Ideas de Izquierda 09, mayo 2014

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ideas izquierda Revista de Política y Cultura

MAYO 2014

Después del paro nacional y los piquetes

donde mueren los relatos nuevo protagonismo obrero e izquierda Dossier

sin lugar para los débiles el “derecho a la ciudad”, solo para ricos

DEBATE SOBRE MARXISMO Y DERECHO Roberto Gargarella Matías Maiello

ERNESTO LACLAU Y EL ELOGIO DE LA HEGEMONÍA BURGUESA Claudia Cinatti

CRISIS MUNDIAL: LOS LÍMITES DEL NEOLIBERALISMO

Entrevista a Gérard Duménil


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IDEAS DE IZQUIERDA

SUMARIO 3 NOSOTROS, LA IZQUIERDA… ANTE UNA OPORTUNIDAD HISTÓRICA Christian Castillo y Fernando Rosso

6 MUCHO MÁS QUE UN PARO GENERAL Paula Varela

9 CRIMEN Y CASTIGO

NOTAS SOBRE MARXISMO, JUSTICIA Y DERECHO PENAL Roberto Gargarella

ENCRUCIJADAS DE UN ABOLICIONISMO “LIGHT” Matías Maiello

14 DOSSIER SIN LUGAR PARA LOS DÉBILES Andrés Arnone, Verónica Zaldívar y Esteban Mercatante CIUDADELAS AMURALLADAS, BARRIOS INUNDADOS Mirta Pacheco

20 “EE. UU. Y EUROPA ENTRARON EN UNA FASE DE ESTANCAMIENTO DURARERO” Entrevista a Gérard Duménil

24 VENEZUELA EN EL CENTRO DE LA ESCENA LATINOAMERICANA Eduardo Molina

27 BOLIVIA: COOPERATIVISMO A MEDIDA DE LOS EMPRESARIOS Alejandro Schneider

30 ERNESTO LACLAU Y EL ELOGIO DE LA HEGEMONÍA BURGUESA Claudia Cinatti

34 PSICOANÁLISIS Y MARXISMO. PASADO Y PRESENTE Alejandro Vainer

37 UNA EXPERIENCIA PARA EL CONTROL OBRERO DEL CINE Y LA TV Violeta Bruck y Javier Gabino

40 JOHN COLTRANE. POLÍTICA DEL SONIDO Fernando Aiziczon

43 LOS FEMINISMOS LATINOAMERICANOS Mabel Bellucci

45 EL ALBACEA Paula Varela

47 RESEÑA DE USAR EL CEREBRO. CONOCER NUESTRA MENTE PARA VIVIR MEJOR, DE FACUNDO MANES Y MATEO NIRO Juan Duarte

STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri, Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Fernando Rosso, Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Azul Picón. COLABORAN EN ESTE NÚMERO Roberto Gargarella, Gérard Duménil, Alejandro Vainer, Mabel Bellucci, Matías Maiello, Mirta Pacheco, Verónica Zaldívar, Andrés Arnone, Eduardo Molina, Claudia Cinatti, Violeta Bruck, Javier Gabino, José María Martinelli, Hernán Flores, Tomás Rivolta, Sofía Achigar, Hernán Carbia. EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo. PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com Ilustración de tapa: Anahí Rivera www.ideasdeizquierda.org Entre Ríos 140 5° A - C.A.B.A. | CP: 1079 - 4372-0590 Distribuye en CABA y GBA Distriloberto www.distriloberto.com.ar Sin Fin distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.


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Fotografía: Enfoque Rojo

Paro del 10A y giro a derecha del régimen político

Nosotros, la izquierda… ante una oportunidad histórica Christian Castillo Diputado provincial por el FIT, Pcia. de Buenos Aires. Fernando Rosso Comité de redacción.

Ya pasaron casi tres años de las elecciones primarias de 2011, cuando el Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT) logró superar el piso proscriptivo e instalarse como una alternativa en la política nacional. “Milagro”, “fenómeno pasajero”, “una excepcionalidad”; repitieron hasta cansarse los analistas y editorialistas del establishment, a la vez que auguraban futuros retrocesos o divisiones por las cuales la izquierda volvería a ocupar un lugar marginal desde el punto de vista político y electoral. Sin embargo, durante todo este período, el FIT no hizo más que desarrollarse, por un lado, basado en los cambios de la experiencia de la clase trabajadora (que tuvo su máxima expresión en los paros generales del 20N de 2012 y del 10A de 20141)

y en el desencanto de los sectores “progresistas” de las clases medias con el conjunto del régimen político (sobre todo con el gobierno, pero también con una centroizquierda “derechizada”). La intervención de los que constituimos el FIT, en esos eventos políticos y de la lucha de clases, estuvo en la base de este indiscutible desarrollo. Desde aquel momento a esta parte, mucha agua corrió bajo el puente. El kirchnerismo, que había obtenido en octubre de ese año el 54 % de los votos, retrocedió vertiginosamente hasta ser derrotado en la estratégica provincia de Buenos Aires en las elecciones de octubre pasado y retroceder más de 20 puntos a nivel nacional. El agotamiento del “modelo”, y los distintos caminos para el

ajuste (como la “sintonía fina” o los techos salariales) agudizaron este retroceso, que terminó en la ruptura con la burocracia sindical de Hugo Moyano, como manifestación deformada de un comienzo de enfrentamiento con el conjunto de los trabajadores. Como expresión de esta crisis, también el peronismo se dividió, sobre todo en su centro de gravedad (PBA), y hoy los “barones” (intendentes) del conurbano hacen cálculos para ver si les conviene quedarse con la coalición PJ-Frente para la Victoria o dar el salto al massismo. El mismo cálculo hacen los gobernadores provinciales. Sergio Massa del Frente Renovador (FR), se debate entre mantenerse con un perfil más peronista o ir a la caza del electorado no peronista, »


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“Empezó a escucharse en los parlamentos y las legislaturas la voz y las denuncias de los que pelean en la calle; y los piquetes y movilizaciones cuentan con el apoyo de los legisladores del FIT.

mientras no pudo todavía conquistar un armado político nacional y su fuerza se reduce a la provincia de Buenos Aires y algunos intendentes sueltos en otras provincias. La centroizquierda desapareció como alternativa con perfil propio. Un sector se licuó directamente en el oficialismo (Nuevo Encuentro es parte orgánica de “Unidos y Organizados”) siendo hoy parte de un gobierno que está desplegando un ajuste hecho y derecho. Otro ha optado por juntarse con los restos del radicalismo, Elisa Carrió y otros liberales de derecha, defensores fanáticos de la oligarquía sojera y del Grupo Clarín. De esto último surgió el flamante engendro al que denominaron Frente Amplio-UNEN, y su “amplitud”, por fuera de todo programa, ideología o principios, lo muestran varios de los referentes más importantes, proponiendo integrar nada más y nada menos que a Mauricio Macri; “amplísimo” hacia la derecha. La división del escenario político nacional en cuatro coaliciones de las fuerzas políticas patronales, muestra que después de más de diez años de la crisis orgánica que estalló en 2001, el kirchnerismo no logró una reconstrucción de un régimen de partidos de mayorías estables que le garantice una “alternancia”. Y esto se constata en un momento en que se agotaron los motores del “modelo” y se pasa a los tiempos del ajuste con características abiertamente “neoliberales”. Mientras tanto, durante todo este tiempo nuestra coalición, el FIT, tuvo un crecimiento importante respecto de 2011 en las elecciones legislativas de octubre de 2013 y en elecciones locales que se realizaron a posteriori. Esto no quita que al interior del FIT existan importantes debates respecto de la estrategia y la táctica a seguir para construir un partido revolucionario de la clase trabajadora, pero lo distintivo es que estos debates se dan en forma pública y abierta, de

cara a los trabajadores y al conjunto de los simpatizantes de la izquierda. Logramos obtener tres diputados nacionales y presencia en varias legislaturas provinciales y concejos deliberantes. En Mendoza y Salta, el FIT es una referencia para amplios sectores de masas, y en las recientes elecciones a concejales en la capital de la provincia cuyana, reafirmó su persistencia y apoyo electoral con un 13,26 % de los votos. Aunque el año parlamentario recién se está iniciando, hicimos escuchar nuestra voz con proyectos y campañas políticas, como la que plantea “que todos los funcionarios y legisladores ganen lo mismo que una maestra”, que presentó Nicolás del Caño a nivel nacional, al igual que el resto en las legislaturas; el apoyo activo a las huelgas docentes en Provincia de Buenos Aires y otros distritos; la visibilidad en la campaña por la absolución de los petroleros de Las Heras; o el rechazo decidido al proyecto de ley “antipiquetes”, entre las más destacadas. Empezó a escucharse en los parlamentos y las legislaturas la voz y las denuncias de los que pelean en la calle; y los piquetes y movilizaciones cuentan con el apoyo de los legisladores del FIT. Las bancas del PTS-FIT en particular llevan donadas a las luchas obreras alrededor de $ 100.000, cumpliendo con nuestra promesa de cobrar lo que gana un trabajador y donar el resto para estos fondos de lucha. Las intervenciones de Nicolás del Caño (PTS) y Néstor Pitrola (PO) en el Congreso Nacional fueron las únicas que denunciaron desde un punto de vista de clase y antiimperialista la entrega a Repsol. Pero este desarrollo no fue solo a nivel electoral o parlamentario, sino también en las organizaciones de base del movimiento obrero, en seccionales sindicales, cuerpos de delegados y comisiones internas. En el reciente Encuentro

Sindical Combativo de Atlanta, las fuerzas del FIT (y del PTS en particular) jugaron un rol fundamental. El “bonapartismo” en los métodos de gobierno del kirchnerismo, y la necesidad del final del “nunca menos” y los avances sobre las conquistas de los trabajadores, llevó a una división inédita e histórica de la burocracia sindical peronista, y esto fue una condición de posibilidad para la conquista de posiciones por parte de la izquierda clasista en el movimiento obrero, basada en un persistente trabajo “gris y cotidiano” de más de una década. La jornada del paro general del 10A, con los piquetes protagonizados por los sectores antiburocráticos y combativos del movimiento obrero que están emergiendo, junto con la izquierda, concentró este avance de conjunto en una audaz intervención en las fábricas, establecimientos y en la calle, en el segundo paro general en los años kirchneristas.

Todos unidos y organizados... hacia la derecha Pese a las diferencias que tienen entre sí las coaliciones políticas patronales, que disputan para ver quién va a gerenciar el poder al servicio de los grandes empresarios después de 2015, tienen un consenso común en una agenda de “ajuste”. Desde enero en adelante, el gobierno optó por un paquete de medidas que incluyó devaluación, inflación, cese de subsidios a los servicios públicos que derivaron en tarifazos que van desde 200 al 400 % (en transporte, agua, gas y anuncian que pronto será en la electricidad), ajuste vía salarios (las paritarias están cerrando en torno al 30 % y la inflación se anuncia alrededor del 35/40 %, es decir, será un año de pérdida significativa del salario real), y una orientación general de “enfriamiento” de la economía (vía aumento de las tasas de interés bancarias) que


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está derivando en lo que algunos economistas llaman “estanflación”. Esto se complementa con un giro hacia un nuevo ciclo de endeudamiento, por lo cual se aprobó la indemnización a Repsol (5.000 millones de dólares de mínima, 11.000 millones de máxima), la búsqueda de acuerdos con el llamado Club de París (que reclama 10.000 millones de dólares al país) y el Fondo Monetario Internacional. Todo un programa al que puede suscribir cualquier neoliberal en un “país normal”. Por ello no extrañaron las declaraciones de Eduardo Duhalde afirmando que en lo económico “el gobierno desde febrero está haciendo bien las cosas”, o las de Macri diciendo que el oficialismo “al fin empezó a actuar con racionalidad”. Pero además, este giro derechista en lo económico fue acompañado por un discurso en torno a la cuestión de la llamada “inseguridad”, para fortalecer a las fuerzas represivas y la policía. Esto llevó a Daniel Scioli (parte de la coalición de gobierno) a decretar por un año la “emergencia en seguridad”, lo que en los hechos implicó un poder mayor a la “bonaerense” que, como todas las policías del país, es quien en realidad tiene un rol central en el manejo del “gran delito”: narcotráfico, trata de personas, desarmaderos... Esta política es parte de una campaña sistemática de estigmatización de la juventud de los barrios populares que llevó a una serie de linchamientos en distintos lugares del país, incluyendo el asesinato del joven David Moreyra en Rosario. Este fenómeno aberrante, lejos de expresar “la indignación de la gente”, como salieron a decir políticos reaccionarios y oportunistas, es una pequeña muestra de cómo pueden actuar determinados sectores de los estratos medios azuzados por el discurso derechista de los medios de comunicación y políticos oficialistas y opositores, si la clase obrera no ofrece una salida de conjunto para que la crisis la paguen los capitalistas, y por esa vía señalar el verdadero enemigo de los trabajadores y el pueblo, que es, como señalamos, quien está detrás de la organización del gran delito: el aparato estatal-policial, la clase dominante, sus partidos y su justicia. Y este giro represivo no tuvo su único eje en la cuestión del “delito”, sino que también apuntó a la regimentación de la protesta social. El pedido para “reglamentar los piquetes” que hizo la misma presidenta en el discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional, terminó convertido en un proyecto de ley, presentado por diputados kirchneristas, encabezados por el chaqueño Juan Manuel Pedrini, Carlos Kunkel y Diana Conti, que para mayor desgracia de la “progresía” K es casi calcado del Decreto Supremo 1806 que promulgara la dictadura de Pinochet en Chile en 1983. Un proyecto que fue rechazado inmediatamente por un amplio espectro de organizaciones sociales, políticas y de DD. HH., incluidas algunas de la llamada “izquierda kirchnerista” (como el Centro de Estudios Legales y Sociales que preside el periodista Horacio Verbitsky). Ni Menem se atrevió a tanto. Ahora, ante el rechazo generado por el proyecto original, tratan de complementarlo con otro de autoría de Diana Conti

y la diputada del Movimiento Popular Neuquino Alicia Comelli, que contiene un verdadero chantaje: aceptar un cercenamiento al derecho de protesta a cambio de una amnistía para los procesados en luchas sociales desde 2001, con excepción de los casos con acusación de homicidio. Podemos ver así como tanto en el terreno económico como en el político, el gobierno ocupó el lugar, tomó la agenda y el discurso de lo que llamaban la “oposición de derecha”. Una “agenda” compartida en lo sustancial por el conjunto de las fuerzas de la oposición patronal. Empujados por las grandes patronales, que reclaman ir aún más a la derecha, como expresa el documento “Bases para la formulación de políticas de Estado” del llamado Foro de Convergencia Empresarial, el conjunto del régimen político comparte la orientación hacia un ajuste y políticas represivas y de “orden”. A lo sumo tienen matices en los ritmos de cómo llevarlo a cabo. Esto se confirma si se observan los posibles sucesores, tanto los que surgen desde la misma coalición kirchnerista, con Scioli a la cabeza, como los principales referentes de la oposición, como Massa, Macri, Cobos o Binner. Sin embargo, el altísimo acatamiento al paro del 10 de abril y las huelgas docentes, principalmente en Provincia de Buenos Aires y Salta, dan cuenta de una contradicción entre la orientación a derecha del régimen y el conjunto de la superestructura burguesa y las aspiraciones de los trabajadores, que no quieren ser quienes paguen el ajuste y, por el contrario, muestran disposición a defender sus derechos y conquistas. Esto preanuncia choques políticos de magnitud, ya que la orientación de avanzar sobre las conquistas obreras es una política burguesa que va más allá del ajuste hoy aplicado por el gobierno. El éxito del paro general, con un alto acatamiento en los gremios que llamaron a parar pero también en aquellos en que sus dirigentes llamaron a no hacerlo, se explica por el descontento profundo que tienen los trabajadores con el ajuste en curso. Esto ha profundizado las tendencias a la ruptura con el gobierno que ya se había expresado en las elecciones de octubre de 2013, la cual si bien fue canalizada mayoritariamente por opciones burguesas en una franja minoritaria (pero importante en algunas grandes fábricas), se expresó en el voto a la izquierda. Las lecturas tranquilizadoras respecto de los efectos del paro, de analistas afines tanto al gobierno como a la oposición patronal, a partir de la orientación de los sectores de la burocracia sindical que convocaron a la medida de fuerza (Hugo Moyano y Luis Barrionuevo), no toman en cuenta los choques entre las clases que se van prefigurando, donde la izquierda agrupada en el FIT es la única que viene planteando con claridad un programa para que la crisis sea pagada por los capitalistas y, en el caso más específico de nuestro partido, el PTS, bregando por impulsar en el seno de las fábricas y empresas las tendencias más avanzadas que hoy se ven en la clase trabajadora, impulsando distintos frentes únicos y reagrupamientos que así lo permitan.

Presente y futuro Ante la crisis, el gobierno ha contado con la ventaja de los altos precios que han mantenido las materias primas exportadas por nuestro país, en particular la soja, y en el hecho de que los especuladores financieros y otros grupos del capital transnacional se relamen con lo que avizoran como un nuevo ciclo de endeudamiento externo, negocios varios en el mundo de las finanzas y nichos de inversión altamente rentables, donde el próximo gobierno no haría otra cosa que profundizar el ajuste actualmente en curso. Esto no ha impedido una importante caída del consumo y que la crisis golpee más fuerte en sectores como la industria automotriz, donde han comenzado las suspensiones y despidos, pero les permite especular con una mejora de las variables económicas para la segunda mitad del año y poder diferir un “segundo round” del ajuste gracias a nuevo endeudamiento. El momento presente concentra condiciones que no existieron por lo menos en las últimas cuatro décadas. Un debilitamiento de la identidad política de los trabajadores con el peronismo histórico, una división de las fuerzas políticas actuales del mismo en su centro de gravedad –la provincia de Buenos Aires–, un quiebre inédito de la “centroizquierda”, rupturas en la cadena de contención del movimiento obrero que representa la burocracia sindical, y una emergencia no solo política y electoral, sino también sindical de la izquierda clasista. Esto nos coloca frente a una importante responsabilidad política, sabiendo que lo conquistado (que permite a la izquierda una presencia importante en los debates políticos nacionales y en constituir un polo antiburocrático en el movimiento obrero) es todavía insuficiente para pesar decisivamente en los conflictos que se avizoran. En este marco, consideramos que para los partidos que componen el Frente de Izquierda, el quinto actor del escenario político nacional que los politólogos y analistas ignoran interesadamente, se trata de aprovechar las conquistas en el terreno político-electoral para seguir promoviendo la organización de los trabajadores junto al sindicalismo combativo, como fue el reciente Encuentro Sindical Combativo de Atlanta, que jugó un importante rol en la organización de los piquetes del último paro nacional, luchar por recuperar los sindicatos y poner en pie centros de estudiantes militantes, defender un programa y una práctica cotidiana que plantee la necesidad de que la clase trabajadora se constituya en la dirección de todos los sectores oprimidos por este sistema. Para incidir decisivamente en el proceso de ruptura de la clase obrera con el gobierno, para evitar que su fin de ciclo sea aprovechado por variantes más de derecha, y contribuir al desarrollo de un movimiento obrero antiburocrático, combativo y clasista, que dará un salto cualitativo cuando pueda darle forma a la construcción de un partido militante, revolucionario y socialista.

1. Ver artículo de Paula Varela “Mucho más que un paro nacional” en este número de IdZ.


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POLÍTICA

El #10A, el incómodo sillón del burócrata y las variantes de la izquierda

Mucho más que un paro general

Fotografía: Enri

Paula Varela Politóloga, docente de la UBA. En IdZ 8 definíamos la huelga docente de la provincia de Buenos Aires como el punto de inflexión entre “los conflictos del crecimiento” y “los conflictos del fin de ciclo”1. El 10A volvió esto una obviedad y con su contundencia advirtió algo de difícil digestión para la política –y la prensa– burguesas: que el otoño kirchnerista, el más charlado de la historia, no se mueve solo en el terreno de la política electoral, de la economía o de los “problemas de la gente”. Se mueve también –o fundamentalmente– en el terreno de la conflictividad o, dicho por su nombre: el de lucha de clases.

Diferencias entre el 20N y el 10A El 10A fue el segundo paro general en la presidencia de Cristina Fernández, pero las diferencias

con el primero son muchas. El de 2012 fue un paro general en su forma aunque parcial en el principal contenido de la convocatoria, el impuesto al salario (lo que no impidió que en él se colara el malestar de sectores más amplios de los trabajadores). Esto permitió que un sector del kirchnerismo lo tildara de “paro de privilegiados” poniendo sobre la mesa una muestra de infinito cinismo y un lapsus. El cinismo, considerar privilegiados a los trabajadores en blanco que son alcanzados por el impuesto al salario (sobre todo viniendo de funcionarios cuyos sueldos no bajan de los 50 mil mensuales y que no han dado señal de apoyar el proyecto de ley de Del Caño para que todo legislador o funcionario gane lo mismo que una maestra). El lapsus, reconocer que la expresa política de Moyano (motivo por el cual fue aliado

estratégico del kirchnerismo) es dirigirse exclusivamente a una fracción de la clase obrera en blanco y sindicalizada dejando fuera de toda defensa (y posibilidad de organización legal) a los millones de trabajadores precarizados y en negro (ni hablar de los desocupados) que conforman la mayoría de la clase obrera en Argentina. El de abril fue un paro general y antigubernamental en forma y contenido en la medida que su demanda motora fue “contra el ajuste” del gobierno kirchnerista, ajuste que constituye uno de los dos pilares de la política de Estado (el otro es el retorno al crédito en los mercados internacionales) y que afecta al conjunto de trabajadores y pobres (e incluso de las clases medias). Esta mutación entre una demanda de un sector de los trabajadores y una demanda del


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conjunto de las masas explotadas resulta sustancial porque le imprimió un carácter general y opositor mucho más profundo que el de hace un año y medio, e interpeló como sujeto de esa oposición “al total de trabajadores y trabajadoras afectados por el ajuste”. Esta interpelación no indica que las burocracias hayan decidido una política de unificación de la clase obrera (su fuerza está en la fragmentación), sino que el ajuste ha sido mucho y le ha impuesto a Moyano una demanda “que lo corre por izquierda”, abriendo la posibilidad (en la que el diablo metió la cola) de visibilizar al sujeto negado en una “opinión pública”, hipertextualizada, que no habla de lo que pasa entre la clase trabajadora (pese a ser mayoría de “la gente”). El paro y los piquetes irrumpieron, legítimos, mostrando la Argentina obrera. Es a partir de ahí que pueden comprenderse los desplazamientos en el movimiento obrero. “Por arriba”, el pasaje de dos gremios clave –UTA y Fraternidad– al campo del sindicalismo opositor y el desconcierto devenido pasividad del cegetismo K que fue silenciando su crítica al paro a medida que se acercaba la hora y temía quedar expuesto en su debilidad ante la adhesión de sus bases (lo que efectivamente sucedió en centenas de establecimientos). Pero “por abajo” la diferencia entre un paro y otro fue mucho más notoria. En los sectores que dirige la izquierda, esto se visibilizó en las votaciones de las asambleas de fábrica y en la participación en los piquetes. Algunos datos. En las asambleas de Kraft en 2012, la votación mayoritaria había sido la abstención; el 10A la situación fue totalmente distinta: la mayoría votó a favor de adherir, la lista Verde de Daer se abstuvo de organizar su propia base para ir a trabajar, y el resultado fue un paro total. En Pepsico (también alimenticia), que el 20N ya había parado, el clima de adhesión hizo que incluso el sector de obreros que se reivindica kirchnerista, no se presentara a trabajar. En la autopartista Lear (afiliada a SMATA) las asambleas involucraron al total de la planta y no hubo votos en contra del paro, mientras los representantes de Pignanelli se abstuvieron de defender posiciones a favor de trabajar. En Fate (neumáticos, afiliada al SUTNA) que no había parado el 20N, la medida se sintió con fuerza. En fábricas donde no hay internas opositoras se produjo una “adhesión silenciosa” a través del ausentismo notorio como en VW (donde llegó al 40%) o en Siderar (UOM de Brunelli) donde más de mil trabajadores no asistieron a la planta. Caso interesante muestra el Subte en el que allí donde se hizo asamblea como en la línea B (cuyo referente es Dellecarbonara) ganó la posición de parar, mientras en el resto de las líneas, donde la dirección kirchnerista tuvo la política de no hacer asambleas, la gran mayoría de trabajadores no se presentó a trabajar, quedando paralizado el conjunto del servicio. En otros casos, de los cuales Ford Pacheco, Renault de Córdoba o Liliana Rosario (electrodomésticos) son ejemplos destacados, las propias patronales dieron asueto llevando adelante una suerte de lock out defensivo. Si miramos los piquetes, particularmente el de Panamericana, la diferencia también es notoria. En el paro de abril convocó más de

1.000 manifestantes (más del doble del 20N) en los que se contaban centenas de obreros industriales de la zona, con especial presencia de la fábrica Donnelley de la que participaron alrededor de 200 obreros (de un total de 330) y cuyo miembro de la CI, el “loco” Medina, fue reprimido, detenido y liberado en el transcurso del día. A esto se sumaban los docentes del Suteba Tigre y otros sectores de la zona. Este carácter obrero del piquete tenía, además, dos pinceladas que lo hacían más llamativo aún: la fuerte presencia de estudiantes de la UBA y universidades de la zona; y un trazo delgado pero sugestivo: la presencia de vecinos del barrio Las Tunas2 (no operarios de fábricas de la zona) que se sumaron al corte en una jornada convocada por una burocracia sindical que sistemáticamente los excluye e ignora. En el Parque Industrial de Pilar, un piquete obrero paralizó, por primera vez, el 90 % de las fábricas hasta el mediodía. En el sur, en pleno territorio de cortes piqueteros, el Puente Pueyrredón contó con la presencia de la CI de Coca Cola (que por primera vez votó participar de un corte), ferroviarios, docentes, aeronáuticos, estatales acompañados también por estudiantes y algunas organizaciones territoriales.

Ni identidad ni desacople Como señalamos en el artículo anterior, el análisis de un paro general introduce la discusión de la relación entre las cúpulas y las bases. Y planteábamos allí una “tercera posición” ante lo que consideramos las debilidades de la polarización entre una idea de “identidad” entre burocracias y bases (que interpreta las huelgas generales como expresión de la conciencia media de la clase obrera), y una idea de “desacople” (que las interpreta como expresión de una burocracia completamente autonomizada de las bases). Si uno mira el paro general del 10A puede ver los problemas que estas dos posiciones polares presentan a la hora de explicar la dinámica entre el llamado al paro, el desarrollo de la jornada y la respuesta posterior de la burocracia. En esa dinámica lo que se observa es la tensión entre la imposibilidad que tiene la burocracia de independizarse de sus bases, al tiempo que la necesidad que tiene de hacerlo para “intentar demostrarle al Estado ‘democrático’ hasta qué punto son indispensables y dignos de confianza”3. Este movimiento no es otro que la oscilación de los sindicatos estatizados entre su actuación como “sociedad civil”, cuando tiene que contener y su actuación como “Estado”, cuando tiene que disciplinar (o llegado el caso, reprimir)4. Veamos. El llamado al paro es incomprensible sin el clima de malestar por el ajuste al que referimos antes. Pero el propio llamado incorpora un elemento de “represión” que consistió en que haya sido convocado como “paro dominguero”. De esta forma la burocracia buscaba hacer carambola en dos hoyos centrales para ser “dignos de confianza”: evitaba medirse “en la calle” por miedo a revelar debilidad frente al kirchnerismo pero también frente a las fracciones del PJ y el FAU (que son

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las sucesiones ante las que estos dos dirigentes desfilan para ser elegidos); y disciplinaba el malestar, evitando que se exprese un ala izquierda que pudiera traducir el sentimiento hostil en un programa alternativo al de la CGT. Y algo de esto último fue lo que efectivamente pasó no por imperio de la necesidad sino por imperio de la política, es decir, porque la izquierda organizó los piquetes y la paralización de las fábricas que dirige que garantizaron la presencia de obreros en ellos. Fue esa política la que produjo resultados en distintos planos que meten una cuña en la relación entre burocracia y bases. En primer lugar, hizo que el protagonismo de la jornada estuviera repartido entre la foto de la CGT y la de la izquierda, y colocó ante los ojos de millones la existencia de una ineludible izquierda sindical (que se complementa con la izquierda electoral que se vio con los votos del FIT). En segundo lugar, abrió la posibilidad de que las centenas de obreros y obreras de los que hablábamos más arriba hayan vivenciado el paro lejos del “mate” y cerca de una serie de hechos que conforman su “experiencia” (que, como todo thompsoniano sabe, hace a su conciencia) consistentes en: asambleas que obligaron a argumentar políticamente la adhesión; el enfrentamiento (con la patronal pero también con el sindicato) que significa garantizar un paro en una planta de un sindicato kirchnerista; el disloque de esquemas de autoridad que implica enfrentarse a la gendarmería; el derrumbe (aunque más no sea momentáneo) de las fronteras corporativas al participar de una misma acción huelguística con otros sectores de trabajadores, pero también con estudiantes e incluso vecinos de barrios populares. Es decir, una serie de experiencias que son condición necesaria para que un sector del movimiento obrero se perciba como protagonista de una acción de masas que logra (ni más ni menos) paralizar un país. Esa es la diferencia sustancial. Los piquetes no son, únicamente, un problema de método, son un problema de sujeto. En el paro dominguero, el protagónico lo tiene la foto de los jerarcas de la CGT; en el piquete, lo tienen las centenas de obreros y obreras que le ponen el cuerpo. Esa es la alegría adrenalínica que da el protagonismo y que se vivía el 11/4 en las fábricas que garantizaron la huelga y los piquetes. En este contexto debe leerse el giro de la CGT “del paro general a la marcha de la inseguridad”. Detengámosnos un minuto en esto. En el mes de abril y con mediación de semanas, Argentina pasó de la discusión de los “linchamientos” a la discusión del “paro general”. Como hemos dicho en otra parte5, esa agenda es una expresión distorsionada (por la propia política de los medios y del kirchnerismo de dar aire a una oposición de derecha) de las tendencias a la polarización que genera el ajuste. Para el gobierno, la agenda mediática de los linchamientos es mucho más amigable que la del ajuste porque ante la primera puede discurrir obviedades sobre lo indignante que resulta el Ku klux klan (mientras prepara leyes antipiquetes) y ante la segunda no »


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POLÍTICA

“ Argentina pasó de ‘los linchamientos’ al ‘paro general’. Los piquetes mostraron a los que quedan fuera de ‘la gente’: la clase trabajadora.

tiene forma de vestir la baja de salario real de proeza. Moyano, convocando al paro general, levantó la agenda que corre por izquierda al gobierno (y a todas las fracciones que se disputan la sucesión) tratando de tomar todos los recaudos posibles para disciplinar ese carácter de izquierda (que es objetivo), y neutralizar su expresión sindical y política. Pero no lo logró. La decisión de girar ahora hacia la agenda de la derecha intenta una jugada a tres bandas: volver a colocar a la inseguridad en el centro de las “necesidades de la gente” (y erigir a la burocracia como representante de esa necesidad); construir una demanda para el movimiento obrero que lo constituye como “víctima” y no como sujeto de lucha (expropiándole su fuerza social), y barrer a la izquierda de la escena pública.

Unidad en la diversidad Estos movimientos entre las bases y la burocracia introducen la pregunta acerca de cuál es el espacio para la intervención de la izquierda y cuáles son las políticas en danza. En este terreno se observa una característica y tres orientaciones. La característica es la ausencia de centroizquierda o reformismo en el movimiento obrero actual. A diferencia de lo que fueron las listas del MAS, el PC y fracciones del peronismo en los ‘80, o lo que fue el intento de la CTA en los ‘90, la última década no dio una corriente de renovación en el sindicalismo. La explicación reside en que la política kirchnerista fue aliarse a los viejos dirigentes que venían de los ‘90, lo que dividió a las cúpulas según su cercanía con el gobierno (logrando el escenario inédito de cinco centrales) y obturó una “línea kirchnerista propia” en los sindicatos. Esto favoreció el crecimiento del sindicalismo de base antiburocrático cada vez más influenciado por la “izquierda dura”, polarizando el movimiento sindical entre lo que se vio el paro del 10A en las pantallas divididas de los noticieros: Azopardo y los piquetes, que expresan un nuevo sector de trabajadores que se volvió activo (en este sentido, una vanguardia) indicando cambios en las bases del movimiento obrero.

En esta polarización, el paro general abrió la discusión del frente único entre burocracia e izquierda. Pero en realidad, lo que se vio el 10A fue una combinación de frentes únicos en distintos planos: el de la izquierda con la burocracia (nunca mejor aplicada la famosa fórmula de “golpear juntos, marchar separados”), y el de los distintos sectores de la izquierda que forman parte del Encuentro Sindical Combativo de Atlanta (convocado por el Pollo Sobrero, el Perro Santillán y el PTS) y que actuó en el paro general como un polo diferenciado. Como plantearon Dal Maso y Rosso IdZ 7, ningún sector de la izquierda que influye en el sindicalismo de base tiene la suficiente fuerza per se para imponer una política de frente único contra el ajuste a nivel nacional (como es el paro general). Pero sí tiene la fuerza para coordinar un programa y una serie de acciones que lo diferencien de la foto de Azopardo y permitan unificarse en la acción y separarse en la política. Eso no significa que al interior del campo de la izquierda exista una única política para intervenir en el movimiento obrero. Por el contrario, pueden diferenciarse tres orientaciones. La primera postula la necesidad de un “nuevo modelo sindical” que hace eje en los mecanismos de toma de decisión disociados de los contenidos concretos de la orientación política (semejante al discurso originario de la CTA). Esto redunda en una diferenciación con Moyano por los métodos pero no por los fines, lo cual resulta confuso ideológicamente y concesivo en términos políticos habida cuenta de que Moyano viene de jugar para De Narváez y se acomoda ahora para jugar para Massa o Scioli (además de haber sido el garante de la política kirchnerista durante 10 años). La segunda orientación, que podríamos llamar “electoralismo de izquierda”, se asienta en dos pilares: la conquista de cargos en comisiones directivas través de frentes con sectores que rompen con las burocracias, y la utilización de esos cargos para la agitación de un programa de izquierda a través del cual aparezca el propio partido. Esta política, que por sus características tiene chances de desarrollarse casi exclusivamente en los sindicatos de la CTA (por

su régimen electoral y el régimen laboral de los sectores públicos), produce como consecuencia una disociación entre los cargos sindicales obtenidos y el crecimiento en la base, lo que debilita cualquier perspectiva de intervención en lucha de clases. Por último, la orientación que expresa el PTS de “desplazar a la burocracia de los sindicatos de masas” basándose en tres pilares: una fuerte intervención en la lucha de clases como terreno privilegiado de formación de cuadros y dirigentes obreros; la democracia de base no reducida a método de toma de decisiones sino como ámbito de lucha política y politización de la base obrera; y un programa anticorporativo como preexperiencia de política hegemónica desde el movimiento obrero hacia sectores que están excluidos de él. Esta política es al que llevó al PTS a poner a votación la adhesión al paro en las asambleas de las fábricas en las que la burocracia llamaba a no parar (lo que garantizó una fuerte presencia obrera en los piquetes) y a convocar a los vecinos de Las Tunas (con quienes las CI se habían solidarizado en la inundación). Esta orientación (que ha concentrado su construcción en la industria y cuenta con presencia en sectores de servicios como el subte y sectores públicos como docentes), se combina con una abierta defensa e impulso del Frente de Izquierda en los lugares de trabajo (que se mostró en las centenas de fiscales obreros en las elecciones de 2013), haciendo expreso el objetivo del PTS de poner su mayor capacidad de movilización obrera al servicio de superar por izquierda la experiencia histórica del peronismo. Estas diferencias hacen que hoy cualquier idea de “corriente sindical común” sea ficticia. Pero sería un error (sectario por cierto) considerar que obstruyen la conformación de instancias de frente único que preparen intervenciones con programas comunes en los escenarios de lucha de clases. La experiencia del Encuentro de Atlanta y su intervención en el paro mostró todo lo contrario al diferenciar un polo de la izquierda dura en la jornada convocada por la burocracia. El 17/5 se prepara un Encuentro en Zona Norte, y están en danza otros en el Sur y Oeste del GBA, CABA, La Plata, Córdoba, etc. La fuerza de esta política de frente único coloca en primer orden de la agenda de la izquierda dura la construcción de más espacios (regionales, provinciales, locales) que sirvan de ámbito de expansión de la izquierda que se inscribe en la tradición revolucionaria del movimiento obrero de nuestro país.

1. Ver “Las luchas obreras en el purgatorio” IdZ 8. 2. Ver dossier. 3. León Trotsky, “Los sindicatos en la época de la decandencia imperialista”, Los sindicatos y las tareas de los revolucionarios, Buenos Aires, CEIP León Trotsky, pp. 126-127. 4. Ver Juan Dal Maso y Fernando Rosso, “Los sindicatos y la estrategia”, IdZ 6. 5. Ver “10A: Lecturas desde la izquierda sobre el paro general”, en ideasdeizquierda.org.


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Debate sobre marxismo y derecho

CRimen y castigo Publicamos a continuación un contrapunto entre Roberto Gargarella y Matías Maiello, a propósito del artículo publicado en Ideas de Izquierda 8, “El derecho penal y la lucha de clases”. Ilustraciones: Greta Molas

Crítica a la crítica de Matías Maiello

Notas sobre marxismo, justicia y derecho penaL Roberto Gargarella Sociólogo, Doctor en Derecho, profesor de la Escuela de Derecho de la UTDT y de la UBA. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: The Legal Foundations of Inequality, The Accountability and Democratic Judiciaries in Latin America, Africa, and East Europe. Agradezco a Matías Maiello el comentario crítico, informado y amable, que destina a revisar algunas de las posturas que he defendido en materia

penal. De todos modos, y como era de esperar, no coincido con muchas de sus afirmaciones que incluyen, también, imprecisiones sobre las que querría llamar la atención. Dedicaré entonces las líneas que siguen a la crítica de su crítica. Lo haré, entre otras razones, porque creo que estas precisiones pueden ayudar a que nos enfoquemos en ciertos debates sobre cuestiones de derecho y

justicia que, en mi opinión, la izquierda tiene todavía pendientes. Dadas las obvias limitaciones de espacio, concentraré mi respuesta en dos cuestiones, la primera relacionada con los modos en que pensamos sobre el marxismo, y su vinculación con el derecho, y la segunda, enfocada más específicamente sobre el derecho penal y » el castigo.


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Sobre los usos de Marx Parte de la disputa que puede establecerse entre las posiciones de Maiello y las mías, en torno al derecho penal, se relacionan con nuestra lectura diferente de la tradición marxista. Maiello descarta, por ejemplo, mi uso de un concepto como el de “alienación legal”, con el que hago referencia a la situación de desapropiación del derecho que sufren las mayorías populares, y la captura del mismo por parte de las elites dominantes. Dice Maiello, contra mis dichos, que “no puede existir nada parecido a la ‘alienación legal’ de la que habla Gargarella, por lo menos en el sentido que tiene este concepto en Marx. La legislación burguesa, incluido el derecho penal, no es algo propio sino que es efectivamente una ‘cosa extraña y hostil’ al trabajador, y el Estado capitalista que la garantiza por la fuerza es efectivamente un “poder independiente” del trabajador que sirve para sostener la dominación de la burguesía”. Y también: “El derecho burgués nunca puede buscar el ‘igualitarismo’ que le propone Gargarella, su función primaria es justamente sancionar la desigualdad real. Menos aún cuando hablamos de derecho penal…”. En mi opinión, a Maiello le ocurre algo que no es infrecuente en la dogmática de la izquierda, frente a enfoques menos ortodoxos: inmediatamente quieren liquidar al rival ocasional con unos prontos golpes “arriba y abajo”, provenientes de la fatigada ortodoxia marxista. Pero lo cierto es que si nos tomamos en serio el pensamiento de Marx, en lo relativo a la justicia, el derecho y los valores, las cosas son siempre mucho más interesantes y complejas de lo que parecen serlo a primera vista. Ante todo, hay una larga e inacabada discusión acerca de la presencia de una teoría normativa en Marx (una discusión que incluye autores tan disímiles como Jon Elster; Allen Wood; Adam Przeworski; John Roemer; Gerald Cohen; Erik Olin Wright y tantos otros) Es tan cierto que Marx hablaba del derecho y la justicia de modo a veces insultante, asociando a tales términos con expresiones como las de “basura verbal” y “sinsentido ideológico”, como es cierto que defendía principios de justicia muy claros (“a cada quien de acuerdo con sus necesidades”); utilizaba un lenguaje valorativamente muy cargado (por caso, se refería a la plusvalía como “robo” a la clase trabajadora); o apoyaba su teoría en ciertos ideales que mantendría a lo largo de todos sus escritos (por caso, la autorrealización personal y colectiva). Es decir, creo que parte de la izquierda marxista va demasiado rápido, a la hora de desechar toda discusión sobre la justicia y los valores, como ajena a una tradición de pensamiento enraizada en el marxismo. En mi opinión es exactamente al revés: mucho de lo mejor del marxismo se encuentra en su –a veces más, a veces menos, explícita– teoría normativa. Vamos, sin embargo, más directamente al pensamiento de Marx en materia jurídica. Marx no tiene muchos, pero sí algunos, y muy importantes, escritos referidos a la cuestión jurídica. Uno de los que más me interesan –y no veo por qué no puedo tomarlo como crucial dentro de sus escritos– es un texto fragmentario, incompleto,

que escribiera en 1843, bajo el título “Contribución a la crítica de la ‘Filosofía del Derecho’ de Hegel”. Se trata de una de las expresiones más Rousseaunianas y democráticas del pensamiento de Marx, y una en la que me apoyo para emplear la (nada ortodoxa, lo admito) noción de “alienación legal.” En ese maravilloso texto, Marx se muestra reflexivo y atento sobre la cuestión constitucional, y alude a la Constitución –la verdadera, la que importa, la que tiene sentido– como aquella que es “producto libre del hombre.” La democracia, decía Marx entonces, es el género, y la Constitución es la especie. De eso hablo, de un derecho que podría ser manifestación democrática, pero que se ha convertido en lo contrario, transformado aquello que podía ser expresión y medio para la realización y liberación colectivas, en aquello que sujeta y oprime a las mayorías. De esa posibilidad hablaba Marx, y esa misma posibilidad es la que Maiello considera ajena a la tradición marxista. Otra vez, me parece que parte de la ortodoxia marxista se desprende demasiado pronto de los profundos –y poco ortodoxos– pensamientos de Marx sobre el derecho. Vamos, de todos modos, más directa y específicamente sobre Marx y el derecho penal. Otra vez, no abundan sus escritos en la materia, pero hay algunos, muy reveladores, y que de ningún modo merecen ser descuidados. Encontramos, por caso, su artículo “Capital Punishment,” publicado en el New York Tribune, en 1853 (habría otros comentarios para hacer respecto de las intervenciones públicas de Marx para hablar sobre cuestiones de justicia, a través de medios como el New York Tribune, pero dejo eso de lado, por el momento). Nos topamos en dicho texto con el mejor Marx: crítico, lúcido, irónico, ácido. En pocas líneas, con un conocimiento y una precisión pasmosas, se refiere a –y descarta– dos enfoques penales dominantes y alternativos, todavía hoy: el utilitarismo y el retribucionismo (curioso, en el marco de la crítica que me hace Maiello, en donde se muestra inquieto ante mis referencias al elitismo y el populismo penales, como si no tuviera mayor sentido hablar de tales alternativas propias del derecho burgués). Marx, entonces, rechaza la alternativa utilitarista a partir de una llamativa afirmación de los derechos de cada uno; y rechaza la alternativa retribucionista, por reflejar, más que someter a crítica, al status quo dominante. Marx llevó adelante, entonces, una crítica tan radical como necesaria, tomando como punto de partida el derecho realmente existente, al que no le reconocía ninguna virtud, pero sobre el cual quería pensar desde su propia teoría crítica. Otra vez, de eso se trata: en lugar de simplemente dejar de lado la reflexión jurídica, como una tarea inútil, una pérdida de tiempo, creo que dicha crítica merece abordarse como un paso necesario hacia la construcción de una sociedad diferente.

Sobre los usos del derecho y el castigo En la sección anterior, me interesó polemizar con Maiello en torno a los modos en que utilizamos a Marx, al hablar del derecho. Mi conclusión es que, contra lo que de hecho él propone,

no tiene mayor sentido citar algunas verdades bien establecidas propias de la fe marxista, para liquidar cuestiones de fondo, y volver así al orden y la calma doctrinarias. No, las discusiones sobre marxismo nos llevan siempre más lejos, y no siempre al lugar que tenemos determinado de antemano: solo nos queda seguir pensando. En esta sección, de todos modos, me quiero concentrar en otra discusión –mucho más actual– abierta a partir de algunos planteos de Maiello que me resultan particularmente inquietantes. Me refiero a sus dichos sobre el castigo, en el contexto de la aplicación de penas (por caso, a los responsables de la muerte de Mariano Ferreyra). Mi posición al respecto recoge una tradición muy importante en la izquierda, comprometida en la lucha por los derechos humanos, a partir del convencimiento, y no de un mero “uso instrumental” del derecho (“porque ahora me/nos conviene”). Por otro lado, se trata de una posición radical, en la afirmación (que pretende ser consistente) de algunos principios, como el de “no tortura;” y en la defensa de algunos ideales igualitaristas (ideales propios de la tradición marxista que reivindico). Escribo sobre la materia desde hace algún tiempo, reconociendo los modos –inaceptables siempre– en que el derecho argentino ha venido tratando a quienes se manifiestan y protestan; o el modo en que hace lo propio con los grupos más vulnerables. No estoy en condiciones de exponer aquí mis conclusiones al respecto, pero puedo adelantar algunas de sus aristas más polémicas, que sirven para enmarcar la discusión con Maiello. En líneas generales, entiendo que el uso de la coerción penal no se justifica, particularmente en sociedades desiguales como la Argentina, en donde el uso de la violencia estatal se transforma en un mero medio para la preservación de desigualdades (es curioso que ésta sea una de las críticas que me hace Maiello, quien me “revela” que el derecho viene a trabajar para la consagración o fijación de ciertas desigualdades: de ese tipo de cosas, precisamente, trataba de hablar en mis escritos). En particular, y entre varias otras cuestiones, señalo que algunas formas de la represión penal, como la tortura, son inaceptables siempre. Polémicamente, agrego –no como una declamación retórica, sino como una cuestión de principios, apoyada en una afirmación empíricamente demostrable– que la cárcel, hoy, es una forma especialmente cruel de la tortura. Frente a dichos como los anteriores, Maiello incurre en problemas que no son inhabituales en una parte de la izquierda: repudia la cárcel y sus implicaciones –invocando, explícita o implícitamente, razones muy similares a las que puedo invocar yo– para casi todos los casos, pero luego parece adoptar una postura hiper-punitivista, y sin miramientos, cuando el castigo va destinado a aplicarse sobre “los otros” (aquellos a los que él o yo repudiamos: los grandes criminales, los genocidas, los Pedraza). Para justificar la duplicidad y discontinuidad de su postura, agrega entonces un párrafo turbador. Dice entonces: “Para nosotros se trata de combates (defensivos) que son parte de una lucha más amplia por derrotar a la burguesía y sus agentes, y por


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la conquista del poder de los trabajadores”. Otra vez, en mi opinión, quedamos frente a la invocación de los más indeseables usos instrumentales del derecho; otra vez la ceguera frente a las consecuencias más estremecedoras del recurso a ciertos “remedios”; otra vez el uso de las personas como medios (uso que Marx repudiaba en citas como la que presentara más arriba). La derecha nos ha acostumbrado al uso cotidiano de la tortura, aplicada –para peor– sobre los más vulnerables. Pero la tortura no deja de ser condenable cuando se aplica a los “enemigos”: lo es en todos los casos. Decir esto no tiene nada que ver ni con la impunidad, ni con la no condena de los peores crímenes. Si alguien piensa lo contrario es porque asume, errónea, torpemente, que el único reproche posible es el castigo (es decir, la “imposición deliberada de dolor,” según la definición tradicional), y/o porque asume que el único castigo posible es la cárcel. Pero no: lo cierto es que una sociedad puede condenar ciertos crímenes sin necesidad de recurrir al castigo (lo hizo Sudáfrica frente a los peores crímenes del Apartheid, en un programa que no recomendaría universalmente, pero que

no repudio); o puede castigar sin recurrir a la cárcel. Una larga tradición radical, abolicionista, nos da testimonio de ello (no necesitamos de la cárcel para condenar). Del mismo modo, una larga tradición republicana, favorable a la justicia restaurativa, nos ha venido dando ejemplos dignísimos acerca de cómo repensar el castigo desde compromisos muy firmes con la igualdad y la integración social. Una cosa es que, en el marco de una sociedad que ha venido aplicando salvajemente los peores castigos sobre los más vulnerables, comencemos a hacer justicia –desmantelando el aparato represivo actual– prioritariamente a favor de las clases bajas, hoy objeto y sujeto primero de la persecución penal. Otra cosa –inaceptable, desde mi punto de vista– es que los instrumentos de tortura que repudiamos en un caso, los reivindiquemos en otros, como propios de “la lucha más amplia por derrotar a la burguesía” y por la “conquista del poder por los trabajadores”. Mucho menos, cuando estamos lejos de tener absoluta clarividencia acerca de qué pasos son necesarios dar, hoy, a los fines de conseguir objetivos tan fundamentales (¿Simplemente esperar la llegada de la historia?

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¿Tomar las armas, en cambio? ¿Pedir, en cambio, un aumento del mínimo no imponible?). Lo dicho hasta aquí no me deja, como última estación teórica, en la defensa de la “democracia deliberativa”, según señala Maiello. El ideal de la democracia deliberativa me resulta interesante, pero solo en la medida en que aparezca entrelazado con, y dependiente de, ideales más profundos, de un nivel más básico, más radicalmente asociados con la tradición de izquierda que reivindico, es decir, ideales como el de la autorrealización personal y el autogobierno colectivo. Con lo cual podemos volver a polemizar acerca de la pertinencia de invocar estos ideales dentro del pensamiento marxista, que tratara de discutir al comienzo de este texto. Y aquí, otra vez, vuelvo a insistir en lo que decía más arriba: conviene detenerse un poco, antes de simplemente asumir que el marxismo niega o afirma tal cosa, y por lo tanto no hay nada más que discutir. Casi todo, según creo, merece todavía discutirse. Cierro el círculo, entonces, agradeciéndole a Maiello su invitación a seguir discutiendo.

Respuesta a Roberto Gargarella

Encrucijadas de un abolicionismo “light” Matías Maiello Sociólogo, docente de la UBA. Agradezco a Roberto Gargarella su respuesta a mi artículo “El derecho penal y la lucha de clases”, publicado en el número anterior de Ideas de Izquierda. Su crítica hace avanzar la polémica en diversos terrenos; sin embargo, creemos que la tensión puesta en reafirmar los postulados propios y cierta problemática autorreferencial ha ido en detrimento de un contrapunto más profundo, al dejar de lado el problema de la relación entre derecho penal y lucha de clases. Esta relación adquiere un peso fundamental a la hora de encarar uno de los puntos nodales de la discusión: el cuestionamiento que realiza Gargarella a quienes, como parte de la lucha por el juicio y el castigo de determinados crímenes de clase exigimos la pena de cárcel –para los Pedraza, para los genocidas de la dictadura, etc.–, y su propuesta de “condena sin castigo” trayendo como ejemplo el caso de Sudáfrica frente a los crímenes del Apartheid.

El “doble discurso” de Marx sobre la justicia: ¿misterio psicológico o caricatura? Para comenzar abordaremos algunas cuestiones teóricas que plantea el artículo de Gargarella. Según él mismo señala: “la disputa que puede establecerse entre las posiciones de Maiello y las mías, en torno al derecho penal, se relacionan con nuestra lectura diferente de la

tradición marxista”. Estamos de acuerdo. Respecto a la suya, Gargarella nos recuerda que se referencia en el “marxismo analítico”1. A renglón seguido nos presenta uno de los “misterios” sin solución que ha encontrado esta corriente para tomar sus fundamentos de la obra de Marx, según la cual el autor de El Capital tendría una especie de “doble discurso” sobre la justicia. En palabras de Gargarella: “Es tan cierto que Marx habla del derecho y la justicia de modo a veces insultante, asociando a tales términos con expresiones como ‘basura verbal’ y ‘sin sentido ideológico’, como es cierto que defendía principios de justicia muy claros…”. Ante semejante dilema, la propuesta de Gargarella, siguiendo al “marxismo analítico” consistiría en quedarse con este último Marx para extraerle una teoría de la justicia, y evacuar oportunamente los residuos del otro Marx que se dedica a insultarla. Sin embargo, si tomamos en serio el pensamiento de Marx todo aquel “misterio” se disipa. Por ejemplo, Gargarella señala que aquella teoría de la justicia se dejaba entrever cuando Marx “utilizaba un lenguaje valorativamente muy cargado” refiriéndose a la plusvalía como un “robo” al trabajador. Pero aquí Marx no está esbozando “principios de justicia” universales ahistóricos sino un punto de vista de clase.

No hay ninguna contradicción entre esto y referirse de manera “insultante” a los principios de justicia “universales” erigidos por fuera de la lucha de clases que no hacen más que presentar como intereses de toda la sociedad los intereses particulares de la burguesía. Lo mismo con el derecho. Desde el punto de vista del derecho burgués la plusvalía no es más que el fruto de un intercambio legítimo de equivalentes (relación salarial) entre individuos formalmente iguales y libres, pero este mismo derecho no hace sino sancionar la desigualdad y la coacción reales que constituyen el “robo”. El problema no lo tiene Marx sino el proyecto del “marxismo analítico”, en el que Gargarella se referencia, que intenta transformar los análisis de éste sobre las contradicciones del capitalismo (con sus oportunidades revolucionarias) en una especie de sociología moral, y al mismo tiempo, como señalara correctamente Ellen Meiksins Wood2, trata de construir un “marxismo” despojado de la “incómoda” lucha de clases.

Socialismo no es más de lo mismo Los elementos que acabamos de desarrollar desde luego no son inocuos para la estrategia política. En su respuesta, Gargarella referencia su concepto de “alienación legal”, que hemos criticado, en la »


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Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel de Marx de 1843: “La democracia, decía Marx entonces, es el género, y la Constitución es la especie. De eso hablo, de un derecho que podría ser manifestación democrática, pero que se ha convertido en lo contrario, transformado aquello que podía ser expresión y medio para la realización y liberación colectivas, en aquello que sujeta y oprime a las mayorías”.

Nos interesa esta referencia en tanto creemos puede servir para clarificar acuerdos y diferencias. ¿Puede un derecho “ser una manifestación democrática” en el marco del Estado burgués? Claro que sí. El propio Marx, en su polémica sobre la cuestión judía, defendió frente a Bruno Bauer la necesidad de la lucha por todo derecho democrático que se le pudiese arrancar al Estado burgués. De ahí la necesaria defensa de las libertades democráticas, frente a los constantes intentos de cercenarlas como es el caso actualmente con la “ley antipiquetes”, la lucha por la conquista del derecho al aborto libre y gratuito, la lucha de los pueblos Qom, o por la defensa de la educación pública y gratuita, entre muchas otras. Ahora bien, nuestras diferencias con Gargarella comienzan en la segunda parte de su afirmación. ¿Es el derecho burgués un “medio para la realización y la liberación colectivas”? Marx respondería, al igual que lo había hecho frente a Bauer: depende de qué “realización y liberación colectivas” estemos hablando. Si nos referimos a la igualdad y la libertad puramente políticas, es decir, ante el Estado burgués, la

respuesta de Marx sería afirmativa en el sentido que ya señalamos en la respuesta anterior. Pero si nos referimos a la “la liberación colectiva” de la explotación y la opresión, respondería con un rotundo no, ya que la libertad en la relación entre individuos a través del derecho burgués consiste justamente en la libertad de disponer de la propiedad privada. Para el capitalista significa disponer de los medios de producción, pero para el trabajador se trata de la libertad de vender su fuerza de trabajo como mercancía para ser explotado o morir de hambre. Para el trabajador el derecho burgués no es un producto propio en el que debe reconocerse sino la forma jurídica en la que se expresa su condición de explotado. Por esto no es posible referenciar en Marx un concepto como el de “alienación legal”. El avance hacia la “liberación colectiva” en su sentido más profundo, el socialismo, no es más de lo mismo, no es una progresión de más libertad y más igualdad en los marcos del derecho burgués, sino que representa un cambio cualitativo: romper las barreras del derecho burgués tanto para que la clase obrera tome el poder como para terminar con la propiedad privada capitalista de los medios de producción.

La cárcel: ¿manzana podrida o fruto del árbol envenenado? Dicho lo anterior queremos introducir la polémica en torno al derecho y al castigo. En este punto partimos de importantes coincidencias con Gargarella. Es claro que Marx criticaba al utilitarismo y el retributivismo, como lo demuestra muy bien su artículo “Capital Punishment”. Nunca

sostuvimos, como interpreta Gargarella, que “no tuviera sentido hablar de tales alternativas”. Nuestro señalamiento es más preciso y se refiere a que aquella “eterna pendulación entre elitismo y populismo penal” a la que se refiere Gargarella no tiene solución en el marco de las condiciones que fundamentan el castigo en la sociedad capitalista. Sin duda, coincidiríamos con Gargarella en que las cárceles desde el punto de vista de sus objetivos autoproclamados de “rehabilitación” del delincuente no son más que un rotundo fracaso, otro tanto se puede decir respecto de la disminución del delito. Si miramos las estadísticas, la población carcelaria asciende actualmente a 60.789 personas, de las cuales más de la mitad (30.795) según la legislación actual son inocentes, ya que no cuentan con sentencia que declare lo contrario. Solo tomando a los condenados, el porcentaje de reincidencia es, nada más ni nada menos que 1 de cada 3 (32 %)3. No podemos más que darle la razón a Foucault cuando decía que: “La permanencia de la criminalidad no es en modo alguno un fracaso del sistema carcelario; es, al contrario, la justificación objetiva de su existencia”4. Como planteaba Engels, el delito se manifiesta como una forma de desmoralización producto del barbarismo del sistema, del trato brutal y embrutecedor que la burguesía ofrece a las capas más bajas de la población5. En este marco, la criminalización de la pobreza, además de desviar la atención de las grandes organizaciones criminales (imbricadas con los políticos burgueses, las policías, etc.) cumple un papel importante en el control y disciplinamiento de las capas inferiores de la clase obrera para imponer las condiciones


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de precarización laboral. El delito, como señalaba irónicamente –y no tanto– Marx, genera toda una serie de “industrias” redituables para el capitalismo, alrededor de la represión y “prevención” del crimen6. En este sentido, el trabajo de Wacquant7 es ilustrativo sobre el fenomenal negocio de la industria carcelaria en EE. UU., que mueve miles de millones de dólares anuales con sus empresas cotizando en Wall Street. En nuestro país, el mismo negocio adquiere formas más precarias, como la utilización de los presos para perpetrar crímenes en beneficio de “la institución”. Tanto la criminalidad como el sistema carcelario actual, lejos de ser manzanas podridas, son los frutos del árbol envenenado que es el sistema capitalista. En este marco, todo abolicionista serio no puede más que ligar indisolublemente esta perspectiva a la abolición de la propiedad privada y a la derrota del Estado burgués que la protege, con su derecho penal incluido.

El callejón sin salida de un abolicionismo “light” La conclusión del apartado anterior nos introduce necesariamente en una discusión sobre medios y fines. Sin embargo, sin detenerse un instante en esta relación Gargarella es muy crítico de nuestra posición cuando reivindicamos la lucha por el juicio y castigo a los genocidas, a los Pedraza, incluida la pena de cárcel; es decir, sin hacer abstracción de las condiciones concretas de la lucha (sociedad capitalista, Estado burgués, lucha de clases, etc.). En su lugar, y como alternativa, nos plantea: lo cierto es que una sociedad puede condenar ciertos crímenes sin necesidad de recurrir al castigo (lo hizo Sudáfrica frente a los peores crímenes del Apartheid, en un programa que no recomendaría universalmente, pero que no repudio); o puede castigar sin recurrir a la cárcel. Una larga tradición radical, abolicionista, nos da testimonio de ello (no necesitamos de la cárcel para condenar).

De esta forma Gargarella nos dice que de la tradición abolicionista se desprende tomar como ejemplo a la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, que presidida por el Arzobispo Desmond Tutu fue la encargada de juzgar más de cuatro décadas de crímenes y segregación racial contra la población negra, que incluyeron la desaparición de personas, masacres como la de Soweto en el año ‘76 donde fueron asesinados 700 estudiantes y 1.000 fueron heridos, etc. La metodología de aquellos “juicios”, que Gargarella toma como ejemplo, era que todo protagonista del Apartheid, si colaboraba confesando sus crímenes ante las víctimas, podía quedar libre. Partiendo de semejante impunidad, no es de extrañar que la burguesía al día de hoy siga utilizando los métodos de Soweto para enfrentar las luchas populares, como mostró en 2012 frente a la huelga minera en Marikana, cuya represión dejó un saldo de 40 muertos, 70 heridos, y 259 detenidos. Evidentemente la “condena sin castigo” de los crímenes del Apartheid no contagio de “magnanimidad” a la burguesia para la represión de los conflictos. Pero respecto a las cárceles, ¿qué sucedió?

Ya no existen leyes del Apartheid como por ejemplo la “ley de pases” (que limitaba el acceso de los negros a las zonas reservadas a los blancos), sin embargo, con sus carceles superpobladas contando con mas de 160 mil presos (más de 30 % sin condena), Sudáfrica ocupaba para 2013 el noveno lugar en el ranking mundial de población carcelaria. Según la estadística oficial el 97 % de los presos son negros o “coloured” mientras que los blancos solo representan el 1,7 %, siendo en la población total el 9 % de blancos8. Es decir, siguiendo el principio de utilizar la misma vara “universal” para todos, lo mismo un preso común que un burócrata asesino o un genocida, podemos quedarnos tranquilos con nuestra conciencia de que estamos por la abolición de las cárceles pero seguimos sin ninguna estrategia para ello. Mientras, todo sigue igual.

¿Por qué Marx no es Desmond Tutu? El ejemplo anterior deja en claro que cuando nos sustraemos de la discusión de los medios, los fines proclamados no resultan más que simple retórica. Pero como señalábamos antes, Gargarella es muy crítico de la relación entre medios y fines que nosotros establecemos, al sostener el planteo de cárcel a los Pedraza y a los genocidas. Así le resulta “turbadora” nuestra justificación de que “se trata de combates (defensivos) que son parte de una lucha más amplia por derrotar a la burguesía y sus agentes, y por la conquista del poder de los trabajadores”. Si este párrafo le parece “turbador”, ¿qué opinión debería merecerle, por ejemplo, Marx –a quién Gargarella reivindica como referente en cuanto a valores y “principios de justicia”– defendiendo contra los “moralistas” burgueses el fusilamiento de 64 rehenes por los comuneros de París? Decía Marx: Cuando Thiers, como hemos visto, puso en práctica desde el primer momento la humana costumbre de fusilar a los comuneros apresados, la Comuna, para proteger sus vidas, se vio obligada a recurrir a la práctica prusiana de tomar rehenes. Las vidas de estos rehenes ya habían sido condenadas repetidas veces por los incesantes fusilamientos de prisioneros a manos de las tropas versallesas9.

¡Qué duplicidad! Repudia la costumbre burguesa de fusilar prisioneros y tomar rehenes, y a renglón seguido justifica que los comuneros hayan hecho lo mismo. Es que para Marx, al igual que intentamos señalar nosotros, se trataba de medidas (defensivas) que estaban justificadas en tanto eran “parte de una lucha más amplia por derrotar a la burguesía y sus agentes, y por la conquista [en este caso la defensa] del poder de los trabajadores”. Para cumplir con su objetivo de “tomar en serio el pensamiento de Marx” sobre los valores, Gargarella debería dejar de lado por un momento el “marxismo analítico” y poder dar cuenta de esto. Trotsky dedicó a este tema “Su moral y la nuestra”, que fue motivo de debate con el filósofo norteamericano John Dewey. Para él, al igual que para nosotros, no hay “duplicidad” en Marx al justificar la acción de los comuneros,

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porque no hay moral independiente de los fines. Esto no implica desde luego que cualquier medio esté justificado, sino “todo lo que conduce realmente a la liberación de la humanidad. Y puesto que este fin sólo puede alcanzarse por caminos revolucionarios, la moral emancipadora del proletariado posee –indispensablemente– un carácter revolucionario”10. Y agregaba: Estos criterios no dicen, naturalmente, lo que es permitido y lo que es inadmisible en cada caso dado […] Los problemas de la moral revolucionaria se confunden con los problemas de la estrategia y de la táctica revolucionarias11.

Siguiendo el razonamiento de Trotsky, frente al cuestionamiento sobre si debe condenarse “en sí misma” la pena de prisión aunque se trate de los Pedrazas o los genocidas, podríamos responder que seguramente deben condenarse, pero también la división de la sociedad en clases que la engendra. Nuestro objetivo, al igual que el de Gargarella, es abolir las cárceles, pero para esto es necesario tender un puente hacia un nuevo sistema social derrotando a la burguesía y sus agentes y aboliendo también la propiedad privada capitalista. En este sentido, la lucha por el juicio y castigo con pena de prisión para Pedraza y todos los responsables del asesinato de Mariano Ferreyra, así como de los genocidas de la dictadura, son medidas de autodefensa, las que estamos en condiciones de tomar, como parte de esa lucha más amplia por la liberación de la humanidad, a través del medio principal –y por lo tanto necesario y obligatorio– para conquistarla: la lucha de clases.

1. Cfr. R. Gargarella, Las teorías de la justicia después de Rawls, Barcelona, Paidós, 1999. 2. Ellen Meiksins Wood, “Rational Choice Marxism: Is the Game worth the Candle?”, New Left Review, septiembre 1992. Este artículo es parte de un debate que atravesó las páginas de la NLR y que está entre los más interesantes sobre el “marxismo analítico”. 3. Datos de septiembre de 2013 del SNEEP. 4. M. Foucault, El poder, una bestia magnífica, Bs. As., Siglo XXI, 2012. 5. F. Engels, La condición de la clase obrera en Inglaterra, Ediciones Varias. 6. K. Marx, “Concepción apologética de la productividad de todas las profesiones”, Teorías sobre la plusvalía, México, FCE, 1987. 7. Cfr. L. Wacquant, Las cárceles de la miseria, Bs. As., Manantial, 2004. 8. Datos para 2011 del Departamento de Servicios Correccionales de la República de Sudáfrica. Datos de población blanca total según censo de 2011. 9. K. Marx, La guerra civil en Francia, ediciones varias. 10. L. Trotsky, “Su moral y la nuestra”, en Escritos Filosóficos, Bs. As., CEIP, 2004. 11. Idem.


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El negocio inmobiliario y las políticas de exclusión en las ciudades argentinas

Sin lugar para los débiles

Las ciudades mutan, se reproducen, se expanden. Este proceso de cambio no se da de forma ordenada ni pacífica, ya que sobre él operan también intereses de clase. La ciudad es en sí misma un espacio en disputa. ​Andrés Arnone Facultad de Arquitectura y Urbanismo (UBA). Verónica Zaldívar Redacción La Verdad Obrera. Esteban Mercatante Comité de redacción.

Bajo el imperio de la valorización del suelo En la Argentina de las últimas décadas se potenció la estratificación social. Como no podía ser de otra forma, las principales ciudades del país nos muestran descarnadamente, en la transformación de su espacio, esta polarización. La ciudad se transformó en sucesivas oleadas de frenética “recuperación” de barrios. Cada una de ellas limitó un poco más el espacio que pueden tener en el corazón de la ciudad los estratos medios y bajos, cuyas alternativas se reducen a un padecer una densificación habitacional en el centro y acomodarse en las edificaciones que surgen de la expansión “informal” en las periferias semiurbanas de la ciudad. La lógica del capital en el negocio inmobiliario tiende a la polaridad entre la oferta de viviendas de alto valor a la que acceden los ricos y las que se producen para el resto de los estratos de menores ingresos. En este segundo caso la inversión resulta proporcionalmente limitada, y la oferta crece menos que la demanda. Es comprensible ya que para el capital se trata de maximizar la rentabilidad. La “inversión en ladrillos” es un refugio de primer orden para los inversores, y esto contribuye a aumentar el valor de las propiedades, que el boom de la construcción –que lleva al aumento de los precios de los terrenos al crear una escasez de los mismos– no hace más que reforzar. El acceso a la vivienda se vuelve cada vez más difícil para los trabajadores y sectores medios, mientras paradójicamente crece el número de emprendimientos de lujo y viviendas deshabitadas, sujetas a la especulación del negocio inmobiliario.

Durante las últimas décadas, esta lógica no solo no se vio limitada en lo más mínimo por las políticas públicas, sino todo lo contrario; en los principales entramados urbanos del país, la apuesta ha sido a favorecer el negocio inmobiliario. La ciudad de Buenos Aires resulta un caso paradigmático. A comienzos de los noventa, la gestión de Carlos Grosso concentró sus esfuerzos en el desarrollo de Puerto Madero. Se malvendieron áreas del parque Tres de Febrero correspondientes a La Rural para impulsar negocios inmobiliarios. A finales de la década, los gobiernos de De La Rúa e Ibarra impulsaron modificaciones al Código de Planeamiento de la ciudad para liberar espacio para edificaciones, que ya estaban avanzando en contravención con la legislación vigente. Durante la gestión de Macri crecieron las obras de infraestructura que apuntan a valorizar ciertas zonas, mientras se congeló el gasto público en vivienda. Según datos censales, entre 2001 y 2010 en CABA se registró un proceso de intensificación del uso del suelo que reemplazó casas por edificios, que ocupan el 90 % de la superficie residencial construida. Pero esta densificación en metros cuadrados no va de la mano con una densificación en términos de población. Desde el censo de 2001 la población de la Ciudad se incrementó en un 4,1 %, esto es, hay 114.013 personas más. En las zonas donde más se construyó no hubo aumento poblacional significativo, al contrario de las zonas de escasa construcción. Esto quiere decir que el patrón de distribución territorial de la población es inverso al patrón de valorización del suelo: las zonas de mayor precio del suelo y construcción no son las


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Ilustraciones: Natalia Rizzo

que más población atraen. Según los datos censales, las comunas 1 (Retiro, San Nicolás, Puerto Madero, San Telmo, Monserrat y Constitución) y 8 (Villa Soldati, Villa Riachuelo y Villa Lugano) son las que más crecimiento de la población registraron, al tiempo que ocupan los últimos puestos en la distribución de la edificación1, que se concentró en un 50 % en solo 5 comunas: 14 (Palermo), 12 (Coghlan, Villa Urquiza, Saavedra y Villa Pueyrredón), 13 (Nuñez, Belgrano, Colegiales), 6 (Caballito) y 11 (Villa Devoto, Villa Santa Rita, Villa del Parque y Villa General Mitre). La CABA expulsa a los trabajadores más precarizados hacia zonas periféricas, hacia villas o zonas sin urbanizar dentro y fuera de la ciudad, mientras que el sector público construye en cantidad inferior al crecimiento de los sectores desplazados por la inversión privada, muy cuidadoso de no afectar en lo más mínimo la ganancia de empresarios de la construcción y compradores especulativos, entre los cuales se encuentran numerosos funcionarios de la Ciudad. Estos inversores privados tienen en su poder más de 340.000 viviendas desocupadas en la CABA y 2.500.000 en Argentina. Al mismo tiempo, la ciudad registra cientos de desalojos. El resultado de las “renovaciones urbanas” (como puede verse en barrios porteños como Palermo, San Telmo y en cada vez más áreas del sur) es el cambio de la población existente, a través del alza de precios en alquileres y servicios producida por las intervenciones; los más pobres deben mudarse a las zonas de la periferia más baratas, con la consiguiente dificultad para trasladarse a trabajar, tener acceso a servicios de salud y educativos para sus familias, etc. Esta tendencia, característica de la

urbanización capitalista, se define como gentrificación. Consiste básicamente en el ...proceso a través del cual un barrio habitado por población de bajos ingresos es modificado y ocupado por población de clase media y alta, quienes a su vez –ya sea por cuenta propia o por inversión privada (agentes inmobiliarios)– renuevan las viviendas. De esta manera, son dos las condiciones para hablar de un proceso de gentrificación clásica: desplazamiento de población y reinversión económica en las viviendas del barrio2.

Lo mismo podemos observar en Rosario. La gestión “socialista” elaboró el Plan Estratégico Rosario (PER) apostando a la construcción de una “marca ciudad”. Bajo estos parámetros, efectivamente la ciudad se posicionó como un importantísimo polo de atracción de las inversiones provenientes del excedente de los agronegocios de las zonas linderas, que principalmente se orientaron a la construcción de inmuebles dando lugar al llamado boom de los últimos largos años. Esta euforia constructora, lejos de contribuir a aliviar las graves carencias en materia habitacional, viene potenciando paradójicamente un modelo de concentración del suelo y la vivienda y de privatización de la ciudad, instalando a Rosario como una verdadera cuidad-negocio3.

Según cifras oficiales de la ciudad, desde 2003 se construyeron 4 millones de m2, la mayoría en el área más cotizada, en el centro de la ciudad.

Mientras tanto, el déficit habitacional es de 50 mil hogares, afectando a 160 mil personas (sobre una población de 1 millón), cuando hay 80 mil viviendas vacías (20 % del total). Recientemente se vio en Córdoba otra expresión de estos contrastes. En la última década la provincia vio crecer los “barrios ciudades” o “ciudades dormitorio”, que resultaron en la erradicación de las villas que ocupaban terrenos valiosos para la especulación inmobiliaria. Estas villas crecieron al mismo tiempo que Nueva Córdoba florecía como barrio emblemático del boom sojero. Según Pablo Semán, los barrios ciudades eran la promesa de relocalización “justa” y con servicios suficientes para las nuevas unidades habitacionales. Resultó en unidades inmobiliariamente miserables y segregadas por un celoso cerco policial que retiene en esas ciudades a miles de ciudadanos que, por portación de edad, cara, zapatillas inconsistentes con el prejuicio del observador, etc. son objeto de retenes policiales sistemáticos. Los retenes demoran, aíslan y ofenden. Este orden, que se aceitaba con los recursos que el narcotráfico le derivaba a la policía, ha perdido transitoriamente su lubricante. Las denuncias sobre el narcoescándalo traen penuria a los guardianes del orden, mientras la inflación atiza el ánimo humillado de los excluidos de siempre en un contexto en que cierto estancamiento da lugar a más motivos de queja4.

El famoso “boom inmobiliario” en Argentina fue liderado por edificios de lujo y vivienda para los sectores de mayores recursos (un 75 % »


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de lo construido es de alta categoría). Además, la fuerte presión del mercado inmobiliario repercute directamente sobre los precios de la tierra y propiedades de los sectores medios y bajos de la clase trabajadora, que hoy tienen ya pocas posibilidades de acceder a una vivienda en la “ciudad formal” (la que forma parte de la trama urbana legal, urbanizada). Los salarios promedio se encuentran hoy, en relación a los alquileres, un 21 % por debajo en comparación con el promedio de la década del noventa. Con respecto al precio de las viviendas, cayó un 39 % la relación salario/m2 en los últimos 10 años. Es decir, que cada vez se necesitan más salarios para acceder a una vivienda, y en la gran mayoría de los casos no alcanzan los ahorros de toda la vida para lograrlo. Desde el punto de vista empresarial, un gran negocio. Hasta se conocen casos de inversores que compran en las villas una gran cantidad de casillas para alquilarlas, obteniendo un retorno aun mayor que en la ciudad formal. Las grandes constructoras y desarrolladoras inmobiliarias como IRSA de Elsztain, Nicolás Caputo, Consultatio de Eduardo Constantini, ODS de Angelo Calcaterra, el Grupo Roggio o Dacal se benefician de múltiples formas: además de ganar una concesión tras otra para la obra pública en todo el país gracias a contratos armados a su medida, son beneficiados con terrenos fiscales cedidos a precios irrisorios y exención de impuestos para sus emprendimientos privados. Por poner solo un ejemplo, basta ver que varios emprendimientos de “Nicky” Caputo –asesor ad honorem del gobierno de Macri– reciben electricidad directamente de los mayoristas (sin pasar por las distribuidoras). Hace poco Julio De Vido describía sus negocios, y se autoinculpaba al mismo tiempo: esta persona a la que según Macri nosotros le echamos la culpa de todo, a través del Grupo Sadesa participa como socio de Edesur, participa en Hidroeléctrica Piedra del Águila, en Compañía Operadora en Brasil en el gas, como subsidiaria y con Gas Andina en Chile, que son subsidiarias de TGN donde también es socio5.

Por lo tanto, no es casual que las luces de sus megatorres sigan encandilando aunque la ciudad permanezca a oscuras en los prolongados cortes de energía.

Déficit habitacional: una crisis sin techo Aun en la década de mayor crecimiento económico de la Argentina en mucho tiempo, parece que en lo que a vivienda se refiere, la cola de esperar para pasar del infierno al purgatorio

está bastante atascada. Entre 2001 y 2010 el resultado de la ecuación entre nuevas viviendas construidas y las que efectivamente eran necesarias para cubrir la demanda existente dio por resultado que se sumaron en promedio 60 mil hogares al año al problema de la falta de vivienda. Entre censos, el “exceso” de hogares6 respecto del número de viviendas pasó de 360 mil a 855 mil. Lo que significa que algo más de 1,5 millones de hogares comparten la vivienda que debería servir para un hogar promedio: viven en condiciones de hacinamiento. Al mismo tiempo el número de inquilinos, quienes alquilan y no son propietarios, creció de 11,6 % al 16,1 %. El hacinamiento y la reducción del número de propietarios, dos de los indicadores más elocuentes de la calidad de vida, ilustran que lejos estamos de “salir del infierno”, como gustaba decir Néstor Kirchner. Uno de los aspectos centrales en el marco de la crisis más general de lo urbano es este acuciante problema de la vivienda, que implica la degradación de la calidad de vida de millones. Hay en el país más de 6 millones de hogares con problemas de vivienda, por la precariedad de su construcción y deterioro, por el hacinamiento, por el mal estado del terreno donde están instaladas, por la falta de acceso a servicios elementales, o por la imposibilidad de acceder a un techo propio. Se trata nada más y nada menos que de la mitad de los hogares argentinos7. El 12,4 % de viviendas del país carece de agua corriente, el 26,8 % de gas natural, el 34,6 % de cloacas, el 32,3 % de desagües pluviales y el 19,2 % de pavimento8. ¿Cuáles son las medidas tomadas desde el gobierno nacional para resolver la crisis habitacional? Uno de sus caballitos de batalla, como parte del discurso de la “década ganada”, es el programa Procrear. Es un plan a paso de tortuga, ya que para un déficit de vivienda de más de 3 millones de hogares –y problemas de vivienda que alcanzan a más de 6 millones–, presentó inicialmente un plan de 400.000 créditos9. Además, estos créditos están destinados principalmente a sectores medios de la población, ya que debido a los ingresos necesarios para solicitarlos y la exigencia de tener recibos de sueldo en blanco, no podrán pedirlos los que más sufren la crisis de vivienda, que son los trabajadores más precarizados. Según el Indec, sobre un total de 16 millones de ocupados que hay actualmente en el país, el 75 % (12 millones de personas) gana menos de $ 6.500 por mes y la mitad cobra menos de $ 4.040, el 25 % menos de $ 2.500, y el 33 % en negro. Como “daño colateral” que no previó el gobierno, la salida de estos créditos trajo como consecuencia que

los especuladores inmobiliarios subieran velozmente los precios de terrenos y viviendas, y por lo tanto muchos de los “felices ganadores” se encuentran en la situación de no poder encontrar qué comprar con la suma recibida (que además impone plazos de construcción difíciles de cumplir). El gobierno pretende hacer gala de un “gran crecimiento” en la inversión en vivienda, pero esta apenas representa el 1 % del presupuesto nacional. En el caso de la CABA, el gobierno de Macri es bien caracterizado como uno de “políticas públicas y rentas privadas”10. La política de vivienda se encuentra cruzada por un “paradigma de la valorización”: “la medida del desarrollo urbano son la expansión física de la ciudad y los procesos de valorización del suelo”11. Políticas de crédito orientadas a sectores de ingresos medios, compatibles con el negocio privado. Mientras tanto, la población de las villas se incrementó en un 52 % respecto de 2001, llegando a alrededor de 163.587 habitantes sólo en la Ciudad de Buenos Aires. La ley 148 de la CABA, que ordena la urbanización de las villas, duerme en algún rincón desde hace 16 años, mientras las condiciones de vivienda no paran de degradarse más y más12.

Des(infra)estructurados Los sectores obreros y populares de menores ingresos son empujados a las edificaciones más precarias. Son, a la vez, quienes cuentan con menor resguardo ante los crímenes sociales que vienen golpeando la vida de miles (o cientos de miles) en los principales entramados urbanos del país. Estos crímenes sociales, intencionalmente tratados por los gobiernos y grandes medios como “catástrofes” sin responsables, se encuentran cortados por la misma tijera: el desenfreno de la edificación para los estratos más ricos, y las obras que cruzan las ciudades para brindarles “servicios” a estos sectores (especialmente redes de transporte), terminó de desestructurar los precarios equilibrios en ciudades “inundables”, como La Plata o Buenos Aires. A esto se suma la negligencia criminal en lo que respecta a inversiones en infreaestructura básica. Al mismo tiempo que los desaguisados de la urbanización creada por los negocios inmobiliarios imponen un aumento en las necesidades de obras, volviéndolas más complejas, ni siquiera se ejecuta aquello que ya está programado. Esta combinación fatal fue observable en la inundación de La Plata en 2013, con más de 50 muertos reconocidos oficialmente13. Lo que se hizo resulta tan dañino como lo que se dejó de hacer. Las obras para la construcción de la autopista Buenos Aires-La Plata taparon los arroyos, por lo que


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el agua no se desagota de las calles y provoca inundaciones en la ciudad. Al mismo tiempo, el “Estudio de la cuenca del arroyo el Gato”, realizado por la Universidad Nacional de La Plata en enero de 2010 incluía la realización de derivadores y readecuaciones de las redes de desagües en el casco urbano. Estas obras contaban con presupuesto desde aquel año, pero no se pusieron en marcha. Por si esto fuera poco, la entrega de tierras a sectores de bajos ingresos en tierras que bordean el arroyo, expuso a los sectores más pobres a las peores consecuencias. El Ing. Pablo Romanazzi, integrante del departamento de Ingeniería hidráulica de la UNLP denunciaba: lotearon los terrenos más inmediatos al curso del arroyo y esos terrenos hay que dejarlos libres porque es evidente que son zonas inundables (…) No podíamos parar la tormenta, pero sí podíamos no exponer a la gente a esto14.

Tomemos otro ejemplo, el de Buenos Aires. Luego de los 8 muertos que dejaron las inundaciones del año pasado tan solo en Capital Federal, se puso sobre la mesa la falta de inversiones en materia de control de inundaciones. Esto se evidencia en que en el Programa de Gestión de Riesgo Hídrico se invirtieron apenas $ 2,8 millones y para las obras del arroyo Maldonado $ 19 millones, sin mencionar que, analizando la calidad de las mismas, tampoco evitan que si el nivel del río sube afecte el escurrimiento de las lluvias, al no estar previstas esclusas y funcionar todo el sistema mediante vasos comunicantes. El resultado de las obras, en el contexto de una construcción de torres cuyo ritmo no cesa, es que las inundaciones en la ciudad rotan de barrio. La solución parece ser siempre una nueva obra, en un cuento de nunca acabar. Como sostiene Eduardo Reese ...siempre se pensó que todo se arreglaba con un par de obras, pero las obras necesarias son cada vez más grandes, caras y difíciles. (…) si, junto con las obras, no se controla el proceso de urbanización, la situación tenderá a agravarse, aun cuando se metan más caños, más aliviadores, más diques15.

En el último mes vimos cómo en Neuquén una lluvia de 200 milímetros terminó inundando el 80 % del área urbana. Se hizo evidente la falta de obras públicas de drenaje, defensa, espacios verdes y otras obras. En 2012 y 2013 se destinaron $ 7 millones para remodelar el edificio de la Legislatura, mientras que en el mismo período apenas se desembolsaron $ 2,6 millones para

mantenimiento de desagües en Neuquén capital. Las obras hídricas presupuestadas para ese mismo periodo son de $ 25 millones sobre un presupuesto provincial total de $ 20 mil millones, sumados los dos años.

El derecho a la ciudad No hay plan que, a un ritmo de 40 mil casas por año, pueda resolver los enormes problemas de vivienda del país. Mucho menos podría hacerlo sin crear a la vez nuevos problemas de infraestructura si no es parte de un plan urbano de conjunto. Un plan urbano integral solo traerá soluciones si es conquistado por la movilización y está bajo control obrero y popular. El punto de partida de cualquier plan para garantizar vivienda para todos debe pasar por una reforma urbana que expropie las tierras usurpadas por los desarrolladores privados, las propiedades en manos de la Iglesia y las que controlan los grandes grupos inmobiliarios. Son cientos de miles de hectáreas que podrían destinarse a la construcción de viviendas populares y que hoy son usufructuadas por los sectores sociales más ricos, por instituciones parasitarias como la Iglesia o manipulados para operar sobre los precios de la tierra. Además, es necesario expropiar las viviendas desocupadas que estén en manos de poseedores de grandes fortunas. Hay que luchar por prohibir los desalojos. Para los inquilinos debe establecerse, como salida transitoria, que los alquileres no excedan el 20 % del salario mínimo. Para todos aquellos que necesiten acceder a la vivienda única mediante crédito hay que establecer un fondo público para préstamos cuya cuota no exceda el 20 % del salario mínimo y sin más requisitos que el de establecer el déficit habitacional familiar. La resolución del problema de la vivienda está estrechamente vinculado a terminar con todas las privatizaciones de los servicios públicos como gas, electricidad y transporte, para poner todas las empresas bajo control obrero y popular, para que la infraestructura básica llegue a la mayorías trabajadoras. Es necesario desarrollar un plan de construcción de viviendas –y junto a ellas nuevas escuelas, hospitales, y tendido de infraestructura básica y transporte– controlado por los trabajadores, cuyos recursos deben salir de la imposición de impuestos progresivos a las grandes fortunas y a los terratenientes, además de la expropiación de las grandes explotaciones rurales y el no pago de la deuda externa. Estos recursos no solo permitirían responder a las acuciantes necesidades de vivienda, sino también crear fuentes de trabajo con un salario acorde a la canasta familiar. Las villas y asentamientos deben ser urbanizados de acuerdo a un plan de

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conjunto trazado junto con sus habitantes, y debe imponerse la entrega en propiedad de las viviendas para quienes las habitan, terminando con el descarado lucro con las necesidades de los sectores más pobres. Si estas edificaciones se encuentran en terrenos no aptos, debe emplazarse en unos adecuados, evitando así las “tragedias” ante cada fenómeno climático. Conquistar verdaderamente el “derecho a la ciudad”, como abogaba Henri Lefebvre, el “derecho a una renovada vida urbana”, solo será posible si la clase trabajadora domina los destinos de la sociedad transformándola de base. Como Engels planteaba en Contribución al problema de la vivienda: “La penuria de la vivienda no es en modo alguno producto del azar; es una institución necesaria que no podrá desaparecer, con sus repercusiones sobre la salud, etc., más que cuando todo el orden social que la ha hecho nacer sea transformado de raíz”16.

1. Se excluyó a Puerto Madero del recuento de m2. 2. Luis Alberto Salinas, “Gentrificación en la ciudad latinoamericana. El caso de Buenos Aires y Ciudad de México”, GeoGraphos 44, Vol 4, México DF, febrero de 2013. 3. “Notas a propósito del desalojo de Kasa Pirata”, en blog Club de investigaciones urbanas, julio de 2013. 4. Pablo Semán, “Córdoba y los abismos de la desigualdad”, http://pabloseman.wordpress.com, 2013. 5. Discurso del 3 de enero de 2014 frente a la crisis energética. 6. Hogar: persona o grupo de personas que viven bajo el mismo techo y comparten los gastos de alimentación, de acuerdo al glosario del Censo 2010 (INDEC). 7. Gustavo A. Llambias, “Déficit habitacional y acceso a la vivienda en Argentina”, www.reporteinmobiliario.com.ar. 8. Observatorio de la deuda social – UCA. 9. www.procrear.anses.gob.ar/programa. 10. Natalia Cosacov y Eduardo Faierman, “Políticas públicas, rentas privadas. Política habitacional y mercado inmobiliario en la Ciudad de Buenos Aires”, Laboratorio de políticas públicas, junio 2012. 11. Ídem. 12. Ley N° 148. Sanción: 30/12/1998. Promulgación: Decreto N° 123/999 del 20/01/1999. Publicación: BOCBA N° 621 del 29/01/1999. 13. De la cual se comprobó, más de un año después, el ocultamiento oficial del verdadero número de muertos, como ya se venía denunciando. 14. Entrevista exclusiva cedida a TVPTS, 10/04/2013. 15. “No hay políticas para regular el suelo”, Página/12, 05/04/2013. 16. Tomado de la versión digital de Marxists Internet Archive (MIA).


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ciudadelas amuralladas, barrios inundados Mirta Pacheco Redacción La Verdad Obrera.

El negocio inmobiliario a gran escala pegó un salto en la primera década de este siglo, cambiando la fisonomía tanto de la ciudad de Buenos Aires como del conurbano bonaerense. El carácter ficcional del relato K se pone de manifiesto cuando se advierte que la recuperación económica no redundó en mejoras en las condiciones de hábitat para la gran mayoría de los sectores populares. Esto es: vivienda digna, eficientes servicios domiciliarios de redes de agua y energía, infraestructura urbana básica y condiciones medio ambientales saludables. Si de la vivienda hablamos, Argentina experimenta una crisis muy seria. Es ominosa la brecha entre el estilo de vida de los que se beneficiaron en los años del neoliberalismo y en esta última década continúan haciéndolo, y el pueblo trabajador. Por ejemplo, cada vez que una lluvia apenas copiosa cae sobre los barrios donde viven estos últimos. Esta situación no podría darse sin una política que, desde los distintos gobiernos, favorece el enriquecimiento de sectores ligados a estos grandes negociados inmobiliarios sin importar en lo más mínimo la vida del pueblo trabajador. Abundan los ejemplos de lo que afirmamos. Veamos tan solo un caso testigo.

Una Miami en el Tigre Nordelta es básicamente una ciudad privada emplazada en el partido de Tigre, al norte del Gran Buenos Aires, gobernado desde 2007 por Sergio Massa, uno de los principales referentes de la oposición patronal, y anteriormente por el ultrakirchnerista –de pasado menemista y colaborador de la dictadura militar– Ricardo Ubieto. Muchos urbanistas la definen como una forma avanzada de organización privada del espacio urbano; tiene 30.000 habitantes, con un perímetro que contiene 9 barrios y dos escuelas, por supuesto privadas y de elite, como son Cardenal Pironeo y Northlands. Esta “Miami argentina” (como expresara el mismo Massa) cuenta, como no podía ser de otra manera, con servicio de seguridad privada y control de cámaras, servicios de salud, centro comercial, una

“isla modernizada”. Junto con los countries del partido de Tigre, Nordelta territorializa la exclusión. El principal inversor en esta “isla moderna” es Eduardo Constantini, cuya fortuna personal se estima en más de 300 millones de dólares. Posee además Torres Catalinas Plaza, Torres Grand Borng Oro y el museo de arte Malba, usado por Constantini como carta de presentación internacional para sus negocios. Conviviendo con esta “isla modernizada”, destinada a ser territorio exclusivo de la burguesía, del otro lado de los muros que la “protegen”, se encuentra el barrio Las Tunas: un dormitorio obrero y popular, donde viven por ejemplo las mujeres que son empleadas como servicio doméstico en las mansiones de Nordelta y countries de la zona. Y donde la mayoría de las viviendas son precarias1. Este barrio está situado al borde del arroyo Las Tunas, brazo del Río Reconquista, donde arrojan sus residuos las fábricas de la zona, razón por la cual las napas que lo circundan están contaminadas con arsénico. Nada más lejos de las condiciones medio ambientales saludables que rodean las mansiones y barrios cerrados de la burguesía. Pero esto no es privativo del caso particular que nos ocupa: la degradación medio ambiental (el conjunto de procesos que directa o indirectamente transforman negativamente dicho medio, comprometiendo incluso la vida), es algo que se puede observar en todo lugar donde las clases más desposeídas habitan, constituyendo uno de los principales problemas ambientales y es el resultado, aunque no exclusivamente, del volcado de químicos por parte de empresas a ríos y lagos. Ya en 2011 las investigaciones arrojaban que el 86,1 % de los hogares en villas y asentamientos del país estaban próximos a aguas contaminadas. Pero en el conglomerado del Gran Buenos Aires, las malas condiciones medio ambientales afectan a un porcentaje aún mayor de viviendas que en las ciudades del interior del país (18,7 % y 8 % respectivamente)2. Pero volvamos a la “Miami en Tigre”. Las Tunas fue noticia en abril de 2013 cuando una


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fuerte lluvia lo dejó bajo el agua. No fue la naturaleza la responsable de que cientos de familias se quedaran sin lo poco que tenían. El arroyo usualmente entra a Nordelta, pero cuando arrecian las lluvias los señores cierran las compuertas y el agua sólo tiene salida hacia el barrio. Cuentan los vecinos que antes, cuando llovía, el agua desagotaba en el río Luján, pero los countries cambiaron su cauce natural para construir sus canchas de golf. Construyeron compuertas y bombas gigantes que tiran el agua hacia los barrios aledaños, donde habita el pueblo trabajador. Las imágenes de los habitantes de las Tunas –hastiados de tanto oprobio al que son sometidos diariamente– rompiendo el paredón de una parte de Nordelta para que el agua que les llegaba a las rodillas drenara, recorrió diversos medios de comunicación. La misma urbanización de Nordelta también alteró el bañado de Rincón de Milberg, acarreando inundaciones también allí. Nordelta no es un caso aislado. Hoy el 60 % del territorio del partido de Tigre (148 km2 de continente) está ocupado por barrios privados.

En ese 60 % de territorio solo vive el 10 % de la población de Tigre, poblada de vecinos “ilustres” de lo más granado del empresariado y los funcionarios públicos. El 90 % restante convive en el 40 % que queda de territorio y ve colapsar los servicios de agua, luz, cloacas y gas. Apenas a 100 metros de donde vive el fundador de Nordelta, Eduardo Costantini, está proyectando “Venice Ciudad Navegable” (32 hectáreas sobre un frente de 500 metros sobre el río Luján), se encuentra Villa Garrote, donde viven más de 700 familias sin agua potable ni cloacas y donde las inundaciones son una constante (y queda sólo a cinco cuadras del centro de Tigre). Las políticas de los intendentes de estos partidos bonaerenses, al igual que las de Buenos Aires y otros centros urbanos favorecen el negocio inmobiliario, la construcción de mansiones, megatorres, etc., y para nada las obras de infraestructura necesarias para que no se produzcan colapsos que provocan grandes inundaciones, o para que las unidades de producción no eliminen sus desechos en lugares con población cercana. La única medida tomada ante el

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jugoso negocio de los countries, en la provincia de Buenos Aires, ha sido la tardía Ley 14.449 de hábitat, que apenas les impone a los desarrolladores aportar un 10 % de la valorización inmobiliaria lograda con el proyecto, algo irrisorio respecto de sus ganancias. La concentración de la riqueza y la nula planificación en cuanto a un hábitat saludable, con todos los factores que este implica, trae aparejadas condiciones de vida paupérrimas o directamente la muerte para sectores obreros y populares.

1. Se define vivienda precaria a aquellas viviendas que cuentan al menos con algunas de las siguientes características: 1) casillas o ranchos o 2) casa o departamentos que no cuentan con las terminaciones de paredes o pisos. Tomado del informe de EDSA, Bicentanario, Observatorio de la Deuda Social Argentina, UCA, 2012. 2. Ídem.


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“ee. uu. y europa entraron en una fase de estancamiento durarero” IdZ: Acabás de publicar, junto a Dominique Lévy, La grande bifurcation, y previamente habías publicado The crisis of neoliberalism. En estos trabajos se considera que en el último siglo y medio el capitalismo atravesó cuatro grandes crisis estructurales. La última sería la del orden social neoliberal. ¿Cuáles son los rasgos que definen la crisis actual como una crisis estructural y qué la distingue de las anteriores? Por “crisis estructural” nos referimos a episodios de turbulencia económica, tales como la contracción de la producción, tasas más bajas de acumulación, olas de desempleo, perturbaciones financieras, inflación o deflación, etc. En el pasado, las crisis de este tipo duraban más o menos diez años. Durante el período que consideramos usualmente en nuestro trabajo –comenzando en el final del siglo XIX, y con particular énfasis en Estados Unidos– distinguimos cuatro crisis estructurales: la crisis

de la década de 1890, la Gran Depresión, la crisis de los años 1970 y la crisis de comienzos del siglo XXI (culminando en 2008). Hasta la fecha, el capitalismo siempre logró recuperarse de esas crisis, pero siempre al costo de importantes transformaciones. Los mecanismos involucrados no siempre son los mismos. La crisis de la década de 1890 y la crisis de los años ‘70 siguieron a una declinación de la tasa de ganancia, que alcanzó niveles bajos. Bajo estas circunstancias, se observa una contracción del producto y la tasa de acumulación disminuye temporalmente. Las crisis de rentabilidad no están –típicamente– marcadas por crisis financieras. Las dos crisis ocurrieron en contextos muy diferentes, y también difieren en varios aspectos. Por ejemplo, la crisis de la década de 1890 coincidió con una crisis de la competencia. En el contexto de las políticas keynesianas, la crisis de 1970 se manifestó en sí misma en una ola de inflación acumulativa. Los mecanismos involucrados en las otras dos crisis estructurales,

la Gran Depresión y la crisis de comienzos del siglo XXI, son muy diferentes. Corresponden a las circunstancias descriptas por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, donde las clases capitalistas son caracterizadas como aprendices de hechiceros incapaces de dominar el efecto de su propia magia “infernal”. Las clases capitalistas inician innovaciones desafiantes con el propósito de maximizar su poder y su ingreso; en cierto punto, pierden el control de la situación. Antes de 1929 y de 2008, los mecanismos financieros se desarrollaron hasta niveles sin precedentes. En los años 1920 las políticas macro eran todavía deficientes (a pesar de la creación de la Reserva Federal en 1913); con anterioridad a 2008, la Reserva Federal perdió el control del conjunto de la economía en el contexto de la globalización financiera. En el período de entreguerras, EE. UU. estaba tensionado por una profunda heterogeneidad (con los sectores avanzados de las nuevas corporaciones y un sector atrasado); previo a 2008, la economía norteamericana estaba


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tensionada por considerables desequilibrios, específicamente el déficit del comercio exterior y el endeudamiento doméstico e internacional crecientes. A este segundo tipo de crisis las denominamos “crisis de hegemonía financiera” (o crisis de la hegemonía de las “finanzas”, esto es, de las fracciones más altas de las clases capitalistas y sus instituciones financieras). Para sintetizar, la crisis actual es similar a la Gran Depresión y bastante diferente de las otras dos crisis estructurales. Una crucial diferencia con la Gran Depresión es, sin embargo, que el gobierno y el banco central reaccionaron inmediatamente y con fuerza para sostener la economía y evitar –o limitar– una crisis financiera como la que tuvo lugar en 1932. Si tales políticas no se hubieran aplicado, habría ocurrido una nueva gran depresión. El costo de este apoyo dado a la economía fue el crecimiento de la deuda pública. Una segunda diferencia importante es que, hasta la fecha, los típicos mecanismos básicos del neoliberalismo no fueron alterados, mientras que el funcionamiento de la economía había sido transformado durante el New Deal y la II Guerra Mundial. Las empresas aún son gerenciadas de acuerdo a los objetivos neoliberales, con elevadas distribuciones de dividendos a los accionistas, la recompra de sus propias acciones por parte de las corporaciones, y vertiginosas exportaciones de capital al resto del mundo. De esta forma, tanto EE. UU. como Europa están entrando en una fase de estancamiento duradero. IdZ: Tus trabajos muestran que la tasa de ganancia desde los ‘80 tuvo una recuperación bastante débil, después de la caída en los años ‘70 durante la crisis estructural previa. Esto sería un fuerte indicador para explicar el débil crecimiento que caracterizó las últimas décadas. Sin embargo, en tu explicación de la evolución del capitalismo desde los ‘80 en adelante y de la crisis de 2008 no juega un lugar central lo ocurrido con la tasa de ganancia. ¿No es acaso la debilidad en la recuperación de la rentabilidad un elemento importante para explicar el débil crecimiento y la regresión social registrados en las últimas décadas?

Usando lo que llamamos una definición “a la Marx” de la tasa de ganancia, esto es, con una definición amplia de ganancias (total de ingresos menos salarios), y con el capital medido como el stock neto de capital fijo, no hubo un restablecimiento significativo de la tasa de ganancia después de la crisis de los años ‘70. Pero, como hemos mostrado en distintos libros (resulta notorio en el gráfico 4.1 de The Crisis of Neoliberalism) la diferencia es bastante grande entre esta medida de las ganancias y las ganancias retenidas por las corporaciones. Primero, una fracción considerable de las ganancias es pagada como impuestos: la tasa de ganancia después de impuestos se restableció mientras que la tasa de ganancia “a la Marx” no. Por lo tanto, el primer motivo por el cual no interpretamos la crisis actual como una crisis de rentabilidad es que al nivel de las tasas de ganancia (considerando la rentabilidad que efectivamente corresponde a las empresas) se restableció a los niveles previos (debido al aumento de las fracciones de las ganancias pagadas como intereses y dividendos, la tasa de “ganancias retenidas” finalmente disminuyó, dando lugar a tasas de acumulación tendencialmente más bajas). El segundo motivo es que los mecanismos no son los mismos. Un aspecto básico en las crisis de hegemonía financiera es la explosión de los mecanismos financieros; no hubo nada, en la crisis actual, como una ola de inflación espiralizada, etc. IdZ: Hacen referencia en su libro a la clase “managerial” como un estrato de clase diferenciado de los propietarios del capital y de los trabajadores asalariados en general. En este análisis resulta determinante el posicionamiento de este estrato managerial para la configuración de las relaciones de poder. Pero, ¿cuál es el fundamento para distinguir estos sectores sociales manageriales de la clase capitalista propietaria? ¿Es esperable que pueda orientarse en el sentido de un “compromiso” con los sectores populares, considerando el fuerte ascenso económico logrado por estos estratos más altos gracias a las políticas proempresarias –y progeneranciales– de las últimas décadas? Desde una perspectiva marxiana, una clase es definida por su posición vis-à-vis los medios

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de producción. Los gerentes no son propietarios de los medios de producción. Llevan a cabo las tareas de lo que Marx llamaba las funciones del “capitalista activo”. Dados sus ingresos comparativamente altos, los gerentes podrían ser propietarios de paquetes de acciones, pero su caracterización como “managers” implica que la principal base de su posición social no es la propiedad sino el control de los medios de producción, incluyendo la fuerza de trabajo de otras fracciones de asalariados. Extendemos la categoría a altos funcionarios. En el capitalismo contemporáneo hay observaciones empíricas significativas que indican la separación de esta categoría social tanto de los dueños del capital como de otros asalariados, especialmente en lo que concierne a las tendencias de ingreso de estos grupos sociales. Hay razones mucho más profundas para comprender la naturaleza de clase de las relaciones “manageriales”. Primero, toda la historia del movimiento de emancipación de las clases populares –desde sus comienzos durante la Revolución Francesa, y en el contexto de la emergencia de los movimientos comunista y socialista en las décadas siguientes, hasta el movimiento obrero (industrial) actual– apunta a la misma contradicción básica, concretamente la emergencia de una nueva clase, en lo que ha sido denotado como “sustitucionismo”. La construcción del socialismo, en la URSS o en China, fracasó a causa de esta tendencia, con la emergencia de una nueva clase dominante. Este es un tópico central de La grande bifurcation. “Bifurcar” significa encontrar una salida de las tendencias actualmente en curso, cuyo aspecto social central es la alianza entre capitalistas y clases manageriales, para establecer un nuevo compromiso a la izquierda entre clases gerenciales y clases populares. Una segunda razón es que consideramos la estructura tripolar de clases –capitalistas, managers, clase popular– una herramienta clave en el análisis de la historia desde la revolución managerial a comienzos del siglo XX. Interpretamos estos períodos de tres o cuatro décadas entre cada crisis estructural como “órdenes sociales”, definidos por las configuraciones de poderes y alianzas dentro del en» tramado de estas tres clases.


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IdZ: En el caso de EE. UU., algunas políticas como los QE jugaron un rol significativo, no en atacar las raíces de la crisis ni mucho menos, pero sí en estabilizar la situación y permitir un crecimiento moderado. ¿Qué posibilidades y qué limites ves para que estas políticas puedan mantenerse en el mediano o largo plazo? Por las razones señaladas antes (la gobernanza corporativa y la globalización neoliberal), la economía norteamericana y la Unión Europea ingresaron en una fase de estancamiento duradero, con tasas declinantes de acumulación en sus territorios nacionales. No hay señales de que las reglas de funcionamiento que comandan el ingreso y la riqueza de las clases más altas (propietarios del capital y managers) vayan a desestabilizarse. La hegemonía internacional de EE. UU. se sostiene enteramente por el sistema de corporaciones transnacionales y la constelación gigante de corporaciones financieras (ver capítulo 7 de La grande bifurcation). Una diferencia entre EE. UU. y la UE o la zona Euro es que en el primero, el gobierno y el banco central están plenamente comprometidos en sostener la economía. El piso de la recesión se alcanzó a mediados de 2009 y, desde entonces, con breves interrupciones como producto de la acción del partido Republicano, se condujeron políticas macro muy fuertes, concretamente de gasto público deficitario y políticas monetarias innovadoras; a esto se puede agregar una política industrial también muy fuerte, incluyendo proteccionismo encubierto, y una política a favor del desarrollo de gas no convencional a los fines de disminuir drásticamente el costo de la energía. Estas políticas fueron suficientes para mantener un crecimiento más bien estable de la economía de alrededor de 2 %, en marcado contraste con Europa, al borde de la recesión. Es difícil imaginar, sin embargo, que estas políticas pudieran resolver realmente la tendencia a tasas de inversión decrecientes. IdZ: En The crisis of neoliberalism plantean que será difícil que EE. UU. pueda preservar su hegemonía. ¿Cuáles son los síntomas del deterioro de su hegemonía y cuáles pueden ser sus implicancias, para la clase dominante norteamericana y las del resto del planeta? Los síntomas de la declinación de la hegemonía norteamericana son obvios. Las tasas de crecimiento de las economías emergentes son ahora mucho más elevadas que las de los viejos centros. El liderazgo de la economía norteamericana en lo

que concierne a ciencia y tecnología, así como a capacidades militares, está todavía claramente establecido. Pero otros países están progresando rápidamente. Si no se invierten las tendencias actuales, el país va a perder gradualmente su delantera. Este factor político (internacional) podría justificar en las próximas décadas un mayor involucramiento del gobierno y un cuestionamiento de algunas de las conquistas de las clases capitalistas durante el neoliberalismo. Este “factor nacional” podría volverse crucial. La forma actual de “neoliberalismo administrado” es ya de por sí una manifestación de esta tendencia. Pero podemos esperar fuertes tensiones en las próximas décadas entre los intereses de los estratos más altos y los del país como un todo. IdZ: A seis años de la quiebra de Lehman Brothers, ¿cómo ves hoy las economías de EE. UU., de Europa y China? ¿Cuáles son los derroteros que puede seguir esta crisis sistémica y qué respuestas podemos prever ante la misma? En el contexto del análisis precedente, es claro que las situaciones de EE. UU. y Europa son en cierta medida diferentes. Las dos regiones del planeta tienen en común, sin embargo, la tendencia declinante de la inversión y bajas tasas de crecimiento, a lo que podemos agregar la dificultad de manejar la economía a nivel macro y el casi imposible requerimiento de frenar el crecimiento de la deuda pública. A cierta distancia de las regulaciones neoliberales y evitando el giro hacia una financierización desenfrenada, Alemania preservó los sectores industriales de su economía. En ausencia de déficit estructurales de comercio exterior y de presupuesto público, el país no necesita fuertes políticas de estímulo requeridas por otros países europeos. Así que el gobierno alemán mantiene una adhesión estricta a la ortodoxia macroeconómica y tiende a imponer su punto de vista, con duras consecuencias para otros países. Considerado globalmente, el continente permanece al borde de la recesión, y los intentos de recortar los déficits públicos se ven confrontados con los riesgos de la contracción del producto bruto. Haciendo abstracción de estas diferencias, en Europa como en EE. UU., todas las “derechas” actualmente en el poder basan sus estrategias en el mismo principio básico, que consiste en cortar el poder de compra de las clases populares y desarticular el armazón de bienestar. No habrá límites a estas presiones, a las cuales es urgente resistir. Estas son las tendencias actualmente en curso. Lo que, en nuestra opinión, debería ocurrir, es fácil de adivinar, concretamente, el establecimiento de un nuevo compromiso a la izquierda. Uno o varios países deben mostrar la dirección, llevando al poder a un gobierno genuinamente de izquierda. Si así ocurriera, un movimiento social poderoso se extendería por la mayoría de los países europeos. Los tratados europeos deberían ser entonces corregidos, en una dirección alejada de las tendencias neoliberales, y fuertes políticas promulgadas.


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China está actualmente concentrada en una transición hacia el capitalismo. Este capitalismo posee, obviamente, todas las características del capitalismo contemporáneo, una forma de capitalismo “managerial”, con los dos componentes de las clases dominantes, pero no todas las características del capitalismo neoliberal. Bajo el liderazgo del Partido Comunista Chino, el país se insertó en la

red de la globalización neoliberal y, simultáneamente, mantuvo una acción muy fuerte del gobierno, a una distancia considerable de la ideología neoliberal del “laissez faire”. La experiencia de la crisis de 2008 ha tenido un impacto muy fuerte en la transformación de la economía y la sociedad chinas, al enfatizar los riesgos asociados con una rápida desregulación. Especialmente, el gobierno chino conserva un

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control básico del crédito y los mecanismos financieros. Pero la nueva clase capitalista está emergiendo rápidamente y podría buscar una integración más plena en el sistema de relaciones capitalistas internacionales, con riesgos obvios en lo que respecta a la continuidad de la fuerte acumulación de capital en territorio chino. Entrevista y traducción: Esteban Mercatante.

Gérard Duménil Esteban Mercatante Economista, comité de redacción.

Gérard Duménil es un economista marxista, investigador del CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique) de Francia. En los años ‘80 desarrolló, en paralelo con Duncan Foley, lo que se conocería como el “nuevo enfoque” sobre la teoría de formación de los precios en Marx, que sostenía que los ataques de los ricardianos a la teoría del valor de Marx eran equivocados. En las últimas décadas ha publicado numerosos estudios sobre el funcionamiento del capitalismo en lo que define como la “hegemonía neoliberal”, establecida como respuesta a la crisis estructural de los años ‘70. Duménil y Lévy periodizan la historia del capitalismo desde finales del siglo XIX hasta la actualidad (en particular en los EE. UU.), como una sucesión de órdenes sociales, cuyo establecimiento es explicado en cada caso como resultado de una crisis estructural del capitalismo. La crisis estructural abierta en 2008 preanunciaría el ocaso del neoliberalismo, y justificaría la apuesta por un nuevo compromiso social, “a la izquierda”, que proponen los autores, cuyo paradigma lo encuentran en el New Deal de los años ‘30 en EE. UU. En otras oportunidades hemos intercambiado opiniones y diferencias con el autor alrededor de algunas de sus posiciones, como es el caso de la evaluación histórica del New Deal, sumamente benevolente, ya que deja de lado que esta política se dio en paralelo con la preparación de EE. UU. para la entrada en la II Guerra Mundial. Este “compromiso” creó condiciones internas para una intervención bélica en la que el Estado norteamericano apuntaba a establecer condiciones para asentar un orden planetario acorde a sus intereses. Por otro lado, aunque reconocen el peso que tuvo la presión desde abajo para que la clase dominante impulsara este “compromiso”, en toda la lectura del período que va del New Deal a la posguerra queda desdibujado el peso de la URSS, así como de las revoluciones en Europa, como elementos que constituyeron una

relación de fuerzas que obligó a realizar concesiones a la clase trabajadora en Europa y los EE.UU. Un sector social resulta clave, en la visión de Duménil y Lévy, para explicar los giros que se produjeron en las relaciones de poder para dar lugar a los órdenes sociales que se sucedieron desde 1890 hasta la actualidad. Se trata de la llamada clase “managerial”. Esta surgió, para los autores, de la transformación del modo de producción capitalista que se produjo con la emergencia de las grandes corporaciones a fines del siglo XIX y transformó la estructura de clases del capitalismo. Se reconfiguran las clases sociales en tres grandes grupos: los propietarios capitalistas, la “clase popular” constituida por obreros y empleados con niveles de ingreso bajo, y una “clase managerial” entre ellas. El orden social se transforma, en la lectura de Duménil y Lévy, según hacia dónde se orienten los sectores manageriales. Sin duda, un dato desde finales del siglo XIX, es la expansión de estos estratos que participan en los múltiples niveles jerárquicos de las corporaciones, así como el funcionariado vinculado a una burocracia estatal que se ha multiplicado desde la época en que Marx escribió su obra. Esto desdibujó el peso de los grandes magnates comandando en persona trusts gigantescos, y puso en primera fila a los ejércitos de administradores gerenciando corporaciones aún más monstruosas. Pero resulta más acertado leer este giro en la relación entre propiedad y control como un cambio en la fisonomía de la propia clase capitalista, entendida en el sentido de los que basan su ingreso en la propiedad y comando de los medios de producción. Los autores basan la caracterización de una tercer clase en la condición de no propietarios de los medios de producción de los estratos manageriales, y en su carácter de asalariados, aunque claramente diferenciados de las “clases populares”. Aunque sostienen que las elevadas remuneraciones de estos sectores sugieren su participación en la apropiación de la plusvalía, queda subestimada en su lectura el carácter antagónico del proceso de producción, en el cual el conjunto de los estratos “manageriales” operan como correa para asegurar

en todos los niveles el despotismo fabril (o más en general el despotismo capitalista en las unidades productivas). La función de control que los Duménil y Lévy asignan a este sector, no es otra que la de vehiculizar la explotación, que sostiene a la vez las remuneraciones diferenciadas de los sectores manageriales y la producción de la plusvalía que resulta distribuida bajo diferentes formas. A esto debemos agregar que en la mayoría de los casos, los sectores manageriales reciben en participación en la propiedad de las firmas. La “autonomía” que identifican en la posición de este estrato durante los años del New Deal y la inmediata posguerra, así como la “contención” de los intereses capitalistas que observan durante este período (expresada por ejemplo en el desdén por la valorización bursátil de las firmas), respondieron a la relación entre las clases señalada más arriba y no fueron una imposición realizada por un estrato autónomo contra la clase capitalista, sino una respuesta de la clase capitalista norteamericana para salvaguardar sus intereses estratégicos. Así como la derrota de los procesos revolucionarios en los ‘60 y ‘70, que devolvió la confianza a la burguesía en la fuerza de su dominio, fue la señal para lanzar una nueva ofensiva para revertir todas las concesiones otorgadas. Los trabajos de Duménil y Lévy ofrecen una visión detallada de los mecanismos que permitieron recomponer la posición de las corporaciones –y de los estratos “manageriales”– en un contexto de recuperación casi inexistente de lo que definen como tasa de ganancia “a la Marx”, gracias a una reducción de los impuestos sobre el capital y un ataque a las condiciones de los asalariados. También profundizan en los mecanismos que permitieron orquestar esta ofensiva de clase en todo el mundo bajo la hegemonía norteamericana. Pero su énfasis en leer la crisis como la del orden social neoliberal, desdibuja el carácter sistémico de la misma y la urgencia para la clase trabajadora de apostar por una salida anticapitalista a la misma, evitando la trampa de los compromisos para garantizar la sobrevida del sistema.


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Fotomontaje: Anahí Rivera

Entre la ofensiva proimperialista, la negociación con los empresarios y el “ajuste” chavista

Venezuela en el centro de la escena latinoamericana Venezuela ha atravesado dos meses de extrema tensión, en el marco de la crisis económica y bajo el signo de la ofensiva derechista apoyada por el imperialismo.

Eduardo Molina Staff revista Estrategia Internacional. El ala “dura” de la oposición, representada por Leopoldo López, María Corina Machado y otros, con los universitarios acomodados como vanguardia en las “guarimbas” (barricadas), buscaba apurar una “salida” destituyente, es decir, generar condiciones para la caída de Maduro. Tras esta arremetida, avalada por altas figuras de Washington y por los grandes “medios”, se entrevé la “colaboración” de las agencias imperialistas para generar una dinámica de “revolución colorida” al grito de “democracia” liberal contra la “dictadura castro-comunista”, según el lenguaje escuálido al gusto de Miami y el Tea Party. La escalada opositora obligó al gobierno a negociar, pero la línea destituyente no pudo crear

condiciones para un retiro anticipado de Maduro. Es que el chavismo, si bien con divisiones internas, tiene el apoyo de las FAN, controla la Asamblea Nacional y la mayoría de las gobernaciones, y retiene una amplia base social pese al “enfriamiento” del apoyo popular. Aunque la oposición “dura” ganó cierto protagonismo, erosionando la hegemonía del sector de Capriles, los sectores decisivos de la clase dominante prefirieron la vía de la negociación. Por ahora disminuyó la tensión política y aunque la crisis está lejos de haberse cerrado, se abrió un escenario de “diálogo”. Es que Maduro respondió a la arremetida opositora con concesiones a los empresarios y a la derecha “moderada”, convocando a discutir un “Plan


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de Pacificación” y una “Conferencia por la Paz Económica”, con el sector opositor representado por Capriles y el MUD, las organizaciones empresariales (Fedecámaras) y los grandes grupos económicos, como los de Cisneros y Mendoza. La actuación como garantes de UNASUR (comisión de Colombia, Brasil y Ecuador) y el delegado papal prevaleció frente al intento yanqui de intervenir más directamente a través de la OEA. Sin embargo, es funcional al interés norteamericano y de las burguesías latinoamericanas de preparar una salida reaccionaria a la crisis venezolana, ya que se hace en “defensa de la democracia”, es decir, por la negociación dentro del régimen y evitando la intervención de las masas. Maduro pasó de las diatribas contra la “guerra económica” de la “burguesía parasitaria” a adular a los empresarios como pilar del “esfuerzo productivo”, favoreciéndolos con las medidas devaluatorias, facilitando divisas, poniendo a su disposición fondos estatales, dejando pasar los despidos, y endureciendo la respuesta contra los reclamos laborales. Mientras, la carestía de la vida, la inflación y el desabastecimiento dañan severamente la economía popular. La reciente declaración de “ofensiva económica de producción nacional, abastecimiento y de precios justos”, anuncia un fuerte ajuste fiscal y suba de impuestos (si bien escalonados), además del alza del 40 % en el pasaje del transporte1. Por eso, pese a lo que sostiene el arco del “pensamiento crítico”, como el intelectual Atilio Borón y otros, que llaman a apoyar políticamente a Maduro y su “diálogo”, de este acuerdo no saldrá nada progresivo para el pueblo trabajador. Al contrario, apunta a un pacto económico y político con la burguesía, profundizando un curso económico que implica concesiones al capital, y descargar el peso fundamental de la crisis sobre los trabajadores y el pueblo.

La discusión de fondo: ¿después de Chávez, qué? El trasfondo en la crisis política es el rumbo a seguir tras la desaparición física de Chávez, forcejeando en torno a los términos de una “transición” lo más ordenada posible. La clase dominante preferiría pasar de un “chavismo sin Chávez”, es decir, del “populismo” y sus métodos de arbitraje en crisis (agudizada por la combinación entre el fallecimiento del líder y el agravamiento de la crisis económica) a un régimen más “normal”, alineado con las necesidades capitalistas y que les permita recuperar mayor control de la renta petrolera. Están en juego distintas posibilidades de transición política pero ninguna fácil de imponer en medio de un escenario complejo y plagado de contradicciones. La línea del ala dura opositora, ligada a los republicanos yanquis, que busca la caída de Maduro si bien es funcional al plan de desgastar al gobierno todo lo posible, tiene pocas posibilidades inmediatas. Al menos por ahora, y mientras no recrudezca la crisis económica

y política, no parece que se den las condiciones para una “solución” golpista a la hondureña o paraguaya (que requerirían control opositor de las FF.AA., el Congreso y la Justicia, hoy bajo hegemonía chavista), ni toma fuerza algún sector chavista dispuesto a sacrificar a Maduro en alguna forma de autogolpe. La burguesía sabe que una escalada en la confrontación podría detonar una intervención de masas que intentará evitar, a la luz de la experiencia de 2002-20032. Por ello, la vía que parece ir imponiéndose es la de la negociación. En la cúpula chavista, pese a sus divisiones internas, prima por el momento la orientación conciliadora, aceptando la necesidad de discutir una “transición”. El propio Chávez marcó el rumbo a la “moderación” en los últimos tiempos de su mandato (el abrazo con Santos, el ingreso al Mercosur, la elección como sucesor de Maduro, etc.). Ahora el gobierno apunta a profundizar este curso, buscando entendimientos y pactos con la burguesía, al mismo tiempo que aplica un ajuste que afecta ante todo a los trabajadores y el pueblo e implica una fuerte erosión de sus conquistas. La consigna de “atrás, ni pa’tomar impulso” se convirtió en el equivalente venezolano del “nunca menos” cristinista, como antesala de este profundo viraje a derecha, que deja sin sustento las ilusiones de la izquierda prochavista de que se pase a una “radicalización”. No faltan los “consejos” para que se siga este rumbo de moderación. Ya Lula invitó a Maduro a “disminuir el debate político para dedicarse enteramente a gobernar, establecer una política de coalición, construir un programa mínimo y disminuir la tensión”, al mismo tiempo que felicita a Capriles Radonski por no ser parte de los “extremos”3. O sea, a buscar un equilibrio moderado mediante pactos y consensos. Pablo Stefanoni, en una nota recogida por sectores de la centroizquierda argentina, plantea que: los socialismos del siglo XXI deben gobernar en el marco de la democracia parlamentaria (…) El problema para los partidos que se consideran la expresión indiscutida de la “sustancia” del pueblo es que “no pueden” perder elecciones ni siquiera pensar en abandonar transitoriamente el poder. En ese marco, cualquier restricción institucional parece menor frente a las necesidades del pueblo o la revolución. Pero dado que a menudo las críticas a los “excesos populistas” terminan siendo llamados a abandonar la perspectiva de los cambios sociales profundos, la pregunta de la hora para las izquierdas no “populistas” parece ser, cómo combinar radicalidad con pluralismo social. O dicho con otras palabras, cómo construir las bases de lo que el canadiense Richard Sandbrook llama “transiciones socialdemócratas radicales”4.

O sea, la centroizquierda como alternativa a la declinación chavista, desmontar la combinación “populista” de rasgos bonapartistas y concesiones a las masas, y aceptar las recetas maquilladas

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“a nuevo” de la vieja socialdemocracia en una democracia burguesa “normalizada”.

Un balance del chavismo En Venezuela no se asiste a la crisis de un modelo de “transición al socialismo” sino a la crisis de un tibio nacionalismo de contenido burgués. Bajo la retórica bolivariana “revolucionaria”, las denuncias antiyanquis y la fraseología del “socialismo del siglo XXI”, el chavismo no traspasó nunca los estrechos límites del nacionalismo burgués. El chavismo fue la variante más a “izquierda” de los gobiernos nacionalistas y centroizquierdistas surgidos en América latina al calor de la crisis del neoliberalismo y los levantamientos populares de principios de los 2000, para contener las crisis políticas y de agudización de la lucha de clases, reconduciéndolas dentro del orden capitalista y la dependencia. El chavismo adquirió rasgos de un bonapartismo sui generis de izquierda, categoría elaborada por Trotsky analizando el gobierno de Cárdenas en México5, pero esencial para comprender otras experiencias como los casos de Vargas en Brasil, Perón en Argentina o Nasser en Egipto, gobiernos que se ubicaron como árbitros entre las clases nacionales y el imperialismo, con las FF.AA. como pilar y utilizando el apoyo popular para regatear con el imperialismo, en pos de ampliar los márgenes de desarrollo del capitalismo nacional. Chávez impulsó el nuevo régimen de la República Bolivariana y recuperó para el Estado un mayor control de la renta petrolera, lo que le permitió hacer concesiones a los sectores populares con amplios subsidios y políticas sociales a través de las “misiones”. El arbitraje del líder carismático se apoyó en las FAN “bolivarianas” como verdadero pilar del régimen, con el PSUV como aparato político y un vasto proceso de encuadramiento y cooptación de los movimientos sociales y del sindicalismo, recurriendo al apoyo de masas para presionar a la burguesía. A la vez, Chávez mantuvo una política internacional independiente de Washington, como se expresó en la alianza con Cuba, la oposición al ALCA, la creación del ALBA, etc. Esto despertó fuertes contradicciones con la clase dominante venezolana y el imperialismo, con acciones como el golpe de 2002 o el lock-out petrolero de 2003, entre otras, en cuya derrota tuvo un peso decisivo el nivel de movilización de las masas que, por ejemplo, derrotaron con su vuelco a las calles el golpe de abril. Pero Chávez dilapidó el apoyo popular para impedir una dinámica revolucionaria de movilización. En una década y media de gobierno y con varios años de buenas condiciones económicas, Chávez no introdujo ninguna modificación estructural en la condición capitalista dependiente venezolana, lo que se expresa no sólo en el respeto a la gran propiedad privada y el funcionamiento plenamente capitalista de la economía, sino también en el mantenimiento de su carácter fuertemente monoexportador, extractivista y rentístico. Mientras pretendía »


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asociar al gran capital nacional y extranjero al “desarrollo nacional” y se respetaba la pesada deuda externa, los capitalistas tradicionales siguieron haciendo buenos negocios y prosperó una “boliburguesía” ligada al aparato estatal y usufructuaria de su rol intermediario en la distribución de la renta petrolera. El país multiplicó sus ingresos petroleros, pero el dólar se dispara porque las divisas siguen yendo a parar a manos de estos sectores, alimentando una colosal fuga de capitales (se calcula entre 110 y 167 mil millones en una década), lo cual no es (solo) resultado del mal manejo y la corrupción, sino de que siguen vigentes mecanismos típicos del patrón de acumulación dependiente venezolano y latinoamericano. Las concesiones sociales que disminuyeron la pobreza y mejoraron el acceso a la salud, educación, entre otras, no alteraron significativamente la realidad de la explotación asalariada. Las “comunas” no han pasado de intervenir en la gestión de asuntos municipales, muy lejos de una “democracia de masas”. Entre tanto, se ha ido avanzando en la “criminalización” de las huelgas, la persecución al activismo obrero y la permisividad estatal hacia el sicariato antisindical que ha dejado decenas de luchadores muertos. La amenaza de un grave retroceso en Venezuela, no solo por la ofensiva opositora e imperialista, sino por el rumbo a la derecha adoptado por el gobierno, que tendría graves consecuencias para el conjunto de la región, plantea aún más crudamente la necesidad de una decisiva intervención del movimiento obrero y de masas, levantando sus propias demandas y movilizándose con sus métodos. Solo así se podría derrotar categóricamente a la derecha proyanqui y al mismo tiempo enfrentar el ajuste de Maduro, defendiendo las conquistas populares. Poner en juego el peso decisivo de las masas en la discusión del futuro venezolano reclama una orientación estratégica de clase, obrera y socialista, para reagrupar a la vanguardia, entre la que hay sectores que vienen haciendo una importante experiencia de lucha y política, para romper la subordinación política del movimiento obrero y popular al chavismo.

1. En la página web de la Liga de Trabajadores por el Socialismo se pueden consultar notas sobre la situación venezolana, desde el punto de vista marxista y la defensa de una estrategia obrera, de independencia de clase. 2. El golpe de abril y el lock-out petrolero de 2003 fueron derrotados gracias a la enorme movilización obrera y popular. 3. El Universal, 8/4, citado en www.lts.org.ve. 4. Pablo Stefanoni es jefe de redacción de Nueva Sociedad, tradicional publicación, con sede en Caracas, de la socialdemocracia. Disponible en www.libresdelsur.org. ar. 5. Ver León Trotsky, Escritos latinoamericanos, Buenos Aires, CEIP León Trotsky, 2013.

El chavismo y la izquierda argentina La situación actual replantea el debate sobre el chavismo, una polémica clave en la izquierda argentina y latinoamericana desde que el comandante emergió y ganó la presidencia venezolana en 1999. La declinación y crisis del chavismo, que dejó al descubierto sus límites e impotencia ante las tareas de la liberación social y nacional, erosionándose como referente internacional, implica la bancarrota ideológica y política de las corrientes de la izquierda llamada “independiente” y del populismo radical que se construyeron a su vera, sea sumándose directamente al chavismo, sea manteniendo un apoyo “crítico”. No es posible examinar en detalle las variadas teorizaciones que justificaron este seguidismo. Digamos que para un sector –tomando elementos de la teoría posmarxista de Laclau–, se podría lograr un entronque entre el “populismo de izquierda” (al fin de cuentas un “significante vacío”, sin determinaciones de clase ni política), y el “socialismo”. El Estado es concebido también como un “campo de fuerzas” en lucha, cuya definición no depende de su carácter de clase burgués, sino de qué fuerza predomine, y el propio movimiento chavista es presentado como “campo en disputa” entre el “aparato” de las cúpulas y de la “boliburguesía” y el chavismo “rojo-rojito” de las bases. Por tanto, la estrategia sería actuar “en y desde adentro”, en una orientación que recuerda, con décadas de retraso, el ingreso al peronismo de sectores de la izquierda argentina en los ‘70 con la ilusión de hacer un “peronismo revolucionario”. Corrientes como La Mella y el FPDS, entre otras, pretendieron justificar el “posibilismo”, adaptación a la hegemonía chavista y escepticismo hacia la clase trabajadora de la izquierda independiente, huérfana ante el chavismo –como ante el kirchnerismo en Argentina–, de una estrategia que permita ir más allá de la resistencia local de los “movimientos sociales”, carente de un programa que delimite populistas, reformistas y revolucionarios, y de una orientación hacia el movimiento obrero y sus combates. Hoy la izquierda “independiente” sigue entrampada en el apoyo “crítico” a Maduro ubicándose como consejeros para que adopte “medidas anticapitalistas” cuando aplica ajustes y avanza en los pactos con la burguesía, una política que embellece su rol y es completamente incapaz de ofrecer

un nuevo rumbo al proceso de masas. Pero toda la experiencia y la dinámica actual del gobierno chavista, demuestran que es utópica la hipótesis de que cambie su carácter de clase, desarrolle sus elementos “anticapitalistas” y a través de una “radicalización de la democracia” se disponga a concretar el “socialismo del siglo XXI”. Por supuesto, la delimitación frente al chavismo es inseparable del combate intransigente contra las fuerzas que responden a la reacción, sin hacer concesiones a la demagogia de los estudiantes “guarimberos”, por caso ni a la propaganda de los medios sobre una lucha entre “democracia” y “autoritarismo”, presiones ante las que algunas tendencias de izquierda1 no siempre se mantienen firmes. Lamentablemente algunas tendencias marxistas ceden a estas presiones, lo que abre el peligro, sobre todo si se da una escalada de “levantamientos democráticos” o “revolución colorida” manipulada por la derecha, de que pierdan el norte de la independencia de clase. El combate por que las masas intervengan en la crisis, reclama una estrategia consecuente de independencia de clase, para alentar el desarrollo de la clase obrera como sujeto social y políticamente diferenciado, capaz de disputar la hegemonía en la alianza con los oprimidos. Las tareas de derrotar a la derecha y defender y profundizar las conquistas obreras y populares, en la perspectiva del poder obrero y de masas que haga efectiva la liberación social y nacional, son inseparables de la lucha por la organización políticamente independiente de los trabajadores. La experiencia venezolana, corroborando las lecciones de la historia de todo el continente bajo los más diversos gobiernos nacionalistas y “progresistas”, así lo demuestra.

1. Lamentablemente, el PO creyó encontrar “demandas legítimas” entre los estudiantes y al hablar de “fascistización” de los grupos chavistas, contribuía a diluir la diferencia política objetiva entre la arremetida reaccionaria en las calles y el chavismo. En el caso de la corriente internacional de IS, hay que decir que sus compañeros del PSL en el Encuentro Sindical y Popular de Caracas del 21/03, hicieron hincapié en la crítica al gobierno, argumentando que éste es el aplicador del “ajuste”, pero sin delimitarse categóricamente de las movilizaciones estudiantiles de derecha.


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La ley minera de Evo Morales

BOLIVIA: cooperativisMO a la medida de los empresarios

Ilustración: Juan Atacho

Alejandro M. Schneider Historiador. Docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de La Plata. Durante las últimas semanas, en Bolivia se estuvieron produciendo una serie de hechos que en cierta forma muestran la verdadera cara del actual gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS). En este sentido, no nos referiremos a la denuncia sobre posibles actos de corrupción por parte del entorno familiar del vicepresidente Álvaro García Linera con la compañía aérea Boliviana de Aviación, ni tampoco al mezquino incremento salarial que dispuso Evo Morales Ayma con el beneplácito del secretario ejecutivo de la Central Obrera Boliviana (COB), Juan Carlos Trujillo. En esta ocasión, solo queremos hacer una breve referencia al conflicto desatado entre la administración masista y los empresarios cooperativistas en torno a la discusión de una nueva Ley de Minería y Metalurgia.

Tras más de ocho años de estar en el poder, en términos generales, los gobiernos del dirigente cocalero se caracterizaron por continuar con el sistema primario exportador que identifica al territorio desde la llegada de los españoles. El modelo social de acumulación de capital permanece atado a una lógica extractivista alimentada por los altos precios mundiales de algunas materias primas. La producción primaria de bienes no renovables sigue teniendo un peso central en la estructura económica del país. Esta situación acarrea un conjunto de consecuencias: primero, reafirma una dependencia respecto a los recursos minerales no reemplazables; segundo, genera una alta vulnerabilidad de la economía frente a las fluctuaciones del mercado internacional; y tercero, reproduce un

mercado de trabajo con elevados niveles de precarización laboral. A pesar de que en la campaña electoral de 2005 Morales hizo promesas alrededor del renacimiento de la minería estatal bajo la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL), sus administraciones se caracterizaron por fortalecer al ámbito privado representado tanto por la Federación Nacional de Cooperativas Mineras (FENCOMIN), como por la mediana y gran minería privada en manos de empresas transnacionales. Lejos de la promesa de buscar la renacionalización del subsuelo, el interés de Evo fue continuar con la estrategia capitalista de los años noventa de fomento a los contratos de riesgo compartido entre cooperativistas y empresas extranjeras. »


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LATINOAMÉRICA

“...los gobiernos del MAS privilegiaron la relación con el sector cooperativista dentro del mundo de la minería.

En ese sentido, los gobiernos del MAS privilegiaron la relación con el sector cooperativista dentro del mundo de la minería. Desde el inicio de su administración, Morales les dio un lugar destacado en su alianza política con el objetivo de atraer a este sector porque, al mismo tiempo que representa un voluminoso número de eventuales votantes, se ha convertido también en el gran creador de empleo para los desempleados provenientes de otros ámbitos laborales. De este modo, el primer ministro que Evo designó para esta área fue Walter Villarroel, expresidente de FENCOMIN. Además, creó el cargo de Viceministro de Cooperativas Mineras, a manos de hombres que previamente habían sido autoridades departamentales y nacionales del área. Asimismo, los cooperativistas actuaron como asambleístas durante la Convención Constituyente y, en la actualidad, también se desempeñan como diputados, senadores y representantes diplomáticos. El mandatario indígena permitió y alentó la actividad económica de los empresarios cooperativistas, incluso, a costa de la muerte de trabajadores que peleaban por la defensa de sus puestos de trabajo. Es necesario recordar que el gobierno masista fue el principal responsable del brutal ataque (con cerca de veinte obreros fallecidos y decenas de heridos) perpetrado por los socios cooperativistas contra los asalariados mineros en el cerro Posokoni en Huanuni, en octubre de 20061. Asimismo, la política favorable hacia el sector se evidencia no solo observando las nuevas áreas que adquirieron los cooperativistas bajo su gobierno (muchas de ellas alcanzadas tras cortes de rutas, avasallamientos de yacimientos y movilizaciones), sino también en la obtención de ventajas en términos impositivos y en cambios jurídicos que los beneficia frente a otros actores2. Al respecto, en este último punto, uno de los frutos que lograron fue la firma de un Decreto Supremo por la cual se modificó los términos

en que se ejerce la explotación de la Reserva Fiscal Minera, en detrimento del Estado nacional boliviano3. Sin embargo, hay un hecho más importante; los cooperativistas consiguieron que la administración masista no acceda a la principal demanda de los sectores asalariados mineros: la nacionalización de los yacimientos y su control por medio de la COMIBOL. Cabe subrayar que todo esto se dio en un escenario signado por el incremento de las exportaciones de los bienes del subsuelo, en algunos casos, con la exclusiva participación de los empresarios cooperativistas4.

¿Quiénes son los cooperativistas? A diferencia de lo que se puede creer, el cooperativismo minero en Bolivia no es un sistema solidario. Por el contrario, es un sector capitalista que se desarrolla sobre la base de la explotación de sus trabajadores asalariados. Las cooperativas son empresas privadas que buscan denodadamente aumentar su tasa de ganancia sobre la base de un elevado nivel de expoliación laboral de la fuerza de trabajo que contratan. El sector cooperativista, internamente, no conforma un grupo homogéneo: algunos son empresarios y otros son trabajadores. Detrás del concepto de cooperativas mineras se oculta una compleja realidad en donde se despliega un amplio abanico de situaciones, que abarca desde empresas con cerca de treinta miembros hasta otras que emplean a miles de trabajadores. En general, los dirigentes de cooperativas que controlan a las federaciones locales y departamentales se componen de un grupo minoritario de socios que se halla al frente de los órganos de dirección de las cooperativas. Por otra parte, no cualquiera puede convertirse en socio de una cooperativa minera: para acceder a esa posición se necesita comprar una cuota de admisión que oscila entre los 1.000 y 3.000 dólares. Cada socio explota una parcela contratando una cuadrilla de trabajadores mineros donde

organiza libremente su producción usufructuando un paraje determinado de un yacimiento. De este modo, se conforma una verdadera unidad productiva, donde se trabaja para el beneficio de unos pocos, con una limitada (o casi nula) capacidad de inversión. En el seno de las cooperativas se emplean a trabajadores con diversos acuerdos laborales. Si bien imperan los contratos por medio de salarios preestablecidos, también es normal que se pague según la producción obtenida, sin ningún compromiso salarial previo. Como la explotación en cada cooperativa tiene un alto grado aleatorio, se producen fuertes diferencias en su interior: mientras algunos miembros no logran beneficios en varios meses, otros pueden obtener ganancias en forma inmediata. Los trabajadores de las cooperativas producen en forma inestable, de acuerdo con las demandas de los empresarios cooperativistas y con los vaivenes de la cotización de los metales en los mercados. La jornada de trabajo, que puede alcanzar hasta las dieciséis horas diarias, se lleva a cabo en condiciones altamente precarias: se desarrolla en hábitats donde impera el calor y el frío extremo. El trabajo al interior de la mina requiere un gran esfuerzo físico (la perforación se efectúa con maza y cortafierros) y numerosos mineros solo cuentan con un equipo básico de protección (el guardatojo y las botas de goma). La carencia de herramientas y maquinarias, junto con la escasez de elementos de protección para el personal, hace que el empleo en las cooperativas cause numerosos accidentes de trabajo. Si bien, en su mayoría, los trabajadores al interior de las minas son varones adultos, también se desempeñan mujeres, adolescentes y niños. Además de las precarias condiciones laborales, la gran mayoría de las cooperativas carecen de ingenios para el procesamiento de minerales: la concentración de los bienes extraídos se realiza en forma manual. A eso se debe añadir


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la utilización de productos químicos contaminantes –como el xantato, el ácido sulfúrico, el mercurio– que provocan cuantiosos daños en la salud de los trabajadores. Un detalle no menor es que tampoco las cooperativas efectúan tareas de prospección. La mayoría no planifican la labor en los yacimientos, lo que conduce a una disputa permanente y desorganizada por la extracción de las mejores vetas. Este sistema conlleva a que se generen mayores riesgos de accidentes laborales por la falta de conocimiento de las propias condiciones de las zonas productoras que, por lo general, son propensas a inundaciones y derrumbes. Por otro lado, por la forma en que se lleva a cabo la extracción, no están disponibles los recursos para paliar los importantes daños ambientales que se generan. En el sistema de explotación que implementan las cooperativas mineras, el Estado prácticamente se encuentra ausente en diversos aspectos: desde su nula intervención en las tareas de planificación, prospección y control de las condiciones laborales, hasta en el magro ingreso que recibe vía aporte impositivo a través del Impuesto Complementario a la Minería. En idéntico sentido, los socios de las cooperativas comercializan los minerales con especuladores y rescatadores, evadiendo las contribuciones fiscales.

La Ley de Minería y Metalurgia

La situación antes descripta permite en cierta forma comprender el debate de fondo que se dio durante las últimas semanas. El proyecto aprobado en la Cámara de Diputados confirma en gran medida los principales lineamientos de la actual Ley N° 1777, de origen neoliberal, sancionada durante la primera presidencia de Gonzalo Sánchez de Lozada en 1997. De esta manera, la norma en cuestión consolida la presencia de la gran minería y de los empresarios cooperativistas, garantiza beneficios contributivos para este sector, y protege sus inversiones de cualquier

posible avasallamiento por parte de las comunidades rurales que reclaman sus tierras. Es conveniente subrayar que los pueblos originarios indígenas no son reconocidos como sujetos con derechos mineros; para poder explotar los recursos deben previamente convertirse en cooperativa o en empresa, o bien, emplearse en ellas. En cualquiera de las circunstancias, el proyecto, ya sea por medio de la intervención del Estado o por medio de sectores privados, beneficia a las grandes firmas transnacionales. Sin embargo, a pesar de haberse presentado en el Parlamento en forma consensuada por los principales actores involucrados, el proyecto de ley produjo un sinnúmero de reclamos por parte de los empresarios cooperativistas, quienes buscaron mayores privilegios a los ya obtenidos5. De este modo, entre otras demandas, aspiran a la facultad de firmar acuerdos (sin intervención del Estado) con terceros para explotar áreas entregadas en titularidad, tal como había sido concebido en el proyecto original. En este sentido, rechazan los cambios introducidos por la Cámara de Diputados en las que se alteró esa disposición que iba en sentido contrario a lo establecido por la Constitución Política, debido a que es el Estado el único que puede asignar áreas de trabajo. En última instancia, la discusión encubre un forcejeo entre cooperativistas y el gobierno sobre quién se enriquecerá con los convenios firmados con las multinacionales mineras. Al calor de esta disputa, como en otras ocasiones, los empresarios cooperativistas, valiéndose de sus empleados, efectuaron un rotundo bloqueo en las principales rutas interdepartamentales del altiplano. Como consecuencia se desarrollaron una serie de enfrentamientos con la policía que derivaron en el fallecimiento de dos trabajadores junto con medio centenar de heridos. A raíz de ello, tras la renuncia del ministro del área Mario Virreira, Morales decidió suspender el tratamiento legislativo del proyecto.

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Es evidente que el responsable central de este escenario es el propio gobierno del MAS. Durante todos estos años ha alimentado al insaciable empresariado cooperativista con el fin de solucionar momentáneamente los problemas de empleo a la vez que logra su apoyo electoral. Asimismo, en cierta forma, también ha colaborado a esta situación la actitud claudicante de los distintos dirigentes de la COB que no han querido encabezar una gran movilización obrera minera que ponga fin a la explotación privada de los recursos naturales y que luche por la nacionalización de los yacimientos bajo una administración obrera colectiva.

1. Una situación similar se produjo a raíz del avasallamiento de los yacimientos en Colquiri en 2012. En esa ocasión fue asesinado un trabajador asalariado en la sede de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) en La Paz, en el marco de una serie de movilizaciones. 2. Entre las áreas que obtuvieron se encuentran los ricos yacimientos de Himalaya (wólfram) y el 50 % de la veta Rosario (zinc y estaño) en Colquiri. 3. Hasta ese entonces, el Estado boliviano era el único propietario de los recursos mineralógicos de la Reserva Fiscal Minera. Esta norma, desde sus orígenes, había sido duramente cuestionada por los cooperativistas y los empresarios privados, nacionales y extranjeros. Con la nueva disposición legal, Morales acalló estas críticas. 4. Durante 2013 la exportación de minerales de las cooperativas fue tres veces mayor a la del sector estatal. Por otro lado, este último sector no participa de la explotación de valiosos minerales como plomo, antimonio y wólfram. Página Siete, 13 de abril de 2014. 5. Entre otros privilegios, el proyecto de ley beneficia a los cooperativistas con la liberación del pago del canon de arrendamiento que cancelaban al Estado por la explotación de minerales. Antes, cuando hacían contratos, ya sea con la COMIBOL o por la explotación en las áreas de reserva fiscal, tenían que pagar arrendamiento; esto ahora se ha eliminado.


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IDEAS & DEBATES

Ernesto Laclau y el elogio de la hegemonía burguesa

Claudia Cinatti Staff de la revista Estrategia Internacional.

El pasado 13 de abril falleció en Sevilla Ernesto Laclau, exponente del posmarxismo y uno de los intelectuales de referencia del kirchnerismo, al que le dio no solo apoyo político acrítico, sino también un barniz de legitimidad teórica, integrándolo como una de las variantes (moderadas) de la “razón populista”�. La influencia de Laclau en el terreno de la teoría política va más allá de su adhesión al kirchnerismo, por lo que sería un error facilista apelar a su alineamiento con el gobierno de CFK para no discutir sus argumentos teóricos. Más aún, podemos decir que, a su manera, Laclau tuvo el mérito de mantener en el centro del debate la relación entre las clases y la hegemonía política, una cuestión que sigue siendo fundamental para la teoría y la práctica revolucionaria. Sin

Ilustraciones: Anahí Rivera

embargo, a toda teoría (política) le llega su “momento de verdad”. Y la “razón populista” de Laclau está encontrando sus propios límites en el giro a la derecha del kirchnerismo, las medidas antipopulares de Maduro y su conciliación con los grandes empresarios, en la emergencia de un sujeto obrero que resiste, y más en general, en las condiciones de “fin de ciclo” de los gobiernos “populistas” latinoamericanos, a los que está indisolublemente ligada.

Democracia radical y populismo En cierto sentido, el recorrido teórico de Laclau lo llevó de retorno a su punto de partida. Después de haber abandonado sus reflexiones de la década de 1970 sobre el populismo, y de haber dedicado su elaboración teórica “posmarxista” a

fundamentar un proyecto de “democracia plural radical”, pensada como orientación política para los movimientos sociales de los países centrales, en los últimos años Laclau volvió a dirigir su interés hacia el populismo, buscando rescatar esta categoría del lugar de residuo inclasificable al que lo había condenado el mainstream de la teoría política. Este giro desde la ampliación de la democracia liberal hacia su aparente contrario tiene que ver tanto con su biografía político-intelectual (no es difícil encontrar aún las huellas de su antigua pertenencia a la Izquierda Nacional referenciada en Abelardo Ramos1) como con las condiciones de época, notablemente la creciente degradación de los mecanismos de la democracia burguesa y la crisis del neoliberalismo y de


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sus gobiernos, en muchos casos derribados por la acción directa como en Argentina en 2001. Por motivos cronológicos, sería abusivo afirmar que La razón populista, su último trabajo teórico de envergadura, tuvo por objetivo manifiesto darle una encarnadura teórica al proyecto kirchnerista y a los gobiernos populistas latinoamericanos surgidos durante la primera década de los 2000. Este libro se publicó originalmente en Gran Bretaña en 2002, cuando Hugo Chávez no había logrado aún asentar su régimen, Evo Morales era un dirigente campesino del Chapare y Néstor Kirchner todavía gobernaba la provincia de Santa Cruz, muy lejos del centro del poder político. Incluso la categoría de “populismo” como lógica de constitución de lo político no contiene ningún contenido ideológico positivo, por lo que se aplica tanto a variantes de izquierda como de derecha (el Frente Nacional francés, el nazismo, etc.). Sin embargo, las simpatías de Laclau están con los populismos “progresistas”. Su teorización avant la lettre del populismo burgués “modelo siglo XXI” cumplió efectivamente la función de elevar estos regímenes, con sus diversos grados de populismo e institucionalismo, desde el carácter de contingencia histórica, producto de condiciones determinadas tanto objetivas como subjetivas, a la de constitución misma de lo político y de su sujeto, el “pueblo”. Esta capacidad constitutiva del “pueblo” que Laclau le da al populismo (nacionalismo) burgués está en línea con su interpretación tradicional de la política latinoamericana, donde a diferencia de los países avanzados que pasaron por procesos como la Revolución francesa, las masas no se incorporaron a la política a través de la institución de la democracia (liberal) sino por la identificación con un líder populista, como Perón o Vargas, que supo darle un curso “institucional” a sus demandas. Esta interpretación vuelve atrás la dinámica de clase de la revolución en los países semicoloniales, y que puso de relieve Trotsky en la teoría de la revolución permanente, donde las burguesías nacionales han demostrado prácticamente su incapacidad para llevar adelante una lucha antiimperialista consecuente.

A pesar de que desde una visión republicana superficial las categorías de “democracia radical” y “populismo” pueden parecer contradictorias, en realidad expresan una misma lógica política “hegemónica”. Ante la “imposibilidad radical” de la revolución social, las dos vías de inscripción de las “demandas populares” son o bien la “ampliación de la democracia” o bien la aparición de un líder carismático que “hable” a las masas y sostenga por un tiempo la ilusión de la “unidad del pueblo”. Por lo tanto, y más allá de la sofisticación teórica, no son ni más ni menos que dos formas de recrear la estrategia degradada del viejo reformismo y de conservar la hegemonía de la burguesía, por la vía de negar el carácter de clase de lo político.

Posmarxismo y ofensiva capitalista La evolución de la crítica y progresiva ruptura de Laclau con el “marxismo nacional y popular” con influencias de Althusser y Gramsci del que provenía, dio un salto con la publicación, en 1985, de Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una política democrática radical, escrito en colaboración con C. Mouffe. El contexto histórico de aparición de este libro está dado por el auge de la ofensiva neoliberal en los países centrales y su impacto reaccionario en el plano de las ideas, expresado en el creciente cuestionamiento ideológico al marxismo y el ascenso de las teorías posmodernas, iniciado en Francia pos Mayo de 1968 y consolidado en el mundo académico anglosajón en la década de 1980. Si bien el objetivo de Hegemonía todavía está en los marcos de pensar la relación entre la “revolución democrática” y alguna forma de “estrategia socialista” (no revolucionaria), algo que muy poco después van a abandonar los autores, desde el punto de vista teórico, el anunciado posmarxismo es un ataque en regla a los fundamentos últimos del marxismo, tanto filosóficos como estratégicos. Progresivamente, Laclau va abandonando el término “posmarxismo”, que señalaba cierta pertenencia a la tradición marxista, hasta desaparecer de su acervo. La ruptura con toda referencia “positiva” al marxismo se consolida en Nuevas reflexiones

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sobre la revolución en nuestro tiempo (1990), escrito bajo los efectos reaccionarios del triunfalismo capitalista que acompañó a la caída del muro de Berlín y de los regímenes estalinistas. Allí se afirma que el ciclo abierto por la revolución rusa se ha cerrado definitivamente. La “estrategia socialista” es reemplazada por la “construcción de una democracia radicalizada y plural” en un sistema capitalista en que se combinen la “intervención estatal y los mecanismos de mercado”. Por cierto, ninguna novedad.

Un esquema formalista discursivo de lo “social” y lo “político” Laclau y Mouffe parten de la idea de que los cambios sobrevenidos como producto de la ofensiva neoliberal –la fragmentación de la clase obrera y su retroceso– y los horrores del estalinismo, habían puesto en cuestión las “verdades” que habían fundamentado la práctica del marxismo, y que este estaba en una profunda crisis porque su “esencialismo clasista” le impedía comprender las luchas “particulares” de los nuevos movimientos sociales –feministas, ecologistas, étnicos, gays, etc.– que se habían transformado en los sujetos antagonistas. Según Laclau este “esencialismo clasista” y la reivindicación de la dialéctica� llevaban a una concepción totalizadora de una sociedad reconciliada consigo misma, lo que hacía del marxismo una teoría positivista más, viciada de objetivismo y potencialmente totalitaria, como había demostrado el estalinismo. Sin dudas, la burocratización de los Estados obreros, el aplastamiento por parte de la URSS de la revolución política en Hungría, Checoslovaquia y Polonia, la hegemonía teórica del “diamat”, el carácter retrógrado de los partidos estalinistas ante la opresión sexual y de género, entre otros elementos, colaboraron con la transformación de esta caricatura economicista del marxismo en un sentido común. Laclau cree encontrar la salida a este supuesto determinismo teleológico que le atribuye al propio Marx en la postulación de la constitución discursiva de lo social, autonomizando completamente la esfera de lo político con respecto a las relaciones sociales de producción2. La propiedad »


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IDEAS & DEBATES

“ ...a toda teoría (política) le llega su ‘momento de verdad’. Y la ‘razón populista’ de Laclau está encontrando sus propios límites en el giro a la derecha del kirchnerismo...

privada y la explotación del trabajo asalariado pierden toda centralidad, los puntos de antagonismos se multiplican y no hay ninguno que necesariamente tenga preeminencia. La aplicación del “giro lingüístico” a las relaciones sociales y políticas dio como resultado un modelo abstracto y algebraico del campo de lo “político” regido por las leyes del discurso, sintetizado en la “lógica hegemónica”, que como toda “lógica” funciona de manera independiente de las determinaciones históricas concretas que solo vienen a “llenar” de manera azarosa las categorías vacías. Para decirlo en pocas palabras, si el economicismo reducía lo político a la economía, el gris determinismo lingüístico reduce la acción política a las figuras rígidas de la retórica –metáfora, metonimia, catacresis, sinécdoque. Este esquema formalista, a pesar de la densidad teórica que le da la utilización de conceptos opacos para el común de los mortales, extrapolados de la teoría lacaniana3 (significante vacío, significante flotante, significante amo, objeto petit a, point de capiton, etc.), es relativamente sencillo. Como había planteado Saussure para el lenguaje, no existen los términos positivos, sino diferencias. Para establecer algún sentido este sistema debe ser cerrado, de lo contrario sería imposible el lenguaje. Trasladado a lo social, este también es una totalidad del conjunto de las diferencias, cuyo límite no puede ser otra diferencia sino algo excluido de manera radical y que permite que las diferencias constituyan un campo unificado. Sin embargo, esto que parece una solución sencilla no lo es, porque la existencia de un elemento excluido establece equivalencias entre todas las diferencias con respecto a él, y esta equivalencia es lo que cuestiona la relación diferencial entre los

elementos de la totalidad, es decir, lo mismo que constituye el sistema lo cuestiona, por eso esta totalidad es imposible como dato dado y surge como efecto totalizante en la tensión entre diferencia y equivalencia. Este efecto de cierre de la totalidad es posible cuando una diferencia individual (particular) asume la representación de la totalidad (universal). Justamente, la relación por la cual una particularidad reclama universalidad es lo que Laclau llama la relación hegemónica. Cuanto más vacía de contenido sea la demanda particular (significante vacío) más potencialidad tiene de articular diversas cadenas de equivalencias (otras demandas particulares) en una lógica hegemónica. Esas demandas que dividen el campo político no siempre permanecen en el mismo sistema de articulación, por ejemplo, una demanda de empleo puede transmigrar de una articulación política de izquierda a una de derecha, corriendo la frontera interna de división política; en este caso actúa no como “significante vacío” sino como “significante flotante”. En este esquema siempre hay un elemento que queda fuera de la cadena, que es irrepresentable y que termina por obstaculizar la expansión de la cadena de equivalencia, lo que es lo mismo que decir que cuestiona la hegemonía constituida y plantea la reformulación del campo político. Para Laclau, el proletariado tal como lo concibió Marx no podría jugar ese rol porque no es un “excluido radical”, sino que es parte necesaria del desarrollo de las fuerzas productivas, por lo tanto, lo que puede amenazar toda la cadena es el residuo excluido, es decir, el lumpenproletariado�. La “hegemonía”, como operación política por excelencia, es redefinida en términos de “articulaciones políticas contingentes” de sujetos

múltiples particulares cuya identidad es precaria y fragmentaria. Esta misma operación funciona en la “democracia plural” en la que un conjunto de demandas por similitud se unen en cadenas de equivalencias, y también en el populismo, donde quien asume el rol de significante vacío que permite construir la cadena de equivalencia del “campo popular” es un líder que mantiene la ambigüedad suficiente para permitir múltiples identificaciones.

Hegemonía, clases y “estrategia socialista” El efecto de esta operación de autonomización absoluta de lo “político” con respecto a los intereses materiales de las clases sociales fundamentales como determinantes en última instancia no fue, como pretendía Laclau, la deconstrucción de todas las clases y agentes históricos y su configuración contingente en articulaciones inestables y precarias, sino la afirmación de la primacía de la hegemonía burguesa por la vía de reforzar la operación de dominio por excelencia de la clase capitalista: el ocultamiento de sus intereses particulares de clase detrás de un supuesto “interés nacional”, o de cualquier otro “significante vacío” que tenga como efecto la unificación de un “campo popular” y que establece una “frontera interna”. Esta operación discursiva supone crear un enemigo fantasmagórico (la “oligarquía”, los “grupos económicos”, los “vendepatria”, los “zurdos”, etc.) para evitar que los explotados ataquen a sus enemigos reales, a su personal político y al Estado. Por esto, ya sea bajo las formas de la “democracia radical” o del “populismo”4, es decir, del bonapartismo, esta articulación hegemónica supone la conciliación entre explotadores y explotados, y por lo tanto la hegemonía política de la clase


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dominante. La encarnación de este interés nacional en el Estado, que se presenta de esta manera como un terreno neutro, lo habilita como “locus” para la lucha por la hegemonía. El divorcio entre lo social y lo político se expresa en dos tendencias de la teoría política “radical” igualmente impotentes para derrotar a la clase capitalista y su Estado. Mientras que el reformismo de Laclau expresa la “ilusión de lo político”, el autonomismo expresa el momento de la “ilusión de lo social”5. Negri postula la “inmanencia” de lo político en lo social, plantea que la esfera político-estatal ha dejado de existir y que la “multitud” como un agregado de singularidades actúa sin necesidad de ninguna mediación ni representación política. Considera superada la forma “soviet”, porque la democracia se ejerce de manera directa, y obviamente la forma “partido” como necesidad de organización política de los trabajadores y los explotados. Sin embargo, una vez en el “mundo real”, donde la representación política y el Estado (burgués) tienen una materialidad innegable, Negri termina proponiendo optar por algún “mal menor” burgués. La discusión de hegemonía no está reservada a la teoría política “radical” o a los debates entre intelectuales, sino que tiene una importancia estratégica fundamental para pensar cómo construir una “voluntad colectiva” que les permita a los explotados hacerse del poder político y sentar las bases de un nuevo Estado y una nueva sociedad6. Este debate, como reconoce el mismo Laclau en Hegemonía y estrategia socialista, tiene una larga historia en el marxismo ruso y en la III Internacional. Pero al contrario de su interpretación de la hegemonía como articulación política independiente de todo contenido de clase,

en la tradición del marxismo, incluso en las formulaciones más ambiguas de Gramsci, postular la hegemonía para la toma del poder adquiría su sentido en una sociedad dividida en clases, ya que implicaba definir a qué clases y fracciones de clase el proletariado se proponía “hegemonizar” (dirigir) y contra cuáles debía ejercer su dictadura (dominio). Esta hegemonía obrera no puede ejercerse desde lo social, sino que implica la necesidad de un partido revolucionario y un programa que tome las reivindicaciones sociales y democráticas de los sectores explotados y oprimidos y transforme al proletariado en clase dirigente de la alianza obrera y popular. La explotación capitalista no es un “relato” y no hay artilugio discursivo que permita ocultar eternamente los intereses de clase que defienden quienes gobiernan. El giro a la derecha del gobierno de Cristina y su ida a los “mercados”, al que ve con buenos ojos el conjunto de la burguesía y el FMI o las políticas antipopulares del gobierno de Maduro en Venezuela, anunciadas en el marco de una reunión con lo más granado del empresariado y el golpismo local, están anunciando el fin de la “ilusión populista”. Para no repetir tragedias históricas la clase obrera y los sectores explotados deben tener en claro quiénes son sus enemigos.

1. Para una evaluación sobre la trayectoria políticointelectual de E. Laclau ver: O. Acha, “Del populismo marxista al postmarxista: la trayectoria de Ernesto

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Laclau en la Izquierda Nacional (1963-2013)”, Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda 3, Año II, septiembre de 2013. 2. Para una crítica a esta concepción discursiva de lo social ver E. Meiksins Wood, ¿Una política sin clases? El postmarxismo y su legado, Bs. As., Ediciones RyR, 2013. 3. Laclau toma de Lacan la definición de cadena significante como estructura del deseo para pensar su lógica de las equivalencias y la articulación hegemónica. Para simplificar, digamos que el significante es polisémico y el sentido se desliza en la cadena significante por operaciones de sustitución como la metonimia y la metáfora. Sin embargo existen puntos donde el desplazamiento de la cadena se detiene, el significante se “anuda” a un significado y produce una significación. Este es el llamado point de capiton o punto de almohadillado. 4. Algunos de los ejemplos históricos de populismo que plantea Laclau podrían reinterpretarse a partir de la categoría de “bonapartismo sui generis” que Trotsky elaboró para caracterizar al régimen de Lázaro Cárdenas en México, y que es extensible al análisis de otros movimientos nacionalistas burgueses como el primer peronismo. Ciertos rasgos de bonapartismo sui generis tuvo también a los inicios el régimen de Chávez en Venezuela. 5. En diversas oportunidades Laclau polemizó con otras variantes de la teoría política “radical”, fundamentalmente con su exdiscípulo, S. Zizek, a quien le criticó su eclecticismo teórico, y con T. Negri, señalando que la horizontalidad de lo social tiene una articulación vertical en la política. Zizek le ha discutido correctamente a Laclau que en la multiplicidad de luchas e identidades (feministas, ecologistas, étnicas, LGTB, etc.) la lucha de clases no es un elemento más en esta cadena de equivalencias sino que tiene preeminencia para la lucha anticapitalista. Ver Contingencia, hegemonía, universalidad y La razón populista. 6. Sobre los debates actuales en torno a la hegemonía proletaria ver Gastón Gutiérrez, “Sobre la actualidad de la ‘apuesta leninista’”, Lucha de Clases 6, 2006, y Juan Dal Maso y Fernando Rosso, “La hegemonía light de las ‘nuevas izquierdas’”, IdZ 8, 2014.


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IDEAS & DEBATES

Psicoanálisis y marxismo. Pasado y Presente

Ilustración: Natalia Rizzo

Alejandro Vainer Psicoanalista. Coordinador general de la Revista Topía. Las enseñanzas de Freud son tan importantes para el marxismo y la política: porque convergen ratificando, en el análisis del sujeto extendido hasta mostrar las determinaciones del sistema en su más profunda subjetividad, las verdades que Marx analizó en las estructuras “objetivas” del sistema de producción. León Rozitchner, Freud y los límites del individualismo burgués. Es auspicioso el espacio abierto por IdZ sobre la cuestión del marxismo y psicoanálisis. Primero, el texto de Claudia Cinatti “El psicoanálisis en cuestión” y luego “El psicoanálisis no es el marxismo, pero...“ de Eduardo Grüner. Los mismos cuestionan desde el marxismo el lugar del psicoanálisis y los psicoanalistas. Sin embargo, apenas mencionan la producción de distintos autores que entrecruzaron psicoanálisis y marxismo, en especial de Argentina. Cinatti refiere a debates de autores franceses, dejando de lado mucho de lo producido desde otros lugares. En el final propone: “desarrollar esta crítica teórica (y práctica) fue uno de los propósitos de la llamada ‘izquierda freudiana’. Este objetivo fallido fue retomado posteriormente por J. Bleger y el movimiento Plataforma Internacional. Quizás ha llegado el momento de retomar este camino”. No llegó el momento de retomarlo, sino de hacer visible lo ya producido. Este es un requisito

para poder avanzar en el tema. Caso contrario, nos vamos a encontrar con dos consecuencias. 1-Dejar en el olvido una serie de autores fundamentales. Esto no es solo un problema histórico. Nos deja huérfanos de maestros, genealogías y herencias. 2-Empobrecer las polémicas y las posibles acciones que promueven los cruces entre psicoanálisis y marxismo. Se vuelve una y otra vez al Freud burgués y a la crítica del establishment psicoanalítico. Y se esquiva lo producido a la izquierda de Freud. Por todo esto, sintetizaremos algunas historias y caminos actuales1.

I El psicoanálisis y el marxismo son plurales. No hay “un marxismo” y “un psicoanálisis”. A lo largo de estos años hubo y hay diferentes lecturas y prácticas del marxismo y del psicoanálisis.

Dentro del psicoanálisis hay distintas escuelas que consideran de forma diferente la constitución y el funcionamiento del psiquismo. Dentro del marxismo, divergencias políticas y teóricas recorrieron el mundo desde fines del siglo XIX. Si no podemos hablar de un psicoanálisis y un marxismo, la lógica nos indica que los entrecruzamientos posibles entre “los” psicoanálisis y “los” marxismos se multiplican. Puede haber un abismo de intereses teóricos, políticos y clínicos. También distintos contextos, proyectos, ideologías y epistemologías. Pero en vez de considerar que hay intentos diversos de encontrar puntos de contacto se infiere la utópica idea de un engendro: una sola mega teoría “freudomarxista” que supuestamente da respuesta a todo. A partir de este presupuesto, se ha convertido en un clásico desdeñar a todo autor que haya intentado algún cruce entre marxismo y psicoanálisis. Lo curioso es que el camino es el mismo


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a derecha y a izquierda: acusar de “freudomarxista”, aseverar su fracaso y pasar a otra cosa. Se los llamó “freudomarxistas” a pesar de que ninguno de los autores se reconoció como tal. No tuvieron en común más que intentar, con distinta suerte, algún cruce entre Freud y Marx. En la Argentina, el neologismo “psicobolche” descalifica y cierra la puerta para cualquier intento de retomar algún camino abierto. Y sus efectos continúan. Sea por descalificación o simple omisión. El problema no es cuando aparece por derecha, lo cual es esperable. La cuestión es cuando sucede dentro del campo del marxismo de hoy.

II Los primeros psicoanalistas marxistas se autodenominaron izquierda freudiana. Este movimiento de la década del ‘20 del siglo pasado incluía a psicoanalistas que a su vez eran marxistas como Wilhelm Reich, Otto Fenichel, Sigfried Bernfeld, Vera Schmidt y otros. Tuvieron diversa militancia política e intentaron ver qué aportes mutuos podía haber entre psicoanálisis y marxismo. Sin embargo, esta izquierda freudiana fue combatida tanto en el campo del psicoanálisis como del marxismo de entonces, en especial en su versión estalinista. En el campo del psicoanálisis, la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) y otras “mundiales psicoanalíticas”, fueron y son de derecha. El clima político en Europa, con el ascenso del nazismo, llevó a que la institución criticara a los psicoanalistas con militancia política de izquierda. Finalmente, por temor a represalias, excluyó tanto a sus miembros judíos como a los marxistas con la excusa de una supuesta política de supervivencia para el psicoanálisis. En realidad, deberíamos decir para la institución psicoanalítica. Esto fue avalado por el propio Freud, a quien casi le cuesta la vida su empecinamiento por quedarse en Viena. Este fue el motivo del exilio de muchos psicoanalistas, incluso los de la izquierda freudiana. Por otro lado, la historia del psicoanálisis en la Unión Soviética es poco conocida. Previamente a la revolución había un movimiento psicoanalítico importante. En 1904 se tradujo al ruso La interpretación de los sueños, la primera obra de Freud que se publicó en otra lengua. Luego de la revolución de 1917 el psicoanálisis siguió desarrollándose, con experiencias innovadoras como el “Hogar Experimental de niños” de Vera Schmidt. Hay que destacar que Trotsky siempre tuvo una actitud positiva frente al descubrimiento freudiano, considerando las posibilidades que tenía su articulación con el marxismo2. Pero, tras la muerte de Lenin y

el ascenso de Stalin, el psicoanálisis, junto con otras corrientes, fue eliminado por “antisocialista”3. A partir de entonces, el estalinismo atacó al psicoanálisis acusándolo de “burgués”. Y a cualquier intento de relación entre psicoanálisis y marxismo. Pero, tal como decíamos, no existe una mega teoría “freudomarxista”, sino producciones que son absolutamente diversas. Tomemos dos ejemplos. -Wilhelm Reich suponía que las neurosis se debían a la falta de una satisfacción sexual plena y repetida en la relación sexual genital. Esta teoría fue uno de los fundamentos para organizar dentro de su militancia del Partido Comunista en Alemania la “Asociación para una Política Sexual Proletaria”, SEXPOL, donde se daba información sobre sexualidad y anticoncepción a más de 40.000 adherentes. Ni el Partido Comunista ni la Asociación Psicoanalítica Internacional aceptaron la propuesta y terminó fuera de las dos instituciones al poco tiempo. Luego del triunfo del nazismo en 1933, escribió su libro más importante: Psicoanálisis de las masas y el fascismo, donde analizaba cómo había penetrado y ganado el nazismo en la subjetividad de los alemanes4. -La propuesta de la llamada “izquierda lacaniana” parte de ciertos cruces de Lacan y Marx. Es un movimiento heterogéneo neoestructuralista, donde muchos de sus autores suponen “superado” al marxismo5. Se incluyen autores tan disímiles como Alan Badiou, Slavoj Zizek y Ernesto Laclau. El argentino Jorge Alemán, consejero cultural de la embajada argentina en España, y tan entusiasta como Laclau por el presente gobierno, es uno de sus representantes aquí. Y propone la concepción lacaniana de Sujeto como única salida para la crisis del marxismo: “la izquierda marxista puede elaborar su final en el único ámbito en el que ese final puede adquirir un valor distinto al de cierre o cancelación, un final que no es tiempo cumplido sino oportunidad eventual para otro comienzo. Ese ámbito tal vez pueda ser el pensamiento de Jacques Lacan, única teoría materialista sobre el malestar de la civilización propio del siglo XXI”6. El duelo por el marxismo revolucionario pasa por retomar a un Marx pasado por Lacan. El capitalismo se transforma en un discurso y la lucha de clases en un populismo de centroizquierda. A esta altura, no quedan dudas. Psicoanálisis y marxismo son plurales y sus cruces llevan a diferentes sitios.

III En nuestro país hubo y hay distintos entrecruzamientos que es necesario destacar.

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La obra de José Bleger fue el primer intento de encuentro entre psicoanálisis y marxismo. En Psicoanálisis y dialéctica materialista. Estudios sobre la estructura del psicoanálisis7, intenta una revisión del psicoanálisis con la dialéctica materialista para llegar a la supuesta cientificidad, tomada como sinónimo de materialismo. El objetivo de Bleger, miembro del PC, era poder “defender” al psicoanálisis en un contexto en que el estalinismo había decidido que solo había una psicología científica, la reflexología. La constitución de Plataforma Internacional en 1969, durante un Congreso Psicoanalítico Internacional de Psicoanálisis en Roma, fue un hito. Esto se produce en un clima de época donde se desarrollaban procesos revolucionarios anticapitalistas y antiimperialistas (desde el Mayo francés al Cordobazo). Un grupo de psicoanalistas organiza un “contracongreso” para oponerse a un psicoanálisis que eludía el compromiso social y estaba al servicio de las clases dominantes. Desde esta perspectiva se funda en dicho año Plataforma Argentina. En 1971, sus integrantes renuncian por motivos ideológicos a la IPA. Entre sus miembros estaban Marie Langer, Gilou García Reynoso, Armando Bauleo, Hernán Kesselman, Juan Carlos Volnovich, Emilio Rodrigué y Eduardo Pavlovsky, entre otros. Junto a ellos renuncian los integrantes del grupo Documento, liderado por Fernando Ulloa. Los dos tomos de Cuestionamos sintetizan algunos de sus aportes teóricos8. El epígrafe del libro es claro: “Freud y Marx han descubierto por igual, detrás de una realidad aparente, las fuerzas verdaderas que nos gobiernan: Freud, el inconsciente; Marx la lucha de clases”. Estos grupos habilitaron la formación psicoanalítica por fuera de la institución oficial. Esto posibilitó, desde entonces, la capacitación de psicoanalistas en otros espacios. En 1972 se creó el Centro de Docencia e Investigación dependiente de la Coordinadora de Trabajadores de Salud Mental. Allí se impartía formación general y específica en Psicoanálisis y Salud Mental. Incluía “Materialismo Histórico y Dialéctico” como materia básica para todo Trabajador de Salud Mental (TSM). Su praxis incluía el trabajo en diferentes hospitales públicos y su participación gremial y política. Por ejemplo, hay que destacar cómo la Federación Argentina de Psiquiatras fue uno de los gremios más combativos del campo de la Salud de esos años. Pero, primero con el accionar de la Triple A, y luego con el accionar de la última dictadura, muchos de los TSM de izquierda tuvieron que exiliarse. Otros pasaron al encierro de los consultorios privados. Algunos resistieron a la »


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IDEAS & DEBATES

“ Psicoanálisis y marxismo son plurales y sus cruces llevan a diferentes sitios.

dictadura, en especial en organizaciones de Derechos Humanos. Sigue siendo necesario mencionar el accionar del terrorismo de Estado con los 340 campos de concentración y los 30.000 desaparecidos entre los que se encontraban 110 Trabajadores de Salud Mental y 66 estudiantes9. Muchos de estos psicoanalistas desarrollaron su producción teórica, su práctica clínica y su compromiso político desde entonces y abrieron caminos para quienes continuamos por dicha senda10. Pero es necesario detenernos en algunos autores insoslayables hoy. León Rozitchner estudió y se doctoró en filosofía en París. Fue un intelectual que construyó su obra a partir del compromiso con los distintos momentos históricos del país y esta excede el encuentro entre psicoanálisis y marxismo. Fue maestro de varias generaciones de psicoanalistas, inclusive de muchos de Plataforma y Documento. Es quien ha hecho el cruce más fértil entre Marx y Freud para poder comprender cómo la dominación del capitalismo se constituye en nuestra subjetividad. Su “tríptico psicoanalítico” empieza con Freud y los límites del individualismo burgués (1973). Luego continúa en su exilio en Venezuela, con Perón: entre la sangre y el tiempo. Lo inconciente y la política (1979) y Freud y el problema del poder (1982). Luego sus desarrollos se profundizaron en relación al cristianismo y el capitalismo. Finalmente su planteo del lugar de “la madre” y su papel carnal en la constitución de nuestra subjetividad lo llevó a reformular el concepto de materialismo en Marx11. Enrique Carpintero es psicoanalista. Trabajó en el equipo de asistencia a la CONADEP, luego organizó el equipo de crisis del Plan Boca Barracas. En 1991 fundó la Revista Topía. Psicoanálisis, sociedad y cultura. Como director de la misma abrió un espacio que excede a una mera revista, ya que implica una propuesta con una editorial y un equipo de trabajo comprometido con el movimiento social y político12. Durante este lapso se han publicado textos y libros de diferentes autores, entre ellos Helmut Reiche, Christophe Dejours, Franco Basaglia, James Petras, Cyril Smith, René Major, Fernando Ulloa, León Rozitchner, Armando Bauleo, Vicente Zito Lema, Juan Carlos Volnovich, Alfredo Grande, Eduardo Grüner, Andrea D’Atri, Pablo Rieznik, Maristella Svampa, Miguel Benasayag, Silvia Bleichmar, Eduardo Pavlovsky y tantos otros que han criticado un psicoanálisis que se crea por fuera de las determinaciones sociales desde una posición de izquierda. En su producción Carpintero continúa lo trabajado por Rozitchner, partiendo de considerar cómo el poder actúa desde dentro de la subjetividad. En su obra encontramos ideas que permiten avanzar en esta perspectiva a partir del entrecruzamiento entre Freud, Spinoza y Marx. Su concepción de “corposubjetividad” implica una subjetividad corporal que se construye en una intersubjetividad en el interior de una cultura. Se forja en el anudamiento de tres aparatos: el orgánico, el psíquico y el cultural. Esta concepción permite salir de los reduccionismos al considerar la subjetividad de

forma compleja en sus determinaciones sociales y políticas. Además desarrolló una serie de conceptos para desentrañar las nuevas subjetividades producidas por el capitalismo actual que se sostiene en la fragmentación, la violencia destructiva y autodestructiva. Para ello reformula de una forma original el concepto de pulsión de muerte. Y cómo el poder capitalista lo utiliza para nuevas formas de dominación13. En esta recorrido vimos diferentes cruces entre psicoanálisis y marxismo. La cuestión es si quedan descalificados, ninguneados u olvidados. Visibilizarlos es el primer paso para continuar en dicho camino para quienes consideramos que son herramientas necesarias no solo para debates y polémicas, sino para los desafíos políticos que nos plantea como marxistas enfrentar la dominación capitalista actual.

1. La mayor parte de estas cuestiones fueron trabajadas en Vainer, Alejandro, A la izquierda de Freud, Editorial Topía, Bs. As., 2009. También en Carpintero, Enrique y Vainer, Alejandro, Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la Argentina de los ‘60 y ‘70, Bs. As., Editorial Topía, Tomo I (2004) y Tomo II (2005). 2. A pesar de su posición reaccionaria que lo lleva al despropósito de acusar a Trotsky tanto de inventar un “freudomarxismo pavloviano” como del suicidio de su hija Zina, se pueden ver los pormenores de la posición de Trotsky en relación al psicoanálisis en Chemouny, Jacky, Trotsky y el psicoanálisis, Bs. As., Ed. Nueva Visión, 2007. 3. Miller, Martin A., Freud y los bolcheviques. El psicoanálisis en la Rusia Imperial y en la Unión Soviética, Bs. As., Ediciones Nueva Visión, 2005. 4. Reich, Wilhelm, Psicología de las masas y el fascismo, Bs. As., Editora Latina, 1972. 5. Stavrakakis, Yannis, La izquierda lacaniana. Psicoanálisis, teoría, política, Bs. As., Fondo de Cultura Económica, 2010. 6. Alemán, Jorge, Para una izquierda lacaniana. Intervenciones y textos, Bs. As., Grama, 2009, pág. 21. 7. Bleger, José, Psicoanálisis y dialéctica materialista, Bs. As., Editorial Paidós, 1958. 8. Langer, Marie, Cuestionamos y Cuestionamos 2, Bs. As., Granica Editor, 1971-1973. 9. Carpintero, Enrique y Vainer Alejandro, op. cit. Este dato surge a partir de la investigación que realizamos para este texto. 10. Para consultar su producción, puede consultarse Carpintero, Enrique y Vainer, Alejandro, op. cit. 11. Bensaid, Daniel; Marx Karl; Rozitchner, León, Volver a la cuestión judía, Madrid, Gedisa, 2011. Rozitchner, León, Materialismo ensoñado, Bs. As., Ed. Tinta Limón, 2011. 12. Esta posición llevó a lo largo de los años a diferentes acciones, entre ellas desde el trabajo en la fábrica recuperada Grissinópoli hasta que hoy algunos miembros de Topía apoyemos públicamente al FIT. 13. Para ello se pueden consultar los artículos editoriales de Topía en www.topia.com.ar. También en sus libros: Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos (1999). La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, (2003).


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La experiencia de la Asociación de trabajadores de Cine, TV y Técnicos de Gran Bretaña

una experiencia para el control obrero del cine y la tv Violeta Bruck y Javier Gabino Documentalistas, TVPTS.

En 1895 los hermanos Lumière presentaron su cámara, el cinématographe, de la cual ellos mismos eran operadores. Ante el impacto, para el año siguiente encargaron la construcción de 200. Podía transportarse como una pequeña maleta, de manejo manual, no dependía de la electricidad. Notablemente se podía ajustar para convertirla en proyector y máquina de copiar, por lo que un solo operateur con el equipo representaba una unidad completa de trabajo. Podían ir a una ciudad, ofrecer presentaciones, rodar nuevas películas en el día, revelarlas, copiarlas en su cuarto y exhibirlas por la noche. Y eso hicieron. Los operadores de Lumière trabajaron en todos los continentes, salvo en la Antártida; y tras las proyecciones el público se los llevaba en andas. En poco más de dos años hicieron crecer la colección de películas de la firma a más de 750, pero en los anuncios y en la prensa siempre figuraban las palabras Lumière y cinématographe, pero rara vez la del operateur. En 1995, en ocasión del primer centenario del nacimiento del cine, el British Films

Institute encaró un proyecto audiovisual para repasar la historia. En Francia es Jean-Luc Godard quien encara la tarea, pero realiza un controvertido film llamado 2x50 años de cine francés. En él discute con Michel Piccoli, encargado de los acontecimientos institucionales que se preparan para la celebración. Entre varios ataques, Godard le pregunta incisivamente qué es exactamente lo que se celebra. Piccoli responde: “Se celebra el primer siglo del cine. Hemos tomado como fecha el año 1895 que es la fecha de la primera exhibición pública con espectadores que pagaron para ver una película”. A esto Godard replica: “Es decir que se celebra la explotación del cine, no la producción”. La epopeya del primer cine había sido reducida oficialmente al cobro de una entrada. En el siglo que separa ambas historias, el cine fusionado con la industria dio lugar a un nuevo tipo de experiencia cultural. Para encarar producciones a escala masiva, el viejo cinématographe se diversificó en múltiples dispositivos de registro y producción, mientras el operateur

mutó a un colectivo de técnicos y trabajadores de la industria del cine. A su vez, la industrialización dividió el trabajo en tres grandes aéreas: Producción, Distribución y Exhibición, sin los cuales los films tampoco llegarían al gran público. Sin ellos no habría películas, ni series de TV, ni noticiarios, no habría historias. Ese trabajo está siempre a la vista porque el plano filmado es el resultado de la confluencia entre electricidad, iluminación, fotografía, sonido, vestuario, maquillaje, escenografía, limpieza, catering, guionistas, actores. En el silencio de “la toma” se captura ese producto colectivo, pero en los anuncios y en la prensa siempre figuran brillantes las palabras “director” y “productor”. Este artículo tiene el objetivo de divulgar el punto de vista sobre la “industria” que intentaron adoptar en Inglaterra sus trabajadores, a través de su Sindicato, la Asociación de trabajadores de Cine, TV y Técnicos de Gran Bretaña (ACTT en sus siglas en inglés1). En un momento de crisis económica tuvieron el atrevimiento de pensar que podían tomar en sus manos »


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CULTURA Cine & Televisión

bajo control obrero y sin compensaciones de toda la industria del cine y la TV británica.

En vistas del fracaso de la propiedad privada En las páginas del proyecto se encuentra un estudio pormenorizado, a través de los años, sobre los principales monopolios, procedencia, ganancias, datos de distribución, costos de producción, publicidad, relación con los salarios, etc. de la industria británica. Transcribimos aquí algunos fragmentos cortos de las conclusiones. Creemos que tienen una enorme actualidad para pensar una respuesta a problemas similares que enfrentan hoy trabajadores del cine y la TV, en Europa, tras la crisis capitalista. Podría haber sido una salida incluso en los casos de cierres y reestructuraciones del sector público, como la TV griega (ERT) compuesta por tres cadenas, o la Radiotelevisión Valenciana (RTVV); ambas cerraron dejando a miles de familias en la calle, a pesar de la lucha y resistencia de sus trabajadores. El proyecto de la ACTT en cuanto a la caracterización y política general planteaba:

el control, lo cual abre algunas reflexiones que abordaremos al final del artículo. Para esta investigación, además de la traducción al español del informe original de la ACTT, se realizó hace unas semanas una entrevista en video a Peter Cox2, miembro del Comité Ejecutivo Nacional de BECTU (Broadcasting Entertainment Cinematograph and Theatre Union), quién rescató esta historia en 2010. El video, e informe completo traducido, puede verse en internet.

Ante la crisis, ¡tomar la industria en nuestras manos! En agosto de 1973, la ACTT publicó el informe “Nacionalizar la industria del cine y TV”, que fue la culminación de aproximadamente dieciocho meses de trabajo de un foro abierto con decenas de miembros. El foro había sido creado dos años antes, en 1971, en medio de una gran crisis del sector audiovisual. Se impulsa por iniciativa de militantes del grupo de tendencia trotskista Socialist Labour League, a partir de la regional de “freelances” que plantean en asambleas esta perspectiva; como resolución se organiza el foro para debatir el tema. Hay que destacar que la discusión de casi dos años que da lugar al informe final de la ACTT se dio en el medio de un ascenso de la lucha de clases en Gran Bretaña. Del ‘68 al ‘74 se vivió una gran oleada de luchas obreras. La más destacada

fue la huelga minera nacional en 1972, que triunfó, por aumento salarial contra el gobierno de Edward Heath (Partido Conservador), donde por primera vez se organizaron los “flying pickets” (piquetes móviles) en la entrada de las fábricas para que no entren los carneros, incluso a otras industrias relacionadas con el sector. La oleada de huelgas es lo que más tarde hizo caer al gobierno conservador de Heath. En esta situación, cuando en 1971 el debate es llevado a las bases del Sindicato de Cine y TV, surge la conclusión de que la crisis es producto del dominio capitalista del sector. Peter Cox cuenta que el ala derecha intentó sabotear y retrasar el proceso. Pero no tuvieron éxito. (…) Era una perspectiva para atraer a todos los trabajadores en la industria del cine, escritores, productores, directores, a todo el mundo, a los trabajadores que barren el escenario.

En el Foro se investiga y elabora un programa para dar salida a la crisis. Se apunta a los monopolios nacionales y extranjeros, que desinvierten, precarizan el trabajo, cierran estudios, generan desempleo, porque la producción cinematográfica es un simple negocio. El programa luego es votado en un congreso de varios gremios que lo apoyan, y plantea como conclusión la audaz propuesta de que es necesaria la nacionalización

En vista del fracaso total de la presente propiedad privada del sistema de producción cinematográfica, distribución y exhibición, no solo para proporcionar a los miembros de este y gremios aliados empleo completo, la seguridad del trabajo y un futuro seguro para ellos y sus familias, sino también para garantizar la propia continuidad de la producción cinematográfica en sí, y la existencia y desarrollo de los medios técnicos necesarios, esta Unión exige la nacionalización de la producción cinematográfica, distribución y exhibición sin indemnización y bajo el control de los representantes de los trabajadores elegidos por ellos, con el fin de servir a la sociedad adecuadamente en sus necesidades culturales y de entretenimiento.

Hay que tomar en cuenta que no solo tomaron este programa en defensa de sus puestos de trabajo, sino que expresaron en él un proyecto distinto para la industria del cine, a la que consideraban “un medio de expresión cultural nacional, una fuente de riqueza general de la comunidad, de bienestar y disfrute, un medio básico de comunicación y educación”. En contraposición a que “desde su desarrollo tecnológico y la subsecuente industrialización inicial, el cine ha sido el instrumento de las fuerzas sociales y económicas dominantes en la sociedad… una industria que es propiedad y está controlada por grandes imperios financieros cuya única preocupación es el balance social y el dividendo”. Por esto concluían que sus razones para exigir la propiedad pública de la industria eran sociales y políticas. A su vez, la idea del “control obrero” surge de la experiencia negativa ante nacionalizaciones anteriores, que según ellos les habían enseñado algunas lecciones: …el alcance de nacionalizaciones anteriores siempre ha sido insuficiente desde el principio, y las industrias, una vez en manos del sector público, han sido manipuladas para servir


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a las necesidades del sector privado. (...) Nuestra demanda es para una industria en la que los propios trabajadores sean responsables de la gestión de la industria… sin los cuales no podría existir. El Control de los Trabajadores de la industria del cine no es un adorno bonito, sino una parte esencial de nuestra demanda…sin ella, ni la relación del trabajador con su vida, ni la relación de la industria con la comunidad puede cambiar.

Para terminar se planteaba que todo esto debía implementarse sin compensaciones, porque: No hay que pagar por los productos de la explotación de la población y los trabajadores de la industria... Los activos de la industria de cine se encuentran casi exclusivamente en manos de los monopolios nacionales y extranjeros que han estado estrangulando y apretando la industria y el público, y la posibilidad de compensar a estos monopolios para su explotación, nos repugna.

La adopción de este programa por parte de un Sindicato provocó una dura oposición desde la derecha, ya que demostraba un cerrado enfrentamiento a que la crisis la paguen los trabajadores. A la vez ponía en marcha ideas sobre la “industria cultural” y los medios, que apuntaban en una perspectiva anticapitalista. Demostrando al mismo tiempo que los sindicatos no tienen porqué limitarse a levantar demandas mínimas.

Silenciar y condenar al olvido A las pocas semanas de publicarse, como reacción al avance de las bases, Peter Cox cuenta que desde la conducción se organiza un “gran golpe, un golpe del ala derecha, en el Sindicato” en unidad con los sectores estalinistas. “El efecto deseado era silenciar a quienes habían producido el informe sobre la nacionalización y enterrar el informe”. Una verdadera caza de brujas interna que desplaza a los impulsores, para disciplinar a los trabajadores del cine. Peter Cox, que participó en aquel foro como un miembro más, dice que para él, los medios son una parte muy importante del control social y la gran batalla es –y la ha sido durante varias décadas aunque no se hable de esto–, ¿qué clase debe controlarlos? ¿Quién debería controlarlos, la burguesía o los trabajadores?

De ahí que fuera quien se ocupara de rescatar el proyecto de la ACTT para el presente. Aunque las cosas parecen no haber cambiado porque, según él, “fue una larga batalla, logré convencer al Sindicato de que suban el informe en el sitio web, aunque no lo adoptaran como política propia, en parte porque han pasado cuarenta años y en parte, bueno, ¡no quieren adoptarla como política propia!”, aunque sea “un buen momento para sacar a relucir estas ideas, porque deben volver a cobrar vida” en el contexto de la crisis capitalista.

Planes para la industria cultural Hay varios aspectos interesantes para rescatar de esta historia. Uno de ellos es que el planteo de la ACTT de “Nacionalización sin pago y bajo control obrero de la industria cinematográfica”, en Inglaterra, surge como salida realista luego de un análisis concreto de la crisis de la industria, desde adentro de un Sindicato y por el debate de las bases. Al ser un Sindicato de trabajadores y técnicos quien organiza el foro y prepara este programa, se tiñe la experiencia de componentes distintos a otros planes de ataque a la industria cultural con visiones más “utópicas”. Hay que recordar igualmente que en situaciones agudas de lucha de clases o procesos revolucionarios en otros países, cuando se enfrentó abiertamente el dominio capitalista, los técnicos y trabajadores del cine fueron parte sustancial, aunque a veces se recuerden más los nombres conocidos de directores. En esos momentos también surgió la idea del “control obrero”. El mayor límite que tuvo la experiencia de la ACTT fue la total confianza en el Partido Laborista, para una supuesta aplicación pacífica y gubernamental del mismo. La historia demuestra que un programa de estas características solo puede ser impuesto por medio de una lucha revolucionaria, que decida enfrentarse a la violencia impuesta por el Estado para defender los intereses de la “industria cultural”. Esta conclusión debe acompañar la revalorización de esta perspectiva, que adquiere una enorme actualidad, ante la crisis capitalista actual. En Argentina, conocer esta experiencia sirve para pensar alternativas realistas para los trabajadores del sector. Aunque no estamos ante casos de cierres masivos o desempleo, en el sector existe un alto índice de precarización laboral, a pesar de la permanente propaganda oficial sobre los supuestos beneficios de la nueva Ley de Servicios Audiovisuales. Aprovechando esto y el bajo costo de la mano de obra, grandes productoras internacionales encuentran en Argentina una base donde finalizan trabajos que destinan a distintos países. A la vez, el monopolio norteamericano de la distribución y exhibición cinematográficas se mantiene sobre el 70 % de las salas de cine; mientras las políticas para la “producción nacional”, solo mantienen un espacio de producción subordinado a muy bajo costo. Conocer y difundir esta experiencia es también un aporte para que los trabajadores de medios audiovisuales y realizadores pensemos la necesidad de recuperar también los sindicatos, para transformarlos en herramientas de lucha por los intereses de los trabajadores, con una orientación que comprenda los medios de producción cultural desde una perspectiva anticapitalista. Cabe una última reflexión que va más allá de esta experiencia. La idea misma de “industria cultural” de la cual la industria cinematográfica es un paradigma, es una contradicción en los términos, en vista de que es el primero (industria) el que domina y determina el segundo. Y así, lo que podría contribuir al crecimiento de la creatividad y subjetividad humana, se reduce a la historia del cobro de un boleto de entrada. De ahí que los avanzados medios técnicos

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de producción estén en manos de monopolios concentrados, que además no permiten su uso por parte de la aplastante mayoría de la población, arrogándose el derecho supremo de definir los contenidos e imponer las formas. En la introducción a este artículo quisimos mostrar cómo el trabajo de la legión de “técnicos” queda relegado y oculto, producto de una forma de producción y realización que bien podría ser otra. Podemos decir también que, de alguna manera, en las particularidades de la industria cinematográfica, los trabajadores involucrados directamente en la realización sufren no solo una expropiación desde el punto de vista del valor, sino otra desde el punto de vista del aporte creativo. Aunque el director aporte “su mirada” y sea considerado “un genio”, todas las películas están construidas en base a innumerables aportes creativos que construyen el plano finalmente recortado por el camarógrafo. El solo hecho de pensar que los avanzados medios técnicos de producción pudieran pasar a ser bienes públicos controlados por los operateurs despierta la imaginación ante la segura explosión creativa resultante de tal experiencia.

1. Association of Cinematograph, Television and allied Technicians. 2. La entrevista fue realizada por José María Martinelli, documentalista argentino residente en Londres, corresponsal de TVPTS (puede verse en el canal de Youtube “londoninformes”). Peter Cox es documentalista, miembro del Comité Ejecutivo Nacional de BECTU (sindicato de los trabajadores técnicos de Radiodifusión, Entretenimiento, Cine y Teatro), en representación del sector/regional de producciones de Londres.

MULTIMEDIA Esta nota incluye un video de 10 min. y un archivo en PDF que pueden encontrarse en este QR o buscarse en la web de Ideas de Izquierda y en el blog de los autores: www.ensayosilegales.net.


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Ilustración: Hidra Cabero

John Coltrane. Política del sonido Fernando Aiziczon Historiador, docente UNC.

“La música de Coltrane y lo que éste tocaba durante los dos o tres últimos años de su vida representaron para muchos negros el fuego, la pasión, el odio, la ira, la rebeldía y el amor que ellos mismos sentían, sobre todo los jóvenes intelectuales y revolucionarios negros de la época (…) Coltrane era su símbolo, su orgullo; su hermoso, negro y revolucionario orgullo. Yo lo había sido unos años antes, ahora él lo era y yo no tenía nada que objetar”. Miles Davis John William Coltrane (1926-1967) tuvo sus primeras incursiones musicales en bandas de jazz cuando fue marinero estadounidense durante la II Guerra Mundial. Tenía 20 años, tocaba el saxo alto pero estaba lejos de descollar, era uno más del enorme pelotón de saxofonistas de jazz que desfilaban tocando en bares de Filadelfia y cuyo héroe absoluto era el inalcanzable

Charlie Parker. Tras licenciarse del ejército, Coltrane profundiza sus estudios de manera intensa hasta que es convocado, amistad mediante, a la banda de Dizzy Gillespie (1949). Jazz bailable en tensión con el emergente y vertiginoso bebop, mixturado en Gillespie con algunos toques afrocubanos (“A Night in Tunisia”), y en un contexto de crisis de las grandes orquestas, configuraron el primer gran ambiente donde Coltrane forjó de modo tímido su primer sonido, que según los críticos consistía en una mezcla caótica y embrollada de rhythm and blues con fuerte tendencia hacia solos melódicos, especialmente en baladas. Las descripciones de su figura logran transmitir la imagen de un tipo de gran porte, alto, huesudo, vistiendo trajes largos y anchos, poco elegante (la antítesis de un Miles Davis) pero que con su aspecto de conjunto presentaba una interioridad profunda, por ello es casi imposible encontrar fotografías que lo muestren sonriendo

o gesticulando; Coltrane más bien es un tipo demasiado serio. No obstante tocar con un consagrado de la escena jazzística, Coltrane seguía en un segundísimo plano. El gran salto lo dará cuando abandone a Gillespie y se integre a la banda de Miles Davis en 1955, pero hasta que eso ocurra Coltrane avanzará en base a un frenético ritmo de estudio, algo que lo distinguió sobre el resto de los músicos: utilizando un subsidio por su licencia del ejército o tomando cursos en escuelas de música, Coltrane no paraba de estudiar hasta el agotamiento físico. Aún así, Davis no terminaba de convencerse en incorporarlo a su banda y prefería oscilar entre Coltrane y el gran saxofonista de la época: Sonny Rollins. Al cabo de un tiempo de prueba todo cambió; incluso la sensación del exigente oído de Davis, quien cuenta que tras los primeros conciertos de lo que comenzó a llamarse el Miles Davis Quintet


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solía pellizcarse para caer en la cuenta de que la música que producía era simplemente increíble. Escuchar “Stablemates” es apreciar a un Coltrane más sólido dentro del panorama del hard bop cultivado por entonces en el Quinteto de Davis, también a pleno despegue del cool jazz. Si bien Coltrane aprendió mucho de Davis, quien al despedirlo le regaló un saxo soprano –instrumento con el que Coltrane pegará un salto de sonido inigualable–, el otro maestro suyo fue el pianista Thelonious Monk, con quien compartió su cuarteto durante casi todo el año 1957: “le hablaba de problemas musicales y se sentaba al piano y me mostraba las respuestas simplemente tocándolas”1. Con esta experiencia Coltrane tuvo que sostener extensos minutos (más de 20) soleando mientras Monk paseaba por el escenario, o daba interminables vueltas a su piano, o se movía en círculos tratando de encontrar el mejor lugar para apreciar la música (existe un hermoso documental realizado por Clint Eastwood, Thelonious Monk. Straight No Chaser, imperdible). En efecto, esos espacios prolongados, esa ausencia deliberada fue la escuela para el despegue hacia el sonido único de Coltrane. Para 1957 Coltrane ya había grabado varios discos como líder, entre los cuales se destaca Blue Train, junto a Paul Chambers en contrabajo y Philly Joe Jones en batería, con una introducción que ya nos plantea el rumbo de su sonido: melódico, de profundas baladas, por momentos llegando a lo dramático, con mucha influencia del blues, y esencialmente con esa tendencia a encarar cada tema como un himno, rasgo que constituye su marca como músico y creador. 1958 lo encuentra nuevamente convocado por Miles Davis, pero Coltrane ya es un músico diferente que pisa fuerte en la escena del jazz norteamericano, aunque a su lado Davis le ponga otro gigante del saxo alto: Cannonball Aderley, célebre por su solo en “So What”, del mítico disco de Davis Kind Of Blue. Pero dijimos que Coltrane es otro, va a contra corriente de las tonalidades convencionales en el propio sexteto de Davis, incluso chocando con la línea de bajo; y esto es audible en el mismísmo “So What” grabado unos meses después en una audición de la CBS sin Cannonball Adderley y con los espacios libres para el despliegue sonoro, vertical, incisivo, en lo que fue sin dudas de las mejores grabaciones para la TV de Coltrane en vivo. Es decir, si Kind of Blue mostraba nuevas sendas en el jazz de la mano de uno de sus

más potentes impulsores (Davis), allí mismo se abría lenta pero invariablemente otra senda de la mano de Coltrane, audible en otra memorable grabación: Giant Steps, precisamente una alusión a los gigantescos pasos que Coltrane imprimía a su música. ¿Cómo explicarlo? Coltrane siempre ligó la búsqueda de un sonido con otra búsqueda filosófica y espiritual. Atento escucha de Stravinsky, Hindemith y Debussy, era también gran lector de obras teóricas de las que sacaba el máximo provecho en términos de escalas, exploraciones armónicas y líneas melódicas de las que el propio Coltrane difícilmente resultaba satisfecho, en especial porque solían confundirse con ejercicios de destreza musical. Sin embargo, y a pesar de su autoexigencia, lograba plasmar bellas baladas –una de sus mayores fortalezas– logrando clímax imponentes: “Naima”, del álbum Giant Steps, dedicado a su primer compañera, es un buen ejemplo.

A Love Supreme La versión de “My favorite Things” (1961), grabada por Coltrane en momentos en que aquella composición circulaba por Broadway y luego era popularizada por Julie Andrews en la película La novicia rebelde, condensa lo que Coltrane era capaz de hacer: saxo soprano en mano, con una banda descomunal (Elvin Jones en batería, un notable precursor de variantes afro en el jazz, Steve Davis en contrabajo y Mc Coy Tyner en piano, de toque pulsante y acentuado) reformuló para la eternidad el agradable y comercial “My Favorite things” en una interpretación insuperable: donde reinaba el tono alegre Coltrane cambió todo con un solo nostálgico, un vals hondo, solemne, casi un himno. Su segunda entrada desnuda una entrega absoluta a la interpretación; se trata de un solo extenso, denso, plagado de zonas de free jazz sin abandonar un trasfondo a blues y góspel. Si se logra ingresar a ese universo típicamente coltranístico ya se tiene el pase libre a lo que vendrá. Coltrane, apasionado por la teoría musical, también se enriquece con estudios religiosos, de ocultismo, ciencia y matemáticas. Ese combo estaba inserto en otro mayor: el movimiento religioso, político, cultural y básicamente negro donde free jazz, black panthers y el movimiento por los derechos civiles explotaban por todo EE. UU., impregnando a sectores blancos de clase media que giraron a un progresismo que les permitía expresar el rechazo al pragmatismo y la mercantilización de la vida cotidiana, por cierto, con una alta dosis de misticismo que solía

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neutralizar toda política radical. Dentro del jazz, el movimiento free con Ornette Coleman a la cabeza, impactó en Coltrane, como también las armonías de la música india (Ravi Snakar) que absorbió con toda su filosofía. Este fue el momento en que Coltrane se hace vanguardia: en medio de la novedad del happening, de las perfomances artísticas, con la crisis abierta en mayo de 1961 tras el frustrado desembarco a Bahía de Cochinos y luego la crisis de los misiles que enfrenta a Cuba-URSS con EE. UU., las tensiones raciales emergieron como nunca antes y la expresión musical que las representaba –aunque no de modo directo ni explícito– era la música de Coltrane. Por esos años lo que fue su mítico cuarteto toca memorables conciertos en el Village Vanguard y la crítica señala su tema “Chasin’ the Trane” como el testimonio de época más vanguardista, justamente porque, como toda vanguardia jazzera, expulsaba público a chorradas antes que popularizar estilos, provocaba la ira de la crítica antes que la compresión de una nueva corriente expresiva: solos de saxo extensísimos, sonidos y tonos llevados al extremo, un colchón rítmico atronador. Lejos de adaptarse, Coltrane seguía brindando nuevas sorpresas con su ilimitada capacidad de interpretar baladas, y dejará para la posteridad una hermosa grabación junto a Duke Ellington, “In a sentimental mood”. En ambos extremos (aparentes) el sonido de Coltrane reinaba sin igual, lo mismo vale para el exquisito disco grabado con el barítono negro Johnny Hartman (1963). En eso consistía su interesante posición: considerado un “héroe” negro por los sectores radicalizados, Coltrane no se preguntaba en voz alta por el lugar que ocupaba en la sociedad yanqui (por lo demás, vivía muy cómodamente en un caserón de Long Island) ni tampoco condenaba al oyente que no lograba comprenderlo. Del mismo modo en que no se expresaba públicamente sobre política componía temas como “Alabama”(1963), donde muchos especialistas observan fraseos que imitan discursos de Martin Luther King, tales como “tengo un sueño” o el discurso de la marcha de Detroit. “Alabama” es un profundo homenaje musical al infame ataque a una Iglesia en el cual murieron 5 niñas negras, y cuyo principal sospechoso (blanco) fue dejado en libertad tras pagar una suma burlesca a la Justicia. La cima de este momento es el disco A Love Supreme (1964), período del denominado “Coltrane intermedio”. Relacionado con el momento en que Alice Coltrane se convierte en su segunda compañera, A Love… es el (nuevo) punto de »


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“ ...las tensiones raciales emergieron como nunca antes y la expresión musical que las representaba –aunque no de modo directo ni explícito– era la música de Coltrane.

llegada en sonido y composición, otro modo de trabajar cierta oralidad discursiva en la música, pues está basada en un poema de Coltrane que expresa una religiosidad extrema: “Mi música es la expresión espiritual de lo que soy, mi fe, mi conocimiento, mi ser”, “mi meta es vivir la vida verdaderamente religiosa y expresarlo en mi música”, y frases por el estilo, mostraban que su búsqueda resultaba inseparable de su cosmovisión religiosa, imbuida de elementos tomados de varias tradiciones que le permitían, como a tantísimos músicos negros de jazz, alcanzar verdaderos estados de trance reflejados en la mirada del propio Coltrane, extasiada, con los ojos abiertos como dos esferas inamovibles. En este sentido cobra valor la descripción de Alice cuando Coltrane termina de componer A Love…: luego de varios días de intenso aislamiento y trabajo, “era como Moisés bajando de la montaña (…) tenía esa alegría, esa paz en el rostro”2. Concebido como una suite de jazz, grabada en una noche con su célebre cuarteto, consta de cuatro partes cuyos nombres develan la intensidad del compromiso religioso que impulsó su composición, una gigantesca plegaria a una deidad que el jazz le permitía crear: “Acknowledgement” (reconocimiento), “Resolution”, “Pursuance”, “Psalm” (salmo). De este hito en la historia del jazz Carlos Santana dijo: La primera vez que oí A Love Supreme fue un verdadero asalto. Para mí eso podía haber venido de Marte, o de cualquier otra galaxia. Recuerdo la portada del álbum y el nombre, pero en ese momento la música no encajó en las pautas que tenía en mi cerebro. Era como si alguien intentara hablarle a un mono sobre espiritualidad u ordenadores, ¿sabes?, simplemente no lo computé3.

Luego vinieron otros discos tanto más profundos: Expression (1967) o el admirable Kulu Sé Mama (1966): aparentes desórdenes rítmicos, extensas melodías, cánticos, rítmicas afro, hasta que todo el concepto logra su unidad orgánica. La intensidad de las interpretaciones eran tales que no sorprenden anécdotas como las de Elvin Jones rompiendo el pedal de bombo o estrellando el redoblante contra la pared, como respuesta al pedido de realizar una tercera toma de un tema, a sabiendas de la extenuación

física que producía sostenerlos por más de 20 minutos, tiempo promedio de cada composición del Coltrane tardío. Esto era lo que alucinaba (y aún deja pasmados) a sus seguidores; temas como “Ascension” provocan una suerte de paradigma coltranístico en el sentido que marca un modo de abordar el instrumento explorando hasta límites impensados la gama de sonido esperable: cualquier disco de free jazz queda empequeñecido ante semejante propuesta, que además se presentaba no como el grupo del líder, sino al modo de una comunidad creativa, de lo que puede inferirse una política del sonido, una posición estética frente al arte (“arte”, palabra que Coltrane jamás usaba) que después se consigue apreciar en el uso de bocinas de autos, latas de agua y otros instrumentos de la denominada “música experimental”. Pero “Ascension” es más: es la improvisación yendo y viniendo del grado cero, estirando y pidiendo todo lo que su cuarteto podía dar, aunque el límite estaba cerca. Por eso, la etapa final de Coltrane es bajo otra formación: Paroah Sanders en saxo, Rashied Alí en batería y Alice Coltrane en piano: kalimbas, flautas de madera, campanas, arpas, nueva sonoridad e inicio del fin: Om (1965) comienza con un recitado del Bhagavad Gita, y Meditations (1965), constituyen un nuevo desplazamiento hacia el orientalismo, a lo Coltrane... En vivo, significaban horas tocando (Coltrane solía después de un solo dejar a la banda tocando mientras él también desaparecía del escenario, pero sin dejar de tocar el saxo), que el público se levante hastiado mientras un pequeño sector se entregaba a un éxtasis nunca visto. Versiones de temas que excedían los 40 minutos (“Crescent” o “Leo”) muestran un Coltrane en estado crudo, sin límites, que exige ser escuchado hasta que él, y quien le siga, terminen extenuados. En sus últimos conciertos Coltrane se golpeaba el pecho, aullaba al micrófono, solía confiar a sus íntimos que nada nuevo podía extraer de su saxo (ni producir palabras que lo expliquen), no quería descripciones en las tapas de sus discos excepto los nombres de su banda, no quería tampoco opiniones críticas que los adornen. Así lo refleja Interestellar Space (1967), un devastador disco donde sólo interactúan Rashied Alí y Coltrane, un disco único, inabordable, grabado de una sola toma: momentos de calma y frenesí

extremos gobiernan el concepto, un disco arrollador, monástico; ni hippie, ni psicodélico, ni free, es Coltrane tocando su propio límite. Poco tiempo después dará un recital, The Olatunji Concert (editado en el 2001), y 3 meses más tarde, el 17 de julio de 1967, morirá fulminado por un cáncer de hígado.

Fin John Coltrane no escapó a la canonización bajo la cual todo creador se vuelve inmortal; la suya produjo interminables estudios académicos sobre su estilo, y una insufrible lista de imitadores más o menos conscientes de su incapacidad para salirse del esquema legado por el maestro. Es que el magnetismo de Coltrane consiste en condensar en sonido todas las aspiraciones estéticas de una época en movimiento, conjugando religión, música, teoría y política, escapando de la clasificación fácil y a la impostura que mezquina el derecho a la interpretación. El “supremo sacerdote de la música libre” (así lo llamaba Rashied Alí) tocó navegando entre aquellos que sostenían que el arte debía eludir la necesidad de contenido o la prisión del significado, los que imprimían a lo negro una condición elevada (el arte negro) o buscaban generar autonomía cultural e institucional del universo blanco (el Black Power), los que destacaban su faceta religiosa entre África e India, y finalmente los que lo incluyen como una expresión de crítica anticapitalista, como es el caso de Frank Kofsky, ligado al Socialist Workers’ Party. Tal como sentenció Miles Davis todo lo que “Trane” postulaba musicalmente murió con él, y probablemente así sea. Lo tocó todo, y con ello lo dijo todo.

1. Testimonio de Coltrane, en Ben Ratliff, Coltrane. Historia de un sonido, Global Rhythm, 2010. 2. Ashley Kahn “A Love Supreme y John Coltrane. La historia de un álbum emblemático”, Alba Editorial, 2004. 3. Ídem. La admiración y fanatismo por Coltrane alcanzó a bandas y músicos tan diversos como Frank Zappa, Iggy Pop, The Doors y bandas punk como The Minutemen, que en una de sus giras hacía escuchar a su público todo “Ascension” antes de salir a tocar.


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Los feminismos latinoamericanos En Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo, Mabel Bellucci recorre la lucha sobre el derecho a la interrupción del embarazo en la Argentina y varios países de América Latina. A pocos días de aparecer en las librerías, presentamos un adelanto que nos envía la autora en relación con los años ’80, que destaca como una etapa de crecimiento del ideario feminista como expresión de pluralidad.

Mabel Bellucci Activista feminista queer.

A lo largo de esta década, de una u otra manera, las referentes de los feminismos históricos del Cono Sur llegaron a conclusiones convergentes al cuestionar las diferentes opresiones que atravesaban: tal coyuntura les planteaba a las mujeres una necesidad de responder a los nuevos desafíos. Por caso, la paz en Centroamérica, el impacto de las políticas de ajuste del Fondo Monetario Internacional sobre la vida cotidiana y las necesidades básicas, el desarrollo de estrategias de sobrevivencia, las secuelas de las dictaduras militares, las democracias emergentes y el afianzamiento en los órdenes institucionales, entre otras variedades temáticas. La agudización de la crisis económica del continente impulsó a las mujeres a incorporarse masivamente al mercado de trabajo tanto formal como informal. Las más pobres, en cambio, tomaron bríos para constituir estrategias colectivas en términos de producción, consumo de bienes y servicios1. El movimiento feminista se ensanchó en forma visible y vertiginosa en toda América Latina desde esa década en adelante. “Fue un crecimiento desplegado en las más diversas situaciones: de transición democrática, de democracias acotadas, en situaciones de guerra y de violencia, en propuestas de construcción socialista y en situaciones de profundas crisis económicas”, como se concluyó en la Plenaria Final del V Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe en San Bernardo, en 19902.

Mientras tanto, en los países que atravesaron la experiencia traumática del terrorismo de Estado o de guerras, las organizaciones autogestivas por los derechos humanos adquirieron una relevancia política significativa dado su protagonismo a través de acciones comunes. Así se generaron nuevas propuestas de participación, tomas de conciencia, tomas de palabra. En ese marco, las mujeres operaron como figuras con capacidad de resistir el orden violentado por los regímenes totalitarios. De ese modo, se conocieron mundialmente los comités de madres y familiares de presos políticos, sociales y desaparecidos. La necesidad de justicia y verdad aglutinó la búsqueda: la desaparición forzada, los centros clandestinos de tortura, los presos políticos, los refugiados, las legislaciones de pacificación nacional, las matanzas en masa y el pedido de cumplimiento de condenas a los responsables de crímenes de lesa humanidad, representaron algunas de sus banderas más distintivas. Tununa Mercado sostiene:

El feminismo en América Latina, en los países donde hubo en esos años las condiciones mínimas para que surgiera, logró decir lo que tenía que decir con diferentes voces. Por cierto, su diversidad es su distingo. Fue un objeto tan contundente, con una densidad y un volumen tan altos y al mismo tiempo con una flexibilidad y una capacidad de infiltración tal que logró implantarse de manera irreversible en la conciencia colectiva3.

Entre tanto, la historiadora feminista Marysa Navarro dispone de otra lectura en cuanto al desplazamiento de los feminismos en América Latina, un continente que había permanecido aparentemente ajeno al movimiento de liberación de la mujer: Si bien había grupos feministas en algunos países como México, Colombia o Brasil, no parecía existir un movimiento de proporciones continentales. Los hechos daban ostensiblemente la

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CULTURA Lecturas críticas

“...los enfoques múltiples a partir del conflicto social y cultural operaron como motor de la crítica transfronteriza, desparramados en un movimiento por fuera del colonialismo blanco y eurocéntrico.

razón a aquellos o aquellas que veían al feminismo como un fenómeno característico de los países industrializados pero sin futuro en América Latina y a las feministas como pequeñas burguesas que se habían entusiasmado con una moda y no se daban cuenta de que le hacían el juego a los Estados Unidos4.

En verdad, estos feminismos nacieron en contextos de dictaduras militares y lucharon codo a codo junto con una diversidad de movimientos sociales por la vuelta de la democracia. En esa batalla cuasi monolítica frente a un enemigo común, se intentaba superar las diferencias entre los propios grupos feministas para mantener una consonancia ante las exigencias del momento, que requería la construcción de una alternativa sólida contra los militares. Existían espacios para todas sin exclusión alguna. Este movimiento, al reflejar una multiplicidad de procesos que expresaron los infinitos y contradictorios contextos en que se incorporaron las mujeres, con esa riqueza y esa potencialidad, contribuyó a enfrentar la cultura autoritaria militar en nuestra región. También la coyuntura ofreció nuevas oportunidades de intervención por fuera de los ámbitos políticos convencionales que brindaban autonomía suficiente por su falta de estructuras jerárquicas y su diversidad de procederes. Asimismo, en los inicios de los años ‘80, representaron también una fase de intensa producción intelectual del movimiento a través de la prensa alternativa, las cartillas, tesis académicas, cátedras universitarias, edición de libros específicos, realización cinematográfica, televisiva y radial, separata de suplementos en diarios y revistas, seminarios internos, encuentros nacionales y congresos internacionales. Incluso, organizaron su pensamiento en términos propios y sin más forjaron un universo discursivo desde pautas estrictamente feministas para desembocar, años más tarde, en una epistemología antipatriarcal y frontal contra la heterosexualidad como régimen político. Como modelo de acción se las ha visto sumamente movilizadas en las primeras filas de una diversidad de luchas: marchas de obreras despedidas, acciones de protesta contra la violencia ejercida hacia las mujeres y menores de edad, grupos de trabajo y talleres de reflexión con refugiadas y exiliadas, apoyo a mujeres violadas y abusadas sexualmente, participación en las marchas de las minorías sexuales

y en las movilizaciones en favor de la conquista por el aborto libre y gratuito. En fin, esta década les posibilitó expresar una mayor rebeldía frente al orden que las sometía como una máquina trituradora que siempre va por más. Sin embargo, aunque la cuestión de la pluralidad social, cultural, étnico-racial y geográfica de nuestro continente se hizo presente en los distintos encuentros latinoamericanos y fueron acompañados por un conjunto de reclamos precisos, no hubo un compromiso político por parte del feminismo hegemónico blanco, heterosexual, para derribar el carácter racista tanto en su hacer como en su pensamiento. Sin duda, se presentaron grandes dificultades en la comprensión y en el abordaje de otra identidad por fuera del modelo colonial etnocentrista. Por lo tanto, entre esta identidad y la genérica quedó impreso un vínculo de subordinación. Luego, numerosas profesionales de las ciencias sociales militaron en las filas del feminismo y avanzaron con datos, informaciones y antecedentes, para dialogar más tarde con instituciones receptivas las propuestas que ellas habían elaborado. Aun así, la fuerza de las organizaciones de mujeres era, más bien, una fuerza de resistencia hasta ese momento, si bien las aperturas democráticas de la región ampliaban los espacios institucionales. Por otra parte, ellas salieron de los pequeños grupos para integrarse a organizaciones nacionales más complejas. En aquel tiempo, tuvieron que imaginar ese salto en la medida que, al presentarse en la arena política con un punteo claro de demandas y diagnósticos, ingresaban en el juego gubernamental con la exigencia de constituir áreas de influencia para las mujeres en la formulación de políticas públicas específicas que se intentaban diseñar. Las peticiones feministas desplegaron una heterogeneidad de cuestiones que, por cierto, superaban las alternativas previstas. Los reclamos se movilizaron en diversas direcciones y propusieron fórmulas disímiles en relación con el Estado, las instituciones y la propia experiencia de resistir. Del mismo modo, esta etapa estuvo cruzada por agendas internacionales de mujeres estimuladas lo suficiente como para ganar espacios y luego presionar hacia el interior de sus propios países. Ahora bien, viniendo de esas canteras concretas, los feminismos de América Latina –varados en procesos de resistencia y luego de interlocución– fueron dimensionados por las activistas y además por las académicas argentinas, que

hasta esa época solo miraban hacia el Imperio. Entonces, los enfoques múltiples a partir del conflicto social y cultural operaron como motor de la crítica transfronteriza, desparramados en un movimiento por fuera del colonialismo blanco y eurocéntrico. En especial, los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe marcaron una ruptura de toda ilusión de homogeneidad entre el Norte y el Sur. Y desde sus inicios, en 1981, no se pudo negar más otros tipos de rostros de mujeres que planteaban su incomodidad a las trampas de la exclusión y a un diverso teñido de desigualdad, en sus múltiples facetas. A partir de la autoidentificación de chicanas, negras, indígenas, mestizas, campesinas, pobladoras pobres urbanas y rurales, migrantes, lesbianas, inmigrantes irregulares, trabajadoras a domicilio, jornaleras, refugiadas políticas y económicas, entre otras, resultó decisivo para estos feminismos alejarse de las tendencias de proyección global que imponían una falsa unidad instalada por el proyecto civilizatorio occidental. Así, ese modelo blanco y heteropatriarcal se había inscripto como una matriz monocultural universalista. No cabe duda de que los feminismos de la década anterior hicieron su recorrido desde allí y no avizoraron en el horizonte cercano la posibilidad de fugar de esos paradigmas centrales. En paralelo, se gestó un ensanchamiento de los márgenes de los movimientos populares de mujeres en la región. La consagrada periodista feminista Ana María Portugal, en el prólogo de Entre la democracia y la utopía, cierra con una hipótesis potente: “La convergencia entre movimiento feminista y movimiento de mujeres fue el mayor aporte que dio América Latina al feminismo internacional”5. Justamente, esta multiplicidad de diversidades definieron sus propios intereses específicos dentro de un marco general de lucha, que incluyó las cuestiones de la subalternidad y el cuestionamiento al heterocapitalismo como un reclamo de su propio perfil. Portugal no se equivocó: esta confluencia entre ambas vertientes representa nuestra marca en el orillo.

1. Frente a estas circunstancias económicas de corte neoliberal, otros acontecimientos históricos se abrirían al calor de esta coyuntura: la Revolución Nicaragüense, en 1978, protagonizada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) generalizó la situación revolucionaria en el resto de Centroamérica, especialmente, en El Salvador. Un año después, se constituyó la Coordinadora Político Militar, integrada por las Fuerzas Populares de Liberación “Farabundo Martí” (FPL), inspirado en el sandinismo para obtener la victoria militar. 2. S/R, “Documento: El feminismo de los 90. Desafíos y propuestas”, Mujer/Fempress 111, Santiago de Chile, 1991. 3. Tununa Mercado, “Ser mujer y ser feminista en América Latina”, Fem 73, año 13, México, 1989, p. 26. 4. Marysa Navarro, “El primer Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe, 1982” ideasfem.wordpress.com. 5. Ana María Portugal, “Entre la democracia y la utopía”; en Transiciones. Mujeres en los procesos democráticos, vol. XII, Santiago de Chile, Isis Internacional, 1990, p. 9.


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A raíz de una nueva edición de Marx. Historia de su vida, de Franz Mehring

El albacea

Paula Varela Politóloga, docente de la UBA.

“… si según Marx y Engels el proletariado alemán es el heredero histórico de la filosofía alemana clásica, usted es el albacea de esa herencia”. Con estas palabras saludaba Rosa Luxemburgo a Franz Mehring en su cumpleaños número 70, el 27 de febrero de 1916. Unos años antes, en 1910, Laura Lafargue (hija de Marx) había designado a Mehring como su representante en la edición de la correspondencia entre Marx y Engels, confirmando esta caracterización. En 1918 Mehring haría honor a ese reconocimiento publicando su biografía sobre Marx.

Una biografía materialista para el padre del materialismo histórico Leer la biografía de Mehring1 humaniza a Marx. Pero no en el falso (y tan trillado) sentido pseudoprogresista de buscar un Marx “humanista” contrapuesto a la dictadura del proletariado. Todo lo contrario, lo humaniza porque esa dictadura (la democracia más profunda que jamás haya existido), como así también toda la serie de pilares que constituyen al marxismo revolucionario, se vuelven una conclusión necesaria (aunque no evidente) de los cambios históricos que Marx (y Engels) estaban presenciando. La biografía permite que el lector cabalgue el proceso de reflexión surgido de la combinación entre la apasionada intervención en una realidad sumamente dinámica, la profunda lectura de los teóricos previos y contemporáneos a él, y la lucha política permanente con los adversarios tanto del campo democrático como del socialista. El carácter vívido que adopta esta reconstrucción del combate es posible por el profundo conocimiento que Mehring tiene de la historia política de Europa y especialmente de Alemania (plasmado en sus más importantes obras: La leyenda sobre Lessing, de 1892, e Historia de la socialdemocracia alemana, de 1896); el sólido manejo que tiene de la filosofía de la época, que le permite trazar una suerte de historia de las ideas como paralelo ineludible de la historia política (como puede verse en Sobre el materialismo histórico y otros escritos filosóficos de 1893); y su interés por la personalidad de

Ilustración: Juan Atacho

Karl Marx y el modo en que este se transforma en el padre del materialismo histórico. Para esto último fue fundamental el acceso que tuvo Mehring a la correspondencia entre Marx y Engels, que terminó de darle un conocimiento detallado, casi íntimo, de las distintas apreciaciones, juicios, correcciones, que Marx fue desarrollando en diálogo con Engels durante los 40 años en los que ese sólido equipo político y teórico inventó el marxismo. Sobre ese intercambio epistolar, Lenin decía: La aplicación de la dialéctica materialista a la revisión de toda la economía política desde sus fundamentos, su aplicación a la historia, a las ciencias naturales, a la filosofía y a la política y táctica de la clase obrera: eso era lo que

interesaba más que nada a Marx y Engels, en eso aportaron lo más esencial y nuevo, y eso constituyó el avance magistral que produjeron en la historia del pensamiento revolucionario2.

Es esa aplicación de la dialéctica la que Mehring revive en su biografía sobre Marx, y al hacerlo, logra evitar la reconstrucción utilitaria y restituye el vértigo de la creación política e intelectual.

Los pilares del comunismo De esta forma, vertiginosa, va desplegándose en el texto la elaboración de los pilares del marxismo revolucionario y la imagen del propio Marx con su “afán acuciante e insaciable de saber, que lo impulsaba a atacar apresuradamente »


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CULTURA Lecturas críticas

los problemas más difíciles, unido a aquel espíritu crítico inexorable que le impedía resolverlos atropelladamente” (47). Del capítulo II al V puede observarse, con una agilidad de pluma que asombra por lo accesible que vuelve complejos debates filosóficos, la transmutación entre el neohegeliano “radical” y el revolucionario. Transmutación que se desarrolló, en paralelo, en el campo de la filosofía y el de la política. Puede seguirse, sin escollos academicistas, la línea que lleva desde la tesis de Marx sobre el materialismo en Demócrito a la crítica a Proudhon; o desde el exquisito cuestionamiento a la legislación renana como encubridora de la desigualdad, al argumento que, contra todo idealismo, descubre la base de ese encubrimiento no en el cinismo de los legisladores (que sobraba en ese tiempo como sobra hoy), sino en las propias relaciones sociales de producción y su Estado guardián. Y en ese camino aparecen, como fuente y finalidad, el sentimiento de empatía y solidaridad con los “ladrones” de leña o los tejedores silesianos. En estos primeros capítulos, la lucha de clases como motor de la historia y la independencia política del proletariado (dos pilares centrales del marxismo revolucionario) se dibujan en su gestación hasta que coagulan, anticipando los primeros levantamientos proletarios, en la agitación de El Manifiesto Comunista de 1848. Y hace su ingreso en la historia y en la vida de Marx “la Primavera de los pueblos”. Nuevo giro en la obra de Mehring, que sabe mostrar el punto de inflexión que significa ese año en la historia de las revoluciones y en la condensación que de ella hacen Marx y Engels. La biografía cambia de ritmo y barre la temporalidad juvenil de los primeros escritos, para sumergirse en la premura del tiempo de batalla. El seguimiento milimétrico de los acontecimientos, las persecuciones y exilios a los que Marx estuvo sometido, el acaloramiento de las discusiones con lo que ya se conformaban como fracciones del movimiento obrero internacional, recorren las páginas describiendo los sucesos que van desde febrero a junio de 1848. Y es este sorprendente fenómeno de levantamientos obreros y populares lo que perfila otro de los pilares de la estrategia de la revolución proletaria: la necesidad de la delimitación de los partidos de la burguesía y la pequeño-burguesía democrática y su defensa del Estado burgués. Las conclusiones de los levantamientos de 1848 son las que permiten la primera formulación de la teoría de la revolución permanente plasmada en el Mensaje a la Liga de los Comunistas de 1850. “El Mensaje a la Liga que escribimos conjuntamente [no era] en el fondo sino un plan de campaña contra la democracia”, le escribirá Marx a Engels el 13 de julio de 18513. 165 años después, los “progresismos gobernantes” no se han cansado de repetir, patéticos, su papel histórico.

Una lección de historia política Trotsky decía que para tener el pulso de la situación hay que mirar la relación entre tres elementos: el curso de la economía, la relación entre los Estados y la lucha de clases. La biografía de Mehring resulta envidiable en el conocimiento que muestra el autor de dos de esos tres aspectos. Es una clase de geopolítica del siglo XIX en la que pueden comprenderse en detalle las guerras que se desatan en Europa y su relación con dos elementos en tensión: la constitución de los Estado-nación, y la consolidación de un cada vez más potente (y diferenciado) movimiento proletario. Y es de la mano de esta reconstrucción histórica que aparece en toda su agudeza otro pilar central de la teoría marxista: la relación entre crisis, guerra y revolución, que se transformará, con la consolidación de la época imperialista, en condición sine qua non para la elaboración de la estrategia revolucionaria del siglo XX. De hecho, es Mehring quien, a partir de los escritos de Engels, realiza una de las primeras y principales lecturas de Clausewitz desde el marxismo4, para destacar con claridad la idea de la guerra como producto de las sociedades clasistas. Lenin encuentra en estas elaboraciones de Mehring un punto de apoyo fundamental a la hora de desarrollar su abordaje de los problemas militares. En un marxismo que ha tendido a “provincializarse” tanto y en una situación de crisis capitalista como la actual, la lectura de las páginas que van desde la guerra contra Dinamarca en 1848 hasta la guerra de Crimea de 1853, o del crash europeo de 1866 (y el auge de la Internacional que éste produce por la ola de huelgas generales que se desata) hasta la derrota de la Comuna de París, vuelve a poner en relevancia el hilo (muchas veces opaco) que une las pujas interestatales a los escenarios de lucha revolucionaria y, sumamente importante, vuelve a darle al internacionalismo una carnadura no moral, sino material. Mención aparte merece el recorrido por la formación, luchas políticas y rupturas de las distintas fracciones revolucionarias del proletariado como elemento indisociable de la lucha de clases, sus resultados y las lecciones que de ella se extrajeron. Mehring va presentando las disputas teóricas y programáticas como producto de las distintas estrategias planteadas para la intervención en los escenarios de lucha de clases contemporáneos. Más aún, puede verse en el transcurso del relato, el pasaje de diferencias que en un inicio aparecían en el terreno de la táctica y luego se transforman en diferencias estratégicas, que dan forma a corrientes filopopulistas, socialdemócratas o anarquistas. Así, Mehring historiza los debates con los seguidores de Proudhon, Lasalle y Bakunin, y en este desarrollo va planteando sus propias posiciones (como historiador y militante revolucionario) en las que destaca su defensa de la lectura de Lasalle sobre las causas del fraccionamiento de Alemania y las perspectivas de un posible

papel progresivo de Bismark en la unificación. El tono con que Mehring aborda las discrepancias entre Lasalle y Marx sobre la cuestión alemana impide ver con claridad las dos cuestiones estratégicas que allí se juegan: cuál debe ser la política del proletariado frente a los “generales nacionalistas”, y cuál es la dinámica entre las demandas burguesas y las proletarias en un proceso revolucionario. En lugar de destacar que esos eran los núcleos duros de la discusión sobre Bismarck, Mehring opta por presentar las discrepancias como diferencias de apreciaciones historiográficas sobre Alemania, quitándole el filo a la lucha política. Sin embargo, transformar este hecho en una acusación a Mehring de renuencia a la lucha política (rasgo propio del reformismo) resulta ridículo para quien fuera uno de los principales polemistas contra la analogía que Bernstein hacía entre “revolución permanente” y “putschismo blanquista o terrorismo proletario”, como parte de su giro revisionista. O quien sería parte de otra dura lucha política al interior de la socialdemocracia alemana, oponiéndose a la Primera Guerra mundial y fundando, en 1916 (junto con sus camaradas y amigos Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht) la Liga Espartaquista.

Hacerle vivir de nuevo Estos comentarios han pretendido rescatar algunos de los muchos aspectos que vuelven a esta biografía una lectura necesaria. Que sean las palabras de Mehring las que cierran esta nota con la ilusión de que ellas inspiren la lectura de esta biografía a quienes hoy se acercan a las ideas del marxismo: “Si Marx hubiera sido real y verdaderamente ese muchachito modelo tan aburrido que veneran en él los sacerdotes del marxismo, yo no me habría sentido jamás tentado a escribir su biografía. Mi admiración y mi crítica –y en ninguna buena biografía puede faltar ninguna de estas dos cosas, en dosis iguales– no pierden de vista jamás al hombre genial a quien nada le gustaba decir tanto ni con más frecuencia de sí, que aquello de que nada humano le era ajeno. Hacerle vivir de nuevo, en toda su grandeza poderosa y áspera: tal es la misión que yo me he propuesto”. Y lo logra.

1. Bs. As., Editorial Marat, 2013. Las referencias se harán en base a esta edición entre paréntesis al final de la cita. 2. “La correspondencia entre Marx y Engels”, Marxists Internet Archive (2000). 3. Véase La teoría de la revolución permanente, Bs. As., CEIP, 2005. 4. Mehring es, además, quien introduce en las apropiaciones de Clausewitz desde el marxismo, la lectura de su contemporáneo Hanz Delbruck que se transformaría luego en un clásico de los estudios militares.


IdZ Mayo

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USAR EL CEREBRO. CONOCER NUESTRA MENTE PARA VIVIR MEJOR, de Facundo Manes y Mateo Niro

Editorial Planeta. Buenos Aires, 2014.

Juan Duarte Comité de redacción. En una entrevista que hicimos y publicamos en IdZ, el neurobiólogo Steven Rose señalaba que: “El determinismo biológico está vivo y con buena salud”. Que así como el determinismo genético de la inteligencia sigue abonando políticas de Estado, las neurociencias comparten su determinismo reificante, y apuntan a localizar todo –desde el amor romántico hasta la orientación política y el juicio moral– en regiones del cerebro visualizadas por imágenes de resonancia magnética funcional, y a su vez moldeadas por fuerzas genéticas y evolutivas, reduciendo la persona a la pura biología. “En una economía neoliberal globalizada –señalaba– la tecnociencia ha devenido mercantilizada, y juega un rol central en la mercantilización de casi cada aspecto de nuestra vida cotidiana, incluyendo información acerca de nuestro cuerpo y nuestra genética”. Es desde ahí que hay que leer esta publicación, como parte de una tendencia mundial impulsada por los gobiernos y capitales imperialistas, que, más allá de los innegables avances científicos en los que se apoya, parte de intereses económicos (complejo neurogenético-industrial, industria farmacéutica, sistema privado de salud, aseguradoras, etc.) y de control social. Así, el gobierno de EE.UU., y luego varios países europeos, bautizaron a los ‘90 como “Década del cerebro”, y en 2009, dando un paso más, bautizaron los 2000 como “Década de la mente”, expresando el exitismo de la neurociencia, que finalmente cree haber encontrado la clave para resolver el enigma de la conciencia, resolver el problema mente-cuerpo. La cifras en juego son elocuentes: en 2013, la UE destinó un billón de euros para el “proyecto cerebro humano”, y Obama destinó tres billones de dólares para el proyecto BRAIN (cerebro en inglés). A nivel estrictamente psicológico, este fervor reduccionista combina el localizacionismo cerebral con la psicología cognitiva del procesamiento de la información, una suerte de nuevo conductismo que tiende a ligar todo un abanico de enfermedades sociales y personales al mal funcionamiento cerebral. Así, se propone tratar la epidemia mundial de depresión mediante psicofármacos inhibidores de la serotonina; y el

DSM (Manual Estadístico de Desórdenes Mentales) ahora incluye categorías como el “Trastorno por Déficit de Atención”, que supuestamente afecta al 10% de los niños, a tratar con drogas como el Ritalin. El autor, el neurólogo Facundo Manes, participa de instituciones neurocientíficas mundiales, es flamante presidente de la Fundación Favaloro y columnista asiduo en Clarín, La Nación y Noticias, y saltó definitivamente a la fama como “el médico de CFK” a partir de la operación por su hematoma subdural. El libro, en rigor una compilación de columnas ya publicadas, está divido en cuatro secciones: la primera agrupa notas que fundamentan a las neurociencias; las dos siguientes sobre el tratamiento de fenómenos de memoria y el “cerebro emocional”; y la final, alrededor de recomendaciones “para mantener el cerebro en forma”. Escrito como ensayo, sin referencias, es básicamente una estrategia de marketing de la neurociencia, mezcla de cientificismo ramplón, observaciones de sentido común, citas literarias y comentarios propios de la literatura de autoayuda. Nos centraremos en el primer capítulo, donde Manes despliega más conceptualmente el credo del biologicista de las neurociencias. Manes parte de la evolución para explicar el cerebro humano. Pero para hacerlo recae asombrosamente en la hipótesis del aumento del tamaño cerebral como clave evolutiva filogenética del pasaje del mono al hombre. Como señaló Stephen Jay Gould siguiendo a Engels1, esa hipótesis estaba basada en prejuicios sociales y políticos de clase con base en el idealismo platónico; pero desde hace décadas contamos con evidencia fósil que la desmiente frente a la hipótesis de la bipedestación. Dentro de la psicología cognitiva y evolutiva, incluso, hay investigaciones que se centran en la coevolución cerebro-cultura. A partir de allí, el autor desarrolla una visión sobre diferentes fenómenos sociales. Por ejemplo, las diferencias de género. Para Manes, existen diferencias en la anatomía cerebral entre hombre y mujer que sugieren que el sexo influye en la manera en que funciona el cerebro”. Existiría un “cerebro femenino” y uno “masculino”, por lo que ciertas funciones cognitivas y la manera de procesar la emoción de cada género serían innatas. La respuesta última estaría dada por la evolución biológica (¡pobre Darwin!): “En tiempos remotos, los hombres cazaban y las mujeres juntaban los alimentos cerca de la caza y cuidaban a los niños.

Las áreas del cerebro pueden haber sido moduladas para permitir a cada sexo llevar a cabo su trabajo”. La religión también podría explicarse ahora: algunos estudios en neurociencias explicarían la universalidad de la religión “como sugerencia de que algunas estructuras básicas en el cerebro necesitan de Dios”, y otros, planteando que “la religiosidad es un artefacto de la evolución”. El gran debate sería “si el cerebro humano está programado para tener fe, o si es una habilidad mental que el cerebro desarrolló a través de la cultura”, y la clave estaría en la tecnología de neuroimágenes y los test cognitivos. Es que, aunque nunca resolveremos el gran dilema de “si nuestras conexiones en el cerebro crean a Dios o si Dios crea nuestras conexiones cerebrales”, “las personas creyentes viven más y mejor”. Para legitimar la tradición de las neurociencias, y a igual que su precursores conductistas, Manes hace un recorrido histórico teleológico que va desde Alcmaenon, en la antigua Grecia (“el primer neurólogo”), Platón e Hipócrates, pasando por Broca en el siglo XIX, el mismísimo Freud, Ramón y Cajal, Golgi y Luria, y Miller (autor del término “neurociencias cognitivas” en la década de 1970), hasta el presente de Manes y compañía. Desde ahí, enfoca diferentes fenómenos mentales en relación al funcionamiento de esa “máquina” llamada cerebro: lenguaje, inteligencia, memoria, creatividad, las emociones, el amor, la felicidad, los comportamientos sociales, la moral, la violencia, empatía, el autismo, la depresión, entre otras. Abundan las hipótesis de localización cerebral y dinámica de neurotransmisores, seguidas de técnicas cognitivo comportamentales, y apreciaciones de sentido común (burgués). Asimismo, un enfoque biopolítico recorre el libro, ubicando a la neurociencia como complemento para políticas de Estado tales como las de “medición de la felicidad” encargadas oportunamente por Sarkozy y Cameron. En definitiva, el libro ilustra una avanzada del reduccionismo biologicista por medio de las neurociencias. Frente a esto se hace necesario una crítica desde un enfoque materialista dialéctico, marxista, desnudando los intereses políticos, ideológicos y económicos que la impulsan. 1. Gould, Stephen Jay. “La postura hizo al hombre”, en Razón y Revolución 2, primavera de 1996.



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