Ideas de Izquierda 02, agosto 2013

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ideas izquierda Revista de Política y Cultura

AGOSTO 2013

Dossier

PETRÓLEO Y POLÍTICA De la “nacionalización” a chevron Christian Castillo

las ideas del frente de izquierda en campaña

Escriben: MARTÍN KOHAN | MARISTELLA SVAMPA | EDUARDO GRÜNER ALEJANDRO SCHNEIDER | FERNANDO AIZICZON | ANDREA D’ ATRI

DIÁLOGO CON DANIEL JAMES


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IDEAS DE IZQUIERDA

Las “ideas de izquierda” del FIT en campaña Christian Castillo Sociólogo, docente de la UBA y de la UNLP, dirigente del PTS.

Este segundo número de Ideas de Izquierda sale a la calle a pocos días de las elecciones primarias (PASO), en el último tramo de la campaña. Además de la división del peronismo que significó la presentación de la candidatura de Sergio Massa por fuera del Frente para la Victoria, el gobierno sumó nuevas crisis. Está pagando un alto costo político por haber designado a un represor de la dictadura como César Milani al frente del Ejército, por el acuerdo entreguista con la multinacional Chevron y por la protección dada al ex Secretario de Transporte Ricardo Jaime, procesado en numerosas causas por corrupción. El tratamiento del pliego de ascenso de Milani para el cargo de Teniente General en el Senado se transformó en una crisis para el gobierno cuando el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), que preside el periodista oficialista Horacio Verbitsky, presentó el mismo día que se trataba el tema un informe con nuevas pruebas a partir de las

cuales recomendaba no otorgar el ascenso al flamante Jefe del Ejército. Los senadores del bloque del FPV debieron retroceder y pedir un cuarto intermedio. Poco después, por orden de la Presidenta, que defendió a Milani por cadena nacional, se postergaba la discusión hasta diciembre. Al nuevo “estatuto colonial” acordado con Chevron, para la explotación de petróleo y gas no convencional en el yacimiento de “Vaca Muerta”, así como a la cuestión petrolera y energética en general, está dedicado el dossier de este número de Ideas de Izquierda, donde se demuestra que el saqueo de las últimas décadas continuó, pese a la “seminacionalización” de YPF por parte del gobierno. Recientemente comenzaron a emitirse los spots de radio y TV de todos los partidos políticos. Como en 2011, los spots del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) recibieron elogios y críticas positivas por parte de periodistas y analistas, tanto por el contenido, como

SUMARIO

25 POLÉMICA. INTELECTUALES, IZQUIERDA Y KIRCHNERISMO CONTRA EL INTELECTUAL-CIUDADANO Fernando Aiziczon

3 LAS “IDEAS DE IZQUIERDA” DEL FIT EN CAMPAÑA

POPULISMO DE CLASES MEDIAS Y REVOLUCIÓN PASIVA Maristella Svampa

4 EGIPTO: LA MARCHA DE LA CLASE OBRERA HACIA

EL KIRCHNERISMO, CARTA ABIERTA Y SUS CRÍTICOS Christian Castillo

Christian Castillo

SU CONCIENCIA POLÍTICA Jacques Chastaign

7 PUERTO RICO: LA COLONIA MÁS ANTIGUA DE AMÉRICA LATINA Alejandro Schneider

10 SUDAMÉRICA: EL RETORNO DE LA CLASE TRABAJADORA Eduardo Molina

13 “LA INTERPELACIÓN ACTUAL DEL PERONISMO ES ALGO MUY FRÁGIL” Diálogo con Daniel James

16 DOSSIER: PETRÓLEO Y POLÍTICA. DE LA “NACIONALIZACIÓN” A CHEVRON

BAJO LAS BANDERAS DE CHEVRON Miguel Fernández ESCENAS DE NOVENTISMO EXPLÍCITO Esteban Mercatante

22 SOMOS TODOS PROGRESISTAS, ¿NO? Eduardo Grüner

31 LA EMANCIPACIÓN DE LAS MUJERES EN TIEMPOS DE CRISIS MUNDIAL (II) Andrea D’Atri y Laura Lif

34 SOBRE LAS NUEVE LECCIONES Y EL MARXISMO DE JOSÉ ARICÓ Juan Dal Maso

37 DEBATES REVISITADOS CON EL POSTMARXISMO Claudia Cinatti

39 AGUAFUERTES DE UN PORTEÑO

por la calidad profesional de su realización. Esto tiene un mérito mayor si se tiene en cuenta los menores recursos con los que contamos las organizaciones que integramos el FIT, comparados con los enormes aparatos millonarios de los partidos patronales. Pero esencialmente, los spots del Frente se destacan por poner de manifiesto denuncias, propuestas programáticas y una salida política que intentan expresar una perspectiva estratégica, con los límites de tiempo de esta forma de agitación masiva. Este contenido es la síntesis a la que arribamos las organizaciones que conformamos el Frente, luego de discusiones alrededor cuáles eran las principales ideas que debíamos expresar en la campaña.

Los “exentos” y los que pagan El spot que denuncia el llamado “impuesto al salario”, uno de los más reivindicados, deja claro un aspecto esencial del carácter de clase del

STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Andrea D’Atri, Paula Varela COMITÉ DE REDACCIÓN Fernando Rosso, Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Esteban Mercatante, Celeste Murillo COLABORAN EN ESTE NÚMERO Daniel James, Maristella Svampa, Jacques Chastaign, Eduardo Molina, Leonardo Norniella, Jonatan Ros, Miguel Fernández, Laura Lif, Claudia Cinatti, Demian Paredes EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Mariano Mancuso, Anahí Rivera, Natalia Rizzo

Martín Kohan

41 TRANSFORMAR EL MUNDO, CAMBIAR LA VIDA Ariane Díaz

44 THE MASSES

Celeste Murillo

46 RESEÑA DE ACERCA DEL SUICIDIO, DE KARL MARX 47 RESEÑA DE EL PROFETA MUDO, DE JOSEPH ROTH

PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com www.ideasdeizquierda.org Entre Ríos 140 5° A - C.A.B.A. | CP: 1079 - 4372-0590 Distribuye en CABA y GBA Distriloberto www.distriloberto.com.ar ISSN: 2344-9454


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Estado, expresado en la enorme carga impositiva que recae sobre los trabajadores, mientras que los empresarios, financistas y usureros están “¡exentos!”. El conjunto del sistema impositivo es absolutamente regresivo. Los trabajadores y el pueblo destinan una gran parte de sus magros ingresos al pago de impuestos, para que después el Estado subsidie a los empresarios y los libere del pago de tributos, como se comprobó últimamente con el acuerdo con la multinacional Chevron, o como se demuestra hace años con los beneficios que tienen las mineras o las empresas de transporte. Recientemente, a 15 días de las elecciones, el gobierno convocó al Consejo del Salario Mínimo y lo aumentó a $3.600, dejándolo a la mitad de la canasta familiar. Además va a devolver la parte del impuesto al salario que se aplicó a la primera cuota del aguinaldo de este año, una vergonzosa medida con la que pretende “comprar” la voluntad popular de los trabajadores, “devolviendo” lo que les corresponde por derecho propio. Sin embargo, pese a que es un sector cada vez mayor el que paga el impuesto al salario (alrededor del 30% del total de trabajadores en blanco) pagar este impuesto es un “lujo” que solo puede darse una franja de la clase obrera; otra amplia mayoría está precarizada o directamente en negro.

Precarización laboral Las ofensiva “neoliberal” de las últimas décadas tuvo entre una de sus consecuencias centrales, la división de la clase trabajadora, entre un sector en blanco y sindicalizado, y otra amplia gama que sufre distintas formas de precarización laboral. El 50% de la población económicamente activa gana menos de $3.300, el 60% menos de $4.000 y el ¡80%! menos de $6.000 (EPH-INDEC, 1° trimestre 2013), es decir, la inmensa mayoría no llega a la canasta básica familiar. Según datos oficiales, el 32% de los trabajadores están en negro, y otro tanto son contratados o tercerizados, superando el 50% de la fuerza laboral los que están privados de todo derecho laboral o de protección social. Para superar las crisis anteriores, el capitalismo mundial apostó, entre otras medidas, a la creación de una especie “subclase”, dentro de la misma clase obrera, para debilitar su potencialidad y su fuerza estratégica; y así imponer peores condiciones, bajar el valor de la fuerza de trabajo y aumentar sus ganancias. El spot que denuncia la precarización laboral y los contratos basura, intenta poner de manifiesto que es una necesidad vital para toda la clase trabajadora superar esta división.

Burocracia sindical Es evidente que todas estas conquistas logradas por el capital no hubiesen sido posibles sin la colaboración directa de la burocracia sindical, en su rol de policía interna del movimiento obrero. Hoy esa burocracia está dividida, como subproducto de la fragmentación del peronismo, en una etapa de lenta decadencia del kirchnerismo. Estos desplazamientos también son una

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expresión distorsionada de la inicial ruptura de sectores de los trabajadores con el gobierno. El spot que muestra la escena “típica” de un burócrata, custodiado por un matón y hablando casi como un patrón sobre la necesidad de poner límites a los reclamos salariales, simplemente reproduce una escena de la vida cotidiana de miles trabajadores en las fábricas y empresas. El compañero que desconfía y alienta al resto a organizarse para “echarlos” es un símbolo de una realidad que existe en el movimiento obrero y de la que es parte la izquierda, lo que la prensa llamó “sindicalismo de base” o “sindicalismo antiburocrático”.

Contra los agravios que sufren a diario las grandes mayorías De los crímenes sociales producidos en el último tiempo (inundaciones, “accidentes” varios etc.), la masacre de Once fue una de las más terribles y emblemáticas. Por eso los trabajadores ferroviarios protagonizan el spot que denuncia los agravios cotidianos que sufre toda la población pobre y trabajadora por el desastroso estado de los servicios públicos esenciales que, guiados por la ganancia capitalista, ponen en riesgo la salud y la vida de millones de personas todos los días. Pero no sólo con los servicios es agraviada la población. Los jubilados y las mujeres trabajadoras son símbolos de otros agravios permanentes, así como también la juventud. Por eso tomamos estas denuncias y proponemos un programa para dar una salida, a tono con la idea de que la clase trabajadora desarrolle una política hegemónica hacia el conjunto de los oprimidos. Con el mismo objetivo y para desenmascarar el carácter de clase de esta democracia para ricos y para responder a la justa bronca que siente la población trabajadora, y también amplios sectores de las clases medias, contra la casta política enriquecida, planteamos la demanda de que “todo legislador o funcionario, cobre lo mismo que una maestra o un trabajador medio”. Esta propuesta, que fue presentada como proyecto de ley por el diputado del FIT en la Legislatura de Neuquén, el dirigente ceramista Raúl Godoy, busca ayudar a poner en evidencia que esta democracia y el personal político de los partidos patronales, no son más que administradores de los negocios de la burguesía.

Pelea parlamentaria y movilización extraparlamentaria Las movilizaciones de masas recorren el mundo, como dijimos en el número anterior de Ideas de Izquierda, “la política vuelve a las calles”. Pero lo distintivo y estratégicamente trascendente es el nuevo protagonismo obrero en América del Sur (dedicamos un artículo a esta cuestión). En Brasil, pocas semanas después de las movilizaciones de masas que comenzaron reclamando por el transporte, se llevó adelante un paro nacional después de más de 20 años. Por eso tomamos ese ejemplo del pueblo brasilero en las calles en uno de los spot. Nuestro objetivo es expresar que la lucha no se reduce sólo a la pelea por conquistar bancas parlamentarias, sin duda

Ilustración: Diego Astarita

muy necesarias, sino que debe estar combinada y servir como palanca para la movilización extraparlamentaria.

Campaña electoral, táctica y estrategia En el conjunto de los spot la idea de una “alternativa política de los trabajadores” está presente como lema y como bandera, como coronación general de un programa que no puede lograrse integralmente sin que se conquiste la independencia política de los trabajadores. Con los límites que tienen los pocos segundos que hay para transmitir las ideas, esta síntesis creemos que logra en cierta medida el objetivo, con la combinación de los distintos spots, de dejar planteada ideas fuerza, ideas de izquierda, para una salida estratégica. La necesidad de superar la división estructural de las filas de la clase trabajadora entre trabajadores en blanco y precarizados, única manera de que desarrolle su potencialidad y avance en transformarse en sujeto. Que esto no podrá lograrse sin sacarse de encima a la infame la burocracia sindical. Sobre esa base la necesidad de una perspectiva y un programa hegemónico, tomando los agravios de todos los sectores sociales oprimidos por esta sociedad. Dejar en claro que esto se logra, no sólo con diputados de izquierda en el Congreso (que de conquistarlos sería un importante paso adelante), sino que es esencial la movilización y la lucha callejera. Y como coronación sembrar la idea una organización política independiente de la clase trabajadora, un partido con un programa y una estrategia revolucionaria. Lejos de la politiquería burguesa oficialista y opositora que desborda de demagogia y consignas vacías, éste es el sentido estratégico que tiene para nosotros, dar la batalla en estas elecciones para superar las PASO en agosto y lograr diputados en octubre. En la campaña y en los spots intentamos sintetizar estas ideas de izquierda, un combate por el que luchamos todos los días y del cual las elecciones son otro escenario de batalla.


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EGIPTO

la marcha de la clase obrera hacia su conciencia política Jacques Chastaing Militante del NPA en Mulhouse, Francia.

Introducción Después de que el artículo aquí publicado fuera escrito el 12 de mayo de 2013, el gobierno de Morsi cayó el 3 de julio, producto de una segunda revolución popular en la que vimos a millones y millones de hombres y mujeres (20 millones según la mayoría de las estimaciones) de todas las clases sociales y edades, ocupar las calles durante cuatro días con una sola consigna “Que se vaya Morsi. El pueblo es el poder”. Estas movilizaciones, de proporciones históricas, incluso a escala mundial, han sido precedidas por la movilización de los trabajadores y las clases explotadas que continúa desde hace tres meses, con huelgas y protestas, también de dimensiones históricas, superando cualquier cosa vista antes. De hecho, desde el derrocamiento de Mubarak hace dos años y medio, para las clases pobres egipcias, que fueron los principales protagonistas de esa caída, nada ha cambiado y su situación social se ha agravado. Egipto tenía un 40% de su población viviendo con menos de un dólar al día, durante los últimos dos años se han cerrado 4.000 cierres de empresas. Aumentan los cortes de electricidad y agua. La escasez de gas y combustible es tal que muchos egipcios no tienen cómo cocinar sus alimentos, mientras otros deben hacer filas durante horas, incluso días, en las estaciones de servicio para conseguir combustible. Por último, la considerable inflación, sobre todo en los productos de primera necesidad, hace que muchos deban renunciar a los alimentos. Para evitar que esta movilización transforme la caída de Morsi en una revolución social, el Ejército ha preferido tomar la iniciativa, y como lo hizo con Mubarak en 2011, derrocó a Morsi con un golpe de Estado. Al desviar la revolución social en curso para proteger la propiedad, el Ejército, apoyado por la oposición laica y la izquierda, intenta posicionarse como Bonaparte, y ha desviado el curso de la ira popular contra la Hermandad Musulmana que, acorralada, libra una lucha a vida o muerte. Sin embargo, nada impide que reaparezcan las huelgas, que vuelven a comenzar. La revolución permanente en la que la revolución democrática es convulsionada por la revolución social que aún no llegó a su madurez

por falta de expresión política, da un espacio al bonapartismo en tanto que el proceso no ha logrado un resultado. Este mecanismo es la lógica política de la situación, llevada por las conmociones sociales a las que condujeron los últimos treinta años de globalización capitalista, que se describen en el siguiente artículo1. ••• En Egipto y en el mundo árabe –o en cualquier otro lugar–, la autoorganización solo puede inscribirse en la marcha de las clases explotadas para salir de su apatía política y en el camino de tomar conciencia sobre su propio papel. La revolución en Egipto (y Túnez, Siria, etc...) es un gran cimbronazo del mundo. También es un fantástico desciframiento de los cambios recientes en el planeta y los caminos que, actualmente, toma la conciencia de los oprimidos hacia su emancipación. Estas revueltas no son solo fenómenos “árabes” causadas por el desgaste de los regímenes dictatoriales, sino que están vinculados con el desquiciamiento económico mundial de los últimos 30 años. La crisis ha llevado al capitalismo a patear hacia adelante el endeudamiento cuyos efectos vemos aquí hoy, pero también lo ha llevado a la búsqueda tanto de nuevos mercados como de un nuevo proletariado de bajos salarios; la competencia entre los trabajadores del mundo; una nueva geografía industrial planetaria y la desregulación mundial de la protección social, poniendo patas para arriba muchas situaciones establecidas y sentando las bases de los actuales levantamientos, desde Egipto a Turquía, pasando por Bangladesh. Las revoluciones árabes han dado paso a un periodo de desbarajuste y desciframiento de estos cambios económicos y su impacto en la conciencia.

Los flujos estructurales de la conciencia hacia la autonomía La liberalización económica resquebrajó todo tipo de protección, empujó a los pobres a buscar una mejor vida en las principales ciudades, conduciendo a una urbanización desenfrenada. El Cairo pasó de tener 3 millones de habitantes en

1960 a más de 20 millones en la actualidad. Surgieron una gran cantidad de ciudades medianas y pequeñas. De los 100 millones de habitantes del mundo árabe en 1950, el 26% vivía en ciudades. Hoy en día, hay más de 66% de un total de 350 millones. Alejandría cuenta con más de 5 millones de habitantes; Port Said, Suez, Mahalla, Mansoura... ciudades que las luchas nos hicieran conocer, superan los 500.000 habitantes cada una. Egipto tiene una población de 85 millones de personas, muy jóvenes (con una edad promedio de 24 años); una densidad de vivienda seis veces superior a la de los Países Bajos –el más alto de Europa–; una clase obrera de 8 millones de personas; la industria más desarrollada en el mundo árabe (24.000 empleados, por ejemplo, en “Misr Spinning and Weaving” en Mahalla al-Kubra), y un sector “informal” de pequeños puestos de trabajo de “día a día” que abarca entre10 y 17 millones de trabajadores. Muy a menudo, estos últimos son estigmatizados socialmente como delincuentes o traficantes de drogas; que no tienen, por supuesto, ninguna protección en caso de accidente o enfermedad, no acceden a jubilación y sus hijos tampoco se atreven a decir a qué se dedican sus padres. Sin embargo, es este sector del proletariado el que ha jugado y sigue jugando un papel central en las revueltas que sacudieron el país, pero que continúa hasta el momento sin representación política. Es esta contradicción y la marcha hacia la conciencia de los explotados, la clave de todos los acontecimientos políticos de los últimos dos años en Egipto.


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Foto: www.noticias.emisorasunidas.com

Esta contradicción es la que se encuentra en la ciudad-jungla, la que sacudió las tradiciones y destruyó la vieja solidaridad, pero al mismo tiempo destruye lo más pesado y coercitivo que tiene la propia tradición, creando un “espacio de libertad” que socava la autoridad de la antigua familia patriarcal o la religión. “La libertad” sin duda de un proletariado femenino e infantil que ha sido explotado sin límites. Pero, al mismo tiempo que la ciudad se convierte en “jungla”, mezcla las tradiciones y hace entrar a los trabajadores egipcios en el proletariado mundial. Se estima en tres millones la cantidad de habitantes de las villas miseria de El Cairo en condiciones de vida dramáticas. Un millón de niños son abandonados a su suerte en las calles de las ciudades. “Gavroches” (nombre de un personaje de la novela Los miserables) de los tiempos modernos, que a menudo se encuentran en las filas de los ultra o la primera línea de los enfrentamientos con la policía. Al mismo tiempo, hay 21,7 millones de usuarios de internet en Egipto. Con la ciudad, sus libertades, su concentración e internet, el peso de los jóvenes se ha multiplicado. Pero lo más sorprendente es la participación significativa de los hombres maduros en la revolución, que eran hasta allí la autoridad, asumiendo en la familia patriarcal y religiosa, un papel moderador. En el campo industrial, la apertura a la competencia mundial ha llevado a la privatización de las producciones del Estado más tradicionales, como la textil, que han sido compradas a

menudo por el capital indio, con condiciones degradadas para los trabajadores. Se les quita la tierra a los campesinos a favor de los grandes latifundios. La “liberalización” de la economía mundial ha entrañado la industrialización, pero también el cierre de las empresas de propiedad estatal (4.600 cierres en 2012), así como la destrucción de los servicios públicos que causan el crecimiento de la pobreza, por un lado, y la riqueza, por el otro. La pobreza aumentó del 39% de la población en 1990 al 48% en 1999 en las zonas urbanas, y del 39% al 55% en las zonas rurales. Hoy más del 40% vive con menos de 1 euro por día. De hecho, tratando de escapar de las viejas instituciones a las que fueron confinados, masas de hombres formaron olas de inmigración de una magnitud sin precedentes en la historia de la humanidad. En el mundo árabe, más de 22 millones han emigrado, sobre todo a los países del Golfo, pero también a Europa e inclusive, más allá. En la desesperación que azota a esos países, no había más que una salida: huir al extranjero, trabajar allí, ir a la escuela, soñar con un lugar mejor. Pero gran parte de los migrantes en los Estados del Golfo ha regresado. Cuando las fronteras europeas son cada vez más herméticas... Esto no era para nada así en las revueltas actuales. La urbanización y la migración han mostrado no solo otro mundo, sino que también lo han hecho penetrar, causando una verdadera revolución matrimonial, que socava los cimientos de los regímenes dictatoriales, como las bases de la

religión tradicional, ambas basadas en ​​ la familia patriarcal, el matrimonio a corta edad y entre primos, la sumisión de las mujeres y una alta tasa de fertilidad. En 30 años en Egipto –la tendencia es similar en todos los países árabes–, con una considerable urbanización y una inmigración a gran escala, muchas mujeres se pusieron a trabajar; la edad para contraer matrimonio, que era de 17 a 18 años para las mujeres, aumentó a 23 años y 27 para los hombres. Esto significa un período de soltería mayor, y también de disponibilidad para la acción colectiva. La fertilidad disminuyó de 6 o 7 niños a alrededor de 3. Se estima que la tasa de contracepción es de casi un 60%. El número de abortos, pese a estar aún prohibido, explota. La diferencia de edad entre los cónyuges, tradicionalmente alta, disminuye así como la costumbre del matrimonio endogámico. La duración del matrimonio, bastante corto por la facilidad con la que cuentan los hombres para repudiarlo, se alarga. La poligamia casi ha desaparecido. La violencia actual del tradicionalismo religioso es una reacción a un mundo superado por estos acontecimientos, el colapso electoral brutal de la Hermandad Musulmana tiene allí también sus cimientos. La plaza Tahrir, donde conviven sin problemas hombres y mujeres, ha dado un rostro a este trastrocamiento, al mostrar que estos arcaísmos no están inscriptos en las profundidades de la “naturaleza humana”, sino que se asientan en estos regímenes dictatoriales y allí encuentran sus fundamentos. »


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EGIPTO

Foto: www.lapatilla.com

La familia, el matrimonio, la herencia, las fronteras nacionales, la educación, las formas de gobierno, la representación política, religiosa y la propiedad están todos en crisis.

El camino de los explotados hacia la conciencia política que hace entrar en pánico a los poseedores Contrariamente a lo que se dice a menudo, la revolución egipcia no ha sido sofocada por un llamado invierno islamista, ni se está apagando de a poco por el desgaste lento. Como prueba, el mes de abril de 2013, con 1.462 protestas identificadas por el Centro para el Desarrollo Internacional –48 por día–, de las cuales el 62,4% tiene un carácter económico y social, no solo se rompieron todos los récords de la historia de Egipto, sino que ha sido también pico mundial de este mes. Al comparar cuantitativamente, los meses que separan las dos revoluciones rusas de 1917 parecen un largo y tranquilo río. El mes de marzo ha sido agitado, con casi 1.354 protestas. De hecho, desde la toma del poder por Morsi y la Hermandad Musulmana, en julio de 2012, el número de conflictos se ha más que duplicado en el mismo tiempo, solo el año 2012 ya contaba con más movimientos que los 10 años anteriores. Millones de egipcios ingresaron a la escena política y están haciendo su propia experiencia. Algunos por primera vez, a veces utilizados por sus patrones o administradores para presionar a las autoridades. Pero otros ya están en su quinta o sexta huelga en dos años, por no hablar de su participación en las protestas barriales o en las manifestaciones políticas. Todos directa o “por capilaridad” tienen más experiencia y organización que las que tuvieron jamás; nuevos militantes se forman, en busca de alimentos ideológicos en la plaza Tahrir o en la Universidad y todos los lugares de debate, dejando poco a poco su estupor de explotados, mostrándose capaces de ayudarse a sí mismos y con cada vez más peso sobre otros sectores sociales. En los últimos 10 meses, desde que Morsi llegó al gobierno, la revolución ha tomado la forma, en septiembre y octubre de 2012, de amplios movimientos sociales centrados en fines económicos alrededor de huelgas generales de profesores y médicos. En noviembre y diciembre, se convirtió en un gran movimiento político en torno a la exigencia de la caída del régimen considerado una nueva dictadura. En la movilización

del 4 de diciembre, se reunieron casi 750.000 manifestantes en las calles de El Cairo y alrededor del palacio presidencial, lo que obligó a Morsi a huir, pero fue salvado por la pusilanimidad de la oposición que lo acompañó en el desvío del movimiento insurreccional hacia las urnas, con el referéndum religioso y constitucional. Con la abstención masiva durante estas elecciones en diciembre, la gente hizo la experiencia de haber dejado en minoría al conjunto de sus partidos. En enero, febrero y marzo de 2013, las ciudades de Suez insurrectas desafiaron masivamente el estado de emergencia y ridiculizaron la autoridad que el poder islámico había puesto en su lugar. Pero fueron también los trabajadores de las ciudades del delta del Nilo, como Mansoura y Mahalla, los que simbolizaron, ante todo el país, el cuestionamiento de la autoridad gubernamental, la policía y los islamistas con numerosos locales del Partido de la Libertad y de la Justicia (Hermanos Musulmanes), policías o prefecturas, quemados o saqueados. El gran aparato policial (4 millones), militar (3 millones), religioso (2 millones de los Hermanos Musulmanes) que impusieron el terror, parecía paralizado. En las mezquitas, se veía a los imanes denunciar el falso islam de salafistas y Hermanos Musulmanes. Incluso vimos a una joven profesora hacer apología de ateísmo frente a una multitud de curiosos. Ni siquiera la universidad de Al Azhar, foco central del islam de Medio Oriente, escapó al desafío en toda la regla por sus estudiantes. Bajo el gobierno del ejército SCAF, de enero de 2011 a julio de 2012 y 9 elecciones, los egipcios han roto con sus ilusiones sobre el ejército y la democracia representativa. A partir del gobierno de los Hermanos Musulmanes, rompieron con las ilusiones en el islam político y aprenden a hacerlo con el FSN, frente de los partidos de la oposición bajo la dirección de los liberales, demócratas y socialistas nasseristas. Es por ello que hemos visto aparecer a partir de enero 2013, milicias de autodefensa, bautizadas comúnmente por la prensa como “Bloque Negro” para defenderse de la extrema violencia de la policía, rompiendo con la tradición de no violencia legal de la oposición institucional. Es por eso que también aparecieron los inicios de autoorganización popular, consejos de ciudad en Mahalla y Kafr el Sheick, embrión de policía popular, prisión para los Hermanos Musulmanes y un esbozo de educación tomada en sus manos

por la población de Port Said, dando cuenta de una lógica de la situación donde lo que se pone en cuestión es la democracia directa. En marzo y abril, al mismo tiempo que asistíamos a la debacle electoral de los islamistas durante el escrutinio para la representación electoral entre los estudiantes, y mientras las universidades estaban cada vez más cerca de volverse un foco de agitación política permanente, la revolución, en una especie de respiración, se desplazaba hacia los asuntos económicos. Comenzando por una huelga general de los ferrocarriles, se desarrollaron una multitud de movimientos sociales, las fábricas y los barrios estallaron contra los aumentos de precios, la escasez de combustible y los cortes de electricidad. Antes de que puedan darse de baja los subsidios en los productos de primera necesidad programados por el gobierno, puede unificarse el movimiento nuevamente en el mismo terreno, pero ahora brutalmente político. A través de estas múltiples experiencias, va tomando forma poco a poco la idea de que la salvaguarda de la revolución pasa por la revolución social. Hubo un hecho en abril que fue particularmente significativo. El gran periódico liberal Al Masry al Youm cerró sus puertas. Propiedad de hombres de negocios, creían que habían jugado su rol en ayudar a la caída de Mubarak, pero que ahora era tiempo de una alianza entre islamistas y liberales, una información libre no podía más que beneficiar a la clase obrera. En respuesta ante su última aparición, sus periodistas hicieron un número especial explicando que no podía existir democracia real sin democracia económica y justicia social, en suma, ¡que el futuro era la revolución social! La convergencia actual entre la pérdida de ilusiones y las luchas obreras con democracia directa, tiende a que emerjan pública y abiertamente los cambios subterráneos que han ido transformando las relaciones entre hombres y mujeres, en el tipo de familia, el matrimonio, la herencia, la educación, la religión y la propiedad: cuestiones del socialismo y de la revolución permanente. No es de otro modo que viviendo en esta conciencia emergente que los hombres a través de sus luchas pueden convertirse en actores de su propia historia, dándole un objetivo a los organismos de contrapoder que comenzaron tomando los espacios públicos, continuaron construyendo sindicatos y diversas organizaciones no gubernamentales, y podrían continuar poniendo en pie comités de lucha por fábrica o ciudades y sus coordinaciones a escala, y, por qué no, ¿atravesar fronteras? Entonces, su alcance será tanto mayor cuanto que su lenguaje será común a la humanidad. Traducción: Laura Vilches

1 Esta introducción fue realizada por el autor el 24 de julio de 2013.


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la colonia más antigua de América Latina A más de doscientos años del inicio de la lucha por la independencia en diversos países latinoamericanos, Puerto Rico ocupa un lugar peculiar, continúa siendo un enclave colonial. Es un caso de colonialismo clásico como forma extrema de dominación política, económica, social y cultural. Alejandro Schneider Historiador. Docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de La Plata. El archipiélago de Puerto Rico fue descubierto por los españoles durante el segundo viaje de Cristóbal Colón en 1493. Años más tarde, el territorio comenzó a ser expoliado por los conquistadores ibéricos, primero extrayendo oro, y luego, diferentes productos agrícolas: azúcar, café y tabaco. Sin embargo, esta injerencia colonial no fue totalmente sencilla. En el transcurso de su historia hubo una miríada de revueltas populares que cuestionaron el dominio europeo. A pesar de los sucesivos fracasos, la idea de independizarse de España permaneció en el transcurso del siglo XIX. La máxima expresión de este descontento se manifestó en el mes de

septiembre de 1868 con el Grito de Lares. Durante esas jornadas se produjo el principal estallido popular con el fin de crear una nación libre y soberana. Si bien la revolución fue rápidamente derrotada por las tropas hispanas, su legado y recuerdo permaneció en el tiempo. A partir de la firma del Tratado de París de 1898, el archipiélago caribeño pasó a depender del Congreso de los Estados Unidos. Poco tiempo después, el dominio colonial se reforzó con la Ley Foraker de 1900 (por la cual se creó un “gobierno civil” digitado desde Washington) y con la Ley Jones de 1917, por la que se impuso a los puertorriqueños la ciudadanía estadounidense.

De este modo, junto con diferentes resoluciones del Tribunal Supremo norteamericano, se estableció la condición de territorio no incorporado; en otras palabras, Puerto Rico pertenece a, pero no forma parte de, los Estados Unidos. Asimismo, se acordó que seguía siendo tan solo una posesión territorial, no existiendo la intención de incorporarlo en el futuro como parte de la unión. En la práctica, se convirtió en una gran plantación azucarera, con gobernadores yanquis designados por el presidente de turno, con la bandera del Tío Sam como única enseña, con el intento (infructuoso) de establecer el idioma inglés en la población y con la radicación de numerosas bases militares. Desde sus inicios, Puerto Rico resultó ser un importante enclave geopolítico para los Estados Unidos en el mar Caribe. Ha servido como cabecera de playa para varias invasiones en la región (Cuba, Guatemala, Granada, etc.). Además, los jóvenes puertorriqueños se han visto obligados a enrolarse en el servicio militar y a combatir en diferentes regiones del mundo. En idéntico sentido, ha desempeñado un papel de vidriera simbólica de un modelo supuestamente exitoso de democracia capitalista ante otros países de la zona; en particular, frente a Cuba tras la revolución de 1959. Por otro lado, sus pobladores se han sometido (sin su consentimiento) a distintos tipos de estudios y experimentos medicinales.»


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PUERTO RICO

“Desde sus inicios, Puerto Rico resultó ser un importante

enclave geopolítico para los Estados Unidos en el mar Caribe. Ha servido como cabecera de playa para varias invasiones en la región.

Entre otros, uno de los casos más renombrados y reconocido por Estados Unidos, fue un ensayo humano que se hizo (entre 1949 y 1951) para conocer los defectos de la vacuna contra la tuberculosis.

Los mecanismos de sometimiento Ahora bien, ¿cómo se ha sostenido y reproducido esta situación colonial? En el transcurso de su historia, Estados Unidos implementó diversos mecanismos para mantener el control en la zona. En todas las ocasiones se buscó asimilar a los puertorriqueños sin integrarlos políticamente a la metrópoli; a la vez, intentó impedir por cualquier medio la independencia. Para consolidar esta política de intervención, el poder imperial combinó (en distintas coyunturas históricas) instrumentos de orden jurídico, ideológico, económico y represivo. En términos jurídicos, una de las disposiciones adoptadas fue la de concederles la ciudadanía estadounidense. Su propósito no fue el de incorporarlos como otro estado de su federación; por el contrario, su intención fue frenar el avance de las ideas nacionalistas. En términos de conformar un sistema de cooptación ideológica se buscó fomentar la imaginaria creencia de que la sociedad puertorriqueña necesita estar bajo la dependencia norteamericana, inculcándoles (como en otras situaciones coloniales) un sentimiento de inferioridad. Dentro de este escenario, el proceso más importante de asimilación fue la creación del Estado Libre Asociado (ELA) en 1952; por medio del cual se concedió un estatus político de pseudo soberanía, encubriendo con este manto jurídico una relación de dominación vigente hasta el presente. De este modo, Puerto Rico se transformó en una colonia moderna con acceso a ciertos derechos civiles y sociales, con poderes limitados sobre cuestiones locales atinentes a la educación, vivienda, salud, impuestos y cultura. Por su parte, la metrópoli yanqui continuó interviniendo en los asuntos referentes a defensa, moneda, ciudadanía, inmigración, transporte, comunicación, aduana y comercio exterior. Sin embargo, las leyes norteamericanas se reservan el derecho de anular cualquiera de las normas dictadas por el parlamento o las autoridades del archipiélago. Por otro lado, al calor de numerosas protestas en la década del cincuenta, el gobierno estadounidense, en el marco de la guerra fría, decidió que determinados símbolos que reafirman la puertorriqueñidad, fueran aceptados como partes integrantes del aparato ideológico de dominación. De este modo, al incorporarse el español

como lengua oficial y la bandera boricua en las oficinas estatales, entre otras prácticas identitarias, se fue canalizando desde Washington algunos reclamos del independentismo mientras no se alteraba en lo substancial el proceso colonizador. Cabe subrayar que este proceso jurídico fue acompañado, desde entonces y hasta el presente, por el visto bueno de las dos principales organizaciones políticas: el Partido Popular Democrático (PPD) y el Partido Nuevo Progresista (PNP). Ambas fuerzas siempre actuaron en defensa del régimen colonial. En cuanto a los instrumentos económicos, el archipiélago caribeño transitó por distintos mecanismos de dependencia con la metrópoli. En primer lugar, continuó con la producción de materias primas para su exportación; posteriormente se inició un proceso manufacturero según las necesidades del capital yanqui, sobre la base de exiguos salarios y con notables exenciones contributivas para las corporaciones estadounidenses. Todo esto en un marco donde la población es una consumidora cautiva de bienes norteamericanos cuyo valor se encuentra encarecido por el monopolio que ejerce Estados Unidos en el transporte marítimo. Por otra parte, desde la década de 1930 ha recibido diversos fondos federales de ayuda del gobierno norteamericano con el fin de conservar la dependencia económica y política. Asimismo, estos, a su vez, sirvieron para mantener ideológicamente subordinados a vastos grupos de la sociedad. En forma paralela, la política de asimilación se consolida con el permanente flujo migratorio de isleños hacia los Estados Unidos. El movimiento poblacional se convierte en una clásica válvula de escape (incluso alentada por los gobiernos) frente a las reiteradas crisis económicas y a la desocupación. Cabe indicar que los desplazamientos son continuos y que se dan en ambos sentidos; por lo tanto, pocas veces se quiebran los lazos sociales, económicos y culturales con la comunidad de origen. La mayoría de los miembros que integran la diáspora se siguen autoreferenciando como boricuas; en consecuencia, se ha conformado en el transcurso del siglo XX (y durante la presente centuria), en términos demográficos, en una nación dividida entre la isla y el continente. Sin embargo, este fenómeno ha provocado disímiles consecuencias. Entre otras, el hecho de que se pueda obtener un empleo gracias a la posesión de la ciudadanía yanqui ha intervenido en la conveniencia (o no) de luchar por la independencia. Por último, no por eso menos importante, otro de los factores que operó para la sujeción política fue la utilización de la represión. La misma se

dirigió contra todos aquellos (individuos o grupos) que expresaron su deseo de emancipación. De este modo, se recurrió desde el control de los medios de comunicación hasta la persecución de personas, pasando por el uso de detenciones, torturas y asesinatos. Sin duda, el primer hecho represivo fue la propia ocupación militar del territorio en 1898. Desde ese momento, la vigilancia, el control y el castigo sobre la población fue una práctica coercitiva que se empleó en forma ininterrumpida hasta el presente. Cabe observar que el accionar estuvo ejercido tanto por diversas agencias federales como por fuerzas de seguridad del gobierno local; en numerosas oportunidades, incluso con la complicidad de agrupaciones políticas, del sistema judicial o la propia delación de los ciudadanos. El independentismo, en el transcurso de toda su historia, ha sufrido un sinfín de acciones represivas. En la década de 1930, las fuerzas coloniales asesinaron y encarcelaron a numerosos nacionalistas en las masacres de Río Piedras (1935) y en Ponce (1937). En los años siguientes, se aplicó la Ley de la Mordaza, por la cual las autoridades castigaban a todas aquellas personas o grupos que de manera pública (en forma oral o escrita) defendían los ideales de la independencia. Con el establecimiento del ELA, las acciones represivas no cesaron; por el contrario, se perfeccionaron. Al calor de los choques contra el envío de jóvenes al sudeste asiático, el rechazo a la extracción minera, la campaña por la excarcelación de los presos políticos o las protestas por las bases militares norteamericanas, los diferentes gobiernos locales junto con los mandatarios estadounidenses, desarrollaron un conjunto de medidas persecutorias y represivas. De todas estas disposiciones, una de las acciones más violatorias de los derechos civiles fue la realización de un fichaje institucional, sistemático, permanente y generalizado de independentistas, ambientalistas, sindicalistas, religiosos, feministas, etc. Si bien estos operativos (conocidos con el nombre de “carpeteo”) funcionaron desde 1898, alcanzaron su máxima expresión entre 1960 y 1990, cuando fueron denunciados en forma pública, aceptando las autoridades su existencia. Como corolario a estas acciones, y no satisfechos con las mismas, la metrópoli y los mandatarios locales, también asesinaron a más de una docena de luchadores: entre otros, a la estudiante Antonia Martínez Lagares (1970) y a los jóvenes Arnaldo Darío Rosado y Juan Soto Arriví en el Cerro Maravilla (1978). Cabe recalcar que el empleo del accionar represivo también se usó para advertir y atemorizar


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“…los diferentes gobiernos locales junto con los mandatarios estadounidenses, desarrollaron un conjunto de medidas persecutorias y represivas. De todas estas disposiciones, una de las acciones más violatorias de los derechos civiles fue la realización de un fichaje institucional, sistemático, permanente y generalizado de independentistas, ambientalistas, sindicalistas, religiosos, feministas, etc. a la población a través de medidas con un fuerte carácter simbólico. La principal de ellas fue el asesinato del fundador del Ejército Popular Boricua, Filiberto Ojeda Ríos, el 23 de septiembre de 2005, aniversario del Grito de Lares, la jornada más importante del movimiento independentista. Al respecto, sobre este crimen, corresponde indicar que el mismo fue perpetrado por agentes de seguridad enviados desde Norteamérica debido a que Washington no confió, para la realización de esta tarea, en las fuerzas policíacas de la isla. Finalmente, es necesario subrayar que aún se encuentran en las cárceles federales de Estados Unidos varios prisioneros independentistas; entre otros, Oscar López Rivera, el convicto político más antiguo del hemisferio.

El prisionero político más antiguo del hemisferio López Rivera, como muchos puertorriqueños, se trasladó con su familia a Norteamérica cuando era adolescente como forma de salir de la crisis que asolaba por esos años en la isla; poco tiempo después, fue reclutado para combatir en Vietnam. De regreso a Estados Unidos, frente a las condiciones deplorables y el racismo que sufría la comunidad boricua en Chicago, comenzó a organizar –con otros miembros de la colectividad– distintas actividades contra el maltrato de la policía, las condiciones miserables de vivienda y la discriminación en los ámbitos laborales y educativos. En ese sentido participó en varios programas educativos para la expansión de la educación bilingüe en las escuelas públicas y para la reinserción de jóvenes con problemas de adicción. Luego, ante la constante represión de esas tareas, decidió incorporarse a un movimiento armado para luchar por la independencia de Puerto Rico y, a la vez, enfrentar la opresión en que se encontraba sometida la diáspora. En 1981 fue arrestado y condenado a cincuenta y cinco años de prisión por conspiración sediciosa. Un tiempo después, como resultado de un complot gubernamental (se le adjudicó un falso intento de escape) le añadieron quince años de sentencia, los que comenzaría a cumplir después de terminar con la primera condena. Durante ese período, Oscar fue recluido en prisiones de máxima seguridad, en condiciones no muy diferentes a las de Guantánamo, con un aislamiento total en Unidades de Control, sin contacto físico, sin acceso al aire fresco, encerrado veintitrés

horas al día. En el 2008 fue trasladado, por primera vez, a una prisión de seguridad media, con la única condición de que se presentara cada dos horas para las verificaciones del personal. En 1999, tras una fuerte campaña internacional, Bill Clinton excarceló bajo palabra a once prisioneros políticos compañeros de Oscar. Sin embargo, este se negó a aceptar el indulto hasta que todos los acusados se encontraran en libertad; con el tiempo, todos los detenidos en la década del ochenta fueron liberados, excepto López Rivera. En este sentido, es sorprendente que alguien que condicionó su propia excarcelación a la libertad de sus compañeros conspirara para fugarse de la prisión. Más aún cuando

hoy en día la justicia yanqui reconoce oficialmente que fue un invento dicha acusación. Mientras el gobierno de Estados Unidos pretende dar lecciones de libertad, democracia y derechos humanos al resto del mundo, y el premio Nobel de la Paz Barack Obama se lamenta por el confinamiento que tuvo Nelson Mandela en Sudáfrica, el último 29 de mayo se cumplieron treinta y dos años del confinamiento de Oscar, siete más que Madiba. Al igual que lo sucedido en su momento con Sacco y Vanzetti, como con otros presos políticos, el movimiento obrero y el estudiantado se tienen que pronunciar por la liberación de Oscar López Rivera.


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El retorno de la clase trabajadora Mientras se invitaba a centrar la mirada en las capas medias, según el mito de una América Latina en vías de ser un “continente de clase media”; entra en escena la clase trabajadora de Brasil y el Cono Sur, protagonizando las mayores movilizaciones desde hace largos años y yendo al encuentro de masivas protestas con fuerte participación juvenil y estudiantil como las que conmovieron las calles de Santiago o de São Paulo y Río. Eduardo MOLINA Miembro del staff de la revista Estrategia Internacional.

Signos locales de la crisis histórica en su sexto año. La misma que empuja a la rebelión de la juventud de El Cairo a Estambul, a la insurgencia de los trabajadores, desde Grecia y Portugal, a esa clase obrera explotada en China, India o Bangladesh. En este extremo del mundo, esos vientos erosionan como a un castillo de arena la construcción ideológica de unas clases medias proliferando en el corazón del espacio social para sostener el edificio de la democracia burguesa donde los conflictos sean metabolizables. El propósito de estas líneas es llamar la atención sobre la irrupción de este actor, por lo común invisibilizado, no ya en su indiscutible presencia en la lucha social, pero sí como sujeto potencialmente revolucionario: la clase trabajadora sudamericana.

Los comienzos de un ascenso obrero Desde el paro del 20N en Argentina a las grandes acciones que conmovieron a Bolivia en mayo, y a Chile, Brasil y Uruguay en junio-julio, ha dado un salto la irrupción de la clase trabajadora con paros y movilizaciones de alcance nacional, en una suerte de “ensayos de huelga general” que si bien no alcanzaron a paralizar completamente los distintos países, instalan al movimiento obrero como un actor de peso. La irrupción obrera se produce en situaciones nacionales diferentes cuando luego de una década de crecimiento, la desaceleración económica empieza a afectar las condiciones de vida y de trabajo; mientras comienzan a declinar los gobiernos que se


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proclamaron “portadores del cambio”, pero no resolvieron ninguno de los problemas estructurales. Según crece la distancia entre las aspiraciones promovidas por el crecimiento de los últimos años y la dura realidad del salario, las condiciones laborales y de vida de la mayoría de los trabajadores, aumenta el descontento, lo que en los últimos tiempos provocó cientos de luchas parciales como en Brasil y Argentina. Así se fue gestando el retorno a escena de la clase trabajadora.

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“La lucha por la recuperación de los sindicatos expulsando a la burocracia sindical, una cuestión vital, no debe obviar que éstos agrupan a sólo una parte de la clase obrera.

Un gigante social se pone en movimiento La clase trabajadora sudamericana representa una colosal fuerza social, que en los últimos años se ha ampliado y reconfigurado bajo las duras condiciones de explotación impuestas por el capital. Un mapa de la disposición objetiva de sus fuerzas mostraría los polos de la acumulación capitalista concentrando a millones de trabajadores industriales, del transporte, la construcción y los servicios en las áreas metropolitanas de Santiago, Buenos Aires, São Paulo-Campinas o Río. También en el gran triángulo mineralizado del Pacífico, compartido entre Perú, Bolivia y Chile donde labora un cuarto de millón de mineros. La tercerización y la precarización abarcan, variando en cada país, unos dos tercios de la masa laboral, además de la desocupación que afecta a millones. La mujer trabajadora y los jóvenes obreros, junto a los inmigrantes, son mayoría en los estratos más precarizados y explotados. En el otro extremo del espectro, hay una minoría donde el oficio calificado o el ilusorio status alimentan el conformismo y las ilusiones clasemedieras. Las condiciones de fragmentación y precarización no son un dato sociológico insalvable. De hecho, los movimientos de recomposición de la clase trabajadora a nivel internacional vienen debilitando las ideologías del “fin del proletariado” o de su disolución en los “movimientos sociales”. En los levantamientos de comienzos de siglo en Bolivia y Argentina la clase obrera, que venía de sufrir duras derrotas, no pudo jugar un rol central; ahora, el retorno de los proletariados sudamericanos al centro de la lucha de clases replantea la posibilidad de la unificación de la clase trabajadora como sujeto social y políticamente diferenciado, capaz de intervenir revolucionariamente y agrupar a otros sectores.

Sindicatos, burocracia y nueva clase trabajadora Los sindicatos tienen cierto fortalecimiento en estas etapas iniciales, canalizando la emergencia obrera y convirtiéndose en actores políticos de peso. Mientras que “por abajo” hay militancia de base, “por arriba”, aunque algunas figuras se prestigien al reubicarse como “combativas”, las cúpulas sindicales sufren crisis y fracturas –como en Argentina, con la CGT y la CTA partidas en cinco según sus alianzas con políticos patronales–, lo que refleja el abismo entre la situación de los trabajadores y la burocracia como capa privilegiada. Al ponerse en marcha el movimiento obrero, se activan las contradicciones resultantes de la estatización y corrupción de las

capas dirigentes, que avanzó viento en popa con los gobiernos progresistas. La refracción en los sindicatos de la “crisis de representación” que cuestiona a la corrupta “clase política” patronal (como en Brasil y Argentina) puede alimentar mayores rebeliones antiburocráticas. La lucha por la recuperación de los sindicatos expulsando a la burocracia sindical, una cuestión vital, no debe obviar que éstos agrupan a sólo una parte de la clase obrera, “en blanco”, con empleo estable, pero no a millones de precarizados. Según la OIT y CEPAL, en Argentina sólo un 32% de los asalariados está sindicalizado. En Bolivia, un 27%, en Uruguay, un 25%, en Brasil, apenas el 18%, al igual que en Venezuela. En el resto del continente, la situación es peor. Contra el corporativismo de la burocracia sindical que “naturaliza” la división entre afiliados y no afiliados, contra el discurso gubernamentalprogresista de que ellos “están con los pobres” mientras los sindicatos defienden a los “privilegiados”, deben inscribirse en el programa de la vanguardia las tareas de la unificación de los trabajadores y las masas pobres. Los sindicatos deberían impulsar la lucha por la sindicalización masiva de estas capas, pero eso, que supone una movilización gigantesca, no es suficiente. Las necesidades de la lucha exigirán formas de coordinación y organismos cada vez más amplios y democráticos, que engloben a los sindicatos, pero que incorporen a las masas obreras excluidas de los mismos en “tiempos normales” para centralizar las fuerzas obreras y agrupar a las masas pobres del campo y la ciudad.

Un nuevo escenario... El resurgimiento del movimiento obrero en Brasil y el Cono Sur induce cambios profundos en el proceso regional. No es casual la hostilidad con que los “progresistas de Estado” lo han recibido, puesto que cuestiona abiertamente las medidas de ajuste y el rumbo a la derecha adoptado por sus gobiernos. De visita en Buenos Aires, el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera declaró que las recientes movilizaciones, como las de la COB, no serían más que “pujas redistributivas” guiadas por intereses “corporativos” y por tanto,

funcionales a la derecha y a sus planes “destituyentes”. Pero quien favorece a la reacción es la política progresista al frente del Estado burgués, no la movilización obrera y juvenil que reclama por las condiciones de vida populares e indica la única vía para que el descontento social se abra un camino independiente y no sea capitalizado por la derecha. Se pretende amalgamar la intervención obrera con la de sectores medios que son base de la derecha o están influidos por ella. Esto es funcional al cálculo político de ambos campos –progresistas y derechistas–, pues ninguno quisiera que emerja un tercer campo estratégico: el del movimiento obrero y las masas pobres, terciando según sus propios intereses. En esta perspectiva, cobra valor la tendencia a converger entre los fenómenos juveniles y los sectores obreros combativos. En Chile (y también en Brasil), podría decirse que la movilización juvenil y estudiantil preparó el terreno, actuando como “caja de resonancia” y anticipando la intervención obrera. En Bolivia y Argentina, la puesta en marcha de los trabajadores puede preceder un despertar juvenil. Queda planteada la tarea de la unidad de obreros y estudiantes en la movilización, como factor de politización y eslabón de la alianza obrera y popular, tomando en sus manos las causas antiimperialistas y democráticas, incorporando las demandas populares, de los campesinos pobres, de los pueblos originarios.

Posiciones avanzadas La emergencia promueve el surgimiento de fenómenos de vanguardia, que con sus conquistas en la organización, los métodos de acción y el programa, desafían el control burocrático de los sindicatos. Si bien minoritarios, pueden estar anticipando rasgos de un nuevo movimiento obrero, preparándose para las grandes luchas por venir en la escuela de los combates actuales. En Argentina el sindicalismo de base, en un sentido amplio de activismo obrero a nivel de empresa, se fortaleció en decenas de comisiones internas y cuerpos de delegados, con importante influencia de la izquierda clasista, como la ya histórica Zanon o en Kraft y otras fábricas del norte del Gran»


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Buenos Aires. El cuestionamiento a la burocracia se viene ampliando con la recuperación de seccionales como ATEN en Neuquén o la decena de seccionales de SUTEBA en que fue derrotada la burocracia kirchnerista en Buenos Aires, la seccional Haedo del FFCC Sarmiento y otras, fenómenos de los cuales forma parte la izquierda clasista. En Bolivia, el histórico centro minero de Huanuni fue una de las vanguardias en el levantamiento de octubre de 2003, impuso la nacionalización y

conquistó el “control social” (que tiende a actuar como un control obrero colectivo). Con sus 4.600 trabajadores fue puntal de la huelga de mayo y es el principal impulsor del Partido de Trabajadores votado en los Congresos de la COB, tenazmente boicoteado por la burocracia sindical por las tendencias a la organización políticamente independiente que expresaría. En Brasil, actúan nucleamientos sindicales como CONLUTAS y la Intersindical influenciados

Del 20N en Argentina al “julio caliente” del Cono Sur El paro del 20 de noviembre en Argentina, convocado por Hugo Moyano, fue acompañado por diversos sectores en la industria y los servicios, incluso no encuadrados en las organizaciones adherentes, con la paralización parcial de actividades con piquetes y bloqueos, en el que jugó un rol importante el sindicalismo de base orientado por la izquierda clasista. Si los “cacerolazos” previos habían mostrado el malestar de los sectores medios influenciados por la derecha, el 20N les contrapuso las demandas obreras, la intervención de los sindicatos y los métodos de clase. Más allá de la política de Moyano de acordar con un sector opositor del peronismo, se siguieron desarrollando los procesos de lucha y organización por abajo en los que crece el cuestionamiento a la burocracia sindical. Bolivia fue conmovida por las jornadas obreras de mayo. La negativa del gobierno de Evo Morales a modificar su proyecto de Ley de Pensiones (de molde neoliberal), obligó a la COB a convocar a la huelga general indefinida. Por dos semanas, con paros, bloqueos y movilizaciones, los mineros, fabriles, trabajadores de la salud y maestros, conmovieron al país. El gobierno recurrió a la represión y a una feroz campaña de calumnias contra los trabajadores y la izquierda trotskista, utilizando a la burocracia campesina para enfrentar a los trabajadores. La huelga no logró sus demandas y la burocracia cobista la levantó inconsultamente, pero el gobierno paga un alto costo político y afronta la ruptura de sectores obreros, lo que puede terminar alentando la formación del Partido de los Trabajadores. En Chile, el 11 de julio el llamado de la CUT a la huelga general derivó en una gran jornada de lucha, con paros, barricadas y movilizaciones que reunieron a unas 100.000 personas en Santiago, desarrollando en las calles la unidad obrero-estudiantil. Vienen convergiendo el movimiento de los estudiantes, que ya lleva tres años contra el sistema educativo pago y el proceso de movilizaciones obreras con importantes luchas en la minería y otros sectores, como la huelga portuaria de 22 días en abril. La clase trabajadora está llamada a pesar en un panorama político caracterizado por la crisis de la derecha y el previsible retorno de la centroizquierda al gobierno con Bachelet. En junio masivas movilizaciones en Brasil lanzaron a las calles a cientos de miles de manifestantes, chocando con la represión. El protagonismo de los jóvenes y estudiantes, que les dio un tono de clase media, no puede ocultar que el reclamo contra el aumento del boleto es una demanda muy sentida en un país donde el transporte cotidiano es una alta proporción del salario. La simpatía de amplios sectores obreros y populares con el movimiento en el que se expresaban el rechazo a la corrupción política, a la represión, las malas condiciones del transporte, la educación y la salud. El gobierno petista y los gobernadores, sorprendidos, retiraron el aumento y Dilma prometió una reforma política. La burocracia oficialista de la CUT, en un intento por canalizar el descontento, convocó en acuerdo con otras centrales menores a una “paralización nacional” el 11 de julio. Decenas de miles de metalúrgicos, petroleros, constructores, estatales, docentes y otros, paralizaron labores, hubo concentraciones y decenas de bloqueos. Brasil ya no volverá a ser el mismo modelo de estabilidad “progresista”. En Uruguay, en julio finaliza la histórica huelga de 32 días de los docentes en reclamo de más presupuesto educativo y aumento salarial, que llegó a movilizar 20.000 personas en Montevideo. El gobierno de Mujica contestó difamando a los maestros y rechazando sus reclamos. Sin embargo, el clima sindical está cambiando con el descontento de las bases ante la política económica del Frente Amplio que garantiza los beneficios de los capitalistas a costa de los bajos salarios. En varios sectores avanza una oposición sindical impulsada por la izquierda no frenteamplista, y el PIT-CNT, oficialista, realizó un paro parcial de 4 horas el día 25 en el marco de negociaciones salariales.

por corrientes de izquierda -PSTU, PSOL- si bien con una política limitada de “sindicalismo combativo”; y un importante activismo obrero salió a los bloqueos e impulsó los paros del 11/07, como los obreros de la General Motors. Mientras que en Chile, la unidad obreraestudiantil expresada en las calles así como las barricadas del 11/07 mostraron el sesgo de la vanguardia a izquierda de la burocracia de la CUT y del PCCh. Se trata de fenómenos intermedios, inmaduros, pero progresivos, que proveen puntos de apoyo para la formación de una izquierda de los trabajadores, hacia la construcción de partidos que agrupen a la vanguardia con conciencia de clase en la perspectiva revolucionaria y socialista.

Unidad de la clase obrera continental Las movilizaciones de julio en el Cono Sur, con la simbólica coincidencia de los paros de Chile y Brasil el 11, abre la posibilidad de dar pasos hacia la unidad continental de las movilizaciones obreras y de masas. Hoy los países sudamericanos, que comparten el peso de la opresión imperialista y los avatares de la crisis capitalista mundial, están ligados por lazos económicos y políticos más densos que en el pasado, lo que da mayor sustento a la unificación de los movimientos obreros locales. Hace años, Liborio Justo escribía: “No se equivocan quienes creen que la liberación e integración de la América Latina depende, ante todo, de la conjunción y entendimiento argentino-brasileña ... porque los dos países están destinados, mediante la alianza de su proletariado, a ser la vanguardia en la lucha por el socialismo en el continente”. Cuando el sudamericanismo diplomático de UNASUR se subordina al “retorno de EE.UU. a su patio trasero”, concilia con sus aliados como el régimen colombiano o chileno, y demuestra su impotencia ante golpes “blancos” como los de Paraguay y Honduras; cuando el MERCOSUR subordinado a las transnacionales absorbe al ALBA y Nicolás Maduro reitera el abrazo de Chávez con Santos, esa alianza obrera por sobre las fronteras pondría en manos de la clase trabajadora latinoamericana la lucha continental contra el imperialismo. Hace años, durante su exilio final en México, León Trotsky había formulado así una previsión estratégica: “Nuestro proletariado debe entrar firmemente en la escena histórica para tomar en sus manos el destino de Latinoamérica y asegurar su futuro. El proletariado unificado atraerá a decenas de millones de campesinos indoamericanos, eliminará las fronteras hostiles que nos dividen y nucleará a las veinticuatro repúblicas y posesiones coloniales bajo las banderas de los estados unidos obreros y campesinos de Latinoamérica”. Las luchas obreras y juveniles que hoy recorren el Cono Sur, entroncando con el clima de rebelión internacional, ya plantean el surgimiento de un nuevo internacionalismo, bandera que la vanguardia debe tomar en sus propias manos.


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“La interpelación actual del peronismo es algo muy frágil” Foto: Fernando Lendoiro

IdZ se reunió con Daniel James, historiador inglés, autor del ya clásico Resistencia e integración, el peronismo y la clase trabajadora en Argentina. Instalado unos meses en Buenos Aires para continuar sus investigaciones sobre la inmigración santiagueña en Berisso, recibió a Paula Varela, Jonatan Ros y Leonardo Norniella (dirigente de la comisión interna de Pepsico Snacks), con quienes dialogó sobre su historia, las “viejas” inquietudes que le despertó el estudio del movimiento obrero en la Argentina de los ‘70, y la actualidad del peronismo, el movimiento obrero y la izquierda.

Los orígenes Paula Varela: ¿Por qué su interés por el movimiento obrero? Daniel James: La historia del movimiento obrero es un tema que está presente desde mi juventud, mi padre era un obrero metalúrgico, afiliado al Partido Comunista (PC). Era una fábrica bastante grande, 4 ó 5 mil obreros, en su época de gloria. Él trabajó ahí 35 años, entonces todo esto estaba en mi formación en casa. En casa siempre había libros, primero,

y después había siempre discusiones, charlas, o sea, era parte de la cotidianidad de la casa. Siempre me acuerdo de la sociabilidad política, para decir de alguna forma, que era muy fuerte. Parte de lo que tenía el PC era esto, se basaba no solamente en una afiliación formal sino en algo más social entre los afiliados. Siempre había reuniones en casa. Y yo leía mucho. Cuando logro una beca para ir a la universidad de Oxford, la historia del movimiento obrero era parte de mi herencia.

PV: ¿Era común que el hijo de un obrero fuera a Oxford? DJ: No, no era común, pero tampoco era tan raro. Si lograbas entrar, si te aceptaban, el gobierno pagaba, dependiendo del ingreso de los padres. Entonces, con el ingreso de mis viejos, el gobierno pagaba. Yo diría que el 10% tal vez de los estudiantes eran hijos de obreros o clase media baja. Obreros-obreros pocos, pero clase media baja más. Obreros-obreros 10%. Y la universidad era una gran máquina de absorber. Era impresionante, yo me acuerdo que al año casi todos los compañeros de mi clase que habían entrado habían perdido sus acentos. Porque los acentos en Gran Bretaña son muy fuertes, un acento cambia en 80 km, también los acentos cambian según clase social, entonces vos sabías cuál era el tipo que venía de Manchester, hijo de obrero. Bueno, después de un año ya no hablaba igual, y todo esto era una forma de captar, de integración. Pero tuve suerte en el sentido que llegué justamente cuando estaba empezando toda la revuelta internacional en mayo del ‘68 y la guerra de Vietnam. Era un momento en que Oxford estaba perdiendo su foco, su condición de ser un reducto de la clase alta, entonces había mucha movilización. Yo diría mucho más de parte de los chicos de clase alta que de parte de los chicos obreros. Para los chicos obreros la idea era fundamentalmente ascender, no querían nada de esto. Pero el chico que venía de una familia bastante acomodada se metió mucho más en la revuelta. En Oxford fue la primera vez que me encontré con algo de América Latina. Estaba empezando a entrar con todo, dentro de los cambios de Mayo del ‘68, algo de»


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ARGENTINA

“Mi padre era un obrero metalúrgico, afiliado al Partido

Comunista (PC). Fue votado por 35 años. Pero entre el respeto y la reivindicación de su trabajo como delegado y sus ideas políticas, había un abismo. Entonces, la noción de la ‘doble conciencia’ yo ya lo tenía un poco asumida, esto me ayudó un poco también en entender algo del peronismo, especialmente en sus expresiones en la fábrica.

Cuba. Había un profesor que había ido a Cuba a asesorar al gobierno cubano para algo, entonces cuando volvió armó un agrupo de discusión sobre Cuba. De allí, obviamente, conozco al Che. Yo me acuerdo que por primera vez leí el libro de Debray (La revolución dentro de la revolución, NdeE) sobre su interpretación bastante jodida de lo que había pasado en Cuba y en América Latina. Y, después, leí varios textos del Che en Oxford. Había un centro de estudios latinoamericanos también, donde había varios argentinos, incluyendo Ernesto Laclau. Yo lo conocí a Laclau allá en Oxford, haciendo su doctorado en la historia de las ovejas en la provincia de Buenos Aires, básicamente, ese fue su tema (risas). Obviamente tenía otro título, no se llamaba “Historia de las ovejas”. Cuando me recibo en el ‘69 en la licenciatura de Oxford tengo que elegir qué hacer. Entonces me tomé un año, viviendo en Oxford en una casa con otros, y en ese momento me hice trotskista. Ya tenía muchos amigos que estaban militando en el grupo de Tony Cliff que en ese momento se llamaba International Socialism. Entonces había dos o tres de esos muchachos en la casa y ellos estaban militando, haciendo trabajo en las fábricas automotrices de las afueras de Oxford, entonces yo en la cotidianidad me interesó y es un poco también un rito: los hijos de los comunistas se hacen trotskistas. Es una forma de rebeldía contra el padre… Yo la verdad que no reniego de este pasado, me sirvió mucho, y yo sigo reivindicando en términos históricos la figura de Trotsky, yo no soy un “arrepentido”. Sigo leyendo, manteniendo un cierto contacto con esta tradición.

Argentina y la distancia entre lo sindical y lo político PV: Su libro, Resistencia e Integración se transformó en un clásico… DJ: Yo no sé realmente por qué el libro sobrevive pero tal vez porque yo tenía, por la herencia personal de mi familia y también por la militancia en los ‘70 en el trotskismo, una sensibilidad hacia las bases, las bases sindicales. Una noción, hasta yo diría obrerista también, que tiene sus puntos fuertes y sus debilidades, por supuesto. Pero yo me acuerdo, obviamente, de los debates feroces que yo tenía con mi viejo sobre

la política del PC hacia la burocracias sindicales, porque el partido tenía una política bastante flexible hacia las burocracias. Leonardo Norniella: ¿Era dirigente su papá? DJ: No. En la fábrica en que él trabajaba había un cuerpo de delegados de 50 delegados, y había un grupo comunista o gente que respondía a ellos, de más o menos 8 delegados, entonces toda su vida, él vivía dentro de una fábrica dominada por la derecha sindical. No era solamente la burocracia sindical, había ciertos grupos católicos y el jefe del cuerpo de delegados estaba muy influenciado por la iglesia católica, muy anticomunista. Pero en la fábrica mi viejo fue votado por 35 años, en una de las secciones más importantes de la fábrica. ¿Por qué? Porque eran honestos, siempre se tomaban el tiempo de hacer lo que tenían que hacer, eran buenos delegados. Ahora, cuando llegó el momento de votar a nivel de la fábrica, esa misma gente votaba al dirigente sindical dentro de la fábrica. Yo me acuerdo mi viejo, en un momento en el ‘63 o ‘64, la unión metalúrgica de allá lanza una huelga nacional, y en la fábrica donde trabajaba mi viejo la comisión interna dice que no, que no va a cumplir, entonces mi viejo y los 8 delegados y una docena (o no sé cuántos obreros) estaban afuera haciendo un piquete y entraban los miles, y en ese momento hacen una especie de juicio disciplinario contra él y los otros por haber parado. Obviamente ellos estaban respetando el sindicato nacional, o sea ese juicio no prosperó, pero lo que me demostró era esto: entre el respeto y la reivindicación de su trabajo como delegado y sus ideas políticas, había un abismo. Y después hubo otra experiencia para mí fundamental: mi viejo tiene una familia minera del país de Gales. Él bajó a la mina como prisionero de guerra de los alemanes, lo mandaron a trabajar a las minas de Polonia, pero en Gales mi abuelo no le permitió bajar a la mina, pero todos mis tíos eran mineros. PV: ¿Era el menor? DJ: Sí, era el que “iba a hacer carrera” porque él era el único que había ido al secundario. Entonces, siempre volvimos allá (Gales) en las vacaciones. En el ‘50 o ‘51, cuando mi madre y mi padre vuelven conmigo al pueblito de mineros de toda la familia, mi tío los lleva al club minero. Era como un pub, pero era el club de

los mineros, el club social donde básicamente tomaban. Primero, era muy raro que mi madre fuera, porque había muy pocas mujeres en esos lugares. Y parece que lo que pasó es que al fin de la noche, cuando estaban cerrando tocan el himno nacional “Que dios bendiga a la reina” (bah, en ese momento era el rey). Y claro, mis viejos se quedan sentados, todo el resto se pone de pie como había que hacer por respeto a la monarquía, ellos se quedan sentados, no pensaron que pasara nada. Diez años después, en una de las pocas peleas entre mi tía y mi viejo, ella le lanza a él la acusación “por culpa tuya, Brent (mi tío) fue expulsado del club de mineros”. Mi viejo no sabía nada, nunca habían dicho nada, pero en ese momento ella de bronca le lanza eso. Parece que lo que había pasado fue que, por haber traído gente que no se paró, fue expulsado por tres años o algo así. Y lo más irónico era que era una región que había elegido el primer concejal comunista en el país de Gales en los ‘30, y cuando en el ‘47 el Partido Laborista nacionalizó las minas, pusieron arriba de las tres minas la bandera de la hoz y el martillo. Y estos mismos mineros expulsan a un socio porque trae gente que no respeta al rey, ¿te das cuenta? Entonces, la noción de la “doble conciencia” (utilizada en Resistencia e integración, NdeE) yo ya lo tenía un poco asumida, esto me ayudó un poco también en entender algo del peronismo, especialmente en sus expresiones en la fábrica. LN: Algo de eso pasa ahora también… DJ: Y es lo que pasó con mi viejo. Ustedes saben mucho mejor que yo, pero yo supongo que como problema sigue existiendo… LN: Sí, sí. DJ: Y no hay resolución mágica para esto… Jonatan Ros: Históricamente, hubo un problema también que las direcciones que lograron peso sindical no buscaron de qué manera ese peso sindical se llevaba al terreno político. Si el clasismo cordobés hubiera planteado alguna lógica de proponer un partido de trabajadores, algo que le permitiera a un sector de la clase trabajadora empezar a separarse del peronismo… alguna forma más accesible que ir a los pequeños grupos políticos… DJ: Creo, igualmente, que hubo un cambio fundamental entre esta época de los ‘70 y la actual, y es el propio peso del peronismo. En las nuevas generaciones tengo mis dudas: ¿cuál es la identificación peronista? Era muy fuerte antes, como algo asumido, no implicaba una identificación formal con la ideología peronista ni nada, pero era algo asumido por esa generación de los ‘70, por lo menos por muchos. Ahora no sé.

Intercambiando ideas sobre el presente LN: Yo soy delegado de Pepsico en alimentación hace rato y milito en el PTS. Por ejemplo en la Alimentación nosotros logramos bastante influencia sindical y políticamente algunos de los compañeros que se presentan en el FIT son compañeros de la fábrica. Pero la discusión está presente. En los lugares donde estamos hace más tiempo, logramos que haya más adhesión desde el punto de vista del voto a la izquierda. Pero la influencia la extendimos a Kraft que es la


IdZ Agosto fábrica más importante, dirigimos la interna ahí, tenemos una oposición fuerte también en otra planta que está en Victoria, antes era Cadbury (inglesa). En alimentación el trotskismo logró cierto peso. En la zona norte en general, donde militamos nosotros, hay varias fábricas: la Ford, VW, incluso una autopartista mediana como Lear, que es del SMATA, gráficas como Donnelley donde tenemos compañeros en las comisiones internas e influenciamos. Estamos tratando de establecer una cabecera de playa para meternos en las grandes automotrices, lo que no es cualquier cosa, por la tradición del SMATA. Pero allí, la pelea con el peronismo es cotidiana. Y volviendo a lo de la tensión, si la comparas con los ‘70, parecería que la adhesión ideológica, el soy de Boca, morocho y peronista, ya no es así. DJ: Leí un artículo tuyo [de Paula Varela] criticando a Auyero y la noción de que el peronismo se territorializó y que ahora el peronismo más que raíces fuertes en los sindicatos, se sustenta con el barrio. Yo no sé, me parece que lo que dijiste es muy interesante, y es una buena crítica, aunque me parece que no puede resolverse solamente teóricamente, esto habrá que ver, porque claro, el análisis de Auyero está basado en el período antes de la “reindustrialización” de la economía argentina, pero no sé, por ejemplo en Berisso, una buen parte de lo que dice Auyero es verdad, es el peronismo que se mantiene en Berisso, es un peronismo de los punteros, donde hay identificación peronista. PV: Sí, en una entrevista hace poco usted dijo que la interpelación a la clase obrera ya no se hacía desde los sindicatos, sino que se hacía desde las unidades básicas, como una especie de aceptación de la tesis de [Steven] Levitsky del pasaje del peronismo de un partido sindical a un partido clientelar. Yo creo que hay mucho de verdad en eso y que, pese al retorno de la actividad sindical, pareciera que la tesis se sostiene. La pregunta es qué tipo de relación entre clase obrera y peronismo se establece a partir del territorio… DJ: Claro, bueno en este caso, tenés una opción para interpretarlo: la opción que vos criticaste, de Auyero, que es decir que el clientelismo es la forma de interpelar al sujeto popular peronista. Creo que al final, no sé hasta qué punto, pero según él es una interpelación bastante pragmática, es un “intercambio”, el político, el intendente, si no cumplen con lo esperado no hay vínculo que lo pueda salvar del desprestigio. No es una interpelación afectiva, o ideológica, sino una identificación bastante frágil, vulnerable, especialmente con los cambios brutales en la economía de la sociedad. Porque esto me parece importante también, lo que está pasando en la Argentina, en los últimos 10 años es como que no hay nada estable, mismo el trabajo estable, bueno, ¿hasta qué punto es estable? Es más bien una ficción, tal vez un tornero muy, muy calificado en SMATA es algo estable, pero en la gran mayoría, hasta los estables (de planta) no son estables. Entonces esta interpelación es por definición algo muy frágil, especialmente comparado con el pasado. La base de interpelación a través del sindicato, a través del mundo del trabajo era bastante más estable y fuerte que esto, y todos están en esto, ¡entonces

qué se yo! El invento más interesante de Laclau podría ser entender esto que Laclau en La razón populista llama el vínculo afectivo, que al final es lo que le queda como explicación, que es la parte más interesante del libro. Pero nadie aplica esto al peronismo actual, ¿es posible que Cristina instale un vínculo afectivo con sus votantes? Lo dudo. Si este es el caso, entonces es algo más bien totalmente pragmático: vamos a votarla si es nuestra mejor opción para que esto siga, o sea una forma de minimizar la inestabilidad que es parte de la vida ahora. Es una situación paradójica, porque en estas elecciones, el 60% ó 70% va a votar al peronismo, que es un peronismo minado en su base sustancial, no tiene una base. PV: El voto “Nunca menos” que es la base y al mismo tiempo es la contradicción de la base… LN: Lo que pasa es que en los ‘90 en el movimiento obrero Menem fue como la dictadura porque derrotó, impuso muchas leyes de flexibilización, la contratación y tercerización, eso en las nuevas generaciones es el peronismo. Y eso no cambió, incluso hace poco, entró por agencia un chico del movimiento Evita, él empezó a militar en el 2003, hace 10 años que está, es un cuadro que discutía y entonces me dijo en un momento: “Bueno yo quiero quedar efectivo, hace 4 años que vengo de fábrica en fábrica”, pasó por 12 fábricas ya. Y yo le pregunté: “¿No te hace ruido que hace 4 años que estás así y nunca tocaron las leyes flexibilizadoras?”. Hay una o dos líneas de falla para la adhesión al peronismo hoy en gente joven, puede haber adhesión ideológica con el kirchnerismo pero no es lo mismo que en los ‘60 o ‘70, no existía la flexibilización laboral, ahora está más institucionalizado. Una vez voy al Ministerio de Trabajo con Javier Hermosilla de Kraft y estábamos esperando que nos atiendan y el tipo de seguridad, que justo conocía al papá de Hermosilla por trabajar juntos en una fábrica de zapatos, y que milita políticamente en el peronismo, nos dice: “Ustedes dos viven haciendo lío, pero está bien, pero si ustedes hubiesen estado en los ‘70 habrían militado con nosotros, el problema ahora es que el peronismo no tiene banderas de lucha; mi hijo entró por la UTA a la línea H pero terminó votando a los zurdos, y yo ya no le dije nada, nosotros no tenemos banderas de lucha”. JR: Sí, si bien la desigualdad entre lo político y lo sindical es

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evidente, ahora el hecho nuevo es que la oposición a la burocracia de derecha no la tiene un peronista de izquierda, en un sector del movimiento obrero, la burocracia no tiene prácticamente cuadros en el movimiento obrero, los perdió en los ‘90 y no se recuperó. LN: Y el kirchnerismo no tiene corriente en el movimiento obrero. JR: No hubo renovación. Se apoyó en la vieja burocracia, la izquierda conquistó un peso en un sector, y lo que se opone a la burocracia históricamente de derecha no son los montoneros, sino generalmente es la izquierda. Y además lo nuevo que hay es que el peronismo se dividió, se dividió primero la CGT hace unos meses, anteayer salió en los diarios que la Fraternidad y la UTA vuelven con Moyano, y ahora la división entre Cristina y Massa dividió también a la burocracia. DJ: Yo fui al paro del año pasado, al primer paro, de julio del año pasado. Yo veía en la militancia K que hay muchos que son antisindicatos, son de procedencia de la clase media baja, o gente que nunca estuvo en una fábrica. Bueno eso fue lo que me gustó del título de La Nación [entrevista que le realizaron el 14 de julio], lo eligieron porque fue antiCristina, pero la verdad es que cuando escuché, me dije: “Ella (y muchos de sus seguidores o admiradores) comparten absolutamente ese prejuicio antisindical”. Eso es un callejón sin salida, hay gente que milita en el kirchnerismo de buena fe, pero tiene que ser un poco consistente consigo mismo. A mí me gustó la huelga del año pasado, fue la primera vez en no sé cuántos años que no había movilización nacional; bueno no era exactamente el plan de lucha del ‘64 y ‘65 pero hay que empezar en algún momento, y en ese sentido daba un espacio.


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Bajo las banderas de Chevron La apuesta del gobierno nacional y el gobierno provincial de Neuquén por la explotación de los yacimientos no convencionales de Vaca Muerta plantea la posibilidad de un salto en la producción que revierta la tendencia declinante que no se frenó con la “expropiación” de YPF. Para este declarado objetivo el convenio firmado el 16/7 otorga concesiones formidables a la empresa estadounidense Chevron, y le asegura un negocio redondo y amplio giro de dólares. Miguel Fernández Geógrafo.

“Los actos de la compañía Standard Oil [hoy Chevron] son juzgados en todas partes como actos de piratas, usurarios, despiadados, capitaneados por un ex sacristán que empezó por llevar la ruina y la desolación a millares de familias de sus propios conciudadanos que, como el pulpo, ha extendido sus tentáculos a todas partes”. Luis A. Huergo, primer director de la Dirección General de Explotación del Petróleo de Comodoro Rivadavia, citado por R. Scalabrini Ortíz en “El petróleo argentino”, Cuadernos de FORJA, Bs. As., 1938.

Del autoabastecimiento a la importación de gas Cuando se privatiza YPF en 1992, se la transforma en una sociedad anónima; el Estado conserva el 20% de las acciones y la acción de oro, un 12%

tendrán las provincias y un 46% bancos y fondos de inversión de diversos países. Hasta el 97/98 estos grupos le fueron vendiendo las acciones a Repsol, que se fue haciendo de a poco de la totalidad de las acciones, comprando el 15% que retenía el Estado en 1998. Desde la privatización hasta mediados de la década pasada, las empresas que se hicieron cargo de lo que era YPF explotaron intensamente los yacimientos ya descubiertos por la empresa estatal sin inversión en exploración, por lo que los yacimientos decayeron en su producción. Privilegiaron la exportación y obtención de utilidades en el corto plazo en detrimento del desarrollo de las capacidades de explotación a largo plazo. Al hacerse del 100% de las acciones (excepto la acción de oro que retenía el Estado Nacional, nunca utilizada), la política de Repsol fue exportar todo el petróleo que podía, incluso cuando el precio estaba bajo, ya que necesitaba pagar los préstamos contraídos para comprar YPF1. Desde 1989 Argentina se autoabastecía y también exportaba. A medida que va disminuyendo la producción y aumentando el consumo (el boom de productos agrarios y el crecimiento del parque automotor hacen aumentar exponencialmente el consumo de combustibles) cada vez se exporta menos. Porque el remanente es menor, pero


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también porque las retenciones desincentivan la exportación de crudo. También se acelera la tendencia declinante de la propia producción porque la perspectiva de rentabilidad posible en el mercado interno limita aún más las ya de por sí escasas inversiones. Esto no significa de ningún modo que la rentabilidad que ofrece la actividad con retenciones sea reducida, como lo ilustran los buenos balances de las empresas desde 2002 en adelante, tanto las que venden al mercado interno como de Pan American Energy (PAE) que mantuvo sus exportaciones. Significa que para algunas petroleras con posiciones globales un dólar invertido en otro lado les rinde más que un dólar invertido acá, por lo tanto reducen las inversiones en el país. Repsol por ejemplo giraba remesas a la casa matriz en un 100% para privilegiar inversiones en Libia, el golfo de México y Brasil. En lo que respecta al gas, las importaciones, que durante la última década crecieron sostenidamente, a partir de 2008 superan las exportaciones (en este año mientras se exporta 1.010 millones de m³ (mm³), se importa 1.450 mm³. Argentina pasa a ser importador neto de gas (en 2012 se exporta 107 mm³ y se importa 9.506 mm³). Así empezamos a importar energía, especialmente gas (sobre todo para las centrales térmicas que producen el 58% de la energía eléctrica, que se completa con un 35% de hidroelectricidad y un 5% de energía nuclear). En lo que respecta al petróleo se pasó de producir 49 millones de m³ a fines de los ‘90 a 33 millones en 2012; mientras que el gas pasó de una producción de 52.000 millones de m³ en 2004 a 44.000 millones m³ en 2012, con el agravante de que el gas representa más del 50% de la matriz energética (al ser más barato siempre se ha utilizado en la Argentina para cubrir los déficits de las otras fuentes de energía). Si bien el gas importado representa solamente el 18% del consumo nacional, la importación se paga a un precio altísimo. El gas natural licuado (GNL) tiene un costo de traslado e inyección en los gasoductos de u$S 17 el millón de BTU (unidad energética con la que se cotiza el precio del gas, en adelante mbtu), mientras en el país el precio es de u$S 2,5 el mbtu. Estas importaciones representaron un gasto para el Estado nacional de u$S 2.500 millones durante los primeros cinco meses de este año, que son 80% superior al mismo periodo del año anterior (Suplemento Económico del diario Rio Negro, 23-06-13). Energía Argentina S.A. (Enarsa), empresa creada en 2004 con el declarado objetivo de explorar nuevas áreas y que hoy tiene como rol casi excluyente licitar y comprar gas del exterior y revenderlo en el mercado interno, es la que se hace cargo de pagar la diferencia entre el precio interno y el que se paga a los proveedores. También ingresa gas de la petrolera semi-estatal de Bolivia a 10,5 u$s el mbtu. Acá también la diferencia con el valor local la cubre Enarsa. En este contexto, la importación total de energía (gas licuado, gas desde Bolivia y gasoil y fuel oil desde Venezuela, más algunas licitaciones ocasionales en casos de urgencia) pasó de u$S 6.000 millones en 2011 a u$S 9.500 millones en 2012 y este año va superar los u$S 15.000 millones.

Para el Estado, que subsidia el 80%, implica una erogación similar a la sangría por el pago de la deuda externa. Aparte del problema fiscal, la salida de dólares absorbe buena parte de las ventas externas de soja y otros granos. Aparece en el horizonte el fantasma de que el crecimiento económico vuelva a verse limitado por insuficiencia de dólares como en otros momentos de la historia argentina.

De la “expropiación” de Repsol al acuerdo con Chevron Después de la expropiación del 51% de las acciones de Repsol en 2012, la puesta en producción de pozos que la empresa española había abandonado permitió una mínima reversión de la tendencia negativa de la producción de petróleo, registrada desde el ‘99, a un crecimiento casi insignificante del 2% con respecto a la produc-

“En lo que respecta al

petróleo se pasó de producir 49 millones de m³ a fines de los ´90 a 33 millones de m³ en 2012.

” ción de 2011. En la producción de gas YPF sigue en caída: disminuye un 2,62 % respecto de 2011. De todos modos, incluso la “mejora” en el petróleo tiene un impacto limitado. Como YPF sólo representa un tercio de la producción de petróleo y un cuarto de la de gas y como el resto de las empresas tuvieron una performance negativa, la tendencia decreciente de hidrocarburos sigue casi al mismo nivel de años anteriores. Debido a que los yacimientos están “maduros” por la superexplotación que mencionamos antes y a que la exploración de nuevos yacimientos prácticamente se detuvo con la privatización de la YPF estatal, no se generaron condiciones para cambiar la tendencia. Al defender las ganancias de las petroleras y negarse al desarrollo de energías renovables que van en contra del esquema de negocios de las empresas, la apuesta por los yacimientos no convencionales es la única alternativa que le queda al gobierno para seguir motorizando los negocios con los recursos hidrocarburíferos localizados en el país. Por este motivo, YPF selló el acuerdo con Chevron y más en general desde el comienzo se planteó la “expropiación” como un paso hacia nuevas asociaciones con capitales extranjeros.

Chevron: el “estatuto de coloniaje” del gobierno “nacional y popular” Partiendo de las nuevas condiciones para la explotación de hidrocarburos del decreto 929/13, el acuerdo entre YPF y la petrolera norteamericana incluye cinco aspectos claves que

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esta empresa logró imponer contra toda retórica nacionalista. En primer lugar, se cedió a la demanda de triplicar el precio del gas en boca de pozo, de 2,5 u$s el millón de BTU (dmbtu) a 7,5 dmbtu, lo cual se había anunciado en noviembre de 2012. En segundo lugar, se destrabó el embargo por los graves daños ambientales ocasionados por Chevron en el Amazonas ecuatoriano valuados en u$s 19.000 millones, con los oficios de la Corte Suprema. En tercer lugar, las empresas pueden exportar el 20% de la producción, sin retenciones y con libre disponibilidad del 100% de las divisas para enviar a la casa matriz. En caso de que las empresas tuvieran que vender ese 20% en el mercado interno, el Estado nacional les garantizará las mismas condiciones como si lo hubieran exportado. Todo bajo jurisdicción de los tribunales de Estados Unidos y Francia. Por último, las máquinas utilizadas para la perforación que representan un gran porcentaje de la inversión podrán importarse sin aranceles. Que estas concesiones comiencen a regir a partir de los cinco años de la puesta en marcha del proyecto de explotación, no hace la diferencia. Veamos por qué. La empresa iniciará una explotación de 20 km2, en la cual YPF ya invirtió u$s 300 millones. En esta área YPF ya tiene perforados 90 pozos de shale. Luego de que la provincia de Neuquén renovase la concesión, Chevron desembolsaría los u$s 300 millones correspondientes a lo ya invertido por YPF. Posteriormente y con una inversión total de u$s 1.240 millones, continuaría la actividad de perforación para lograr en 2017 una producción de 50.000 barriles de petróleo y 3 millones de m³ de gas natural asociado diarios. Parece mucho, pero sólo representa un aumento del 10% en la producción de petróleo y 3% de gas. Como ya lo decretó el gobernador Sapag, la concesión se extenderá hasta los 35 años, incluso sobrepasando lo que marca la ley de Hidrocarburos. Hagamos algunos cálculos de lo que esto puede representar para la petrolera yanqui, tomando los valores actuales como constantes (lo mismo los costos). Hoy el precio interno ronda los u$s 70 por barril. Con la producción prevista para 2017, solamente ese año Chevron e YPF estarían facturando u$s 1.567,5 millones, de los cuales u$s 1.277,5 millones serán por el petróleo y 290 millones por el gas. En el caso del gas, tomamos como referencia el valor de 7,5 dmbtu. Dado que 1.000 m³ equivalen a 35,32 mbtu, multiplicamos por el valor de referencia, por los 365 días del año y por la producción diaria prevista por YPF. En el caso del petróleo, si consideramos que durante el quinto año un 20% será vendido a precio internacional, ya sea que se exporte o que se pague en el país a ese valor. Es decir que la facturación total por el petróleo crecería a u$s 1.423,5 millones, sumando la de gas a u$s 1.713,57 millones. ¿Cuánto ganaría Chevron con esto? Según datos de Repsol en noviembre de 2011, el costo del barril de Vaca Muerta sería de u$s 26 (La Mañana de Neuquén, 11-11-11). En cuanto al gas, se considera que el costo es de 1 dmbtu, y»


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el shale es un 40% mayor (La Nación, 15-0411). Para la producción diaria de 50.000 barriles de petróleo y 3 mm³ de gas, el costo sería de u$s 474.500.000 y de u$s 53.655.000 respectivamente. Es decir que sumaría u$s 528.155.000. Considerando la facturación total calculada más arriba, esto significa que al quinto año, con un 20% vendido a precios internacionales sin retención el margen sobre ventas sería de u$s 1.185.410.000. Aún en el caso de que Chevron se lleve “solo” la mitad de las ganancias (si se reparten 50/50 con YPF) su resultado neto sería de u$s 592.705.000 para el año 2017. A valores de hoy, y contando que el resultado de la operación se divida a valores iguales, esta estimación sugiere que en el quinto año Chevron podría embolsar un 48% de la inversión anunciada, es decir u$s 593 millones. A su vez, por lo estipulado en el decreto, a precios de hoy el valor de divisas de libre disponibilidad sería de u$s 401,5 millones. Es decir el equivalente al 34% de las ganancias totales de la asociación. Pero no puede descartarse que Chevron se quede con el 20% exportable, por lo que las divisas que podría remitir a su casa matriz podrían llegar al 68% de sus ganancias. Lo que puede fugar al exterior es “solo” el 20% de la producción, pero como porcentaje de las ganancias no es nada desdeñable. Por eso, el vocero de Chevron, Kurt Glaubitz, declaró que con el convenio “nos da tranquilidad para remitir ganancias por arriba de lo reinvertido” (Diario Rio Negro, 21-07-13). Chevron podría recuperar holgadamente lo invertido, solamente con 25 meses de producción y desde ahí, tendría 30 años para seguir haciendo negocios con los recursos argentinos todavía en mejores condiciones, haciendo un negocio formidable. Esto es lo que explica que aunque es la empresa petrolera que más retrocedió en los niveles de producción entre 2011 y 2012 en nuestro país, ahora tenga un repentino entusiasmo por “invertir” en la Argentina.

El fracking y sus consecuencias El método del fracking se utiliza para extraer el gas y petróleo de gruesas capas de rocas metamórficas como las pizarras o los esquistos, cuya porosidad es casi nula. La extracción se realiza través de pozos verticales que llegan hasta la roca y luego una perforación horizontal que puede extenderse hasta una distancia de 3.000 metros. Para abrirse paso entre las láminas de la roca se inyectan grandes cantidades de agua y arena a muy alta presión. A lo largo del recorrido horizontal se

Llakon che kûdawfe, pewûgungen fel (en mapuce, “Cálmate Gente trabajadora, la primavera esta cerca”).

inyectan detonantes explosivos que permiten la fractura de la roca para que libere el petróleo y gas pero además se inyecta un cóctel de productos químicos (según algunos estudios serían unos 400) que permiten que los hidrocarburos fluyan y puedan ser elevados a la superficie. A nivel internacional, bajo presión de las movilizaciones de distintos movimientos defensores del medioambiente, en Francia (a pesar de ser un gran importador de energía y tener los mayores yacimientos de Europa), Holanda, Irlanda del Norte y Bulgaria se prohibió el fracking, así como en diversos ayuntamientos españoles y gobiernos regionales como los de Renania del Norte-Westfalia en Alemania, Friburgo en Suiza, Quebec en Canadá, Nueva Gales del Sur en Australia y cuatro estados de EE. UU., tienen en vigor una prohibición o aplican una moratoria sobre el fracking.

Contra todos los antecedentes, el gobierno nacional y el provincial de Jorge Sapag minimizan el impacto del fracking, planteando por ejemplo que en lugar de 400 o 600 productos químicos, se utilizan solamente 22, aunque nunca dicen cuáles son, niegan que se contaminen las napas con argumentos insostenibles como que la fractura se haría a 3.000 mts de profundidad y las napas están a 100, cuando es patente que aún el petróleo convencional contamina las napas, tanto por filtraciones del pozo como por la deposición final en piletas de lodo, y la técnica de extracción es mucho menos agresiva que la utilizada en el fracking. En el caso de Vaca Muerta, la capa a ser fracturada es de entre 100 y 300 metros de grosor o altura. La inyección de agua para un solo pozo, se calcula según las mismas petroleras en unos 20.000 m³ de agua, consumo que contrasta con la


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“Contra todos los

antecedentes, el gobierno nacional y el provincial de Jorge Sapag minimizan el impacto del fracking.

escasez a la que están sometidas las comunidades en zonas áridas o de baja disponibilidad hídrica. Aunque la cantidad de agua no sería desequilibrante en relación con el caudal del Río Neuquén que abastecería estos acueductos, sí genera grandes interrogantes en torno a qué se va a hacer con el agua que se recupera (entre el 70% al 80% de la inyectada), ya que no sólo tiene residuos de hidrocarburos sino también la mezcla de compuestos químicos, la mayoría altamente cancerígenos. Por fuera de los fríos números, la muerte de Cristina Lincopán, referente del “anti fracking” en Neuquén, en marzo de 2013 en la comunidad Gelay Co, en la que se inauguró el primer pozo con utilización de fracking en la provincia, a causa de enfermedades derivadas de los altos niveles de metales pesados en la sangre, demuestra que las denuncias que se realizan contra el fracking son irrefutables.

¿Existe una solución? La carencia de tecnología y capital para la explotación no convencional es la justificación gubernamental para este acuerdo leonino. Pero, aún en el caso de que avanzar en esta explotación fuese deseable -que como ya hemos visto no es el caso- los recursos pueden obtenerse de la apropiación íntegra de la renta hidrocarburífera. Por eso, la clase trabajadora y los sectores populares tenemos que exigir la anulación del acuerdo con Chevron y la prohibición del fracking. La expropiación y estatización sin pago de todo el complejo petrolero y gasífero, desde la extracción hasta la refinación, y su puesta a producción bajo control de sus propios trabajadores y con participación de los habitantes de sectores afectados, como las comunidades mapuches y la creación de impuestos específicos a las grandes fortunas (y a otras rentas como la agraria), crearían condiciones para acuerdos de transferencia tecnológica desde otra posición de fuerza. Lo opuesto a este nuevo pacto de dependencia. Si bien esto no solucionaría la tendencia histórica decreciente de la producción de petróleo y gas, ni la tensión entre “desarrollo” y costos ambientales, permitiría una administración de los recursos más compatible con el cuidado ambiental y orientada realmente al servicio de las necesidades populares y no de la ganancia capitalista. Los recursos de la renta petrolífera y gasífera podrían volcarse a la realización de medidas

tendientes a un cambio en el esquema de consumo de energía, especialmente la reconstitución de la red ferroviaria nacional que permitiría reducir drásticamente el consumo de gasoil que implica la actual utilización de las flotas de camiones para el transporte de toda clase de mercancías. Un desarrollo eficiente del trasporte público de pasajeros (tanto de colectivos como subterráneos e incluso el tren urbano e interurbano) iría en el mismo sentido. El desarrollo de fuentes de energía complementarias, como la energía solar térmica o la energía eólica, de la que la Argentina, en especial por la región patagónica, cuenta con uno de los potenciales más grandes a nivel mundial para su desarrollo, además de que es una energía rápida (en un año se puede construir un parque eólico mientras una central nuclear lleva seis o siete años), no requiere tanta tecnología y en el largo plazo resulta más barata que las otras formas de energía. Además hay un gran potencial de energía desaprovechada como las microcentrales hidroeléctricas y el aprovechamiento de residuos agrarios e industriales como biomasa combustible. La implementación del conjunto de estas medidas es impensable dentro de los marcos del

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capitalismo semicolonial argentino, que garantiza los negocios del lobby petrolero por sobre el interés nacional, por lo que están indisolublemente ligadas a la lucha por un gobierno de la clase trabajadora, que es la clase que en grandes extensiones de nuestro país no cuenta siquiera con gas natural, ya que el 40% de la población no posee red domiciliaria y paga el gas envasado a precios 6 veces más que las empresas. Bibliografía y fuentes de consulta - Exploración y Producción de Hidrocarburos, Instituto Argentino del Petróleo y del Gas, Buenos Aires, 2013. - El Inversor Energético y Minero, www.elinversorenergetico.com.ar, infor mes varios, 20008/2013. -Web oficial de YPF www.ypf.com -Saqueo petrolero, NPEL, Ediciones IPS, 2006.

1 Para la empresa resultaba un gran negocio, pero para la soberanía energética del país resultaba una catástrofe. En el plazo de los 20 años de la privatización del petróleo Argentina exportó unos 200 millones de crudo a un valor de u$s 36.000 millones. Para comprar esa misma cantidad de petróleo, hoy debería pagar unos u$s 110.000 millones.

El Frente de Izquierda en la legislatura neuquina: denuncia de Raúl Godoy

una voz contra Chevron Como es costumbre en los convenios firmados entre Estados y empresas, numerosos detalles del acuerdo de Chevron e YPF se mantienen en el más estricto secreto. A tal punto es así que en Neuquén, la provincia donde se van a realizar las actividades, se envía a la legislatura el convenio provincial para dar el visto bueno sin hacer público lo firmado por YPF y la petrolera yanqui. Como denunció Raúl Godoy, dirigente del PTS y diputado provincial por el Frente de Izquierda y de los Trabajadores, desde el oficialismo provincial se entregó a los diputados el texto de un acta acuerdo suscripta el 24/7 entre YPF y el Ministerio de Energía y Servicios Públicos de la provincia, que ni siquiera menciona a Chevron. El gobierno de Sapag se apuró a ratificar el acuerdo extendiendo las concesiones que tiene YPF en la zona que queda especificada como “Loma de la Lata Norte”. El negocio de Chevron queda garantizado nada menos que hasta 2048. Con sólo desembolsar u$s 1.240 millones y prometer la posibilidad de extender la inversión a u$s 16.000 millones, “sujeto a los resultados del programa piloto”, se garantiza a Chevron –sin siquiera mencionarla en el convenio entre YPF y Neuquén– un lucro formidable. A cambio de un 5% de las

utilidades después de impuestos que correspondan de este proyecto a YPF (que no sabemos cómo se repartirán al desconocer el convenio), la provincia compromete no aumentar las regalías ni imponer ningún canon extraordinario, ni aumentar la alícuota de ingresos brutos. El secretismo es lo más natural para los empresarios y sus representantes políticos. Se justifica para preservar los intereses económicos de las empresas ante la competencia, aún cuando como planteaba Trotsky en El programa de transición “los trusts no tienen secretos entre sí. El secreto comercial de la época actual es un constante complot del capital monopolizador contra la sociedad”. Por eso, nada más justo que la exigencia de la banca neuquina de que se explicite en qué consisten las cláusulas secretas con esta multinacional norteamericana, la que ha sido condenada por daño ambiental en Ecuador y distintas partes del mundo. El gobierno nacional, y el provincial, le siguen ocultando al pueblo, las verdaderas “condiciones” de Chevron. La banca del FIT se pronunció contra el acuerdo presentado por el MPN para aprobar en trámite express en la legislatura provincial y sigue convocando a movilizar para anular este convenio de entrega a la petrolera yanqui.


DOSSIER

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20 Régimen regulatorio de hidrocarburos

ESCENAS DE NOVENTISMO EXPLÍCITO Cuando el año pasado el decreto 1.277 reglamentó el “Nuevo régimen de Soberanía Hidrocarburífera”, que ponía fin a la libre fijación de precios, bonificaciones, volúmenes de exportación y de disponibilidad de divisas por parte de las empresas, no faltaron quienes desde el oficialismo fantasearon con los maravillosos cambios que desencadenaría. Un año después, cualquier ilusión de cambios significativos se estrelló contra las condiciones que enmarcan el acuerdo con Chevron.

Esteban Mercatante Economista, docente de la UBA.

“El gerenciamiento de YPF cambió sustancialmente a partir de la incorporación de un socio argentino […] aquí, la prueba de la incorporación, del resultado exitoso de la incorporación del socio argentino”, Cristina Fernández sobre el éxito de la “argentinización” de Repsol-YPF, 8/12/2010. “Que no vengan a decir que le estamos sacando algo que era suyo cuando han exprimido hasta la última gota” , Axel Kicillof sobre Respol al momento de tratarse en el Senado la expropiación del 51% de las acciones de YPF S.A., 18/4/2012. “El convenio Chevron-YPF va a permitir un carnaval y un boom de actividad petrolera” Kicillof, 18/7/2013.

2003-2012: esquema mixto en bancarrota El nuevo “Régimen de promoción de inversión para la explotación de hidrocarburos” del decreto 929 publicado el 15/7, desanda buena parte de lo establecido en 2012, aunque en los papeles se presente como un complemento. Con este cambio, van dos giros abruptos en la política petrolera en menos de un año y tres “modelos” distintos durante la década K, el último de los cuáles es una vuelta a los siempre denostados noventa, superándola en lo referente a concesiones a las empresas.

Los últimos diez años sometieron a un deterioro implacable a toda la matriz de producción de energía y combustibles, agravando el pesado lastre de las privatizaciones. El déficit energético es solo una punta del iceberg. Los desbarajustes se observan con los recurrentes cortes de suministro eléctrico y de gas. Expresiones de un sistema saturado que no llega a responder a la demanda a pesar de las compras extranjeras de gas y fuel oil. Son consecuencias de haber preservado todo el andamiaje de las privatizaciones de los servicios públicos y la energía, acompañándolo de algunas restricciones. En el caso de los hidrocarburos esto agravó los problemas que ya existían por la conducta rapaz de las empresas. Cuando Néstor Kirchner llegó al poder, las privatizaciones de los servicios públicos eran uno de los legados más odiados de los noventa. Por los regímenes de privilegio que beneficiaban a estas empresas y hechos emblemáticos de vaciamiento como fue Aerolíneas, acumularon un desprestigio que se volvió irremontable. Por eso, cuando colapsó la convertibilidad en 2002 (con el masazo al salario que representó la salida devaluatoria), tanto Eduardo Duhalde como después Néstor Kirchner se cuidaron de concederles cualquier ajuste de tarifas ante la devaluación. Se mantuvieron las tarifas congeladas a pesar de lo

estipulado en los convenios de privatización. Pero fuera de esto, no se removió a las empresas ni se revisó de conjunto los marcos regulatorios. No liquidar las concesiones tuvo gravosas consecuencias. En el sector de la energía eléctrica las empresas se acomodaron a las nuevas condiciones y buscaron la forma de conservar su margen de ganancias o –en el peor de los casos– minimizar las pérdidas ante las restricciones a sus ingresos por el impedimento de ajustar las tarifas. Pero claro, la contracara fue que para lograrlo cortaron las inversiones. Con el correr de los años, la sostenibilidad del esquema demandó crecientes subsidios estatales, destinados en buena parte a garantizar que los balances de las firmas cerraran con resultado positivo. Una especie de esquema que, siendo muy benevolentes, podríamos llamar “mixto”, similar al del transporte ferroviario, cuyas consecuencias trágicas saltan a la vista. El aporte estatal sostuvo un modelo de negocios basado en administrar la capacidad instalada, sin siquiera invertir para recomponer los generadores de electricidad que llegaron al fin de su vida útil. De esta forma, las ganancias de los operadores (tanto en la generación como en la distribución) tuvieron como condición la no inversión, es decir un desgaste sin reposición del capital fijo, con aval del Estado. En el caso de los combustibles los cambios respecto de las generosas condiciones de los noventa fueron mucho más limitados. En 2002 se implementaron retenciones a la exportación de petróleo crudo de 20% y 5% para combustibles. En mayo de 2004 se estableció un mecanismo de retenciones móviles, que partía de 25% para un barril por debajo de los u$s 32 y llegaba a 37,8% cuando el barril superaba los u$s 45. Además se impusieron algunos límites a los aumentos de precios internos, aunque de ningún modo un congelamiento; la nafta Ultra de más de 97 RON se vendía a $ 1,479 en 2002, y estaba en $1,999 en 2006; el gasoil pasó de $0,989 a $1,439 en igual período. Las petroleras y gasíferas hicieron más decididamente lo que ya estaban haciendo desde el desguace de YPF: acelerar la extracción minimizando la inversión en exploración y el mantenimiento de pozos. Cuando las consecuencias de este esquema se expresaron en caídas de la producción y de la exportación, las empresas vaciadoras se vieron premiadas con los programas “Petróleo Plus”, “Refinación Plus” y “Gas Plus” que buscaban incentivar la exploración, la explotación e incrementar la producción de combustibles. El Estado gastó anualmente entre 1.500 y 2.000 millones de pesos, beneficiando


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en primer lugar a la exportación (con Pan American Energy de Bulgheroni a la cabeza de los bonificados). Pero la producción cayó, y aumentó la importación de combustible, mientras se garantizaba con fondos públicos la rentabilidad de las empresas. Como frutilla del postre, la “argentinización” de Repsol-YPF, es decir, la entrada del socio argentino Petersen del empresario (por ese entonces) K, Enrique Eskenazi, con un 25% de la propiedad de la empresa en 2007, se transformó en un nuevo fundamento para el vaciamiento: con la venia oficial, los Eskenazi financiaron el crédito que les permitió comprar la participación accionaria con las ganancias de la petrolera, lo cual significó que estas debían distribuirse entre los socios en vez de invertirse. La conducta predatoria no fue durante varios años motivo de confiscación de las empresas; como puede observarse en todos los casos, el Estado solo tomó a su cargo la prestación de servicios públicos que para los privados ya no tenía ningún sentido económico seguir gestionando y cuando los costos causados por la depredación privada llevaron a una situación crítica (AYSA por ejemplo). Un Estado siempre listo para socializar las pérdidas que vienen cuando se termina el festín de las ganancias. Por suerte todo esto no tiene nada que ver con el neoliberalismo… ¿no?

Decreto 1.277: la soberanía que no fue Si el déficit energético creciente aceleró la urgencia de introducir cambios en el sector hidrocarburífero, la promesa de una renta formidable gracias al descubrimiento de reservas no convencionales aumentó la impaciencia por deshacerse de Repsol. No solo estaba en juego la recuperación de la producción y la reducción del déficit energético, sino también mejorar la posición estatal en la apropiación de la renta. El decreto 1.277 desnudaba una excesiva confianza en que bastaba con la “recompra” de YPF (no otra cosa fue lo que se hizo, aunque el pago se haya diferido llevando la cuestión a tribunales internacionales) y el lanzamiento de algunas nuevas regulaciones para cambiar el esquema energético. Como si con esto fuera suficiente para negociar en otras condiciones con los futuros socios que YPF necesitaba atraer para la explotación de recursos no convencionales. Sin embargo, rápidamente se puso en evidencia un encorsetamiento: las opciones dentro de las cuales podría encararse el acuciante problema energético eran limitadas. Ante todo, YPF S.A. versión 2012 era una sombra de la empresa que se privatizó: solo produce un tercio del petróleo y (23%) del gas del país. En el caso del petróleo, la siguen muy de cerca Pan American Energy (17%), Petrobras (7%) y Chevron (5%). En el del gas, Total Austral (30%) y Pan American Energy (12%). Solo en el caso de la refinación de petróleo YPF concentra el 54%. En este contexto, las ilusiones de que tomar el control accionario de YPF bastaría para cambiar el curso rápidamente se vieron traicionadas. Por mucho que se quisiera apelar al marco regulatorio del decreto 1.277 para reorientar al sector, era la capacidad de

acción de YPF la que se encontraba restringida por falta de recursos. El nuevo presidente de YPF, Miguel Gallucio, aumentó el ritmo de los aumentos de precios para cerrar la ecuación financiera de la firma. Y todo esto para cumplir objetivos operativos, ni por asomo para acercar recursos para invertir en la explotación de recursos no convencionales. Los funcionarios que diseñaron la expropiación calcularon con excesivo optimismo que el enorme atractivo del yacimiento de Vaca Muerta permitiría negociar en posición de fuerza con socios potenciales. Pero conspiraba contra esta posibilidad lo poco que YPF tenía para poner sobre la mesa de negociación. Esta contaba con recursos financieros limitados para aportar capital a cualquier proyecto conjunto. Con algo de ironía, la jugada del gobierno para deprimir la capitalización bursátil de Repsol en el marco de su ofensiva, achicó después la espalda financiera de YPF por su menor valuación accionaria. Las colocaciones de bonos de 2012 en el mercado local solo calmaron las urgencias. La balanza se inclinó en favor de las petroleras, particularmente de Chevron, por la urgencia del gobierno y la incapacidad poner fondos propios en esta empresa. Sin haber puesto sobre el tapete un cambio en el conjunto del sistema energético, afectando solo la propiedad accionaria del 51% de YPF S.A., era cantado que el gobierno terminaría abrazándose nuevamente a las grandes petroleras. También, que lo haría en las peores condiciones posibles. Las posibilidades de haber andado otro camino las ilustra el hecho de que la renta petrolera del sector hidrocarburífero, es decir, el excedente total sobre costos más ganancia media, fue estimado en u$s 6.500 millones (Mansilla, Diego, Realidad Económica 223, octubre 2006). Las utilidades de apenas dos empresas YPF y PAE en 2012, sumaron $6.600 millones, es decir casi el equivalente a la inversión que planea realizar Chevron.

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Nuevo obsequio a las multinacionales El decreto 929 está hecho para presentar como universales los beneficios que se conceden a Chevron, para que parezcan menos escandalosos. Volviendo sobre los pasos de lo dispuesto hace un año, las firmas que inviertan por más de u$s 1.000 millones gozarán en 5 años “del derecho a comercializar libremente en el mercado externo el 20% de la producción de hidrocarburos” sin pagar derechos de exportación. Además, tendrán la libre disponibilidad del 100% de las divisas provenientes de dicha exportación. Si no pudieran exportar por necesidad de abastecer al mercado interno, no perderán los beneficios prometidos: tienen el derecho de obtener por el 20% exportable el precio equivalente al de exportación sin ningún derecho de exportación. Aunque a cambio recibirán pesos, están expresamente a salvo del cepo cambiario para convertir a dólares el equivalente a ese 20% exportable. Aunque se pretenda que se trata de una legislación complementaria al decreto 1.277, punto por punto niega lo establecido en el mismo. Por si esto fuera poco, el convenio (del cual todavía hay muchos puntos mantenidos en las sombras) está celebrado bajo jurisdicción francesa y estadounidense. El círculo vicioso que llevó a alternar ciclos de confiscaciones parciales que terminan en empresas públicas vaciadas, con otros de concesiones escandalosas al imperialismo, no puede cambiarse por decreto ni afectando solo la propiedad de alguna empresa. Esto solo será posible desplegando el conjunto de iniciativas que planteamos en el artículo central, barriendo de raíz con las posiciones del imperialismo y concentrando la apropiación de la renta petrolera.

Blog del autor: puntoddesequilibrio.blogspot.com


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Progresistas somos todos, ¿no? Eduardo Grüner Ensayista, sociólogo, docente de la UBA. Su libro más reciente es La oscuridad y las luces.

Quisiera empezar con una confesión personal: la palabra “progresismo” me provoca cierto rechazo. Entiendo perfectamente que no es lo mismo cuando se la usa desde la izquierda, o desde el discurso “nac & pop”, que cuando la usa un liberal o un conservador, pero igual me fastidia. No puedo olvidarme del Benjamin que decía que hoy en día –y el “día” de Benjamin sigue siendo el nuestro– el concepto de progreso es un arma ideológica de la historia de los vencedores (para quienes por supuesto hubo un “progreso” que los puso en ese lugar), mientras que para los vencidos la historia es una pesadillesca sucesión de regresiones. Dicho más “teóricamente”: aceptar sin interrogación crítica esa idea es someterse a una concepción de la historia del “tiempo homogéneo y vacío”, lineal, evolucionista, y para decirlo todo, colonial/eurocéntrica/clasista. Es una filosofía de la historia que solo pudo concebirse a partir del 12 de octubre de 1492 –por hacer una periodización simbólica pero para nada arbitraria–: es decir, cuando empezó lo que Samir Amin llama la mundialización de la ley del valor del Capital. Esa mundialización, que tenía Amos como los sigue teniendo la “globalización”, deglutió otras temporalidades históricas, otras lógicas de acumulación, otras concepciones del tiempo y de la Palabra. En el propio centro capitalista, la “acumulación originaria” fagocitó otros retazos de modos de producción, otras relaciones sociales. En una típica operación ideológica de pars pro toto, esa deglución transformó en “natural” la idea de la historia occidental y burguesa. Lo que triunfó es toda una metafísica de la temporalidad, y no solamente un modo de producción material. El genocidio y el etnocidio coloniales, y el gigantesco y violento proceso de separación entre los productores y sus medios de producción a nivel mundial, fueron complementados por un cronocidio, si se me permite inventar un neologismo. Eso se terminó de consagrar en el siglo XIX con el positivismo, el cientificismo, el evolucionismo, el “progresismo”, todas ellas expresiones de la consolidación del gran capitalismo industrial (aunque hay que reconocer un precedente filosófico en la Ilustración del siglo XVIII, con su fe ingenua en el progreso de la humanidad a través de la “educación de la sensibilidad”). Es cierto que al mismo tiempo apareció una idea

del “progreso social” que implicaba una actitud defensiva contra los efectos más destructivos del capitalismo. Pero la historia del propio capitalismo se llevó por delante incluso esa connotación. El “progreso” –categoría que en verdad no tiene sentido en ningún otro campo que en el de la racionalidad científico-técnicainstrumental: ¿qué querría decir “progreso” en el arte, por ejemplo?– se volvió incluso un argumento legitimador de la explotación de clase, la dominación colonial, la esclavitud y el racismo: así como hoy se justifican agresiones imperiales con razones “humanitarias” (una perversión del lenguaje posiblemente inédita en la historia), en el siglo XIX se estaba llevando el “progreso” a las clases, los pueblos y razas “inferiores”, tal como en el siglo XVI se les llevaba la verdadera religión. Pero la historia real es un entrechocarse permanente de tiempos diferenciales, un desarrollo desigual y combinado –para decirlo con un clásico– también de las temporalidades históricas, culturales, simbólicas y hasta “subjetivas”. ¿Para qué puede servir toda esta tediosa perorata de puesta en cuestión del sentido común “progresista”? En principio, debería servir para atemperar la tentación de un entusiasmo acrítico con los gobiernos, los partidos, los movimientos o los líderes políticos llamados precisamente “progresistas” (es curioso que ahora esta palabra sea un elogio, cuando en los años ‘60 y ‘70, incluso para la izquierda peronista, era un anatema, ya que “progresista” se oponía a “revolucionario”), sean oficialistas u opositores. Y también con algunas personas que se autocalifican así, y que a veces se fascinan con el discurso de la “renovación y el cambio”, o de la “profundización de lo que falta”, se lo creen a rajatablas, y después, previsiblemente, cuando nada cambia ni se renueva en serio, se sienten traicionados, lo cual no les impide fascinarse con el siguiente. Eso significó culturalmente (no hablo de la significación políticocoyuntural) una parte “flotante” (no hablo de los militantes y los convencidos auténticos) del voto a Frondizi, a Alfonsín, al Chacho Álvarez, y posiblemente también a Néstor y Cristina, o a Binner, por decir algo. Al menos el voto de la llamada “clase media”, la de la insaciable aspiración a la “movilidad social ascendente”, para la cual por lo tanto el progreso es su ideología más

espontánea: ¿cuándo se escuchó a un obrero o a un marginal o a un chipaya del altiplano boliviano decir de sí mismo que es “progresista”? Sin duda los defendibles cuestionamientos a la hegemonía cultural –más que a la económica– del denominado “neoliberalismo”, en la última década, han contribuido a la naturalización del paradigma “progre”. Y ya sabemos que “naturalización” quiere decir neutralización: hoy, en la Argentina, todo el mundo es progre, con lo cual ese vocablo no tiene más sentido. Algunos gobiernos latinoamericanos, en efecto, se han tenido que hacer cargo de aquel cuestionamiento al neoliberalismo y son calificados como “progresistas”. Con lo cual se enfrentan a la necesidad de que al menos algunas de sus decisiones estén a la altura de la calificación. No minimizo el hecho: si más gente puede comer, si hay más ocupación, si se pueden revisar algunas de las políticas más retrógradas de las décadas pasadas, si se reparan cosas en el campo de los Derechos Humanos, si se pone en cuestión el anterior sentido común neoliberal, bienvenido sea (son muchos “sis” que no siempre se cumplen, pero, pongamos). El problema es que, aún admitiendo las mejores intenciones, el postulado de un mero progresismo “etapista” fuerza a pactar con lo que hay, incluyendo las multinacionales, las burguesías locales, las burocracias sindicales, los “barones” políticos corruptos. El resultado irónico es que aquello que se está obligado a hacer a favor del progreso así entendido, es precisamente lo que lo impide. En esos términos no se puede (aun cuando subjetivamente se quisiera) transgredir los límites de lo que Mészaros llama el sociometabolismo del Capital. Las medidas “reparatorias” que puedan adoptar nada tienen que ver con una ruptura con la lógica de fondo del “sociometabolismo”. No se trata de lo que “falta”, o de lo que hay que “profundizar”: en verdad, no falta nada ni hay nada que profundizar: el “modelo” es así, como se lo ve hoy. Aunque se pudieran ampliar cuantitativamente las medidas reparatorias –algo bien poco probable en medio de la tremenda crisis mundial– ello no significaría, sin embargo, ninguna ruptura estructural de la lógica del “modelo”, como no la significó el tan mentado “Estado de Bienestar” keynesiano, cuando lo hubo. Y por otra parte, para abusar del paralelismo, también ese “EBK” fue una respuesta


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“Sin duda los defendibles cuestionamientos a la hegemonía cultural –más que a la económica– del denominado ‘neoliberalismo’, en la última década, han contribuido a la naturalización del paradigma ‘progre’. Y ya sabemos que “naturalización” quiere decir neutralización: hoy, en la Argentina, todo el mundo es progre, con lo cual ese vocablo no tiene más sentido.

” a las luchas sociales de la época que, dialéctica obliga, se constituyó como un freno para esas propias luchas: todo progreso inmediato para las masas (celebrable en sí mismo, en especial si es un triunfo de su movilización), cuando se mantiene dentro de los rígidos límites del sistema puede resultar a la larga en regresión. Pero además hay que tomar en cuenta que los tiempos del propio mundo dominante ya no son tan pausados y ordenados como quisieran el evolucionismo o el reformismo “progresista”. Estamos cotidianamente viviendo las turbulencias crecientes de una crisis del “sociometabolismo” que muy bien podría ser terminal. Por todas partes –de El Cairo a Londres, de Trípoli a Atenas, de Tel Aviv a Madrid, últimamente de Río de Janeiro a Estambul– vemos rebeliones todavía confusas, ambiguas, contradictorias, pero que en algunos casos ya empiezan a advertir que el problema no es solo el liberalismo, sea antiguo o neo: es el capitalismo. Se aceleran los tiempos en que tendremos que decidir si queremos otro “modelo” (y no una mera corrección reparadora de lo existente con todos sus elementos restauradores), o si nos resignaremos a precipitarnos en la barbarie, que como decía Rosa Luxemburgo (esa que fue asesinada por la muy progresista socialdemocracia alemana, que por esperar pacientemente la siguiente etapa de progreso se chocó con Hitler), es la única consecuencia posible de la crisis del capitalismo cuando no hay una auténtica alternativa. En suma: ¿estamos, como pretenden los progresistas, en el “post-neoliberalismo”? Puede ser, a condición de que –como han propuesto algunos autores para el vocablo “post-modernismo”– entendamos el prefijo post como indicativo de una nueva fase de la misma lógica, y no como una tajante ruptura con ella. ¿Hemos salido realmente del “liberalismo”? ¿Y cómo podría hacerse eso a fondo dentro del capitalismo, aunque siempre conviene por supuesto una mayor voluntad redistributiva por parte del Estado? De la respuesta a esta pregunta dependen muchas otras: ¿se ha dejado de pagar la deuda externa? ¿Se ha hecho una reforma tributaria profunda y progresiva (que no es lo mismo que “progresista”)? ¿Se ha hecho una reforma agraria que permita diversificar los cultivos en pequeñas unidades equitativas y salirnos del cerrojo del comercio exterior “sojero”?

¿Se han re-estatizado completamente los recursos energéticos? ¿Tenemos “soberanía alimentaria”? ¿Se toman medidas de fondo contra la minería contaminante y extranjerizada? ¿Se ha solucionado la cuestión qom? ¿Se ha creado un impuesto a la riqueza que afecte de verdad a los grandes capitales y sirva a objetivos redistributivos? ¿Se ha logrado eliminar el altísimo porcentaje de trabajo “en negro”? Y así podríamos seguir preguntando indefinidamente, y la respuesta sería No, y no se va a hacer, y no se puede hacer en serio. Los gobiernos “progres”, en general, combinan el clásico concepto de “bonapartismo” creado por Marx en El XVIII Brumario de Luis Bonaparte –es decir, la utilización del Estado como árbitro social, pretendidamente mediador entre

las clases o fracciones de clases contrapuestas– con formas presuntamente un poquito más controladas, un poquito más “intervenidas”, de liberalismo económico y político. Y en algunos casos –y justamente cuando admiten que “falta” y que “hay que profundizar”– logran establecer lo que podríamos llamar un fuerte efecto performativo (se dice: “Vamos hacia el socialismo del siglo XXI”, o “Vamos hacia la plena inclusión social”, y muchos pueden creer que en efecto ya estamos ahí), que puede conseguir, “viento de cola” mediante, un apoyo importante de masas más o menos organizadas desde el Estado. Pero ese optimismo performativo tiene patas cortas. En algún momento, indefectiblemente, los “éxitos” bonapartistas se encuentran con el impecable descubrimiento de Marx a propósito»


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“Se aceleran los tiempos en que tendremos que decidir si

queremos otro ‘modelo’ (y no una mera corrección reparadora de lo existente con todos sus elementos restauradores), o si nos resignaremos a precipitarnos en la barbarie, como decía Rosa Luxemburgo.

del límite que la lucha de clases le impone al arbitraje de clase. Y entonces, para el “bonapartismo”, tarde o temprano suena la hora de la verdad: por ejemplo, si como efecto de la crisis mundial y/o local se tiene que volver a ciertas políticas de “ajuste”, y aumenta de modo importante la conflictividad social, suele suceder que el “equilibrio” bonapartista se rompa (le sucedió al mismísimo Perón en 1973/74), y entonces, ¿hacia qué lado se inclinará la balanza estatal (porque el Estado, no olvidemos, es ante todo un aparato represivo)? Es una pregunta retórica, se entiende: como si no supiéramos la respuesta. Pero es una pregunta a la cual los seguidores “progres” deberían estar atentos. Pero se prefieren facilidades dicotómicas como la de una presunta batalla cultural que en última instancia sería la del Estado versus el Mercado, y dejan escapar que ambos “contendientes” están atravesados por la lógica de clase, articulada con la de una dependencia del “sociometabolismo” mundial que no ha desaparecido por arte de magia.

En el último decenio, se nos dice, la política ha llegado, por fin, para sustituir a la economía: una acabada muestra de que, contra lo que se suele pensar sobre el “realismo” de los progresistas, ellos son los verdaderos utopistas: creen en serio que dentro del dispositivo “sociometabólico” del Capital la economía se va a ir a otra parte, o por lo menos se va a subordinar a la política. Va de suyo que hay una autonomía relativa de la política: no hacía falta esperar a los progres del siglo XXI para enterarnos; desde Maquiavelo –para no mencionar a Marx, Engels, Lenin o Trotsky– se sabe eso abundantemente. Pero lo relativo de esa autonomía, en buen romance, quiere decir autonomía en relación a… ¿qué cosa? ¿El sexo de los ángeles? No: como reza una famosísima afirmación, “Es la economía…”. Así, el logos progre –no importa cuánto alucine haber sometido a la “economía”– se transforma en una gran planilla de contabilidad, con sus prolijas columnas de Debe y Haber: esto se hizo bien, aquello no tanto, esto lo tenemos, aquello nos falta. Muy bien: sumemos y restemos, hagamos rayita y veamos el balance. Casualmente el Haber nos da un poquito más, así que estamos en el buen camino. Y si da un poquito menos, será que nos equivocamos en la cuenta, a ver, a ver… Por supuesto, al progre ni se le pasa por las mientes que a lo mejor la hoja de contabilidad está mal diseñada, menos aún que es la propia lógica de lo contable lo que habría que desechar para pensar otra cosa. Porque el logos progre es crasamente cuantitativo: si su candidato/a “mide” bien en las encuestas, si su partido obtiene un apreciable porcentaje de votos, si su gobierno preside sobre un puntito más del PBI, ya se ha desocultado el Ser y el progre se siente cálidamente bañado por la luz de la Verdad: ese deslumbramiento numérico lo autoriza, por ejemplo, a mirar de reojo y con sorna la “ineficiencia” de los que lo corren por izquierda (como la Historia es puro progreso lineal, se ha olvidado de sus discontinuidades cualitativas: por ejemplo, que los jacobinos o los bolcheviques eran una estricta minoría casi el día anterior a las respectivas revoluciones): ¿no es raro que gente tan convencida de la superioridad de la política sobre la economía – esas dos cosas tan diferentes, recuérdese– esté tan obsesionada por la aritmética?

El problema con este logos es que cuando la crisis aprieta, cuando el “andamiaje” muestra sus fisuras, cuando su gobierno se derechiza ostensiblemente (si es oficialista), cuando su partido no es capaz de concebir una mejor alternativa (si es “opositor”, palabra que debe ir encomillada, pues auténtico opositor es el que tiene una alternativa), cuando la aritmética empieza a no “cerrar”, el progre queda totalmente inerme: como ya decidió que no hay nada fuera de la “línea”, o del “andamiaje”, o de la planilla contable, queda sumido en el desconcierto –que no es lo mismo que la siempre atendible duda–. Solo le queda, una vez más, confiar en el progreso: la Historia, sin duda, sabe lo que hace, puesto que llegó hasta aquí. Puede, incluso, que crea en las ventajas del socialismo: eso sería un progreso ¿verdad? Y bien, de una u otra manera, la “astucia de la razón” de la línea llevará hasta allí, arrojando a las costas de ese río indetenible “lastres” como la ley antiterrorista, el proyecto X, la minería, Monsanto, Chevron o Milani. Que no nos gustan, desde ya, pero el ineluctable progreso bien merece aguantar algunos chubascos. La mala noticia es que no hay tiempo. Benjamin (conviene volver a él, sin pasar por alto un par de las Tesis de Filosofía de la Historia que lo revelan como un furibundo anti-progresista que apuesta a un metafórico mesianismo apocalíptico que interrumpa de una buena vez el logos lineal), ya en los años treinta, recomendaba estar atentos a/apuntar hacia el acontecimiento del instante-ahora que podría emerger “a la vuelta de la esquina”, y que él todavía denominaba revolución: la confianza en el progreso, por sí mismo, solo promete más ruinas. Y hoy con más razón. No hace falta siquiera ser muy de izquierda para constatar eso (aunque sí hace falta no ser un optimista progre): se puede apenas ojear el New York Times o The Economist para comprobar el pánico generalizado que cunde entre las clases dominantes de las grandes potencias capitalistas (incluso las “emergentes”, como China): desocupación, pauperización, derrumbe de los restos de “Estado de Bienestar”, degradación de los servicios de salud y educación, catástrofe de la vivienda, etcétera. Y no para allí: guerras, terrorismo, racismo, fundamentalismos de todo tipo. La crisis, ahora sí, no es una mera cuestión económica: es una gigantesca descomposición política, social, cultural, moral y hasta psicológica. El villano de esta historia no está muriendo de “muerte natural”, sino de su propia podredumbre interna. Su misma historia es un cáncer nauseabundo que lo mina desde la raíz. Como en el famoso cuento del señor Valdemar de Edgar Allan Poe, ya está muerto y descomponiéndose, solo que ni él ni los progres que aún confían en curarlo terminan de darse cuenta. Ahora bien, no es cuestión de esperar que su “destino” se cumpla. Porque, mientras tanto, esa peste nos contamina a todos –puesto que todos, nos guste o no, somos partículas del sociometabolismo del Capital–, y va a terminar arrastrando a la humanidad al abismo. Y desde ahí, no se progresa.


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Intelectuales, izquierda y kirchnerismo A partir de un debate realizado el 25 de junio en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata, Christian Castillo y Fernando Aiziczon, miembros del consejo editorial de IdZ, y Maristella Svampa, integrante del colectivo Plataforma, desarrollan en estas páginas sus principales reflexiones alrededor de esa polémica.

Contra el intelectual-ciudadano Fernando Aiziczon Historiador, docente de Historia Argentina Contemporánea y Antropología Sociocultural (UNC), director del Observatorio de Conflictos Laborales y Ambientales de Córdoba (UNC).

El camino Interior: kirchnerismo, intelectuales y universidad La primera rectora mujer que tuvo en 400 años la Universidad Nacional de Córdoba, la filósofa del lenguaje Carolina Scotto, al cabo de 2 mandatos consecutivos (2007-2013) se convirtió en cabeza de lista por el Frente Para la Victoria local. La secunda Martín Gill, abogado, ex rector de la Universidad Nacional de Villa María también por 2 mandatos seguidos, y ex secretario de Políticas Universitarias de Nación. Apoyada por docentes universitarios, por el movimiento estudiantil “nacional y popular” y sectores de la izquierda independiente, Scotto será recordada por difundir hasta el paroxismo la mezcla de las nociones de “ciudadanía” con la versión oficial de los DDHH, esto es, la proliferación “virtuosa” e ilimitada de ciudadanías diferenciales (beneficiarios de planes sociales, pobres con “inclusión”, pueblos originarios y todo tipo de “sujetos de derecho” imaginables) utilizada para cubrir la desigualdad permanente que generan las democracias liberales. La performance es bien conocida: construcción de plazoletas-homenaje, cursos de formación ciudadana, honoris causa a figurones culturales, algo no muy distinto a lo que practica el kirchnerismo como gesto de seducción progresista mientras esconde

debajo de la alfombra los asesinatos de activistas indígenas, por poner un ejemplo entre tantos. Sin embargo, otros docentes y estudiantes la recordaremos por sus convenios con empresas como ARCOR, por su hostilidad hacia el sindicato docente intentando quebrar huelgas, y por su destacada faceta de rompetomas estudiantiles durante el año 2010, sí, el mismo año que dejó ver el ingreso de miles de jóvenes estudiantes a la vida política mediante la movilización callejera y la toma de establecimientos educativos. Aquella histórica oleada de tomas rechazaba el intento de introducir por ley la enseñanza religiosa en las escuelas, se oponía a la firma de convenios con empresas (las “pasantías” precarizadoras en call centers), reafirmaba su derecho a organizarse en centros de estudiantes (algo que la ley dejaba en ambigüedad) y desnudaba la fraseología anti-abortista escondida en la defensa del “derecho a la vida”. Mientras las escuelas se caían a pedazos (otra demanda estudiantil) el gobernador Schiaretti acusaba de “fascistas autoritarios” a los estudiantes, y mientras la toma comenzó a expandirse hacia la Universidad tras conocerse la escandalosa participación de académicos avalando la Ley, emergió la verdadera cara del kirchnerismo universitario o “scottismo”: los docentes que

apoyamos las tomas estudiantiles fuimos acusados de “destituyentes de ultraizquierda” que impedíamos el ejercicio del “derecho al trabajo” de nuestros colegas, vulnerando la “ciudadanía universitaria” y cosas por el estilo. La anécdota-acontecimiento no tendría sentido en este espacio si no fuera porque estamos hablando de la praxis de intelectuales oficialistas, o si resulta más ajustado a la época, de académicos: sujetos restringidos a micro-parcelas del saber, domesticados por becas y subsidios, celosos de conservar un sistema de casta meritocrática en cuya cima se encuentran los “modelos” a seguir: altos salarios, prosa políticamente correcta. Por debajo, un colchón de jóvenes docentes y becarios tan conformes con su relativo buen primer trabajo como despolitizados y precarizados sueña en cumplir la carrera del buen ciudadano.

Época de retórica y sinsentido de la política El posmarxismo de Ernesto Laclau con su utópica “democracia radical”, la prosa laberíntica y escurridiza de Horacio González o la interpretación del kirchnerismo como “anomalía” y fenómeno abierto (“fascinante e indecible”), según Ricardo Forster, son referencias ineludibles para toda caracterización del intelectual ahora kirchnerista. Pero las tierras de la Reforma Universitaria del 18 y del Cordobazo ofrecen esto y algo más: una especificidad que se presenta al mundo bajo una cruzada tan anticomunista como apologista de la democracia liberal; por ello, no es casual escuchar a referentes como el filósofo Diego Tatián defender al “modelo nacional y popular” denunciando a la izquierda anticapitalista de autoritaria o perdida en el tiempo, para lo cual no duda en citar el Libro Negro del comunismo1, a la vez que descubre entusiasta que el kirchnerismo produce un “capitalismo inclusivo”2. Poco importa apoyarse en Spinoza, coquetear con Lacan, desdibujar a Gramsci de la mano de un “aricoísmo”3 tardío o jugar a las paradojas con la historia del peronismo mientras una fabulosa restauración del capitalismo apoyada en burocracias sindicales, gobernadores reaccionarios y un modelo depredador de los bienes naturales opera a toda marcha. Es que la maniobra intelectual favorita de esta época es la elasticidad del concepto de “ciudadanía”, el embellecimiento del “populismo” como rasgo autóctono y latinoamericano, la aceptación definitiva de la democracia posible4 y finalmente, la retirada del debate frente a cualquier objeción lanzada por izquierda, considerada paradójicamente como… fuera de época. Sobre este tipo de intelectuales el kirchnerismo construyó su base ideológica. Porque, hay que decirlo, estos síntomas de época»


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lo exceden. La profesionalización del saber es impensable al margen de una buena cuota de subsidios y recursos estatales o privados, producto de lo cual la ciencia logra su punto máximo de despolitización respecto de la realidad aberrante que la sostiene. Tendencia profundizada tras los años ’90, el intelectual de esta época debe su existencia a la razón estatal. ¿Para qué entonces preocuparse en indagar sobre un cambio social revolucionario?, ¿qué es eso del cuestionamiento radical de la condiciones de reproducción del sistema?, ¿qué buscan aquellos que insisten en discutir el/los sujetos que lo sostienen y que necesariamente están condenados a organizarse para derribarlo? La política es otra cosa, dicen.

Izquierdas y kirchnerismo Nadie es inmune a un clima de época. A la relativa marginalidad de la teoría y práctica de la izquierda marxista se suma cierta conclusión que sacaron intelectuales de izquierda independiente respecto de la necesidad imperiosa de desmarcarse obsesivamente de aquella. Es que la izquierda exhibió 2 grandes franjas que cristalizaron de cara al kirchnerismo: la izquierda marxista –que en Argentina es principalmente trotskista- supo aprovechar su principismo y, en base a una militancia volcada al movimiento obrero, logró ser la oposición que el sistema reconoce como amenaza: la emergencia del clasismo fabril, las denuncias del espionaje estatal sobre activistas, el cuestionamiento al relato gubernamental abarcando todas sus contradicciones (políticas de DDHH, modelo económico, etc.) y, mal que les pese muchos, la vitalidad de la experiencia más radicalizada que dejó el 2001 en el caso del control obrero en Cerámica Zanón, son sus mejores logros. Queda pendiente aún que muchos más intelectuales se vuelquen sin titubeos a reconstruir una izquierda marxista revolucionaria que ya avanzó varios pasos, pero que también reclama ideas con urgencia.

En contraposición a su vitalidad de origen, allá por el año 2001, la izquierda independiente hoy agoniza respecto de la fidelidad a su proyecto fundacional. No sólo se encuentra agobiada por los zigzags de sus referentes continentales (Evo Morales-García Linera, el Socialismo del siglo XXI, Fidel Castro) que para colmo apoyan incondicionalmente al kirchnerismo, sino que de sus marcas iniciales ya no queda nada en pie: autonomía política, nuevas prácticas, antipartidismo, místicas artificiales. Al aceptar el juego maniqueo impuesto por el kirchnerismo de “reconocer” virtudes al progresismo, perdieron la inocencia. De remate, la repulsión ontológica al marxismo los dejó carentes de herramientas para actuar frente al Estado capitalista; el filoperonismo nacionalista y nostálgico de muchos de sus cuadros quebró varias organizaciones que se hicieron oficialistas; mientras que el deseo de ser parte del fenómeno populista los dejó indistinguibles del kirchnerismo. Actualmente, la negación a revisar qué significa ser de izquierda independiente, o por lo menos discutir el significado actual de esa tradición, les permite sortear un balance serio mediante el recurso cívico de probar las mieles del electoralismo. Con todo, algunas organizaciones sobrevivientes de aquella intensa experiencia, llena de valiosos militantes, ya comienzan a criticar esta triste debacle.

¿Qué hacer? Perspectivas a la izquierda del kirchnerismo “La derrota de un ejército no inválida los preceptos fundamentales de la estrategia. Que un artillero pegue lejos del blanco de ninguna manera inválida la balística, es decir el álgebra de la artillería. Que el ejército del proletariado sufra una derrota o que su partido degenere de ninguna manera inválida el marxismo, que es el álgebra de la revolución”5. La discusión sobre los intelectuales, el kirchenrismo y la izquierda tiene 2 límites claros; el

primero refiere a la propia lógica de la retórica oficial: el falso argumento de la incompletud de todo proceso de “construcción democrática” esconde la trampa reformista de conceder eterna vigencia a un fenómeno político que en el fondo y en la superficie fue siempre el mejor garante del orden capitalista. El segundo límite obedece a las propiedades de todo discurso: es hegemónico en la medida en que se asienta en el dominio material de ciertos recursos, para el caso, estatales. El “relato” (gran término de época) es también un dispositivo como la televisión, el cine, la prensa, escuelas, universidades, etc. Su solidez depende menos de su coherencia interna que de su cobijo en brazos del poder estatal. Comprendidos estos límites la tarea es luchar contra esa “estructura de sentimientos” escéptica y pesimista que facilita a las nuevas generaciones refugiarse en su escritorio, disolverse en la diversidad de los sujetos que interroga o defenderse de su inorganicidad (y su inocuidad) amparado en la tiranía que por tradición sólo visualiza en las organizaciones políticas pero nunca en las tensiones de su propio campo. Entonces, ¿con qué ideas dar batalla?, la tradición del marxismo revolucionario brinda excepcionales herramientas por su propia solidez conceptual (la obra de Marx campea en soledad como la mejor crítica revolucionaria del capitalismo), por su inseparable unidad con la práctica revolucionaria (Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo jamás separaron pensamiento y acción ni jamás cedieron en el objetivo de derribar al capitalismo, como olvidó el grueso de la izquierda independiente) y finalmente porque nuestra época es profundamente liberal y reaccionaria: ¿acaso los intelectuales no están “sujetados” a una posición de clase (media) ambigua e inconsistente, comprometidos tanto con esa clase como a un estado que les palmea el hombro por los servicios prestados?, y si esa lealtad no significa otra cosa que renunciar al pensamiento radical, ¿por qué no romper ese cerco simbólico y material y con ello ayudar a que la humanidad también lo haga?. Y más hacia la izquierda, ¿no será momento de redefinir el fracaso del socialismo realmente existente como lo que en realidad fue: la deriva del estalinismo, entendido éste como fenómeno degradado de un proyecto socialista mayor, y por lo cual mal haríamos en descartar las corrientes críticas e históricas de esa experiencia, reemplazándolas por una ilusoria ciudadanía?

1 Tatián, “El Libro negro y el mutismo ‘independiente’”, en apuntesdefrontera.blogspot.com 2 “El kirchnerismo según Pía López y Tatián”, en profanaspalabras.blogspot.com 3 Se autodenominan “aricoístas” aquellos intelectuales discípulos de la interpretación del marxismo elaborada por José Aricó. 4 Ver entrevista a Ernesto Laclau “Es el mejor momento democrático en 150 años”, Página/12, 21-07-13. 5 León Trotsky, “Los intelectuales que ya no son radicales y la reacción mundial”, Socialist Appeal, 14 de febrero de 1939.


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Hacia una caracterización general del kirchnerismo

Populismo de clases medias y Revolución Pasiva Maristella Svampa Socióloga y escritora, profesora de la UNLP, Investigadora Principal del Conicet y miembro de Plataforma 2012.

Al cumplirse una década de kirchnerismo, quisiera presentar un ensayo de interpretación del mismo, tomando como punto de partida un análisis de sus diferentes fases o momentos. Por cuestiones de espacio, me será imposible hablar de modo más general del rol de las izquierdas y los intelectuales, algo que espero concretar en un próximo artículo. La tensión y combinación entre continuidades y rupturas, los dobles discursos y ambivalencias, constituyen desde el comienzo un hilo articulador del kirchnerismo. Así, éste nació al calor de las movilizaciones de 2001-2002 y en un contexto de postconvertibilidad; en un momento de cuestionamiento del consenso neoliberal y de emergencia de gobiernos progresistas en América Latina, y en el marco de un nuevo ciclo económico mundial centrado en el boom de los commodities. A lo largo de la década, es posible distinguir tres fases: el momento fundacional, con la asunción de Néstor Kirchner (2003-2008), que podríamos caracterizar como la fase de revalorización del progresismo; un segundo período entre 2008 y 2011, que ilustra la actualización de un estilo político populista; y un último momento que arranca en 2011 y da cuenta de la profundización de dicho estilo populista, aunque anclado en el protagonismo cada vez mayor de las clases medias. Este último momento nos abre a una comprensión plena del orden social dominante, en términos de revolución pasiva. Desde el inicio el kirchnerismo apuntó a definirse como una fuerza progresista1. Es cierto que en la Argentina de esa época el término había sido vaciado de todo contenido, luego de la experiencia desastrosa de la Alianza, pero la asunción de Kirchner coincidió, como ya anticipamos, con un cambio de época a nivel latinoamericano, luego de la crisis y la escalada de movilizaciones antineoliberales en varios países de la región. Los primeros gestos de Kirchner apuntaban a confirmar el clima de cambios: entre ellos, los reemplazos en la Corte Suprema de Justicia, la asunción de una política de derechos humanos respecto de lo sucedido bajo el terrorismo de Estado, la opción por una política económica heterodoxa y un incipiente latinoamericanismo. Si bien Néstor Kirchner tuvo un intento tímido de construcción de una fuerza transversal progresista, por fuera del partido Justicialista, prontamente optó por apoyarse sobre los sectores del peronismo tradicional. Por un lado, desde 2004, tendría como aliado a Hugo Moyano, líder de una CGT recientemente unificada, en

quien conviven las apelaciones típicas a la tradición nacional-popular con un sindicalismo de corte empresarial (un sindicalismo empresarial plebeyo). Por otro lado, a partir de 2005, y en pos de desplazar territorialmente al duhaldismo, el kirchnerismo se apoyó en la vieja estructura del PJ, sellando una alianza con los barones del Conurbano Bonaerense y los gobernadores peronistas. Por último, tanto la devaluación asimétrica que benefició a sectores concentrados de la economía, la generosa política de subsidios a las empresas de servicios, como la reactivación postconvertibilidad de la industria, fueron forjando alianzas con grupos importantes de la burguesía local. El segundo momento se abre con el conflicto entre el gobierno nacional y las patronales agrarias (2008), cuyo carácter recursivo y virulento actualizó viejos esquemas de carácter binario que atraviesan la historia argentina. Paradojas de la historia, el kirchnerismo se vio enfrentado a aquellos sectores a los cuáles había beneficiado: desde las patronales agrarias, convertidas en motor del modelo sojero, hasta el Multimedios Clarín. En este período el estilo de construcción del kirchnerismo adoptaría rasgos más específicamente populistas. Entendemos por populismo una determinada matriz político-ideológica que se inserta en la “memoria media” (las experiencias de los años 50 y 70), que despliega un lenguaje rupturista (la exacerbación de los antagonismos) y tiende a sostenerse sobre tres ejes: la afirmación de la nación, el Estado redistributivo y conciliador, y el vínculo entre líder carismático y masas organizadas. Pese a que existen diferentes figuras, tal como sostenían Emilio De Ípola y J.C. Portantiero, la tendencia del populismo es “a recomponer el principio de dominación, fetichizando al Estado (“popular” ahora) e implantando, de acuerdo a los límites que la sociedad ponga, una concepción organicista de la hegemonía”2. El conflicto por la ley de medios audiovisuales y, finalmente, la muerte inesperada de Néstor Kirchner, terminaron de abrir por completo las compuertas al giro populista, montado sobre el discurso binario como “gran relato”, sintetizado en la oposición entre un bloque popular (el kirchnerismo) y sectores de poder concentrados (monopolios, corporaciones, gorilas, antiperonistas). Si durante el momento inicial, el kirchnerismo había generado una suerte de consenso progresista pasivo dentro de las filas intelectuales, a partir de 2008, sobre todo luego de la ley de medios audiovisuales, su defensa suscitará pasiones

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y planteos más aguerridos. Desde Carta Abierta, hasta un conglomerado de artistas y periodistas movilizados y luego los jóvenes de La Cámpora, constituirán las bases de la rápida creación de un aparato propagandístico, una estructura mediática-cultural, que llevará la llamada batalla cultural. Ese proceso tuvo sin embargo sus paradojas: si, por un lado, potenció el costado de las afinidades progresistas entre el gobierno y sectores de clases medias provenientes de la cultura, también produjo una brecha con otros sectores de las clases medias, tanto urbanos como rurales, que cuestionaron la política económica y el estilo autoritario del gobierno. Por otro lado, el conflicto agrario pondría en claro cuál era el lugar central de la acumulación del capital en la Argentina de la postconvertibilidad: lejos de ser la industria rediviva, como pregonaban industriales y sectores sindicales, buscando mirarse en el espejo del viejo modelo populista, ésta se asentaba en la nueva economía de los agronegocios, cuyo complejo perfil y sus diferentes actores iban asomando como protagonistas plenos de la política argentina. Por último, con el corrimiento y ampliación de las fronteras del conflicto, no solo hacia lo sindical y las diversas formas de la precariedad, sino también hacia lo territorial y ambiental, las denuncias acerca de la asociación entre gobierno y grandes agentes económicos, entre ellos las corporaciones transnacionales (desde Monsanto hasta las multinacionales mineras) comenzarían a avanzar en progresión aritmética. Sin embargo, el progresismo continuaba desplegándose en progresión geométrica, mostrando gran productividad política: así, pese a perder las elecciones parlamentarias de 2009, éste demostró capacidad para superar la adversidad, dejando atrás la crisis política de 2008/2009, gracias a una combinación de crecimiento económico con políticas públicas de gran alcance, como la asignación universal por hijo, la ley de matrimonio igualitario, la estatización de las AFJP y, en un contexto de crisis internacional, una política de subsidios orientada a ciertos sectores de la producción y el consumo. La presidenta comenzaría así su segundo mandato con un gran capital político y simbólico, después de arrasar con el 54% de los votos, recuperando la mayoría parlamentaria perdida en 2009. Un tercer momento se abre entonces en octubre de 2011. ¿Qué es lo propio de este período? Desde mi perspectiva, hay tres elementos mayores que van a contribuir a la erosión de la imagen del kirchnerismo: el primero, su vertiginoso encapsulamiento sobre sectores de las clases medias, completamente obsecuentes a la presidenta; el segundo, el deterioro de la situación económica (inflación, precarización, política impositiva regresiva, cepo cambiario, entre otros); el tercero, la profundización incontestable de la alianzas con las grandes corporaciones económicas: desde los agronegocios, pasando por la megaminería, los hidrocarburos y transportes. Preso de un discurso épico, sobreactuado hasta el hartazgo, el kirchnerismo no podrá ocultar más sus contradicciones frente a la cruda realidad de los índices económicos y la manifiesta alianza con las corporaciones, las cuales»


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se aparecen abiertamente como los grandes jugadores/actores de la sociedad argentina actual. Recordemos que, al romper la alianza con Hugo Moyano, el gobierno abandonó la vía del populismo clásico (la pata sindical como columna vertebral), para concentrarse sobre sus aliados provenientes de las clases medias. Así, la base de apoyo sindical del kirchnerismo quedó reducida a un sector de la CTA, vinculado a sectores medios (maestros y empleados estatales). A su vez, este encapsulamiento coincide con un nuevo quiebre del gobierno con otros sectores de las clases medias, con los cuáles parecía haberse reconciliado, según los resultados electorales de 2011. Así, las masivas movilizaciones realizadas entre septiembre de 2012 y abril de 2013 mostraron que uno de los frentes principales de conflicto del gobierno es la puja ideológica intraclase: si desde el oficialismo se arrogan el monopolio del progresismo y la representación de las clases subalternas, en nombre de “un modelo de inclusión social”, desde la oposición, otros sectores medios movilizados critican el creciente autoritarismo del régimen y denuncian la “corrupción”. Por último, fiel a la tradición personalista de la política latinoamericana, el fuerte encapsulamiento del Poder Ejecutivo fue configurando un modelo extremo de presidencialismo, poco afecto al debate democrático. En este contexto, que muestra el cierto copamiento del aparato del Estado por parte de La Cámpora y un estrechamiento de las alianzas sociales, el kirchnerismo terminó por convertirse en un populismo de clases medias que pretende monopolizar el lenguaje del progresismo en nombre de las clases populares, vía por la cual también busca descalificar a otros sectores de clases medias movilizados. Como consecuencia, la Argentina se embarcó en un proceso de polarización política, aunque diferente al de otros países latinoamericanos. Uno, porque más allá del progresismo, el modelo kirchnerista es profundamente peronista, capaz de combinar audacia política y un legado organizacional tradicional, que revela una concepción pragmática del cambio social y de la construcción de hegemonía, basada en el modelo clásico de la participación social controlada, bajo la tutela estatal y la figura del líder. Dos, porque el kirchnerismo nunca tuvo el afán de impulsar dinámicas de democratización, como sí

sucedió con los gobiernos en Bolivia, Venezuela y Ecuador, que encararon procesos constituyentes de carácter participativo, lo cual conllevó –al menos bajo los primeros mandatos- la ampliación de las fronteras de derechos. Tercero, a diferencia de los gobiernos de Venezuela y Bolivia, que pueden ser considerados como populismos de clases populares pues, más allá de sus limitaciones, apuntaron a la redistribución del poder social y al empoderamiento de los sectores subalternos, en Argentina, lo más destacable es la vocación estelar de las clases medias, su empoderamiento político, en un marco de consolidación generalizada de los grandes actores económicos. Esto no significa empero que las clases populares estén ausentes: asistencializadas, precarizadas, sin relegar sus tradiciones sindicales, abriendo nuevos frentes de conflicto y de lucha, las clases subalternas son cada vez más los convidados de piedra de un modelo cuya clave de bóveda son las clases medias autodenominadas “progresistas”. Asimismo, a diferencia de las primeras fases, los conflictos propios del segundo mandato de Cristina Fernández colocaron al desnudo las alianzas económicas del gobierno, las cuales, lejos de ser un “costado débil” o “asignaturas pendientes”, constituyen un núcleo duro del modelo kirchnerista, en el marco del Consenso de los Commodities: allí donde se expresa la dinámica de desposesión acelerada propia del extractivismo, que el oficialismo promueve activamente en términos de políticas públicas, al tiempo que se empeña en negar o minimizar en sus efectos expoliadores. Hagamos un breve resumen. 1-Agronegocios: A la criminalización y represión de poblaciones campesinas e indígenas, hay que sumar los nuevos convenios con Monsanto, el Plan Estratégico Agroalimentario 2010-2020 y el proyecto de la nueva Ley de semillas, que avanza en el sentido de la mercantilización. 2-Megaminería: con escasos pronunciamientos al respecto, pero con una política estatal de apoyo a la actividad desde 2003, luego de la pueblada de Famatina, en 2012, el gobierno nacional finalmente blanqueó su posición, reconociendo a la megaminería como parte esencial y legítima del modelo. 3-Hidrocarburos: luego de un reverdecimiento de la épica nacionalista, el gobierno transitó rápidamente de la falsa estatización de YPF a la entrega

del yacimiento de Vaca Muerta a la multinacional Chevron, mientras avanza de modo ciego en la explotación de hidrocarburos no convencionales con la técnica del fracking. 4-Transporte: el crimen social de Once, con 52 víctimas, terminó por desnudar las continuidades con el modelo neoliberal que, desde otro ángulo había puesto de manifiesto el asesinato de Mariano Ferreyra, en 2010. 5-Demanda de Tierra y Vivienda: el aumento de los asentamientos tiene como correlato el acaparamiento de tierras así como la especulación inmobiliaria en las ciudades. 6-Derechos Humanos: la sanción de la ley antiterrorista, el Plan X de espionaje, el avance de la criminalización, la tercerización de la represión y las muertes difusas (la expresión es de Mirta Antonelli), señalan un umbral de pasaje en términos de violaciones de los derechos humanos. Cambio y, a la vez, conservación. Progresismo Modelo realizado en clave nacional-popular y con aspiraciones latinoamericanistas y, a la vez, Modelo de expoliación, asentado en las ventajas comparativas que ofrece el Consenso de los Commodities, de la mano de los grandes capitales. De este modo, el kirchnerismo fue consolidando un esquema cercano a lo que Gramsci denominaba la revolución pasiva3, categoría que sirve para leer la tensión entre transformación y restauración en épocas de transición, que desemboca finalmente en la reconstitución de las relaciones sociales en un orden de dominación jerárquico. En suma, a diez años de kirchnerismo no ha sido fácil salir de la trampa de la “restauraciónrevolución” que éste propone, pues fueron las clases medias progresistas, con un discurso de ruptura, en su alianza no siempre reconocida con grandes grupos de poder, las encargadas de recomponer desde arriba el orden dominante, neutralizando y cooptando las demandas desde abajo. Sin embargo, todo parece indicar que ingresamos a una nueva fase en la cual la dialéctica entre cambio y restauración –y su nivel de visibilidad- se han invertido notoriamente. Pues si antes las políticas de cuño progresista avanzaban en forma geométrica y las fronteras del despojo y la precariedad lo hacían en progresión aritmética, hoy la relación es inversa, poniendo al desnudo los límites de esta estrategia restauradora, sus orientaciones centrales y sus consecuencias, frente al resto de la sociedad.

1 En sus orígenes, el término progresista remitía a la Revolución Francesa, e incluía aquellas corrientes ideológicas que abogaban por las libertades individuales y el cambio social (el “progreso”). En la actualidad, bajo la denominación genérica de progresismo convergen corrientes ideológicas diversas, desde la socialdemocracia al populismo, que proponen una visión reformista y/o posibilista del cambio social. 2 E. De Ípola y J.C. Portantiero, (1994), “Lo nacionalpopular y los nacionalismos realmente existentes”, en C. Vilas (comp.) La democratización fundamental. El populismo en América Latina, México, Consejo nacional para la cultura y las artes. 3 Retomadas, entre otros, por Néstor Kohan, Massimo Modonesi y Adam Morton.


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EL KIRCHNERISMO, CARTA ABIERTA Y SUS CRÍTICOS

Christian Castillo Sociólogo, docente de la UBA y la UNLP, dirigente del PTS. Desde el enfrentamiento con las patronales agrarias en 2008, a raíz de la Resolución 125 que planteaba un aumento escalonado de retenciones a la soja y demás exportaciones agrícolas, el kirchnerismo contó con una base activa de intelectuales, cuya principal expresión ha sido Carta Abierta, que jugó un rol central en la construcción del “relato” oficial. En ocasiones anteriores nos hemos referido a los mitos sobre los que se basa el mentado “relato”[1]. Carta Abierta dio ideología a la corriente centroizquierdista de tradición “nacional y popular” que imprimió la tónica discursiva al oficialismo, aunque en su coalición los factores de poder reales estuvieron más bien en manos del personal político más tradicional del peronismo, que antes había acompañado a Menem y a Duhalde, como hicieron los propios Kirchner. Pero pasada una década, en la cual el gobierno contó con condiciones económicas extraordinariamente favorables, fundamentalmente gracias a los altos precios de las materias primas y la caída del precio de la fuerza de trabajo y la protección a la industria local que implicó el “dólar alto” producto de la devaluación de 2002, a Carta Abierta se le vuelve cada vez más cuesta arriba presentar como favorable a los intereses del pueblo trabajador la política gubernamental. Si ya la Carta Abierta 13, que buscaba responder a las denuncias de enriquecimiento de los funcionarios gubernamentales y sus empresarios amigos, podía resumirse en el “roban pero hacen”, hoy es probable que no hagan otra cosa que callar frente a la seguidilla que han significado el acuerdo entreguista con Chevron, el nombramiento del represor César Milani al frente del ejército y la protección dada al ex secretario de Transporte con múltiples causas de corrupción, Ricardo Jaime. Visto en perspectiva, los desencantos por izquierda han sido varios desde la reelección presidencial de Cristina en octubre

de 2011. Denuncia del espionaje ilegal contra organizaciones obreras, populares y la izquierda practicados por la Gendarmería (el llamado “Proyecto X”). Votación por impulso del poder ejecutivo de la ley “antiterrorista” y de la ley de ART, festejada esta última por la Unión Industrial Argentina y aprobada con el apoyo conjunto del oficialismo y del macrismo. Represiones varias a los manifestantes contra la megaminería y respaldo a los gobernadores asociados con las multinacionales del sector. Crímenes sociales de Once y Castelar que dejaron en evidencia la continuidad del sistema corrupto de las concesiones ferroviarias que venía del menemismo y que también estuvo tras el crimen de Mariano Ferreyra. Utilización de patotas para impedir la entrada de la izquierda a Plaza de Mayo el pasado 24 de marzo. Alianza con lo peor de la burocracia sindical, con presencia recurrente de un servicio de inteligencia de la dictadura como Gerardo Martínez en los palcos presidenciales. Denuncias de lavado de dinero de algunos de los empresarios K más renombrados, como Lázaro Baez y Cristóbal López, así como del crecimiento de los patrimonios personales de gran parte de los funcionarios gubernamentales de primera línea, empezando por los Kirchner, que de acuerdo a sus declaraciones juradas se enriquecieron un 1000% en una década… Si bien el bloque gubernamental ha tenido rupturas abiertas encaminadas a una recomposición a la derecha del peronismo, como la de Massa, existe un desencanto creciente de sectores ubicados en su ala izquierda y también en sus votantes de la clase obrera, aunque está por verse si este proceso va a tener expresión electoral.

Menemismo y kirchnerismo “Ah, pero ustedes dicen que el kirchnerismo fue lo mismo que el menemismo”, responden a menudo los representantes del “carta abiertismo” ante las denuncias que hacemos de la política gubernamental. Pero el planteo tiene trampa, ya que no parte de una distinción analítica esencial entre “género próximo” y “diferencia específica”.

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Ambos, obviamente, son gobiernos que defienden el dominio del capital sobre el trabajo. Ambos compartieron gran parte del mismo personal político, las burocracias políticas y sindicales del peronismo. En ambos gobiernos sus funcionarios se enriquecieron ellos mismos y lo hicieron con empresarios amigos. Pero no fueron lo mismo en tanto tuvieron que responder a situaciones diferentes. El menemismo se sustentó en la doble derrota del golpe genocida y del golpe económico hiperinflacionario, en un contexto internacional signado por una nueva vuelta de tuerca de la ofensiva del capital contra el trabajo que conocemos con el nombre de neoliberalismo. El kirchnerismo fue un gobierno de “desvío” como respuesta a las movilizaciones populares que tuvieron lugar con el comienzo del siglo en nuestro país, como parte de un proceso más de conjunto en América Latina, que tuvieron en las jornadas de diciembre de 2001 una de sus expresiones más importantes. Su misión no fue expresar desde “lo institucional” las demandas puestas en las calles en aquellos días, como sostienen los intelectuales de Carta Abierta, sino restaurar el poder de un Estado capitalista en crisis profunda, para lo cual tuvo que hacer concesiones al movimiento de masas, en un marco internacional favorable para la economía nacional. Con la “ventaja competitiva” de la devaluación pudo, durante unos años, combinar un ciclo con altas ganancias para los sectores dominantes de la economía con el desarrollo de un sector de burguesía no monopolista, hoy en crisis por la revaluación del peso frente al dólar. Lo cierto es que el kirchnerismo, más allá de los discursos, mantuvo en pie la mayor parte del andamiaje puesto en pie por las clases dominantes entre el menemismo y la Alianza. Los índices de trabajo “en negro” siguen rondando el 40% de hace una década, y continúan las distintas formas de precarización laboral (tercerización, pasantías, contratos eventuales, etc.) que han sido uno de los sostenes de la ganancia capitalista en estos años. La mitad de la clase trabajadora, en gran parte jóvenes, gana $ 4.000 o menos. La red ferroviaria apenas fue emparchada, continuando el sistema corrupto de concesiones que viene de los ‘90. En lo que hace al gas y el petróleo la situación se agravó: pasamos del autoabastecimiento a importar combustibles por 13.000 millones de dólares, después que Repsol y otros saquearan los recursos a piacere. El déficit de viviendas abarca a tres millones de familias, lo que contrasta con las cuantiosas inversiones realizadas en función de la especulación inmobiliaria o para el consumo de las altas clases medias. Pero a esta muestra “fotográfica” tenemos que agregarle el análisis dinámico: el kirchnerismo puede repartir cada vez menos. Su sector centroizquierdista ve con cierta desesperación que su papel relevante dentro de la coalición gubernamental está llegando a su fin, que el peronismo está preparando una sucesión hacia la derecha y que las propias medidas gubernamentales son expresión de buscar una sobrevida adecuándose a este clima. ¿Se subordinarán los sectores nucleados en “Unidos y Organizados” a un Scioli o un Massa? ¿Constituirán una suerte de partido pequeñoburgués independiente como en su momento fueron el Partido Intransigente o el Frente»


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POLÉMICAS

“Si su marca de origen fue cubrir intelectualmente el flanco izquierdo del gobierno, Carta Abierta se ha vuelto cada vez más un agrupamiento anacrónico, con un kirchnerismo que ha quedado a la defensiva y ha perdido gran parte de la “mística”

Grande? ¿Se disgregarán sin el aparato del poder central a su disposición? Todo esto está abierto, pero lo que es cada vez menos discutible es que el ciclo kirchnerista vive su período de decadencia, aunque ésta no se exprese por el momento en forma abrupta sino paulatina. Si su marca de origen fue cubrir intelectualmente el flanco izquierdo del gobierno, Carta Abierta se ha vuelto cada vez más un agrupamiento anacrónico, con un kirchnerismo que ha quedado a la defensiva y ha perdido gran parte de la “mística” que alimentó un aparato mediático cultural construido.

Disputas por las clases medias En la izquierda hubo básicamente tres posiciones frente al kirchnerismo. Una fue de apoyo. Es la que tomaron el Partido Comunista y los sectores de su órbita, que fueron incluso desde un “apoyo crítico” a una integración completa en el gobierno, como expresó el caso de Martín Sabbatella. Una segunda fue la de oponerse haciendo bloque con la oposición de derecha, como hicieron el MST de Vilma Ripoll y el PCR durante el conflicto con las patronales agrarias, donde confluyeron con la Sociedad Rural. No es casual que estos sectores se impresionaran también ante los “cacerolazos” que protagonizaron sectores de las clases medias en 2012 y 2013. Por último estuvimos quienes nos opusimos al kirchnerismo desde un punto de vista de clase, atacando a la vez a las distintas variantes de la oposición patronal, y que hemos confluido en el Frente de Izquierda y de los Trabajadores. Durante la mayor parte de la década, la oposición patronal cuestionó al kirchnerismo por derecha, tratando de ganar a la clase media detrás de posiciones “liberal-republicanas”. La construcción ideológica sobre el kirchnerismo que hacen los liberales es en cierta medida simétrica de la visión que da Carta Abierta, con la diferencia de que estos presentan como virtudes los rasgos que los otros ponen como espantajo. Este año el gran centro de irradiación ideológica de la oposición ha sido “Periodismo Para Todos”, el programa conducido por Jorge Lanata, que mezcla críticas por izquierda y por derecha al gobierno, con particular énfasis en las denuncias sobre la corrupción de los funcionarios oficiales.

Tanto Carta Abierta como este discurso opositor tienen como característica común dirigirse a sectores de las clases medias, prescindiendo de todo intento por ganar influencia en el movimiento obrero. En realidad, Carta Abierta buscó un puente hacia el movimiento sindical cuando Moyano estaba aún en el bloque oficialista y trataron de articular un discurso a través de su hijo Facundo que hiciera síntesis entre las distintas tradiciones peronistas, mediante un acuerdo entre La Cámpora y la Juventud Sindical Peronista. Pero una vez producida la ruptura con Moyano todo esto quedó atrás, y es uno de los rasgos del kirchnerismo que nunca logró construir una corriente propia en el movimiento obrero sino que tuvo que recurrir a acuerdos con sectores distintos de la burocracia sindical. Tampoco la izquierda “autonomista” interpela al movimiento obrero. Estos sectores comparten con el kirchnerismo una visión favorable de los gobiernos “posneoliberales” latinoamericanos y teóricamente abrevan en muchos de los postulados posmarxistas que niegan que el antagonismo capital-trabajo siga siendo el eje articulador del sistema capitalista. Su práctica política se basa frecuentemente en la administración de los recursos de la asistencia estatal. Más allá de la retórica rimbombante con la cual gustan presentarse, expresan otra variante de populismo pequeñoburgués, oscilando entre el apoyo crítico al gobierno (un “sabbatellismo” tardío) con alianzas con sectores de la oposición centroizquierdista (como el acuerdo entre Marea Popular con Claudio Lozano para las elecciones legislativas en la Ciudad de Buenos Aires). Lo mismo ocurre con Plataforma 2012, un agrupamiento intelectual heterogéneo (incluso algunos de sus miembros han apoyado al FIT), que combina denuncias justas a las políticas gubernamentales con la falta de delimitación de la oposición de centroizquierda, incluido el binnerismo. Por eso, pudo contar entre sus firmantes a Beatriz Sarlo, referente intelectual central de la constelación “social liberal”. Lo que sus integrantes presentan como una virtud, la heterogeneidad de su composición, es en realidad su principal límite: más allá de denuncias parciales no pueden expresar un proyecto alternativo al del kirchnerismo o a las distintas variantes de la

oposición burguesa. Plataforma subestima, hasta casi hacer desaparecer, la lucha entre capital y trabajo, y sobrestima, hasta transformar en prácticamente lo único existente, las demandas vinculadas a la explotación de los recursos naturales. Esto no significa que para nosotros la denuncia del uso irracional que hace el capitalismo de la naturaleza no sea un punto de primer orden, integrada a la crítica de conjunto al funcionamiento de un sistema que sigue teniendo su fundamento –y hoy como nunca antes en la historia– en la explotación del trabajo asalariado. Su cuestionamiento al “extractivismo” como denuncia central al esquema económico, que contiene muchos cuestionamientos correctos al carácter predatorio y expoliador de la explotación de los recursos naturales que sostienen el kirchnerismo y otros gobiernos latinoamericanos, es sin embargo unilateral en lo que hace al análisis de la formación social argentina, ya que se quedan fuera de esa mirada sectores económicos clave como, por ejemplo, la industria automotriz, la metalúrgica o la de la alimentación, lo cual limita la crítica a los sectores capitalistas con características más rentísticas. Su visión del movimiento obrero es, a lo sumo, como un sujeto de lucha sindical, sin ver la posibilidad de los trabajadores de constituirse en clase hegemónica, dirigiendo al conjunto de los explotados y oprimidos contra su común enemigo capitalista.

La apuesta por la clase obrera Por ello no es casualidad que seamos las fuerzas de la izquierda clasista y anticapitalista las que tenemos un papel protagónico en los nuevos fenómenos que han surgido en la clase obrera durante el período kirchnerista. Somos quienes hemos jugado un papel central en la recuperación de manos de la burocracia sindical de comisiones internas, cuerpos de delegados y seccionales sindicales, y de la constitución de listas opositoras en numerosos sindicatos. Estuvimos en la primera línea de muchas de las luchas obreras más importantes que tuvieron lugar en este período, desde Kraft hasta los tercerizados del ferrocarril. Ganamos visibilidad política con la conformación del Frente de Izquierda y de los Trabajadores. En cada una de las confrontaciones políticas que tuvimos con el gobierno mostramos que la verdad estaba de nuestro lado (desaparición de Julio López; asesinato de Mariano Ferreyra; encarcelamiento del Pollo Sobrero; Proyecto X; disputa por la Plaza el 24 de marzo…). Nuestra apuesta para que la clase obrera se transforme en sujeto político independiente no parte de ningún dogma sino de un análisis riguroso tanto de la estructura de clases de la sociedad en la que vivimos como de la experiencia histórica. Si de lo que se trata es de trascender el capitalismo, no hay otra fuerza social que tenga esa potencialidad.

1 Ver Christian Castillo, La izquierda frente a la Argentina kirchnerista, Bs. As., Planeta, 2011.


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Feminismo y marxismo

La emancipación de las mujeres en tiempos de crisis mundial (II) En el primer número de IdZ, señalábamos que el neoliberalismo reconfiguró la situación de las mujeres a escala mundial: nuevos derechos vinieron acompañados de mayores agravios, junto a la feminización de la pobreza y de la fuerza de trabajo precarizada. Hoy, cuando asistimos a la emergencia de un nuevo periodo de crisis económica, social y política, ¿cómo hacer que la “ampliación de derechos” conquistada no cristalice como estrategia última de integración, sino que se transforme en punto de apoyo para una lucha radical por la emancipación de las más amplias masas femeninas? Andrea D’Atri Especialista en Estudios de la Mujer. Laura Lif Miembro del Instituto de Pensamiento Socialista Karl Marx.

Devenir de los feminismos: del género a la diferencia sexual, de las diferencias a la parodia La italiana Carla Lonzi y el colectivo Rivolta Femminile denunciaron, en los años ‘70, que “la igualdad es un intento ideológico para someter a la mujer a niveles más elevados (…) Para la mujer, liberarse no quiere decir aceptar idéntica vida a la del varón, que es invivible, sino expresar su sentido de la existencia”1. El feminismo reivindicativo que emerge en la llamada segunda ola, con la radicalización de fines de los ‘60 y principios de los ‘70, con su política igualitarista –en sus variadas alas que abarcaban desde tendencias liberales hasta tendencias anticapitalistas y socialistas–, era criticado por proponer la asimilación a un orden social y simbólico que invisibilizaba a las mujeres. La corriente que lo criticaba, por el contrario, proponía crear un orden simbólico distinto, partiendo del pensamiento de la diferencia sexual y la materialidad de la condición femenina.»

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IDEAS & DEBATES

“Mientras avanzaba la restauración conservadora, ni

la integración a la democracia capitalista del feminismo igualitarista ni la resistente contracultura del feminismo de la diferencia pudieron evitar que se siguiera reproduciendo, y aumentando a escalas globales impensadas, la violencia y la opresión de millones de mujeres en todo el mundo.

La cuestión de fondo de esta controversia era la incipiente incorporación de la agenda feminista en la política pública de los Estados, los gobiernos y organismos financieros internacionales. Obteniendo reconocimiento a cambio de integración, el feminismo había pasado de cuestionar las bases del sistema capitalista a legitimar la democracia burguesa como el único régimen en el que se puede lograr, paulatinamente, mayor equidad de género, a través de algunas reformas parciales que no cuestionen sus fundamentos. Pero el feminismo de la diferencia terminó reconceptualizando el género, reduciéndolo a una categoría esencialista: postulaba que la feminidad era portadora de determinados valores, inferiorizados en el discurso hegemónico masculino que se pretende universal. Este nuevo feminismo, que surgía –en cierta medida– como una reacción contra la asimilación al sistema del feminismo de la igualdad, desestimó la disputa política, replegándose en la creación de una contracultura basada en nuevos valores, surgidos de la diferencia sexual. Y junto con el rechazo al feminismo igualitarista, terminó impugnando el proyecto de una sociedad igualitaria, liberada de la explotación y la opresión. Mientras avanzaba la restauración conservadora, ni la integración a la democracia capitalista del feminismo igualitarista ni la resistente contracultura del feminismo de la diferencia pudieron evitar que se siguiera reproduciendo, y aumentando a escalas globales impensadas, la violencia y la opresión de millones de mujeres en todo el mundo. Tiempo después, mujeres lesbianas, mujeres negras, mujeres de los países del llamado “Tercer Mundo” cuestionaron esta “celebración” de los valores femeninos, que invisibilizaba las diferencias existentes entre las propias mujeres, establecidas también como jerarquías opresivas. Denunciaron que estos supuestos valores femeninos no eran más que la forma universalista, y por lo tanto, normativa, en que se expresaba la idiosincrasia particular de las mujeres blancas, anglosajonas, heterosexuales, de clase media y países centrales. La diferencia sexual estalló, entonces, en múltiples y cruzadas diferencias entre

las mujeres, abriendo paso a variadas identidades nómades y a un sujeto político fragmentario. Luego, el posfeminismo fue más allá. De tantas y singulares identidades, derivó la imposibilidad de estabilización de toda identidad. Para el posfeminismo, toda identidad es normativa y excluyente, porque en el mismo acto en que establece los límites que abarca –enunciando aquello que define– instituye lo excluido. El género no constituye una esencia; no es “natural”, ni puede tener pretensiones de clasificación universalizante. Los comportamientos tendrían un poder constitutivo sobre nuestros cuerpos; el género sería una “posición” inestable, actos del habla, una performance auto producida, un enunciado preformativo. Incumplir con el “libreto” cultural que se nos impone a través del lenguaje, nos privaría del status de sujeto, nos excluiría de las convenciones hegemónicas que instituye el poder, nos deshumanizaría, nos transformaría en “lo abyecto”. La heterosexualidad normativa podría desafiarse, por tanto, desde las múltiples formas paródicas del género y la sexualidad. Las “imitaciones” de lo femenino y lo masculino encarnadas en lo transgénero, lo travesti, lo transexual, transgredirían las normas y estereotipos del género en su fracaso e inestabilidad, convirtiéndose en práctica política subversiva. Resignificar el discurso normativo, por medio de la parodia, sería una forma de política que socavaría la hegemonía y abriría nuevos horizontes de significados. Mientras el individualismo se imponía globalmente, de la mano de las políticas económicas que empujaba a millones a la desocupación, que establecía la fragmentación y deslocalización de la clase trabajadora, el feminismo se fue alejando cada vez más de un proyecto de emancipación colectiva, replegándose en un discurso cada vez más solipsista, limitado a soliviantar a una élite que exigía su derecho a ser reconocida en su diversidad, tolerada e integrada en la cultura del consumo.

La “cómplice oposición” del posfeminismo Si el feminismo de la igualdad tuvo el mérito de conceptualizar el género como una categoría

social, relacional y vinculada al concepto de poder, visibilizando que la situación de opresión de las mujeres tiene un carácter histórico y no es la consecuencia “natural” de las diferencias anatómicas, el feminismo de la diferencia tuvo, por su parte, la cualidad de resistir la asimilación a un sistema fundado en la subordinación, discriminación y opresión de todo lo que difiere del modelo “universal” forjado bajo el dominio patriarcal. Y si el feminismo de la diferencia recayó, finalmente, en un esencialismo biologicista, las teorías posfeministas vinieron a cuestionar a la sexualidad como una invariable, volviendo a concebir el deseo como algo situado. El mérito, en este caso, de rechazar la idea de que la diferencia se transforme en identidad fija, inmóvil, abre un camino potente en la cultura y la construcción de subjetividad, aunque, se muestre limitado o impotente políticamente para la constitución de un movimiento de lucha por la emancipación del conjunto de los que son oprimidos por la heteronormatividad obligatoria. Pero ni los grados de igualdad política conquistados en las democracias capitalistas disuelve la desigualdad social, ni los padecimientos compartidos por la pertenencia a la misma clase social de los explotados disuelve las desigualdades que genera la opresión de las diferencias. ¿Cómo imaginar una igualdad que no equivalga al reino de lo idéntico y uniforme, y una diferencia que no se constituya como identidad y jerarquía? Lejos de tomar una posición sin ambages por la igualdad, el marxismo propone una lectura materialista y dialéctica de las diferencias: cuestiona la abstracción metafísica de la igualdad formal que aprisiona las diferencias concretas en un universalismo vacío. Porque, en el capitalismo, la igualdad sólo puede existir formalmente, a fuerza de abstraer los elementos particulares de la existencia social. El Estado capitalista consigue ese divorcio fetichista de la política y la economía, ofreciéndonos el resultado de un ser humano escindido: propietario o desposeído, por un lado, es decir, con diferencias; pero igualmente ciudadano, por otro. Las teorías posmodernas, que pretenden que las diferencias sean tan igualitariamente reconocidas en su especificidad al punto que se disuelvan como categorías identitarias (o no tengamos necesidad de ellas), refieren a lo excluido. Pero al no tener en cuenta las relaciones de producción capitalistas en las que se apoyan estas exclusiones, concluye en una lucha por la “inclusión” que, en vez de subvertirlas, termina ajustándose y siendo funcional a la nueva tolerancia mercantil de la diversidad. Sin señalar la inextricable relación que existe entre el modo de producción capitalista y las múltiples fragmentaciones que coadyuvan a la dominación, el cuestionamiento radical a la estabilidad de las identidades sexuales y de la heteronormatividad pierde su potencialidad subversiva. De ahí que Terry Eagleton definiera al posmodernismo como “políticamente opositor [en el mejor de los casos], pero económicamente cómplice”2. La reivindicación de la diferencia en tanto tal o la mera proclamación de la eliminación de las identidades binarias en un mundo donde


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tales diferencias son motivo fundante de brutales agravios e injusticias, se termina pareciendo más a un discurso autocomplaciente para una pequeña minoría ilustrada y progresista que a la crítica de un movimiento potente y radicalmente transformador. Por el contrario, para el marxismo, se trata de la atención igualitaria de las diversas necesidades: la única manera en que la diferencia no es jerarquía y la igualdad, uniformidad, algo que ninguna “ampliación de ciudadanía” otorgada por las democracias capitalistas podrá ofrecer (menos aún en tiempos de crisis económica, social y política como la que estamos atravesando). Sólo una sociedad de productores libres puede ser una sociedad donde la igualdad se fundamente, no en el trazado de un rasero despótico que busque ocultar las diferencias, sino en el respeto igualitario de las diferencias que establecen los elementos particulares de la existencia social.

“Mientras el individualismo se imponía globalmente,

de la mano de las políticas económicas que empujaba a millones a la desocupación, que establecía la fragmentación y deslocalización de la clase trabajadora, el feminismo se fue alejando cada vez más de un proyecto de emancipación colectiva, replegándose en un discurso cada vez más solipsista, limitado a soliviantar a una élite que exigía su derecho a ser reconocida en su diversidad, tolerada e integrada en la cultura del consumo.

A través de los ojos de las mujeres La crisis económica, social y política que atraviesa el mundo es el resultado de la impotencia del capitalismo para sobrevivir si no es a costa de mayores penurias para las masas y mayor degradación y vaciamiento político de sus regímenes democráticos. El período de la restauración conservadora, que desembocó en esta nueva crisis capitalista, dejó planteado un escenario contradictorio: cooptación e integración de amplios sectores de las clases medias y franjas de las clases trabajadoras junto a la exclusión –llegando a la más extrema marginalidad– para las más amplias masas; fragmentación inusitada de la clase trabajadora, y al mismo tiempo, la imposición de la asalarización para millones de seres humanos empujados a las grandes urbes y de países enteros incorporados al mercado mundial. Como señalamos en la primera parte de este artículo, por primera vez en la historia de la humanidad, este nuevo período de crisis capitalista encuentra una fuerza de trabajo altamente feminizada y con una inserción urbana que supera a la fuerza de trabajo femenina en el campo.3 Pero mientras la situación mundial empuja a las mujeres, y a los sectores más oprimidos, a desenvolver su potencial subversivo –demostrado en todos y cada uno de los momentos históricos de grandes crisis o cataclismos sociales, económicos y políticos–, el feminismo se encuentra divorciado de las masas, mayoritariamente alejado de la perspectiva de un proyecto emancipatorio colectivo. Recuperar esa perspectiva nos exige reconocer que si la clase obrera tiene el poder (potencial) de hacer saltar por los aires los resortes de la economía capitalista, esa posición estratégica no es razón suficiente para revolucionar el orden dominante, si no conquista y acaudilla una alianza con otras clases y sectores oprimidos por el capital, incluyendo la unidad de las filas proletarias altamente feminizadas. Levantar un programa para la liberación de la mujer es vital para las grandes masas trabajadoras, por su propia composición y por la necesidad de establecer una alianza con otros sectores y capas sociales empujadas a una vida miserable, arruinadas por el gran capital, pero también

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condenadas a la discriminación y la marginalidad, a ser “lo abyecto” para una cultura dominante que les niega reconocimiento. Ante esa situación, gran parte de las corrientes de izquierda no han hecho más que amoldarse al statu quo de las últimas décadas de restauración conservadora. Partiendo de una visión escéptica, según la cual la derrota impuesta por la contraofensiva imperialista no podría revertirse, se estableció, como estrategia última, la ampliación de derechos en la democracia burguesa. Si las clases dominantes se vieron obligadas a incorporar estas demandas para desactivar la radicalización, cooptar e integrar a amplios sectores en el régimen, estas corrientes de izquierda en vez de considerar estas conquistas como un punto de apoyo, las establecieron como todo horizonte último. Su programa anticapitalista se trocó por un programa antineoliberal, es decir, con el objetivo mínimo defensivo de limitar los alcances más pérfidos de la restauración conservadora. En el polo opuesto, para otras corrientes de izquierda, desestimar la necesidad de un programa y una política por la emancipación femenina que parta de los derechos democráticos conquistados, fue otra forma de adaptación: por omisión, los “asuntos” de la opresión se dejan en manos de los movimientos sociales policlasistas, al tiempo que se profundiza el corporativismo y el sindicalismo en el movimiento obrero. En última instancia, abandonar la estrategia de hegemonía proletaria, por la vía de la abstención sectaria. Por el contrario, quienes aquí escribimos, consideramos que una crítica despiadada a las miserias que engendra el capitalismo, también en el terreno de la subjetividad y las relaciones interpersonales, tiene que ser parte integral de nuestra visión marxista del mundo, de nuestro programa y nuestra estrategia en la lucha por cambiar radicalmente la sociedad de clases. Al tiempo que acompañamos todas las luchas por arrancarle al sistema capitalista las mejores condiciones de vida para millones de personas sumergidas en los oprobios más inimaginables, nuestro objetivo es la conquista de una sociedad sin Estado, sin clases sociales; una sociedad

liberada de las cadenas de la explotación y todas las formas de opresión que hoy hacen, al ser humano, el “lobo” de sus congéneres. Quienes anhelamos la liberación de la humanidad hoy sumida en la miseria y la ignominia, no podemos más que ubicarnos desde el punto de vista de los sectores más vulnerados entre los explotados. Para transformar la vida de raíz hay que mirarla a través de los ojos de las mujeres, y es desde este punto de vista, que intentamos retomar el método del bolchevismo para pensar, incluso los profundos cambios sociales que hubo en el último siglo y que plantean nuevos problemas a ser tomados en cuenta. Sabemos que el comunismo no surge del mero anhelo, aún incluso cuando se trate del anhelo de unos miles o millones de explotados. Es necesario no sólo desear otro orden de cosas, sino derrocar el orden existente. De aquí la necesidad de que toda conquista parcial, hoy obtenida en los estrechos márgenes de las democracias degradadas, sea puesta en función de esta estrategia última. Es el único antídoto realista contra la utopía posfeminista de las democracias radicales y la distopía de los totalitarismos burocráticos con los que la revolución fue traicionada y convertida en su antítesis. En ese camino, el de la lucha de las masas femeninas por su emancipación y la crítica marxista enriquecida por los aportes de las corrientes feministas, surgirá un renovado feminismo socialista que aún espera ver la luz.

1 Manifiesto de Rivolta Femminile, Roma, julio de 1970. 2 Terry Eagleton, Las ilusiones del posmodernismo, Buenos Aires, Paidós, 1998. 3 Andrea D’Atri y Laura Lif, “La emancipación de las mujeres en tiempos de crisis mundial”, Ideas de Izquierda 1, Buenos Aires, julio 2013.


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IDEAS & DEBATES

Sobre las Nueve lecciones y el marxismo de José Aricó La publicación de las Nueve lecciones sobre economía y política en el marxismo de José Aricó nos permitió conocer de forma más sistemática la visión de los principales problemas del marxismo que logró elaborar el referente de los gramscianos argentinos en un momento particular: el del exilio mexicano, que también fuera el contexto en el cual Juan Carlos Portantiero escribió Los usos de Gramsci.

Juan Dal Maso Comité de redacción. Pero mientras en Los usos de Gramsci lo central pasa por la cuestión estratégica, en las Nueve lecciones Aricó desarrolla una relación más comprensiva que parte de la definición del marxismo como teoría de la revolución social, abarca una lectura de algunos de sus principales problemas teóricos, esboza una historia crítica del marxismo como movimiento político y social y busca indagar en las causas de las derrotas sufridas por el movimiento comunista. En este contexto, tiene un peso especial en la argumentación de Aricó, la crítica del “derrumbismo” de la Tercera Internacional y su aparente incomprensión de los procesos de “revolución pasiva” que en la perspectiva del autor sí habrían sido reconocidos por Antonio Gramsci1.

El “derrumbismo”: una caricatura de la Tercera Internacional Según el autor, a pesar de que Lenin era enemigo de la teoría del derrumbe inevitable del capitalismo porque consideraba que no había situación sin salida para la burguesía, su teoría del imperialismo, con el supuesto de la crisis general del capitalismo y la actualidad de la revolución, sentó las bases para una concepción contraria a su verdadero punto de vista. Haciendo referencia al marco común entre los “comunistas de izquierda” (contra los que Lenin escribiera El Izquierdismo…) y la Tercera Internacional, el autor sostiene: “En el fondo de esta concepción (…) existía una profunda inadecuación de los instrumentos de análisis del desarrollo capitalista que les impedía penetrar en el carácter interno, orgánico, de las crisis de la sociedad capitalista y les imposibilitaba comprender la relación que estaba produciéndose en el capitalismo europeo. No podían captar las tendencias al cambio de la dinámica de clases que se estaban operando en ese capitalismo, ni percibir que, al modificarse esa dinámica de clases provocaba una reestructuración de todo el proceso del sistema fabril y de trabajo social global en la sociedad europea”2. Y más adelante: “Mientras no se comprenda el hecho de que la crisis es connatural a la acumulación y, por tanto, que la teoría de la acumulación de Marx y su teoría de la crisis del capital son una sola teoría, es lógico que aparezcan concepciones que alimentan el catastrofismo exógeno o la posibilidad de regularización exógena del sistema capitalista. Estas son las dos líneas que subyacen a la idea catastrofista de la Tercera Internacional y a la idea del capitalismo organizado de la Segunda Internacional. En el período que va de 1928 a 1934, llamado ‘el tercer período o de la lucha de clase contra clase’, la Internacional Comunista establece un nexo entre imperialismo y crisis en la dirección de la teoría del derrumbe basada en una interpretación subconsumista de la crisis”3. Aricó presenta a la Tercera Internacional con una visión casi “infantil” de la revolución en Europa occidental, que no coincide con los reales debates de esa organización. Lenin planteó claramente que después de las derrotas de Italia, Polonia y Alemania, en 1921 la


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“Rescatando las elaboraciones gramscianas sobre la cuestión de la hegemonía, Aricó va hacia el planteo de que un partido con predominancia de la clase obrera tiene que ser por fuerza obrerista y sindicalista y no puede ser “hegemónico”, de esta forma rehabilita la teoría de los partidos bipartitos obreros y campesinos de Bujarin y Stalin, que ya en la ‘Lección Quinta’ le había adjudicado erróneamente a Lenin.

burguesía había recuperado el control de la situación luego de un período en que se encontraba paralizada producto de la ofensiva de la clase trabajadora, que tenía su hito máximo en la Revolución Rusa de octubre de 19174, y en ese sentido había una diferencia importante con los ultraizquierdistas respecto del análisis de situación. Y la dirección de la Internacional Comunista tomó nota de las dificultades para el desarrollo de la revolución en Europa occidental de un modo mucho más profundo que aquel presentado por Aricó (no como producto de una recomposición “orgánica” del capitalismo, pero tampoco como una cuestión de coyuntura política superficial). En su “Informe y Comentarios Finales ante la Conferencia de delegados militares al XI Congreso del Partido Comunista Ruso”, del 1° de abril de 1922, Trotsky plantea una idea de la diferencia posible en el desarrollo de la guerra civil en Europa Occidental comparada con Rusia y concluye que, por la densidad de población, el desarrollo industrial y la preparación contrarrevolucionaria de la burguesía: “No hay lugar a dudas, en la guerra civil en occidente, el elemento de guerra de posiciones ocupará un lugar incomparablemente mayor que el que tuvo en nuestra guerra civil (subrayado de LT)”5. En su “Informe sobre la Nueva Política Económica soviética y las perspectivas de la revolución mundial” presentado el 14 de noviembre de 1922 al Cuarto Congreso de la Internacional Comunista (tomado como referencia por Gramsci en los Cuadernos, aunque le critica no haber generalizado la idea de forma más categórica o rígida), Trotsky retoma la cuestión de las mayores dificultades para la toma del poder por el proletariado en Occidente, señalando la mayor preparación de la clase dominante y por ende el carácter más encarnizado que revestiría la guerra civil: “La burguesía de Occidente prepara su contragolpe por adelantado. Sabe, más o menos, de qué elementos dependerá este contragolpe e instruye por adelantado a sus cuadros contrarrevolucionarios. Somos testigos de ello en Alemania, y quizás, si no totalmente, en Francia. Lo vemos igualmente, en sus formas más acabadas en Italia, donde, a continuación de una revolución incompleta, tuvo lugar una contrarrevolución completa que empleó con éxito algunos métodos y prácticas de la revolución. ¿Qué significa todo ello? Sencillamente

que será imposible sorprender a la burguesía europea como lo hicimos con la rusa”6. En suma, las dificultades de la revolución en Europa occidental estaban claras para Lenin y Trotsky, lejos de cualquier tipo de derrumbismo. En este sentido, la política del Frente Único no se reducía a una cuestión de alianzas, como sostiene Aricó para presentar como secundarias las diferencias entre Lenin y los ultraizquierdistas del III Congreso, sino que partía de un análisis de la situación, las relaciones de fuerzas entre las clases y la debilidad de los partidos comunistas de Europa occidental para lanzarse a una lucha directa por el poder, incluso de una delimitación de las características específicas de las relaciones entre insurrección y guerra civil en “Occidente”. La derrota de la revolución alemana de 19237 y el posterior proceso de burocratización de la Tercera Internacional expresado en un período de zigzags que Trotsky denominó “centrismo burocrático”, plantean una situación totalmente distinta a la descrita con mucha simplificación por José Aricó. En lugar de una Tercera Internacional meramente derrumbista, que habría sobreestimado la crisis del capitalismo y la actualidad de la revolución, se dio un proceso mucho más complejo en el cual los cambios de situación hacia la derecha o la izquierda se combinaron con el impacto de las derrotas sobre el aparato dirigente, la necesidad de afianzar tal o cual fracción en los partidos nacionales y, por último, la relación de todos estos elementos con la política interna de la URSS. Esto es lo que explica que en el lapso diez años, desde la derrota de la Revolución alemana de 1923 hasta el ascenso de Hitler al poder, la Tercera Internacional pasó de una política ultraizquierdista en las acciones (putchs de Estonia y Bulgaria) pero con bases populistas (partidos obreros y campesinos), a una política menchevique de derecha de colaboración con la burocracia sindical y el nacionalismo burgués (capitulación ante la TUC8 en la huelga minera de 1926 y subordinación al Kuomintang en la Revolución china de 1925-27) para volver a una línea ultraizquierdista, que se abre paso con la insurrección de Cantón (diciembre de 1927), continúa con el fin de la política de NeoNEP basada en el kulak en la URSS, y el inicio de la colectivización forzosa y los planes quinquenales, y se expresa en la

orientación de “clase contra clase” (1928) que paradójicamente no oponía clase contra clase sino que igualaba socialdemocracia y fascismo, en lo que después, radicalizado, se conocerá como Tercer Período (1931/33). El resultado desastroso de esta orientación está en la base del giro hacia el Frente Popular (1934-35) con la burguesía antifascista. En lugar de analizar estos problemas, Aricó eligió establecer una relación arbitraria entre un supuesto “derrumbismo” y las orientaciones ultraizquierdistas de ciertos elementos y ciertos momentos de la Internacional Comunista, evitando especialmente la mención de los momentos de “giro a la derecha” de la dirección de la Tercera Internacional de 1923 en adelante.

Sobre las “revoluciones pasivas” y las posiciones de Gramsci Como decíamos más arriba, un núcleo fuerte de la argumentación de Aricó tiene que ver con el análisis gramsciano de las “revoluciones pasivas”: “A diferencia del resto de los marxistas Gramsci contempló la posibilidad de que la ausencia de revolución en Occidente pudiera provocar a largo plazo un debilitamiento de las fuerzas progresistas a través de lo que él llama los procesos de revolución pasiva. ¿Qué significa revolución pasiva? Un proceso de transformaciones estructurales que se operaba desde la cúspide de ese poder, porque la clase dominante podía acceder a algunas demandas de la clase dominada, subalterna, con el fin de prevenir o evitar una revolución; también podía darse el caso de que el movimiento revolucionario admitiese, en la práctica, su derrota, aunque su teoría siguiera siendo aparentemente revolucionaria; resultado de esta impotencia podía ser asimilada políticamente a un sistema capitalista que mostraba una gran capacidad de practicar reformas para calmar a las clases populares y, a su vez, cooptar, liquidar o desgastar la resistencia de la clase dominada; es esto lo que Gramsci definía a grandes rasgos como revolución pasiva. Como consecuencia, la guerra de posición debía ser pensada sistemáticamente como una estrategia de lucha y no simplemente como una tarea que debían llevar a cabo los revolucionarios (sic). Mientras no existiera la posibilidad de levantar barricadas, la estrategia de guerra prolongada no era una estrategia de»


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“ ... la forma en que Aricó

concibe la ‘superación’ de un marxismo economicista y derrumbista, es mediante la contraposición a esta caricatura de otra caricatura opuesta por el vértice: un marxismo politicista y gradualista, que hace de la negación de la hegemonía obrera la clave de una hegemonía ‘socialista’ en los marcos de la democracia capitalista.

bonapartistas en la medida en que se tensan las relaciones de clase y se aceleran los preparativos de la Segunda Guerra Mundial. Estos procesos fueron, dicho sea de paso, analizados por Trotsky en sus trabajos de los años ‘20 y ‘30. Gramsci traza una relación entre estos procesos y la primacía de la “guerra de posición” en el terreno de la estrategia en un sentido más categórico que los restantes marxistas. Pero no necesariamente más preciso. Preguntándose si el fascismo es una forma de revolución pasiva, o si el americanismo puede abrir una nueva época histórica o hasta donde puede existir una identidad absoluta entre revolución pasiva y guerra de posiciones, en Gramsci se superponen dos argumentaciones. Una que sostiene que la revolución en Occidente tiene un elemento predominante de “guerra de posiciones” por la estructura compleja del Estado y la sociedad de clases, más coincidente con los debates de los Congresos III y IV de la Internacional Comunista. Otra que tiende a identificar un desarrollo de los mecanismos de revolución pasiva como más generalizados, los cuales hacen que prime la guerra de posición por motivos más cercanos a un cambio de etapa histórica. Si bien ambos argumentos confluyen en la necesidad de una estrategia de largo aliento, el segundo tiende a opacar en una generalización más bien arbitraria la búsqueda de epecificidades de la revolución en Occidente, dando lugar a un esquema más o menos abstracto y estático en cuanto a la relación de lucha ofensiva y defensiva. Contrariamente al enfoque de Aricó, compartido en líneas generales por comentaristas actuales de la obra de Gramsci10, la tendencia a generalizar los mecanismos de “revolución pasiva” presente en Gramsci, es una debilidad más que una fortaleza del pensamiento estratégico del revolucionario italiano, dado que en la lógica interna de sus elaboraciones carcelarias jugó el rol de acentuar los aspectos “gradualistas” de sus elaboraciones.

La “hegemonía” en clave politicista y gradualista acumulación de fuerzas para esperar el momento de dar el golpe frontal, sino una estrategia pensada en términos de transformar toda la estructura política de la sociedad”9. Sin caer en interpretaciones o conceptualizaciones abusivas, hay que dar cuenta de un hecho histórico: en el período de entreguerras se dan efectivamente nuevas configuraciones de las formas estatales en Europa, mientras crece el poderío del imperialismo yanqui, basado principalmente en su potencia económica, de lo cual el fordismo es expresión en el ámbito de la técnica industrial. De las formas de reconfiguración del dominio estatal hay que resaltar la tendencia a la integración de los partidos obreros como sostén decisivo del régimen burgués (Weimar) y la tendencia a la estatización de los sindicatos (proceso que va desde Italia y Alemania hasta la URSS, pasando por América Latina, obviamente en distintos grados). Partiendo de estos mecanismos que combinan “coerción y consenso”, los regímenes van girando hacia la adopción de formas más

Rescatando las elaboraciones gramscianas sobre la cuestión de la hegemonía, Aricó va hacia el planteo de que un partido con predominancia de la clase obrera tiene que ser por fuerza obrerista y sindicalista y no puede ser “hegemónico”, de esta forma rehabilita la teoría de los partidos bipartitos obreros y campesinos de Bujarin y Stalin, que ya en la “Lección quinta” le había adjudicado erróneamente a Lenin. Si bien Gramsci nunca dio el paso de, por decirlo de un modo burdo, “transformarse en Laclau”, su identificación del interés histórico de la clase obrera con la política neopopulista de Bujarin-Stalin en 1926, opone dos modelos posibles de hegemonía: la del proletariado que pone en pie un Estado, contra el cual incluso tiene que tener la posibilidad de defenderse por sus graves deformaciones burocráticas (Lenin), o la del grupo dirigente que, a la cabeza del Estado, toma medidas de debilitan la posición social de la clase obrera, en función de mantenerse en el poder, basándose en el campesinado11. Siguiendo los puntos más débiles de las posiciones gramscianas, mediatizados por la práctica

del PCI y la interpretación impuesta por Palmiro Togliatti, la concepción de la “hegemonía” de José Aricó se transforma en una práctica “socialista” opuesta al desarrollo del poder social de la clase obrera. Por eso, la forma en que Aricó concibe la “superación” de un marxismo economicista y derrumbista, es mediante la contraposición a esta caricatura de otra caricatura opuesta por el vértice: un marxismo politicista y gradualista, que hace de la negación de la hegemonía obrera la clave de una hegemonía “socialista” en los marcos de la democracia capitalista. Desde esta óptica, la inadecuación que afectaría internamente a la relación entre marxismo y desarrollo económico del capitalismo, no tiene vía de resolución, salvo mediante una sobreestimación de los mecanismos regenerativos con los cuales el capitalismo se sobrepone (con mayor o menor éxito según el caso) a sus propias crisis, liquidando de este modo las condiciones de posibilidad de toda estrategia revolucionaria, que no pretenda limitarse al momento “acumulativo”.  Blog del autor: losgalosdeasterix.blogspot.com 1  Sobre este punto queremos centrar los argumentos de este artículo, remitiendo por los restantes tópicos del libro a los posts que dedicamos, a razón de uno por capítulo, en losgalosdeasterix.blogspot.com.ar. 2  Aricó, José, Nueve lecciones sobre economía y política en el marxismo, Bs. As. 2012, FCE, p. 235. 3  Ibídem, p. 239. 4  Ver a propósito de los debates del Tercer y Cuarto Congresos de la IC y la interpretación de Portantiero, el artículo “La revolución diplomatizada. Crítica de la concepción estratégica y política de los gramscianos argentinos”, Lucha de Clases 8, 2008. 5  Trotsky, León, Cómo se armó la revolución, Bs. As. CEIP, 2006, p. 573. 6  “Informe sobre la Nueva Política Económica soviética y las perspectivas de la revolución mundial”, en Naturaleza y Dinámica del capitalismo y la economía de transición, Bs. As., CEIP, 1999, p. 234. 7  Ver a propósito del balance del proceso revolucionario alemán de 1923 y sus lecciones estratégicas, una productiva comparación de las elaboraciones de Trotsky y Gramsci a la luz del pensamiento estratégico de Clausewitz en Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “Trotsky y Gramsci: debates de estrategia sobre la revolución en ‘occidente’”, Estrategia Internacional 28, 2012. 8 Cuando estalla la huelga general en Gran Bretaña en 1926, los sindicatos rusos mantenían un acuerdo de cooperación con el Comité General del Trade Union Council (TUC) inglés, el conocido Comité Anglo-ruso. Cuando la TUC traiciona la huelga, y pese a la protesta de Trotsky, la IC mantiene sus acuerdos, cubriendo el rol de esta dirección e infringiéndole un duro revés al joven PC inglés. 9  Aricó, José, op. cit., p. 269. 10  Ver. Thomas, Peter D., The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony and Marxism, Leiden-Boston, Ed. Brill, 2009, capítulo IV. 11  Para más detalle sobre este debate, ver en el blog lasideasnocaen.blogspot.com una serie de contribuciones del autor y Fernando Rosso.


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Debates revisitados con el postmarxismo Escrito bajo el impacto de los primeros embates de la ofensiva reaganiano-thatcherista, ¿Una política sin clases? El postmarxismo y su legado, de Ellen Meiksins Wood, aborda la discusión con los intelectuales que, producto de las derrotas de los años 70, inician una cruzada contra el marxismo. Su reedición habla de la vigencia de estos debates. Claudia Cinatti Miembro del staff de la revista Estrategia Internacional.

A pesar de haber transcurrido casi treinta años desde la primera edición en inglés de ¿Una política sin clases? El postmarxismo y su legado1, las principales polémicas que desarrolla Ellen Meiksins Wood con una variedad de intelectuales de pasado izquierdista (E. Laclau, N. Poulantzas, G. Stedman Jones, entre otros), conservan una asombrosa actualidad. La centralidad de la lucha de clases en los procesos históricos, el rol hegemónico de la clase obrera en la revolución social, o el debate en torno a la supuesta autonomía y neutralidad del Estado en las sociedades capitalistas y su destino en las sociedades de transición (posrevolucionarias), siguen siendo las claves estratégicas de todo proyecto revolucionario que aspire a la construcción del socialismo. Este libro, escrito bajo el doble impacto de la huelga minera británica de 1984-85 y de los primeros embates de la ofensiva reaganiano-thatcherista, aborda tempranamente la discusión con los intelectuales que, producto de las derrotas de los años ‘70, habían iniciado su cruzada

contra el marxismo, profundizada tras el colapso de los regímenes comunistas. Hace tiempo que la corriente “posmarxista” con la que discute la autora ha dejado de existir. Sus principales exponentes han roto toda referencia –si es que alguna vez la tuvieron– con el marxismo y toda pretensión de sostener una “estrategia socialista” aunque más no sea por la vía utópica de la extensión de la democracia burguesa como mecanismo de transformación gradual del Estado capitalista. Es el caso de Ernesto Laclau, que con su teoría de la “razón populista” devino el filósofo de cabecera de los Kirchner. Sin embargo, sus postulados se transformaron en un sentido común conservador, típico de la reacción ideológico-política de las décadas de la restauración neoliberal. Aunque las condiciones actuales son muy distintas, empezando por la crisis capitalista que ha puesto en cuestión el triunfalismo burgués, y siguiendo por el retorno de la lucha de clases, la influencia posmarxista aún se siente en sectores de la izquierda que han reemplazado la estrategia del poder obrero»


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por la de “radicalizar la democracia”, reactualizada a la luz del surgimiento de variantes neo reformistas como Syriza en Grecia o el Front de Gauche de J.L. Mélenchon en Francia. Esto hace que su lectura crítica siga aportando elementos teóricos de interés para los debates actuales en el marxismo revolucionario.

El nuevo “Socialismo Verdadero” La principal tesis de Meiksins Wood es que la corriente postmarxista es el equivalente en el siglo XX al “socialismo verdadero” (o socialismo alemán) que critican Marx y Engels en el Manifiesto Comunista: esto es, una variante reaccionaria que había transformado la literatura socialista francesa en una abstracción, una “fantasía filosófica” al servicio del poder conservador en la que los intereses del proletariado eran sustituidos por los intereses de la humanidad en general. Efectivamente, este Nuevo Socialismo Verdadero se caracterizó por reafirmar la autonomía absoluta de la ideología y la política de toda condición material y, en particular, de toda relación de» clase, postulando la construcción discursiva de lo social. Estas ideas no son originales sino que tienen sus antecedentes en los “aparatos ideológicos del Estado”y la “interpelación ideológica” de L. Althusser, y en la teoría de las clases y el Estado de su discípulo, Nicos Poulantzas. La autora señala como contexto histórico de este giro el pasaje de la influencia maoísta post 1968 al surgimiento del eurocomunismo, que supuso la adopción por parte de los partidos comunistas de una estrategia explícitamente reformista, cuyo propósito era “penetrar” el Estado burgués mediante elecciones y “transformarlo desde adentro”. Podemos agregar que, siguiendo la tradición de Bernstein y de la socialdemocracia, para el “nuevo socialismo”, la democracia es indeterminada, no tiene un carácter de clase, por lo que no es necesario destruir el Estado burgués, sino que la

transición al socialismo se limita a un proceso de reforma institucional y de radicalización de la democracia.

La hegemonía burguesa y la separación de lo político y lo económico Meiksins Wood demuestra cómo el postmarxismo, al postular la autonomía absoluta de la esfera política con respecto a la económica, es tributario de la tradición liberal y del platonismo. Efectivamente, esta separación es uno de los fundamentos de la teoría política de H. Arendt, quien siguiendo a Platón, plantea que solo pueden dedicarse a la política quienes están liberados del trabajo material, y que cualquier revolución que se vea contaminada por la “cuestión social” está condenada a la degeneración. Esta concepción lleva a la paradoja de que cuanto menos explotado se es, más se entiende el socialismo, lo que deriva inevitablemente en una concepción elitista, reservada a los intelectuales. Correctamente, Meiksins Wood sostiene que la separación entre lo político y lo económico es lo que permite a la burguesía ejercer su hegemonía. A partir de aquí estructura su polémica con quienes sostienen que hay una contradicción entre el capitalismo, basado en la propiedad privada, y la democracia liberal, basada en la igualdad formal, más allá de la propiedad. Siguiendo a Marx, lejos de existir una contradicción, la libertad e igualdad jurídica son condiciones y partes fundamentales de las relaciones capitalistas.

Una vez más el Estado y la revolución Si bien Meiksins Wood no suscribe la idea de que existe una continuidad entre liberalismo y socialismo, reconoce una lección que habría dejado el liberalismo, a saber, que incluso en una sociedad sin clases persiste el problema del Estado como forma del poder público y aparato de administración y que, por lo tanto, el socialismo

requiere algún tipo de representación, es decir, de autoridad y de subordinación de unos a otros, aunque no se trate del dominio de clase. Meiksins Wood cita la discusión que hace Marx en la Crítica del Programa de Gotha contra la concepción de Estado Libre y su famosa pregunta de quién ejercerá en la sociedad de transición las funciones sociales análogas a las que asume el Estado. Indudablemente, el rol del Estado en cuanto a las “funciones sociales” luego de la toma del poder siguió siendo no solo una discusión teórica, sino un problema práctico. Basta con repasar textos clásicos de Lenin –como “La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla” o “¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder?”– para ver la importancia estratégica que tenía esta reflexión para los marxistas, reafirmada por Trotsky tras la burocratización de la Unión Soviética y la consolidación del estalinismo. La debilidad mayor del texto de Meiksins Wood quizás esté en que, llegado a este punto, la justificación de la necesidad del Estado surge de un análisis literario y abstracto de los textos de Marx y Engels, sin ninguna referencia a la experiencia histórica de las revoluciones proletarias concretas, incluida su degeneración estalinista, ni a la relación entre el Estado obrero de la fase de transición y el objetivo último del comunismo. Para Marx, el Estado que necesariamente surgiría tras el derrocamiento de la burguesía como expresión del proletariado como clase dominante y de su voluntad de reorganizar la sociedad sobre nuevas bases, era un Estado transitorio que contenía en sí mismo el germen de su propia extinción. Este es el fundamento de la definición que da Lenin en El Estado y la revolución, de un “semiestado proletario”, partiendo de que el desarrollo de la técnica, el avance cultural de las masas y la reducción progresiva de la jornada laboral simplificaban las tareas de administración y las ponían al alcance de la mayoría de los trabajadores. Las medidas de la Comuna de París: la destrucción del ejército y la policía y su sustitución por el pueblo armado, la liquidación de los privilegios materiales estableciendo que los funcionarios cobraran el salario de un obrero medio, los criterios de elegibilidad y revocabilidad de los mandatos, apuntaban a la liquidación de la maquinaria estatal. Los soviets de la revolución rusa fueron una expresión más acabada del nuevo poder constituyente en el que se basaría el (semi) estado proletario, que al fusionar la “democracia económica” con la “democracia política” y asumirse como instrumento de la revolución proletaria internacional, sentaban las bases de su propia extinción. El estalinismo al consolidar una burocracia totalitaria, cuyos privilegios emanaban del control estatal, y adoptar la política del “socialismo en un solo país”, fue la negación de esta dinámica. Se trata, justamente, de retomar la tradición del marxismo revolucionario que liga los pasos actuales al objetivo de la conquista del comunismo, como una nueva organización social de productores libres sin explotación, sin clases, sin dinero y sin Estado.

1  Ediciones RyR, Buenos Aires, 2013.


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Aguafuertes de un porteño A propósito de la edición de Aguafuertes cariocas, de Roberto Arlt. Martín Kohan Escritor; crítico literario; docente en la UBA. Autor de novelas como Dos veces junio, Ciencias Morales y Bahía Blanca. Habría que decir que son éstas, las cariocas, las verdaderas aguafuertes porteñas de Roberto Arlt. Porque aquellas otras, las que llevan razonablemente ese título, tantas veces editadas y reeditadas a lo largo de los años, son las que se nutren de la realidad de Buenos Aires, las que registran personajes porteños, las que traman historias porteñas en la frecuencia impar del día a día. Pero estas otras, las cariocas, inéditas en libro hasta ahora, es decir hasta que la encomiable inquietud de Gustavo Pacheco las recopiló y reunió en un volumen, estas otras, las de ese viaje que lleva a Arlt por dos meses a Río de Janeiro, son las que plasman de manera más cabal la sintomatología del temperamento porteño de su autor, un muestrario periodístico de porteñidad, un tratado de porteñismo resumido y concentrado. Arlt pasa varias semanas en la ciudad de Río; pero no va a la playa más que una sola vez (o no lo menciona más que una sola vez, lo que para el caso es lo mismo). Y no resulta una experiencia satisfactoria: “Intenté el procedimiento de los baños. No dan resultado. Fui a Copacabana. Lo de las muchachas de Copacabana es una mula. He visto algunas que se bañaban y no causan ningún efecto. Es inútil: la mujer, para interesar, tiene que estar vestida” (126). Arlt pasa varias semanas en la ciudad de Río; pero una sola vez se interesa por el Pan de Azúcar y su visión panorámica. Y tampoco resulta una experiencia satisfactoria: “Usted ha creído que sentiría vaya a saber qué emociones, y no siente nada” (130). ¿De qué se trata, cómo tomarlo? ¿Se trata de la lucidez de un viajero singular que, inmune a los estereotipos, no va detrás de los lugares comunes que recomiendan la arena, las olas, las garotas, los paisajes? ¿O se trata, a decir verdad, de un destino de desencuentro entre el cronista visitante y la ciudad visitada? ¿Va acaso Roberto Arlt a descubrir otra Río de Janeiro, que no es la de las postales? ¿O va a perderse y desconcertarse en un sitio que se le escurre? Arlt encuentra que Río de Janeiro es triste: le faltan flores, le faltan jardines. Tan luego de Río dictamina sin matices: “nada de verde” (“nada y nada absolutamente de verde” (69)). Precisó llegar hasta ahí para saber que no le sienta el calor (o para saber que hace calor): “La temperatura, aquí, agota al hombre del Sur” (128). Renuncia por principio al aprecio del paisaje, porque»


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CULTURA Literatura

“ Y no hay semblanza mejor de lo que es y de lo que implica un

viaje, porque aquel que, cuando viaja, se siente “como en su casa”, bien podría haberse quedado en su casa. El viajero cabal se incomoda, no se halla, no se habitúa, no se relaja, no armoniza, no se asimila, no se adapta, no se entrega.

el paisaje de por sí no le parece un motivo de aprecio: “El paisaje me revienta. No miro las montañas ni por broma. ¿Qué hacemos con la montaña? ¿Describirla? Montañas hay en todas partes. Los países no valen por sus montañas” (143/4). ¿Qué dirá entonces de Río de Janeiro este viajero y periodista que no gusta de paisajes, se desentiende del mar, padece el calor y no ve nada de verde en su entorno? Tal es la proeza literaria de las Aguafuertes cariocas. Decenas de cronistas atinados y curiosos podrían ofrecer, u ofrecieron, retratos deslumbrantes de Río de Janeiro, versiones fidedignas de la ciudad maravillosa. En cambio esta crónica lunfarda de la ilusión y la desilusión tan sólo podía escribirla Arlt. No hay nada como la descolocación de Arlt para entender el lugar de Arlt; nada revela mejor su lugar que ese fuera de lugar que condensan estos días y estas páginas. Y no hay semblanza mejor de lo que es y de lo que implica un viaje, porque aquel que, cuando viaja, se siente “como en su casa”, bien podría haberse quedado en su casa. El viajero cabal se incomoda, no se halla, no se habitúa, no se relaja, no armoniza, no se asimila, no se adapta, no se entrega. La perspectiva del viaje (su primer viaje fuera de la Argentina, a los treinta años de edad) entusiasma a Roberto Arlt. Los sueños de Arlt, ya que no su vida, son siempre los del confort pequeño burgués. A eso hay que agregar, y es también algo típicamente arltiano, ese aire de revancha que embarga al que accede a un mundo que en principio lo excluía, a esos bienes y placeres que no le estaban destinados: “¡Yo a bordo!” (11). El reo viaja a Brasil, el turro dio el batacazo: “¿no es una papa y una lotería?” (12). “¡Saraca! ¡Victoria!” (14): Arlt hace suyas las palabras de la dicha de aquel tango que cantaba Gardel. El viaje al exterior lo exalta, pero más que eso lo exalta saber que es el laburo de escriba lo que lo habilita para el periplo, fuera de eso destinado a bacanes de mejor laya. “Me rajo”, empieza diciendo Arlt: “me rajo indefectiblemente” (11). No se trata, sin embargo, de la concreción en aguafuerte del célebre “rajá, turrito, rajá” que consagró en la novela; rajarse aquí es más bien rajarse de los que fueron “mis tiempos turros” (11), aunque a la vez va a llevarlos consigo al viaje, los lleva porque lleva una lengua, una historia, un estilo, un instinto, los lleva porque, junto con el traje decente, lleva otro “hecho pedazos, con un par de alpargatas y una gorra desencuadernada” (13). Durante la primera parte de su viaje, Arlt en Río ve Europa. Durante la segunda parte, en cambio, pasa a ver África. O sea que lo que nunca ve es

Sudamérica, lo que no termina de ver es Brasil. Al principio dice así: “Se me ocurre que de todos los países de nuestra América, el Brasil es el menos americano, por ser, precisamente, el más europeo” (34). Pero más adelante dirá: “Camino. No sé si estoy en África o en América” (83). En los primeros días Arlt se admira de la decencia que impera en las calles de Río de Janeiro, del respeto a las mujeres, de la atmósfera de educación, del sibaritismo brasileño. En los últimos, por el contrario, ve barrios tristes y sucios, la falta de bibliotecas obreras, el tedio insoportable de una ciudad fastidiosamente honesta, carente del encanto de lo reo; los negros, tan abundantes, se le vuelven “orangutanes”, “pequeños animalitos” (63) en estado de semi civilización. ¿Qué pasó entre una cosa y la otra? Yo diría: la irrupción del porteño. O en todo caso, su retorno, en el sentido en que se habla del retorno de lo reprimido (tan sólo el que se reprime puede viajar y adaptarse). Las Aguafuertes cariocas, sin dejar de serlo, empiezan así a destilar porteñismo, a devenir aguafuertes de un porteño. Son crónicas, por cierto, pero ¿crónicas de qué? De Río de Janeiro, sí, de un Río de Janeiro sin flores ni jardines ni alegría, sin verde, sin montañas y sin mar. Pero también, y sobre todo, son crónicas de ese viajero que empieza por entusiasmarse ante el acceso a una experiencia burguesa que parecía estarle vedada, y acaba por padecer el incordio de saberse siempre desacomodado. Las Aguafuertes… son crónicas de viaje, pero “de viaje” en sentido estricto: no del lugar al que se viaja, sino del hecho en sí de viajar. El tango festivo que cita Arlt con “¡Saraca! ¡Victoria!” empieza a declinar, siempre en veta gardeliana, por la pendiente de la nostalgia melancólica o quejosa de “Volver”, de “Mi Buenos Aires querido”, de “Anclao en París” (tan anclado se ve Arlt en Río de Janeiro que, aunque a la ida fue en barco, para volver tomará un avión: mucho más que un “leven anclas”). A pocos días de su arribo, Arlt escribe así: “Estoy triste lejos de este Buenos Aires del que me acuerdo a toda hora (…). La ciudad de uno es una, nada más. El corazón no se puede partir en dos pedazos” (27) (Arlt habla como si fuera a radicarse en Río para siempre, y no a visitarla por algunos días; todo porteño es un desterrado cuando sale de Buenos Aires, así sea a las pocas horas de salir). Si así escribe al comenzar las Aguafuertes cariocas, ¿qué no dirá hacia el final, con varias jornadas de acumulación de añoranza?: “Te saludo con la emoción del porteño que ha perdido hace rato de vista su hermosa calle Corrientes y su magnífica Avenida de Mayo,

su Florida cursilera y su majestuosa Callao” (137); “te soy fiel porque me recordás mi ciudad, más querida ahora que nunca, porque está lejos” (140). ¿Qué busca Arlt en Río de Janeiro? Busca flores, jardincitos. Y como no los encuentra, extraña su Buenos Aires: “No le cause asombro lo que le voy a decir: Río de Janeiro da la sensación de ser una ciudad triste porque es una ciudad sin flores. Puede usted andar media hora en tranvía que no va a encontrar un solo jardín. ¡Cuántas veces me he acordado estos días de un balcón que hay en la calle Talcahuano, entre Sarmiento y Cangallo!” (69). ¿Qué busca Arlt en Río de Janeiro? Busca cafés donde pasar horas, haciendo fiaca, atorranteando. Y como no los encuentra, extraña su Buenos Aires: “En el concepto de todo ciudadano respetuoso de los derechos de la fiaca, porque también la fiaca tiene sus derechos según los sociólogos, el café desempeña una función prominente en la civilización de los pueblos” (73). En cambio los brasileños “trabajan, trabajan brutalmente, y no van al café sino breves minutos. Tan breves que, en cuanto se queda usted un rato de más, lo echan (…). Hay que palmar e irse. Pagar las seis guitas que cuesta el café y piantar” (74- 75). ¿Qué busca Arlt en Río de Janeiro? Busca la vida nocturna. Y como no la encuentra, extraña su Buenos Aires: “¡Ah, Buenos Aires!... ¡Buenos Aires!... Calle Corrientes y Talcahuano, y terraza y Café Ambos Mundos, y Florida. ¡Ah, Buenos Aires! Allí uno se esgunfia, es cierto, pero se esgunfia despierto hasta las tres de la mañana (…). ¿Adónde va, acá en Río, a las once de la noche? ¿Adónde? (…). Minga de café, minga de nada. Se acuesta porque no hay nada que hacer en la rua (…). Pero, ¿quieren decirme qué es lo que puede hacer un porteño en la cama, a las once de la noche?” (57-58-59). Arlt sentencia la verdad definitiva de lo que es viajar y ser viajero: “Estar en tierra extraña es estar completamente solo” (157). ¿Qué otra cosa, sino eso, es vivir una extrañeza? Y el que viaja y no se siente extraño, entonces, ¿para qué viaja? El viaje que Arlt emprende, como cronista, para el diario, se convierte así en diario de viaje, pero en el sentido del género íntimo: el espacio de un desahogo personal. Las Aguafuertes cariocas de Arlt brillan en una tradición que va de la “Lejana Buenos Aires” de Carlos Gardel hasta “El anillo del Capitán Beto” de Spinetta: “¿por qué habré venido hasta aquí / si no puedo más de soledad?”. Así Arlt: “¿Quién me mandó a mí salir de Buenos Aires? ¿Por qué fui tan gil? ¿No estaba tranquilo y cómodo allí? (…). ¿Qué hago, quieren decirme? Volverme es lo que me parece mejor” (84 – 85). No es la estirpe del “¿ubi sunt?”, es la estirpe del “¿ubi sum?”. Lo perdido no es el pasado, sino uno mismo en lugar ajeno. El retrato de Río que hace Arlt abunda en destellos geniales, compuestos con dosis parejas de comprensión y de incomprensión, a golpes de percepción fina y de pura arbitrariedad. El retrato que, a la vez, va haciendo de Buenos Aires, es más genial todavía, y no tiene otros requisitos que la distancia y la ausencia. No cualquiera camina por Río, y extraña un balcón de Talcahuano y Sarmiento.


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Transformar el mundo, cambiar la vida Ariane Díaz Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx.

“He aquí lo que queremos: La independencia del arte –por la revolución; la revolución– por la liberación definitiva del arte”. Manifiesto por un arte revolucionario independiente

Fue en plena “medianoche del siglo” –al decir de Serge– que León Trotsky, el dirigente revolucionario exiliado en el único país que le diera asilo, y André Breton, el referente del surrealismo que visitara el país latinoamericano para una serie de conferencias, compartieron y discutieron posiciones sobre las relaciones entre arte, capitalismo, política y revolución. Las conclusiones del encuentro, que se trazan en el “Manifiesto por un arte revolucionario independiente” que escribieran a dos manos y que sería el punto de partida de la Federación Internacional del Arte Revolucionario Independiente (FIARI), buscaban reagrupar a aquellos artistas que no querían quedar entrampados, frente a la consolidación del fascismo, entre las míseras opciones que los aprestos bélicos parecían marcarles: o aceptar la regimentación stalinista en su práctica artística y con ella, la defensa de su política cada vez más evidentemente reaccionaria, o la defensa del “arte puro” proclamado por el liberalismo que les prometía la libertad de someterse al mercado y eventualmente, también, ser llamados a filas para defender, frente al imperialismo fascista, a algún imperialismo “democrático”.

De Nadja a los Juicios de Moscú La descripción de las consecuencias de la política stalinista hacia el arte y la cultura en la URSS, que Trotsky definiera en La revolución traicionada1 de 1937 como “un martirologio”, y que a nivel internacional se plasmara en el Congreso de Escritores de 1935 y la proclamación de la doctrina del “realismo socialista”, fueron los jalones que auspiciaron este encuentro. Pero como elementos que al modo surrealista forjan una constelación, la cita mexicana dibuja un acercamiento que, en otras latitudes y al calor de tiempos más promisorios de la lucha de clases, une a Breton con el revolucionario exiliado. Conocido sobre todo por su cuestionamiento a las formas, cánones e instituciones artísticas de su época, la trayectoria política del surrealismo va desde un descontento nihilista con la sociedad (constitutivo de las llamadas “vanguardias históricas” que en las primeras décadas del siglo XX pondrían en cuestión varios de los presupuestos respecto a la función del arte en la sociedad), pasando por una serie de rupturas»

Fines de abril a fines de junio de 1938, y un México aún desconocido para los protagonistas como escenario, son las coordenadas de un encuentro del que ya se cumplen 75 años: aquel entre una de las corrientes artísticas más disruptivas del siglo XX, crítica del lugar asignado al arte en el capitalismo; con la corriente que simbolizaba tanto el espectro de lo que fuera la primer revolución obrera triunfante como de la política para enfrentar el proceso de burocratización de esa experiencia.


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CULTURA Arte y política

“ Aunque la historia del

y reconceptualizaciones que los acerca al PC primero, para romper con éste frente a la burocratización de la URSS (similar es el camino recorrido por varios intelectuales norteamericanos reunidos en la revista Partisan Review, que también participarían de este reagrupamiento de la FIARI pero con una declaración propia). Breton es quien sin duda marca los trazos y recodos de ese camino, y en su recorrido la figura del revolucionario ruso tendrá su lugar. Si en 1925 se muestra maravillado con la biografía que Trotsky escribiera sobre la juventud de Lenin2, todavía en 1926 discutirá con Naville la relación entre el surrealismo, que Breton había definido como “movimiento espiritual” revolucionario, y la política revolucionaria3. Si en su novela autobiográfica Nadja, de 1928, refiere haber entrado en la librería de L´Humanité a comprar “el último libro de Trotsky”, en 1929 propone a los surrealistas discutir “el destino reservado recientemente a Trotsky” aunque la cuestión queda dejada de lado rápidamente por enfrentamientos entre ellos. En 1930, para escándalo del PC francés, reivindica a Mayakovsky quien recientemente se había suicidado, y en ese trance cita lo escrito por Trotsky sobre el poeta4. Pero será la década siguiente, golpeado por los convulsivos acontecimientos de la lucha de clases y por la lucha contra la burocratización de la URSS, que Breton encontrará en la figura de Trotsky una alternativa a las políticas defendidas por el PC francés. Un año después de ser expulsado del mismo, el pacto franco-soviético de 1934 lo encontrará en las movilizaciones en Francia y protestando contra la decisión del gobierno francés de no dejar entrar a Trotsky, expulsado de Turquía. La política errática y desmovilizadora de la Internacional Comunista que permitiera el ascenso del fascismo en Alemania, la traición a la revolución española, y la persecución de quien dirigiera la revolución de Octubre –que lo llevaría a escribir y firmar, con otros escritores, la declaración “Planeta sin pasaporte” en 1934–, lo convencerían de la necesidad de enfrentar directamente al stalinismo. En el mismo sentido, en 1936 participará del contraproceso organizado en Francia frente a los Juicios de Moscú, y entre ese año y el siguiente impulsará tres declaraciones contra los mismos5. Aunque la historia del surrealismo da cuenta de abundantes rupturas en las cuales Breton tiene siempre un lugar preponderante, lo cierto es que una gran cantidad de ellas responden a estas cuestiones políticas acuciantes más que a una dinámica centrífuga que suele considerarse propia de estos agrupamientos, basada en veleidades personales (lo que no quiere decir que no haya sido a veces el caso). Pero no sólo en el terreno político este paulatino acercamiento fundamenta lo que luego

surrealismo da cuenta de abundantes rupturas en las cuales Breton tiene siempre un lugar preponderante, lo cierto es que una gran cantidad de ellas responden a estas cuestiones políticas acuciantes.

sería el “Manifiesto…”, sino que también existe un cierto diálogo entre las concepciones que con respecto al arte y la cultura diera Trotsky, y aquellas defendidas por Breton. Cuando en 1923 Trotsky escribiera los artículos que luego constituirían Literatura y Revolución, en un contexto pletórico de grupos enfrentados, experimentación formal y conceptual, y sobre todo, de esperanzas en una sociedad revolucionada donde el arte dejara de considerarse un atalaya alejado para confundirse con la vida, supo apreciar la voluntad de los movimientos vanguardistas soviéticos de unir arte y vida (aunque no sin críticas a los intentos de instaurar “por decreto” algo que llevaría aún un largo período de transición); la misma unión sería una idea motora central del surrealismo, aunque con sus propios medios y en una situación política y social diversa, que Breton expresará en 1935 así: “Marx dijo ‘transformar el mundo’; Rimbaud dijo ‘cambiar la vida’; estas dos consignas son para nosotros una y la misma”6. Por otro lado, mostraba una notable apertura, para la época, a la experimentación formal y temática de dichos grupos, y aunque no estaba dispuesto tampoco a cerrar otros caminos de expresión artística más tradicionales, discutía contra las exageraciones polémicas de unos y otros que el arte tenía “sus propias reglas” y que solo podía malograrse cuando se intentaba señalarle “los caminos por los cuales debería ser arado”. Estos debates, que en su momento fueron motivados por las posiciones que pretendían establecer un estilo artístico en menoscabo de otros, o que evaluaban los diferentes agrupamientos según sus posibilidades de propaganda, una década después

serían palabras proféticas cuando la burocracia stalinista decretara el “realismo socialista” como doctrina oficial y persiguiera u hostilizara a quienes no aceptaran dichos preceptos. Durante la década de 1930 Trotsky retomará varias de estas definiciones en sus artículos e intercambios acerca de la política stalinista, como en la carta de 1933 a Glee, Reiss y Morris, donde repite los argumentos de Literatura y revolución con respecto a la política que debía tener el partido revolucionario hacia los artistas, o en la carta a los redactores del Partisan Review en 1938, cuando Breton estaba en México. Por su parte, Breton y otros participan del Congreso de Escritores comunistas de 1935 llevando una resolución, que defenderá Breton mismo en su discurso al Congreso, reivindicando la independencia del artista frente a los intentos de que la producción artística se convierta en una mera propaganda del régimen de la URSS. Estas confluencias en el terreno artístico y político desmienten una lectura especialmente influenciada por Deutscher según la cual, aun teniendo en alta estima la figura de Trotsky, luego de la expulsión de la URSS las ideas del trotskismo estaban destinadas a la marginalidad y que sus luchas posteriores fueron intentos vanos de forzar un destino sellado. Que el surrealismo, una corriente vital política y artísticamente, haya encontrado allí fuerzas y perspectivas políticas, es un ejemplo más de que el aislamiento y la resignación frente al avance del stalinismo en uno de los momentos más duros de la lucha de clases, es más una lectura desprendida del desarrollo posterior de los acontecimientos, convertida en necesidad histórica, que un dato absoluto de la realidad7.

El manifiesto El encuentro, que fructificó en el “Manifiesto”, no estuvo exento de discusiones y diferencias. Si bien el propio balance de Breton llegado a Francia es cálidamente positivo, y el intercambio epistolar con Trotsky tanto como su militancia en pos de la constitución de la FIARI así lo demuestran, estuvo cruzado por discusiones en las que Trotsky reclamó a Breton su diletantismo para comenzar el trabajo de redacción, discusión finalmente saldada cuando, después de una serie de conversaciones pautadas entre Breton, Rivera y Trotsky sobre “arte y política”, Breton redactó un primer borrador que fuera corregido por el revolucionario ruso. Según relata van Heijenoort, el primero en exponer en esas charlas fue el mismo Trotsky defendiendo la tesis de que el arte, en el comunismo, se “disolvería” en la vida, algo que también había ensayado en Literatura y revolución y que era una aspiración común a Breton. El cotejo de las distintas versiones del manifiesto no deja de ser significativo en cuanto a lo que reflejan de las posiciones de ambos. El más


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“ Cuando en 1953 en

destacado es probablemente aquel en que Trotsky modifica el borrador de Breton que citaba casi textualmente su propia definición de Literatura y revolución según la cual debía garantizarse “total licencia en el arte, excepto contra la revolución proletaria”8 y escribe: “Reconocemos, naturalmente, al Estado revolucionario el derecho de defenderse de la reacción burguesa, incluso cuando se cubre con el manto de la ciencia o del arte. Pero entre esas medidas impuestas y transitorias de autodefensa revolucionaria y la pretensión de ejercer una dirección sobre la creación intelectual de la sociedad, media un abismo. Si para desarrollar las fuerzas productivas materiales, la revolución tiene que erigir un régimen socialista de plan centralizado, en lo que respecta a la creación intelectual debe desde el mismo comienzo establecer y garantizar un régimen anarquista de libertad individual. ¡Ninguna autoridad, ninguna coacción, ni el menor rastro de mando!”9. Esta modificación refleja las luchas políticas que mediaban entre uno y otro texto: si en 1923 daba cuenta de la explosión artística y cultural que la revolución había soliviantado, aunque no era ingenuo frente a los usos políticos que la contrarrevolución podía intentar darle; en 1938 el uso del arte por parte del fascismo y los imperialismos democráticos habían dejado claro este último peligro, pero se agregaba uno nuevo: el stalinismo cercenaba al arte de igual forma, aunque ahora en nombre de la revolución. Por ello la defensa de la independencia y de la sinceridad del arte consigo mismo debía dejarse claramente plasmada. Otros cambios como la definición de la actividad artística muestran también la riqueza de una discusión que no en todos los casos empezó por un acuerdo10. Gerard Roché ha resumido en sendos artículos11 varios de estos cambios, los testimonios de quienes estuvieron presentes, así como las cartas intercambiadas y las declaraciones de Breton al volver a Francia12. Ha reconstruido también otros ejes en los que se enfrentaron, como el intercambio sobre Freud, Zolá, o la actitud frente a las costumbres religiosas populares. Cabe destacar que la visita a México de Breton no fue un paseo cultural-diplomático: el viaje fue precedido por una campaña stalinista en su contra, que fue públicamente desmentida por Frida Khalo y otros en una declaración pública, “Al público de la América Latina”, y que llegó hacer temer a Trotsky un ataque físico, al punto de destinarle una guardia propia para una de sus conferencias13. Por otro lado, el descrédito que podía propagar el poderoso aparato stalinista sobre un escritor, no sólo en México sino a nivel internacional, no era menor. Quizás hoy se considere

una entrevista radial le preguntan por el encuentro, no sólo lo reivindica en los mismos términos que lo hiciera en 1938, sino que explica el fin dela FIARI no por haber dejado de estar vigentes las ideas que la motorizaban, sino por la guerra que hizo naufragar tanto este como otros proyectos revolucionarios.

mantener una coherencia en sus posiciones que por esos años de decepción y retroceso no fueron tan abundantes. Hoy no estamos, claro, en una situación como la que marcó este encuentro, aunque una crisis histórica del capitalismo anuncia una vez más miserias para las masas y expresiones fascistas asoman en Europa, uno de los epicentros de la crisis; el stalinismo se ha derrumbado, pero no porque las masas hayan ajustado cuentas con él sino para dar paso al triunfalismo capitalista que vivimos en las últimas décadas del siglo XX que ha reducido al arte y la cultura a la vieja conocida regimentación mercantil, perfeccionada y agigantada. La demanda con que se cerraba el “Manifiesto” sigue aún planteada. ¿Se estarán forjando en la resistencia a la crisis capitalista aquellos que puedan llevar esta tarea a cabo?

1  La Paz, Crux, s/f.

vergonzante la defensa de las posturas stalinistas de muchos escritores de la época, pero en ese momento estar enfrentado a Moscú tenía no pocas consecuencias para los artistas, y aunque es cierto que Breton tenía ya un lugar ganado, el mote de contrarrevolucionario podía no ser mal evaluado por aquellos defensores del capitalismo a los que siempre había enfrentado, e incluso servirles de revancha, pero por esos mismos motivos sin duda afectaba a una producción artística que tenía en la denuncia anticapitalista uno de sus ejes.

Un proyecto inconcluso La FIARI tuvo durante un año un intenso trabajo sobre todo por parte de Breton, publicando e intercambiando con artistas en México, EE.UU. y en Europa. Pero la guerra mundial, distintas peleas políticas que surgieron dentro de los simpatizantes artistas e intelectuales del trotskismo, sobre todo el alejamiento de Rivera mismo y, finalmente, la muerte de Trotsky en manos del stalinismo, dieron fin a la experiencia. Es de destacar, sin embargo, que Breton no se desilusionó ni renegó de sus posiciones y alineamiento con Trotsky. Cuando en 1953 en una entrevista radial le preguntan por el encuentro, no sólo lo reivindica en los mismos términos que lo hiciera en 1938, sino que explica el fin de la FIARI no por haber dejado de estar vigentes las ideas que la motorizaban, sino por la guerra que hizo naufragar tanto este como otros proyectos revolucionarios. En 1960, cuando Jrushchov visitaba París y las banderas de la URSS adornaban calles, Breton recuerda el testamento de Trotsky y envía saludos a Natalia14. Es decir que si bien nunca se planteó como un revolucionario profesional, supo

2 Trotsky, “Lenin” en Breton-Trotsky, Por uma arte revolucionaria independente, San Pablo, Paz e Terra, 1985. 3 Nadeau, Historia del surrealismo, Barcelona, Ariel, 1975. 4  Ibídem, pp.164 y 182. 5  “Declaraçao lida por Breton no meeting de 3 de setembro de 1936”, “Declaraçao de Breton no meeting do P.O.I. en dezembro de 1936” y “Discurso de Andre Breton a respeito do segundo proceso de Moscou” en Breton-Trotsky, op. cit. 6  Breton, “Position politique du surréalisme”, citado en Martin Jay, Marxism and totality, Berkeley, University of California Press, 1984. 7  Por el otro lado, permite reevaluar lecturas como las de Baruch Knei Paz (en The social and political thought of Leon Trotsky, Oxford, Oxford UniversityPress; 1980) o de Alan Wald (en Hillel Ticktiny Michael Cox (eds.),The Ideas of Leon Trotsky, PorcupinePress, London, 1995), que destacan el poco conocimiento de Trotsky de las obra de Breton(algo que menciona su secretario Jean van Heijenoort en su libro Con Trotsky de Prinkipo a Coyoacán, México DF, Nueva Imagen, 1979) como una prueba de que el encuentro, por parte de Trotsky, solo reflejaría la oportunidad de poner al surrealismo de su lado, al que en realidad despreciaba artísticamente. 8 Trotsky, Literatura y revolución, Bogotá, Crux, 1989. 9 Trotsky, Œuvres, Tomo 18, Francia, Institut Léon Trotsky, 1984, p. 198. 10  Hemos analizado estas diferencias en la Revistaramona 83, agosto 2008. 11  Roché, “Introduçâo” a Breton-Trotsky, op. cit., y Roché, “Trotsky, Breton y el manifiesto en México”, Estrategia Internacional 7 y 8, 1998. 12 Breton, “Visita”, en Quatrième Internationale 14/15, noviembre-diciembre de 1938, digitalizado y traducido por el CEIP León Trotsky, http://ceipleontrotsky.org/ 13  Van Heijenoort, op. cit. 14  Breton, “Entrevista de André Breton a André Parinaud” y “Longe de Orly” en Breton-Trotsky, op. cit.


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CULTURA Revistas que hicieron época Celeste Murillo Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx.

The Masses (Las masas) fue un mensuario de cultura y denuncia social fundado en Nueva York en 1911 por Piet Vlag, un inmigrante socialista holandés. Funcionaba como una cooperativa y su objetivo había sido fundar una revista socialista ilustrada que atrajera a los trabajadores a la literatura y el arte en general. Y aunque Vlag abandonó el proyecto rápidamente, la revista había reunido a jóvenes artistas, escritores y periodistas, muchos de ellos militantes y simpatizantes del Partido Socialista. Aunque no tenía afiliación política directa, The Masses era ferviente defensora de las luchas obreras, las huelgas, el movimiento sufragista y desde sus páginas denunciaba las desigualdades sociales del capitalismo. En 1911, siguió muy de cerca el incendio de la fábrica textil Triangle Shirtwaist Factory, que se transformó en un símbolo de la lucha de la clase trabajadora, en particular de las mujeres obreras. John Sloan, uno de los editores artísticos de la revista, que estuvo en la escena del incendio, escribió sobre una de sus caricaturas políticas: “Un triángulo [en referencia al nombre de la fábrica en inglés Triangle] negro que dice en cada uno de sus lados RENTA, INTERESES, GANANCIAS, la muerte de un lado, un capitalista gordo del otro y el cuerpo carbonizado de una chica en el centro”.

Nueva época En 1912, los escritores y artistas que sostuvieron la revista eligen a Max Eastman como editor. Eastman había culminado su doctorado en Filosofía bajo la tutela de John Dewey y era parte de varios movimientos radicales, partidario del sufragio femenino y antibelicista. En agosto, luego de una charla con Sloan y otros miembros del staff, recibió un telegrama: “Fue elegido editor de The Masses. Sin sueldo”. En el primer número de la nueva época, su editorial en forma de manifiesto decía:

The Masses Publicada entre 1911 y 1917, los 80 números de The Masses reunieron arte y política con el objetivo de desnudar las miserias del capitalismo. Enfrentada a la censura y la persecución, The Masses marcó época o, quizás, estuvo marcada por una época de huelgas, revoluciones y guerras.

Una revista libre. Esta revista es propiedad colectiva y es publicada colectivamente por sus editores. No tiene dividendos que pagar, y nadie quiere hacer dinero con ella. Es una revista revolucionaria y no reformista; con sentido del humor y sin respeto por los respetables; franca, arrogante, impertinente, en búsqueda de las causas reales; una revista dirigida contra la rigidez y el dogma allí donde se encuentren; publica lo que es demasiado crudo o demasiado cierto para la prensa comercial; una revista cuya política en última instancia es hacer lo que se le da la gana y no conciliar con nadie, ni siquiera con sus lectores. Existe un lugar para esta publicación en Estados Unidos. Ayúdenos a encontrarlo. La revista se sostenía con el trabajo de los artistas, periodistas y escritores (ninguno de ellos cobraba, salvo un asistente) y la suscripción por


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“Aunque no tenía afiliación política directa, The Masses

era ferviente defensora de las luchas obreras, las huelgas, el movimiento sufragista y desde sus páginas denunciaba las desigualdades sociales del capitalismo.

correo, una costumbre muy extendida en Estados Unidos. Las decisiones se tomaban en reuniones editoriales colectivas, donde a menudo las discusiones sobre la libertad en el arte, la inminente guerra y las huelgas dividían a los miembros. La nueva época va a estar signada por la participación de los artistas (pintores e ilustradores) y la publicación de autores, poetas y periodistas jóvenes de orientación radical y socialista como John Reed, Louise Bryant, Carl Sandburg, entre otros. Una de las marcas registradas de The Masses serán las tapas. En cada número, los editores publicaban ilustraciones, algunas veces viñetas y sus páginas estarán pobladas de sátira social. Varios de los artistas que colaboraron con The Masses conformarían más tarde la Escuela Aschan, que buscaba retratar la vida cotidiana de las ciudades, especialmente la vida de los trabajadores y las clases populares. Uno de los rasgos distintivos, sin embargo, era que a diferencia de los artistas del siglo XIX que retrataban la vida con un dejo de patetismo y tristeza, las ilustraciones de The Masses estaban llenas de vida y color, con el objetivo de hacerlas atractivas, y también por qué no, dejando entrever su optimismo en la a clase obrera.

La revista fue famosa por su antibelicismo. Su oposición a la Primera Guerra Mundial le valió varios juicios, encarcelamientos y multas. Los editores apuntaron rápidamente contra la guerra y rechazaron la participación de EE. UU. en un enfrentamiento que veían motorizado por intereses imperialistas. Publicaron caricaturas grotescas con banqueros gordísimos, que se enriquecían con la empresa bélica, que les costaron más de un juicio. Uno de los motivos que aceleró el final de The Masses fue la acusación contra sus editores por conspirar y obstruir la conscripción de los soldados en EE. UU.. En julio de 1917 el Correo Central declaró que no iba a distribuir el número de agosto, amparándose en la Ley de Espionaje de 1917 (por conducta antipatriótica), y revocó el permiso necesario para la distribución. Aunque dejó de publicarse ese mismo año por la imposibilidad de distribuirla, en 1918 Eastman1, Reed y otros miembros del staff fueron juzgados (con multas de 10.000 dólares y penas de 20 años de cárcel), aunque fueron absueltos por falta de evidencias. La absolución solo confirmó lo obvio: el único objetivo de los cargos era la persecución de los periodistas y artistas por su posición ante la guerra.

Huelgas, revoluciones y guerra La revista seguía de cerca la mayoría de las huelgas importantes de la época. En 1912 fue la huelga minera de Paint Creek-Cabin, que exigía aumento de salarios, reconocimiento del sindicato y el contrato colectivo. En 1913, la huelga de Paterson Silk, innovadora en la organización de la solidaridad siguiendo los pasos de la huelga de Lawrence del año anterior. The Masses apoyó también campañas políticas del Partido Socialista. Una de las figuras con las que más simpatizaba era con Big Bill Haywood, dirigente de la Industrial Workers of the World (IWW), organización que reunía los ideales socialistas y la organización dinámica de trabajadoras y trabajadores, los principales intereses de los jóvenes que militaban o simpatizaban con los socialistas. Difundía también los procesos revolucionarios fuera de su país, a través de las crónicas de periodistas revolucionarios de la talla de John Reed. Fue The Masses, la que recolectó el dinero que llevó a Reed a la Rusia revolucionaria, desde donde escribiría los famosos relatos luego reunidos en Diez días que conmovieron al mundo.

Ilustración antibélica de unos de los últimos números antes de la censura.

A pesar de su relativamente corta vida, The Masses marcó su época, uniendo arte y política para desnudar las miserias del capitalismo norteamericano, dentro y fuera de sus fronteras.

1 Max Eastman publicará más tarde The Liberator, que no alcanzó el éxito de su predecesora. Viajó a la URSS, donde conoció a Trotsky, con quien mantuvo una amistad durante varios años, y fue su colaborador durante el exilio del revolucionario ruso. Sin embargo, años más tarde, luego de la crisis de la década de 1930 dio un giro conservador y abandonó sus ideas socialistas.


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CULTURA Lecturas Críticas

ACERCA DEL SUICIDIO, de Karl Marx

Buenos Aires, Las Cuarenta, 2012.

Celeste Murillo

En 2012 se publicó por primera vez en Argentina Acerca del suicidio, de Karl Marx, editado en castellano por primera vez en España el mismo año. Esta edición incluye además de “Acerca del Suicidio” otros dos escritos: “El encarcelamiento de Lady BulwerLytton” y “El aumento de la demencia en Inglaterra”. Cuenta además, con un estudio introductorio de Ricardo Abduca que, como la edición española (de El Viejo Topo) a cargo de González Varela, propone algunos elementos para la lectura. El texto principal aborda el suicidio, en discusión con la visión del siglo XVIII que analizaba esta conducta como problema moral. Elaborado durante su exilio en Bélgica entre 1845 y 1847, fue publicado en la revista comunista alemana Gesellschaftsspiegel (Espejo de la Sociedad), dirigida por Friedrich Engels y Moses Hess. Marx fundamenta su análisis del suicidio como problema social con los registros de un archivista policial. De hecho el texto es una traducción, no literal, con comentarios del propio Marx sobre el trabajo de Jacques Peuchet. Peuchet, encargado del archivo policial de París, es además un político de la Restauración y testigo de la Revolución Francesa de 1789. Muchos de sus pasajes sobre la sociedad capitalista alimentaron otra de las grandes “fuentes de información” sobre los sufrimientos de las clases desposeídas, las novelas y misterios policiales de la época, como el Conde de Montecristo, originado en un episodio narrado por el mismo Peuchet (“Le diamant et le vegeance”). Esa sociedad moderna, inundada de seres anónimos, arrojados a la miseria, será el escenario de las primeras observaciones sobre el suicidio como problemática social. No solo Marx sino el mismo Peuchet señalan el problema de la opresión de género, en tiempos de una sociedad marcada por el retroceso de la Restauración (esa “vuelta al orden” que ensayó la burguesía en el poder, luego de la revolución), donde se multiplica la opresión, convirtiendo la familia y especialmente el matrimonio en verdaderas prisiones para las mujeres de todas las clases.

Aunque ambos destacan las penurias de las clases desposeídas, Marx subraya (sobre todo en “El encarcelamiento de Lady Bulwer-Lytton”) los prejuicios de los que son víctimas las mujeres de las clases altas, lejos del reduccionismo económico del que es acusada con frecuencia la visión marxista sobre la opresión de las mujeres (acusación que cabría a varios “marxistas” pero que de ningún modo alcanza para rebatir la superioridad del marxismo como método y teoría para pensar y cuestionar el patriarcado, caro socio del capitalismo). Privadas de los derechos más elementales, las mujeres son las mayores perdedoras en la sociedad del desempleo, las workhouses y el disciplinamiento social. La asfixia que transmiten las historias deja entrever también el yugo que representa la moral burguesa para las mujeres. Alcanza con leer el relato de la joven que, ante la deshonra y la ignominia del sexo prematrimonial, prefiere matarse. La historia de la señora de M., que incluso al momento de quitarse la vida sopesa el problema de la honra y se ata el vestido a los tobillos. O la joven que acude a un médico para practicarse un aborto (ilegal), y le pide que él elija su vida o su muerte porque ella no puede tomar esa decisión. Marx describe claramente el rol de la familia en la nueva sociedad capitalista: “La revolución no ha hecho caer a todas las tiranías; los disgustos que se han reprochado a los poderes arbitrarios subsisten en las familias…” (pág. 71). Y aunque no retomará la temática, salvo de forma tangencial, la tradición marxista se ocupará del problema de la familia, empezando por trabajos como El origen de la familia, la propiedad y el Estado de Engels, que hasta hoy sigue siendo un punto de referencia para marxistas y no marxistas. En esta lectura de Marx, se expresa claramente la identidad entre matrimonio y propiedad, con el lugar de sumisión reservado para las mujeres, que aparecerán como una posesión más: “La desgraciada esposa fue así condenada a la esclavitud más intolerable, controlada por el señor de M con la ayuda del Code Civil [Código Civil]1 y el derecho de propiedad. Base de las diferencias sociales que vuelven al amor independiente de los libres sentimientos de los amantes y permitía al marido celoso encerrar a su esposa con los mismos cerrojos con los que el avaro cierra los baúles de su cofre. La mujer es parte del inventario” (pág. 83). En el sentido de esta correspondencia, es interesante la reflexión de González Varela, a cargo de la edición española: “Un anticipo sorprendente de la consigna ‘The Personal is Political’ [lo personal es político, consigna

del movimiento feminista] que se hizo de masas a fines de los 1960’s, para Marx lo político subsume todas las relaciones de poder (privadas y públicas), que no se reduce a la política profesional burguesa, ni a la competición electoral”2. Este puñado de historias, un pequeño recorte de las relaciones personales, se suma a la desesperación de no poder siquiera ser explotado, como el obrero que se suicida para no ser una carga para su esposa e hijas. Para una profunda denuncia de las injusticias sociales bastan los archivos del propio Peuchet, que ve la urgencia de impulsar reformas para “remediar las injusticias”, en sus palabras. Será a través de la lectura de Marx que quedará planteada la necesidad de una transformación radical: “…fuera de una reforma total del orden social actual, todos los intentos de cambio serán inútiles” (pág. 71). Superan esta reseña otras reflexiones surgidas de los escritos, tanto de las anotaciones de Marx como de Peuchet. El suicido, tal como lo muestran los archivos utilizados, es un fenómeno que trasvasa las divisiones de clase, sin embargo es innegable (en el siglo XVIII y en el XXI) que golpea más duramente a los desposeídos, aquella “cantidad inaudita de clases dejadas por doquier en la miseria; y los parias sociales, golpeados por un brutal desprecio…”, como los llama Peuchet (pág. 69). La sociedad actual continúa signada por ese “brutal desprecio”, plagada hoy de viejos y nuevos problemas. Textos como Acerca del suicidio cobran en este marco de decadencia social una vigencia incontestable. Acaso podríamos hacernos la misma pregunta que se hizo Marx en 1846, en la Foxconn de la esclavitud moderna china o la Telecom francesa, empresas insignia del suicidio como escape de la desesperación obrera; ni hablar de los suicidios de quien lo pierde todo a manos de los bancos, una postal aterradoramente actual de la crisis económica: “¿Qué clase de sociedad es ésta, en la que se encuentra en el seno de millones de almas, la más profunda soledad; en la que uno puede tener el deseo inexorable de matarse, sin que nadie pueda presentirlo? Esta sociedad no es una sociedad; como dice Rousseau, es un desierto, poblado por fieras salvajes” (pág. 70).

1  En francés en el original y aclaración correspondiente a la presente edición. 2  Entrevista disponible en www.lahaine.org.


IdZ Agosto

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EL PROFETA MUDO, de Joseph Roth

Barcelona, Acantilado, 2012.

Demian Paredes

¿Una “novela perdida sobre Trotsky”? La editorial española Acantilado, que ya ha editado una quincena de títulos del autor, acaba de publicar El profeta mudo, de Joseph Roth. Presentada como una “novela sobre Trotsky”, que se creía perdida desde hace varias décadas, se suma ahora a otras obras de similar temática publicadas recientemente: a la reconocida El hombre que amaba a los perros, del cubano Leonardo Padura, y a Laguna, de la norteamericana Barbara Kingsolver. La historia, como buena parte de la obra literaria y periodística de Roth, se centra en los albores de la Primera Guerra Mundial; pasará por el triunfo de la Revolución Rusa de 1917; y seguirá su derrotero de aislamiento internacional y burocratización. Escrita tras la experiencia de haber sido corresponsal en Rusia durante varios meses para la Frankfurter Zeitung desde mediados de 1926, Roth sitúa el comienzo de su novela en una habitación de un hotel de Moscú, en momentos donde se libran en la URSS y en la Internacional Comunista (ambas en pleno proceso de burocratización) duras batallas políticas entre el estalinismo y el trotskismo, al finalizar ese año 26. Allí, una persona –el narrador– recuerda, ante dos oyentes (“los únicos que, no teniendo cargos oficiales, tampoco temieron escuchar la verdad”), la experiencia de Friedrich Kargan, protagonista de la historia. Nacido en Odesa, Friedrich, adolescente, comienza a interesarse y a contactarse con gente para sumarse a “la causa”: se hace revolucionario en el mismo momento que, en Europa, existía una exaltada “juventud [que] aún no soñaba que muy pronto sería diezmada por una guerra mundial” (en gran parte de la obra de Roth, la Primera Guerra Mundial es un parteaguas fundamental en la historia y en las historias de sus personajes). El protagonista terminará, como la mayoría de los revolucionarios, desterrado. En Siberia, con sus inhóspitas extensiones (donde “la misma libertad es una cárcel”), se escuchará la primera “profecía”. Ante las grandes convulsiones que provoca la guerra, los “profetas” exiliados retornarán (y verán “el entusiasmo belicista del país” que,

sin embargo, “eran, como se vería más tarde, los últimos momentos brillantes del zar”). La revolución triunfa, lo que impulsa nuevos anuncios, “profecías”, acerca de las luchas en el mundo, en medio de las catástrofes, del lodo y sangre de la guerra. Y en la nueva Rusia, la revolución se encontrará con nuevos problemas: retorna el viejo “funcionariado” del régimen burgués-zarista que había sido poco antes desplazado del Estado, al mismo tiempo que una joven generación se mostrará escéptica con las “profecías” que auguran próximas revoluciones triunfantes… Fiel a la revolución, titubeando ante un amor perdido, Friedrich renunciará a las comodidades de una revolución burocratizada, lo que decidirá su suerte. Ahora bien: hasta acá la historia; ¿pero estamos (o no) ante una “novela sobre Trotsky”? Si bien no hay ningún personaje que encarne más o menos fielmente a Trotsky es evidente que la historia que se cuenta es la que efectivamente ocurrió: es el gran drama histórico que opuso, tras la muerte de Lenin, a Trotsky contra Stalin por los destinos de una revolución que el mismo Roth vio y contó, admiró en muchas cosas y (finalmente) definió como “aburguesada” (podría pensarse incluso que esta “ausencia” de Trotsky en la novela tenga que ver con cierto escepticismo del autor: por ejemplo, el personaje de Friedrich es “fiel a la causa sin creer en ella”; otro personaje es más bien anarquista; y otro, oportunista; no hay ninguno que haya sido consecuentemente revolucionario en la lucha contra la burocratización, como lo hizo Trotsky, enfrentando lo que Roth plantea casi como una “ley histórica” acerca de que “los revolucionarios se volvían siempre a la derecha cuando empezaban a ejercer una actividad pública”). Por otra parte, y lamentablemente, no hay información en la –breve– nota del editor acerca de si el nombre de la novela –que remite, sin ninguna duda, al de la famosa trilogía biográfica de Trotsky escrita y publicada

posteriormente, durante las décadas de 1950 y 60, por Isaac Deutscher– fue puesto por el mismo Roth… Nacido en Galitzia –actual Ucrania– en 1894, y fallecido en Francia en 1939, Joseph Roth era de origen judío (su esposa murió en los campos de concentración nazis); participó de la Primera Guerra Mundial, se hizo comunista “cuando mataron a Rosa Luxemburgo” (como recordó recientemente, en un artículo, el escritor Juan Forn) y luego giró hacia un conservadurismo añorante de los “buenos viejos tiempos” del Imperio austro-húngaro (ésos que retrató magníficamente –en su hundimiento– en La marcha Radetzky). Su escritura, incisiva, inventiva, hecha –podría decirse– de una impresionante síntesis del “naturalismo” y el “realismo” del siglo XIX (relata por ejemplo, en todos sus detalles, la situación y rol social de las mujeres, antes, durante y después de la guerra; al mismo tiempo que sus “personajes ficcionales” se debaten en medio de verdaderos acontecimientos históricos), junto a un tono ágil y hasta divertido (los personajes de Roth, sean de la condición que sean, poseen una profunda carga de humanidad), es sumamente prolífica. Ahí están para demostrarlo tanto las publicaciones de trabajos inéditos como las reediciones de sus decenas de novelas, relatos y crónicas periodísticas: Viaje a Rusia, Crónicas berlinesas, El juicio de la historia, La cripta de los capuchinos, Job, La leyenda del santo bebedor, además de un gran volumen de Cartas (1911-1939), entre (muchas) otras. El autor de Hotel Savoy observó y dio cuenta de los grandes cambios y convulsiones en Europa –por ejemplo, Hans Magnus Enzensberger menciona en su Hammerstein o el tesón las novelas y reportajes de Roth como claros testigos de lo que fue la fracasada República de Weimar–, ofreciendo frescas y sorprendentes crónicas junto a retratos personales y psicológicos de variadísimos matices. Hablamos, por supuesto, de uno de los más importantes escritores centroeuropeos de la primera mitad del siglo XX.

PUBLICACIONES DE EDICIONES IPS-CEIP LA LUCHA CONTRA EL FASCISMO EN ALEMANIA León Trotsky

El tercer volumen de las Obras Escogidas de León Trotsky es una selección de los textos que escribió sobre la situación de Alemania en los años ‘20 y ‘30, identificando el peligro del ascenso del fascismo. Trotsky demuestra a través de sus escritos cómo el triunfo político y militar del fascismo sobre la clase obrera no era inevitable, entreviendo las posibilidades de derrotarlo desarrollando políticas de frente único (mediante distintas formas: control obrero, soviets, comités de fábrica y de autodefensa). De aquí la vitalidad de sus escritos.


IT F L A N A Y O P A S A T TIS ES, DOCENTES Y AR

INTELECTUAL

, Frente de Izquierda y de los Trabajadores Los abajo firmantes llamamos a votar al ierda Izqu e as alist ido de los Trabajadores Soci conformado por el Partido Obrero, el Part iva rnat alte izquierda tiene que desarrollar una Socialista, porque consideramos que la de los implica su independencia de cualquiera política propia de los trabajadores. Ello rentes dife sus en r sito opo sta o del peronismo bloques capitalistas del gobierno kirchneri Para . nza” “Alia constituir nuevas versiones de la variantes, así como de quienes quieren ierda elección es consagrar diputados de izqu esa perspectiva política, el desafío de esta en el Congreso y las legislaturas.

talista plantea una salida a la presente crisis capi Apoyamos al Frente de Izquierda porque los s e históricos de los trabajadores y de todo en términos de los intereses inmediatos de un toral al servicio de la conquista política explotados, y ha colocado a la lucha elec n resió exp la es ores. El Frente de izquierda programa propio por parte de los trabajad o y de iern que enfrenta las persecuciones del gob política del sindicalismo antiburocrático laboral, ra el trabajo en negro y la precarización la burocracia sindical, de las luchas cont ra la cont s, lado jubi y por el 82% móvil para los por la anulación del impuesto al salario , por vron Che o icos a empresas imperialistas com entrega “noventista” de recursos estratég onaje los aparatos de inteligencia que hacen espi la disolución de los “Proyecto X” y todos es, por el castigo a los asesinos de Mariano e infiltración a las organizaciones popular de los educación pública, contra la destrucción Ferreyra, a las luchas por la defensa de la el ales como la masacre de Once, contra servicios públicos que lleva a crímenes soci s ión de los Qom, contra la casta de político desplazamiento de sus tierras y persecuc los de a n) que se enriquecen a cost capitalistas (del gobierno y de la oposició los l por parte de las naciones imperialistas, trabajadores, contra la opresión naciona as iente, y contra todos los agravios e injustici monopolios que destruyen el medio amb de te Fren del trabajador. Una bancada que cotidianamente sufre nuestro pueblo tica desarrollar, por medio de una acción polí Izquierda será un gran punto de apoyo para ción propios de los explotados, así como sistemática, un programa y una organiza tos de s contra los intentos de descargar los efec denunciar y fortalecer la lucha en las calle y el pueblo pobre. la crisis capitalista sobre los trabajadores lectuales, docentes, trabajadores de la Por estas razones, los abajo firmantes, inte ierda, s a apoyar y a desarrollar al Frente de Izqu educación, el arte y la cultura, llamamo una en men sfor ierda y del socialismo se tran para que las banderas históricas de la izqu ajadores. alternativa política para millones de trab

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