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IDEAS DE IZQUIERDA
SUMARIO 3 6
EL “NUEVO GOBIERNO” KIRCHNERISTA Christian Castillo IZQUIERDA Y MOVIMIENTO OBRERO EN LA HISTORIA ARGENTINA Hernán Camarero
9 CLASE Y TERRITORIO Paula Varela y Adriana Collado
12 LOS SINDICATOS Y LA ESTRATEGIA Juan Dal Maso y Fernando Rosso
15 KEYNES Y LA LEY DEL VALOR TRABAJO Paula Bach
18 DOSSIER POCOS DERECHOS, MUCHAS FRONTERAS Azul Picón y Manuel Ajuacho MIGRACIÓN AFRICANA Juan Manuel Quiroga CIUDADANOS A MEDIAS Ivana Otero “SUFRIMOS EL MALTRATO Y LAS HUMILLACIONES DE LA PATRONAL” Entrevista a Yuri Fernández
STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri, Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Fernando Rosso, Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Esteban Mercatante, Celeste Murillo. COLABORAN EN ESTE NÚMERO David Harvey, Mauricio Kartun, Adriana Collado, Paula Bach, Azul Picón, Manuel Ajuacho, Juan Manuel Quiroga, Ivana Otero, Yuri Fernández, Juan Andrés Gallardo, Eduardo Castilla, Santiago M. Roggerone, Gastón Gutiérrez, Demian Paredes, Pablo Anino, José L. Vita, Hernán Flores y Sofía Achigar. EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Mariano Mancuso, Anahí Rivera, Natalia Rizzo. PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com
www.ideasdeizquierda.org Entre Ríos 140 5° A - C.A.B.A. | CP: 1079 - 4372-0590 Distribuye en CABA y GBA Distriloberto www.distriloberto.com.ar ISSN: 2344-9454
24 “ES IMPRESIONANTE LO REFRESCANTE QUE ES LEER HOY 44 VIOLENCIA, POLÍTICA Y REVOLUCIÓN EN LOS ‘70 EL MANIFIESTO COMUNISTA” Entrevista a David Harvey
27 ¿LA “MERCANTILIZACIÓN” DEL SABER NACIÓ CON EL NEOLIBERALISMO? Emmanuel Barot
30 EL IMPERIO CONTRAATACA Esteban Mercatante
33 “GIRO A LA IZQUIERDA” EN LA POLÍTICA NORTEAMERICANA Celeste Murillo y Juan Andrés Gallardo
36 PARAGUAY: NUEVO GOBIERNO PERO VIEJOS PROBLEMAS SIN RESOLVER Alejandro Schneider
38 “UN ESCRITOR ES UN PENSADOR EN UN SOPORTE DIFERENTE” Entrevista a Mauricio Kartun
41 PASADO Y PRESENTE Ariane Díaz
Eduardo Castilla
46 RESEÑA DE EL MARXISMO EN LA ENCRUCIJADA, DE ARIEL PETRUCCELLI Santiago M. Roggerone
47 RESEÑA DE DIARIO DE UN AMA DE CASA DESQUICIADA, DE SUE KAUFMAN Celeste Murillo
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Foto: www.infobae.com
El “nuevo gobierno” kirchnerista Christian Castillo Sociólogo, docente de la UBA y de la UNLP, dirigente del PTS y diputado provincial por el FIT (pcia. de Buenos Aires).
La vuelta de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, luego de las cinco semanas de licencia tomadas por su enfermedad, vino con importantes cambios en el elenco de gobierno. Los más importantes en toda la década kirchnerista. Los cambios son hijos de la derrota del 27 de octubre, cuando el oficialismo, si bien mantuvo la primera minoría a nivel nacional, cayó del 54 % al 33 % de los votos, perdiendo en los cinco distritos electorales más importantes (Provincia de Buenos Aires, CABA, Córdoba, Santa Fe y Mendoza). Particularmente dura resultó la derrota en “la provincia”, donde el Frente Renovador de Sergio Massa derrotó por un 44 % a un 32 % a la lista del Frente Para la Victoria encabezada por Martín Insaurralde. De nada le valió al intendente de Lomas de Zamora dar más protagonismo a Scioli en la campaña y tomar la agenda derechista de su rival. Su amplia derrota
tuvo consecuencias no solo en la provincia sino a nivel nacional. La debilidad política provocada por el resultado electoral se combina con la crisis que afecta al esquema económico1, expresada en el drenaje permanente de reservas y en los altos niveles de inflación. Es evidente que la política de parches “a lo Moreno” no resultó. Desde que fue adoptado el “cepo” cambiario a fines de 2011 la baja en reservas fue de 47.600 a 31.100 millones de dólares. Para enfrentar la debilidad política poselectoral y las turbulencias económicas, el kirchnerismo ha dado un paso cargado de contradicciones con el nombramiento como jefe de Gabinete de Jorge Capitanich, hasta entonces gobernador del Chaco, más allá de que en la coyuntura esta jugada le permita oxígeno político y mostrar una imagen de renovación. Esta medida fue acompañada con el nombramiento de Axel
Kicillof al frente del Ministerio de Economía y Finanzas, trasladando a Hernán Lorenzino a una unidad especial para la reestructuración de la deuda pública. También fueron desplazados Mercedes Marcó del Pont de la presidencia del Banco Central (reemplazada por Juan Carlos Fábrega) y, con mayor importancia política, Guillermo Moreno de la Secretaría de Comercio Interior, algo reclamado por toda la oposición. Por último, hubo también recambio en el Ministerio de Agricultura, donde Carlos Casamiquela, hasta entonces al frente del INTA, reemplazó a Norberto Yahuar, derrotado en las elecciones de Chubut por Mario Das Neves.
Del “bonapartismo” cristinista al gobierno bifronte Capitanich, que ocupó ese mismo cargo unos meses bajo el gobierno de Duhalde, es »
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Ilustración: Iara Rueda
un hombre del Opus Dei y opositor acérrimo del derecho al aborto, que no hace mucho impulsó en Chaco la instalación de una base norteamericana. Llega a la jefatura de gabinete como expresión del resurgimiento de la “liga de los gobernadores”, en particular los del NEA y el NOA, habiendo sido uno de los pocos mandatarios oficialistas que obtuvieron un triunfo rotundo en octubre. Desde el nuevo lugar que ocupa intentará posicionarse como postulante presidencial del Frente Para la Victoria en 2015, en competencia directa con Daniel Scioli, que se consideraba el depositario natural de esa candidatura una vez descartada la posibilidad de reelección de Cristina. Por ahora, Capitanich le ganó la pulseada al otro gobernador que sonaba fuerte para el recambio ministerial, Sergio Urribarri, mandatario de Entre Ríos. Cristina, por su parte, alienta esta pluralidad de posibles candidaturas oficialistas como forma de tratar de retener el mayor poder posible en la coalición gobernante hasta el final del mandato. El cambio producido no es menor. El de los Kirchner siempre fue un gobierno con fuertes rasgos “bonapartistas”, caracterizado por la omnipresencia y arbitraje permanente de la figura presidencial, primero bicéfalo y desde la muerte de Néstor con el poder gubernamental concentrado en CFK. Ahora el gobierno tiende a ser bifronte, con un rol inicial de la presidenta más retraído y Capitanich actuando hiperquinéticamente en la gestión cotidiana, incluyendo conferencias de prensa diarias al estilo de Carlos Corach durante la gestión menemista. Varios analistas señalan la magnitud del cambio planteando y que es el primer jefe de gabinete “en serio” desde que la
figura fue introducida en la reforma constitucional de 1994. Lo cierto es que la dirección cotidiana de los asuntos de gobierno pasa a estar en mano de uno de los “gobernas” del PJ, con una presencia que no es muy difícil pronosticar que más tarde o más temprano provocará roces con la presidenta, sobre todo si Capitanich se asienta políticamente y crece su figura como sucesor presidencial. Y esto se da en medio de un panorama político volátil en lo que hace a la conformación de las coaliciones políticas que competirán por la presidencia en 2015, con límites difusos entre el oficialismo y la oposición. ¿Scioli irá a una competencia interna contra Capitanich y/o Urribarri en el bloque oficialista? ¿O romperá y jugará en una interna con Sergio Massa, hasta no hace mucho parte también del oficialismo? ¿Massa jugará solo, irá a una interna con Macri o por su falta de estructura nacional tendrá que ir a una suerte de gran interna peronista? Estas hipótesis (algunas más probables que otras, es cierto), que hoy son parte de la especulación de los politólogos, expresan que todos los vencedores de octubre lo fueron en términos relativos, que el agotamiento del ciclo kirchnerista se está dando en forma gradual y no catastrófica dejando por ahora un escenario político fluido en lo que hace a la conformación de los distintos espacios políticos de la clase dominante.
Los “heterodoxos” aplicando políticas “ortodoxas” Durante todos estos años los economistas “progres” aliados al gobierno se autodefinieron como “heterodoxos” para diferenciarse tanto de las “recetas neoliberales” de los “ortodoxos” como del punto de vista marxista. Los “heterodoxos”, que tienen a Keynes entre sus autores preferidos, gustan presentarse como los que responden con soluciones particulares a problemas específicos. Se la pasaron presentando a la política kirchnerista como ejemplo de desafío a las recetas fondomonetaristas cuando en realidad la política económica K se basó en dos pilares: el trabajo sucio de la devaluación realizado por el duhaldismo, que produjo una caída del 40% en el salario real promedio y abarató los costos locales en general, y el cambio de condiciones internacionales que favorecieron con altos precios a las exportaciones argentinas. Su tan festejado “desendeudamiento” fue en realidad un “pago serial” de U$S 173.000 millones, como confesó la propia presidenta. Pero lo cierto es que desde la llegada de Axel Kicillof y su equipo al Ministerio de Economía todas las medidas tomadas han contado con el aplauso de la derecha y la “ortodoxia”
local, en particular el anuncio de un acuerdo con Repsol para indemnizar a la multinacional española por la expropiación del porcentaje de acciones de esta compañía en YPF, que permitieron al estado controlar el 51 % de la empresa y con ello contar con su dirección. El acuerdo fue alentado por la empresa petrolera mexicana PEMEX, que es el tercer accionista de Repsol y busca la concesión de áreas de explotación en Vaca Muerta. Se comenta que hubo intervención directa de los gobiernos de México y del Estado Español (y muy posiblemente EE.UU., país de donde proviene Chevron), que llevaron a un compromiso inicial donde el Estado argentino entregaría a Repsol una cifra que va de U$S 5.000 a U$S 8.000 millones, un premio para una empresa caracterizada por saqueo voraz de los recursos petroleros y gasíferos que llevó al país a una caída en la producción y a un alto déficit energético. Hay trabajos que sostienen que el análisis de los balances presentados por YPF-Repsol, haciendo un cálculo conservador, dan que por su política de desinversión y giro de dividendos es la empresa española la que debería indemnizar al Estado argentino en, al menos, U$S 4.000 millones, a lo que debería sumarse el daño ambiental más los gastos que demandó la pérdida del autoabastecimiento energético. Tal es el entreguismo del gobierno con Repsol que Macri se dio el gusto de declarar que “Cristina se está pareciendo cada vez más al PRO”, y los diarios de la “opo” se vienen haciendo una panzada contrastando las declaraciones “nacionales y populares” de Kicillof cuando se expropiaron las acciones de Repsol con la orientación de la política petrolera actual. Joaquín Morales Solá da cuenta de esto mismo cuando señala la incomodidad de los sectores “progresistas” de la coalición de gobierno con la nueva orientación: “El cristinismo radicalizado toma distancia. Ni el discurso ni la acción del gobierno lo conforman. No se envolvió en la bandera de la revolución para terminar aplaudiendo un acuerdo con Repsol ni, mucho menos, con el Fondo Monetario, con el Club de París, con los tribunales internacionales del CIADI ni con los fondos buitre. Cristina Kirchner está en un territorio desconocido: la aplauden opositores y empresarios, pero calla el núcleo duro del populismo kirchnerista” (“Cristina obligada a ser otra”, La Nación, 30-11-2013). El arreglo en torno a Repsol es cierto que era previsible. Miguel Galluccio, cuya experiencia provenía de su actuación como gerente en la empresa norteamericana de servicios petroleros Schlumberger, no fue nombrado al frente de YPF para llevar adelante una política que defienda la “soberanía nacional”, sino para entregar nuevamente los recursos energéticos a otras multinacionales, como lo vimos en el acuerdo de saqueo
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firmado con Chevron para la explotación de parte de Vaca Muerta en Neuquén. Ahora todos los medios señalan su relación con el presidente de PEMEX, Emilio Lozoya, como clave para la realización del acuerdo con Repsol y los planes de alianza de la empresa mexicana con YPF2. La política típicamente liberal para el área petrolera y gasífera (aumento del precio de las naftas incluido) va acompañada del acuerdo para pagar a las empresas multinacionales con juicios en el CIADI contra Argentina, por una nueva negociación para cancelar la deuda con el Club de París y por una “normalización” de la relación con el FMI, como forma para comenzar un nuevo ciclo de endeudamiento, una de las formas que ve el gobierno para tratar de recomponer las reservas. A esto se agrega una aceleración del ritmo devaluatorio del peso frente al dólar, buscando cerrar la brecha entre la cotización del “dólar oficial” y el “dólar blue”. Esta orientación es justificada por el kirchnerismo, como necesaria para “atraer capitales para la inversión”. Con argumentos que son un déjà vu de los planteados por el menemismo en los denostados ´90. Pero la cuestión es que los acuerdos se realizan bajo las condiciones impuestas por las empresas u organismos imperialistas, y además se evita avanzar sobre las ganancias millonarias de la oligarquía y burguesía agraria o mediante impuestos a las grandes fortunas, que permitirían recursos para invertir en un desarrollo verdaderamente independiente. La naturaleza de este gobierno (así como de la oposición) impide tomar una perspectiva de este tipo. Pero es el producto de su no voluntad política y no de la “imposición de las circunstancias”. Este giro derechista en lo económico es acompañado en el terreno de los derechos democráticos por la media sanción de Senadores de una reforma reaccionaria y antiobrera del Código Civil.
Los desafíos de la izquierda Mientras el oficialismo se recuesta en una fracción de los gobernadores del PJ y gira a derecha para tratar de administrar su “fin de ciclo”, la clase trabajadora tiene por delante enfrentar las consecuencias del ajuste en curso, con salarios que caen frente al incremento de la inflación y la negativa del gobierno a dar cualquier tipo de compensación salarial a los trabajadores del estado, a los jubilados y a los que cobran la Asignación Universal por Hijo. La burocracia sindical se encuentra en una crisis de envergadura, fragmentada en cinco centrales diferentes y sin rumbo ni orientación para hacer frente a su creciente deslegitimación, con sectores que alientan una reforma parcial del “modelo sindical” (como Facundo Moyano y su proyecto de incluir a las minorías en las directivas sindicales y limitar el tiempo de reelección) para tratar
de contener el avance de los sectores combativos y otros que se resisten a todo cambio. Para las clases dominantes la crisis de la burocracia sindical es un elemento preocupante, que está motivando la intervención misma del Papa Francisco, que recibió a varios miembros de la CGT “Balcarce” con un llamado a la “unidad sindical”. Recientemente, el abogado asesor de las patronales, Julián De Diego, que brega por limitar las paritarias y acordar un pacto social que ponga tope a los aumentos salariales, afirmó: “No sería viable en este contexto que los gremios acepten ajustes regresivos, escalonados, y que tengan por fin retrotraer la inflación. Sería un retroceso para los dirigentes, una clara pérdida de los logros de los últimos once años, y sobre todo, una fuente de innumerables quejas, reclamos y hasta controversias con los disidentes, con los grupos opositores, y sobre todo, con los grupos de izquierda, que por primera vez en más de cincuenta años, avanzan sobre las estructuras sindicales justicialistas tradicionales” (El Cronista, 16-11-2013, destacado nuestro). De Diego da en la tecla respecto de la magnitud del fenómeno que estamos presenciando en la clase obrera. Aun con un peso todavía minoritario de las estructuras sindicales aunque significativo, se abre la perspectiva para la izquierda clasista de disputar no solo la conducción de comisiones internas y cuerpos de delegados sino de los mismos sindicatos, algo que solo ocurrió episódicamente desde que el peronismo y sus burocracias sindicales afines tomaron el control de los gremios (Ver artículo de H. Camarero en este número). El importante voto al Frente de Izquierda y de los Trabajadores en numerosas fábricas y establecimientos (que en algunos lugares llegó al 20, 30, 40 y hasta el 50 % de los trabajadores) así como las victorias en estos últimos meses de las listas combativas en Pepsico, Alicorp, (exJabón Federal), Coca Cola, Kraft, Donnelley y Lear (donde nuestro partido, el PTS, tiene activa intervención), en las elecciones de renovación de mandatos para las comisiones internas son claramente indicativas de este proceso en curso, donde crece la influencia de la izquierda en la clase obrera disputando la base que el peronismo consideraba como propia. Lógicamente es un proceso heterogéneo y desigual pero extendido nacionalmente, que nos permite plantearnos el desafío en la próxima etapa de avanzar a la conquista de sindicatos, no para dejarlos tal cual son sino para conquistar la más plena independencia del Estado y para imponer la más amplia democracia sindical y la libertad de tendencias políticas. Queremos transformar de raíz las formas de organización de los sindicatos para evitar la burocratización, incluyendo entre otros puntos la rotatividad en los puestos de dirección y
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la representación de las minorías en las comisiones directivas. En ese sentido, tenemos el ejemplo de la reforma del estatuto del Sindicato Ceramista de Neuquén impulsada por la lista Marrón que integran los ceramistas del PTS junto a compañeros independientes. Un sindicato caracterizado no solo por implementar estas medidas sino por tener una política permanente de coordinación y reagrupamiento con otros sectores de la clase obrera tanto local como nacionalmente, así como una política hegemónica hacia otros sectores oprimidos. Las bancas que hemos conseguido en el parlamento nacional y en las legislaturas de varias provincias tendrán entre sus principales objetivos aportar a este objetivo de conquista de los sindicatos por la izquierda (Ver artículo de J. Dal Maso y F. Rosso en este número). El otro gran desafío que nos plantea la votación del Frente de Izquierda es avanzar en la construcción del gran partido revolucionario que requiere la clase obrera para vencer. El curso tomado por el gobierno muestra el fin de la ilusión de los sectores progresistas del kirchnerismo, que sostuvieron que siendo parte de una misma coalición con el peronismo conservador de los gobernadores e intendentes y con la burocracia sindical podrían lograrse transformaciones favorables a los intereses de la clase trabajadora. Que desde el control del aparato gubernamental podían recrear una burguesía nacional que se orientara en función del interés nacional. Han sido desmentidos por los crudos hechos, con un gobierno que toma medidas que aplauden los discípulos de Milton Friedman. La conclusión es clara: no hay posibilidad de emancipación social verdadera si la clase trabajadora no se transforma en un sujeto político independiente con la capacidad de encabezar la lucha del conjunto de los oprimidos para terminar con el poder de los explotadores y su Estado, y comenzar la construcción de una sociedad sin explotadores y explotados. Nada más y nada menos que esto es lo que nos proponemos.
1. Algunos analistas hablan de una suerte de esquema económico “K2”, basado en el control de precios y subsidios, que habría reemplazado al “K1”, caracterizado por el superávit gemelo (ver Luis Tonelli, Capitanich a la gestión, Cristina al poder, en El Estadista 91, 29/11/13). Lo que oculta esta definición es que el “K2” es hijo directo del “K1”, un intento fallido de lidiar con sus contradicciones y las tendencias a su agotamiento. 2. El acuerdo consistiría en la concesión de pozos convencionales en México para YPF que cuenta con experiencia para la explotación de yacimientos con producción en caída a cambio de la participación de PEMEX en Vaca Muerta.
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POLÍTICA
IZQUIERDA Y MOVIMIENTO OBRERO EN LA historia ARGENTINA
Ilustraciones: Mariano Mancuso
Hernán Camarero Historiador, docente de la Universidad de Buenos Aires, Investigador del CONICET. Autor del libro A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935.
Un elemento de la actual situación política argentina es la gravitante presencia de la izquierda trotskista, congregada desde abril de 2011 en el FIT, frente impulsado por el PO, el PTS e IS, con el apoyo de otros grupos, activistas sindicales y populares e intelectuales socialistas independientes. Su progreso es evidente y, en el marco del fin de ciclo kirchnerista, promueve la hipótesis de la consolidación de una franja política de izquierda anticapitalista, en oposición a las alternativas patronales, peronistas, derechistas y centroizquierdistas. En efecto, desde su debut, con aquel destacado medio millón de votos en los comicios de las PASO de agosto de 2011,
el frente se expandió (incluso a nivel geográfico, en casi todas las zonas del país), hasta llegar 1.200.000 sufragios conseguidos en las recientes elecciones de octubre, en las que conquistó un inédito número de legisladores nacionales y provinciales. El hecho corre en paralelo con la expansión de la izquierda clasista entre los trabajadores, donde se vienen multiplicando, desde hace varios años, los avances de ésta, en algunos casos vinculados a procesos de lucha, en comisiones internas y seccionales de sindicatos (docentes, alimentación, gráficos, ferroviarios, subte, mecánicos, entre otros). A ello se suman también los progresos de la izquierda revolucionaria
entre el estudiantado, diversos movimientos sociales y el mundo intelectual-cultural. Las condiciones parecen abrir la posibilidad para acentuar este salto político de la izquierda y, sobre todo, de su inserción en el movimiento obrero, en disputa con la burocracia sindical y el peronismo. Este fenómeno puede (y debe) ser analizado de varias maneras, tomando en consideración la propia configuración del sujeto socio-político en cuestión, en el contexto de las tendencias actuales o de mediano plazo de la lucha de clases, del devenir de la situación política y de la dinámica de la economía capitalista. Pero también exige el aporte de una mirada diacrónica y
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de larga duración que, con la distancia del tiempo histórico, permita ubicar el actual proceso en el que se encuentra la izquierda y el movimiento obrero en la Argentina como parte de una trayectoria mucho más amplia. Ello puede contribuir a identificar ciertos rasgos, problemas y desafíos comunes y diferenciados con anteriores experiencias. Quiero aportar en este sentido. La tarea no es fácil, pues requiere de un esfuerzo de síntesis y precisión conceptual. El escaso espacio apenas me deja proponer aquí un muy esquemático recorrido. Presentaré ciertos tópicos fundamentales y estaciones en las cuales habría que detenerse para extraer conclusiones acerca de los programas y objetivos, las estrategias y tácticas, las formas de organización y lucha sindical, política y electoral, que el movimiento obrero y la izquierda exhibieron en su existencia de más de un siglo.
La izquierda en la formación y primer desarrollo del movimiento obrero Contra las concepciones objetivistas y populistas en el estudio de la clase obrera, debe recordarse que la izquierda y el movimiento obrero emergieron en la Argentina en un mismo parto histórico y coadyuvaron en sus propias constituciones, así como en las siguientes décadas lo hicieron en sus reconfiguraciones, potencialidades y limitaciones. Durante las tres últimas décadas del siglo XIX hubo un embrionario proceso de organización y de lucha de clases, en el cual los asalariados encontraron en los marxistas y anarquistas los cuadros efectivos para la conformación de un nuevo movimiento social, aún difuso y precario. Fue el anarquismo quien canalizó las tendencias a la acción directa, a la agrupación de los explotados en el momento de la lucha y a las ensoñaciones de las prácticas prefigurativas. La voluntad revolucionaria de los anarquistas fue incuestionable: la heroica FORA y sus aguerridas huelgas generales hasta 1910 son un testimonio. Pero diluyeron la potencialidad de los trabajadores como actor unificado en una orientación que no era estrictamente clasista ni logró sortear la intrascendencia del movimientismo organizativo y que bloqueó el desenvolvimiento político de los trabajadores. Su declamada lucha contra el poder del Estado oligárquico se dispersó en conflictos descoordinados, espontáneos y carentes de una estrategia revolucionaria eficaz. La tarea de construir un partido obrero debía correr por cuenta del PS. Pero, en especial desde que éste fue refundado por Juan B. Justo, a fines de la década de 1890, su compromiso con el marxismo fue tenue, careció de una orientación revolucionaria y devino en una fuerza adaptada a un programa mínimo. Se alienó de una presencia efectiva en la clase, se distanció de los conflictos y desarticuló
la lucha sindical de la política. El PS privilegió in extremis la participación electoral y parlamentaria, en las que tuvo una significación no despreciable entre 1912-1943. Pero ya el perfil no era el de un partido de los trabajadores, sino el de una corriente de civilismo republicanista y consustanciado con las reivindicaciones laborales solo en tanto ellas se pudieran traducir en iniciativas legislativas. Los trabajadores no dejaron de contar con esos diputados como aliados para algunos de sus reclamos, pero esta faena fue nula para la construcción de una alternativa que pugnara por la hegemonía obrera y el proyecto socialista. En parte como intento de superación de los límites del anarquismo y el PS fue que surgió y se desarrolló el sindicalismo revolucionario. Una corriente obrerista, que pretendió encontrar en la pura acción sindical la clave de bóveda de lo que inicialmente diseñó como un proyecto revolucionario. Anuló la dimensión política, sobre todo, la apuesta por un partido obrero. Su deriva fue inevitable. Si la apertura de la ley Sáenz Peña consumó la conversión del PS en un partido electoral-parlamentarista-reformista, ello también significó un salto en la adaptación del sindicalismo al intento integrador de los gobiernos de la UCR. Luego, los sindicalistas terminaron expresando los elementos más atrasados de la experiencia obrera: el apoliticismo, el reformismo economicista, el corporativismo y el burocratismo, como se evidenció en su dirección de la FORA IX y la CGT. El Partido Comunista fue una alternativa diferenciada. Inicialmente, desplegó una exitosa empresa de penetración y dirección de la clase obrera en los sitios de trabajo, en los conflictos y en las organizaciones sindicales. Y lo hizo vinculándola a la acción política revolucionaria, planteando a los trabajadores que era en ese plano en el que se producía el desenlace en la lucha contra el Capital, no solo en contra de los planteos políticamente neutralistas o de prescindencia ideológica de anarquistas y sindicalistas, sino también frente a la deriva reformista del PS. Durante los años veinte la participación electoral y la esporádica experiencia de ejercicio parlamentario a nivel municipal de los comunistas se desarrollaron en este sentido, aunque en los treinta ello se vio imposibilitado por la proscripción y persecución bajo el nuevo régimen conservador. El proceso de estalinización, en sintonía con el termidor soviético, anuló la potencialidad revolucionaria del PC desde todos los puntos de vista: programáticos, estratégicos y políticos. Primero lo condujo al desvarío de la sectaria y ultraizquierdista línea de “clase contra clase”; luego de 1935, lo definió en la estrategia del frente popular antifascista, ubicando al PC
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en la política de la conciliación de clases con la burguesía democrática y de la “revolución por etapas”, y alejándolo definitivamente de la lucha por el poder obrero y el socialismo.
Conquistas laborales, pérdida de la autonomía de clase y declive de la izquierda No es extraño, pues, que la izquierda en sus distintas expresiones no pudiera sobrellevar el mayúsculo desafío representado por el peronismo. Carente de posiciones firmes en el proletariado, en un sentido clasista y socialista, y políticamente desperfilada, dada su incapacidad para construir un partido con claridad programática y estratégica, las penurias de su cosecha electoral de 1946 fue la síntesis de un fracaso: no solo (o no tanto) por la escasa cantidad de votos, sino porque ellos se hallaban lesionados en su propia legitimidad al sumarse con los que expresaban la desconfianza patronal a las medidas laborales de Perón. Una izquierda distante de la clase obrera en casi todas sus formas. El peronismo resultó una experiencia decisiva, de consecuencias históricas. Un sofisticado movimiento nacionalista burgués que, merced a las excepcionales e irrepetibles condiciones económicas de mediados de los años cuarenta, logró montar un proyecto bonapartista, redistribucionista y estatista, basado en la sindicalización masiva y grandes pero coyunturales mejoras en el nivel de vida de los trabajadores. Lo que la clase obrera ganó en conquistas materiales y simbólicas, lo perdió como sujeto social y político: los trabajadores quedaron identificados con una ideología que no solo retomó y potenció al extremo las viejas tendencias reformistas y de conciliación de las anteriores décadas, sino que las metabolizó y grabó a fuego en la experiencia obrera. Coaguló una conciencia burguesa y heterónoma, partidaria del acuerdo “justo” con el Capital, dependiente del auxilio estatal e infectada con las más degradadas prácticas de mando de una poderosa burocracia sindical. Para la izquierda significó su marginalización política. Desde las variantes reformistas, en especial el disminuido socialismo, se optó por un ejercicio de oposición en clave liberal-republicana, que lo llevó a un destino definitivamente hostil al mundo de los trabajadores. El PC osciló entre ese perfil y un fallido intento de rescate del contenido “popular” y “antiimperialista” del peronismo. El trotskismo inició sus primeras experiencias de inserción aún moleculares en la clase obrera, intentando comprender el nuevo fenómeno nacionalista burgués. En la izquierda no faltaron los que concibieron la necesidad de disolverse en este último o de procurar actuar en su seno como » alas radicales.
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POLÍTICA
Resistencia, clasismo e izquierda revolucionaria El derrocamiento del peronismo en 1955 y las combativas luchas de resistencia de los trabajadores contra la racionalización industrial y la proscripción, permitió cierto debilitamiento de la burocracia y la emergencia de una nueva vanguardia obrera. Los trotskistas supieron consustanciarse con ese proceso y protagonizar experiencias de organización de base, pero sin lograr erigir un programa y una estrategia efectiva para autonomizarse y resistir la presión de la conciencia peronista y su detritus material, la burocracia. La reconstitución de esta última, bajo liderazgo vandorista, como producto de las derrotas y del rearmado del viejo modelo gremial peronista impulsado por Frondizi, fue acompañado de un ciclo que, si bien permitió momentos de agudización de los conflictos, estuvo signado por un relativo repliegue, más firmemente garantizado por la dictadura de Onganía. El nuevo ascenso de las luchas obreras, el surgimiento de una vanguardia sindical clasista más emancipada del peronismo y el inicio de una situación prerrevolucionaria, a partir del Cordobazo, volvieron a abrir para la izquierda la posibilidad de su fusión con el movimiento obrero y la construcción de una alternativa socialista revolucionaria. Para que ello finalmente no prosperara no solo operaron los factores objetivos, como lo fue la propia apuesta de la burguesía por intentar desmontar el ascenso y la radicalización obrera y juvenil con la represión, la convocatoria electoral, el regreso de Perón y los acuerdos interpartidarios, e incluso más tarde con el giro ultraderechista del gobierno peronista y su consumación en el golpe genocida de 1976, sino las propias limitaciones exhibidas
en el campo de la izquierda y de la vanguardia. Las tendencias clasistas se autoexcluyeron de una salida política, al renunciar a dar el paso hacia un partido obrero revolucionario (e incluso a algo más elemental, como un polo clasista en el plano electoral en 1973). El trotskismo, sobre todo el PST, en su debilidad relativa, pretendió pugnar por ese camino. Pero lo cierto es que el PC y otras fuerzas reformistas y frentepopulistas incidieron en sembrar ilusiones con sus programas de conciliación de clases con la burguesía nacional y/o el peronismo. Y el extenso y diverso conglomerado de organizaciones practicantes de la lucha armada foquista o guerrillera, que combinaban radicalidad o espectacularidad en los métodos con modestia en sus apuestas estratégicas, en general, articuladas bajo planteos frentepopulistas y de revolución por etapas (desde Montoneros al ERP), se alienaron del combate más necesario: el de orientar a la vanguardia para la tarea de conquistar la dirección del proletariado con un programa socialista y de independencia de clase, que derrotara a la burocracia y superara al peronismo. La dictadura y el terrorismo de Estado, lógicamente, terminaron de obturar estos procesos.
Nuevos contextos y desafíos La original continuidad de las tres décadas del “régimen del voto” supuso persistencias y transformaciones. Implica un cambio en las formas socio-políticas de dominación de la burguesía: pretende mantener el control despótico en la empresa para asegurar la subsunción del trabajo al Capital y procura bloquear la autonomía de base en la organización gremial y la independencia política de los trabajadores, mientras
permite un margen de legalidad para la intervención electoral de la izquierda. En los años ochenta, bajo el despliegue del proyecto alfonsinista, que buscaba la fragmentación y subordinación del movimiento obrero, y mientras el peronismo y la dirigencia sindical volvían a su juego de golpear y negociar para ofrecerse como mejores garantes del orden capitalista, la izquierda pudo protagonizar ciertas experiencias de reconstitución y crecimiento. Claro que estuvieron las de perfil reformista y frentepopulista, como el PI y el PC, pero fueron fuerzas menguantes (a excepción del PCR, que mantuvo ciertas posiciones). Fue el MAS el que, especialmente, fue ganando influencia en la clase obrera y organizó al activismo de base en combativas comisiones internas, de manera inédita para una fuerza trotskista. Finalmente estalló en una incesante división interna y se frustró como alternativa, producto de debilidades teórico-estratégicas, en la que se combinaron problemas de caracterización de la etapa y coyunturas, concepciones electoralistas e inconsecuencia en la lucha contra la burocracia. El agudo colapso económico hiperinflacionario y político de 1989 llevó ese crecimiento de la izquierda al plano electoral a su máxima expresión de la década, pero se trató de una conquista efímera. La crisis logró ser canalizada bajo los marcos del régimen con la entronización del menemismo y su ofensiva burguesa neoliberal, que replegó a un movimiento obrero enchalecado por una burocracia sindical adiestrada en su papel de entregadora de las luchas y reivindicaciones de los explotados. La izquierda revolucionaria se fue tonificando en los nuevos fenómenos de enfrentamiento que los trabajadores y desocupados protagonizaron frente al régimen de la convertibilidad y que, en la nueva crisis de 2001, promovieron los métodos de lucha piqueteros y las ocupaciones y puesta en funcionamiento de fábricas quebradas por la patronal. La década del kirchnerismo, un proyecto de reconstitución burgués de adaptación y respuesta a la brutal crisis capitalista de principios de este siglo, que generó nuevas tentativas en los vínculos con el movimiento obrero, la burocracia, el peronismo y cierto electorado progresista, y sobre todo el actual declive de semejante experiencia, es el contexto del proceso de expansión de la izquierda revolucionaria que se diagnosticó al comienzo de esta nota. El análisis de todas las experiencias históricas aquí apenas enumeradas constituyen una cantera, de la cual pueden extraerse fértiles balances para una historia del movimiento obrero y la izquierda que aporte a una reflexión sobre los actuales desafíos. Ello exige un programa de estudios acerca de problemáticas diversas: los marcos programáticos, estratégicos y tácticos para el desarrollo de una izquierda socialista y revolucionaria de masas; las disposiciones objetivas y subjetivas para insertarse y disputar la conciencia y la dirección del movimiento obrero a la burocracia y al peronismo, tanto en los niveles de base como en las estructuras sindicales; las formas de organización de la vanguardia y del partido, y sus modalidades de participación en el campo político, electoral y parlamentario.
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Clase y territorio La derrota electoral del kirchnerismo y la posterior designación de Capitanich han puesto en el centro del debate político la relación entre clase y territorio. Presentamos aquí algunas reflexiones al respecto.
Ilustración: Anahí Rivera
Paula Varela Politóloga, docente de la UBA, investigadora del CONICET. Adriana Collado Socióloga y docente de la UBA.
El fetiche del territorio (o el retorno a la apuesta menemista) En su muy interesante libro sobre La hegemonía menemista, Alberto Bonnet analiza la forma del Estado en los ‘90 como manera de escrutar los pilares sobre los que se sostuvo una hegemonía que fue parida en la violencia de la hiperinflación, pero que no se explica únicamente por su trauma de origen. Interesante entrada para analizar los cambios posderrota electoral del 27 de octubre, y para intentar evitar (no por vacua sino por muy transitada) la mirada coyunturalista (y politicista) sobre los cambios de ministros en el kirchnerismo y el retorno del territorio al primer plano de la estrategia gubernamental. Para mirar la forma del Estado, dice Bonnet, una clave está en observar su fragmentación funcional (división de poderes entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y geográfica (división de poderes entre nación, provincias y municipios). Vamos por esto último que es donde entra el territorio, eje
de esta primera parte de la nota. Entre las modificaciones menemistas, una de las fundamentales fue la descentralización geográfica de planificación, gestión, obtención y empleo de recursos, conocida como la transferencia del “gasto social” a las provincias y municipios. La educación pública (en sus instancias primaria, media y técnica), salud (a nivel primario), vivienda, infraestructura urbana (agua, cloacas, electricidad), y vialidad (excepto rutas nacionales). Frenemos aquí un segundo para mirar esta descentralización en clave de relaciones de fuerza entre las clases. La división de poderes (tan invocada por los republicanos como baluarte de salud de la democracia) es una estrategia de mantenimiento de equilibrios del poder expropiado a las masas a través del voto. Los juegos de controles entre poderes diferenciados (tanto funcional como geográficamente) operan estabilizando esa expropiación, manteniendo el poder en la maquinaria estatal e impidiendo su retorno a la usina de su constitución, a las masas
(además permite que respiren las tensiones entre las fracciones de la burguesía). Si tomamos la idea de Poulantzas acerca de que la función hegemónica del Estado capitalista respecto de las clases dominadas es impedir su organización política que posibilite la ruptura de su aislamiento, las formas que asume la división de poderes es una de las estrategias que se da el Estado para llevar a cabo esa función de despolitización de las masas1. La territorialización menemista fue la política de despolitización correspondiente a la fragmentación a nivel de la economía (altas tasas de desocupación y pobreza, precarización, desindicalización). Dice Bonnet: “Esto, por supuesto, no es sino la reproducción dentro de la forma del Estado de la dualización de la sociedad resultante de la reestructuración capitalista: los grupos sociales integrados son sometidos al disciplinamiento dinerario que sostiene la hegemonía menemista, mientras que los grupos marginalizados son mantenidos a raya mediante la asistencia y la represión”2. Como es sabido, esta territorialización tuvo dos consecuencias que llegan hasta la actualidad. A nivel del régimen político, modificó sustancialmente la importancia de los gobernadores en el equilibrio geográfico, transformando a la “liga de gobernadores” en el fiel de la balanza de las elecciones a nivel nacional. Hacia el interior del PJ esta territorialización se manifestó con el predominio de los referentes territoriales por sobre los sindicales y el abandono definitivo del sistema » del tercio3.
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“El giro al territorio permite vislumbrar el intento de restituir una hegemonía neoliberal y la preparación del PJ y del Estado para su ejercicio
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En el terreno de la lucha de clases, abrió la puerta a lo que hoy constituye parte de la tradición de organización y lucha de los trabajadores en Argentina: el protagonismo de un nuevo sector de asalariados, los estatales y docentes; y la experiencia de resistencia en los márgenes (geográficos y sociales) que daría luego los más fuertes movimientos piqueteros y revueltas del interior del país. Su traslado al conurbano bonaerense terminó de cocinar lo que en 2001 estallaría como crisis orgánica y perforaría el peronismo clientelizado. El kirchnerismo, fiel a la ambigüedad que lo constituye (expropiador y recordatorio del poder recuperado por las masas en 2001), combinó dos formas de expropiación de ese poder: mantuvo la territorialización como forma predominante del Estado, y lo combinó con algunas políticas de centralización: recursos directos a los intendentes del conurbano para neutralizar relativamente al gobernador bonaerense, que por su posición estratégica siempre presenta chances de desequilibrio del poder territorial (política que gestó lo que hoy se observa como “rebelión de los intendentes”), AUH y jubilaciones mínimas para nacionalizar la contención de los sectores más empobrecidos que fueron los que perforaron la trama de punteros peronistas con el movimiento piquetero, y paritarias para fortalecer la mediación de la burocracia sindical en el sector de asalariados (que hoy presenta un potencial problema para una línea de ajuste). Esto dio lo que María Esperanza Casullo4 describe como el núcleo duro de la coalición K: base trabajadora y pobre urbana y rural, al que se le sumaron sectores de las clases medias a través de organizaciones estudiantiles como La Cámpora, LGTB, artistas y académicos, y sectores progresistas en general. Lo que entró en crisis el 27 de octubre (en realidad tiene arbitraria fecha de inicio en 2012 con la
ruptura con Moyano y la disparada de la inflación), es ese núcleo duro. De allí que los cambios de gabinete, lejos de cosméticos, parecen más bien el intento de organizar (no solo por la sucesión del kirchnerismo ya auto-negado, sino sobre todo por la pervivencia del peronismo como partido de la contención en boxes hacia partido del orden), una hegemonía más sólida, una despolitización más imperforable. Y ese camino de definición va hacia el territorio y permite vislumbrar el intento de restituir una hegemonía neoliberal al tipo de lo que Jessop llamó (analizando el thatcherismo) el “proyecto hegemónico de dos naciones”: una incorporación al mercado de una minoría de trabajadores y una marginalización de una mayoría de trabajadores-pobres. El problema para este intento no es tanto el que pueda traer la minoría intensa de convencidos K (los aplausos palaciegos a la designación de Capitanich muestran la tendiente a cero capacidad de resistencia del avatar progresista, y sus intelectuales encabezan esa tendencia comenzando la autopsia del difunto vivo). El problema allí es el que pueda traer los 10 años de ejercicio de politización de los trabajadores. Es en este punto donde el 5 % del FIT cobra más importancia que lo que su porcentaje muestra: esos 1.200.000 votos operan sobre el sector que más “se empoderó” políticamente en los 10 años K a través del ejercicio de luchas reivindicativas pero también políticas. Y cuyo garante de despolitización, la burocracia sindical, sufre una doble debilidad: la que arrastra por su papel en la hegemonía menemista, y la que deviene de su fraccionamiento en 5 pedazos y se profundiza ahora con este giro territorial del gobierno y la puesta en duda del mecanismo que los llevó al cenit del protagonismo político: las “paritarias libres”. De allí que, la lectura sociologista que realiza buena parte de los analistas kirchneristas sobre el voto al FIT sea, paradógicamente, despolitizada.
“Clase media” con fuerza de overol El debate sobre la composición del voto al FIT resulta difícil de dilucidar en términos exclusivamente territoriales (aunque contemos con la inestimable ayuda de los mapas de Andy Tow), justamente porque la territorialización noventista ha tenido una consecuencia que dificulta la cuantificación socioeconómica del voto y su análisis político: la polarización (correspondiente a la dualización de la que hablábamos antes) entre dos tipos de territorios: el de las “clases medias” y el de los “sectores populares”. Esta polarización esconde una serie de trampas entre las que se encuentra una muy utilizada por algunos analistas kirchneristas pos 27 de octubre: equiparar esta dualización a la histórica división de los espacios de representación política en Argentina, la clase media para los radicales, los sectores populares para los peronistas. De allí a la conclusión de que los votos del FIT provienen del histórico gorilismo clasemediero solo basta una pizca del también histórico macartismo del peronismo. Analicemos entonces de qué se trata la “clase media” que figura en los mapeos electorales. En su análisis de la derrota kirchnerista, José Natanson realiza una afirmación que resulta interesante para esta discusión: “… aunque por supuesto una parte importante de los grupos medios que votaron al kirchnerismo en 2011 lo rechazaron el domingo 27, la causa central está en otro lado: mi tesis es que el problema principal no radica en los sectores medios sino (…) en lo que en otra ocasión preferimos definir como ‘nueva clase media’, ese 30 por ciento aproximado de la población que integran, entre otros, los trabajadores formales sindicalizados, los pequeños comerciantes, los cuentapropistas y los prestadores de servicios particulares. (…) En suma, los decepcionantes resultados obtenidos por el kirchnerismo se explican en buena medida por sus dificultades para retener al ‘moyanismo social’”5. Este “moyanismo social” no es homogéneo, está constituido, básicamente, por el crecimiento de los asalariados. El hecho de que Natanson lo lea como “nueva clase media” resulta un velo sociológico que oculta que el incremento de los trabajadores asalariados no constituye un problema de “nominaciones” de las clases, sino de relaciones de fuerza entre las clases en la medida que hablamos de un fortalecimiento de la clase obrera como fuerza social6. Observemos entonces los propios datos elaborados por el Ministerio de Trabajo. En sus investigaciones sobre el “impacto de los cambios ocupacionales en la estructura social de Argentina”, Palomino y Delle7 comparan los cambios de la PEA urbana en el 2003 y el 2011. Allí afirman que lo distintivo del período fue “la intensidad del proceso de asalarización reciente: el incremento del empleo asalariado fue de nueve puntos porcentuales”, pasando del 66,4 % a 75,5 %, lo que representó en términos absolutos la incorporación de 3,4 millones de trabajadores asalariados a la población ocupada urbana. Uno de los elementos más interesantes del análisis está en la cualificación del proceso de
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asalarización, porque permite percibir qué sectores de asalariados fueron los que más crecieron y acercarnos así a una identificación del “núcleo duro” de ese “moyanismo social”. Esta cualificación se basa en la comparación del crecimiento proporcional de “grupos ocupacionales” del empleo asalariado8. Los autores afirman que “entre 2003 y 2011 el mayor incremento fue el de los obreros calificados de la industria y los servicios asociados, que incluyen las actividades vinculadas con la industria manufacturera, la construcción, transporte, almacenamiento, telecomunicaciones, electricidad, gas y agua. Este grupo ocupacional, el más numeroso entre los asalariados, se expandió 65 %, lo que equivale a 1 millón de nuevos efectivos en el período, pasando de 1,6 a 2,6 millones de trabajadores, lo que representa un tercio del incremento de los asalariados. (….) Los dos grupos ocupacionales cuyo crecimiento sigue en importancia en el período fueron el de empleados administrativos, que crecieron 62 % y el de profesionales asalariados cuyo número se incrementó 46 %”. En síntesis, estas cifras permiten cuestionar dos falacias hermanadas en la discusión electoral. La primera, la que equipara las actuales “clases medias” con las históricas clases medias. Para desgracia de kirchneristas, lo que hoy conforma el núcleo duro de esa denominada clase media son los asalariados sindicalizados, cuyos grupos más fuertes pertenecen a la industria manufacturera y sus servicios, es decir, base de la UOM, SMATA, alimentación, gráficos e incluso, camioneros; y los que pertenecen a la administración pública nacional/ provincial/municipal, base de los gremios estatales entrenadas durante los noventa. O sea, se concentra en la clase trabajadora manufacturera sindicalizada, es decir, la histórica base peronista, y en los trabajadores estatales, el sector que encabezó la lucha de los trabajadores ocupados en la década del ‘90 y que puso en crisis (junto con los desocupados) a la liga de gobernadores y a la sub-liga de intendentes bonaerenses. La segunda falacia que esta lectura permite cuestionar es la identificación del voto al FIT con la histórica representación gorila-radical. Por el contrario, el núcleo duro del voto al FIT (que se complementa con un fuerte voto universitario-estudiantil en centros urbanos) está compuesto por los trabajadores que son la base de estas organizaciones sindicales donde, como señalan muchos analistas, el FIT y especialmente el PTS viene ganando posiciones. Estos trabajadores expresaron un descontento por izquierda que ya habían manifestado anticipadamente en algunas elecciones sindicales, en las cuales se han dado proceso de recuperación de internas y seccionales como en alimentación, gráficos, SMATA, SUTEBA, etc. Como contrapartida podemos también afirmar que luego de los resultados nacionales del FIT, aquel apoyo político volvió a las fábricas con los recientes triunfos, en las comisiones internas, de los trabajadores de izquierda en la alimenticia Kraft, en la mecánica Lear y en la gráfica Donneley. Finalmente queremos agregar que es una idea del sector más conservador del peronismo opinar
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“El núcleo duro de la mal llamada “nueva clase media” son los trabajadores sindicalizados concentrados en la industria y el Estado. La diferencia no es nominal, es de relaciones de fuerza.
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que los sectores “progresistas” solo se encuentran entre las “clases medias”. Ciertamente existe un sector de la clase obrera y de trabajadores asalariados que se vio interpelado por las propuestas del FIT, tales como el derecho al aborto, a que los diputados cobren igual que un docente o un trabajador, al restablecimiento de la jornada laboral y al fin de la precarización y flexibilización laboral, es decir, muchos de los “pendientes” del gobierno K. Estos trabajadores confluyen con fracciones progresistas de las clases medias urbanas, particularmente jóvenes que han hecho su experiencia de politización en colegios y universidades donde la izquierda viene ganando posiciones. Esto, para los K, debería ser más que preocupante, ya que en cierto sentido reedita, pero potenciado porque incluye a los trabajadores ocupados, la alianza pre 2001 que durante estos 10 años han bregado porque no se recomponga.
que la CTA popularizó (y aceptó) la territorialización menemista, es plausible de ser resignificada con un sentido político inverso. El de ganar el territorio desde las posiciones conquistadas en las fábricas, escuelas. dependencias estatales, seccionales sindicales y sindicatos nacionales. Ante el giro territorial del gobierno, de la fábrica al barrio permite pensar el recorrido (no geográfico sino político) de la conquista del territorio por parte de los trabajadores y la impugnación de la estrategia de fragmentación y despolitización de la burguesía.
Conclusión La política de retorno al territorio, que emerge de los cambios en el gabinete kirchnerista, es una política de reorganización de las fuerzas dentro del PJ (y en ese sentido, apertura de diversas chances para la sucesión) que permite observar, al menos en trazos, una estrategia de retorno a la dualización menemista y la preparación del peronismo y del Estado para el ejercicio de esa forma de hegemonía. Pero las actuales condiciones presentan dos modificaciones sustanciales respecto a aquellas de los ‘90. Una por defecto y otra por exceso. Adolece de la violencia fundacional que fue la hiperinflación y de la derrota de las masas en la resistencia. Acumula años de experiencia de lucha y organización entre los trabajadores que ha abierto la puerta a las ideas de izquierda, hoy potenciadas por el fin del nunca menos y el giro a derecha del kirchnerismo. En este contexto, la famosa frase de la derrota “de la fábrica al barrio” con
1. Aquí nos centramos en el territorio, pero no puede comprenderse esta función hegemónica sin analizar el papel de la burocracia sindical en Argentina. Véase la nota de Dal Maso y Rosso en este número. 2. La hegemonía menemista, Bs. As., Prometeo, 2008, p. 305. 3. Que garantizaba un tercio de las candidaturas del PJ para la rama sindical. 4. Véase “Los desafíos del kirchnerismo”, Le Monde Diplomatique 173, noviembre 2013. 5. Véase “El Futuro ya llegó”, Le Monde Diplomatique 173, Noviembre 2013. 6. No es objeto de esta nota realizar un debate entre la estratificación sociológica y la conceptualización marxista de las clases sociales. Véase Feijoo y Collado “Situación de la clase trabajadora”, en Lucha de Clases 5, 2005. 7. Véase “El impacto de los cambios ocupacionales en la estructura social argentina: 2003-2011”, Revista del Trabajo 10, año 8. 8. Ibídem, p. 208.
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Los sindicatos y LA estrategia
Ilustración: Anahí Rivera
JUAN DAL MASO Comité de redacción. FERNANDO ROSSO Comité de redacción. Los gramscianos argentinos abonaron la idea de que América Latina es una combinación de las formaciones político-sociales que Gramsci catalogó como “oriente” y “occidente”. Este era el fundamento para una estrategia que en nuestro subcontinente debía ser de “guerra de posiciones” (“occidente”) pero con alianzas “policlasistas” (“oriente”). Esa idea de la combinación oriente/occidente puede tomarse desde una óptica totalmente distinta, y más fiel al marco estratégico en que la distinción de ambos términos fue concebida. En este sentido, podría pensarse que en la Argentina sería más fácil tomar el poder que en EE. UU. (por comparación tendría rasgos más “orientales”, ya que la burguesía es más débil como clase nacional y no cuenta con el mismo
“consenso” y estabilidad estatal), pero más difícil que en la antigua Rusia (por comparación tendría rasgos más “occidentales”, ya que en la Rusia zarista no existía el sistema democráticoburgués ni el peronismo, que ha jugado el rol de “contención” que Gramsci asignaba en Occidente a la “sociedad civil”). En este contexto, uno de los aspectos que hacen más “occidental” a la sociedad argentina desde mediados del siglo pasado, es la constitución de los grandes sindicatos estatizados1. En esta nota nos proponemos indagar en el rol atribuido a los sindicatos en la tradición marxista clásica, en especial en el pensamiento de Trotsky, haciendo un “cruce” con algunas ideas de Gramsci, para reflexionar sobre la cuestión.
Partimos de que tanto Gramsci como Trotsky tenían una visión de la mayor complejidad de las condiciones para la revolución en Europa Occidental, pero posiciones distintas sobre cómo articular una estrategia para vencer: “En los Cuadernos de la Cárcel, […] Gramsci sostenía que ‘La estructura masiva de las democracias modernas tanto como organizaciones estatales o como complejo de asociaciones en la vida civil, constituyen para el arte político lo que las ‘trincheras’ y las fortificaciones permanentes del frente en la guerra de posiciones: hacen solamente ‘parcial’ el elemento de movimiento que antes era ‘toda’ la guerra’. Para Trotsky en este punto los problemas de la estrategia recién podían comenzar, la cuestión central estaba en cómo utilizar esas ‘fortificaciones’”2.
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Dentro de estas “trincheras”, Antonio Gramsci incluía los grandes sindicatos como uno de los aspectos de constitución de esa “estructura maciza” (o “masiva”, para el caso significaría lo mismo en su contexto discursivo), que exigía una fórmula de “guerra de posición”, pero consideraba que esta fórmula se aplicaba solamente “para los estados modernos y no para los países atrasados, ni para las colonias, países donde aún tienen vigencia las formas que en los primeros quedaron superadas convirtiéndose en anacrónicas”3. Por su parte, hay en Trotsky una reflexión sistemática sobre el rol de los sindicatos para ver cómo “utilizar esas fortificaciones”, durante los años ‘304, que profundizan los elementos que habían quedado planteados en el balance y las lecciones de las derrotas de la Internacional Comunista entre 1923 y 1928. En sus escritos sobre Inglaterra, Francia, Alemania, Trotsky presta particular atención a las organizaciones sindicales de masas controladas por socialdemócratas y stalinistas, y destaca el rol que podrían jugar si tuvieran una orientación y dirección revolucionaria5. Frente a esbozos de programas “transicionales” planteados por las CGT de Bélgica y Francia, en un contexto de crecimiento del fascismo y radicalización de las bases socialdemócratas, la idea que resumimos en el eslogan “del plan de la CGT a la conquista del poder”, que es el título de un artículo de los Escritos6, consiste en que los sindicatos deben plantear un programa que afecte los intereses capitalistas. Por ejemplo, en uno de sus escritos sobre la situación en Alemania, planteaba: “Durante muchas décadas, dentro de la democracia burguesa, sirviéndose de ella y luchando contra ella, los obreros edificaron sus fortalezas, sus bases, sus reductos de democracia proletaria: sindicatos, partidos, clubes culturales, organizaciones deportivas, cooperativas, etc. El proletariado no puede llegar al poder en los marcos formales de la democracia burguesa. Sólo es posible por la vía revolucionaria, hecho demostrado al mismo tiempo por la teoría y por la experiencia. Pero, para saltar a la etapa revolucionaria, el proletariado necesita apoyarse imprescindiblemente en la democracia obrera dentro del Estado burgués”7.
Es decir que para la “revolución en Occidente”, Trotsky asigna un rol central a los sindicatos, como instituciones de “democracia obrera” conquistadas en lucha contra el Estado burgués. Realizando acciones de masas y defendiendo un programa revolucionario, los sindicatos podían preparar las condiciones para la conquista del poder por la clase obrera, planteando a través de la huelga general la pregunta de “quién es el dueño de casa” (Adónde va Francia). Esto a su vez requiere una lucha contra la burocracia sindical, que busca mantener la subordinación de los sindicatos al Estado. Pero mientras Gramsci limitaba su “guerra de posición” a los “Estados modernos”, Trotsky analiza cómo se constituyen similares “trincheras” a las de Europa occidental en los países semicoloniales, a partir del proceso de estatización de los sindicatos, que se desarrolla a escala internacional, relacionado con la tendencia a la centralización del capital propia del imperialismo, el ascenso revolucionario posterior a la primera guerra mundial y la emergencia de fuertes movimientos obreros. Este proceso acompaña la consolidación de los Estados con base de masas en los países latinoamericanos desde México hasta la Argentina, y tiene importantes consecuencias políticas y estratégicas. Refiriéndose a los sindicatos mexicanos, Trotsky decía: “En México los sindicatos han sido transformados por ley en instituciones semiestatales y han asumido de modo natural, un carácter semitotalitario. La estatización de los sindicatos, según la concepción de los legisladores, se introdujo en beneficio de los obreros de asegurarles influencia en la vida económica y gubernamental. Pero, en tanto que el capitalismo imperialista domine el Estado nacional, y en tanto pueda derribar, con ayuda de las fuerzas reaccionarias internas, la poca estabilidad de la democracia, y reemplazarla con una dictadura fascista descarada, en esa misma medida la legislación relativa a los sindicatos puede convertirse fácilmente en un arma en las manos de la dictadura imperialista”8. En este sentido, un aspecto central del poder estatal latinoamericano, como es la estatización de las organizaciones obreras, es tanto una “especificidad” como un denominador común con
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el proceso de consolidación del aparato estatal en “occidente”. Y la peculiaridad de la función estratégica y de “columna vertebral” de los sindicatos estatizados en un país como la Argentina sigue siendo central, aunque en el “balance de poder” del peronismo haya cobrado mucho peso el “aparato territorial” durante las últimas décadas.
La burocracia sindical y el Estado en la Argentina A diferencia del modelo teórico clásico de desarrollo de “occidente” (esencialmente societal, aunque siguen en discusión las proporciones en que se combinarían Estado y sociedad civil), en la Argentina se dan las “condiciones especiales de poder estatal” a que se refería Trotsky en su conocida cita sobre el “bonapartismo sui generis”, producto de la debilidad de la clase dominante y de la relativa fortaleza de la clase obrera, en un contexto de opresión imperialista. En este marco, la distinción “teórica” entre lo que es “Estado” y lo que es “sociedad civil”, es bastante difícil de aplicar a la realidad nacional en ciertos casos. El caso más claro de esto es precisamente el de los sindicatos. En la Argentina, luego de un largo período de experiencias de organización obrera en su mayoría independiente del Estado, los grandes sindicatos de masas se terminan de constituir con el peronismo, con una burocracia sindical que constituye un aparato para-estatal que actúa como “sociedad civil” cuando tiene que contener y como Estado (banda para-estatal) cuando tiene que apuntalar la represión. La ampliación de la tutela del Estado hacia estas organizaciones presuntamente “privadas” de la “sociedad civil”, y la creación de una burocracia sindical con poder otorgado por el Estado, apuntan a fortalecer su función de policía en el sentido “amplio” del que hablaba Gramsci, una característica específica del Estado moderno “occidental”: “[…] las transformaciones producidas en la organización de la policía en sentido amplio, o sea, no sólo del servicio estatal destinado a la represión de la delincuencia, sino también del conjunto de las fuerzas organizadas del Estado y de los particulares para tutelar el dominio político y económico de »
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“... los grandes sindicatos de masas se terminan de constituir con el peronismo, con una burocracia sindical que constituye un aparato para-estatal que actúa como “sociedad civil” cuando tiene que contener y como Estado (banda para-estatal) cuando tiene que apuntalar la represión.
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las clases dirigentes. En este sentido, partidos “políticos” enteros y otras organizaciones económicas o de otro tipo deben ser considerados organismos de policía política, de carácter preventivo y de investigación”9. Esto expresa, en cierto modo, una paradoja histórica del bonapartismo: para sostenerse como Estado, debe garantizarse una base permanente en la clase obrera, que subsane la debilidad de la burguesía como clase nacional. Es, a su manera, un homenaje a la fuerza social del proletariado, pero al mismo tiempo un rígido entramado burocrático “policial” tendiente a que esa fuerza no devenga “estratégica”.
Coordinadoras, sindicatos, hipótesis estratégicas En el anterior número de IdZ hicimos referencia a la idea de Adolfo Gilly sobre la “anomalía argentina”: comisiones internas democráticas y combativas en el lugar de trabajo y burocracia férrea en los sindicatos controlados por el Estado. Esta “anomalía” fue la que planteó que en los ’70 la constitución de coordinadoras a partir de las comisiones internas, en su mayoría contra los sindicatos. Aunque es cierto que en las coordinadoras de los ’70 había seccionales y sindicatos recuperados, la mayoría de la representación clasista pasaba por el poder en el lugar de trabajo y a su vez las experiencias de los sindicatos “clasistas” (en sentido amplio) y las coordinadoras se dieron a destiempo10. En la actualidad, la crisis de autoridad política y “moral” de la burocracia sindical, su debilitamiento estructural relativo en términos históricos, sumada al peso del FIT en las fábricas en las que está la izquierda (en particular el PTS), así como su visibilidad política a nivel nacional, hacen posible la hipótesis de recuperación de sindicatos desde la izquierda y el clasismo, lo que cambiaría toda la situación política. En este marco, la combinación de la hipótesis de las coordinadoras (que tienden hacia formas sovietistas a partir de nuevas organizaciones de base) con la de la recuperación de los sindicatos (que tendería a la conquista de un movimiento obrero de masas, independiente de la patronal y del Estado refundando las organizaciones existentes), comenzaría a dar
cuerpo a una estrategia concreta para la conquista del poder obrero en la Argentina. Desde este punto de vista, una de las principales acciones de “guerra de posición” previa a la toma del poder (“guerra de maniobra”) en la Argentina, es la conquista de los grandes sindicatos. Lo cual a su vez permitiría combinar la conquista de posiciones con la realización de “maniobras” como huelgas por región o rama, en alianza con otros sectores como el movimiento estudiantil combativo, como parte de ir modificando la relación de fuerzas. No solo por el rol de estas organizaciones -que detentan el control de fuerzas obreras con “posición estratégica”- sino porque la necesaria unidad de la clase obrera no podrá saldarse mientras la burocracia sindical mantenga la división entre nativos e inmigrantes, bajo convenio y precarios, efectivos y contratados, etc. (un saldo de la derrota de la “etapa neoliberal”). Por último, el surgimiento de un movimiento obrero independiente del Estado sentaría las bases para la definitiva ruptura de la clase obrera con el peronismo. Esta cuestión presupone que la “recuperación” tiene inscripta dos banderas fundamentales: la democracia sindical y la ruptura de todos los lazos que unen a los sindicatos al Estado, que solo son útiles para limitar su poder como organizaciones de la lucha de clases. Este aspecto “posicional” de la estrategia no es una tarea fácil, ni mucho menos pacífica, ni pensamos que si se lograra recuperar los principales sindicatos estaría resuelto el problema de una revolución en la Argentina, ya que para eso hacen falta una estrategia para “hegemonizar” al pueblo y una organización revolucionaria preparada (partido). Sin embargo, sería mucho más realista plantear la posibilidad de un “gobierno obrero”, a partir de las organizaciones reales de la clase obrera, en este contexto. Y más allá de las consignas, sería un cambio profundo de la realidad argentina, ya que por el rol de la burocracia sindical en la estructura del Estado, un movimiento obrero independiente plantearía en cierto modo una “dualidad de poderes” (facilitando el desarrollo de instancias “sovietistas”), generando la posibilidad de pasar de la “guerra de posición” (Gramsci) a la
combinación de “guerra de posición” y “guerra de maniobra” dentro de una estrategia proletaria (Trotsky). Blogs de los autores: losgalosdeasterix.blogspot.com.ar y elviolentooficio.blogspot.com.ar 1. Esto no implica dejar de lado el rol del régimen constitucional que se viene sosteniendo en los últimos 30 años. 2. Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “Trotsky y Gramsci: debates de estrategia sobre la revolución en ‘occidente’”, Estrategia Internacional 28, 2012. 3. Gramsci Antonio, “La cuestión del hombre colectivo o del conformismo social”, versión electrónica en www.gramsci.org.ar. 4. En el artículo antes citado de Albamonte y Maiello, se toma principalmente el balance de la revolución alemana de 1923 y la táctica de gobierno obrero de la Internacional Comunista. 5. Esta contradicción entre la orientación crecientemente radicalizada de las bases obreras y el carácter conciliador, reformista o burgués de sus expresiones políticas, se puede relacionar con el debate sobre la “doble conciencia”, en especial en lo relativo a cómo se expresa en la práctica del movimiento obrero la separación entre economía y política. Asimismo se puede tomar como un elemento más para complejizar la cuestión las implicancias que la sobrevida de la II Internacional tuvo para el desarrollo del movimiento obrero en el contexto de burocratización de la Internacional Comunista. 6. “Del plan de la CGT a la conquista del poder”. Es un discurso al Comité Confederal Nacional (CCN) de la CGT pronunciado entre el 18 y el 19 de marzo de 1935 por Alexis Bardin, delegado al CCN del Sindicato Departamental de Isere perteneciente a la CGT. Bardin era un joven miembro del Grupo Bolchevique Leninista de la SFIO que vivía cerca de Trotsky, y éste le preparó todo el discurso. Publicado en Escritos, versión digital, CEIP, 2000 en www.ceipleontrotsky.org 7. Trotsky, León, “¿Y ahora?”, en Revolución y fascismo en Alemania, Bs. As., Antídoto, 2005, p. 93. 8. Trotsky, León, los sindicatos en la época de decadencia imperialista, en Escritos Latinoamericanos, Buenos Aires/Argentina, Ed. CEIP, 2007, versión electrónica en www.ceipleontrotsky.org 9. Gramsci, Antonio. “El cesarismo”. Versión electrónica en www.gramsci.org.ar. 10. Nos referimos a la derrota del Sitrac-Sitram, el SMATA de Córdoba, la UOM de Villa Constitución, previas al desarrollo de las Coordinadoras Interfabriles. Estas derrotas fueron por una combinación de la ofensiva estatal, errores políticos y también problemas de estrategia de las direcciones.
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A propósito del ministro Axel Kicillof y su tesis doctoral
KEYNES Y LA LEY DEL VALOR TRABAJO
Ilustración: Anahí Rivera
Paula Bach Economista, Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx. Con afirmaciones de cuño propio como que “No se tomará ninguna medida (…) que perjudique a los trabajadores, a los sectores de menores ingresos, ni a los empresarios”1 (misión imposible, si las hay), y elogios ajenos como el del CEO de Ternium Siderar, que en medio de un torneo de golf dijo a sus gerentes (mientras arrimaba un approach, imaginamos), que la empresa “pierde un director, pero gana un ministro”2, asumió Axel Kicillof como Ministro de Economía del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Hasta hace apenas unos días, algunos periodistas de la derecha vernácula de La Nación insistían en rotularlo como marxista. Otros, más cautos, preferían definirlo como keynesiano, aunque no faltaron quienes hablaron de una suerte de marxismo keynesiano, entre ellos el amigo de Kicillof y reemplazante de Moreno, Augusto Costa. Con sorprendente sensatez, Morales Solá editorializó que “La fórmula es casi un oxímoron de la teoría económica.
Keynes imaginó formas nuevas para que el Estado salvara al capitalismo en momentos de crisis. Marx fue directamente la refutación del capitalismo, al que veía como un obstáculo insalvable en la construcción de la felicidad colectiva”3. Pero las especulaciones respecto de la filiación ideológica de Kicillof no terminan acá. También Alfredo Zaiat aportó a su modo a la confusión general. En una nota cargada de alabanzas al Ministro, subraya que “Kicillof escribió en el libro Fundamentos de la Teoría General. Las consecuencias teóricas de Lord Keynes que estudiarlo fue ‘un descubrimiento liberador’. Sólo los promotores de la ignorancia pueden asociar Keynes con Marx. Y un keynesiano con un marxista”4. La afirmación resultaría exacta si no fuera porque justamente en Fundamentos de la Teoría General…, tesis mediante la cual Kicillof se doctoró en Economía y que en 2007 publicó bajo formato de libro, es el propio Ministro quien busca travestir a Keynes con el ropaje
de la teoría del valor trabajo. A ese aspecto y a echar algo de luz sobre su filiación teórica, dedicamos el presente artículo.
Keynes y la teoría del valor trabajo En Fundamentos de la Teoría General, Kicillof señala que: “Para Keynes, el trabajo, ayudado por el estado de la técnica y operando en cierto ambiente natural, es la única fuente del nuevo valor”5. Agrega además que: “En la Teoría General Keynes utiliza la palabra ‘simpatizo’ para señalar su adhesión a la llamada teoría del valor trabajo”6. Para afirmar más adelante que “es posible reconstruir el argumento de Keynes en base a una teoría que funda el valor sólo en el trabajo”7. Con estas aseveraciones Kicillof busca situar a Keynes en la zaga de los grandes pensadores burgueses que, como Smith o Ricardo, realizaron un invalorable aporte científico a la teoría económica, sentando las bases de la teoría del valor trabajo8. En gran parte debido a »
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IDEAS & DEBATES
“Hay sin embargo en esta conclusión, un error de matriz porque siendo cierto que, siempre según el razonamiento de Keynes, si el capital no fuese escaso, todo el valor se explicaría por el trabajo, el resultado sería que… el rendimiento del capital se acercaría a cero, con lo cual tendería a anularse la ganancia y por tanto, el propio capitalismo.
” su origen de clase, estos autores abandonaron o dejaron inconclusa dicha teoría que sin embargo dio pie a Marx, quien al develar la diferencia entre trabajo y fuerza de trabajo, descubrió la mercancía que por sus particularidades intrínsecas de ser fuerza de trabajo vivo, y sin violar las leyes del intercambio mercantil, era capaz de crear valores nuevos. Este descubrimiento, que fue el resultado de la crítica a la economía política clásica, aportó una teoría científica de la explotación, dando forma concluyente a la ley del valor trabajo, al definir al trabajo no retribuido como único origen de la ganancia en el sistema capitalista. Pero, ¿por qué Kicillof afirma la posibilidad de reconstruir a Keynes en base a una teoría que funda el valor solo en el trabajo? Porque construye una hipótesis que pone en relación la “simpatía” de Keynes por la ley del valor –esbozada al pasar en la Teoría General– por un lado, y su definición de la ganancia capitalista, por el otro. Refiriéndose al motivo por el cual el capital arroja un excedente sobre su costo original, Keynes señala que “la única razón por la cual un bien ofrece probabilidades de rendimiento mientras dura, teniendo sus servicios un valor total mayor que su precio de oferta inicial, se debe a que es escaso (...) Si el capital se vuelve menos escaso, el excedente de rendimiento disminuiría, sin que se haya hecho menos productivo –al menos en sentido físico–”9. En el océano de eclecticismo que caracteriza la teoría de Keynes, lo que quiere significar con esta afirmación es que existe una limitación en la producción de bienes de capital con respecto a las necesidades existentes de dichos bienes, y que esa limitación se manifiesta en un incremento del precio de sus “servicios”10. Esta diferencia es la que explicaría que los bienes
en cuya producción se incorpora capital, posean un precio mayor a su costo que, en condiciones de abundancia del capital, estaría determinado solo por el trabajo incorporado en ellos. Esta relación es la que conduce a Kicillof a sostener la supuesta adhesión de Keynes a la teoría del valor trabajo destacando el siguiente razonamiento: si el capital se volviera absolutamente abundante, el valor de los bienes que utilizan capital para su producción, se determinaría solo conforme al trabajo incorporado en ellos. Hay sin embargo en esta conclusión, un error de matriz porque siendo cierto que, siempre según el razonamiento de Keynes, si el capital no fuese escaso, todo el valor se explicaría por el trabajo, el resultado sería que… el rendimiento del capital se acercaría a cero, con lo cual tendería a anularse la ganancia y por tanto, el propio capitalismo. Esta imposibilidad lógica de compatibilizar ambas teorías, prueba que el quid de la cuestión no se encuentra, como afirma Kicillof, en la “simpatía” de Keynes por la teoría del valor trabajo, sino en su formulación de la teoría de la escasez del capital como determinante de la ganancia. Teoría que no sólo no es compatible sino que es sencillamente contradictoria con la teoría del valor trabajo.
El “derecho de excepción” de los bienes de capital Keynes toma prestado el concepto de escasez de la economía política clásica, uno de cuyos máximos representantes, Ricardo, establecía la existencia de dos fuentes de valor: la escasez y la cantidad de trabajo tanto presente como pretérita, requerida para obtenerlos. En la teoría de Ricardo, la determinación del valor por la escasez estaba asociada a la imposibilidad de que algunos bienes particulares fuesen multiplicados. Se refería en especial a los recursos naturales que no podían ser reproducidos por el trabajo. El caso paradigmático era la tierra que traía asociada una renta de escasez. Ricardo se encargó no obstante de subrayar que: “Estos productos, sin embargo, forman una parte muy pequeña de la masa de mercancías cambiadas diariamente en el mercado. Muy por el contrario, la mayor parte de las mercancías que son objeto de deseo, se procuran por el trabajo y pueden ser multiplicadas”11. Echando mano a la idea de escasez de Ricardo, Keynes va a efectuar una operación de naturalización literal del capital, en tanto lo coloca en un lugar similar al de la tierra. Keynes atrasa con respecto a Ricardo, y en un sentido invierte su lógica otorgando centralidad y poder explicativo a la escasez justo en el secreto más profundo del modo de producción capitalista que debe ser revelado: el origen de la ganancia. Ricardo se detuvo precisamente en este último punto y por ello no pudo formular una teoría que fundara el valor solo en el trabajo. Keynes retrocede más de un siglo y para completar su operación, apela a otro truco. Como señala Kicillof, “Keynes denomina escasez a toda situación que sostiene al precio de un producto en un nivel superior al de sus costos reales de trabajo. Para las mercancías en general, en condiciones de competencia pura, el precio de escasez es meramente accidental”12. Pero justamente Keynes
explica el rendimiento de los bienes de capital, a través de la transformación en norma de un hecho que para el resto de los bienes considera meramente accidental, negando de esta forma que en el modo capitalista de producción los bienes de capital funcionan como cualquier otra mercancía. Transforma de este modo la contingencia en norma, justo en el caso del problema más agudo que debe ser explicado, justo en la determinación de la ganancia. El problema es que, siguiendo nuevamente el razonamiento de Keynes, si la escasez de capital pierde su estatus normativo, la ganancia capitalista desaparece o se vuelve extremadamente pequeña, con lo cual y como señalamos en el apartado anterior, el capitalismo no es más capitalismo. De este modo, la conclusión es que en el modelo teórico de Keynes la “ley del valor” solo rige si el capitalismo tiende a desaparecer, cuestión que constituye simplemente una contradicción en los términos.
Un “oxímoron de la teoría económica” Al afirmar que “mientras posiblemente haya razones intrínsecas para la escasez de la tierra, no las hay para la del capital”13, Keynes se da cuenta que no puede tratar al capital del mismo modo que a la tierra y que la supuesta escasez de capital, debe expresar algún tipo de relación de origen social. En este sentido, Kicillof señala que: “Tiene que existir alguna circunstancia particular que mantenga vigente la condición de escasez en la producción de bienes de capital”14 y esa circunstancia es en Keynes la tasa de interés que compite con los bienes de capital, transformándose “en un dique que limita la producción de equipos de capital y sostiene su escasez en relación con la demanda, convirtiéndose así en el origen último de sus rendimientos”15. En la medida en que el mismo Kicillof reconoce que de este modo Keynes “desplaza el interrogante sobre el origen de la ganancia desde el capital hacia el dinero”16, enigma cuyos fundamentos últimos quedan sin explicar, debería concluir que Keynes contribuye a erigir una nueva entelequia ontológicamente contradictoria con la ley del valor trabajo. Por el contrario, su insistencia en emparentar a Keynes con dicha ley, lo hace permanecer en un oxímoron. La teoría de la ganancia basada en la escasez del capital, fundada en la existencia de una tasa de interés “naturalmente social”, se encuentra incluso por detrás de la aún insuficiente teoría del valor de Ricardo. En sus Principios ya Ricardo consideraba que el tipo de interés, más allá de múltiples causas circunstanciales, se regulaba en definitiva y permanentemente por el “tipo de beneficios”17. A su vez, el “beneficio” y la “retribución de la mano de obra” eran los únicos componentes en los que se resolvía el valor total de los bienes18, con lo cual y en términos generales, la disminución o aumento de uno redundaba en el movimiento inverso del otro. Ni hablar que Keynes siquiera alude a la existencia de trabajo excedente no retribuido, desconociendo por tanto al trabajo no pago como fuente única de la ganancia –formulación más acabada de la ley del valor trabajo enunciada por Marx– en condiciones normales, es decir, en las condiciones que explican la existencia
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“Esta imposibilidad lógica de compatibilizar ambas teorías, prueba que el quid de la cuestión no se encuentra, como afirma Kicillof, en la ‘simpatía’ de Keynes por la teoría del valor trabajo sino en su formulación de la teoría de la escasez del capital como determinante de la ganancia. Teoría que no sólo no es compatible sino que es sencillamente contradictoria con la teoría del valor trabajo.
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misma del modo de producción capitalista. De modo que en Keynes, sólo en términos generales y ahistóricos, el trabajo es la única fuente del nuevo valor, con lo cual no está diciendo nada más que una generalidad abstracta que deja indefinido al modo de producción capitalista y el origen de la ganancia. La teoría de Keynes, lejos de poder reconstruirse en base a una teoría que funda el valor solo en el trabajo como afirma Kicillof, representa un retroceso histórico frente a la propia teoría de Ricardo, incluso frente a las primeras formulaciones de Smith y ni hablar frente a la crítica marxista de la economía política clásica. Su teoría no es ingenua y no puede representar más que una nueva y más sofisticada forma de fetichismo.
Keynes, la socialización del capital, Chevron, Repsol… Kicillof no da este rodeo por mera especulación teórica sino para recrear, como señalamos al principio, un Keynes imbuido de “ideas de izquierda”. Porque de la conjunción de la “teoría keynesiana del valor” con su teoría de la ganancia por la escasez, resulta una lectura más “progre” de la Teoría General. Como señala Kicillof: “Si el Estado se ocupara de incrementar sustancial y sostenidamente el monto de la inversión, la escasez que caracteriza a la producción de equipos de capital podría ser superada. Keynes imagina una situación (…) en la que el Estado consiguiera reducir la eficiencia marginal del capital prácticamente a cero. ¿Cómo? Mediante la ‘organización social de las inversiones, es decir, creando una situación de abundancia del equipo de capital’”19. Se entiende que estamos hablando nuevamente de un capitalismo casi sin ganancia20, porque si el rendimiento se determina por la escasez y el Estado garantiza en este “modelo teórico” la abundancia de capital, la ganancia resultaría prácticamente nula, siempre manteniéndose la propiedad privada. Se trata de una contradicción insalvable que aún estando presente en la Teoría General, asume el estatus de una especulación teórica, de un modelo abstracto, ilusorio y poco especificado. Hurgando
no obstante el concepto de organización social de las inversiones, al que hace mención Kicillof, nos alejamos de la especulación acercándonos a los verdaderos elementos programáticos que Keynes aconseja llevar a la práctica. Lo que en realidad sugiere, es que cuando las políticas de disminución de la tasa de interés resultan de dudosa eficacia, el Estado deberá intervenir llevando a cabo las inversiones que no interesan a los capitales privados porque arrojan baja o nula rentabilidad21. El término socialización de las inversiones, a diferencia de lo que podría pensarse, no implica nacionalización ni, mucho menos, forma alguna de expropiación. Incluso Keynes sostenía que los sectores rentables de la economía debían permanecer en manos de los capitales privados22. De modo que, a decir verdad, más que una socialización de la inversión, Keynes parecería estar promoviendo en particular, una socialización de las inversiones no rentables23. Es decir, que el Estado se haga cargo de los sectores económicos que no arrojan ganancia o dan pérdida, pero que son necesarios para el normal funcionamiento del sistema capitalista. En ausencia de todo tipo de expropiación y garantizando el Estado la rentabilidad del capital, normalmente esas pérdidas son absorbidas por los “contribuyentes” cuya amplia mayoría, más allá de políticas tributarias más o menos regresivas, resultan ser los trabajadores y los sectores más pobres de la sociedad. No hay dudas de que Kicillof logró confundir al auditorio respecto de su filiación ideológica pero puede que ahora las cosas estén algo más claras: una vez que a YPF la habían vaciado, el Estado argentino, bajo la dirección de Kicillof, se hizo cargo del 51 % del paquete accionario (con el discurso de no pagar ni un peso a Repsol que había quedado en deuda con el Estado); apenas se pudo hacer un acuerdo en el marco de las posibilidades de ganancias petroleras en Vaca Muerta, otra vez bajo la conducción de Kicillof, el Estado firmó rápidamente un acuerdo con Chevron; poco tiempo después y nuevamente bajo la conducción de Kicillof, se convino pagarle una muy
buena indemnización a Repsol porque en palabras del Ministro, no pagarle, sería ilegal… En fin, parece que no hace falta hurgar en las especulaciones teóricas más ilusorias de la Teoría General para comprender la pertenencia ideológica y las prácticas políticas de Kicillof.
1. La Nación, 22/11/13. 2. BAE, 22/11/13. 3. La Nación, 24/11/13. 4. Página/12, 24/11/13. 5. A. Kicillof, Fundamentos de la Teoría General. Las consecuencias teóricas de Lord Keynes, Bs. As., Eudeba, 2007, pág. 440. 6. Ibídem, p. 442. 7. Ídem. 8. En términos muy generales puede decirse que la teoría del valor trabajo tiene como punto de partida el concepto de que valor y por tanto los precios de las mercancías están determinados por el tiempo de trabajo humano contenido en ellas. 9. J. M. Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, Bs. As., FCE, 2007, p. 183. 10. A. Kicillof, ob. cit., p. 446. 11. D. Ricardo, Principios de Economía Política y Tributación, Bs. As., Editorial Claridad, 2007, p. 20. 12. A. Kicillof, ob. cit., p. 446. 13. J. M. Keynes, ob. cit., p. 310. 14. A. Kicillof, ob. cit., p. 448. 15. Ibídem, p. 450. 16. Ibídem, p. 477. 17. D. Ricardo, ob. cit., p. 231. 18. Ibídem, p. 83. 19. A. Kicillof, ob. cit., p. 471. 20. Keynes siempre mantiene en el modelo una suerte de ganancia “modesta” asociada al margen para el riesgo, costo de habilidad y supervisión del empresario. Para ahondar sobre el tema ver P. Bach, “Apuntes a propósito de Keynes, el marxismo y la época de crisis, guerras y revoluciones”, Lucha de Clases, 2009. 21. J. M. Keynes, ob. cit., p. 142-143. 22. Ídem. 23. Ídem.
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Trabajadores inmigrantes en Argentina
Pocos derechos, muchas fronteras Las políticas de Estado hacia la inmigración se orientan según las necesidades de la acumulación capitalista. Hoy existe una importante brecha entre los discursos y ciertas iniciativas democratizadoras de parte de los gobiernos, y las condiciones de precariedad en la vida de los inmigrantes. Azul Picón Socióloga. Manuel Ajuacho Trabajador inmigrante.
Inmigrantes, peregrinos de las fronteras del país hermano, expulsados, ilusionados con bien-vivir. Buscando trabajo digno, comienza la explotación. Grandes mansiones que no van a habitar jamás, son construidas por albañiles inmigrantes que viven en las villas miserias. Mujeres cosmetólogas de pisos y paredes limpiamos esos paraísos ajenos. En las vidrieras vestidos costosos que no podremos comprar, cosidos por las mágicas manos de textiles inmigrantes… Más mi espíritu rejuvenece cada vez que salimos a luchar por nuestros derechos. Dora Franco, trabajadora doméstica paraguaya.
Ilustración: Mariano Mancuso
Desde sus inicios como Estado-nación, la inmigración constituyó un componente significativo en la dinámica del país. Argentina recibió una importante magnitud de flujos migratorios europeos a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. En 1914 los inmigrantes llegaron a constituir casi un 30 % de la población del país, produciéndose luego un descenso sostenido. A partir de la década del ‘60 se observa un cambio importante en la composición extranjera: al reducirse la inmigración europea, los migrantes limítrofes pasan a constituirse como el grupo de extranjeros más importante del país. Según los datos del último censo1 los inmigrantes constituyen un 4,5 % de la población total. Esta población proviene principalmente de Paraguay, Bolivia, Chile y Perú, que en total acumulan un 68,9 % del total de los extranjeros en el país. Hasta la década del ‘60, al ser las economías regionales el principal foco de atracción, los migrantes de países limítrofes se ubicaban en zonas fronterizas con sus países de origen. En décadas posteriores la población migrante fue desplazándose y concentrándose en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) atraídos por la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI). Al moverse hasta destinos urbanos la inmigración tendió a volverse más estable y prolongada, y el AMBA comenzó a erigirse como el destino más importante. Actualmente concentra el 62 % de los extranjeros que residen en el país.
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Una de las características significativas de la inmigración en los últimos 50 años a nivel mundial, se refiere a la llamada “feminización de las migraciones”, es decir, la creciente participación de las mujeres que migran de manera individual, sin estar asociadas a un varón migrante previo. La feminización de las migraciones de países limítrofes está asociada a la concentración en las grandes ciudades y se vincula con el trabajo doméstico, ya que la mayoría de las migrantes se insertan laboralmente en este sector.
Productores de riqueza ajena La recuperación económica pos2001 impactó de forma positiva en ramas de la economía donde se insertan laboralmente la mayoría de los trabajadores inmigrantes. La construcción entre 2003 y 2010 ha tenido un crecimiento anual del 14 % y la industria manufacturera del 7,6 %. (Baer, Benítez y Contartese, 2012). Sin embargo, estos sectores son los que registran mayores índices de informalidad y trabajo no registrado: 65% en la construcción y 60 % en la industria textil. El trabajo doméstico donde se insertan la mayoría de las mujeres inmigrantes, presenta la más alta tasa de empleo no registrado: 82 % (como analizamos en IdZ 5). La situación de los trabajadores inmigrantes de los mercados agrícolas no escapa a esta realidad: el 80 % está en negro, y la mitad son trabajadores temporales o golondrinas, trabajo precario por excelencia (ver IdZ 1). Muchos de los trabajadores inmigrantes son víctimas de trata de personas con fines de explotación laboral o sexual. Son traídos a partir de engaños, transformados en deudores. Ya en Argentina, el reclutamiento para los talleres textiles clandestinos se produce a plena luz del día a la manera de subastas humanas (Fernández y Legnazzi, 2012) en esquinas clave, donde cientos de personas, generalmente mujeres provenientes de Bolivia, esperan a que los talleristas lleguen en busca de mano de obra barata. Este método, lejos de ser exclusivo de la industria textil, también se utiliza en el trabajo agrícola. La flexibilización, tercerización y precarización laboral heredadas del neoliberalismo, se perpetúan en esta década de crecimiento. La población inmigrante cumple un importante rol como mano de obra barata, es una fuente inmensa de obreros disponibles para ramas que compensan su menor desarrollo tecnológico con una explotación más intensiva de la mano de obra. Los empresarios lograron significativos aumentos de la productividad imponiendo mayores ritmos de trabajo, horas extras y bajos salarios, con una baja inversión y subsidios a la producción.
Ante una crisis económica los inmigrantes serán una variable de ajuste para abaratar costos: entre las primeras víctimas de despidos, que pueden ser desechados sin indemnización al estar exentos de cualquier protección legal o sindical.
Legislación Migratoria La legislación migratoria le da un marco formal a las necesidades del proceso de acumulación capitalista. En este sentido la Argentina pasó de fomentar y proteger a la inmigración, a reglamentar y expulsar a los inmigrantes según el momento socioeconómico. Hasta el año 2004 rigió la llamada Ley Videla, promulgada en 1981 por la dictadura militar, una norma altamente discriminatoria y restrictiva, que otorgaba a la Dirección Nacional de Migraciones la facultad de detención y expulsión de inmigrantes sin reconocer ningún tipo de derechos o garantía judicial. Esta ley, al mantener a los inmigrantes de manera ilegal y en condiciones de máxima vulnerabilidad, instalaba la precarización, informalidad y flexibilización laboral, que se profundizarían en los ‘90. La Ley de Migraciones 25.871 sancionada a fines de 2003, constituyó un cambio importante en materia de legislación migratoria ya que considera la migración como un derecho humano, y por ende establece que cualquier migrante debe gozar de los mismos beneficios que los nativos en materia de salud, educación, etc. Pero si bien establece trabas legales para la expulsión de los inmigrantes, éstos no dejan de ser sujetos potencialmente expulsables. A tono con la ley, en el año 2006 se implementó el programa de regularización migratoria “Patria Grande” a fin de regularizar la situación de migrantes del Mercosur. Sin embargo, casi la mitad de las personas que se presentaron (alrededor de 200.000) no pudieron completar el trámite por no cumplir los requisitos exigidos y continúan en una situación migratoria irregular. Las trabas son burocráticas y sobre todo materiales. A la escasa información de cómo realizar los trámites, se suma el alto costo de los mismos y requisitos de difícil cumplimiento. Todo esto sin mencionar que la mayoría de los trabajadores inmigrantes no cuentan con el tiempo necesario para realizar los trámites. De todas formas, la residencia legal no es garantía para que el trabajador inmigrante ingrese en un empleo formal. En este sentido, reconocer los avances formales y simbólicos de la ley, no autoriza a desconocer la realidad material en la que viven y trabajan los inmigrantes: la precariedad de sus vidas es la regla.
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Pertenecer… tiene sus privilegios Con relación a la salud, la legislación nacional establece que toda persona inmigrante tiene derecho a gozar de las mismas condiciones de protección y amparo que las personas nativas y que no podrá negárseles o restringírseles el acceso al derecho a la salud, la asistencia social o atención sanitaria a todos los extranjeros que lo requieran, cualquiera sea su situación migratoria. Sin embargo, los hospitales públicos muchas veces reproducen la xenofobia y niegan la atención o discriminan a los inmigrantes. Además las condiciones de precariedad e informalidad en que trabajan hace difícil que puedan acceder a una obra social, así como a la protección en accidentes de trabajo. Las condiciones de hacinamiento e insalubridad en la que muchos de ellos viven y trabajan, son las causas principales de las enfermedades que padecen. Las investigaciones señalan que la incidencia de tuberculosis y mal de Chagas es mayor sobre la población de inmigrantes bolivianos que sobre los nativos2. De la misma forma, una alta proporción de trabajadores inmigrantes sufre problemas de vivienda. El mercado inmobiliario es inaccesible para los sectores populares, por lo que la mayoría de los trabajadores inmigrantes se ven obligados a vivir hacinados y pagar altos costes en conventillos, inquilinatos, villas de emergencia o asentamientos precarios, alquilando informalmente, mientras el boom de la construcción no cesa de construir viviendas ociosas. Según el Censo 2010 las villas aumentaron su población en un 52% en los últimos 10 años. Relevamientos recientes demuestran que más de 2,5 millones de personas viven en villas o asentamientos precarios. Entre un 50 y un 65% de estos habitantes son extranjeros provenientes de países limítrofes. El profundo problema habitacional al que están sometidos miles de trabajadores llevó a que se optara por la toma de terrenos fiscales ociosos. Este fue el caso del Parque Indoamericano, ocurrido a fines de 2010, cuando cientos de familias que reclamaban viviendas ocuparon este predio público sin uso. Los ocupantes fueron brutalmente reprimidos por la Policía Metropolitana y la Policía Federal Argentina. El saldo fue el asesinato de Rosemary Chura Puña, Emilio Canaviri Álvarez y Bernardo Salgueiro, tres jóvenes inmigrantes. Las causas siguen impunes. La respuesta de los gobiernos se centró en la culpabilización de los ocupantes y la promesa de planes de vivienda que nunca llegaron. El escaso presupuesto asignado a los programas de viviendas, sumado a paliativos que no dan »
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20 soluciones de fondo al profundo déficit habitacional, muestran la verdadera cara de los gobiernos en materia de políticas habitacionales.
Una herramienta eficaz La discriminación y xenofobia es otro de los problemas cotidianos que sufren los inmigrantes. En el trabajo, en la calle, en la cancha de fútbol, en los medios de comunicación la mayoría de los inmigrantes son señalados con el dedo del racismo. Aquellos que más sienten el peso de la opresión son los trabajadores, y esto es así porque la discriminación cumple un rol fundamental para la clase dominante. El mayor rendimiento económico se logra cuanto más fragmentada está la clase obrera, cuanto más se enfrentan los nativos a los inmigrantes. Es decir, cuanta menos solidaridad hay entre los miles de trabajadores que dejan día a día sus cuerpos al servicio del capital. Marx comprendió de qué manera estas divisiones debilitaban a la clase obrera3.
La división en dos campos “hostiles” hace que el obrero nativo se identifique con su opresor connacional y no con el obrero inmigrante que es tan o más oprimido que él. Este falso antagonismo es lo que Marx consideraba “el secreto mediante el cual la clase capitalista mantiene su poder” y asegura que “esta clase es plenamente consciente de ello”. El hecho de que sean los mismos “paisanos” los que explotan en talleres textiles, los cuadrilleros en el campo y los contratistas en la construcción, demuestra a las claras que no nos une la nación, sino la clase. Los gobiernos suelen hacer un doble juego para cooptar y dividir a los inmigrantes. A la vez que “oficializan” las festividades de las comunidades barriéndoles todo componente de lucha, mantienen guardianes del nacionalismo que están a disposición en los momentos necesarios, sean estos de crisis económica o en escenarios de lucha de clases.
Migración africana Juan Manuel Quiroga Lic. en Ciencia Política.
La historia de la migración africana a nuestro país está fuertemente atravesada por el traslado de poblaciones esclavizadas desde el siglo XVI, proceso que adquiere una dimensión política significativa en la organización de quienes hoy se reconocen como afrodescendientes. El rasgo que la ha distinguido es su invisibilización, el ocultamiento ideológico de la presencia de poblaciones de origen africano, así como de su aporte económico y cultural a la sociedad argentina. Desde mediados de la década del ‘90 se registra un aumento en el volumen de migrantes africanos, así como una diversificación de sus lugares de procedencia. Si hasta ese momento provenían en su mayoría de Cabo Verde y los Estados del norte del continente, en las últimas décadas se registra la llegada de poblaciones del África Subsahariana, principalmente desde Senegal. Si bien se hace difícil contar con datos precisos sobre los migrantes africanos residentes en el país, los censos nacionales de 2001 y 2010, así como las solicitudes de refugio en la Comisión Nacional de Refugiados (CONARE) y las radicaciones otorgadas por la Dirección Nacional de Migraciones (DNM), permiten reconocer un incremento de su presencia en el país. El Censo 2010 arroja la cifra de 2.738 africanos residentes en Argentina. La DNM, por su parte, otorgó entre 2004 y 2010 un total de 231 radicaciones permanentes y 292 temporarias a migrantes africanos (Maffia, 2011).
Si bien el registro oficial es inferior a las estimaciones de las organizaciones de migrantes, que sostienen que hay alrededor de 5.000 africanos viviendo en el país, el incremento en el flujo migratorio se registra en cada medición. El mismo es acompañado por una gran dificultad para regularizar la situación migratoria. Este aumento de la migración africana se hace visible a partir de una extendida presencia en el espacio público, producto del ejercicio de la venta ambulante. Las redes migratorias, la barrera del idioma, las dificultades para regularizar su documentación y las representaciones sociales negativas que influyen al momento de insertarse en un empleo formal, son algunos de los factores que explican la concentración en esta actividad. En este contexto, la invisibilización histórica de africanos y afrodescendientes en Argentina funciona como mecanismo que incentiva la visibilización extrema de esta migración más reciente (Morales, 2010). Se trata de una hipervisibilización que, por un lado, da lugar a la exotización como forma de racismo, y por otro lado se relaciona con prácticas de violencia institucional ante la venta ambulante, ejercidas por la policía o agencias de control municipal. En la mayoría de estos casos, a la violencia física, los pedidos de coima y el constante hostigamiento, se suma la sustracción de mercadería sin la elaboración del acta contravencional correspondiente, lo cual inhabilita la recuperación de sus pertenencias.
Para formar el sentido común nacionalista, los discursos políticos y medios de comunicación están a la orden del día, reproduciendo mitos discriminatorios y creando estereotipos que asocian al migrante con la delincuencia y el narcotráfico. Escuchábamos a Macri decir luego del Indoamericano: “Todos los días llegan cien, doscientas personas nuevas a la ciudad de Buenos Aires, que no sabemos quiénes son porque llegan de manera irregular de la mano del narcotráfico, la delincuencia” (Ceriani Cernadas y Morales, 2011). Los medios de comunicación resaltan cada vez que un delito es cometido por un inmigrante. “Le quitan el trabajo a los argentinos. Usan hospitales y escuelas. No pagan impuestos. Algunos delinquen para no ser deportados”, se leía bajo el titulo “La invasión silenciosa” en la revista La Primera, en 2001. Sobran ejemplos de burócratas sindicales, políticos y medios de comunicación extendiendo
De manera tal que a los históricos abusos sufridos por las poblaciones africanas, que motivaron su emigración y a la inserción desigual en la economía argentina, se agregan prácticas directas que afectan su reproducción material. Ejecutadas por representantes de un Estado que exhibe su legislación migratoria como ejemplo de respeto a los derechos humanos. Como resultado de la demanda de organizaciones sociales, la DNM dispuso en 2013 un Régimen Especial de Regularización Migratoria para migrantes senegaleses. Se trató de una respuesta parcial, enmarcada en la política de control poblacional, con reducidas restricciones al ingreso. De cualquier manera, las situaciones de violencia institucional, discriminación, trabajo precario y criminalización de la venta ambulante, no se solucionan con la obtención del DNI. Se trata de problemáticas más profundas que la irregularidad de documentación, que superan los alcances de la política migratoria del Estado argentino.
Bibliografía - Maffia, Marta (2010), Desde Cabo Verde a la Argentina. Migración, parentesco y familia, Biblos, Buenos Aires. - Maffia, Marta (2011), “La migración subsahariana hacia Argentina: desde los caboverdeanos hasta los nuevos migrantes del siglo XXI”, Aportes para el Desarrollo Humano en Argentina 5. Buenos Aires, PNUD. - Morales, O. G. (2010), “Nuevas dinámicas migratorias globales y representaciones locales sobre los negros en Argentina. El caso de las percepciones de agentes de la Policía bonaerense sobre recientes migrantes africanos”, Sociedad y discurso. - Zubrzycki, Bernarda (2009), “La migración senegalesa y la diáspora mouride en Argentina”, VIII Reunión de Antropología del Mercosur, UNSAM.
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el mito discriminatorio de que “los trabajadores inmigrantes quitan el trabajo a los argentinos”. Así se leía en un afiche del gremio de la construcción en 1993: “que no se apoderen del pan nuestro de cada día con la importación de mano de obra clandestina”. Y en 1998 Duhalde haría campaña presidencial responsabilizando a los inmigrantes por la desocupación diciendo que de llegar a la presidencia no permitiría que los extranjeros ilegales “le saquen el trabajo a los argentinos”4. Las herramientas legales consolidan estas divisiones: la Ley de Asociaciones Sindicales establece en su artículo 18 que: “El 75 % de los cargos directivos y representativos deberán ser desempeñados por ciudadanos argentinos, el titular del cargo de mayor jerarquía y su reemplazante estatutario deberán ser ciudadanos argentinos”. Esta ley se aplica a todas las organizaciones sindicales, incluso a las de los sectores donde trabajan mayormente inmigrantes.
Nativa o extranjera, la misma clase obrera Seis personas de nacionalidad boliviana, entre ellos cuatro menores de edad, murieron encerrados y calcinados al incendiarse un taller textil sobre la calle Luis Viale en 2006. Este caso testigo puso sobre el tapete las condiciones de explotación en las que viven y trabajan gran parte de los inmigrantes, así como el rol que cumplen los diferentes actores: mientras miles
de trabajadores y organizaciones de la comunidad se movilizaron pidiendo justicia, el sindicato miraba para otro lado y la justicia de la mano del juez Oyarbide exculpaba a los empresarios argumentando que respondía a “las costumbres y pautas culturales de los pueblos originarios del Altiplano boliviano”. Los problemas laborales, legales, de vivienda, salud y discriminación que cotidianamente sufren y afrontan los trabajadores inmigrantes, no podrán ser resueltos mientras el capitalismo sea el sistema imperante. La lucha por una nueva sociedad sin explotadores ni explotados, debe ser llevada a cabo por la clase obrera en unidad con los campesinos pobres, indígenas, y sectores populares, contra la dominación imperialista y las burguesías nacionales. Es esta unidad la única que puede terminar con las divisiones que perjudican a todos los trabajadores, poniendo en pie un partido revolucionario y socialista, que elimine para siempre los padecimientos que sufre la mayoría de la sociedad. Bibliografía - Baer, Benítez y Contartese (2012), “La participación de los trabajadores inmigrantes procedentes de países limítrofes y de Perú en los mercados laborales urbanos en la Argentina en El impacto de las migraciones en Argentina”, Cuadernos migratorios 2. Organización Internacional para las Migraciones, Dirección Nacional de Migraciones.
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- Ceriani Cernadas y Morales (2011), “Argentina: Avances y asignaturas pendientes en la consolidación de una política migratoria basada en los Derechos Humanos”, Centro de Estudios Legales y Sociales y Federación Internacional por los Derechos Humanos. - Fernández y Legnazzi (2012), Mujeres en la industria textil. De la fábrica al taller clandestino, Biblos. Bs. As.. - Lenin (1942), Sobre el derecho de autodeterminación de las naciones, Problemas, Bs. As. - Pacecca (2009), “La Migración boliviana, peruana y paraguaya a la Argentina (1980-2005)”, Ponencia presentada en el Congress of the Latin American Studies Association, Río de Janeiro. - Pascucci (2011), “Avances y límites de la acción político–sindical en la industria de la confección de indumentaria. Una caracterización del SOIVA y la UTCAlameda”, IIGG, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
1. Las organizaciones de inmigrantes calculan más del doble de inmigrantes que los indicados por el Censo. Pero por su cobertura y comparabilidad se utilizarán los datos brindados por este último. 2. En áreas de alta concentración de población boliviana que trabaja en talleres clandestinos, se registra una incidencia de tuberculosis de 198 casos cada 100 mil habitantes, una tasa muy superior a la media nacional que es de 26 casos cada 100 mil, según datos del Ministerio de Salud de la Nación. 3. Carta del 9 de abril de 1870 a Meyer y Vogt. 4. “A Duhalde solo le gustan nacionales”, Página/12, 17/09/1998.
Las restricciones para el sufragio de los inmigrantes
CiudadanoS a medias Ivana Otero Docente.
En el pizarrón de una escuela pública con mayoría de alumnos inmigrantes, la maestra escribe: “El sufragio es un derecho y obligación que tienen todos los ciudadanos y donde se encuentra uno de los elementos principales del sistema democrático”. ¿Derecho y obligación? ¿Ciudadanos? ¿Sistema democrático? Algo no cierra en las cabezas de esos alumnos que saben que sus familias no están comprendidas en esa frase que imprimen en sus carpetas.
Parece que hay elecciones: ¿y los inmigrantes? Los afiches, spots y debates televisivos instalan el clima electoral. Maritza, inmigrante de Bolivia, lleva casi 10 años en el país y le entusiasma participar. Pregunta a sus paisanos pero no hay claridad sobre el tema. Casi todos afirman que no pueden participar más que fiscalizando para algún partido patronal por algunos pesos. Muy equivocados no están. La odisea del sufragio de los inmigrantes (con restricciones) solo logra alcanzarse por una minoría.
Actualmente es reducido el porcentaje de inmigrantes que pueden votar (en mesas diferenciadas y discriminadas). En la Ciudad de Buenos Aires los inmigrantes representan más del 13%, ergo este sector podría definir instancias electorales locales. Sin embargo 13.189 se encuentran empadronados, solo un 3 % del total. Y de ese recorte, el 20 % votó en las últimas elecciones.
¿Disculpe, cómo hago para votar? El Código Nacional Electoral no permite que los extranjeros voten en las elecciones nacionales y tampoco ser elegidos para dichos cargos. Descartada la participación a nivel nacional, vayamos a las provincias. En cada una rige un régimen diferente. La mayoría habilita el voto en las elecciones municipales (intendentes y concejales) pero pocas lo extienden a las autoridades provinciales. La suerte de la participación electoral está echada según donde se resida, llegando a la restricción total en Formosa donde los más de 20 mil extranjeros
que residen allí ¡no pueden votar en las elecciones de ninguna categoría! Asimismo cada provincia exige diferentes requisitos. En algunas, a la obligación de la residencia permanente, la acreditación de 3 o más años de la misma y el piso de la edad –no incluidos en la ampliación al voto a los 16– se le agrega la exigencia “sarmientina” de “saber leer y escribir en idioma nacional”. Es opcional ejercerlo, salvo en provincia de Buenos Aires, e implica empadronarse en un registro específico con meses de antelación a las elecciones, trámite imposible para aquellos que trabajan largas jornadas. Y quienes se ven obligados a trabajar los domingos, ¿por qué los patrones los dejarían ir a votar? Si la lectura de los engorrosos y confusos requisitos para que un extranjero pueda votar no cansó al lector, damos paso a un apartado más. Solo Chubut, Santa Fe, Neuquén, Corrientes y Buenos Aires admiten que sean candidatos a cargos locales. Pero de estas, solo Buenos Aires cede a todos los cargos, el resto lo restringe a »
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22 concejales. A su vez, para que un extranjero sea “digno” de candidatearse debe cumplir requisitos específicos, referidos sobre todo a los años de residencia. Y aunque cumpla con estos, luego vendrán más filtros. A los partidos políticos se les impide llevar a más de dos extranjeros en sus listas y su participación no puede “exceder” el tercio de los organismos colegiados.
Una ley a medias “cajoneada” El año pasado estuvo en discusión el tema del voto de los extranjeros, propuesta de los kirchneristas Aníbal Fernández y Elena Corregido. Este proyecto concedía el voto obligatorio a cargos nacionales, pero condicionado a dos años de residencia permanente, omitiendo a quienes poseen residencia temporaria, y no permitiéndoles que sean candidatos por dichos cargos. Asimismo sólo podían votar en la medida en que continuaran teniendo la residencia permanente, por lo que las personas que han estado más de dos años fuera del país, perderían tal condición. A pesar de que el proyecto continuaba con la diferenciación entre electores nacionales y extranjeros, no logró conseguir el consenso ni en la propia fuerza política que la presentaba. Desde sus cómodos recintos, sin siquiera dar explicación, borraron a los inmigrantes del proyecto conjunto al voto a los 16. La sola condición de inmigrantes restringe la participación electoral. Un mecanismo de opresión más utilizado para el dominio de un sector social sobre otro y dividir las filas obreras en beneficio de obtener mayores ganancias para los capitalistas. *** Suena el timbre del recreo. Los alumnos sienten lo injusto de este sistema y la discriminación. Pasaron las elecciones pero ya vendrán otras en las que sus familias no podrán ser partícipes. Maritza, como la gran mayoría, a pesar de entregar años a la producción en talleres clandestinos, no pudo votar por no cumplir con los requisitos que se les exige. Sin embargo decidió ser parte activa de la campaña del Frente de Izquierda, única fuerza militante que toma las reivindicaciones más sentidas de la clase obrera y demanda el derecho democrático y elemental de que todos los inmigrantes tengan plena participación política.
Bibliografía - Fundación Ciudadanos del Mundo (2009), “Razones para reconocer el derecho a voto a los inmigrantes”, Buenos Aires. - Greloni, M. J. (2012), “El voto extranjero en Argentina: el caso de la Ciudad de Buenos Aires”, ponencia, Buenos Aires.
Entrevista a Yuri Fernández
“sufrimos el maltrato y las humillaciones de parte de la patronal” Yuri Fernández, trabajador inmigrante, dirigente de la fábrica recuperada Brukman y delegado manzanero del asentamiento1.11.14, comparte sus vivencias y sus pasos militantes desde su llegada al país.
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las distintas visiones y me incliné por el PTS en donde milito actualmente, por todo lo que hacían los compañeros, fundamental cuando uno está en una etapa así de conflicto.
Foto: Juan Sebastián Linero
IdZ: ¿Por qué te fuiste de Bolivia y como fue tu llegada a Argentina? Hace 20 años, en 1993, cuando la situación era crítica en Bolivia, buscando mejores condiciones de vida me vine hacia Argentina. Estuve un año trabajando en un taller de costura de un paisano. Como es habitual uno llega y trabaja, vive y duerme dentro del taller. Éramos 4 compatriotas viviendo en una habitación al lado del taller. A la mañana temprano, levantarnos y empezar la jornada y el trajín de todos los días. Cuando ya llegó mi familia, no podía seguir con lo mismo y tuvimos que alquilar. Se me hacía difícil cumplir con el pago de la vivienda y tuve que buscar una casa más barata en la 1.11.14. IdZ: ¿Cómo comenzás a interesarte por la política? Cuando estaba en Bolivia, en la facultad era parte del Movimiento de Izquierda Revolucionario. Cuando llegue aquí estaba más dedicado al trabajo y comencé a tomar conciencia de la situación política de Argentina cuando empezó el conflicto en Brukman, y más aún cuando estalló la crisis del 2001. Tuvimos un conflicto muy grande cuando los patrones abandonaron la fábrica y la ocupamos los trabajadores. Tres años estuvimos luchando. Tomamos la fábrica el 18 de diciembre de 2001. Como delegado, sentía mucha responsabilidad. En Brukman conocí a muchas organizaciones políticas que estuvieron apoyando la lucha, y empecé a diferenciar
IdZ: Y durante la lucha de Brukman ¿Cuál fue el rol del sindicato? Nos dimos cuenta lo que es la burocracia sindical cuando el SOIVA se integra en este conflicto. Durante todo el año había reuniones y nosotros como delegados estuvimos permanentemente en ellas. El sindicato en ningún momento estuvo del lado nuestro y a partir de ahí uno conoce cuál es el rol que tienen el SOIVA, la AOT y los otros sindicatos que hoy día, están más del lado patronal. Por eso hay tanto trabajo en negro, tercerizado, esclavitud laboral. Esto lo conoce el Estado y los sindicatos y miran para otro lado. IdZ: Coméntanos como es la industria textil en Argentina… El sector textil en esta última década es uno de los sectores que ha dejado mejores ganancias, ha habido mucho trabajo. Son millones y millones que han embolsado las patronales, sin embargo es uno de los sectores más afectados y golpeados. Bajos salarios que no llegan a cubrir el mes y obliga a vivir en barrios populares, en villas, muy carenciados y hacinados. Es terrible lo que vivimos muchos de los trabajadores en el rubro textil. Aparte de eso hay un sector que trabaja en negro, con un porcentaje muy elevado ¡el 78 %! Sin derecho a obra social, a las vacaciones, aportes de jubilación ni nada por el estilo. En los talleres clandestinos hay mayoría de sectores femeninos y de inmigrantes que trabajan. Conocemos muy bien el conflicto último de la fábrica textil Elemento. Es un claro ejemplo de los trabajadores que empiezan a reclamar y organizarse en asamblea para tener representantes dentro de la fábrica. Las patronales con tal de aumentar sus ganancias a costa de los trabajadores, no hacen un buen mantenimiento, ni cambian las maquinarias, entonces todo esto recae en nosotros que pagamos estas situaciones con accidentes o que no se puede cumplir con la producción y tenemos que esforzarnos largas horas. Por prenda pagan monedas, hasta un peso y luego en los comercios se vende por cien pesos o más. No alcanza el salario ni siquiera para poder comprar esa ropa que producimos. Eso es lo que hoy vivimos los que trabajamos en el sector textil y sobre todo los inmigrantes. IdZ: ¿Cómo es la vida cotidiana y los padecimientos que sufren los inmigrantes en general?
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Aparte de trabajar en estas condiciones también sufrimos el maltrato, las humillaciones, la discriminación de parte de la patronal. Nos vemos marginados al no tener una vivienda digna por los requisitos que piden las inmobiliarias o al sufrir los niños en los colegios donde estudian. Nosotros escuchamos constantemente en los medios de la comunidad boliviana lo que le pasa a los bolivianos cuando van al hospital, son discriminados y no son atendidos. El derecho a la vivienda, a la salud y educación que se proclama, como trabajadores inmigrantes no los podemos desarrollar. IdZ: ¿Cuál crees que es la salida a esta situación? Frente a esta realidad que cotidianamente estamos viviendo, lo que propongo es empezar a organizarnos en el trabajo que uno tiene y discutir estas realidades en las cuales estamos sumidos, no solamente la comunidad boliviana sino todas las colectividades, la paraguaya, la peruana. Como el pleno derecho político al voto, que deberíamos tener los inmigrantes y sin embargo estamos impedidos a elegir o ser elegidos. Para mi una de las cuestiones fundamentales es militar en un partido que realmente demuestre luchar por los más necesitados, por la gente oprimida. Las agrupaciones políticas que existen acá desde el peronismo hasta los radicales, apuntan y discuten de lo mismo, sus intereses siempre son los mismos. Pero nadie propone algo hacia los más oprimidos y hacia los trabajadores que sufrimos los bajos salarios y la inflación. Desde el Frente de Izquierda, que ha hecho una elección histórica obteniendo un bloque de diputados, impulsamos un programa de clase que contempla los derechos políticos, derecho efectivo a la vivienda, salud y educación, un salario igual a la canasta familiar, la defensa de los recursos naturales y otras cosas. Como siempre decimos, para los trabajadores no hay fronteras. Esa tiene que ser la frase que nos una a todos, de distintos sectores, para dar una salida a toda la crisis por delante. En la perspectiva de la revolución socialista donde no existan explotadores y tengamos la oportunidad de ser algo y alguien en la vida. Tener todos las mismas posibilidades y condiciones. Frente a este capitalismo que se va hundiendo de a poco, tenemos que hacer un cambio socialista que va en bien de los trabajadores. Entrevistó: José L. Vita
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“Es impresionante lo refrescante que es leer hoy el Manifiesto Comunista” En esta entrevista con el geógrafo marxista David Harvey, hacemos un recorrido por algunas de sus principales obras, que ponen en el centro de la escena la reflexión sobre los efectos de la acumulación capitalista.
DAVID HARVEY Graduado como geógrafo, se acercó al marxismo en los años ‘70, bajo la influencia del clima ideológico de una década convulsionada. Retomando el camino iniciado por Henri Lefebvre, sus trabajos realizaron un aporte fundamental en la comprensión de la dimensión espacial de la acumulación capitalista estimulando otros desarrollos posteriores. Los límites del capitalismo y la teoría económica marxista propone originales desarrollos de la obra de Marx. La condición de la posmodernidad es una de las obras fundamentales para una crítica marxista del posmodernismo. Entre otros importantes trabajos se cuentan París, la capital de la modernidad, El enigma del capital y las crisis del capitalismo y Ciudades rebeldes. Es catedrático de Antropología y Geografía en la City University of New York (CUNY) y Miliband Fellow de la London School of Economics.
IdZ: En Los límites del capitalismo y la teoría económica marxista comenzás analizando el método de Marx y señalás que los tres conceptos clave de la teoría de Marx: valor de uso, valor de cambio y valor, deben ser comprendidos en sus relaciones, enfatizando la noción de “pares relacionales”. ¿Por qué creés que esto es muy importante para leer El Capital? ¿Y cuáles son los problemas de otras interpretaciones que subestiman esta dimensión relacional? Una de las cosas que he encontrado tanto en los críticos de Marx como entre algunos marxistas, es lo que llamaría una lectura “muy determinista”, un tipo de lectura muy “causal”. Por ejemplo, existe la idea de que Marx era un determinista tecnológico, y que para él el desarrollo tecnológico determina ideas, dicta todo. Yo no acuerdo con eso para nada. Creo –por ejemplo– que la tecnología ha jugado un rol muy importante en el desarrollo del capitalismo, pero al mismo tiempo da nuevas ideas, hacia nuevas formas de vida. Una de las cosas que enfaticé, y que va más allá de lo que usted me pregunta, es que Marx analiza cómo la tecnología revela la relación que tenemos con la naturaleza, y al mismo tiempo da a conocer los medios por los cuales reproducimos la vida social, las relaciones sociales
y las concepciones mentales que se encuentran atrapadas en sus asociaciones. Cuando uno ve los procesos de cambio social, por ejemplo el largo capítulo XIII de El Capital, “Maquinaria y gran industria”, lo que puede ver es que en cierto punto de la argumentación Marx dice que para que esta transformación se produjera, nuestra concepción mental del mundo debe cambiar dramáticamente, debe ser más científica, mucho más basada en la tecnología. Esto es un cambio en concepciones mentales. Pero también debía cambiar el sistema de producción, y el proceso de trabajo ya no debía estar sujeto al “misterio” y al hecho de que el artesano fuera la única persona que comprende, que disecciona el proceso, entiende las piezas y las ubica de diferente forma, y ve el mundo de una forma diferente, con la ayuda de nueva tecnología como microscopios, telescopios, etc. Y finalmente Marx señala que con la llegada de nuevas máquinas en distintas industrias, eso impone la necesidad de que las máquinas sean construidas por otras industrias. Entonces, lo que dice Marx es que la transición desde el feudalismo hacia el capitalismo no fue conducida por ninguno de estos elementos tomado en sí mismo, sino que fue el resultado de una “coevolución”
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Foto: www.theconversant.org
de todos estos elementos, en relación unos con otros, interactuando entre sí. Lo que llamo lectura relacional y dialéctica de Marx habla sobre cómo entender este mundo, para no sugerir ya que hay una causa principal. Si uno toma estos elementos que planteamos encuentra que hay visiones deterministas del mundo que apuntan a uno de ellos. Por empezar el determinismo tecnológico. También hay un resurgimiento de un determinismo natural, medioambiental, que dice que la naturaleza determina todo, la tecnología determina todo, o las relaciones sociales determinan todo. La visión marxista es de que todos estos elementos están siempre en relación entre sí, y algunas veces uno toma la ventaja, a veces nuevas ideas toman la delantera, algunas veces aparecen nuevas tecnologías como computadoras y vemos cómo las computadoras cambian nuestra vida social. Entonces, considerando por ejemplo cómo son vividas nuestras vidas hoy que tenemos teléfonos móviles, ha cambiado las relaciones sociales, pero no las ha determinado. Mi lectura dialéctica/relacional de Marx implica estar abierto a todas aquellas posibilidades, y del mismo modo en que Marx pensaba en la transición entre feudalismo y capitalismo como una coevolución de todos estos elementos, tenemos que pensar en esos mismos términos la transición del capitalismo hacia el socialismo. Y tenemos que preguntarnos qué es lo que se relaciona, cuáles son las nuevas tecnologías, cuáles las relaciones sociales, qué
tipo de concepción mental, qué tipo de vida cotidiana, qué tipo de relaciones sociales, qué tipo de proceso de producción. Esas son las preguntas que debemos hacernos constantemente sobre el proceso de transición del capitalismo hacia el socialismo. IdZ: En La condición de la posmodernidad realizás un estudio que explica las condiciones materiales que dieron lugar al surgimiento del posmodernismo. Luego de dos décadas, ¿cuál creés que es el estado actual de las ideas posmodernas? Antes que nada, mi posición con respecto al posmodernismo fue no rechazarlo totalmente. Opino que se estaban diciendo unas cosas muy importantes, pero había todo un ala del posmodernismo y el posestructuralismo que fue, francamente, antimarxista. No veía por qué el posmodernismo tenía que tomar una posición antimarxista. Entonces, mi misión al escribir La condición de la posmodernidad fue hacer un análisis marxista del posmodernismo y decir: “Mirá, puedo entender lo que estás haciendo en términos marxistas. Estás articulando algunas demandas de los nuevos movimientos sociales alrededor de la raza, el género, el medio ambiente y lo demás”. Cuestiones que en mi opinión son muy importantes y que han sido subdesarrolladas, para decirlo de alguna manera, por la tradición marxista. Y si la tradición marxista apunta a ser una tradición viva, necesita encontrar la forma de encararlas.
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A mí siempre me había parecido poco sofisticada y en algunos casos despectiva la forma en que la tradición marxista había tratado temas como el espacio, el tiempo, la geografía y el medio ambiente. Por ejemplo, en mis primeros años, la mayoría de los marxistas convencionales no se molestaba en leer lo que escribía, ¡porque era geógrafo y porque insistía en hablar sobre la geografía! Yo decía: “Como materialista, ¿cómo podés actuar como si no existiera la geografía? ¡Qué loco! ¿Quién puede decir que la urbanización no es importante?”. Pero no había mucho escrito dentro de la tradición marxista sobre urbanización. Cuando empecé a escribir sobre el tema a principios de los ‘70 estaba Henri Lefebvre, [Manuel] Castells, yo, y algunos otros que trabajaban alrededor de la Revista Internacional de Estudios Regionales y Urbanos [IJURR]. Pero la mayoría de los marxistas conocidos no escuchaba y no quería saber nada. Yo siempre había tomado el aspecto geográfico y espacial como algo muy serio, y pensaba que había una gran ausencia dentro de la tradición marxista. Por lo que me causó mucha gracia que los posmodernistas intentaran usar el concepto del espacio y la geografía para tratar, de alguna forma, de atacar al marxismo, mientras que yo había estado discutiendo dentro del marxismo sobre estas cuestiones. Luego los posmodernistas empezaron a usar a mis escritos para atacar al marxismo de Marx, y creo que los hice enojar mucho al decir que todavía soy marxista, pero que es cierto que hay que tomar en serio estas cuestiones. Creo que salieron algunas cosas buenas del giro posmoderno-posestructuralista, pero lo que me desagrada intensamente es la forma en que descarta la tradición “macro”. También el hecho de que la única forma en que pudieran responder a lo que yo y otros estábamos haciendo fue decir que la economía política no importa, que todo es cultural. Muchos geógrafos en Gran Bretaña decían que la economía política no importaba, y ahora parecen idiotas porque, como podemos ver, la economía política importa muchísimo y es necesaria. Es lo que yo calificaría como el lado más tonto del posmodernismo-posestructuralismo. IdZ: Vos distinguís la acumulación a través de la explotación de otro modo de desenvolvimiento del capital, que definís como acumulación a través de la desposesión. ¿Podrías sintetizar lo específico de este último concepto y la relación entre ambas? En un sentido ambas son “desposesiones”, ya que el trabajador es desposeído del valor entero del producto, pero en la historia del pensamiento esta es comúnmente definida como “explotación”. Creo que a la par de esta existe un comportamiento predatorio en el que los bienes de las personas les son quitados, y estos bienes pueden ser tradicionales, o pueden ser los bienes de unos capitalistas que son apropiados por otros más poderosos: en los Estados Unidos –por ejemplo– hay una larga tradición de las granjas familiares que está desapareciendo, en gran parte a través de los mecanismos del sistema crediticio, para darle lugar al agrobusiness, y debido a esto se ve una tensión constante en el »
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IDEAS & DEBATES
campo. Pasa también aquí [en la Argentina] que a la gente a la cual le resulta muy difícil ganarse la vida con una pequeña propiedad de una hectárea, y esto significa que en un momento u otro, probablemente serán desposeídos de su medio de ganarse la vida. En EE.UU. con la crisis, hemos visto que con grandes bancarrotas corporativas como General Motors y Chrysler, mucha gente que tenía buenas jubilaciones, de repente ve cómo les son quitadas. Otro ejemplo de desposesión es la “gentrificación” de los barrios, que expulsa a la gente de los lugares donde vive mediante cambios en los impuestos y en toda la forma de vida. Entonces, creo que está ocurriendo un proceso de desposesión que no solo se trata de la acumulación primitiva, en el sentido de derrocar a viejos sistemas, sino también en el sentido de quitar derechos que se han conquistado a través de la lucha de clases; de hecho, si uno mira los últimos 30 años del proceso neoliberal, ve mucha acumulación a través de la desposesión. Por ejemplo, en Gran Bretaña, cuando estaba creciendo, mi educación era gratis, no pagaba nada, hice un doctorado, todo fue pagado por el Estado. La educación gratis era un principio socialista muy importante. Ahora ha desaparecido, y la gente tiene que pagar. En mi propia universidad, una de las respuestas a la crisis de presupuesto, pues están en crisis los presupuestos de la ciudad y el Estado por el colapso financiero, es subir el arancel a unos 600 dólares por año. Esto, me parece a mí, es una desposesión del derecho a una educación decente. La gente tiene menos dinero y entonces, ¿qué hacés? ¡Les cobrás más! Esto es una forma de extraerle más excedente a la población. Entonces creo que la acumulación mediante la desposesión es una parte muy importante de nuestra crítica del capitalismo, y hay que consolidar esta parte de nuestras críticas, mientras –por supuesto– continuamos sosteniendo la necesidad de organizarnos contra la explotación en el propio proceso de trabajo. Creo, por lo tanto, que estas dos formas de explotación operan juntas, y es muy importante mantenerlas una al lado de la otra como parte del programa político. IdZ: En muchas oportunidades hiciste hincapié en la dimensión urbana de la lucha de clases. ¿De qué manera opinas que se combinan
la lucha en el lugar de trabajo y la lucha en la ciudad? Este es un problema muy difícil y es uno que creo que la organización política necesita tratar. No tengo ninguna fórmula mágica. Ha habido una tendencia, por ejemplo, en especial en Europa, a que los sindicatos sean hostiles al “movimiento de los movimientos” tipo foros sociales, y a que estos respondan de la misma manera. Creo que los sindicatos tienen mucho trabajo que hacer, para reformarse e integrarse a un movimiento político mucho más amplio, y entonces creo que hay muchas dificultades: el sindicalismo varía mucho según el país y la realidad política del movimiento, pero creo que estamos ante una coyuntura ahora en que puede ser más viable esta reforma. Por otro lado, toda la cuestión de los trabajadores y la ciudad, supone que los trabajadores están en las fábricas y la gente está en las ciudades, cuando en realidad los trabajadores viven en las ciudades. Hay una política del lugar de trabajo y una política del hogar, que pueden ser más fácilmente combinadas si empezamos a pensar de una forma más política sobre cómo se crea una ciudad, quién trabaja en la ciudad, cómo funciona, y por lo tanto empezamos a pensar en los trabajadores de mantenimiento, los recolectores de basura, los trabajadores telefónicos, y que estos también son trabajadores, y que una enorme cantidad de gente está empleada en el mantenimiento de la misma ciudad y la reproducción del medio ambiente urbano. Creo que la organización de estos trabajadores alrededor de un nuevo concepto de urbanización es algo que puede desbordar también al sentido más tradicional de organización de la gente que trabaja en fábricas o talleres. IdZ: Hace unos años escribiste un prefacio para una nueva edición del Manifiesto Comunista. ¿Cuál es para vos la relevancia actual de esta obra? Aún vivimos bajo el capitalismo. Lo que es asombroso es que Marx y Engels, armados con la crítica de una economía política principalmente británica, conociendo de primera mano por Engels lo que estaba sucediendo en Manchester, en cierto sentido hacen la pregunta sobre cómo sería si todo el mundo –en todos lados– fuera
como en Manchester. Era una muy buena pregunta porque en ese momento el capitalismo estaba esencialmente confinado a la ciudad de Manchester y a otros pocos lugares, y ahora por supuesto vas al poderoso delta de Shanghai en China, cualquiera encuentra lo que estaba pasando en Manchester en los años 1840. Y la crítica de parte del mundo basada en esa pequeña parte del mismo. Y tantos aspectos de esa crítica aún están con nosotros: la alienación, el impulso a crear el mercado mundial... por lo que leer el Manifiesto es como leer una buena síntesis de lo que está ocurriendo en el mundo, salvo que ya no es en Manchester, sino lo que está pasando en China, lo que está sucediendo en India, en Sudáfrica, en Brasil, y lo que sucede aquí [en Argentina, NT]. Ellos adoptaron el punto de vista de que el capitalismo estaba destinado a globalizarse y por supuesto que lo ha hecho. Por lo que hay muchos aspectos que se acercan mucho a lo que nos encontramos hoy. Pero también hay –por supuesto– aspectos que eran especiales de este período: su compromiso con los pensadores utópicos en Francia en los años 1830 y 1840; algunos argumentos peculiares sobre cuestiones de agenda del orden del día que son muy de su tiempo, que mencionaban en el prefacio que escribieron en la edición de 1872, que cambiarían. Es impresionante, leyéndolo, lo refrescante que es leer esta hermosa pieza de literatura, pequeña pieza de literatura, es que es como “¡Bang, de esto se trata la naturaleza del capitalismo!”. Y es muy excitante releerla hoy, particularmente como la estaba leyendo yo al comienzo de este colapso del sistema financiero y estando el capitalismo claramente en un gran problema, algo muy problemático e interesante era contrastar las diversas ediciones luego del 150 aniversario, en 1998, cuando el capitalismo estaba triunfante, cómo se tomaba el Manifiesto hace sólo diez años, y cómo se toma ahora cuando el capitalismo ya no es más triunfante en ningún lado.
Entrevista: Pablo Anino Traducción: Juan Duarte
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Ilustración: Anahí Rivera
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Producción del saber y lucha de clases en la Universidad contemporánea (II)
¿La “mercantilización” del saber nació con el Neoliberalismo? Emmanuel Barot Profesor de filosofía en Toulouse II -Le Mirail, autor de Révolution dans l’Université. Quelques leçons théoriques et lignes tactiques tirées de l’échec du printemps 2009, Marx au pays des soviets ou les deux visages du communisme y Sartre et le marxisme. Contrariamente a las afirmaciones repetidas desde los años ‘60 en las teorías liberales, pero también por diferentes corrientes de izquierda pasadas al posmodernismo, la teoría marxista del valor y de la plusvalía no se volvió obsoleta con los nuevos regímenes de enrolamiento del trabajo intelectual en el capitalismo. Reconocer la diferencia entre las producciones materiales e intelectuales, así como la complejidad inducida por las revoluciones tecnológicas en los mecanismos de la reproducción ampliada del capital, no supone entender que la acumulación de este último sería parte del pasado. Luego de la puesta en perspectiva histórica de
la crisis universitaria mundial, propuesta en la primera parte de este artículo1, aquí se estudian, con Marx, las modalidades tradicionales, y específicamente actuales de la “mercantilización del saber”, tratando de precisar lo que esta fórmula puede esconder conceptualmente.
1. “Economía del conocimiento” y “productividad” de saberes El conocimiento es un pilar de toda economía. En el capitalismo contemporáneo la fórmula designa más precisamente la idea de que el conocimiento es el objeto de una “economía” específica, en el doble sentido de un régimen
propio de producción y de circulación, y de una disciplina específica (por ejemplo la “economía cognitiva”) y, en los más “radicales”, se convirtió en el verdadero sujeto de la economía-mundo, así como por ejemplo también después de 1945 se pudo creer que la tecnología se había convertido en el nuevo “motor” de la historia. Esta caracterización funda el paradigma de la autoproclamada era del “capitalismo cognitivo” y de lo “inmaterial”, en el centro de una visión del período actual como una “mutación” histórica del capitalismo. Marx y Engels demostraron sin embargo, desde hace mucho tiempo, que el capitalismo revoluciona permanentemente sus medios »
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“La clasificación de las revistas, la jerarquización cuantificada de las publicaciones, y finalmente la de los trabajadores intelectuales que publican, permiten reenviar tendencialmente todo “saber-trabajo” viviente y su productividad de valor, a la cantidad mesurable que lo vuelve comparable a cualquier otro saber.
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de producción, y que la innovación tecnológica es la garante de la sobrevida en un régimen competitivo. Se trata acá de entender, eso que ya Marx llamaba la “producción inmaterial” de la “fábrica escolar”, que es el objeto hoy no de una “mercantilización de saberes” que podría haber sido antes inexistente, sino de formas renovadas de esa misma “mercantilización”. No es suficiente con criticar la “mercantilización neoliberal”, se trata de comprender la evolución de la relación de los saberes con la forma mercancía, y en particular de la evolución de los “indicadores de perfomance” oficiales que las contrarreformas imponen hoy en la investigación y en la enseñanza. Estos indicadores vienen a apoyar la idea de que las formaciones “útiles” son las que llevan a oficios o trabajos “productivos”, todo lo que es “improductivo” debe ser dejado de lado. Ahora bien, sobre este punto hay una distinción clave, que fue clarificada por Marx, entre la productividad técnico-material y la productividad económica: la primera se mide a través de los productos, de su masa, de su utilidad, y reenvía a la lógica de las necesidades de toda la sociedad, reconstruye una lógica del valor de uso. La segunda es la productividad del capital, donde un trabajo solo es, stricto sensu, “productivo”, cuando produce una plusvalía: en este caso es la lógica del valor de cambio. La primera productividad está perfectamente subordinada en el capitalismo a la segunda y al consumo. La economía del conocimiento naturalmente no cambia nada de esto, y persigue el objetivo, en el sentido amplio, de subordinación del trabajo “improductivo” al trabajo “productivo” que es la dinámica de la mercantilización capitalista por excelencia.
2. “Subsunción formal” y “subsunción real” de los saberes al capital Hay aquí que distinguir entre dos procesos complementarios: el de los registros de los saberes en
la esfera de la producción (estudiada en la primera parte) y el de la elaboración estrictamente productivista de los saberes, que nos interesa ahora. En primer lugar, incluso antes de hablar de privatización, es mediante la reducción “tendencial” de los saberes a formas lo más operacionales posibles (susceptibles de una codificación formal, de una evaluación cuantitativa y de un uso “técnico”), vía los filtros de la “información” y la “competencia”, que están actualmente radicalizando los regímenes anteriores de “mercantilización” del trabajo intelectual. En el capítulo VI “inédito” del libro I de El Capital, Marx distingue la subsunción formal y la subsunción real del trabajo al capital. La segunda refleja el modo de producción específicamente capitalista, mientras que la primera designa la integración en la relación salarial de mercado de actividades laboriosas o de modos de producción anteriores al capitalismo. Por analogía, se puede caracterizar la actual transición sin mutación de la organización capitalista del conocimiento, homologando: 1) la Universidad en su organización general después de 1968 en los centros imperialistas y antes de la contrarrevolución actual, a la “subsunción formal” del trabajo intelectual y de sus productos al capital2; 2) la nueva universidad de hoy, como un período de “subsunción real”, tendencial, de los primeros sobre los segundos. El criterio distintivo es el momento donde el capital “se inmiscuye en el proceso de producción en sí mismo”3 y lo “revoluciona”, es decir donde opera una “completa revolución en el modo de producción mismo, en la productividad del trabajo, y en la relación entre el capitalista y el trabajador”4. Mostrar que la actual colonización productivista del “Management” del trabajo “improductivo” corresponde tendencialmente al pasaje de una subsunción formal a un estado de subsunción real, implica señalar que se pasa de saberes producidos y transmitidos con una independencia relativa (es decir de una cierta
autonomía de pensamiento y de enseñanza), a saberes sustancialmente transformados e infligidos en sus modos de producción y de control, es decir, preencuadrados en los objetos (cursos o trabajos de investigación), en el ritmo de desarrollo (por el financiamiento del proyecto a corto término), y en la forma misma de exposición (por las reglamentaciones crecientes). Mostremos ahora que esta transformación ilustra los principios generales de la teoría del valor del libro I de El Capital.
3. Teoría del valor y fetichismo de la mercancía-saber El “valor” es el concepto de una realidad doblemente contradictoria. Por un lado, un objeto no puede devenir una mercancía que posee un valor de cambio si no tiene un valor de uso: un trabajo inútil ha sido inútilmente gastado o usado y no crea valor capitalizable. Sin embargo el capitalismo hace de la acumulación del valor de cambio su propio fin: la primera contradicción es esta, la materialidad útil condiciona la acumulación del capital… que simultáneamente debe franquearse. Porque, por otra parte, el trabajo vivo real solo se socializa en el capitalismo si es apto para producir valor. Para esto el trabajo vivo concreto debe superar su singularidad: porque es un producto intercambiable, conmensurable, es necesario que devenga conmensurable con otros trabajos vivos concretos. Tal es la segunda contradicción del valor: el trabajo humano vivo y concreto debe abolirse como tal para poder realizarse socialmente y devenir trabajo anónimo, igual, indistinto, breve, abstracto: es en este sentido que el trabajo abstracto es la sustancia del valor, dice Marx, la calidad común de los diferentes valores de uso que los vuelve aptos para portar valor “monetarizable”. El “fetichismo” de la mercancía es lo que resulta, en el plano social, de estas dos contradicciones fundadoras, induciendo la ilusión de que las propiedades sociales de los objetos les son
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inherentes independientemente de los hombres que los producen, y finalmente, según la cual el capitalismo es una realidad natural y eterna. El “fetichismo de los saberes” es un caso particular de este fetichismo de las mercancías. Las contrarreformas actuales generalizan los indicadores asociados a procedimientos de evaluación sistemáticas realizadas con los métodos más recientes del “Management”5. “Evaluar” es atribuir un valor. Asimilar “creatividad” científica o intelectual en una “revista legítima” (según clasificaciones internacionales) o en una Universidad reconocida es, por una parte, efectuar una operación cualitativa de (des)legitimación, por lo tanto de jerarquización de las formas de la producción intelectual. Y por otra parte es, ya que esto reposa en la constitución de datos biblio-métricos, detrás del rostro de una operación contable, expresar la competencia generalizada entre investigadores, laboratorios, universidades, etc. Las más frecuentes críticas del “Management” y de la “mercantilización” se detienen acá, mientras que el fundamento de la operación no se ha clarificado aún: lógicamente hablando, esto no es más que la puesta en equivalencia cualitativa de los “saberes”, y esta “igualación” es la operación de abstracción conceptualizada por Marx: los trabajos vivos, concretos (los saberes como producciones y como productos) expresan primero gastos intelectuales (y físicos), y materiales específicos, cualitativamente diferentes. La operación de “igualación” los nivela y hace ejemplares comparables de una misma sustancia abstracta. La clasificación de las revistas, la jerarquización cuantificada de las publicaciones, y finalmente la de los trabajadores intelectuales que publican, todos esos procedimientos provienen del “benchmarking” (índice de referencia)6, y permiten reenviar tendencialmente todo “sabertrabajo” viviente y su productividad de valor, a la cantidad de saber-trabajo abstracto que encierra, cantidad mesurable que lo vuelve comparable a cualquier otro saber, basándose en el principio propicio de la compra-venta por un precio aproximadamente determinado por esas unidades de valor que encierra.
4. Modalidades “posmodernas” de mercantilización y funciones clásicas del aparato universitario Es por esto que el descifrado del “inconsciente político” que Jameson atribuyó a los deseos del sujeto de las producciones literarias, se generalizó luego en todos los saberes, cuya pretendida neutralidad, hoy como ayer, es un mito. Para este último, esta mezcla creciente de los diferentes niveles del sentido social revela un salto cualitativo de la dialéctica de lo material y de lo ideológico, que él estima propia del posmodernismo entendido como lógica cultural de conjunto del capitalismo, que siguiendo a Mandel califica de “tardío”7. Sin embargo, se impone la prudencia: esta modalidad “posmoderna-neoliberal” de mercantilización, no solo es parcialmente nueva, sino que todavía toca, o llega, solamente a una parte de la realidad universitaria.
Por una parte, prolonga las formas clásicas del patentamiento en la ingeniería y la industria (Marx y Engels hablan a menudo de la geología y de la química al servicio de la producción de estiércol para la agricultura industrial, de la física y de la teoría de las formas de energía al servicio de la industria y el transporte, etc.). La única novedad es que de ahora en más (en línea recta con el preformateo neopositivista del pensamiento “racional” que condenaba Marcuse en El hombre unidimensional) ya no son solamente las ciencias “aplicadas”, sino la investigación fundamental en sí misma la que ve generalizarse la dinámica de la abstracción mercantilizante. Por otra parte, esta prolongación no reemplaza, sino que viene a agregarse, complejizando en parte, las tres funciones capitalistas más tradicionales de la Universidad (ver parte I): de reproducción ideológica del orden establecido, de cooptación de la pequeñoburguesía, y, sobre todo, de reproducción calificada de futuros ejércitos industriales de reserva. Es por esto, que los saberes difícilmente reductibles al canon productivista, en particular las Letras, las “Humanidades”, se incorporan productivamente al capital: el alineamiento productivista-operacional, aun empujado lo más posible, no tiene acá vocación de generar “patentamientos” o materializaciones técnicas, pero hace de estos saberes útiles optimizados en la reproducción “productiva”, de todas estas funciones siempre tan indispensables de control, vigilancia, gestión y regulación (directas o no) de la producción, del comercio, de los “recursos humanos”, pasando por la psicología del trabajo. La explosión actual del número de estudiantes de escuelas de comercio que siguen estudios de filosofía, regimentándolos metódicamente en su formación mercantil, ilustra claramente este proceso. Esta segunda modalidad de “mercantilización”, con acento en la reproducción de la fuerza de trabajo, insiste en la dinámica de la reproducción de las clases sociales en general, y en el mantenimiento de su antagonismo. Las primeras, tanto en sus formas tradicionales como “renovadoras”, enfatizan nuevamente la contradicción entre la naturaleza social y la forma privada de la actividad del trabajo y la producción de valor. En los dos casos se llega a la cuestión fundamental de saber dónde y cómo caracterizar la explotación y la alienación específicas, si ellas existen, de los productores de saber, y en particular como se insertan en la producción de la plusvalía en la escala del capital social en su totalidad. Ciertamente un conocimiento no es un bien manufacturado, pero desde el punto de vista del capital eso es un tema secundario: el conocimiento no es directamente una fuerza productiva, el trabajador intelectual no es en sí mismo y en soledad, productor de plusvalía. No lo es, como cualquier otro trabajador que se incorpora, según las diferentes modalidades presentadas, a la producción en general. No se incorpora, y no concursa, para producir plusvalía capitalizable mediante su simple “productividad marginal” individual (lo
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que no es más que una ficción de la economía liberal), sino hasta que se incorpora al trabajo colectivo, del cual es miembro: el proletariado explotado en su totalidad. El análisis marxista de la producción de saberes y de la lucha de clases en la universidad del capitalismo “high tech” y “new age” confirma plenamente el entrelazamiento diagnosticado por Marx de “la producción de las ideas, de las representaciones y de la conciencia” y “la actividad material”8 de los hombres. Es como decía Ernest Mandel en 1972: “en última instancia, los intereses del desarrollo del valor del capital monopolista terminarán por imponerse igualmente en el sector de formación de la mano de obra”. Se trata por lo tanto de obrar ofensivamente en lo que se presentaba como un horizonte lejano: “La única fuerza que podría impedirlo a largo plazo es la clase obrera, y no la clase media o grupos capitalistas más débiles”9. Combatir el derroche represivo de las fuerzas productivas al que condenan a la sociedad en general, y en particular la “toyotización” del pensamiento en la Universidad, exige la metamorfosis metódica de ese trabajador colectivo, que está siempre a la vez en “actividad” en el mercado y “en formación” en la Universidad, en un sujeto revolucionario intransigente y conciente de sus fuerzas. Traducción: Gastón Gutiérrez
1. “Transición histórica y ‘revolución pasiva’ del orden universitario mundial”, Ideas de izquierda 4. 2. En la parte I de este artículo abordé las contradicciones propias de este período de compromiso. 3. K. Marx, “Resultados del proceso inmediato de producción”, El capital capítulo VI (inédito), México, Siglo XXI, 2001, p. 72. 4. Ídem. 5. A. & E. Pezet, La société managériale. Essai sur nanotechnologies de l’économique et du social, Montreuil, La Ville Brûle, 2010. 6. El índice de referencia estándar h (“índice h”, índice de Hirsch) cuantifica la productividad teórica y el impacto en la comunidad científica al nivel de la citación de las publicaciones: un investigador que publicó h veces, citado h veces, se le atribuye un “índice h”. Este índice es más que una simple medida estadística, es el resultado de una verdadera matematización. Este enrolamiento ideológico de las matemáticas (así como de la teoría de los juegos en la economía neoclásica) en sí encarna la incorporación brutal de la ciencia al capital –ningún sector, incluso el artístico, aunque aparentemente “puro” o “desinteresado”, puede liberarse de esto. Véase I. Garo, L’or des images. Art, monnaie, capital, Montreuil, La Ville Brûle, 2013. 7. L’inconscient politique. Le récit comme acte socialement symbolique (1981), París, Questions Théoriques, 2012, et Le postmodernisme: Ou la logique culturelle du capitalisme tardif (1992), París, ENSBA, 2011. Jameson recusa toda idea de que habría una “mutación” por la cual el capitalismo estaría en tren de autoabolirse, como la idea que defendieron Negri o Gorz. Ver también, E. Mercatante, Reseña de F. Jameson, Representar El Capital, Ideas de izquierda 3. 8. Marx y Engels, La Ideología Alemana. 9. Ernest Mandel, El capitalismo tardío.
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El imperio contraataca Perry Anderson vuelve en su último trabajo, publicado en New Left Review, al análisis de la política exterior norteamericana y los planteos de los principales exponentes de elaboración estratégica. Con la capacidad para comprender de forma integrada los movimientos estructurales, los que acontecen en el terreno político y en el debate intelectual que ha mostrado en sus mejores trabajos, delinea en este ensayo los mecanismos de lo que define como el Imperio. esteban mercatante Economista.
El último número de NLR (2013), dedicado enteramente a los ensayos de Anderson, es un suceso con solo tres precedentes: en 1972 Tom Nairn sobre Europa, en 1982 Anthony Barnett sobre la Guerra de Malvinas, y en 1998 Robert Brenner sobre “La economía de la turbulencia global”. Los dos artículos de Perry Anderson son un extenso ensayo sobre la política exterior norteamericana desde la posguerra. El primer artículo, “Imperium”, analiza los objetivos y los resultados de la política exterior hasta el presente, y recoge los debates intelectuales que generó la conformación del “imperio”, recorriendo todo el arco ideológico. El segundo texto, “Consilium”, repasa las posiciones de la literatura más relevante que se viene produciendo en la actualidad sobre el rol de EE.UU. en el mundo y las distintas alternativas elaboradas por los principales exponentes de líneas estratégicas de política exterior, para reforzar la posición internacional de los EE.UU., la “nación indispensable” como la llamara Madelaine Albright (secretaria de Estado en la segunda presidencia de Clinton), supuesto fuera de cuestión
por todos los autores reseñados por Anderson. Este número especial está estrechamente emparentado con“Homeland”, artículo del NLR 81, de mayo-junio, en el que analizaba la situación del régimen político norteamericano.
Capital y Estados en la geografía global Un aspecto distintivo de “Imperium” es que se propone descifrar la articulación entre el poder estatal y el dominio del capital, y la particular forma que adquirió esta relación en los EE.UU. desde la segunda posguerra. Perry Anderson encuentra en el trabajo de Nicholas Spykman, America’s Strategy in World Politics, el esquema conceptual básico para comprender las relaciones contemporáneas entre los Estados, el lugar de los Estados Unidos y sus perspectivas dentro de este complejo. Para este autor, el equilibrio político –el balance de poder– era un ideal noble, pero “la verdad del asunto es que los Estados solo están interesados en un balance que les resulte favorable. Su objetivo no es un equilibrio, sino tener generosos márgenes de maniobra”1. Combinando
cuatro medios de poder (persuasión, compra, trueque y coerción) el objetivo era lograr una “posición de poder que permitiera la dominación de todos los Estados a su alcance”2, es decir, nos dice Anderson, una hegemonía. Desde un comienzo, la gran estrategia norteamericana se fijó como meta la “preponderancia de poder” alrededor del globo (p. 26). Los objetivos partieron de las lecciones del período de entreguerras. “La Gran Depresión había puesto de manifiesto a los responsables del diseño de políticas que la economía norteamericana no se encontraba resguardada de las ondas expansivas de los shocks en el sistema global capitalista, y el estallido de la guerra que los bloques comerciales autárquicos no sólo amenazaban la exclusión del capital norteamericano de amplias zonas geográficas, sino que creaban el riesgo de conflagraciones militares que podían poner en peligro la estabilidad de la civilización burguesa de conjunto” (p. 42)3. La participación en la guerra tuvo entonces un doble bonus: la economía norteamericana creció a un ritmo fenomenal bajo el estímulo de los requerimientos
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militares (doblando el PIB entre 1938 y 1945); y los principales rivales industriales emergieron del conflicto debilitados, “dejando a Washington en posición de reconfigurar el universo del capital de acuerdo a sus requerimientos” (p. 42). Aunque a la salida de la guerra la apertura de los mercados transoceánicos a las exportaciones norteamericanas era considerada como vital (en una potencia cuyas elites “estaban más cerca de las corporaciones y los bancos que las de cualquier otro Estado en ese momento”), la guerra fría alteró los cálculos. Aunque la política llamada de “Puertas Abiertas” (apertura económica y renuncia de las otras potencias a dominios coloniales) se mantuvo como un componente central de la gran estrategia norteamericana, pero al mismo tiempo los EE.UU. aceptaron la protección de mercados en Europa y en Japón, aún en detrimento de las aspiraciones de sus corporaciones. La reconstrucción de estas economías bajo dirección norteamericana y su protección de la amenaza comunista fue la prioridad principal de la “contención”. “Allí la preponderancia del poderío americano por sobre los intereses americanos se volvió por primera vez plenamente funcional, bajo la forma de una hegemonía imperial. Los EE.UU. actuarían desde entonces, no primeramente proyectando las preocupaciones del capital norteamericano, sino como guardianes del interés general de todos los capitales, sacrificando –donde fuera necesario, por el tiempo requerido- el beneficio nacional en aras de la ventaja internacional, con confianza en la recompensa final” (p. 43). Si pudo hacer esto es porque “había amplia holgura para realizar concesiones a los estados subalternos, y sus grupos gobernantes” (p. 44).
Una universalización cada vez más forzada La conceptualización que realiza Anderson acierta en señalar que hay dos rasgos en tensión potencial en la proyección imperial de EE.UU.: por un lado, su rol como garante de la reproducción general del capital, y por otro, la defensa de los intereses específicos del capital norteamericano. La “preponderancia del poder” y la decisión estratégica de fortalecer el orden económico transnacional favoreciendo la recuperación de Europa y Japón, se impuso en ocasiones dejando en segundo lugar intereses económicos más inmediatos. Una premisa
central sobre la cual se pudo constituir el imperio ha sido la armonía de lo universal y de lo particular, pero esta se basó en las excepcionales condiciones creadas por la posguerra que dieron lugar a una indiscutida superioridad norteamericana. Pero “el restablecimiento de Japón y Alemania no tuvo un beneficio exento de ambigüedades para los EE.UU.” (p. 110). Su competencia contribuyó al estrechamiento de la rentabilidad de las corporaciones norteamericanas, lo cual conduciría a la crisis de estancamiento en la que se debatió EE.UU. (pero también sus competidores) durante los años ‘70. La compleja articulación entre poder e intereses que había permitido suficiente holgura para articular la hegemonía imperial, empezaba a mutar a un sistema de dominio que resultaba un lastre sobre los intereses del capitalismo norteamericano (p. 110). Por supuesto, “de este contratiempo emergió un modelo de mercado más radical”, apoyado en las derrotas y desvíos de los procesos revolucionarios que amenazaron el dominio capitalista en todo el planeta en los años ‘60 y ‘70, agregamos nosotros. Sobre esta base, con el final de la Guerra Fría, se puso nuevamente sobre el tapete la estrategia más ambiciosa del Estado norteamericano: la construcción de un orden liberal internacional con EE.UU. a la cabeza, para imprimir al capitalismo “su forma realizada, como un universal planetario bajo un hegemón particular” (p. 83). Los ‘90 marcaron el pasaje definitivo a una posición ofensiva: “los EE.UU. podían por primera vez aplicar una presión sistemática sobre los Estados que lo rodeaban para poner sus prácticas en línea con los estándares norteamericanos. El mercado libre ya no era algo con lo que se pudiera jugar. Sus principios debían ser observados”. Pero a pesar del éxito en estos objetivos, algo, en la base del edificio imperial empezaría a resquebrajarse. El orden liberal que el imperio se proponía crear, para soldar universal y particular “en un sistema unificado”, comenzó a escapar a los “designios de su arquitecto” (p. 111). Con la emergencia de China como un poder económico no solo más dinámico sino pronto comparable en magnitud, que provee las reservas financieras que requiere EE.UU., capitalista “a su modo” pero lejos de ser liberal, “la lógica de largo plazo de la gran estrategia norteamericana se ve amenazada de volverse contra sí misma”. El imperio, que no cesó de extenderse, se
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está volviendo sin embargo “desarticulado del orden que procuraba extender. La primacía norteamericana no es ya el corolario de la civilización del capital […] Una reconciliación, nunca perfecta, de lo universal con lo particular fue una condición constitutiva de la hegemonía norteamericana. Hoy se están separando” (p. 111). En otros términos, la contradicción entre la internacionalización de las fuerzas productivas y el sistema internacional de Estados a través del cual se articulan las relaciones de producción, emerge nuevamente como un aspecto disruptivo ante los límites crecientes que enfrenta la hegemonía norteamericana, aunque hoy no haya quien pueda proponerse disputarla. El reconocimiento de estas dificultades emergentes para la reconciliación entre universal y particular distingue el trabajo de Anderson de otra literatura reciente en la que el término imperio se contrapone al de imperialismo, atacando especialmente la formulación de Lenin. Es el caso por ejemplo de Leo Panitch y Sam Gindin4, para quienes esta teoría acarrearía problemas conceptuales (como una visión instrumentalista del Estado, o una supuesta errónea “derivación” del imperialismo desde las contradicciones económicas, como aspectos centrales) y habría quedado desfasada históricamente, por los cambios en la naturaleza de las relaciones entre las clases dominantes de las economías más avanzadas, que hoy tienen intereses mucho más entrelazados y han perdido la coherencia nacional de antaño. Esto último habría conducido a un cambio en la naturaleza de las relaciones interestatales, como resultado de una activa iniciativa del Estado norteamericano por disociar la competencia económica de la rivalidad geopolítica. La conclusión de los autores es que la perspectiva trazada por las teorías del imperialismo sobre la inevitabilidad de las disputas geopolíticas entre las grandes potencias (no en todo momento, pero sí en los períodos en los que existen profundos desajustes en los equilibrios internacionales), sería un aspecto erróneo. Su teoría del imperio considera que el capitalismo global es una estructura jerarquizada, pero en la cual EE.UU. logró articular un sistema internacional de Estados que opera de conjunto en beneficio de la reproducción del capital. En los marcos de este orden, para los autores, los conflictos entre los Estados –comerciales, diplomáticos– no cuestionan las bases mismas del sistema, que operaría en »
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IDEAS & DEBATES
beneficio de todos los actores (excepto, obviamente, de los Estados “paria” que son víctima de los ataques “correctivos” por no ajustarse al orden liberal internacional). Sin embargo, aunque los términos de Anderson no son los mismos que los de estos autores, y correctamente no parece descartar –en abstracto– la posibilidad de disputas geopolíticas agudas entre las principales potencias, el panorama que traza no se encuentra muy alejado. Europa, tal como la analiza en El nuevo viejo mundo, no es –ni se propone ser– mucho más que un protectorado norteamericano. En el caso de Japón, a pesar de que la agenda norteamericana es terminar con la anomalía de los mercados relativamente cerrados a su capital que este país mantuvo desde la Guerra Fría, ahora la potencia asiática parece decidida a ceder a los fines de asegurarse el sostenido apoyo norteamericano en sus fricciones con China. No hay entonces un panorama de mayores disputas. De hecho, no se muestran en lo inmediato grandes amenazas en el horizonte para los dispositivos del imperio. La línea de falla entre “el universal y el particular” pasa en su análisis por la relación de los EE.UU. con China. Esta lectura, creemos, subestima la magnitud del cisma que la crisis iniciada en 2007 empezó a abrir entre EE.UU. y Europa. Aunque los efectos más catastróficos de la crisis aparecen contenidos, la condición para lograrlo fue la aplicación de políticas de emisión monetaria sin precedentes, así como la emisión de deuda pública en gran escala, y el mejor resultado que se pudo lograr es afrontar un panorama de crecimiento muy débil que podría prolongarse durante la próxima década (como sostenía Anwar Shaikh en el número 3 de esta revista). Las divergencias sobre los modos de afrontar los costos que ocasionaron las medidas de contención puestas en marcha para enfrentar la crisis5, crearon tensiones entre Alemania y EE.UU. sin precedentes desde la II Guerra Mundial. La escala en la cual EE.UU. se muestra dispuesto a tomar medidas de contención como los llamados “QE” (relajamientos monetarios cuantitativos) que tienen como efecto “secundario” trasladar a otros países los costos de la crisis, la resistencia de Alemania a salvar a toda Europa en los términos indicados por EE.UU. –que se aflojó pero no despareció–, y los riesgos que sus exigencias hacia los países de la periferia europea generaron para el sistema financiero internacional, remiten a divergencias profundas sobre los modos en que se reestructurará la economía global. Aún ante la Europa del capital, cuyas clases capitalistas han entrelazado más sus intereses con los de las corporaciones y bancos norteamericanos, lo que ponen en juego las ondas expansivas de la crisis contribuye en algunos aspectos –de forma contradictoria y con mediaciones– a separar lo universal y lo particular. La imposibilidad de encauzar la crisis más allá de la contención “rastrera”, el juego de “suma cero” que plantean los cambios de fondo, hace prever un escenario donde los mayores choques de clase irán de la mano de disputas más abiertas entre las grandes potencias económicas, que son
quienes más tienen qué ganar y qué perder en las variantes de salida a la crisis.
¿Resistencias? No es casual que Anderson ni siquiera considere esta perspectiva. En su registro no hay cambios en el paradigma de “pesimismo histórico” (como lo llamara Gilbert Achcar) expresado en “Renewans” (NLR 1, Segunda Época), cuando afirmaba que “el capitalismo norteamericano ha restablecido sonoramente su primacía en todos los campos –económico, político, militar y cultural”6. Aunque su crítica a los estrategas norteamericanos señala que un punto central es su desatención a las causas subyacentes “del enlentecimiento del crecimiento del producto, el ingreso per cápita y la productividad, y el aumento concomitante de la deuda pública, corporativa y de los hogares, no solo en los EE.UU. sino en el conjunto del mundo capitalista avanzado” (pp. 165/166), en el caso de Anderson lo que resulta llamativo es el alcance limitado que le da a los efectos de la crisis actual, que, aún con las políticas de contención aplicadas, sigue siendo la más extendida y convulsiva desde la Gran Depresión. Es llamativo que no entren en consideración los impactos para la ideología que sustenta la capacidad de influencia del “modelo” norteamericano (un componente central de la hegemonía)7, considerando que para algunos economistas “los propios criterios de eficacia del capitalismo están cuestionados”8. Más sorprendente resulta considerando que cuando escribió “Renovaciones”, Anderson planteaba como hipótesis que una profunda crisis económica en Occidente era uno de los elementos que podía empezar a cambiar el clima ideológico. Las manifestaciones juveniles y la resistencia obrera a los ataques ocasionados por la crisis, no parecen alterar el pronóstico de comienzos de milenio. En la lectura de Anderson, incluso la primavera árabe ayudó a fortalecer la posición norteamericana en Medio Oriente, debilitando un adversario como Assad sin que surgiera en Egipto “un régimen capaz de tener mayor independencia respecto de Washington”, y llevando a “un fortalecimiento respectivo en el peso y la influencia de las dinastías petroleras de la península arábiga” aliadas a Washington (p. 72), aunque ahora inquietas con el acuerdo con Irán. Anderson comenta, con ironía, que resulta llamativa “la naturaleza fantástica de las construcciones” con las que los estrategas norteamericanos buscan afrontar una realidad con signos de adversidad. “Grandes reajustes en el tablero de ajedrez de Eurasia, vastos países movidos como tantos castillos o peones a través de este; extensiones de la OTAN al Estrecho de Bering” (p. 166). Parece que la única forma de pensar el restablecimiento del liderazgo norteamericano “fuera imaginar un mundo enteramente distinto” (p. 166). Parece, leyendo a Anderson, que lo mismo deberíamos hacer si aspiramos a pensar algún futuro con oportunidades revolucionarias, aunque a él ni se le ocurra especular al respecto.
1. Nicholas Spykman, America’s Strategy in World Politics: The United States and the Balance of Power, New York 1942, pp. 7, 21, 19. Citado por Anderson (p. 10). 2. Ídem. 3. Salvo que se indique lo contrario, todas las referencias a los artículos de la NLR 83 son traducciones propias del autor. 4. Ver Leo Panitch y Sam Gindin, “Capitalismo global e imperio norteamericano”, Socialist Register, 2004. También Ellen Meiksins Wood, en El imperio del capital muestra algunos puntos de contacto, aunque sin criticar abiertamente las tesis imperialistas clásicas. Claudio Katz sostiene en Bajo el imperio del capital, una posición cercana a Panitch y Gindin. 5. Ver Paula Bach, “La discordancia de los tiempos de la crisis capitalista mundial”, Ideas de izquierda 3, septiembre 2013. 6. La revista como tal reafirmó la vigencia de las premisas de “Renewals” en 2010, en un artículo de Susan Watkins, donde afirmaba la inexistencia de un “sujeto colectivo en condiciones de hacer frente al poder del capital” (“Shifting Sands”, NLR 61, segunda época, 2010). 7. Manifestados como malestar por exponentes ideológicos del capitalismo liberal, como por ejemplo Gideon Rachman, “Por qué me siento extrañamente austríaco”, Financial Times, 9/1/2012. 8. Michel Husson, citado por Juan Chingo en “Crisis y contradicciones del capitalismo del Siglo XXI”, Estrategia internacional 24, diciembre 2007.
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“Giro a izquierda” en la política norteamericana
Foto: www.occupy.com
La victoria de un demócrata “progresista” como alcalde de Nueva York, la caída de los candidatos de la derecha republicana más reaccionaria, y la banca local conquistada por una candidata de izquierda en Seattle, plantean la pregunta de si existe un “giro a izquierda” en la política norteamericana.
Celeste Murillo Comité de redacción. Juan Andrés Gallardo Miembro del staff de la revista Estrategia Internacional.
Las elecciones locales de principios de noviembre en Estados Unidos tuvieron un tono distintivo. Con poca cobertura mediática, la victoria de una candidata de izquierda fue una de las novedades políticas, cuya magnitud va más allá del cargo conseguido (concejal) siendo que se da en el marco de un sistema electoral bipartidista, profundamente restrictivo y abiertamente macartista (ver recuadro). Los que acapararon la atención de los medios fueron, sin duda, el triunfo del demócrata Bill De Blasio en las elecciones a alcalde en Nueva York, y el del republicano moderado Chris Christie en Nueva Jersey. Este desplazamiento dio lugar a la pregunta de si existe un “giro a izquierda” en el centro de gravedad de la política norteamericana.
Para comprender la relevancia que han tenido estos resultados es necesario remontarse a las elecciones parlamentarias de 2010. El fenómeno que cruzó esa instancia había sido el de una fuerte polarización y el ascenso del ala más radicalizada del Partido Republicano, a través del movimiento Tea Party, que conquistó su propio bloque dentro de la bancada de ese partido, desplazando al ala centro. El Tea Party tomó las demandas de los sectores de la clase media acomodada y alta que no quieren que se use “su” dinero para financiar programas sociales. Y con un programa populista reaccionario, canalizó la bronca de sectores más amplios, hastiados de la indiferencia del
gobierno federal que concentraba sus esfuerzos y recursos para rescatar bancos y empresas. Como parte de su agenda, echó mano de campañas xenófobas y de defensa de los “valores americanos”, que se abrieron paso en un clima de profunda recesión económica. Un programa de “Estado chico” y recorte de los planes sociales, combinado con una cruzada reaccionaria contra los derechos de los inmigrantes, de las mujeres y de la comunidad homosexual. Las elecciones de 2010 se inscribieron como la expresión del giro a derecha que se asentó sobre la polarización política y social. Durante los últimos años, el gobierno de Obama ensayó varias medidas para paliar la recesión »
ESTADOS UNIDOS
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Durante algunos días se vio concretamente el programa de “Estado chico”, que no fue otra cosa que el cierre de agencias estatales, la suspensión sin pago de 800.000 empleados públicos y despidos de empleados de programas eventuales. Si las marchas contra el Obamacare (por el plan de salud “universal” que impulsa Obama4) fueron un símbolo del ascenso del Tea Party, el “shutdown” fue símbolo de su caída en desgracia. Es en este marco que las recientes elecciones locales, que no son decisivas en sí mismas, expresaron un clima político diferente –opuesto– al de 2010, a tal punto que muchos se preguntan si se trata de un “giro a izquierda”. En 2010 triunfaba la derecha más recalcitrante, hoy se imponen los candidatos de centro como el gobernador reelecto Chris Christie, un republicano que tiene buena relación con Obama y evita declaraciones homofóbicas y racistas. Y los demócratas que se impusieron no fueron los cautelosos del ala centro, sino los que con un perfil “progresista” recrearon parte del viejo programa de la base demócrata: planes sociales y de vivienda e impuestos más altos para los ricos. Con esa campaña, Bill De Blasio se transformó en el primer alcalde demócrata de Nueva York en 25 años. Y por primera vez en 100 años una candidata abiertamente socialista llegó a conquistar un cargo local, enfrentando al oficialismo demócrata.
Quiénes “empujan hacia la izquierda” la política norteamericana
en la que se encontraba la economía norteamericana, mientras que el centro de la crisis económica se trasladaba a Europa. Medidas como el QE3, la inyección masiva de dinero público1, fueron configurando una modesta recuperación, con un alto crecimiento del empleo precario. Estos años de crisis desgastaron el gobierno de Obama, y también fueron limando el apoyo al Tea Party porque sus recetas ultraneoliberales ya no eran tan atractivas. La popularidad del gobierno de Obama iba en descenso por una combinación de problemas domésticos, y la cada vez más evidente crisis de la hegemonía norteamericana (que se expresó centralmente en el escándalo internacional por el espionaje y las crisis en Siria, Medio Oriente y el Norte de África). Sin embargo esta crisis no pudo ser capitalizada por los republicanos, y rápidamente comenzaron a verse las grietas en ese partido2. Si hubo algo que dejó en evidencia la pérdida de legitimidad del Tea Party fue la intransigencia y el bloqueo de sus diputados a la votación del presupuesto 2013, que terminó en el conocido “shutdown” (cierre) del gobierno3.
Este “giro a izquierda” en la superestructura política no es más que una expresión distorsionada (por los propios límites del sistema bipartidista) del clima social que viene fermentando durante los últimos años. Uno de los mayores exponentes de ese nuevo clima político fue Occupy Wall Street, que tuvo el mérito de señalar la enorme desigualdad social con la consigna “Somos el 99%”, a pesar de no haber logrado una movilización masiva. Y aunque ya no están ocupando las plazas, su retirada de las calles tuvo como contrapartida el surgimiento de una suerte de “activismo social” y redes de solidaridad con luchas de trabajadores y conflictos locales (apoyo a los portuarios de Seattle y Oakland y la organización por las marchas del 1° de Mayo). Se transformaron en un amplificador de denuncias políticas y sociales sentidas, como el repudio a la absolución del asesino del joven afroamericano Trayvon Martin5 o el extendido repudio al espionaje del gobierno de Obama. En el último período confluyeron también con la lucha que llevan adelante los trabajadores de WalMart que cuestiona el modelo antisindical por excelencia en EE.UU., y con los trabajadores/as precarios de los fastfood, que vienen de realizar huelgas coordinadas a nivel nacional por el salario mínimo6. La generación que da cuerpo a estos movimientos y al nuevo clima social tiene entre 18 y 29 años, y el 40 % pertenece a las llamadas minorías raciales y étnicas. Estos menores de 30
años ingresaron a un mercado de trabajo signado por la recesión, con un Estado que ha reducido al mínimo su tejido social, por ende su vida tiene peores perspectivas que las de sus padres. Los sectores medios educados están endeudados y la mayoría está sobrecapacitada para los trabajos que consigue. Los hijos de la clase media empobrecida que no llegaron a la educación superior compiten por puestos de trabajo precarios, adonde llegan también los trabajadores mayores expulsados de la industria y los servicios. La tasa de desempleo de los que tienen entre 18 y 29 años de casi el 12 % es otra marca generacional (y supera la media nacional de 7,3 %). Constituyen un importante sector demográfico donde dos tercios creen que el Estado debe brindar más y mejores servicios públicos (25 % más que la media general)7, el 58 % apoya los sindicatos y el 43 % está en contra de las corporaciones8. No se trata solo de un problema económico. Estos sub30 vivieron casi toda su vida bajo el signo del neoliberalismo y no conocieron los “años dorados” del Estados Unidos hegemónico, más bien están siendo testigos de su decadencia. Es natural entonces que una gran parte de ellos vea en el capitalismo la raíz de los problemas. Según una encuesta de Gallup de 2011: “el 49 % de los estadounidenses entre 18 y 29 años tienen una reacción positiva ante la palabra ‘socialismo’, mientras el 47 % reacciona negativamente a la palabra ‘capitalismo’”9. Este nuevo “estado de ánimo” es comparable a los fenómenos que recorren la juventud a nivel internacional, un nuevo “espíritu de época”10. Estos jóvenes votaron mayoritariamente por Obama en 2008, con una enorme expectativa de cambio después de los dos mandatos de G.W. Bush. Expectativas que se fueron convirtiendo en decepción, pero no en escepticismo, durante los últimos años.
Sin cheque en blanco Existe otro fenómeno más general que tiene que ver con un factor demográfico, y que explica parte del retroceso del ala más dura del Partido Republicano y la posibilidad de recrear tras De Blasio la base social que llevó a Obama al gobierno. En los últimos años asistimos a un estrechamiento de la base social histórica del Partido Republicano que es mayoritariamente blanca, nativa, cristiana y supera los 50 años. Como contrapartida vimos el crecimiento de las “minorías sociales”, sobre todo los latinos, que se convirtieron en una fuerza capaz de definir los resultados electorales y que en su mayoría son votantes demócratas11. A esto se suma el perfil de los votantes de las generaciones más jóvenes que mencionamos anteriormente. Esta tendencia encendió las luces de alarma entre los republicanos. Un temor que no es infundado y que está en la base del discurso moderado que ensayó Chris Christie para ser reelecto en Nueva Jersey. Sin embargo, las fracturas internas en el Partido Republicano muestran las dificultades para consensuar una posición de centro que le permita ganar una nueva base social que pueda combinarse con su base electoral histórica.
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Esto no quiere decir que los demócratas tengan vía libre para canalizar e institucionalizar electoralmente sin contradicciones los fenómenos sociales que surgieron a su izquierda, sobre todo después de la decepción que significó Obama. Una confirmación de esto fue el triunfo de la candidatura de izquierda en Seattle. Que De Blasio no es un izquierdista no hace falta aclararlo. Su campaña no contó con la adhesión de ninguno de los movimientos sociales de la ciudad, y ninguno de los sindicatos de empleados públicos, que serán los primeros en sentarse a negociar su convenio colectivo con el alcalde, apoyó su candidatura en las primarias. Como señala la revista Jacobin: “Al contrario de las vociferaciones del consejo editorial del Wall Street Journal, De Blasio no es un representante de ningún tipo de movimiento social. No existe casi ninguna coincidencia entre su equipo de campaña y cualquiera que haya dormido en Zuccotti Park”12. Haber recreado la base social y generado la simpatía que existía con el primer Obama no es en absoluto garantía de un nuevo cheque en blanco para el Partido Demócrata. El gran desafío para los sectores que están en la base de este “giro a izquierda” es lograr no ser asimilados de una u otra forma como la “pata izquierda” del bipartidismo.
Desafíos El movimiento no-global surgido en Seattle en 1999 no pudo evitar ser absorbido por el Partido Demócrata, a pesar de plantear una poderosa crítica social, cuyo legado llega hasta hoy. En el terreno político, un sector de este movimiento llegó a apoyar la candidatura independiente de Ralph Nader en 2000 con un programa reformista, aunque fueron evidentes los límites
frente a la maquinaria bipartidista de demócratas y republicanos, que no son más que dos alas del mismo partido de la burguesía imperialista. Los movimientos posteriores no llegaron a plantearse siquiera un horizonte por fuera del bipartidismo, ni el movimiento antiguerra (que terminó derrotado), ni el multitudinario movimiento inmigrante que se “encomendó” directamente a la gran promesa de Obama (todavía incumplida). No es posible afirmar hoy que la dinámica que existe en los sectores precarios y la juventud vaya ser capaz de hacerlo. Y también es difícil para los sectores sindicalizados, especialmente los industriales, que tienen en su seno a la AFLCIO que funciona prácticamente como brazo sindical del Partido Demócrata. Las negociaciones de la burocracia con distintas empresas en los últimos años permitieron mantener algunas conquistas de los sectores sindicalizados en detrimento de todo derecho para los nuevos trabajadores, lo que estratégicamente debilita la fuerza social de la propia clase obrera. Y aunque la recesión ha empeorado las condiciones de vida de los trabajadores sindicalizados, estos todavía se sienten lejos de los precarios y la juventud, que plantean una crítica filosa pero su fuerza social es insuficiente. La única forma de evitar que este descontento vuelva a ser canalizado por el bipartidismo, es conquistar una expresión política independiente, de la que los precarios, los jóvenes y los inmigrantes solo pueden ser su ala izquierda pero que, para pararse sobre sus propios pies, necesita sí o sí de la poderosa clase obrera industrial norteamericana.
Blog de los autores: teseguilospasos.blogspot. com.ar y sordoruido.blogspot.com.ar.
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1. P. Bach, “La discordancia de los tiempos de la crisis capitalista mundial”, Ideas de Izquierda 3, 2013. 2. La fracción del Tea Party, que representa en la realidad menos del 20% del caucus republicano, adquirió un peso sobredimensionado debido a las divisiones del Congreso y la debilidad de la presidencia. 3. La división de la bancada republicana ya se había expresado en la discusión sobre un eventual ataque a Siria. 4. A pesar de que esta reforma, conocida como Obamacare, favorece a las aseguradoras privadas, ya que obliga a toda persona a contratar una cobertura de salud, y no implica el establecimiento de un sistema de salud público universal, el Partido Republicano y en particular el Tea Party, lo rechazan de plano. 5. En febrero de 2012 George Zimmerman asesinó a sangre fría al joven afroamericano Trayvon Martin por considerarlo “sospechoso”. La absolución del asesino en 2013 provocó un amplio repudio. 6. C. Murillo, J.A. Gallardo, “Fastfood Nation”, Ideas de Izquierda 4, 2013. 7. “Millennials: Confident. Connected. Open to Change”, Pew Research, 24/2/2010. 8. M. Hais and M. Winograd, “Walker Awakens a Sleeping Giant”, Huffington Post, 10/3/2011. 9. “Who are the new socialist wunderkinds of America?”, New Statesman, 9/11/2013. 10. J.A. Gallardo, “#juventudenlascalles”, Ideas de Izquierda 1, 2013. 11. En 2010, 60% de los electores latinos votaron a favor de candidatos demócratas. En contraste, solo 38% apoyó a los republicanos, según un análisis del Pew Hispanic Center. 12 A. Paul, “A Teachable Mayor”, Jacobin, 11/11/2013.
Una concejal socialista en Seattle La militante de Socialist Alternative*, Kshama Sawant, ganó una banca en el Concejo Deliberante de la ciudad de Seattle, con casi 94.000 votos (50,67 %) y le ganó a su rival del Partido Demócrata que llevaba 16 años en ese cargo. La candidatura de Sawant expresó políticamente muchas de las demandas del movimiento OWS y de los fastfood, los inmigrantes y los trabajadores, es decir, los que dan cuerpo a este “giro a izquierda”. Kshama Sawant, de 41 años y de origen indio, se convirtió en la primera concejal socialista en casi 100 años por la ciudad de Seattle. Y aunque es un cargo local, adquiere mayor importancia en el marco de un sistema fuertemente bipartidista. A esta victoria se sumó también la muy buena elección del candidato de Socialist Alternative en Minneapolis (obtuvo el 36% de los votos). Sawant se presentó con una boleta socialista, y levantó como ejes de su campaña
la demanda de salario mínimo de 15 dólares, el control de precios de los alquileres y mayores impuestos a los millonarios para aumentar la inversión en transporte público y educación. Este programa, aunque limitado, logró la adhesión de un sector históricamente votante del Partido Demócrata, desilusionado tanto con la política de Obama a nivel nacional como con los demócratas en Seattle, que gobiernan hace décadas. Este triunfo dio por tierra con dos mitos: el primero, que la gente en Estados Unidos le tema al “socialismo” (que se agita como un fantasma en una sociedad profundamente macartista), y el segundo, que no se le puede ganar al Partido Demócrata. Existe un sentido común entre varios sectores de la izquierda que, con escepticismo, no ven más allá de las fronteras del bipartidismo. Muchos grupos de izquierda, incluso algunos que se dicen trotskistas o
radicales, terminan apoyando a los candidatos demócratas como “mal menor” ante el terror de la derecha. Este triunfo es significativo porque en Estados Unidos es muy raro que se presenten candidatos que no sean republicanos o demócratas, y si hay candidatos por fuera de esos partidos, en general son “independientes”, pero rara vez llegan a postularse candidatos o candidatas de izquierda y menos que se reivindiquen abiertamente socialistas. El norteamericano es un sistema electoral basado en un bipartidismo ultrarrestrictivo, donde se necesitan millones de dólares para montar una campaña y se imponen las maquinarias de los demócratas y republicanos. * Es un grupo de izquierda norteamericano de tradición trotskista relacionado internacionalmente con Committee for a Workers’ International (CWI).
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Paraguay: nuevo gobierno pero viejos problemas sin resolver
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Hace un poco más de un año, América Latina tuvo un nuevo golpe de Estado: en Paraguay, junio de 2012, contra el ex presidente Fernando Lugo. Esto abrió un período de relativa inestabilidad gubernamental que, en estos últimos meses, intentó cerrarse con la asunción de Horacio Cartes. Sin embargo, detrás de estos acontecimientos, permanecen problemas que se ramifican con las características estructurales e históricas que posee el país. Alejandro M. Schneider Historiador. Docente e investigador de la UBA y la UNLP.
Sin duda, para comprender el panorama de lo que sucede en la actual nación mediterránea, hay que retrotraerse a la sangrienta guerra de la Triple Alianza o Triple Infamia, como la describió magistralmente Juan B. Alberdi. Este conflicto bélico, que opuso a la Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay entre 1865 y 1870, tuvo entre sus principales objetivos suprimir el singular modelo de crecimiento capitalista que venía desarrollando el país agredido, así como también resolver los problemas de construcción de los Estados nacionales de Brasil y Argentina. A partir de entonces, sobre el devastado territorio paraguayo, donde murieron más de un millón de personas, se erigió la actual nación guaraní con su estructura agraria concentrada en pocas manos, derivando en una situación de permanente miseria para la mayoría de la población. Este proceso debe ser enmarcado dentro de las formas que adquirió el capitalismo paraguayo basado centralmente en un modelo exportador de bienes primarios. Además de sus recurrentes crisis económicas, provenientes de
su vulnerabilidad comercial externa, durante el siglo XX los trabajadores rurales y urbanos padecieron un nuevo conflicto bélico, en este caso con Bolivia (la Guerra del Chaco, 1932-1935) junto con la instalación de reiteradas dictaduras militares; entre otras, la más perdurable del continente, la de Alfredo Stroessner (1954-1989). Bajo esa sangrienta tiranía, la estructura agraria comenzó a cambiar. En la década del setenta se inició un proceso modernizador autoritario caracterizado por la instalación de nuevas empresas agropecuarias capitalistas en consonancia con la descomposición de la tradicional economía campesina en torno a la producción de algodón para la exportación. La transición democrática que se inició en 1989, controlada por las FF.AA., el Partido Colorado y los grandes grupos empresariales, consolidó la transformación capitalista abierta con Stroessner. Durante esos años Paraguay reorientó su economía alrededor de la producción exportadora de soja transgénica y el aumento del comercio de triangulación por Ciudad del Este. En ese
marco, los gobiernos colorados de Andrés Rodríguez, Juan C. Wasmosy y Raúl Cubas profundizaron las políticas económicas neoliberales con una amplia apertura de los mercados y la privatización de empresas públicas que había comenzado a desarrollar el extinto dictador. Todas estas medidas redundaron en provocar un mayor índice de pobreza (especialmente, en la población indígena), una suba en los niveles de desempleo, un incremento en las ocupaciones de tierras por parte de los campesinos y un constante flujo migratorio de población hacia los países limítrofes. A este deterioro en el panorama económico-social, se le sumó la inestabilidad política reinante con los gobiernos de Luis González (1999-2003) y Nicanor Duarte (2003-2008) que derivaron en un hecho histórico: la derrota del Partido Colorado, en el 2008, tras más de sesenta años en el poder. Fernando Lugo asumió la presidencia integrando una coalición de partidos liberales y reformistas denominada Alianza Patriótica para el Cambio.
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A pesar de cierta esperanza que generó dentro de determinados sectores de la sociedad paraguaya y latinoamericana, el ex obispo no desarticuló a los grupos políticos y empresariales que se enriquecieron y fortalecieron durante la dictadura stroessnista. Lejos de favorecer a aquellos sectores que lo habían apoyado, como el movimiento campesino, prosiguió alentando al monocultivo extensivo de la soja, desplazando las comunidades campesinas, destruyendo sus formas de producción e incrementando la cifra de labriegos sin tierra. En este contexto, se produjo tanto un aumento en las ocupaciones de tierra como un abierto rechazo a los forzados desalojos. El golpe institucional que destituyó a Lugo estuvo precedido por una brutal masacre que se efectuó como consecuencia de un violento operativo policial de expulsión de campesinos en una hacienda perteneciente al terrateniente y ex senador colorado Blas Riquelme, en Colonia Ybyrá Pytâ, en junio de 2012. A pesar de que el mandatario permitió la represión, con heridos torturados y menores detenidos durante los procedimientos policiales, las fuerzas tradicionales que gobernaron históricamente el país decidieron destituirlo por vía de un juicio político cuasi sumario, en el Parlamento. En su reemplazo asumió el vicepresidente Federico Franco del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), agrupación política que había permitido la llegada del ex obispo al Poder Ejecutivo. Los grupos de campesinos e indígenas que habían marchado a Asunción a protestar por la masacre ocurrida la semana anterior, decidieron cambiar el eje de sus reclamos ante el juicio político contra Lugo proclamando la defensa del gobierno. Esto explica, en parte, los enfrentamientos que se produjeron frente al Congreso con las fuerzas de seguridad tras darse a conocer la decisión parlamentaria de expulsar al religioso. Ante ello, Lugo pidió que la población se desmovilice y que regrese a sus hogares. La nula defensa de Lugo frente al ataque del Poder Legislativo y su decisión de no convocar a una movilización popular en resguardo de su mandato, fueron los dos últimos hechos que, en gran parte, sintetizaron ese estilo de gobierno.
El regreso al neoliberalismo de la mano de Cartes En el pasado mes de agosto asumió el presidente Cartes, magnate terrateniente que dirige cerca de treinta compañías tabacaleras, textiles, sojeras y financieras. Su candidatura fue parte de un acuerdo entre diferentes sectores empresariales extranjeros y paraguayos con el aval político del stroessnista Partido Colorado. Desde el inicio de su gestión, el principal objetivo de gobierno fue fortalecer un sólido bloque empresarial en torno a la agricultura para la exportación (en particular, soja) a la vez que intentar aumentar el comercio de bienes de consumo importados del sudeste asiático para su posterior
venta a los países miembros del Mercosur. En esa senda, comenzó una frenética búsqueda de apoyo de diferentes empresarios regionales para que realizasen inversiones (principalmente, en áreas rurales) en donde el gobierno continuó garantizando un régimen fiscal caracterizado por su escasa carga tributaria. En una reciente reunión con empresarios en la República Oriental del Uruguay, el presidente exclamó una frase polémica y repudiable que sintetiza su pensamiento al respecto: “Ustedes saben lo que es vivir de los vecinos. Hay que ponerse fácil. Paraguay tiene que ser esa mujer linda, tiene que ser un país fácil”. Toda una síntesis filosófica sobre su concepción de los bienes estatales y lo que piensa de las mujeres. En ese contexto, Cartes ha tratado de recomponer los lazos políticos y comerciales con los tres principales socios del Mercosur: Brasil, Uruguay y Argentina, deteriorados tras el derrocamiento de Lugo. En forma paralela, Cartes se acercó al denominado bloque del Pacífico impulsado por México, Colombia y Chile con el fin de atraer nuevos mercados e inversiones. En todos los casos, el objetivo último del gobierno es el de tratar de conseguir consorcios empresariales interesados en participar en el actual ciclo privatizador que impulsa su gestión a través de la sanción de la Ley de Participación Público-Privada. La norma busca dar en concesión ‒por treinta o cuarenta años‒ diversas empresas de transporte, energía eléctrica, redes eléctricas, agua, rutas, ferrocarriles, puertos, navegación fluvial, aeropuertos, escuelas, hospitales, centros de salud, penitenciarías, telecomunicaciones, infraestructura urbana (agua potable), producción, refinamiento y comercialización de cemento e hidrocarburos. Además, como parte de su política de estabilidad económica, y con la excusa de un supuesto accionar del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), el Poder Ejecutivo modificó la ley 1337/99 de Defensa Nacional y Seguridad Interna, por la cual se autorizó el empleo de las Fuerzas Armadas dentro del territorio. Como consecuencia, a un mes de la asunción del mandato de Cartes, se militarizaron los departamentos de San Pedro, Concepción y Amambay en el norte del país. En ese escenario, se prohibió la creación de nuevas entidades sindicales, se reprimieron varias movilizaciones campesinas en demanda de una reforma agraria, y se asesinaron a tres trabajadores rurales. De manera clara, el nuevo gobierno busca criminalizar las medidas de fuerza. Expresión de esto es que de cada diez sindicatos que buscan organizarse, siete de ellos no logran hacerlo por la negativa de los empresarios, que cuentan con la colaboración de las autoridades de la cartera laboral. Una situación similar de protestas sociales, durante este primer mes de gobierno, se vivió en algunas ciudades. Desde hace varias semanas choferes de autobuses, trabajadores de la salud y docentes protagonizaron numerosos conflictos gremiales originados por despidos,
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demoras en el pago de salarios y bonificaciones, falta de medicamentos e insumos en los centros sanitarios, prohibición de constituir nuevas entidades sindicales, rechazo a las privatizaciones de las empresas estatales, entre otros reclamos. A esto hay que sumar la presencia de distintas personas –beneficiarios de programas sociales establecidos en la presidencia de Lugo y de campesinos sin tierras e indígenas– durmiendo en las calles de Asunción reclamando alimentos y semillas. Dentro de estas manifestaciones, sin duda una de las más impactantes fue la huelga general que mantuvieron los conductores de micros en demanda de la reincorporación de sus compañeros despedidos. En este caso, entre las medidas realizadas para convocar la atención de la población se observó la crucifixión a un madero de un grupo de huelguistas durante cerca de tres semanas. Más allá de estos reclamos puntuales, los mencionados enfrentamientos sociales remiten a una situación histórica estructural que atraviesa Paraguay desde hace más de un siglo. Luego de creciendo a ritmo sostenido desde hace una década, la pobreza se conserva en los mismos niveles que hace varios años. De acuerdo con datos de la CEPAL, la pobreza alcanza a un 49 % de una población de 6,2 millones de habitantes, siendo el país con mayor pobreza extrema de la región con una tasa de 28 %. Una de las principales causas de la pobreza en Paraguay es la dificultad para el acceso a la tierra. Un 2 % de la población es dueña de alrededor el 80 % de la tierra. La concentración de la tierra es uno de los factores que explican la amplia brecha entre ricos y pobres, así como la falta de oportunidades en el sector rural, donde se registra la mayor cantidad de indigentes en el país. En este escenario, es importante observar que el 62 % de los 6,2 millones de personas que tiene el territorio es menor de 30 años, y que tres de cada cinco jóvenes de 15 a 29 años se encuentra desocupado o subempleado, según datos difundidos por el Centro de Información y Recursos para el Desarrollo (CIRD). El gobierno de Cartes no va a traer beneficios a las castigadas familias campesinas e indígenas paraguayas que viven en la pobreza e indigencia. Aquellos que propiciaron la caída de Lugo y que se favorecieron con el gobierno de Franco, son los mismos grupos económicos y políticos que se beneficiaron durante las últimas décadas con el proceso de concentración de la tierra. En otras palabras, son los mismos sectores que, respaldados por los principales partidos (el Partido Colorado y el Partido Liberal Radical Auténtico), continúan sosteniendo el poder real del vecino país sudamericano. En ese sentido, no está de más reafirmar que ningún gobierno de este tipo puede terminar con los altos índices de pobreza y la desigual distribución de la propiedad existente en Paraguay; sólo un gobierno obrero-campesino que luche por el socialismo puede dar vuelta esta historia.
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CULTURA Teatro
Fotos: Fernando Lendoiro
“Un escritor es un pensador en un soporte diferente” Entrevistamos a Mauricio Kartun, dramaturgo y director de teatro. Con decenas de obras escritas, entre propias y adaptaciones, ha recibido numerosos premios por su trabajo en su larga trayectoria. Aquí nos cuenta sobre su formación, algunas de sus puestas más destacadas, su experiencia en Teatro Abierto y en qué está trabajando ahora.
IdZ: Tus últimas obras –reunidas hace poco en Tríptico patronal– fueron un éxito de público y de crítica, reconocimiento y premios. Luego de esta “trilogía patronal”, ¿qué viene? Se viene algo como un retroceso fuerte en el tiempo. Encontré hace un par de años, en Los mitos hebreos, un libro de [Robert] Graves que yo tenía muy laburado, de mitología griega…
Ahí encontré una referencia de un viejo exégeta bíblico, un tal Flavio Josefo, un historiador que refería que siempre en la dialéctica CaínAbel había mucho más que lo que normalmente se veía. Y él ante todo de lo que hablaba es que Caín, después de matar a Abel, en el mito, se transforma en el creador de ciudades amuralladas. Pero que antes de matar a Abel se lo
reconoce en el mito como el creador de los pesos y las medidas. Por lo tanto –dice Flavio Josefo– aquel que le hace perder al mundo toda inocencia. Es decir: es quien establece el valor y las medidas de las cosas, y por lo tanto hace perder la inocencia en relación justamente al concepto de valor. Juntando estos dos conceptos (yo creo mucho en esas coincidencias: uno encuentra coincidencias de dos o tres cosas y las coincidencias arman un campo de significado) me pareció que Caín establecía el prototipo del propietario. Que en realidad, quien inventa los pesos y las medidas, quien mata a su hermano porque le va mejor que a él (¡y no lo mata más que por esto! Dios en el mito simplemente elige la ofrenda de Abel y no la de Caín), y luego deriva siempre por el mundo construyendo ciudades amuralladas donde protegerse… ¿qué otra cosa estaría protegiendo sino el capital? ¡No hay otra cosa que proteger en realidad, en una ciudad amurallada, que no sean los valores!... Me parecía que [esto] armaba un arquetipo interesante, como una especie de origen prehistórico de… bueno, en principio, naturalmente,
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entre el sedentario y el nómade, pero entendiendo al sedentario también como aquel que instala el concepto de valor y propiedad, y el nómade como aquel que no lo necesita, como el que no lo requiere, como aquel que instala una hipótesis socialista de vida, en la cual, simplemente cuando llega a un lugar, disfruta de ese lugar y puede dejarlo para que lo tome otro. Y entonces escribí una obra nueva, que se llama Terrenal, y que trabaja sobre ese mito, sobre el mito de Caín y Abel como mito fundacional de esta dialéctica. IdZ: Sobre tu versión de Sacco y Vanzetti. ¿Cómo fue hacer esta obra tan a contramano de la situación histórica de entonces, con la caída del Muro de Berlín, la crisis de la URSS, etc.; con un clima ideológico reaccionario? En principio, te lo voy a contar en dos versiones: objetiva y subjetiva. En la objetiva, yo creo que es un mito que cala muy profundo en el concepto de injusticia que todos llevamos adentro –salvo que te lo hayan amputado ideológicamente–. El concepto de injusticia está muy presente. A mí me llamó mucho la atención que esa obra, el día de los ensayos generales, que se abría al público, comenzó a llenarse. Cuando pasa eso, y se llena… ¿por qué? ¿Porque trabajaba Víctor Laplace? No: Víctor trabajaba en otras obras y no se llenaba… No tenía que ver necesariamente con el fenómeno teatral; había algo en la temática, en la propuesta. Nadie sabía cómo era la obra… La única referencia que podían tener era el conocimiento del caso y la película italiana, que sí había tenido mucho peso. Hay un fenómeno que tiene que ver con el caso mismo de Sacco y Vanzetti como construcción del mito de la injusticia, y también de un mito heroico muy poderoso. Casi te diría que es un acto de renunciamiento sagrado el de Sacco y Vanzetti; son mártires definitivamente: esos tipos, a los que les proponen en un momento salvarles la vida dicen “¡No! ¿Cómo nos vamos a salvar nuestras vidas nosotros, si con nuestra muerte se hunden?”. Es decir hay como un grado cero de la pureza política, ¿no? Hay algo allí que me parece que lo sigue sosteniendo el anarquismo todavía… Ahora te voy a contar lo subjetivo. Un día –10 años después– iba en un taxi, y en estas cosas así, de charlas convencionales con
el taxista me dice: “¿Y usted de qué trabaja?”. Y yo cuando me preguntan esto la verdad es que a veces trato de no dar explicaciones, porque si digo “dramaturgo” en realidad nadie sabe muy bien qué es. “¿Dramaturgo qué es?”, piensa. Bueno, uno por prejuicio piensa: “No va a saber, y me voy a tener que explicar…”. Siempre es un momento incómodo. Por eso digo: “Soy profesor”. ¡Pero cagaste!: “¿Profesor en qué?”. ¡Y, en dramaturgia! Lo cierto es que le dije que era autor teatral. “Escribo”. “¡Ah! ¿Y qué escribe?”. “Teatro”. “¿Y qué escribió?”. Pensé: no tengo ninguna últimamente, pero, hace unos años, había una en los carteles de la calle Corrientes… Y me salió: le digo “Sacco y Vanzetti”. Y el taxista me dice: “¿Usted es el autor de Sacco y Vanzetti? Yo perdí la cuenta de cuántas veces la vi”. Y le pregunto inmediatamente: “¿Cómo? ¿Por qué?”. “Sí”, me dice, “la vi como diez veces. ¡No me acuerdo cuántas veces la habré visto! ¡Más! A lo mejor la vi más veces”… “¿Laburabas en el teatro?”. “No, no. Comprábamos las entradas”. “Pero, ¿por qué la viste tantas veces?”. Entonces él me dice “Yo milito en una agrupación anarquista. Y entonces nosotros lo que hacíamos era: comprar las entradas donde se hacían descuentos” (en las carteleras, tipo 2x1) “para que en todas las funciones haya un compañero que putee a los jueces y grite ‘¡Viva la anarquía!’”. ¡Una especie de “claque ideológica”! IdZ: Otra pregunta “histórica”, yendo más atrás… En relación a Teatro Abierto, ¿cómo fue tu participación? Mirá: yo entré en el ‘82. Teatro abierto del ‘81, que fue el del acontecimiento mismo, el del incendio del [Teatro del] Picadero, el que de alguna manera lo constituye como punto de inflexión… IdZ: Es el año del nacimiento. Del nacimiento y del remate; por lo tanto, donde hay remate se cierra el relato, se cierra el discurso, se cierra el significado… Hay algo que el incendio produce, que encierra la totalidad de Teatro Abierto. Todo lo que vino después son secuelas. Yo entré en el ‘82 a partir de un concurso, y me incorporé también a la comisión de Teatro Abierto a laburar, hasta las últimas ediciones que se hicieron.
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Fue un fenómeno interesante por una razón fundamental: por lo que el público hizo de él; no por lo que Teatro Abierto hizo por el público, sino lo que el público hizo por Teatro Abierto. Es decir: el público tomó algo, que no tenía demasiado valor político; el valor político se lo dio la gente que iba. ¡El hecho de que hubiese cola a las seis de la tarde! ¡El hecho de lo que la gente decía cuando salía! Yo tengo la sensación de que se tomó algo más inocente de lo que presume, o Teatro Abierto a veces presume de cierto carácter revulsivo, que era más protesta que agitación, era así: “¡¿Así que no nos dan pelota?! ¡No nos dan bola a los autores argentinos! ¡No nos estrenan en los teatros oficiales! ¡Sacaron la cátedra de Teatro argentino en el Conservatorio…!”. Es decir: estaba más cerca de la protesta que de la agitación. No era un teatro de agitación. No era un teatro de barricada. Era una reacción y una protesta. Y el público lo transformó en otra cosa. El público le dio otro carácter: es decir, empezó a pasar del otro lado, se empezó a leer algo extremadamente más poderoso que la protesta que Teatro Abierto hacía, y me parece que terminó de redondearse ese relato en el momento del incendio. Teatro Abierto tenía una función más doméstica –o más domesticada– en su propuesta de lo que terminó siendo gracias a lo que el público encontró en él. Y fue muy poderoso lo que el público encontró en él… Fue hasta te diría perturbador para los que estábamos adentro. Había como una especie de reclamo y de fervor, que además te empujaba a más. El tema es que el “¿qué más?” coincide con la llegada de la democracia, entonces ese “¿qué más?” nos lleva al debate ético fundamental, y eso es: “Bueno, ahora en democracia ¿hablar de qué?”. Entonces el primer espectáculo que hace Teatro Abierto fue usar la democracia para hablar de la libertad. Y, bueno, inevitablemente pierde ese carácter revulsivo, [se] vuelve más reflexivo… pierde energía y después –como pasa con todas las cosas–, se diluye una vez cumplida su función… ¡Y mejor que así sea!, sino se hubiera transformado en una especie de museo estúpido. IdZ: Te pregunto ahora por Augusto Boal, que fue noticia en su Brasil natal, hace pocos meses, porque van a reeditarse sus principales obras. Él fue uno de tus maestros; aunque vos no te dedicaste a eso tomaste con él clases de actuación… »
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CULTURA Teatro
Sí. Yo tomé mucho de Augusto. Estuve en Río [de Janeiro], en unas jornadas que se hicieron sobre él. Le debo muchísimo a Augusto. Le debo muchísimo, sobre todo como energía inicial. Te lo voy a resumir. Yo empecé a hacer teatro, a fin de los ‘60, cuando me acerqué de alguna manera –en el año ‘69 creo que hice yo mi curso de dramaturgia en Nuevo Teatro–. En ese momento, por una cuestión de oferta y demanda simplemente, yo pasé a ser miembro de la Asociación de Estudiantes de Teatro. ¿Por qué oferta y demanda? Porque estudiantes de actuación en la Asociación debía haber mil quinientos, pero estudiantes de dramaturgia éramos tres. Entonces, rápidamente en la Asociación esto me vinculó a una forma de pensamiento político sobre el teatro manifiesta… pero yo tenía una contradicción muy poderosa, y es que todo el teatro político que yo veía en ese momento me parecía de un aburrimiento detestable. De una solemnidad insoportable. Y de una enorme soberbia. Y era una contradicción que yo no lograba resolver, porque por un lado leía [Bertolt] Brecht y entendía, y después veía Brecht ¡y no entendía! Es decir, veía las versiones que el teatro porteño hacía de Brecht y me parecían de una solemnidad, de una seriedad… IdZ: Muy acartonado. ¡Absolutamente! Absolutamente acartonado. Y el primer espectáculo que yo recuerdo, de verdadera conmoción en el teatro político, fue un espectáculo que trajera Augusto Boal a Buenos Aires; un espectáculo que se llamaba Arena conta. Él trabajaba con el Grupo Arena y hacía estos espectáculos de Arena conta: “arena cuenta”. “Arena conta Tiradentes”; “Arena conta Zumbi”... Zumbi era un líder negro, un esclavo huido, que crea una especie de república, un quilombo.
IdZ: El famoso “Quilombo de los Palmares”. Exactamente. Y era la historia del Quilombo de Palmares, contada con este grupo de actores, extremadamente divertidos, de un humor muy fresco, de una música muy pegadiza… Y entonces yo sentí que el teatro político era eso. Ese momento fue una especie de revelación, y me dije: “Yo quiero estudiar con este tipo”. Cuando Augusto llegó a su exilio en Buenos Aires, lo único que él daba era un curso de actuación. ¡Y entonces me metí en el curso de Augusto! Fui parte de los primeros equipos, de los primeros elencos del teatro de calle de Augusto. Y con él aprendí muchísimo… de todo. Pero sobre todo de esta reflexión de ruptura que tiene en relación al teatro; donde él toma todo elemento teatral y lo revitaliza desde el cuestionamiento. Él toma la acción aristotélica y puede vincularla con la filosofía del hacer en relación a una filosofía del ser y del estado. Es decir: puede tomar lo que es una verdad indiscutida y pasarla por un filtro de pensamiento donde puede transformarla en otra cosa. Y eso para mí fue extremadamente útil, porque yo estaba en una época de aprendizaje de verdades indiscutibles. Yo tomé muchísima energía, mecanismos, procedimientos… ¡Lo miré mucho! Lo observé… amé cosas, que es lo que yo creo que se hace realmente en el arte con los maestros. IdZ: Y en relación a los jóvenes autores, a los jóvenes dramaturgos –que muchos han sido alumnos tuyos– ¿cómo los ves?, ¿vas a sus obras? Veo más ensayos que espectáculos. Veo muchos ensayos. Desde hace un tiempo me di cuenta que, a veces, la presencia de los “maestros”… o digamos “de los profesionales”, crea en los espectáculos
una expectativa malsana. Porque en realidad lo único que quiere el artista es que al maestro le guste el espectáculo. Y que si además le gusta y lo recomienda, mejor. Pero eso no siempre sucede. Y cuando no sucede, a veces uno está “apretado” entre –yo diría– la sinceridad bruta, la elegancia y el cinismo, ¿no?, la hipocresía. Y entonces yo descubrí que en realidad el lugar donde me daba más placer y sentía más libertad para ver espectáculos y hablar del fenómeno era durante los ensayos. Porque los ensayos son un lugar de trabajo. Entonces yo puedo ir –metafóricamente- en zapatillas y ropa de trabajo a un ensayo. Yo voy a un ensayo también a ensayar. Yo voy como ensayista. Voy, hablo, digo lo que veo, ¡hasta puedo pelearme en un ensayo! Y siento que estoy haciendo un aporte. IdZ: ¿Creés que hay alguna forma de definir a tu escritura, a tu poética? ¿Se la puede definir desde algún estilo, o emparentarla con algún referente, sea nacional o internacional? Porque lo que yo entiendo por tus textos, conferencias, etc., es que sos una especie de –como dirían los poetas brasileros del “modernismo”– un “antropófago”, un tipo que agarra “de todos lados” palabras, imágenes, objetos, historias, personajes… ¡Qué interesante que es el movimiento brasilero de los ‘20! El modernismo… Sí, sí. Son movimientos muy poderosos. ¿Si yo me puedo definir? A mí me parece que son siempre intentos infructuosos los de cualquier artista que intenta definirse. Porque yo creo que una de las condiciones del trabajo del artista es la búsqueda de la definición en un idioma singular que es el de su propia producción artística. Yo creo que un escritor no es otra cosa que un pensador que asienta su pensamiento en un soporte diferente. Yo creo que quien escribe piensa escribiendo; que el escrito es una forma analógica de pensamiento; que hay algo de conexión, de relación, de reflexión, en el sentido mismo literal; algo que se vuelve a flexionar y se vuelve a doblar ¡y se vuelve a doblar!, que hace alguien escribiendo, porque no lo puede hacer pensando. Y cuando una obra termina, constituye esto que se llama idea-teatro; contiene una idea-teatro. La idea-teatro no es un cambio de formato, no es “alguien tiene una idea y la ilustra en términos teatrales”, sino: alguien escribe una obra de teatro, y cuando escribe una obra de teatro aparece, como de una raza nueva, este ser que es la idea-teatro. Si este fenómeno es cierto –y yo creo que lo es–, todo intento de definirse sería infructuoso, ocioso, vano, porque sería casi la negación del propio acto de escribir: ¡yo escribo para saber qué soy y cómo soy! Ponerle nombre sería una especie de simplificación. Entrevistó: Demian Paredes.
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Pasado y Presente Con su propia marca local, la revista será parte de lo que a nivel internacional conforma la llamada “Nueva Izquierda”, un fenómeno con distintas inflexiones derivado del proceso de desestalinización iniciado en la década de 1950, los procesos revolucionarios en la periferia, y la decepción con la política de los PC. Ello llevó a una relectura del marxismo en que ganaban peso figuras y teorías que buscaban escapar al dogmatismo stalinista para dar cuenta de lo que se percibía como una nueva época.
Ariane DÍaz Comité de redacción.
La ruptura Para la década de 1960, el PCA había fracasado en su apuesta política de ganar a las masas peronistas una vez exiliado Perón. Por otro lado, había sido muy resistente a la “desestalinización” iniciada por el PCUS, mientras afrontaba paralelamente la influencia de la Revolución cubana, que no se ajustaba a sus esquemas. Incapaz de contener los cuestionamientos, se inicia un proceso de rupturas. Por su parte, lo que se venía incubando en el terreno de la intelectualidad terminaría de nacer: diversas experiencias que funcionaron como polos ideológicos a la hora de discutir las ideas de revolución que “estaban en el aire”. Precedida por una discusión con Oscar del Barco sobre el lugar en el marxismo de lo objetivo y lo subjetivo en Cuadernos de Cultura del PCA, un grupo de intelectuales reunidos por su trabajo en los distintos emprendimientos ideológicos del partido se plantearía una revista que expresara la “maduración” de una generación contrapuesta a lo que consideraba una política antiintelectual y dogmática en la dirección del partido. Editada en Córdoba, aunque también representada en Buenos Aires, animarán la revista José Aricó, Juan Carlos Portantiero, Oscar del Barco y Héctor Schmucler, entre otros.
La delimitación del stalinismo y del PCA, de donde serían expulsados después del primer número, no se hizo de una vez sino que fue avanzando desde la reivindicación de la tarea intelectual y la apertura a otras tendencias como las del PC italiano, a definiciones más directas sobre el legado stalinista. Si en el número 2/3 por ejemplo todavía se hablaba de sus “claroscuros” y “hechos positivos”1, recién en el número 4 se lo responsabilizará por las derrotas de distintas revoluciones2, aunque aún atribuidas a un pensamiento oscilantemente dogmático o empirista más que a las políticas concretas y los crímenes del stalinismo que habían salido a la luz. Si Contorno avanzó de temas más culturales a la política, el origen mismo de sus participantes trazó en PyP la temática política desde el comienzo, si bien mantuvo siempre artículos dedicados a la filosofía, la literatura, el psicoanálisis o la religión. Algunos de los autores editados serán Colleti, Della Volpe, Hobsbawm, Lukács, Gorz, Sartre, el Che o Henrique Cardoso. Rozitchner, Jitrik y Masotta, excontornistas, harán también sus colaboraciones. Uno de sus rasgos distintivos fue la traducción e interpretación de textos originales de Marx y otros marxistas, reivindicando una tradición “humanista” contrapuesta al objetivismo »
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CULTURA Revistas que hicieron época
del PC. Sin duda una de sus marcas más características es el intento de aportar definiciones políticas y teóricas tomadas de Gramsci, en homenaje a quien dan nombre a su revista3.
Inventario y balance En su primera editorial4 se define el proyecto. Utilizando categorías gramscianas, Aricó plantearía retomar elementos abiertos por Contorno, reconocida como el antecedente más serio en la búsqueda por saldar “el divorcio entre intelectuales y pueblo-nación” que PyP considerará también un eje central de la historia nacional. Uno de estos elementos será el generacional. Si bien se postula no desconocer lo hecho por sus antecesores, hay una identificación con una nueva generación impulsada por un “espíritu público” de la época. Aricó explícitamente se opone a aceptar la categoría de generación en reemplazo de la de “clase social”, pero considera que encontrará aplicación si se la historiza: si ellos no reconocen “maestros” es porque las clases dominantes han perdido la capacidad de atraer a la juventud, mientras que la clase obrera “y su conciencia organizada” no logra aún conquistar una hegemonía que se traduzca en una “dirección intelectual y moral”. PyP se definirá como “comprometida con todas las fuerzas que hoy se proponen la transformación revolucionaria de nuestra sociedad”,
respondiendo en su esquema a otro tópico contornista: el lugar de la intelectualidad en las tareas revolucionarias y su relación con las masas. Reconociendo como Contorno el problema de la procedencia pequeñoburguesa del intelectual, se planteará su “enclasamiento”, esto es, la atracción de los intelectuales “tradicionales” para “integrarse a las nuevas categorías que la propia clase crea a lo largo de su devenir”. Para PyP la racionalización capitalista es la base también para el surgimiento de un nuevo tipo de intelectual que configurará una “intelectualidad orgánica de la clase obrera cuya naturaleza expresa, en esencia, una ruptura con la nueva relación entre teoría y práctica”, aspirando a un intelectual que, no como especialista sino habiendo logrado “posesionarse de la totalidad histórica”, “se transforme en un dirigente, vale decir, en un especialista más un organizador de voluntades, un ‘político’ en el más moderno sentido de la palabra”. PyP se planteaba cumplir ese rol articulador ubicándose como intelectuales orgánicos de un proletariado que veían en ascenso en Argentina, un intento de forjar la necesaria “hegemonía intelectual y moral” que estructurara el “bloque histórico” capaz de reconstruir la nación. Claro que ello suponía el problema de la organización política, que PyP no podría fácilmente resolver.
Un largo deambular Aricó describe, años después, que la salida del PCA significó un largo deambular “buscando
desesperadamente un anclaje político”5. Mientras Portantiero inicialmente intentó fundar un nuevo grupo político, Vanguardia Revolucionaria, el núcleo cordobés se mantendría agrupado por la revista pero sin participar de una nueva organización. Los autores y temas tomados durante la primera etapa de 9 números publicados entre 1963 y 1965, muestran que fue amplio el deambular, sin mucha reflexión por los virajes efectuados en ese camino. Desde el primer número, los conceptos esbozados por Gramsci sobre el fordismo le sirvieron a PyP para caracterizar la situación nacional. La importancia que darían al proletariado como eje de la política no se debía solamente, aclaran, a un punto de partida ideológico, sino a un fenómeno nuevo producido en las décadas previas: el crecimiento de la clase obrera, su concentración en grandes empresas y su mayor peso político. Sin duda, la “Turín cordobesa”6, sede de grandes plantas industriales, núcleo de luchas radicalizadas y eje del surgimiento de sindicatos clasistas por esos años, hacían especialmente aplicable la influencia ordinovista gramsciana. Se trata de una matriz que utilizarían también para otras latitudes: así trata de explicar Aricó por ejemplo el proceso de desestalinización en la URSS en el número 2. Este posicionamiento haría inevitable una redefinición del peronismo. Ya en el primer número Portantiero destaca la aparición de un proletariado más concentrado y una burguesía mercadointernista; nuevo ordenamiento que será la base de las crisis políticas que atraviesa el país. Esto chocaba con la lectura del peronismo que había históricamente propuesto el PCA, cuyo resultado era un rotundo fracaso en lograr influencia en el movimiento obrero, según plantea Aricó en el número 4 en “Examen de conciencia”, una especie de reactualización del inventario y perspectivas trazadas por la revista. La persistencia del peronismo en la clase obrera seguiría definiendo la necesidad de separarse del antiperonismo liberal –que también había sido un escollo con el que se topara Contorno–. Portantiero realiza esta crítica en el número 5 en discusión con un libro que abonaba la lectura del PCA7; Aricó reivindicaría, años después, las discusiones de Gramsci contra Benedetto Croce como metodológicamente apropiadas para explicar el peronismo y romper con las ideas que, considerándolo puro “autoritarismo y manipulación”, habían “entrampado” a los opositores a Perón8. Salir de esa “trampa” resume en buena medida el recorrido de PyP. Durante su primera etapa la discusión giró alrededor de las vertientes comunistas que se diferenciaban del stalinismo y las discusiones sobre estrategia abierta por la Revolución cubana, con lo cual esta impronta centrada en el movimiento obrero se alternaría eclécticamente con otras influencias cuando se buscaba definir la estrategia política. Un ejemplo es el mencionado “Examen…” de Aricó, donde a las diferenciaciones con el stalinismo se suman las referencias gramscianas, algunas
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definiciones de Aricó sobre la estructura social latinoamericana que sin citarlas, se remontan a definiciones de cuño trotskista –¿tomadas quizá de Peña?–, y en el mismo texto, sendas reivindicaciones de la vía guerrillera cubana y argelina, tanto como una aceptación, con matices, de las tesis comunistas de la vía pacífica como forma de transición revolucionaria. Cuba y Argelia abría la discusión sobre el problema de la dinámica de la revolución en los países periféricos, algo a lo que el PCA tampoco podía encajar en sus esquemas dogmáticos. El problema nacional frente al imperialismo será uno de los elementos clave de discusión en estos años. Los intentos de esa “búsqueda del sujeto”, incluiría hasta una breve experiencia de colaboración con el guevarista Ejército Guerrillero del Pueblo, con el que trabaron relación como “apoyo urbano”9. Si en la inclusión del artículo de Debray en el número 7/8 aún se notaba la influencia guerrillera aunque con matices, en su último número de la primera serie se dibuja un nuevo viraje a las fábricas con el “Informe” sobre FIAT y el rescate de la “Encuesta Obrera de 1880” de Marx, sin mayores autocríticas o balance sobre este cambio. En suma, en el terreno de la discusión estratégica, PyP se suma a incorporar autores que permitan una renovación del marxismo, siempre bajo el dominio estratégico de corrientes togliatistas, maoístas o guevaristas, que nunca abandonaron en su lectura de la tradición marxista. Según reseña Aricó años después: “cuando en su primera época la revista no logró resolver el problema del anclaje político”, y las debilidades del grupo impidieron continuar con la revista, se abrió la alternativa de los Cuadernos”10, esto es, la edición desde 1968 de una serie de libros de la Editorial PyP, que llegaría a 98 Cuadernos. Muchos de los títulos de autores marxistas existentes en nuestro país son obra de este proyecto editorial, que también muestra en sus autores diversos la búsqueda de la revista. Ligados a la creación de Siglo XXI, corresponde también a miembros de este grupo una edición y traducción de alta calidad en castellano de El Capital y de los Grundrisse11.
Socialismo y peronismo Brevemente se reinicia en 1973 la edición de la revista con 2 números. La editorial del primero, “La ‘larga marcha’ al socialismo en la Argentina” de Aricó, insistirá con reivindicar un espacio de debate ideológico –aunque no como “sustituto de la práctica política”–, y la necesidad de “unificar los movimientos de lucha diversos” elaborando objetivos que sean “visualizables como comunes” para los distintos integrantes de esa unidad. La “toma de conciencia” de las masas se considerará ahora como un proceso surgido “a partir de las luchas de una clase políticamente situada en un movimiento nacional y popular”, por lo cual la “apuesta al socialismo” deberá tener en Argentina su punto de partida en el peronismo, para “poder construir una alternativa socialista para la clase obrera
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sin automarginarse de un movimiento nacional que sigue siendo el espacio donde se refleja la unidad política de las grandes masas”, idea que funcionaba como bandera ideológica de Montoneros. Esta cercanía a Montoneros supone una revisión, ahora, de las definiciones de estrategia y partido que durante la primera etapa, defendiendo contra el PCA al marxismo y al leninismo, no se habían hecho explícitas. La editorial señalará que el poder no se “toma” porque “no constituye una institución corpórea y singular de la que basta apoderarse” sino un sistema de relaciones “que es preciso subvertir en sus raíces” cuestionando el conjunto de sus instituciones, y por tanto dejando atrás el “modelo de la III Internacional”; se necesita por tanto una organización capaz de realizar esa unificación y orientación pero “sólo desde el interior de un movimiento de masas que debe ser esencialmente autónomo, unitario y organizado”, descartando por tanto los sindicatos por corporativismo y los partidos ubicados por fuera del “movimiento”. La formación de esa organización encuentra una posibilidad histórica, según plantean el segundo número de 1973, en la unificación de Montoneros con las FAR: “sobre las espaldas de los peronistas revolucionarios recae la responsabilidad de que esa posibilidad [la del socialismo] no se frustre”, un peronismo que, según PyP, debe “profundizar su inserción en la clase trabajadora” sin “caer en el ultraizquierdismo”. Así, este número incluirá varios artículos sobre problemas como el control obrero12 que podrían considerarse inscriptos en el gramscismo fundacional, si no fuera porque PyP renunciaba, a la vez, a los fundamentos leninistas que Gramsci sostuviera. PyP leía ya en los conceptos de Gramsci de bloque histórico una manera de pensar al partido como resultado del proceso histórico que veían en esa unión, ilusionados en que por el propio curso de la revolución, a través de la Juventud Trabajadora Peronista se expresaría la vanguardia obrera y se fortalecería un curso “consejista”, cuando justamente la subordinación a las organizaciones con estrategia populista es lo que trabó esa perspectiva.
La búsqueda de superar la “tradición” de la III Internacional es lo que muchos comentadores reivindican hoy como aporte y ejemplo a seguir de la “Nueva Izquierda” contra la izquierda partidaria (no ya contra el stalinismo que hace décadas es una variante más de nuestra variopinta progresía, y hoy parte de un gobierno peronista). Pero como es práctica habitual en las empresas, el balance parece dibujado: lo que desestiman como superado fue un conflicto en el cual PyP se debatió durante toda su publicación. Estas lecturas, e incluso muchas de las que sus propios miembros hicieron en el mismo sentido sobre los ‘70, reivindican aquello que justamente constituyó su límite tanto en su intervención política en su momento como en la lectura posterior de sus desencantos, los cuales dieron paso a un abierto giro a derecha13. Porque a diferencia de lo planteado por PyP en los ‘70, hubo cuestionamientos a las direcciones sindicales y a la conciliación de clases peronista, y tendencias al “consejismo” en las Coordinadoras Interfabriles en lucha contra un gobierno. El golpe llegó antes de (y su brutalidad fue para evitar) que la clase pudiera organizar los organismos a través de los cuales ejercer su hegemonía y el partido que pudiera dirigirla a la victoria.
Derivas
8. Aricó, La cola del diablo, Bs. As., Puntosur, 1988.
La derrota rápidamente convirtió una estrategia equivocada en una “tragedia” de la que se salía contraponiendo “su Gramsci” al modelo insurreccionalista de Lenin, deriva que adoptarían muchos de sus miembros, como puede observarse en Los usos de Gramsci de Portantiero, Nueve lecciones sobre economía y política en el marxismo de Aricó, Esbozo a una crítica a la teoría y práctica leninista de Oscar del Barco o las discusiones de Controversia, editada en México. La lectura de Gramsci paulatinamente se fue convirtiendo en la teoría de la hegemonía por arriba en el Estado y la defensa de la democracia “a secas”, y el “bloque histórico” pronto fue la alianza con el alfonsinismo a su vuelta a Argentina. Un verdadero “abuso” de Gramsci.
9. Burgos, Los gramscianos argentinos, Bs. As., Siglo XXI, 2004.
1. Aricó, “El stalinismo y la responsabilidad de la izquierda” en PyP 2/3, 1963. 2. Aricó, “Examen de conciencia” en PyP 4, 1964. 3. La Rosa Blindada sería otra revista de militantes del PCA que retomaría a Gramsci, con resultados similares: la expulsión en 1966. Perry Anderson señala cómo New Left Review fue de las primeras en retomar la obra de gramsciana, y agrega que paralelamente lo mismo hizo PyP (English Questions, Londres, Verso, 1992). 4. Aricó, “Pasado y presente” en PyP 1, 1963. 5. Entrevista a Aricó, “América Latina: el destino se llama democracia”, en www.arico.unc.edu, 1983. 6. Crespo, “Córdoba, Pasado y Presente y la obra de José Arico”, en Estudios 7-8, 1996/1997. 7. Portantiero, “Un análisis ‘marxista’ de la Argentina”, PyP 5, 1964.
10. Entrevista a Aricó, op. cit. 11. No sería la única actividad de los miembros del grupo: en 1967 Aricó colabora en la fundación del futuro PCR, ruptura del PC de tendencia maoísta, aunque según Burgos, se niega a formar parte directamente. Schmucler dirigirá a partir de 1969 la revista Los Libros, donde el maoísmo tendrá también su peso. Portantiero participará por su parte de las “Cátedras marxistas” en la UBA, polemizando con las “Cátedras nacionales” peronistas. 12. El libro El obrerismo de Pasado y presente. Documentos para un dossier (no publicado) sobre SITRAC-SITRAM, reúne escritos del grupo de 1971 y 1972 y aporta nuevos elementos a esta preocupación. 13. Su último episodio fue la autocrítica de Del Barco en la cual apeló a una crítica a la violencia “a secas”.
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Nuevos intentos de re-construcción de la “Teoría de los dos demonios”
Violencia, política y revolución en los ‘70
Eduardo CASTILLA Columnista del programa Giro a la Izquierda, Córdoba. En el transcurso de los últimos años emergió, de manera recurrente, el debate sobre los ‘70. El kirchnerismo, en función de restaurar la autoridad estatal post 2001, se apropió de lo que hemos definido como “Tercer relato” sobre el genocidio1. Como contraparte, en el campo de la derecha, emergió un polo que se propone el retorno hacia una concepción similar a la “Teoría de los dos demonios”. Apunta a limitar el repudio hacia las fuerzas represivas y condena la lucha revolucionaria de los ‘70, a la que identifica casi exclusivamente con las organizaciones armadas. El “ala política” de esta tendencia se expresó por ejemplo en De la Sota o De Narváez pidiendo el juicio a los asesinos de Rucci. Durante el 2013 varias publicaciones intentaron inclinar la balanza del debate en esa dirección. Aquí nos referiremos críticamente a algunas de ellas.
Violencia y política en los 70 Desde las más elaboradas definiciones de Pilar Calveiro2 y Claudia Hilb3, pasando por el eclecticismo que despliega Héctor Leis4 hasta el nada teórico ¡Viva la Sangre! de Ceferino Reato5, estas publicaciones intentan reescribir el pasado, abordándolo desde una contraposición entre violencia y política, presentadas como polos opuestos. Su argumentación apunta esencialmente a condenar
la violencia de las organizaciones guerrilleras, sea por su carácter antipolítico (Hilb) o desde un punto de vista moral (Leis), ubicándolas en un plano similar a la ejercida por el estado. Reato afirma que: “Para unos, la violencia era el mejor remedio para proteger la continuidad del estado (…) para otros, se trataba de la partera de una sociedad sin clases”. Leis escribe: “lo que se vivió en los años ‘70 fue una tragedia provocada no por individuos sino por una cultura de violencia y muerte, compartida entre las principales elites y las masas”. Calveiro, por su parte, señala que: “Desde 1930, la historia política argentina estuvo marcada por una creciente presencia de lo militar y por el uso de la violencia para imponer desde el poder lo que no se podía consensuar desde la política”. Dentro de ese clima de época, las organizaciones guerrilleras habrían sustituido la política por la violencia. Calveiro dirá que “la derrota de Montoneros (…) no se debió a un exceso de lo político sino a su carencia. Lo militar y lo organizativo asfixiaron la compresión y la práctica políticas”. Hilb afirmará la tendencia de la guerrilla a usar la violencia racionalizada6 como “sustituto de la política”, transformando la esfera de la acción pública “deliberadamente en un campo de batalla”. Esta lógica de reducción de lo político a lo militar
(Calveiro) habría estado presente en el conjunto del período y de los actores sociales, de modo que la política aparece como guerra y los adversarios como enemigos. Desde el punto de vista filosófico, estos autores igualan política al juego parlamentario de la democracia burguesa (donde se expresarían lo colectivo, lo común y lo público), quitando todo sustrato social a la misma. La violencia ejercida desde abajo, por las masas y sus organizaciones, termina en el mismo plano que la ejercida desde arriba, por el aparato estatal para sostener el orden capitalista.
Un “nuevo” demonio colectivo Parte esencial de este relato es ubicar a las organizaciones guerrilleras dentro de los responsables de la creciente violencia. Leis definirá que: “el terrorismo de los Montoneros, la Triple A y la dictadura militar son igualmente graves, ya que contribuyeron solidariamente a una ascensión de los extremos de la violencia”. Aunque todos la rechazan, es imposible no emparentar estas definiciones con la “Teoría de los dos demonios”. La diferencia con aquella radica en la búsqueda de una responsabilidad colectiva en la violencia7. Leis8 afirma que “las responsabilidades criminales por una guerra interna son
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siempre individuales y selectivas, pero la responsabilidad moral es siempre colectiva”. Para estos autores no hubo demonios sino una sociedad que favoreció el ascenso de la violencia. Pero lo esencial de sus postulados apunta en la misma dirección. En el terreno político estos textos se convierten en una justificación absoluta de la democracia. El mayor “error” de las organizaciones guerrilleras fue haberse rebelado militarmente en el marco de la “vigencia de una democracia plena” (Reato). Por su parte, Leis postulará que “no hay ninguna legitimidad en el terrorismo al servicio del asalto del poder en un contexto democrático”. En el terreno del análisis social, esta concepción borra de la escena a la clase obrera, al movimiento estudiantil y a la acción de masas en general, reduciendo la complejidad de acciones y procesos vivos, al enfrentamiento de aparatos entre fuerzas estatales y guerrilla.
Una violencia históricamente construida Ninguno de estos autores –la excepción parcial es Calveiro– da cuenta de las condiciones en las que se gestó ese “clima de época”. La violencia aparece como un elemento dado, inherente al período, a las acciones del estado y las organizaciones guerrilleras. Una explicación de las causas de ese grado de violencia impone reconocer que, desde 1955 en adelante, la clase dominante se propuso la destrucción de la relación de fuerzas –social y política– conquistada por el movimiento obrero durante los años del peronismo: desde la liquidación de conquistas hasta el intento de quiebre del vínculo político-ideológico que encontró su máxima expresión en el Decreto 41619. Durante los 15 años que van desde la llamada Revolución Libertadora hasta el Cordobazo, la burguesía intentó revertir esa relación de fuerzas, recurriendo a dictaduras abiertas -como la de Rojas y Aramburu- y mediante gobiernos “democráticos” basados en la proscripción del peronismo como los de Frondizi e Illia. En esa tarea apeló además a la negociación con las direcciones burocráticas del movimiento obrero y a métodos de guerra civil10. Pero fracasó en ese objetivo estratégico y, por el contrario, aportó a generar un progresivo aumento de la lucha de clases. Esto llevó a que en la clase trabajadora y el pueblo pobre madurara un creciente odio contra las elites dominantes y las instituciones. A partir del Cordobazo, tanto en el terreno de la lucha de clases como en el de las acciones políticas –estrechamente ligados entre sí– creció la violencia, en la medida en que las demandas de las masas se profundizaban y la clase dominante evidenciaba sus límites para hacer concesiones. La masacre de Ezeiza mostró el inicio de la acción contrarrevolucionaria –con Perón al frente– contra el ala izquierda de su movimiento y sectores de vanguardia obrera y juvenil. Pero hacia las amplias masas obreras primó una política de contención, expresada en el Pacto Social que intentaba amortiguar las tensiones sociales. Mientras se recurría a la violencia abierta por medio de las Tres A, avaladas por Perón, se utilizaba la mayoría parlamentaria para fortalecer los mecanismos de coerción sancionando, por ejemplo, la
reforma del Código Penal –que atacaba a la guerrilla e imponía mayores penas por medidas como la toma de fábrica– y la reforma la Ley de Asociaciones Sindicales, que otorgaba más poder a la burocracia sindical. Desde el Estado, en el terreno de la lucha de clases, los métodos de violencia directa se ejercían en combinación con los estrictamente políticos. La clase dominante intentaba desarticular el ascenso revolucionario abierto desde el Cordobazo.
¿Una historia sin sujetos sociales? “De las numerosas formas de desobediencia que se practicaron en la sociedad, la más radical y confrontativa fue la de los grupos armados”, afirma Calveiro. Sin embargo, la mayoría de las investigaciones históricas coinciden en afirmar que las organizaciones guerrilleras no eran una amenaza real en el momento del Golpe. Sus organizaciones se hallaban golpeadas y la dinámica posterior al 24 de marzo confirma, en el terreno estrictamente militar, su debilidad, dada la rapidez con la que fueron dislocadas (ERP) o pasaron a acciones individuales (Montoneros). El orden capitalista era desafiado por la acción de las masas en las calles, con un protagonismo central del movimiento obrero. Precisamente por eso, la represión se abatió abiertamente sobre éste, como se evidencia en la militarización de 200 fábricas el mismo 24 de marzo del ‘76, los campos de concentración en el interior de grandes empresas y la conformación de “listas negras” por parte de patronales y burocracia sindical, hecho que tan solo menciona Reato al pasar. Pero así como desaparece la clase obrera en este relato, ocurre lo mismo con la burguesía. Ninguno de los autores mencionados –nuevamente la excepción parcial es Calveiro– intenta establecer la relación entre el Golpe y el plan económico posterior aplicado por la dictadura. Pero, como afirma Martín Schorr: “Dos de los objetivos centrales de los militares que usurparon el poder en marzo de 1976 y de sus bases sociales de sustentación fueron redefinir el papel del Estado en la asignación de recursos y restringir drásticamente el poder de negociación que poseían los trabajadores (…) en términos estratégicos se apuntó a alterar de manera radical y con carácter irreversible la correlación de fuerzas derivada de la presencia de una clase obrera industrial acentuadamente organizada y movilizada en términos político-ideológicos”11. Esa correlación de fuerzas era el límite de la clase capitalista para imponer una mayor tasa de explotación. Ni la dictadura de 1966-73 ni el peronismo en el poder habían logrado quebrarla. Lejos de ello, habían contribuido a la dinámica revolucionaria de la clase trabajadora, como quedó en evidencia durante las Jornadas de Junio y Julio del ‘75 donde estuvo planteada la posibilidad real de que la clase obrera avanzara hacia la ruptura con el peronismo en el poder. La necesidad de desarticular ese poder social estuvo en la base del Genocidio.
A modo de cierre El intento de re-construir un relato sobre los ‘70 que iguale violencia estatal con acción de la guerrilla, responde al imperativo de restaurar la credibilidad de las fuerzas armadas, una necesidad estratégica del conjunto de la clase dominante.
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La necesidad de recuperar “poder de fuego” es una cuestión central en la agenda capitalista. Desde esa perspectiva puede apreciarse con más nitidez el giro kirchnerista hacia la derecha, por ejemplo, con la designación del genocida Milani al frente del Ejército. También desde allí se comprende la tendencia ideológica que acabamos de criticar. Pero estamos muy lejos de alguna novedad teórica por parte de estos autores. Con la excepción parcial de Calveiro, la crítica a la violencia de los ‘70 se hace desde un nivel argumental deplorable. Leis llega al absurdo de escribir que “tanto en las Fuerzas Armadas como en la guerrilla hubo hombres buenos que dejaron de serlo en determinado momento” estableciendo el debate en términos de maldad y bondad. Por su parte Hilb, en uno de los artículos, no tiene reparos en escribir “abordaré estas preguntas evitando, en la medida de lo posible, la interpretación en términos históricos (…) no me referiré a las condiciones sociales y políticas”. Estas afirmaciones evidencian la operación ideológica que se proponen los autores. Pero el debate sobre los ‘70 en la Argentina, como parte de un proceso de ascenso de masas que recorrió el mundo, sigue siendo una tarea central desde el punto de vista intelectual. Ese debate, desde nuestro punto de vista, implica necesariamente analizar las vías y los medios que podrían haber permitido el triunfo de la clase trabajadora y el pueblo pobre.
1. Para una revisión de los relatos sobre los 70’ ver Werner y Aguirre, Insurgencia Obrera en la Argentina, Ediciones IPS, Buenos Aires, 2009. 2. Política y/o violencia, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013. 3. Usos del pasado, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013. 4. Un testamento de los años 70, Katz, Buenos Aires, 2013. 5. Ver reseña en Ideas de Izquierda 5. 6. La autora hace esta definición desde la distinción arendtiana entre violencia reactiva y violencia institucionalizada. Hilb, op. cit., p. 21. 7. “El elemento que destaca como fundamental en esta construcción es la ya aludida ‘victimización’ del conjunto social, que aparece como ajeno al combate entre estos dos grupos ‘demoníacos’”. (Feierstein, Daniel, El genocidio como práctica social, FCE, Buenos Aires, 2007, p.269). 8. La concepción de Leis se acerca claramente a la que sostuvieron las fuerzas armadas de “guerra contra la subversión”. 9. Decreto de la Revolución Libertadora que establecía la imposibilidad de utilizar imágenes, símbolos, signos o expresiones representativas del peronismo. 10. Tomamos aquí una definición de León Trotsky, que afirma: “la guerra civil constituye una etapa determinada de la lucha de clases, cuando ésta, rompiendo los marcos de la legalidad, viene a ubicarse en el plano de un enfrentamiento público y en cierta medida físico, de las fuerzas enfrentadas”. Algunos ejemplos de esta tendencia entre el ‘55 y el ‘69 son la utilización de comandos civiles en el Golpe Libertador, los fusilamientos de José León Suárez, el plan CONINTES y la represión abierta bajo Onganía. 11. El poder económico industrial como promotor y beneficiario del proyecto refundacional de la Argentina (p.276) en Verbitsky y Bohoslavsky, Cuentas Pendientes, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013. Destacado nuestro.
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EL MARXISMO EN LA ENCRUCIJADA, de Ariel Petruccelli
Buenos Aires, Prometeo, 2011.
Santiago M. Roggerone UBA/CONICET.
Habiendo ofrecido previamente una minuciosa lectura de la concepción materialista de la historia1, en este libro Ariel Petruccelli pretende dilucidar el estado en el que se halla el marxismo en la actualidad. Para lograrlo, analiza con elegancia y erudición los principales desafíos planteados a éste en el plano de las ideas y las respuestas que desde su campo han podido articularse. La premisa de la que parte el autor se inscribe en las recomendaciones que Perry Anderson realizara en la editorial de la New Left Review del año 2000. Lo que Anderson prescribía como actitud teórico-política correcta en el escenario de lo que a su entender era una “derrota histórica” de las izquierdas y el movimiento obrero, consistía en un “realismo intransigente” que negara cualquier tipo de “componenda con el sistema imperante” y rechazara todo aquello que pudiera “infravalorar” el poder de un capitalismo que –colapso del bloque soviético mediante– había registrado una victoria decisiva 2. El trabajo de Petruccelli reconoce abiertamente su deuda con la obra de Anderson, que según él hace gala de “realismo, racionalismo y objetividad”, como así también de “universalidad” (pp. 155, 156). Incluso podría afirmarse que el autor de El marxismo en la encrucijada hace suyo el método de quien fuera el principal mentor del historiador británico: Isaac Deutscher. Elevándose au-dessus de la mêlée, Petruccelli se aposta en una atalaya para divisar imparcial y diligentemente el panorama intelectual contemporáneo e “interpretarlo sine ira et studio”3. Desde su puesto de observación, Petruccelli expone entonces con parsimonia y elocuencia cuáles son los desafíos, “inexistentes en el pasado”, que el marxismo afronta en la actualidad –unos desafíos, vale decir, “que afectan sustancialmente” a los “núcleos teóricos” del paradigma del materialismo histórico “antes que solamente a sus connotaciones políticas” (p. 33). Tenazmente, Petruccelli batalla contra
una multiplicidad de tendencias teóricas apostando que ello permita al marxismo “pasar la prueba de los tiempos y continuar siendo un cuerpo intelectual vivo y productivo” (p. 39). Es por esto que a lo largo de las páginas del libro hay lugar tanto para las teorías sociológicas de la evolución social de Anthony Giddens y Michael Mann como para el giro lingüístico y el posmodernismo. En el contexto de la discusión con una diversidad de movimientos intelectuales, el mayor logro del texto tal vez consista en neutralizar incipientemente los desafíos del posmarxismo. Al lector de Anderson le constará que desde el ámbito teórico del marxismo se ha respondido ya con relativo éxito al giro lingüístico y al posmodernismo. Por razones que no son del todo claras, Anderson –inefable polemista que en Tras las huellas del materialismo histórico arremetió sin titubeos contra el estructuralismo y el posestructuralismo– jamás desarrolló una crítica de esta corriente. Por fortuna, Petruccelli resarce esta falencia de Anderson. Pues en El marxismo en la encrucijada se denuncia enérgicamente que la negación posmarxista de la lucha de clases no redunda más que en la abyecta reivindicación de “la lucha a secas de unos sujetos míticamente constituidos, carentes de necesidades e intereses objetivos, y que no se hallan especialmente determinados o condicionados por ninguna posición social de las muchas que pueden ocupar” (p. 300). Considerados desde este punto de vista, pensadores como Ernesto Laclau no serían ni materialistas ni dialécticos, sino idealistas; no adherirían al materialismo histórico, sino a alguna versión del giro lingüístico; no tomarían partido por la revolución y el socialismo, sino por la democracia radical. La conclusión a la que arriba el autor es que pese a encontrarse duramente golpeado por los embates que le fueron propiciados en el plano de las ideas, el marxismo persiste. Esta afirmación no resulta tan polémica como las consecuencias políticas que Petruccelli extrae de ella. Efectivamente, sugerir como se hace en El marxismo en la encrucijada que hoy en día “los socialistas nos hallamos en medio de la más negra oscuridad” y que “el capitalismo señorea sin enemigos a la vista” (p. 338), supone en cuanto menos no reparar en la crisis histórica por la que el modo de producción del capital se encuentra atravesado desde hace prácticamente cinco años. Ir en contra de los tiempos –y la expresión no es inocente: alude al nombre con el que, en claro homenaje a Daniel Bensaïd, bautizó a una revista un agrupamiento integrado por Petruccelli–, organizar el pesimismo, replegarse en una atalaya, etc. son actitudes
político-intelectuales que resultaron fructíferas tras la implosión de la URSS y la consolidación del neoliberalismo como única alternativa. Pero hoy en día, cuando el fin de la historia y de los grandes relatos ha encontrado su propio final, cuando la utopía de un mercado mundial articulado a través de patrones democrático-liberales es interpretada cada vez más como una quimera, cuando el capitalismo enfrenta a escala global la crisis más significativa desde los tiempos de la Gran Depresión, cuando las personas comienzan a indignarse y los espacios a ser ocupados, la perspectiva de un puesto de observación donde puedan replegarse las izquierdas pierde en verdad sustento. Hasta en el plano local se registran signos de una nueva situación: ¿no es acaso el Frente de Izquierda y de los Trabajadores aquello que empieza a evocar –para decirlo con el autor– “una vía transitable entre el mero reformismo sin perspectivas antisistémicas, y el revolucionarismo testimonial sin influencia de masas” (p. 346)? Alex Callinicos lleva la razón cuando en su lectura de la tradición del trotskismo define al marxismo deutscheriano-andersoniano como una consecuencia de la renuncia al “proyecto, formulado por Trotsky en 1933, de construir organizaciones revolucionarias independientes del estalinismo y la socialdemocracia”. En efecto, por lo que se caracterizó Deutscher fue por la expectativa de que en la URSS tuvieran lugar reformas que llevaran a cabo “desde arriba la revolución política que Trotsky hubiera querido que surgiera desde abajo”4. Ciertamente, Petruccelli esgrime en nuestros días una postura afín. Dotado de una olímpica serenidad, asumiendo la posición de la distancia desde la que todo puede ser contemplado sinóptica y holísticamente, Ariel Petruccelli aguarda, manteniéndose expectante. Pero el riesgo de que su espera en el mundo de las ideas se torne vana ha comenzado a hacerse realidad. En definitiva, si el marxismo se halla en una encrucijada sólo podrá sortearla en el campo de batallas de la historia.
1. Cfr. Petruccelli, A., Materialismo histórico. Interpretaciones y controversias, Buenos aires, Prometeo, 2010. 2. Anderson, P., “Renovaciones”, New Left Review 2, mayo-junio 2000, pp. 12, 14. 3. Deutscher, I., “The Ex-Comm unist’s Conscience”, Marxism, Wars and Revolutions, Londres y Nueva York, Verso, 1984, p. 58. 4. Callinicos, A., Trotskyism, Milton Keynes, Open University Press, 1990, pp. 48, 51.
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DIARIO DE UN AMA DE CASA DESQUICIADA, de Sue Kaufman
Barcelona, Libros del Asteroide, 2010. Traducción de Milena Busquests.
Celeste Murillo Comité de redacción.
Es curioso que en medio de un supuesto boom de “literatura femenina” (asumiendo que existiera tal género) plagado de novelas eróticas, soft porn y románticas, una de las pocas con una crítica mordaz sea una reedición de ¡1967! ¿Cómo es que una novela que narra la vida de un ama de casa en la Nueva York de los años ‘60 es más corrosiva que las fantasías sado de Anastasia Steele de Cincuenta sombras de Grey? Tina Balser, la protagonista, tiene “todo lo que una mujer puede soñar”: un marido exitoso, dos hijas preciosas, una empleada doméstica y plata para gastar. Pero Tina es una bomba de tiempo a punto de estallar, toma pastillas para dormir y tranquilizantes con vodka para sobrevivir el día a día en su prisión doméstica. No es que no haya habido otras oportunidades: tuvo una infancia acomodada, fue a la universidad (ama el arte y la literatura), tuvo su departamento de soltera, su trabajo y un romance apasionado. Pero todo eso fue solamente la música funcional en la sala de espera de la “vida real” de las mujeres: el matrimonio y la familia. Después de superar algunos “escollos”, y terapia mediante (con un psicoanalista que la empuja a la “vida normal”), Tina está encaminada. La primera edición del libro de Sue Kaufman fue un éxito, a tal punto que años más tarde se lo consideró “fundacional” de los textos que dan voz a la “conciencia femenina”, una especie de prefeminismo. Ese “informe” (en palabras de Tina Balser) que comienza a escribir para no volverse completamente loca, expresa el “malestar sin nombre”, que había descrito por primera vez Betty Friedan en 1963 (Mística de la feminidad) cuando asomaba su cabeza la Segunda Ola feminista en Estados Unidos. Kaufman hace que su protagonista realice una descripción de la vida de la mujer de la clase media neoyorkina, supuesta ciudadana beneficiaria de derechos
políticos como el voto, y sociales como la educación y el trabajo. Todos los “logros” de Tina, empezando por su matrimonio, empiezan a asfixiarla y su racconto minucioso lo hace todo más crudo y consciente. Y sin declararse feminista, Kaufman hace que la angustia y los miedos de Tina apunten contra la sociedad patriarcal, todas en su forma más tímida a simple vista. Su matrimonio, con un marido insufrible y snob, deja al desnudo el “contrato” en el que Tina lleva todas las de perder, aun en su departamento lujoso. Las exigencias son claras desde el momento cero: la esposa debe ser una socialité, culta e informada, la casa debe estar impecable, lo que incluye el trato con el personal doméstico y sus hijas. Y ante la “tarea cumplida”, el marido espeta un condescendiente: “Sabía que podía contar contigo...”. Nada más lejano al amor que esa institución, que significó el fin de una época en la vida de la protagonista. Es una trampa sin salida, tanto que Tina se pregunta en un momento límite: “Si la vida con Jonathan ha sido un infierno, ¿por qué me aterra tanto la idea de perderlo a él o a esta vida?”. La relación de amor-odio con sus hijas, adorables e insoportables, que la cuestionan y la necesitan, es otro de los mitos destrozados. Tina ama sus hijas, no hay duda, pero en una línea cruda y sutil, un día no teme escribir: “De repente comprendí los misterios de infanticidio”, en un tono irónico pero al borde, y sin culpa (el diario es su refugio). Y esas mismas nenas que critican su vestido, su peinado y sus comidas, son las destinatarias de los cuidados más cariñosos de Tina. La sexualidad femenina, que será protagonista de los cuestionamientos de la Segunda Ola, también está presente, por acción u omisión, en la novela. Lo que es una tediosa obligación con el marido que le sugiere el “revolcón” en los peores momentos, solo será descubierto como placer fuera del matrimonio. Las únicas relaciones sexuales que Tina disfruta son en su juventud universitaria y en el romance que vive con un escritor de teatro (irónicamente, un hombre que es parte de ese mundo al que Johnatan añora pertenecer, y Tina aborrece).
El diario apunta también contra el consumo desenfrenado de las clases medias neoyorkinas, ilustradas en los caprichos de “nuevo rico” de su marido, los cocktails y los festejos suntuosos. Es interesante como Kaufman hace que su protagonista reaccione con especial violencia y amargura cada vez que “la mandan” a comprarse vestidos de fiesta o a hacer compras de Navidad: se vuelve literalmente loca. Quizás por la crudeza con la que describe la vida cotidiana, la novela de Kaufman no pierde actualidad. Porque los prejuicios que alimentan la angustia de Tina Balser siguen vivos en esta sociedad, aun cuando se han ampliado los derechos y multiplicado las esferas de la vida pública donde se desarrollan las mujeres (especialmente de la clase media). Porque la vida doméstica es quizás uno de los aspectos que menos ha cambiado desde la primera edición de la novela. Aunque se hayan modificado y modernizado sus formas, la sociedad capitalista sigue organizada alrededor de esa montaña de horas de trabajo no remunerado e invisible, lo que el marxismo llama la reproducción social de la fuerza de trabajo, que realizan las mujeres. Y esto afecta tanto a la mujer de clase media acomodada como a su empleada doméstica. Por eso en la novela, aun dentro de su relación empleadora-empleada, las mujeres coinciden más de una vez ante el escenario de estar mental o físicamente exhaustas, pero de todos modos obligadas a responder frente a sus familias (y aunque está claro que la vida de la empleada Lottie tiene poco que ver con la de Tina, a menudo se encuentran como confidentes). Hacia el final, adivinado o no –al fin y al cabo es un diario y lo más importante es el proceso que narra– Tina escribe: “Yo no escribo obras de teatro –dije subiéndome la cremallera de la falda–. Sólo soy un ama de casa loca y tonta con el agua al cuello”. Tina Balser no es tonta, ni está loca, pero en su vida, y en la de millones de amas de casa, no hay martillo que rompa el cristal para escapar. El escape definitivo al desquicio cotidiano es terminar con la sociedad que rodea las prisiones domésticas, pero eso es material de otros debates que superan el libro de Kaufman.
UN JUICIO PARA SILENCIAR A LA CLASE OBRERA Por la absolución de los trabajadores petroleros de Las Heras Los abajo firmantes, organismos de Derechos Humanos, organizaciones sociales, sindicales, estudiantiles, políticas: exigimos la absolución de los 11 trabajadores injustamente imputados en la muerte del policía Sayago, ocurrida en la pueblada de esa localidad en el año 2006. Con una causa armada y llena de irregularidades, utilizando métodos de tortura y amenazas, se intenta responsabilizar a los procesados y condenarlos a cadena perpetua y coacción agravada. Denunciamos al juzgado, que sigue adelante con el pedido de condena con testimonios arrancados bajo torturas. Tan armado es este juicio, que el fiscal de cámara rechazó en dos oportunidades la elevación a juicio oral de la causa por estar plagada de nulidades. Durante el trascurso del mismo y en los alegatos, los abogados defensores de los petroleros (amenazados constantemente por este tribunal y sancionados), demostraron la inocencia de los trabajadores por no encontrase pruebas. Las únicas pruebas que se pudieron demostrar fueron las torturas, los apremios ilegales, las vejaciones y las amenazas que sufrieron los petroleros por parte de la policía provincial durante los tres años que estuvieron detenidos. Un accionar propio de la dictadura militar. Este juicio es uno de los más graves ataques que se está llevando adelante contra los trabajadores desde el ‘83 a esta parte, por haber salido a pelear por sus derechos. Su único objetivo es dar una condena ejemplificadora, para evitar que los trabajadores vuelvan a salir a luchar. De concretarse, estas condenas no sólo arruinarían injustamente la vida de estos trabajadores y sus familias, sino que sentarían un gravísimo antecedente para el conjunto de los trabajadores y luchadores de todo el país. Por esto exigimos la absolución para todos los trabajadores.
Firmas: James Petras, sociólogo estadounidense - Adolfo Perez Esquivel, premio Nobel de la Paz- Osvaldo Bayer, escritor, periodista - Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora - Elia Espen, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora - Mirta Baravalle, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora - Graciela Rosenblum, Presidente Liga Argentina por los Derechos del Hombre - Patricia Walsh, diputada nacional mandato cumplido - Myriam Bregman, abogada querellante en juicios de lesa humanidad - Claudio Marín, secretario adjunto FOETRA Bs As - Pablo Michelli, secretario general CTA - Carlos "Perro" Santillán, sec. gral. SEOM Jujuy - Eduardo Grüner, FFyL, FSOC-UBA Hernán Camarero, historiador UBA/Conicet - Jorge Elizondo, Asociación de Abogados Laboralistas de Rosario Victoria Moyano, nieta restituida - Alejandrina Barry, hija de desaparecidos - Carla Lacorte, víctima gatillo fácil Herman Schiller, periodista y conductor de “Leña al fuego” y “Aguantando de pie” - SERPAJ - Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos - Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Rosario - Asociación de Abogados Laboralistas de Rosario - Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (CeProDH) - Hijos La Plata - Memoria y Justicia Almagro - Baldosas x la Memoria - Coodinadora Antirrepresiva por los Derechos del Pueblo (CADEP) - Colectivo Memoria Militante - Comisión por la Memoria de Zona Norte - ATEN (Asociación de Trabajadores de la Educación de Neuquén) - Sindicato Obreros Ceramistas de Neuquén (SOECN) - Christian Castillo, diputado provincial PTS/Frente de Izquierda - Patricio Del Corro, legislador electo de la ciudad PTS/Frente de Izquierda - Nicolás del Caño, diputado nacional electo por Mendoza PTS / Frente de Izquierda - Raúl Godoy, diputado Frente de Izquierda, Neuquén - Andrea D’ Atri, Agrupación de Mujeres Pan y Rosas - Alejandro Bodart, diputado MST CABA - Claudio Lozano, diputado nacional - Marcelo Ramal, legislador FIT - Luis Zamora, Autodeterminación y Libertad - José Castillo, Izquierda Socialista, siguen las firmas…