que no alcanza ante una inflación descontrolada. Como no existen datos oficiales los índices se miden en base a lo que dicen consultoras privadas. Según esos informes, la inflación del año pasado fue de 700 % y para este año se espera que supere el 1.000 %, pero el aumento de salarios está muy lejos de equiparar estas cifras. Sin paritarias ni negociaciones con los sindicatos, es el gobierno de Nicolás Maduro el que anuncia los aumentos salariales por decreto. El último, en mayo de este año, fue del 60 %, llevando el salario mínimo a 65.000 bolívares (10 dólares a valores del mercado paralelo en mayo), que equivale a 7
hamburguesas en una cadena de comida rápida o 13 botellas de Coca Cola en un supermercado. Al salario mínimo se lo compensa con un Bono Alimentación de 135.000 bolívares, completando así 200.000 mensuales (poco más de 30 dólares en el mercado paralelo). En contraste, la Canasta Básica Familiar ese mismo mes fue de 1.400.000 bolívares (Centro de Documentación y Análisis Social). Esto es lo que explica que gran parte de los venezolanos empleen una porción importante de su tiempo libre en conseguir alimento o medicinas (que también escasean), evitando recurrir a los bachaqueros (mercado negro) que tienen productos difíciles de encontrar, a precios imposibles. Si bien existe una serie de productos básicos que deberían tener precios controlados, los empresarios se las rebuscan para hacer buenos negocios bajo la mirada cómplice del gobierno. Así la leche pasó a llamarse “bebida láctea” para poder venderla a 5.000 bolívares el litro, muy por »
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fuera del alcance de alguien que cobra el salario mínimo, y ni hablar para los desocupados –muchos de ellos jóvenes–, o los que fueron quedando en los márgenes y, cada vez más, se los ve buscando comida o algo que puedan vender entre la basura. El año pasado, durante el período de mayor desabastecimiento, a esta rutina se le sumaban horas bajo el sol esperando en los Mercados de Alimentos montados por el Estado con precios subsidiados. Sin embargo los productos cada vez eran menos y la impaciencia de la gente cada vez mayor. El gobierno tomó nota de la situación y puso en marcha los Comités Locales de Abastecimiento y Distribución (CLAP), que tienen el doble objetivo de entregar alimentos en forma directa y tener mayor control social en los barrios más empobrecidos. *** Caracas está literalmente partida al medio. No hay mejor representación física de la “grieta” política, que la ubicada en las inmediaciones de la estación de metro Chacaito, en el centro de la ciudad. Allí termina el municipio Libertador, que se extiende hacia el oeste, y comienza el municipio Chacao, que se extiende hacia el este donde se adentra en el estado Miranda, del que es gobernador el opositor Henrique Capriles. Pero la división no es solo administrativa, sino ante todo política. En el oeste se encuentran los principales edificios públicos y las urbanizaciones de clase media y baja, que se extienden por los cerros. Bajarse en alguna de las estaciones de metro del oeste es encontrarse con un cartel que dice “Bienvenido a territorio chavista”. Allí se encuentra la sede del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), principal aliado de Maduro junto al Consejo Nacional Electoral (CNE), y también el Palacio Miraflores, sede del gobierno. Es por esto que la orden de la Policía y de la Guardia Nacional Bolivariana es que ninguna de las marchas de la oposición llegue al oeste. Para esto no solo recurren a una brutal represión, que ya se cobró decenas de muertos, sino que bloquean periódicamente todas las calles que forman la línea imaginaria entre ambos hemisferios. Por el contrario, en el este domina la oposición de derecha organizada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD). Allí se encuentran las sedes de las principales empresas, donde los ejecutivos tienen el sueldo
garantizado en dólares (1 dólar pasó de valer en el mercado paralelo 5.800 bolívares en mayo, a 8.000 a fines de junio). Allí también se encuentran las sedes de las embajadas, los principales shopping y en sus supermercados no faltan productos, aunque los precios son inaccesibles para alguien que vive con un salario. Salir de una estación de metro en el este equivale a encontrarte con carteles de “No + Dictadura”, “Maduro dictador” o “Yo soy libertador”. Esta última es la consigna que utiliza la derecha para hacer sus llamados permanentes a los militares para que den un golpe de Estado y saquen a Maduro del gobierno. Es que a pesar de contar con figuras recicladas de los viejos partido neoliberales, o contar con partidos como Voluntad Popular del encarcelado Leopoldo López, que se presenta como una derecha renovada, detrás de un discurso demagógicamente democrático se mantiene el ADN original de la derecha golpista venezolana. La misma que en abril de 2002 encabezó junto a los militares un fallido golpe contra Chávez, y a fines de ese año volvió a la carga con un lock out petrolero para intentar asfixiar la economía, que también fracasó. Ese ADN es el que le vuelve a salir por todos los poros a los dirigentes de la oposición de derecha cada vez que pueden, y que se mueven entre el apoyo del imperialismo estadounidense y los llamados recurrentes a la Fuerza Armada. En mayo llegaron a convocar una marcha sobre el Fuerte Tiuna, principal cuartel militar del país, exigiendo que le retiren el apoyo a Maduro, es decir, que den un golpe. A pesar del discurso democrático que enarbolan, es ese ADN el que no termina de convencer a sectores cada vez más amplios disconformes con el chavismo, pero que no se “enamoran” de una oposición que se parece tanto a esa derecha que gobernó el país durante medio siglo bajo el Pacto de Punto Fijo. Es quizá la juventud, la que no vivió las “mieles” del chavismo pero sufre las miserias del madurismo, la que puede aparecer como el sector social más dinámico. Están los jóvenes, en su mayoría de clase media, que se pone al frente de las movilizaciones de la MUD, se enfrenta con la Policía y son la mayoría de los que mueren producto de la represión. La derecha también dirige la mayoría de los centros de estudiantes de las universidades, que son parte de las movilizaciones opositoras. Pero también están los jóvenes de los barrios
populares que salen a enfrentarse con la Policía, y no lo hacen bajo la ideología y el programa de la derecha, sino bajo el de la falta de horizonte, el hambre y la desesperación. Allí no domina la MUD, y la bronca con el gobierno de Maduro va en ascenso. *** “Si no le pones el doble en lugar de arepas, te quedan puras tortillas”, se queja un caraqueño. Se refiere a la harina de maíz que los venezolanos usan para hacer arepas, una de sus comidas básicas, y la queja está basada en que los paquetes que se incluyen en la bolsa del CLAP provienen de México, donde el refinado es mayor. De México también provienen la mayoría de los productos de la bolsa (o caja, ilustrada con imágenes de Chávez y Maduro) . Las bolsas que se entregan una vez al mes incluyen arroz, leche en polvo, harina de maíz, azúcar, fideos, aceite, margarina, atún y algunos otros productos. Tienen precio subsidiado, que era de 10.000 bolívares desde que se creó en 2016 y acaba de subir a 18.000 (que sigue siendo un valor muy bajo). Para recibir las bolsas solo hay que estar censado, y cada vivienda recibe una bolsa (sin importar la cantidad de habitantes). El reparto lo hace el Ejército, junto con los consejos comunales (ligados al Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV), y se reparten puerta a puerta: un mecanismo de control social fenomenal. Es común escuchar denuncias sobre barrios opositores donde el CLAP no aparece o llega tarde. Sin ir más lejos en Petare, un barrio popular de 40 kilómetros cuadrados al “extremo este” de Caracas, ya en el estado Miranda,el CLAP recién llegó hace tres meses. Sin embargo allí hace tiempo que está presente la OLP (Operación de Liberación del Pueblo), un cuerpo de seguridad que combina Policía, Guardia Nacional y servicios de inteligencia específicos para los barrios pobres, que van encapuchados, con ametralladoras y acompañados de tanquetas; lo que combina control social y terror bajo la excusa de la seguridad de los pobladores. Pero la actuación de la OLP no se limita a los barrios donde tiene presencia la oposición, sino que está presente ante todo en los que domina el chavismo. Allí actúan en común con los “colectivos”, bandas paramilitares ligadas al aparato del PSUV y que hacen el trabajo sucio de completar desde la ilegalidad lo que las fuerzas de seguridad no
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pueden hacer desde la legalidad. Así se vio en La Vega, un populoso barrio del suroeste de Caracas de larga tradición chavista, donde el retraso en la entrega del CLAP de mayo se transformó en una protesta con más de 12 horas de enfrentamiento entre los pobladores y la Guardia Nacional, la Policía y las OLP. La represión, que fuera de Venezuela se muestra dirigida exclusivamente hacia la oposición, es sufrida a diario por los jóvenes de los barrios populares y también se enfoca en cualquier conflicto que cuestione al gobierno. En los últimos meses reprimieron tanto a trabajadores no docentes en huelga de la Universidad Central de Venezuela, como a médicos que protestaban por la falta de medicamentos o liceístas que salieron a las calles. Las fuerzas de seguridad también se usan para aplastar cualquier intento de saqueo por hambre, sobre todo en el interior del país. En este aspecto la oposición coincide con Maduro y habilita la represión en los municipios que gobierna. En una reciente “noche de furia” en Maracay, que comenzó como una protesta de derecha y se extendió a los barrios humildes en forma de saqueos, la oposición de la MUD pidió la intervención de la Guardia Nacional, mientras que Hernique Capriles definía desde su cuenta de Twitter la situación como de “caos y anarquía”. *** “Acá no hay ninguna polarización, acá todo el mundo está contra Maduro”, me dice un profesor universitario. La afirmación es cierta pero a medias. Es real que el gobierno viene perdiendo popularidad, y no solo por la catástrofe económica sino también por el llamado a una Asamblea Constituyente que hoy rechaza más del 65 % de la población. Sin embargo, por arriba, la polarización política entre el gobierno y la MUD sigue marcando la vida política del país. El gobierno y la oposición se miden en la calle a diario desde que a fin de marzo el TSJ decidió quitarle las atribuciones a la Asamblea Nacional, en la que la oposición tiene mayoría. Esta movida estaba por fuera de la relación de fuerzas y Maduro tuvo que retroceder en pocos días, pero el “daño” ya estaba hecho y la oposición vio la oportunidad para volver a salir a las calles y exigir elecciones anticipadas. Maduro no anunció cronograma electoral pero sí convocó a una Asamblea Nacional Constituyente que terminó convirtiéndose en
su principal problema. Faltando un mes para que se voten constituyentes (a fines de julio), el llamado fue boicoteado por la oposición y solo cuenta con candidatos del PSUV, además de que la mayoría de los venezolanos no cree que vaya a solucionar los problemas del país. Adicionalmente la Constituyente fue llamada por Maduro sin referéndum previo (que posiblemente hubiera perdido), lo que generó malestar en sectores amplios del chavismo que creen que se está pisoteando la Constitución del ‘99, que estipula que una ANC solo puede ser convocada por un referéndum.
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La figura central del “chavismo crítico” es la fiscal general Luisa Ortega Díaz que se erigió en una suerte de heroína para la oposición al cuestionar la convocatoria a la Constituyente, al TSJ, y a la represión de la GNB y la Policía, desde el interior del propio chavismo. Huelga decir que desde el gobierno fue atacada por traidora y denunciada por “trabajar para el imperialismo estadounidense”, y están buscando su destitución. Este enfrentamiento entre las instituciones que respaldan a Maduro y la fiscal general, que es apoyada por la derecha, se ha convertido en el centro de las »
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fricciones políticas durante todo junio, y amenaza con escalar aún más a medida que se acerca la fecha de la elección para la Constituyente. Así casi todos los días se pueden ver marchas del chavismo en apoyo a la Constituyente y contra la fiscal general, muchas de las cuales parten del Parque Carabobo, donde se encuentra la sede central del Ministerio Público, donde atiende Ortega Díaz. “Este es el baile de Nicolás, mueve la cabeza de aquí pa’allá. Te lo juro, con Nicolás Maduro el pueblo está seguro, así que dale para adelante, nunca para atrás”, retumba la música desde el camión de los trabajadores postales. Después de dos meses de movilizaciones el desgaste se nota tanto en las marchas del chavismo como en las de la oposición, y salvo excepciones ya no juntan la multitud que se vio hasta mediados de abril. En las del chavismo participan centralmente los militantes del PSUV, trabajadores de los ministerios, de la petrolera PDVSA, y miembros de alguna de las misiones (educadores, plan vivienda, juventud y deporte, cociner@s de la patria). La oposición de derecha por su parte viene descentralizando las acciones en distintos puntos geográficos, pero la clave de las marchas opositoras no son los asistentes, que por la represión rara vez pueden marchar más de una o dos cuadras, sino el puñado de jóvenes que están a la cabeza y que se enfrentan permanentemente con la policía y la Guardia Nacional. Eso es lo que les da mayor visibilidad y la posibilidad de denunciar todos los días la represión, no solo hacia el interior de Venezuela sino hacia los actores externos que también ejercen presión. El escenario de movilizaciones y represión se cuela en la vida de millones aunque no quieran. Durante las marchas es común que se cierren las estaciones del metro y que los ómnibus no hagan el recorrido completo por lo que muchas personas pierden horas yendo a pie a sus trabajos. A esta “caotización” de la vida cotidiana se suma una suerte de corralito bancario ya que los cajeros no entregan más de 10.000 bolívares por día, por lo que es común que la hora de almuerzo termine siendo tiempo muerto de espera en el banco para sacar algo más de efectivo por ventanilla. El hastío de millones de personas que no participan de ninguna de las marchas se siente en el ambiente, pero el malestar creciente con el gobierno de Maduro no redunda en una mayor simpatía con la derecha, que si bien hegemoniza el discurso opositor, es vista por sectores amplios como la vieja derecha golpista y neoliberal. Según un reciente informe de la consultora Datanalisis, un 61,9 % de los venezolanos se indentificaba
como independiente, mientras que un 19,8 % se referencia con partidos de la derecha y un 15,1 % con el PSUV. *** Maduro no es Chávez, y eso es claro para cualquiera en Venezuela. Su gobierno no solo está signado por una crisis económica galopante de la que Chávez apenas llegó a ver su inicio, sino que lo atraviesa una enorme crisis política. A pesar de haber sido el más “izquierdista” de los gobiernos posneoliberales de la región, el chavismo nunca modificó la estructura rentística petrolera de la que depende la economía venezolana y que hoy está en la base de la catástrofe que atraviesa el país. El nivel de dependencia es tal que de cada 100 dólares que ingresan al país, 96 estan relacionados con el petróleo, y los precios del crudo cayeron desde su pico más alto de 130 dólares el barril en 2008, antes de la crisis de Lehman, hasta los 22 dólares el barril en 2016. Hoy Maduro sufre las consecuencias de la caída internacional de los precios del petróleo y mientras golpean el desabastecimiento y la inflación, el gobierno destina sumas multimillonarias al pago de la deuda externa y hace la vista gorda sobre la monumental fuga de capitales. No hay aquí rastros de socialismo, ni de revolución, hay en la calle dos bandos peleando por la renta petrolera. De un lado los funcionarios corruptos, la (boli)burguesía que creció bajo el ala del Estado y una casta de militares que se hicieron millonarios y ganaron un poder político y económico sin precedentes. Del otro, la vieja derecha escuálida desesperada por hacerse nuevamente del petróleo y del control estatal y cuyo plan es mantener la FANB como garante del orden, y apoyarse sobre algunos de los ataques que ya comenzó a pasar el gobierno de Maduro, para ir hacia un proyecto económico abiertamente reaccionario, antiobrero y de entrega de la soberanía al imperialismo. Esto implica una mayor devaluación y endeudamiento, liberación de precios, reducción del gasto público, la precarización de franjas enteras de trabajadores, desguazar y privatizar PDVSA, y entregar los minerales y recursos naturales. Pero la economía no es el único problema. Maduro es el eslabón más débil de un movimiento que se construyó sobre el liderazgo de Chávez como un bonapartismo que se plebiscitaba una y otra vez mostrando su superioridad sobre la oposición de derecha. Ese escenario cambió en diciembre de 2015 cuando la derecha ganó la mayoría en la Asamblea Nacional, momento en el que Maduro
decidió clausurar cualquier posibilidad de llamado a nuevas elecciones. Es que, como se sabe, un bonapartismo plebiscitario que no se puede plebiscitar es igual a nada, razón por la cual el madurismo se sobrevive hoy en base a una fuerte represión estatal (y paraestatal), un aparato partidario de fuertes rasgos clientelares (donde el que sale, pierde), y el uso y abuso de una fuerte inconografía chavista. Chávez está ahí, mirando desde el cielo, y no es una metáfora; en cada edificio público o construcción del Plan Vivienda aparece pintados en su extremo más alto los ojos del expresidente, como un “padre fundador” que da “seguridad” y también te controla. “Aquí no se habla mal de Chávez”, se puede leer en gigantografías colgadas de algunos de los edificios públicos, y también es el eslogan del programa que conduce el vicepresidente del PSUV Diosdado Cabello. Ese eslogan (quizá sin quererlo) contiene implícito su inverso: “Aquí sí se puede hablar mal de Maduro”, lo que deja al desnudo en toda su magnitud la debilidad del actual gobierno. *** Después de la crisis argentina de 2001 un Hugo Chávez irreverente visitó el país y dio una conferencia en la Universidad de Madres de Plaza de Mayo. Todavía le faltaba un largo trecho de gobierno pero ya hablaba de socialismo, y de una forma “novedosa y original” de hacer una revolución ante un público entusiasta. De repente se puso serio, miró a los presentes y dijo algo así: solo espero que cuando llegue la hora final no tenga que repetir lo que dijo Simón Bolívar al ver la lucha de su vida derrotada. Espero no tener que decir “he arado sobre el mar”, como lo hizo el Libertador al final de su vida. Ironías de la historia. Quince años más tarde el gobierno de Maduro muestra de la forma más cruda el fracaso absoluto de los proyectos nacionalistas y populistas burgueses en la región. Hoy los militares están ubicados en el centro de cualquier salida política para Venezuela. En paralelo la presión interna e internacional para abordar una línea de diálogo hacia algún tipo de transición se desarrolla con fuerza. Tras 18 años de chavismo, los trabajadores y el pueblo de Venezuela no tienen una opción progresiva ni en la profundización de un madurismo represivo, ni en la irrupción de la FANB de la mano de la derecha, ni en una transición hacia un gobierno más estable cuyo objetivo no puede ser otro que el de afianzar y profundizar los padecimientos que hoy ya están sufriendo.
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Del Brexit al “Corbyn moment” Claudia Cinatti Staff revista Estrategia Internacional.
Desde hace un año, con el triunfo inesperado del Brexit, Gran Bretaña está en estado de convulsión. La victoria del campo del “Leave” en 2016 había sido leída como un categórico giro a la derecha. Sin embargo, las elecciones anticipadas del 8 de junio volvieron a trastocar de manera radical el panorama político. A las fracturas sociales, geográficas y etarias que dejó expuestas el referéndum del Brexit, se superpusieron las creadas por las políticas de ajuste, y este cóctel explosivo invirtió la tendencia: el gobierno conservador de Theresa May quedó moribundo. Se hundió el UKIP, el partido de la extrema derecha racista y xenófobo que se había fortalecido con un discurso groseramente antiinmigrante en el referéndum por el Brexit. Y contra todo pronóstico –y a pesar del bullying del establishment político y mediático– Jeremy Corbyn hizo la mejor elección del laborismo desde Tony Blair, en 1997.
Con un programa de reformas limitadas, pero de reformas al fin, Corbyn sintonizó con el “espíritu de época” anti austeridad y anti política tradicional. Entusiasmó así a una nueva generación de jóvenes que militaron y votaron masivamente como nunca. También habría reconquistado parte del electorado obrero tradicional, que había desertado durante los largos años de hegemonía neoliberal del Nuevo Laborismo. Adicionalmente, por su activismo histórico en el campo pacifista, Corbyn capitalizó el extendido repudio popular a las guerras en Medio Oriente reactualizado por los atentados terroristas en Manchester y Londres que sacudieron la campaña. Esta reconfiguración radical no cayó del cielo. Es el salto a la escena política de un descontento acumulativo en el que se combinan el agotamiento del neoliberalismo, las consecuencias de la crisis capitalista de 2008, el fin del consenso del “extremo centro” y, sobre
todo, un nuevo fenómeno de politización de la juventud que busca alternativas de izquierda, aunque aún no radicalizadas, a la vida miserable que le promete el capitalismo.
Gobierno zombi Alentada por las encuestas que le daban una ventaja considerable sobre Jeremy Corbyn, May llamó a elecciones anticipadas para el 8 de junio, a pesar de que contaba con una mayoría propia heredada del gobierno anterior y con tres años de mandato por delante. Buscaba ganar legitimidad y fortalecerse para comandar el llamado “hard Brexit”, una estrategia política agresiva de separación de la Unión Europea basada en la defensa de las fronteras nacionales contra el ingreso de inmigrantes y el rechazo de la libertad de movimiento de personas, incluso al precio de perder algún tipo de privilegio para acceder al mercado común, vital para la economía británica. »
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Reino Unido
Además del oportunismo político, al menos dos elementos empujaron a May a tomar esta decisión equivocada. Uno era disciplinar a su partido, dividido entre un ala europeísta y otra euroescéptica que reclama a gritos un Brexit riguroso. El otro era conseguir una mayoría sólida antes de que los efectos negativos del Brexit, que se da por descontado que aumentarán con el correr de los meses, empezaran a minar su apoyo. El manifiesto electoral conservador prefiguraba un gobierno de ajuste, incluso tenía algunas novedades en este terreno como el llamado con sorna “impuesto a la demencia”, una propuesta para que los ancianos con propiedades valuadas a partir de las 100.000 libras pagaran por su atención. May lo retiró en el medio de la campaña, pero ya era tarde. Una vez más, la derecha leyó mal las coordenadas de la situación. No percibió que el hartazgo con la austeridad había alcanzado un punto de ebullición, y que a pesar del bajo nivel de movilización y lucha de clases, o quizás también por esto, iba a expresarse en los votos. La bronca por el incendio y las 80 muertes en la Grenfell Tower, un edificio de viviendas “low cost” símbolo de las consecuencias de décadas de neoliberalismo, confirmó luego de las elecciones ese clima social. Pero sobre todo, la burocracia política de los dos partidos mayoritarios subestimó el fenómeno de politización hacia izquierda en la juventud que fue decisivo en el resultado electoral, un proceso que ya se había anticipado en la elección de Jeremy Corbyn como líder del Partido Laborista en las elecciones internas de 2015. Theresa May obtuvo una victoria pírrica, que como se sabe equivale a una derrota. Jugó a ser la Margaret Thatcher de 1983 en la cima de su poder, pero terminó perdiendo la mayoría parlamentaria y transformándose en una “dead walking woman”, como la llamó el excanciller conservador George Osborne. Formó un gobierno en minoría gracias al acuerdo con el Partido Democrático Unionista (DUP por su sigla en inglés), el partido de la derecha protestante y probritánica de Irlanda del Norte, que aún conserva lazos con organizaciones paramilitares unionistas. El DUP se cobró caro el favor de dar gobernabilidad. A cambio de prestar sus 10 bancas para lograr una ajustadísima mayoría parlamentaria en votaciones clave, como las referidas al Brexit, el presupuesto y cuestiones de seguridad nacional, le ha exigido a May una suma cercana a los 1.500 millones de libras,
usando como excusa demagógica la necesidad de construir escuelas y hospitales en Irlanda del Norte, algo extraño para un partido del ajuste que además viene de un escándalo de corrupción en el gobierno norirlandés. Este acuerdo no solo encendió el debate sobre el precio a pagar por un gobierno tory en minoría, sino también sobre el rol turbio del DUP en el financiamiento de la campaña del Brexit, ya que según investigaciones periodísticas1 habría triangulado fondos ilegales y oficiado de nexo con sectores de la extrema derecha nativista relacionada con Donald Trump. Nadie arriesga cuánta sobrevida tendrá este gobierno de crisis. Por el momento los tories y el establishment han priorizado sostenerlo, porque aunque tenga un mandato débil es preferible como mal menor ante la posibilidad concreta de un gobierno laborista encabezado por Corbyn en el corto plazo. Sin embargo, no son los únicos actores. El 1 de julio se realizó la primera movilización masiva contra el gobierno. Si se profundizara esta tendencia la suerte de May no se jugaría solo en maniobras parlamentarias sino también en las calles, y eso agrega una cuota de impredecibilidad.
El futuro incierto del Brexit El resultado de la apuesta fallida de May es una expresión recargada de la crisis orgánica –Gramsci dixit– que se puso de relieve con el triunfo del Brexit. El gran capital británico, que nunca tuvo el plan de separarse del bloque europeo, ahora ni siquiera tiene un gobierno fuerte que represente sus intereses en las negociaciones con la UE que ya están en curso. Aunque May intente seguir con su plan, su margen de maniobra se ha reducido significativamente. No tiene ni mandato ni consenso para implementar la estrategia del “hard Brexit”, que encuentra una oposición mayoritaria no solo en la Cámara de los Comunes sino también en la aristocrática Cámara de los Lores. La reedición del bloque anglo-sajón como alternativa a la UE con la que coquetearon May y Trump se revela cada vez más como una posibilidad más remota. La Unión Europea parece estar, al menos coyunturalmente, en una mejor posición de fuerzas. Los números de la economía presentaron una leve mejoría. Y en el plano político, el triunfo de Emmanuel Macron en Francia, un intento tardío de reinvención del “extremo centro”2, ha conjurado los fantasmas de los
populismos euroescépticos de derecha, y le dio una nueva esperanza de vida al eje franco-alemán. Es de esperar, entonces, que los términos de una eventual negociación sean más duros para el capital británico, en particular en lo que hace a acuerdos comerciales y al flujo de capital hacia la City de Londres, que oficiaba como centro financiero de la UE. Esto es lo que parece intuir el titular de economía, Peter Hammond, que milita en el ala europeísta del gabinete de May y tiene como estrategia diluir los efectos del Brexit prolongando las negociaciones con Bruselas. El Reino Unido ya viene sintiendo el impacto de esta crisis. Aunque la recesión pronosticada como producto del triunfo del “Leave” no ocurrió, la economía está estancada, crecen presiones inflacionarias y se retrasan decisiones de inversión. En el último año la libra ya cayó un 15 % con respecto al dólar y al euro. Y probablemente siga perdiendo valor ante la incertidumbre de qué pasará con el Brexit sumado a que el gobierno tory no estará en condiciones de llevar adelante el ajuste prometido en su manifiesto. Ante este panorama incierto están abiertos varios escenarios. El menos dramático para el establishment burgués sería la conformación de una posición de centro, en la que confluyan conservadores, laboristas y liberales demócratas, que pueda implementar una estrategia de “soft Brexit” es decir, una separación gradual y negociada de la UE que permita conservar un acceso privilegiado al mercado común. Un bloque de este tipo podría incluir a Corbyn que si bien apoyó el “Remain” [permanecer en la UE] en el referéndum, mantuvo una posición ambigua para mantener los sectores de la base laborista que votaron por el “Leave” [salir de la UE] y su posición es reconocer el Brexit como un hecho. Sin embargo, no se puede descartar el intento de dar marcha atrás con el Brexit, ni tampoco un “Brexit caótico”.
El “fenómeno Corbyn” y el despertar político de una nueva generación Corbyn llegó al liderazgo del Partido Laborista en 2015 y a casi primer ministro en 2017 impulsado por la irrupción de una juventud que decidió pesar en la vida política. Se estima que en las elecciones de 8 de junio la participación de los jóvenes entre 18 y 24 años fue del 72 %. En esa franja etaria, tradicionalmente considerada despolitizada, el candidato laborista obtuvo el 67 % de los votos; el 58 % en el segmento de 25-34 años y el 50 % entre los votantes de 35-44 años. Solo
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fue superado por el partido conservador entre los mayores de 65 años. Aunque existen condiciones específicas en la Gran Bretaña pos Brexit, este es un “fenómeno de época” que tiene alcance internacional. La campaña de Bernie Sanders en Estados Unidos o de J.L. Mélenchon en Francia son lo más parecido. No casualmente algunos analistas han rescatado el término “youthquake”, algo así como un “terremoto juvenil”, muy usado sobre todo en la segunda mitad de la década de 1960, para tratar de dar dimensión de este fenómeno juvenil. Claro que la diferencia aún es de calidad: lo que prima no es la radicalización política ni el horizonte de la revolución social, como en los ‘60, sino las ilusiones en el neorreformismo y en la vía electoral. Sin embargo, no se trata meramente de un cambio pasivo de voto, sino de un nuevo fenómeno militante que se inició con la organización de Momentum3, un híbrido entre plataforma política y movimiento de protesta que fue el pilar de la campaña de Corbyn para la interna laborista en 2015. En el surgimiento de esta izquierda renovada actuó a su manera la “astucia de la razón”. La derecha blairista –mayoritaria entre los parlamentarios– reemplazó el viejo método de votación colectivo (donde los sindicatos retenían un tercio) por el voto directo de todos los que se registraran pagando una suma mínima de 3 libras. Esta medida tenía un carácter contradictorio: si bien establecía un criterio más democrático, el objetivo era disminuir aún más el peso de los sindicatos en las decisiones partidarias. Sin embargo, lo que estaba destinado a darle una mayoría a la derecha partidaria por la vía de incrementar la influencia de individuos de las clases medias, terminó transformándose en un boomerang4. Cientos de miles de jóvenes vieron en la campaña de Corbyn un vehículo para expresar sus aspiraciones y su repudio a la política burguesa as usual. Evitaron los intentos de “golpe de Estado” para desplazarlo del liderazgo laborista, fueron la fuerza motora de la campaña que lo dejó a solo dos puntos por debajo de los conservadores y mandaron a la llamada “tercera vía” al basurero de la historia. Este fenómeno juvenil tiene una base material muy palpable. La experiencia vital de esta generación, los llamados “millennials” (o peyorativamente la “generación snowflake” por su fragilidad emocional) es la de la crisis capitalista, la profunda desigualdad, la polarización social, las intervenciones militares de
las grandes potencias en guerras como las del Medio Oriente, el racismo y las políticas estatales contra los inmigrantes y los refugiados. Según el informe anual de la Comisión para la Movilidad Social5, que reporta al parlamento británico, quienes nacieron en la década de 1980 son la primera generación desde la segunda posguerra que se incorpora al mercado de trabajo con un ingreso menor a sus antecesores y cuya gran mayoría no puede salir de lo que llama la “trampa de los bajos salarios”. Son los que sufren más el impacto de la crisis: su salario promedio perdió 15 %, comparado con el 5 % del salario general; y alrededor de 1 millón trabaja en condiciones extremadamente precarias, bajo la modalidad de “contrato de cero horas”; y los pocos que pueden acceder a la educación universitaria se gradúan con una deuda de 44.000 libras debido al alza en las matrículas. El manifiesto electoral de Corbyn, que si bien era más moderado que el programa del viejo laborismo, incluía una serie de medidas como la gratuidad de la educación universitaria, la renacionalización de los trenes, la energía y el correo, la suba del salario, la derogación de las leyes antisindicales, el fin de los contratos de “hora cero”, la suba de impuestos a los ricos, que aunque mínimas alcanzaron para despertar la ilusión de esta nueva generación y recuperar parte del electorado obrero, que había ido a la abstención o se había visto seducido por la demagogia del UKIP. El laborismo, incluso bajo el liderazgo de Corbyn, sostiene la vieja estrategia socialdemócrata basada en las políticas redistribucionistas, la colaboración de clases y la gestión del capitalismo. Su rol histórico es el de frenar o impedir el desarrollo de procesos de radicalización política que pongan en cuestión el dominio capitalista, y por lo tanto, el ascenso al poder de estas formaciones, que como demostró Syriza en Grecia, solo pueden llevar a nuevas frustraciones. Pero no hay fatalidades históricas. Incluso para imponer medidas como la gratuidad de la enseñanza o el fin de la precarización laboral hace falta organización, lucha de clases y movilización extraparlamentaria. Y en ese proceso es donde ser revelan con claridad las contradicciones entre las aspiraciones de esta nueva generación pos crisis de 2008 y la utopía del neorreformismo. Esa perspectiva es la que se abrió en Reino Unido. La tarea de la izquierda revolucionaria es hacerla realidad, acompañar la experiencia y transformar la energía de los
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jóvenes, trabajadores, inmigrantes y explotados en una fuerza material con el objetivo de la revolución social.
1. La denuncia apareció en el sitio openDemocracy. La maniobra consistiría en canalizar fondos hacia organizaciones más pequeñas que hacían campaña por el Leave, superando el límite de gasto legal. Una investigación de The Observer revela, a su vez, que la empresa Cambridge Analytica, contratada por la campaña del Leave, manipuló datos obtenidos de manera ilegal para favorecer el Brexit. Esta empresa, especializada en big data, es propiedad de Robert Mercer, uno de los principales aportantes de la campaña de Trump. Ver: “The dark money that paid for Brexit”, 15/2/2017 disponible en: www.opendemocracy.net/uk; y “The great British Brexit robbery: how our democracy was hijacked”, The Guardian, 7/5/201. 2. En una nota reciente, Perry Anderson analiza esta suerte de resiliencia del “extremo centro” expresada en el triunfo electoral de E. Macron. Según Anderson, esta reedición de una suerte de “tercera vía” tardía, más que mostrar la fortaleza propia de las fuerzas neoliberales es un producto del rol de salvataje del sistema político que juega el Frente Nacional que presentado como una amenaza, permite unir a la “opinión pública respetable” en defensa del status quo, muy cuestionado. P. Anderson, “The centre can hold”, New Left Review 105, mayo-junio 2017. 3. El Partido Laborista sumó desde 2015 unos 300.000 miembros, lo que lo ha convertido en uno de los partidos más grandes de Europa. Según sus organizadores, en 2017 Momentum contaba con 23.000 miembros activos y unos 200.000 simpatizantes. Empleó técnicas de campaña novedosas, similares a las que usó la campaña de Sanders, lo que facilitó la actividad de sus colaboradores. Los diversos videos de campaña tuvieron un alacan de 23 millones de personas, el más visto y comentado es “Daddy, why do you hate me?” que apunta justamente a la brecha generacional. 4. Para un estudio detallado del proceso que terminó encumbrando a Jeremy Corbyn al liderazgo laborista ver: A. Nunn, The Candidate. Jeremy Corbyn’s Improbable Path to Power, Londres, OR Books, 2016. Sobre las transformaciones de la relación entre el Partido Laborista y la clase obrera, en particular los sindicatos, ver: G. Evans, J. Tilley, The new politics of class in Britain. The political exclusion of the working class, Oxford University Press, Oxford, United Kingdom, 2017. 5. State of the Nation 2016: Social Mobility in Great Britain, noviembre de 2016. Disponible en: www.gov.uk.
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El capital de Marx: volviendo al futuro
A 150 años de la publicación del primer tomo de El capital, esta obra sigue plantada como el ataque más certero contra las pretensiones de los apologistas del capitalismo de justificar su existencia como natural y eterna. Karl Marx procede allí de manera implacable a la “deconstrucción” de las categorías con los cuáles los economistas clásicos (entre los que destacan Adam Smith y David Ricardo) desarrollaron una explicación científica de la sociedad basada en el intercambio generalizado de mercancías y en la ganancia, y al mismo tiempo buscaron celebrar su llegada como un gozoso fin de la historia gratamente alcanzado. Marx, elaborando críticamente a partir de los aportes les reconoce, desarrolla hasta su lógica consecuencia lo que es un nudo teórico central de la economía clásica (que el trabajo la fuente de los valores y de la ganancia) y revela que la base de esta sociedad es el robo legalizado, la apropiación sin contrapartida del plustrabajo que genera la clase trabajadora bajo el mando del capital. De ahí surge toda la ganancia. El capital pone en evidencia cómo el fetichismo impregna las relaciones sociales al punto de que estas se presenten invertidas: como una relación entre cosas (y por lo tanto natural e inamovible) cuando se trata de relaciones entre personas. Por si esto no fuera suficiente provocación, Marx ubica al capitalismo como uno más en toda una serie de modos de producción que han tenido su ciclo de nacimiento, crecimiento y muerte, y muestra cómo de las entrañas de las contradicciones de este sistema surgen las bases de una posible sociedad superior (el comunismo) y el sujeto que puede desarrollarla (el proletariado, ese otro del capital). En muchas ocasiones la burguesía y sus intelectuales celebraron la muerte de Marx y la pérdida de relevancia de sus ideas. Y en todas se han visto desmentidos. La actualidad de Marx es la de su objeto de crítica, el capitalismo. En un momento en el que el capital logró conquistar como nunca todos los puntos del planeta, subordinando a su voracidad de ganancia las más variadas esferas de la actividad social, ¿cómo aproximarse a los efectos desestabilizadores que tiene esto para la vida
humana si no es recuperando y actualizando el estudio que más profundamente expone sus contradicciones? ¿Cómo dar cuenta de la dialéctica de estabilidad y crisis cada vez más recurrentes que caracterizó la operatoria mundial de un capital liberado cada vez más de cualquier barrera a su funcionamiento si no es desde una teoría como la de Marx, en la cual las crisis son un resultado necesario de la acumulación, y no un producto de la incapacidad de la realidad para ajustarse a la teoría (como afirman los neoclásicos y sus expresiones actuales) o “imperfecciones” a corregir mediante algunas reformas (como pretenden los heterodoxos)? No sorprende que Marx siga volviendo al futuro. Así, cuando la crisis iniciada en 2007 trajo la caída –metafórica– del “muro de Wall Street”, hundiendo en el descrédito el ya entonces ampliamente impugnado consenso neoliberal, la discusión sobre los problemas del capitalismo y cursos de acción para atacarlos no quedó restringida entre los que discuten si hay que emparchar más o menos al sistema capitalista para que siga funcionando y salga de la trampa del débil crecimiento (en el mejor de los casos). El capital, con su molesto recordatorio de que el problema está en la raíz de este modo de producción y que es hacia esas bases donde hay que dirigir las fuerzas de cambios, volvía en 2009 a ser éxito de ventas en varios países. Estimulada por los cambios registrados por la economía mundial durante las últimas décadas, la elaboración de una crítica del capitalismo contemporáneo siguiendo las líneas de Marx resultó en varios aspectos una agenda provechosa. La obra magna de Karl Marx supo cosechar lectores ávidos, que supieron producir novedosas interpretaciones de la actualidad y de la naturaleza del capitalismo. Se trató de desarrollos “desiguales y combinados”, bajo el impacto de estos tiempos de derrota y reacción en toda la línea, durante las cuales el colapso de los mal llamados “socialismos reales” pegó fuerte en la conciencia de las masas y alejó a la intelectualidad del marxismo revolucionario. En muchos casos se dieron reelaborando a un Marx disociado
de la tradición del marxismo revolucionario, o abordando la crítica del capitalismo sin articularla con una estrategia de emancipación. Los fenómenos políticos que está desarrollando una crisis que las clases dominantes han logrado contener, pero no resolver (entre otras cosas por la forma brutal en que sus costos cayeron sobre los trabajadores y los sectores populares en todos los países imperialistas) permiten hipotetizar sobre la posibilidad de que parte de esta elaboración, (re)integrada como parte de un marxismo estratégico, pueda conectarse con una práctica de millones que logre avanzar en un sentido revolucionario. Como aporte en ese sentido, desde Ideas de Izquierda venimos pasando revista de buena parte de la producción actual sobre el panorama del capitalismo y su crisis y de la crítica de la economía política, leyendo críticamente y entrevistando a algunos de los autores más relevantes. En el archivo de nuestra web puede encontrarse el número 18 que está ampliamente dedicado a discutir la actualidad de esta obra monumental de Marx con notas que conservan gran interés: allí puede leerse a Paula Bach sobre la tendencia a la caída de la tasa de ganancia a propósito de los cuestionamientos a la misma de Thomas Piketty; Esteban Mercatante polemiza con las tesis del capitalismo cognitivo que ponen en cuestión la relevancia actual de la ley del valor trabajo y repasa el debate sobre el problema de la transformación de los valores a precios de producción; Ariane Díaz aborda el método de la economía política, en una nota que puede volver a leerse en este número; Eduardo Grüner analiza la importancia del capítulo de la acumulación originaria para la historia de América Latina; Andrew Kliman escribe sobre cómo pensar la actualidad de El capital; Juan Duarte rastrea los puentes entre el método de Marx y el de Vigotsky; Federico Manzone repasa la historia que va desde las primeras aproximaciones de Marx a la economía política; y Carlos Broun captura fotogramas de la película de Alexander Kluge sobre El capital y los apuntes de Eisenstein para filmarlo. Con los artículos que ahora presentamos, volvemos a la carga.
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150 años después
Michael Roberts Economista. Autor de La larga depresión. En septiembre de 1967, Karl Marx logró finalmente publicar su primer tomo de El capital –una crítica de la economía política. Había estado trabajando en la sala de la biblioteca del Museo Británico durante más de diez años para completar su gran trabajo sobre la economía política mientras afrontaba circunstancias de pobreza, enfermedad y muerte en su familia y actividad sin pausa en el intento de forjar una organización internacional de la clase trabajadora para su lucha contra el capital. El libro se publicó originalmente en alemán y pasaron varios años antes de que se publicara en francés e inglés. Y fue por lo general recibido con silencio y desconocimiento. Las reseñas del libro fueron pocas y con bastante tiempo entre una y otra; algunas de ellas las tuvo que escribir Friedrich Engels, el amigo de toda la vida y colega de Marx, para suscitar algún interés. Pero ahora, 150 años después, El capital es un libro del que varios millones escucharon hablar, no solo economistas, incluso aunque no tantos lo han leído realmente. En partes considerables no es fácil de leer y comprender –especialmente los primeros capítulos– pero en otras es un registro absorbente y poderoso de las injusticias y la naturaleza vampiresca del capitalismo, como cuando describe y
analiza la naciente base industrial de la economía más avanzada de la época, Gran Bretaña. Como sostiene Marx al final de El capital, si el dinero “viene al mundo con manchas de sangre en una mejilla”, entonces “el capital lo hace chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies”. ¿Qué nos dice El capital de Marx sobre el mundo de 1867 y, si vamos al caso, para la de 2017? Primero y principal, Marx muestra que todas las cosas y servicios que necesitamos vienen provienen del esfuerzo del trabajo. Como él comentaba en una carta sobre su libro Cada niño sabe que cualquier nación moriría de hambre, y no digo en un año, sino en unas semanas, si dejara de trabajar. Del mismo modo, todo el mundo conoce que las masas de productos correspondientes a diferentes masas de necesidades, exigen masas diferentes y cuantitativamente determinadas de la totalidad del trabajo social1.
Solo el trabajo crea valor. Pero aun más, como dice El capital de Marx, ese valor no es creado por quienes controlan la producción y su uso. Bajo el sistema capitalista de producción, la propiedad de los medios de producción de valor está en manos de unos
pocos, mientras la inmensa mayoría no posee nada más que su capacidad de vender su fuerza de trabajo a los propietarios de los medios de producción. De este modo el valor es apropiado por los capitalistas como un plus por encima de la necesidad de valor para mantener a la fuerza de trabajo viva y en funcionamiento. El poder sobre la inversión, los ingresos y el empleo está con el capital, no con el trabajo. Este plusvalor se divide entonces entre los capitalistas industriales, de las fianzas y terratenientes como ganancia, interés y renta respectivamente. Acá El capital de Marx está en abierta oposición con la teoría económica del mainstream, apologista del sistema capitalista. Esta considera que las ganancias son una compensación del riesgo afrontado al invertir por los capitalistas; el interés es la retribución del riesgo de los préstamos que otorgan los bancos, y la renta es el pago por permitir el uso de la tierra. El capital de Marx muestra que esto es disparatado. En cambio la ganancia, el interés y la renta son el producto de la explotación de la fuerza de trabajo y de la apropiación privada del valor creado por esta. Así que, para Marx, el capital no es una cosa, como ser una fábrica o un robot o una suma de dinero, sino una relación social específica. Una fábrica es propiedad privada y la fuerza »
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de trabajo debe desempeñarse en ella sin ningún derecho a opinar en su operatoria. Pero porque el capital es una relación social –valor apropiado del trabajo y circulado por los capitalistas para obtener más valor o dinero– también es transitorio. El capitalismo no siempre existió o fue siquiera un modo de producción dominante; y por lo tanto no es eterno ni tampoco la única forma en que la humanidad puede organizar la sociedad, más allá de lo que afirmen los economistas del sistema. Y El capital muestra por qué es transitorio. Hay una contradicción fundamental entre la producción de las cosas y servicios que necesitamos (Marx los llama valores de uso) y la necesidad de los propietarios privados de los medios de producción y que controlan nuestro trabajo de obtener una ganancia (la dimensión que Marx llama valor de cambio). El capital es un sistema orientado a hacer dinero, no uno de producción para las necesidades sociales. Pero esta misma contradicción conduce a colapsos regulares y recurrentes en la producción capitalista, porque a medida que los capitalistas compiten entre sí para lograr más ganancia y una mayor participación en el mercado, apuntan a disminuir el uso de fuerza de trabajo y reemplazarla con más maquinaria y tecnología. El impulso a hacer ganancias mediante el incremento de la productividad del trabajo conduce eventualmente a una menor ganancia en relación al capital invertido. De esta forma el capital causa su propia caída.
Pero los sistemas sociales pueden dominar por un largo tiempo. Las antiguas economías esclavistas de Europa duraron varios cientos de años; los regímenes absolutistas de Asia en India y China aun más; el feudalismo de Europa alcanzó más de mil años. Cuando Marx publicó El capital en 1867, el capitalismo apenas había llegado a ser dominante en Gran Bretaña. Llevó otros 100 años hasta que llegó a ser dominante en Europa, Norteamérica y partes de Asia. Ciertamente, solo podemos hablar del capitalismo como un sistema global recién 150 años después. Pero El capital de Marx previó lo que hoy llamamos globalización a través de la necesidad del capital de expandirse para contrarrestar la caída de la rentabilidad. De este modo, en 2017 tenemos una economía mundial ahora dominada por ricos países imperialistas como los EE. UU., Alemania y Japón, también potencias capitalistas en ascenso que emergieron como India, Brasil y el resto de Asia y América Latina. El capital ahora es global como lo es la ley del valor tal como es descripta por Marx en El capital 150 años atrás. Se trata de un desarrollo desigual y combinado. India fue colonizada por el imperialismo británico durante siglos y su fuerza de trabajo explotada por capitales extranjeros. Pero ahora sus capitalistas nacionales, en asociación también con capital extranjero, explotan al creciente proletariado con trabajo duro y la última tecnología.
La evidencia de los últimos 150 años muestra que El capital de Marx estaba en lo correcto. El capitalismo no puede alcanzar su propio objetivo de extraer todavía más ganancia de la fuerza de trabajo y al mismo tiempo sacar a la sociedad de un mundo de esfuerzo, pobreza, desempleo y degradación. La Gran Recesión de 2007-2009 confirmó que las crisis en el capitalismo no desaparecen; son en verdad más severas y ahora sincronizadas globalmente. El vampiresco impulso rapaz por lograr más plusvalor está destruyendo el planeta a causa de la polución y del calentamiento global. Sin embargo, hay una contradicción en el capitalismo que es también la solución. Como mostró Marx en su libro, el capital crea su propio antagonista, el proletariado. La clase obrera industrial que Marx describe en El capital podrá haber declinado en tamaño, pero la clase obrera industrial del mundo nunca ha sido mayor, con miles de millones conformando la fuerza de trabajo cada vez mayor de India, Brasil, China y África. La clase trabajadora nunca ha sido más fuerte en su conflicto con el capital que 150 años después de publicado el libro de Marx. Traducción: Esteban Mercatante
1. Carta de Marx a Ludwig Kugelmann, 11 de Julio de 1868, marxists.org.
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El carácter bifacético del trabajo que produce mercancías
PABLO ANINO Redacción La Izquierda Diario.
El capitalismo es inherentemente contradictorio y desequilibrado. Esto no se debe únicamente a que es un sistema desgarrado por una oposición básica irreconciliable entre capitalistas dueños de los medios de producción y obreros que solo poseen su fuerza de trabajo para vender. Karl Marx va a explicar cuál es la lógica de su funcionamiento, las barreras que levanta a su propia acumulación y, en última instancia, por qué merece ser superado este modo de producción. Para Marx toda fuente de valor es el trabajo humano: por eso no es casual no solo la pelea cotidiana entre capitalistas y trabajadores por la extensión del día de trabajo (de lo contrario no se entendería por qué generan tanto nerviosismo las propuestas de reducción de la jornada laboral y el reparto de las horas de trabajo), los tiempos de descanso o la intensidad del proceso productivo, sino tampoco el gigantesco aparato estadístico que registra las horas trabajadas en las cuentas nacionales de todos los países, e incluso de manera mucho más detallada en la contabilidad de costos de cada empresa.
El doble carácter del trabajo Por su teoría del valor trabajo y por explicar que la fuente de la ganancia es el trabajo no pago al obrero, en no pocas oportunidades se le atribuyó a Marx un exceso de
concentración es los aspectos cuantitativos. No obstante apenas comienza El capital, va a hablar de la dualidad del trabajo representado en las mercancías. En un comienzo, la mercancía se nos puso de manifiesto como algo bifacético, como valor de uso y valor de cambio. Vimos a continuación que el trabajo, al estar expresado en el valor, no poseía ya los mismos rasgos característicos que lo distinguían como generador de valores de uso. He sido el primero en exponer críticamente esa naturaleza bifacética del trabajo contenido en la mercancía1.
Pero, ¿qué nos quiere decir? Marx distingue el trabajo concreto, que considerado desde el punto de vista útil produce cosas de diferente cualidad, como por ejemplo escritorios y sillas, del trabajo abstracto, que deja de lado esas particularidades para considerar los aspectos cuantitativos que tienen en común todas las mercancías: tiempo de trabajo objetivado. El trabajo humano que produce las mercancías que necesitamos cotidianamente para vivir, por lo cual nos dirigimos a los supermercados a comprarlas o las observamos en las vidrieras de electrónicos o de las tiendas de ropa cuando no nos alcanza el dinero para acceder a ellas, comprende esa dualidad. Es que las mercancías son, a la vez que
productos que satisfacen necesidades sociales (de allí lo de valor de uso y el trabajo concreto) portadoras de valor de cambio (o, más precisamente, de valor2, es decir de tiempo de trabajo socialmente necesario3 objetivado), que es lo que importa a los capitalistas en pos de satisfacer su sed infinita de ganancias. Marx, al señalar que es el primero en exponer críticamente la dualidad del trabajo que produce mercancías, lo que pretende es hacer notar que son dos aspectos en tensión, altamente contradictorios, que los economistas clásicos, en particular Adam Smith y David Ricardo, no habían descubierto. Si bien para los clásicos la mercancía también era valor de uso y valor de cambio, no avanzaron sobre esta dualidad del trabajo que produce mercancías. Es que a diferencia de Marx no llegaron a dilucidar el carácter de la mercancía fuerza de trabajo.
Una tensión que se despliega Ese carácter bifacético de la mercancía se devela no solamente en el hecho de la contraposición que existe entre la necesidad insaciable de ganancias del capital y la satisfacción de necesidades sociales. Es una contradicción que “contenida” en la unidad misma de la mercancía se despliega a toda la organización social de la producción, teniendo diversas manifestaciones a lo largo del ci» clo del capital.
El capital de Marx: VOLVIENDO al futuro
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20 la industria automotriz de conjunto se hará la misma pregunta que los gerentes de Toyota: ¿para qué tanto esfuerzo en aumentar la productividad si facturamos lo mismo? Esto tiene una “racionalidad”: la competencia es una guerra en la que el abaratamiento de las mercancías es el arma y el premio, ganar más mercado. Vayamos más allá. Concedamos que Toyota logra no solo vender tres unidades, sino muchas más desplazando competidores y conquistando nuevos mercados en el mundo. Para que al final del día todo esto tenga alguna gracia para los capitalistas, el aumento de la facturación debe ser más que proporcional al aumento de la productividad. Un objetivo que para nada está al alcance de la mano. En términos de Marx:
En la búsqueda de ganancias, el capitalismo pugna de manera permanente e incansable por el desarrollo de las fuerzas productivas: ampliar y mejorar las maquinarias, herramientas, tecnología, establecimientos, recursos naturales, fuerza de trabajo, organización del trabajo, disponibles para la explotación capitalista. Impulsados por la competencia empresaria, los capitalistas particulares, para ganar unos sobre otros (y si pueden para expulsar directamente a sus competidores del mercado), buscan a cada instante aumentar la productividad a través de la incorporación de nuevas tecnologías, revolucionando las formas de organización del trabajo (por ejemplo, con el paso del fordismo al toyotismo), resultando de todo esto un abaratamiento de las mercancías. Pero esta dinámica, que potencialmente podría comprender un beneficio para toda la sociedad ¿a quién beneficia realmente? Marx va a mostrar las ambivalencias que engendra el desarrollo de las fuerzas productivas. Algo que debería ser un beneficio para toda la sociedad dado que, en última instancia, se producen muchos más bienes y servicios en menos tiempo gracias a los logros de la ciencia que, aplicada al proceso de trabajo, permite aumentar la productividad, se termina transformando en un beneficio para capitales específicos, al mismo tiempo que destruye otros capitales y levanta barreras al propio desarrollo capitalista. Lo que ocurre es que el avance de las fuerzas productivas implica aumentar la producción de valores de uso (más mercancías se lanzan al mercado, más aumenta la riqueza material), pero eso no necesariamente implica un aumento del valor contenido en esas mercancías, o más precisamente de la “riqueza” monetaria, el dinero, que es lo que le importa a los capitalistas.
Una contradicción fundamental Para graficarlo, supongamos arbitrariamente una revolución toyotista que permite
triplicar la productividad logrando abaratar los precios (digamos al pasar que el precio es la expresión del valor, es decir del tiempo trabajo socialmente necesario que lleva producir algo, en dinero). Si todo lo demás en la economía se mantuvo igual y el desarrollo de la productividad se dio en toda la rama, reduciendo así el tiempo de trabajo socialmente necesario, un automóvil que se ofrecía a, supongamos, $ 300 mil, ahora ve reducir su precio hasta los $ 100 mil. ¿Qué ocurre con la facturación de Toyota? Para lograr facturar lo mismo que antes conseguía con la venta de un solo auto ($ 300 mil) ahora necesita vender tres ($ 100 mil multiplicado por tres = $ 300 mil). Pero resolver el problema de pasar de vender un auto a tres no es nada sencillo. Además, los límites reales del capitalismo no se reducen a lograr la venta de tres automóviles, sino que estamos tratando con millones y millones de bienes que se comercian cotidianamente: por ejemplo, en 2016, la producción mundial de vehículos alcanzó a 95 millones mientras las ventas fueron de 94 millones, según los datos de la Organización Mundial de Constructores de Automóviles (OICA, por sus siglas en francés). Pero, volviendo a nuestro caso de ficción, si Toyota efectivamente logra vender tres automóviles para mantener la misma facturación que antes obtenía con una sola venta, dejando de lado la masa de ganancia que obtiene, no sería descabellado que al final del día los gerentes se pregunten: ¿para qué tanto esfuerzo en aumentar la productividad si facturamos lo mismo? Claro que, en la medida que las otras empresas no la imiten revolucionado la productividad, y entonces el valor social no haya cambiado en igual medida que el salto productivo logrado por esta firma, Toyota podrá facturar más de $ 100 mil por cada automóvil y obtener una ganancia extraordinaria. Pero si impulsadas por la competencia todas las empresas logran triplicar la productividad,
En sí y para sí, una cantidad mayor de valor de uso constituirá una riqueza material mayor […] No obstante, a la masa creciente de la riqueza material puede corresponder una reducción simultánea de su magnitud de valor. Este movimiento antitético deriva del carácter bifacético del trabajo4.
Esta es una de las contradicciones fundamentales del capitalismo. La competencia conduce permanentemente a aniquilar el valor (y, por ende, el precio) de la mercancía. Todos los empresarios buscan incesantemente ganarles a sus pares mediante la reducción de los tiempos de trabajo (o, como está de moda reclamar a la clase capitalista en Argentina, bajar los “costos laborales”). Pero esa búsqueda los conduce a tener en sus manos mercancías que valen unitariamente cada vez menos, cuando el enigma5 que desvela a todos los capitalistas es cómo ampliar la esfera de valorización, su facturación, el dinero que tienen en sus cuentas bancarias. Suponiendo que la revolución toyotista llega a su “fin”, es decir, a fortalecer las ganancias empresarias, el proceso que va desde la situación previa al aumento de la productividad a una industria que funciona con nuevos parámetros es sumamente tumultuoso: puede comprender reestructuraciones, cierres de fábricas, despidos, suspensiones, ataques a las condiciones laborales, quiebres empresarios. No solo eso. El capitalismo no se reduce a Toyota ni a una rama industrial específica. El movimiento antitético se desenvuelve a cada instante, a nivel de todo el sistema. Los empresarios están interesados en la producción de más valor, pero el proceso de aumento de la productividad está asociado a la expulsión de trabajadores en relación a la masa de capital empleado (lo que Marx llama aumento de la composición orgánica del capital), y por ende a reducir, en términos relativos, la fuente que produce valor: el trabajo vivo del hombre. Por eso en el capitalismo hay un fantasma que acecha permanentemente: la caída de la tasa media de ganancia. Es esa misma potencia arrolladora del desarrollo de
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las fuerzas productivas que en determinadas circunstancias conduce a crisis históricas y a un estancamiento de la vitalidad del sistema. Claro que Marx señala contratendencias a la caída de la tasa de ganancia: aumentar el grado de explotación de la fuerza de trabajo, disminuir el salario, abaratar los elementos del capital constante (maquinarias, etc.), sobrepoblación relativa, expansión del comercio exterior y el aumento capital accionario. No obstante, toda esta dinámica, aun cuando el capital logre expandir su esfera de acción, es sumamente tumultuosa y la crisis es más tarde o más temprano su resultado.
Los resultados La apropiación de los beneficios del movimiento del capital es enteramente privada: la famosa revista Forbes registró 2.043 magnates (entre ellos Bill Gates o Warren Buffet) que en el mundo reunieron una riqueza de U$S 7,7 billones en 2016. Eso equivale ¡al doble de lo que produjo Alemania el año pasado! En el otro polo existe casi un tercio de la población mundial con problemas de alimentación aunque, según la FAO, “la producción agrícola mundial es ya más que suficiente para cubrir las necesidades dietéticas de toda la población”6. Gracias al desarrollo de las fuerzas productivas las condiciones materiales para que todo el mundo esté bien alimentado están dadas, pero eso no termina de suceder. La organización capitalista de la producción tiene un carácter necesariamente social. Se desenvuelve permanentemente una división social de la producción donde cada productor privado independiente (cada empresa) se dedica a una molécula particular de la producción total. Lo cual requiere una enorme “coordinación”. Pero lejos de comprender una planificación consciente, esa “coordinación” tiene lugar a través de los mecanismos ciegos del mercado. El movimiento antitético, contradictorio, de la mercancía se despliega del ámbito de la producción a la circulación. Todas las empresas automotrices saben que el año pasado se produjeron 95 millones de vehículos e incluso cuántos absorbió cada país. No obstante, independientemente de coaliciones o cartelizaciones parciales, cada una de ellas está arrojando al mercado este año una producción que no tiene garantizada su venta7. La posibilidad efectiva de realizar la ganancia depende de lo que Marx llama el “salto mortal de la mercancía” (que se pueda concretar su venta). El valor para el sistema capitalista tiene una jerarquía prioritaria frente a las necesidades humanas. Puede haber de un lado de la vidriera millones de compradores deseando vehículos que desde el otro lado “los llaman”, que la unión de ambos deseos no tiene lugar si los primeros no poseen en sus bolsillos el dinero para comprarlos. Ni que decir cuando esto sucede con los alimentos más básicos. Estas situaciones, cuando se generalizan, son sumamente críticas para el capital porque el plusvalor
extraído gracias al tiempo de trabajo no pago al obrero en la producción no logra realizarse como ganancia en el ámbito de la circulación. La separación temporal de la producción y del consumo es fuente de fuertes desequilibrios cuando el “salto mortal de la mercancía” no tiene lugar. Y contradice una idea central de la economía clásica y la teoría económica “oficial” de la actualidad: la Ley de Say, que afirma que la oferta crea su propia demanda. En el capitalismo el valor, que surge del trabajo humano, es naturalizado como una propiedad de las mercancías. La forma general del valor es el deslumbrante dinero8. El capitalismo pone en un altar al Dios dinero que todo lo compra. Es sintomático que el inusitado desarrollo financiero de las últimas décadas, que se emancipa hasta cierto punto de la producción de valores de uso, dio la idea de que el capital habría logrado un fantástico descubrimiento: una máquina de trabajo abstracto que produciría “valor”, que produciría “dinero”, sin producir valor de uso: ¡la superación del carácter bifacético del trabajo que produce mercancías! Contra ese fetichismo donde valor, dinero y ganancia lo son todo, donde “las relaciones sociales entre sus trabajos privados se les ponen de manifiesto como lo que son, vale decir, no como relaciones directamente sociales trabadas entre las personas mismas, en sus trabajos, sino por el contrario como relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas”9, Marx va a realizar una sugerente provocación contra el sistema capitalista, para superar la contradicción del mundo mercantil, para reunir los momentos de producción y consumo, es decir para orientar la producción directamente a la satisfacción de las necesidades sociales: Imaginémonos finalmente, para variar, una asociación de hombres libres que trabajen con medios de producción colectivos y
empleen, conscientemente, sus muchas fuerzas de trabajo individuales como una fuerza de trabajo social. […] El producto todo de la asociación es un producto social10.
Ya no estará sujeto a la apropiación privada. Para lograrlo hay que expropiar a los explotadores y enterrar este sistema de miseria.
1. Karl Marx, El Capital, Tomo I/Vol.1, México, Siglo XXI Editores, 1998, p. 51. 2. Marx distingue entre el valor de las mercancías, determinado por tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, del valor de cambio, que es la expresión de ese valor en el ámbito del intercambio. Por ejemplo, si un escritorio se produce en 5 horas de trabajo y una silla en 1 hora, el valor será de 5 horas de trabajo para el primer bien y de 1 hora de trabajo para el segundo. No obstante, el valor de cambio será: 1 escritorio = 5 sillas desde el “punto de vista” del escritorio; o 1 silla = 1/5 de escritorio desde el “punto de vista” de las sillas. Esta relación de cambio es la única forma que tiene el valor de expresarse. 3. Al referirse al tiempo de trabajo socialmente necesario, Marx resalta que lo importante no es el tiempo individual que a cada productor (o empresa) le lleva producir algo, sino que el valor de las mercancías se determina socialmente como promedio de todos los productores (o empresas) de una misma especie. 4. Karl Marx, ob. cit., p. 56. 5. David Harvey en El enigma del capital y las crisis del capitalismo señala que es un problema que se reproduce en escala ampliada en la medida que el sistema logra expandirse (Madrid, Akal, 2012). 6. “El futuro de la alimentación y la agricultura Tendencias y desafíos”, FAO, 2017. 7. El toyotismo y el just in time en alguna medida buscaron reducir este peligro con stocks mínimos. 8. Para Marx el dinero es una mercancía más que, destacada un proceso social como mercancía dineraria, adquiere un rol muy particular y poderoso en el capitalismo: actuar como equivalente general, como medida de todos los valores. 9. Karl Marx, ob. cit., p. 89. 10. Ibídem., p. 96.
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El camino del método
ARIANE DÍAZ Comité de redacción.
En el epílogo de 1873 a la segunda edición alemana de El capital, Marx sentencia que el período innovador de la economía política – al que pertenecería Ricardo, por ejemplo–, a medida que la lucha de clases se agudizaba, se convertía en mera propaganda burguesa: “… la mala conciencia y las ruines intenciones de la apologética ocuparon el sitial de la investigación científica sin prejuicios”1. Por otro lado, glosa las lecturas contradictorias que se habían hecho de su método: sindicado entre los grandes analíticos o bien entre los grandes metafísicos, entre los realistas o entre los idealistas, hubo quienes le reprocharon centrarse en la crítica de lo real y no dar “recetas de cocina para el bodegón del porvenir”, mientras otros denostaron un exceso de hegelianismo. Economía y filosofía; método analítico y dialéctico; ciencia, crítica e ideología; la herencia de Ricardo y Hegel: combinados o como
polos excluyentes, estas coordenadas van a cruzar las interpretaciones que hicieran los marxistas durante todo el siglo XX. Mientras el revisionismo de la II Internacional cuestionó a la dialéctica, Lenin y Trotsky vieron en ella una herramienta para dar cuenta de los desafíos políticos que abría la época imperialista2. Avanzado el siglo y tras la dogmatización del DIAMAT soviético, distintos teóricos la tuvieron como eje en su crítica al estalinismo, ya sea para reclamarla como herencia que el marxismo debía reconocer a Hegel –como Lukács– o para exigir la ruptura con una tradición que nublaba sus bases científicas –como Althusser–. Incluso cuando ya a fines del siglo XX la dialéctica aparecía para el posmodernismo como un “gran relato” totalitario, nuevos teóricos problematizaron ese núcleo, aunque su mayor reconocimiento llega ya iniciado el siglo XXI: Jameson y Zizek – para rescatarla–, o Negri –para rechazarla– la
han hecho un eje para caracterizar la época. Centrados en El capital, Postone, Ollman o los llamados “dialécticos sistemáticos”, entre otros, han debatido largamente la dialéctica poniendo en juego nuevamente el peso de Ricardo y de Hegel3. En este artículo intentaremos glosar algunos de los recorridos y postas del método de Marx en dos textos fundamentales: el mencionado epílogo y la introducción a los Grundrisse – uno de los planes de El capital–. Es necesario antes de echarse a andar tener en cuenta que del mismo modo que Marx renegaba de las “recetas” económicas, deberían descartarse las “recetas epistemológicas” para aplicar a cualquier terreno. Sin duda algunas definiciones serán comunes a diversas prácticas teóricas, y de hecho, Marx establece comparaciones con disciplinas tan alejadas como la Química o la Astronomía. Pero ello no eximirá a quien se lance al estudio de cualquier
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disciplina, de problematizar las herramientas epistemológicas que su objeto de estudio concreto requiera.
El problema de la inversión
En el epílogo Marx reconoce haber coqueteado con Hegel, pero a la vez diferencia radicalmente su método, “antítesis directa” del hegeliano: “En él la dialéctica está puesta al revés. Es necesario darla vuelta, para descubrir así el núcleo racional que se oculta bajo la envoltura mística”4. La “inversión” de Hegel supone en primera instancia una discusión respecto a los fundamentos materialistas que defiende Marx –materialismo que no se reduce a lo sensorialmente perceptible sino que apunta a la práctica de hombres y mujeres haciendo su propia existencia– que lo alejan del idealismo hegeliano. Pero, ¿entonces el marxismo sería epistemológicamente un hegelianismo con base material? Aclaremos que en Hegel no hay verdaderamente una diferencia entre el método y su fundamento idealista, entre la forma en que se desarrolla el conocimiento y el Espíritu absoluto en que la Idea se reconoce a sí misma a través de sus momentos necesarios que constituyen la epopeya de las ciencias y la filosofía. La solución al problema epistemológico será terminar identificando sujeto y objeto. Pero para Marx, el conocimiento de “la cosa” y “la cosa” no son lo mismo: el sujeto deberá seguir transitando los caminos que mejor le permitan dar cuenta de la realidad. Por otro lado, si aceptamos que el núcleo revolucionario que Marx rescata de la dialéctica de Hegel es “todo lo que nace debe perecer”, lo que conocemos no puede ser algo acabado ni estar predeterminado. No hay un método que se puede ir aplicando indistintamente a una base materialista o idealista. El método tampoco podrá ser ahistórico, y sus categorías deberán ser problematizadas también. No problematizar las categorías tendrá consecuencias epistemológicas incluso para alguien que como Ricardo no es representante del idealismo alemán sino de la economía política inglesa. En discusión con él, además de con Hegel, Marx desarrollará nociones centrales de su método en los Grundrisse. En su introducción Marx describe el método analítico más o menos tradicional como comienzo de la investigación científica: separar los elementos de una categoría y llegar a conceptos y abstracciones cada vez más simples. No es para Marx necesariamente un mal comienzo, pero el problema es, una vez llegado aquí, no seguir problematizando esas categorías y naturalizarlas. Tal es el caso de Ricardo, que encontrará un límite para su desarrollo de la teoría del valor naturalizando
la categoría de “producción”5, introduciendo luego en esta categoría, dada por hecha, nuevos contenidos de manera acrítica: nada más y nada menos, la forma específica de la producción capitalista, en la que Marx encontrará justamente el escenario del robo de trabajo, origen de la plusvalía. Se necesitará entonces una segunda parte del camino, que será conducir las determinaciones abstractas a la reproducción de lo concreto, restituyendo sus múltiples determinaciones y relaciones. Pero allí otro peligro acecha: caer en la ilusión, como Hegel, de “concebir lo real como resultado del pensamiento”. Lo que se conoce como método de ascenso de lo abstracto a lo concreto reivindicado por Marx no será sino una “manera de apropiarse de lo concreto, de reproducirlo como concreto espiritual”, que no es sin embargo de “ningún modo la formación de lo concreto mismo”6. Ni las categorías deben naturalizarse, ni confundirse con lo concreto real. En el primer capítulo de El capital Marx retoma ambas premisas metodológicas: reprocha a Ricardo tomar la forma de valor como “forma natural eterna”, y proclama al análisis científico de las formas de la vida humana como un camino opuesto al del desarrollo real, post festum7. ¿Qué es entonces lo que enuncia como tan “molesto” para los burgueses de la dialéctica hegeliana? Algo que, como dijera en las “Tesis sobre Feuerbach”, le había tocado desarrollar a Hegel en contra del empirismo vulgar: ese necesario trabajo del sujeto en el proceso de conocimiento opuesto a la idea de una especie de “reflejo” de la realidad que se imprime en un sujeto inactivo. Pero lo que tendremos en Marx será el producto de un trabajo que transforma representaciones en conceptos.
¿Lógico o histórico?
Marx se pregunta en los Grundrisse: esas categorías simples, ¿existen independiente y previamente a las categorías concretas que a partir de ella producimos? Depende, dice, de las relaciones que se establecen entre categorías. La categoría más simple de posesión, por ejemplo, expresa relaciones en las cuales lo concreto podría haberse desarrollado, pero sin establecer aun la relación o vínculo multilateral que se expresa en la categoría más concreta, la propiedad privada, que a su vez funciona como categoría más simple de una organización más desarrollada como el capitalismo. El sustrato de la posesión puede considerarse supuesto en todos esos casos, pero lo que no es cierto es que la posesión evolucione necesariamente hacia la propiedad privada. Otro ejemplo es el del trabajo, que parece ser una categoría simple de larga data. En la
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historia de la economía, sin embargo, llegar a la noción de trabajo como productor de riqueza, haciendo abstracción de los múltiples trabajos determinados, es una conceptualización tan moderna como la multiplicidad de trabajos reales que presenta la sociedad capitalista. Concluye Marx entonces que las abstracciones más generales, como el trabajo en general, surgen donde existe el desarrollo concreto más rico, donde un elemento aparece como lo común a muchos8 –algo muy similar dice en El capital respecto a la categoría de valor9–. El método será también histórico en este sentido. Marx establece que la anatomía más compleja del hombre permite dar mejor cuenta de una anatomía más simple, la del mono10. Ello no quiere decir que, al modo teleológico hegeliano, la constitución del mono tenga que llevar a la constitución humana, pero sí que desde ésta se puede obtener más relaciones que expliquen mejor la constitución del mono. En el mismo sentido, cuidando de no suprimir las diferencias históricas, puede decirse que la economía burguesa da claves de la economía antigua, y de hecho El capital incluye diversos ejemplos de esta. Muchos comentadores han discutido si El capital es un libro esencialmente histórico o lógico, en la medida en que reúne tanto un encadenamiento y despliegue de categorías como abundantes pasajes de análisis de determinadas coyunturas históricas; para muchos, esta opción se presenta como excluyente: o bien la historia son meros ejemplos de un desarrollo conceptual, o bien el método sería una simple condensación de un desarrollo histórico dado. Marx termina el apartado sobre método de los Grundrisse afirmando que sería erróneo intentar ordenar las categorías tal como fueron históricamente determinadas. El pensamiento hace el camino inverso al desarrollo histórico, dijimos, para reconstruir el movimiento real. En ese sentido, la hipótesis histórica radical debería descartarse, pero ello tampoco quiere decir que en el desarrollo de categorías que hace El capital, la historia sea un mero recurso didáctico11. Allí mismo Marx destaca que el descubrimiento de los aspectos contradictorios que encierra la aparentemente simple mercancía es un hecho histórico tal como lo es el descubrimiento del magnetismo una vez descubiertas las propiedades del imán, que hasta ese momento no era más que una piedra12.
Investigación y exposición
Como puede verse en su correspondencia, correcciones de las distintas ediciones y planes de lo que fuera finalmente El capital, Marx puso un considerable esfuerzo en »
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encontrar la mejor forma de exposición para su análisis de la sociedad capitalista. Marx iniciará El capital no con un racconto de los orígenes históricos del comercio sino con el concepto de mercancía, que irá procesando a través del despliegue de una serie de contradicciones entre valor de uso/ valor de cambio, esencia/apariencia, trabajo abstracto/trabajo concreto, producción social/apropiación privada, que le permitirán definir, en el primer capítulo, el fetichismo de la mercancía que caracteriza a la sociedad capitalista, aquel pasaje en que sus comentadores contemporáneos vieron “excedido” de metafísica –el mismo Marx hacía referencia a las “sutilezas metafísicas y reticencias teológicas” de la aparentemente trivial mercancía justamente como paralelo necesario para dar cuenta de la una sociedad basada en una extraña mistificación que es real y concreta–. Esto nos lleva a otro problema metodológico que Marx expuso en el epílogo: mientras el método de investigación supone la recopilación de datos y el rastreo de sus nexos internos y legalidades –los pasajes de El capital que analizan fuentes históricas son sin duda rastros de ese proceso–, el método de exposición buscará dar cuenta adecuadamente del movimiento real de la totalidad que se quiere caracterizar. Pero allí una vez más nos advierte contra lo que en los Grundrisse había mencionado como la “ilusión de Hegel”: si la exposición es exitosa y “se llega a reflejar idealmente la vida de ese objeto, es posible que al observador le parezca estar ante una construcción apriorística”13, una construcción que termina imponiéndose a los hechos.
La totalidad
Las relaciones entre las categorías de las que Marx habla en los Grundrisse suponen una totalidad porque nos plantean un conjunto estructurado donde las relaciones y dominantes no permanecen estáticas. Una totalidad de múltiples determinaciones es lo que se propone como reconstrucción del primer “conjunto caótico” que se nos presenta al inicio. Consideremos por ejemplo la definición de la renta de la tierra: dentro de la sociedad capitalista, no será el pago que se recibe por la riqueza extraída de la tierra, sino una parte de la plusvalía social extraída a los trabajadores y que el capitalista paga, como tributo a la propiedad privada, al dueño de la tierra. La definición supone una totalidad en la que la renta fue redefinida, y al conjunto como algo más que la mera suma de partes. La noción de totalidad que usa Marx no supone las posibilidades de conocimiento “del
todo” –posibilidad tradicionalmente oriunda de la teología–. Como dijimos, Marx distingue firmemente entre el concreto pensado y el concreto real y establece entre ellos más bien una relación asintótica. Sin embargo, para muchos críticos, la idea de totalidad acarrea los peligros teleológicos que suponía en Hegel: postular una totalidad cerrada que se resuelve en sí y para sí, cuyo desarrollo en realidad ya está pautado –garantizando por ejemplo el pasaje del capitalismo al comunismo–. Efectivamente, la noción de totalidad de Marx permite superar los límites de la ciencia empirista vulgar que entiende al conjunto como mera suma de partes y a la causalidad en tanto simple causa-efecto; admite comprender la realidad como una estructura determinada por legalidades internas, relaciones cambiantes, esencias y formas de manifestación que pueden ser contradictorias. Pero el peligro es construir totalidades vacías, compuestas de abstracciones aisladas simplemente apiladas unas con otras, que no logren dar cuenta de las determinaciones y relaciones que conforman lo concreto imponiendo a los hechos lo que supone previamente como real. Esta es la pregunta que se hace Kosik: cómo lograr que el pensamiento, al reproducir mentalmente la realidad, se mantenga a la altura de la totalidad concreta, y no degenere en totalidad abstracta, la que haría imposible distinguir en los hechos nuevas tendencias y contradicciones14. Una forma de entender el desarrollo hecho en El capital como totalidad abstracta sería considerar que a la decisión de comenzar por la mercancía como núcleo de contradicciones anidadas le corresponde después el despliegue de dichas contradicciones en una serie de concatenaciones categoriales que se resuelven por sí mismas en un nivel superior, cuyas determinaciones concretas van volatilizándose en totalizaciones cada vez más amplias. Pero si bien en el primer capítulo de El capital Marx realiza un despliegue de las contradicciones que encierra ese “objeto endemoniado”, las determinaciones de estas categorías no solo no desaparecen sino que jugarán su rol en el movimiento real de la totalidad. Dos capítulos después Marx dejará asentado: “El desarrollo de la mercancía no suprime esas contradicciones mas engendra la forma en que pueden moverse”15. Para encontrar de dónde salen las ganancias habrá que encontrar una mercancía especial, la fuerza de trabajo; para determinar su valor habrá que recurrir al “componente histórico y moral”, una relación de fuerzas entre
clases que de hecho no aparecen analizadas sino en un capítulos posteriores. De hecho, la crisis recordará al capitalismo que la separación inicial entre valor de uso y valor no es ni puede ser absoluta. La totalidad en Marx no es entonces un sistema cerrado sobre sí, sino una totalidad abierta que no se resuelve a sí misma. Si El capital empieza por la mercancía como cifra de esa relación social, ¿dónde debería terminar? Marx escribía a Engels mientras elabora El capital: “Llegamos, por fin, a las formas externas que sirven de punto de partida al economista vulgar (…) aquellas tres (salario, renta del suelo, ganancia, interés) constituyen las fuentes de rentas de las tres clases, o sea, los terratenientes, los capitalistas, los obreros asalariados, tenemos como final de todo la lucha de clases, adonde viene a desembocar todo el movimiento y que nos da la clave para acabar con esta basura…”16.
1. El capital Tomo I, México DF, Siglo XXI, 1976. 2. Sobre la lectura de Trotsky ver la introducción a sus Escritos filosóficos (Bs. As., CEIP, 2004); sobre la de Lenin, “Un amigo de la dialéctica en medio de la guerra” en Idz 14. 3. Excede las posibilidades de este artículo abordar estos debates entre teóricos sobre todo del mundo anglosajón, pero precisemos que si bien se puede trazar un espacio común alrededor de una cierta novedad temática en un ámbito donde históricamente la dialéctica tuvo menos anclaje, estas lecturas difieren entre sí en puntos centrales, como la existencia de una lógica sistematizable en El capital y la conceptualización de la forma valor. 4. El capital, ob. cit., p. 20. 5. Grundrisse Vol. I, México DF, Siglo XXI, 1976, pp. 7-8. 6. Ibídem, pp. 21-2. 7. El capital, ob. cit., pp. 98 y 92 respectivamente. 8. Grundrisse, ob. cit., pp. 23-25. 9. El capital, ob. cit., pp. 91-2. 10. Grundrisse, ob. cit., p. 26. 11. Hay otro sentido en que la epistemología debe vérselas con la historia, que Marx menciona en los Grundrisse cuando indica que la sociedad siempre funciona como premisa para quien teoriza, lo que abre a los problemas de la relación entre ciencia, crítica e ideología, que desarrollamos en “La imaginación realista”, Idz 10. 12. El capital, ob. cit., p. 44. 13. Ibídem, p. 19. 14. Dialéctica de lo concreto, México DF, Grijalbo, 1976, p. 70. 15. El capital, ob. cit., p. 127. 16. “Cartas sobre El Capital”, citado en Kosik, ob. cit., p. 203.
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150 años después de El Capital
Estado y capital
Ariel Petruccelli Historiador, UNCo. Cincuenta años después de que Karl Marx publicara El capital (en realidad, 51 años después), un revolucionario sardo escribió un artículo de título paradójico. Refiriéndose a la Revolución rusa, se permitió pensarla como “La revolución contra El capital”. No se trataba de un juego de palabras. Antonio Gramsci, que de él se trata, sostenía por entonces sin rastro de eufemismo: Es la revolución contra El Capital, de Carlos Marx. El capital, de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses, más que de los proletarios. Era la demostración crítica de la fatal necesidad de que en Rusia se formara una burguesía, empezara una Era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera pensar siquiera en su ofensiva, en sus reivindicaciones, en su revolución.
Sin embargo, agregaba Gramsci, si los bolcheviques reniegan de Marx, de lo que él (Gramsci) cree que es una teoría de Marx, “no reniegan en cambio de su pensamiento inmanente, vivificador”. Y remata con una frase que –podemos suponer– hubiera escandalizado a Lenin y arrancado una sonrisa cómplice a Marx: No son “marxistas”, y eso es todo; no han levantado sobre las obras del maestro una
exterior doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere, que es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, y que en Marx se había contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas1.
Por lo pronto, no era cierto que fuera El Capital el libro de los burgueses (aunque algunos lo leyeran y apreciaran). Era en gran medida el libro que atesoraban muchos revolucionarios “populistas”: los mismos a los que Marx admiró y defendió. Si era posible leer El Capital en clave evolucionista (como lo hiciera Plejanov, el primer “marxista” ruso), lo cierto es que esa lectura fue desautorizada expresamente por el propio Marx (por ejemplo en su célebre carta a Vera Zasúlich). Los bolcheviques y Lenin se consideraban a sí mismos total y completamente “marxistas”. Que el pensamiento de Marx es la continuación del idealismo italiano y alemán exagera la influencia de los autores italianos en el coautor del Manifiesto comunista, en tanto que desdibuja los profundos elementos de ruptura con el idealismo: no en vano hablaba Marx de su concepción materialista de la historia. En todo esto, se equivocaba Gramsci. Se equivocaba, pues, en casi todo. Y, sin embargo, estaba sustancialmente en lo cierto. Porque acertaba en lo fundamental, en aquello de no levantar “sobre las obras del maestro una exterior
doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles”. El espíritu crítico debe ser básico en todo socialista, en todo aquél que haga del comunismo (el movimiento histórico y el objetivo social al que dedicó Marx lo mejor de su vida y sus esfuerzos) el centro de sus aspiraciones. *** Ha transcurrido un siglo. El capital (el sistema económico) continúa en pie y ha recuperado los territorios en los que tuvieron lugar revoluciones que pretendieron desterrarlo. Hoy en día, se ha dicho, es más fácil pensar en la extinción de la humanidad que en el final del capitalismo. Hay mucho de cierto en esta apreciación. Y, sin embargo, en la última década Marx y El capital (el libro) parecen haber regresado a la escena. Lo cual es comprensible. Que no esté para nada claro cómo podríamos desembarazarnos del capital, cómo podríamos derrocarlo, ni cómo podría construirse una sociedad no-capitalista que sea deseable, realizable, justa, democrática, eficiente y sustentable, en modo alguno destierra la explotación consustancial, las enormes injusticias sociales ni los desastres ecológicos que provoca de manera creciente el capitalismo como sistema socioeconómico. Y quien quiera entender honestamente qué es y cómo funciona el capital, »
El capital de Marx: VOLVIENDO al futuro
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tarde o temprano deberá reparar en El capital, de Karl Marx. La obra que analiza qué es y cómo funciona el modo capitalista de producción. Como alguna vez señalara Giovanni Arrighi, el mundo de la globalización se asemeja mucho más al que Marx previera, que el mundo de mediados del siglo XX. Rodeada de una tecnología inimaginable cien años atrás, la mayor parte de la humanidad continúa acuciada por la miseria más elemental: el hambre, la vivienda precaria, la jornada laboral extensa y agotadora. Incluso allí donde los nuevos bienes y la riqueza acumulada han permitido esquivar la miseria atroz, las desigualdades se han acrecentado y los pobres son más pobres de lo que eran (aunque ya no sean miserables). Paralelamente, aunque los regímenes formalmente democráticos se hayan extendido y consolidado en los últimos lustros, el real poder de los ciudadanos no ha hecho más que disminuir. En el momento en que el capital es más poderoso que nunca, las agendas políticas dominantes (de la derecha al centro izquierda) hacen de la renuncia a pensar siquiera en atacar frontalmente a la propiedad privada un dogma inviolable. Se continúa pensando en el Estado como salvaguarda paternalista de los pobres, los ofendidos y los humillados. Justamente el mismo Estado que ha sido el garante de la explotación; la salvaguarda de los banqueros en el momento de la crisis; la rama que no deja de ceder ante el peso de los acreedores y los inversionistas. *** Los Estados contemporáneos deben satisfacer tres grandes tipos de demandas: la de los acreedores, la de los inversionistas y la de los ciudadanos. Reparemos, por lo pronto, que todos los Estados contemporáneos son deudores. Esto significa que no le deben a otros Estados (en cuyo caso algunos al menos serían acreedores); su deuda es con propietarios privados. Los acreedores son, fundamentalmente, capitalistas (aunque haya algunos pequeños ahorristas entre ellos). Los inversionistas son, por definición, capitalistas también. Y la capacidad extorsiva de los
inversionistas (no veo razón para emplear un eufemismo) se ha incrementado enormemente gracias a las nuevas tecnologías, la globalización económica y la financierización. Los Estados “seducen” a los inversionistas “flexibilizando” los derechos laborales, reduciendo los impuestos o garantizando impunidad ante los desastres sociales y ambientales que las inversiones provocan. Llegamos, por último, a la ciudadanía. Los ciudadanos, a diferencia de los acreedores y los inversionistas, son mayoritariamente trabajadores. Pero inmediatamente se ve la asimetría descomunal del poder de clase en las democracias actuales. Por decirlo de algún modo, el Estado moderno juega tres partidas simultáneas. En dos de ellas juegan solo el Estado y el capital. Los trabajadores solo miran, mayormente sin entender demasiado de lo que allí sucede. Esas partidas, la de la deuda y la de las inversiones, son coto cerrado y privilegiado del capital. Los capitalistas son allí amos y señores, y aunque ninguno de ellos haya sido electo en ninguna elección, tienen plena potestad para decidir. En esas partidas el mundo se configura y reconfigura completamente a espaldas de la voluntad popular. La democracia es allí un sueño, una broma, una mentira, una inexistencia. Y de manera incluso imperceptible para el gran público, para esa ciudadanía que lucha y se apasiona en la única partida que juega, se producen cambios sustanciales. Por ejemplo hoy en día, la riqueza pública (que era considerable en la segunda mitad del siglo XX), ha dejado de existir. Los Estados tienen deudas que superan a sus activos. La riqueza es privada en una medida en que no lo era hasta poco tiempo atrás. Nos queda, por último, la partida en la que jugamos los trabajadores. La partida de la ciudadanía. Pero no se trata de un coto cerrado de los asalariados. Allí la burguesía también juega, con sus medios de comunicación, con el financiamiento de las campañas partidarias, con el lobby empresarial, etc. Los límites de cualquier progresismo o reformismo saltan aquí a la vista. Al progresismo se le ven los hilos. Aunque se haya jugado impecablemente al juego de la ciudadanía, aunque se haya logrado constituir una gran fuerza hegemónica
que imponga en el terreno electoral una agenda contraria a los intereses del capital, sigue habiendo dos partidas, de las tres que se juegan en simultáneo, en las que los trabajadores perdemos sin siquiera haber podido salir a la cancha. Hasta tanto el capital (o cuando menos lo más concentrado del capital) no haya sido expropiado y socializado, los capitalistas seguirán teniendo el mando, sea cual sea el resultado electoral. *** La tradición teórica iniciada por Karl Marx no tiene grandes dificultades para entender y prever lo que sucede en nuestro mundo. La dificultad estriba en las vías de acción para transformarlo. Aunque ciertamente algunas tesis de El capital deben ser revisadas e incluso abandonadas, como instrumento analítico esa obra y el resto de los escritos de Marx y Engels siguen siendo indispensables. Las carencias fundamentales de la izquierda actual están en otro sitio. O mejor dicho, en dos sitios distintos pero relacionados: las estrategias y los modelos de socialismo factible. Marx escribió bastante sobre lo primero, pero en contextos muy diferentes a los nuestros. Y no escribió prácticamente nada sobre lo segundo, cegado en parte por un optimismo de raigambre hegeliana que lo llevaba a creer que la historia proporciona, junto con los problemas, su solución; y que la humanidad solo propone tareas que está en condiciones de realizar. Un siglo y medio, cuando menos, de luchas revolucionarias mayormente infructuosas nos obliga a moderar ese optimismo. Pero en modo alguno nos obliga a abandonar el ideario revolucionario. La crítica socialista al capitalismo conserva plena vigencia, y la teoría marxista sigue siendo indispensable para comprender nuestro mundo. Es necesaria, también, para transformarlo. Aunque hoy no sepamos muy bien cómo hacerlo.
1. Gramsci, Antonio, “La revolución contra El Capital”, en Antología (Selección, traducción y notas de Manuel Sacristán), Buenos Aires, Siglo XXI, 2004, pp. 34-35.
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¿Fin del trabajo o fetichismo de la robótica? Nuevas tecnologías y el destino del trabajo humano. Retorno de viejas teorías y dados que están cargados. A propósito de la naturaleza de las máquinas y la naturaleza del capital.
Paula Bach Redacción La Izquierda Diario. La tesis del fin del trabajo está de regreso y con amplia repercusión mediática. Sus representantes: un sector del mainstream conocido como “tecno-optimista”. La hipótesis: que las nuevas tecnologías tales como la inteligencia artificial, el big data, Internet de las cosas, las impresoras 3D, la nanotecnología, la biotecnología o la robótica –que, dicho sea de paso, posee una gran carga simbólica–, amenazan la existencia misma del trabajo asalariado. La cuestión exige dos distinciones fundamentales. La primera es que si bien en el curso del proceso de inversión el capital se sirve de las cualidades de la tecnología para forjar una masa creciente de desocupados estructurales, una cosa muy distinta es sostener que efectivamente pueda existir o subsistir en el mediano o largo plazo desvinculándose progresivamente del trabajo asalariado. La segunda exige diferenciar entre las cualidades físicas, materiales, útiles de los productos tecnológicos y las características propias del proceso de valorización del capital. ¿Son las cualidades físicas –el valor de uso– de aquellos adelantos lo que dará la pauta del destino del trabajo asalariado? Sostendremos que el nudo del asunto remite una vez más al movimiento contradictorio entre valor de uso y valor de cambio. Dualidad que no por azar permitió a Marx descubrir la diferencia entre trabajo y fuerza de trabajo y con ella, la especificidad del modo capitalista de producción.
Por supuesto ningún razonamiento teórico puramente abstracto puede quitarles a los “tecno-optimistas” el derecho a la verdad. Sin embargo, la abundante contribución empírica de la historia reciente parece revelar que en la nueva tesis del fin del trabajo –una vez más– los dados están cargados.
Los precursores Recordemos que mientras la pluma de André Gorz daba a luz en los años ‘80 a su famoso Adiós al proletariado y la de Jeremy Rifkin en los ‘90 al no menos célebre El fin del trabajo, el capital se hallaba a la conquista de una “nueva empresa”. La métier era doble: desgarrar el llamado “Estado de Bienestar” y los empleos industriales de cierta calidad en los países centrales, captando a la vez fuentes de mano de obra barata offshore. Esta mixtura, antecedida por los avances del reaganismo-thatcherismo y la restauración capitalista en Europa del Este, la URSS y China, operó fundamentalmente a través de dos fases. Hacia mediados de la década del ‘90 se produce un dinámico –aunque de corto alcance– proceso inversor en territorio norteamericano sustentado en la comunión de los ordenadores personales y las comunicaciones (TIC). Algo más tarde la productividad reaccionaba duplicando su tasa de incremento promedio registrada entre 1972 y 1996. La continua deslocalización industrial en curso
desde los años ‘80 avanzó internamente (hacia regiones de menores salarios y menor o nula organización sindical) y exteriormente, hacia México, el Sudeste Asiático y la India, poniendo de manifiesto aquella acción dual. Por ese entonces el modus operandi del capital recuerda bastante el diagnóstico temprano de Marx en Miseria de la filosofía –rememorado oportunamente por Fredric Jameson1–. Decía Marx que en Inglaterra ...las huelgas han servido constantemente de motivo para inventar y aplicar nuevas máquinas. Las máquinas eran, por decirlo así, el arma que empleaban los capitalistas para sofocar la rebeldía de los obreros calificados2.
Si en Estados Unidos –como en Reino Unido– las huelgas y las derrotas se habían sucedido fundamentalmente en los años ‘80, no cabe duda que el impulso tecnológico de los ‘90 contribuyó a consolidarlas, forjando un ejército industrial de reserva permanente que otorgó a la vez salvoconducto al proceso deslocalizador. El auge de inversión y productividad se agota durante los primeros años de la década del 2000. Pero en el mismo período se produce la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio, atrayendo gran parte de la inversión norteamericana y transformándose en nuevo destino privilegiado del »
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outsourcing. Si alrededor del ascenso de las denominadas “punto com” y la exportación de capitales se montó una ciclópea burbuja crediticia, el crecimiento norteamericano de los años ‘90 mostró bases internas relativamente genuinas. Por el contrario, durante la década del 2000 el crecimiento se ciñe casi exclusivamente a la burbuja inmobiliaria y el elemento genuino queda localizado esencialmente afuera y muy en particular en China. Y justamente –por esas cuestiones del desarrollo desigual y combinado– al tiempo que el incremento de la productividad de la economía norteamericana retornaba a los pobres parámetros del período pos ‘70, la productividad de la economía china crecía a un 10,7 % promedio durante la década del 2000. El trípode tecnología, outsourcing, liberación de flujos de capitales internacionales, desató una orgía combinada de financierización y exportación de capital, desfigurando a la vieja clase trabajadora del “Estado de Bienestar” y reconfigurando a la vez una nueva clase internacional cualitativamente más barata y más precaria. Como resultado de esa “destrucción creativa” se obtiene un complejo y macabro entramado de múltiples dimensiones. Por un lado, degradación de antiguas zonas industriales –como la región del Rust Belt en el medio oeste norteamericano– con creación de desempleo interno estructural. Proceso que combina eliminación lisa y llana de algunas ocupaciones perimidas por el avance tecnológico3 de un lado, y otros trabajos y tareas de baja calificación4 que resultaron víctimas de la acción combinada tanto de la sustitución como de la deslocalización5, del otro. Tal como señalan Frank Levy y Richard Murmane, las tareas simples que pueden computarizarse también pueden explicarse fácilmente a gran distancia y por ello mismo, son susceptibles de deslocalización6. La cuestión conduce a la segunda dimensión de exportación de trabajos de baja calificación a regiones en proceso de industrialización dinámica –principalmente asiáticas– donde crecieron velozmente los empleos
formales en manufactura y servicios, con salarios significativamente más baratos, ritmos agobiantes de trabajo y frecuentemente en condiciones deplorables. Pero existe también una tercera dimensión de países “periféricos” de crecimiento lento o desigual en los cuales las migraciones rurales terminaron favoreciendo centralmente el incremento de masas de pobres urbanos empleados mayoritariamente en la economía informal7. Por último aunque sin pretender agotar las múltiples caras de este proceso, señalaremos la generación de polos tecnológicos autores de nuevas tareas y trabajos altamente calificados –como Silicon Valley en la Bahía de San Francisco– muchas veces cubiertos con fuerza de trabajo más barata proveniente de migraciones. Lo notable es que como balance final de este proceso y lejos –muy lejos– de las predicciones de Gorz y Rifkin, en el momento cúlmine del período neoliberal y previo al estallido de la crisis de 2008, no sólo la fuerza de trabajo al servicio del capital no había disminuido sino que se había duplicado8. Como señala David Harvey La incorporación del campesinado chino, indio y de gran parte del sureste de Asia (junto con Turquía y Egipto y algunos países latinoamericanos…) a la fuerza de trabajo asalariada global desde la década de 1980, junto con la integración de lo que era el bloque soviético, ha significado un enorme incremento (y no disminución) de la fuerza de trabajo asalariada global muy por encima de lo que correspondería al aumento vegetativo de la población9.
En este contexto, si el concepto de “jobless recovery” en países como Estados Unidos o Reino Unido durante los años ‘90 resulta válido en términos locales, es parcial en términos del funcionamiento “global” del capital. Por ejemplo y con respecto a la industria la OIT evaluaba en 2006 que ...como porcentaje del empleo total (mundial, N.deR.), representaba aproximadamente
21 % tanto en 1995 como en 2005. Esta falta de variación oculta un descenso en la proporción del empleo industrial en el empleo total del 28,7 % en 1995 al 24,8 % en 2005 en varios países industrializados y un aumento en la proporción en algunos de los países en desarrollo más grandes. En todos los países en desarrollo la proporción del empleo industrial en el empleo total aumentó del 19,4 % en 1995 al 20,2 % en 2005. Un reducido número de países experimentó un aumento importante en el empleo total en la industria y un aumento en la proporción del empleo en la industria en relación con el empleo total durante el mismo período. Entre estos países figuran: Brasil, China, Indonesia, México, Pakistán, Federación de Rusia, Sudáfrica, Turquía, Tailandia y Vietnam10.
La conclusión final del movimiento descansa en la creación de masas de desempleados y pobres a fin de recrear una fuerza de trabajo más voluminosa, desigual, precarizada, explotada y vulnerable en su conjunto. A ciencia cierta el verdadero problema del capital no era el exceso de trabajo, sino la escasez de mano de obra barata.
Diferentes naturalezas Retornando a la nueva tesis del fin del trabajo, resulta forzoso distinguir entre la capacidad material tecnológica disponible para reducir el tiempo de trabajo necesario –como problema genérico– y la necesidad del capital de absorber tiempo de trabajo para su valorización, como problema específicamente capitalista. A diferencia de lo que afirman los denominados “tecno-optimistas” es preciso resaltar que no son las “cualidades físicas” de los nuevos avances tecnológicos –su forma “útil”– el dato que dará la pauta de si el capitalismo avanza hacia una reducción progresiva del tiempo de trabajo humano. En un sentido los llamados “tecno-pesimistas”11 –en lo que hace a su faceta estancacionista tecnológica– razonan con similar lógica abstracta que los “tecno-optimistas”, salvo que hacen
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hincapié en los límites de la capacidad material (física) actual de las nuevas tecnologías para la sustitución del trabajo humano. A diferencia de este modo de razonar, parte significativa de las pistas para la solución del enigma hay que buscarlas no en la “naturaleza” física de las actuales nuevas tecnologías –o en la de las futuras mejoradas– sino en la “naturaleza” del capital. Porque resulta que una cosa es la tecnología entendida en términos de su capacidad de crear valores de uso –y de liberar tiempo de trabajo necesario– y otra muy distinta es la tecnología entendida como medio para la creación de valores de cambio, y es esta última cualidad la que resulta verdaderamente “útil” al capital. El capital es un valor de cambio en busca de vías para su valorización que desprecia el valor de uso más que en cuanto vehículo necesario de valor y plusvalor, es decir de ganancia. El capital fijo no tiene la capacidad de generar valores enteramente nuevos y es por ello que, si por un lado la fuerza de trabajo es un “costo” que el capital pretende incansablemente reducir, por el otro, el trabajo representa la fuente única de la ganancia genuina que –con igual voluntad– ansía incrementar. Precisamente la tecnología como instrumento productor de plusvalía relativa representa la herramienta privilegiada para combinar esta doble aspiración –aún cuando en el mismo proceso termine por erosionar la tasa de rentabilidad. Decía Marx en el famoso “Fragmento sobre las máquinas” hace muchos años –tantos que casi incomoda citarlo– que El capital mismo es la contradicción en proceso (por el hecho de) que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza. Disminuye, pues, el tiempo de trabajo en la forma de tiempo de trabajo necesario, para aumentarlo en la forma de trabajo excedente como condición –question de vie et de mort– del necesario12.
Y refiriéndose al proceso de incorporación de maquinaria reflexiona que A través de este proceso, efectivamente, se reduce a un mínimo el cuánto de trabajo necesario para la producción de un objeto dado, pero sólo para que un máximo de trabajo se valorice en el máximo de tales objetos13.
Si el mecanismo de reducción del tiempo de trabajo necesario e incremento especular del excedente –que en último análisis consiste en reducir salarios e incrementar ganancias– se expresa del modo más sofisticado y acabado en el proceso de incorporación de tecnología y producción de plusvalía relativa, representa en verdad el deseo y la necesidad permanente del capital y puede por ello verificarse como resultado del movimiento conjunto de producción de plusvalía relativa y absoluta. Veamos.
En busca del tiempo perdido En aquel proceso combinado que dibujó el formato neoliberal –y a pesar del siglo y medio transcurrido– el capital otorgó una vigencia macabra al razonamiento de Marx. Si el tiempo de trabajo necesario para producir cada mercancía se redujo progresivamente en un polo y si como consecuencia de ello millones perdieron antiguos empleos de cierta calidad, se trató de ocupar a muchos millones más en peores condiciones y por mayor cantidad de tiempo a fin de valorizar el capital por medio de la producción de una masa irracionalmente creciente de mercancías. El trabajo excedente no sólo se acrecentó como subproducto automático relativo a la reducción del trabajo necesario en los lugares de aplicación de tecnología ahorradora de fuerza de trabajo, sino también –y particularmente– como consecuencia de la superexplotación –aumento de la plusvalía absoluta– en parte de los propios trabajadores de los países centrales, pero muy especialmente de grandes masas que antes se hallaban por fuera de la esfera de acción del capital. Harvey recuerda con pertinencia que entre los antídotos
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posibles a la caída de la tasa de beneficio Marx propuso “una tasa fenomenal de crecimiento de la fuerza de trabajo total que aumentara la masa de capital producido aunque la tasa de beneficio individual cayera”14. Si gracias al nivel tecnológico el trabajo necesario tendió a su progresiva reducción en un polo, el capital buscó maximizar su contraparte excedente en todas las variantes posibles. La resultante consistió no sólo en la maximización del trabajo excedente en términos de la cantidad de tiempo promedio individual necesario para producir el equivalente a los bienes que satisfacen las necesidades cotidianas (históricamente determinadas) sino también en términos de las posibilidades de absorción de mercados masivos cuyos ingresos decrecieron –al menos relativamente– respecto de la magnitud de la riqueza creada. A medida que el capital incorporaba nuevas tecnologías y agregaba tiempo de trabajo excedente, destruía y creaba –obligatoriamente– nuevas tareas, empleos y “necesidades” no estrictamente necesarias. En ese proceso de poner “al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza” el trabajo excedente se vuelve crecientemente superfluo a medida que el trabajo necesario decrece, cuestión que redunda en un incremento exponencial de una riqueza que aparece enfrentada no sólo a las verdaderas necesidades sociales sino a las posibilidades de realización del capital. No es difícil visualizar estos resultados en las pasadas décadas. El carácter irracional de la producción mercantil se verifica largamente en un esquema en el que el capital reduce –como señala Harvey15– sistemáticamente el tiempo de duración de los bienes de consumo mediante la producción de mercancías crecientemente perecederas –celulares, tablets, notebooks, automóviles, ropa. Muchos de esos objetos nuevos no agregan utilidad alguna más que la que puede proporcionar estar a la altura de las modas velozmente cambiantes que imponen las necesidades de reproducción y valori» zación del capital.
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Vale la pena avanzar por este sendero notando que el interés por acotar al mínimo la duración de los bienes como forma de realizar el valor de cambio, se presenta como figura explícitamente opuesta a la utilidad de las cosas –en la medida en que busca concientemente reducir el tiempo de vida útil–. Un esquema aberrantemente irracional que elige aumentar el tiempo de trabajo humano y reducir el tiempo de vida de los productos que libera, coexiste con masas crecientes de superexplotados y carenciados que no alcanzan siquiera el ingreso mínimo necesario para cubrir sus requerimientos básicos. El capital cierra el círculo con el sistema de crédito que en particular durante el boom hipotecario y hacia mediados de los años 2000, alcanzó incluso franjas de muy bajos ingresos en particular en Estados Unidos, pero también en Reino Unido, España o Francia. Un sistema que consigue ampliar el mercado de consumo y a la vez –como analizara en su momento Costas Lapavitsas16– extraer cuotas de plusvalor extra por la vía del interés bancario. Harvey17 aborda el asunto en un contexto más amplio de nuevos mecanismos de “acumulación por desposesión” incluyendo los créditos hipotecarios que colocan crecientemente a la vivienda como “valor de cambio” –es decir como vía de acceder a nuevos valores de uso– y que tras la crisis de 2008 acabaron frecuentemente en la expropiación lisa y llana.
Breve reflexión final Como es sabido los límites del esquema neoliberal se dispararon en la crisis de 2008 y caracterizaron la débil recuperación posterior. El “círculo virtuoso” de movilidad internacional del capital, financierización creciente,
“revolución tecnológica”, apertura de áreas para la acumulación (China, en particular), nuevas y abundantes fuentes de trabajo barato, mercados y crédito al consumo, está mostrando múltiples síntomas de agotamiento. Justamente el concepto de “estancamiento secular” tiene la virtud de expresar la impotencia de una inversión que crece apenas a la mitad del ya alicaído ritmo promedio del período pos ‘70 en los países centrales, y que no reacciona a las fluidas masas de dinero barato. Es sensato pensar que el capital internacional se encuentra a la búsqueda de una “nueva empresa”. Las contradicciones crecientes entre nacionalismo e internacionalización del capital anuncian movimientos profundos. Todo hace pensar que la nueva tesis del “fin del trabajo” encarna un discurso intimidatorio que oculta a la vez intenciones probablemente más sombrías que las neoliberales. Los inmigrantes “amenazan” a los trabajadores desde las fronteras y los “robots” desde la inmutable naturaleza de la “economía” –que por supuesto nada tiene que ver con las relaciones entre los hombres–. La idea de la renta universal ciudadana asume de hecho el nuevo discurso del “fin del trabajo”, y por mejores intenciones que guarden algunos de sus exponentes acabará convalidando nuevos embates del capital. La tarea del momento es unir lo que el capital divide y enfrentar viejas falacias ya conocidas. Repartir las horas de trabajo existentes entre ocupados y desocupados, entre nativos e inmigrantes, entre calificados y precarios, entre adultos y jóvenes, entre hombres y mujeres, sin rebajas salariales, es una medida impiadosa frente a la ganancia capitalista. Es sin embargo la única forma de que la humanidad se reapropie de la técnica y
la ciencia como su propia obra. Aunque no lo crean, hay vida más allá del capital. 1. Jameson, Fredric, Representar El Capital, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2013. 2. Marx, Karl, Miseria de la filosofía, Marxist Internet Archive, 2010. 3. Entre los empleos perimidos o en declive por el avance tecnológico destacan, entre otros, los vendedores de enciclopedias –¿qué sentido tendrían con Wikipedia?–, los empleados de los Blockbuster o la tarea de cajero bancario, que aún lejos de desaparecer crece a un ritmo mucho menor que el empleo total, debido a la proliferación de cajeros automáticos. 4. Algunos ejemplos de empleos de baja calificación son operadores de maquinaria, tareas de distribución, reparación, empleos de oficina y administración. 5. Levy, Frank y Murmane, Richard, Dancing with Robots: Human Skills for Computerized Work, Third Way Foundation, 2013. 6. Ídem. 7. “Cambios en el mundo del trabajo”, Organización Internacional del Trabajo, Ginebra, 2006. 8. Ídem. 9. Harvey, David, Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, Madrid, Traficantes de sueños, 2014. 10. “Cambios en el...”, ob. cit. 11. Hay que reconocerles a los “tecno-pesimistas”, no obstante, un pensamiento mucho más sensato. 12. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI editores, 1982. 13. Ídem. 14. Harvey, ob. cit. 15. Ídem. 16. Lapavitsas, Costas, “Capitalismo financierizado, crisis y expropiación financiera”, Huellas de EE.UU. 1, mayo 2011. 17. Harvey, ob. cit.
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A propósito de Capitalismo. Competencia, conflicto y crisis
Anwar Shaikh: Recuperar la economía política
ESTEBAN MERCATANTE Comité de redacción. El capital de Marx es al mismo tiempo una reconstrucción conceptual de la economía capitalista con los desarrollos que esta había mostrado en su época (desde sus determinaciones más abstractas hasta la “superficie” más concreta, a pesar de ser una obra inconclusa) y una revisión crítica de las principales teorías sobre el capitalismo producidas hasta ese momento. El libro publicado el año pasado por Anwar Shaikh, Capitalismo. Competencia, conflicto y crisis1 procede de la misma manera, moviéndose en ambos terrenos para dar cuenta del capitalismo del siglo XXI. Shaikh condensa décadas de arduo trabajo en esta obra verdaderamente monumental que ofrece una “teoría general” del modo de producción capitalista alternativa tanto a la corriente neoclásica en sus derivaciones modernas, como a las “heterodoxias” poskeynesiana o neorricardiana. Shaikh se ubica dentro de lo que define como economía política clásica, que para él no solo incluye a Adam Smith y David Ricardo, junto a otros precursores como William Petty, sino que se extiende hasta Karl Marx (y puede incluir algunas contribuciones –o al menos intuiciones– de Keynes, Kalecki, o Sraffa, sin dejar de separarse de muchos de sus supuestos y postulados). El objetivo de este libro es mostrar la mayor consistencia del análisis clásico
para explicar la dinámica turbulenta del capitalismo. Se trata por supuesto de un posicionamiento que daría para un extenso debate: Marx se separaba de la economía clásica, por la cual guardaba el mayor de los respectos por sus aportes para explicar científicamente la sociedad burguesa, pero señalando que al mismo tiempo la naturalizaban. Por eso, consideraba que su obra representaba una crítica de la misma, no su continuación. Este posicionamiento de Shaikh no disminuye la importancia de Capitalismo… para los marxistas, ya que de hecho es la corriente de la crítica de la economía política –el marxismo– la que mantiene y ha seguido desarrollando los que podríamos considerar algunos núcleos centrales de la economía clásica de los cuáles las corrientes dominantes del pensamiento burgués se han distanciado hace tiempo. Estamos hablando de nociones como la de que el valor que expresan los precios de las mercancías no encierran otra cosa que el trabajo humano que las ha producido (lo que le permite a Marx desarrollar el concepto de plusvalía), o que la tasa ganancia es lo que determina las decisiones de producción y es el determinante central de las oscilaciones cíclicas que caracterizan a este modo de producción. Capitalismo… es un libro dirigido a los que cuentan con o están interesados en iniciar un
estudio serio de economía, y está escrito en un lenguaje destinado a incidir en los debates en la academia. Abunda en desarrollos algebraicos y demostraciones. Tiene muchísimos puntos fuertes (algunos que Shaikh ya había presentado en trabajos anteriores) y también varios planteos discutibles2. Acá abordamos algunos de los aspectos más novedosos y las principales objeciones que suscita.
Estructura y método del libro El libro está organizado en tres partes. La primera de ellas establece los fundamentos metodológicos, las determinaciones de la producción y los costos, intercambio, dinero y precio, el capital y la ganancia. La segunda sección analiza la competencia real, que Shaikh va a contraponer a las nociones de competencia perfecta e imperfecta. La tercera parte se dedica al análisis de la macro dinámica que caracteriza al capitalismo. La ortodoxia neoclásica considera a la economía capitalista como una que está en permanente equilibrio, mientras que los cuestionamientos hoy dominantes a esta corriente (keynesianos o poskeynesianos) enfatizan las “ineficiencias, desigualdades, y desequilibrios generados por el sistema”, pero ven la mayor parte de los resultados económicos como contingentes, desdeñando la idea de que »
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hay un orden en el desorden. En cambio, Shaikh expone una noción diferente de equilibrio: no como un estado alcanzado sino como un proceso gravitacional. Así es como los precios convergen hacia los costos del capital regulador en cada rama (aquel que es más competitivo), o los capitales se mueven entre las ramas buscando siempre la máxima ganancia (proceso que lleva a la igualación de la tasa de ganancia para las nuevas inversiones), y en los patrones de crecimiento y fluctuaciones del sistema en su totalidad. El equilibrio así entendido es siempre un fenómeno turbulento, como va a destacar muchas veces a lo largo del libro. Uno de los aspectos más novedosos son los criterios que el autor establece para pasar del nivel de los agentes individuales al de los agregados, a partir de los cuales demuestra las inconsistencias –teóricas y empíricas– de la noción del agente representativo de la economía neoclásica a partir de la cual esta integra los planos micro y macroeconómico. Los expositores de esta corriente consideran que es un punto fuerte esta capacidad de desarrollar el esquema de equilibrio general a partir de las decisiones de los agentes basadas en criterios de maximización individual; esto sería una ventaja respecto de la economía keynesiana, que supo producir una interpretación de los fenómenos agregados pero sin basarlas en una explicación de los comportamientos individuales, “vacío” que muchos keynesianos (o “neo”) llenan adoptando los fundamentos neoclásicos. Shaikh argumenta que algunos factores que pueden ser de gran importancia al nivel individual de las empresas o de los trabajadores, pueden dejar de serlo al nivel agregado macroeconómico. Los casos individuales son siempre heterogéneos, y su integración da lugar a características novedosas que no se encuentran en el plano individual. El comportamiento de la totalidad no puede ser caracterizado por el de ninguno de sus elementos constitutivos porque el todo es más que la suma de sus partes, o como está de moda decir ahora, los agregados tienen propiedades emergentes (84).
La agregación es “robustamente transformacional”. De esto se desprende que los comportamientos que se registran a nivel agregado pueden resultar compatibles con distintas explicaciones de los comportamientos individuales. Esto significa que la prueba para explicaciones en disputa sobre la manera en la que operan los agentes, no puede encontrarse en su ajuste con los movimientos observados a nivel agregado. La
forma funcional agregada será muy diferente de las correspondientes a nivel microscópico, lo que implica que no hay tal cosa como un agente representativo (102).
A la vez, “siempre habrá varios micro fundamentos consistentes con cualquier patrón registrado a nivel agregado”, por lo que “no debería confundirse el sustento empírico para una hipótesis a nivel agregado con un respaldo empírico para cualquier micro fundamento particular que explique dicho patrón”. La validez de los microfundamentos en disputa debe evaluarse en su consistencia lógica y empírica en sí mismas, sin que sea suficiente prueba cómo se “ajustan” con los comportamientos macro.
Competencia real La noción central que recorre todo el libro es la de competencia real. Con esta categoría Shaikh busca caracterizar la competencia bajo el capitalismo como un proceso muy diferente al que se suele entender con las nociones de competencia perfecta (de que está tan alejado “como lo está la guerra respecto del ballet”, 259) y su reverso, la competencia imperfecta. Mientras que la teoría neoclásica asume que las firmas son pasivas tomadoras de precios, en la teoría de la competencia real las firmas son fijadoras de precios y compiten recortándolos (262). El capital que logra en una industria los menores costos se trasforma en el capital regulador. Este es el que cuenta “con las mejores condiciones reproducibles de manera general”, lo que quiere decir que no son condiciones favorables particulares, como puede ser una mayor fertilidad del suelo. Shaikh muestra cómo la firma que logra esta posición es la que va a terminar fijando las condiciones para toda la industria, y lo hace de tal manera que la relación de precios y costos le permite llevarse los mayores beneficios. Junto a este capital regulador, subsisten siempre otros capitales que cuentan con medios de producción más viejos y menos eficientes, los cuales afrontan mayores costos y, en las condiciones de precios impuestos por el capital regulador, tienen una tasa de ganancia inferior. El libro presenta abundante evidencia de que en cada industria conviven en un momento dado capitales con distintos costos, y también con distintos precios; no hay un precio único. Las firmas fijan precios buscando atraer clientes y dañar a sus competidores. La difusión de los clientes hacia los precios más bajos fuerza a los vendedores a mantener sus precios, ajustados según los costos de transporte e impuestos, a corta distancia uno de otro.
El resultado es en todos los sectores una tasa de ganancia promedio que será inferior a la tasa de ganancia del capital regulador. La competencia real ocurre no solo en cada industria (en sentido amplio), sino entre industrias. Acá rige el principio de “la movilidad de capital entre industrias y la consecuente ecualización de las tasas de ganancia”. Los inversores gravitan hacia las mayores tasas de retorno, lo que significa que las nuevas inversiones fluirán más velozmente hacia los sectores con tasas de ganancia más elevadas. Finalmente, esto va a significar que la producción va a crecer en relación con la demanda en estos sectores, empujando a la baja los precios y las ganancias; lo contrario va a ocurrir en los sectores con tasas de ganancia más bajas, y que por lo tanto no resultan polos de atracción para nuevas inversiones (264). Esto produce como resultado (de manera turbulenta y a través de permanentes reajustes) una igualación de la tasa de ganancia. Shaikh observa que la que se iguala no es la tasa promedio de ganancia de todos los sectores, sino la tasa de ganancia de las últimas inversiones, es decir las de los capitales reguladores de cada industria. Es de señalar que para él, la incursión de nuevos jugadores con técnicas productivas menos costosas para desbancar a los capitales dominantes tendrá lugar incluso si los volúmenes de capital requeridos para lograr los menores costos implican una menor tasa de ganancia, lo que tiende a ocurrir porque “los costos operativos más bajos estarán asociados con mayores costos de capital” (324). En síntesis, la puja por la reducción de costos desemboca en la caída de la tasa de ganancia. La teoría de la competencia real, que Shaikh fundamenta sólidamente en abundante evidencia de estudios propios (y de numerosos investigadores de las más variadas corrientes) puede aportar mayores elementos para discutir cuál es el alcance de los cambios estructurales que generó el surgimiento de las grandes corporaciones (un elemento central en la caracterización de la época imperialista del capitalismo para los estudios “clásicos” de comienzos del siglo XX) y su efecto sobre la competencia. Obviamente, es una cuestión que debe estudiarse concretamente para cada caso, y el autor no descarta que numerosas industrias puedan estar dominadas por monopolios u oligopolios (379), aunque sí enfatiza que los resultados que esto puede generar son similares a los que produce la competencia real.
Lucha de clases, rentabilidad y acumulación La tercera parte del libro, que avanza hacia el nivel macroeconómico, inicia con una revisión crítica de la macroeconomía desde los
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enfoques pre-keynesianos hasta los enfoques más recientes y una fundamentación del enfoque clásico a partir de lo desarrollado previamente. El argumento ... está construido sobre la noción de que el crecimiento capitalista se encuentra regulado por la rentabilidad neta de la acumulación apuntalada por las inyecciones de poder de compra agregado. Lo que importa en el último caso es la creación total de nuevo poder de compra, no las fuentes particulares tales como déficit público o balance comercial. Pero la deuda es la contraparte del crédito, y los gastos financiados mediante deuda encuentran límites incluso a pesar de que el moderno sistema de crédito y de dinero fiduciario puede posponerlos por un largo tiempo (636).
De esta forma, se recoge la idea keynesiana de que las inyecciones de demanda juegan un rol para estimular el crecimiento, pero se destaca que la misma se encuentra limitada por las capacidades para financiarla. Capitalismo... destaca que tanto los neoclásicos como los heterodoxos consideran que los trabajadores no tienen ninguna capacidad en la determinación de la participación de su salario: en el enfoque neoclásico “el salario está determinado por las condiciones de pleno empleo” y dependerá de la productividad marginal del trabajo, en la teoría poskeynesiana “está determinado por la productividad y el margen de monopolio fijado por las firmas” (42). En el enfoque que Shaikh desarrolla, por el contrario, se integra la noción de que la acumulación está motorizada por la rentabilidad y la de que la demanda agregada tiene un impacto central en el nivel de producción y empleo como afirman los keynesianos y post-keynesianos, …junto con el reconocimiento de que las luchas de los trabajadores juegan un rol considerable en la determinación del salario real y de que la acumulación mantiene una capacidad normal de utilización de la mano de un pool de desempleados persistente (646).
Esta parte del libro se elabora en base al modelo planteado por Richard Goodwin, que es a la vez una adaptación de las ecuaciones de Lotka-Volterra desarrolladas originalmente para analizar la interacción biológica entre poblaciones de cazadores y presas. La analogía convierte a los trabajadores desempleados en presas y los capitales en busca de ganancia en cazadores. Cuando la cacería es exitosa, la disminución en las presas disponibles impacta en los predadores cuyo número también
disminuye, permitiendo que la población de presas se recupere. En los términos del esquema de Goodwin, un enlentecimiento de la acumulación de capital como resultado de la caída de la rentabilidad, lleva a un crecimiento en el ejército de reserva de desocupados. Una conclusión importante de Goodwin es que, al contrario de lo que afirma la economía neoclásica, el capitalismo tiene un funcionamiento normal con una tasa de desempleo positiva, que se trata de desempleo involuntario. De esta forma, el esquema macroeconómico desarrollado incorpora la idea de que el ejército industrial de reserva es consustancial al funcionamiento de la economía capitalista. No se trata de una “imperfección” de mercado o algo que pueda ser resuelto mediante la intervención estatal. Para funcionar normalmente el capitalismo necesita reproducir una parte de la fuerza de trabajo como desocupada. Y la aceleración o desaceleración de la innovación (que puede reemplazar trabajado “vivo” con trabajo muerto de los medios de producción) o el cambio en
los ritmos de inversión (que ante una baja en la rentabilidad producida por una suba de la participación del salario puede enlentecerse, empujando un menor crecimiento y por ende contribuyendo a que se desacelere la creación de empleo) actúan como “reguladores” que permiten la recreación del mismo y permiten al capital enfrentar las demandas de los asalariados. Shaikh incorpora la noción de “nivel sociohistórico de fortaleza de la fuerza de trabajo”, que está relacionado (negativamente) con la tasa de desempleo. De esta forma, incorpora la capacidad de la fuerza de trabajo para pelear por incrementos en la participación en el ingreso como un elemento del modelo, que es a la vez uno de los determinantes del mayor o menor crecimiento económico.
En curso de depresión El anteúltimo capítulo de Capitalismo… pone el juego los desarrollos precedentes en la explicación de la crisis iniciada en 2007, que Shaikh llama la “Primer Gran Depresión” del Siglo XXI. En su interpretación, “esta »
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crisis es una parte absolutamente normal de un patrón recurrente de larga duración en la acumulación capitalista, en el que las crisis ocurren una vez que los largos booms han dado lugar a largos decaimientos” (724). Las bases con las cuales el capitalismo se había recuperado de la crisis estanflacionaria de fines de los ‘60 que afrontaron EE. UU. y otras economías imperialistas al final del boom de posguerra (y que se explicaba por una fuerte caída en la tasa de ganancia) fueron “un ataque al trabajo y una drástica reducción de la tasa de interés”. Esta última permitió que la tasa de ganancia de las empresas tuviera una recuperación mayor que la tasa de ganancia “a la Marx” de toda la economía3. El secreto del “gran boom” que se inició en los ‘80 es “fuerza de trabajo abaratada y finanzas menos costosas” (734). Pero este boom “fue inherentemente contradictorio”. La caída en las tasas de interés disparó el endeudamiento, tanto de las empresas como de los hogares, en estos últimos como compensación ante el estancamiento de los ingresos desde los años ‘80. El resultado fue el colapso financiero. Con el desarrollo de la crisis, ... los gobiernos de todo el mundo se lanzaron a salvar a los bancos y empresas, a menudo creando largas sumas de nuevo dinero [y deudas; NdR] en el proceso. Han sido menos entusiastas respecto de la creación en nuevas formas de gasto para ayudar directamente a los trabajadores (740).
Para el autor, iniciativas de otros momentos históricos como el New Deal o los esfuerzos bélicos de la II Guerra Mundial muestran que las capacidades del Estado para estimular la economía son mucho mayores que las que se han puesto en juego. ¿Qué impide entonces a los gobiernos crear programas de empleo directo? La respuesta es que tales acciones subordinarían el motivo de la ganancia a objetivos sociales, lo que es visto como una amenaza para el orden capitalista normal (742).
Además, resultaría una inadmisible interferencia con la agenda neoliberal de bajar los salarios. La capacidad de los sectores dominantes de la clase capitalista para limitar
estas interferencias, es lo que explica entonces la dinámica seguida por la depresión. Al respecto, uno podría decir que el Estado actuó para sostener al trabajo durante la Gran Depresión, y para atacarlo durante la Gran Estanflación. Y ahora la cuestión ha vuelto a la superficie (744-745).
Sin duda, fenómenos como Trump serían difíciles de interpretar sin este mar de fondo.
Los riesgos de una regresión desde Marx hacia los clásicos Si hubiera que señalar el principal problema en el edificio conceptual de Capitalismo… este está en la manera en que aborda la transformación de los valores a precios de producción. Recordemos que Marx inicia el Tomo I con la consideración de que las mercancías se venden a sus valores, estableciendo una equivalencia según los tiempos de trabajo medio socialmente necesario que lleva producirlas. Si las mercancías se vendieran a sus valores, cada capitalista realizaría todo el plusvalor contenido en su mercancía. Pero en el tomo III Marx desarrolla una nueva determinación: los precios de producción, que surgen de la distribución de la masa total de plusvalía entre el conjunto de los capitales. El precio de producción significa que a los costos de producción se le suma la tasa media de ganancia, uniforme para todos los capitalistas. Al mismo tiempo, la plusvalía a nivel agregado es igual a la masa total de ganancia4. Habrá sectores de la producción social para los que la tasa de ganancia media resulta menor a la plusvalía que extraen a sus obreros, mientras que en otros casos ocurrirá exactamente lo contrario. Por los mecanismos de arbitraje del capital entre sectores que discutimos más arriba, se produce esta igualación en la cual algunas industrias transfieren a otras una parte de la plusvalía. Del hecho de que la masa de ganancia que realizan algunos capitales puede verse ampliada de esta forma (y en contraparte reducida la de otros), Shaikh extrae la conclusión de que la ganancia tiene dos fuentes: surge de la producción, pero también de la circulación de capital. Para fundamentar esto recurre al economista clásico James Steuart, que conceptualizaba dos fuentes de ganancia: la ganancia positiva, que surge de la producción,
y la ganancia relativa, originada en transferencias de un capital a otro. Apela al hecho de que Marx también consideraría la cuestión, haciendo referencia al propio Steuart, en Teorías sobre la plusvalía. Pero lo que observa Marx en el texto en el que Shaikh busca fundamentar su planteo es que “Steuart no comparte, en efecto, la ilusión de que la plusvalía nacida para el capitalista individual por el hecho de vender la mercancía en más de lo que vale sea una creación de nueva riqueza”5. Resulta problemático convertir en fuente de ganancia lo que, en el mejor de los casos, solo puede serlo para el capital individual. Esto contribuye a desdibujar, más que a destacar, el hecho de que toda la ganancia del capital surge del plusvalor, es decir de la explotación de la fuerza de trabajo. La apelación de Shaikh a Steuart y sus “dos fuentes”, en este punto, no juega un rol central en el desarrollo posterior que hace el autor. Sin embargo, es una muestra de que el afán de reconciliar a Marx con los clásicos, lo lleva a introducir en su aparato conceptual algunas de las ambigüedades de la teoría del valor de los clásicos que Marx supo depurar. Se trata, entonces, de un retroceso en la solidez y claridad conceptual. Este es uno de los puntos en los que mejor se expresan los riesgos de confundir la crítica de Marx con la economía clásica.
1. Nueva York, Oxford University Press, 2016. Los números de página se indican entre paréntesis. Las citas son de traducción propia. 2. Además de la discusión sobre las fuentes del valor (ver el último apartado de este artículo) podemos señalar que Shaikh suscribe la teoría de las ondas largas, ciclos que alrededor de 50 años caracterizados por una primer fase de ascenso y otra de declinación, cada una de las cuales atraviesa varios ciclos de crecimiento y recesión. Para una crítica a esta teoría ver Christian Castillo, “Sobre la teoría de las ondas largas y la periodización del capitalismo”, Estrategia internacional 7, marzo/abril 1998; Esteban Mercatante y Martín Noda, “Gradualismo y catastrofismo”, Lucha de clases 8, junio 2008. 3. Para la distinción entre ambas tasas ver “‘Enfrentamos un escenario de estanflación, deflación, persistente desempleo’. Entrevista a Anwar Shaikh”, IdZ 3, septiembre 2013. 4. Para un desarrollo de los debates sobre el “problema” e la transformación, ver Esteban Mercatante, “Historia de una presunta inconsistencia”, IdZ 18. 5. Karl Marx, Teorías sobre la plusvalía, Ciudad de México, FCE, 1987, p. 34.
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La revolución narrada por China Miéville
Más radical que la ficción ARIANE DÍAZ Comité de redacción. October1 es el título del último libro de Miéville, una historia narrada que recorre, uno por uno, los 8 meses que llevaron de la caída del zarismo al primer Estado obrero de la historia. El ciclo que va de Febrero a Octubre según el calendario juliano que por entonces se utilizaba en el Imperio ruso, sería de marzo a noviembre según el gregoriano que utilizamos hoy, pero el autor elige mantener el cálculo temporal con el que los protagonistas de la revolución desarticularon toda la estructura social e incluso el calendario –el mismo criterio tuvo Trotsky en su Historia de la Revolución rusa, donde pedía al lector tener en cuenta que “antes de derrocar el calendario bizantino, la revolución hubo de derrocar las instituciones que a él se aferraban”2–. Miéville, ex miembro del SWP británico que hoy participa del agrupamiento Left Unity en Inglaterra, ha publicado ensayos como Between Equals Rights (2005) –donde discute el derecho internacional y la teoría del soviético Pashukanis– y numerosos artículos de crítica política y cultural. Pero sin duda por lo que es más conocido es por sus decenas de novelas y relatos de ciencia-ficción y fantasy, donde la crítica al capitalismo, entre bestias voladoras o trenes en movimiento perpetuo, siempre está presente. Se trata, en palabras del autor, de un trabajo destinado a aquellos que conocen poco o nada del proceso que tan radicalmente modificó el siglo XX. October narra los acontecimientos sin referencias bibliográficas ni disquisiciones conceptuales, aunque cada cita o reconstrucción está basada en los trabajos de investigación, los más clásicos y los más recientes, sobre el tema. Al final se incluye
Ilustración: Nikolai Kolli, boceto para los festejos del primer aniversario de la revolución, Museo Estatal Shchusev, Moscú.
una selección de libros “para seguir leyendo”, donde brevemente Miéville da cuenta de sus simpatías y diferencias con los recuentos de una gran variedad de protagonistas, testigos o investigaciones académicas que utilizó como fuentes.
Ni hagiográfico ni fatalista: partidista Desde el prólogo Miéville advierte que, aunque espera no ser dogmático ni acrítico, su lectura será, sin embargo, abiertamente partidista: su historia tiene héroes y villanos, y no busca ser neutral sino contraponerse a las
lecturas que desde la derecha han buscado defenestrar la revolución. Pero October busca también responder a aquellas lecturas que, presentadas como más “comprensivas” aunque perfectamente compatibles con el espíritu neoliberal del “no hay alternativa”, sin denostar explícitamente todo el proceso o algunos de sus objetivos, consideran la revolución condenada de antemano, esgrimiendo como prueba el surgimiento del stalinismo, que revertiría las buenas intenciones en una temible distopía. Miéville insiste en que sin duda la burocratización del »
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RevoluciOn rusa
Estado obrero y los crímenes del stalinismo deben ser explicados, pero de ninguna manera ve este desarrollo “escrito en las estrellas” [271]. Su epílogo, donde resumirá algunos de los hitos posteriores a la toma del poder, está dedicado a este debate de la mano de Victor Serge, una figura de complejas relaciones con el anarquismo y el marxismo, que dejó asentadas en sus escritos tanto sus simpatías por el proceso revolucionario como también duras críticas. Todavía hay un tipo más de lecturas de la revolución que el autor quiere combatir, presentes tanto en las versiones de la derecha pero también en algunas de la izquierda: aquellas que subestiman a las masas que protagonizaron el proceso, retratándolas como mera base de maniobras de “grandes figuras” más o menos demagógicas, o convertidas en próceres, según las simpatías políticas del caso. Miéville tratará de mostrar a través de cartas de soldados, actas de asambleas o panfletos publicados por entonces que, por el contrario, después de haber ganado en las calles la caída del Zar en febrero, los sectores populares consideraban que los cambios ni eran suficientes ni habían terminado: querían más y eran perfectamente conscientes, sino de cómo conseguirlo aún, de que algo más debía cambiar. El autor trata de combinar así las disputas entre los distintos agrupamientos, y al interior de los partidos, con el pulso de los trabajadores, soldados y campesinos puestos en marcha. Sus avances, retrocesos y conclusiones después de cada acción, de cada asamblea, de cada noticia llegada del frente, sorprenden en muchos casos a los propios dirigentes, dando cuenta de la enorme creatividad social que, surgida desde abajo, forjaron las masas irrumpiendo violentamente “en el gobierno de sus propios destinos”, al decir de Trotsky: desde las mujeres que salieron a la calle el 23 de febrero (8 de marzo) pidiendo por el pan e inundando las calles de San Petersburgo, hasta los soldados que en su primera “orden” imponían al gobierno provisional el control de las armas por comités de soldados y la abolición de los títulos nobiliaros de los generales y el tuteo hacia los soldados. Todos los aspectos de la vida, desde la guerra hasta la lengua, estaban en cuestión. Otra característica del libro es que a pesar de que la revolución tuvo su escenario principal en San Petersburgo, el autor busca permanentemente ampliar el panorama a lo que sucedía en el vasto territorio del entonces Imperio ruso, a la vez que destaca los cambios
subjetivos y las nuevas demandas que surgían no solo respecto al “pan, la paz y la tierra”, sino también expresadas en las reivindicaciones de los grupos nacionales, las mujeres, incluso minorías confesionales, como el caso del Congreso panruso de mujeres musulmanas que, reunidas en Kazan en abril, debatieron sobre el estatus de la Sharia, el matrimonio plural y los derechos de las mujeres [116].
El hilo rojo El relato, cuyo eje son la sucesión de acontecimientos y cambios pendulares en la relación de fuerzas entre las clases, va desglosando las categorías que le sirven de armazón a los acontecimientos�. Miéville relata un episodio de los agitados días de febrero que no puede confirmar pero que representa bien uno de esos núcleos: Ese día, yendo al sur por el amplio Puente de Liteiny sobre el hielo del Neva, Gvozdev [un menchevique] vio a otra figura precipitándose en su dirección. En el medio del puente, entre sus sirenas decorativas, se encontró cara a cara con Zalezhskii, un dirigente bolchevique que también había escapado recién de prisión, y se encaminaba en la dirección opuesta, del centro de la ciudad hacia el distrito de Vyborg. El menchevique fue derecho a los corredores del poder; el bolchevique a los distritos obreros. Así cuenta la historia, haya o no ocurrido este encuentro en el puente.
Febrero tiró abajo al zarismo, pero dio origen a una “dualidad de poderes” que, si en un principio parecieron poder encontrarse a medio camino, abrieron una brecha que se resolvería en octubre. El doble poder se refiere a la autoridad que tenía, por un lado, el gobierno provisional y, por el otro, los soviets, cada uno representante de los sectores sociales y políticos en pugna. La burguesía y sus representantes “liberales” –que con muchas reticencias habían aceptado el fin de una monarquía por el que no habían hecho mucho–, se creían convocados a cumplir su rol histórico según el esquema de las revoluciones europeas, modernizando Rusia, y lideraban el gobierno provisional surgido de la Revolución de Febrero, acompañados en sus distintas formaciones por partidos que, aún con otra base social como los mencheviques y los socialrevolucionarios, concedían a la burguesía rusa ese lugar predominante en una etapa histórica que veían como necesaria. Del otro
lado, los soviets se componían de los delegados votados entre los obreros, los campesinos y los soldados, y participaban en ellos activamente no solo los partidos que conformaban el gobierno sino también los que consideraban ya haber tenido suficientes pruebas de la incapacidad y desinterés de la burguesía para llevar adelante sus “tareas históricas” hasta el final –o siquiera poner fin a la guerra imperialista en la que Rusia se desangraba–: los anarquistas, el resto de los grupos socialistas y, en especial, el Partido Bolchevique, el ala más radical que inicialmente era una minoría en los soviets. Un hilo que ordena en el libro las acciones de esos agitados meses es la hegemonía que van ganando los bolcheviques mediante una serie de readecuaciones tácticas que logran empalmar con los giros bruscos de la situación, discutiendo tanto con las alas conciliadoras del movimiento revolucionario –incluso las internas– como con las ultraizquierdistas, para ganar finalmente la mayoría en los soviets y con ello su lugar dirigente en la insurrección de Octubre. En esta orientación tendrá un lugar destacado, sin duda, Lenin, la única figura que Miéville destaca, por encima del resto, en el libro.
¿Qué hicimos? Considerando que es un libro de divulgación, quizás una de sus deficiencias es dar por supuesto el conocimiento de la magnitud de cambios sociales, políticos y culturales que trajo la revolución aún en las lamentables condiciones en que había quedado Rusia tras la guerra mundial, aún en medio de la guerra civil y aún rodeada de los ejércitos imperialistas: la expropiación de los medios de producción, el control obrero de las fábricas, el reparto de la tierra entre los campesinos, la igualdad de derechos para hombres y mujeres, el derecho a la autodeterminación de las naciones hasta entonces oprimidas por una Rusia imperial, sin contar las medidas que aún hoy, 100 años después, seguirían siendo de vanguardia en cualquier territorio del planeta –como el derecho al aborto o la democratización de la educación y de la cultura que aún hoy son estudiadas como ejemplos de avanzada, y que dio curso a un desarrollo de teorías y expresiones artísticas que marcaron el siglo XX�–. Pero también podrían señalarse algunos problemas en lo que sí está enunciado. Hechos de tal envergadura soportan una carga de interpretaciones y polémicas que, como capas arqueológicas, se van sedimentando
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sobre ellos. Pero como Miéville no hace en el propio relato referencias a sus fuentes, y más allá del prólogo y epílogo no carga las tintas sobre esos debates, algunos de los hechos centrales que relata quedan poco justificados o incluso parecen contradictorios. Es el caso de la lectura que hace de la magnitud de los cambios en la orientación de los bolcheviques con la llegada de Lenin respecto a la orientación previa conocida como “viejo bolchevismo” [96]. Miéville parece dar por cierta la reciente hipótesis de Lars Lih –referenciado muy elogiosamente en el anexo de libros recomendados–, según la cual las “Cartas desde lejos” o las “Tesis de abril” de Lenin no habrían significado un rearme estratégico, acusando a Trotsky de exagerar ese elemento posteriormente, en plena disputa con el stalinismo3. Sin más aclaraciones, Miéville acude también a tildar la lectura de Trotsky como mito, pero enseguida postula cosas como esta: Lenin tenía claro que no era “nuestra tarea inmediata ‘introducir’ el socialismo” previamente a una revolución socialista europea, sino poner el poder en manos de la clase trabajadora, antes que buscar la colaboración de clases como la que abogaban los mencheviques. […] Había algo significativo incluso en el énfasis de Lenin –no era una tarea inmediata introducir el socialismo– pero… No sorprende que Lenin fuera acusado por su propio partido de caer en la herejía de Trotsky de la “revolución permanente”, de plegar a Febrero, o al menos acercarlo en forma determinante, hacia una insurrección socialista completa. […] Fue en este contexto que Lenin comenzó una campaña para ganar a sus camaradas. Y su empecinamiento resaltó cierta inestabilidad en la posición entonces “quasi-menchevique” del partido, según la cual algunos de la derecha bolchevique parecían implicar que la historia “no estaba lista” para el socialismo [109, destacado en el original].
¿No era contra ese etapismo que había innovado Trotsky tras 1905, con el que ahora se topaba Lenin en los dirigentes conciliadores de su partido? En esos debates estaba en juego, nada más y nada menos, la definición no solo de las alianzas de clase que podían favorecer, u obstaculizar, el triunfo de la revolución, sino también los indicios de una definición de un nuevo tipo de Estado, novedad histórica que Lih subestima en los debates sobre las tesis de Lenin. ¿Por qué minimizar como mito un problema que de hecho está en el
centro de la interpretación que el mismo Miéville busca dejar asentada a lo largo del libro? Otro ejemplo es el del capítulo dedicado a la insurrección de octubre. El autor nos muestra un Lenin desesperado por las vacilaciones y retrasos del partido para poner fecha y avanzar en el plan insurreccional, y que finalmente irrumpe en la sala de operaciones militares demandando que se tome de una vez el Palacio de Invierno. Pero amén de que esa preocupación tenía sus bases y que los retrasos existieron, estas discusiones, que ya medían en días u horas, son una rica fuente de lecciones sobre “el arte de la insurrección”, que no se agota sencillamente de contar con la fuerza social suficiente y una dirección decidida: ¿cómo podría mantenerse ese poder?, ¿en nombre de quién se lo tomaba?, ¿cómo presentar esta ofensiva como un acto defensivo? Todos estos problemas son poco y nada mencionados por Miéville, que a pesar de no querer centrarse en las grandes figuras, termina retratando el papel jugado por Lenin pero poco dice las maniobras que, con aciertos y errores –algunos de los cuales, dice Trotsky, pagaron caro–, considera “irrelevantes” por la debilidad en la que se encontraba el gobierno provisional [247].
Cambia, todo cambia En el epílogo, Miéville formula una pregunta que no ha dejado de ser inquietante: ¿podría la revolución haber recorrido otras vías, o el surgimiento del stalinismo era algo inevitable dadas las condiciones de Rusia, un país atrasado que recién se deshacía del zarismo? ¿“Es el gulag el telos de 1917” [279], o una política distinta podría haber evitado el trago amargo del stalinismo con el que hoy se defenestra a la revolución de conjunto? Analizando los “factores subjetivos” que marcaron este desarrollo, el autor pone el eje en la política de “hacer de la necesidad, virtud”: la salida de los otros partidos del soviet en 1918 convertida en desconfianza hacia cualquier tipo de coalición; o la prohibición de las fracciones en 1921, que pasó de ser temporaria a permanente, son algunas de las hipótesis que teje el autor como antecedentes�. Pero el cambio decisivo lo ve en 1924 cuando –contra las protestas de Trotsky y otros–, el aislamiento internacional que trae la derrota de la Revolución alemana se convierte en la postulación de la posibilidad de construir el socialismo en un solo país, una reversión completa de los fundamentos del bolchevismo y, de hecho, del marxismo.
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Eso no quita reconocer que las condiciones impuestas por la lucha de clases internacional fueron, sin duda, desesperantes, y explican en gran parte por qué la revolución pudo ser traicionada. Pero si se trata de dar cuenta de los factores subjetivos tanto como los objetivos, Miéville no deja asentado que, en esas derrotas que dejaron aislada a la URSS, tuvieron un enorme peso los errores de la dirección de la III Internacional, que dilapidó cada una de las oportunidades que se presentaron en esos primeros años pero también posteriormente. También en el terreno internacional la política stalinista fue criminal, y los pueblos fuera de la URSS pagaron tan caro esta política como los de dentro. Si bien el libro no busca profundizar en la etapa postOctubre, dicho aspecto merecería cobrar más peso para dar respuesta a su pregunta por el surgimiento del stalinismo. En las diversas entrevistas y charlas que acompañaron la salida del libro, Miéville relató que cuando lo proyectaba pensaba, con sus editores, que con el centenario iban a ser varios los trabajos, por fuera de las publicaciones académicas, con los que iba a tener que competir; sin embargo, no fue así. ¿A qué se lo atribuye? A la persistencia del escepticismo y del “no hay alternativa” que borra a las revoluciones del horizonte y que el libro busca, precisamente, combatir. Más allá de las polémicas e interpretaciones del proceso, declara Miéville: No ese en nombre de la nostalgia que la extraña historia de la primera revolución socialista en la historia merece celebrarse. La norma de Octubre establece que las cosas cambiaron una vez, y que pueden hacerlo de nuevo [280].
Es que si hay alternativa al capitalismo, explorar la experiencia de la Revolución rusa puede ser un buen punto por donde empezar a prefigurarla. 1. Londres, Verso, 2017. Las referencias a esta edición se harán en adelante entre paréntesis al final de la cita. Las traducciones, en todos los casos, son propias. 2. Bs. As., Ediciones IPS-CEIP, de próxima edición. 3. Para profundizar sobre los planteos de Lih y otros autores que han considerado su hipótesis ver Gastón Gutiérrez, “Todo el poder a los soviets: ¿slogan o estrategia?” en IdZ 37 y John Marot, “Lenin, Bolchevism, and Social-Democratic Political Theory”, Historical Materialism Vol. 22 nros. 3-4, 2014.
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IDEAS & DEBATES
Dos concepciones antagónicas
Frente AntiImperialista y Frente Único de masas
Mural de Miguel Alandia, “Petróleo en Bolivia”, 1957, YPFB, La Paz.
Javo Ferreira Liga Obrera Revolucionaria-Cuarta Internacional, Bolivia. Presentamos a continuación algunas reflexiones que surgieron con motivo del artículo de Juan Hernández en la revista Ideas de Izquierda 38, “Bajo las banderas de la revolución permanente”, donde se realiza un interesante recorrido por la agitada historia del trotskismo altiplánico y un aspecto que hasta el día de hoy es fuente de polémica, como es el frente único antiimperialista. Como bien señala Juan, a quien tuve el gusto de conocer el 1° de mayo en La Paz e iniciar un intercambio de ideas que hoy continuamos por acá, el peso de las tareas democráticas estructurales pendientes y su expresión en una política antimperialista, fue un rasgo distintivo –junto con fuertes tendencias espontaneístas– en la cultura política boliviana. A esto se sumó la existencia de fuertes corrientes nacionalistas burguesas que como resultado de la guerra del Chaco van a teñir el proceso de la revolución del ‘52. La adaptación del POR
a estas presiones y su desplazamiento hacia concepciones centristas van a poner límites al despliegue de una política independiente, y llevarán a no poder enfrentar hasta el final al reformismo burgués y al stalinismo.
De las Tesis de Pulacayo a la Revolución del ‘52 Es indudable que el periodo prerrevolucionario nutre de experiencias y de lecciones revolucionarias que hoy son de enorme utilidad para la vanguardia y los trabajadores avanzados. Las Tesis de Pulacayo eran la expresión de ese proceso intenso de radicalización política, y va tener una influencia decisiva en décadas como referencia de los trabajadores. Su formulación del Frente Único Obrero es sumamente valiosa en momentos en que la clase obrera estaba dividida por la insurrección del 21 de julio contra Villarroel e ingresaba a un momento histórico profundamente reaccionario como fue el sexenio. Estos aspectos
valiosos de las tesis, sin embargo no fueron acompañados de una formulación que impulsara a la alianza obrera y campesina, nada menos en un país en que la absoluta mayoría de la población era campesina e indígena y con graves problemas democrático estructurales no resueltos, como la reforma agraria, la cuestión nacional indígena, el derecho al voto universal, etc. Comprender la enorme importancia histórica de las tesis no puede impedir una valoración crítica de las mismas, como su semietapismo en la formulación de la revolución a llevarse a cabo. Reproducimos un párrafo de las tesis fundacionales de la LORCI sobre este carácter semietapista: En las Tesis de Pulacayo bajo el apartado “El tipo de revolución que debe realizarse” se señala: “Mienten aquellos que nos señalan como propugnadores de una inmediata
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revolución socialista en Bolivia, bien sabemos que para ello no existen condiciones objetivas. Dejamos claramente sentado que la revolución será democrático burguesa por sus objetivos y únicamente un episodio de la revolución proletaria por la clase social que la acaudillará […] Los trabajadores una vez en el poder no podrán detenerse indefinidamente en los límites democráticos burgueses y se verán obligados, cada día en mayor medida, a dar cortes siempre más profundos en el régimen de la propiedad privada...” [destacado nuestro]. Compárese esto con la formulación original sobre el trastocamiento de la revolución democrática en socialista tal como la formula Trotsky en la tesis 8 de la revolución permanente: “La dictadura del proletariado, que sube al poder en calidad de caudillo de la revolución democrática, se encuentra inevitable y repentinamente, al triunfar, ante objetivos relacionados con profundas transformaciones del derecho de propiedad burguesa. La revolución democrática se transforma directamente en socialista convirtiéndose con ello en permanente” [destacado nuestro]. Podrá notarse cómo en las tesis redactadas por Lora se confunde que en un país atrasado como Bolivia la revolución combine desde el inicio tareas democráticas y socialistas con la posibilidad de una revolución proletaria no socialista. Sobre esta concepción, Lora y el POR sostendrán posteriormente posiciones semietapistas sobre el carácter de la revolución boliviana.
Esta valoración crítica no significa disminuir su peso en la conciencia obrera, ni el rol destacado que tuvo como uno de los documentos de la clase obrera más avanzados del continente, pero sí sirve para determinar los límites del POR en su concepción de la revolución, y donde ya se puede evidenciar una predisposición a la adaptación al creciente nacionalismo de esos años. Lo mismo podemos decir de la experiencia del Bloque Minero Parlamentario1, que fue la expresión de cómo la clase obrera minera daba pasos en un camino independiente. Permitió el ingreso de varios diputados obreros al parlamento, entre ellos Lora y Lechín como
senador, pero el bloque no llevó candidato a presidente –el MNR estaba proscrito–, cuando llevar un candidato a presidente hubiera significado la ruptura con Paz Estensoro, cuestión obstaculizada por Lechín. El POR capituló y no dio la pelea. Posteriormente, durante la Revolución del ‘52, la conocida adaptación del POR al ala izquierda del MNR, su exigencia “por más ministros obreros”, exigencia cuya naturaleza es antagónica a la de Lenin (“fuera los ministros capitalistas”) y su concepción historiográfica sobre el carácter de la revolución como “democrático nacional”, fueron las primeras expresiones de lo que posteriormente se codificaría como el Frente Revolucionario Antiimperialista.
Frente Único Obrero o Frente Antimperialista Una confusión recurrente es la que han desarrollado diversas corrientes, entre ellas el POR de Bolivia, que es plantear la cuestión comparando el Frente Único Antiimperialista (FUA) con el Frente Único Obrero (FUO). El primero, según estas corrientes estaría formulado para los países semicoloniales y el segundo destinado fundamentalmente para los países imperialistas o de un desarrollo industrial tal que la clase obrera se puede considerar como mayoritaria en la población. Sin embargo, la naturaleza de clase de las dos tácticas propuestas no es la misma, ya que mientras la III Internacional y luego Trotsky en Alemania son claros en plantear que el FUO es entre organizaciones de la misma clase, el FUA presupone la alianza con sectores de clases no proletarias. Incluso en la historia de Bolivia, la formulación del FUA no llegó solo a acuerdos tácticos sino que fue más lejos: a acuerdos de carácter estratégico con sectores burgueses “para tomar el poder”. El caso más acabado y discutido es el del Frente Revolucionario Antiimperialista (FRA), construido luego del golpe de Banzer que dio por tierra a la Asamblea Popular2, con el Gral. Torrez, quien se había negado a entregar armas para enfrentar el golpe, el coronel Sánchez del regimiento Colorados de Bolivia, el Partido Revolucionario de la Izquierda Nacional (PRIN) de Lechín, grupos como el ELN o
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stalinistas como el PCB. Este acuerdo le permitió a Torrez y a los mismos que se habían negado a enfrentar el golpe de Banzer lavarse la cara ante las masas y levantar una fraseología roja en momentos en que la derrota ya se había consumado.
La experiencia del Comité Democrático del Pueblo (CODEP) y del FRA El antecedente del polémico FRA fue el Comité Democrático del Pueblo (CODEP), construido para las elecciones convocadas por Barrientos luego del golpe de Estado contra el MNR, y que llamativamente no ha sido objeto de tanta polémica en la izquierda como el posterior FRA. Lora afirma que incluso el CODEP llegó a tener una ventaja sobre el FRA del ‘71, ya que contó con la presencia obrera: Que sepamos, en el seno de la izquierda no se ha realizado un balance crítico de esta experiencia, que tuvo la ventaja sobre el FRA, por ejemplo, de haber nacido entroncado en los sectores más interesantes de la clase obrera3.
En el mismo texto Lora nos dice con quiénes armó el frente: Constituyeron el CODEP los trotskystas, que en ese momento ensayaban una fugaz unidad bajo la sigla del POR y teniendo como vocero a “Masas”; el PCB pekinés; el PRIN, incluida su organización sindical OSIN y el ala radicalizada del MNR (Alderete-Sandoval Morón); el grupo Espartaco, el PRIN estuvo representado por Lidya Gueiler4.
En este frente, el PCB no se encontraba presente debido a su pelea con el PCB prochino –luego PCML– y por lo tanto el POR asumió la tarea de convencer al PCB pro-Moscú de ingresar, como también nos lo cuenta el mismo Guillermo: Por lo menos los trotskystas comprendieron con claridad que un frente antiimperialista […] no podía efectivizarse prescindiendo del PCB pro-Moscú, pese a que en ese momento
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IDEAS & DEBATES
vivía una de las etapas más agudas de su crisis interna. El POR, por propia decisión, charló con los dirigentes comunistas para animarles a integrar el CODEP5.
Evidentemente no pudo convencer a los pro moscovitas de sumarse al CODEP, y más bien, luego de las elecciones, el CODEP dejó de existir sencillamente porque los maoístas del recién fundado PCML no aceptaron someterse a la dirección del POR como este si se había subordinado los meses previos: Finalmente, los celos y el sectarismo de los pekineses concluyeron estrangulando un frente que nació auspiciosamente. La dirección era rotativa. Cuando el PC-ML debía poner la presidencia en manos de los trotskystas, sencillamente no convocó más a reuniones, motivando un rápido desbande6.
Como vimos rápidamente, el POR en toda su existencia no había educado los cuadros y los militantes con un espíritu de intransigencia ideológica y mucho menos de independencia política al someterse a la dirección del stalinista PCML. Más bien toda su orientación se basó en la búsqueda de constituir este tipo de acuerdos que integraban a sectores pequeñoburgueses radicalizados pero también a representantes del ala izquierda de la burguesía del MNR, como Sandoval Morón, y luego con el FRA y el mismo Torrez.
FRA o Frente Único de Masas La gran novedad de la Revolución rusa y luego en todo el siglo XX es la emergencia de formas de organización democráticas de masas que permiten unir en la lucha no solo a la clase obrera sino también a los sectores oprimidos por el capitalismo, como los campesinos y demás sectores populares. Estas formas de organización democrática para la lucha de masas pueden surgir por diversos motivos, y podrán avanzar en transformarse en órganos de doble poder dependiendo de la intensidad de la lucha de clases y de una política correcta para derrotar a los sectores conciliadores que en un principio tienen la dirección. Esta distinción de soviet y “doble poder” es importante, ya que muchas veces se tiende a tomarlas como similares y no es así; solo falta pensar en la COB (Central Obrera Boliviana) en el ‘52, que sí era un verdadero poder obrero, pero donde los elementos soviéticos no estaban desarrollados plenamente, lo que le permitió al lechinismo (ala izquierda del MNR) controlar el desarme de las milicias y convocar al primer congreso en 1954 cuando el reflujo de la revolución ya estaba en marcha. La lucha por “todo el poder a la COB” en la revolución no era suficiente si tal demanda no iba
acompañada de una política que organizara las milicias por abajo y las volcara contra Lechín y el comité ejecutivo conciliador de la COB en ese momento. Es la existencia de los delegados basados en asambleas y de carácter revocable lo que garantiza que el partido revolucionario de la clase obrera pueda convencer de la justeza de su política a amplias capas de sectores oprimidos que no necesariamente estén en su partido. La experiencia más notable de esto fueron los soviets en la Revolución rusa, donde el partido bolchevique, de ser una minoría, de abril a septiembre de 1917 conquista a los campesinos, pero lejos de firmar un frente con los socialistas-revolucionarios (partido por excelencia campesino), lo hace contra los socialistas-revolucionarios y los mencheviques, arrebatándoles sus propias bases y construyendo la tan nombrada alianza obrera y campesina, en el marco y bajo la cobertura de los soviets, abriendo el camino a la insurrección de Octubre. Los revolucionarios no debemos esperar a que los soviets surjan y se desarrollen espontáneamente o en situaciones revolucionarias. En cada huelga y lucha hay que plantear formas de organización que nos acerquen y acerquen a las masas a formas de organización similares o tendientes a soviets. Hoy la situación puede ser de relativa calma, sin embargo, una caída brusca del precio del mineral o un ataque forzado por la crisis económica puede preparar nuevas y variadas convulsiones revolucionarias, por eso es fundamental la educación por medio de nuestra política, de la vanguardia y más adelante del movimiento de masas en este tipo de organismos. Me permito para terminar una breve cita de Trotsky que nos brinda una idea valiosa para pensar en estos organismos y en los “tiempos” para su preparación: Al principio, el soviet no convence a las masas mediante la consigna de la insurrección, sino mediante otras consignas parciales; no es más que posteriormente, paso a paso, como conduce a las masas a dicha consigna, sin dispersarlas en el curso del camino, e impidiendo a la vanguardia que se separe del conjunto de la clase. Normalmente se constituye sobre la base de la lucha huelguística, que tiene frente así una perspectiva de desarrollo revolucionario, pero que se limita por el momento considerado a reivindicaciones económicas. En la acción la masa debe sentir y comprender que el soviet es su organización, que agrupa a sus fuerzas para la lucha, para la resistencia, para la autodefensa, y para la ofensiva. No es en la acción de un día, ni en general en la acción llevada a cabo una sola vez como
puede sentirlo y comprenderlo, sino a través de experiencias de semanas, meses e incluso años, con o sin discontinuidad7.
En este sentido, la pelea por el desarrollo de estos organismos es de carácter estratégico, aunque sus formulaciones tácticas puedan modificarse dependiendo de concretas coyunturas políticas (intersindical con delegados de base; coordinadora nacional con delegados elegidos por fábricas empresas y comunidades; comité nacional de huelga con delegados revocables y con mandato; etc.). Es decir, la lucha por estos organismos no necesariamente debe esperar a que la situación se transforme en revolucionaria o insurreccional. Estos organismos podrán surgir –y hay que pelear en cada huelga y conflicto para que surjan– en momentos incluso de lucha defensiva (coordinar para no pelear separados, por ejemplo) y solo la lucha de clases nos dirá si esos organismos pueden avanzar a transformarse de organismos desde lucha defensiva hacia organismos capaces de luchar por el poder obrero en momentos de insurrección. Es el tribunal de los trabajadores movilizados y organizados lo que garantiza la hegemonía y la alianza obrera y campesina. En el caso del FRA, lo único que garantiza el compromiso es el papel, lo que conduce a una visión abogadil de la lucha de clases y de la lucha política.
1. Una valiosa experiencia donde los trabajadores aprendían de madrugada los titulares de los diarios para poder votar. Grupos de trabajadores enseñaban a memorizar los titulares de los pocos diarios a cientos o miles de mineros para poder vencer el voto calificado que existía hasta la Revolución del ‘52. 2. La Asamblea Popular ocupó el lugar del parlamento y estaba constituido por los sindicatos de ese momento. Le Monde Diplomatique tituló luego del 1° de mayo del ‘71, que “ha surgido el primer soviet de América Latina”. Si la Asamblea hubiera avanzado en dotarse de mecanismos de revocabilidad y mandato de los trabajadores de base, se hubiera transformado en un soviet superando sus rasgos de sindicalismo ampliado, y en ese marco, todos los grupos como el PCB (Partido Comunista Boliviano), Torrez, etc., habrían sido derrotados por las bases obreras y quizás se hubieran dado pasos para armar la AP (Asamblea Popular) y avanzar hacia el doble poder. 3. Lora, Guillermo, “Otros ensayos nacionalistas”, Historia del movimiento obrero boliviano, Tomo VI, La Paz, Editorial Masas, disponible en http:// masas.nu, p.116. 4. Ídem. 5. Ibídem, p. 117 6. Ibídem, p. 122 7. Trotsky, L. Stalin el gran organizador de derrotas, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2012.
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Fotografía: Archivo E.S. Zeballos, Luján, Buenos Aires.
Segunda Parte: la SRA, apropiadores de tierras
Señores de la vida y de la muerte Continuando lo expuesto en el número anterior, haremos hincapié en un aspecto menos conocido de algunos miembros de la SRA que, pese a no tener “la prensa” de un Anchorena en el imaginario popular, fueron nítidos exponentes de su clase y tuvieron un rol preponderante en la construcción de un país para ser manejado por pocas manos. MARCELO VALKO Psicólogo UBA, docente, especialista en genocidio indígena.
Coleccionistas y coleccionados A comienzos de 1880 los principales actores sociales se dedican a un coleccionismo que no guarda relación con los cánones de la historia del arte. El Ejército acumula miles de prisioneros indígenas; la Iglesia se apodera de sus almas y científicos como Francisco Moreno o Carlos Spegazzini acopian sus cráneos por centenares. Entre tanto, los artífices de la Sociedad Rural Argentina acaparan hectáreas
y amontonan indiecitos como mandaderos y chinitas para todo servicio. Aquí nos vamos a ocupar en principio de Antonio Cambaceres, tío de Hipólito Yrigoyen. Se trata de uno de los pilares del ala conservadora del Partido Autonomista Nacional fundado por Adolfo Alsina que instala en la Casa Rosada como sucesor de Roca, a Juárez Celman, cuñado del general. Cambaceres, hijo de uno de los saladeristas más importantes,
supo diversificarse a tiempo, por eso lo encontramos como presidente de la campaña de suscripción de bonos en 1879 para adquirir tierras públicas (léase en poder de los indígenas), también es director del ferrocarril y del Banco de la Provincia de Buenos Aires. El 7 de febrero de 1887, con otros pares, funda la Unión Industrial Argentina. Pero por sobre todo, es un acaudalado estanciero y miembro de fuste de la SRA. Posee junto »
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con su hermano Eugenio, una estancia ubicada en Bragado llamada El Toro que es la luz de sus ojos, y a donde va a descansar cada vez que sus obligaciones lo permiten. Allí invita a sus amistades que permanecen largas temporadas durante las cuales aprovecha para realizar eventos muy comentados por el mundillo local. El casco de la estancia está amueblado en forma ostentosa con bronces de Barbedienne, tapicerías Beauvais y porcelanas Sévrès. Pero el Dr. Cambaceres tiene un antojo, padece una carencia que lo tiene inquieto, necesita un detalle verdaderamente exótico, algo que pudiera lucir con orgullo y deslumbrar a sus pares. Finalmente se le ocurre una idea brillante. Necesita un cacique vencido para que le cebe mate. Pero no cualquier cacique. Antes que finalice 1878, caen en poder del Ejército miles de prisioneros entre los cuales se destacan varios de los principales caciques. Me interesa hacer foco en el ranquel Epugner (Epumer) Rosas. Su captura a manos del coronel Eduardo Racedo es un fenómeno periodístico y se convierte “en uno de los triunfos más valiosos y más importantes en el plan de la desocupación del desierto”. El feroz caudillo era una potencia del desierto o como resume Zeballos “Epugner Rosas es el principal trofeo de guerra de la jornada emperador de los ranqueles por algo parecido al derecho divino cuyos atributos en las dinastías indígenas son la fuerza, la criminalidad y la borrachera”. El ranquel se había hecho “famoso” años antes debido a Una Excursión a los indios ranqueles de Lucio Mansilla que lo menciona en varios pasajes. Epugner era hermano del cacique Mariano Rosas, siendo además su general en campaña. Mansilla nos cuenta: “Epugner es el indio más temido entre los ranqueles, por su valor y por su audacia”. Una vez detenido, es enviado junto a otros miles de prisioneros al gran Depósito de Indios de Martín García. El senador Cambaceres ya tiene claro quién es el indicado para eclipsar a sus pares. Le solicita al presidente Julio Roca que le envíe a Epugner para decorar su estancia próxima a Bragado. Al general le parece una idea excelente. Tal es así, que le envía el ranquel a Cambaceres y manda a Pincen, también confinado en Martín García, a la estancia El Dorado que comparte con su hermano Ataliva
Roca en cercanías de Junín. No será menos que Cambaceres. Tras sobrevivir al hambre y a los malos tratos, Epugner también consigue escapar de la peste de viruela que hizo estragos entre los detenidos de la isla, hasta que una brumosa mañana de noviembre de 1882 un grupo de militares lo apremia para que reúna lo que queda de su familia y se presente sin tardanza en el puerto de la isla. Le comunican que había sido “liberado”. Sin comprender la decisión de los huincas, embarcan al ranquel y su gente en un lanchón. No saben exactamente que se proponen los militares. En el horizonte, pronto comienza a delinearse la silueta de la gran ciudad de los blancos. Ya en Buenos Aires, después de unas horas de espera en los muelles, aparece un grupo de carretas donde su familia logra acomodarse en medio de las bolsas de provisiones. Tras varias jornadas de marcha, Epugner llega a la estancia El Toro.
Nada es para siempre Semanas después, lo conducen al casco del establecimiento. El patrón quiere conocerlo. Antes de comenzar a hablar, el Dr. Cambaceres lo contempla en silencio. Ese anciano encorvado y mal vestido, no es un simple indio de lanza, es un cacique de los más bravos y temibles, que supo tener varios cuerpos de Ejército en su persecución. El hacendado habla lentamente, le explica que a partir de ese momento es libre, claro que se trata de una libertad un tanto acotada o restringida, ya que debe permanecer como peón dentro de los alambrados de la estancia El Toro. El cacique se encuentra enfermo de una dolencia pulmonar, probablemente tuberculosis, contraída en la isla. La derrota y la prisión lo envejecieron aceleradamente. Escucha con atención y algo comprende. El tiempo que lleva prisionero de los huincas le permitió acceder a un español básico. Sonríe agradecido. No tiene opción, e indudablemente El Toro es mejor que Martín García donde la constante humedad “le había arruinado los huesos”. La estancia es verde, inmensa, parece no tener límites, hay infinidad de caballos y vacas y también plantaciones. Además, dado su estado de salud, no es mucho lo que se le exige, a lo sumo presentarse ante el patrón cada vez que retorna a la estancia con algún visitante,
cebar unos mates y responder a alguna que otra pregunta sobre la vida salvaje que llevaba en sus dominios de Leuvucó. Cambaceres está satisfecho con su adquisición, después de movilizar sus múltiples influencias ya tiene el espécimen que deseaba, un cacique otrora temible, ahora vencido y servil en su estancia para envidia de sus amistades. Para desgracia de ambos no será por mucho tiempo. A fines de junio de 1884 La Tribuna Nacional, mediante una suerte de cuento de hadas, comunica la muerte de “este célebre cacique, destronado rey de la Pampa, que vivía tranquilo en la estancia que el señor Antonino Cambaceres tiene en el Bragado, rodeado de comodidades, libre de las penurias de su vida errante”.
La ciencia de la impunidad Otro de estos conspicuos personajes de la SRA que no tiene la “prensa que merece” es indudablemente Estanislao Zeballos. Al igual que Cambaceres ocupará numerosos puestos públicos y privados. El joven ambicioso que comenzó como escribiente del director del Museo Público donde hereda la “pasión por la ciencia” que lo lleva a ser fundador de la Sociedad Científica Argentina y del Instituto Geográfico. Periodista del diario La Prensa se convierte luego en su director. Será diputado, senador, canciller, ministro plenipotenciario, Decano de la Facultad de Derecho, e incluso preside el Comité de Lucha contra la Langosta. Considerado experto en Derecho Internacional, será nuestro mediador en el conflicto limítrofe del noroeste con Brasil, obteniendo el extraño merito de perder absolutamente la totalidad del terreno en disputa, una rareza en tales diferendos, ya que no suele concederse el 100 % de la región en conflicto a uno de los países. Dueño de grandes campos, se convierte en presidente de la SRA durante dos períodos. A los 24 años, ya diputado, escribe La Conquista de las 15.000 leguas libro que Julio Roca utiliza como publicidad para su campaña al Desierto, editado a expensas del Estado y que se distribuye entre los miembros del Congreso Nacional. Se trata de un texto que focaliza a los indios como el principal “problema” del país. Consolidado el exterminio, realiza una “excursión científica” tierra adentro de la que surge Viaje al país de los araucanos,
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donde nos deja una clara idea de la desolación dejada por las tropas en aquellos territorios. Además, su proverbial racismo queda plasmado sin empacho por su propia pluma en numerosas oportunidades: “Llegó hacia mí un indiecillo repugnante, de pequeña talla, pelo negro y cerdoso, semblante arrugado por más de setenta años de maldades y de robos”. Pero su inclusión en este trabajo obedece a una situación más grave que un típico desprecio compartido por el imaginario de su clase. Casualmente, también es el segundo mayor coleccionista de cráneos indígenas de la Argentina, solo superado por su amigo y competidor Francisco Moreno, con quien comparte otros hobbies como ser activos integrantes de Liga Patriótica Argentina. Su personalidad siniestra sale a relucir una y otra vez. Cuando le presentan algún indio, más allá del fastidio que suele producirle, más que mirarlo a la cara, se dedica de manera ostensiva a observarle el cráneo. Su mirada tan codiciosa como penetrante, desviste al indígena de la piel y de los músculos faciales para realizar a ojo de buen cubero un estudio craneométrico: “había entrado un indio araucano puro, de hermosísimo tipo, cráneo envidiable para un museo…” En otra ocasión afirma: “Su voluminoso cráneo no ofrecía el tipo prominente del araucano, sino la fisonomía hibrida de las formas mal equilibradas del mestizo. Sangrienta y traidora la mirada, siempre fija en el suelo”. Pero si hay una actividad en la que se destaca y pone enorme entusiasmo, es la profanación de sepulturas para obtener sus preciados cráneos. Terminan en su poder las cabezas de los caciques Calfucura, Mariano Rosas y Gerenal entre otros tantos, que le serán muy envidiados por Moreno. “Hice excelentes colecciones…”, por lo demás siente desprecio por sus propios soldados que saquean tumbas apenas para buscar “en ellas plata labrada”. El joven Estanislao ni siquiera en los altos del camino abandona su cruzada craneal: “mientras hervía el puchero de yegua, resolví incursionar”. Los difuntos serán presa fácil del incansable “científico” que afirma “…los muertos fueron activamente perseguidos en sus tumbas de arena”. Zeballos en todo momento deja presente un desprendimiento patriótico “conmovedor” donde augura un destino público para sus
colecciones de cráneos y así documentar los signos de la inferioridad biológica de los indios: Yo saqué el cráneo con seis vértebras lumbares. Es un cráneo de tipo araucano verdadero, por su forma grotesca, sin simetría… ofrecerlo más tarde al estudio de profesores, como un recuerdo valioso de mis peregrinaciones por el desierto de la patria (…) la ciencia exige que yo la sirva llevando los cráneos a los museos y laboratorios. La barbarie está maldita y no quedará en el desierto ni el despojo de sus muertos.
Sin embargo los integrantes de la expedición que están bajo su mando durante el largo periplo pampeano, no participan de semejante entusiasmo ni se convencen de la actividad del científico-profanador. La sarta de cráneos que cuelgan tintineando de los lomos de las mulas, les produce a todos “hondo desagrado, mezcla de superstición y horror” tal como lo acepta el mismo Estanislao que agrega: “Decían que todos íbamos a morir de viruela en castigo de la profanación que diariamente hacíamos. Cuando veían el cráneo con carne y pelo del cacique, sentían algo extraordinario y temían un suceso sobrenatural”. Ciertamente Zeballos hizo todo cuanto estuvo a su alcance para cumplir su propia consigna de servir a la ciencia. En una de las fotografías que le tomó Arturo Mahile durante el Viaje al país de los araucanos, se lo ve en un descanso en Trarú Lavquen. La imagen lo muestra sentado, señalando un sector del mapa que sostiene y a punto de tomar un mate que le alcanza un diligente soldado de su escolta. A un costado, se observa un arcón del que sobresalen huesos y mandíbulas humanas. Sobre un tonel con las iniciales “E. Zeballos”, tres cráneos acomodados prolijamente, posan mirando al lente de la cámara de Mahile. No en vano consigna en su texto: “En Trarú Lavquen preparé dos cargueros de cráneos y objetos extraídos de los sepulcros araucanos que despaché para Carhué”.
Dios los cría… Sin lugar a dudas, una de las mejores antiquites que recibe el hacendado Zeballos, tiene una historia bastante curiosa y que brinda una semblanza del imaginario de aquellos círculos. Cuando en 1878 el coronel Eduardo
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Racedo toma el santuario ranquelino de Leuvucó, el militar tiene 35 años. Es joven y desea avanzar rápidamente en el escalafón militar para consolidar una sólida posición social y lógicamente económica. Aunque el cacique Baigorrita había logrado escapar, la total desarticulación de los ranqueles coronada por la captura de Epugner Rosas lo catapultó en la prensa nacional. Dueño y señor de Leuvucó, al coronel no le costó gran esfuerzo ubicar los cementerios ranqueles y comenzar a recolectar cráneos a granel. Bien pronto ubicó y profanó la tumba de Mariano Rosas, el hermano de Epugner. Estanislao Zeballos que publicó en La Prensa semejante “descubrimiento” para la ciencia nacional, lo relató del siguiente modo: “[Racedo] mandó un día, por distraerse sin duda, a sacar de Leuvucó la correspondencia de Epugner y el esqueleto de Mariano Rosas”. De esa forma, para matar el tiempo, el militar se apoderó de los restos y del ajuar funerario. Estaba muy al tanto de que tales “antigüedades” se pagaban muy bien en el exterior. Desde tiempo atrás estaba en contacto con la Sociedad Antropológica de Berlín, pero en este caso, no acordaron abonar el exorbitante precio solicitado por el coronel. Circunstancia que ilustra, además, que cada jefe realmente era señor de los vivos y de los muertos que tomaba en el territorio y podía disponer de ellos a su arbitrio. Ofuscado contra los científicos extranjeros que no lograban valorar en su justa medida las reliquias nacionales, terminó obsequiando los restos de Mariano a su amigo Zeballos. Décadas más tarde, las múltiples ocupaciones públicas y del manejo de la SRA ya no le permitieron prestar la debida atención a sus colecciones antropológicas. En un gesto “altruista”, Zeballos termina donando la totalidad de sus piezas al Museo de Ciencias Naturales de La Plata dirigido por Francisco Moreno. Mucho más podríamos agregar, pero supongo que con lo expuesto hasta aquí es suficiente al menos para advertir con fundamento, sobre el inescrupuloso accionar de los integrantes de la SRA no solo en lo que hace a la apropiación de los territorios de los pueblos originarios con fines meramente especulativos, sino en el trato inhumano brindado por sus miembros más prominentes a los indígenas, tanto en la vida como en la muerte.
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Marx en el país de los soviets Adelantamos el prólogo del libro Marx en el país de los soviets. O los dos rostros del comunismo, de Emmanuel Barot, profesor de Filosofía en Toulouse, que próximamente publicará Ediciones IPS-CEIP.
Emmanuel Barot Profesor de Filosofía en Toulouse II-Le Mirail. He visto más de una vez que un argumento “antimarxista” no es más que el rejuvenecimiento aparente de una idea premarxista. Una pretendida “superación” del marxismo no pasará de ser en el peor de los casos más que una vuelta al premarxismo, y en el mejor, el redescubrimiento de un pensamiento ya contenido en la idea que se cree superar (Jean-Paul Sartre, Cuestiones de método, Buenos Aires, Ed. Losada, 1963, p. 18). A comienzos de 2011, año de publicación de este opúsculo en Francia, salíamos de una movilización callejera extraordinaria a escala nacional contra la destrucción del sistema jubilatorio orquestada bajo la presidencia de Sarkozy, que tuvo como resultado una derrota total. La atmósfera de desmoralización que reinaba entonces, a pesar de una serie de luchas obreras emblemáticas pero aisladas en los últimos años, como las de Continental,
acompañaba la consolidación de la crisis surgida en 2008. En 2012, Hollande se hizo elegir capitalizando el antisarkozismo y criticando a las “finanzas” (como en su oportunidad, por derecha, Chirac se había hecho elegir con el tema de la “fractura social”), y se benefició con un mandato de cinco años que ha marcado la conversión final de los socialistas franceses a la brutalidad antisocial y antiobrera, especialmente con la Ley del Trabajo en la primavera del 2016, así como con la ofensiva bonapartista con el pretexto de luchar contra el terrorismo. Estos elementos han acelerado la descomposición del Partido Socialista, cuya bancarrota es uno de los hechos notorios de la elección presidencial de 2017. Con la nueva presidencia de Macron, en todos los casos, la burguesía francesa reserva a nuestra clase un programa de sangre y lágrimas. ¿A dónde va la Francia de hoy? La política-ficción es un arte muy delicado, y arriesgarse a
un pronóstico preciso sería inapropiado. Sin embargo, lo que se puede decir sin arriesgar demasiado, más allá de las oscilaciones coyunturales, es que marchamos hacia tiempos marcados por un aumento significativo del nivel de conflictividad social y de inestabilidad política. El hundimiento del bipartidismo en el corazón del régimen, su viraje bonapartista global, aunque no consolidado aún, la conquista de una mayor influencia de la extrema derecha en todo el espacio político, y otros hechos relevantes de los que la elección presidencial de 2017 ha sido la expresión más o menos deformada son, por sí solos, sintomáticos de la atmósfera del fin del reino de la V República. Volviendo a 2011, por el lado de la izquierda radical y de la extrema izquierda, el período mostraba la dinámica ascendente del Front de Gauche (Frente de Izquierda) piloteado por el neorreformista Mélenchon (que
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luego conquistó un espacio central en el tablero político, contradictoriamente, mediante una serie de pasos a la derecha, en el terreno del nacionalismo y de la reivindicación republicana, mientras daba una primera expresión a la ruptura por izquierda de la base social del PS, hecho característico de estos dos últimos años), a cuya sombra se mantenía entonces acantonado el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), creado también en 2009 en el marco del abandono del proyecto de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), y Lutte Ouvrière (Lucha Obrera). En esa época, aunque tenía mucha más simpatía estratégica por LO, y afinidades político-amistosas con el NPA más que con el Front de Gauche, por diferentes razones, no estaba de acuerdo con ninguno de estos proyectos. Más aún cuando, si bien nunca he desconectado mi trabajo universitario de mis compromisos políticos, todavía veía mi contribución a la lucha, salvando las distancias, en términos del modelo sartreano del “compañero de ruta”, del electrón libre –un poco molesto, dicho sea al pasar, por una primera experiencia organizacional poco convincente en los años ‘90, época de mis años estudiantiles–. Dos elementos del contexto, sin embargo, han sido determinantes. Por una parte, la época, con un trasfondo de crisis social y económica creciente, se preparaba desde hacía muchos años para el retorno de Marx y del marxismo, en sentido amplio, y más específicamente para la reivindicación de “la Idea de comunismo”, en torno a Badiou, Žižek o incluso Rancière. Eso animaba muy vivamente el campo intelectual y militante, representando un verdadero islote de resistencia. Pero de conjunto, era al costo de una abdicación importante: las cuestiones centrales de estrategia revolucionaria se mantenían sin discutir, ya sea como efecto de una dilución progresiva de los fundamentos, o como rechazo explícito a confrontar con ellos, en beneficio de posturas etéreas al estilo de los utopismos premarxistas. El otro elemento fue la experiencia de una huelga de varios meses en la Universidad en la primavera de 2009, que dejó huellas a escala nacional. En esa ocasión he podido medir concretamente la amplitud de los estragos que las burocracias sindicales pueden infligir a una movilización fuerte, así como la profundidad con la que la corporación de profesores-investigadores se veía afectada por límites políticos, como
lo explicaba Trotsky con una singular agudeza en su folleto de 1910 “Los intelectuales y el socialismo”, más allá de su combate “ético” no despojado de un cierto individualismo sostenido por este aparato hegemónico, contra la mercantilización de la universidad. Eso me había convencido de la necesidad de volver sobre reflexiones más elementales, sobre las condiciones requeridas para derrotar una contrarreforma brutal. En 2010 dediqué otro libro a esta movilización y a su amargo fracaso, sin ver claramente la extensión y la naturaleza de los pensamientos que habría que considerar. En esta doble coordenada se inscribe mi opción de escribir este pequeño libro sobre los “dos rostros” del comunismo. Se trataba, por una parte, de reivindicar una concepción dialéctica del comunismo, revalorizando que no es solo un “objetivo” o un “ideal” a conquistar –postura de tipo neoutopista, objetivamente representativa de cierto estado histórico del marxismo o del pensamiento crítico, pero estratégicamente impropia–, sino, sobre todo, el “movimiento real que anula y supera el actual estado de cosas”, decía Marx en La ideología alemana, el proceso concreto de esta conquista histórica, lo que convocaba, naturalmente, a la indagación sobre los medios de la transición revolucionaria. Por otra parte, y como camino consecuente, se trataba de reivindicar, sin ningún nerviosismo especial, la hipótesis estratégica de la dictadura del proletariado, basada en la democracia proletaria y la independencia de clase, como única forma posible de abolición consciente de la dictadura del capital. Y esto sin importar qué se piense de las “actualizaciones” requeridas por el hecho de que el siglo XXI no es, evidentemente, una copia al carbónico del siglo XIX. Abandonada por casi todo el mundo a causa de los horrores estalinianos, mi objetivo sobre esta concepción dialéctica del comunismo era, por el contrario, afirmar que mientras se debía sacar el balance más agudo posible de las degeneraciones del siglo XX, también se debía defender su actualidad en este comienzo del siglo XXI, y había que restablecer mínimamente la legitimidad de estas discusiones. Fue en ese sentido una batalla de carácter principista, que tuvo poco eco, en un ambiente militante restringido. Escrito en un período de aislamiento organizacional, este pequeño libro conserva, en particular, ciertos rasgos teoricistas. Carece
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también de mucha precisión sobre la cuestión del Estado, y correlativamente, en las perspectivas finales, las cuestiones de estrategia y de táctica se reducen a algunas observaciones muy generales, reflejando mi relativa, pero real indecisión de ese momento en ese plano. Por mi trayectoria personal tomada de otras tradiciones, la de un Marcuse o de un Sartre, por ejemplo, ni Gramsci ni, sobre todo, Trotsky y el trotskismo, ni tampoco la idea más amplia de un marxismo estratégico formaban parte aún de mi cultura activa, tanto como la concepción más leninista del intelectual, a la que he arribado más tarde. Sin embargo, era un libro militante –al que haría falta, por cierto, al menos retomar y desarrollar algunos pormenores–, voluntariamente corto, que apuntaba a sublevar las líneas del debate y a sacar ciertas cosas del silencio. Me parece que lo esencial se puede defender tanto hoy como entonces. Por eso, sin ninguna duda, este libro ha contribuido al encuentro con los camaradas de la Courant Communiste Révolutionnaire du NPA (Corriente Comunista Revolucionaria del NPA) en Francia, en la cual milito. A lo largo de esta evolución, y con un contexto político francés actual profundamente modificado en relación con 2011, afectado por estas tendencias crecientes y, por lo tanto, potencialmente muy patógenas que Gramsci llamaba “crisis orgánica”, seguro que hoy escribiría de modo muy diferente este opúsculo. Por esto, en este año del centenario de la Revolución rusa, y en una secuencia histórica nueva en la que no nos faltarán “días de perro”, como decía Cannon, lo reivindico plenamente, más convencido aún hoy que entonces. Con la esperanza de que esta edición suscite discusiones y devoluciones, y que hacerlo sea una ocasión para afirmar, aunque sea en forma muy modesta, el internacionalismo orgánico que en la actualidad necesitamos de manera inexorable, agradezco calurosamente a los camaradas del CEIP y del IPS por esta traducción, de la que me siento sinceramente honrado, y a Rossana Cortez, Eduardo Baird y María Laura Magariños quienes se han ocupado. También he de saludar en esta ocasión a todos mis interlocutores y camaradas que no han cesado de inspirarme, y a Juan Chingo y Juan Dal Maso en particular. Traducción: Eduardo Baird
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CULTURA
THE HANDMAID’S TALE, de Bruce Miller (Hulu, 2016)
Pequeño manual subversivo para un ejército de criadas Celeste Murillo Comité de redacción.
La miniserie The Handmaid’s Tale (El cuento de la criada, en castellano), basada en el libro homónimo de la escritora canadiense Margaret Atwood, narra la historia de una sociedad en la que el gobierno totalitario ha despojado a las mujeres de todos su derechos. Una dictadura militar gobierna parte de Estados Unidos bajo los preceptos de una secta religiosa llamada “Los hijos de Jacob”. La historia de DeFred (Elisabet Moss) y la familia de la que es propiedad transcurre en Nueva Inglaterra, la región donde se establecieron los primeros colonos británicos que fundaron la nueva Nación del Norte. La geografía no es el único guiño a esa búsqueda incesante de recrear el “destino manifiesto”, mito originario de una sociedad llamada a salvar la humanidad. La retórica y los valores de
los gobernantes copian algunos gestos de los puritanos que poblaron la costa Este de Estados Unidos hace algunos cientos de años. En un mundo arrasado por problemas ambientales y devorado por la decadencia social, dos marcas de la barbarie capitalista de nuestra época, la humanidad se enfrenta al abismo de la tasa de natalidad negativa. La mayoría de la población es estéril, y el Estado asume la tarea de garantizar el futuro de la raza humana. En Gilead (nuestra república ficticia) el gobierno impone su dominación mediante la represión y un sistema de espionaje gigantesco en el que miles de ojos observan a la población. Uno de los saludos frecuentes entre las personas es “Under his eye” (Bajo su mirada), algo que responde tanto al contenido
fuertemente religioso de las políticas estatales como a la vigilancia constante. No hay cuestionamiento del orden reinante o, mejor dicho, no quedan rastros de quien cuestiona al régimen. La combinación de represión, opresión y vigilancia, tiene como fundamento visible el bienestar y la seguridad común. La clase dominante asegura que debe proteger a la población para garantizar el futuro, y para esto aplica con dureza leyes y castigos. Así como castiga a las mujeres rebeldes cortándoles una mano o sacándoles un ojo, según la regla moral que hayan violado, castigan con la pena muerte a los violadores. Pero ese castigo nada tiene que ver con proteger las vidas de las mujeres, es la sola protección de lo que los Comandantes sienten suyo, su propiedad privada.
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Recordemos que las mujeres fértiles son el recurso más preciado de Gilead. La sociedad está dividida en clases y un sistema de castas clasifica a las mujeres. Las únicas que todavía tienen algún vestigio de derecho son las esposas de los Comandantes, la elite de la clase dominante. El resto se divide en: las “Marthas”, encargadas de las tareas domésticas, las “Criadas”, las que tienen la capacidad de reproducir la vida y las “Tías”, que son las encargadas de educar a las criadas, mediante el disciplinamiento físico y el adoctrinamiento ideológico.
Las mujeres y las otras
Con excepción de las esposas, las mujeres no tienen nombre propio, una marca del “grado cero” de la identidad: las llaman por el nombre del varón que encabeza la familia a las que son asignadas. El único “valor” de las criadas es pertenecer a esa minoría capaz de reproducir la vida. Esto les otorga un estatus doble: adoradas y humilladas, se les garantiza la mejor alimentación y no realizan casi ningún trabajo, pero son forzadas a llevar en su vientre los hijos de los Comandantes, considerados el “futuro” de la humanidad. Las escenas más violentas son las denominadas “ceremonias”, donde la criada es violada por el Comandante mientras la esposa de éste la sujeta de las muñecas y la mantiene retenida entre sus piernas. Esa es la forma escabrosa en la que las mujeres de la clase dominante participan de la concepción de sus hijos, y la confirmación implícita de que hay ellas y nosotras. Quizás lo más violento sea que casi no se emplea fuerza física en la violación/ceremonia; una vez derrotada y borrada la subjetividad, las criadas son simplemente incubadoras humanas. La misión de salvar la humanidad se transforma en la justificación del sometimiento y la vejación. No hay escapatoria. Lo único que poseen las criadas es su historia, que conocemos desde el comienzo con flashbacks constantes. Así nos enteramos de que DeFred en realidad se llama June y trabajaba en una editorial, que participó junto a su marido y sus amigas de las movilizaciones contra el gobierno totalitario y hasta el último momento trató de salvar la vida de su hija. A través de su historia y la de su amiga Moira (Samira Wiley) conocemos algunos detalles de los años que precedieron a la toma del poder de “Los Hijos de Jacob”. La “prehistoria” de Gilead es, quizás, una de las cosas más interesantes y que más repercusión ha tenido (aunque no tan explorada por la propia serie), especialmente, en Estados Unidos donde los derechos de las mujeres están en la mira. La dictadura teocrática
se consolida después de una erosión gradual de los derechos de las mujeres y restricciones democráticas a la población: primero se cierran las cuentas bancarias de mujeres, después se les prohíbe trabajar, y finalmente las que pueden quedar embarazadas son literalmente cazadas.
Las traidoras del género y el inicio de la rebelión
Una de las primeras criadas con las que DeFred inicia una relación fuera de su círculo hipercontrolado es DeGlen (Alexis Bledel), una exbióloga reducida a reproductora como ella. DeGlen es una “traidora del género”, la escoria más odiada en Gilead: es lesbiana. El destino de las “traidoras” son las colonias de trabajo forzado, donde van a parar todas las que se resisten de algún modo, después de haber soportado mutilaciones y torturas. Aunque con modos más brutales, igual que en el capitalismo, se castiga la sexualidad no reproductiva y las mujeres homosexuales se llevan la peor parte por traicionar su destino biológico de reproductoras. DeGlen, salvada por ser fértil, forma parte de una organización clandestina y es la que invita a la protagonista a sumarse a la causa. DeFred no acepta automáticamente, deberá atravesar por su propia sublevación personal para llegar a la conclusión de que es necesario destruir esa sociedad. Los últimos capítulos de la primera temporada nos muestran los primeros pasos de la rebelión que nace de esas pequeñas sublevaciones personales y lucha por convertirse en fuerza colectiva. La represión y la vigilancia consiguen ahogar literalmente en sangre los primeros intentos, pero como en el capitalismo, la clase dominante es la que crea a su propio sepulturero. Aunque vemos pocos avances, sabemos que algo irrefrenable está en marcha: “Es culpa de ellos. No deberían habernos puesto uniformes si no querían que fuéramos un Ejército”, dice DeFred, casi hablándonos a quienes estamos del otro lado de la pantalla. La chispa encendió la mecha y parece no haber mar lo suficientemente grande para apagarla. La ansiedad juega en contra, habrá que esperar a 2018 para saber qué pasará con nuestras heroínas que se visten como en el siglo XVIII pero comparten el mismo deseo de libertad de las mujeres del siglo XXI.
Una pesadilla actual escrita en el pasado
The Handmaid’s Tale fue escrito por Margaret Atwood en 1985. Inspirada en libros como 1984 de George Orwell y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, pensó en escribir qué
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pasaría con las mujeres si un gobierno totalitario llegara al poder. Por esos años, la reacción conservadora cobraba fuerza y Ronald Reagan amenazaba el derecho al aborto legal. Los problemas abordados por la novela siempre mantuvieron vigencia, por lo que tuvo múltiples adaptaciones en cine, teatro, ópera y hoy llega a las pantallas de la mano de la productora de contenidos on demand Hulu. Más de 30 años después, esta novela distópica está entre los libros de ficción más leídos en Estados Unidos. El contexto en el que el gobierno republicano de Donald Trump, muy lejos del recelo puritano de “Los Hijos de Jacob”, ataca retórica y políticamente los derechos de las mujeres, se transformó en el caldo de cultivo del éxito de la serie. Entre los millones de personas que participaron de la masiva Marcha de las Mujeres el primer día de la administración Trump y protagonizan la renovada agitación del movimiento de mujeres y LGBT encontramos a la generación que da un nuevo significado a la creación de Atwood. El impacto llegó incluso a las protestas. El 27 de junio, mientras se trataba la reforma republicana para el plan de salud, se realizó en las afueras del Congreso una protesta de mujeres vestidas como las criadas de Gilead, en clara alusión al retroceso que representaría el desfinanciamiento de centros médicos que realizan, entre muchas otras prácticas, abortos legales. La reforma republicana, que podría dejar sin cobertura a 20 millones de personas en Estados Unidos, golpea especialmente a las mujeres que verían comprometidos sus derechos reproductivos. Las preguntas que recorren casi todas las entrevistas a Atwood se centran en si su libro “predijo” la presidencia de Trump o, más en general, estos años donde los derechos de las mujeres están amenazados, y comparte la lectura de que la novela puede funcionar como una advertencia sobre los desarrollos posibles de una democracia cada vez más restringida y que ataca los derechos de los oprimidos. A su vez invita a un debate que también está presente en el feminismo y el movimiento de mujeres cuando se pregunta, “¿Es The Handmaid’s Tale una novela feminista? Si eso quiere decir un texto ideológico donde todas las mujeres son ángeles y/o están tan victimizadas que son incapaces de elegir, no. Si quiere decir que es una novela en la que las mujeres son seres humanos –con toda la variedad de carácter y comportamiento que implica– y también son interesantes e importantes, y que lo que les sucede es crucial para el tema, la estructura y la trama del libro, entonces sí”.
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Los trabajadores de PepsiCo de Argentina en su planta de Vicente López, comenzaron una guardia permanente en la fábrica en resguardo de la maquinaria y en defensa de sus puestos de trabajo. La multinacional líder en el mercado de alimentos que obtuvo en 2016 ganancias por 10,3 mil millones de dólares a nivel mundial, cerró sus puertas dejando 600 familias en la calle de manera ilegal. Realizando ante la justicia un procedimiento para una empresa en crisis económica, la propia compañía declaró en abril que obtuvo en el primer trimestre del año un beneficio neto de 1.318 millones de dólares, un 41,5 % más que en igual período en 2016. En el marco de la crisis económica que atraviesa al país, despide masivamente y de manera discriminatoria a los trabajadores y trabajadoras, incumpliendo la legislación argentina y los tratados internacionales.