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IDEAS DE IZQUIERDA
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EDITORIAL “EL MITO DEL PAÍS DE LA CLASE MEDIA SE DESMORONÓ” Entrevista a Ricardo Antunes TAKSIM NO ES RÍO, Y SIN EMBARGO... Eduardo Grüner #JUVENTUDENLASCALLES Juan Andrés Gallardo ¿UNA NUEVA GENERACIÓN OBRERA EN LA ARGENTINA? Paula Varela LAS ELECCIONES, LA DIVISIÓN DEL PERONISMO Y LOS DESAFÍOS DE LA IZQUIERDA Christian Castillo DOSSIER PODER Y CLASES SOCIALES EN EL CAMPO ARGENTINO ¿HAN DESAPARECIDO LOS DUEÑOS DE LA TIERRA? Esteban Mercatante EL ENTRAMADO DEL AGROPOWER Pablo Anino
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PROGRESISMO K: LA HISTORIA (REPETIDA) DE UNA IMPOTENCIA Juan Dal Maso y Fernando Rosso LA EMANCIPACIÓN DE LAS MUJERES EN TIEMPOS DE CRISIS MUNDIAL Andrea D’Atri y Laura Lif REFLEXIONES EN TORNO A LA OBRA DE MILCÍADES PEÑA PEÑA: UN PUNTO DE PARTIDA INELUDIBLE Christian Castillo MILCÍADES PEÑA COMO INTELECTUAL TROTSKISTA Hernán Camarero
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POR UN NUEVO CURSO DEL COMUNISMO REVOLUCIONARIO Emmanuel Barot PRIMER CORTE EN LA LÍNEA DE TIEMPO Violeta Bruck y Javier Gabino RESEÑA DE ¿CUÁNTO VALE EL ARTE? DE ISABELLE GRAW Ariane Díaz RESEÑA DE MARXISMO Y CRÍTICA LITERARIA DE TERRY EAGLETON Laura Vilches TRAS LAS HUELLAS DE UN DEBATE CLÁSICO Fernando Aiziczon
STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo Eduardo Grüner Hernán Camarero Fernando Aiziczon Andrea D’Atri Paula Varela COMITÉ DE REDACCIÓN Fernando Rosso Juan Dal Maso Ariane Díaz Esteban Mercatante Celeste Murillo COLABORAN EN ESTE NÚMERO Ricardo Antunes Emmanuel Barot Juan Andrés Gallardo Pablo Anino Laura Lif Violeta Bruck Javier Gabino Laura Vilches Natalia Morales Lucía Ortega EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro Mariano Mancuso Anahí Rivera Natalia Rizzo PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com www.ideasdeizquierda.org Entre Ríos 140 5° A - C.A.B.A. CP: 1079 - 4372-0590 ISSN: 2344-9454
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Editorial
ideas de izquierda Esta revista sale a la calle cuando recorren el mundo nuevas explosiones de rebeldía con un gran protagonismo de la juventud, pero también con la participación de sectores de trabajadores. Las más diversas y masivas manifestaciones en San Pablo, Estambul, Santiago de Chile o El Cairo, y en muchas otras metrópolis, tienen el trasfondo de una nueva crisis histórica del capitalismo que va por su sexto año. Si al inicio de las “primaveras” en Medio Oriente los apologistas del capitalismo podían todavía ilusionarse con que los cuestionamientos solo tenían como eje el reclamo de democracia contra las dictaduras (aunque en las calles de Túnez, Egipto y el resto de los países árabes se enfrente los lastres de décadas de saqueo imperialista sostenidas por las élites locales), las actuales movilizaciones anuncian que viejas verdades sagradas pueden no ser tan sólidas y desvanecerse en el aire, como demuestra el hartazgo con las democracias para ricos, combinado con los efectos de la crisis. Regímenes que en muchos países de los mal llamados “emergentes” se asentaron recientemente, ligados al reforzamiento del poder del capital, en todo el mundo son abiertamente enfrentados por masivas movilizaciones que unen el cuestionamiento de los privilegios de la casta de políticos serviles de los capitalistas, con el reclamo de mejores condiciones de vida. Las contrarreformas económicas del “neoliberalismo” fueron acompañadas por una expansión de los regímenes democráticos burgueses, presentados como la mejor y la única forma de representación de los intereses generales, pero reducidos como nunca a limitados derechos formales. El grito de “no nos representan” de los indignados del Estado Español reverbera en las plazas del mundo, junto al rechazo a pagar las consecuencias de la crisis. En Argentina, la lenta decadencia del gobierno nacional tiene como marco esta nueva crisis capitalista y el retorno, aunque inicial, de la lucha de clases, presagiando el nacimiento de una nueva época. En la tradición intelectual nacional, las revistas que “hicieron época” nacieron y en parte fueron manifestación de esos momentos bisagra. Ideas de Izquierda se propone asumir el desafío. Venimos a poner en cuestión ideas que se establecieron como incuestionables durante los años de triunfalismo capitalista, pero van perdiendo su fuerza con cada nuevo fenómeno de la lucha de clases. Premisas como la de que el Estado puede encarnar un interés general de toda la nación sin diferenciación de clases. La idea de que el máximo horizonte de lo posible está en las reformas que puedan lograrse en los marcos de este régimen social. El supuesto que los trabajadores no pueden tener su propia representación política y menos protagonizar
acciones revolucionarias; que la clase trabajadora no puede acaudillar a otros sectores populares porque está abocada a su interés particular entendido en términos sindicales, todas anudadas bajo la directriz de que los cambios históricos van de arriba hacia abajo, bajo la mirada atenta del aparato estatal. La nueva oleada de movilizaciones a nivel global ocupa un importante lugar en las páginas de este primer número de Ideas de Izquierda: Eduardo Grüner relata su reciente visita a Turquía en pleno auge de las movilizaciones que tuvieron su epicentro en la plaza Taksim y nos pinta el panorama de rebeldía que vive aquel país. Ricardo Antunes, por su parte, nos brinda una lectura de los motores de las históricas movilizaciones en Brasil y las causas profundas que empujaron a las calles a millones de brasileños, en lo que era presentado como unas de las “mecas” del reformismo mundial y el país del consenso por excelencia. La reflexión sobre estos procesos se completa con un análisis más general de sus principales experiencias y conclusiones con el artículo “#JuventudenLasCalles”. La batalla por la recuperación y renovación permanente de las ideas del marxismo es parte esencial de nuestro propósito. Un destacado representante de la nueva generación de intelectuales marxistas franceses, Emmanuel Barot, recorre el itinerario de la idea del comunismo a lo largo de la historia y discute justamente que el comunismo no es (solo) una idea. Fernando Aiziczon recupera el contrapunto entre Louis Althusser y E.P. Thompson realizado por Perry Anderson en su clásico libro recientemente editado. Incluimos también un diálogo entre el feminismo y el marxismo y sus polémicas en las últimas décadas. En nuestro país se vive un lento, pero persistente declinar del kirchnerismo, un resistido “fin de ciclo”. En este marco, el debate político y de ideas oscila entre los límites de, por un lado, un relato que es una hibridación de estatismo y desarrollismo, adornado con una épica nacional y popular, aunque en la cruda realidad estructural del país el continuismo neoliberal sea una verdad indiscutible; y por el otro, un republicanismo liberal que cuestiona en la inmensa mayoría de las veces “por derecha” al gobierno y realiza críticas superficiales. Carta Abierta y su extremo mediático (y casi ridículo) 678, son la expresión del lado del oficialismo; agrupamientos como Plataforma y a su derecha el “lanatismo”, representan al campo de una oposición en el terreno ideológico y cultural. Entre estas opciones, el país desborda de relatos y contrarrelatos que comparten un mismo “núcleo duro” en la política real, pero carece y necesita con urgencia Ideas de Izquierda.
El dossier de este primer número lo dedicamos a una investigación sobre “Poder y clases sociales en el campo argentino”, que describe la fuerte concentración de la tierra que persiste en nuestro país y el entramado millonario del agropower, así como la cruda realidad de los peones rurales; y devela la asociación entre el gobierno y las clases dominantes del campo, lejos de la declamada “guerra contra la oligarquía”. Inauguramos con estas reflexiones una serie de investigaciones sobre aspectos estructurales de la realidad argentina. También debatimos con la “izquierda kirchnerista”, a punto de ser víctima (una vez más) de su impotencia histórica, y acercamos algunas hipótesis sobre el nacimiento de una nueva generación obrera en el devenir de la lucha de clases de la última década. Si bien el kirchnerismo no ha sido especialmente creativo en el terreno de las ideas, tuvo una política persistente para cooptar un sector de intelectuales, mediante un aggionarmiento del discurso peronista con ribetes de centroizquierda y una política de prebendas tendiente a crearse una base en el ámbito universitario y artístico. La “batalla cultural” a la medida de los intelectuales progresistas, fue acompañada por un intento de reinterpretación de la historia nacional en clave de un neo revisionismo, que después de un amague de reivindicación de las historias de “los de abajo”, con la fundación del Instituto Dorrego, terminó en el rescate de los elementos más ramplonamente nacionalistas del revisionismo de comienzos del siglo XX. Frente a estas lecturas, Christian Castillo y Hernán Camarero hacen una recuperación crítica de la obra del historiador marxista Milcíades Peña, que cobra renovada actualidad como herramienta desmitificadora frente la “nueva historia oficial”. Hacemos esta revista, como está reflejado en la composición de su Consejo Editorial, intelectuales hoy no agrupados en un partido, pero referenciados en el programa y la perspectiva del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, junto a otros, militantes del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Luchamos por la conquista de la independencia política de la clase trabajadora. Contra aquellos “núcleos de sentido” instalados “desde arriba” en estos diez años, queremos batallar para que se abran camino las ideas revolucionarias, las ideas del marxismo, las Ideas de Izquierda, no solo porque como decía Marx, las ideas se transforman en fuerza material cuando se apoderan de las masas, sino porque la lucha ideológica, al hacerse carne en la clase trabajadora y sus aliados, puede crear las bases para una estrategia que comience con la lucha por el poder y termine con la abolición de la sociedad de clases.
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LA POLÍTICA EN LAS CALLES
“El mito del país de La
clase media se desmoronó” El destacado sociólogo brasileño Ricardo Antunes analiza las masivas movilizaciones que recorren Brasil y reflexiona sobre la relación entre los jóvenes que invaden las calles y el mito del Brasil de “clase media”. En el rastreo de las causas más profundas de la rebelión, describe la situación de los trabajadores bajo los gobiernos de Lula y Dilma, y retoma los debates sobre la explotación del trabajo en América Latina, la precarización laboral y la crisis de las teorías sobre el “fin del trabajo”. Ricardo Antunes Profesor titular de Sociología y docente libre Sociología del Trabajo en el Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas (IFCH) de la Universidad de Campinas, Brasil. Autor de los libros ¿Adiós al trabajo? y Los sentidos del trabajo (Herramienta). Colabora regularmente en revistas y diarios de Brasil y otros países.
IdZ: ¿Cómo podemos interpretar las movilizaciones que están teniendo lugar en Brasil? El mito que se desenvolvió durante los gobiernos de Lula y de Dilma, de que Brasil es el país de la clase media, que Brasil se transformó en un país avanzado, se desmoronó. Márcio Pochmann, el economista que fue dirigente del IPT (Instituto de Pesquisa Tecnológica), mostró dónde se ensanchó la clase trabajadora: ¡en el medio! En aquel proletariado de servicios que gana hasta un salario mínimo y medio. Entonces, si antes la forma de la pirámide de los trabajadores era la tradicional, ancha en la base y estrecha en la cúpula, hoy parece un barril de cerveza. Es más ancha en el medio, los de arriba disminuyeron el salario y los de abajo subieron un poco. Esto generó un nuevo proletariado de servicios con alta rotatividad y salarios bajos, que no tiene nada que ver con la clase media. Pero además de esto, lo que fue lo más visible, lo que vimos las últimas semanas en Brasil, es que la salud pública es una tragedia y el transporte público es uno de los más caros del mundo. Folha de Sao Paulo hizo una investigación, utilizando datos básicos: si tomamos el precio nominal de las tarifas de transporte de Brasil, parecen mucho más baratas que las de Europa. Pero si las comparamos con nuestro
salario mínimo, estamos en una de las más altas del mundo. El proletariado precarizado de Europa gana de 800 a 1.000 euros, lo que equivale a unos 3.500 reales, mucho más de lo que gana el trabajador en Brasil. Hubo una conjugación de tres o cuatro elementos vitales que explican estas revueltas. Primero, el efecto de la decepción con el proyecto de Lula en el poder, que fue un proyecto mistificado. En este sentido, las manifestaciones ya han dejado una lección, o varias. Una, que solo las masas en las calles y en las plazas producen los cambios. Dos, que hay una brecha muy grande entre la representación político sindical de los partidos tradicionales y el movimiento de masas. Esto se combina con otros dos elementos. El carácter vital de la reivindicación del “pase libre”, vital en el sentido de que toca un elemento de la vida cotidiana. Este movimiento que comenzó en 2005, y tiene por lo tanto 8 años, no es una novedad. Ya hubo manifestaciones en Florianópolis, en Vitoria, en Porto Alegre, en capitales del nordeste, y todas estas manifestaciones que sucedieron estos últimos años tuvieron fuerte presencia popular. Porque aunque son impulsadas por la clase media, por la juventud estudiantil o por la población estudiantil pobre que necesita tomar un colectivo para ir a la universidad; es evidente que en las
grandes capitales como San Pablo, el trabajador o la trabajadora de la periferia adhirió al movimiento. Esto es así porque los trabajadores de la periferia toman 4 colectivos y están 3 horas para ir y otras 3 para volver; y, encima, pagan una fortuna y son tratados como animales, como un buey dentro de un vagón de tren, y como resultado es apercibido por llegar tarde. El trabajador o trabajadora de la periferia se tiene que levantar a las 4 de la mañana para tratar de llegar a las 7 al trabajo, y muchas veces llega a las 10. A esto se agrega el segundo elemento: el Mundial. Si hay un deporte profundamente popular en Brasil es el fútbol. Como me gusta el fútbol, miro todos los partidos de los Mundiales. Y vos ves los partidos de fútbol en Brasil y parece que estuvieras viendo los partidos en Suecia. No hay más negros asistiendo al fútbol. Jugando hay, pero viendo no. No hay más negros y pobres en las canchas. Es la clase media rica, es la clase media más o menos exitosa y sus hijos, o la clase burguesa que tiene palcos o butacas privadas. El precio del ingreso para el Mundial hoy es imposible para un trabajador, y más que eso, no puede circular ni a dos kilómetros de la cancha porque la policía lo para. La población se dio cuenta que quien ponía aquí el Mundial es la FIFA, tanto es así que vi dos o tres consignas
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en las manifestaciones, “FIFA pagá mis tarifas (pasaje)”, “¿Quién manda en Brasil? La FIFA es el presidente de Brasil”. En síntesis, es la rebelión del trabajador que vive en la periferia (conurbano), de salario precarizado, tercerizado, informal, sin transporte colectivo, sin salud y viendo que el Mundial tiene canchas que son maravillosas adonde ellos no pueden llegar. Mi querido amigo Chico de Oliveira escribió hace años atrás un artículo cuyo título es muy sugestivo: “Momento Lenin”. Chico nunca fue leninista, pero decía que hay momentos en que varios movimientos terminan por interconectarse, en que las rectas y las curvas que son asimétricas se juntan. Y yo creo que tiene que ver con que en nuestra coyuntura se juntaron dos elementos vitales: el “pase libre” y el Mundial. La combinación de todo esto llevó a la explosión. Entonces es natural que esta explosión haya sido empujada por un movimiento de “pase libre” que empezó por jóvenes de clase media, estudiantes, y ahora la rebelión alcanzó el conurbano (o periferia). Y la violencia de la policía militar brasileña también hizo que se expandiera. En primer lugar, pocos países del mundo tienen policía militar, aquí tenemos, policía, ejército y policía
militar, es decir, más represión. Y la virulencia de la represión en aquella manifestación del jueves [20/06] fue tan brutal que hubo un grito generalizado. Los padres de los manifestantes adhirieron, la población no aceptó, y a partir de ahí las manifestaciones están en disputa. Aquí también hay una cuestión importante. ¿Quién comenzó este movimiento? Movimientos populares y estudiantiles a la izquierda, más ligados a los partidos o menos, pero de izquierda. Como el propio movimiento “Pase libre” dice: “nosotros no somos partidarios pero no somos antipartidos”. Y todos esos levantamientos tuvieron participación de los partidos, todos ellos partidos de izquierda, desde el inicio. Pero es evidente que en el momento en que se transformaron en grandes manifestaciones de masas la derecha comenzó también a tener peso e introdujo consignas muy peligrosas. La primera de ellas, que es una especie de consenso con el que nadie se opone, es luchar contra la corrupción. Y frecuentemente la bandera de la corrupción es una bandera de la derecha. Porque aunque estamos contra la corrupción, los de izquierda sabemos que no hay sistema capitalista en el mundo que no tenga corrupción, incluso el más limpito de todos. El capitalismo
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es una economía fundada en el crimen, crimen y capitalismo son hermanos gemelos. La segunda, directamente relacionada con la corrupción y la crisis de los partidos políticos, es la de que “los partidos políticos no participen de las manifestaciones”. Esto merece una reflexión. Los partidos de izquierda consiguen, o a veces tienen, cuando son un poco más fuertes, importantes vínculos con la clase obrera o algunos sectores de la juventud. Pero ningún partido de izquierda hoy en Brasil tiene fuerza de masas, al punto de producir alteraciones. Por esto, sectores de derecha protofascistas actuaron para impedir que los partidos de izquierda que participan de esas manifestaciones desde el inicio, marchen con sus banderas. Hay núcleos de derecha que van desde un fascismo oculto hasta movimientos ligados a los bolsones más marginales, a la criminalidad. Esos grupos van a la manifestación cuando termina la marcha pacífica de masas, y comienzan, por un lado, los disturbios y, por el otro, la agresión a los socialistas, los comunistas o marxistas que están en los partidos. Y, en el medio de ellos, una gran masa estudiantil que participa por primera vez de una manifestación queda sensibilizada por el movimiento antipolítico y antipartido.
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LA POLÍTICA EN LAS CALLES
“Y vos ves los partidos de fútbol en Brasil y parece que
estuvieras viendo los partidos en Suecia. No hay más negros asistiendo al fútbol. Jugando hay, pero viendo no. No hay más negros y pobres en las canchas. (...) El precio del ingreso para el mundial hoy es imposible para un trabajador, y más que eso, no puede circular ni a dos kilómetros de la cancha porque la policía los para.
” Porque una cosa es ser antipolítico en el sentido de ser contrario al parlamento (Marx hablaba de la degradación del poder parlamentario, y el parlamento brasileño es uno de los más degradados del mundo, en todas sus dimensiones, por el volumen de dinero que usa para financiarse, hasta el nivel de corrupción y de servilismo con el capital, el latifundio, el agronegocios, los bancos, etc.) y algo diferente es el antipartido, que se vuelve contra los partidos inclusive los que son de oposición y de izquierda. Eso es a lo que me refiero cuando digo que es un movimiento de masas en disputa, y que va a obligar y a exigir de las izquierdas, en primer lugar, que tenga cohesión y fuerza para repeler todo tipo de violencia de derecha. Este es el escenario brasileño hoy. Por eso hablaba antes de un “Momento Lenin”, como metáfora de la confluencia de tres o cuatro movimientos; esto creó un movimiento en la calle, de masas, espectacular, complejo, difícil y en disputa.
IdZ: Acerca del “país de clase media”, ¿qué conclusiones se pueden plantear, a partir de sus investigaciones, sobre la situación de la clase trabajadora bajo los gobiernos del PT? Acabamos de publicar nuestro trabajo colectivo Riqueza y miseria del trabajo en el Brasil II. Todas las investigaciones que estamos haciendo tanto en el volumen I como en el volumen II nos muestran lo siguiente: primero, el desmantelamiento brutal
de los años ‘90 en Brasil (privatización, financierización del capital, desregulación del trabajo, tercerización, precarización, informalidad), no fueron frenados en los años de Lula. Al contrario, en los pilares fundamentales, no hay ruptura. Eso no es lo mismo que decir que el gobierno de Lula, especialmente el segundo, es idéntico al gobierno de Fernando Henrique Cardoso; claro que no lo es. El gobierno de Lula, aprovechando una situación internacional favorable a Brasil, estableció un nivel de crecimiento económico, y por lo tanto de acumulación de capital mayor que el de Fernando Henrique. Por eso Lula se transformó –retomando a Marx, Engels, Gramsci o Trotsky–, en una especie de semiBonaparte adorado por los capitales. Porque (y no soy yo el que lo está diciendo sino que él lo dijo), la burguesía nunca ganó tanto dinero como en el gobierno de Lula. Nunca los bancos ganaron tanto dinero como con su gobierno. Paralelamente al crecimiento de este capital, Lula tuvo un papel decisivo en la transnacionalización del capital de Brasil y en la transnacionalización de la burguesía brasileña. Pero, por otro lado es innegable que mientras Fernando Henrique tenía una “Bolsa Escuela” que llegaba a 2 millones de personas, la perso“Bolsa Familia” llega hoy a 70 millones de perso nas. Solo que en los estratos más pauperizados, camás empobrecidos, bolsones de pobres que el ca pitalismo brasilero creó; una masa inmensa que pasó a ganar 60, 70, 80, 100 reales por mes en vitérminos familiares. Esto cambia la calidad de vi da de una población que, de más miserable pasa pora ser menos miserable. Puro asistencialismo, por que esto no fue combinado con ninguna reforma. Esto explica, por un lado, la enorme popu popularidad del gobierno de Lula (que terminó su mandato con un 70% de aprobación y logró convertir a su criatura en una criatura política Luvictoriosa –Dilma–), y por otro lado, que Lu la fue un gendarme espectacular del capital en busAmérica Latina. Porque el capitalismo no bus ca solamente a alguien que solo defienda a la burguesía y que viva en crisis constante. ¿Por qué no hubo un empeachment contra Lula en 2005? Para mí es muy obvio, el PT no sufrió un empeachment como sufrió Collor en 1992 porque Brasil tenía un crecimiento económico de tal amplitud, que ninguna burguesía depone a un gobierno que garantiza su riqueza. El gobierno de Lula creó un mito de que nos encaminábamos a Suecia cuando de hecho nos peyoencaminamos a Haití, sin ningún sentido peyo rerativo. Primero porque Haití fue la primera re volución negra, popular y socialista en cierto prisentido amplio de América Latina. Fue la pri latinoamerimera manifestación espectacular latinoameri cana contra la expoliación colonial, típica del capitalismo mercantil. Pero aquí Haití adquiere empobreun sentido del nivel de brutalidad, de empobre cimiento, de tragedia, al que el capitalismo y su imperialismo pueden llevar al pueblo haitiano. nosoY en términos de condiciones de trabajo, noso millotros tenemos hoy más o menos de 8 a 12 millo nes de tercerizados en Brasil. Los índices reales de desempleo en las capitales, elaborados por el EstaDIEESE (Departamento Intersindical de Esta dísticas y Estudios Socioeconómicos), son muy distintos de los índices del gobierno, del IBGE
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(Instituto Brasileño de Geografía y Estadística). Si se devela el desempleo oculto, el desempleo aumenta en el Brasil.
IdZ: Sobre América Latina, en su último usted libro utiliza la expresión “continente do labor”. ¿Podría explicar la idea motora de esta definición, cuál es la particularidad del trabajo en América Latina y si existe un patrón común en toda la región? El “continente del trabajo” es para hablar de un continente de la superexplotación del trabajo. No es continente solamente de la explotación del trabajo, sino que es de una explotación intensificada, de una simbiosis entre llevar al límite la plusvalía absoluta, e incrementar, al mismo tiempo, la plusvalía relativa. Nuestro continente hoy no es más el dominante en este sentido porque China y la India pasaron al frente. Son trágicos ejemplos de que la superexplotación puede ser más intensa que la nuestra. Entonces, ¿por qué “continente del trabajo”? Porque de México a la Argentina, nacemos como un continente de la expoliación y la explotación. Sea por la explotación del trabajo indígena en la América hispánica o sea por la explotación del trabajo africano en la América portuguesa. Aquí, como decía Caio Prado, con gran agudeza, nosotros nacemos en un contexto de una prolongación de una economía capitalista primitiva que se estaba gestando en las metrópolis, cuyo papel en América era bombear un excedente de la superexplotación para la acumulación mercantil y capitalista primitiva, que se realizaba en los siglos XV, XVI y XVII hasta llegar a la revolución industrial y a partir de ahí un capitalismo pleno. Por eso uso la metáfora de “continente del trabajo”, un continente donde “nacemos”, entre comillas, porque en realidad nuestro nacimiento es anterior a la llegada de los portugueses y los españoles aquí, nacemos con los indígenas pero ellos fueron diezmados. Pero es también un “continente del trabajo” en el sentido de que las revueltas, la rebeliones y la revoluciones también son “del trabajo”. Por eso digo en la presentación del libro que nuestro mundo combina explotación y rebelión, expoliación y revuelta, intensificación del trabajo, superexplotación y revolución. Porque el trabajo es, como señalaba Marx, al mismo tiempo sujeción, servidumbre, esclavización, asalariamiento, cosificación, cuantificación, extrañamiento, alienación, pero también revuelta, rebelión y revolución. Esta es la idea del “Continente do Labor”.
IdZ: Relacionado con lo anterior y la problemática de la superexplotación, ¿Cuáles son los principales mecanismos de precarización del trabajo que puede desarrollar en la actualidad el capitalismo en crisis? La primera idea es que el trabajo nace en condiciones de precariedad. Pero como la precarización es un proceso, es un modo de ser, puede ser más intensa o menos intensa. El segundo trazo decisivo es que en el
capitalismo actual, desde el ’73 (y esto se agudizó a partir de 2008), la precarización no es más la excepción sino la regla. Yo planteé que desde 2008 entramos en una nueva era de precarización estructural del trabajo en escala global. Y eso nos obliga a pensar que tercerización, informalidad y precarización son tres conceptos muy emparentados. Si usted terceriza a la clase trabajadora, o partes significativas de ella, eso significa que arrojó ese sector de la clase trabajadora a la informalidad. Los inmigrantes en escala global son el ejemplo más virulento de esta precarización. Si vemos la trayectoria de los inmigrantes en Europa hoy vemos albaneses, rumanos, ex yugoslavos, ex rusos, que están en Italia, Alemania, Francia o Inglaterra. Lo mismo pasa con los trabajadores que vienen de Oriente Medio o de la India, o los africanos. Todos son imprescindibles en Europa para que haya una baja en el valor de la fuerza de trabajo del proletariado europeo en general. Pero aunque son imprescindibles, son superfluos, los usan y los descartan. Entonces son tratados como ciudadanos de tercera clase, no de segunda, de tercera o de cuarta. De allí que autores como Pietro Basso o Fabio Perocco en Italia (que son dos críticos marxistas de la ciudad de Milán), dicen que en Europa hoy sus gobiernos están dominados por un “racismo de Estado”, hay una política racista de Estado hoy que domina prácticamente varios de los Estados europeos. Esta es la tragedia más visible de esta condición de precarización.
IdZ: Para terminar, en el sexto año de la crisis económica mundial ¿es posible afirmar que vemos un gran debilitamiento de las tesis sobre el “fin del proletariado”? ¿Cómo impactan estos cambios que usted menciona en la clase obrera actual? Esas tesis que hacían furor en los años ‘70, ’80, hasta los mismos ‘90, se han debilitado, porque, como vengo diciendo desde el libro ¿Adiós al trabajo? y Los sentidos del trabajo, lo primero que había que comprender era quién conformaba esa nueva clase trabajadora, quién era esa clase-que-vive-del-trabajo. Y había dos o tres movimientos contrarios a las evidencias empíricas del fin del trabajo. El primero es que esta nueva morfología implicaba una ampliación de la nueva clase trabajadora, un monumental proletariado de servicios, podríamos hasta decir un proletariado no industrial de servicios. La feminización de la fuerza de trabajo, la ampliación de los inmigrantes de Europa y Estados Unidos,
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y más recientemente los inmigrantes trabajadores del flujo Sur-Sur (haitianos en Brasil, peruanos y bolivianos en Argentina), son muestra de esta ampliación. Y hay una consecuencia más importante que todas esas: que la teoría del valor trabajo de Marx, al contrario de lo que decían sus críticos, no perdió su eficacia. Estamos presenciando una ampliación de la teoría del valor-trabajo, una ampliación de las formas de extracción de plusvalía, especialmente la plusvalía relativa, pero también la plusvalía absoluta, en una combinación; una simbiosis clara entre ellas, donde amplios sectores de servicios son hoy generadores de plusvalía. De tal modo que hoy, los críticos de la centralidad del trabajo no están diciendo absolutamente nada. Y hasta donde yo sé, algunos de ellos volvieron a estudiar economía política, lo que es una buena señal; es lo que se debe hacer para entender donde se cometió el error. Por último, un comentario de este punto que es más actual: yo considero risible la teoría de la sociedad del conocimiento, según la cual no estaríamos en una sociedad sino en una sociedad del conocimiento. Lo que esos críticos contemporáneos, de Manuel Castells para acá no han conseguido imaginar, por lo menos con la profundidad que ese tema merece, es que el conocimiento también es parte de la forma mercancía. El conocimiento es parte de la agregación de valor. Marx dice en El Capital que el trabajo se tornaba un proceso social, colectivo y combinado. Marx dice en el capítulo inédito [sexto del libro El Capital, no publicado en la versión final, N.de E.] que unos trabajan más con las manos, otros trabajan más con la cabeza, pero todos son parte de ese complejo. El conocimiento es parte de la mercancía. Entonces no existe sociedad del conocimiento, sino que existe un trabajo que va desde un trabajo altamente calificado y dotado del conocimiento hasta un trabajo altamente descalificado y estrictamente manual y entre esos extremos, gamas variadísimas. Como por ejemplo el caso de la Foxconn en China; se ven dentro de esa fábrica a aquellos que, en un extremo de la línea de producción, participan de la industria del software; y en el otro, están en la línea de montaje de la Foxconn, un trabajo intensamente manual aunque todavía supone cierta destreza. Esta es la clase trabajadora que muestra el mundo hoy y de la cual hay muchas expresiones de rebelión.
Entrevistó: Iuri Tonelo Traducción: Alicia Pizarro y Elizabeth Yang
“Aquí también hay una cuestión importante.
¿Quién comenzó este movimiento? Movimientos populares y estudiantiles a la izquierda, más ligados a los partidos o menos, pero de izquierda.
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LA POLÍTICA EN LAS CALLES Eduardo Grüner Ensayista, sociólogo, docente de la UBA. Su libro más reciente es La oscuridad y las luces.
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TAKSIM NO ES RÍO, Y SIN EMBARGO… Disparada por motivos aparentemente menores, las movilizaciones en la plaza Taksim se suman a la rebelión juvenil, y junto a las multitudinarias marchas en Brasil abren el segundo acto de un fenómeno que se extendió en varios continentes.
No estuve en Río –ni en San Pablo, Bahía, Brasilia o Florianópolis- durante las últimas y convulsivas jornadas. Sí estuve, “de casualidad” –quiero decir, en calidad aproximada de turista– durante parte de las no menos enérgicas jornadas de la Plaza Taksim en Estambul. La ex Constantinopla, que ya era ex Bizancio, es una ciudad extraordinaria en más de un sentido: durante un milenio largo sede del imperio romano (la propia Roma lo fue “solamente” durante cuatro siglos), luego capital del imperio otomano, sus siete colinas (siete, como las romanas, muy simbólicamente) son un depósito único de multiplicidad histórico-cultural: capas grecolatinas, bizantinas, ortodoxas, islámicas, judías, cristiano-armenias (referencia esta última más que incómoda, ante la cual el turco más “progre” tartamudea un poco), se acumulan con paradójico orden caótico en los esplendores de Santa Sofía, de la Mezquita Azul, del palacio Topkapi, o simplemente en la vía pública. Otro símbolo: es la única ciudad del mundo cuyas abigarradas calles se asientan sobre dos continentes. Se puede, digamos, almorzar en Europa y luego cruzar el puente sobre el Bósforo –cinco minutos a pie– para tomar el café en Asia. Las novelas del premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk, dan cuenta, de manera sutil y compleja, de ese estatuto cultural indeciso, de esa experiencia histórica “a dos aguas”. Ese privilegio ha sido, en efecto, también su tragedia. Durante siglos y siglos, las pujas por ese ultraestratégico nudo de control de las relaciones (económicas, políticas, militares, culturales) entre Oriente y Occidente no cesaron nunca, aún bajo el férreo control central (más pretendido que realmente logrado) por parte del Gran Sultán del Imperio (otra figura híbrida: si bien despótico y todopoderoso, siendo por tradición hijo de alguna de las esclavas del harem, él mismo era considerado…”esclavo”). Por otra parte, el estado-nación turco moderno-burgués, como tal, tiene una historia joven y convulsionada. Recién en las primeras décadas del siglo XX –en particular como consecuencia de la primera Guerra Mundial, en la que Turquía fue aliada ambivalente de Alemania– se conforma sobre las ruinas en descomposición del Imperio Otomano. No es una conformación cualquiera: en su extraordinario libro sobre el tema, David Fromkin muestra que ese proceso fue el marco y la ocasión para que todo el llamado Medio Oriente se configurara tal como lo conocemos hoy, por las intrigas competitivas de las potencias coloniales, especialmente Inglaterra y Francia. Hubo, se supone, una confusa y desordenada “revolución árabe” que disputaba su autonomía sobre todo a la “Pérfida Albión”, luego de que esta intentara usarla contra los turcos. Fromkin, con atendibles argumentos, afirma no obstante que tal revolución solo existió realmente en la imaginación febril de ese gran aventurero-escritor que fue T. E. (Thomas Edward) Lawrence, el “Lawrence de Arabia” de Los Siete Pilares
IdZ Julio de la Sabiduría, que hiciera famoso el notable film de David Lean1. Sea como sea, no se puede evitar el murmullo fragmentario y polifónico de esa historia equívoca aturdiendo la cabeza de los “extraños” que, en el incómodo pero inevitable rol de “turistas revolucionarios”, visitamos la Plaza Taksim ocupada.
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Recién al quinto día de mi estadía en Estambul logro llegar a la plaza. Hasta entonces, ha permanecido rigurosamente cercada por la policía. Pero en verdad, todo Estambul (y otras ciudades menores, empezando por la capital administrativa, Ankara) está atravesada por las resonancias de esa “primavera”, aún en su más trivial cotidianidad. En la principal avenida comercial, Istiklal Cadessi, que sube serpenteando hasta Taksim durante unas 15 cuadras (hay un tranvía que lleva hasta arriba, pero su servicio también ha sido cancelado), siempre repleta de gente que va y viene, se mezclan los viandantes habituales con jóvenes de aspecto universitario que llevan barbijos y bolsitas con limones para protegerse del gas-pimienta de la durísima policía turca (Expreso de Medianoche, forzosamente, también está en la cabeza). Muchos portan banderas y estandartes, en los que predomina el color rojo. El deseo voluntarista y la miopía –también la política- hace que, de lejos, se pueda confundir la media luna y la estrella con la hoz y el martillo, que asimismo están, aunque en mucha menor proporción que la roja insignia turca (los turcos, como corresponde a la juventud y la ambigüedad cultural de su país, son muy nacionalistas: en casi ninguna pancarta, incluyendo las que llevan hoz y martillo, falta la efigie de Kemal Atatürk, el “gran fundador” de la nación). Llaman la atención algunas chicas jóvenes que reparten volantes ataviadas con la tradicional pashmina islámica, pero con minifalda y zapatillas: ¿otro “choque de civilizaciones”? Cada tanto, a lo largo de la avenida, se suceden repentinos “actos relámpago”: de pronto se juntan entre cien y doscientas personas – generalmente delante de un par de librerías-café que recuerdan mucho a nuestra vieja Gandhi–, gritan, cantan, volantean, exhortan, baten palmas. Todos los/las paseantes (con la única excepción de algún turista yanqui desconcertado) aplauden calurosamente. En los cafés, los kebabs y los restaurantes (esto sucedió siempre durante la semana que estuve allí) cada diez o quince minutos alguien levanta su copa y un tenedor, empieza a golpear, el resto de los comensales se une en un cacerolazo espontáneo. Todos cantan: no entiendo la letra –mis conocimientos de la ardua lengua turca son tirando a nulos– pero juro que la música es Que Se Vayan Todos (el hijo de mi compañera lleva puesta la camiseta de la selección argentina: entre la referencia al “argentinazo” y el amor por “Marrradonna”, se transforma en el líder del kebab). El clima es abrumadoramente alegre y festivo, como si ese pueblo ya inveteradamente vital y expresivo hubiera encontrado una razón más para sus impulsos. Está el miedo a la represión, desde ya: una estudiante con la cara tapada (no con velo, sino con barbijo) se nos acerca –no podemos ocultar que somos extranjeros turistas– y nos advierte,
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“ ...’síntomas’ con un efecto multiplicador pasmoso que llegan al borde del cuestionamiento de todo el sistema político dominante, demostrando la existencia de un potencialmente explosivo malestar...
en un inglés básico pero comprensible, que no vayamos hacia Taksim, que la cosa está heavy. Le agradecemos la solidaridad, sin decirle que tenemos la intención de hacer justamente eso, con las prudencias del caso.
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Por fin –al quinto día, como dije– logramos “colarnos” en la plaza. El cerco policial se ha relajado un poco, ese día tienen orden de no reprimir, ya se ha armado un buen escandalete internacional por los cuatro muertos de la semana anterior (después, como se sabe, volvieron a la carga, pero yo ya había dejado Turquía). El “espectáculo” (insisto en mi condición de turista, no me queda más remedio que vivirlo así) es conmocionante. La plaza es enorme, y está repleta: el diseño espacial es muy irregular, es imposible calcular el número preciso, pero son muchos miles. Hay carpas de campamento, grupos que van y vienen, arengas por megáfonos, volanteadas en todas las esquinas. Las madres han llevado a sus carritos de bebé, todo es muy pacífico, aunque flota la electricidad en el aire. Cartelones de todos los tamaños cubren los muros, el monumento a Atatürk y –lo más sorprendente– un edificio de viviendas y oficinas de unos 10 pisos, que está casi totalmente tapado de la azotea a la planta baja: eso no pudo hacerse de ninguna manera sin el consentimiento de los habitantes del inmueble; es otra muestra del carácter presuntamente “universal” de la protesta (la muy educada señora turca de típica clase media que nos alquiló su departamento ya nos lo había advertido: “Aquí todos queremos que se vaya Erdogan”). No parece haber más programa que esta negatividad compartida, por así decir. O bien las complejidades de la política y la cultura turcas se me escapan, lo que es más probable. En todo caso, aunque hay presencia de variados partidos, agrupaciones, movimientos – eso se nota hasta en las diferencias de diseño de los carteles, mucho más prolijos de lo que acostumbramos por aquí–, no se percibe dirección ni hegemonía palpable. Sí es muy notable, dentro de un “ambiente” que uno podría calificar genéricamente de “pequeño-burgués”, la diversidad de subgrupos sociales, culturales, de género, y aún religiosa: hay incluso algunas –pocas, pero hay– mujeres con sus burkas negras de la
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cabeza a los pies, que apenas dejan una delgada hendija para los ojos, sosteniendo un banderín rojo mientras con la otra mano hablan enérgicamente por su smartphone de última generación (una, más reposada, levanta tímidamente el extremo inferior de su velo para sorber un helado). En un artículo reciente, con su lenguaje de origen inequívocamente maoísta, Alain Badiou previene contra el error que según él sería considerar a la cuestión religiosa como la “contradicción principal”, aún en un Estado que sostiene firmemente la sharia islámica (en una versión más bien moderada, hay que decirlo). Entiendo lo que quiere decir –y entiendo además que un francés se preocupe en hacer esas aclaraciones, inmersa como está su sociedad en la “paranoia” antiislamista–, y en buena medida lo comparto. Pero eso no quita que es un factor a tomar en cuenta (y no necesariamente y siempre con signo negativo): en todo Medio Oriente, incluyendo la comparativamente más “occidentalizada” Turquía, la religión es un elemento político (o teológico-político, si se quiere decir así) que no puede menospreciarse. Lo fue casi desde siempre: el propio Fromkin que cité más arriba ironiza sobre los malentendidos fatales a que fueron conducidos los ingleses, durante el proceso de formación del estado turco moderno, al subestimar ese sustrato amalgamante de la sociedad (o de las sociedades, en este caso, ya que como veíamos conviven una gran pluralidad de estratos étnico-religiosos, aunque por supuesto las “contradicciones principales” sigan siendo las de cualquier formación social capitalista). El mismo Badiou considera también un error que el movimiento se propusiera seguir la vía de “un deseo de ser Occidente”: encomiable exhortación, pero no parece tener en cuenta que justamente una de las maneras que potencialmente tendría el movimiento de “no ser” Occidente… es atendiendo a la importancia de la cuestión religiosa. A la inversa, por otra parte, es una cuestión que no atañe solamente al Oriente: aun si habláramos exclusivamente de lo que se llama “fundamentalismo” religioso, el islámico está lejos de ser el único; basta pensar en el Tea Party norteamericano, etcétera (en todo caso, es un problema complejísimo, sobre el cual la izquierda, reconozcámoslo, acusa un marcado
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“...gente que va y viene,
se mezclan los viandantes habituales con jóvenes de aspecto universitario que llevan barbijos y bolsitas con limones para protegerse del gas-pimienta de la durísima policía turca...
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retraso teórico; aunque tampoco es imprescindible internarse en las eruditas historias del Medio Oriente para tener un atisbo: bastaría leer la maravillosa Trilogía de El Cairo de Mahfuz o la no menos estupenda pentalogía narrativa El Quinteto del Islam de Tariq Ali). En fin, para volver a la plaza Taksim: ya habrá tiempo de discernir, analizar y evaluar el significado de las bases (pues hay más de una) sociales del “movimiento”. Por ahora, en lo inmediato, prevalece ese sentimiento de alegría contenida pero vital que describí antes, y que –cantitos o no– es muy diferente a lo que se veía en las rabiosas jornadas de diciembre de 2001 en la Argentina (ya trataré de volver sobre esto). Hay la exaltación de la solidaridad, el compañerismo y la horizontalidad espontánea y profundamente democrático del grupo-en-fusión del que habla Sartre en su Crítica de la Razón Dialéctica (o de la proyección del en-sí al para-sí, si se quiere ser más “lukácsiano”). Y, cómo no, la emocionada recuperación del “común” que está en la base recurrente de esa insistencia histórica de “la idea de comunismo” de la que también habla Badiou.
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Como ya dije, no estuve en Brasil: tengo que conformarme con lo que puedo leer apresuradamente. Por supuesto, es una sociedad radicalmente diferente a la turca, se trata de historias y culturas inconmensurables. Sin embargo, la tentación de sospechar algunas analogías es muy fuerte: en ambos casos el “movimiento” empezó por causas aparentemente menores (el intento de construir un shopping en un parque público, el módico aumento del pasaje de autobús), “síntomas” con un efecto multiplicador pasmoso que llegan al borde del cuestionamiento de todo el sistema político dominante, demostrando la existencia de un potencialmente explosivo malestar “subcutáneo”, y con una notable –y aparentemente espontánea– capacidad de articular el reclamo “municipal” con la lucha política más general. En ambos casos el cuestionamiento fue una reacción contra una represión brutal, desmedida, de las fuerzas de seguridad del Estado. En ambos casos se trata de sociedades capitalistas de esas llamadas “pujantes”, que en la última década acusaron un
sostenido crecimiento económico, con una ampliación importante de la capacidad de consumo sobre todo en las capas medias, pero al mismo tiempo –y en cierto modo por las mismas razones– con un ensanchamiento descomunal de la brecha entre los sectores más ricos y más pobres: una ecuación inversa entre el volumen de la producción y la equidad de la distribución de la riqueza, que suele ser la contracara de los entusiasmos “desarrollistas”, como se sabe (o debería saberse): lo del shopping en Estambul, o lo que en Brasil fue percibido como dispendio excesivo en los gastos para el próximo Mundial (¡en el país más “futbolero” del mundo!) en detrimento de bienes como la salud o la educación públicas, fungen, en este sentido, como adecuadísimas metáforas de aquel deseo de reapropiación de lo común de que hablábamos. En ambos casos el “movimiento” carece de una dirección orgánica, reconocible, unitaria o “hegemónica”, así como de objetivos estratégicos nítidamente definidos. Lo cual no tiene por qué significar a priori (como algunos análisis han sugerido) no se sabe qué cualunquismo “antipolítico”: ¿y si su significado político –“objetivo”, como se dice– fuera precisamente el de abrir, o el de hacer ver, un espacio de todavía-no-definición política precisa más allá de la impugnación del “sistema” actual, a la espera de una nueva definición de las lógicas de la praxis colectiva (como es obvio, la izquierda debería estar sumamente atenta a los modos posibles de transformar ese todavía-no en un ahora-sí)? Es evidente –para señalar otra semejanza entre ambos casos– que la composición mayoritariamente juvenil-de-clase-media del movimiento hace que solo pueda aspirar a devenir potencialmente “revolucionario” si logra aliarse con sectores combativos de la clase obrera y los estratos más populares (otra tarea para la atención de la izquierda). Pero, ¿significa eso que no es, aún ahora, la expresión indirecta de una renovada lucha de clases? Hace ya tiempo István Mészaros acuñó la expresión confrontación oblicua: no porque no estemos ante una abierta confrontación frontal entre las clases puede resultar menos, el actual “acontecimiento”, algo que contribuya a re-definir el campo de lo político en las sociedades en los que se ha
producido. Resulta notoriamente sintomático que la inmensa mayoría de los comentaristas hayan expresado su inmensa sorpresa ante lo “inesperado” de las acciones de masas tanto en Brasil como en Turquía (si bien habría que recordar que, dentro de su lugar “intermedio”, Turquía pertenece al Medio Oriente convulsionado desde hace rato: tiene frontera con Siria, está “a tiro de lancha” de Egipto o Túnez, etcétera). ¿Por qué sería una sorpresa tan grande, finalmente? Uno está tentado de hablar, un poco esquemáticamente, de una posición de clase de esa “sorpresa”: desde una perspectiva “revolucionaria”, siempre cabe “esperar” (en el doble sentido de estar a la expectativa y de desear) algo semejante, si bien es imprevisible cuándo, y si, va a suceder. Especialmente si uno alberga el sano escepticismo de no confiar excesivamente en la capacidad (no digo la voluntad) de los gobiernos “progres” o “desarrollistas” para contener la crisis cuando le llegan sus límites. Lo cual viene a cuento de una referencia que hicimos muy al pasar: de ninguna manera son comparables estos procesos al “argentinazo” del 2001/2002. Por una sencilla razón –entre otras seguramente más complejas–: el “argentinazo” se sitúa epocalmente al principio de un proceso de restauración (al cual el propio movimiento, al no encontrar una salida radical, en cierto modo le dio impulso) del orden burgués en crisis semiterminal. Estos movimientos, en cambio (aunque insistamos en todas sus diferencias contextuales), están al final de esas restauraciones. “Al final”, digo, en el sentido de que ellas ya han dado –cuando y si lo han hecho– todas las concesiones que podían dentro de los límites de los respectivos “modelos”. Esa experiencia los pueblos ya la hicieron: a partir del nuevo “vacío” que quizá se abra, tendrán que imaginar otra. Aún cuando en lo inmediato ello no se realizara, habrán quedado las huellas. Que pueden servir de guía para nuevos pasos. Y ya llegará, quizá, el galope.
1 David Fromkin: A Peace to End All Peace. The Fall of the Ottoman Empire and the Creation of the Modern Middle East, New York, Holt, 2009.
IdZ Julio
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#JuventudenlasCalles Juan Andrés Gallardo Miembro del staff de la revista Estrategia Internacional.
El despertar de un gigante
La juventud en masa toma las calles. Impulsada por diversos motivos y expresando diferentes grados de radicalidad y subjetividad, esta irrupción ya es un símbolo distintivo de la escena contemporánea y un prometedor nuevo “espíritu de época”.
Las movilizaciones multitudinarias que sacudieron a un país con dimensiones continentales como Brasil desde principios de junio conmovieron al mundo entero. No es para menos. Estas manifestaciones históricas suceden en el país presentado como símbolo de estabilidad, prosperidad, crecimiento y consenso. Cientos de miles de jóvenes despertaron a la vida política durante estas jornadas y corrieron el velo para mostrar al mundo la otra cara del “milagro brasilero” encabezado por el PT. Lo que comenzó como una serie de pequeñas marchas contra el aumento de 20 centavos del boleto del transporte público, pegó un salto después de la brutal represión del 13 de junio en San Pablo. La respuesta no fue solo la extensión nacional del movimiento (que llegó a expandirse a 100 ciudades del país), sino la multiplicación de las demandas, mostrando un Brasil desigual, precario y con graves deficiencias en los servicios básicos, a pesar de una década de crecimiento económico. La composición social de las movilizaciones, mayoritariamente juvenil y de clase media, le dio una tónica de “protesta cívica” y de defensa del derecho a manifestarse frente a la represión gubernamental (que tuvo que cuestionar el accionar de la policía y alejarla del recorrido de las movilizaciones durante los días posteriores). La juventud y los estudiantes se erigieron en verdaderos representantes de un profundo descontento nacional. Aun cuando Dilma y los gobiernos estaduales tuvieron que retroceder en el aumento, las demandas, que se multiplicaron con el correr de los días, expresaron problemas sociales mucho más profundos y extendidos, motorizados por una juventud que es hija de la llamada “nueva clase media”. Caratulada sociológicamente como “clase C”, está compuesta por unas 30 millones de personas que, estadísticamente, durante
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la última década salieron de la pobreza y pasaron a formar parte del escalón más bajo de la clase media, accediendo a un cierto nivel de consumo. Pero esto contrasta con la pésima calidad de la salud, la educación y servicios como el transporte1, combinado con el inicio de un período de estancamiento económico con creciente inflación. Las calles de San Pablo, Río de Janeiro, Belo Horizonte y otras 100 ciudades, pusieron de manifiesto los contrastes y los problemas irresueltos del “milagro brasilero”. La indignación incluyó los negociados detrás de los 15.000 millones de dólares para el Mundial de Fútbol y la corrupción rampante de oficialistas y opositores (que ya viene de hace rato, como lo demostró el escándalo del Mesalao bajo Lula), acompañada de un repudio a la clase política y la burocracia. El cuestionamiento masivo a un evento como el mundial de fútbol, nada más y nada menos que en Brasil, habla por sí solo de la profundidad del descontento. Es sintomática una de las consignas que se coreaban fuera de los estadios durante la Copa de Confederaciones: “Brasil, vamos a despertar, un profesor valer Neymar”. Al calor de estas inéditas y “sorpresivas” manifestaciones, se expresaron otras demandas como el repudio a la homofobia o por el derecho al aborto, que cuestionan la alianza entre el PT y la iglesia evangélica, que es su socio parlamentario, y que pusieron a discusión el “Estatuto del Nasciturus” y un proyecto de ley conocido con el nombre de “Cura Gay”2. En el país ejemplo del “progresismo”, los aliados íntimos de la “compañera” Dilma proponen “curar” la homosexualidad. Más allá de cómo se desarrollen las movilizaciones, lo cierto es que amplios sectores de la juventud irrumpieron en la vida política de la séptima economía del mundo y ya nada volverá a ser como antes. De esto tomaron nota rápidamente Dilma y el PT, abriendo la posibilidad de plebiscitar algunas tibias reformas, para intentar canalizar el cuestionamiento callejero hacia alguna vía institucional. Las movilizaciones en Brasil, antecedidas por las de Turquía y seguidas por un nuevo “acto” del proceso egipcio, son parte de un fenómeno extendido a nivel internacional, que tiene a la juventud como principal protagonista.
Un espíritu de época La juventud indignada en el Estado Español, OWS en EE. UU., los jóvenes chilenos, mexicanos, griegos y también los que formaron parte de la “Primavera árabe”, comparten y dan nacimiento a un espíritu de época que, pese a las diferencias culturales y políticas, se “globalizó” a la par de la caída en desgracia del discurso triunfalista e integrador de un capitalismo que tiene cada vez menos que ofrecer a una generación que no vive ninguno de sus “logros”, y padece muchas de sus miserias. La democracia burguesa que durante la etapa neoliberal se expandió a nuevas regiones del planeta, lo hizo a costa de su propia degradación. Lo que fue presentado como la mejor y la única forma de representación de los intereses
“Su crítica contra las
desigualdades más crueles del capitalismo y su sana desconfianza hacia la clase política burguesa ya son un símbolo de la época...
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generales se muestra cada vez más incapaz de garantizar los derechos básicos, la integración política o la igualdad. Además la crisis sacudió uno de sus pilares ideológicos: la realización individual por medio del acceso al consumo, algo cada vez más restringido. Los efectos de la crisis económica se suman a la decadencia de la hegemonía norteamericana por los catastróficos resultados de las guerras en Irak y Afganistán. Este escenario internacional se entrelaza con las realidades de cada país: el aumento del trabajo precario, la desocupación, la corrupción, la falta de libertades, o la sensación de que años de crecimiento no cambiaron en lo esencial la estructura desigual, como ocurre en países de la periferia. En la década previa encontramos, al menos, dos fenómenos anticipatorios. El movimiento antiglobal y el movimiento contra la guerra de Irak, aunque ambos fueron o desviados o derrotados en sus objetivos, empezaron a mostrar un cuestionamiento más general del capitalismo, el guerrerismo norteamericano y la voracidad de las corporaciones. El movimiento juvenil actual nace cuestionando gobiernos, criticando y protestando contra las condiciones sociales. Toma parte de ese espíritu de los fenómenos anteriores, pero al estar atravesados por la crisis económica y, en muchos casos, por la erosión de las democracias burguesas, reclama más que demandas puramente económicas, y en muchos casos apuntan a cuestionar los límites estrechos de sus regímenes y gobiernos. Otro de los blancos de los manifestantes son los medios de comunicación: en casi todos los procesos son puestos en tela de juicio y reemplazados por el uso de internet y las nuevas tecnologías. Ya es común que las movilizaciones se convoquen por las redes sociales y que las marchas o las denuncias de represión sean “viralizados” y vistos millones de veces en internet, antes de que sean transmitidos por la televisión. Esta combinación de elementos hace que nos encontremos con hechos aparentemente menores que terminan desencadenando un cuestionamiento mucho más amplio.
En Túnez, el “puntapié” de la primavera árabe, la inmolación de un vendedor ambulante al que le habían prohibido vender su mercadería, fue el desencadenante de un estallido contra la dictadura de Ben Ali, que tras décadas en el poder terminó cayendo por la movilización callejera. La misma suerte corrió Hosni Mubarak en Egipto. La lucha por mayores libertades sumaron demandas parciales de diferentes sectores de trabajadores y la juventud, que terminaron poniendo fin un gobierno que era la clave de EE. UU. en la región. Millones de manifestantes volvieron a tomar la calle egipcia el 30/6 al cumplirse el primer año de Morsi en el poder. Una muestra de que este proceso revolucionario, abierto con la “Primavera árabe”, transita diferentes momentos políticos y aún está lejos de cerrarse. En Europa la degradación del sistema tradicional de partidos dio lugar, incluso, al establecimiento de “gobiernos técnicos” puestos a dedo por la “troika”, dejando al desnudo el papel que juegan las democracias burguesas (y su desgaste), como así también las tendencias bonapartistas en ciernes. En el Estado español los jóvenes indignados gritaban “Que no, que no, que no nos representan”. Frente a las condiciones de vida cada vez más degradadas, fueron la punta del iceberg de un cuestionamiento que se extiende al régimen surgido de la constitución del 1978 (e incluso incipientemente sobre la monarquía), reavivando a su vez los problemas nacionales. Situaciones similares se viven en Portugal, Grecia y menor medida Francia, donde se combina el hundimiento de los partidos tradicionales con el surgimiento de nuevos fenómenos políticos de derecha (Frente Nacional en Francia o la neo nazi Aurora Dorada en Grecia), y de la izquierda reformista (Frente de Izquierda en Francia o Syriza en Grecia). En Latinoamérica también emergen fenómenos juveniles como la Juventud sin Miedo en Chile y su lucha por la educación gratuita, que tocó una de las fibras vitales del régimen al poner en cuestión uno de los pilares de la herencia pinochetista. La represión policial y la negativa del gobierno a ceder frente a las movilizaciones multitudinarias de estudiantes que se mantienen, con altos y bajos, desde 2011, muestran las fisuras que se abren en un país que mantuvo el neoliberalismo a rajatabla, un “ejemplo” a seguir hoy ampliamente cuestionado. En México el movimiento #yosoy132 empezó cuestionando el rol de los medios durante la campaña electoral, y avanzó a una crítica al gobierno de Peña Nieto y la vuelta del PRI al poder. Y hoy se mantiene como una base activa para luchar contra las arbitrariedades del PRI y el “Pacto por México” (junto al PAN y el PRD), en solidaridad con las luchas, como la del magisterio, y contra la represión. El movimiento OWS tiene el mérito de señalar desde el interior del propio EE. UU. la brutal desigualdad capitalista al desnudar un sistema en el que el 1% más rico decide los destinos del resto de la población, transformando esta denuncia en la consigna popular “Somos el 99%”. Unas semanas antes de las movilizaciones en Brasil otro “gigante” como Turquía se sumó a este
IdZ Julio
fenómeno. La brutal represión contra un puñado de ambientalistas que protestaban contra la construcción de un shopping junto a la plaza Taksim de Estambul, se transformó en una rebelión nacional contra el gobierno de Erdogan. Las movilizaciones se multiplicaron en varias de las principales ciudades y ya confluyeron con dos huelgas convocadas por las dos principales centrales sindicales. El proceso abierto incluye distintas reivindicaciones y seguramente se extenderá en el tiempo.
Perspectivas El movimiento juvenil ya demostró su indignación y una enorme tenacidad y disposición a la lucha, incluso en enfrentamientos con la policía que le han costado cientos de muertos y miles de perseguidos por la justicia. Lejos de estar agotado parece multiplicarse y extenderse a nuevos países, actuando como caja de resonancia de un descontento más generalizado. La crisis capitalista es un catalizador de las protestas. Pero al mismo tiempo los años de reacción ideológica burguesa son por el momento una pesada herencia para el desarrollo de una subjetividad que tienda hacia ideas revolucionarias. Todavía predominan las ilusiones reformistas o, con un signo político más difuso, la antipolítica. Esto no niega el papel enormemente progresivo que juega la irrupción de la juventud, como proceso anticipatorio de nuevos fenómenos políticos, y abonando el terreno para la entrada en escena de la clase trabajadora. Su crítica contra las desigualdades más crueles del capitalismo y su sana desconfianza hacia la clase política burguesa ya son un símbolo de la época con la potencialidad de convertirse en un punto de inflexión ante las condiciones heredadas del período de la globalización neoliberal.
1 El caso del transporte es paradigmático ya que los trabajadores deben pagar una de las tarifas más caras del mundo por un servicio absolutamente ineficiente cuya flota creció solo un tercio en relación a la cantidad de pasajeros durante la última década. Mientras que en algunos casos los trabajadores que tienen un empleo estable cobran viáticos que cubren parte del costo del pasaje, la mayoría de los trabajadores precarios o informales debe destinar un quinto de su salario solo para pagar el transporte. 2 El “Estatuto del Nasciturus”, que se empezó a discutir a principio de junio, da derechos de ciudadano a un óvulo fecundado y criminaliza el aborto incluso en caso de violación y riesgo de vida. Además prohíbe el uso de la píldora del día después. En caso de embarazo producto de violación, según el Estatuto, la mujer no solo deberá mantener el embarazo, independientemente de su voluntad, sino que el violador, si fuere reconocido, será considerado genitor y pagará una pensión a la mujer por 18 años. Por su parte el proyecto de ley llamado “Cura Gay” habilita los tratamientos psicológicos para “curar” la homosexualidad.
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LA oTrA jUVENTUD INDIgNADA Países como China, India, Bangladesh, Camboya, Laos y Vietnam, se han convertido en las últimas décadas en una enorme fuente de mano de obra barata. La mayoría de los productos electrónicos y textiles que se consumen en el mundo son producidos por millones de trabajadores y trabajadoras en condiciones de semiesclavitud, hacinamiento e inseguridad, a cambio de salarios miserables que van de los 60 a los 170 dólares por mes. Si en China, detrás de estas verdaderas “fábricas del sudor” se encuentran marcas como Apple, Dell, Hewlett Packard u Honda, en Camboya o Bangladesh, las estrellas de la explotación obrera son Walmart, Zara, H&M, Adidas, Nike o Acsis. Los trabajadores son en su gran mayoría jóvenes y en la industria textil más del 80% son mujeres. Las jornadas de trabajo se extienden habitualmente por más de 14 horas y los lugares de trabajo van desde establecimientos precarios hasta verdaderas ciudades fábrica, como es el caso del conglomerado industrial Foxconn que opera dentro de China con más de 1 millón de trabajadores. La connivencia entre los empresarios y los funcionarios de cada país se hace evidente en los permanentes informes de fábricas y talleres que se derrumban o incendian con sus trabajadores adentro. En abril, el derrumbe de un edificio de ocho pisos en Bangladesh, donde funcionaban varias empresas textiles, se convirtió en un verdadero asesinato capitalista en la que murieron más de 1.000 trabajadores. En Camboya solo en una semana del mes de mayo se produjeron derrumbes en 2 fábricas textiles dejando el saldo de 3 obreras muertas y más de 34 heridas. En China, el incendio de una fábrica avícola a principios de junio acabó con 120 trabajadores muertos y más de 70 heridos. Esto es solo una fracción ínfima de los accidentes laborales en China que según The Economist se cobró la vida de 70.000 trabajadores durante 20121. Se trata de un asesinato en masa de más de 200 trabajadores por día. Esta brutalidad capitalista ha empezado a encontrar resistencia de parte de los trabajadores en los últimos años. En Camboya, junto a la industria textil y del calzado, se desarrolló una nueva y joven clase obrera de más de 500.000 trabajadores, en su mayoría mujeres. A pesar de las duras condiciones laborales y de la gran cantidad de trabajadoras con contratos precarios, han logrado poner en pie su sindicato, el Free Trade Union (FTU). Las huelgas, piquetes y movilizaciones para exigir mejores condiciones de trabajo, aumentos salariales y el fin de los contratos basura, se han vuelto una constante durante los últimos meses contra las tercerizadas de Nike, Acsis, H&M o Walmart. Un escenario similar se vive en Bangladesh, donde luego del derrumbe de la fábrica textil en abril se sucedieron una serie de movilizaciones multitudinarias y huelgas del sector pidiendo por condiciones de seguridad y exigiendo el castigo a funcionarios y empresarios. En China, una nueva generación obrera, en su mayoría hija de campesinos que emigraron a las ciudades en busca de un mejor futuro, han visto rápidamente frustradas sus ilusiones. Esto ha desencadenado una serie de huelgas y enfrentamientos que en los últimos años afectaron tanto a la gigante Foxconn como a las empresas tercerizadas de Honda y Hyundai, entre otras. Estos son solo algunos ejemplos de la “otra” juventud, la que no aparece en los medios: millones de trabajadores y trabajadoras precarias que también salen a gritar su indignación. 1 “Accident prone”, en Blog de The Economist, 04/06/13 (http://www.economist.com/blogs).
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ESCRITOS DE CLASE
¿Una nueva generación obrera en Argentina? En Argentina la pregunta por los jóvenes y la política ha estado mediada por el fenómeno kirchnerista y, en las miradas más reduccionistas, ha sido incluso atribuida a éste. Doble miseria de la interpretación. En el paroxismo del pensamiento estatalista, desoye que la partera de la actual juventud no está en las oficinas de la burocracia estatal sino en las calles del 2001. Presa de su extracción social, es incapaz de ver lo que hoy se despliega como el más peligroso de los cruces entre juventud y política: la constitución de una nueva generación obrera. Paula Varela Politóloga, docente de la UBA, investigadora del CONICET.
Con pinceladas de clase
Ilustraciones: Ariel Zaz
Fiel a nuestra historia de un fuerte movimiento obrero y “anomalías”, la “década ganada” en Argentina significó un doble proceso, de pasivización de las masas (luego de 2001), al tiempo que de emergencia de una conflictividad y militancia obrera a nivel del lugar de trabajo que la prensa denominó “sindicalismo de base”. Fue allí, en “la fábrica”, (y no en el barrio), donde se expresó, desde el inicio mismo de la década, la contradicción entre las expectativas despertadas por el crecimiento económico y el discurso posneoliberal, y su realización. Fue allí, en “la fábrica” donde se anticipó, en grageas de algunas luchas larvadas (y otras no tanto), la sombra de la des-ilusión. La contradicción que hoy parece volverse repentinamente nítida en la furia de millones de jóvenes brasileños incorporados al mercado de trabajo y consumo, pero también a su precariedad y superexplotación, en Argentina gestó un proceso continuo (aunque desigual) de militancia obrera que presenta distintos momentos, pero una constante: cada vez mayor participación juvenil. El 2009 mostró este fenómeno por cadena nacional con el conflicto de Kraft. Los rostros de obreros y obreras poblaron la Panamericana pero también la televisión. La envergadura del episodio produjo un hecho inédito: la televisación en vivo y en directo de las elecciones de una comisión interna de fábrica, y el triunfo de la lista de izquierda clasista que agrupaba a la mayoría de los activistas del conflicto1. De allí en adelante, el proceso sufrió una baja en la conflictividad (y por ende en la visibilidad) pero no en la extensión. De hecho las elecciones de distintos
gremios muestran datos relevantes del avance de este sindicalismo de base. Este es el caso de la Federación Gráfica Bonaerense en abril de 2012, en la que la Lista Naranja-Bordó obtuvo un 29% de los votos, llegando al 40% en la Zona Norte del GBA; las elecciones del gremio de la Alimentación en el que la Lista Bordó obtuvo un 36% de los votos, logrando la mayoría en 14 fábricas; las elecciones en el gremio jabonero y la lista
“Fiel a nuestra historia
de un fuerte movimiento obrero, la ‘década ganada’ en Argentina significó un doble proceso, de pasivización de las masas (luego de 2001) al tiempo que de emergencia de una militancia obrera a nivel del lugar de trabajo que abre la pregunta sobre una nueva generación.
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IdZ Julio Bordó obtuvo un 37% en las urnas de Capital y GBA; y en octubre las elecciones del sindicato aeronáutico (APA), en las que la opositora Lista 2 “Desde las Bases” obtuvo el 30% de los votos en aeroparque Jorge Newbery. El paro del 20N volvió a hacer público el sindicalismo de base y su crecimiento. La cobertura mediática comenzó con escenas de cortes de Panamericana y piquetes en el subte, ambos dirigidos por sectores opositores a las direcciones de sus respectivos sindicatos y también a las conducciones convocantes de la CGT y la CTA. Decenas de comisiones internas y cuerpos de delegados de gremios no convocantes adhirieron a la medida por fuera de sus direcciones, transformando en declaración política la adhesión masiva que se expresó a través de un pronunciado ausentismo en los lugares de trabajo. De 2012 hasta aquí el proceso ha estado signado por el impasse de las internas del PJ en un fin de ciclo ralentizado. La primera manifestación de esas internas fue la ruptura de Moyano con el gobierno nacional configurando el insólito escenario de 5 centrales sindicales en el país. Ya entrado el año electoral, las divisiones se reconfiguraron alrededor del enfrentamiento del FPV y el Frente Renovador de Massa. El fraccionamiento al interior de la burocracia sindical peronista ha permitido un aceleramiento del ritmo de extensión del sindicalismo de base, aunque su visibilidad esté nublada por la baja conflictividad laboral. Un caso paradigmático de esto es el conflicto reciente en la autopartista Lear (la más grande de la Zona Norte), en que se combinó un proceso de avance del sindicalismo de base que ganó la Comisión Interna en 2012, con la división de la dirección sindical del SMATA entre un ala moyanista y el ala kirchnerista de Pignanelli. En esa coyuntura, y por aciertos de la propia CI, lo que intentó ser un ataque de la patronal y el SMATA a la organización de base en la fábrica, a través del despido de 14 trabajadores activistas, devino un conflicto que se masificó en la planta, y un fortalecimiento de la interna y su militancia de base. Esta dinámica se repite, con características particulares, en otros casos como la elección de CI en la planta de Coca Cola de Pompeya en mayo de este año, o el ataque a la CI de la VW de Córdoba, histórico bastión de Omar Dragún. En la extensión de este proceso se despliegan dos características específicas: el especial protagonismo de los sectores juveniles en blanco pero precarizados y de las mujeres obreras. Caso emblemático de esto último ha sido el proceso vivido hace unas semanas en el parque industrial de Pilar, donde el lunes 10 de junio será recordado como el “día de los delantales lilas”, en referencia al color de los uniformes de trabajo de las obreras de la autopartista Kromberg &Schubert que marcharon a la plaza de Pilar a reclamar por los despidos de las activistas y, “piquete en mano”, desafiaron el apriete de los dirigentes del sindicato del plástico que llamaron a desmovilizar. Este escaso punteo permite preguntarnos cuál es la profundidad de este fenómeno de
renovación generacional en el movimiento obrero en Argentina. ¿Hay una nueva generación obrera en estos jóvenes?
Grandes acontecimientos La pregunta por las generaciones ha irrumpido en la sociología en momentos significativos de la historia del siglo XX. Desarrollándose contra una idea biologicista de generación (acotada a la existencia de generaciones biográficas), el eje de la reflexión ha estado puesto en el análisis de los momentos en que grandes acontecimientos históricos producen rupturas con los sistemas de sentido previos y exponen, entonces, a una determinada juventud a la construcción de nuevos marcos de interpretación y nuevos itinerarios de acción. Lo que comparte una generación no es solo la misma cantidad de tiempo, sino sobre todo la misma “calidad de tiempo” que le otorga un gran acontecimiento fundante y que modifica el horizonte de su práctica. No es extraño que este problema haya ocupado a la sociología en tres períodos particularmente: el de entreguerras que, marcado por la experiencia de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, signó a una generación que se forjó entre el fascismo y la revolución socialista; la década del ‘60 marcada por la Revolución Cubana, la guerra de Vietnam y la explosión de las universidades de masas, que constituyó una nueva generación antiimperialista y un movimiento estudiantil radicalizado políticamente; y la década del ‘90 azotada por la derrota del ascenso del ‘60-‘70, y la caída del muro de Berlín que forjó la llamada “generación X” signada por el individualismo y el capitalismo como fin de la historia. ¿Existen hoy grandes acontecimientos históricos que permitan pensar la gestación de una nueva generación? Las protestas juveniles que recorren el mundo parecen indicar que sí. La crisis económica parece estar constituyéndose en el “acontecimiento vital” (diría Manheim) que alumbra una nueva generación cuyos contornos aún no están muy claros, pero cuyo “enemigo” se perfila cada vez con mayor nitidez: los sistemas políticos heredados de la derrota de la clase obrera en los ‘70, que en Occidente son las “democracias neoliberales”, democracias para ricos. La crisis internacional parece configurarse para los jóvenes como “crisis de futuro” en dos tiempos. Un tiempo inminente, en aquellos lugares donde la economía se despliega como ajuste y pérdida de derechos. Un tiempo aplazado, en aquellos lugares donde, luego de una década de crecimiento económico y de expectativas, la crisis se presenta como recordatorio de la precariedad de lo conquistado y como adelanto del fracaso de la “ilusión posneoliberal”.
Generación 2001 En Argentina no es posible preguntarse por la existencia de una nueva generación obrera sin partir del hecho empírico de la recomposición social de los trabajadores basada en los 4 millones de nuevos puestos de trabajo de 2003 en adelante. Establecer este piso objetivo, sin embargo, no alcanza. Hay que preguntarse en qué medida y a partir de qué “acontecimientos vitales” esta
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“Son hijos del 2001 como
‘acontecimiento vital’ en un doble sentido: crisis del Estado burgués e ilusión de reconstrucción de un Estado que, en oposición al ‘excluyente’ neoliberal, incluya a estos jóvenes como algo más que ‘pobres ciudadanos’. A 10 años de ese momento, asoma la desilusión como inicio de ruptura.
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inyección de jóvenes obreros constituye una nueva generación. Esa pregunta nos envía en forma directa al 2001. Los jóvenes que hoy conforman el “sindicalismo de base” son los que en 2001 transcurrían su adolescencia o el ingreso a la juventud. La crisis de 2001 es “acontecimiento vital” en un doble sentido: es crisis del Estado burgués en Argentina e ilusión de reconstrucción de un Estado que, en oposición al “excluyente” neoliberal, incluya a estos jóvenes como algo más que “pobres ciudadanos”. A 10 años de ese momento, los rasgos de continuidad con los ‘90 se ven cada vez con más claridad, mientras que los rasgos de ruptura van desdibujándose a medida que se agotan las variables del “modelo”. Y tras ese agotamiento afloran los aspectos del régimen político que la restauración kirchnerista no pudo suturar. Lo que los politólogos llaman, crisis de representaciones. En Argentina esto tiene consecuencias particulares. Hablar de crisis de representaciones políticas y sindicales para la clase obrera, es hablar de peronismo. Cuando, entre 2003 y 2007, en el marco de la UBA y la UNLP realizamos más de 1.000 encuestas en distintas estructuras de trabajadores2, ante la pregunta de “¿cómo se definiría usted políticamente?”, la mayoría de los trabajadores respondía “de ningún modo” o “no soy nada”. El cruce de respuestas entre el sector industrial y el de servicios, entre los gremios pertenecientes a la CGT y los de la CTA, no variaba la tendencia sino que la confirmaba. Más del 50% de los encuestados, se declaraba “apolítico”. Estábamos ante una población sin identificaciones políticas claras que en nuestro país significa mucho más que eso, significa una población obrera no peronista (¿posperonista?). He aquí la primera clave para preguntarse por la gestación de una nueva generación obrera.
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ESCRITOS DE CLASE
Sobre esta base se erigen los dos procesos paralelos que encabezará el kirchnerismo: el intento de reconstrucción de las instituciones del régimen político, y la recomposición social de los trabajadores apoyada en la mega devaluación y su baja exponencial del salario real. Pero la velocidad y alcance de estos dos procesos no fueron los mismos. La recomposición social fue más veloz y, si se quiere, más extendida, que la reconstrucción del régimen político en Argentina, que resultó una reconstrucción inconclusa. En tres años, la tasa de desocupación había bajado a la mitad (del 22,5% al 11%). Cuando en 2007 entrevistamos a obreros de FATE3 (en pleno proceso de organización antiburocrático) escuché por primera vez la frase: “si me echan no me importa, están tomando gente en todos lados”. Así de contundente el impacto subjetivo de la recomposición del empleo. Los tiempos de la relegitimación de las instituciones del régimen político fueron más lentos y los resultados más contradictorios, especialmente en una institución central para la relación con la clase trabajadora: la burocracia sindical. El prestigio ganado por Moyano (a fuerza de ser aliado estratégico de Kirchner) no se tradujo en represtigiamiento de la burocracia sindical y mucho menos en renovación de las cúpulas sindicales cuyos dirigentes tienen un promedio de tres décadas en el mismo sillón. La tasa de afiliación mantenida en valores casi idénticos a los de la década del ‘90, muestra que los sindicatos, en tanto institución pilar del régimen político en Argentina, no han sido el vehículo de participación de los millones de nuevos trabajadores. Esta participación se ha dado a nivel de fábrica y a través de las comisiones internas, en las que participan afiliados y no afiliados. Los datos de la cada vez mayor descentralización de la conflictividad laboral refuerzan la tendencia de una recomposición gremial que tiene como epicentro de la participación el lugar de trabajo en tensión (cuando no en oposición directa) con las direcciones sindicales. He aquí la segunda clave para preguntarse por la gestación de una nueva generación obrera en el país. Parafraseando a Murmis y Portantiero en su análisis sobre los orígenes del peronismo, hoy podemos decir que la nueva generación obrera
“A diferencia del ‘45, el
peronismo en el gobierno comienza a aparecer como responsable de la asincronía entre acumulación y participación.
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se forja en una asincronía entre acumulación y participación. Pero a diferencia del ‘45, el peronismo en el gobierno y en los sindicatos aparece cada vez más responsable, y no como suturador, de esa asincronía. La expansión e intensidad del crecimiento económico como base en fuertes incorporaciones al mercado de trabajo y consumo produjo una rápida recomposición social y aumento de las expectativas que se topó con la continuidad de una ciudadanía devastada, mucho más cercana a los derechos amputados en el neoliberalismo (a través de la precarización laboral), que a los tan mentados derechos ciudadanos conquistados por los trabajadores durante el primer peronismo. Y el lugar en que esa asincronía se hizo más evidente fue la fábrica, el lugar de trabajo, allí donde la continuidad de las condiciones de explotación de los ‘90 se hace más degradante. Cuando se observan los datos de la precarización en lo referente al mercado de trabajo, las cláusulas de flexibilización interna, y los niveles de salario real y relativo en Argentina, se observa la continuidad de los derechos perdidos en contraposición a una “acumulación ganada”.
En disputa La foto actual es la de un momento de transición. Pueden identificarse los grandes acontecimientos que abren la posibilidad de la configuración de una nueva generación obrera en Argentina, emparentada, aunque con sus sellos particulares, con la juventud que beligera a nivel mundial. Puede identificarse también una coyuntura nacional de un peronismo cuyas fracciones existentes abren el
interrogante acerca de su posibilidad de reconstrucción de los lazos de lealtad en el nuevo movimiento obrero. Pero aún no pueden precisarse las características de estos nuevos trabajadores, sus “rasgos de época”. Hay, sin embargo, algo que se destaca y obliga a la mayor atención: el desprejuicio de esta generación respecto de la izquierda. Este desprejuicio se sostiene en dos pilares. Por un lado, en que la ausencia de la identificación peronista es, también, ausencia de macartismo (rasgo fundante del peronismo). Por otro, en que la izquierda partidaria (mayoritariamente de origen trotskista) ha logrado ser parte del escenario político en Argentina de la última década, y particularmente, parte activa del proceso de recomposición gremial a nivel de fábrica. A diferencia de lo que sucedió con la generación setentista en que el peronismo, prestigiado por la resistencia (y ayudado por los propios errores de la izquierda clasista) pudo capitalizar buena parte de las tendencias de izquierda dentro del propio movimiento a través de Montoneros; esta nueva generación se enfrenta a un peronismo desprestigiado por los años menemistas y que en la “década ganada” no ha acompasado los procesos de acumulación y participación. El peronismo actual no tiene ala izquierda en el movimiento obrero y, hoy, parece difícil que la tenga. Ante este peronismo, es la izquierda la que se presenta como oposición. Esto ha configurado un escenario sindical inédito en la historia del país en que, los contendientes son la burocracia peronista y la izquierda clasista. Y abre el interrogante acerca de la constitución de la izquierda como alternativa para la nueva generación obrera. 1 En las elecciones de 2009 ganó la Lista 1 encabezada por Hermosilla del PTS, frente a la Lista 2, encabezada por Bogado del PCR. Véase Diego Lotito y Jonatan Ros, “La lucha de Kraft Foods”, Estrategia Internacional 26, Marzo 2010. 2 Programa de Investigación “Los trabajadores en la Argentina Actual - Encuesta Obrera” desarrollado con docentes e investigadores de la UBA y la UNLP, e impulsado por el Instituto de Pensamiento Socialista “Karl Marx”. 3 Véase, “Rebeldía fabril: lucha y organización de los obreros de FATE”, Lucha de Clases 8, Buenos Aires, 2008.
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Fotos: Enfoque Rojo
Las elecciones, la división del peronismo y los desafíos de la izquierda ¿Es la división del peronismo en estas elecciones el indicio de una fractura más estructural del “movimiento”? Este interrogante encuentra a la izquierda que se reivindica trotskista con cada vez mayor presencia política y la coloca ante enormes desafíos: la batalla por que la clase trabajadora construya su propio partido y conquiste su independencia política. El Frente de Izquierda es una gran plataforma para avanzar en ese sentido. Christian Castillo Sociólogo, docente de la UBA y de la UNLP, dirigente del PTS. No por anunciada deja de ser relevante, para el presente político, la salida al ruedo electoral por fuera del Frente Para la Victoria de Sergio Massa, encabezando la lista a diputados por el Frente Renovador en la Provincia de Buenos Aires. Varios intendentes del conurbano bonaerense (como Darío Giustozzi, de Almirante Brown) y sectores de los “gordos” agrupados en la CGT “Balcarce”, se alinearon con el intendente de Tigre, quien incluyó en su lista al ex presidente de la Unión Industrial Argentina, Ignacio de Mendiguren –hoy como en 2002 vocero de la devaluación–, a macristas de segunda línea, a Felipe Solá, a periodistas del grupo Clarín, al actor Fabián Gianola y hasta al ex “lilito” Adrián Pérez. Según los conocedores de la intimidad del “massismo”, el “armador” de la lista fue Juan José Álvarez, uno de los principales responsables políticos de la masacre del Puente Pueyrredón cuando formaba parte del gobierno de Duhalde, también denunciado como hombre de los servicios de inteligencia. Para Clarín y otros, Massa
es una suerte de “esperanza blanca” de una neorenovación peronista hacia la derecha del kirchnerismo. Discursivamente, el comienzo de la campaña de Massa se orienta hacia un planteo de distanciamiento tanto del gobierno como de la variante más claramente “antiK” que expresa De Narváez, tratando de captar votos que provengan de ambos campos del espectro político. Una suerte de táctica “sciolista” pero “por otros medios”. Si Massa es parte de una generación de funcionarios que llegó al peronismo proveniente de la derecha, como Boudou o Bossio; desde otro ángulo puede ser visto como un recambio del aparato de intendentes del peronismo, en reemplazo de los “barones” del conurbano, lugar que comparte con el hoy primer candidato a diputados por el oficialismo, el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde. Son varios los analistas que resaltan el papel que los intendentes del conurbano bonaerense vienen jugando en la política nacional –partiendo de que algunos distritos son más grandes en población que varias provincias–, la irrupción de lo que llaman el “municipalismo”. Tigre,
la intendencia gobernada por Massa, resalta no tanto por su tamaño demográfico (como lo sería La Matanza) sino por la presencia de importantes empresas multinacionales y algunos lujosos barrios privados, que conviven con la mayor desigualdad y miseria, un rasgo de todo el conurbano. Con la “seguridad” como bandera (su “gran obra” de gestión es haber llenado su distrito de cámaras de vigilancia) y muestras de confiabilidad para el poder económico dominante (la embajadora de los EE. UU. lo definió como “proestadounidense” en informes develados por Wikileaks) es la apuesta de estos para encabezar una reconfiguración poskirchnerista del peronismo. ¿La división de estas elecciones es índice de una fractura más estructural del “movimiento”? Es prematura una respuesta definitiva a este punto. Es innegable que desde su victoria en octubre de 2011 con el 54% de los votos, Cristina ha visto una licuación importante de su poder político. El kirchnerismo no puede definirse solamente por los sectores que sostienen el discurso gubernamental más centroizquierdista (las corrientes que se agrupan en “Unidos y Organizados”
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ACTUALIDAD POLÍTICA
como La Cámpora, el Movimiento Evita o Kolina), y que se desarrollaron en particular desde 2008. Estos son solo uno de los componentes de lo que viene siendo una coalición heterogénea, integrada también por el peronismo conservador de los intendentes y gobernadores y por la burocracia sindical, que detentan gran parte del poder real. Es sobre estos sectores que el núcleo del gobierno viene perdiendo hegemonía. Primero fue la ruptura con Moyano y ahora la de Massa y los intendentes y burócratas sindicales que lo acompañan. Por su parte, Scioli y otros sectores (como la gran mayoría de intendentes y gobernadores) que siguen en el oficialismo no parecen tener diferencias sustanciales con el proyecto de Massa (un peronismo pos kirchnerista corrido hacia el centro derecha con perfil de “gestión”), pero especulan que la mejor forma de lograr su objetivo es mantenerse por “adentro” y de esa manera quedar como herederos naturales al convertirse prácticamente en un imposible la reelección presidencial. El “cristinismo”, a su vez, espera mantener la suficiente cuota de poder como para imponer condiciones en la sucesión, mientras espera un “milagro” que le permita consagrar un delfín “más del palo” si obtiene un buen resultado electoral. ¿Qué harán los “unidos y organizados” si fracasan en su intento de retener el poder? ¿Se subordinarán a Scioli o a Massa? ¿Construirán un movimiento aparte? ¿Se licuarán como fracción política una vez fuera del poder central del Estado? Todos estos interrogantes permanecen por ahora abiertos
y en su definición lo decisivo no serán los cabildeos de palacio, que han estado en el primer plano en estos cierres de listas, sino la evolución de las contradicciones económicas y, como muestra Brasil, lo que diga “la calle”, la lucha de clases. Mientras tanto el crujir del peronismo está generando enfrentamientos larvados, “una guerra de baja intensidad” que incluye la división de lealtades del sindicalismo peronista. Y esto abre brechas que pueden y deben ser aprovechadas para hacer avanzar a las tendencias clasistas entre los trabajadores. La oposición patronal “no peronista” queda, por su lado, en un segundo plano. La derecha macrista, para tener ambiciones presidenciales, debería hegemonizar a los sectores del peronismo conservador que hoy tienen proyecto propio y que, en cierta medida, son contradictorios con parte de su electorado en la Capital. El acuerdo entre el radicalismo y los sectores mayoritarios del FAP, en una suerte de “Alianza” senil, no despiertan el entusiasmo ni de las masas ni de los grupos económicos que los auspician… Hacia 2015 su principal expectativa es que el peronismo vaya dividido, llegar a segunda vuelta y ganar nucleando todo el voto opositor. Así vistas, estas elecciones legislativas dirimirán con qué cuotas de poder y capital político quedan las distintas fracciones del peronismo y de la oposición para afrontar los dos años que quedan hasta 2015, en los que no puede descartarse que la crisis mundial descalabre los planes de tirios y troyanos.
El Frente de Izquierda y de los Trabajadores Es en este marco de disputa de los políticos patronales que el Frente de Izquierda y de los Trabajadores encara nuevamente un desafío electoral. El FIT, que integramos el PTS, el PO e Izquierda Socialista, conquistó un destacado lugar en la superestructura política a partir de las elecciones de 2011. En nuestro país hay una fuerte presencia política1 de la izquierda anticapitalista que se reivindica trotskista, que ha librado una serie de combates en este último período que permitieron el fortalecimiento del frente como referencia política de los trabajadores y la juventud. Esto podemos verlo en la actividad legislativa en las bancas de Córdoba y Neuquén, y en esta última de Raúl Godoy, especialmente la ley que plantea que los diputados ganen lo mismo que una maestra. Las nuevas denuncias por el espionaje ilegal de la Gendarmería en el llamado Proyecto X, que influyó en la renuncia de Nilda Garré del Ministerio de Defensa. La disputa con el kirchnerismo antes, durante y después del acto del 24 de marzo en la Plaza de Mayo, lo que enojó a Cristina porque llevamos las banderas rojas. La denuncia del crimen social en La Plata y la organización de la solidaridad con los afectados y la pelea por el juicio y castigo a los responsables. La pelea por la perpetua a Pedraza y todos los responsables y el rechazo del fallo que absuelve al Estado de su responsabilidad en el crimen de Mariano Ferreyra. La lucha que apoyamos contra los despidos y el fraude en la
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“Para esta elección partimos de más de medio millón de votos que obtuvo la fórmula presidencial que me tocó integrar junto a Jorge Altamira en 2011, y más de 660.000 votos en la categoría diputado nacional. Existe la posibilidad de que la izquierda logre representación parlamentaria nacional y en las legislaturas, por eso nuestro llamado a votar al Frente de Izquierda y participar activamente en la campaña.
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elección de delegados de Volkswagen Córdoba, que influyó en la renuncia de Omar Dragún como Ministro de Trabajo de esa provincia. La presencia en la primera línea de la organización de las oposiciones antiburocráticas en el movimiento obrero y del apoyo a luchas emblemáticas como la de Kraft en 2009, que fue condenada por todo el arco político patronal y por la burocracia sindical. O nuestra contribución a victorias en la lucha de clases, como en la autopartista Lear, o en la recuperación de once seccionales de los sindicatos docentes de la Provincia de Buenos Aires de manos de la burocracia adicta al gobierno. Así como en 2011 lo conseguimos en Córdoba y Neuquén, vamos a luchar por conseguir legisladores y diputados de izquierda que pongan sus bancas al servicio de la movilización extraparlamentaria de los trabajadores y los sectores populares. Entre los partidos que integramos el FIT subsisten diferencias importantes que no han permitido avanzar hacia la constitución de un partido común. No es por capricho. Nuestros debates son públicos y cualquiera puede conocerlos leyendo las publicaciones de los distintos partidos. A diferencia de los políticos patronales no ocultamos nuestras posiciones ni nuestras polémicas. Pero esas diferencias no han impedido que sigamos impulsando en común el Frente de Izquierda sentando posición como un polo de agitación política y electoral de independencia de clase. Para esta elección partimos de más de medio millón de votos que obtuvo la fórmula presidencial que me tocó integrar junto a Jorge Altamira en 2011, y más de 660.000 votos en la categoría diputado nacional. Existe la posibilidad de que la izquierda logre representación parlamentaria nacional y en las legislaturas, por eso nuestro llamado a votar al Frente de Izquierda y participar activamente en la campaña.
El balance de una década y nuestros desafíos Después de una década, el kirchnerismo ha frustrado la expectativa de muchos de quienes le dieron apoyo, como lo mostraron los trabajadores que pararon masivamente el 20 de noviembre. Más allá de la retórica gubernamental y la de sus intelectuales, el balance de esta década es que los “cambios estructurales” respecto de los ‘90 hay que buscarlos con lupa. La economía
sigue dominada por el capital extranjero y los mismos grupos económicos locales que orquestaron el golpe genocida de marzo de 1976. La tierra sigue en manos de los oligarcas de siempre y la “sojización” avanza en todo el país a costa de la expulsión de los campesinos pobres de sus tierras. Casi un 40% de los trabajadores está “en negro” y muchos otros sufren otras formas de precarización laboral, como la tercerización o los contratos eventuales, especialmente en la juventud. Para gran parte de la clase obrera, rigen las condiciones “flexibilizadoras” impuestas en los ‘90, con la ausencia de fines de semana libres y jornadas laborales que llegan a las 12 horas. Las patronales y el gobierno se apoyan en distintos sectores de la burocracia sindical, a la que auxilia desde el Ministerio de Trabajo. Lo que ha existido de novedoso en el movimiento sindical ha mostrado a la izquierda como protagonista, con la recuperación de numerosos cuerpos de delegados, comisiones internas y seccionales sindicales. Mientras los impuestos por “bienes personales” son de los más bajos del mundo (una tasa del 4% contra el 27% en la Unión Europea) cada vez más trabajadores pagan “impuesto a las ganancias”, y el IVA se ha mantenido en un 21%, una de las tasas más altas a nivel mundial. La renta financiera sigue sin pagar impuestos, lo mismo que la tierra que se mantiene ociosa, que solo paga impuesto inmobiliario. La minería multinacional actúa al amparo de la ley menemista y de los gobernadores kirchneristas, que la sostienen a pesar de la oposición de la población afectada, como en Famatina. El país se ha vuelto importador de energía, destinando a ese recurso 12.000 millones de dólares anuales. La semiestatización de YPF ha sido una burla: hoy la “gran política” estatal es lograr un acuerdo en condiciones leoninas con Chevron, denunciada en Ecuador por todo tipo de prácticas contaminantes. La continuidad de la política de concesiones privadas en los ferrocarriles y el subte no solo genera un servicio paupérrimo sino que ha provocado los crímenes sociales de Once y Castelar. La vivienda propia es de cada vez más difícil acceso para la clase trabajadora. Tres millones de familias viven en emergencia habitacional mientras el “boom” de la construcción hoy frenado ha estado al servicio de la especulación inmobiliaria. Una década donde los políticos gobernantes no solamente han garantizado altas ganancias a los
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empresarios sino que se han enriquecido en forma tal que nada tienen que envidiar a los tiempos menemistas. Oficialistas y opositores, más directa o más gradualmente, sostienen una política devaluacionista para tratar de aumentar las ganancias a costa del salario obrero. Las patronales preparan distintos enjuagues para una superación “a la derecha” del kirchnerismo. Pero es probable que midan mal la relación de fuerzas. Las masas están diciendo presente en América Latina con fuerza renovada. No solo en países gobernados por derechistas sirvientes directos de Estados Unidos, como en Costa Rica y Chile, donde las masivas movilizaciones estudiantiles ya llevan tres años y ahora coordinan en común con trabajadores de los puertos y los mineros del cobre. También donde hay gobiernos “centroizquierdistas” como el de Dilma y el PT, en movilizaciones que han desenmascarado la realidad del nuevo “milagro” brasileño alabado por el conjunto de los políticos patronales locales, ya sea de derecha o centroizquierda. O en Uruguay, donde los docentes están protagonizando una huelga histórica contra el gobierno del Frente Amplio. Y en Bolivia, donde la Central Obrera Boliviana viene de realizar una muy importante huelga contra la ley neoliberal de jubilaciones que defiende Evo Morales y está lanzando un Partido de Trabajadores, en el cual hay importantes sectores que batallan por darle un carácter anticapitalista y de independencia de clases. Con una centroizquierda local que ha mostrado que está para cualquier negocio (Solanas y Libres del Sur en un frente con privatistas como Terragno y hombres de la banca Morgan como Alfonso Prat Gay; Binner reivindicando el voto a Capriles en Venezuela), la campaña del Frente de Izquierda, cuyas listas están llenas de candidatos trabajadores y jóvenes combativos, interviene en momentos de división del oficialismo para decirles a los trabajadores y la juventud que la salida debe ser por izquierda. Para aprovechar esta crisis, las peleas en el PJ y en la burocracia sindical, la izquierda se debe plantar con una política independiente de los bandos patronales y fortalecer su inserción en la clase obrera, la juventud y la mujer trabajadora. El Frente de Izquierda es una condición necesaria para estos desafíos, aunque no suficiente. La batalla política en las amplias masas por que la clase trabajadora construya su propio partido, conquiste su independencia política, está aún pendiente. Tanto como avanzar en las fábricas, en las comisiones internas, los cuerpos de delegados, los centros de estudiantes, para construir una izquierda de los trabajadores que levante un programa para toda la nación oprimida. Utilizaremos la atención política que despiertan las elecciones para instalar la necesidad de superar la experiencia histórica del peronismo, contra la política de colaboración de clases.
1 Ver Christian Castillo y Fernando Rosso, “Apuntes del PTS sobre la construcción de un partido revolucionario en Argentina” en Estrategia Internacional 28, 2012 (disponible en www.ft-ci.org).
DOSSIER
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¿Han desaparecido los dueños de la tierra? Hoy está muy extendida la idea de que afirmar que la “oligarquía” tradicional sigue presente bajo nuevas formas es estar fuera de época. Una multitud de “chacrers” y nuevos actores habrían restado relevancia a los grandes burgueses terratenientes tradicionales. Sin embargo, una mirada más profunda muestra que estos no vieron desdibujada su presencia en el siglo XXI. Esteban Mercatante Economista, docente de la UBA.
“El mejor truco que inventó el diablo fue convencer al mundo de que no existía”. Keyser Söze en el film Los sospechosos de siempre.
No se trata de una cuestión menor, sino del destino de una formidable masa de riqueza que hoy engorda las fortunas que unos pocos miles de propietarios por el sólo hecho de monopolizar el suelo cultivable. Sólo en el caso de la soja la renta agraria promedió durante la última década los u$s 7.500 millones. La renta agraria total puede estimarse en no menos de u$s 15.000 millones promedio anuales para este último período. Esto representa más del 3% del PIB; es el equivalente a 8 veces lo gastado en la Asignación Universal por Hijo en 2012, o 44 veces los fondos del plan de viviendas PROCREAR en 2013.
Los mismos (pocos) de siempre A los debates más recientes sobre la propiedad terrateniente, ligados al desarrollo del agrobussiness, se unen debates de más larga data, como lo que ocurrió con los grandes propietarios desde los años ‘70. Para establecer si subsiste la tradicional clase de propietarios rurales es necesario sistematizar la información disponible de los catastros (registros) inmobiliarios rurales. Hay que superar el carácter incompleto de la información, que no casualmente ningún Estado provincial se muestra preocupado en resolver. Trabajando con los catastros, Eduardo Basualdo y Miguel Khavisse analizaron en los ‘90 a los grandes propietarios en la Provincia de Buenos Aires1.
Allí destacan lo que llaman formas “complejas” de propiedad: casos en los que aparecen propietarios individuales, pero se trata en realidad de condominios, propiedad de dos o más personas. Los autores cruzaron la base de titulares de cada parcela con la de los condóminos (los copropietarios de las parcelas) y los reagruparon como un nuevo propietario: el condominio. También trataron el caso de sociedades que ostentan la titularidad individual de distintas parcelas y tienen vinculaciones con otras sociedades propietarias de otros terrenos, debido a que los principales socios de las firmas coinciden. El reagrupamiento revela una concentración mucho mayor de la que surgiría a primera vista. Permite además descubrir la permanencia de los grandes hacendados, velada en vínculos de propiedad difusos a primera vista. El proyecto “Propiedad agropecuaria y efectos fiscales en la Provincia de Buenos Aires”, con información de 1989, registra la existencia de 53 grupos que controlaban 2,4 millones de hectáreas (has) en la provincia2. Entre sus miembros están los nombres más tradicionales de la burguesía terrateniente. Desde entonces hubo numerosas operaciones de venta de grandes propiedades. Pero esto no significó un retiro de los grandes propietarios terrateniente; las siguieron nuevas compras, vinculadas a una estrategia de diversificación: “[E]l principal factor que determina el comportamiento de éstos propietarios es lo que en términos generales podría denominarse como la búsqueda de la ‘combinación productiva óptima’”3. Los terratenientes “buscan expandir el esquema productivo que ya implementan para obtener economías de escala” o diversificar la actividad “incorporando tierras aptas para las producciones agropecuarias más rentables”4. Avanzada la primer década del siglo XXI, las propiedades en manos de nombres tradicionales en la Provincia de Bs. As. siguen siendo formidables: el grupo Bemberg posee 143.000 has; Whertein, 98.000 has; la familia Blaquier, 45.000 has
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UCCIÓN SOJERA EN MILLONES DE DÓLARES
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CANTIDAD DE EAP SEGÚN TAMAÑO. VARIACIÓN INTERCENSAL 350.000
-25%
300.000 250.000
(170 mil has en el norte del país); Bunge, 260.000 has; los herederos de Amalia Lacroze de Fortabat, cuando murió tenía en sus manos 220.000 has; los Anchorena, 40.000 has, y los Gómez Alzaga, 60.000 has5. En el caso de Santa Fe, los 2006/0717 principales 2010/11 2011/12 2009/10 2008/09 2007/08 terratenientes son propietarios de 617.000 has. Y así en todo el país. Los tradicionales terratenientes se renuevan (un poco), se “fusionan” con lo nuevo (Benneton es dueño de 900.000 has en el Sur; Cresud de Elztain tiene 460.000 has), pero siguen dominando el panorama. De las 35 familias que en 1913 concentraban la mayor parte de las tierras, 30 siguen siendo grandes propietarios en el siglo XXI6. Born, Bemberg, Werthein, Ledesma, Gomez Alzaga-Gomez Balcarce-Rodriguez Larreta, Pereyra Iraola-Anchorena, Avellaneda-Duhau-Escalante, Blaquier, Menéndez Behety, Braun Menéndez, Miguens. No queremos abrumar al lector; estos nombres ya resultan contundentes. Se plantea otro interrogante: el peso de los grandes propietarios, ¿se mantuvo, avanzó o retrocedió en las últimas décadas? Basualdo y Khavisse sostienen que desde mediados de los ‘70 hay una concentración de la propiedad en la Provincia de Bs. As. que revierte la desconcentración que se registró entre los años ‘20 y los ‘60. Mario Lattuada, coautor de un trabajo donde se afirma, por el contrario, que no se detuvo la tendencia a la desconcentración de la propiedad7, objeta que Basualdo y Khavisse “procesan los datos catastrales de 1988 aplicando su criterio de estimación de propietarios, pero no hacen lo mismo con los datos de 1958 y 1972. Al desconocer el estado de los condominios y los grupos societarios en 1958 y 1972, no es posible inferir si la situación de 1988 demuestra que existió un proceso de concentración, desconcentración o todo está como era entonces”8. Hay que destacar sin embargo lo acotado del debate. Se discute la tendencia reciente, pero no la presencia de los grandes propietarios, ni la importancia de las formas complejas de propiedad9. Basualdo y Khavisse llegan al resultado de que 1.250 propietarios poseen 8 millones 700 mil has, el 32% de la superficie cultivable en la Provincia de Buenos Aires. Barsky, Lattuada y Llovet identifican una cúpula de 1.308 propietarios rurales en la región pampeana10. El Censo Nacional Agropecuario (CNA), cuyos datos más recientes son de 200211, nos permite aproximar algunas conclusiones más. Este toma como unidad de análisis la Explotación Agropecuaria (EAP). Si nos centramos en las EAP de más de 10.000 has, 20 veces el tamaño de explotación mínima óptima en el oeste de la provincia de Bs. As, vemos que en 2002 2.787 EAP superaban este tamaño. O sea que menos del 1% de las EAP sumaban 36% de la tierra de uso agropecuario del país12. Hay una disminución respecto del CNA 1988, pero muy moderada, que
CNA 88
200.000
CNA 02
150.000 100.000 5%
50.000 0
Hasta 500 ha
de 500,1 ha a 2500 ha
4%
-3%
Desde 2500 ha a 10.000 ha
Mayores a 10.000 ha
SUPERFICIE TOTAL DE USO AGROPECUARIO DISTRIBUIDA SEGÚN TAMAÑO DE LAS EAP. VARIACIÓN INTERCENSAL 70.000.000
-1%
60.000.000 2%
50.000.000
CNA 88
7% 40.000.000
CNA 02 -20%
30.000.000 20.000.000 10.000.000 0
Hasta 500 ha
de 500,1 ha a 2500 ha
Desde 2500 ha a 10.000 ha
Mayores a 10.000 ha
contrasta con la desaparición de 82.854 EAPS de menos de 500 ha en ese lapso. Sólo forzando los datos puede hablarse de alguna desconcentración.
Boom sojero y multiplicación de la renta Aunque los grandes terratenientes fueron —y siguen siendo— tanto propietarios como productores, su posición “estratégica” está en la propiedad del suelo, base de su principal fuente de enriquecimiento: la renta. Cuando hablamos de renta, nos estamos refiriendo a aquella parte del precio de las mercancías agrarias (sean granos, carne u otros) que va a manos de los propietarios de la tierra, en virtud del monopolio que tienen sobre el suelo cultivable. En el caso de la producción agraria en la argentina, la renta se amplía gracias a las ventajas agronómicas y climáticas que permiten producir con una mejor relación rinde/capital que en otras latitudes. Esto permite obtener una mayor rentabilidad por hectárea, ya que son las condiciones productivas imperantes en el suelo de peor calidad las que determinan los precios. Quienes producen aplicando menos trabajo, con menores costos por ha, reciben entonces un plus de valor. Este plus se convierte en renta diferencial, que va a manos de los dueños de la tierra. Aunque en nada contribuya la propiedad a las ventajas que permiten la renta diferencial, ya sean naturales o producidas (por inversiones acumuladas que elevan el rendimiento del suelo), su monopolio sobre esta condición sine qua non para la producción agraria les permite imponer esta apropiación. Aun si se demostrara que los burgueses terratenientes son actores de reparto en la “revolución productiva” de las pampas, se apropian
así de buena parte del valor creado por quienes producen bajo arriendo. En 2002, la explotación basada sólo en arriendo cubría en la región pampeana 52% más de tierra que en 1988, pero el 86% de las has era aún explotado por sus propietarios, algo menos que en 1988 (89,9%). La mayor proporción de los arrendamientos (65%) se concentraban en EAP de hasta 2.500 has, lo que sugiere que hasta el año 2002 los “sin tierra” no crecieron en detrimento de los grandes propietarios. ¿Qué ocurrió desde entonces? El boom sojero hizo crecer la producción bajo arriendo, y nuevas formas de explotación. La perspectiva creada por los altos precios y las facilidades creadas por el paquete tecnológico de la soja impulsaron la ampliación de la superficie sembrada en 9 millones de has, crecimiento que se dio sobre todo en áreas extrapampeanas mediante desmontes de bosques y brutales desplazamientos de poblaciones semicampesinas13. Según estimaciones del INTA la producción de granos bajo arriendo cubrió en estos años entre 18 y 22 millones de las 31 has dedicadas a la agricultura. Los pooles y grandes sociedades agropecuarias “sin tierra” representaron alrededor de 5 millones de este total en el cénit de su crecimiento14 (2008). El resto corresponde a “pymes” que buscan emular este modelo. En muchos casos los grandes propietarios tradicionales integran sociedades agropecuarias metidas de lleno en el agrobussiness. Pero incluso cuando entregan sus tierras bajo arriendo “los grandes propietarios se adueñaron del proceso de sojización. Primero establecieron la modalidad de contratos cortos a seis meses o un año. Luego impusieron el sistema de quintales fijos por hectárea y más tarde el pago por adelantado”15. La renta concentra en sus manos una alta proporción del valor de la producción agraria, equivalente a no menos del 40% de la cosecha en tierras arrendadas “por el solo hecho de ser los poseedores de esos enormes volúmenes de tierra”16. La “cuestión agraria” en la Argentina actual pasa por acabar con la apropiación de una formidable masa de riqueza por parte de los terratenientes. Sólo la propiedad privada de la tierra fundamenta que esta clase se apropie de la renta diferencial. Las retenciones a las exportaciones de granos apenas afectan una parte de esta renta, en promedio durante la última década el 51%17 en el caso de la soja, mucho menos en el caso de otras producciones. Cortar con el reparto de esta riqueza social que hacen la burguesía terrateniente, los rentistas, pools, y demás capitalistas de la cadena agroalimentaria es una cuestión básica para cualquier aspiración de transformar de la sociedad. Desde la perspectiva del pueblo trabajador es necesario apropiársela de forma íntegra, y darle mejores destinos que solventar la rentabilidad de otros sectores empresarios.
DOSSIER
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22 ESTIMACIÓN DE RENTA DE LA PRODUCCIÓN SOJERA EN MILLONES DE DÓLARES 20000 18000
Renta total
16000
Renta apropiada mediante retenciones
14000 12000
Sin poner esto sobre el tapete no hay planteo de cortar el nudo gordiano de la dependencia que pueda sostenerse. Los cientos de miles trabajadores rurales de cuyas condiciones de vida damos cuenta en estas páginas, junto al resto de la clase trabajadora, quienes pueden forjar CANTIDAD DE son EAP SEGÚN TAMAÑO. VARIACIÓN INTERCENSAL la alianza social que le tuerza el brazo al “agro350.000 -25% power”. 300.000
10000
250.000
8000
1 E. Basualdo. y M. Khavisse, El nuevo poder terrate200.000Planeta, 1993. niente, Bs. As.,
6000
CNA 88 CNA 02
2 Citado en 150.000 E. Basualdo, “El agro pampeano: sustento económico y social del actual conflicto en la Ar100.000 gentina”, CDC, 2008.
4000 2000 0 2000/01
2001/02
2002/03
2003/04
2004/05
2005/06
¿Quién le tuerce el brazo al agropower? El conflicto que enfrentó a las patronales agrarias y el gobierno de Cristina Fernández fue, más allá de las representaciones, una disputa por una porción de la renta extraordinaria, en crecimiento continuo desde 2002. Fue una pelea entre socios: desde 2002 el agrobussiness amasó fortunas (por los precios internacionales y por la devaluación de 2002), y el Estado llenó sus arcas con las retenciones. Aunque desde la implementación de este gravamen en 2002 hubo pataleo del “campo”, la renta de los propietarios no paró de aumentar, y con ella el valor de la tierra18. El conflicto evidenció el estrechamiento del “modelo K”: el gobierno intentó avanzar un poco más sobre la renta para sostener los crecientes subsidios a otros sectores del capital. No fue, desde ya, la primera vez que una disputa de este tipo se planteaba en la historia argentina. Lo novedoso fue la solidez del bloque campestre, que se debe a cambios significativos de las últimas décadas. Los productores agrarios de menor envergadura abandonaron la producción para transformarse en rentistas, empujados por el aumento de la escala mínima para una producción rentable. Si en otros momentos históricos las condiciones de competencia asimétrica enfrentaron a grandes y pequeños capitalistas del agro, la conversión de decenas de miles de estos últimos en rentistas los llevó a marchar junto a los primeros como propietarios en rechazo de las retenciones móviles para defender su renta. También los medianos y pequeños capitalistas, en algunos casos propietarios y arrendatarios a la vez, se plegaron ya que su rentabilidad se apoya también en la renta. Los administradores de pooles y sociedades agropecuarias acompañaron esta postura en defensa de su ganancia, que logra elevarse por encima de la media no sólo gracias a métodos ahorradores de trabajo sino también a que logran apropiarse de una parte de la renta19. Sectores que no pierden con las retenciones o incluso se benefician (cerealeras y aceiteras) oscilaron entre la neutralidad y el apoyo a los rurales. Los dueños de la tierra lograron desdibujarse durante el conflicto de 2008, pero no por pérdida de protagonismo sino porque se puso en movimiento todo este entramado20.
2006/07
2007/08
2008/09
2009/10
2010/11
2011/12
La derrota del kirchnerismo en el conflicto de 2008 fue menos por la fuerza del bloque que se le opuso21, que resultado de la desproporción entre la gesta discursiva y el alcance real de la disputa. El gobierno sólo buscaba más renta para subsidiar a otras fracciones del empresariado. Desde sectores progres afines al oficialismo se intentó presentar la gesta como una batalla para contener el costo de vida y cosas por el estilo. También sacaron a relucir las terribles condiciones de los peones rurales, como si fuera una novedad y como si desde entonces el oficialismo hubiera tomado alguna medida para cambiarlo. En esta disputa por el reparto del excedente entre fracciones del capital, los intereses en juego eran completamente ajenos al pueblo trabajador. Se explica entonces la incapacidad del kirchnerismo de encolumnar tras de sí a importantes sectores obreros y populares, fuera de la fracción de la intelectualidad que agitó el fantasma “destituyente” y fundó Carta Abierta22. La “gesta” de 2008 nunca puso en cuestión el derecho de un estrato social a percibir un ingreso por el mero hecho de monopolizar la propiedad del suelo. No hay sorpresa: sería impensable que un gobierno de este Estado cuyo fin es garantizar la reproducción social del capitalismo y por tanto la propiedad privada de los medios de producción (incluyendo la tierra), avance en liquidar la propiedad terrateniente, ya sea mediante la expropiación o con un impuesto verdaderamente confiscatorio la negara. Para apropiarse la renta de forma íntegra es necesario expropiar la tierra, comenzando por los 1.300 grandes propietarios bonaerenses y sus homólogos nacionales (alrededor de 4.000), y estableciendo el monopolio estatal del comercio exterior. Las retenciones o cualquier otro gravamen para apropiarse de renta sin afectar la propiedad, significan sólo discutir una pequeña parte de ésta, y dejan en pie el poder social de este estrato que contribuye a perpetuar las condiciones de dependencia a las que está asociado su enriquecimiento. Liquidar a este pivote central en la articulación del agropower, permitirá también discutir una organización de la producción agraria que ponga el acento en las demandas sociales postergadas, el medio ambiente y la recuperación de actividades abandonadas por no ser tan rentables como la soja.
5% 50.000 3 N. Arceo et. al.: “Las compraventas de tierras en la provincia de Buenos Aires durante el 4% auge de -3% las tras0 de 500,1 ha 500 ha Mayores a Ecoferencias de capitalHastaen Argentina”, en Desarrollo Desde 2500 ha a 2500 ha 10.000 ha a 10.000 ha nómico 155, octubre-diciembre 1999.
4 Ídem.
SUPERFICIE TOTAL DE USO AGROPECUARIO DISTRIBUIDA SEGÚN TAMAÑO DE LAS EAP. VARIACIÓN INTERCENSAL
5 W. A. Pengue, Agricultura industrial y transnacionalización en América Latina, México, Red de For70.000.000 -1% mación Ambiental, 2005, p. 158. 6 Ídem.
60.000.000
2%
7 O. Barsky50.000.000 et. al., Las grandes empresas agropecua7% rias de la región 40.000.000 pampeana, Bs. As., SAGyP, 1987. 8 M. Lattuada, “Una-20%lectura sobre El Nuevo Poder 30.000.000 Terrateniente y su significado en la Argentina actual”, 20.000.000 Realidad Económica 132, 16 de Mayo al 30 de Junio de 1995. Basualdo respondió en el artículo “El Nue10.000.000 vo Poder Terrateniente: una respuesta” de la misma 0 publicación. de 500,1 ha Hasta 500 ha Desde 2500 ha
Mayores a
a 2500 ha 10.000 10.000Barsky ha 9 Importancia muy destacada en aO. et.ha al., op. cit.
10 E. Basualdo, op.cit. 11 En 2008 se realizó un CNA, atravesado por el lock out agrario, pero quedó trunco en varias provincias. Se buscó terminarlo exigiendo presentaciones de las EAP ante el Indec, en muchos casos un año o más tiempo después de 2008. 12 Si reducimos el espectro a las de 20.000 ha o más, tenemos 936 EAP que poseían el 20% de la superficie agropecuaria. 13 Con numerosos asesinatos incluidos, como es el caso de varios miembros de la comunidad Qom en Chaco y Formosa en los últimos años. 14 O. Barsky y M. Dávila, La rebelión del campo, Bs. As., Sudamericana, 2008, p. 100; y L. Freitas, “¿La encarnación del mal?”, 2016 19, junio de 2008. 15 W. A. Pengue, op. cit., p. 159. 16 Ídem. 17 La renta que no va a manos de los terratenientes, la apropian el Estado o sectores empresarios. Ver al respecto, E. Mercatante, “La naturaleza de la renta agraria en la Argentina. Los efectos de su apropiación parcial vía retenciones (2002-2008)”, en Blog de debates del IPS, diciembre 2010 (www.ips.org.ar). 18 Hoy la hectárea en Pergamino vale entre u$S 12.000 y u$s 16.000. En 2002 valía u$s 2.500. 19 P. Anino y E. Mercatante, “Renta agraria y desarrollo capitalista en la Argentina”, Lucha de Clases 9, junio 2009. 20 Es de destacar que desde la izquierda, el MST y el PCR entre otros aportaron a este desdibujamiento acompañando el lock out en nombre de los reclamos de los “chacareros” o “pequeños productores”. 21 Homogeneidad que se fue debilitando después del éxito de junio de 2008 y permitió al kirchnerismo avances parciales. 22 Partiendo de esta caracterización fuimos impulsores de la declaración “Ni con el gobierno ni con las entidades patronales ‘del campo’” firmada por cientos de intelectuales. Esta sentó una posición independiente de los bandos capitalistas en pugna.
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Una ficha en el tablero de las multinacionales
el entramado del agropower Pablo Anino Economista, docente de la UBA. Desde que en los ‘90 el entonces Secretario de Agricultura de Menem Felipe Solá (ahora candidato en las listas de Sergio Massa) autorizó variedades de soja transgénica, el negocio de los granos aceleró transformaciones notorias. Se
acentuó el dominio del agro por grandes empresas transnacionales al comienzo y al final del circuito productivo. Monsanto, Syngenta o Nidera y otras pocas monopolizan la tecnología de producción de insumos agrarios (semillas, herbicidas y fertilizantes) y establecen la pauta tecnológica. Integran la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (AAPRESID),
fundada en 1989 para difundir este método. Allí también participan multinacionales de maquinaria agrícola. En los eslabones finales los grandes traders mundiales de granos tienen puertos propios desde las privatizaciones de los ‘90. Grupos financieros globales ingresaron en la propia producción a través de las grandes empresas agropecuarias y pools de siembra.
EcoNoMíAS REGIoNALES y LA ExPLoTAcIóN dE LoS TRABAJAdoRES GoLoNdRINAS Natalia Morales
Las economías regionales proveen al mercado de distintas materias primas y derivados de origen agrícola, como frutas, hortalizas, azúcar y yerba mate. Si bien éstas históricamente se orientaron al mercado nacional, exportando sólo lo “sobrante”, en las últimas décadas, se fue modificando esa tendencia debido al cambio del modelo de acumulación, vinculando algunas actividades productivas agrícolas e industriales al sector externo. Así se observa el complejo frutihortícola de Río Negro, Tucumán y Mendoza que concentra un 69% de la exportación del rubro, estimado en 1.141 miles de dólares (Indec, 2011). A su vez las producciones que no sufrieron este proceso se vieron igualmente determinadas por los precios de comercialización del mercado externo1. A diferencia del complejo azucarero donde la mecanización del campo expulsó una gran cantidad de mano de obra empleada temporariamente2, la vinculación con el mercado externo de estos sistemas productivos no provocó una modernización en todas las etapas de su proceso productivo. Les sigue siendo más barato aplicar métodos de trabajo intensivos poco tecnificados. Muchos trabajadores que realizan estas tareas son trabajadores llamados golondrinas, que llegan de las provincias del norte argentino, Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, y de países vecinos como Bolivia y Paraguay. Se estiman que son más de 350.000 (SAGPyA, 2007) los que arman un calendario anual de recorridos por las cosechas.
Empresas multinacionales como la belga Univeg Fruit Argentina S.A. que exporta el 24% de la producción frutihortícola fresca nacional y emplea a 6.000 personas, o El Grupo Peñaflor, primer exportador de vino fraccionado en la Argentina, con más de 1.850 empleados y más de 6.000 has de viñedos, son ejemplos de quienes mantienen la más perversa esclavitud laboral capitalista. Los relatos de los obreros golondrinas son contundentes y escalofriantes cuando describen las condiciones de trabajo. Un trabajador golondrina de Salta nos comenta: “nos levantamos a las 5 de la mañana a preparar comida porque en el medio del campo no hay nada. después viene el transporte en camión hasta el lugar del trabajo. y después a hacer fila para bañarte porque los baños son muy pocos”. “Te tiran todo en el suelo en un galpón donde tenés que dormir en medio de los cajones, y llevarte tu colchón, no tenía baño, no tenía agua, había que sacarla de un pozo. Por baño había una letrina arruinada, y había que ir al campo. Nos teníamos que bañar en el canal de riego nomás”, nos comenta otro. Sin ningún tipo de derecho, muchas veces realizan protestas de manera espontánea para mejorar su condición. Nos cuenta Patricio en la cosecha del ajo, de Viana (de capitales brasileros), en Mendoza: “El patrón te pagaba 150 pesos y exigimos 200. Nos dijo que si no nos gustaba nos fuéramos. Nos fuimos todos. Nos alcanzó en la camioneta aceptando nuestro reclamo, pidiendo que volviéramos”.
Sin un sindicato que tome sus problemáticas y los respalde, con instituciones del Estado que garantizan las condiciones de explotación y la rentabilidad empresarial, con altos índices de trabajo infantil, expuestos a situaciones de trata, los trabajadores golondrinas son el eslabón más débil de la red de explotación agraria. Un entramado del que participan reclutadores locales, empresas tercerizadas, multinacionales, funcionarios y fuerzas represivas. La posibilidad de cambio de la situación de estos trabajadores debe partir de la unidad con los trabajadores industriales del agro, del campo y la ciudad.
Fuentes www.expofrut.com.ar www.grupopenaflor.com.ar www.golondrinasenvuelo.blogspot.com.ar SAGPyA. Unidad de Empleo Rural. Año 2007. 1 Alejandro Rofman, “Economías regionales. Modernización productiva y exclusión social en las economías regionales”, Realidad Económica 162, Buenos Aires, 16 febrero al 31 marzo de 1999. 2 Gabriela Karasic, El control de la mano de obra en los ingenios azucareros. El caso de Ledesma, documentos de trabajo EScIRA, Jujuy.
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24 La desregulación económica, que entre otras cosas eliminó la Junta Nacional de Granos, favoreció la inserción imperialista en el agro. De conjunto, se configuró un cluster mucho más integrado en el mercado mundial, que simultáneamente al aumento de la rentabilidad confirió a los jugadores globales un peso central en pautar qué y cómo se produce. Esto se mantuvo intacto con los Kirchner. Incluso, la relación con Monsanto ha cobrado nuevo impulso con el anuncio realizado por Cristina Kirchner desde Nueva York de la construcción por parte de esa compañía de la planta más grande de semillas transgénicas de América Latina en Malvinas Argentinas (Córdoba). Previamente la presidenta había enviado para su tratamiento en el Congreso una nueva “ley de semillas”, cuya aprobación está pendiente. No obstante, viene avanzando la aprobación de variedades con nuevos eventos.
Nueva burguesía agraria: mucho capital y pocos chacareros El agrobusiness se conformó con empresas rurales integradas que desarrollan actividades que van desde la siembra hasta la comercialización, pasando por la realización de la cosecha, la provisión de insumos y servicios técnicos a las explotaciones agropecuarias, como así también el acopio. Su “modelo de gestión” establece una red de contratos ligados a cada una de esas actividades. Los Grobo de Gustavo Grobocopatel es el ejemplo más notable. Fundada en 1984, tuvo un gran crecimiento y extendió su “modelo” por el Mercosur. El grupo Elsztain, dueño del Banco Hipotecario y de otros negocios, opera a través de Cresud. El grupo Bemberg, de la tradicional familia que fundó la Cervecería Quilmes (que vendió) se diversificó hacia otros negocios, incluido el agro. El grupo Werthein está diversificado en distintas actividades agrarias y tiene participación en Telecom Argentina. El Tejar se fundó en 1986 como asociación de varias familias. Rentaba tierras hasta 2006, cuando su capitalización le permitió también adquirirlas en propiedad. El magnate George Soros ingresó con Adecoagro en 2002. Estas empresas se basan en la aplicación de tecnología avanzada, tercerización de actividades y profesionalización de la gestión. Son una vía de ingreso del capital financiero al agro, como así también lo son los pooles de siembra, empresas transitorias que se conforman anualmente concentrando importantes volúmenes de capital, que les permiten bajar los costos de arrendamientos, contratación de servicios e insumos. Para expandir este “modelo de gestión” desplazan violentamente a poblaciones campesinas y pueblos originarios, deforestan y utilizan sin miramiento glifosato, un cancerígeno muy poderoso, que además ataca el sistema reproductivo de las mujeres y los hombres y fluye por las napas de las aguas que se distribuyen en las
“Para expandir este
‘modelo de gestión’ desplazan violentamente a poblaciones campesinas y pueblos originarios, deforestan y utilizan sin miramiento glifosato, un cancerígeno muy poderoso.
” casas de la poblaciones cercanas. Incluso se debate si no está en cuestión la “soberanía alimentaria” frente al avance de la soja desplazando producciones como carne y trigo. Este esquema debe caracterizarse como “extractivismo”, ya que contamina y liquida la productividad del sueldo para favorecer una rentabilidad de corto plazo, en beneficio de los capitalistas del agrobussiness, terratenientes y de la recaudación fiscal. Para los trabajadores del campo y la ciudad, esto no es ningún negocio.
Agroindustria sojera: muchos porotos al capital imperialista La elaboración de aceite de soja, harinas de soja y biocombustibles es una de las industrias que más se expandieron en la última década. Las plantas locales superan en tamaño a sus pares de Brasil y EE.UU.. Trabajan con tecnología de punta (aunque más propia de la primera revolución industrial que de la era de la robotización). Un puñado de multinacionales imperialistas junto con tradicionales actores locales gobierna el complejo sojero, fijando las condiciones bajo las cuales se asocia la nueva burguesía agraria. Dos empresas estadounidenses tienen cerca de un cuarto de la capacidad de procesamiento de oleaginosas: Cargill opera el 15% y Bunge otro 8%; la francesa Luis Dreyfus procesa el 12%; la holandesa Nidera junto con la suiza Glencore compró Oleaginosa Moreno con una capacidad de molienda del 6%. Las nacionales procesan cerca de un 40% de la soja: Molinos Río de la Plata (13%), Aceitera General Deheza (12%), Vicentin (6%) y Oleaginosa San Lorenzo (6%). Además de procesar, poseen centros de acopio y puertos propios. Sobre el Río Paraná tienen sus puertos Cargill, Bunge, AGD, Vicentín, Dreyfus, Toepfer (Alemania), Molinos Río de La Plata y Nidera. Algunas integran la producción de semillas (Nidera), otras de fertilizantes (Bunge, Cargill y Vicentín) y otros productos,
como el biodiesel, de gran expansión reciente. La Aceitera General Deheza tiene campos propios y un ferrocarril concesionado. Molinos Río de La Plata también producen una gran variedad de productos alimenticios. Entre el 2000 y el 2010, la capacidad de molienda de oleaginosas creció 82%. Mientras en la industria nacional las inversiones fueron insuficientes para sostener el ritmo de crecimiento generando cuellos de botella, el complejo sojero constituye una de las ramas industriales más exitosas. En 2011 Argentina aportó casi el 50% de las exportaciones mundiales de aceite y harinas de soja y el 73% en las de biodiesel. Es difícil encontrar otras ramas de la producción donde el país tenga un liderazgo indiscutido en el mercado mundial. Los beneficios van todos para los jugadores del agronegocio.
Negocios globales La mayoría de los procesadores de granos de soja son a su vez los principales traders del mundo. Su poder económico y político es enorme. Cargill posee una flota propia y en Argentina opera la Terminal 6 de Puerto San Martín, una de las plantas más eficientes del mundo. Algo similar ocurre con Bunge. Estas multinacionales actúan en función de ejes estratégicos definidos en sus casas centrales en estrecha relación con los Estados imperialistas. Estos fijan las condiciones a toda la cadena de valor hasta llegar al productor primario. Un cuarto del comercio exterior de Argentina corresponde al complejo sojero. En 2010, el 80% de las ventas de granos fueron realizadas por Cargill, Toepfer, ADM, Bunge, Dreyfus y Nidera. Esta composición se reproduce de manera similar en la exportación de aceites y pellets de soja. Situaciones semejantes se observan en el resto de las exportaciones argentinas, donde multinacionales mineras y automotrices dominan la situación. El monopolio estatal del comercio exterior es una tarea relativamente simple desde el punto de vista económico porque en los hechos un reducido número de empresas concentra las exportaciones. El Secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, muchas veces coqueteó con la idea de restablecer la Junta Nacional de Granos, que en el pasado establecía “precios sostén” o topes para los productores, según el nivel de precios. Con la amenaza busca contrarrestar las maniobras especulativas que hace la cadena no vendiendo granos ni liquidando dólares para presionar por una mayor devaluación que la que hace el gobierno. Pero se trata solo de un poco de teatralización para terminar acordando con los grandes traders para que liquiden los dólares, que por otra ventanilla se lleva el mismo capital imperialista por los pagos de la deuda externa, la remisión de ganancias e importaciones. El monopolio estatal del comercio exterior iría más allá que un “precio tope”. Permitiría concentrar todas las compras de granos a los
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productores y las ventas al exterior, de modo de maximizar el ingreso de divisas a las arcas públicas cortando los fraudes y manipulaciones de los traders. Estos subdeclaran ventas o informan ventas ficticias cuando prevén cambios en las retenciones (como hicieron en 2008) para no pagar al fisco una parte del impuesto que facturan en sus compras de granos. Esto está facilitado porque la aduana es su propia casa, ya que poseen sus propios puertos. El monopolio del
comercio exterior, para llevarlo verdaderamente adelante, debe estar ligado a la expropiación de las plantas industriales, la infraestructura logística de puertos y ferrocarriles y el no pago de la deuda. Por eso es impensable que lo haga este Estado al servicio de los capitalistas, excepto en condiciones muy excepcionales. Está en la clase trabajadora avanzar sostenidamente y de manera íntegra en este sentido. Medidas como estas permitiría poner enormes recursos
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para revertir el déficit habitacional, mejorar el deteriorado sistema de transporte y obras públicas básicas para evitar las inundaciones, en vez de alimentar los negocios globales de los traders imperialistas. En esta perspectiva, una medida mínima a llevar adelante por los trabajadores es establecer comités de control en los establecimientos aceiteros y en los puertos de modo de fiscalizar estrictamente cuanto es lo que exportan.
PEoNES RURALES: LoS “dUEñoS dE NAdA” EN EL cAMPo ARGENTINo Lucía Ortega y Esteban Mercatante
Los obreros rurales del país –850.000 según el ex Renatre, menos de la mitad según el actual registro público Renatea– cargan con las jornadas más duras y los salarios más bajos. El 80% en negro. Afrontan condiciones que son un “resabio de otros tiempos”, como reconoce el Ministro de Trabajo carlos Tomada (iProfesional, 31/07/2012). En las tierras de la soja entre 90.000 y 100.000 obreros se dedican a las labores agrícolas. La tecnificación de las labores, que se profundizó con la soja transgénica, permitió un salto de la productividad: se redujo a la mitad la cantidad de horas anuales de las labores agrícolas al tiempo que se duplicó el área sembrada. La siembra directa produjo una disminución de la cantidad total de horas que debían abonar los empresarios para la campaña agrícola. En la última década el costo laboral en el agro cayó aún más gracias a la devaluación de 2002: se desplomó un 53% en ese año, y para 2006 lo mantenía 39,4% por debajo del nivel de 2001. La carga de trabajo no ha disminuido en lo más mínimo. Para poder afrontar el costo de vida anual los maquinistas trabajan entre 8 y 10 meses sin descanso, sábados, domingos y feriados, en distintos cultivos, cruzando todo el país. Descomposición de las labores: En el agro pampeano “el proceso de producción relativamente general y continuo que distinguía el trabajo agrícola más allá de los picos de demanda laboral de la cosecha” fue sustituido “por una sucesión de tareas puntuales y específicas, breves y distanciadas temporalmente entre sí”1. La contracara fue la posibilidad de incorporar nuevos procedimientos para los que antes no había lugar: más pasadas de pulverización, fertilización antes y después de la siembra, entre otras. La discontinuidad exacerbó la estacionalidad e inestabilidad de la demanda laboral, abonando el
terreno para condiciones más precarias. Contratismo y tercerización: la difusión de la siembra directa transformó las relaciones laborales. El uso rentable de la maquinaria agrícola impuso escalas para el uso de las mismas que superaban ampliamente el tamaño medio de las explotaciones. Por eso, se extendió el contratismo de las tareas agrícolas, y con él el empleo temporario y tercerizado. Los contratistas realizan el 80% de la cosecha y entre el 60 y el 70% de la siembra de cereales. Quienes llevan a cabo las labores raramente están vinculados directamente a los establecimientos en los que desarrollan su trabajo. Los peones son empleados por el dueño de la maquinaria, el contratista, y de forma temporaria. Sólo quienes se ocupan en grandes y medianas estancias o trabajan para grandes contratistas tienen empleo permanente. El contratismo favoreció una mayor flexibilización, inestabilidad e irregularidad de la ocupación y mayor dispersión de los trabajadores. de la mano de estos cambios, las empresas que lucran administrando la precarización, las grandes agencias de empleo, aumentaron su peso en las áreas rurales. Manpower firmó 18.000 contratos en el año 2007, tres veces más que en 2001. Destajo: el contratismo desarrolló formas de remuneración que llevan a los asalariados a interiorizar la presión al aumento de la productividad. Esto es así porque la remuneración se constituye en la mayoría de los casos como un porcentaje de lo que cobra el patrón, que puede ser un porcentaje de la cosecha o una tarifa fija por hectárea. El trabajador puede mejorar su remuneración sólo trabajando la mayor cantidad de hectáreas posibles, para obtener una mayor cantidad de producción sobre la cual deducir su porcentaje. Por eso, las largas jornadas pueden más que duplicar las 8 horas durante los meses que dura la recolección o la siembra.
El promedio diario llega a 14 horas, sin pago especial por horas extra ni aportes a la seguridad social. Un maquinista de cosecha puede obtener con este régimen intensivo 35.000 pesos en una temporada, ingreso que debe completar el resto del año buscando otras ocupaciones. El “moderno” agrobussiness mantuvo los padecimientos “tradicionales” de los peones, y contribuyó a degradar aún más sus condiciones en beneficio de capitalistas y terratenientes. Sin privarse de aplicar algunos de los métodos de explotación más antediluvianos, como nos recordó el descubrimiento de fuerza de trabajo en condiciones de esclavitud en los campos de maíz de Nidera. Fuentes M. I. Bendini y N. G. Steimbreger, “Trabajadores agrarios estacionales migrantes: características y funciones de la intermediación laboral en los mercados de trabajo agrario temporario”, Serie estudios e investigaciones 31 PRoINdER, Buenos Aires, 2011. A. coremberg, “Productividad, costo laboral y excedente en la Argentina durante 2003 y 2004”, MTEySS, 2005. A. coremberg y M. Molina, “Salarios, costo laboral, productividad y excedente de la economía argentina 1993-2006”; MTEySS, 2007. Kabat, Marina, “La tercerización en el trabajo agropecuario”, Tiempo argentino, 11/4/2001. Villulla, Juan Manuel y Hadida, Florencia, “Salto tecnológico, tiempos de trabajo y puestos laborales en la agricultura pampeana, 1970-2010”, documentos del cIEA 8, FcE-UBA, 2012.
1 J. M. Villulla, “Las formas del salario en la agricultura pampeana: su rol en el disciplinamiento, el aumento de la productividad y el abaratamiento de la fuerza de trabajo”, Mundo Agrario vol. 13, 25, La Plata, 2012.
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IDEAS & DEBATES
Progresismo K: la historia (repetida) de una impotencia Luego de 10 años de kirchnerismo en el poder, los sectores que lo apoyan por izquierda confiesan su incapacidad para superar al peronismo tradicional. La revista El Ojo Mocho discute sobre su propia impotencia histórica y sobre su “tragedia” política.
Juan Dal Maso Miembro del Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx. Fernando Rosso Miembro de la redacción de La Verdad Obrera. Los debates sobre los diez años de experiencia kirchnerista encontraron en una situación paradojal a los intelectuales que intentan ubicarse en sus llamadas “alas izquierdas”. O a quienes la apoyaron con la ilusión de que se convirtiese en el agente de una “superación” del pejotismo tradicional. Cabe destacar que no es un sector que se caracterice por una gran estabilidad. Pasa de la euforia a la depresión según el sentido de los golpes de efecto del gobierno, últimamente muy pocos hacia la izquierda y la inmensa mayoría hacia la derecha.
Las mutaciones del kirchnerismo y la “astucia de la razón peronista” Desde el punto de vista de la clase dominante, estos diez años confirmaron la “destreza” mutante del peronismo para salvar al país burgués de las crisis agudas. En los últimos 60 años, el peronismo fue el nunca bien reconocido “fenómeno bendito” del capitalismo argentino, pese las contradicciones que este movimiento tuvo con las clases dominantes. Los costos de esta última empresa de contención y desvío de las jornadas del 2001 fueron escasos y los beneficios como para ser “juntados en pala”, como confesó Cristina Kirchner en uno de esos excepcionales momentos de honestidad. Las contradicciones económicas, sociales o políticas de los “populismos” latinoamericanos o los llamados gobiernos “posneoliberales” son la mayor confirmación de sus límites. Venezuela con devaluaciones en cadena y una oposición de derecha (“caprilismo”) en ascenso, Bolivia con un gobierno que viene de llevar adelante una cruzada contra el movimiento obrero minero, para defender un sistema noeliberal de jubilaciones. En nuestro país, al “modelo” se le achican los márgenes entre las tendencias a la devaluación o la opción por el ajuste deflacionista; y mientras tanto, el gobierno aplica un poco de cada cosa (tarifazos, control de importaciones y “desdoblamiento cambiario”, es decir, devaluación encubierta), pese a que en la coyuntura la campaña electoral suspenda las “grandes tareas” planteadas desde el punto de vista burgués. El espíritu y la moral conformista del momento “populista” en nuestro continente, lo reafirmaba un analista, describiendo los resultados y los “logros” de Brasil, poco antes de que irrumpieran las masivas movilizaciones recientes: “Y, mientras tanto 52 millones de brasileños habrán eludido un futuro cruel y pasando de la humillación de la miseria a la pobreza digna”1. A esta altura de la civilización, solo el progresismo posibilista puede darle un carácter “digno” a la pobreza, que es por definición, indigna. Y el mentís se lo dieron las rebeliones que comenzaron contra los tarifazos en las calles de San Pablo, Río de Janeiro y otras ciudades, y que son un síntoma de cierto final del consensualismo y la pasivización lulista. Esto y nada más describe la definición periodística del “fin de ciclo” que irrita sobremanera a los
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“La discusión no es sobre la persistencia de un gobierno,
que es un hecho, sino sobre qué es lo que persiste y, sobre todo, cuáles son sus perspectivas.
defensores del kirchnerismo. Ante sus tendencias evidentes, por el agotamiento de las condiciones que permitieron el desarrollo del “modelo” y la crisis de sucesión política; los kirchneristas respondían con la “persistencia”. La discusión no es sobre la persistencia de un gobierno, que es un hecho, sino sobre qué es lo que persiste y, sobre todo, cuáles son sus perspectivas. El marxismo, o por lo menos el nuestro, es un método de análisis y una guía para la acción, no reniega de las contingencias de la política, sino que analiza las condiciones, relaciones de fuerzas y tendencias en las que ésta se desarrolla. “Fin de ciclo” describe las tendencias generales y no sentencia la “caída inevitable”, “catastrófica” y permanente del gobierno. Y estas contradicciones y “paradojas” las ratifica Nicolás Prividera en el último número doble de El Ojo Mocho y su hipótesis de que el progresismo kirchnerista termine preso de la “astucia de la razón peronista”, como tantas otras fábulas de “trascendencia desde adentro”2. En ese diálogo entre el cineasta y los editores de la revista, el pesimismo de un poco de inteligencia se impone al optimismo de una voluntad ilusa. La figura hegeliana de la “astucia de la razón” remite a los sujetos particulares como medios de realización de alguna razón universal, el adjetivo de “peronista” admite que es muy probable que el poder real continúe en las mismas manos de siempre. Y esta metáfora filosófica se emparenta con la “arquitectónica” de la “casa peronista”, que describió el derechista Eduardo Fidanza, donde el piso de abajo es invariable y el piso de arriba se adapta al relato que expresa mejor a los tendencias de moda. Similar a la imagen del “peronismo permanente” y el “peronismo contingente” del que hablaba Juan Carlos Torre, donde la inmutabilidad del primero (del que Duhalde era el paradigma) era la garantía que autorizaba los giros discursivos del segundo. Cualquiera que observe la geología del poder real en la Argentina debe reconocer el pleno dominio de lo que llamamos la “Triple B”. Y esto en referencia a las policías bravas, con la Bonaerense como modelo, que están igual o levemente empeoradas; los Barones del peronismo, “feudales” (gobernadores) o “mazorqueros” (intendentes) renovados en la inmutabilidad de sus métodos, y finalmente, la Burocracia sindical desplazada, dividida y vuelta a convocar. Esto se debe a que expresa distorsionadamente la relación ambigua con “el enemigo público N°1”: el movimiento obrero, sobre todo cuando tiende a convertirse en sujeto. Todo este continuismo político-estatal es la garantía de otro continuismo esencial, el económico y estructural. El temor impotente y escéptico de Prividera por una nueva “tragedia” en la que el kirchnerismo
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tan solo termine siendo una transición hacia la reconstitución del peronismo tradicional, en el peor sentido del término, sigue siendo la disyuntiva política de la hora, más allá de las coyunturas electorales. La perspectiva de convertirse en un “muerto vivo o un avatar dentro del peronismo”, por la vía de la resignación a la sucesión de un Scioli, por la sciolización de Cristina Kirchner o por el resurgir de una figura como la de Sergio Massa, con la que también haya que resignarse a acordar. Los intentos de construcción de sucesores propios del riñón cristinista se estrellaron de frente con los profundos problemas estructurales irresueltos y agravados que irrumpieron bajo la forma de “crímenes sociales”. Alicia Kirchner con las inundaciones de Buenos Aires y La Plata o Florencio Randazzo con los recurrentes “accidentes” ferroviarios, ambos borrados de un plumazo de las listas del Frente Para la Victoria. Y esto sin hablar de los anteriores intentos de sucesiones fallidas, como Nilda Garré, responsable del espionaje “derecho” y “humano” conocido como “Proyecto X”. Encerrado en estas disyuntivas, el kirchnerismo, que fue parte orgánica del “feudalismo” peronista desde la gobernación de Santa Cruz, hoy alienta el peligroso juego de dividir las lealtades del peronismo y sobre todo el de la provincia de Buenos Aires; abriendo una “caja de pandora” de resolución incierta. Las divisiones del peronismo fueron en la historia de la Argentina contemporánea, condición de posibilidad de crisis nacionales, así como oportunidades para su verdadera superación.
La “pregunta sobre el sujeto” y las paradojas de un “entrismo sui generis” La pregunta sobre cuál es el sujeto y sus vueltas (tema central de este número El Ojo Mocho) formulada todavía 10 años después, devela una
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cruda realidad. Lo “conquistado” en este período alcanzó para cierto conformismo, pero no para el desarrollo de una pasión y una nueva militancia. El relato épico se escindió totalmente de la política real. Por eso para mostrar multitudes verdaderas en los festejos de la “década ganada”, recurren al aparato peronista que creció y se afianzó justamente en la “década perdida”. Y a la misma maquinaria recurren para la contienda electoral en puerta. El aparato peronista es el “sujeto” realmente existente, con la única diferencia con respecto a los años neoliberales, de que ahora lo acompaña y lo maquilla una juventud construida desde y para el Estado, con discurso distinto a los jóvenes menemistas o aliancistas, pero con el mismo ímpetu arribista de sus dirigentes. Y esto de la “astucia de la razón peronista”, habilita una respuesta retrospectiva a los Restos Pampeanos de Horacio González3. En el ensayo en cuestión, González hizo su lectura del trotskismo en la tradición nacional, justamente para ubicarlo casi en sus fronteras. Ese trotskismo gonzaliano ridiculizado y “a la carta”, sería el agente de una historia fatalista y en permanente estallido, leída con el marco de una dialéctica salvaje, tosca y poco sensible a las argamasas culturales que Gramsci habría sabido interpretar mejor. Esa externalidad y una razón “instrumental” le dan al “entrismo” el carácter de táctica por antonomasia del trotskismo. La experiencia concreta en la práctica morenista del “entrismo en el peronismo”4, demostró que favoreció más al entrado que al entrista, al ampliar el universo discursivo (único universo que le interesa a González) del peronismo. El punto es que pasada una década, González quedó como uno de los más prominentes referentes de los que –como Prividera– soportaron el momento de realpolitik y apostaron a un “entrismo”, esperando el momento de la trascendencia “desde adentro”. Y esto más allá del mismo González y Carta Abierta, muchos de ellos parte del funcionariado o con ansias de serlo. Hasta dónde el kirchnerismo acabará en términos históricos como un momento entre el menemismo (y su continuadora la Alianza) y alguna especie de peronismo “tradicional”, será una cuestión para los futuros historiadores
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peronismo fueron en la historia de la Argentina contemporánea, condición de posibilidad de crisis nacionales, así como oportunidades para su verdadera superación.
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“Las concepciones ‘politicistas’ y ‘culturalistas’ que de
la adhesión de la clase obrera al peronismo derivan una imposibilidad de un desarrollo en clave clasista, son a su vez ‘sustituistas’ de la experiencia de la clase obrera como sujeto de sus propias luchas. del quehacer nacional. La realidad es que des desde hace un tiempo se está llevando adelante la antropofagia y el entrado (el pejotismo) está sa sacando todas las ventajas del entrista (el progresismo K). Esta maniobra tranfuguista habilita a que un Aníbal Fernández pueda pasar del duhaldismo puro y duro a erigirse en autoridad de un neojauretchismo progre, nacional y popular; y que el menemista liberal Amado Boudou, se convierta en el ejemplo “sacrificial” para la nueva juventud maravillosa. Sufriendo estas paradojas, Horacio González se transformó en un personaje de sí mismo, lo cual no deja de ser un tanto extravagante.
De las contingencias de la política al “determinismo peronista” Las coordenadas de estos debates se ubican en dos ideas que tienen la fuerza de la costumbre. La primera es que el peronismo es la forma histórica y “natural” de expresión de la clase trabajadora y los sectores populares, constituidos como tales dentro de la alianza de clases formada por aquel, desde el control del aparato estatal. La segunda es que el “peronismo realmente existente” debe ser superado, pero no por una clase trabajadora que adquiera una posición independiente de la ideología del “peronismo histórico”, porque caería peligrosamente en manos de una izquierda que tiene “modelos de guerra”, la lógica del “cuanto peor mejor” y en general está dispuesta a tirar por la borda las conquistas concretas del “populismo” en función de un más que improbable clasismo o “hegemonismo” obrero. De esta forma, las más sofisticadas elucubraciones sobre la “vuelta de la política” y la “batalla cultural”, se ponen al servicio del más cruel “determinismo peronista”; el cual por otra parte, bajo la forma de la “astucia de la razón” aparece como la expresión misma de la derrota del supuesto “proyecto transformador” llamado a trascenderlo. Las concepciones “politicistas” y “culturalistas” que de la adhesión de la clase obrera al peronismo derivan una imposibilidad de un desarrollo en clave clasista, son a su vez “sustituistas” de la experiencia de la clase obrera como sujeto de sus propias luchas. El máximo sujeto al que aspiran es a uno corporativamente organizado en sindicatos burocráticos y movimientos sociales estatalizados. Estas operaciones se hacen al costo de ocultar la historia misma de la clase obrera y reemplazarla por una imagen idílica de un proletariado peronista o la nihilista de uno que no se reconoce más como tal. No existen más los proletarios que se enfrentaron a las bandas fascistas
en la Semana Trágica, ni la huelga de 1936, ni el 17 de Octubre como acción obrera, ni el Partido Laborista de Cipriano Reyes. Desaparece la Resistencia Peronista, con su toma del Lisandro de la Torre, el Plan de Lucha de la CGT de 1964, el Cordobazo y todo lo que vino después. Para ser un poco más objetivo, o mejor dicho para no tomar “instrumentalmente” las formas de organización y “cultura obrera” del siglo XX, habría que decir mínimamente que junto con su adhesión al peronismo que ocupa la mayor parte de su historia reciente, la clase trabajadora en la Argentina ha desarrollado distintas experiencias ligadas al “clasismo” y al método de la huelga general insurreccional y la organización de base en comisiones internas, coordinadoras y otras instancias de tendencias hacia la autonomía y la autoorganización. En la oposición frontal hacia la recuperación y el reconocimiento de esas experiencias reside uno de los elementos más conservadores de los que terminaron en la “izquierda” kirchnerista y el secreto revelado de su impotencia histórica, el “obstáculo epistemológico” para entender los momentos de giros bruscos y cambios históricos. Apoyándose en la acción por arriba del Estado, en detrimento de las potencialidades creativas de la clase trabajadora, a lo más que pudieron aspirar fue a un PJ con discurso progresista, que dejó en pie lo esencial del aparato policial, territorial y mafioso de los intendentes, los gobernadores y la burocracia sindical. Un Estado restaurado y el camino allanado para algún tipo de massismo, el sciolismo o una combinación de ambos engendros, sin descartar contubernios con el mismo kirchnerismo.
La “astucia” de la lucha de clases La alternativa realista a la “auto-reforma” imposible del peronismo es el desarrollo de la independencia política de la clase trabajadora. No es difícil imaginar las objeciones que despierta esta idea en el progresismo. La primera y principal: la lejanía “utópica” de esa aventura, mientras intentar “presionar por izquierda” al aparato estatal está al alcance de la mano. Tan al alcance de la mano como el círculo vicioso de la “astucia de la razón” peronista que ha demostrado con creces que no puede trascenderse dentro de su propia lógica de hierro, a pesar del
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entusiasmo con cada “gesta” efímera de los que ocupaban el “piso de arriba”. El proceso abierto el 20 de noviembre de 2012, con el pronunciamiento nacional del primer paro general de los años kirchneristas entró en un impasse pero no ha finalizado. Fue un episodio, a un nivel superior, de un proceso profundo y de una recomposición social y subjetiva de la clase trabajadora y solo “el aviso de incendio” de un posible retorno. Y esa es en cierto modo la “astucia” de la lucha de clases. Puede ser contenida, puede retroceder por largos períodos en los que hasta se decreta su desaparición. Pero continuamente vuelve y modifica la experiencia del movimiento obrero, contra el “sueño dogmático” del peronismo de suprimirla bajo la tutela del Estado. 1 Eric Nepomuceno, “Los diez años que cambiaron Brasil”, Página/12, 17/05/2013. 2 “Conversación con Nicolás Prividera”, El Ojo (otra vez) Mocho 2-3, primavera/verano 2012-2013. El Ojo Mocho fue una revista nacida en 1991 y orientada durante muchos años por Horacio González. Durante la década menemista logró reconocimiento en el mundo académico intelectual de izquierda. En la segunda época con un grupo editor encabezado por Alejandro Boverio, Darío Capelli y Matías Rodeiro y alienada abiertamente con el kirchnerismo, perdió el filo crítico de sus mejores épocas y en este caso confirma el dicho popular de que “las segundas partes siempre fueron malas”. 3 Buenos Aires, Colihue, 1999. 4 Partiendo de la definición de que el peronismo “no dejó y posiblemente no deje por mucho tiempo ninguna posibilidad de organización política independiente de la clase obrera”, la corriente morenista (orientada por el dirigente trotskista Nahuel Moreno) definió que “el entrismo es posible e inclusive necesario cuando el movimiento obrero apoya a ese movimiento nacional y no hay brotes importantes de organización independiente de la clase obrera”, buscando convertir al Movimiento de Agrupaciones Obreras que ellos orientaban en “la fracción trotskista legal del peronismo”. De esta manera el “entrismo” en el peronismo se expresó en la adopción de un discurso sindicalista combativo que le cedía en los problemas centrales de la política nacional al peronismo, por ejemplo “acatando” la orden de Perón de votar por Frondizi. Esta política terminaría sumiendo a la corriente morenista en un curso sindicalista que se expresaría luego en la ruptura de un sector de dirigentes posicionados en ese sentido. Para un debate al respecto, ver “El populismo castrado”, en Lucha de Clases 4, 2004.
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Feminismo y marxismo
La emancipación de las mujeres en tiempos de crisis mundial La sintomática emergencia política de los sectores más oprimidos cuestiona la idea de emancipación como conquista progresiva y acumulativa de derechos (tal como propone un feminismo partidario, exclusivamente, de la estrategia del lobby parlamentario para la “ampliación de ciudadanía”) y pone en jaque la perspectiva de “democratizar radicalmente la democracia” (como plantea el postfeminismo), que se demuestra inviable cuando la crisis económica, social y política sigue desarrollándose. Andrea D’Atri Especialista en Estudios de la Mujer. Laura Lif Miembro del Instituto de Pensamiento Socialista Karl Marx.
Con la crisis se torna evidente que cada derecho obtenido no es una conquista perenne, sino que está sujeto ya sea a los recortes y ajustes que imponen los gobiernos e instituciones financieras internacionales, como también –cuando no se trata de un problema económico estrictamente– a los vaivenes de las relaciones de fuerzas, ya que la crisis agudiza la polarización social y eso hace resurgir con virulencia a los sectores más reaccionarios que expresan su xenofobia, homofobia, misoginia, etc. No son pocos los gobiernos que, detrás de un discurso supuestamente “progresista”, esconden compromisos con sectores derechistas y concesiones a determinados grupos religiosos, reforzando el control social con el recorte de libertades democráticas. En la población arrojada por el capital a una vida miserable, no hay “equidad de género”: el 70% son mujeres y niñas. Pero la desigualdad no se encuentra sólo en los índices económicos. Su discriminación –como la que se ejerce también contra inmigrantes y personas no heterosexuales– contrasta con los derechos adquiridos en décadas recientes: represión, violaciones y asesinatos de mujeres en Egipto y otros países del norte de África
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IDEAS & DEBATES
“Automarginado o integrado a las batallas por el
‘reconocimiento’ libradas en el espacio del ‘Estado-democrático’, el feminismo abandonó la lucha contra el orden social y moral que impone el capital y que descarga mayores miserias y agravios contra las mujeres. En el reverso, la ausencia de horizonte revolucionario y el papel jugado por sus propias direcciones en el momento del mayor ataque perpetrado por el capital, sumió a la clase obrera en un corporativismo economicista.
” y Medio Oriente; escalada xenófoba en Europa; multitudinarias movilizaciones, encabezadas por la Iglesia Católica, grupos de cristianos evangélicos y políticos conservadores, contra los proyectos de legalizar el matrimonio igualitario1. El capitalismo enseña, con estas brutales lecciones, que la emancipación femenina como la de otros grupos sociales subordinados, es una quimera mientras subsista este régimen social, político y económico. Si ésta es la perspectiva, ¿qué debe plantearse el feminismo, en tanto movimiento emancipador que denuncia la inequidad social, política y cultural de las mujeres bajo el dominio patriarcal? ¿Y qué tiene para decir el marxismo revolucionario?
Paradojas de la restauración conservadora: más derechos y mayores agravios En el último siglo, la vida de las mujeres cambió de una manera que no es comparable a la modificación relativamente menor que experimentó la vida de los hombres en el mismo período. Pero hay otros datos que contrastan brutalmente con esta imagen de “progreso sin contradicciones”, hacia una mayor equidad de género, que es más propia de los países imperialistas y las semicolonias prósperas. ¿Cómo inscribir sino, dentro de este horizonte, que cada año entre 1 millón y medio y 3 millones de mujeres y niñas son víctimas de la violencia machista y que la prostitución se transformó en una industria de grandes proporciones y enorme rentabilidad, que a su vez permitió desarrollar expansivamente las redes de trata? Además, a escala mundial, a pesar de los enormes avances científicos y tecnológicos, mueren 500.000 mujeres, anualmente, por complicaciones en el embarazo y en el parto, mientras 500 mujeres mueren, a diario, por las consecuencias de los abortos clandestinos. En el mismo período, aumentó exponencialmente la “feminización” de la fuerza laboral, especialmente en América Latina, a costa de una mayor precarización2. Por
eso, a diferencia de otras crisis mundiales, ésta que estamos atravesando encuentra a la clase obrera con una fuerza de trabajo femenina que representa más del 40% del empleo global. El 50,5% de esas trabajadoras están precarizadas y, por primera vez en la historia, la tasa de empleo urbano entre las mujeres es levemente superior a la tasa de empleo rural3. Es agudo el contraste entre los derechos adquiridos –incluyendo la legitimidad que alcanzó, en las últimas décadas, el concepto de “equidad de género”– y el desolador panorama de estas estadísticas. Fue buscando una explicación a esta contradicción, que la feminista norteamericana Nancy Fraser expresó su insatisfacción con la tesis de que “la capacidad relativa del movimiento [feminista] para transformar la cultura, contrasta de manera aguda con su incapacidad relativa para transformar las instituciones”4. Y a ese balance impropio (que le adjudica al feminismo un triunfo cultural y un cierto fracaso institucional), Fraser lo desafía con una nueva hipótesis, preguntándose si acaso lo que sucedió es que “los cambios culturales propulsados por la segunda ola, saludables en sí mismos, han servido para legitimar una transformación estructural de la sociedad capitalista que avanza directamente en contra de las visiones feministas de una sociedad justa”5. La autora se permite sospechar que feminismo y neoliberalismo resultaron afines, cuestionando la cooptación del primero y su subordinación a la agenda del Banco Mundial y otros organismos internacionales. La sospecha parece acertada. ¿Acaso el feminismo solo puede proponernos una restringida emancipación, limitada a sectores minoritarios que gozan de algunos derechos democráticos, en determinados países, a expensas de la extensión de brutales agravios contra la inmensa mayoría de las mujeres a escala global? Esta situación paradójica, que las décadas de la restauración conservadora nos han legado, no puede explicarse sino es remontándose a la
relación de fuerzas que quedó planteada con la radicalización iniciada en los ‘60. Desde finales de esa década hasta mediados de los ‘80 tuvo lugar un ascenso revolucionario de masas que puso en cuestionamiento no sólo el orden capitalista, sino también el férreo control de la burocracia estalinista en los Estados obreros del Este de Europa. El inicio de este extendido proceso de radicalización, que atravesó los continentes y puso en jaque al equilibrio pactado entre el imperialismo y la burocracia estalinista a la salida de la IIº Guerra Mundial, también dio lugar al florecimiento de otros cuestionamientos radicales sobre la vida cotidiana: el movimiento feminista se recreó bajo nuevas premisas, originando lo que se conoció como “la segunda ola”; el movimiento por la liberación sexual salió del closet impuesto por la represión, irrumpiendo en la escena mundial con las barricadas de Stonewall y la visibilización “orgullosa”; la población afroamericana también emergió, gritando su rebeldía y enarbolando la bandera del blackpower, mientras los campus universitarios se convertían en ámbitos de deliberación política y filosófica, experimentación musical y lisérgica, al tiempo que la familia tradicional, la pareja heterosexual monogámica y todas las relaciones intersubjetivas eran cuestionadas por el amor libre y la vida comunitaria. Pero la contraofensiva imperialista –conocida como “neoliberalismo”– se descargó sobre las masas asestándoles una derrota no solo política, sino también cultural. A diferencia de las dos guerras mundiales, la recuperación parcial que logró el sistema capitalista no se basó en la destrucción de las fuerzas productivas mediante el aparato bélico. Aunque hubo “derrotas físicas”, la base de este “nuevo orden” fue, esencialmente, la descomunal fragmentación de la clase trabajadora. Frente a este ataque imperialista a las masas y sus conquistas, las propias organizaciones creadas por la clase obrera (desde los partidos como la socialdemocracia o los PC, hasta los sindicatos y los estados obreros burocratizados) actuaron como agentes de la implementación de esas mismas medidas que reconfiguraron el dominio del capital6. El modelo del libre mercado y el pensamiento único lideraron este período de restauración, caracterizado por el desvío y la canalización del ascenso de masas a través de la extensión de los regímenes democráticos capitalistas, abriendo paso a medidas económicas, sociales, y políticas que liquidaron gran parte de las conquistas obtenidas durante el período anterior. Este proceso se extendió en el tiempo y el espacio, de una manera nunca antes vista. Aunque “más extendidas geográficamente, se constituyeron como democracias degradadas teniendo como base fundamental las clases medias urbanas y hasta sectores privilegiados de la clase obrera (especialmente en los países centrales), que tuvieron la puerta abierta a la extensión del consumo. La desideologización del discurso político bajo la combinación de la exaltación del individuo y su realización en el consumo (‘consumismo’) fueron las bases de este ‘nuevo pacto’ mucho más elitista que aquel de la posguerra,
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que convivió con el aumento de la explotación y degradación social de la mayoría de la clase trabajadora, junto con altos índices de desocupación y la proliferación exponencial de la pobreza”7 [las negritas son nuestras]. Mientras los sectores más altos de la clase trabajadora y las clases medias eran incorporados al festín consumista, las grandes mayorías eran arrojadas a la desocupación crónica, el hacinamiento en los suburbios y la marginalidad social, política y cultural. El individualismo también permeó la cultura de masas. Para esta “integración” que estableció un “nuevo pacto” entre las clases fue necesario incorporar, degradando, en la agenda de las políticas públicas, muchas de las demandas democráticas planteadas por los movimientos sociales, incluyendo el feminismo.
Feminismo en democracia: de la insubordinación a la institucionalización El divorcio entre la clase obrera, por un lado, con sus direcciones encabezando la entrega de conquistas o, en el mejor de los casos, resistiendo desde un sindicalismo ramplón los ataques neoliberales y, por otro lado, los movimientos sociales –que, ante la derrota, abandonaron la perspectiva de una transformación radical del sistema global– se consumó finalmente, después de una larga historia de barricadas compartidas. Automarginado o integrado a las batallas por el “reconocimiento” libradas en el espacio del “Estado-democrático”, el feminismo abandonó la lucha contra el orden social y moral que impone el capital y que descarga mayores miserias y agravios contra las mujeres. En el reverso, la ausencia de horizonte revolucionario y el papel jugado por sus propias direcciones en el momento del mayor ataque perpetrado por el capital, sumió a la clase obrera en un corporativismo economicista. Reformismo de dos caras: la política feminista solo se limitó a presionar a través del cabildeo a las instituciones del Estado para conseguir una “ampliación de ciudadanía” que, más temprano que tarde, se está transformando en papel mojado ante la crisis en ciernes; mientras a las mujeres de la clase trabajadora se le asigna, en el mejor de los casos, sólo el “derecho” a la puja salarial, dejando en manos de la casta política burguesa el manejo de los asuntos públicos.
Las mujeres que anhelaban su emancipación no tuvieron, durante estas décadas de profunda restauración conservadora, un modelo que seguir en los países que abarcaba el denominado “socialismo real”, como había sido a principios del siglo XX. Allí solo encontraban la confirmación de que todo intento de oponerse a la dominación existente, podía generar nuevas y monstruosas formas de dominación y exclusión. El estalinismo se había encargado de manchar las banderas libertarias del bolchevismo para la emancipación femenina y transformarlas en su contrario: reestableció el orden familiar promoviendo el rol de las mujeres como esposas, madres y amas de casa; derogó el derecho al aborto; criminalizó la prostitución, como en tiempos del zarismo; redujo drásticamente o directamente eliminó las políticas públicas de creación de lavaderos, comedores y viviendas comunitarias y liquidó todos los organismos partidarios femeninos. Éstas fueron solo algunas de las medidas con las que la burocracia destruyó y revirtió los pequeños pero audaces pasos dados por la Revolución Rusa de 1917. Junto con la cooptación y la integración al régimen capitalista, se avanzó en derechos democráticos elementales y se transformó la agenda feminista –antes enarbolada solo por algunos sectores de vanguardia– en “sentido común” de masas. Pero la radicalidad del feminismo de los albores de la “segunda ola” fue engullida por el sistema. Su apuesta subversiva fue desandada en el camino que se transitó “desde la calle al palacio”, de la transformación social radical a la transgresión simbólica resistente. Entre la extensión inusitada del consumo para amplios sectores de masas, la exaltación del individualismo como valor social y la reconversión de los movimientos sociales en canteras de tecnócratas para proveer de personal experto a las agencias de desarrollo, el feminismo igualitarista perdió su carácter crítico. Luego, el feminismo de la diferencia y el postfeminismo cuestionaron, relativamente, esa conciliación. Pero la adaptación a una época donde la revolución se alejaba del horizonte, con una clase obrera sumergida en un atraso político y crisis de subjetividad sin precedentes y la desmoralización provocada por la identificación del estalinismo con el “socialismo”, también tuvo su correlato en los nuevos fundamentos teóricos
“La adaptación a una época donde la revolución se
alejaba del horizonte, con una clase obrera sumergida en un atraso político y crisis de subjetividad sin precedentes y la desmoralización provocada por la identificación del estalinismo con el ‘socialismo’, también tuvo su correlato en los nuevos fundamentos teóricos feministas y post feministas.
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feministas y posfeministas. Sus respuestas, lejos de atacar el corazón del problema, retomando las críticas más radicales con las que el feminismo había logrado apuntar a la alianza “capital-patriarcado”, establecieron la idea de una emancipación individual, engañosamente asimilada a las posibilidades de consumo y apropiación-transformación subjetiva del propio cuerpo.
Apuntes para un debate Esta reconfiguración de la situación de las mujeres, provistas de nuevos derechos y víctimas de mayores agravios, junto con la nueva composición de género de la fuerza de trabajo provocada por las transformaciones operadas en las últimas décadas, obliga a reactualizar el debate entre feminismo y marxismo sobre el carácter de la relación entre capitalismo y patriarcado, el agente de la emancipación y la cuestión de la hegemonía. ¿Está planteada la hipótesis del resurgimiento de un feminismo que no se autosatisfaga en el refugio intimista de la liberación individual y se plantee un horizonte de crítica radical anticapitalista? Ello implica no solo el combate contra las variantes reformistas que propugnan la inclusión, aun cuando lo hagan bajo las laberínticas formas de un galimatías posmoderno, sino también recuperando –contra todo reduccionismo economicista o politicismo oportunista funcionales a aquel reformismo– las mejores tradiciones de la historia del marxismo revolucionario en la lucha contra la opresión femenina.
1 En París, cientos de miles de personas marcharon contra la aprobación del matrimonio igualitario. En la manifestación, liderada por personalidades de la derecha y la ultraderecha francesa, se coreaba contra el gobierno de Hollande: “No toques el matrimonio, ocúpate de la desocupación”. En el 2008, en California, grupos derechistas –como la organización Protect Marriage– promovieron la enmienda constitucional denominada “Limitar el Matrimonio”. Algo similar ocurrió en el Estado Español, donde el PP y la Iglesia encabezaron las movilizaciones contra el matrimonio gay. Recientemente, en Brasil, miles participaron en la “Marcha por Jesús”, una manifestación de cristianos evangélicos liderados por el presidente de la Comisión de DD. HH. de la Cámara de Diputados que aprobó un proyecto de ley para que los colegios de psicólogos consideren la homosexualidad como una enfermedad y establezcan su tratamiento. 2 En las 3.000 zonas francas que hay en el mundo trabajan más de 40 millones de personas, sin ningún derecho; pero el 80% son mujeres que tienen entre 14 y 28 años. 3 OIT, Informes 2011 y 2012. 4 Nancy Fraser, “El feminismo, el capitalismo y la astucia de la historia”, New Left Review 56, Madrid, 2009. 5 Ídem. 6 Ver E. Albamonte y M. Maiello, “En los límites de la restauración burguesa”, Estrategia Internacional 27, Buenos Aires, 2011. 7 Ídem.
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REFLEXIONES EN TORNO A LA OBRA DE MILCÍADES PEÑA A propósito de la edición completa de Historia del Pueblo Argentino de Milcíades Peña, en 2012 se realizaron una serie de conferencias en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de La Plata en las que Christian Castillo y Hernán Camarero reflexionaron sobre la obra y trayectoria político-intelectual del historiador marxista. Aquí publicamos dos artículos que retoman dichas reflexiones.
Peña: un punto de partida ineludible CHRISTIAN CASTILLO Sociólogo, docente de la UBA y la UNLP, dirigente del PTS.
La edición completa de Historia del Pueblo Argentino de Milcíades Peña es un acontecimiento intelectual relevante. El libro salió publicado después de años en que el kirchnerismo ha tratado de construir un relato en clave del “revisionismo histórico” sobre la historia nacional. El intento más ambicioso fue la celebración del Bicentenario, donde el gobierno buscó apropiarse de algunas de las mejores gestas del movimiento obrero, mezclando a quienes han sido grandes antagonistas en la historia real. Desde el principio de Historia…, Peña plantea el objetivo explícito de develar una serie de mitos históricos presentes tanto en las interpretaciones liberales como en las revisionistas. Alrededor de este objetivo se va desarrollando la idea fundamental de la ausencia de una burguesía revolucionaria a lo largo de la historia nacional. Según Peña, las distintas fracciones burguesas que se disputaron el poder, empezando por la oligarquía terrateniente, expresaron proyectos que nos
condenaron a la dependencia y al atraso. No hubo en nuestro país una verdadera revolución industrial sino una “semi industrialización”, que se desarrolló producto de la capitalización de parte de la renta agraria a partir de mediados de la década de 1930. La burguesía industrial no surgió enfrentada a la oligarquía sino como una división cariocinética de esta. La conclusión es que, para superar la dependencia y el atraso, el proletariado no debe atarse a una burguesía nacional incapaz de lograr la liberación nacional sino que debe conquistar su independencia política encabezando al conjunto de los explotados. En este sentido, es interesante mencionar la polémica de Peña con Jorge Abelardo Ramos que se desarrolla en numerosos pasajes del libro, teniendo en cuenta que el actual Secretario de Cultura (Jorge Coscia) y el Ministro de Educación (Alberto Sileoni) provienen de la corriente de Ramos1, y no es casual que Revolución y Contrarrevolución en Argentina sea un texto de cabecera y formación para lo que se considera la “izquierda kirchnerista”. José Pablo Feinmann, por su parte, reivindica eclécticamente a la vez a Peña y a Ramos2. A modo sólo de ejemplo ilustrativo de la melange que es el “relato” kirchnerista de la historia, en el que se mezcla la denuncia de Roca como genocida de los pueblos originarios con una tradición que lo consideraba lo contrario; recordemos la habitual ironía con la cual Peña caracterizaba la visión de Ramos sobre el general que comandó la “conquista del desierto”: “Se ha dicho que Roca es, ‘con toda precisión’, nada menos que ‘el genuino jefe de la burguesía revolucionaria argentina’ (…). Puede, desde luego, ponerse en tela de juicio la estabilidad mental de quien eso ha escrito, pero no de sus dotes humorísticas. Pues descubrir que entre 1880 y 1902 existía en la Argentina una ‘burguesía revolucionaria’, y hallar además que su jefe era el general Roca, es una ocurrencia insustituible para obligar a la risa a cualquiera que conozca lo que eran Roca y la sociedad argentina de la época. De Roca se sabe ya bastante. Invariable candidato de la Bolsa de Londres para la presidencia de la Nación Argentina, no lo era a título de líder nacional revolucionario” (Historia del pueblo argentino). No hay mucho que agregar a esto sobre la imposible tarea de congeniar a Peña con “la cortesana roja de Apold”, apodo con el que acostumbraba nombrar al fundador de la llamada “izquierda nacional”.
La importancia del punto de vista teórico La obra de Milcíades Peña desmiente gran parte de la acusación tradicional que hace el
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populismo contra el trotskismo en nuestro país. La caracterización del trotskismo como una corriente “cosmopolita” (en el sentido de superficialmente internacionalista), que no intenta comprender la historia de su propio ámbito de intervención, está presente en el propio editor de la obra de Peña, Horacio Tarcus. Pero el trabajo de Peña es un golpe en la nariz de quienes sostienen esa falsa visión. Y en esto Peña no ha estado solo. Hay que dar mérito también a la tarea realizada por Liborio Justo (primer maestro de Nahuel Moreno), quien escribió una muy importante obra, Nuestra Patria Vasalla, introduciendo, por primera vez, la tesis de la liberación nacional en la concepción del trotskismo argentino3. Se trata de dos autores que, con sus diferencias, marcan una interpretación de la historia nacional que es punto de partida inestimable para todo aquel que quiera intervenir desde el marxismo revolucionario en los debates sobre la historia nacional. Es sintomático que diversas corrientes supuestamente “nacionales” tengan que recurrir a un historiador de militancia trotskista como Peña, que desarrolló su producción por fuera de toda inserción académica, para entender qué ha pasado en el país desde la colonización. Y esto no es casualidad sino que tiene que ver no solo con la calidad intelectual del autor sino también con el punto de vista teórico y metodológico del marxismo revolucionario desde el que escribió Peña. Un papel similar fue el que jugaron trabajos realizados por historiadores que han militado en el trotskismo en otros países de América Latina, como la Historia marxista de Chile, de Luis Vitale, o La revolución interrumpida, considerada una de las mejores obras sobre la revolución mexicana de 1910, escrita por Adolfo Gilly; o la Contribución a la historia de Bolivia de Guillermo Lora o el libro de Liborio Justo sobre la revolución de 1952 en ese mismo país, La revolución derrotada. Miradas teóricas donde la teoría del desarrollo desigual y combinado y la teoría-programa de la revolución permanente, permiten una interpretación superadora de la visión esquemática y lineal del desarrollo de la historia, como la que tienen los historiadores estalinistas y los de las clases dominantes. Leer este libro, que es apasionante, tiene que servir también para que nuevos historiadores marxistas tomen la posta de completar, desarrollar y superar esta obra pionera.
Aspectos controversiales Dicho esto, señalemos, a modo indicativo, una serie de debilidades presentes en la interpretación histórica de Peña, haciendo nuestra también la crítica sobre la falta del protagonismo de las masas, en particular la clase obrera, en la explicación del desarrollo histórico. Un primer aspecto que hay que pensar críticamente es el ángulo más general desde donde interpreta la historia nacional. En el capítulo dedicado a Sarmiento y Alberdi, plantea que en 1957 Argentina sigue estando por detrás de la idea de construirse como una nación moderna, como habían buscado los hombres lúcidos de la burguesía, pero que fueron incomprendidos por la oligarquía y no contaban con una fracción de
“Es sintomático que diversas corrientes supuestamente ‘nacionales’ tengan que recurrir a un historiador de militancia trotskista como Peña, que desarrolló su producción por fuera de toda inserción académica, para entender qué ha pasado en el país desde la colonización.
” la burguesía con la capacidad y el interés de llevar adelante su proyecto. La tarea de construir una Argentina moderna le cabe, según Peña, a la clase obrera. Peña liga la idea de revolución industrial a la de revolución social. Dice que las burguesías de los países semicoloniales no pueden llevar adelante revoluciones industriales. Donde sí las hubo durante el siglo XX fue en los países donde la burguesía fue expropiada, y da los ejemplos de la Unión Soviética y de China donde fue necesaria una revolución social para llevar adelante la revolución industrial. Este enfoque está influido por cierta “mirada modernizadora” influenciada sin duda por las polémicas de la época, en las que se discutía hasta dónde Argentina había tenido bajo el peronismo una revolución industrial o no. Pero desde la perspectiva de la revolución proletaria la “industrialización” no es un fin en sí mismo y, menos aún, su realización en las fronteras del Estado nacional. Porque, a diferencia de las revoluciones burguesas, la revolución proletaria, pensando desde la lógica de la revolución permanente, no acaba con la conquista del poder por parte de los trabajadores en un país y las transformaciones internas que puede hacer cualquier gobierno obrero, sino que está condicionada por múltiples elementos, en primer lugar el desarrollo del proceso revolucionario en el plano internacional. No necesariamente una revolución dentro de las fronteras nacionales, aún en un país con un territorio amplio como Argentina, podría llevar adelante una “revolución industrial”, sino que esta estará ligado a la extensión de la revolución y la ligazón entre su economía con la de los países vecinos. De ahí la necesidad de poner en pie una Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina. Para sintetizar, hay una concepción “modernizadora” en la obra de Peña que debe ser cuestionada. Este punto de vista explica quizás por qué Jorge Schvarzer, uno de los principales discípulos
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de Peña, pudo deslizarse hacia una interpretación industrialista de la historia argentina. Es cierto que Schvarzer hizo una lectura unilateral de Peña, que hoy es congruente con cierta visión kirchnerista, según la cual el desarrollo de la industria es la medida del progreso histórico, por fuera del análisis marxista más general de las relaciones sociales que sí está presente en la Historia del pueblo argentino. Aunque Schvarzer señala lúcidamente algunas de las contradicciones del desarrollo de la industria argentina, el abandono de una perspectiva de revolución proletaria (que sí tenía Peña), lo lleva a buscar en el Estado un sujeto que suplante una “burguesía nacional” que es muy débil. Como no está la clase social que puede llevar adelante este proceso histórico, entonces tiene que hacerlo el aparato del Estado. Es evidente que no puede encontrarse en la historia argentina una burguesía nacional con aspiraciones de terminar con la dominación imperialista y encarar un camino independiente. Pero esto no avala la ilusión de que el aparato estatal pueda subsanar la falta de esta clase y crearla “desde arriba”. Un segundo aspecto a discutir, que no está en este libro sino en otros textos de Peña, es su concepción más general sobre la teoría de la revolución permanente, que toma casi únicamente su primer aspecto, el de la transformación de la revolución democrática en revolución socialista bajo la dirección revolucionaria del proletariado. Peña era un entusiasta defensor del entrismo que hizo la corriente morenista en el peronismo a fines de la década de 1950. En la revista Estrategia escribe un artículo mostrando su visión sobre el proceso revolucionario en Argentina, donde dice que alrededor de la demanda de la vuelta de Perón por la cual se movilizan y organizan los obreros argentinos, estos se armarán y llegarán a la conquista del poder, y que por eso hay que estar dentro del peronismo. Es la justificación más acabada de la táctica entrista que practicó el morenismo, donde está presente la visión objetivista más general que se le critica a esta corriente, que plantea que la fuerza de la lucha de las masas las va a llevar a ir más allá de los límites que pone la burguesía, pudiendo superarla por la dinámica propia de la movilización, y es en esa dinámica que se hace la revolución y la clase obrera llega al poder. Peña plantea esto entre 1956 y 1959, en el momento de ascenso de la resistencia y enorme lucha de clases en Argentina. Uno de los grandes momentos de la lucha obrera, en el que la burguesía golpista comete un error, del cual sacará sus conclusiones en 1976, que fue liquidar la cúpula burocrática de los sindicatos lo que permitió que surja un nuevo activismo obrero, dentro del cual los trotskistas tuvieron una importante influencia sindical, un enorme mérito si partimos de que tenían que ir en contra de la estigmatización de la izquierda, facilitada por la actitud gorila del Partido Comunista en el golpe. Pero esa concepción objetivista pagó después su precio. Al no haber educado y formado a la vanguardia obrera en el marxismo, cuando el activismo obrero de la “Resistencia” declinó, el morenismo quedó nuevamente muy debilitado. Y luego vino otro momento, donde se frenó el
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activismo, y la lucha de la resistencia empezó a ser canalizada por un nuevo proceso de burocratización, del cual Vandor fue un ejemplo claro. Peña había depositado sus expectativas en ese activismo obrero, que luego se ven defraudadas políticamente. El artículo posterior sobre el “quietismo” de la clase obrera explica en parte este estado de ánimo. Allí Peña, ya fuera del morenismo, pone el acento sobre un supuesto conservadurismo general de la clase obrera, y no sobre les errores que pudieron haber cometido quienes trataron de construir una organización revolucionaria en ese momento. Peña nunca hizo un balance crítico del entrismo de Palabra Obrera en el peronismo, a pesar de que en los años del entrismo seguía en relación íntima con la corriente de Nahuel Moreno. El Cordobazo y el ascenso revolucionario más general abierto en nuestro país en mayo de 1969 desmintieron completamente la tesis del “quietismo”. Un tercer tema es la interpretación del peronismo. En este terreno, podemos decir que la visión de Nahuel Moreno en su Método de interpretación de la historia argentina y otros textos es más sofisticada que la de Peña, quien ve a Perón esencialmente como un “agente inglés”. Si bien toma datos ciertos sobre como los británicos saludan la victoria de Perón (algo ignorado por los revisionistas y peronistas) la suya es una evaluación unilateral del nacionalismo burgués. Los diversos movimientos nacionalistas burgueses latinoamericanos surgen en medio de la puja de intereses y enfrentamientos interimperialistas. En este sentido, Moreno juega mejor con la idea de que es sobre esta contradicción de intereses que se desarrolla el bonapartismo peronista, apoyándose en las masas obreras para
resistir el avance del imperialismo norteamericano en la región. Peña, tomando incluso la definición de bonapartismo, se desliza más hacia la idea de que Perón actuaba como un agente británico, sin considerar los análisis de Trotsky sobre los “bonapartismos sui generis” desarrollados en relación al cardenismo mexicano. Finalmente, no descartemos que el intento de apropiación de la figura de Peña por parte de ciertos intelectuales kirchneristas se les termine volviendo en contra. La visión de Peña es no solo antiliberal sino también antipopulista. Por ejemplo, en “El gobierno del como si. 19461955”, dice: “Precisamente, el peronismo fue en todo el gobierno del ‘como si’. Un gobierno conservador que aparecía como si fuera revolucionario; una política de estancamiento que hacía como si fuera a industrializar al país; una política de esencial sumisión al capital extranjero que se presentaba como si fuera a independizar a la nación, y así hasta el infinito”4. Quizás puedan matizarse algunas de esas definiciones, pero seguramente no les caerán bien a los kirchneristas. Ojalá los consejos de Feinmann hagan que los kirchneristas lean a Peña porque en seguida que uno lo lee, le surge que el kirchnerismo es otro gobierno del “como si” pero ni siquiera llegando a ninguno de los puntos que señalaba Peña sobre el legado de diez años del primer peronismo. Retroceso de la participación de los asalariados en la renta nacional, continuidad del trabajo precario en un 38%, el pago de la deuda externa como nunca en la historia, y varios etcéteras. Y uno podría decir: el gobierno que hizo como si tuviera una política independiente en la deuda externa cuando le pagó como nunca al FMI y los especuladores internacionales; el gobierno que hizo como si representara los intereses de
los trabajadores cuando los empresarios se la llevaban “en pala”; el gobierno que hizo como si industrializara, mientras mantenía una estructura primarizada de la producción industrial como muestran tanto los semikirchneristas más honestos que analizan la estructura económica del país. Quizás Peña sea un puente intelectual hacia quienes creyeron sinceramente en que el kirchnerismo emprendería un camino de desarrollo independiente y hoy se ven frustrados. Leer a Peña también permite ver esta especie de parodia que es el kirchnerismo, entre su propio relato y la realidad.
1 La tradición política conocida como “Izquierda Nacional” surge cuando la corriente trotskista que dirigía Ramos apoya a Perón. Intentará, al principio, una especie de sincretismo entre Trotsky y el marxismo por un lado, y el nacionalismo burgués de Perón por el otro. Con el paso del tiempo esta corriente irá perdiendo todo intento de identificarse en el trotskismo y girará cada vez más a la derecha, transformándose en apologistas de las fuerzas armadas y de la burguesía argentina. J.A. Ramos terminará sus días como embajador de Menem en México. 2 José Pablo Feinmann y Horacio González, Historia y pasión. La voluntad de pensarlo todo, Buenos Aires, Planeta, 2013. 3 Para un relato de los orígenes del trotskismo argentino en la década de 1930 y la discusión sobre el problema de la “liberación nacional” en sus filas, ver Alicia Rojo, “El trotskismo argentino frente a la Segunda Guerra Mundial”, en Cuadernos del CEIP León Trotsky 2, 2001. 4 M. Peña, Historia del pueblo argentino, Buenos Aires, Emecé, 2011, pág. 495.
Milcíades Peña como intelectual trotskista Hernán Camarero Historiador, docente de la Universidad de Buenos Aires, Investigador del CONICET. Autor del libro A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935.
Milcíades Peña fue uno de los más importantes intelectuales marxistas de la Argentina durante el siglo XX. Su presencia aparece evocada en estos días, al cumplirse ochenta años de su nacimiento, en la ciudad de La Plata en mayo de 1933. Pero más aún, al haberse reeditado, el año pasado, y con afortunadamente muy alto impacto, lo que sin dudas constituyó su obra más importante: Historia del pueblo argentino. Puede resultar oportuno, entonces, ofrecer algunos apuntes y ensayar ciertas reflexiones sobre los significados de su experiencia político-intelectual. El eje
de estas consideraciones se orienta a restablecer la herencia en la que Peña se halló firmemente inscripto, que es la del trotskismo. Ello supone una impugnación a ciertos planteos que han tendido a desencajar a este intelectual de dicha tradición ideológico-política y a ubicarlo en otro terreno “identitario”. Se ha esbozado una suerte de disputa por los “usos de Peña”. No han faltado los que lo definieron como representante de una corriente “crítica, trágica, heterodoxa, inclasificable” distante de su adscripción marxista de origen, los que lo recuperaron como un ensayista
neutro y descafeinado del cual podían utilizarse algunas categorías de análisis histórico-sociológico de uso académico sin conexión con el sentido general de su obra o, peor aún, los que en tiempos más recientes pretenden recuperarlo desde el campo de un nacional-populismo de izquierda afín al gobierno kirchnerista.
La escuela del compromiso político En muchos sentidos, el derrotero de Peña fue peculiar. No contó con estudios universitarios y, antes que un autodidacta libre, ejerció el papel
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“ Peña no solo desnudó el carácter atrasado y colonial de
la economía capitalista local, sino que destruyó el modelo clásico y hegemónico que existía en el campo intelectual y político del país para definir a su burguesía.
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de intelectual formado en la escuela del compromiso político. Desde muy joven, se inició en la vida política, en las filas del Partido Socialista. Hacia 1946, junto a un puñado de jóvenes de esa fuerza, ingresó a la organización trotskista liderada por Nahuel Moreno: el Grupo Obrero Marxista (GOM), luego convertido en Partido Obrero Revolucionario (POR). Allí colaboró con Moreno en el estudio de la teoría marxista y el análisis de la historia y la economía argentinas, intentando comprender los cambios ocurridos tras el advenimiento del peronismo. Sus primeros textos fueron publicados en Frente Proletario, el periódico del GOM-POR, en los que Peña fundamentó la caracterización de su organización acerca del peronismo, al cual luego la corriente definió como un “bonapartismo sui géneris”, inconsecuente en sus reclamados objetivos antioligárquicos y antiimperialistas. Posteriormente, a partir de nuevos planteos de Moreno, readecuó su caracterización, destacando la base obrera del justicialismo y sus inevitables colisiones con el imperialismo. Bajo estos presupuestos, participó de la experiencia del Partido Socialista de la Revolución Nacional, desde su Federación Bonaerense y el periódico La Verdad, y desde allí se opuso al golpe militar de 1955 (tal como es explicado en su folleto “¿Quiénes supieron luchar contra la ‘Revolución Libertadora’ antes del 16 de septiembre de 1955?”). En los años siguientes se insertó en el proceso de la Resistencia, siempre relacionado con el “morenismo”, apoyando y teorizando la estrategia que esta corriente emprendió de “entrismo” en el peronismo, desde el grupo Palabra Obrera. En el último lustro de vida, se distanció orgánicamente de esta organización, convirtiéndose en un intelectual marxista independiente. Su suicidio, en diciembre de 1965, cerró de manera inesperadamente temprana (tenía apenas 32 años) una vida ya reorientada a la experiencia de una solitaria elaboración
como marxista sin partido y emancipado de vínculos con el movimiento social.
Sus principales preocupaciones teóricas Las elaboraciones y reflexiones de Peña discurrieron por una serie de temáticas recurrentes. Sus aportes más importantes se ubicaron en dos dimensiones, estrechamente relacionadas. Una, la propuesta de una reconstrucción histórica global del país en base a ciertos ejes de análisis. La otra, la que lo condujo a un detenido estudio de los rasgos de la estructura económico-social del capitalismo argentino y de su clase dominante. El valor de esta obra sigue siendo muy destacable, incluso a pesar de las inevitables limitaciones que hoy pueden y deben advertirse en el diseño de semejante empresa, la cual reclama, entonces, una lectura necesariamente crítica y no apologética. En el terreno de la investigación histórica, que Peña que encaró sobre todo entre 1955-1957, se sucedieron varios artículos y una serie de pequeños libros que muchos años después pudieron ser reunidos bajo el título pretendido por él mismo: Historia del pueblo argentino. Allí se propuso cubrir la totalidad de la historia nacional, desde la colonización española hasta la Revolución Libertadora. Su objetivo era proponer un conjunto de argumentaciones e hipótesis disruptivas, que hicieran inteligibles algunos de los clivajes esenciales del entramado social desde 1500 a 1955; en especial, intentando explicar las razones que históricamente impidieron a la Argentina salir de su condición atrasada y colonial. Auxiliado con la teoría de la revolución permanente, la ley del desarrollo desigual y combinado y otros aportes de la teoría marxista, Peña buscó desentrañar la estructura económico-social del país y las causas y lógicas con las que se desenvolvieron las confrontaciones entre sus clases. Paradójicamente, son las clases dominantes, sobre todo, en sus limitaciones objetivas y subjetivas
para comportarse como un factor avanzado de la historia, las que aparecen más atendidas (y enjuiciadas) en el análisis, antes que el pueblo argentino invocado en el título, sobre cuya comprensión apenas se adelantan algunos elementos. A pesar de su ubicación como historiador marxista y trotskista, el estudio del movimiento obrero no fue una temática sobre la que aportara significativamente. Y cuando reflexionó sobre ello, como en su conocido artículo, “El legado del bonapartismo: conservadorismo y quietismo en la clase obrera argentina”, los resultados fueron muy pobres e inadecuados. En ese texto combinó los defectos de una conceptualización excesivamente sociologista con un acendrado escepticismo político. Antes que sacar un balance productivo de la estrategia del “entrismo” de Palabra Obrera (que implicó cierta concesión a la conciencia peronista, es decir, burguesa, de los trabajadores), concluyó con un planteo derrotista y paralizante, que lo indispuso para comprender la situación presente y futura de la clase obrera. El ángulo preponderantemente elegido por Peña para encarar su gran propuesta de reconstrucción histórica de la Argentina fue el de una impiadosa crítica historiográfica, escrita con su distintivo estilo punzante, en donde el uso descarnado de la mordacidad y la acidez se combinaban las referencias más eruditas. En particular, emprendió una faena de aniquilación de las visiones en ese entonces hegemónicas, que él definió como expresiones intelectuales de la burguesía y puras versiones mitológicas del pasado: la del liberalismo en buena medida mitrista, que había instaurado la línea Mayo-Caseros como evolución progresiva del país; y la del revisionismo histórico, que había impugnado a aquella, en reivindicación de los supuestamente derrotados (Rosas o caudillos provinciales). También impugnó a quienes introducían sólo variantes en ellas: los intelectuales vinculados al socialismo reformista y al
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“Restablecer la complejidad de la relación entre Peña
y el trotskismo, poder explicarla y sacar las conclusiones del caso podría representar una oportuna vía para la reconstrucción de una intelectualidad socialista comprometida orgánicamente con la lucha teórica y política revolucionaria.
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comunismo estalinista, traductores pretendidamente “marxistas” del punto de vista liberal; y los nacional populistas de izquierda o de “izquierda nacional” (Rodolfo Puiggrós, Jorge Abelardo Ramos), incapaces para superar a la falsa opción liberal-revisionista. En directa vinculación a estos empeños historiográficos estuvieron los estudios que Peña realizó sobre los rasgos que en la Argentina asumieron el capitalismo agrario, el subdesarrollo industrial y la dependencia con respecto al imperialismo y, a partir de ello, acerca de las características de la clase dominante argentina. Entre otras publicaciones, su libro, como todos, editado póstumamente bajo el título Industria, burguesía industrial y liberación nacional, es el más representativo de este tipo de elaboraciones, junto a algunos artículos aparecidos en la revista Fichas de investigación económica y social, que el propio Peña fundó en 1964 y dirigió hasta su muerte. Peña no solo desnudó el carácter atrasado y colonial de la economía capitalista local, sino que destruyó el modelo clásico y hegemónico que existía en el campo intelectual y político del país para definir a su burguesía. Tradicionalmente ella era entendida como escindida en dos grupos con intereses orgánicamente contradictorios: un sector terrateniente poderoso, arcaico, antiindustrial y cautivo de sus beneficios en la tierra; y otro industrial, más débil, subordinado e instrumento de los auténticos valores “nacionales” o “modernos”. Según este análisis, fue la pugna entre ambas alas la que habría caracterizado la evolución del país desde inicios del siglo XX. Y habría sido un Estado sirviente de los intereses rurales el garante del mantenimiento del modelo agroexportador y de la postergación del desarrollo industrial. Peña impugnó esta idea argumentando, a partir de una muy consistente base empírica, que lo que había existido desde siempre era una unidad y complementariedad de intereses entre ambos grupos burgueses, una suerte de fusión. Se trataba de la misma clase, diversificada en actividades diferenciadas. Esta idea es de enorme importancia y actualidad para mantener la independencia teórica y política de la clase obrera, al comprender que no existe un
“campo burgués progresivo” a apoyar en contra de otro por parte del proletariado en algún tipo de alianza policlasista. Los dos conducían al mantenimiento del subdesarrollo, la dependencia y la explotación de los trabajadores. De este modo, quedaba en manos de la clase obrera, como caudillo de la nación y del conjunto de los oprimidos, la tarea histórica de romper con aquellas trabas y cadenas en un proceso de transformación que inevitablemente derivaría en una perspectiva socialista. Toda esta interpretación se hallaba informada por un intento de aplicación de la teoría de la revolución permanente elaborada por Trotsky.
El trotskismo en los años formativos de Peña Fue durante sus primeros años formativos y de militancia en las filas del trotskismo, los que van de 1947 a 1952, cuando se cimentaron algunas de las concepciones básicas de Peña que acabamos de señalar. Durante ese período, Peña es un adolescente de entre 14 y 18 años, que aún no ha escrito ningún trabajo significativo pero que colabora junto con Moreno en la recolección de bibliografía y datos estadísticos, y en las labores de redacción en el periódico Frente Proletario y la revista Revolución Permanente. Si uno examina con detenimiento las ideas centrales de los textos programáticos del GOM-POR en esa etapa, elaborados por Moreno, encuentra allí una serie de ideas significativas, que luego reaparecen, sin duda, con elementos reformulados, en la obra de Peña. En especial, este es el caso de cuatro trabajos fundamentales: “Cuatro tesis sobre la colonización española y portuguesa”, “Tesis agraria”, “Tesis industrial” y “Tesis latinoamericana”, todos ellos escritos en 1948. Entre muchas otras cosas, en aquellos textos se sostenía, en discusión con las visiones imperantes, que la colonización europea en América durante los siglos XV al XVII había sido esencialmente capitalista y no feudal. Afirmaban que las expediciones y la producción se habían organizado para obtener grandes ganancias colocando mercancías en el mercado mundial, sin inaugurar un sistema de producción capitalista, pues no había en esta región un ejército de trabajadores libres ni un mercado de fuerza de trabajo asalariada. Por otra parte, se definía al
subcontinente, a partir de los años treinta y en clave comparativa entre países, bajo la categoría de “semicoloniales y atrasados”, como “apéndice de los EE. UU.” (la Argentina aparecía como un caso específico, por su mantenimiento bajo la esfera británica). En este contexto, se examinaban las características de la producción agraria y la industria con el prisma del “desarrollo combinado”, así como el rol desempeñado por el capital financiero extranjero. Asimismo, se analizaban las clases sociales latinoamericanas en sus rasgos, función y dinámica, deteniéndose en los terratenientes, la burguesía agente del imperialismo, la pequeña burguesía y el proletariado, al tiempo que se exploraba al Estado y los movimiento políticos del área, haciendo especial énfasis en la categoría de “bonapartista o semibonapartistas” para varios de los gobiernos existentes (como el peronismo). Aparecía un esfuerzo por comprender el carácter de la movilización obrera y de masas en la posguerra, así como la naturaleza de los movimientos nacionales antiimperialistas. En otro orden, en estos mismos textos se apuntaba a diseccionar el carácter atrasado, dependiente y subsidiario de la industrialización argentina con respecto a los terratenientes y el imperialismo. Se advertía sobre el dominio que ejercían los ingleses sobre la economía y la política del país, y el modo en que los grandes consorcios, controlaban la mayor parte de los bancos, empresas comerciales y de servicios e industrias. Por último, señalemos los análisis sobre la estructura agraria. Se estudiaba la decisiva importancia que en la economía argentina poseía la producción agraria y el consiguiente papel subordinado que jugaba la industria, evidencia del carácter “atrasado” del desarrollo capitalista. Se indagaba en la baja mecanización en el trabajo agrícola, su escaso rendimiento y su carácter extensivo, relacionándolo con la amplitud y nivel de concentración de las explotaciones. También se atendía el papel del Estado, sosteniendo el carácter dominante de la clase terrateniente en alianza con el imperialismo y el modo en que todos los gobiernos la habían defendido. Quienes conocen la obra de Peña pueden reconocer fácilmente el modo en que todas estas caracterizaciones recién expuestas iluminan gran parte de su obra, incluso en los aspectos más discutibles o escasamente fundamentados. Resulta casi innecesario aclarar que no todo lo que éste luego elaboró se debe o se puede explicar a partir de las experiencias políticas, planteamientos teóricos e hipótesis embrionarias producidas en y con el trotskismo que aquí hemos señalado. Pero nos parece evidente que la ignorancia o subestimación de esta dimensión no puede ocasionar sino una visión tergiversada de Peña. Las relaciones de éste con la corriente trotskista en la que militó no fueron apacibles, incluso, lo fueron tormentosas, y revelan las dificultades históricas existentes entre intelectual y partido. Restablecer la complejidad en la que ésta se desenvolvió, poder explicarla y sacar las conclusiones del caso podría representar una oportuna vía para la reconstrucción de una intelectualidad socialista comprometida orgánicamente con la lucha teórica y política revolucionaria.
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Por un nuevo curso del comunismo revolucionario El “comunismo” ha regresado estos últimos años a la escena pública, emblemáticamente bajo el rostro de una “Idea” en torno a la cual se mueven algunos grandes nombres de la “izquierda de la izquierda” europea. ¿Qué hacer, entonces, para que la Idea se reapropie de las masas –es decir, que esas masas se reapropien de ella, le hagan perder su mayúscula y que vuelva a ser una fuerza material–? EMMANUEL BAROT Profesor de Filosofía en Toulouse-Le Mirrail, autor de Camera Política y Marx au pays des soviets ou les deux visages du communisme, entre otros.
“No hay nada más difícil de emprender, ni más dudoso de lograr, ni más peligroso de manejar que aventurarse a introducir nuevas instituciones; porque quien las ha introducido tiene como enemigos a todos aquellos que se beneficiaban con el viejo orden, y sólo tiene tibios defensores en aquellos que se benefician con el nuevo orden. La tibieza en ellos proviene por un lado del temor a los adversarios que tienen la legislación antigua de su parte, también por otro de la incredulidad de los hombres en las cosas nuevas si no ven ya realizada una experiencia segura”. Maquiavelo, El príncipe, 1513 Se lo creía definitivamente enterrado con el muro de Berlín, y sin embargo, gracias a una conflictividad social proporcionada por los efectos de la crisis del capitalismo mundial, el “comunismo” ha regresado estos últimos años a la escena pública, emblemáticamente bajo el rostro de esta “Idea” en torno a la cual, luego de una ambiciosa “Conferencia de Londres” en 2008, se mueven algunos grandes nombres de la “izquierda de la izquierda” europea (Badiou, Zizek, Negri, Balibar, etc.). Muy plástica, esta Idea se benefició del estancamiento del altermundialismo al recombinar
algunas de sus mayores ilusiones: en esas “multitudes” que supuestamente hacen la revolución en un Imperio acéfalo, mediante las redes sociales y “sin tomar el poder”, o también en las virtudes salvadoras de “Acontecimientos” que saltean milagrosamente la prosaica pesadez histórica, ilusiones que germinan de la supuesta descomposición del “Sujeto” proletario de la historia. Pero el gran relato ideológico del postmodernismo se ha quitado la máscara, y el postmarxismo de la Idea se estrella contra las experiencias contemporáneas de autogestión y de control obreros, y más ampliamente contra esas contagiosas indignaciones y semirrevoluciones que, desde 2011, manifiestan cada vez un poco más que, detrás de la convergencia de las aspiraciones de estos pueblos en rebeldía, hasta e incluyendo los contrastes visibles directamente sobre sus formas espontáneas, en última instancia sigue jugándose el drama histórico de las clases en lucha. Desde luego, en un capitalismo más desinhibido que nunca, ese regreso de la Idea ha marcado un paso en la salida de la autocensura y la culpabilidad histórica asociadas al estalinismo y sus abortos, y en la letra, ha alimentado ese “arte estratégico” por el que Bensaïd militó hasta el final (aunque eso no siempre haya sido suficiente para disociarlo claramente de esos prosistas de moda). Pero, ¿a qué precio, en verdad? De la letra al espíritu, y del espíritu a la acción, el abismo es inmenso, quizás infranqueable.
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“Cuando un Badiou habla
del comunismo auténtico sugiriendo que no tiene nada que ver con la historia de ese ‘socialismo’ reducida al estalinismo, ¿qué otra cosa hace, sino acompañar la misma antidialéctica?
” 1. Al son de “la Idea”, bajo un aspecto “marxiano”, comunismos sin socialismo y sin política El “comunismo” como reparto y puesta en común de los principales medios materiales de existencia (ante todo, la tierra) ha sido el destino transitorio, bajo formas relativamente rudimentarias, de algunas sociedades primitivas. Luego se ha convertido en una aspiración esencialmente moral, a veces cruzada con el cristianismo, y bajo la forma de ciudades ideales desde la antigua república de Platón hasta la Icaria de Cabet pasando por la isla de Utopía de Tomás Moro. El comunismo no se ha enunciado como verdadero proyecto político hasta el siglo XIX, en la estela de 1789: espectro de la destitución del capitalismo en auge, rechazo ofensivo al destino atroz que este infligía a su “secreto vergonzoso”, fuente sobreexplotada de su riqueza y de su desarrollo planetario, el proletariado, nacido de un “pueblo” que antaño había unido fuerzas sociales de contornos inciertos contra el feudalismo, y en lo sucesivo separado en clases absolutamente antagónicas. Por eso Engels en los Principios del comunismo en 1848 lo definía como la “negación” del poder burgués y, positivamente, como la “teoría de las condiciones de la liberación del proletariado”, resumiendo así el contenido del nuevo “Partido” histórico a apropiarse del que Marx y él escribían entonces el Manifiesto. Entre los años 1830-40 de génesis de su contenido político, y los debates de la Primera Internacional luego de la socialdemocracia alemana, usaron los dos términos “comunismo” y “socialismo” a veces como sinónimos, o haciendo variar el sentido de su distinción, incluso solo utilizando uno de los dos. Frente a los modelos industrial-cooperativistas de Owen y Saint-Simon, a los falansterios de Fourier, poco a poco se impuso el emblemático “socialismo científico” del que, sin embargo, La ideología alemana ya había fijado lo esencial con el término “comunismo”, entonces planteado como sinónimo de “materialismo práctico”, y como “ni un estado que debe ser creado, ni un ideal al que debe ajustarse la realidad”, sino al contrario el “movimiento real que suprime el estado actual”, cuyas “condiciones” “ resultan de las premisas
actualmente existentes”. Pero un movimiento orientado por los proletarios según una meta consciente, un objetivo, un fin, aunque sea aproximativo: una nueva asociación de hombres desalienados, liberados de la propiedad privada y de la mercantilización de su ser individual y social, basado en un nuevo modo de producción racionalmente planificado habiendo abolido las clases y el Estado. Solo con Lenin en El Estado y la revolución el “socialismo” es homologado formalmente (y en el doble contexto muy particular de la situación rusa y del verano de 1917) con la fase transitoria de la dictadura del proletariado, preludio “inferior”, económico-estatista, del comunismo considerado como su “fase superior”. La distinción fue canonizada y utilizada luego por el contrarrevolucionario “socialismo en un solo país”, que finalmente se hundió antes del pasaje previsto al estadío final. Desde entonces, cuando un Badiou habla del comunismo auténtico sugiriendo que no tiene nada que ver con la historia de ese “socialismo” reducida al estalinismo, ¿qué otra cosa hace, sino acompañar la misma antidialéctica? Él se dice postmarxista, mientras que otros ahora se dicen “marxianos” y pretenden separar la paja del trigo, recobrar a Marx mientras, con una operación análoga, borran la historia ininterrumpida, sin mayúsculas, del movimiento obrero, la única sobre la que, tanto en sus fracasos como en sus andanzas, y a pesar de la violencia de sus choques, hoy el comunismo puede volverse a situar en su profundidad histórica. Sin embargo, no confundiremos a esos autoproclamados “marxianos” que llegaron tarde, más o menos perfumados con neoestalinismo, con otras dos categorías que usan el mismo vocablo. Otros “marxianos” actuales no tienen los mismos trapos sucios, y se contentan con expresar de ese modo que defienden a Marx y al comunismo, mientras permanecen muy distantes del movimiento obrero, sus partidos y sus sindicatos, no por memoria selectiva, sino porque no tienen o han perdido el sentido de lo que implica hacer política –por esto persiguen, como parte de los comentadores de la Idea, el repliegue en el concepto que, hace algún tiempo, Anderson había identificado esquemáticamente como marca de fábrica del “marxismo occidental”. La tercera
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“La dialéctica solidariza
orgánicamente el análisis científico de la situación existente, y el movimiento prospectivo hacia la situación posible y deseable.
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categoría de “marxianos” es muy anterior a 1989. Heredera de las primeras oposiciones de izquierda, estas se oponían desde la posguerra, rechazando tanto al capitalismo como al estalinismo, a este “marxismo” (declinando en “leninismo”, luego en “maoísmo”, etc.) que desde los años 1920 se había constituido objetivamente en ideología al servicio de la contrarrevolución. Esta tradición acusó con frecuencia al trotskismo de haber intentado combatir al estalinismo dejándole equivocadamente la elección de las armas, por lo tanto participando de su contrarrevolución desde el interior. A la inversa se le pudo reprochar su pretención al ni Moscú-ni Washington, posición que efectivamente fue cómoda para algunos (que por otra parte se derechizaron y abandonaron a Marx, participando finalmente, desde el exterior, esta vez en la contrarrevolución), pero que para otros fue estar al filo de la navaja, posición difícil de mantener, inclusive funesta (fueron atacados de todos lados, incluso engullidos en la represión). Esta configuración contrastada del “marxiano”, y el uso balbuceante de nunca acabar de ese “yo no soy marxista” pronunciado una vez por Marx, no autoriza entonces ninguna interpretación unilateral. Para evitar perderse, una sola brújula: el comunismo que en 1848 era la teoría y la praxis “de las condiciones de la liberación del proletariado”, hoy será la teoría y la praxis de las condiciones de la liberación de los proletarios del siglo XXI, sean jóvenes o viejos: los trabajadores explotados, precarizados, más o menos oprimidos además por su género o su etnia, por la clase capitalista, sus capataces estatales o sus aliados reaccionarios. Actualmente empleados o desocupados, estudiantes o jubilados, han hecho, hacen o harán girar los diferentes sectores de la producción y de la reproducción sociales mediante su fuerza de trabajo, y componen este vasto ejército industrial activo o de reserva que el capital ha necesitado siempre. ¿Qué hacer, entonces, para que la Idea se reapropie de las masas –es decir, que esas masas se reapropien de ella, le hagan perder su mayúscula y que vuelva a ser una fuerza material?
2. Estrategia dialéctica y necesidad histórica La dualidad entre “fines pretendidos” y “movimiento real”, las oscilaciones del vínculo socialismo-comunismo, y más ampliamente la ausencia de teoría unificada del comunismo en Marx expresan el carácter radicalmente dialéctico e histórico del concepto. Solo una visión antidialéctica y ahistórica puede proponer una teoría acabada de una sociedad que no existe todavía (en donde el “movimiento real” desaparecería), al igual que simultáneamente, la ausencia total de anticipación racional conduce a navegar de una manera puramente pragmática y lógicamente oportunista (desvaneciendo todo “fin” esta vez). Marx quería evitar esos escollos: la dialéctica solidariza orgánicamente el análisis científico de la situación existente, y el movimiento prospectivo hacia la situación posible y deseable. Ella es este pensamiento negativo, decía Marcuse en su prefacio de 1954 a Razón
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y revolución, capaz de pensar lo que es, en los términos de lo que no es. Las normas y las posibilidades impregnan los hechos, y esta negatividad que los trabaja desde el interior es lo que hace justicia a la dialéctica, por eso para Marx es “en su esencia, crítica y revolucionaria”. Porque “en la concepción positiva de lo existente se incluye la concepción de su negación, de su destrucción necesaria; porque conoce cada forma hecha en el fluir del movimiento y por lo tanto también su aspecto perecedero.” (prefacio de 1873 al Libro I de El Capital). En las antípodas de toda inevitabilidad del aplastamiento del capitalismo y de la revolución proletaria, esta estrategia dialéctica no incluía, en materia de teoría de las condiciones de la transición revolucionaria del capitalismo al comunismo, ningún a priori mecánico sobre la naturaleza del ritmo, de las “etapas” que las sociedades y sus proletariados a escala mundial supuestamente seguirían, ni ha presentado una solicitud de patente sobre el nombre a dar a este período de transición –lección cuya principal heredera es la ley trotskista del desarrollo desigual y combinado. Marx y Engels han inferido de las contradicciones del capitalismo una tendencia objetiva a la radicalización explosiva de la lucha de clases, pero, lúcidos sobre las contratendencias simultáneamente en marcha, sabían bien que el capitalismo no es ni natural, ni insuperable, sin embargo, no hay garantía de que a imagen de una ley de la naturaleza una revolución sea su ronda ineluctable”. Hoy todo el mundo está de acuerdo en el rechazo al “necesitarismo” y a las escatologías. Sin embargo hay una necesidad en marcha: el capitalismo sólo será abolido en virtud del peso de sus contradicciones internas, y no gracias a cualquier poder exterior, transcendente, milagroso. Pero decir que si perece, es necesariamente por sus contradicciones internas, no es decir que el capitalismo perecerá necesariamente. En resumen, no hay que equivocarse de “necesidad”: la única racionalmente defendible –dejando de lado la hipótesis de un apocalipsis nuclear– es la de una destrucción voluntaria y organizada del capitalismo realizada por un proletariado que habría logrado reunificarse. Por heterogéneo y dividido que esté en cada país y a la escala de los cinco continentes, no se podría decretar de antemano que no será capaz de lograrlo: los hombres hacen su historia sobre la base de las condiciones anteriores, y ninguna colonización del futuro es legítima. Por lo tanto, es necesario prepararse siempre para todo, en particular repetía Lenin, para lo improbable.
3. Comunismo e izquierdismo: la autocrítica para la autoorganización “Las revoluciones no se hacen con leyes”. El Capital, Libro I, c. XXIV Por lo tanto, es mayor la diferencia entre puntualizar de manera idealista o mecánica etapas definidas abstractamente, y decir que la revolución se hará progresivamente, en consecuencia por definición por etapas, mientras se establece
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que esas etapas o ritmos, y las consignas transitorias que las suscitarán o las orientarán, seguirán las singularidades y las prioridades de los contextos geopolíticos. Hecha con rasgos viejos y nuevos, inestable, híbrida, contradictoria, toda experiencia revolucionaria ha ilustrado e ilustrará la necesidad evidente de tener que hacerse cargo siempre de todo, sin por eso poder resolverlo, inmediatamente. La dictadura del proletariado sigue siendo hoy la traducción más consciente de esta hibridez, en consecuencia, un concepto estratégico mayor, por una primera razón, simple: es impuesta por la permanencia de la dictadura del capital, cualquiera sea el color de la pantalla de humo sobre el fondo de la cual esta sacude periódicamente sus nuevos trajes, con cascabeles reformistas al tono. En segundo lugar, sin hablar de las imprecisiones que afectan a las múltiples “indignaciones” nacionales, lo sigue siendo porque el “socialismo del siglo XXI” a lo Chávez por ejemplo, acompaña estas peligrosas ilusiones de las que, sin embargo, Marx se había librado definitivamente con la generalización de la contrarrevolución en Europa después de 1848, al sacar la conclusión de que la destrucción del Estado burgués era un elemento cardinal de la transición revolucionaria. No obstante, las pruebas del siglo XX imponen, por la credibilidad de toda invocación a la dictadura del proletariado, que se movilice absolutamente todo para que su contenido real sea, como fin y como medio, la autoorganización máxima del proletariado, con la cual, únicamente además, este podrá reconquistar no sólo su consciencia de sí, sino sobre todo, su confianza en sí. La tan renovada comprensión del “siglo soviético” exige entonces de forma complementaria una autocrítica radical y uno de los caminos consistirá en volver a explorar la polémica entre comunismo e izquierdismo a la que Lenin otorga sus cartas de nobleza en 1918-1920. Ser comunista antes era tener que evitar tanto las desviaciones de derecha (oportunistas) como las, puristas, de izquierda (izquierdismo)
“Las pruebas del siglo XX
imponen, por la credibilidad de toda invocación a la dictadura del proletariado, que se movilice absolutamente todo para que su contenido real sea, como fin y como medio, la autoorganización máxima del proletariado.
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–aún cuando las dos no fueran de igual naturaleza. Ahora bien si nos hace falta volver a calibrar el “comunismo” a la medida del siglo XXI, entonces, lo que hay detrás de este término “izquierdismo”, ha sido reprimido después por el estalinismo, pero también ha sido minimizado en los trotskismos, debe ser objeto de un balance y de una evaluación metódicas: la tensión comunismo-izquierdismo fue una tensión inestable, dialéctica e histórica, nos concierne entonces redialectizarla y rehistorizarla. El peor error para un marxista consiste en grabar en el mármol lo que solo se escribe en la tierra. Por un lado reconoceremos con algunas ultraizquierdas que efectivamente se cometieron diluciones y abdicaciones funestas, desde 1945, en nombre del “frente único”, y podrían cometerse aún. Por el otro, acompañaremos lo que Paul Valéry decía de la moral kantiana: que tiene las manos limpias porque no tiene manos –que algunas posturas oposicionistas tienen, de lejos, por demasiado desdialectizada y descontextualizada la relación de fines y medios. Estos dilemas son solidarios con los desacuerdos sobre el status y los efectos de la estatización en URSS (“colectivismo burocrático” vs “capitalismo de Estado” vs “estado obrero burocráticamente degenerado”…), sobre la naturaleza del rol del partido y de las direcciones revolucionarias, o también sobre la concepción de la vanguardia de los trabajadores. Estos desacuerdos persisten, impiden un balance plenamente común y por lo tanto elaborar una estrategia común. Pero esto no tiene nada de inoportuno, una unidad para la unidad ecuménica no es más fecunda en teoría que en política más que si ella era tiránica, y el pluralismo conflictual de la democracia obrera no ha sido nunca un freno a la acción racional: lo que importa, es lo que es políticamente correcto defender. Ahora bien si, por una parte, es correcto que algunos compromisos históricos sólo se superen con el olvido: lo que fue el estalinismo prohíbe absolutamente toda benevolencia con los neoestalinismos –y hará falta mucho tiempo–, por el contrario hay otros litigios (sobre 1917-1924 naturalmente) para los que semejante espera sería errónea, porque existe un terreno suficiente para negociaciones que, aunque no se escuchen
en el comienzo, al menos podrían intentarlo operacionalmente en el final. En efecto, en un cierto grado de generalidad las diversas oposiciones de izquierda, desde 1918, de Ossinski en Rusia a Luxemburgo en Alemania y a los consejismos, hasta la Oposición Conjunta de 1926 en la que Trotsky aseguró el liderazgo como reacción al galopante Termidor soviético, y los herederos de todas estas corrientes, todos comparten la norma fundadora de la Asociación Internacional de los Trabajadores en 1864 que sigue siendo, más allá de los destinos de la II y III Internacionales, el acicate de la reconstrucción a llevar adelante. “La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”: lo que cuenta, entonces, es el reconocimiento de la centralidad de la autoorganización del proletariado, y de la existencia de una sola y única brújula para la lucha de clases: ¿qué es lo que unifica y fortalece duraderamente, o no, y cómo aumenta la conciencia de la posición y de la fuerza de los trabajadores? Sartre dijo: “cada vez que me he equivocado, es que no he sido bastante radical”. Nuestra responsabilidad es hacer vivir el marxismo con esta radicalidad por la cual es capaz de comprender y digerir su propia historia, y luego renacer de ella. Trotsky atacaba de esta manera, sin concesiones, en 1923 en El nuevo curso, a esta burocracia que ya separaba al partido de las masas en todas direcciones. Pero otros lo habían precedido. Por lo que a nosotros respecta, reivindicar con fuerza la teoría de la revolución permanente, y remontarnos, contra él y Lenin en caso de necesidad, a algunas precoces lecciones de los “izquierdismos” que todavía no han sido suficientemente escuchadas, no son de ningún modo cosas incompatibles. Asumir frontalmente hoy que nunca más ninguna mayúscula merecerá el sacrificio de los proletarios en lucha sería una expresión, una entre otras desde luego, pero una particularmente entusiasmante y ofensiva, de un nuevo curso del comunismo revolucionario.
Traducción: Rossana Cortez
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Realización audiovisual en la crisis capitalista
Primer corte en la línea de tiempo Las grandes movilizaciones y procesos de la lucha de clases trajeron consigo una vuelta al “tema social” en la producción audiovisual, no solo en el documental sino también en la ficción. Vuelven a estar en discusión temas y preocupaciones olvidadas durante la época de restauración. Violeta Bruck y Javier Gabino Documentalistas, TVPTS.
Ilustración: Ariel Zaz
Que una crisis económica, social y política tan profunda como la que está en curso a nivel internacional desate cambios culturales de diverso tipo podríamos decir que “cumple una regla”, si no lo hiciera sería una prueba de que la vitalidad de la cultura se está extinguiendo. Uno de los problemas consiste en saber si esas manifestaciones culturales son signos de algo nuevo, o sólo una dialéctica momentánea del proceso en curso, hasta que el mercado del espectáculo que domina sin oponente desde hace décadas, asimile el cuestionamiento. Esa es una de las preguntas que nos hacemos ante las manifestaciones culturales muy diversas y nuevas que surgieron con la “primavera árabe”, con el desarrollo de la crisis en Europa, e incluso en EE.UU. Que el destino de esas manifestaciones culturales está atado a la evolución más general del proceso social, político, a los triunfos o derrotas en la lucha de clases, también es “una verdad general”, pero hay que tener mucho cuidado con las interpretaciones mecánicas. La historia demuestra que los fenómenos culturales, ideológicos, no van al mismo ritmo, preceden o se continúan más allá de esos “combates”. Por otro lado la crisis capitalista es de dimensiones históricas, y en todo caso todo está en construcción. Si hace tan solo una década Roman Gubern, historiador del cine, en su libro El eros electrónico hablaba de la “opulencia audiovisual” de nuestra cultura, era de esperarse que fuera en ese lenguaje que se expresaran cambios de ánimo con fuerza. En este artículo tratamos de dar cuenta de esto, pero por esa misma “opulencia”, impulsada hacia adelante con el desarrollo de Internet como plataforma multimedia, sería un
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CULTURA Arte y política
error analizar lo que sucede sólo dentro del espacio estrecho delimitado por las instituciones tradicionales del “Cine” o la “TV”. Es que “ahora hay que hablar genéricamente, ante la mescolanza de productos y canales de difusión, de audiovisual, como la provincia central y hegemónica de la cultura de masas contemporánea (…) en la que figuran la televisión, el vídeo y la imagen sintética producida por ordenador”, decía Gubern en el mismo libro... Y se preguntaba: “¿Tienen mucho en común? Todas ellas son imágenes móviles que vemos en una pantalla, que es su soporte espectacular. Constituyen, por tanto, un mismo lenguaje, pero hablan diferentes dialecto”. Sin caer en el otro extremo, creemos que esta afirmación da cuenta de una tendencia real que no puede evadirse para analizar nuestro medio. Al mismo tiempo, el ámbito de “la comunicación” con las nuevas posibilidades tecnológicas se expandió para convertirse por esa razón en un vehículo de expresión sensible. El “arte” quizás este descubriendo otros caminos.
manifestantes durante 2011, para reventarlos, como estrategia de disuasión. El parche en el ojo se convirtió así en un símbolo de la lucha contra el dictador Mubarak. A Abdel, le quitaron el ojo mientras filmaba cómo mataban gente en el puente de Qsr el-Nil, de El Cairo, pero la acción no logró cegar el registro. Las dramáticas imágenes son parte del documental Informando… una revolución, a cargo de seis jóvenes periodistas, incluido Abdel. “Informar lo que ocurre es una estrategia de supervivencia. Salimos a la calle y perdimos amigos, manos, ojos... Una generación de jóvenes expertos en tecnología móvil actúan como porteros del mundo visual, archivando imágenes que no pueden negarse al pueblo que se subleva ante el poder estatal”. explicó Nora Younis, fundadora de Al Masry Al Youm, sitio multimedia que organizó la realización de ese film colectivo. Entre las distintas experiencias se destaca el colectivo The Mosireen, “nacido de la explosión del periodismo ciudadano y el activismo
“En primer plano la autopercepción del rol social y cultural
del cine y el audiovisual, en apoyo a procesos concretos de la lucha de clases, luchas democráticas o políticas, la idea de aportar a transformar la realidad.
” Todo realizador audiovisual, director de cine o tv, “aficionado”, editor, montajista, sabe que al final de todo, lo que importa es lo que se corta y pega en la “línea de tiempo”. El “timeline” es el espacio de trabajo digital donde se edita una película. El sentido y la ideología de un film se construyen ahí, más aun que en el rodaje. Previo a cualquier resultado final, siempre se realiza “un primer corte” tentativo en la línea de tiempo para ser analizado, que por definición está sujeto a cambios. Es eso lo que hacemos en este artículo, dando cuenta de las realizaciones audiovisuales que a lo largo de tres años nacen en medio de la lucha de clases. Todas hablan el lenguaje de las imágenes, pero aprenden sus propios dialectos, y de conjunto proponen un idioma que no es el que se gritaba hasta ahora desde los centros de producción hegemónicos de la industria cultural. Por suerte este corte es muy parcial, nos vimos obligados a dejar de lado decenas de ejemplos por problemas de espacio, lo que demuestra la vitalidad del proceso, y nos permite pensar que quizás no tenga el típico “final feliz”.
Egipto, el cine del parche en el ojo “Soy un camarógrafo, mi ojo es mi bien más preciado”, señaló Ahmed Abdel Fatah. “Pero no nos detendremos. Es nuestro trabajo, es lo que mejor hacemos y lo seguiremos haciendo”, añadió. No es suficientemente conocido el hecho simbólico, nada simbólico, de que las fuerzas de represión egipcias disparaban a los ojos de los
cultural en Egipto durante la revolución”, aglutina los testimonios y videos sobre las protestas en Egipto y dan talleres de fotografía y edición para multiplicar los productores de imágenes. Plantean que las demandas de la lucha no acabaron con la caída de Mubarak, sino que comenzaron. “Filmamos la revolución en curso, publicamos videos que desafían las narrativas de los medios, ofrecemos capacitación, asistencia técnica, equipos, organizamos proyecciones y eventos y organizamos una amplia biblioteca de imágenes de la revolución”. Sus videos sobre las movilizaciones fueron los más vistos en Youtube en todo el mundo durante la revolución. También realizaron Tahrir Cinema, proyecciones y debates en el acampe de la Plaza. Retomando las mejores tradiciones del cine militante, este colectivo organizó una campaña a través de proyecciones en todo el país, para desnudar las mentiras de la Junta Militar. Mientras los generales decían no haber estado en Plaza Tahir, las imágenes en las pantallas mostraban al ejército reprimiendo con toda su furia al pueblo. Actualizan su canal con videos sobre las movilizaciones y denuncias contra el estado represivo. Realizan también una serie llamada Right to..., (Derecho a... la educación, la salud, el trabajo, la vivienda, etc.), en donde toman todas las demandas pendientes. Uno de los últimos videos se llama Taskim to Tahir: we desire the fall of the system (De Taskim a Tahir, deseamos la caída del sistema), y compara las imágenes de
Egipto y Turquía, encontrando las similitudes, la represión, los manifestantes avanzando, los tanques prendidos fuego, carros hidrantes atacando, a través del montaje hermanan ambas luchas. Pero uno de los impulsos más fuertes para filmar sin ojos es la importante participación de las mujeres. Varias producciones dan cuenta de esta situación. Forbidden (Prohibido, 2011), de Amal Ramsis, Ni Allah, ni Maître (Ni Dios ni Amo, 2011), de Nadia el Fani, Words of Women from the Egyptian Revolution (Palabras de mujeres desde la revolución egipcia, 2011), de Leil-Zahra, y también otra producción de Mosireen, In the Shadow of a Man (A la sombra de un hombre), documental de Hanan Abdalla, que trata la opresión de las mujeres a través de cuatro historias personales y termina con las imágenes de las mujeres en las movilizaciones, y una reflexión que dejan los gritos de la calle “no tenemos miedo, no estamos cansados, revolución total o nada”. Las jornadas de Egipto también impulsaron a documentalistas europeos a viajar y registrar el proceso. Diario de la Plaza Tahrir, del realizador español Marc Almodovar, es un valioso registro directo de los 18 días que provocaron la caída de Mubarak. Luego comenzó The hidden revolution (La revolución oculta), en proceso, que busca mostrar las lucha de los trabajadores antes, durante y después de 2011, y especialmente el proceso de ocupación de fábricas. Y hacia ahí mira Philip Rizk, integrante del colectivo Mosireen, que está produciendo Fuera / en las calles, una película que “entrelaza el documental y la ficción para abordar el Egipto revolucionario desde la perspectiva de los trabajadores...”. Esto es sólo el comienzo.
Grecia, todas las semillas de diciembre Uno de los cortometrajes más conocidos del proceso en Grecia es December Seeds (2009) en homenaje al joven asesinado Alexandros Grigoropoulos. Los sinsentidos que rodean su realización dan cuenta de la situación cultural griega. Atribuida al viejo cineasta Chris Marker, que falleció el año pasado, todo indicaría que no es de su autoría directa, aunque lo interesante es que como mínimo, sí lo es de manera indirecta porque toma su dialecto. Y estamos hablando de Marker, quien construyó un lenguaje audiovisual para sus obras paralelo al lenguaje hegemónico, al mismo tiempo que se mantuvo como un radical político hasta su muerte, y con casi 90 años navegaba las redes fascinado por sus potencialidades. “Huí. Me di cuenta de que te mueves rápido. Es duro encontrarse con policías que quieren darte una charla y resbalas a través de los canales de TV. Estaba ansioso por volver donde encontré las semillas, por quedarme al lado de la ventana, por ver otra escena de una película que nunca se filmó. Por el camino, me choqué con la chica que me iniciara. Los ojos cerrados y la boca callada. Trataba de transmitirme su pensamiento. ¡Proteged las semillas!”, dice el diálogo que se sobreimprime sobre dos piernas que corren alocadas para toparse con “Libertad” en este corto que surcó masivamente las redes.
IdZ Julio
“... ¿Las dificultades y la falta de fondos más que matar al cine lo renuevan?... Mientras, Grecia ha vivido siete huelgas generales; se negocia el sexto tramo de ayudas; el primer ministro Papandreu, dimite; se forma un gobierno tecnócrata; el país está en riesgo de quiebra;… Y se espera el estreno de 30 nuevas películas”, ese era el asombro de un periodista que retrataba la producción audiovisual del país a mitad de 2012. Según las notas periodísticas lo que se está gestando es un “cine raro”, que se sostiene sin fondos, en base a la colaboración de los cineastas que aportan rotando sus roles. Además formaron el movimiento Cineastas en la niebla con 200 realizadores, y desarrollan una campaña de presión para lograr cambios legislativos. En las películas es habitual encontrar imágenes directas de la actualidad. En algunas, como Attenberg, el escenario es una zona industrial en decadencia. En Homeland y Wasted Youth, escenas de huelgas y protestas. También se realizaron numerosos documentales como Oligarchy o Debtocracy, distribuidos bajo licencia Creative Commons. En 2010 surgió el sitio The Prism, que reunió un grupo de periodistas para narrar la crisis griega y las historias ignoradas por los medios. El resultado son 27 obras: “…The Prism GR2011 es una documentación colectiva de Grecia durante el invierno de 2010, a través de las lentes de 14 fotoperiodistas transformados en narradores multimedia…, reúne estos puntos de vista diferentes...”. De esta experiencia surge Krisis un largometraje que entrelaza estas historias.
portal multimedia Toma La Tele que reúne producciones de diversas asambleas y colectivos. Unos años antes del surgimiento de los indignados se había formado ya el colectivo Cine sin autor, que impulsa una crítica a la realización bajo las reglas del mercado capitalista. Cuestiona el rol del director, propone que todos tienen derecho a hacer su película y pautar sus guiones. Propone nuevas formas de producción, con la gente y sin jerarquías. Cuando surge el movimiento se suman a las acampadas y participan de las actividades, a la vez se proponen que tome en sus manos las reivindicaciones de la democratización cultural y producción audiovisual.
“...el ámbito de ‘la
comunicación’ con las nuevas posibilidades tecnológicas se expandió para convertirse por esa razón en un vehículo de expresión sensible. El ‘arte’ quizás este descubriendo otros caminos.
”
España, interferencias sin autor ¿Qué sucede si dos chicas realizan sobre otra, una “autopsia de los cadáveres de los trabajadores, sobre los clientes vestidos”? Según el film Interferencias descubriremos que los zapatos hechos en la India tienen sangre de niños. Que no hay por qué incomodarse en usar complementos, ropa interior, camiseta, pantalones, todo para que dure una temporada y vuelvas a comprar, porque “es fashion”. Que los trabajadores que hicieron en Magreb ese pantalón que llevas fueron despedidos para que no formaran sindicato, acusados a la policía y perseguidos para que no consigan más trabajo. Que la camiseta de Birmania tiene esclavitud de mujeres, trabajando sin parar, vestidas de negro para que no se note si les viene la regla. Y así... “¿Sabes si hay sangre, lágrimas, contaminación, muerte, en lo que compras?”. Un interesante proyecto, “la primera obra de ficción estrenada en cines con licencia Creative Commons sobre las causas de la crisis global y sus alternativas”. También entre los indignados “el militante se convierte en productor de imágenes...”. En el movimiento 15M se gestó una comisión audiovisual encargada de recopilar todos los materiales para formar un gran archivo nacional. Destacan dos proyectos; en Madrid Audiovisol y en Barcelona 15mbcn.tv. Se realizaron varios documentales como Anoche tuve un sueño: las voces del #15M, producido por parte de periodistas de VEO7, despedidos unos días antes del estallido del movimiento. También se impulsó el
La cultura en la línea de tiempo Como dijimos al inicio de este artículo, el espacio del mismo nos empuja a dejar de lado ejemplos, experiencias, disparadores que surgen de toda esta enorme producción audiovisual en medio de la crisis. De los países que nombramos sólo dimos fragmentos; y quedan mundos enteros
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afuera, como la experiencia en Estados Unidos, o la producción en Francia. Pero así se hace el montaje de una película, lo primero es cortar, y esperamos haber cumplido un mínimo objetivo de llamar la atención sobre estas realizaciones. Hace dos décadas el artista y cineasta Jan Svankmajer en su “decálogo” exponía su método para la búsqueda de libertad creativa, sensitiva, corporal, señalando el problema de que “Además, en la civilización audiovisual contemporánea, el ojo está notablemente cansado y ‘deteriorado’. Mientras la experiencia del cuerpo es más autentica, libre del lastre del estetismo”. Lo que sentimos luego de este relevamiento, es que la experiencia corporal de la lucha de clases auténtica permite de manera fragmentaria tirar el lastre del lenguaje hegemónico impuesto por la industria cultural del espectáculo. Si de conjunto esta nueva práctica audiovisual logrará constituir un nuevo idioma es algo que esperamos. Si hacemos un resumen esquemático del momento, podemos decir que la lucha de clases trajo una vuelta al “tema social”, no solo en el documental sino también en la ficción; pero lo que nos parece más interesante es la incipiente vuelta a una autoreflexión del sector audiovisual, que trae temas y preocupaciones olvidadas durante la época de restauración. En primer plano la autopercepción del rol social y cultural del cine y el audiovisual, en apoyo a procesos concretos de la lucha de clases, luchas democráticas o políticas, la idea de aportar a transformar la realidad. En otros planos más interesantes se abren críticas a las instituciones oficiales del cine, los medios audiovisuales, y también el mercado, en lo que hace a un debate propio del sector, reflexionando sobre sí mismo, las formas de producción, de distribución, con autocríticas y búsquedas formales. Lo más dinámico parece ser el surgimiento de nuevos colectivos de realización (nuevamente, que abarcan o fusionan, documental, comunicación, ficción). Tal vez el corte que se está provocando en la línea de tiempo cultural sea más abarcativo.
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CULTURA Lecturas Críticas
¿CUÁNTO VALE EL ARTE?, de Isabelle Graw
Buenos Aires, Mardulce, 2013
Ariane Díaz
La última ArteBA, a pesar de los malos augurios que podrían indicar la situación económica, terminó en altas ventas. ¿Creería el lector que la crisis genera nuevos intereses y búsquedas subjetivas que nutren la producción artística? Puede ser que esto se esté gestando al calor de una crisis que llegó para quedarse; pero en lo que respecta al mercado de “alta gama” del arte, los motivos son más prosaicos: el cepo cambiario hace que la inversión en obras de arte en pesos, con vistas a venderlas en dólares, se vuelva atractiva. No por nada dirige la Fundación ArteBA el CEO de JP Morgan para la región. Este tipo de relaciones entre mercado del arte y especulación es el tema central del recientemente publicado en castellano libro de Isabelle Graw (docente de teoría estética y directora de la revista Texte zur Kunst de Alemania), aunque enfocado en los grandes centros de actividad del mercado artístico (que suele limitarse a las artes plásticas, una rama de las que más dinero movilizan junto al cine, que discurre por sus propios canales de festivales y entregas de premios). La autora va delineando, en su carácter de crítica de arte pero también de participante de ese mercado, la relación cada vez más intrínseca entre el sistema financiero y el mercado que conforman galeristas, subastadores, académicos y artistas mismos. El momento particular que describe da cuenta de esta interrelación: la abrupta caída que sufrió el mercado del arte con el derrumbe de Lehman Brothers en 2008. Hay que decir sin embargo que ya en el 2009/2010 un poco se ha recuperado, a la par de los planes de rescate que los Estados han implementado, ya que los inversionistas han considerado las obras de arte como una buena “reserva de valor”. Por supuesto, tanto como durante su período de boom (entre 1980-2000 el mercado del arte acompañó con fluctuaciones la restauración burguesa), esta relación pone a la orden del día las maniobras propias de la financierización: préstamos y seguros de las subastadoras, operaciones fraudulentas que disparan o hunden los precios, absorción de las pequeñas galerías por las más grandes, evasión de impuestos, lavado de dinero, etc., que la autora describe. Estos mecanismos, junto a la “cultura de la celebridad” que acerca el mercado tradicional del arte al estilo del estrellato hollywoodense o al mundo de la moda, son los puntos fuertes que relata y denuncia la autora.
Ahora bien, las conceptualizaciones que intenta para explicar estos fenómenos son sin embargo eclécticas. La tesis central del libro es que: “En lugar de concebir al mercado como otro malvado, parto de la premisa de que todos estamos, de uno u otro modo, inscriptos en condiciones de mercado específicas. (…) Este libro aboga por la posibilidad de cuestionar los valores del mercado desde el punto de vista del propio involucramiento con ellos: es posible reflexionar sobre los condicionamientos del mercado y simultáneamente luchar por condiciones distintas a aquellas aparentemente impuestas por el capitalismo de consumo”. Graw insiste, contra lo que considera una “visión idealista” del arte como algo intrínsecamente distinto al mercado, que ambos nacieron juntos con el desarrollo del capitalismo, y aunque no se priva de citar abundantemente a Benjamin, a Adorno o El Capital de Marx, traza entre arte y mercado una serie de “tensiones” pero no de necesario enfrentamiento, si bien reconoce que en los últimos años las imposiciones mercantiles sobre el arte han sido más punzantes que nunca. Frente a ello postula que la “autonomía” que diversas tradiciones estéticas han atribuido al arte en la sociedad capitalista (entre ellas, varios de los marxistas que cita), “ya no es la característica estructural dominante”: “Teniendo en cuenta el predominio del sistema económico en la sociedad, es necesario cambiar el énfasis hacia una definición del campo artístico como ‘relativamente heterónimo’. (…) esto significa que las restricciones externas se ubican en primer plano”. Pero estas restricciones, que no son absolutas, pueden ser limitadas o rechazadas por los individuos, y es lo que suele suceder cuando sobreviene la crisis, “caldo de cultivo para visiones apocalípticas”. Desde el punto de vista del posicionamiento que pretendía la autora, las alternativas que propone parecen más destinadas a calmar los ánimos en un mercado convulsionado por la crisis que a proponer una forma de subvertirlo, una especie de demarcación de fronteras más claras entre arte y mercado donde los intereses puedan discutirse diplomáticamente. Observando el panorama que ella misma relata y que dejaría a Adorno como un optimista incurable, la situación previa a la crisis debería ya plantear visiones apocalípticas y alternativas radicales. El problema no es tanto el escaso desarrollo del problema de la autonomía del arte que pretende tomar de la tradición estética alemana, o la oscilante interpretación del valor descripto por Marx, sino que no toma en cuenta más que el juego de la oferta y la demanda, dejando de lado el problema de la producción, que es donde en todo caso está anclada la contraposición arte-mercado que critica. Arte y mercado, o arte y sistema capitalista, han sido contrapuestos por muchos marxistas no por ilusiones románticas en el arte y mucho menos por pretender separarlo de la producción material de la vida (algo que tampoco es justo atribuir a los idealistas alemanes), sino porque la forma de producción subjetiva,
creadora, no medible en tiempos pautados, original, etc., que se considera artística, parece ser la contracara perfecta de la forma alienante, reiterativa, temporalmente reglada y serial de la forma de producción capitalista. De allí que ha sido vehículo o metáfora, en muchos casos, de las posibilidades de liberación de la práctica humana alienada en el capitalismo. Se puede restringir el abordaje a la esfera de circulación del arte, se pueden criticar muchas posiciones idealistas respecto del genio artístico y se pueden alegar los motivos por los cuales la cultura de masas, basada en la producción serial, ha minado definitivamente esa esfera autónoma y ha convertido a las obras de arte en mercancías en el sentido estricto que da Marx a ese término; incluso, como muchos marxistas y vanguardistas han hecho, puede cuestionarse la defensa misma de dicha autonomía como algo positivo, pero lo cierto es que al contrario de lo que sostiene la autora, esa contraposición se deriva justamente de ese nacimiento conjunto del mercado capitalista y del arte como esfera autónoma de la práctica social. La pregunta a la que apunta el título del libro, a pesar de su enfoque limitado, es sin duda peliaguda: cómo se otorgan precios a objetos que por definición serían invaluables. David Harvey, por ejemplo, ha tratado de relacionar la valoración mercantil de los productos culturales con la noción de renta de monopolio, que permitiría a distintos actores sociales obtener ingresos del control exclusivo de un artículo que en algunos aspectos es único e irrepetible. Lo cual debería a su vez relacionarse con los mecanismos propios de los capitales financieros que cada vez más configuran al mercado del arte como una bolsa de comercio más. Pero la combinación que intenta Graw entre el fetichismo de la mercancía de Marx, con la idea de “capital simbólico” tomada de Bourdieu, no logra dar cuenta de qué categorías económicas entran en juego a la hora de definir los precios que el mercado otorga a las obras que se venden por cifras exorbitantes. La autora aquí oscila entre describir el mercado como un nicho de negocios informales, donde las operaciones se realizan en base a la confianza (aunque los millones en juego requerirán sin duda una caterva de contadores y abogados en las charlas amenas de las inauguraciones), con referencias escuetas en la línea del desarrollo de un capitalismo cognitivo que habría reemplazado al capitalismo típicamente fordista. La imaginería que evoca de autores autonomistas o de la biopolítica, le permite en algunos casos realizar críticas certeras sobre el neoliberalismo e incluso sobre el papel de los Estados en ese esquema, pero no logra llevarla más allá del horizonte del mercado como único modo de validación social posible para el arte, aunque critique sus aspectos más grotescos. En todo caso, los artificios que relata el libro para la mercantilización a gran escala de la creatividad y la subjetividad, son una prueba más de que es el capitalismo como sistema social el que está hace tiempo en bancarrota.
IdZ Julio
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MARXISMO Y CRÍTICA LITERARIA, de Terry Eagleton
Buenos Aires, Paidós, 2013
Laura Vilches
“Si el silencio es la mejor prueba del triunfo de una ideología, el hecho de que en la sociedad se comience a hablar nuevamente de capitalismo es un síntoma inequívoco de que el capitalismo está en problemas”. Así anuncia Fermín Rodríguez la edición en español de Marxismo y crítica literaria. Paidós publicó este año la obra que Terry Eagleton concibiera en 1976, como resultado de su seminario introductorio a las ideas del marxismo cultural, en la Universidad de Cambridge. Este libro propone un recorrido por conceptos centrales de la visión marxista sobre el arte, discutiendo tanto con las nociones de la
estética burguesa como contra los postulados del estalinismo, que han sido tomados por “marxistas” pero poco tienen de la enorme riqueza de esta tradición, que va desde los clásicos Marx, Engels o Trotsky, la Escuela de Frankfurt y el estructuralismo althusseriano, hasta Brecht y Benjamin. El texto incluye también algunos debates centrales que sobre el arte y la literatura se dieron al calor de la Revolución Rusa o el ascenso del estalinismo. Eagleton parte de conceptualizar las nociones de “base” y “superestructura”, cimientos de la crítica marxista y aporte diferencial respecto a autores previos que pensaron la literatura en su contexto histórico, pero discute, a su vez, con las versiones mecanicistas que de aquella se han derivado. Lo revolucionario de la crítica marxista consiste en entender que la producción de las ideas, representaciones y conciencia están entrelazadas con la producción de la vida material y puestas a defender un orden social desigual. Para entender el arte dentro de la superestructura social –instituciones, valores, ideas–, que está determinada “en última instancia” por las condiciones materiales de dominación, Eagleton se referirá al concepto de ideología: esa compleja “estructura de percepciones sociales que asegura que la situación por la cual una clase tiene el poder sobre otras es percibida como ‘natural’”. La tarea del crítico será develar ese conjunto de ideas, valores y sensaciones presentes en la obra de arte a través de su forma y contenido. Frente a quienes defienden que lo esencial en la crítica literaria es interpretar el contenido, aquel dirá que “Entender Rey Lear, La dunciada o Ulises consiste entonces, en algo más que interpretar su simbolismo, estudiar su historia literaria y añadir notas al pie con los hechos sociológicos contenidos en ellas. Consiste (…) en comprender las relaciones complejas e indirectas entre estas obras y el mundo ideológico del que forman parte, relaciones que aparecen no solo como tema o preocupaciones, sino como estilo, ritmo, imagen, calidad y forma”. Se distancia así tanto de las visiones formalistas que analizan lo formal de las obras con independencia del contenido; como de un abordaje de la ideología relacionada directa y mecánicamente con la lucha de clases o la economía. Forma y contenido constituyen una unidad “en la práctica” indivisible, pero teóricamente diferenciables por la crítica, donde a su vez, la forma adquiere importancia específica que debe ser abordada atendiendo a su grado de autonomía ya que “es siempre una unidad compleja de al menos tres elementos: se encuentra parcialmente configurada por una historia de las formas literarias ‘relativamente autónoma’; es una cristalización de determinadas estructuras ideológicas dominantes (…) y encarna una serie específica de relaciones entre autor y público”. La relación forma-contenido es, para el marxismo, una unidad dialéctica que equilibra en sí misma la importancia de ambas.
Sin embargo, el aporte de esta publicación no son solo sus conceptos que asientan a la teoría sobre un suelo “material” (aunque hoy sea habitual una crítica sociológica de las obras); sino el rescate de “hombres de acción” que también pensaron el arte desde el campo de sus especificidades pero en estrecha ligazón con los problemas de la lucha de clases, a diferencia del “marxismo occidental”, que se dedicó a problemas filosóficos y culturales, abandonando los económicos y políticos. Rescatadas del silencio por Eagleton, las figuras de Lenin y Trotsky aparecen ligadas a la reflexión sobre la cultura y el arte, a la par de sus intervenciones en los problemas candentes de la Revolución Rusa y el primer Estado obrero de la historia. Al menos para quienes nos hemos formado en una universidad bajo la impronta de los últimos 30 años de “restauración burguesa”, es esencial valorizar estos “hallazgos” para abordar la creación artística y sus problemas, en la búsqueda de reconciliar el arte y la cultura con la perspectiva de que ésta, sus productores y las mayorías a las cuales se les niega su acceso, puedan liberarse de las ataduras del capital. Volver a los escritos de estos dos revolucionarios conlleva, por otra parte, cuestionar la concepción de que el marxismo (el “realismo socialista”) pensó opresiva y mecánicamente la literatura. Arte y compromiso político son válidos si la obra es juzgada “en primer lugar, según su propia ley”. La crítica marxista, debe huir de una concepción utilitaria del arte como hizo el estalinismo. Por último, la crítica marxista permite analizar las condiciones de producción que convierten al arte en un objeto-hecho material que puede ser mercantilizado. Este sometimiento a las leyes del capital determina estrechamente la naturaleza de la obra (técnicas, materiales, contenidos). Pensarla como práctica material concreta y alejarse de una visión “espiritualista” que borra las condiciones materiales de su origen, da la posibilidad al artista de intervenir conservando o revolucionándolas dentro de su campo específico (academias, Universidades, etc). El arte, “en la sociedad capitalista, es transformado en una mercancía y moldeado por la ideología; pero aun así puede ir más allá de esos límites. Puede incluso revelarnos un tipo de verdad; no una verdad teórica o científica, seguramente, sino la verdad del modo de vida en que los hombres perciben sus condiciones de vida y el modo en que protestan contra ellas”. La publicación de Marxismo y crítica literaria, permitirá acercar a lectores de este siglo, no solo un cúmulo de herramientas y técnicas interpretativas sino las armas para una batalla en el terreno del arte que rompa con los sentidos comunes propios de la sociedad capitalista. Después de todo, como afirma Eagleton, “la originalidad de la crítica marxista no depende de su perspectiva histórica sobre la literatura sino de su concepción revolucionaria de la historia misma”.
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CULTURA Lecturas Críticas
Tras las huellas de un debate clásico En su libro recientemente reeditado, Teoría, política e historia, Perry Anderson insiste en que no se trata de negar la impronta de la experiencia en la formación de una clase ni de descartar un concepto tan importante, sino que la operación de Thompson lleva a ponderar experiencias de todo tipo confinadas a un “pasado” del cual se pueden extraer muchas moralejas pero pocas lecciones estratégicas. Fernando Aiziczon Historiador, docente de Historia Argentina Contemporánea y Antropología Sociocultural (UNC), director del Observatorio de Conflictos Laborales y Ambientales de Córdoba (UNC).
Estructura y/o experiencia Marx afirma en El XVIII Brumario que los hombres son los hacedores de su propia historia, pero advierte que éstos no la hacen “a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos”, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran y que “les han sido legadas por el pasado”. Este pasaje recuerda la discusión sobre los alcances de la “acción conciente” de hombres y mujeres que luchan, aquí y allá, en el pasado y el presente, haciendo experiencia heroicamente o repitiendo como parodia su propia historia. Y si el resultado de tantas luchas suele considerarse ambivalente ello no justifica el retiro de la crítica hacia las aguas calmas de
una armoniosa pasividad. La humanidad no tiene muchas elecciones más que luchar hasta el fin por su definitiva libertad, reforzando aquella paradójica sentencia que Marx dejó clavada en la historia. Por ello, si apenas esa sentencia comienza a alejarse, las masas despiertan para invocarla al debate: ¿en cuánto condiciona el pasado a las formas y contenidos de las luchas posteriores?, ¿dónde está ese pasado?, ¿quién lo transmite?, ¿quién lo libera? Edward Palmer Thompson fue de los historiadores que mejor plasmó en cuantiosas páginas la historia de estas preguntas. Su libro La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963), es una monumental reconstrucción histórica a la zaga de cómo una clase social se construye a sí misma, es decir, mediante qué mecanismos las repetidas luchas contra el capital le permiten a un grupo social adquirir –mediante esa lucha– una identidad e intereses comunes en base
a la articulación de valores, ideas, sentimientos, aspectos que si bien obedecen a su situación de explotados no por ello deben ser interpretados como mera reacción espasmódica (motines, huelgas), ni mucho menos como resultado automático de la existencia del capitalismo. Las determinaciones objetivas son procesadas “mental y emocionalmente” a través de la lucha constituyendo lo que Thompson define como experiencia, término medio entre “ser” y “conciencia” por el cual el sujeto “vuelve a ingresar en la historia”. Para Thompson la experiencia es un dato empírico legítimo, algo fundamental en la construcción del conocimiento histórico de la clase y no, como recortan otras corrientes teóricas, un mero protocolo de autovalidación científica. Tras estos y otros interesantes postulados emergen una infinidad de interrogantes: si existe la experiencia como proceso histórico y con ella resulta posible la conformación de una clase, ¿toda acción opera en términos acumulativos?, ¿o existe también una experiencia que puede quedar limitada a una percepción moral-existencial (sufrimiento/resistencia) sin consecuencias políticas? ¿Por qué una clase obrera formada en el combate contra un enemigo identificado (el capital) puede luego (re) formarse y dejar de producir esa experiencia que paradójicamente la consolidó como tal? ¿Hay experiencias válidas y no válidas en términos de conciencia de clase? El énfasis puesto por Thompson sobre la noción de experiencia obedece a una discusión política al interior de la izquierda europea: “había que polemizar también contra las versiones economicistas esquemáticas en el marxismo (…) la noción muy simplificada de la aparición de la clase obrera se reducía a la de un
IdZ Julio determinado proceso: fuerza de vapor + sistema de fábrica = clase obrera. Una clase especial de materia prima (…) se elaboraba para producir tantos metros de proletarios con conciencia de clase”1. Una versión de ese marxismo fue la que Thompson identificó en Althusser, intelectual marxista del PCF, sobre quien descargó sus municiones teóricas en un libro de 1978 titulado Miseria de la teoría: miseria de considerar que la historia, según Althusser, es un proceso “sin sujeto”, carente de fines y de sentido, y cuya dinámica reside en las fuerzas productivas que determinan la lucha de clases2. No es muy difícil percibir que la idea de sujetos sujetados a estructuras (deudora del psicoanálisis lacaniano), que en su versión vulgarizada fue homologada a la metáfora de sujetos-marionetas incapaces de liberarse de tal condición, choca de frente con la noción de experiencia. Sobre ese choque ingresa Anderson, pero para debatir con Thompson, sin dejar de interpretar a Althusser.
Texto y contexto, política y teoría Teoría, política e historia3 es una exquisita muestra de cómo uno de los mayores representantes del marxismo contemporáneo, Perry Anderson, practica la crítica meticulosa, erudita y por momentos despiadada de sus oponentes. Disecciona cada posición teórica, comprueba su solidez argumental, la contrasta con la de su oponente y no duda en otorgarle la razón a quien considere el justo vencedor. Pero la cosa no queda ahí: cada argumento es luego revelado por Anderson como la forma teórica que asume una determinada posición política: cuando Thompson esgrime su idea de experiencia como categoría apropiada para el estudio del pasado en realidad está dando su batalla por la dignidad moral del sujeto histórico: “trato de rescatar al artesano ‘utópico’ (...) Sus aspiraciones eran válidas en términos de su propia experiencia”4. Esa dignidad habría sido abandonada por un Marx obnubilado con la economía política burguesa y que no advirtió aspectos como el poder, la cultura, los sentimientos. Ese olvido favoreció “deformaciones” teóricas posteriores (economicismo, estructuralismo). Pero un “retorno al joven Marx”, de moda por entonces en Europa, traía con Thompson un humanismo socialista y libertario que veía en todo intento de confinar al sujeto histórico al frío dictamen de la objetividad algo similar a una policía ideológica: Althusser, dirá Thompson: “es justamente el estalinismo reducido al paradigma de la teoría”. Thompson abandona el PC inglés en 1956 por los estragos del estalinismo e impactado por una Hungría aplastada por las fuerzas soviéticas. Se enoja luego con la clase obrera inglesa sumida en el reformismo y más tarde se entusiasma con el Chile de Allende, reingresando a la política inglesa afiliándose al partido Laborista. En contraposición, Althusser no abandona el PC francés al que critica furiosa y públicamente por burocrático y sectario. Mientras ocurre el conflicto chino-soviético Althusser se vuelca hacia el maoísmo que proclamaba “viva el leninismo” admirando con ingenuidad el proceso de la “revolución cultural”, la “línea popular”, las ideas “contra el economismo” y el “derecho a la rebelión” lanzadas
“Para Thompson la
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Estrategias
experiencia es un dato empírico legítimo, algo fundamental en la construcción del conocimiento histórico de la clase y no, como recortan otras corrientes teóricas, un mero protocolo de autovalidación científica.
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por el PC chino. Pero ese vuelco, señala Anderson, es un aferrarse al Lenin olvidado por los PC europeos en franco viraje al eurocomunismo y su abandono deliberado de la consigna de dictadura del proletariado, en pos de lograr un socialismo por la vía pacífica limitado a la lucha parlamentaria. Lenin le brinda a Althusser la posibilidad de rearmar al marxismo a través de la articulación de los conceptos de modo de producción y formación social (denostados por Thompson), donde ésta última ve asegurada su reproducción a través de la coacción represiva que ejercen los “aparatos ideológicos de Estado”. Esto es lo más próximo al pensamiento marxista y un gran avance para la ciencia histórica, dirá Anderson, a la vez que juzga el “moralismo” y “culturalismo”5 de Thompson como un deslizamiento liberal. El planteo althusseriano permite avanzar en la comprensión de la complejidad de diversas formaciones sociales, de la autonomía relativa de lo político, lo económico e ideológico sin descuidar la determinación que un modo de producción ejerce sobre toda dimensión social. Finalmente, el movimiento obrero es la fuerza social capaz de hermanar esfuerzos colectivos sistemáticos y comprender el nexo entre pasado y presente (que solo llega como moral desde Thompson) y en base a ello “producir un futuro premeditado”, una perspectiva revolucionaria probable basada en la acción conciente con miras a derribar al capitalismo; ésa y no otra es la función del materialismo histórico, rectifica Anderson: la función de dar a los hombres y mujeres explicaciones causales para una auténtica autodeterminación de su existencia y no una colección de luchas valiosas. El ejemplo más claro y rico de esta polémica se encuentra casi al final del libro, donde Anderson reinterpreta a William Morris como un verdadero estratega revolucionario que anticipó en varios puntos al marxismo (idea de doble poder, dictadura del proletariado, contrarrevolución, ineficacia del reformismo), pero que es presentado por Thompson como un personaje recubierto de una moral humanista.
La operación de Anderson consiste en terciar entre las posiciones de ambos (Althusser nunca contestó seriamente a Thompson) para introducir su propia posición teórico-política. Ingresamos así a las historias militantes entre Thompson y Anderson, miembros de la prestigiosa revista New Left Review (NLR), una de las experiencias intelectuales más fecundas de la izquierda occidental. Al tiempo que Thompson lanza su crítica sobre Althusser, se aleja también de la NLR (1962/63), y ese alejamiento es señalado por Anderson como parte no sólo de su desilusión con el modo en que aquel comprendió al comunismo sino también como muestra de su ignorancia respecto de las críticas que ya existían en la izquierda y que permitían no abandonar el proyecto revolucionario a las aguas del parlamentarismo burgués. En efecto, la NLR surge con las movilizaciones de la Campaña contra el Desarme Nuclear, apoyada y luego abandonada por el laborismo y posteriormente desactivada bajo un clima que constituyó todo un “período despreciable”, al decir de Raymond Williams (colega de Thompson). En esa coyuntura Anderson se pregunta cómo y por dónde seguir. Y el camino lo encuentra, primero, en el propio Marx, de donde comprende que el materialismo histórico no puede desentenderse de la revolución socialista. Esto no implica empobrecer la indagación histórica sino ampliar las explicaciones considerando las múltiples determinaciones de toda acción conciente que, si es revolucionaria, busca proyectos colectivos deliberadamente para derribar las estructuras sociales en su totalidad y no a cualquier tipo de acción incidental o involuntaria (y a su experiencia). Segundo camino: Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y Gramsci, todos obviados por Thompson. Particularmente será Trotsky (también Mandel y Deutscher) el que permita el reencuentro con un marxismo revolucionario necesariamente estratégico, con una interpretación sólida del estalinismo, una acérrima argumentación contra todo tipo de patriotismo y una escritura de la historia plenamente marxista. Pero, ¿terminamos el libro regresando a los fundadores de una tradición y renunciamos a la novedad que la práctica de un sensato eclecticismo teórico podría aportar? Concluye Anderson, quizá invocando al Marx de El XVIII Brumario: “La ausencia de un movimiento verdaderamente revolucionario y verdaderamente de masas en Inglaterra, así como en cualquier otro lugar de Occidente, ha fijado el perímetro de todo posible pensamiento durante este período”6. 1 E.P.Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra, prefacio de 1980, Barcelona, Ed. Crítica, p. VIII. 2 Cfr. Louis Althusser, Política e historia, Buenos Aires, Ed. Katz, 2007. 3 Reeditada en 2012 por Siglo XXI de México. 4 E.P.Thompson, La formación…, op. cit., p. XVII. 5 La respuesta de Thompson a su “culturalismo” se encuentra en Historia popular y teoría socialista, Barcelona, Ed. Crítica, 1984. 6 Anderson, op.cit., p. 228.