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ideas izquierda Revista de Política y Cultura
NOVIEMBRE 2014
Dossier El sistema financiero en la década kirchnerista
Gana la Banca Elecciones en América Latina
Triunfos “progresistas”, rumbos a derecha
LA CLASE OBRERA EN DEBATE
Entrevista a Marcel van der Linden
MÉXICO: LA MASACRE DE IGUALA Sergio Moissen
TRANSGÉNICOS: LA BIODIVERSIDAD EN MANOS DEL CAPITAL
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IDEAS DE IZQUIERDA
SUMARIO 3 ARRIANDO LAS ÚLTIMAS BANDERAS Esteban Mercatante
4 CONTINUIDAD… CON CAMBIO (A DERECHA) Eduardo Molina
7 ¿QUÉ DEJÓ LA SEGUNDA VUELTA EN BRASIL? Iuri Tonello
10 MÉXICO: “PIENSO, LUEGO ME DESAPARECEN” Sergio Moissen
13 DOSSIER
DÉCADA GANADA PARA LOS BANCOS Gastón Ramírez y Emiliano Trodler
LA VIGENCIA DE UNA REFORMA DE LA DICTADURA Esteban Mercatante
19 TRANSGÉNICOS: LA BIODIVERSIDAD EN MANOS DEL CAPITAL Santiago Benítez-Vieyra y Matías Ragessi
22 ECOS DE LA HISTORIA, MÚSICA DEL FUTURO Celeste Murillo
25 TOSCO Y EL PERONISMO EN LOS ‘70 Eduardo Castilla
28 MARXISMO E INDIANISMO Juan Luis Hernández
31 LA CLASE OBRERA EN DEBATE
“LLEGÓ EL MOMENTO DE AMPLIAR LA TEORÍA DEL VALOR” Entrevista a Marcel van der Linden PARADOJAS DE UNA AMPLIACIÓN Paula Varela
37 EL FANTASMA DE MAQUIAVELO (III) Emmanuel Barot
40 EL ASOMBRO COTIDIANO Ariane Díaz
43 AUGE Y CAÍDA DEL PUNK Augusto Dorado
46 RESEÑA DE JOSÉ ARICÓ. ENTREVISTAS 1974-1991, DE HORACIO CRESPO (COMP.) Eduardo Castilla
47 RESEÑA DE EL PODER SINDICAL EN LA ARGENTINA PERONISTA (1946-1955), DE MARCOS SCHIAVI Daniel Lencina
STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri, Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Azul Picón, Fernando Rosso. COLABORAN EN ESTE NÚMERO Marcel van der Linden, Eduardo Molina, Iuri Tonello, Sergio Moissen, Gastón Ramírez, Emiliano Trodler, Santiago Benítez-Vieyra, Matías Ragessi, Eduardo Castilla, Juan Luis Hernández, Augusto Dorado, Daniel Lencina, Eugenia Victoria, Rodolfo Elbert, Angélica Caino, Ana Méndez. EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo. PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com Facebook: ideas.deizquierda Twitter: @ideasizquierda Ilustración de tapa: Natalia Rizzo www.ideasdeizquierda.org Entre Ríos 140 5° A - C.A.B.A. | CP: 1079 - 4372-0590 Distribuye en CABA y GBA Distriloberto - www.distriloberto.com.ar Sin Fin - distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.
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Arriando las últimas banderas Esteban Mercatante Comité de redacción. En Ideas de Izquierda 13 decíamos que, bajo el impacto de las turbulencias que siguieron al default obligado por el litigio con los buitres, el gobierno aceleró un movimiento febril que va, sin solución de continuidad, hacia un rumbo y el opuesto al mismo tiempo. Las novedades más recientes no desmienten esta lógica, aunque la balanza tiende a inclinarse cada vez más a la derecha en la política oficial.
Manotazos para llegar hasta enero El primer mes del año próximo concentra todas las miradas. Se mantiene la expectativa entre los analistas de un acuerdo con los buitres para cerrar los litigios en el exterior y regularizar toda la deuda pública. Esta sería la vía para que el gobierno pueda pilotear la situación hasta diciembre de 2015, tomando nueva deuda en el exterior para afrontar los compromisos en dólares y descomprimir la tensión cambiara de los últimos meses. Pero claro, antes hay que llegar a enero. Los yuanes traducidos a dólares del acuerdo con el Banco Central de la República Popular de China, y el lanzamiento de un bono en pesos atado al dólar a pagar en dos años (otra desmentida al desendeudamiento) no alcanzan. Volvió la presión sobre las cuevas y los bancos, para frenar el dólar paralelo y el contado con liquidación –que consiste en comprar dólares a través de operaciones con bonos–. También lograron que las exportadoras cerealeras se comprometan a liquidar 1.200 millones de dólares más de lo que tenían previsto hasta fin de año. Con este “blindaje” y el freno a las importaciones (que significa más recesión), el gobierno aspira a llegar a enero. Entonces los buitres se transmutarán en bellas aves a las que sí se les puede dar lo que piden. El gran acuerdo nacional entre los principales partidos patronales es que ahora es el momento del “re”endeudamiento. Sabemos cómo termina. Por eso, el Frente de Izquierda ha reclamado que no se negocie esta hipoteca de espaldas a los trabajadores y el pueblo, exigiendo un referéndum donde puedan plantearse todas las alternativas, para proponer desde la izquierda el no pago de la deuda usuraria acompañado de otras medidas fundamentales.
los extranjeros, uno de los aspectos más reaccionarios que pretende incorporar el nuevo código y que nos trae el recuerdo de la Ley de Residencia de 1902. El secretario de Seguridad Sergio Berni no pudo más que sentirse respaldado. Venía de ser cuestionado incluso por sectores del oficialismo debido al caso del gendarme “carancho”, que se lanzó sobre un auto para inventar una causa contra participantes de la caravana solidaria con los trabajadores despedidos de Lear. A raíz de la repercusión de la denuncia realizada por la izquierda, levantada por todos los medios (incluso el oficialista Página/12) Berni tuvo que despedir a Roberto Ángel Galeano, el jefe de dicho operativo. Ahora Berni se transformó en vocero del nuevo Código Procesal Penal. Recorriendo todos los medios con el planteo de que “estamos infectados de delincuentes extranjeros”. El ministro de Seguridad de Scioli, Alejandro Granados, se manifestó “totalmente de acuerdo con Berni”. Sergio Massa salió a decir que con el nuevo código le dieron la razón a las críticas que había realizado al proyecto presentado a comienzos de este año. En la misma semana de estos anuncios, la Gendarmería volvió a arremeter contra los trabajadores de Lear en su decimosegunda Jornada Nacional de lucha el pasado 23 de octubre. La represión dejó como saldo cincuenta heridos (trece de los cuales debieron ser hospitalizados) y dos detenidos. Fue repudiada por todos los bloques en el Congreso de la Nación, que se solidarizaron con el diputado nacional Nicolás del Caño (PTS-FIT), uno de los heridos con bala de goma, quien presentó también un proyecto de derogación del artículo 194 del Código Penal, una de las principales herramientas jurídicas de la represión y criminalización de la protesta. Algunos sectores del oficialismo, como los diputados del Evita, anticiparon su rechazo a la reforma del Código Procesal Penal. Pero este
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rechazo puntual no se traduce en una impugnación en el rumbo cada vez más abiertamente derechista en el que se enmarca, cuya coronación son los preparativos para aceptar a Daniel Scioli como sucesor en las presidenciales de 2015. Son los mismos sectores que acaban de votar sin comentarios la Ley Chevron.
América Latina: fines de ciclo y sucesión continuista Los procesos electorales de Uruguay (donde Tabaré Vázquez ganó la primera vuelta el 26 de octubre, posicionado para un triunfo en el ballotage) y de Brasil (donde Dilma Rousseff consiguió un apretado triunfo en la segunda vuelta contra el candidato del PSDB, Aécio Neves, que logró sin embargo revitalizar a una oposición de derecha en el país vecino) se convirtieron en un acontecimiento en la política doméstica. Dejaron ganadores y perdedores, y todos los referentes de la política burguesa intentaron darle un “uso” para sus propios fines. Fue Daniel Scioli, el candidato “mejor posicionado” de la coalición oficial, el que se sintió heredero natural de los resultados electorales que marcaron la continuidad de los respectivos oficialismos. Los movimientos de sectores del kirchnerismo para encolumnarse detrás de Scioli, aunque amagando con la posibilidad de apoyar alguna candidatura que le haga frente en las primarias para disimular un poco, no han hecho más que acelerarse. Entre Berni y Scioli, se debate la peculiar “continuidad” del kirchnerismo, que no ha dejado ninguna de sus “banderas” sin arriar. Mientras tanto, lejos de una pared, a la izquierda del kirchnerismo hay una fuerza que emergió política y electoralmente en 2013 y convirtió a la Panamericana en el símbolo de la resistencia para enfrentar las políticas de ajuste del gobierno nacional y la oposición patronal, protagonizando luchas que están haciendo historia como las de los trabajadores de Lear y Donnelley. Una fuerza social que, mientras el progresismo K acompaña con mayor o menor reticencia la agenda a la derecha del gobierno, es la única que lleva adelante las batallas políticas (en las demandas legales en la Justicia, en los medios de masas, en las intervenciones en el Congreso) para deslegitimar el poder burgués. Y que con el lanzamiento de La Izquierda Diario, que a un mes de andar ha recibido más de 500 mil visitas, apunta a mostrar un conjunto de políticas, acciones e ideas a centenares de miles para forjar una izquierda militante de las trabajadoras, los trabajadores y la juventud.
Código Berni Desairando a buena parte de la progresía oficialista (de todos modos siempre presta a ampliar la ingesta de sapos), la presidenta presentó un nuevo Código Procesal Penal con el que intenta mostrarse más dura en materia penal. Uno de los aspectos que entró al primer plano del debate público es la deportación exprés de
Ilustración: Sergio Cena
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AMÉRICA LATINA
Después de las elecciones en Brasil, Bolivia y Uruguay
Continuidad... con cambio (a derecha)
Octubre fue un mes de elecciones generales en Brasil, Bolivia y Uruguay. Este artículo ensaya una primera lectura de esos resultados y de las consecuencias para la redefinición del equilibrio geopolítico regional.
Fotomontaje: Juan Atacho
EDUARDO MOLINA Staff de la revista Estrategia Internacional. En esta coyuntura se puso a prueba la continuidad de varios de los gobiernos que caracterizaron el primado progresista en Sudamérica desde hace más de una década, un cuadro que terminará de definirse con las elecciones de 2015 en Argentina. La clave la dio Brasil, tanto por el peso del gigante sudamericano, como por la importancia de lulismo como referencia política e ideológica en el campo progresista. La trabajosa victoria de Dilma Rousseff asegura la continuidad del signo político, completada por la reelección de Evo Morales en Bolivia y el éxito del Frente Amplio. En cambio, en Argentina, un kirchnerismo debilitado y girando a derecha ingresa con escasas posibilidades en la campaña electoral. En el artículo “¿Qué dejó la segunda vuelta en Brasil?” de este número de Ideas de Izquierda
se analiza el proceso electoral brasileño. Baste señalar aquí que el triunfo por escasa diferencia tiene sabor amargo para el PT. Dilma inicia su segundo mandato con un Parlamento complicado, una oposición fortalecida en varios estados importantes como el de San Pablo, y frente al estancamiento de la economía brasileña, los escándalos de corrupción, y el descontento social. En Bolivia, Evo Morales arrasó en el primer turno con dos tercios de los votos, asegurándose una cómoda mayoría parlamentaria y venciendo en ocho de los nueve departamentos del país, incluso en Santa Cruz, aunque retrocedió de sus porcentajes históricos en La Paz y los departamentos del Altiplano, lo que refleja cierto desgaste, compensado por el ascenso en el Oriente. Entre las claves del triunfo están la buena situación económica, las alianzas con
sectores de las élites de Santa Cruz y la crisis de la oposición derechista. En Uruguay, el Frente Amplio, con el expresidente Tabaré Vásquez, figura de su ala derecha, logró cerca del 48 % de los votos, obtuvo la mayoría parlamentaria y dejó atrás a los partidos tradicionales (Blanco y Colorado), que suman solo un 44 % de los sufragios y además fueron derrotados en el plebiscito por la baja de la edad de imputabilidad. Vázquez tiene claras probabilidades de ganar la presidencia en el segundo turno del 30 de noviembre.
Triunfos electorales y otoño del progresismo La derecha fracasó en imponer un cambio de signo político abiertamente reaccionario, y los recientes triunfos electorales prolongan el ciclo progresista por un nuevo mandato. Sin embargo, la
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continuidad no significa rejuvenecimiento. José Natanson, en Le Monde Diplomatique de septiembre, retomaba planteos del vicepresidente boliviano García Linera para decir que ...la “fase heroica” del giro a la izquierda ha quedado atrás, y hoy atravesamos un momento caracterizado por el amesetamiento de los procesos de integración, la moderación económica de los liderazgos (incluyendo los más radicales, como el de Evo Morales) y la marginación de las propuestas al estilo del socialismo del siglo XXI1.
Resulta problemático encontrar “heroísmo” en la primera etapa de la gobernabilidad progresista, pero es irrebatible su viraje a la moderación. García Linera había dicho hace un tiempo: “En esta etapa hay que resistir la tentación populista y afianzar los logros”2, lo que significa poner coto a las demandas populares. En términos de Cristina Fernández, equivaldría al famoso “Nunca menos” que, a medida de que la crisis económica desnuda las fisuras del “modelo”, se transforma en “Ahora sí, menos”, con ataques a los ingresos populares por vía inflacionaria, políticas represivas y otros signos de regresión. La curva de la hegemonía posneoliberal entró en un “amesetamiento” después del impacto de la crisis internacional hacia 2009. Pero con las dificultades económicas y sin nuevas reformas que ofrecer, su trayectoria se inclina hacia abajo, como muestran la crisis del chavismo en Venezuela y del kirchnerismo en Argentina, o el desgaste del PT en Brasil. Los progresistas en funciones de gobierno, que a lo largo de una década o más se han asimilado a las élites y se demostraron como “partidos del orden” –para usar la definición de Emir Sader–, se ven empujados a derecha para responder a las necesidades y presiones del capital, lo que lleva al desgaste del apoyo popular por las demandas insatisfechas o la erosión de sus conquistas. Este es el contenido más general de una decadencia que los triunfos electorales amortiguan, ralentizan... o pueden acelerar, según el cuadro general de la situación que deben enfrentar en cada país.
Las bases de la decadencia El desarrollo de la crisis económica internacional y la crisis de hegemonía del imperialismo norteamericano proporcionan las dos grandes coordenadas del escenario latinoamericano. La fase de crecimiento sostenida por el boom de las materias primas y la recomposición del mercado interno ya quedó atrás. La crisis internacional
afecta a la región en su conjunto: a los “modelos neoliberales” en desaceleración como Chile, Perú o México, a un Brasil estancado, y a Venezuela y Argentina con mayor niveles de crisis. Entre tanto, el imperialismo norteamericano en plena decadencia hegemónica busca recuperar terreno allí donde puede, como es hoy en América latina, apoyándose en sus aliados locales e intentando utilizar a su favor el desgaste de los gobiernos de centroizquierda y la crisis del chavismo. En estos marcos se agotan las posibilidades del complejo sistema de mediaciones en el que se basa el progresismo: ya no hay “círculo virtuoso” de crecimiento que pueda satisfacer a la vez al capital y a las demandas populares. Las viejas concesiones son consideradas un “piso” por las nuevas generaciones obreras y de clase media que aspiran a algo más pero chocan con que el deterioro económico les cierra perspectivas y aún amenaza su situación actual. Y no hay muchas que ofrecer, ni materiales ni democráticas, porque los propios pactos con los factores de poder como la Iglesia, los militares o la gran burguesía, restringen las posibilidades: es el caso de Brasil o de Argentina. Las victorias electorales son triunfos “tácticos” importantes pero que encubren la retirada “estratégica”.
La derecha en busca de “renovación” y sus límites La derecha regional apostó en Brasil y Uruguay a la “renovación” para aprovechar el desgaste progresista. Aunque se fortaleció, terminó sufriendo una importante derrota electoral mientras que en Bolivia sigue en profunda crisis. Si se suma la debilidad de la derecha después de Piñera en Chile y la crisis estatal de México, donde el gobierno “modernizador” de Peña Nieto se mancha de sangre con la “narcopolítica” y la masacre de Iguala3, no tiene mucho que mostrar para un “operativo retorno” en el Cono Sur. Desde el surgimiento de Capriles en Venezuela, como una oposición que se dice dispuesta a respetar las conquistas sociales del chavismo, la derecha viene tanteando nuevas vías para rearmarse y ampliar base social hacia sectores populares. En Uruguay, Luis Lacalle intentó una imagen “renovada” y “positiva”, sin atacar las políticas sociales frenteamplistas, pero no logró superar al Frente Amplio. En Brasil, se probaron dos alternativas: Marina Silva, que debido a su origen humilde, trayectoria como ambientalista y exlulista, fue vista como capaz de disputarle base popular al PT pero se desinfló rápidamente. Luego Aécio Neves, que no pudo desprenderse de la sombra del gobierno de F.H. Cardoso ni de su imagen como miembro de las clases ricas.
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Terminó derrotado aunque se fortalece el PSDB como principal oposición. La volatilidad de las intenciones de voto durante la campaña es un indicador de la “crisis de representación” política. Un fenómeno extendido que la burguesía no pudo superar desde la debacle de sus viejos partidos políticos tras la experiencia neoliberal de los años ‘90. En este sentido, guarda similitudes la situación en Argentina, donde la burguesía discute cómo organizar recambios en el marco de la crisis y fragmentación del peronismo, sin lograr hasta ahora unificarse en torno a una de las variantes en competencia: el massismo, ruptura por derecha con el gobierno de Cristina Fernández, el PRO de Macri o FA-UNEN, bloque radicalcentroizquierdista en aguda crisis. Entre tanto, Scioli se postula como el garante de una transición “poskirchnerista” que integre a las distintas alas del oficialismo. No hace mucho un artículo de la revista imperialista The Economist recomendaba una “onda rosa” (suponiendo que los gobiernos progresistas son “rojos” y que la oposición de derecha es “blanca”): adoptar algunas propuestas “sociales” para disimular su perfil clasista y envolver mejor el programa reaccionario. Las elecciones del Cono Sur fueron un laboratorio en que todavía no encontró “la fórmula”, pues pese al descontento con los gobiernos progresistas, primó más el rechazo al espectro del neoliberalismo que encarnan los Neves o Lacalle. Sin embargo, la derecha se beneficia del curso progresista, de espaldas a los reclamos y aplicando políticas económicas que erosionan la situación de los sectores populares. Más aún, adoptando la agenda de la reacción en temas como la “seguridad”, la criminalización de la protesta, el rechazo al derecho al aborto, etc.
¿A dónde van los gobiernos progresistas? Probablemente, el gobernador Scioli, en su visita a Colonia para fotografiarse junto a Tabaré Vázquez, haya dado una síntesis del sentido político de los nuevos rumbos. Dijo el gobernador-candidato: “Tabaré y Sendic representan la continuidad con cambio, la experiencia y la verdadera renovación, lo que requiere la región”. En resumen, si la derecha se arrogó “el cambio”, disputémosle la bandera: “continuidad con cambio”... a derecha, lo que significa la transición a gobiernos más en sintonía con los requerimientos de la clase dominante. En su primer discurso después de ser reelecta, Dilma llamó a la unidad nacional, afirmando que pese a la polarización electoral, hay con la oposición de derecha “sentimientos comunes: la búsqueda de un futuro mejor para el país”, »
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AMÉRICA LATINA
y se propuso “la construcción de puentes”, insistiendo en que su “primer compromiso en el segundo mandato es el diálogo”; lo que significaría reconocer la “advertencia de las urnas”, en función de las exigencias del gran empresariado. Planteó también una reforma política, cuyo contenido está por verse. De marchar, podría incluir cambios políticos parciales, para canalizar las aspiraciones democráticas de las masas, al mismo tiempo que encubrir una plataforma económico-social más acorde con la presión del establishment. Éste, por su parte, no deja de presionar a través de “los mercados” con bajones de la Bolsa y de las acciones de Petrobras a lo que Dilma reiteró que está dispuesta a dialogar pero no a aceptar imposiciones. Una situación distinta es la de Evo Morales, plebiscitado en las elecciones. Pero éste tampoco se prepara a profundizar el “proceso de cambio”, sino a acentuar los rasgos semibonapartistas de su gobierno en tiempos de “amesetamiento” (como dice García Linera). Debe ser el árbitro que pueda poner coto a las expectativas populares y acordar con el empresariado cuando, con la baja del precio del petróleo
y los minerales, y las dificultades de los compradores del gas boliviano (Brasil y Argentina), las perspectivas económicas amenazan volverse turbulentas. En este marco, un análisis más afinado de la situación y sus perspectivas deberá integrar la relación de fuerzas con una clase trabajadora que recuperó fuerzas objetivamente en la década con la incorporación al trabajo, si bien mayormente precario, de millones. Cabe recordar que desde el paro general del 20N de 2012 en Argentina, pasando por los procesos de movilización estudiantil y paros de trabajadores en Chile, Paraguay, Bolivia y Uruguay, hasta considerar en Brasil las multitudinarias movilizaciones de junio de 2013 y los procesos huelguísticos que les siguieron –los mayores en dos décadas–, el movimiento obrero vino a hacerse presente en la escena del Cono Sur. Sectores de vanguardia vienen haciendo una importante experiencia política. La presión de la gran burguesía y el viraje a derecha de los gobiernos generan un clima de vientos reaccionarios, por arriba, pero alimentan más que nada la polarización social y política, cuyo
terreno de cultivo es el desarrollo de la crisis económica. Los ajustes progresistas o los ataques patronales pueden detonar la resistencia del movimiento obrero y popular, y acelerar rupturas políticas progresivas. Entre tanto, el desgaste progresista abre también espacios a izquierda que, con el avance de la lucha y experiencias de los trabajadores, los jóvenes y las mujeres, fortalecen la lucha por la organización políticamente independiente de los trabajadores y permiten acumular fuerzas en la construcción de una alternativa obrera y socialista.
1. “Las penas pesan en el corazón”, Le Monde Diplomatique 183, edición Cono Sur. 2. Página/12, 27/05/2011. 3. Ver en este número “México: ‘Pienso, luego me desaparecen’”.
Brasil y la geopolítica regional Dilma Rousseff y Neves mantuvieron diferentes discursos sobre la política internacional. Mientras Dilma defendió la actual orientación de la diplomacia brasileña en términos de relación “Sur-Sur” e integración regional, el candidato tucano insistió en virar al entendimiento con Washington, flexibilizar el Mercosur para acelerar el acuerdo con la Unión Europea y acercarse a los países de la Alianza del Pacífico. Así, la política exterior parecía uno de los terrenos donde más opuestas eran sus posiciones. La política internacional no es una dimensión autónoma de la política interna. En la medida en que Dilma avance hacia un entendimiento con el conjunto de la burguesía, podría darse una deriva más “pragmática” en las cuestiones internacionales, para responder mejor a las demandas de las “multilatinas” brasileñas, del complejo sojero y agroexportador, de los sectores interesados en abrir el sector energético a la inversión extranjera, etc. La clase dominante aspira a un mayor papel en la economía y la política internacional. Lula implementó una estrategia internacional más independiente como forma de regatear con el imperialismo, ubicándose desde el “multilateralismo” y la construcción de un liderazgo regional como punto de apoyo para aumentar su poder de negociación. El impulso a la CELAC o Unasur, así como las alianzas en África y el mundo árabe, son parte de esa lógica, lo mismo que la ubicación como
parte de los BRICS. Esto implica fricciones pero sin llegar a romper la colaboración. La mejor muestra es el papel de Brasil en la ocupación de Haití, como también su labor de moderación de los gobiernos de Venezuela y Bolivia. Durante la última década, la enorme economía brasileña –entre las 10 mayores del mundo–, se convirtió en un motor del intercambio regional para Argentina y el Mercosur. Los países latinoamericanos absorben un cuarto de las exportaciones brasileñas. El Mercosur beneficia a las transnacionales automotrices y a fuertes sectores del empresariado brasileño. Claro que las dificultades de Venezuela y Argentina, las tensiones devaluatorias, la competencia china, incrementan las tensiones y pueden llevar a una crisis mayor, pero por ahora, el establishment brasileño no busca cortar estos vínculos sino reconfigurarlos más a su favor, de manera funcional a una reinserción en los circuitos comerciales globales. Dilma ha reafirmado la orientación general actual: “[Sobre] Nuestra relación con el Mercosur y América Latina, hay gente diciendo que es ideológica. Pero el 80 por ciento de lo que exportamos en mercaderías con valor agregado es para América Latina. Acabar con el Mercosur sería dispararnos en el pie”. Pero sin abandonar el bloque sudamericano, puede conceder una política más “pragmática”. Su gobierno mantiene reuniones bilaterales con la
Unión Europea en pos de un tratado de libre comercio que solo podría profundizar la dependencia económica del país, y arrastrar a la región. Converge con Chile –país de la Alianza del Pacífico– para la integración en infraestructura y otros temas que también involucran a Argentina en los flujos comerciales hacia el Pacífico. Entre tanto, Rafael Correa en Ecuador compone relaciones con el régimen colombiano y sella un Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea. En suma, bajo la presión de la crisis, se reorientan en función de las posibilidades comerciales, procurando atraer al capital extranjero, como ya se observa en el “olor a petróleo” que se desprende de la apertura del Pre-sal a inversores, en la entrega de Vaca Muerta a Exxon y otros socios, en Argentina. Entre tanto, CELAC y Unasur también son “mediatizadas” por el consenso con los aliados locales de EE. UU., como Colombia, Chile o México, lo que también en la geopolítica regional acentúa las tendencias “al centro” como forma de buscar la distensión, adecuarse a los planes del gran capital y mantener el equilibrio en medio de las tendencias a la desestabilización que crujen bajo la presión de la crisis internacional. El sudamericanismo, bajo liderazgo brasileño, también puede crujir, más alejado que nunca del contenido “liberador” en marcha hacia la “patria grande” que le inventan sus adoradores.
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Fotomontaje: Juan Atacho
El fortalecimiento de la oposición y la decadencia del PT en el movimiento obrero
¿Qué dejó la segunda vuelta en Brasil? Dilma Rousseff logró la reelección en la segunda vuelta electoral del pasado 27 de octubre, con un nuevo mandato para el Partido de Trabajadores (PT). Sin embargo, la victoria dejó un sabor agridulce para el gobierno: los resultados muestran la elección más apretada desde la vuelta de la democracia, y una división regional entre el Nordeste pobre y el Sudeste rico.
Iuri Tonelo Editor de la Revista Luta de Classes, Brasil.
Lo cierto es que el resultado es un gobierno más débil. Esto se debe a que Dilma quedó entre la espada y la pared entre dos fuerzas opuestas. De un lado, la oposición burguesa (con el PSDB a la cabeza), que sale fortalecida; del otro (y también como consecuencia del fortalecimiento de la oposición) la presidenta tendrá que realizar los “ajustes” que exigen los bancos e industriales sobre los sectores que han sido la base de su victoria, contra los salarios y el empleo, con el precedente de que este año tuvo lugar la mayor oleada de huelgas obreras de los últimos veinte años (protagonizadas por un proletariado que todavía no puso a Dilma contra la pared, pero puede hacerlo si profundiza su movilización). Reflexionar sobre los resultados electorales del PT es clave para comprender el proceso que vive »
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BRASIL
“ El resultado fue contradictorio: le dio a Dilma la victoria, pero esa expectativa de ‘cambio’ llevó también al fortalecimiento de la oposición a la derecha del PT.
el proletariado brasileño, y las posibilidades que se abren en un país que vivió durante los últimos dos años movilizaciones masivas de la juventud (2013) y una ola de huelgas obreras (2014), sin que medie un cambio de la disposición a la lucha de las masas para el próximo año.
En qué contexto se desarrollaron las elecciones Quienes hayan seguido las elecciones en Brasil, podrían decir a primera vista que los candidatos dominantes fueron del “centro” a “centroizquierda”. Empezando por el fenómeno en que se transformó a Marina Silva, que luego de la muerte de Eduardo Campos (PSB), asumió como candidata y creció en las encuestas diciendo que no era parte de la vieja polarización entre PT y PSDB, sino la “nueva política”. Así, Marina Silva intentaba en un primer momento dialogar con el “espíritu de junio” (las movilizaciones de 2013), pero cuando precisó el “contenido” de su “nueva política”, empezó inmediatamente a caer (por los aspectos conservadores). El candidato de la derecha de Brasil, Aécio Neves del PSDB, en cambio, creció en las encuestas apoyado en dos temas centrales (muy explotados por la derecha): la corrupción y la “modernización” económica del país. La modernización no iba acompañada de un discurso decidido de “privatización”, “ajustes”, ni retirada de la intervención estatal en el terreno de los derechos sociales. Por el contrario, Aécio mantuvo durante toda la campaña que mantendría planes sociales como la “Bolsa Familia” (plan de ayuda social), el plan “Mi Casa, mi Vida” (programa de viviendas) entre otros, “porque si son buenos, es necesario reconocerlo y mantenerlos”. En este escenario, aunque Dilma Rousseff aparece, entre los partidos principales del régimen, como la variante más de izquierda (que el PSDB, PSB, PMDB), y profundizó el discurso de los programas sociales, la educación, la necesidad de acabar con el hambre, muchos sectores que vienen haciendo una experiencia política con el gobierno del PT, votaron a Dilma como el “mal menor”. Más allá de eso, como dijo Dilma Rousseff en su último discurso1, la palabra más mencionada durante las elecciones fue “cambio”. Marina con su discurso de “nueva política”, Dilma anunciando que de ser reelegida sería para
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“continuar el cambio”, y Aécio Neves, desde la oposición de derecha, explotando la “necesidad de cambio”. De esta forma, todos los candidatos lidiaron con la verdadera cuestión que atravesó la elección: la gran crisis de representatividad2. El resultado fue contradictorio: le dio a Dilma la victoria, pero esa expectativa de “cambio” llevó también al fortalecimiento de la oposición a la derecha del PT. Parece una paradoja que un país que se orienta más a la izquierda, fortalezca una alternativa a la derecha del gobierno. ¿Cómo se produjo ese proceso?
La decadencia del PT entre su base histórica El primer punto para entender el desarrollo de la relación de fuerzas entre los principales partidos del régimen en Brasil está en localizar un hecho fundamental y dinámico: en cierto sentido, podemos hablar de decadencia del PT o, especialmente, del lulismo (como ciclo de gobierno de pacificación social, relativo crecimiento y amplio consumo). Por un lado, el período en que el PT podía sostener un gobierno que ofreciera acuerdos salariales por encima de la inflación y crédito amplio para el consumo popular tenía que ver con una situación objetiva: el país no había entrado aún en la crisis internacional y, además, la combinación entre medidas asistenciales (como el plan “Bolsa familia”), el desarrollo de un amplio empleo precario (casi 20 millones nuevos empleos de trabajadores pobres en Brasil), y la autoridad del PT, con una gran tradición histórica en el movimiento obrero, era una combinación perfecta para que ese fuera el partido del régimen con mayor capacidad para pacificar “completamente” la lucha de clases y las movilizaciones en el país (lo que no es tarea fácil en un país con dimensiones continentales). Sin embargo, esto fue cambiando en el último período, con una experiencia de años del proletariado industrial o de los servicios más importantes con el PT, un debilitamiento de la burocracia sindical3 y, sobre todo, con las movilizaciones de junio de 2013, que llevaron a sectores de masas a chocar de lleno con el PT. Esto se confirmó plenamente en las elecciones presidenciales; como señaló Leonardo Andrade: Podría esperarse que con la polarización del segundo turno, con la salida de Marina Silva
que se postulaba como tercera vía de la contienda electoral, el mapa de los votos volvería a su base histórica. Sin embargo no fue eso lo que vimos el domingo pasado. En el ABC paulista, primer cordón industrial alrededor de San Pablo, el PT y Dilma confirmaron la histórica derrota sufrida en el primer turno. (…) En São Bernardo do Campo, cuna política de Lula, el PT volvió a perder en el segundo turno, llegando al 44 % de los votos válidos, contra el 56 % de Aécio Neves. En esta ciudad, el peor desempeño del PT había sido el de la propia Dilma en 2010, cuando llegó al 56 % de los votos en el segundo turno. En Mauá, donde Marina Silva había ganado en el primer turno, el segundo fue de Aécio con casi el 56 % de los votos, agregando una derrota más al PT en el ABC. En Osasco, en la gran San Pablo, el PT perdió también por primera vez. Dilma obtuvo el 41 % de los votos, contra el 59 % de Aécio. Distinto de los 65 %, 58 % y 55 % de 2002, 2006 y 2010. Entre las ciudades de gran concentración obrera del interior de San Pablo, Dilma ganó en Hortolândia, en la Región Metropolitana de Campinas, al igual que en el primer turno. Aún así estuvo muy por debajo de las elecciones anteriores, pasando de 73 %, 75 % y 68 % de 2002 a 2010, al 57 % de ahora (…) En la región, perdieron también en Campinas, Indaiatuba, Vinhedo y Valinhos, como ocurrió en el primer turno4.
El PT fue derrotado incluso en San Bernardo, cuna política de Lula. Lo mismo sucedió en Maua, San Caetano, Osasco (grandes concentraciones obreras del Gran San Pablo), así como también en las principales concentraciones obreras del interior, como Campinas y casi todas las ciudades vecinas, y también en concentraciones de Minas Gerais, como Contagen y Belo Horizonte. Con estos resultados, podemos señalar que vivimos un proceso de ruptura de un sector del proletariado con el PT, el proletariado que hizo el PT, particularmente de los sectores industriales no precarizados. Sin duda ese proceso todavía es desigual, y el PT sigue siendo relativamente fuerte entre el “nuevo proletariado”, pero pierde peso en su base tradicional5. Ante una profundización de la crisis, es imposible descartar que ese “nuevo proletariado”, que muchas veces es informal y actúa en sectores de
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servicios o la construcción, sea el primero en ser atacado, y el PT quede al frente de un gobierno apoyado sobre una base que se desintegra bajo sus pies.
¿Adónde van los que rompen con el PT? El gran problema detrás de la ruptura de sectores del movimiento obrero con el PT es hacia dónde van (ya que no existe vacío en política): con la decadencia del PT en el movimiento obrero, la cuestión planteada, en primer lugar para la izquierda, fue si alguien capitalizaría el proceso. En un panorama electoral polarizado, el único partido que transcendió relativamente la marginalidad en la que se encuentra la izquierda (en parte por las enormes restricciones del régimen político brasileño), fue el Partido Socialismo y Libertad (PSOL). Sin embargo, la campaña del PSOL se apoyó enteramente en cuestiones de la juventud, como la lucha por la legalización de las drogas o la defensa de los derechos de los homosexuales, que tuvo buena aceptación en general entre los sectores de la vanguardia juvenil, pero permaneció alejado de franjas más amplias del movimiento obrero. No dijo una sola palabra sobre la lucha de los “garis” (recolectores de residuos) de Río de Janeiro, las huelgas del transporte o incluso sobre la larga lucha en curso en ese momento en la Universidad de San Pablo y los estatales paulistas. Otras expresiones de la izquierda, con una inserción también pequeña entre los trabajadores, como el PSTU, no superaron la crisis de su proyecto político desde las movilizaciones de junio de 2013, crisis que se profundizó con el pobre desempeño electoral. Esto plantea el problema de que el proceso de separación de un sector del movimiento obrero del PT no encuentra todavía una alternativa viable a la izquierda. Esta imposibilidad favorece por ahora las mediaciones a la derecha, que se muestran como algo “nuevo”, aunque tengan un contenido político conservador y antiobrero.
El paradójico crecimiento de la derecha El resultado de las últimas elecciones fue el más cerrado durante el último período democrático. La derecha se fortaleció, pero no con “personalidad propia”. En realidad, el candidato del PSDB, Aécio Neves, supo ver el enorme espacio que había en el movimiento obrero con
la decadencia del PT y la ausencia de una respuesta de izquierda. El primer paso fue mostrar que Marina Silva no representaba la “nueva política”, sino la vieja y, en ese sentido, que Aécio Neves era el candidato que podría ofrecer una oposición fuerte a Dilma. En ese sentido, explotó el perfil de “renovación real”. De esta forma, Neves logró ubicarse como una figura diferente del PSDB (en Minas, adonde gobernó, era llamado de “el más petista de los tucanos-PSDB”, más joven que Fernando Henrique Cardoso, Jose Serra o Geraldo Alckmin, y que intentó todo el tiempo aparecer como el candidato del cambio, de la “modernización”, asegurando los derechos sociales, lo que empalmaba con un sector del movimiento obrero que pensaba “aunque no es lo mejor, por lo menos es una renovación en relación al PT, que está hace doce años en el poder”. En las elecciones, gran parte de los que votaron a Neves lo hicieron apoyando la idea de “cambio”, aunque en ese momento no parecía primar una adhesión ideológica, sino más bien un fenómeno de “voto castigo” al PT. Pero una vez superada la segunda vuelta, parece abrirse un debate más profundo alrededor de la polarización entre el PT y el PSDB. En esta discusión, el PSDB se viene ubicando a la ofensiva con el objetivo de disputar ideológicamente a sectores del movimiento obrero que tradicionalmente apoyaban al PT, aunque hasta el momento esta estrategia le ha dado mejores resultados entre la clase media sudeste-sur del país”. Después de las elecciones se extendieron en las redes sociales los ataques de la clase media paulista en contra la gente del Nordeste, que “eligió a Dilma nuevamente solo para mantener la Bolsa Familia”. Cabe señalar que entre estas voces aparece un sector obrero que empieza a decir que “el gobierno no ayuda a los trabajadores, sino solo a los más pobres que no trabajan”. Esto es todavía una expresión molecular en el movimiento obrero, pero sin una alternativa real a la izquierda surge la “paradoja” de que la fuerza de la derecha pueda afianzarse.
El futuro gobierno de Dilma Estos elementos hacen que el próximo gobierno de Dilma esté atravesado por diferentes presiones. Enfrenta, por un lado, una oposición
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burguesa más fuerte y, por otro, sabe que un ataque al movimiento obrero (ya sea el más calificado o el “nuevo proletariado”) puede profundizar la tendencia a una respuesta más profunda, sin mucho margen para hacer concesiones como en el pasado. Las elecciones y la polarización entre el PT y el PSDB sirvieron como un “aliento” para el régimen en Brasil tras la crisis de representatividad. Partiendo de un amplio cuestionamiento, las elecciones permitieron despertar las pasiones de dos proyectos dominantes en disputa. Pero pasadas las elecciones, los problemas de un país que vive hoy crisis estructurales como la falta de agua en el Sudeste, un amplio cuestionamiento como los escándalos de corrupción en Petrobras, una situación económica que puede afianzar la recesión económica, entre otros problemas, pueden transformar un simple aliento en falta de aire, y puede fortalecerse al cuestionamiento del gobierno de Dilma, que ha salido debilitado a mediano y largo plazo. Los principales diarios dicen que uno de los ejes de la campaña de Dilma, la reforma política, ya empieza a retroceder cuando dice que no va a necesitar un “plebiscito” para impulsar la reforma (según había prometido la presidenta reelecta). Los sueños de “cambio”, que esperaban un giro a izquierda de Dilma, se desvanecen en el aire con su primer discurso de “unidad nacional”.
1. Ver “El discurso de Dilma Rousseff frente a la reelección”, en La Izquierda Diario, 28/10/14. 2. Ver “Elecciones en Brasil: nuevos discursos, vieja política”, Ideas de Izquierda 14, octubre 2014. 3. El número de diputados cayó a casi la mitad, de 86 a 43, según los datos del Departamento Intersindical de Asesoría Parlamentar (DIAP). 4. Ver “El PT es derrotado en los principales polos industriales del país”, La Izquierda Diario, 29/10/14. 5. En realidad existen dos fenómenos en este sector: la ruptura-separación política con el PT, y la renovación en la industria (el proletariado joven), que no tiene la “tradición” de los años ‘80 o incluso los ‘90, cuando todavía quedaban algunos elementos de combatividad en el discurso petista.
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La masacre de Iguala
México: “Pienso, luego me desaparecen”
Sergio Moissen Profesor Ciencias Políticas y Sociales, UNAM. Movimiento de los Trabajadores Socialistas. La masacre de Iguala marca un antes y un después de la historia de México. A los más de 160 mil muertos de la “guerra contra las drogas”, los 25 mil desaparecidos y más de un millón de desplazados, se suma hoy la masacre de los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, y la explosión de una crisis con final abierto en el régimen político mexicano. El 26 de septiembre de 2014 en Iguala, en el estado de Guerrero, fueron desaparecidos 43 estudiantes normalistas de la Escuela Rural de Ayotzinapa. Días después la historia se tornó aún más aberrante: 6 asesinados, decenas de heridos, 22 cuerpos sin identificar, y por lo menos dos decenas de fosas clandestinas descubiertas en la cercanía de Chilpancingo. Dos días más tarde se difundieron en la prensa videos que mostraban camionetas de la Policía Municipal huyendo de la escena con los estudiantes. En redes sociales, por el día 2 de octubre, se viralizó una foto en la que se veía un cuerpo desollado, sin rostro y sin ojos, que correspondía a uno de los normalistas. El cuerpo fue encontrado en las cercanías de Iguala. Existen desde ese momento múltiples hipótesis, hay policías detenidos, se habla de la actuación conjunta de fuerzas policiales y parapoliciales; las sospechas llegaron hasta el propio alcalde, a quien se vincula directamente con el narcotráfico y que más tarde se dio a la fuga. A la barbarie se suma más horror: el padre Alejandro Solalinde sugiere que los 43 normalistas desaparecidos fueron quemados vivos1. Los más de 25 cuerpos encontrados en fosas clandestinas no corresponden a los de los normalistas. Se reproducen las denuncias, y también las protestas que reclaman: “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Antes de cumplirse un mes de la desaparición, el gobernador perredista de Guerrero debe alejarse del palacio de gobierno del estado.
Las ilustraciones fueron realizadas por distintos artistas como parte de la campaña por al aparición con vida de los normalistas de Ayotzinapa (#IlustradoresConAyotzinapa).
Los métodos utilizados contra los estudiantes son similares a los de la guerra sucia de los años ‘70 en nuestro país. La investigadora Laura Castellanos en su México armado señala que bajo los métodos de la guerra sucia del PRI fueron asesinados y desaparecidos miles de luchadores sociales2. La masacre de Iguala muestra la descomposición del Estado mexicano y la podredumbre capitalista contra la juventud y luchadores sociales.
México: una gran fosa común En una poderosa imagen literaria, Daniel Sada, escritor mexicano de Mexicali, en su libro Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, pareciera profetizar sobre el México del año 2014: “Llegaron los cadáveres a las tres de la
tarde. En una camioneta la trajeron –en masa, al descubierto– y todos balaceados como era de esperarse. Bajo el solazo cruel miradas sorprendidas, pues no era para menos ver así nada más paseando tanta carne apilada”3. Según cifras oficiales, por lo menos 6 cuerpos al día son enterrados en fosas clandestinas desde 2011, año en el que inició la “guerra contra el narcotráfico”4. La “verdad” en México supera el horror: porque parece mentira la verdad nunca se sabe. Las fosas clandestinas irrumpieron en la conciencia nacional en 2010 cuando fueron encontrados más de 72 migrantes centroamericanos en San Fernando Tamaulipas. Según datos oficiales, los migrantes fueron asesinados por el grupo “Los Zetas”. Otro caso emblemático fue el de Durango en 2013. En 14 fosas clandestinas
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ubicadas en la entidad fueron encontrados 331 cadáveres. Tan solo en Guerrero han sido localizados más de 150 cuerpos en fosas clandestinas5. El daño es incuantificable. A la par del aumento de las fosas, el asesinato a luchadores sociales en los últimos años se volvió sistemático. El Estado mexicano usa grupos paramilitares del narco para hacer el trabajo “sucio”, como podría mostrar hoy con el cartel Guerreros Unidos. Los estados más golpeados con estos métodos, además de Guerrero, son Chihuahua y Michoacán. En 2010 Marisela Escobedo, luchadora feminista, fue asesinada en las afueras del palacio de gobierno. La creadora del lema “Ni una muerta más”, Susana Chávez, fue asesinada en 2011 supuestamente por sicarios del narcotráfico. En octubre de 2011, Carlos Sinuhé Cuevas, activista de la UNAM, fue asesinado a balazos. Con este último compartí un par de años de lucha en la Facultad de Filosofía y Letras. En noviembre del mismo año, Nepomuceno Moreno del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad fue asesinado en Sonora por grupos “supuestamente al servicio del crimen organizado: le arrancaron la vida con siete balazos y con ello la esperanza de encontrar a su hijo, Jorge Mario Moreno León”. En México hay decenas de casos de asesinatos a luchadores sociales.
Crecen las protestas y se agudiza la crisis política Este escenario ha agudizado las consecuencias de la crisis en el régimen, que no solo toca de cerca al gobierno del PRI, sino que ya alcanzó al PRD, que gobierna el estado de Guerrero. Si durante el gobierno del PAN encabezado por Felipe Calderón se había hecho evidente la connivencia con el poder del narcotráfico en varios estados, a nivel municipal, el gobierno del PRI vino a confirmar que la relación es mucho más profunda y llega hasta las más altas esferas del poder. Esto es lo que explica que hasta el opositor PRD haya sido salpicado por esta crisis y no pocos se pregunten si es el momento de diagnosticar su muerte política: La conducta de los dirigentes del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en la crisis actual plantea claramente esta pregunta para miles, sino es que para cientos de miles de fieles y no tan fieles seguidores de este partido. Para muchos de ellos los desfiguros absolutamente desastrosos de los dirigentes mayoritarios perredistas, los Chuchos, los están convenciendo que el PRD no es de ninguna manera el partido que supuestamente se identifica como de izquierda, democrático y revolucionario como su nombre lo anuncia6.
La crisis caló tan hondo, que las sospechas llegaron hasta MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional) liderado por Andrés Manuel López Obrador; que en un acto debió explicar su relación con el alcalde de Iguala. A los ojos de millones, es cada vez más clara la descomposición del Estado, los vínculos entre los partidos del régimen y el narcotráfico. Y es incalculable la magnitud que puede tener esta crisis política. El gobierno está arrinconado
por las protestas y no puede garantizar la estabilidad para los negocios imperialistas. La imagen de Peña Nieto pasó rápidamente de garante de buenos negocios a ser el blanco de todas las críticas. La onda expansiva de las movilizaciones, con epicentro en Guerrero, llegó hasta la casa de gobierno en el DF. Si la llegada del PRI al poder había sido vista como una garantía de pacto con el virtual aparato paraestatal del narcotráfico en varias zonas del país, la respuesta del gobierno de Peña Nieto a la crisis desatada por la desaparición de los estudiantes puso una vez más en jaque la credibilidad, no solo del PRI, sino de todas las representaciones burguesas tradicionales. Ni el »
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PRI, ni el PAN ni el PRD pueden resolver hoy las contradicciones abiertas en el sistema político mexicano y su carácter profundamente represivo y autoritario. Luego de la desaparición de los normalistas surgieron en Guerrero brotes espontáneos de protesta: ni más ni menos que el sindicato del magisterio (CETEG), junto a los normalistas, incendiaron el palacio de gobierno del estado. El presidente Enrique Peña Nieto envió a grupos especiales antiinsurgente al mismo tiempo que tomó por asalto las fuerzas estatales con el envío de la gendarmería nacional militarizando todo el estado mientras endurece su política contra la policía comunitaria (CRAC PC) y tiene en prisión a Nestora Salgado, dirigente de Olinallá.
Ante la barbarie, la esperanza: un nuevo y amplio movimiento democrático Las protestas se extendieron a todo el país; más de 100 mil personas, mayoritariamente estudiantes y jóvenes, se movilizaron en el Distrito Federal. Las marchas siguieron a asambleas en varias Universidades, como la masiva asamblea estudiantil de la UNAM, realizada en el mítico auditorio Che Guevara, sede del Consejo General de Huelga de la larga lucha universitaria de 1999. La bronca crece a la sombra de la profunda indignación de amplios sectores populares que ven en la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa la confirmación de los atropellos a las libertades democráticas, la relación estrecha con el narcotráfico, y los ataques a los trabajadores y la juventud. En una parodia del “cogito ergo sum” de René Descartes, una marea humana el 22 de octubre de 2014 plasmó en decenas de paredes de la Ciudad de México: “Pienso, luego me desaparecen”. Esta consigna que llega a miles en la fuente del Paseo de Reforma dice mucho de lo que pasa en México. La masacre de Iguala es sin duda alguna la peor masacre estudiantil en décadas: solo comparable con la masacre de Tlatelolco en 1968 y el “Halconazo” de 19717. Miles de estudiantes han realizado dos jornadas de paro nacional. De Chihuahua a Veracruz, de Chilpancingo a Jalisco, la juventud irrumpió de nueva cuenta y se puso a la cabeza del descontento nacional pero con más experiencia acumulada: el #YoSoy132 y los paros en solidaridad con el magisterio de la CNTE. Cada día que pasa se suman expresiones de apoyo y protesta por las desapariciones, muestra de esto es la multiplicación de iniciativas como “Ilustradores por Ayotzinapa”, donde más de cien artistas gráficos exigen respuestas sobre el destino de los normalistas, o “Escritores por Ayotzinapa”, que reúne figuras de la literatura. “México se ha convertido en una tumba sin nombre donde caen todas las víctimas y los desaparecidos”, denuncia la carta pública que firman figuras del progresismo, muchas de ellas cercanas al PRD y a MORENA, como Elena Poniatowska, Paco Ignacio Taibo II, Juan Villoro, y actores como Gael García Bernal, Demián Bichir y Daniel Jiménez Cacho, entre otros. Este movimiento amplio ha logrado sensibilizar a miles en todo el mundo. Desde grupos de rock como Massive Atack, intelectuales como
Umberto Eco, o artistas como Rubén Blades, han mostrado su solidaridad. Incluso el Parlamento Europeo ha mostrado su rechazo a la política de México en torno a los 43 normalistas desaparecidos. El 22 de octubre se realizó una jornada de solidaridad internacional que reunió en las principales ciudades de América Latina, Estados Unidos y Europa, miles de personas frente a embajadas y consulados mexicanos para exigir su aparición con vida. Al cierre de esta edición podemos afirmar que la crisis política no solo no está cerrada sino que se profundiza. El gobierno mexicano ensaya diversas formas para detener la crisis, hasta ahora sin resultados. La entrevista del presidente con las familias de los normalistas el 29 de octubre terminó en una amarga decepción. En la conferencia de prensa posterior, los familiares declararon: “No confiamos en su gobierno”, y señalaron como insuficientes las acciones para encontrar a los estudiantes. Un elemento muy importante en la situación política actual es la entrada en escena los trabajadores afiliados a las centrales sindicales opositoras al gobierno federal como la Unión Nacional de Trabajadores (UNT), como los trabajadores de TELMEX y los trabajadores universitarios (STUNAM, SITUAM). El 28 de octubre
la dirección de la UNT se vio obligada a movilizarse bajo la consigna de “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Se suman así a los combativos maestros de la CETEG, que en Guerrero se movilizan desde el primer día. La juventud y el movimiento estudiantil se movilizan por la aparición con vida de los 43 normalistas, y en esa lucha suman un valioso aliado contra un régimen cada vez más autoritarios y en defensa de sus libertades democráticas más elementales.
1. “Padre Solalinde: a los 43 estudiantes ‘los mataron’ en estado mexicano de Guerrero”, piensachile. com, 22/10/2014. 2. México, ERA, 2007, p. 25. 3. México, Tusquets, 1999, p. 1. 4. Ver Ideas de Izquierda 13, septiembre 2014. 5. “Guerrero, zona de fosas clandestinas”, El Universal, 26/10/2014. 6. Manuel Aguilar Mora, “El descalabro del PRD y el gobierno de Peña Nieto”, La Izquierda Diario, 28/10/2014. 7. El 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco el gobierno del PRI asesinó a cientos de estudiantes. En 1971 un grupo de paramilitares reprimió una movilización del Instituto Politécnico Nacional.
La tradición democrática mexicana En México existe una larga tradición de lucha contra los atropellos perpetrados por la democracia de los ricos y poderosos. En 1994, la ofensiva militar contra la rebelión indígena-campesina de Chiapas despertó importantes acciones en las ciudades, solidarias con el movimiento encabezado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Ese año dejó una huella profunda, y en los años siguientes se forjó una nueva generación juvenil. Como señala Pablo Oprinari: “En febrero del 2000, el gobierno quebró una huelga en la UNAM de más de 9 meses, con la ocupación policíaco-militar (del predio universitario, NdeR). Eso provocó una histórica movilización que obligó al Partido de la Revolución Institucional (PRI) a liberar a la mayoría de los estudiantes presos. Más recientemente, en el año 2006, ante el fraude que llevó al conservador Felipe Calderón a la presidencia, millones se movilizaron en todo el país durante semanas. Eso hizo rememorar las protestas masivas que en 1988 surgieron contra otro fraude, en aquel entonces contra el candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Cuauhtémoc Cárdenas. Asimismo, la represión salvaje al magisterio oaxaqueño en junio de ese
año abrió el camino para una heroica lucha de todo el pueblo de ese estado y el surgimiento de la Comuna de Oaxaca”1. El nuevo movimiento que recorre las calles mexicanas es expresión de este fenómeno que resurge ante el ataque a las libertades y derechos más elementales. Pero, como se hace notar, en este acto de barbarie se muestra un estado de descomposición mayúsculo: no solo se observa el uso de los métodos de la guerra sucia, sino que se hace visible el uso de grupos del crimen organizado contra luchadores sociales. Con ello se evidencia las ligazones y complicidad del Estado mexicano con el narcotráfico. Esta masacre además desmiente la idea de una alternativa democrática a la barbarie pues fue perpetrada por el PRD y el propio alcalde de Iguala fue apoyado por Andrés Manuel López Obrador en meses anteriores. Todos los partidos están manchados de sangre: el régimen político mexicano se apoya sobre una gran fosa común.
1. Pablo Oprinari, “Un amplio movimiento democrático en las calles mexicanas”, La Izquierda Diario, 21/10/2014.
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Década ganada... para los bancos Gastón Ramírez Economista, docente de la UNJu. Emiliano Trodler FCE, UBA.
Tras el colapso de la convertibilidad, los bancos, junto con las privatizadas, estaban entre los sectores empresarios más odiados. No podía ser de otra manera: la quiebra de la convertibilidad se encauzó con una megadevaluación y un zarpazo a los ahorristas, apenas una década después de que la crisis hiperinflacionaria condujera también a una confiscación de depósitos. El período de florecimiento de los bancos parecía llegar a su fin. Y sin embargo... Bajo el “modelo K”, el sistema bancario ha conquistado el podio mundial de rentabilidad, liderando el ranking mundial que elabora el FMI, que compara las entidades según los indicadores de desempeño más comúnmente utilizados: la evaluación de la Rentabilidad sobre Patrimonio Neto (ROE) y la Rentabilidad sobre Activos (ROA). Con una ROA que según el más reciente informe sobre bancos presentado por el Banco Central (BCRA) acumulaba en agosto el 4,5 % en los últimos doce meses, el sistema financiero argentino presenta la rentabilidad más alta de los países que conforman el grupo G-20. Un 84 % por encima de Indonesia, que en 2013 ocupaba el segundo lugar, y muy lejos de las plazas financieras más importantes del mundo. Si para el año 2003 la ROE promediaba el 7 %, esta irá creciendo hasta alcanzar un pico del 29,5 % hacia fines de 2013, con un salto espectacular al 38,3 % en junio de 2014. Un margen muy superior al de la convertibilidad, cuando la ROE promediaba el 16 %. Dentro de las 20 empresas más ganadoras, 6 son bancos. Estos tipos sí que se la llevaron con pala durante la última década. El récord de ganancias es aún más llamativo por el volumen limitado de operaciones del sistema bancario argentino, donde el apalancamiento crediticio –utilización de créditos para sostener nuevas actividades financieras o económicas– se encuentra entre los más bajos del mundo. ¿Cómo fue que los bancos hicieron semejantes ganancias bajo las nuevas condiciones impuestas por el fin de la convertibilidad y la imposibilidad de acceso al crédito internacional tras el default de 2002?
Corralito, Corralón y Compensación “Robar un banco es un delito, pero más delito es fundarlo”. Bertolt Brecht El sistema bancario y financiero hacia fines de 2001 atravesaba una situación apremiante en la cual se avizoraba un horizonte de incumplimiento frente a los depositantes. Esto ocurría en un contexto de fuerte presión sobre el país por parte de los capitales financieros y los mismos bancos, ante el endeudamiento en dólares incontrolable que demandaba la convertibilidad para sostenerse. El gobierno tomó créditos millonarios con el exterior a tal fin, el denominado “Blindaje” y posteriormente el “Megacanje”. Este último no solo acrecentó la deuda en más de 55 mil millones de dólares, y aún hoy sigue investigado en la justicia –aunque absolvieron a su artífice Domingo Cavallo–; a los siete bancos que participaron –Banco Francés, Santander Central Hispano, Galicia, Citigroup, HSBC, JP Morgan y Credit Suisse First Boston– les generó comisiones por 150 millones de dólares. A la vez David Mulford, titular del Credit Suisse First Boston, obtuvo 20 millones de dólares para él. Sin embargo, la fuerte fuga de dólares en la cual los bancos jugaron un papel central, y una economía aplastada tras más de 4 años de recesión, aceleraron la crisis. Así implementaron, entre otras medidas financieras, una restricción al retiro de los depósitos en todas las cuentas y plazos fijos, el famoso y tristemente recordado “corralito” mediante el cual se intentó preservar el negocio de los bancos. Estas decisiones aceleraron la crisis y la economía se vino a pique. Tras la salida del gobierno de De la Rúa y el fin de la convertibilidad en enero de 2002 dispusieron, entre otras medidas, un nuevo control sobre los depósitos, el “Corralón”, y un cronograma de devolución del dinero retenido en los bancos bajo un sistema conocido como “pesificación asimétrica”. Esta propuesta ideada por »
Fotomontaje: Juan Atacho
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“ ...entre 2008 y 2013, las ganancias netas del sistema bancario van a pasar de $ 4.757 millones a $ 29.143 millones, un salto de 512 % en solo cinco años.
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la UIA implicó una devolución de los depósitos a un tipo de cambio de $ 1,40 por dólar depositado, más un coeficiente de estabilización de referencia, y a los deudores financieros se les exigía la devolución de sus deudas a $ 1 por cada dólar adeudado. Un formidable salvataje a la gran burguesía argentina, que con la devaluación había acumulado pasivos imposibles de afrontar. Ante el malestar de los bancos, decidieron compensarlos con bonos del Estado Nacional debido a esta diferencia entre los pesos que devolvían por los depósitos y los que recibían por los deudores. Así, la banca que estuvo detrás de los movimientos previos a la salida de la convertibilidad, siendo parte de la fuga de capitales, luego se declaró en quiebra y fue compensada con sumas millonarias por el Estado. Kirchner respetó las negociaciones con los bancos que pactaron Remes Lenicov y Lavagna como ministros de Duhalde y siguió pagando los bonos de compensación. Bajo un nombre rimbombante, toda esta maniobra no fue otra cosa que un nuevo otorgamiento de un seguro de cambio tardío para los grandes capitalistas, concretado mediante una compensación a los bancos por la pesificación uno a uno.
“Modelo” de crecimiento de las ganancias bancarias Pero la pesificación asimétrica de 2003 fue además el punto de partida para que el sistema bancario comenzara un nuevo ciclo de negocios. A partir de ese año los depósitos comienzan a recuperarse moderadamente y en 2005 recién lo hacen los préstamos. El 2005 será el primer año de rentabilidad anual positiva para el sistema financiero luego de la crisis de 2001. La reactivación de la intermediación financiera en los primeros años de la recuperación económica iniciada en 2003 va a ser contundente, con tasas de crecimiento anuales superiores al 30 %. Serán las líneas de crédito orientadas al consumo las que crecerán muy por encima del promedio, a una tasa anual del 60 %. Entre 2003 y 2007, el volumen de préstamos personales se va a multiplicar 8,6 veces; mientras que la deuda
de titulares de tarjetas de crédito va a crecer 4,7 veces en solo cuatro años. Se observa entonces un crecimiento formidable del negocio de los préstamos, con especial dinamismo en el segmento orientado al consumo por sobre los préstamos a la producción de las empresas1. Un análisis de la composición de las ganancias de los bancos arroja que en 2005 los “resultados por intereses”� van a representar el 38 % del margen financiero bancario y ya para el año 2008 el peso relativo de este rubro aumentará notablemente al 46 %. Pero el aumento inmediato de la rentabilidad no solo va a ser consecuencia del crecimiento del volumen del negocio, sino también por las tasas de interés usurarias que van a cobrar los bancos y que van a ser convalidadas por el BCRA. En estos años, el sistema bancario se va a ver favorecido por un aumento extraordinario del spread de intermediación financiera. Es decir, el margen bruto que obtiene entre la tasa de interés pasiva que paga por los depósitos y la tasa de interés activa que cobra por los préstamos. Este margen va a ser incluso más alto que bajo el régimen de la convertibilidad. Si durante el período 19952001 el spread promedio va a ser de 10,45 %, para el año 2004/5 se va a ubicar en 13,21 %. El poder de un sistema concentrado en unos pocos bancos hace que ante cada viraje en la economía, el traslado de los costos al margen de intermediación sea inmediato. Durante el primer año de la crisis financiera internacional, en 2008, el spread va a alcanzar un pico del 20 %. En 2011, con la instauración del cepo, va a pegar un nuevo salto hasta alcanzar un 22,7 %. Finalmente va a alcanzar su máximo histórico de 24,2 % luego de la devaluación de enero de 2014. Se trata de maniobras bancarias para cubrirse del efecto inflacionario de la devaluación, que tendrán un efecto expropiatorio directo sobre el deudor asalariado. Una enorme transferencia de recursos por la cual entre 2008 y 2013, las ganancias netas del sistema bancario van a pasar de $ 4.757 millones a $ 29.143 millones, un salto de 512 % en solo cinco años.
Sistema raquítico Las reforma financiera liberalizadora (ver “La vigencia de una reforma de la dictadura” en este dossier) se implementó con el argumento de que ayudaría al desarrollo del sistema financiero, permitiendo el crecimiento de los depósitos y créditos en relación con el tamaño de la economía. Pasados más de 35 años de la misma, observamos que un rasgo peculiar del sistema financiero argentino sigue siendo el raquitismo del crédito en relación al PBI, lo que se denomina “profundidad financiera”. Desde el 2003 en adelante, esta proporción va a promediar el 15 %. Un nivel muy por debajo de los países más ricos (160 % del PBI), del resto de América Latina (40 %), e incluso inferior al de los países más pobres del mundo (20 %). Este indicador, muestra que el negocio de los bancos, lejos de pasar por acrecentar el volumen de crédito, corre por otros carriles. El ratio entre créditos al sector privado y depósitos de la Argentina para el 2011 se ubicaba en 0,72. Es decir que por cada peso que entra vía depósitos, el sistema bancario presta 0,72 centavos. Un nivel que se encuentra incluso por debajo de países como Chile (1,62) o Paraguay (1,39), y que es indicador del muy bajo apalancamiento y exposición del sistema bancario, como mencionamos antes. Al mismo tiempo, el crédito al sector manufacturero va a mantener una tendencia decreciente desde principios de los ‘90, promediando el 20 % del total de las financiaciones. La baja profundidad financiera suele ser un rasgo común al conjunto de las economías atrasadas y dependientes. Está vinculada al bajo nivel de formación bruta de capital y empresas que orientan sus estrategias de negocios en base a ciclos cortos de alta valorización del capital con bajos niveles de apalancamiento. Particularmente en el caso de la Argentina, la acumulación de capital se ha caracterizado en diversos períodos históricos por estar por detrás de las posibilidades que permitiría la tasa de rentabilidad, configurando lo que puede definirse como una “subacumulación”2. Desde los
IdZ Noviembre años ‘80 esto se acentuó y se combinó de forma creciente con una tendencia a la dolarización de activos que caracteriza especialmente a los estratos más altos de la burguesía argentina3. Esto se agrava porque el sistema bancario, híperconcentrado y extranjerizado, está orientado a valorización de bajo riesgo, plazos cortos, y a altas tasas de interés. Es decir, un sistema bancario que tiende a “estrangular” al conjunto de la economía, pero que está hecho a imagen y semejanza de una burguesía local sin ningún interés por el desarrollo industrial. Para el año 2013/2014, el nuevo escenario de incertidumbre cambiaria y presiones inflacionarias va a dar lugar a un creciente peso de la rentabilidad vía especulación con títulos públicos y divisas, así como con las letras del Banco Central, con efectos de generar un racionamiento aún mayor sobre el volumen de disponibilidades orientadas al crédito. La devaluación de enero de 2014, un nuevo golpe a los bolsillos del pueblo trabajador, será al mismo tiempo una enorme transferencia de recursos hacia el sistema bancario. En 2014 la especulación con divisas y bonos del Estado van a ser los protagonistas de un nuevo salto en la rentabilidad del sistema bancario. La ROE bancaria va a pasar del 29,5 % al 37,6 %. Los aumentos más espectaculares se van a dar en los rubros “diferencias de cotización” (164 %) y “resultados por títulos valores” (103 %). El ROA acumulado de los últimos doce meses fue de 4,5 %, lo que se ubica 1,6 puntos porcentuales por encima de lo acumulado durante igual período considerado a agosto de 2013. En un año este indicador mejoró nada menos que un 50 %.
“Aversión” a los préstamos Sobre estas características del sistema financiero local opera una estrategia de fondo que viene de larga data. Ante la volatilidad cambiaria propia de una economía dependiente marcada por los ciclos denominados de stop and go, propiciados por la alternancia de épocas de abundancia y escasez de dólares, se va a reforzar una orientación hacia el cortoplacismo de las nuevas colocaciones de dinero de los bancos. De hecho, el fondeo por depósitos a largo plazo va a ser prácticamente inexistente en el sistema bancario argentino4. Según un informe del CEFID-AR�, la fuga de capitales, que pega un salto a partir de 2007, va a elevar las tasas pasivas (las que se pagan por los depósitos o préstamos entre los bancos) a raíz de que los bancos van a cubrirse de la rentabilidad que pueden perder a medida que aumentan los riesgos devaluatorios. Este proceso, a su vez, provoca una suba de las tasas activas para mantener el spread o margen de ganancia de los bancos, provocando un racionamiento del crédito ya que hay sectores que al encarecerse el financiamiento se les hace imposible acceder al mismo. El secreto está en que los bancos, aunque presten menos dinero, ganan igual o más que antes. A su vez, la estrategia de los bancos es mantenerse lo más líquidos posibles, o sea, sostener todo el dinero disponible de los depósitos dentro de los bancos y orientarlo a activos más rentables que los préstamos
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al consumo y a las empresas. Aunque los bancos vienen ganando millones con ellos, las inversiones en activos denominados en dólares u otras monedas son los más atractivos en épocas de turbulencia cambiaria. Por ello prefieren evitar prestar el dinero de los depósitos al consumo y a las empresas con tal de preservarlo para la inversión en el exterior. Un proceso que retroalimenta la fuga y las presiones devaluatorias.
El negocio de la deuda pública y los dólares Como mencionábamos antes, otra de las fuentes de ingresos para los bancos será el de la especulación con bonos y divisas. Luego de la estatización de las AFJP en 2008, una medida orientada a hacerse de la caja de jubilaciones, cuando el superávit fiscal comenzaba a evaporarse el Estado nacional inicia un espiral de endeudamiento altamente rentable para el sistema bancario. Entre 2008 y 2009 el margen financiero por “títulos valores” va a pasar de $ 4.398 millones a $ 11.000 millones, un primer salto de 150 % en tan solo un año. El peso relativo de las colocaciones del BCRA (Lebac/Nobac�) en el margen financiero del sistema bancario va a pasar del 50 % en el año 2005 a un 76 % en julio de 2014. Es que en la medida que los fondos del ANSES van mostrando un límite para cubrir un déficit fiscal creciente, y la colocación de títulos públicos en bancos estatales empieza a reñir con las disponibilidades de liquidez necesaria para su normal funcionamiento, será el BCRA el garante en última instancia de un metabolismo financiero cada vez más inestable. El déficit fiscal creciente va a colocar al Tesoro Nacional en una situación de completa incapacidad para devolver los adelantos del BCRA. A la vez, la administración de la política monetaria ha obligado al BCRA a emitir letras validando tasas de interés más elevadas, lo que representa un aumento del déficit cuasi fiscal al mismo tiempo que se alimentan las ganancias bancarias. La deuda que contrae el Tesoro con el BCRA para usar reservas mediante el llamado Fondo de Desendeudamiento, engrosan los pasivos que el fisco hoy no está en condiciones de saldar, contribuyendo así al deterioro en la hoja de balance del BCRA. Por esta razón, en lo que va de 2014 los bancos incrementaron en un 71 % la tenencia de títulos públicos en cartera, la cual asciende a $ 241.932 millones. La mayor parte de estas colocaciones corresponden a Lebac ($ 186.333 millones). Y la mitad está en manos de bancos privados locales y extranjeros. Como resultado, el sistema bancario va a empezar a jugar un rol cada vez más importante en el financiamiento en última instancia del sector público con cuotas de poder crecientes sobre el sistema financiero en su conjunto. Una norma histórica del sistema bancario ha sido la “exposición al sector público”; es decir, que en la estabilidad/inestabilidad monetaria los grandes bancos han jugado siempre un rol determinante. Este rasgo, que pareció revertirse durante los últimos años, vuelve a aparecer hacia el fin de ciclo del modelo K. La rentabilidad por “diferencias de cotización”, que en su mayor parte »
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corresponde a la especulación con divisas, van a promediar el 11 % del margen financiero durante la última década. Sin embargo, en el año 2013 y 2014 van a dar un salto espectacular a partir de la devaluación de la moneda. Si en 2013 los ingresos por este rubro ascenderán a $ 11.200 millones (un salto del 173 % respecto de 2012), en los primeros 6 meses del 2014 ingresará el mismo volumen que durante todo el año anterior. Si bien el gobierno ha encarado una política de control sobre las “cuevas”, Banco Galicia, HSBC, Banco Santander, Hipotecario, Macro, entre otros, encabezan los principales agentes de operación en el Mercado Abierto Electrónico (MAE) donde se compran y venden todo tipo de acciones y bonos, una información que es pública, aunque el gobierno empezó hace un mes a tomarla en cuenta preocupado por la fuga de dólares.
Con gran preponderancia de grandes instituciones internacionales, a quienes cualquier desarrollo del crédito de largo plazo en el país no podía ser más ajeno, y con una regulación que permite a los bancos definir la estrategia de toma de dinero y de préstamos como les resulte conveniente, este sistema no puede reconvertirse si no es cambiándolo de raíz. La única manera de establecer un verdadero control del destino de los fondos, cortar las maniobras de fuga y el lavado de dinero, es mediante una nacionalización de todos los depósitos, conformando una banca estatal única bajo control de los trabajadores. Para transformar el bastión de la fuga y la especulación del que se sirve toda la burguesía, en un vehículo para centralizar y canalizar el ahorro nacional hacia inversiones que respondan a las necesidades de infraestructura y vivienda que resultan invariablemente postergadas.
Un sistema que solo sirve a las ganancias bancarias Cada formación capitalista tiene el sistema financiero que “se merece”, es decir el que se ajusta al proceso de acumulación que se lleva a cabo en su esfera nacional. En la Argentina, como en todo el mundo, el sistema financiero se moldeó en las últimas décadas jerarquizando la vehiculización de ganancias rápidas tanto del capital productivo como del abocado a operaciones financieras. También fue una pata fundamental para la estrategia de colocación de fondos en activos a resguardo de los vaivenes de la economía local, es decir la fuga de capitales, y hay evidencias del involucramiento de entidades (particularmente el HSBC) en maniobras de lavado de dinero�.
1. La reconfiguración del sistema bancario con un sesgo al consumo no es un rasgo exclusivo del “modelo K”, sino que constituye una tendencia que comienza desde principio de los ‘90 y que va de la mano de la precarización laboral, con la proliferación de tarjetas de crédito y expansión del negocio crediticio a los sectores más empobrecidos (y a la vez más rentables) de la población. Tampoco es un fenómeno de origen nacional; la expansión del endeudamiento de los hogares para estimular la demanda agregada constituye una tendencia del capitalismo a nivel internacional. Diversos economistas marxistas señalan el potencial desestabilizador de esta forma de “apalancamiento” para el capital agregado que reporta enormes beneficios para la banca y permite dinamizar la circulación del capital, pero que, a diferencia del crédito a la producción, es intrínsecamente incapaz de generar las bases de repago. 2. Ver al respecto Esteban Mercatante, “La Argentina, a 10 años de la salida de la convertibilidad: contradicciones recurrentes para la continuidad de la acumulación capitalista. Una mirada desde la teoría marxista”, en www.ips.org.ar, agosto de 2012. 3. En la actualidad hay estimaciones que ubican el monto de activos de residentes argentinos en el exterior en 400 mil millones de dólares, es decir, un monto equivalente al PBI de la Argentina (James Henry, Informe de Tax Justice Network, julio de 2012). 4. David A. Mermelstein, “El sistema bancario argentino frente a la crisis financiera global”, en María Teresa Casparri (comp.), Impactos de la Crisis Financiera Internacional en la Argentina, vol. 2, Buenos Aires, UBA, 2009.
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La vigencia de una reforma de la dictadura Esteban Mercatante Comité de redacción. El sistema financiero en su configuración actual es el resultado de toda una serie de iniciativas que conocen su raíz en la Reforma Financiera de 1977, implementada con el objetivo de imponer su liberalización. Entre las numerosas reglamentaciones aplicadas durante la última dictadura que mantienen vigencia en lo fundamental, esta es una de ellas. Esta reforma se basó principalmente en dos disposiciones legales, la Ley 21.495 de descentralización de depósitos (sancionada el 17 de enero de 1977) y la Ley 21.526 de entidades financieras (14 de febrero de 1977). La reforma apuntaba a limitar la injerencia del Estado en el sistema financiero, dejando que las entidades privadas actuaran con libertad en los criterios para otorgamiento de crédito y la fijación de tasas activas y pasivas. Según Alan Cibils y Cecilia Allami1, las tres patas de los profundos cambios fueron la desregulación de la tasa de interés para aumentar la oferta de crédito; el incentivo a la entrada a un mayor número de instituciones financieras en el mercado para volverlo “competitivo”, y la liberalización de la cuenta capital permitiendo la libre entrada y salida de capitales. La Ley de Entidades Financieras habilitaba a los bancos comerciales a “realizar todas las operaciones activas, pasivas y de servicios que no les sean prohibidas por la presente Ley o por las normas que con sentido objetivo dicte el Banco Central de la República Argentina en ejercicio de sus facultades”. De esta forma, lejos de proponerse cualquier direccionamiento del crédito, la normativa se limitaba a establecer lo que las entidades “no debían” hacer. Algunas de las principales medidas implementadas a partir de las leyes y sucesivas reglamentaciones del Banco Central (BCRA) pueden resumirse en los siguientes puntos2: • autorización a los bancos para captar depósitos por cuenta propia y la restitución de los depósitos que habían sido nacionalizados mediante la Ley N.° 20.520 de agosto de 1973; • restricción de las facultades del BCRA a la superintendencia y de manejo de las políticas monetarias y crediticias, perdiendo la capacidad de fijar y hacerse cargo de las tasas de interés y premios que las entidades pagarán a los titulares de los depósitos;
• liberalización de los criterios con que las entidades financieras podían fijar las tasas de interés activas y pasivas; • liberalización de las condiciones para la apertura de entidades financieras y filiales; • derecho exclusivo de los bancos comerciales para actuar como intermediarios monetarios y como únicos autorizados a recibir depósitos a la vista; • extensión de las garantías del BCRA sobre todos los depósitos en moneda nacional, de todas las entidades; • modificación del régimen de especialización de las entidades financieras establecido en 1968, reemplazándolo por uno de universalidad. Con estos cambios, la regulación quedaba limitada a la aplicación de efectivos mínimos o encaje fraccionario y las operaciones de mercado abierto. La teoría subyacente a las reformas era que la liberalización terminaría con la “represión financiera” porque estimularía el incremento de los depósitos y del crédito, restringidos por los controles del pasado. En lo inmediato el dinero fue, efectivamente, atraído por el sistema financiero pero en depósitos de corto plazo. Y si los intereses que se ganaban eran elevados, los que pagaban los créditos eran mucho más altos. La diferencia entre unos y otros –el spread– nutrió generosamente al sistema financiero. El efecto inmediato de las reformas fue la aceleración de una bicicleta financiera febril que terminaría con numerosas quiebras bancarias en 1980. Pero los efectos de la reforma perdurarían en el tiempo. A partir de la reforma financiera se empezó a abrir el paso a una dinámica competitiva que aceleraría la predominancia de las grandes entidades. Por lo demás, los criterios de asignación del crédito, que podían ser discrecionalmente determinados por parte de los propios bancos, relegaron el financiamiento de más largo plazo y tendieron a jerarquizar los negocios de mayor rentabilidad de corto plazo. Alternativamente estos lugares los ocupó el financiamiento al sector público y al consumo, a tasas siderales. En la década del ‘80 los cambios introducidos en la legislación no alteraron significativamente el marco legal de la reforma de 1977. Pero en los años ‘90, en un momento de fuerte crecimiento de los flujos globales de capitales, se extendieron
las reformas financieras. Los cambios regulatorios que impactaron en la estructura del sistema financiero fueron la Ley de Convertibilidad, la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, los cambios en la Ley de Entidades Financieras y la adopción de regulaciones en acuerdo a las normas de Basilea3. En las condiciones de la convertibilidad la función del BCRA quedó aún más restringida. Lejos de operar como prestamista de última instancia, su función quedó enmarcada en regular la oferta monetaria a través de operaciones de pase y cambios en las reservas internacionales o requisitos de encaje. En 1994 se eliminaron los requisitos adicionales para las entidades de capital extranjero, dando igual tratamiento a los bancos extranjeros y nacionales. Esto abrió las vías para una fuerte extranjerización del sistema financiero local. Otro aspecto saliente fue la reglamentación que otorgó –supuesta– seguridad jurídica a los depósitos en moneda extranjera, obligando a las entidades a devolver los depósitos en la misma moneda en que fueran recibidos, al mismo tiempo que impedía al BCRA de disponer de dichos fondos. Esto llevó a un fuerte crecimiento de un segmento dolarizado del sistema financiero local. Al mismo tiempo, las entidades financieras quedaron habilitadas para otorgar libremente crédito en dólares. También se desreguló el mercado bursátil, y las entidades financieras y empresas no financieras quedaron autorizadas a emitir obligaciones negociables en moneda extranjera. Estas medidas, que favorecieron el crecimiento de los depósitos, préstamos y otros instrumentos en dólares, sumadas a un fuerte ingreso de capitales, contribuyeron a un fuerte crecimiento del sistema financiero hasta que la convertibilidad hizo colapsar al sistema. Sin embargo, a partir de 2005 ya empezaron a despuntar los números positivos, en un sector que sería al cabo de la década kirchnerista el de mayor rentabilidad, si nos guiamos por los resultados de las empresas que cotizan en bolsa. ¿Qué resultados se produjeron desde 1977 hasta la actualidad? En un período atravesado por numerosos episodios de crisis de distinta profundidad, que afectaron con su volatilidad al sistema financiero, el resultado fue una honda transformación. De un total de 723 entidades »
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“ Aunque el kirchnerismo
financieras existentes en 1977, se pasó a 81 en la actualidad. Esto se explica por la reducción de entidades públicas, banca privada nacional y, especialmente, instituciones no bancarias (que pasaron de 640 en 1977 a 18 en la actualidad). Al mismo tiempo, se privatizaron numerosas entidades financieras públicas provinciales. Y especialmente, avanzó la extranjerización. De las entidades financieras (bancarias y no bancarias), las de propiedad de capital extranjero, que en 1977 eran 17, hoy llegan a 29. Los bancos de capital nacional, que en 1977 eran 85, son hoy 33. Sumando el conjunto de entidades privadas financieras, alcanzan el número de 40. Entre los 10 principales bancos privados que operan en el país, 6 son de capital extranjero. Si consideramos el volumen de depósitos que manejan estas 10 entidades, alcanza nada menos que al 43,5 % del total de los depósitos del sistema financiero, dando cuenta de una marcada concentración en el sector privado financiero. De este volumen en manos de los bancos más grandes, el 58 % está en manos de los de capital extranjero. No sorprende que este sistema financiero más concentrado y extranjerizado, tenga una estructura en la cual los principales agentes lo empujan hacia actividades financieras que produzcan buenos márgenes en el corto plazo. Aunque el kirchnerismo amagó en numerosas oportunidades con modificar la Ley de Entidades Financieras implementada por la dictadura y avanzar en modificaciones sustantivas al sistema, nunca dio un paso en ese sentido. Las modificaciones realizadas han sido sobre artículos puntuales, pero no al corazón de la ley. Podemos preguntarnos por qué esto no ha ocurrido. Seguramente la respuesta es que la configuración actual del sistema ha resultado sumamente funcional al manejo de la economía aplicado por el kirchnerismo. El financiamiento al consumo no solo generó buenos negocios a los bancos, también contribuyó a la bonanza inmediata de la economía desdibujando un poco las contradicciones crecientes del esquema económico, que con la inflación y las crecientes restricciones que pesan sobre los aumentos salariales, recorta el poder de compra. Un sistema financiero con objetivos de financiamiento más delimitados tampoco podría jugar el rol que han jugado en ocasiones los bancos en prestar al Tesoro, así como en engrosar su cartera con letras del BCRA. La regulación laxa del sistema resultó así un interés compartido entre el gobierno y
amagó en numerosas oportunidades con modificar la Ley de Entidades Financieras implementada por la dictadura y avanzar en modificaciones sustantivas al sistema, nunca dio un paso en ese sentido.
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los bancos, aunque resulte políticamente redituable cada tanto sacar a circular la idea de reformar el sistema. Desde 2010, con la expulsión de Martín Redrado al frente del BCRA luego de la crisis del Bicentenario, momento en el cual “sorpresivamente” desde el gobierno se percataron de que era un neoliberal incorregible proclive a favorecer a los bancos, el ejecutivo amaga con hacer finalmente cambios en la regulación del sistema financiero. Aunque se modificó la Carta Orgánica del BCRA otorgándole mayores atribuciones y poniendo entre sus finalidades no solo la estabilidad monetaria y la estabilidad financiera, sino además el empleo y el desarrollo económico con equidad social, no se avanzó en modificaciones sustantivas en la Ley de Entidades Financieras. Se dio más atribuciones a los entes de control, y este año se establecieron limitaciones a las tasas que los bancos pueden cobrar (fijadas en base al producto surgido de la tasa de corte de LEBAC a 90 días de plazo por un factor multiplicativo ubicado entre 1,25 y 2,00 según el tipo de préstamo y del Grupo de Banco), y recientemente también impuso un mínimo para las que deben pagar por los depósitos (87 % de la tasa que paguen las LEBAC), así como elevó los importes de la cobertura de la garantía por los depósitos. Pero estas medidas, aunque recortan parcialmente la rentabilidad de los bancos, no hacen mella en el poder conquistado por las entidades financieras ni permiten avizorar un cambio en la orientación fundamental de sus negocios. No sorprende que sea así. Fuera de la aplicación de métodos “morenistas” para lograr que los bancos contribuyan a enlentecer la sangría de dólares, sigue sin haber en carpeta un replanteo de las reglas del sistema financiero, cada vez menos probable cuanto más apunte el gobierno a la “cooperación” de las entidades para enfrentar la emergencia de dólares. 1. “El sistema financiero argentino desde la reforma de 1977 hasta la actualidad: rupturas y continuidades”, ponencia de las XXI Jornadas de Historia Económica, 23-26 Septiembre 2008, Caseros. 2. Ídem. 3. Los Acuerdos de Basilea consisten en recomendaciones sobre la legislación y regulación bancaria emitidos por el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea, compuesto por los gobernadores de los bancos centrales de las principales economías del mundo, y que luego pueden ser o no trasladados a la normativa de cada Estado o zona económica común.
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Imagen: Natalia Rizzo
Las razones de la biotecnología
transgénicos: la biodiversidad en manos del capital Santiago Benítez-Vieyra Biólogo, investigador de CONICET. Matías Ragessi Ingeniero civil, becario de CONICET.
En Argentina, el cultivo de soja genéticamente modificada representa en la actualidad más de dos tercios de la superficie cultivada1. En los últimos 20 años la producción de soja aumentó de 11 a más de 50 millones de toneladas anuales, acompañada de un creciente consumo de agroquímicos y fertilizantes, llegando a más de 200 millones de litros del herbicida glifosato2 anuales. Este modelo de comercialización de semillas y de gran utilización de insumos agropecuarios, llamado “paquete tecnológico”, es ampliamente respaldado por el gobierno nacional, que además propone un incremento en la producción
de granos de un 50 % para el año 20203 e incluyó a la agroindustria como un sector estratégico de desarrollo científico4. El principal argumento a favor del uso de OGM (Organismos Genéticamente Modificados o “transgénicos”), es que aumentan la productividad ya que han sido diseñados para disminuir el ataque de los insectos y la competencia con las malezas. Sin embargo, la evidencia a favor de este argumento es relativa. Algunos trabajos han detectado un incremento en la productividad por hectárea de los cultivos transgénicos5, pero otros han hallado que
ese incremento no es significativo6. Además, es importante destacar que la casi totalidad de las 170 millones de hectáreas dedicadas a la producción de transgénicos en el mundo es ocupada por solo cuatro cultivos: soja, maíz, algodón y canola; y que han sido modificados para expresar solamente dos rasgos: resistencia a herbicidas y resistencia a insectos. Estos cultivos son commodities (mercancías producidas en enormes cantidades y con un bajo nivel de especialización o diferenciación) manejados por grandes empresas, desde la semilla hasta su comercialización. »
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“ La propiedad privada capitalista y el control monopólico de la producción alimenticia se erigen como dos enormes muros entre las inmensas posibilidades tecnológicas y los padecimientos reales de la gran mayoría de la humanidad.
En base al trabajo de Richard Lewontin7, intentaremos desentrañar los mecanismos por los que un puñado de empresas puede controlar la cadena productiva de alimentos, profundizando el carácter monopólico y oligopólico de la producción agrícola.
Transgénico, razones comerciales y biológicas Las empresas productoras de semillas se hallan en una situación particular: sus clientes podrían volverse potenciales competidores si guardaran parte de su cosecha para sembrar la siguiente temporada. Para evitar esta situación, estas empresas han priorizado el desarrollo de tecnologías que aseguren sus derechos de propiedad, combinadas con herramientas legales similares a las que aseguran los derechos de propiedad intelectual sobre patentes, medicamentos y bienes culturales. Según la página web de Monsanto Argentina: “El reconocimiento de la Propiedad Intelectual en biotecnología es el único activo que recibe el obtentor –creador de una variedad de cultivos–”8. Las técnicas de ingeniería genética usadas comúnmente facilitan a las empresas el control de sus “propiedades” a lo largo de la cadena de producción, ya que las semillas modificadas pueden ser detectadas con un sencillo análisis de ADN. Otras herramientas biotecnológicas permitirían llevar esta situación un paso más allá, asegurando el monopolio de las empresas sobre la propiedad de las semillas: las tecnologías genéticas de restricción de uso (“terminator”) permiten crear semillas que resultan inútiles para resembrar, ya que las semillas de la segunda generación son estériles. Debido a los riesgos que suponen para el ambiente, estas tecnologías se hallan bajo moratoria en los países firmantes de la Convención sobre Diversidad Biológica, aunque empresas como Monsanto han presionado para su autorización en diversos países, por ejemplo Brasil. Estas técnicas de ingeniería genética, promocionadas como “tecnologías de punta”, se basan en la manipulación de genes individuales. Ignoran así, deliberadamente, gran parte de los descubrimientos sobre el funcionamiento del genoma de los últimos 30 años. Durante gran parte del siglo XX imperó una visión reduccionista en las ciencias biológicas, que asumía que los genes actúan de manera independiente y aislada para codificar cada uno de los rasgos de un organismo y, por lo tanto,
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cada organismo debería tener cientos de miles de genes. Siguiendo este razonamiento, para modificar determinado rasgo, sencillamente deberíamos insertar el gen correcto dentro del genoma. Sin embargo, nuestro conocimiento actual sobre el funcionamiento de los genes ha llevado a abandonar este paradigma: el número de genes en un organismo es relativamente reducido (por ejemplo, 20.000 a 25.000 en un ser humano), y la inmensa complejidad que muestran los seres vivos es lograda gracias a que los genes no actúan de manera aislada, sino que se organizan en redes, influyen unos en otros e interactúan con el ambiente para desarrollar los rasgos del organismo, por lo que la mayoría de los rasgos son determinados por complejos de genes. Dentro de este contexto, es casi imposible predecir el efecto de la inserción de un gen extraño y es posible que los OGM manifiesten caracteres para los cuales no han sido diseñados9. No solo el tipo de tecnología empleada resulta conveniente a los fines de las empresas productoras de semillas, sino que también la elección de los rasgos manipulados no es casual. Como mencionamos antes, la mayoría de los cultivos transgénicos presentan resistencia a insectos y herbicidas. Para comprender por qué se ha invertido en el desarrollo de estos rasgos, que son dependientes del uso de agroquímicos específicos, debemos considerar que las seis compañías que controlan el 76 % del mercado de productos químicos para el agro (Monsanto, Syngenta, DuPont, Dow, Bayer y Basf) al mismo tiempo controlan prácticamente el 100 % del mercado de semillas transgénicas (y el 60 % del total del mercado mundial de semillas de cualquier clase10). Más allá del evidente beneficio comercial, razones biológicas también justifican la elección de estos rasgos: así se asegura la aparición de un proceso biológico conocido como carrera evolutiva. Este proceso es similar a una carrera armamentista entre países: los gastos en armamento ofensivo de una parte son seguidos por gastos en armamentos defensivos de la otra, y así sucesivamente. Esta dinámica es común entre pares de especies que interactúan de manera negativa entre ellas, como parásitos y hospederos, predadores y presas o herbívoros y plantas. Uno de los mejores ejemplos de este mecanismo es la aparición de malezas resistentes al glifosato. Este herbicida impide que las plantas elaboren ciertos aminoácidos y provoca su
muerte. Sin embargo, las plantas de soja genéticamente modificadas sobreviven porque poseen genes de una bacteria que le permiten seguir fabricando estos aminoácidos. Cuando esta variedad se introdujo en los años ‘90, se volvió sumamente popular porque permitía controlar las malezas aplicando una moderada cantidad de glifosato. Pero los inmensos cultivos se transformaron en un laboratorio de evolución a cielo abierto, al crear una intensa presión de selección en favor de malezas resistentes al glifosato. La aparición de estas malezas condujo a que los productores tuvieran que aplicar cantidades crecientes de este herbicida o, en algunos casos, volvió inútil su aplicación. Entre 1996 y 2014 se registraron mundialmente 279 eventos independientes de aparición de resistencia al glifosato11. Este tipo de evolución rápida era previsible teniendo en cuenta los rasgos introducidos en los cultivos. Existen métodos basados en rotación de cultivos y en el mantenimiento de “refugios” (áreas donde no se aplican agroquímicos) que pueden retrasar la aparición de malezas resistentes. Sin embargo, la solución última a este problema propuesta por las empresas agroindustriales ha sido generar variedades resistentes a un herbicida diferente. Al igual que en una carrera armamentista entre países, la solución no puede brindarla el fabricante de armas. Para finalizar, según Lewontin, el fin último del uso comercial de la biotecnología es extender el control del capital sobre el conjunto de la producción agropecuaria, como resulta evidente al examinar la tecnología utilizada, los rasgos manipulados y el sustento legal otorgado a los derechos de propiedad sobre las semillas. Este avance se ha realizado mediante una “integración vertical” en el proceso productivo, en la que los pequeños y medianos propietarios, que perciben el beneficio de una entrada más estable de insumos necesarios (paquete tecnológico de alto valor) tienen que adaptar la naturaleza de sus productos a las demandas de unos pocos compradores, quienes poseen el poder de fijar el precio de estos productos. A medida que estos propietarios pierden poder de decisión sobre el proceso productivo, encuentran como alternativa asociarse a esta cadena aportando su capital o, como sucede en Argentina, arriendan sus campos a pooles de siembra para obtener grandes ganancias12. En este proceso, sujeto a las fluctuaciones y la especulación del mercado de las commodities, las empresas multinacionales
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proveedoras de semillas e insumos se aseguran una participación creciente en el excedente. En conjunto esto no solo lleva a un avance de los grandes propietarios y del capital financiero –representado, por ejemplo, en los pooles de siembra–, sino también a una “integración vertical” de la cadena de producción por parte de multinacionales como Monsanto.
Algunas primeras conclusiones A medida que el capital extiende su control sobre el conjunto de la producción agropecuaria, las drásticas consecuencias sobre la salud de la población y el medio ambiente han puesto en cuestión la viabilidad de continuar no solo con este paquete tecnológico, sino también con este sistema de producción agrícola. El desequilibrio que se genera en la interacción del hombre y la naturaleza ya era descripto por Marx con el concepto de fractura metabólica, para explicar cómo la industria y la agricultura a gran escala se combinaban para empobrecer el suelo y al trabajador. Para Marx la concentración de la población en grandes ciudades perturba …la interacción metabólica entre el hombre y la tierra, es decir, impide que se devuelvan a la tierra los elementos constituyentes consumidos por el hombre en forma de alimentos y ropa, e impide por lo tanto el funcionamiento del eterno estado natural para la fertilidad permanente del suelo (...) Todo progreso en la agricultura capitalista es un progreso en el arte, no de robar al trabajador, sino de robar al suelo; todo progreso en el aumento de la fertilidad del suelo durante un cierto tiempo es un progreso hacia el arruinamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad... La producción capitalista, en consecuencia, solo desarrolla la técnica y el grado de combinación del proceso social de producción socavando simultáneamente las fuentes originales de toda riqueza: el suelo y el trabajador13.
Estas palabras conservan plena vigencia si consideramos que las técnicas asociadas a los OGM son los medios por los cuales hoy se perpetúa la “fractura en la interacción metabólica entre el hombre y la tierra, mediante el robo de los elementos constituyentes al que se somete el suelo, y que requiere su sistemática restauración”14.
En la Argentina, el proyecto de Ley de Semillas se orienta a profundizar el control del capital sobre la producción agropecuaria asegurando que los creadores de nuevas variedades de OGM cobren regalías por su comercialización, y que los próximos eventos biotecnológicos producidos (como soja resistente a múltiples herbicidas) queden protegidos por derechos de propiedad intelectual. Por lo tanto, limitan la posibilidad de selección, reproducción, mejoramiento, preservación e intercambio de semillas. El capitalismo ha logrado producir alimentos suficientes para la población mundial, pero un tercio de esta comida se desperdicia y al menos mil millones de personas sufren hambre15. Esto muestra lo irracional que resulta la producción alimenticia en manos de los grandes monopolios, cuyo objetivo esencial es la obtención de mayores ganancias. La propiedad privada capitalista y el control monopólico de la producción alimenticia se erigen como dos enormes muros entre las inmensas posibilidades tecnológicas y los padecimientos reales de la gran mayoría de la humanidad. A partir de programas de investigación más amplios se podrían aprovechar modernas tecnologías –como la selección asistida por marcadores moleculares– que constituyen alternativas a los OGM y permitirían obtener variedades de cultivos con mayor contenido nutricional, tolerancia a las plagas o situaciones climáticas adversas. Al mismo tiempo, debemos respetar las elecciones de comunidades campesinas que utilizan herramientas de “baja tecnología”, pero que gracias a esos métodos han creado una increíble diversidad de cultivos, con adaptaciones a diferentes ambientes y centrales en numerosas culturas. Para asegurar la soberanía alimentaria real y, con ello, la elección de la tecnología a utilizar y el respeto a las comunidades campesinas, hay que ponerle fin a este negocio que se basa en la especulación del mercado de las commodities. La expropiación de los grandes terratenientes, pooles de siembra y de los monopolios productores de semillas y plaguicidas aparece como una medida necesaria para eliminar la irracionalidad que recorre el conjunto de la producción agrícola. Sobre esa base se puede empezar a establecer una planificación nacional verdaderamente democrática que permita establecer líneas de producción no destructivas del ambiente ni de la salud de la población.
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1. Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, “Producción Anual, Soja, Total País”, www.siia.gov.ar. 2. Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (2012), www.casafe.org. 3. Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, PEA2, www.minagri.gob.ar. 4. Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Plan Argentina Innovadora, www.argentinainnovadora2020.mincyt.gob.ar. 5. Qaim, M., “The economics of genetically modified crops”, Annual Review of Resource Economics 1, 2009. 6. Gurian-Sherman, D., Failure to yield: Evaluating the performance of genetically engineered crops, Cambridge, Union of Concerned Scientists, 2009. 7. Richard Lewontin (nacido en 1929) es biólogo evolutivo, titular de la cátedra “Alexander Agassiz” del Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard. Es conocido por sus posiciones marxistas y su oposición al determinismo genético. Su último libro es Biology under the influence. Dialectical essays on ecology, agriculture, and health (2007, con Richard Levins). Esta nota se basa en el capítulo 29 de este libro, publicado por Monthly Review Press. 8. www.monsanto.com. 9. Álvarez Buylla, E. y Piñeyro Nelson, A., “Riesgos y peligros de la dispersión de maíz transgénico en México”, Ciencias 92, 2009. 10. Grupo ETC, www.etcgroup.org. 11. International Survey of herbicide resistants weeds, www.weedscience.org. 12. Lewontin lleva al extremo esta tendencia afirmando la “proletarización” de los granjeros norteamericanos, estableciendo casi un signo igual entre la venta de mercancías a los monopolios agrícolas y la venta de la fuerza de trabajo. Desestima así que la propiedad de la tierra es la propiedad de un medio de producción. Según él, “es de poca importancia que un productor retenga derechos legales sobre su tierra, (...) ya que no hay usos económicos alternativos a esos medios. La esencia de la proletarización es la pérdida de control sobre el propio trabajo y la alienación del producto de ese trabajo”. 13. Marx, K., citado en Bellamy Foster, J., La ecología de Marx. Materialismo y Naturaleza, Madrid, El Topo Viejo, 2004. 14. Ídem. 15. “How to feed a hungry world”, editorial de Nature 466, 2010.
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Fotografía: Clara Liz
Ecos de la historia, música del futuro La historiadora norteamericana Wendy Goldman, autora de La mujer, el Estado y la revolución, brindó una conferencia donde presento la edición en castellano de su libro. También visitó la imprenta Donnelley, hoy Madygraf, para escuchar de boca de sus protagonistas, los trabajadores y la Comisión de Mujeres, la experiencia de la gestión obrera. CELESTE MURILLO Comité de redacción.
Más de una vez alguien preguntó, “¿Qué se puede aprender de lo que pensaron los bolcheviques sobre la emancipación de las mujeres casi un siglo después?”. Hoy, a pesar de la imagen de igualdad, construida sobre la ampliación de derechos, el legado de la experiencia bolchevique durante los primeros años posteriores a la
revolución de 1917, sigue estando años luz por delante de cualquier “avance” de las democracias capitalistas. Esto, sin considerar que en la sociedad actual, heredera de décadas neoliberales y reacción conservadora, aun cuando se han conquistado derechos para algunos sectores, permanece intacta la
desigualdad más profunda en la que se basa una democracia donde millones de personas sufren los oprobios más inimaginables. La revolución social, al contrario, abrió incluso en las peores condiciones, un mundo nuevo lleno de posibilidades y una perspectiva de liberación y emancipación para las mujeres.
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Esta idea es una de las que recorrió la visita a fines de septiembre de la historiadora Wendy Z. Goldman. Su libro, traducido y publicado por Pan y Rosas y Ediciones IPS, recorre la visión y los esfuerzos de mujeres y hombres del Partido Bolchevique luego de la toma del poder en 1917. La historiadora realizó una conferencia en el auditorio de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, junto a Andrea D’Atri, organizada por la agrupación Pan y Rosas. La escucharon más 700 estudiantes, trabajadoras de servicios, maestras, trabajadoras de la salud y la industria y otros sectores. Uno de los aspectos más interesantes para nuestra agrupación Pan y Rosas, que pelea por la emancipación de las mujeres y le da un lugar especial a la lucha por los derechos de las mujeres trabajadoras, fue encontrar una visión compleja y rica sobre la política del Estado obrero y la perspectiva de liberación que abrió para las mujeres. En esa búsqueda encontramos el trabajo de Wendy Goldman, que según sus propias palabras, comenzó a estudiar la política bolchevique hacia la mujer, “buscando una respuesta a qué había sucedido con esa gran revolución que había terminado en el estalinismo”. La historiadora inició su investigación en un momento en el que “el feminismo se retiraba de las calles, y eso me motivó para buscar en la historia una perspectiva que uniera la lucha por la emancipación de las mujeres y la transformación social”. Con esa misma motivación, encontramos puntos de acuerdo y debates, que aun siguen abiertos entre la izquierda, el feminismo y el movimiento de mujeres. En la conferencia, la historiadora recorrió los pasajes centrales de su libro, que condensan una extensa y documentada investigación sobre los profundos cambios provocados en la vida social soviética, desde la revolución rusa de 1917 encabezada por el Partido Bolchevique, hasta 1936, cuando el régimen ya se encontraba bajo el férreo control burocrático de Stalin que revirtió todas las conquistas alcanzadas por las mujeres en los primeros años de la revolución1.
De Moscú a Pacheco Cuando planificábamos su visita, se profundizaba el conflicto en la imprenta Donnelley, propiedad de una multinacional estadounidense. Desde Pan y Rosas veníamos participando de las actividades de la Comisión de Mujeres y apoyando las acciones que impulsaban junto a la Comisión Interna de la fábrica. Por esos días
le propusimos a Wendy Goldman visitar la imprenta Donnelley, hoy bajo gestión obrera. Su respuesta fue inmediata: “No se me ocurre un lugar mejor para visitar”. Como ya nos había manifestado, a medida que avanzaba en la investigación, durante largas jornadas en los Archivos del Estado en Moscú, donde esperaba que el personal de la biblioteca le brindara el material, muchas veces se preguntó de qué serviría escribir aquel libro. Y en su viaje a Buenos Aires, especialmente cuando se encontró con las mujeres y los trabajadores de la ex Donnelley, confirmó eso que había pensado: alguien recogería en el futuro esos hallazgos, alguien echaría mano de esa investigación y le daría la “utilidad” que ella esperaba. En la planta de Pacheco, como nos diría más tarde camino al aeropuerto, en las anécdotas que le contaron los trabajadores y la Comisión de Mujeres, veía “cómo el libro cobraba vida, y tantos años de investigación tenían sentido”. Ya en el viaje por la Panamericana hacia la planta, surgieron muchas discusiones e intercambios sobre las diferencias en la forma de organización, la situación actual y los fenómenos que recorren la clase obrera argentina y la norteamericana. A diferencia de nuestro país, que ha conocido en los últimos años procesos de reorganización como el sindicalismo de base, las comisiones internas combativas como la de Kraft o Pepsico, los obreros “indomables” de Lear o el conflicto mismo de la gráfica Donnelley, en la clase obrera norteamericana pesan todavía mucho más las derrotas de las largas décadas neoliberales. Sin embargo, en algunas ramas asoman procesos de organización y lucha de la mano de los sectores más jóvenes, las mujeres y las comunidades negra y latina2. La clase obrera blanca todavía ve este fenómeno desde lejos, atrapada por la perspectiva impotente de la burocracia sindical, que no ha hecho otra cosa que conciliar con las empresas y permitir que la gran patronal estadounidense descargue todos los costos sobre los hombros de trabajadoras y trabajadores. De hecho muchas de las empresas que se encuentran a ambos lados de la Panamericana, son propiedad de multinacionales estadounidenses que localizan sus plantas alrededor del mundo, siempre motorizadas por la búsqueda de ganancias. “Ésta es la mejor muestra de la ironía de que las corporaciones norteamericanas se llenan la boca hablando de patriotismo. El capital no tiene sentimientos nacionales; solo predilección por la ganancia (…) en cada
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nuevo país donde las corporaciones establecen sus fábricas, los trabajadores comienzan a organizarse. De esta forma, es el propio capital el que, en su insistente búsqueda por mayores ganancias, organiza al mundo”. Una de las primeras impresiones al llegar a la gráfica fue: “Para mí, la fábrica inmediatamente evocó imágenes del principio de la Rusia soviética de 1917. Los trabajadores rusos, al igual que sus camaradas contemporáneos en Argentina, fueron empujados a acciones inesperadas cuando las empresas extranjeras buscaron cerrar sus plantas y abandonar el país”3.
El mismo idioma Desde que entramos en la planta, el entusiasmo de los trabajadores por contar la historia de esos casi dos meses de actividad sin patrones, y el de la historiadora por captar cada detalle del proceso, facilitaron la comunicación, incluso superando las barreras de la traduccion, y como ya había pasado en el conferencia en la universidad, parecía que todas las personas hablábamos el mismo idioma. Una de las primeras cosas que llama la antención, y recorre toda la fábrica, es el slogan de su movimiento, “Detrás de cada trabajador hay una familia”, que según interpretó atinadamente la historiadora, “tiene dos significados. Uno nos recuerda que cuando un trabajador pierde su empleo, toda su familia sufre. El otro, sin embargo, sugiere una gran fuerza oculta. Cada trabajador es apoyado por su familia y juntos, trabajadores y familiares, representan una gran multitud”. Los trabajadores contaron cómo había sido esa madrugada del 11 de agosto, cuando llegaron al trabajo y se encontraron con un papel en la puerta que avisaba que la fábrica había cerrado, y les brindaba como única respuesta un número de información. Como si hiciera falta alguna prueba del desinterés de aquellos que tienen todo y viven a costa del trabajo de millones de personas. También contaron cómo la empresa había intentado justificar sus maniobras aduciendo una crisis que no podía probar, y chantajeando a los trabajadores y su organización para que acepten despidos, peores condiciones, salarios más bajos y, así, mantener y aumentar su margen de ganancia. Una de las cosas que estuvo presente durante todo el recorrido fue la discusión sobre la producción, la gestión de la fábrica y la relación con la comunidad y los trabajadores fuera de la planta. Los trabajadores tuvieron que enfrentar una multiplicidad de problemas al comenzar a »
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administrar la fábrica. La ausencia de administrativos y capataces no imposibilitaban en absoluto el funcionamiento, pero había tareas que realizar y asuntos de los que debían encargarse de ahora en más. No es una sorpresa que en un panorama de luchas obreras agobiadas por las necesidades económicas, las presiones del desempleo y los bajos salarios, sorprenda la convicción de los trabajadores en no ceder a la “tentación” de salidas individuales. Y esto se multiplica cuando quien insiste una y otra vez en la pregunta conoce el impacto que han tenido las sucesivas crisis económicas sobre los lazos de solidaridad de la clase obrera. “Algunos obreros opinaban que simplemente tenían que concentrarse en la producción. Si seguían trabajando y produciendo de manera eficiente, eventualmente podrían acceder al dinero que se les adeudaba. Otros sostenían, no obstante, que necesitaban hacer consciente a la comunidad de la lucha de Donnelley. Aunque esto requeriría organizarse políticamente por fuera de la planta, resultaba necesario para una salida positiva”. Para esta perspectiva, los trabajadores transmitieron cómo la lucha de Zanon había sido una referencia constante, desde sus primeras acciones enfrentando los ataques de la empresa, la recuperación de la comisión interna, hasta la toma y puesta en funcionamiento de la planta, cambiando el motor de ganancia capitalista por la búsqueda de un rol social para la producción.
Las mujeres que no se callan La visita a la comisión de mujeres se realizó en la futura guardería (una pequeña construcción que antes era utilizada por la gerencia, que la asamblea decidió entregar a la Comisión de Mujeres, y la carta de presentación fue la encuesta que están realizando las mujeres entre los trabajadores y sus familias. La Comisión de Mujeres fue creada en 2011, con el apoyo de militantes de Pan y Rosas, justamente para tender un puente que terminara con la división establecida por la propia empresa4, para mantener aislada, especialmente cuando hay huelgas y procesos de organización, la acción de los trabajadores, y que no potencie ni avive ningún cuestionamiento que pudiera encontrar en su camino. Las conversaciones, primeros formales y luego más relajadas, solo confirmaron el carácter disruptivo que ella veía en las acciones de los trabajadores y las mujeres de esa planta. Y como ya le habían transmitido los trabajadores y ahora lo hacían las mujeres, las acciones no eran casuales ni producto del azar, sino que eran parte de una recuperación de las mejores tradiciones revolucionarias de la clase obrera. Y, como narraron las mujeres, ninguna decisión se tomaba sin la necesaria discusión, lo que mostraba las contradicciones y dificultades que enfrentan día a día. En cada acción y planificación está presente la sensación de que están construyendo algo nuevo.
Se trastocan las formas en las que se piensan las necesidades y la forma de satisfacerlas. Una vez más se confirma que no existe salida individual, solo colectiva: “La Comisión de Mujeres comprendió que cuando los hombres deciden ir a una huelga o sacrificar parte de sus salarios, sus compañeras debían soportar la pesada carga de alimentar a la familia, tranquilizar a los niños hambrientos y preocuparse por el dinero para el alquiler, la ropa, los útiles escolares, y los demás gastos esenciales para la supervivencia de la familia. En el pasado, estas cargas generaban un resentimiento e incluso una división en las familias trabajadoras. Los movimientos sindicales tradicionales criticaban a las mujeres por su atraso político y sus horizontes limitados. La Comisión de Mujeres en Donnelley cambió esta dinámica”. Una de las fortalezas de la comisión interna y la comisión de mujeres de la exDonnelley, hoy Madygraf, es también uno de los puntos que más sorpresa y entusiasmos despiertan en quienes conocen esta lucha: es posible, y es necesario, indispensable, tender lazos hacia las mujeres, las familias, y por esa vía a otros trabajadores y trabajadoras que entrelazan sus experiencias de lucha. Las maestras de los Suteba opositores, las comisiones internas combativas de la zona, las organizaciones en barrios aledaños como Las Tunas, todo es una correa de transmisión e intercambio de experiencias que potencia y fortalece la acción obrera. Pero a la par que realiza muchísimas tareas “femeninas” como organizar la comida, el cuidado de chicos y chicas, “la Comisión de Mujeres está tratando activamente de eliminar la idea de que el ‘lugar natural’ de la mujer está en el hogar, al servicio del hombre. Pronto decidieron abrir una guardería dentro de la planta, donde niñas y niños pudieran quedarse mientras sus padres estuvieran ocupados trabajando o en sus actividades políticas. La Asamblea de Trabajadores votó convertir varias salas reservadas para las reuniones de la gerencia en la guardería”. La participación de niños y niñas es vital para esa multiplicación y fortaleza, así lo muestra la experiencia de la organización de hijas e hijos de los trabajadores de la exDonnelley. “En la Comisión de Mujeres se dieron cuenta de que los niños debían entender por qué no podían comprar zapatos o ropa nueva, o incluso darse pequeños gustos como helado. Alentaron a niñas y niños a organizar su propia Asamblea de Niños, que pronto recibió el nombre de ‘Pequeños De Pie’”. Los niños, en realidad las niñas que son la mayoría en la “pequeña” organización, comenzaron a organizar sus reuniones y actividades solidarias en las escuelas, incluso recaudando dinero para el fondo de lucha; de hecho algunas de esas chicas participaron en el reciente Encuentro Nacional de Mujeres en Salta5. “Con la participación de los niños, los trabajadores activaron una poderosa cadena que va desde las fábricas hasta los barrios y las
escuelas, llegando a otras familias con las noticias sobre la toma de la planta”. A su regreso a Pittsburg, Estados Unidos, solo unos días después de haber visitado nuestro país, la historiadora publicó rápidamente un artículo6 que reunía las experiencias con los trabajadores y la mujeres de Madygraf. Quizás sirva este fragmento para ilustrar el impacto de la acción obrera, especialmente sobre aquellos intelectuales que (a diferencia de muchos colegas, de academias extranjeras y locales) siguen vibrando con las luchas de quienes mueven el mundo: “Cuando los obreros tomaron la planta de Donnelley, muchos de ellos dudaron que fuese posible ponerla a producir. Pero con cada problema resuelto, han ganado confianza en su capacidad. Ahora, muchos creen que el único sector que no es necesario para administrar una fábrica son los patrones. Más que cualquier otra cosa, la toma de la fábrica les ha dado a los trabajadores nuevas esperanzas hacia el futuro y confianza en su capacidad para dirigir. Mientras que en el pasado, cada problema era visto como una cuestión individual, la toma de la planta ha creado nuevas oportunidades para las actividades y soluciones colectivas. Los trabajadores renuevan sus energías con las nuevas ideas y posibilidades. ¡Convirtamos las salas de reuniones en una guardería! ¡Discutamos los salarios! ¡Hagamos bolsones de comida! ¡Imprimamos miles de cuadernos escolares! ¡Involucremos a los niños! Canciones, risas, debates y nuevas ideas resuenan en cada rincón de la fábrica. ¿Qué es ese sonido? Es el sonido de la imaginación desencadenada de mujeres, hombres, niñas y niños tomando control sobre sus propias vidas. ¿Qué suena? La música más dulce e intoxicante en todo el mundo”. Blog de la autora: teseguilospasos.blogspot. com.ar
1. Para más información sobre el trabajo de Wendy Goldman, “Mujer y revolución”, entrevista a Wendy Z. Goldman, Ideas de Izquierda 5, noviembre 2013. 2. C. Murillo y J.A. Gallardo, “Fastfood Nation”, Ideas de Izquierda 5, noviembre 2013. 3. Todas las citas, salvo que se indique lo contrario, pertenecen a W. Goldman, gran parte fueron utilizadas por la autora para el artículo “The Takeover of the RR Donnelley Factory. ‘Behind Every Worker is a Family’”, publicado originalmente en Counterpunch, Weekend Edition October 10-12, 2014. Se publicó una traducción al castellano posteriormente: “Detrás de cada trabajador hay una familia”, La Izquierda Diario, 17/10/2014. 4. Como narró una de las mujeres de las comisión, en la ex Donnelley, la patronal eliminó explícitamente los puestos de trabajo ocupados por mujeres, para de esa forma sacarlas del proceso de producción a las mujeres. 5. Para ver testimonios, videos y crónicas del Encuentro Nacional de Mujeres, visitar www.laizquierdadiario.com. 6. W. Goldman, ob. cit.
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A propósito de Agustín Tosco. La clase revolucionaria
Tosco y el peronismo en los ‘70 Eduardo Castilla Columnista del programa Giro a la Izquierda, Córdoba.
Recientemente fue reeditado el libro Agustín Tosco. La clase revolucionaria, cuyos autores son Nicolás Iñigo Carrera, María Isabel Grau y Analía Martí1. El libro recorre la historia de Tosco desde su crianza en Coronel Moldes ilustrando la influencia de sus padres, pasando por su formación en el colegio secundario hasta su labor sindical en Luz y Fuerza. Las últimas páginas reseñan la brutalidad del régimen político burgués que lo persiguió con saña, obligándolo a la clandestinidad, lo que ocasionó su muerte por un padecimiento que, en condiciones normales, podría haber sido correctamente tratado. La hipótesis central del libro gira alrededor de la figura de Tosco como dirigente y expresión de una fracción revolucionaria de la clase obrera que se proponía “superar la forma de organización capitalista para construir una sociedad socialista” (27). Los autores definen que el ciclo que recorre la lucha social en Argentina –en las décadas del ‘60 y ‘70– está marcado por el enfrentamiento entre tres fuerzas: la del régimen, expresión política de la oligarquía financiera, apoyada en la burguesía y pequeñaburguesía agraria y representada por la dictadura hasta 1973; la fuerza social expresada en el peronismo, agrupando a una parte del movimiento obrero en alianza con sectores capitalistas no monopolistas; y finalmente, la fuerza social revolucionaria2 que concentraba a sectores de la clase trabajadora y la pequeñaburguesía. El concepto de fuerza social revolucionaria se articula alrededor de la existencia de una conciencia que se propone la superación del capitalismo, la destrucción de sus relaciones sociales de producción y de la condición de clase expropiada (298). Pero esta conceptualización amalgama políticas y estrategias que, a partir del retorno de Perón, tendieron constantemente a la fricción, dejando indefinida la relación entre fracciones de clases sociales –y direcciones po» líticas– al interior de ese bloque.
Ilustración: Sergio Cena
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“ ...la subordinación política a Perón por parte del ala izquierda de su movimiento, y la de Tosco a ésta en función de la construcción de un frente popular, condenaban a la vanguardia obrera y juvenil influenciada por esos sectores a la esterilidad.
Tosco y su concepción del socialismo Los autores reseñan en el libro la evolución de las ideas de Tosco desde su simpatía inicial por el primer peronismo –pasando por el nacionalismo revolucionario– hasta la concepción socialista marxista3. Pero en la visión de Tosco, la lucha por el socialismo tiene, necesariamente, una primera etapa de lucha antiimperialista. En 1973 dirá: Estoy por la lucha antiimperialista hacia el socialismo. El socialismo está un poco lejos aún en la Argentina, pero está cerca la lucha liberadora, antimonopolista, antiimperialista. En esta lucha están los sectores populares y entre estos, también por supuesto, están sectores burgueses ( ) la meta es la sociedad socialista; el camino es un camino nacionalista, antiimperialista, antioligárquico (307).
Reforzando esta idea, en el debate con Rucci dirá: Donde hay un asalariado y hay un capitalista, hay explotados y explotadores. Lo que no quiere decir que en el proceso de cambio, que nosotros llamamos de liberación nacional y social, no haya etapas que debemos cubrir en alianza con aquellos sectores de la pequeña burguesía y la mediana burguesía, que estén dispuestos a enfrentar esa penetración imperialista (274, resaltado propio).
Esta concepción de la lucha por el socialismo dividida en etapas ha sido centro de polémicas y debates en la historia del marxismo desde principios del siglo XX4. En términos políticos llevará a Tosco a buscar, constantemente, la construcción de una alianza política entre los sectores combativos del movimiento obrero y las alas izquierdas de los partidos patronales que expresaban, según su visión, a las capas burguesas no monopolistas. Como señala Hernán Camarero: En el plano político, propugnó la necesidad de que la clase obrera se aliara a otras expresiones sociales subalternas, populares o antiimperialistas para articular un Frente de Liberación Nacional y Social, lo que podía conducir a licuar esa acción autónoma de los trabajadores e, incluso, a abrir paso a indeterminadas alianzas con fracciones burguesas progresistas5.
”
Ese objetivo estratégico tomará distintas expresiones en el período: “ampliación” del ENA6 –Encuentro Nacional de los Argentinos, agrupamiento impulsado por el PC con apoyo de sectores del peronismo, socialismo, radicalismo, corrientes sindicales y estudiantiles– en la perspectiva de un frente similar a la Unidad Popular de Chile; conversión del FAS –Frente Antiimperialista y por el Socialismo, impulsado por el PRT– en un Frente de Liberación Nacional “abrazando a hombres y organizaciones peronistas, radicales, socialistas, comunistas, cristianas, intransigentes e independientes” (361/2). Tosco se proponía esencialmente la confluencia con el ala izquierda del peronismo. Pero este objetivo tenía una enorme limitación: esta tendencia buscaba disputar la conducción del movimiento pero sin romper con Perón, lo que llevará a una creciente guerra de aparato al interior del peronismo mientras se mantenía la subordinación estratégica al curso político impuesto por el viejo líder. El dirigente de Luz y Fuerza, en función de su apuesta frentepopulista, tomará posición en esa disputa, llegando a afirmar que: La derecha, o sea la tendencia fascista, tiene copado los principales ministerios (...) nosotros debemos unirnos con el peronismo revolucionario para rescatar el valor histórico de clase que tiene el movimiento peronista (357).
Esta definición limitaba la posibilidad de una crítica abierta al rol de Perón en el gobierno. Coincidiendo con Montoneros y la Tendencia Revolucionaria, centrará su denuncia en la derecha del movimiento peronista. Bajo ese objetivo estratégico, Tosco apoyará en las elecciones de marzo del ‘73 la fórmula del FREJULI en Córdoba, señalando: Nuestra identificación –y la doy personalmente– con la fórmula Obregón Cano-López, porque queremos ser consecuentes con una línea de unidad combativa que ha sido práctica en la CGT, de la cual es secretario general el compañero Atilio López, del peronismo y del sector combativo, como también de otros sectores de izquierda (263).
Con el mismo fin rechazará la candidatura presidencial en las elecciones de marzo y octubre
del mismo año, ofrecida por el PRT, PST y otras fuerzas. Contestará, categórico: “no me voy a convertir en el polo antiperonista” (323). Esta negativa imposibilitó sentar una bandera de independencia política de la clase trabajadora en relación al peronismo, movimiento al que Tosco definía, sin ambages, como “influido por la conciliación de clases” (341). Un frente electoral encabezado por uno de los dirigentes más prestigiados de la clase trabajadora –emblema de la lucha de masas en las calles por su protagonismo en el Cordobazo– podía aportar al desarrollo de una conciencia política independiente entre la clase trabajadora. Esta fue la opción desechada por Tosco en aras de no enfrentar a Perón.
El peronismo en el poder: Pacto Social y Triple A Como ya señalamos, Iñigo Carrera, Grau y Martí explican el conjunto del período en términos de tres fuerzas sociales en pugna. Pero ese esquema no funciona cuando tratan de analizar la dinámica política abierta a partir del retorno de Perón. Desde ese momento, lo que los autores consideran una diferencia entre régimen y gobierno, tiende a desaparecer. La política de la contrarrevolución se desarrolla desde el mismo Poder Ejecutivo nacional, pero aplicando métodos diferenciados. Mientras se ensayan elementos de guerra civil hacia la vanguardia obrera y juvenil a través de la Triple A o el Comando Libertadores de América, se desarrolla una política de contención sobre el movimiento de masas (Pacto Social) junto al reforzamiento del estado y la burocracia sindical (Reforma del Código Penal, Ley de Asociaciones Sindicales, etc.)7. Tosco –igual que amplias franjas de la izquierda en los ‘70–, naturalizó la identidad peronista del movimiento obrero. De allí que postuló un socialismo de “raíz heterogénea”8 acorde a la “tradición nacional” que debía incluir sectores de ese movimiento. Pero el tercer gobierno peronista tenía planteada la tarea estratégica de desactivar el ascenso revolucionario abierto en Argentina desde el Cordobazo. Lejos de cualquier perspectiva que abriera el “camino al socialismo”, su objetivo central era la normalización del país. Por ende cualquier avance de la clase trabajadora en una perspectiva socialista implicaba chocar con el peronismo gobernante.
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En las condiciones de una creciente lucha de clases –que se mantuvo bajo el Pacto Social, aumentando progresivamente– la perspectiva de que la clase obrera superara al peronismo no estaba descartada. El retorno de Perón implicaba la apertura potencial de una crisis aguda con el movimiento obrero. Esa crisis estalló abiertamente en junio y julio del ‘75, bajo el gobierno de Isabel, cuando el país fue sacudido por la huelga general contra el plan Rodrigo y las movilizaciones masivas dirigidas por las Coordinadoras interfabriles. Paradójicamente, a pesar de que ese momento implicó un desafío abierto al control de los aparatos burocráticos y el gobierno –así como el desarrollo de tendencias a la autoorganización expresadas en las Coordinadoras9–, los autores del libro sindican el retorno de Perón como el momento más alto de la movilización de masas (315) afirmando que también era esta la visión de Tosco (342). Desde esta perspectiva, el máximo objetivo realizable era imponer el retorno de Perón. Pero el curso hacia una perspectiva socialista estaba enteramente atado a los pasos que el viejo líder quisiera dar o le fueran impuestos por la lucha interna en el movimiento peronista. En ese marco, la subordinación política a Perón por parte del ala izquierda de su movimiento, y la de Tosco a ésta en función de la construcción de un frente popular, condenaban a la vanguardia obrera y juvenil influenciada por esos sectores a la esterilidad10. La fuerza revolucionaria estaba auto-limitada estratégicamente por su subordinación a la dirección de la fuerza del gobierno –o fuerza reformista según los autores–, expresada en el peronismo en el poder.
Optimismo de los fines, pesimismo de la estrategia Ante cada golpe contra la vanguardia obrera y popular se ponía de manifiesto la perspectiva socialista de Tosco. Ante las amenazas de muerte de la Triple A dirá “la rueda de la historia no se detendrá. Por más atentados, secuestros o asesinatos que consumen (...) las masas laboriosas y el pueblo trabajador seguirán luchando y construyendo inexorablemente una sociedad más justa y más humana” (423). Parafraseando a nuestra manera al revolucionario italiano Antonio Gramsci, podríamos decir que en Tosco convivía un optimismo de los
fines con un pesimismo de la estrategia. Ese optimismo de los fines le permitía aventurar la perspectiva de la emancipación humana y la posibilidad de seguir luchando por ella más allá de las enormes limitaciones personales y el peligro de muerte que eso entrañaba. Pero los golpes recibidos y el fracaso de sus apuestas políticas no lo llevaron a una revisión crítica de su objetivo estratégico: conformar un bloque policlasista con sectores de la izquierda peronista. La noche negra de la dictadura estaba ya a las puertas del país cuando Agustín Tosco murió. Pocos meses después la brutalidad de la clase dominante descargaba su furia sobre el conjunto del pueblo pobre y sobre la clase trabajadora en particular. A pesar de la enorme potencialidad de lucha desplegada por la clase trabajadora y el conjunto de las masas desde el Cordobazo en adelante, fue la clase dominante la que, mediante un golpe genocida, pudo imponer una salida a la crisis social, económica y política en curso. Pero este resultado no fue una determinación fatal del destino o una cuestión decidida por la “relación de fuerzas” en general. Por el contrario, actuaron corrientes e individuos que, en base a sus concepciones, tomaron determinadas decisiones políticas. ¿Se puede afirmar que de haber desarrollado Tosco una política independiente en relación al peronismo se podría haber evitado el golpe? Categóricamente no. Pero es posible avizorar que la experiencia de la huelga general de masas, de junio y julio de 1975, hubiera encontrado un terreno más propicio para un quiebre con el peronismo en el poder y un salto hacia la autonomía política de clase, lo que podría haber significado el inicio de la revolución social en Argentina. La política de Tosco, de presión sobre el ala izquierda del peronismo –presión que ésta trasladaba al interior del movimiento– fue un obstáculo más en esa perspectiva.
1. Bs. As., Ediciones La Llamarada, 2014. En adelante las referencias a esta edición se harán entre paréntesis al final de la cita. 2. “Se había ido conformando una fuerza social en la que se alineaban fracciones obreras organizadas en los gremios independientes de Córdoba, las corrientes y organizaciones políticas y sindicales clasistas y
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los sindicatos combativos peronistas, fracciones de pequeña burguesía, estudiantes, organizaciones armadas peronistas y marxistas, e incluía a la llamada ‘Tendencia revolucionaria del peronismo’” (253). 3. Ver especialmente capítulos 8 y 10. Los autores reivindican esta evolución ideológica. 4. La vertiente estalinista postuló la necesidad de una alianza entre el proletariado y las burguesías nativas en la lucha antiimperialista. Pero la historia del siglo XX mostró los límites de éstas para enfrentar la dominación imperialista, confirmando la dinámica social que hace “recaer” esa tarea histórica en manos del movimiento obrero. Para ampliar esta discusión se puede consultar Juan Dal Maso, “La ilusión gradualista. A propósito del nacionalismo, la retórica ‘socialista’ y el marxismo en América Latina”, Lucha de Clases 7, 2007. 5. Agustín Tosco, prólogo a Textos reunidos, Córdoba, UNC, 2011, p. LVII. 6. Tosco afirmaba que “El ENA es un germen de unidad popular (…) la unidad popular necesita del peronismo revolucionario (…) del radicalismo y de los sectores que van hacia la izquierda” (302). 7. En Córdoba esa ofensiva adquiere mayor potencia. El 28 de febrero de 1974 Antonio Navarro, Jefe de Policía provincial, se insubordina y destituye al gobierno peronista de Obregón Cano y Atilio López, al cual Tosco y la izquierda apoyaban. Este golpe, que pasó a la historia con el nombre de Navarrazo, busca derrotar a los sectores avanzados de la vanguardia obrera y popular y está avalado, abiertamente, por Perón. Este, una semana antes, llamaba a terminar con el “foco de infección” que era Córdoba y, días después del golpe, lo avalará mediante la intervención federal de la provincia. 8. “La heterogeneidad de nuestro socialismo está en que tiene raíz peronista, marxista, cristiana, por el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, que viene de distintos movimientos que lo levantan como bandera” (293). 9. Al respecto de puede profundizar en Ruth Werner y Facundo Aguirre, Insurgencia obrera en la Argentina 1969-1976: clasismo, coordinadores interfabriles y estrategias de la izquierda, Bs. As., IPS, 2009, cap. IX al XIV. 10. Esa esterilidad se manifestó, por ejemplo, en el Navarrazo, donde la vanguardia obrera cordobesa fue incapaz de preparar una respuesta a un golpe anunciando. En una entrevista a Tosco, pocos días después y a propósito de la ausencia de respuesta, decía: “Se están haciendo actos relámpagos, algunas asambleas de fábrica (…) pero hay una relación de fuerzas básica que está dada por el teniente coronel Navarro y su policía con las armas en la mano. Centenares de fascistas armados y entrenados bajo la conducción de organismos policiales y parapoliciales” (Textos Reunidos II, Córdoba, UNC, 2001, p. 280). La negativa a enfrentar políticamente a Perón impidió preparar a sectores de vanguardia para un golpe que era alentado abiertamente por el viejo líder.
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Fotografía: Nelson Vilca
MARXISMO E INDIANISMO Algunas notas a propósito de Comunidad, indigenismo y marxismo, de Javo Ferreira. Juan Luis Hernández Historiador, docente UBA.
En las últimas décadas, al calor de la resistencia contra los gobiernos neoliberales, los movimientos indígenas pasaron a ocupar un lugar destacado en la región andina. En este contexto cobró fuerza una corriente intelectual indianista, cuyos representantes interpelan a los sujetos étnicos emergentes. En polémica con esta corriente política-ideológica, la editorial Palabra Obrera de Bolivia publicó en el año 2010 (reeditado en 2014) el libro Comunidad, indigenismo y marxismo, escrito por Javo Ferreira, conocido referente de la Liga Obrera Revolucionaria (LOR-CI) del país hermano. El libro está centrado en el análisis de la comunidad indígena, su relación con el entramado rural boliviano y las tendencias que se verifican en la actualidad al interior de la misma, poniendo en discusión, además, las principales ideas de los intelectuales
indianistas y de la corriente decolonial. Tratándose de temas muy importantes para los interesados en el estudio de la realidad actual de América Latina, es nuestra intención polemizar con algunas de las ideas volcadas en esta obra, adelantando desde ya nuestra opinión de que el libro constituye un excelente aporte, desde la perspectiva de la tradición marxista, para la comprensión de lo problemas de las formaciones sociales de la región andina.
Marco teórico Desde el punto de vista teórico, Javo Ferreira logra amalgamar un ajustado rescate del legado del marxista peruano José Carlos Mariátegui, las elaboraciones de Carlos Marx en sus últimos años sobre la comunidad rural rusa (obschina o mir) y la teoría del desarrollo desigual y combinado formulada
por León Trotsky en Historia de la Revolución rusa (1930). En lo que concierne a Mariátegui, rescata la idea central del peruano, según la cual “el problema del indio es el problema de la tierra”, con la que zanjaba las discusiones sobre las vías para “elevar” a los indios mediante la educación, la moral, etc., poniendo en primer plano las causas que perpetuaban su opresión: el acaparamiento de la mayor parte de las tierras por los gamonales (terratenientes). Pero Mariátegui reconocía que el “problema indígena” también tenía dimensiones étnicas y culturales: el desprecio, la discriminación que sufría la población de la sierra, formaba parte del sistema de dominación y sometimiento de los indígenas. Advertía también sobre los problemas que acarrearía una reforma agraria burguesa, parcelaria e individualista, opuesta a un proyecto de socialización de la tierra. Mariátegui entendía
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que, si bien las tierras de las comunidades indígenas habían sido en su mayoría apropiadas por las haciendas, se mantenía en la población rural el carácter comunitario del trabajo, expresado en las actividades laborales colectivas realizadas por sus integrantes. A pesar de siglos de colonialismo y capitalismo, la prédica del individualismo no había tenido éxito en la población rural, lo que significaba, para Mariátegui, la supervivencia de elementos “socialistas prácticos” que podrían ser utilizados provechosamente en el tránsito al socialismo en el agro. Mariátegui de esta manera convergía con los análisis de Marx sobre la comuna rural rusa, aunque lo más probable es que los mismos no fueran de su conocimiento. Marx pensaba que si la obschina lograba sobrevivir hasta que estallara la revolución obrera, podría constituirse en un punto de regeneración del conjunto de la sociedad rusa, la cual no debería pasar, necesariamente, por todas las fases que recorrieron los países capitalistas de Europa Occidental. Estas formulaciones de Marx se complementan con la ley del desarrollo desigual y combinado, explicitada por primera vez en forma completa por León Trotsky en la Historia de la Revolución rusa (1930), sobre la cual nos referiremos en la segunda parte de este artículo.
El entramado rural andino: la comunidad a debate En la primera parte del libro el autor se interna en el análisis del denso entramado rural andino. Por sus dimensiones y formas de explotación, en Bolivia existen grandes propiedades, grandes y medianas explotaciones agrarias y pequeños productores campesinos, en tanto que, desde el punto de vista jurídico, se reconocen seis formas de propiedad del suelo: Solar campesino, Pequeña propiedad, Mediana propiedad, Empresa agropecuaria, Tierras comunitarias de origen (TCO) y Tierras comunitarias. El agro boliviano se caracteriza por la persistencia de dos problemas que no fueron resueltos por las sucesivas leyes agrarias: la subsistencia del latifundio y del minifundio, y la superposición de jurisdicciones. En ellos reside el origen de constantes conflictos entre campesinos, comunidades, empresas mineras y petroleras y grandes latifundistas. Las comunidades indígenas constituyen en los Andes un actor fundamental para entender esta conflictividad. Sobre ellas existe un extenso e intenso debate, acerca de si tienen o no continuidad con el antiguo ayllu prehispánico. En los Andes se denomina ayllu a un grupo de hombres y
mujeres vinculados entre sí por relaciones de parentesco ampliado, cuyos miembros se consideran hermanos y se deben ayuda mutua, en el marco de una unidad económica y religiosa ubicada en un territorio común, cuya característica más relevante es la discontinuidad, esto es, la posesión y control de espacios ubicados a distinta altura, donde se realizan diferentes actividades agropecuarias (control vertical de distintos pisos ecológicos). Esta forma de territorialidad permite sostener densas poblaciones humanas en el duro ecosistema altiplánico, obligando a un manejo coordinado de los recursos naturales. Hoy, la mayoría de los estudiosos acuerdan en que las comunidades actuales son el resultado de las medidas impuestas por la administración colonial, que reorganizó la localización geográfica de los preexistentes ayllus imponiendo nuevos asentamientos, en función de la explotación de la mano de obra indígena. Además, los recursos colectivos del ayllu fueron progresivamente absorbidos por los conquistadores y sus descendientes, en un proceso de expoliación que continuó en los tiempos republicanos. Pero también hay acuerdo de que en ellas subsisten los ancestrales usos y costumbres andinos: las relaciones de reciprocidad y complementariedad y la obligatoriedad y rotación en los cargos, principios que rigen la vida cotidiana de las comunidades, como así también parte del mundo simbólico prehispánico. El autor intenta aprehender este complejo cuadro con el concepto de hibridación, prestando atención a las tendencias centrífugas y centrípetas existentes al interior de las comunidades. Para Ferreira, la reforma agraria de 1953 habría profundizado la diferenciación social al interior de las mismas, los comunarios que poseen tierras y ganados son los que hoy quieren la continuidad de la comunidad, mientras los desposeídos prefieren variantes más modernas que tienden a romperla, en tanto los migrantes urbanos que mantienen lazos con las comunidades apuestan a su mantenimiento para seguir teniendo acceso a la tierra. Ferreira se apoya fundamentalmente en las investigaciones de Silvia Rivera Cusicanqui, para quien la reforma agraria de 1953 estaría en línea con las medidas adoptadas durante el siglo XIX para suprimir las comunidades. El problema con esta perspectiva de investigación es que pone el énfasis en el rol del Estado más que en las luchas del movimiento campesino. Conviene problematizar sus conclusiones con los resultados de estudios
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más recientes basados en las experiencias de los campesinos (José Gordillo, María Lagos, Roberto Choque Canqui, entre otros). No hay duda que la reforma agraria de 1953 fue concebida y ejecutada con el objetivo de impulsar relaciones sociales capitalistas en el campo, una política que terminó siendo la madre de los problemas actuales del agro boliviano. Pero las respuestas a los problemas sociales no tienen que ver únicamente con una concepción teórica determinada sino con las relaciones de fuerza en una coyuntura dada. En 1953 había en Bolivia una demanda de tierra por parte de amplios sectores del campesinado en forma de reparto parcelario, mientras que el reclamo de restitución de tierras a las comunidades tenía mucha menor intensidad. La movilización activa del campesinado hace muy difícil colocar en la misma línea la reforma del 1953 con las expropiaciones del siglo XIX: no es lo mismo que la oligarquía acapare la tierra a partir del aplastamiento de los levantamientos indígenas-campesinos, a que sea el campesinado quien, a través de su movilización, se apodere de la misma, liquidando a la vieja oligarquía hacendal del altiplano. Aún cuando no se restituyó tierras a las comunidades, el objetivo de la reforma de crear un campesinado parcelario homogéneo no se logró, las comunidades no se extinguieron y su resignificación, en términos materiales, simbólicos, de organización y de lucha, sigue siendo una arena en disputa en el denso entramado rural andino.
Sobre la colonialidad del poder El autor propone un interesante debate sobre la categoría colonialidad del poder, formulada por el intelectual peruano Aníbal Quijano. Esta categoría remite a la subsistencia de las formulaciones coloniales que sustentaron la formación del orden capitalista como patrón de dominación y mecanismo de poder en los países latinoamericanos, en los cuales se mantiene una relación de dominación por parte de la cultura occidental con respecto a las “otras culturas”. No debe confundirse el colonialismo, resultado del proceso de expansión colonial de Europa, con la colonialidad del poder, que son las relaciones de poder construidas a partir de aquel, y en cuya estructuración las categorías de raza y/o etnicidad fueron y son fundamentales, funcionando como instrumento de clasificación y dominación de la población a escala »
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mundial. La noción de raza implica la existencia de una supuesta estructura biológica diferenciada, que ubica a unos en situación natural de inferioridad con respecto a otros, biológicamente superiores. Quijano sostiene que la asociación entre el etnocentrismo colonial y la clasificación racial universal hizo posible el eurocentrismo, por el cual se pretende comprender la historia de las sociedades no europeas de acuerdo a la trayectoria particular de la historia de Europa, convertida en un modelo de interpretación de alcance y validez universal. Eurocentrismo y colonialidad del poder son los componentes centrales del proceso constitutivo de un sistema mundial de poder capitalista. Ferreira sostiene que el uso de esta categoría permite reconocer los resabios del racismo y de prácticas de la época colonial subsistentes en las formaciones latinoamericanas actuales. Pero lamentablemente estos conceptos son absolutizados por los intelectuales de la corriente decolonial, produciéndose dos efectos negativos: uno, el desplazamiento del foco de análisis a los mecanismos internos de dominación, perdiendo de vista la intervención y el rol del imperialismo en la dominación de nuestros pueblos; el otro, la absolutización de los aspectos culturales de la dominación, omitiendo la crítica a las relaciones sociales de producción capitalistas, que constituyen las bases de la explotación y la reproducción de las condiciones que permiten la constante gestación de contenidos culturales e ideológicos de dominación.
La discusión con Reinaga y el indianismo La polémica con las corrientes indigenistas e indianistas ocupan una parte central del libro, destacándose la discusión de las ideas de Fausto Reinaga, uno de los fundadores del moderno indianismo en Bolivia. Suele utilizarse en forma indistinta los términos indigenismo/indianismo, sin embargo ambos vocablos remiten a fenómenos políticos diferentes. Indigenismo es el nombre de una corriente del pensamiento critico que en la región andina se inició hacia fines del siglo XIX, integrada por sectores sociales intermedios urbanos (básicamente mestizos), cuya preocupación fundamental era la dificultad para la construcción de la nación en los países andinos, como consecuencia de la exclusión
de la población indígena de la vida política, social y económica. Este movimiento se inició en Perú, con ensayistas como Manuel González Prada o José Carlos Mariátegui y literatos como José María Arguedas, Ciro Alegría o Manuel Scorza. El indigenismo, criticado por pretender ser una literatura sobre los indios hecha por no-indios, acompañó con sus denuncias sobre la explotación y la opresión que sufrían las masas rurales las luchas campesinas-indígenas. Su ciclo se agotó a partir de los años ‘60 del siglo pasado, cuando comienza el ascenso del indianismo, como exteriorización de una subjetividad indígena-originaria emergente en el contexto del fracaso de los intentos de integración social, política y cultural de las masas indígenas. La prédica de Fausto Reinaga en Bolivia constituyó un primer hito del indianismo, siendo sus obras principales La revolución india (1970) y Tesis india (1971). Reinaga postulaba una revolución india contra la civilización occidental, para restablecer el “socialismo” del Tawantinsuyu. Negaba la validez del análisis clasista del marxismo, impugnando la oposición burguesíaproletariado; para él quienes trabajaban y sufrían en los socavones, las fábricas y los campos eran simplemente indios, explotados por una elite “blancoide”. En su proyecto político los indígenas eran interpelados como sujeto revolucionario. Ferreira desarrolla un análisis profundo de la obra de Reinaga, mostrando sus contradicciones, inconsistencias teóricas y divagues metafísicos. Encuentra sus fuentes en las filosofías más rancias y decadentes de occidente, como la filosofía de la historia de Oswald Spengler, de quien recoge un profundo espiritualismo. La producción de Reinaga está atravesada por una concepción idealista y mística, plagada de afirmaciones etnocéntricas y racistas, y en la que apela constantemente a un volkgeist (espíritu del pueblo) de inspiración germana. Concluye afirmando que el idioma y la civilización aymara son superiores a todos los demás, una clara posición etnocéntrica y racista. El derrotero político de Reinaga estuvo signado por el oportunismo y el aventurerismo: intentó negociar con todos los gobiernos de turno, civiles o militares. A nuestro entender todas estas criticas son correctas, pero el katarismo (nombre adoptado por el indianismo aymara
en Bolivia) es algo más que la obra de un intelectual, aún cuando ese intelectual sea el iniciador del movimiento. El indianismo katarista se presentó en la historia reciente de Bolivia como una ideología contestataria, de resistencia al orden cultural, político y socioeconómico de corte occidental, rescatando las raíces culturales de los pueblos originarios de los Andes, constituyéndose en el soporte teórico de la emergencia del movimiento indígena-originario que confrontó con el neoliberalismo. Criticar al indianismo a partir de los desvaríos y el oportunismo político de Reinaga implica correr el riesgo de caer en la falacia de asimilar el todo a una de sus partes, que aún siendo importante, no habilita a homologarla como totalidad. Es posible que las enseñanzas de Reinaga no sirvan para la liberación de ninguna persona, como afirma en forma contundente Ferreira, pero también es cierto que el katarismo ha operado una verdadera inversión del sentido común: si antes los indios no servían para nada y eran estigmatizados, ahora han recuperado su orgullo y autoestima y la “indianidad” es fuente de legitimidad política. Por eso pensamos que desde el marxismo es necesario discutir y reflexionar con el indianismo katarista, cuyos seguidores integran y dirigen las organizaciones de masas más formidables del país. Los ejes de estos debates son, a nuestro entender, el sujeto y el poder. No existe, y nunca existió, una nacionalidad originaria aymara homogénea, sin estratificación social ni relaciones de explotación y opresión al interior de las comunidades, afirmar lo contrario es falso. El etnocentrismo aymara limita la posibilidad de construcción de un proyecto societal alternativo, que abarque al conjunto de la población pobre, en tanto la absolutización de los indígenas como único sujeto emancipador pretende sustituir a los trabajadores. Quienes durante años criticaron la “visión obrerista” de la izquierda marxista, acusándola de subestimar al campesinado indígena como potencial sujeto revolucionario, hoy, desde el indianismo, transitan el mismo camino, solo que en sentido inverso. Abordaremos el debate sobre la cuestión agraria al interior de la izquierda boliviana y las discusiones sobre el Estado Plurinacional en un próximo artículo, en el cual intentaremos una evaluación de conjunto de la obra de Javo Ferreira.
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La clase obrera en debate La crisis internacional ha vuelto a poner en discusión qué es la clase trabajadora hoy, el papel de sus organizaciones y su posibilidad de encabezar la resistencia a los planes de ajuste y la pauperización. IdZ entrevistó a Marcel van der Linden, uno de los más importantes historiadores del trabajo en el mundo. Con él dialogamos sobre el concepto de clase obrera en Marx, su afán de actualizarlo a través de la noción de “trabajadores subalternos” y las dificultades para pensar la actualidad y el futuro de los “proletarios del mundo”, en clave de estrategias de poder. Entrevista a Marcel van der Linden
“Llegó el momento de ampliar la teoría del valor” IdZ: En las ciencias sociales hay un retorno de los estudios sobre trabajadores. Un ejemplo de ello es su libro Workers of the World, como también los debates sobre la revitalización de los sindicatos en Inglaterra o el surgimiento de asociaciones como Strike and Social conflicts. ¿Cuál es su interpretación sobre este retorno? Yo creo que este renovado interés no es un fenómeno general. En el norte de Europa (Alemania, Gran Bretaña, los Países Bajos, Escandinavia) hay menos interés en esto que en algunas otras partes del mundo, como América del Sur, Sudáfrica o India. La razón de este nuevo interés es obvia: la crisis económica global y el crecimiento de luchas de los trabajadores en diferentes partes del mundo. Al mismo tiempo, está claro que el crecimiento de la resistencia de la clase trabajadora no va acompañada por el crecimiento de movimientos obreros tradicionales (sindicatos,
etc.). De acuerdo con la Confederación Internacional de los Sindicatos1, solo el 7 % de la clase trabajadora mundial está organizada, y este porcentaje no está aumentando. IdZ: En Workers of the World usted critica el concepto de clase obrera de Marx por “estrecho” y propone reemplazarlo por el de “trabajadores subalternos”, que contemplaría otras formas de trabajo no estrictamente asalariado. Sin embargo, en Marx hay un análisis de estas formas “híbridas” como parte del desarrollo desigual del capitalismo global. ¿No considera que el tratamiento de esta cuestión en El Capital rebate la crítica de la estrechez del concepto de proletariado y permite abordar las actuales “zonas grises”? Yo creo que hay un problema más profundo. Permítame usar el ejemplo de la esclavitud de plantación. Como es bien sabido, Marx aborda cuestiones
relacionadas con el trabajo esclavo en muchos pasajes de sus textos. Él era más consciente del contraste entre trabajo asalariado y trabajo esclavo, que la mayoría de los marxistas del siglo XXI. Consideraba la esclavitud como un modo de explotación históricamente atrasado que pronto sería cosa del pasado, mientras el trabajo “libre” asalariado encarnaba el futuro capitalista. Comparó las dos formas de trabajo en varios escritos y ciertamente vio similitudes entre ellas: ambas producían un producto excedente, y el trabajador asalariado, exactamente como el esclavo, tenía que tener un amo que lo dirigiera e hiciera trabajar. Al mismo tiempo distinguía algunas diferencias que ensombrecían todas las experiencias comunes que compartían. Permítame hacer algunos comentarios breves y críticos sobre ello y señalar mis dudas. Primero, los trabajadores asalariados disponen de capacidad de trabajo, a saber, “el agregado de aquellas capacidades mentales y físicas »
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“ Yo amplío la noción de clase trabajadora para incluir aparceros, esclavos modernos, etc. De este modo, por un lado, incremento la heterogeneidad de la clase, pero por otro lado, amplío la posibilidad de descubrir otras formas de alianzas interclases que análisis más viejos han descuidado.
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existentes en la forma física, capacidades que se ponen en movimiento cuando él produce un valor de uso de cualquier tipo”; y esta capacidad de trabajo es la fuente de valor. El capitalista compra capacidad de trabajo como una mercancía porque espera que ésta provea un “servicio” específico llamado creación de “más valor que lo que ésta tiene en sí misma”. No ocurre lo mismo con la capacidad de trabajo esclavo. El dueño de esclavos “ha pagado en efectivo por su esclavo” y entonces el producto de su trabajo “representa el interés sobre el capital invertido en esa compra”. Pero, dado que para Marx el interés es solo una forma de valor excedente, parecería que los esclavos deberían producir plusvalor. Y es un hecho que, en las plantaciones de azúcar donde el trabajo esclavo era utilizado, rendían ganancias considerables porque la mercancía azúcar implicaba más valor que el capital invertido por el dueño de la plantación (renta de la tierra, amortización de los esclavos, amortización de la prensa de la caña de azúcar, etc.). Entonces, ¿es realmente el caso que solo el trabajador asalariado produce el equivalente de su propio valor más “un exceso, un plusvalor”? ¿O es también el esclavo una “fuente de valor”? Segundo, Marx establece que la fuerza de trabajo puede “aparecer en el mercado como una mercancía, solo si su poseedor, el individuo que posee la fuerza de trabajo, la ofrece para la venta o la vende como mercancía. Para que su poseedor pueda venderla como una mercancía, él debe tener esa fuerza de trabajo a su disposición, él debe ser el propietario libre de su propia capacidad laboral, por lo tanto, de su persona”2. El futuro trabajador asalariado y el dueño del dinero “se encuentran en el mercado y entran en relación uno con el otro en un pie de igualdad como poseedores de mercancías, con la única diferencia que, uno es un comprador y el otro un vendedor; ambos, por ello iguales ante la ley”. En otras palabras: la fuerza de trabajo sería ofrecida para la venta por la persona que es portador y poseedor de la misma, y la ofrece exclusivamente. ¿Por qué debiera esto ser así? ¿Por qué la fuerza de trabajo no puede ser vendida por algún otro distinto a su portador, como por ejemplo en el caso de niños que son obligados por sus padres a hacer trabajo asalariado en fábricas? ¿Por qué no puede la persona que ofrece su fuerza de trabajo para la venta, venderla condicionalmente junto con medios de producción? ¿Y por qué puede alguien que no posee fuerza de
trabajo propia venderla, como en el caso de esclavos contratados cuyos dueños los proporcionaban a alguien a cambio de un pago? Tercero, el trabajador asalariado encarna capital variable. “Este reproduce el equivalente de su propio valor al tiempo que produce un excedente, un plusvalor, el cual puede en sí mismo variar, de acuerdo a las circunstancias. Esta parte del capital está siendo transformada continuamente de una magnitud constante a una variable; por ello lo llamo parte variable del capital o, más sintéticamente, capital variable”. “Solo porque el trabajo está presupuesto en forma de trabajo asalariado, y los medios de producción en forma de capital (es decir, como resultado de esta forma específica de estos dos agentes esenciales de la producción), es que una parte del valor (producto) se presenta como plusvalor y éste se presenta a sí mismo como ganancia del capitalista, como riqueza adicional obtenible para él”. Para Marx, el esclavo es parte del capital fijo, económicamente no diferente al ganado o las máquinas. “El dueño de esclavos compra su trabajador en la misma forma que compra su caballo”. El valor del capital-esclavo es su precio de venta y este valor del capital tiene que ser amortizado en el tiempo, exactamente como ocurre con el ganado y las máquinas. Pero ¿cuán justificado está Marx para defender que solo el trabajo asalariado es capital variable, sobre la base de que “esta parte del capital” puede ser mayor o menor? ¿No ocurre lo mismo con la producción de mercancías del trabajo esclavo? Cuarto, cuando el trabajador asalariado produce una mercancía, la misma es “una unidad formada por valor de uso y valor”, por cuya razón “el proceso de producción debe ser una unidad compuesta de proceso de trabajo y proceso de creación de valor [Wertbildungsprozess]”. Nadie dudará de que los esclavos que producen azúcar, tabaco o índigo estén produciendo mercancías, exactamente igual que los trabajadores asalariados. Si este es el caso, entonces también producen valor. Marx niega esto dado que considera a los esclavos como parte del capital constante y sostiene que solo el capital variable crea valor. Quinto, el trabajador asalariado siempre se despoja de su fuerza de trabajo “por un período limitado solamente, en cuanto si lo hiciera totalmente, de una vez y para siempre, él estaría convirtiéndose de hombre libre en esclavo, de poseedor de una mercancía en una mercancía”. Normalmente uno se referiría a tal transacción como a un alquiler, y
no como a una venta. La distinción entre un contrato de alquiler y uno de venta, puede parecer insignificante pero no lo es. “Cuando se cierra un contrato de venta, la sustancia de la mercancía se instituye en la propiedad de la otra parte, mientras que cuando se cierra un contrato de alquiler, la otra parte simplemente negocia el derecho a usar la mercancía; el vendedor pone a disposición su mercancía solo temporalmente, sin poner en discusión la propiedad de la misma” –como Franz Oppenheimer ha señalado correctamente–. Cuando A vende a B una mercancía, B se transforma en el poseedor en lugar de A. Pero cuando A alquila a B una mercancía, A sigue siendo el dueño y B recibe simplemente el derecho a usar la mercancía por un tiempo estipulado. La sustancia de la mercancía permanece con A, mientras que B recibe su “uso y disfrute”. De este modo, si el trabajo asalariado es el alquiler de fuerza de trabajo, la diferencia entre trabajador asalariado y un esclavo no consiste en la “estipulación de un período de tiempo” por el cual la fuerza de trabajo es proporcionada, sino en el hecho de que, en un caso la fuerza de trabajo es alquilada, mientras en el otro, es vendida. ¿Por qué no encontramos esta consideración en Marx? Presumiblemente porque él hace aparecer la creación del proceso de valor en una perspectiva diferente. La sustancia del valor de la fuerza de trabajo es retenida por el trabajador más que cedida al capitalista. Engels sostuvo que las transacciones de alquiler son “solo una transferencia de valor ya existente, producido previamente; y la suma total de valores poseídos por un arrendador y el arrendatario juntos, permanecen después de la transacción, igual a como era antes”. Entonces, si el trabajo asalariado fuera también una relación de alquiler, no podría crear valor excedente. Sexto, según Marx, la tasa de ganancia tiende a declinar porque la productividad social del trabajo aumenta constantemente: “dado que la masa de trabajo vivo declina continuamente en relación a la masa de trabajo objetivado que la pone en movimiento –por ejemplo los medios de producción consumidos productivamente–, la parte no paga de este trabajo vivo que está objetivada en el plusvalor debe estar en una relación de proporción siempre decreciente al valor del capital total aplicado”. El punto final de esta tendencia sería una situación en la cual el capital variable haya sido reducido a cero y el capital total consista exclusivamente en capital constante. En semejante situación, el colapso del capitalismo
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sería un hecho. Pero lo curioso es que ya existió tal fase terminal antes de la Revolución Industrial, a saber, las plantaciones del siglo XVII y XVIII. Estas plantaciones utilizaron trabajo esclavo por lo que, según las premisas de Marx, el capital total consistía exclusivamente en capital constante. ¿Cómo dar cuenta entonces del dinamismo económico de las plantaciones desde esa afirmación? El ejemplo del trabajo esclavo demuestra que Marx no proveyó una justificación consistente para la posición productiva privilegiada que el trabajo asalariado tiene en su teoría del valor. Hay muchos elementos para sugerir que los esclavos y trabajadores asalariados son estructuralmente más similares que lo que supusieron Marx y el marxismo tradicional. La realidad histórica del capitalismo ha caracterizado muchas formas híbridas y transicionales entre la esclavitud y el trabajo asalariado “libre”. Además, esclavos y trabajadores asalariados han realizado repetidamente el mismo trabajo en los mismos tipos de empresas. Es cierto, por supuesto, que la capacidad laboral de los esclavos es permanente propiedad del capitalista, mientras que el trabajador asalariado solo pone su capacidad de trabajo a disposición del capitalista por un tiempo estipulado, aún cuando lo haga repetidamente. Lo que permanece poco claro, sin embargo, es por qué los esclavos no crearían plusvalor, mientras los trabajadores asalariados sí. Ha llegado el momento de ampliar la teoría del valor en tal forma que se reconozca el trabajo productivo de esclavos y otros trabajadores no libres, como un componente esencial de la economía capitalista. IdZ: En la tradición marxista, la condición social del proletario determinó sus formas de organización colectiva y sus luchas, pero en el caso de trabajadores subalternos esa determinación está eliminada. Pareciera que, en el intento de evitar el economicismo, podría terminar introduciendo una suerte de autonomía de la acción política. Me gustaría preguntarle: ¿cómo podrían los trabajadores subalternos poner un final a sus condiciones subalternas? ¿Por qué piensa que la condición social de trabajadores subalternos no determina sus luchas y organizaciones colectivas? Usted no da argumentos. Yo diría que de acuerdo con la tradición marxista, es cierto para todas las clases sociales, que sus organizaciones colectivas y luchas están determinadas por su condición social. Probablemente su pregunta está inspirada en una noción
de clase trabajadora muy específica, pasada de moda, la cual considera solamente trabajadores asalariados en agricultura, industria, minería y transporte como la “real” clase trabajadora. Pero piense, por ejemplo, las trabajadoras domésticas. ¿No son acaso ellas también asalariadas y parte de la clase trabajadora? ¿Y conoce usted ejemplos significativos de luchas conjuntas de, por ejemplo, trabajadores industriales y trabajadoras domésticas? Probablemente no. La clase trabajadora en el sentido marxista tradicional no fue nunca tan homogénea como frecuentemente se la supuso. Yo amplío la noción de clase trabajadora para incluir aparceros, esclavos modernos, etc. De este modo, por un lado, incremento la heterogeneidad de la clase, pero por otro lado, amplío la posibilidad de descubrir otras formas de alianzas interclases que análisis más viejos han descuidado. Por ejemplo, luchas conjuntas de esclavos y marinos (como las descriptas en el magnífico The Many-Headed Hydra de Peter Linebaugh y Marcus Rediker, de 2000), de aparceros y trabajos asalariados, entre otros. El peligro de plantear la pregunta como usted lo hace está en permitir que los análisis se guíen por como a uno le gustaría que fueran las cosas, en lugar de por un análisis materialista de relaciones de producción. Lo que vemos ahora es cierta convergencia de las condiciones de vida y trabajo de los trabajadores a escala global. Las llamadas relaciones de empleo estándar (Standard Employment Relation) en los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) están derrumbándose gradualmente y parece ser más un privilegio masculino que lo que fue previamente. La destrucción procede paso a paso, pero consistentemente. Las relaciones de trabajo en países ricos están comenzando a parecerse a aquellas de los países pobres. La precarización es una tendencia global. La actual demolición del “capitalismo social” confirma una visión acerca de los desarrollos a largo plazo que Istvan Meszaròs ha explicitado del siguiente modo: “La realidad objetiva de diferentes tipos de explotación –ambos, dentro de un determinado país y en el sistema mundial del capital monopólico– es tan incuestionable como son las diferencias objetivas en la tasa de ganancia en cualquier momento particular (…). De todas maneras, la realidad de los diferentes niveles de explotación y ganancia no alteran la ley fundamental en sí misma: es decir, la
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igualación creciente de los niveles diferenciales de explotación como tendencia global del desarrollo del capital mundial”. La feroz y creciente competencia global entre capitales ahora tiene un claro efecto igualador descendente en la calidad de vida y trabajo en las partes más desarrolladas del capitalismo global. Nuevas formas de resistencia y organización se están desarrollando, y una cuestión mayor es saber si los sindicatos tradicionales serán capaces de cambiar y transformarse en socios atractivos de las nuevas fuerzas sociales o si ellos declinarán más aún volviéndose obsoletos. Traducción: Rodolfo Elbert y Angélica Caino.
1. ITUC por sus iniciales en inglés. 2. Las citas de los textos fueron traducidos del inglés original utilizado por van der Linden.
MARCEL VAN DEL LINDEN Marcel van der Linden es Director de Investigación del Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam. Allí ha elaborado (junto con otros investigadores) la propuesta teórico-metodológica de una “Global Labor History” como nuevo punto de partida para “reconstruir el barco de la historia del trabajo”. Entre sus obras más importantes se encuentran Historia transnacional del trabajo (2006, único libro traducido al castellano), Workers of the World. Essays toward a Global Labor History (2008), Western Marxism and The Soviet Union. A Survey of Critical Theories and Debates since 1917 (2009) y el reciente Beyond Marx (2013), junto con Karl Heinz Roth. En 2014 recibió el Bochumer Historikerpreis (premio Bochum de Historia)
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Ilustración: Anahí Rivera
Crítica al concepto de “trabajadores subalternos”
Paradojas de una ampliación PAULA VARELA Politóloga, docente de la UBA. En nuestra reseña crítica de Workers of the world1 señalábamos que el concepto de “trabajadores subalternos” que propone Marcel van der Linden lo empujaba, más tarde o más temprano, a un cuestionamiento de la teoría del valor de Marx. Efectivamente, como puede observarse en la entrevista, el centro de la argumentación para sostener la “ampliación” del concepto de clase trabajadora es el cuestionamiento a la especificidad que Marx encuentra en la forma de creación de valor bajo el capitalismo: la teoría del plusvalor. Así las cosas, es importante separar dos discusiones que a veces aparecen mezcladas. La primera, la del reconocimiento de la heterogeneidad de la clase obrera y la pregunta sobre si esa heterogeneidad ha pegado un salto con las nuevas formas de la precarización laboral y la permanencia de formas híbridas que combinan trabajo asalariado con modos precapitalistas o cuentapropistas. En este punto, coincidimos con van der Linden en que la crisis económica internacional ha acelerado el proceso de precarización a nivel mundial transformando al “obrero estable fordista”, cada vez más, en una rareza. De hecho, la crisis ha logrado un doble movimiento simultáneo: una mayor homogenización a través del proceso de asalarización de la fuerza de trabajo a niveles
nunca vistos; y una mayor heterogenización al interior de esa fuerza de trabajo asalarizada, con la aparición (o reaparición decadente) de formas híbridas, que son subsidiarias del proceso de acumulación de capital. La segunda discusión es si esta heterogeneidad niega la teoría del valor de Marx y obliga a elaborar una nueva. Es en este punto en el que tenemos una disidencia con van der Linden, que deviene del hecho de que (como señalamos en la entrevista) la heterogeneidad y las formas híbridas ya están contempladas en la teoría del valor de Marx (lo que no significa que, sobre ese núcleo duro, no puedan elaborarse teorizaciones que den respuesta a fenómenos novedosos; pero sí, que se volvería innecesario y contraproducente desecharla). La importancia de recordar que esto “ya está en Marx” no reside en un reflejo dogmático o una cita de autoridad, sino en destacar el modo en que Marx analiza esta heterogeneidad y casos híbridos. Lejos de un afán clasificatorio o descriptivo, estos casos están explicados en su relación dialéctica con la forma predominante que asume el trabajo asalariado. Esa es la potencia de la explicación que da Marx de la aparcería (por tomar el ejemplo que toma van der Linden). Su existencia no niega la tendencia a la asalarización en el campo
sino que (aunque en apariencia parezca contradictorio), la aparcería es la forma concreta que asume el proceso de asalarización de las relaciones de producción en un contexto determinado (por ejemplo, el Sur de los Estados Unidos luego de la abolición de la esclavitud). ¿Las nuevas (o viejas) formas de aparcería, o trabajo domiciliario, o incluso esclavitud (que se han exponenciado en el neoliberalismo) niegan o, por el contrario, explican (en contextos concretos) la centralidad del trabajo asalariado (y por ende, de la teoría del valor de Marx)? Según van der Linden, la niegan. Para argumentarlo se basa en el análisis de los esclavos de plantación. Todo el edificio argumentativo del autor se basa en la comparación del esclavo de plantación y el trabajador asalariado, a partir del cual llegaría a la siguiente conclusión general: El ejemplo del trabajo esclavo demuestra que Marx no proveyó una justificación consistente para la posición productiva privilegiada que el trabajo asalariado tiene en su teoría del valor. Hay muchos elementos para sugerir que los esclavos y los trabajadores asalariados son estructuralmente más similares que lo que supusieron Marx y el marxismo tradicional (…) Lo que permanece poco claro, sin embargo, es porqué los
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esclavos no crearían plusvalor, mientras que los trabajadores asalariados sí. Ha llegado el momento de ampliar la teoría del valor en tal forma que se reconozca el trabajo productivo de esclavos y otros trabajadores no libres, como un componente esencial de la economía capitalista (tomado de la entrevista).
Aquí está el meollo de la cuestión del que se derivan los argumentos que van der Linden ordena de primero al sexto en su texto. El problema de este argumento es que el caso que elige, los esclavos de plantación, no es equiparable al “trabajo esclavo en general” o a “otras formas de trabajo pre-capitalistas” (equiparación que el autor realiza sin beneficio de inventario). Por el contrario, es un sistema de producción esclavo en el marco de la generalización de las relaciones de producción capitalistas. O, para decirlo con palabras de Marx (referidas a la esclavitud negra en el sur de EE. UU. surgida después de la revolución industrial en Inglaterra, lo que implicó una demanda creciente de algodón): …donde las especulaciones comerciales figuran desde el comienzo y la producción está dirigida al mercado mundial, el modo capitalista de producción existe, aunque solo en un sentido formal, dado que la esclavitud de los negros, impide el trabajo asalariado libre, que es la base de la producción capitalista. Pero el negocio en el que los negros son empleados es dirigido por capitalistas. El método de producción que ellos introducen no ha surgido de la esclavitud sino que es injertado en ella2.
Es esa particularidad lo que hace que haya una serie de semejanzas entre el trabajo esclavo de plantación y el trabajo asalariado: por ejemplo, la producción de plusvalor. Efectivamente, el trabajo esclavo en las plantaciones modernas produce plusvalor. Pero esto no prueba que todo trabajo esclavo (o precapitalista) produce
plusvalor. Prueba, más bien, la forma (o las formas) en que el capitalismo subsume modos precapitalistas para hacerlos producir bajo la ley del valor. Pero no bien los pueblos cuya producción aún se mueve bajo las formas inferiores del trabajo esclavo y de la prestación personal servil son arrastrados a un mercado mundial en el que impera el modo de producción capitalista y donde la venta de los productos en el extranjero se convierte en el interés prevaleciente, sobre los horrores bárbaros de la esclavitud, de la servidumbre de la gleba, etcétera, se injerta el horror civilizado del exceso de trabajo. De ahí que el trabajo de los negros en los estados meridionales de la Unión norteamericana mantuviera un carácter moderadamente patriarcal mientras la producción se orientaba, en lo fundamental, a la satisfacción de las necesidades inmediatas. Pero en la medida en que la exportación algodonera se transformó en interés vital de esos estados, el trabajo excesivo del negro, a veces el consumo de su vida en siete años de trabajo, se convirtió en factor de un sistema calculado y calculador. Ya no se trataba de arrancarle cierta masa de productos útiles. De lo que se trataba ahora era de la producción del plusvalor mismo3.
Desentenderse de esta peculiaridad del trabajo esclavo moderno lleva a van der Linden a una suerte de paradoja del historiador: la posibilidad de la ampliación del concepto de clase trabajadora al de “trabajadores subalternos” (y su subsecuente modificación de la teoría del valor de Marx) termina apoyándose en una cierta deshistorización de las formas de producción social. Mientras Marx se interroga sobre las condiciones históricas que permiten que el trabajo incorporado en los valores de uso se exprese como valor, y el plustrabajo se transforme en plusvalor (que no son otras que la de la
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transformación de la fuerza de trabajo en una mercancía4); van der Linden parece recorrer el camino contrario, y disocia las formas particulares, distintas del trabajo asalariado de este contexto de preeminencia de las relaciones asalariadas, para tomarlas como prueba de las insuficiencias de la teoría marxista del valor. Elabora una teoría del valor-trabajo indeterminada, en el sentido de que pierde el presupuesto de una forma histórica determinada de relaciones de producción. Es esa indeterminación la que nos lleva a volver sobre la última pregunta de la entrevista: la relación entre la posición social y la acción política. Creo que ha sido malinterpretada (o ha estado mal formulada). No es una pregunta sociológica sobre si la clase obrera es o no es heterogénea. Es una pregunta política que, materialismo mediante, inquiere sobre la relación entre la forma en que se aborda teóricamente esta heterogeneidad evidente y la forma en que se piensa política o estratégicamente la posibilidad de que los débiles se vuelan contra los poderosos. La pregunta concreta es: ¿en una teoría en que no se diferencia el trabajo esclavo del trabajo asalariado o el del campesino de autosubsistencia, cómo es posible pensar la subversión? ¿Hay que pensar en una revolución, en una rebelión campesina o una revuelta de esclavos? O, dicho de otro modo, si cualquiera de esas formas es posible, ¿para cuál de ellas hay que prepararse? Dado que significan tipos de organización y estrategias muy distintas, pasa a ser una pregunta de peso (más aún en tiempos de crisis). Ante estas preguntas, aparece una respuesta de carácter general: hay que hacer alianzas en la heterogeneidad. No podemos menos que señalar dos cosas: que estamos de acuerdo y que como respuesta es insuficiente. Porque la pregunta sigue siendo alrededor de qué se articula la alianza entre los distintos sectores de los trabajadores heterogéneos e incluso más, entre los trabajadores y otros sectores que quedan por »
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“ En la teoría de los ‘trabajadores subalternos’, la indeterminación de la categoría hace imposible pensar cuáles son las posiciones estratégicas desde las que articular la resistencia.
”
fuera de ellos. Esa pregunta remite a lo que en la tradición marxista constituye los debates sobre la hegemonía. En las teorías populistas, como la de Ernesto Laclau que en Argentina cobró bastante peso durante el kirchnerismo, esa articulación (alrededor del pueblo) supone, en términos teóricos, la disociación entre la posición social y la articulación política5. En esa disociación se pierde toda posibilidad de revolución. En los debates sobre la crisis de los sindicatos y la propuesta de sindicalismo de movimiento social como estrategia de revitalización sindical (contra el modelo socialdemócrata corporativo), el problema de la articulación también está planteado y su solución queda librada a la buena voluntad (volviéndola una teoría voluntarista). Eso es así porque en términos teóricos hay una equivalencia entre las diversas opresiones de los distintos movimientos sociales que deben articularse. La pregunta de van der Linden sobre si los sindicatos podrán ser socios atractivos de las nuevas fuerzas sociales que se despliegan, es de primer orden. Es decir, ¿podrán ser atractivos para los jóvenes que en junio de 20136 salieron de a decenas de miles en distintos puntos de Brasil a pedir, originariamente por el boleto de colectivo y luego por un malestar que no tenía consigna clara? Pero esa pregunta obliga a una posterior: ¿qué puede volver “atractivos” a los sindicatos? Para que la respuesta escape al voluntarismo (en el que se estanca la teoría del sindicalismo de movimiento social y también los populismos), tiene que anclarse en algo más que las buenas intenciones (a riesgo de que los deseos políticos se sobreimpongan al análisis materialista de las relaciones de producción). John Womack planteó este problema cuando habló de la necesidad de volver a mirar la “posición estratégica”. En su recorrido crítico por los últimos 40 años de las teorías de sociología del trabajo, señaló como problema central (asociado a la ausencia de la pregunta por la posibilidad de que los trabajadores reviertan su situación de explotación) el abandono del estudio sobre cuáles son las posiciones estratégicas al interior de una unidad productiva y también a nivel del territorio nacional e internacional. Es interesante observar que, para poder definir el concepto de “posición estratégica”, Womack haya tenido que remitirse a los debates de Tercera Internacional7. Es decir, al momento en que el marxismo tenía como norte la conquista el poder, motivo por el cual necesitaba discutir los problemas de alianzas de clase y hegemonía, como cuestiones centrales de la estrategia. La pregunta respecto de si los sindicatos pueden ser atractivos está directamente relacionada a si los trabajadores asalariados (que son a quienes se organizan en los sindicatos) están o no en una posición estratégica alrededor de la cual se pueda articular la resistencia. En la teoría de los “trabajadores subalternos”, la indeterminación de la categoría y la indiferenciación cualitativa entre los distintos sectores de trabajadores subalternos hace imposible responder esa pregunta. ¿Quién está mejor posicionado para hacer de punto de Arquímedes de una resistencia que, necesariamente requiere alianzas intra e inter clase? ¿Es aquel que tiene una plantación
para la subsistencia en un asentamiento del conurbano bonaerense, o es aquel que trabaja en el piso 9 del Edificio República de la empresa Telefónica de Argentina, piso en el que se concentran los comandos de comunicación de la mitad de la Ciudad de Buenos Aires? ¿Ambas posiciones son iguales? Porque si lo son, la discusión sobre la revitalización de los sindicatos pasa a ser relativamente irrelevante (o tan relevante como la discusión sobre la revitalización de las cooperativas, las sociedades de fomento, o cualquier otra forma organizativa). Si no lo son, y el trabajador telefónico detenta una posición estratégica de mayor fortaleza, entonces la discusión de qué hacemos con los sindicatos, pasa a ser relevante. Por ejemplo, porque permite preguntarse qué estrategias poner en juego para que los sindicatos no reproduzcan la operación de transformación de la heterogeneidad en fragmentación que realizó la burguesía entre precarios y efectivos, o entre ocupados y desocupados (fragmentación que en Argentina se expresó en la división entre organizaciones piqueteras y sindicales), o entre nativos y extranjeros, en un contexto en que los Estados desarrollan políticas de expulsión de inmigrantes que se expanden con la crisis. La teoría del valor de Marx permite distinguir entre estos dos hombres o mujeres, reconociendo que, si bien ambos trabajan, al hacerlo, no ocupan los dos la misma posición en las relaciones sociales de producción. Esa distinción resulta más poderosa que una indistinción que al “ampliar” los márgenes del concepto, achica el poder explicativo de la teoría y por ende, ensancha los márgenes de incertidumbre en el campo de la acción política.
1.Véase Paula Varela, Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda 1, año 1, septiembre 2012. 2. Citado en Daniel Gaido, “Un análisis materialista de la esclavitud y la aparcería en el sur de Estados Unidos”, publicado originariamente en The Journal of Peasant Studies 1, Vol. 28, octubre 2000. En este trabajo, Gaido señala que “El ascenso y la caída de la esclavitud norteamericana fue, por lo tanto, un proceso dialéctico, por el cual el trabajo forzado, originalmente un estímulo para el desarrollo de la producción de mercancías y, por lo tanto, del capitalismo en el norte de Estados Unidos y en Europa, se volvió su opuesto y tuvo que ser removido para permitir el más amplio desarrollo de las relaciones sociales capitalistas” (p.7). 3. Karl Marx, El capital, Vol.1, capítulo 8, Bs. As., Siglo XXI, 1975, p. 284. 4. “Lo que puede variar con el cambio de las circunstancias históricas, es la forma en que operan esas leyes. Y la forma en que opera esa división proporcional del trabajo en un estado de la sociedad en que la interconexión del trabajo social se manifiesta en el intercambio privado de cada uno de los productos del trabajo, es precisamente el valor de cambio de esos productos. La ciencia (es decir, la ciencia de la economía política) consiste precisamente en demostrar cómo opera la ley del valor” (carta de Marx a Kugelman, 11 de julio de 1868, disponible en www.marxists.org). 5. Ver Claudia Cintatti, “Ernesto laclau y el elogio de la hegemonía burguesa” y Gastón Gutiérrez, “Laclau y el rechazo a la dialéctica” en IdZ 10. 6. Ver entrevista a Ricardo Antunes, “El mito del país de la clase media se desmoroó”, en IdZ 1, junio 2013. 7. Ver Posición estratégica y fuerza obrera. Hacia una nueva historia de los movimientos obreros. Hacia una nueva historia de los movimientos obreros, México, FCE, 2007.
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Lo social, lo político y el partido revolucionario
El fantasma de Maquiavelo (III)
Ilustración: Greta Molas
Emmanuel Barot Profesor de Filosofía en Toulouse-Le Mirrail, autor de Camera Política y Marx au pays des soviets ou les deux visages du communisme, entre otros.
Con el fin de completar la lectura de Maquiavelo propuesta en los dos artículos previos1, conviene hacer aquí una breve cartografía de las principales interpretaciones que han sido propuestas en la constelación marxista del último período, e indicar qué ecos generan en los debates sobre la estrategia y el partido revolucionario que existen hoy en la izquierda europea. Tres polos nos interesan prioritariamente. El primero está encarnado por Antonio Negri, quien, luego de releer a Spinoza, se propuso en 1997 en El poder constituyente2, hacer de Maquiavelo el iniciador de la problemática democrático-radical de las “multitudes”, insistiendo sobre la dimensión de la autoorganización y de la revolución, pero delimitándose ya de la cuestión del poder. El segundo está representado por Althusser, que como Hegel y Gramsci, lee
a Maquiavelo esencialmente bajo el ángulo de las condiciones de creación de la unidad nacional y popular de Italia (Maquiavelo buscaba ante todo una respuesta a la situación miserable de la Italia de principios del siglo XVI). Insistiendo sobre la política esta vez pero, de manera antitética, ya no es una cuestión ni de autoorganización, ni de partido. Por último, en línea con su gran obra de 2009, Peter Thomas ha vuelto recientemente a la metáfora del Príncipe tal y como opera en Gramsci, planteando la idea de que el tipo de partido revolucionario que hoy podemos defender con Maquiavelo sería un “partido-laboratorio” volcado hacia la reconquista de una hegemonía que no esté anclada prioritariamente en las delimitaciones de clase y permita aglomerar en su seno lo esencial de las resistencias anticapitalistas.
1. La hipertrofia espontaneísta y el rodeo posmarxista de la cuestión del poder (Negri, Abensour) Para Negri, de El Príncipe a los Discursos sobre la primera década de Tito Livio se opera una mutación progresiva en el dispositivo de Maquiavelo que hace del pueblo el único verdadero “poder constituyente”, depositario de la virtù principesca capaz de crear un “nuevo principado”. El contenido de este “poder constituyente” es ante todo la potencia en acto de la multitud, cooperativa y decisional a la vez, la cual jamás es simplemente “autoría de un Estado”. Al hacerlo, Negri sentó las bases para un rodeo de la cuestión de la toma del poder político, expresada con claridad en sus siguientes libros, particularmente Imperio en 2000 y Multitud en 2004, coescritos con M. Hardt, que le dieron forma a un posmodernismo “autonomista”. »
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IDEAS & DEBATES
“ Althusser permanece muy por debajo tanto de Gramsci (que se interrogó no solamente por el príncipe ‘nuevo’, sino por el príncipe ‘moderno’) como de Negri, en tanto su posición teórica presupone la ausencia de problematización, en la lectura de Maquiavelo mismo, de una hipótesis acerca del príncipe colectivo.
”
Para mensurar la operación teórica que se juega aquí, hagamos un desvío por Miguel Abensour3, que identifica un específico “momento maquiaveliano” en el joven Marx. Inspirado entre otros por la antropología antimarxista de Pierre Clastres (cuyo La sociedad contra el Estado influenció tanto a Deleuze), Abensour lee la Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel, del joven Marx (1843), según un paralelismo instructivo. Para él, la crítica marxista de Principios de la filosofía del derecho de Hegel abre a una posible “democracia insurgente” en la cual la comunidad del pueblo se reapropia de la política contra el Estado. Contra la visión hegeliana que ratifica al Estado como una realidad suprema y depositaria de lo universal, en detrimento de las formas de existencia incompletas que serían el pueblo, la familia y la sociedad civil, Marx actualiza el concepto de una “verdadera democracia” dando vuelta el dispositivo: hay soberanía del pueblo independientemente del Estado; hay que partir del “demos total” para derivar a partir de él el Estado y la política, y no a la inversa; hay que hacer del pueblo el sujeto y del Estado y de su Constitución el predicado, y no a la inversa. La democracia es así el “enigma resuelto de todas las constituciones”, aboliendo la figura del Príncipe-Estado como mediación necesaria e independiente (como es todavía en el Príncipe de Maquiavelo). La democracia es la autoconstitución política del pueblo como príncipe, verdadera excepción política en tanto que forma de existencia realizada del pueblo. Incluso aunque no se refiere al binomio Hegel-Marx en El poder constituyente, esta reversión “democrática” dentro de la obra de Maquiavelo que diagnosticó Negri puede ser homologada a esta reversión del joven Marx para derrocar a Hegel. Es llamativo cómo los dos autores llegan al mismo tipo de conclusión. En Negri el poder constituyente de la multitud es antes que nada potencia, frente a la cual la idea de poder político es relegada a un plano secundario. De aquí se prolonga lógicamente una teoría post-espontaneista, de tendencia subjetivista, de la infinidad de la potencia constituyente de la multitud, pasando por alto la cuestión de la toma del poder y de la transición revolucionaria, completamente afín al slogan de Holloway “hacer la revolución sin tomar el poder”. Por su parte, Abensour (que a diferencia de Negri no se refiere a Maquiavelo
más que de manera imprecisa, como si el desarrollo de su obra fuera homogéneo, lo que sería una hipótesis insostenible) toma aisladamente el texto de Marx separándolo del resto de su corpus, a excepción de La guerra civil en Francia consagrada a la Comuna de París, donde extrapola los trazos “libertarios” restando importancia a la “experiencia radical de democracia real” que ella encarna. En los dos casos el balance es claro: la relación Marx/Maquiavelo es sustraída de las condiciones políticas, eventualmente violentas, del proceso revolucionario, el “joven” Marx –y su tópico “democrático”– es separado del Manifiesto comunista, de la Crítica del programa de Gotha, de El capital, y más aún de los “marxismos”, como si la cuestión de la autoridad política hubiera adquirido indebidamente una centralidad solo en sus sucesores (¡Lenin!), y esta centralidad fuera la causa de todos los errores del siglo XX. Naturalmente está completamente dejado de lado el hecho de que Marx sustituye a esta “verdadera democracia” por el comunismo, y reemplaza progresivamente la “conquista de la democracia” por la “dictadura del proletariado”, indexando la cuestión del poder a la de la lucha de clases y su base material, que está en las antípodas de cualquier “democracia insurgente” completamente etérea.
2. La lectura de Althusser: la absorción implícita de la política revolucionaria en el aparato de dirección Althusser, al contrario de Negri, hace de la posición ante el problema de qué es la política revolucionaria –pensamiento y acción (virtù) “en la coyuntura”4 como cristalización singular de las leyes de la historia (fortuna)– la “revolución teórica”, ya materialista, operada por Maquiavelo. Al tiempo que rechaza el historicismo que ve presente en la obra de Gramsci, prolonga simultáneamente este eje interpretativo: Maquiavelo es el pensador de las condiciones de la unidad nacional-popular, enriquecida desde el punto de vista de la naciente lucha de clases moderna. Más allá de la cuestión del Maquiavelo demócrata, republicano o monárquico, lo esencial para Althusser es que el florentino pensó radicalmente lo político, pensó lo urgente, el hecho a consumar (la unidad italiana)5. Pero las crispaciones antisubjetivistas habituales de Althusser le conducen a dejar inexplorados dos
elementos cruciales: la praxis política del Príncipe como nudo de la trama entre una instancia de vanguardia (el operador organizacional de la acción en una coyuntura que es el príncipe reducido a su forma inmediatamente visible en Maquiavelo: un individuo) y el movimiento de masas (pueblo, clases explotadas, masas oprimidas). Esta zona gris está señalada indirectamente por su afirmación preliminar (que toma al pie de la letra la dedicatoria del Maquiavelo que dice: “para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe, y para conocer la de los príncipes hay que pertenecer al pueblo”), según la cual el lugar del punto de vista de clase (el pueblo) y el lugar de la práctica política son diferentes6. Althusser encuentra una solución al problema –inclinándose ante una solución mucho más superestructural, incluso de juego de aparatos, interpretación que es a la vez compatible con el carácter especulativo de su texto– aún antes de tratarlo. Este hiato es, en efecto, no una conclusión, sino un problema dinámico dentro de la formulación de Maquiavelo, como vimos en el artículo anterior alrededor del problema fundamental de la relación entre los intentos autoorganizativos de la clase y el liderazgo político. Naturalmente, observar este problema constituye un cuestionamiento muy inquietante para un teórico antitrotskista y antidialéctico que se mantuvo hasta el final como un miembro del estalinizado Partido Comunista francés.
3. El Príncipe, metáfora del partido: el Maquiavelo de Gramsci retomado por Peter Thomas Althusser permanece muy por debajo tanto de Gramsci (que se interrogó no solamente por el príncipe “nuevo”, sino por el príncipe “moderno”) como de Negri, en tanto su posición teórica presupone la ausencia de problematización, en la lectura de Maquiavelo mismo, de una hipótesis acerca del príncipe colectivo. Sin embargo, como hemos visto, la lectura “negrista” también hace agua en cuanto a la cuestión propiamente política y estratégica. Pero la tercera lectura, la de Gramsci, se monta ella misma sobre un límite importante (como hemos señalado en el primer artículo). En su lectura de Maquiavelo en los Cuadernos de la cárcel, el italiano se detiene en el umbral del problema por el cual, en el momento de L’Ordine Nuovo, de los consejos obreros de Turín, y en la
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estela de la Revolución Rusa y la práctica política bolchevique que reivindicaba7, había inaugurado su pensamiento: la relación entre partido y autoorganización. Esta relación se verá transformada por las condiciones de una situación Occidental que para él vuelve obsoleta la teoría de la revolución permanente y la guerra de movimiento pertinente para el Oriente ruso8, en los términos de una reforma nacional-popular y la formación de una contra-hegemonía. Este desplazamiento teórico, naturalmente ligado al avance de la contrarrevolución luego de la derrota en Alemania en 1923 y el ascenso del fascismo en Italia, va por lo tanto a llevar a operar el referente Maquiavelo por fuera de la dialéctica entre partido comunista/autoorganización en los Cuadernos. Es sobre la base de esta inflexión, dejada sin discutir, que Peter Thomas en la estela de su libro sobre Gramsci9, regresó recientemente sobre la “metáfora” del Príncipe. Recordemos que la figura más conocida por la que Gramsci presenta al “Príncipe”, en 1932, es aquella de “la creación de una imaginación concreta, que opera sobre un pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar su voluntad colectiva”; la encarnación moderna de un mito-príncipe, dice él, no puede ser otra que “un organismo, un elemento complejo de la sociedad”. Ésta, para Gramsci, ya ha sido creado: es el partido político, “la primera célula en la que se reúnen unos gérmenes de voluntad colectiva que tienden a convertirse en universales y totales”10. Sobre esta base, Thomas, muestra los roles sucesivamente jugados en la trayectoria teórica de Gramsci del condottiere utópico, reafirmando que es en tanto “metáfora” de la “autoreflexión” por la cual el proletariado y las clases subalternas exploran las potencialidades políticas de su propia auto-emancipación, insistiendo sobre el hecho de que nada autoriza a pretender de esta figura metafórica del príncipe un concepto único de partido revolucionario, incluso si se apela, como su prolongación necesaria, una conceptualización tal11. Esta apertura de la metáfora opera como exigencia: ni repetir, ni recodificar, sino reactivar (“volver a poner en escena”) el gesto estratégico del florentino en una situación histórica diferente (es lo que había intentado Gramsci mismo en 1932, reflexionando sobre la estela de los debates del
decenio anterior sobre el frente único y las formas de unir las fuerzas contra el fascismo). Como J. Dal Maso y F. Rosso recordaron, luego de saludar los aportes de su libro, Thomas infiere que esta metáfora puede continuar alimentando la idea de un “partido-laboratorio” que sería necesario hoy, en el sentido de una fórmula expansiva de los partidos o coaliciones anticapitalistas amplias reivindicadas por aquellos que han tomado la decisión de abandonar (por diversas razones y diferentes formas, pero en particular por parte del Secretariado Unificado y el mandelismo contemporáneo) el modelo de partido leninista, la centralidad proletaria y el objetivo de organizar prioritariamente los sectores de vanguardia del movimiento obrero. Al punto de lastimar cada día un poco más el modo de pensar las condiciones contemporáneas de la táctica de frente único sin correr el riesgo de su absorción en las esferas institucionales, posiblemente burocráticas y electorales, de la hegemonía, y dando paso simplemente a las adaptaciones oportunistas a estas últimas. Sin embargo, si el “Príncipe” es una metáfora que engloba un amplio abanico de posibilidades organizacionales variadas, invocar un modelo en particular reposa solamente sobre una decisión teórico-política exógena al texto, que debería ser asumida como tal. De ese modo, la hipótesis del “partido-laboratorio” de Thomas no puede ser más representativa de Maquiavelo que la que nosotros propusimos12 a propósito del acontecimiento histórico, relatado en sus Historias florentinas, de la insurrección proletaria de los ciompi contra la burguesía de Florencia en 1378. La metáfora del príncipe es, para nosotros, el nombre de un problema que no es tanto aquel del partido, como de la dialéctica de la dirección existente entre las masas en lucha por su autoorganización popular sobre el fondo de la hegemonía proletaria, y un partido revolucionario capaz de transcribir en la situación oportuna el programa y las etapas de su unificación. Es en este sentido, proletario y permanentista, que nosotros reivindicamos hoy y reafirmamos, que ninguna lectura de Maquiavelo es anodina, incluyendo la de la izquierda radical. Autonomismo posmarxista en Negri y Abensour, marxismo antidialectizante de la relación entre partido y autoorganización en Althusser, que permanece en el PCF hasta el final, hipertrofia posleninista del discurso de la hegemonía
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en detrimento de la base de clase en la lectura de Gramsci de Thomas: en los tres casos, en diversos grados de liquidación, Maquiavelo es regimentado lejos del marxismo estratégico que necesitamos hoy. Razón por la cual, sin minimizar los límites históricos y programáticos de su teoría, nosotros invitamos a releer al florentino en el sentido de la reconstrucción de un partido proletario de combate, sin diluir ni mutilar su pensamiento. Es solamente de esta manera que el fantasma de Maquiavelo devendrá un arma de guerra contra el orden existente. Traducción: Gastón Gutiérrez.
1. “El fantasma de Maquiavelo” I y II, Ideas de Izquierda 8 y 12. 2. A. Negri, El poder constituyente. Ensayos sobre las alternativas de la modernidad, Madrid, Ediciones Libertarias/Prodhufi, 1994. 3. M. Abensour, La democracia contra el Estado, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1998. 4. L. Althusser, La soledad de Maquiavelo, Madrid, Ediciones Akal, 2008, p. 331. 5. Ídem. 6. Machiavel et nous, París, Tallandier, 2009, p. 67/9. Cf. el prefacio de E. Balibar, p. 12, note 1. 7. A. Gramsci, “La revolución contra El capital” (1918), “Dos revoluciones” (1920). 8. J. Dal Maso y F. Rosso, “La hegemonía light de las ‘nuevas izquierdas’”, Ideas de Izquierda 8. 9. P. Thomas, The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony and Marxism, Leiden-Boston, Brill, 2009. 10. Gramsci, Cuadernos de la cárcel, 13, § 1. 11. P. Thomas, “Gramsci’s Machiavellian Metaphor: Restaging The Prince”, en Machiavelli’s ‘The Prince’. Five Centuries of History, Conflict, and Politics, editado por F. Frosini, F. Del Lucchese y V. Morfino, Leiden, Brill, 2014. Sobre la actualidad anglosajona de Maquiavelo y la lectura althusseriana, ver K. Peden, “Anti-Revolutionnary Republicanism: Claude Lefort’s Machiavelli”, Radical Philosophy 182, 2013. Ver también M. Moulfi, “Althusser, lecteur de Machiavel”, Décalages, vol. 1(3), 2013. 12. Ideas de Izquierda 8.
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CULTURA Literatura
Literatura y Revolución rusa
El asombro cotidiano Ariane Díaz Comité de redacción. “Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía”. Lenin Cuando en octubre de 1917 –según nuestro calendario, el 7 de noviembre– los soviets, dirigidos por el partido bolchevique, tomaron el poder en Rusia, el panorama social no podía ser más acuciante. Agotada por la guerra y atrasada económica y culturalmente, el histórico triunfo de las masas oprimidas que tomaban su destino en sus manos abría nuevos desafíos para los insurrectos: la guerra civil y el asedio de los ejércitos imperialistas. Las condiciones no parecían ser las mejores para la producción artística. Sin embargo, si la revolución permitió encontrar a los trabajadores y campesinos fuerzas de reserva para enfrentar la resistencia de las clases dominantes, con la misma radicalidad despertó la creatividad artística, cuestionó todas las convenciones estéticas y afianzó novedosos desarrollos teóricos. Las propuestas se plantearon en álgidas polémicas políticas y estéticas que hicieron de los primeros años de la revolución un laboratorio de ideas tan convulsivo como fructífero.
De cada tendencia según su capacidad A pesar de las duras condiciones, el naciente Estado soviético tuvo todo tipo de políticas para que las masas pudieran acceder a la cultura a la que por siglos habían contribuido, pero sin poder disfrutarla. Además de la alfabetización –una de las deudas culturales más pesadas del zarismo– y la nacionalización de institutos, salas y museos, se van a fundar escuelas, a fomentar la organización de gremios de artistas, y a realizar espectáculos públicos tanto en las ciudades como en los frentes. En las primeras resoluciones del comisariado encargado de las políticas artísticas, se explicita que el Estado apoyará a todas las tendencias artísticas, a pesar de que los diferentes grupos y asociaciones, como reflejan sus manifiestos y artículos, se enfrentan permanentemente pretendiendo cada una ser “la” voz de la revolución. También aquí la experiencia soviética planteó medidas democráticas que en algunos casos hasta el día de hoy siguen siendo radicales. Acompañando en su propia idiosincrasia al despliegue del modernismo y las vanguardias en Europa, parte de esta renovación había cobrado formas y conceptualizaciones en Rusia entre la revolución de 1905 y el inicio de la guerra. Pero la revolución de octubre de 1917 llevaría la
El Lissitzky, parte de la maquinaria para la ópera La victoria sobre el Sol, Museo Tate Modern.
experimentación a un nuevo nivel, en un suelo fértil con que ningún otro modernismo pudo contar: aquel en que todas las instituciones, no solo las artísticas, estaban en discusión. Las polémicas entre los artistas, pero también en los organismos del nuevo Estado que dirigían las políticas culturales, fueron una marca del período.
Artistas y revolución Las fuerzas sociales que sustentaban la revolución no eran claramente las mismas en relación con las cuales se habían formado los artistas. Así como los sectores burgueses eran relativamente nuevos en la estructura social del país, la pequeñoburguesía que componían intelectuales y artistas hacía poco que había consolidado
un lugar dentro del decadente zarismo; muchos se contaban aún en la bohemia. Su tradición, cuando no directamente ligada a la burguesía, encontraba mayormente en el campesinado motivos y simpatías. Apenas realizada la insurrección, el poder obrero encontró en ellos muchos enemigos, que pronto emigraron. Pero también descolocó a los que tuvieron frente a la revolución tantos resquemores como esperanzas. Con la denominación de “compañeros de ruta”, que tanto los consideraba como los cuestionaba, algunos de ellos se mantuvieron distantes, otros se sumaron a su causa y otros, también, vieron en ella una oportunidad de hacerse un lugar. Fueron también en este período, motivo de acalorados debates.
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Los términos más generales de la polémica no fueron muy distintos a los que hubo en otros terrenos: ¿qué hacer con la herencia de la sociedad anterior? Fue una de las marcas del período la crítica social y política a la producción artística en todo lo que esta tenía de misticismo, esteticismo inocuo y conformismo. La revolución funcionaba como un corrosivo desmitificador ideológico también en las prácticas culturales. Pero las propuestas de cómo hacer el inventario y balance del arte previo no fueron unánimes. Una fuerte tendencia, referenciada en el Proletkult, abogaría por la ruptura radical con las tradiciones previas por considerarlas vehículos de una ideología ajena a las masas revolucionarias, y propondría la conformación de una nueva cultura proletaria que expresara el punto de vista de los protagonistas de la revolución. Esta postura, que tuvo muchos defensores entre los dirigentes de los organismos abocados a las actividades artísticas –como Lunacharsky– nunca dejó de ser paradójica, ya que muchos de los artistas que formaron parte de sus círculos e iniciativas, entre ellos renombrados representantes de las corrientes vanguardistas, no dejaban de ser por ello a la vez representantes de lo viejo, aunque en una ubicación más bien bohemia, como la de los futuristas. Otros criticaron ácidamente los presupuestos de dicha postura, e incluso dentro del partido bolchevique llegó a ser una discusión, como muestra el acta1 de una reunión de dirigentes del partido –entre otros Lunacharsky, Bujarin, Riazanov, Radek y Trotsky–. Trotsky por ejemplo reiteró los argumentos de su libro Literatura y revolución: que la noción misma de una cultura proletaria estaba lejos del marxismo. Lo que ésta suponía era una analogía entre la consolidación de la burguesía como clase dominante y su ascendente sobre la ciencia, el arte y la filosofía, con la consolidación de un Estado de una clase que no llega al poder como clase poseedora y que por otro lado no busca perpetuarse en el poder sino por el contrario, disolver la misma división en clases. La analogía así no comprendía ni el carácter de la clase que ha tomado el poder, ni el carácter transicional del Estado obrero. El triunfo de la revolución, en todo caso, sería el desarrollo de un arte socialista, no marcado por un punto de vista de clase particular.
Por otro lado, tampoco era precisamente dialéctica la evaluación del desarrollo cultural, que no refleja simplemente los sentidos comunes de una determinada clase sino que con sus propias reglas elabora también aspectos de la vida que no le son exclusivos. Una cosa es criticar en dichas expresiones sus deudas con la visión burguesa del mundo, otra es privar a las masas de la posibilidad de apropiarse de lo que hay de riqueza cultural en ellas. Si la revolución no debe ser ingenua, tampoco debe pretender legislar sobre prácticas sociales que tienen sus propios desarrollos. Esta posición es la que al margen de la polémica sostuvo el Estado obrero durante la primera década de la revolución, de allí que sus declaraciones, aun cuando destacan los desarrollos culturales de las masas y critican duramente la ideología burguesa, definen no legislar sobre estilos, temáticas o tradiciones.
En nombre de la revolución La querella sobre la herencia también llevó a la cuestión de qué tendencia lograba un contacto efectivo con las masas de trabajadores y campesinos con las que se embanderaba. Así como las tendencias vanguardistas se consideraban en sus experimentaciones formales como portadores de la radicalidad de las masas revolucionarias, las tendencias ancladas en formas más tradicionales reclamaban su cercanía efectiva el pueblo que no entendía las complejas producciones vanguardistas. Señalemos que, por un lado, las vanguardias soviéticas estuvieron sí ligadas a sectores de masas. Sus producciones fueron ampliamente difundidas entre trabajadores y campesinos, hicieron propaganda de las ideas revolucionarias en fábricas, en la plaza pública e incluso en el frente. Por otro lado, como en el caso de la poesía futurista, utilizaron elementos ligados al folklore, incluso a expresiones de lenguas y culturas regionales. También es cierto que la experimentación y el desafío a las formas tradicionales puede apreciarlas cabalmente quien conoce dichas formas, y en ese sentido, muchas de las efusivas disputas entre los grupos de vanguardia tenían un alto componente de círculo cerrado. Por otro lado, también es cierto que en un vasto territorio donde el Imperio ruso había sojuzgado
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la cultura de otras nacionalidades, la revolución hizo emerger con fuerza también expresiones artísticas ligadas al folklore que eran fuertemente realistas y tradicionales. El carácter reivindicativo y liberador que recorría estas expresiones bien podía también considerarse hijo legítimo de la revolución, aunque también es cierto que la defensa acrítica de lo tradicional por ser masivo dejaba indiscutidos los elementos que en ellas pudieran ser conservadores e incluso reaccionarios. Esta contraposición no encontró solución en esos primeros años, y cuando lo hizo, bajo la bota stalinista, fue definida hacia un “realismo socialista” que de realista y socialista tuvo poco.
Literatura y percepción La experimentación artística del período estuvo marcada por la guerra mundial primero y civil después, de las que muchos escritores participaron. Shklovsky, escritor y teórico a la cabeza del formalismo ruso, cuenta en Viaje sentimental que en el frente los muertos podían llegar a utilizarse como mesa para comer, tan acostumbrados a ellos estaban, así como los cañonazos bien podían servir de despertador. Babel, en sus relatos de la guerra civil Caballería roja, relata cómo una carreta simple se fue convirtiendo en un arma de guerra llegando incluso a modificar la táctica militar. Bulgakov en La guardia blanca cuenta cómo, “a los ojos de todo el mundo”, los uniformes de los soldados se habían vuelto bolsas de arpillera. Así, cosas cotidianas entran en la lógica excepcional de la guerra y la revolución, pero a la vez, elementos relacionados con esos enfrentamientos se vuelven cotidianos. La búsqueda estética para dar cuenta de estos cambios produjo una serie de “desacomodamientos” en los géneros: poemas narrativos como “Los doce” de Blok, biografías de otros que se convierten en propias, como la de Maiakovsky escrita por Sklovsky, crónicas mechadas con cartas y documentos oficiales en Babel, relatos sin fábula o héroe como el de Mandelstam en El sello egipcio, son algunos de los casos en los que la experimentación formal pondría en cuestión los límites de las etiquetas literarias2. Pero también sirvió de desarrollo para la teoría literaria, sobre todo entrada la década de 1920, con el fin » de la guerra civil.
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CULTURA Literatura
En sus distintas tendencias, la literatura soviética aparece preocupada por la forma de percepción y elaboración de una realidad completamente trastocada. Así como la revolución permitía ver la estructura cristalizada de la vida antes de la revolución, para muchos escritores el lenguaje poético mostraba la estructura cristalizada del lenguaje cotidiano. Entre los futuristas, Klebnikov por ejemplo distingue entre la palabra pura y la usual. La primera, “enrollada sobre sí”, abre a lo que no se ve, es enemiga de la petrificación3. Respecto al más destacado futurista, Maiakovsky, Trotsky destacará también su talento para el extrañamiento: “Es capaz de presentar cosas que nosotros hemos visto con frecuencia de tal manera que parecen nuevas”4. El afamado simbolista Blok deja asentado que “lo cotidiano lo plasma el artista cuando ya no tiene vida”, es decir, cuando se ha naturalizado. Es tarea de genios, dirá, plasmarlo mientras está ocurriendo5. Sin embargo, la revolución supuso un cambio tan radical que no intentarlo al menos solo podía significar renunciar a escribir. Aunque ello le valdrá el abandono del séquito que lo reverenciaba y que permaneció hostil a la revolución, Blok lo intentará en su poema “Los doce”, uno de los primeros que tuvieron a la Revolución de Octubre como eje, sin halagarla precisamente pero intentando procesarla en sus propios términos. Por su parte, Sklovsky postulará que la función de la lengua poética es ordenar los materiales de una manera tal que extrañe la mirada y así aumente la “perceptibilidad” de un mundo que cotidianamente se presenta cristalizado. Para su colega Boris Eijembaum, “la revolución hizo que la vida se convierta en arte, es decir, que se vean los detalles”, como recuerda Sklovsky al cierre de su autobiografía, indicando la analogía posible entre arte y revolución (a la que sin embargo enfrentó como parte de los socialistas-revolucionarios que no aceptaron al gobierno surgido de ella). No parece casual que sea en este marco revolucionario que la noción de extrañamiento, que tendría un amplio desarrollo en el siglo y en otros lares, comenzara a cobrar forma. Por supuesto, también aquí hubo enfrentamientos entre tendencias. El simbolismo, relativamente asentado en el período previo a la revolución, buscaba sus fundamentos en el neokantismo, al que respondía su acento en la percepción subjetiva. El formalismo, que estudió tan intensamente como criticó las ideas simbolistas, se recostaba más bien en un fundamento fisicalista donde el sujeto reaccionaba a una forma desligado de su participación en el fenómeno social del lenguaje (lo que le fuera agriamente cuestionado por
el Círculo Bajtín en la pluma de Medvedev). Sin embargo, la diferenciación entre lengua poética y lengua cotidiana puede considerarse una preocupación común de las propuestas literarias del período que se nutrieron de sus experiencias en la guerra y en la revolución. La crítica a la tradición artística anterior, la discusión con las formas de institucionalización del arte, la experimentación, el trabajo colectivo, la fusión de diversos géneros artísticos y la manifestación explícita de sus postulados y objetivos en una proliferación de manifiestos, son comunes a las manifestaciones vanguardistas del período. Aun cuando en muchos casos polarizadamente pretendieron decretar con efecto inmediato una fusión que solo podía desarrollarse con un avance de la revolución que asegurara a todos el tiempo de ocio para el desarrollo de sus capacidades y pusiera fin a la división entre trabajo manual e intelectual, dejaron sentada sin embargo allí una crítica que fue a la raíz del estrecho lugar asignado al arte en el capitalismo. Aunque resulte paradójico, fue sobre todo analizando producciones artísticas de la vanguardia que se desarrollaron estos aportes teóricos, en los que se destacó el formalismo, cuya relación con la revolución fue más que problemática. Es decir que fue en contacto con las tendencias que pusieron el acento en la necesidad de unir arte y vida lo que contribuyó a la formulación de elementos teóricos que destacaron justamente la autonomía de las formas del lenguaje poético; concepto que siguió siendo productivo porque se sostuvieron en el mundo las bases sociales de esa autonomía.
Fantasía realista El proceso de burocratización de la revolución que consolidó al stalinismo significó en el terreno cultural una reacción que año a año fue cercenando la creatividad artísitica y cambiando la política que se había dado el Estado obrero, hasta llegar a defender, en la década de 1930, como estilo único y obligatorio, al realismo socialista –en la mayoría de los casos, un culto a Stalin apenas velado–. Algunos de estos cambios pueden rastrearse en los documentos de los organismos culturales del poder soviético. Como mencionamos, las tesis de 19216 dicen que el Estado no debe apoyar una u otra tendencia. Pero el decreto del Comité Central del partido bolchevique de 1932 muestra el enorme salto dado en los pocos años en que se había pasado del “campesinos enriquecéos” de Bujarin con la apertura de la NEP a la colectivización forsoza del Plan Quinquenal. Se denuncian allí los “elementos extraños” en la literatura revolucionaria y se destaca
el esfuerzo del gobierno para afianzar el “arte proletario”, pero como los artistas no cumplían con las tareas políticas que de ellos se demandaba, liquida los agrupamientos previos para constituir una única Unión de Escritores7. Poco después, esa línea se impondrá a toda la III Internacional y en concreto supondrá la censura y persecución de muchos artistas. La versión positivista y vulgarizada del materialismo que se fue imponiendo en las ciencias, la filosofía y la historia, en el terreno literario consideraba la fantasía como una especie de desviación. Quizá precisamente por ello, variantes de lo fantástico (que tenían en Rusia una larga tradición) fueron las que dieron cuenta de una vida cotidiana que, al contrario que durante el período de la guerra civil, parecía tan naturalizada que lo extraño o imprevisto no tenía lugar o no era percibido. De esto trata en buena medida, por ejemplo, Maestro y Margarita de Bulgakov, donde la intervención maravillosa del diablo que protagoniza la novela tienen un efecto realista al dar cuenta de esa sociedad superracionalizada y planificada pero plagada de “manejos oscuros”, que no son otros que los de la burocracia; también el desarrollo de la ciencia ficción soviética será durante la segunda parte de la década de 1920 inspirada por la sátira social más que por los dispositivos tecnológicos. La literatura del breve período inmediatamente posterior a la revolución, aún en las más difíciles condiciones, supo plantearse problemas formales, genéricos, linguísticos y teóricos que excedieron largamente en el tiempo y espacio la actividad de sus autores, incluso cuando mucha de esta producción fue censurada o constreñida por el imperativo del “realismo socialista”. Muchos de estos problemas siguen vigentes porque la sociedad que los generó, el capitalismo, no logró destruirse y sigue asediando nuestra realidad, aunque a la vez haciendo todavía necesario buscar la forma de realizar los sueños de millones de obreros y campesinos que la animaron.
1. Compilada en León Trotsky, Literatura y revolución, Bs. As., Cruz, 1989. 2. También temáticamente los géneros fueron reexplorados. Bulgakov practicó un eximio realismo en La guardia blanca, y un no menos dotado fantástico en El Maestro y Margarita. Tampoco Alexis Tolstoi, por poner otro ejemplo, se privó de escribir novelas históricas como de ciencia ficción. 3. “La creación verbal”, Diario de Poesía 24, 1992. 4. León Trotsky, ob. cit., p. 101. 5. Un pedante sobre un poeta y otros textos, Barcelona, Barral, 1972. 6. En Escritos de arte de vanguardia, Madrid, Istmo, 1999. 7. Disponible en sovlit.net.
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Auge y caída del punk
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Ilustración: Natalia Rizzo
Augusto Dorado Periodista, La Izquierda Diario.
Cuando hace 40 años, cuatro chicos del barrio neoyorkino Queens formaban una banda (simplemente porque no encontraban nada mejor que hacer), nunca soñaron que se harían populares en un país tan remoto como Argentina. Los Ramones simbolizaron la primera etapa de un movimiento que se fue cocinando algunos años antes a fuego lento y que terminó de configurarse en el Reino Unido en 1977. El punk fue (¿o es?) un movimiento cultural –o contracultural, si cabe el término– que excedió lo musical, pues incluyó cambios en la manera de vestir, la inclusión de aspectos ideológicos y filosóficos que no tenían lugar en la música popular hasta el momento, y le dio expresión a movimientos sociales radicalizados. Tomando la idea de punk en ese sentido y no solo como un “género” musical, cabe observar que tuvo etapas de gloria y de decadencia. Para hacerlo, conviene rastrear cómo se originó y qué elementos le dieron identidad.
Rastros de rouge Greil Marcus, periodista y crítico musical estadounidense, parte de considerar el punk como
un movimiento social más que como fenómeno musical, y plantea la idea de que existen movimientos culturales y artísticos que brotan esporádicamente como un estallido de violencia que explota como una negación del presente y del pasado, como forma de exigencia de un cambio social radical. Como esas expresiones son muy puntuales y esporádicas, sostiene que apenas dejan una huella –son ocultados o minimizados adrede en la historia oficial– que puede borrarse de la superficie pero no de la memoria, como los rastros de un lápiz labial. Así relaciona al punk con el dadaísmo, el situacionismo, corrientes anarquistas del siglo XIX, y hasta con los heréticos milenaristas de la Edad Media1. Esta idea nos ayuda a incluir en el rompecabezas del punk a una banda que, casi 10 años antes que los Ramones y en un país como Perú, comenzaba con unos gritos guturales y un estilo minimalista su himno de resabios nihilistas “Demolición”. Los Saicos coreaban el hipnótico “demoler, demoler, la estación del tren” en 1965, y hace pocos años fueron redescubiertos como una pieza arqueológica del museo de la música popular. ¿Primer banda punk de la historia? Tal
vez mejor, un eslabón perdido enfocando desde la perspectiva que propone Greil Marcus.
La música de los márgenes A fines de los ‘60, bandas consagradas como los Beatles, Beach Boys o los Rolling Stones llegaban a su punto más alto de creatividad. Irrumpían nuevas figuras como Hendrix, The Doors, Pink Floyd o Janis Joplin. En los márgenes, surgían formaciones atípicas y alejadas de la psicodelia y del movimiento hippie, como Velvet Underground, caracterizada por su sordidez, temáticas que iban desde las drogas, sexo, obsesiones neuróticas y estética oscura, y un sonido más crudo para el momento; los MC5 (Motor City Five, en referencia a Detroit), creadores de un sonido indefinible para ese momento, más tarde catalogado como killer rock, caracterizado por el volumen y la velocidad; o los Stooges, grupo conformado por Iggy Pop (luego considerado padrino del punk) y los hermanos Asheton. En el rock oficial se consolidaban megabandas que convocaban festivales multitudinarios, superestrellas que llevaban una vida de semidioses. »
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CULTURA Letra & Música
“ ...el punk empalmó con una juventud sin futuro en un mundo en crisis que se aprestaba a dar una salida conservadora con Margaret Thatcher y Ronald Reagan al frente.
El rock era cada vez menos rockero y más alejado de la gente común. Genesis, Jethro Tull o Yes con su rock progresivo o sinfónico, con toques de música clásica, componían temas de hasta 20 minutos y solos eternos de guitarra o teclados. Sonaba como música para los dioses del Olimpo pero no muy adecuada para un mundo en crisis. Aunque desde el punto de vista de las necesidades del mercado y la industria musical, es justo decirlo, eran artistas que apuntaban a la experimentación más que al éxito comercial. En los bordes de la corriente principal, además del disco de 1972 titulado Nuggets: Original artyfacts from the first psychedelic era (1965-1968) –obra cumbre del garage rock, intentaba recrear el sonido original del rock, que desaparecía paulatinamente en el mainstream– encontramos a los New York Dolls como los más influyentes y disruptivos: estéticamente tenían una actitud provocativa, con vestimenta femenina y maquillaje, y ostentando cierta ambigüedad sexual, actitud bastante osada para la época. Retrataban con su música las desventuras en los barrios bajos de Nueva York. En 1973, un período de depresión económica conocida como la crisis del petróleo (porque se inicia con una fuerte suba del precio del combustible), además del encarecimiento del costo de la vida y una mayor desocupación, tuvo una consecuencia concreta en la industria discográfica: el vinilo es un derivado del petróleo, y a partir de ese momento sería un insumo muy escaso. Las compañías discográficas no iban a andar “tirando vinilo al techo” para experimentar editando bandas nuevas. Preferían ir a lo seguro: las megaestrellas del rock, el pop meloso y “ganchero”. La música popular masiva que ofrecía la industria discográfica se había hecho aburrida, inalcanzable, difícil de escuchar e imposible de tocar.
El CBGB y los Ramones El dueño del Country Bluegrass and Blues (CBGB) quería que en su boliche de Nueva York tocaran exclusivamente bandas con temas propios. Ahí recalaban todos los que no encontraban espacio en otro lado. Los que asistían a escuchar una banda solían tocar en otra. El CBGB va a incentivar a la formación de nuevos talentos: los New York Dolls, Television, Patti Smith (una chica aficionada a la poesía, particularmente de Rimbaud, en la que consideraba haber encontrado la salvación a su vida rutinaria y
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agobiante en la línea de producción de la fábrica en la que trabajaba), Dictators, Richard Hell, Blondie, Talking Heads, Johnny Thunders y, por supuesto, los legendarios Ramones. Habitués del CBGB como Lester Bangs, decidieron publicar la revista PUNK (que en inglés se puede traducir como vago o basura) para hablar de todo aquello que les gustaba: sexo, cine clase B, cerveza, y esa música tan distinta a la oficial. En el CBGB, los Ramones sobresalían del resto. Irrumpían en el escenario con camperas de cuero y una actitud rígida: “1, 2, 3, 4” y una catarata de temas cortos, no más de tres minutos y tres acordes. Simpleza en estado puro. Los Ramones estaban cargados de agresividad, como la mayoría de los pibes de la época, y la descargaban en el escenario. Lo que hasta entonces se conocía como punk era un movimiento que expresaba distorsionadamente un momento de disconformidad social en la juventud, pero aún sin una perspectiva clara.
Anarquía en el Reino Unido Si para un adolescente en 1976 el panorama no era muy auspicioso en EE. UU., en el Reino Unido todo era peor. La desocupación era lo único que crecía a niveles industriales, sobre todo entre jóvenes de menos de 24 años, y la mayoría subsistía con un seguro de desempleo estatal (el UB-40). Algunos años antes, Malcom Mc Laren, un inquieto admirador de las ideas del Mayo francés del ‘68, era un activista que practicaba una especie de política de “diversión radical” (por ejemplo, entrar disfrazado de Papá Noel a saquear una tienda y repartir los juguetes obtenidos entre los nenes)2. Era miembro de King Mob, una organización londinense inspirada en el situacionismo francés y La sociedad del espectáculo de Guy Debord, de donde provino la idea de que la sociedad está imbuida en una pseudocultura que produce una alienación destructora del espíritu y que solo mediante provocaciones (“situaciones”) se podía despertar una reacción que revelara su naturaleza opresiva. Tal era la obsesión de Mc Laren cuando, representando a unos New York Dolls ya algo decadentes, los uniformaba con trajes y símbolos del Vietcong. Para 1975, unos pibes con más onda de hooligans que de músicos intentaban formar un grupo. Steve Jones, guitarrista de la banda ignota, pretendía que Mc Laren fuera mánager de su
experimento. En el esquema de Mc Laren, que buscaba provocación artística, encajaban bien. Solo faltaba encontrar al vocero ideal, y dieron con él cuando hallaron al sarcástico John Lydon (rebautizado Johnny Rotten). Los Sex Pistols fueron parte de un ciclo de bandas nuevas en el 100 Club, entre las que estaban los 101’ers de John “Woody” Mellor (más tarde Joe Strummer), fanático de los rockeros de los años ‘50 y desocupado, como varios de sus vecinos de otros “squats” (edificios que fueron rápidamente ocupados por jóvenes sin techo). El fenómeno “okupa” estaba extendido en la Londres de mediados de los ‘70, por supervivencia más que por ideología. Dos seguidores de los Pistols, Mick Jones y Paul Simonon, le dijeron a Strummer en la fila del seguro de desempleo: “Sos un gran cantante pero tu banda es una mierda”, y le propusieron hacer una banda nueva. Esa banda será The Clash, que comenzó teloneado a Sex Pistols. La llegada de Strummer orientó a los Clash hacia inquietudes sociales y políticas. Transformó un tema de amor del guitarrista Mick Jones, I’m so bored with you (“Estoy tan aburrido de vos”), en la protesta antiimperialista I’m so bored with the USA (“Estoy tan aburrido de los Estados Unidos”). Los Clash junto a los Pistols fueron el motor de un movimiento que comenzaba a tener más identidad. El combustible venía desde el otro lado del Atlántico: la revista PUNK, los Stooges, y sobre todo los Ramones, que ese año llegaron a Inglaterra y editaron su primer disco, demostración fáctica de que “cualquiera puede hacerlo”. Era un mensaje muy esperanzador para una juventud desesperanzada: cualquiera puede tocar sin ser un gran músico. El mensaje nihilista y provocador de los Sex Pistols y la aguda crítica social de los Clash eran el estandarte en el plano musical. Pero el punk emanaba novedad en otros terrenos. En la estética, la vestimenta con rezagos militares, borceguíes, cadenas y candados como collares, alfileres de gancho como bijouterie, camperas de cuero, pelo corto y parado, a veces de colores, era producto de la factoría Mc Laren que –en su obsesiva labor de provocar– vestía con todo lo que horrorizara a la pacata sociedad inglesa: remeras con la cara de Marx, una cruz invertida, brazaletes o remeras con la esvástica nazi (que develaban una posición política imprecisa que únicamente buscaba el impacto). Todo era difícil de digerir y llovían las acusaciones de fascismo
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y antipatriotismo. En la gráfica, el aporte de los famosos fanzines y las tapas de los discos, entre las que se destacaron las producidas por el joven diseñador Jamie Reid, autor de la tapa del disco Nevermind the bollocks, de Sex Pistols. Para la mayoría de sus seguidores, lo novedoso era el mensaje de “hacelo vos mismo”. Si pudieron los Ramones, si se trata de catarsis y provocación como hacían los Pistols, “¿por qué yo no?”, entendieron muchos jóvenes británicos. El punk explotaba y se desparramaba por toda la isla. La prensa amarillista diseminó el rumor –totalmente infundado– de que punk eran las siglas de People united, not Kingdom (Pueblo unido, no reino), en contraposición a United Kingdom (Reino Unido), que lo hacía más escandaloso y potencialmente subversivo.
Momento de masividad Mientras no era comercialmente aceptado, el punk se vio obligado a valerse por sí mismo, organizando recitales y grabando discos de manera independiente (los primeros fueron The Boys en 1976), otra novedad en el ámbito de la música. Pero en la medida que aumentaban los escándalos y la popularidad, los sellos discográficos empezaron a ponerle el ojo a un movimiento que se masificaba. Al principio eran bandas demasiado ofensivas para las costumbres inglesas, poco pasables en las radios, y que “tocaban mal” para los cánones de la industria musical. Pero cuando vieron el negocio, fueron a la caza de los músicos. Se alzaron las primeras voces dentro del movimiento punk cuestionando que una expresión antisistema editara sus trabajos con grandes empresas discográficas. ¿No era suficiente con la movida autogestionada y la difusión por medio de revistas hechas artesanalmente? Esta tensión entre la industria discográfica (que podía garantizar masividad) y el trabajo independiente de las bandas quedó retratado en temas como “E.M.I.” de los Sex Pistols, con quienes la discográfica rompió el contrato antes de tiempo –a pesar de tener que indemnizarlos–, porque el grupo tenía prohibido tocar en tierra británica y desafiaron con un recital en una balsa sobre el Río Támesis en el aniversario de la asunción de la reina. Esa presión tensó la cuerda y llevó a los Pistols a un rumbo más caótico y a los Clash a un mayor compromiso político, organizando un masivo festival antirracista junto a corrientes de izquierda como el SWP, despejando así
cualquier sospecha de nazismo o fascismo sobre el movimiento punk, ante el uso posmoderno de esvásticas que lucían grupos como Siouxie and the Banshees o el mismo Sid Vicious. Así, el punk quedó asociado a una difusa ideología anarquista y antifascista, pese a este tipo de expresiones iniciales totalmente contrarias. En 1980, los Clash desarrollaron conscientemente al extremo sus inquietudes artísticas y políticas, editando el álbum triple (al precio de uno) Sandinista!, en plena revolución nicaragüense; según algunas versiones, parte de las regalías del disco fueron destinadas a colaborar con el Frente Sandinista de Liberación Nacional. Desplazando al mundo celestial y lleno de sonidos de pájaros del pop y el rock progresivo, el punk volvía a poner al rock con los pies sobre la realidad cruda, tirando sal donde sangraba la herida de la sociedad. Tocando los temas tabú (la monarquía, el aborto, la violencia social, la marginalidad), y desde lo musical por su simpleza y apertura a otras expresiones musicales como el reggae (muy popular en los barrios obreros y de inmigración afrocaribeña), el punk empalmó con una juventud sin futuro en un mundo en crisis que se aprestaba a dar una salida conservadora con Margaret Thatcher y Ronald Reagan al frente. Cuando empezó a ser solo un sonido y un uniforme, comenzó a perder su potencialidad contracultural, como lo retrató Jello Biafra de los Dead Kennedys en el tema “Chickenshit Conformist” (“Conformista cagón”): “El punk no ha muerto, pero merecería morir cuando lo vemos convertirse en otra caricatura rancia / Un club social de mentes cerradas y egolatría donde no son las ideas lo que cuenta sino a quién conoces / Si la música se ha vuelto aburrida la culpa es de los tipos que quieren que todos suenen igual, los que echan a la gente lúcida de nuestro llamado ‘movimiento’ hasta que lo único que queda es una moda sin sentido”.
¿Punk is dead? El movimiento punk resurgió con cierto esplendor en otras geografías, acompañando movimientos de apertura ante la caída de regímenes opresivos, como la dictadura Argentina y la aparición de Los Violadores –que tocaron por vez primera en 1978 bajo el nombre de Los Testículos– o Alerta Roja –que a mitad de 1983 lanzaron el primer disco punk Derrumbando
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la Casa Rosada, toda una definición de principios–, dando lugar a una escena en los ‘80 que se coronaría con Todos tus Muertos y el compilado Invasión ‘88. O el ocaso del franquismo, que en el Estado Español provocó el surgimiento de la escena viguesa (bandas como Siniestro Total caracterizadas por el humor y el desparpajo) o el rock radical vasco de los ‘80 altamente politizado (La Polla Records, Kortatu). Salvo estos destellos, su carácter subversivo se fue apagando. Lo que hoy la industria considera “punk” entre las categorías de Grooveshark o Spotify; bandas como Green Day o The Offspring (sin emitir juicio sobre su música) están muy lejos de la intención provocadora y los ideales situacionistas o de alguna forma de contracultura. Sin embargo, en años de reacción como los ‘90, aquella explosión punk acercó ideas radicales a las nuevas generaciones. No casualmente los Ramones fueron un fenómeno masivo en Argentina, La Polla Records visitó Buenos Aires en incontables ocasiones en esos años, o artistas masivamente reconocidos como Manu Chao encontraron inspiración en los discos de los Clash. ¿En qué estadío se encuentra hoy el punk? Si nos remitimos a lo estrictamente musical podemos decir que hoy es un sonido estereotipado (en el caso de Argentina, el sonido “ramonero”) alejado de un contenido filosófico –ecléctico, por supuesto–, estético e ideológico (¿tal vez el under del Hip-hop esté ocupando ese lugar hoy?). Terminando el año 2014, podemos afirmar que poco queda del movimiento punk y que, a grandes rasgos, se encuentra en un momento de decadencia. Pero si pensamos en esos “rastros de rouge” que dejan algunos estallidos artísticos, y que pueden ser reflotados en determinadas circunstancias, podemos sostener las esperanzas de que ese torbellino que hizo arder a Londres y al mundo entero a fines de los ‘70 vuelva a encenderse.
1. Greil Marcus, Rastros de carmín. Una historia secreta del siglo XX (Lipstick Traces: A Secret History of the 20th Century), Anagrama, 1989, Barcelona. 2. Anécdota citada en Phil Strongman, La historia del punk (Pretty Vacant), Barcelona, Ediciones RobinBook, 2008.
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CULTURA Lecturas críticas
JOSÉ ARICÓ. ENTREVISTAS 1974-1991, de Horacio Crespo (comp.)
Córdoba, UNC, 2014.
Eduardo Castilla
La Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba acaba de publicar José Aricó. Entrevistas 1974-1991, una compilación de Horacio Crespo que vio la luz originalmente en 1999. A lo largo de casi 500 páginas se puede recorrer el pensamiento de quien fuera una suerte de alma mater de los “gramscianos argentinos” e impulsor, junto a otros intelectuales, de la revista Pasado y Presente (PyP) y de los Cuadernos del mismo nombre, entre otros emprendimientos. A excepción de una, la totalidad de las entrevistas pertenecen al período del exilio y posterior retorno a la Argentina. Las mismas permiten adentrarse en un amplio abanico de polémicas y debates que sería imposible reseñar aquí. Precisamente por eso hemos elegido algunos puntos que podemos considerar nodales en la trayectoria política e intelectual de Aricó, advirtiendo al lector que muchos temas quedarán fuera de esta nota. Historias de vida El primer apartado del libro permitirá al lector adentrarse en las vivencias juveniles de Aricó, su acercamiento y militancia en la juventud del PC y el “descubrimiento” de Gramsci como una alternativa al marxismo fosilizado de aquella organización, que parecía incapaz de dar pasos en superar el abismo entre masas (peronistas) e intelectuales (comunistas). En esta contradicción y en la enorme convulsión de la revolución cubana –que el PC criticaba– deben buscarse los orígenes de Pasado y Presente. Después de su expulsión del PC, la trayectoria de PyP estará marcada, según Aricó, por un permanente “deambular detrás del sujeto político” y por la “imposibilidad de pensarse como grupo autónomo cultural” (26). Este deambular los hará transitar por la relación con el pequeño grupo guerrillero de Massetti (EGP), el acercamiento a los sindicatos combativos y clasistas en Córdoba y, finalmente, la ligazón a Montoneros en 1973. Aricó afirmará “es lógico que la izquierda peronista fuera vista por nosotros como el punto terminal de un largo recorrido (...) solución al fin, del ‘encuentro’ de intelectuales y masas que propugnamos desde el inicio de la experiencia de Pasado y Presente” (73).
En esa entrevista y en lo que constituye una clara definición estratégica, Aricó señalará: “Nunca fuimos montoneros (...) estábamos convencidos de que era a través de la lucha por la transformación de la sociedad argentina que (...) la cultura peronista podría agrietarse, entrar en descomposición para luego recomponerse de un modo que compatibilizara a la clase trabajadora con su ideología de clase” (74). Lamentablemente no es posible encontrar un balance profundo de esta apuesta estratégica ni a lo largo del libro ni en el conjunto de la obra de Aricó. El exilio: fin de la idea de revolución Aricó –como parte de una franja importante de intelectuales de izquierda de los ‘70– abandonará en el exilio la perspectiva de la revolución social. Esa ruptura lo llevará incluso a plantear un relato del período en la misma tónica de la teoría de los dos demonios afirmando, por ejemplo, que se había tratado de “una suerte de guerra civil entre dos fuerzas preparadas para enfrentarse y de la que la población sufrió las consecuencias sin haber sido partícipe” (81). Si previamente al golpe los Cuadernos de PyP significaron “un intento de implementar una perspectiva crítica del marxismo que admitiera la dimensión pluralista” (27) –lo que condujo a un cierto eclecticismo teórico–, el exilio estará marcado por un creciente cuestionamiento a los postulados centrales del marxismo y, esencialmente, a la idea de la centralidad revolucionaria de la clase obrera que “aparece como una clase en extinción” (226). Se atravesaría entonces una “crisis epocal del marxismo” (222) que obligaba a una revisión radical de la cultura de izquierda. Revisión “que pasa esencialmente por la liquidación de la idea de revolución, y lo digo brutalmente para que pueda ser entendido” (291). Liquidadas las premisas de la revolución, se impondrá repensar la relación entre democracia y socialismo. La democracia será “más el resultado directo de la derrota sufrida por el movimiento social argentino que la maduración de una profunda reflexión cultural y política” (334). El socialismo se convertirá en un “concepto ideal para referirnos a todas aquellas formas económicas, políticas y culturales que apuntan a la construcción de una nueva igualdad” (252), una suerte de imperativo categórico para recubrir discursivamente a la democracia, el régimen verdaderamente realizable. Aricó afirmará que “la izquierda debe hacer todo lo que esté a su alcance para impedir la ruptura del orden institucional (...) defender la institucionalidad democrática, aunque sea democrática parcial” (203). En 1984 dirá “enfrentamos un mundo de escasez (...) la austeridad, el recorte de exigencias, una extremada dosis de paciencia y responsabilidad (...) deberá constituir el supuesto
de toda acción política (...) aceptar que en el conflicto se pierde o se gana pero en el interior de reglas de juego aceptadas y mantenidas” (339). Esta valoración del régimen democrático como un fin en sí, casi despojado de su contenido social, implicará que Aricó y el Club de Cultura Socialista reciban críticas HASTA de los intelectuales peronistas (Casullo, Feinmann y otros) por menospreciar el peso de la Deuda externa en el desarrollo nacional (343-355)1. Al retorno del exilio, en la justificación del régimen de la democracia burguesa y sus reglas, para Aricó jugará un rol esencial la defensa política e ideológica del gobierno de Alfonsín. La fundación del Club de Cultura Socialista y la revista La Ciudad Futura serán fundamentales para ese objetivo. Alfonsín, la esperanza que no fue “Objetivamente, estamos colocados en un terreno de convergencia con el gobierno de Alfonsín y manifestamos nuestro rechazo y desagrado por la forma y por los contenidos de la contraposición sindical y política a su gestión (...) por primera vez en nuestra historia un gran líder político, que es la vez jefe del Estado, muestra tener una profunda convicción democrática y la vez una firme voluntad de reformas” (364). Esas palabras datan de setiembre de 1986. La alegría será efímera. Apenas un año después Aricó decía que había una “pérdida de perfil del gobierno radical (...) el modo en que se tramitó la crisis de Semana Santa, en que por primera vez vimos un presidente que desde Plaza de Mayo decía un discurso que no reproducía la verdad” (405). La decepción no se detendrá. En abril del ‘88 expresaba: “el alfonsinismo fue una esperanza y si hay algo que este pueblo está comenzando a reprocharle a este presidente es no haber efectivizado esa demanda” (424). Aricó expresaba desazón ante un proyecto al cual había apostado estratégicamente. Pocos días antes de su muerte –el 22 de agosto de 1991– dirá: “éste es un país decadente (...) que mira al pasado y no mira al futuro. Está anclado en un pasado mítico que se niega a admitir que estamos en un mundo que ha cambiado” (471). El abandono de una perspectiva revolucionaria y la ausencia de un balance de su intervención política en los ‘60 y ‘70, terminaron llevándolo a un profundo escepticismo político. En sus últimas entrevistas se definirá como “escéptico de los grandes cambios” y será un crítico furibundo de la pasividad de la “sociedad” en general. Esto queda plenamente reflejado en el último apartado del libro. 1. Ver “La quiebra intelectual”, dossier de IdZ 10.
IdZ Noviembre
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EL PODER SINDICAL EN LA ARGENTINA PERONISTA (1946-1955), de Marcos Schiavi
Buenos Aires, Imago Mundi, 2013.
Daniel Lencina
Este libro trata sobre la dinámica sindical y las prácticas organizacionales del movimiento obrero, específicamente el metalúrgico y textil, en los dos primeros gobiernos peronistas. El autor propone un recorte espacial centrado en la Capital Federal y GBA, por encontrarse allí la mayor concentración de trabajadores y los principales establecimientos industriales. Hace un recorrido estableciendo rupturas y continuidades con el movimiento obrero pre-peronista, para explicar el surgimiento y consolidación del movimiento obrero industrial y moderno. Simultáneamente, hace un estudio sobre la fundación de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) en 1943 y de la Asociación Obrera Textil (AOT) creada en 1945. Expone que mientras el primero no tardó en convertirse en un sindicato fortalecido a nivel nacional –ni bien comienza el primer gobierno de Perón–, el segundo tuvo que competir todavía con otros sindicatos y, pese al crecimiento de la rama, tardó en imponerse en todo el país, cuestión que mostrará mayor debilidad en los años de ajuste (hacia el final del primer gobierno e inicios del segundo mandato). Este libro se encuentra dividido en cuatro partes y, con sus respectivos capítulos, va demostrando el objeto de estudio del autor. La primera habla sobre el gobierno militar surgido del golpe de Estado en junio de 1943 (pasando por el 17 de octubre, de referencia obligada para cualquier historiador sobre el tema); la segunda, sobre los primeros treinta meses de gobierno (los años de “oro” del ciclo peronista); luego, una tercera parte trata los primeros tres años de gobierno; y finalmente la cuarta parte muestra el segundo gobierno pero que, acertadamente, se extiende hasta el conflicto metalúrgico del ‘56, ya bajo el gobierno militar que derrocó a Perón. Aquí, elegimos comentar dos temas interesantes que contiene este libro, entre otros tantos que recorren este trabajo.
Sobre las Comisiones Internas (CI) el autor, partiendo de estudios previos, reafirma que las mismas no son un producto “del peronismo” sino que, ya en las décadas previas, se pueden rastrear muchas de ellas en los años ‘30 y ‘40, bajo la influencia de comunistas y socialistas. Esta cuestión es muy importante porque la CI en el lugar de trabajo (en el corazón de la fabrica) es la que representa directamente a los trabajadores –ante la patronal– y muestra un movimiento obrero movilizado, altamente combativo y politizado. En todo caso “la ruptura” vendrá con la tutela del Estado, acabando con la independencia de las organizaciones obreras. Esto implica un avance sobre la autonomía de las organizaciones obreras, aunque eso no quita que las negociaciones entre el capital y el trabajo en la industria metalúrgica entre 1946 y 1948 conllevaron un incremento sustantivo del salario real y un avance importante del sindicato sobre prerrogativas empresarias. Por medio de los convenios firmados, la UOM logró establecer altos salarios y cierto control sindical sobre las relaciones industriales. Para imponer esto en cada fábrica, fueron determinantes las comisiones internas. El sector patronal, por su parte, se mantuvo a la defensiva (p. 139). La otra cuestión interesante que muestra este trabajo, es la experiencia de ocupación de fábrica y control obrero de la producción en la rama textil en 1952. Así, ante despidos y suspensiones … estas tomas de fábricas textiles daban muestra, por un lado, de la combatividad de los obreros del sector en una situación de crisis general en la rama. Por otro lado, eran un símbolo de la debilidad de la dirigencia sindical, que no podía responder satisfactoriamente ni como reivindicadores y defensores de los derechos de sus afiliados, ni como canalizadores ni disciplinadores dentro del gremio (pp.282/3). Este último tema (el “control obrero”) no se desarrolla más profundamente, tal vez por ser un fenómeno menos extendido –habla de un solo caso en la fábrica Teubal– y aunque está relatado como si fuera un fenómeno más amplio, es sintomático que haya sucedido como iniciativa de los trabajadores muy a pesar de sus dirigentes. Durante la crisis económica de esa época, demuestra Schiavi, son los propios obreros, de filiación ideológica peronista, los que desobedecen las órdenes de “producir, producir y producir” del General, con picos de alta conflictividad, y enfrentan la represión política de la burocracia sindical.
Esta última se propondrá avanzar sobre la “infiltración comunista” esto es: el descontento obrero frente al ajuste (inflación y carestía de la vida) y bajo tal “excusa” perseguirá a todo obrero que no acate el programa burgués de la “productividad”. En ese marco, Perón es el artífice que agita el fantasma de la amenaza/complot del “comunismo” (p.313) para habilitar una reaccionaria campaña contra los elementos de autonomía de los trabajadores. El libro, contiene una importante abundancia de datos, cuadros comparativos y fuentes muy valiosas. Entre las que más se destacan están las halladas en París (p.XXV), donde hay cantidad muy importante de boletines de fábrica y periódicos, que no están disponibles en nuestro país. Dicho esto, nos resta comentar la hipótesis/conclusión del autor. Esto es la tesis principal de este trabajo es que el fracaso del gobierno peronista en su intento de frenar y controlar el conflicto social se debió, en gran medida, al poder político y social que ostentó y mantuvo el movimiento sindical desde los inicios de la gestión y a lo largo de la década analizada (p.XXXIII). Nos permitimos criticar esta afirmación, ya que hablar de “fracaso”, aun en términos relativos, puede resultar engañoso. Si, teniendo en cuenta los niveles de “lucha de clases” y la acción de las comisiones internas por un lado, y el proceso de burocratización y cooptación política por otro, hay un fracaso en relación con los objetivos originales de Perón de “contener” la acción de los trabajadores. Pero hay un claro triunfo estratégico porque logra la estatización del movimiento obrero –que no fue lineal, ni evolutiva ni pacífica, como demuestra este trabajo–, e impone a los trabajadores la ideología de la conciliación de clases, para ser funcionales a los intereses de una dirección política nacionalista burguesa (o “bonapartista sui generis” al decir de León Trotsky). Schiavi sostiene que bajo el peronismo se desarrolló un “sentido común” en la clase trabajadora que veía como propios los avances del gobierno en el ámbito social y político, pero aclara que “hemos demostrado que esa adhesión política no equivalía a una ciega disciplina”. Sin embargo, si los trabajadores apoyaron masivamente al peronismo, ha sido pagando el alto precio de perder toda perspectiva revolucionaria de un movimiento obrero que nació bajo el signo de la independencia de clase y del internacionalismo. Este y otros interrogantes son los que deja la lectura de este recomendable trabajo, que aporta al conocimiento del movimiento obrero bajo el peronismo.
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