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ideas izquierda Revista de Política y Cultura
DICIEMBRE 2014
El nuevo consenso derechista y los desafíos del FIT Escribe: Christian Castillo Dossier
EUROPA: EL MARXISMO EN TIEMPOS DE CRISIS MUNDIAL Entre la izquierda radical y la izquierda posible
¿REVOLUCIÓN “FRACASADA”, O REVOLUCIÓN “TRAICIONADA”? Eduardo Grüner
EL MANDATO PATRIARCAL SE ESCRIBE CON SANGRE Andrea D’Atri
MAPUCHES: NUEVA AVANZADA DE LA DISCRIMINACIÓN Y DESPOSESIÓN Diana Lenton - Lefxaru Nawel
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IDEAS DE IZQUIERDA
SUMARIO 3 EL NUEVO CONSENSO DERECHISTA Y LOS DESAFíOS DEL FIT Christian Castillo
6 EL LABORATORIO K DE LA CRIMINALIZACIÓN DE LA PROTESTA SOCIAL Iván Marín
9 MÉXICO: DESCOMPOSICIÓN ESTATAL Y RECOLONIZACIÓN IMPERIALISTA Jimena Vergara
12 DOSSIER
MARXISMO, INTELECTUALES Y CLASE OBRERA Juan Dal Maso
“ES IMPORTANTE REFLEXIONAR SOBRE LA CAPACIDAD DEL CAPITALISMO DE RECUPERARSE” Entrevista a Sebastian Budgen
18 “LOS ESTADOS SON LOS ‘AUTORES’ DE LA GLOBALIZACIÓN CAPITALISTA” Entrevista a Leo Panitch
22 CARTOGRAFÍAS INTELECTUALES Gastón Gutiérrez
25 EL MANDATO PATRIARCAL SE ESCRIBE CON SANGRE Andrea D’ Atri
28 MAPUCHES: NUEVA AVANZADA DE LA DISCRIMINACIÓN Y LA DESPOSESIÓN
MAPUCHES Y MITOS Diana Lenton
LA POLÍTICA DEL ESTADO ES LA NEGACIÓN DEL PUEBLO MAPUCHE Entrevista a Lefxaru Nawel
32 MARXISMO E INDIANISMO (II) Juan Luis Hernández
35 ¿REVOLUCIÓN “FRACASADA”, O REVOLUCIÓN “TRAICIONADA”? Eduardo Grüner
39 QUÉ HACER CON TULIO HALPERIN DONGHI Omar Acha
42 JIMI HENDRIX Fernando Aiziczon
45 RESEÑA DE EL OBRERISMMO DE PASADO Y PRESENTE. DOCUMENTOS PARA UN DOSSIER (NO PUBLICADO) SOBRE SITRACSITRAM, DE H. SCHMUCLER, J.S. MALECKI Y M. GORDILLO Eduardo Castilla
46 RESEÑA DE ¿SOMOS TODOS ENFERMOS MENTALES? MANIFIESTO CONTRA LOS ABUSOS DE LA PSIQUIATRÍA, DE ALLEN FRANCES Juan Duarte
47 RESEÑA DE ALT LIT. LITERATURA NORTEAMERICANA ACTUAL, DE LOLITA COPACABANA Y HERNÁN VANOLI (COMP.) Celeste Murillo
STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri, Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Azul Picón, Fernando Rosso. COLABORAN EN ESTE NÚMERO Sebastian Budgen, Leo Panitch, Lefxaru Nawel, Diana Lenton, Juan Luis Hernández, Omar Acha, Iván Marín, Jimena Vergara, Eduardo Castilla, Cecilia Carrasco, Ana Méndez y Hernán Flores. EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo. PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com Facebook: ideas.deizquierda Twitter: @ideasizquierda Ilustración de tapa: Natalia Rizzo www.ideasdeizquierda.org Entre Ríos 140 5° A - C.A.B.A. | CP: 1079 - 4372-0590 Distribuye en CABA y GBA Distriloberto - www.distriloberto.com.ar Sin Fin - distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.
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Fotomontaje: Juan Atacho
El nuevo consenso derechista y los desafíos del Frente de Izquierda Christian Castillo Dirigente del PTS, Legislador de la Provincia de Buenos Aires por el FIT.
Se acerca el comienzo de un año 2015 que va a estar plagado de elecciones, a partir del desdoblamiento que va a realizarse en numerosas provincias entre las votaciones locales y las nacionales. Los políticos de las clases dominantes están realizando todo tipo de especulaciones para ver qué ventaja pueden sacar pegando o despegando elecciones entre provincia y nación. En Mendoza, por ejemplo, no solo el peronismo gobernante está planificando separar las PASO provinciales de las nacionales, sino que la intendencia radical de la capital de la provincia cuyana tendrá su propia fecha para las PASO y la “real” en lo que hace a cargos municipales. O sea, que la población de ese distrito puede tener que concurrir a las urnas nada menos que
¡seis veces! durante el 2015. Algo similar podría suceder en la Ciudad de Buenos Aires, en caso de haber segunda vuelta para elegir Jefe de Gobierno y Presidente de la Nación. Las distintas ingenierías electorales en curso obedecen a un cuadro contradictorio en cuanto a las definiciones de quienes competirán finalmente en octubre del año que viene. Por un lado aparecen tres candidaturas que concentran hoy la mayoría de la expectativa de voto (Scioli, Massa y Macri). Y a la vez hoy no se sabe, a solo nueve meses de las PASO, cuáles serán las coaliciones políticas que finalmente terminarán compitiendo. En el oficialismo, Scioli parecería que terminará siendo finalmente el candidato del FPV a cambio de ceder las listas de diputados y senadores
al “cristinismo duro”, pero nunca se sabe. En la oposición, el hecho de que nadie saque ventaja decisiva y que el gobierno mantenga una base propia relativamente importante (en torno al 30-35 %) provoca la paranoia de una derrota en primera vuelta frente al candidato del FPV, escenario hoy improbable pero no imposible, que explica el crecimiento de los planteos de una “gran interna” opositora entre Macri, Massa y los candidatos del alicaído FA-UNEN. Un planteo que tiene la fuerte contradicción de que según el sistema actual de las PASO las fórmulas presidenciales no se componen según el resultado de las internas, con lo cual el derrotado pierde todo y no puede ser candidato a nada si es vencido, lo cual desalienta este tipo de contienda. Cada »
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POLÍTICA
uno de los tres bloques actuales de la oposición burguesa tiene fortalezas y debilidades relativas. Macri tuvo un salto en las encuestas pero cuenta con una debilísima inserción en la Provincia de Buenos Aires, donde se concentran cuatro de cada diez votantes a presidente. Massa es fuerte en “la provincia”, aunque sin candidato a gobernador “taquillero”, pero sin estructura nacional. El radicalismo, que encabeza el FA-UNEN junto al Partido Socialista, es fuerte en implantación territorial pero no tiene candidatos para pelear una segunda vuelta. Esto explica la disputa entre Massa y Macri por seducir al radicalismo y los desgarramientos del partido centenario, que ha tomado la resolución de “no innovar” en la reciente cumbre partidaria de San Fernando, mientras cada candidato local se saca fotos con el candidato del PRO o del Frente Renovador correspondiente, al tiempo que ratifican su pertenencia al FAUNEN y prometen algún acuerdo programático para diciembre. Un panorama que presenta la contradictoria sensación de que nada parece alterar que la disputa será entre tres que muchas diferencias no tienen entre sí, o de que algo está por pasar y modificar el panorama antes de junio, cuando vence el plazo de inscripción de los candidatos.
El kirchnerismo y su aporte al consenso de derecha El kirchnerismo termina su ciclo siendo parte del nuevo consenso derechista que impulsa la clase dominante. En sus inicios, la política K obedeció a la estrategia de pasivizar al movimiento de masas luego de la crisis de hegemonía que se expresó con toda su agudeza en diciembre de 2001. Para ganar legitimidad tuvo que levantar algunas de las banderas sostenidas por los movimientos de lucha de los trabajadores y el pueblo, y borrar toda huella de su pasado como parte del esquema de poder menemista en los ‘90. Tuvo éxito en esta empresa a partir de contar con una situación económica privilegiada que hasta el 2008 creó la ilusión de un modelo donde todos ganaban. Cooptó a una
parte del progresismo y al movimiento de derechos humanos y estableció una alianza con la burocracia sindical (diez años de acuerdo con Moyano), permitiendo una recuperación del salario real de los trabajadores bajo convenio a los niveles previos a la devaluación del 2002, mientras la tasa de ganancia de los distintos sectores empresarios tiene una fuerte suba, con las exportaciones agrarias y la industria automotriz como motores, a los que después se sumó la alta rentabilidad del negocio bancario y financiero. Su base de poder territorial fue la misma que utilizó Menem, los gobernadores e intendentes “pejotistas”, ayer aliados a la Ucedé de los Alsogaray y en el kirchnerismo a la centroizquierda frepasista. A esto hay que agregar, sobre todo a partir de 2010 tras la muerte de Néstor Kirchner, la organización de un aparato más directamente “cristinista”, expresado en Unidos y Organizados (La Cámpora, Nuevo Encuentro, Kolina, Frente Transversal, etc.), y la consolidación de un sector con algo más de autonomía y juego propio como el Movimiento Evita, con estructuración territorial aunque en todos los casos sin presencia en el movimiento obrero y sin lograr peso decisivo en el movimiento estudiantil (no llegaron nunca a la dirección de ningún centro de estudiantes en la UBA). Luego de la caída electoral en las elecciones legislativas de 2013, el gobierno parecía encaminado a tomar el programa que venían pregonando sus opositores de derecha. Devaluación en enero, acuerdos con Repsol, las empresas con juicios en el Ciadi y con el Club de París, aumentos salariales por debajo de la inflación, entrega de los hidrocarburos en Vaca Muerta… El insólito fallo del juez Griesa obligó a dar un rodeo a la perspectiva de un nuevo ciclo de endeudamiento y permitió al gobierno una puja donde se reubicaba discursivamente en defensa de la “patria” contra los “buitres”. Le permitió ganar apoyo en las encuestas a la vez que abonaba con sus planteos al nuevo consenso derechista que están tratando de imponer las clases dominantes. Por eso pasó de la imagen de Kirchner descolgando el cuadro de Videla a Cristina subiendo el del genocida Milani. Del discurso (no la práctica) de la “no represión” a Berni con los gendarmes tirando balas de goma y gas pimienta a los trabajadores de Lear y a quienes los apoyamos solidariamente. De la expropiación de Repsol y la recuperación de YPF a los pagos a la multinacional española a la entrega escandalosa del gas y del petróleo en los acuerdos con Chevron y en la nueva ley de hidrocarburos. De denunciar la complicidad
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de Bergoglio con la dictadura y apoyar la ley de matrimonio igualitario a rendir pleitesía al Vaticano y oponerse más que nunca al derecho al aborto legal, seguro y gratuito. De cuestionar a Mirtha Legrand por preguntar si se venía “el zurdaje” a utilizar a sus empresarios de medios amigos como Cristóbal López en C5N para mostrar a la patota del SMATA clamando por “fuera zurdos” en Lear y Gestamp. De los discursos de la “integración latinoamericana” a la expulsión de los “extranjeros que delinquen” establecida en el nuevo Código Procesal Penal. Los intelectuales kirchneristas de “Carta Abierta” decían contra nosotros que el discurso de los primeros años de los Kirchner que tomaba banderas populares y hasta de “izquierda” no era algo producto de las circunstancias, sino de las convicciones del matrimonio gobernante. Ahora sostienen una lógica inversa. El derechismo que conduce a Scioli como el candidato presidencial más probable del FPV, discursos xenófobos y actos represivos varios incluidos, sería una imposición “de la sociedad”. Como se ve una impostura discursiva. Como bien señala en un post Fernando Rosso: “Cuando los gestos o las medidas aparentaban ir hacia la ‘izquierda’, los motores había que buscarlos en una férrea voluntad política que se colocaba a la vanguardia de la sociedad. Hoy que los giros son a la derecha y en el 2015 se puede dar un gran salto cualitativo en la misma dirección, hay que rastrear las responsabilidades y las causas últimas en los movimientos capilares de una sociedad empecinada en girar pendularmente y no ponerse a la altura del gobierno que la historia tuvo la generosidad de poner a su disposición. Cuando se va presuntamente hacia adelante, los méritos son del gobierno y del estado, cuando se producen supuestos retrocesos, la culpa es de la sociedad” (“Horacio González y un museo de la lengua”, 23-11-2014, disponible en: elviolentooficio.blogspot.com.ar).
Lo cierto es que los Kirchner, como buenos peronistas, siempre fueron políticos pragmáticos, que supieron estar con Menem y Cavallo en su momento y luego despotricar contra los ‘90 como si nada hubiera pasado. La pelea con los “fondos buitre” solamente disimuló un poco que Cristina es activa constructora de este nuevo sentido común reaccionario, que no es una imposición del destino sino una voluntad política para hacer pagar la crisis en curso al pueblo trabajador. Massa, Macri, Cobos, Sanz, Binner, Scioli son los nombres propios con los cuales el poder económico se prepara a reemplazar a Cristina. Pero el derechismo de estas figuras y los programas que plantean se chocan con las expectativas de la clase obrera.
Las luchas de los trabajadores Los trabajadores han dado sobradas muestras de que no quieren ser los patos de la boda después de una década en la cual los empresarios se “la llevaron en pala”. No quieren que la inflación siga carcomiéndose los salarios ni que continúen los altísimos niveles de precarización, ni que el impuesto al salario se siga llevando más de una aguinaldo de la franja que mejor gana de la clase obrera. Este año dos paros generales y un número importante de luchas parciales dieron cuenta de esto. Sin duda los 17 días de la huelga docente en la Provincia de Buenos Aires y la gran lucha contra los despidos en Lear (que ya lleva seis meses, el conflicto más duro y extendido en el tiempo en un sector industrial bajo el kirchnerismo) se cuentan entre los más destacados, así como la ocupación y puesta bajo gestión obrera en la ex Donnelley, hoy Madygraf. En particular con el conflicto de Lear, la Panamericana se convirtió en un verdadero centro de lucha contra los despidos y suspensiones, más allá del conflicto en sí mismo, ya que se mostró una voluntad de combate que hizo pensar dos veces a los empresarios antes de recurrir a los despidos masivos. Seis meses de una lucha donde los trabajadores, con nuestro partido poniendo todo para que la lucha triunfe, desplegaron un gran arsenal de métodos de acción. Un combate donde los trabajadores han tenido que confrontar con los distintos poderes del estado, que han sostenido el ataque patronal-burocrático-gubernamental.
El FIT y la pelea del 2015 En el 2015 las batallas de la lucha de clases van a estar entrelazadas con la contienda electoral. Desde el PTS, como parte del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, participamos activamente este año en las luchas principales de la clase trabajadora, de la juventud y del movimiento de mujeres. Quienes tenemos cargos parlamentarios hemos estado acompañando estas peleas tanto en las calles como en el congreso y legislaturas, cumpliendo con el mandato recibido. Nuestro objetivo es construir una fuerza militante de decenas de miles de trabajadores y jóvenes, con peso de dirección en sindicatos y centros de estudiantes, capaz de movilizar centenares de miles para quebrar la voluntad de la clase dominante y su aparato de dominación. La batalla electoral que se avecina está al servicio de ese desafío estratégico. El apoyo que se expresa al FIT en las encuestas pre electorales (especialmente en Mendoza, con Nicolás Del Caño, y Salta) muestras que una franja creciente de los trabajadores y la juventud no quieren seguir el derrotero derechista de los candidatos del sistema. Con una campaña electoral anticipada por los candidatos patronales que vienen realizándola desde hace meses, desde el PTS hemos presentado nuestros principales precandidatos
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para discutir con las fuerzas que compartimos el Frente de Izquierda y de los Trabajadores, planteando la candidatura de Nicolás Del Caño a la presidencia. Consideramos que es un debate político para definir qué perfil y qué candidatos conviene presentar, y una discusión que no puede obturarse por decreto. Las relaciones de fuerza en la realidad política y dentro del Frente son cambiantes y en cada caso se debe debatir cuál es la mejor estrategia para enfrentar las coaliciones patronales. El FIT no es un partido común sino un frente organizado alrededor de la defensa de la independencia política de los trabajadores y de un programa que plantea las principales demandas de los trabajadores y del conjunto de los sectores explotados y oprimidos, así como la lucha por un gobierno de los trabajadores. Pero que a su vez mantiene diferencias programáticas y de estrategia política que son públicas y conocidas por todos aquellos que siguen la trayectoria de la izquierda clasista en la Argentina. Para el PTS es una herramienta necesaria y que hay que defender, pero no suficiente en el marco de la lucha por un partido revolucionario. Es lógico y no debe irritar a nadie que haya divergencias en torno a quiénes serían los mejores candidatos para defender esta perspectiva. Este debate no tendría por qué debilitar al FIT sino todo lo contrario, muestra que no tenemos un falso monolitismo de aparato sino un debate franco entre distintas fuerzas políticas en torno a los medios para mejor expresar la batalla en común contra los candidatos de la burguesía. En el caso de la candidatura de Nicolás Del Caño, es tanto tratar de expresar el fenómeno que se ha dado en Mendoza (con un apoyo masivo de la juventud tanto trabajadora como estudiantil a su candidatura) en el terreno nacional, como su participación destacada en el apoyo a las luchas de los trabajadores, especialmente en el conflicto de Lear. Como hemos dicho públicamente, desde el PTS postulamos precandidatos para tratar de consensuar antes de las PASO con los otros integrantes del FIT como lo hicimos en 2011 y 2013, pero no consideramos ninguna tragedia si esto no se lograra y debiéramos dirimir en las PASO las candidaturas. Es siempre una opción posible que no hay que dramatizar. Después de un año de intensa actividad política en todos los terrenos, nuestro partido va a realizar un gran acto en el Estadio Cubierto de Argentinos Juniors este 6 de diciembre, para que la fuerza de los trabajadores, la juventud y las mujeres se exprese en el Frente de Izquierda. Será una instancia para reflexionar junto a mucho de lo mejor de la vanguardia obrera y juvenil de nuestro país sobre lo hecho y anticipar las perspectivas del año que se viene. Manos a la obra.
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POLÍTICA
A un año de la condena a cadena perpetua a los petroleros de Las Heras
El laboratorio K de la criminalización de la protesta social La provincia es un verdadero feudo con alrededor de seiscientos procesados por luchar, la mayoría de ellos de la zona norte. Al momento de cerrar este artículo se lleva a cabo en Río Gallegos un juicio a cinco trabajadores estatales acusados de incendiar un edificio público. No hay prueba que certifique que ellos sean los responsables. Iván Marín Periodista, miembro del Comité por la Absolución de los presos de Las Heras (Trelew).
Sobre la desolada, fría y árida estepa corren ráfagas huracanadas de viento que arrastran historias de combates paridas por la injusticia. La meseta patagónica, refugio indómito de la dignidad de los oprimidos por el yugo insaciable del lucro y el despojo a los pueblos originarios, sabe de heroicidades colectivas contra los detentores del poder. Ese inapelable motor de la historia llamado lucha de clases allí, justo allí, suele presentar aspectos de enfrentamientos agudos, de vida o muerte, entre sus contrincantes. Santa Cruz, en el extremo sur del país, cuenta con un recorrido sinuoso y peculiar en este aspecto. Sin dudas, las furibundas huelgas de peones rurales de los años veinte del siglo pasado han dejado su huella a lo largo y ancho del territorio provincial. En cada una de las luchas que le prosiguieron puede hallarse algún trazo de su “ADN”, invocado por quienes combaten por defender o ampliar sus derechos.
Ilustración: Gastón Spur
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Así Las Heras, con sus emblemáticas luchas que conmocionan al país en los últimos años, debe ser inscripta a través de sus singularidades históricas sobre una tradición de batallas de las que no puede permanecer ajena. Distintos pobladores de la localidad refieren a las peculiaridades acerca del surgimiento de su nombre. Historias simpáticas como aquella que cuenta que, en una estancia de nombre “El Rastro”, cercana a lo que luego sería el pueblo, se halló un rastro impreso en piedra con supuestos contornos que asemejarían a un avestruz, y de allí uno de sus primeros nombres no oficiales: “El Rastro del Avestruz”. A comienzos de siglo empieza el tendido de una vía férrea que tendría por objetivo unir Puerto Deseado con la cordillera, pero, en 1914 con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, se suspende el proyecto justo donde hoy se encuentra la localidad. Ese es el origen de otros de los dos nombres no oficiales: “Parada 283”, por los kilómetros de vías construidos, y “Punta Rieles”. Otros nombres cuando la provincia aún no existía y era territorio nacional fueron “Colonia Pastoril General Las Heras” y “General Las Heras”. Estas dos últimas denominaciones generaron confusión sobre cuál era el verdadero motivo por el cual el Ejecutivo Nacional habría decidido darle un punto final. El 11 de julio de 1921, mediante un decreto, Hipólito Yrigoyen bautiza con el nombre de “Las Heras” al pueblo. En sus comienzos, y por varias décadas, la ganadería ovina fue el sustento económico de la región. Si bien hay registros en los años treinta de exploraciones petroleras, en los sesenta la producción se incrementará, pero es aproximadamente en los últimos veinte años, en particular la presente década, cuando la explotación creció a niveles superlativos, pasando a reconfigurar la estructura económica y de poder de la zona. En un principio la misma giraba en torno a la vieja YPF, pero con las privatizaciones en los años noventa los grandes pulpos imperialistas monopolizaron el poder político y legal. Gobernadores, intendentes, legisladores provinciales y municipales con sus leyes y jueces, pasan a ser meros gerentes de las empresas petroleras. El descuido por parte de las multinacionales hacia el medio ambiente y la erupción del volcán Hudson en 1991 provocó una intempestiva baja en la producción ganadera. Ambos procesos también trajeron aparejados no solo la migración de la población rural al pueblo, sino
incluso de otros lugares del país en búsqueda de una fuente de trabajo. La población creció como ninguna otra en la provincia en la última década, llegando a una cifra cercana a los treinta mil habitantes en la actualidad. Todo este proceso no fue acompañado de inversiones en obras y servicios públicos. El asfalto se reduce a pocas calles del pequeño centro comercial que cuenta la localidad. Las empresas de celulares e internet prestan un servicio tan deficitario que por momentos hace imposible la comunicación. Gran parte del pueblo no cuenta con cloacas, y los desechos van a parar a una laguna nauseabunda situada en las puertas de entrada a la ciudad. Dicen los pobladores que en verano toda la localidad es rociada con el aroma susodicho. ¿Lo más grave? La ciudad no cuenta con agua potable en los hogares, por lo cual la población debe comprar bidones de agua a altos precios para poder beber. Las petroleras y la megaminería a cielo abierto serían las causantes de la contaminación del río Deseado. Toda la zona norte de la provincia reviste este gravísimo problema, mientras los gobiernos brillan por su ausencia. Muchas son las voces de Las Heras que nos señalaron la proliferación de casos de cáncer en la zona.
El comienzo de la lucha petrolera, la muerte de Sayago y la cacería de brujas En un artículo publicado por el diario La Nación del jueves 9 de febrero de 2006 se señalaba que, por aquel entonces en la zona, lo que se recaudaba por la explotación hidrocarburífera eran 8.688.909 pesos por día. Los cálculos pertenecen a la Cámara de Empresas Regionales de Servicios Petroleros de la cuenca del golfo San Jorge. Como se puede observar, un negocio nada despreciable. La inflación ya era un problema para los trabajadores en el país y en la Patagonia en particular. Los petroleros vieron perder gran parte de su aguinaldo en diciembre de 2005 por el impuesto a las ganancias, lo que llevó a que iniciaran medidas de fuerzas. Al poco tiempo, tercerizados bajo contrato Uocra se plegaron a la lucha por el pase a planta permanente. El 25 de enero comenzaron una huelga uniendo ambas demandas: la lucha contra el impuesto a las ganancias y el pase a planta permanente de los tercerizados. Las empresas ni el gobierno mostraban signos de diálogo. En este proceso, la conducción burocrática del Sindicato Petrolero y del Gas Privado de Santa
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Cruz era rebasada por un extendido proceso asambleario. Miles y miles de petroleros unían sus fuerzas. Mario Navarro, uno de los referentes de este proceso, fue detenido la noche del domingo 5 de febrero mientras realizaba una entrevista en FM Soberanía. A los pocos minutos, un mar de gente se hacía presente en inmediaciones de la comisaría a exigir la liberación de Navarro. Una verdadera e inapelable pueblada despedía el día domingo y recibía al lunes. En medio de la represión policial recibe un balazo el oficial Jorge Sayago. No hay pruebas que certifiquen que el proyectil fuera disparado desde la multitud. Una vez caído recibe golpes. Se lo llevan en ambulancia al hospital de Comodoro Rivadavia pero fallece en el camino. La investigación de la muerte de Sayago recayó sobre la propia policía, que pasó a ser juez y parte del caso. Lo que sigue es una etapa donde las libertades democráticas de los pobladores en general y de los petroleros en particular fueron brutalmente sepultadas por las botas de los uniformados. El cura párroco de la localidad, Luis Bicego, quien se encontraba en su Italia natal de vacaciones aquella noche, recuerda el panorama con el que se encontró a su regreso a mediados de febrero: “Me hizo revivir la época de la dictadura. La búsqueda fue atropellando los derechos individuales. La gente empezó a refugiarse en la iglesia, sobre todo los delegados petroleros. A todo aquel que tomaban preso lo torturaban. Les querían hacer cantar si sabían algo, quién estuvo al lado esa noche en que mataron al oficial Sayago”. Durante las noches repentinamente apagaban la luz del pueblo para realizar razzias ilegales. Cualquiera podía caer, aunque es obvio que hubo un trabajo de inteligencia para marcar a ciertas personas, algunas quizás con antecedentes. Al respecto, el cura denuncia que “detenían a las personas, pero no las llevaban a la comisaría ni al juzgado, no podían tener un abogado para defenderse. La mayoría de las declaraciones con apremios la hicieron en la Casa de Huéspedes de Vialidad. La mayoría de los coches y camionetas eran sin patentes. Ese proceso duró más o menos un mes”. La conducción del sindicato a cargo de Héctor “Chaco” Segovia habría entregado una lista negra con alrededor de 180 nombres. Elisa, esposa de Franco y cuñada de Darío Catrihuala, condenado a cinco años de prisión, se refiere al armado de esta causa y la persecución no solo a trabajadores sino a los familiares y amigos de los mismos: “Mi marido no estuvo en »
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POLÍTICA
el lugar de los hechos y sin embargo fue golpeado delante de mis hijos. Testigos han venido a contarnos que el fiscal Ariel Candia ha ido a lugares nocturnos a pagarle a gente para que atestigüen en contra de los acusados. Mi marido no está acusado de nada, pero sí fue golpeado brutalmente el día de la detención de los chicos en el 2006. A causa de los golpes fue operado tres veces de la columna vertebral y le sacaron un cáncer de testículos por la golpiza. Persecución siempre recibimos, sabemos que los teléfonos están intervenidos”. El propio Darío le relataba al periódico La Verdad Obrera en mayo del año pasado lo que le tocó vivir: “Nos detuvieron el 24 de febrero de 2006. A seis los liberaron a las pocas semanas. Pero los otros seis estuvimos tres años presos, nos liberaron en 2009. Yo tengo 29 años, no viví la dictadura, pero acá en Las Heras se vivió eso. Entraban casa por casa, rompían todo, les pegaban a los mayores, a las mujeres y los chicos. A mí me agarraron a las cuatro de la tarde y me soltaron a las cinco de la mañana después de pegarnos todo el día. Nos trasladaron quinientos kilómetros, desde el pueblo donde estábamos hasta Puerto Deseado, nuestro primer lugar de detención. Quinientos kilómetros de golpes y torturas. Todas las torturas que puede hacer la policía en estos casos nos las hicieron a nosotros. No solo nos pegaban, también nos torturaban psicológicamente. Decían ‘si ustedes dicen que les pegamos les vamos a matar a sus familias, a sus hijos’. Nunca se nos va a borrar ese momento de la cabeza”. En el mismo sentido se refiere Alexis Pérez: “Yo fui uno de los que fuimos torturados camino a Puerto Deseado. Nos mojaron con agua, ponían bolsas en la cabeza, nos gatillaban en la cabeza, a mi me sacaron tres veces la mitad del cuerpo fuera de la traffic amenazándome con tirarme. Desarmaron mi vida, me dejaron sin mujer, sin hijo, sin casa, sin auto. Yo estuve tres años y medio detenido en varios lugares: Pico Truncado, Caleta Olivia, Puerto Deseado, sin ninguna prueba, y sufriendo que adonde vos entrás te muelen a palos porque supuestamente matás un policía”. Finalmente Alexis fue absuelto en el transcurso del juicio.
Una sentencia ejemplificadora En marzo del presente año el Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (Ceprodh) publicó un informe sobre la condena a los petroleros a partir de la lectura del fallo dividido del tribunal el 12 de diciembre de 2013. Como se dijo más arriba, el proceso de investigación y detención de los acusados y condenados estuvo colmado de irregularidades. Distintos organismos nacionales de derechos
humanos realizaron presentaciones judiciales denunciando estos hechos, pero la jueza de instrucción las desechó. Durante la realización de las audiencias el fiscal Candia reconoció y avaló sin sonrojarse la utilización de métodos de torturas en la investigación al afirmar que “dos cachetadas y una capucha no determinan ningún testimonio” (sic). El Dr. Rearte, fiscal que debía haber tomado la causa en la etapa oral, rechazó en dos oportunidades llevar a juicio a los acusados por considerar que eran insuficientes las pruebas obtenidas. Por lo cual Candia terminó siendo fiscal en la etapa de instrucción y en el juicio oral. En el susodicho análisis del Ceprodh se puede acceder a las irrisorias contradicciones en que caen los miembros del tribunal para fundamentar la condena a los acusados. Como bien dice el informe: “En base a la total falta de pruebas para incriminar a los acusados, la presidenta del Tribunal, Dra. Cristina de los Ángeles Lembeye, votó por la absolución de 12 de los 13 imputados”. La condena a cadena perpetua a José Rosales, Ramón Cortés, Humberto Gonzáles y Maximiliano Padilla, este último menor de edad al momento de producidos los hechos en 2006, sin dudas fue un fallo a medida de las multinacionales petroleras, la policía y los gobiernos nacional y provincial con la pretensión de aleccionar a los que luchan por sus derechos. Otros cinco trabajadores fueron condenados en el mismo juicio a cinco años de prisión por los delitos de coacción agravada y lesiones. La gran campaña que se realizó con antelación al fallo logró que la condena no se hiciera efectiva y quedara en suspenso. En distintas ciudades del país se conformaron comités de solidaridad a la causa. El 12 de diciembre delegaciones de distintas provincias se hicieron presentes en Las Heras y Caleta Olivia para brindar su apoyo a los acusados y luego condenados injustamente. Más de cien organismos de derechos humanos, partidos políticos, sindicatos, centros de estudiantes y personalidades se han manifestado por la absolución de los condenados. Osvaldo Bayer, Adolfo Pérez Esquivel, Nora Cortiñas, Elia Espen, Mirta Baravalle, Ken Loach, René de Calle 13, Raly Barrionuevo, Alejandrina Barry, María Victoria Moyano y los diputados del Frente de Izquierda Nicolás del Caño, Néstor Pitrola y Pablo López, son tan solo algunos de los miles que reclaman contra la condena. Durante este año el Comité por la Absolución realizó distintas jornadas de lucha a nivel nacional. La más recordada fué la del 27 de febrero, cuando el gobierno nacional reprimió cortes de rutas y avenidas que se realizaron para la ocasión.
A tal punto llegó el ensañamiento, que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la apertura a las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación el primero de marzo tuvo que referirse al tema. Allí no solo justificó la represión, sino que dio respaldo político al fallo judicial, al señalar que “la Justicia finalmente llegó y los condenaron a los responsables de ese homicidio terrible, alevoso, porque fue sin defensa alguna”. Una declaración gravísima si tenemos en cuenta que el fallo no quedó firme y el Superior Tribunal de Justicia de Santa Cruz tiene que expedirse sobre el mismo. La intromisión del Ejecutivo nacional, además de avalar los métodos de torturas que existieron, claramente atenta contra la supuesta división de poderes del Estado. Una causa armada de pé a pá. Las persecuciones a los que luchan en Las Heras están naturalizadas. Esta localidad con menos de treinta mil habitantes tiene más de cien procesados por luchar. Entre ellos, alrededor de cuarenta docentes y cincuenta municipales, y obviamente cada tanto aparecen petroleros procesados o encarcelados por reclamar sus derechos, como fue el caso de Martín Oñate, Néstor Vibares y Jorge Armoa, que estuvieron más de tres meses presos este año por exigir mejores condiciones laborales en una empresa de servicios petroleros. El 21 de octubre le enviaron un documento a Ramón Cortés prohibiéndole ingresar al complejo deportivo “11 de Julio” debido a que colocó “carteles de orden político, sin autorización en las instalaciones tras reiteradas llamadas de atención”. Los carteles a los que refiere el funcionario son impulsados a nivel nacional por el Comité por la Absolución de los Petroleros de Las Heras. Osvaldo Bayer, periodista e historiador de las huelgas de peones rurales de los años veinte, visitó la localidad para presentar su obra de teatro “Las putas de San Julián”. Allí, en una actividad auspiciada por el Ministerio de Educación de la Nación, se refirió a este caso manifestando que: “He comparado la condena de los compañeros petroleros con el famoso caso de Sacco y Vanzetti. Es exactamente la misma falsedad judicial. Y tenemos que tenerlo en cuenta porque estas cosas quedan en la historia. Las injusticias de la Justicia quedan en la historia. Y nuestros descendientes nos van a preguntar qué hicieron ustedes para no luchar por los presos de Las Heras”. Finalizó convocando a conformar un gran movimiento nacional por la absolución a los petroleros. Ese es el camino que hemos iniciado desde todos los comités de apoyo a la causa y que debemos profundizar hasta lograr la absolución de todos los compañeros condenados.
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México: descomposición estatal y recolonización imperialista
Ilustración: Greta Molas
El masivo movimiento de protesta que desde hace semanas inunda las calles del Distrito Federal y las principales capitales del país por la presentación con vida de los 43 normalistas, lejos de mermar, se ha multiplicado. Jimena Vergara Profesora de Historia de la UNAM. Movimiento de los Trabajadores Socialistas. Si bien el grito de guerra de las primeras movilizaciones fue “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, en la multitudinaria marcha del 20N, acompañada del paro en más de una centena de instituciones educativas y en Teléfonos de México, los convocados gritaron al unísono “¡Fue el Estado!” y “¡Fuera Peña!”. La imagen de un muñeco del presidente de México incendiándose en medio del zócalo capitalino rodeado por una multitud furibunda que aplaudía, recorrió el mundo a través de la prensa internacional y las redes sociales. Detrás del asesinato y desaparición forzada de los normalistas, está el desgarramiento de las contradicciones profundas del capitalismo semicolonial mexicano.
México “tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos” El 1 de enero de 1994, entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), al mismo tiempo que la rebelión zapatista estallaba
en el sur del país al grito de “¡Muera el mal gobierno!”. Si bien la lucha indígena y campesina encabezada por el EZLN y abrazada por cientos de miles en todo el país abrieron la posibilidad de quebrar el dominio del priato desde abajo, esta oportunidad fue abortada y se profundizó el ciclo de recolonización del país, cuyo correlato político fue la llamada “transición democrática”. Dicho ciclo estableció un desarrollo desigual y combinado muy particular, ya que México comparte 3.200 kilómetros de frontera con Estados Unidos. De tal suerte que, el proyecto de integración en términos de subordinación de México a Estados Unidos presenta características donde la presión y penetración imperialista se dan de manera extrema. Estamos hablando de un corredor fronterizo que se retroalimenta en dos direcciones: México exporta mano de obra, materias primas y estupefacientes a la potencia del norte, mientras Estados Unidos exporta una cantidad masiva
de capitales que oxigenan el corredor maquilador, la industria minera, petrolera, el turismo, los clusters, los agrobussines y las industrias turísticas legales e ilegales como la trata, el tráfico de órganos y la prostitución. Este ciclo de intercambio y flujo de personas, mercancías y capitales, le da a los sectores económicos ilegales características particulares y ha incentivado la disputa por el control territorial y comercial de los diversos nichos económicos que se reproducen en los “márgenes” del Estado pero, al mismo tiempo, en asociación con distintos niveles del mismo. Esta disputa ha devenido en fenómenos monstruosos como el feminicidio, la trata y en el hecho de que el llamado crimen organizado actúe también mediante grupos de choque o paramilitares contra las clases desposeídas y en particular sectores opositores, como se demostró en el secuestro y asesinato de casi una centena de migrantes en Tamaulipas que fueron torturados »
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y ejecutados por el narco. O más recientemente en contra de luchadores sociales, como en el caso de los normalistas asesinados y desaparecidos con la colusión del narco y la policía local. Como plantea la revista Proceso en su edición de la segunda semana de octubre, en varios estados “se ha formado esta nueva figura del cogobierno entre el grupo político predominante y los grupos del crimen organizado, que han entrado en un proceso de simbiosis para erguirse como un solo cuerpo que todo lo domina y todo lo controla dentro del propio sistema de instituciones legislativas, ejecutivas y judiciales. Si en el caso de Michoacán se descubrió que los Caballeros Templarios habían llevado al poder al priista Fausto Vallejo, invirtiendo en su campaña e inhibiendo el voto a la oposición, en Guerrero el caso del perredista Ángel Aguirre Rivero no es tan diferente con sus vínculos con los grupos del crimen organizado del Estado, como Guerreros Unidos o el cártel de Acapulco, donde aparecen algunos de sus familiares”1. En esta simbiosis, yacen las claves de la definición que compartimos con varios analistas de que estamos ante una verdadera descomposición de la estructura estatal. Esto implica que: “En esta nueva entidad en la que cohabitan políticos y jefes de los cárteles, el grupo criminal impone su ley mediante el terror, amenazas, ejecuciones o desapariciones de todos aquellos que les estorban. Su control es absoluto y pasa por encima de los derechos humanos, de los medios de comunicación y de los movimientos sociales cuyos líderes son perseguidos y sojuzgados por la fuerza de las armas”2. El rol de distribuidores privilegiados de cocaína, anfetaminas y marihuana a Estados Unidos, le ha conferido un poder desorbitado a los cárteles mexicanos que, como dicen muchos analistas, son grandes corporaciones capitalistas de carácter global que actúan en varios países. En última instancia el mercado de estupefacientes y otras industrias ilegales, generan una cantidad masiva de capital, de manera expedita, que después es puesta en circulación mediante el “lavado de dinero” y la inversión en negocios de carácter legal. El “proyecto de nación” defendido por Enrique Peña Nieto (EPN) en sus últimas alocuciones públicas se basa en la utilización de la estructura estatal para garantizar la subordinación económica al imperialismo, la reproducción del capital ilegal del narco y reprimir y contrarrestar el descontento social con métodos brutales. El sustento económico de dicho proyecto llevó al gran acuerdo en las alturas llamado “Pacto por México” que aprobó las reformas estructurales, en particular la energética, concesionando el petróleo y los hidrocarburos no convencionales a las trasnacionales norteamericanas. La eficacia con la cual EPN logró disciplinar a todas las fuerzas políticas y hacer pasar las reformas, lo postuló como el nuevo “modernizador” de América Latina, mientras escondía “debajo de la cama” la cuestión de la seguridad que dejó abierta
y como foco rojo el gobierno de Calderón. Dicho proyecto plantea varias contradicciones al capitalismo semicolonial mexicano que, por un lado, durante los 20 años de TLC se transformó en un gran exportador de manufacturas para la cadena de ensamblaje norteamericana, y por otro, mantiene el crecimiento del PIB promedio más bajo de América Latina. Esto se debe a que, en la economía mexicana, coexisten las dinámicas ramas productivas ligadas a las trasnacionales y al mercado norteamericano que lograron en los años previos configurar a México como el “Tigre Azteca”, según lo denominó el Financial Times, con aquellas subsidiadas de bajísima productividad, basadas en las pequeñas empresas ensambladoras. En última instancia, el programa de EPN se basa en la captación preponderante de inversión extranjera directa, atrayendo al capital a partir de una fuerza laboral de bajísimo costo (inclusive en comparación a los niveles salariales chinos) y la proximidad con Estados Unidos.
La base social del régimen de la alternancia Las consecuencias de 20 años de Tratado de Libre Comercio no solo se expresan en los fenómenos de barbarie a los que nos referimos antes, sino también en la existencia de una base social del PRI y del “proyecto de nación” del Pacto por México, el cual sancionó en menos de dos años el conjunto de las reformas estructurales. Esta base social, en las décadas previas, se alimenta del “derrame” de altos salarios industriales en los clusters, que benefician fundamentalmente a ingenieros y tecnólogos, junto a los sectores acomodados de las clases medias que motorizan el consumo en México, favorecidos por el proyecto recolonizador. Según el Instituto Nacional del Emprendedor que depende de la Secretaría de Economía, este sector “ha tenido en México el mayor crecimiento de la región desde 2000 y atender sus necesidades ofrece grandes oportunidades de negocios. En la década pasada, la clase media en Latinoamérica creció 50 % y México registró el mayor aumento en términos cuantitativos”. Se trata de las llamadas “clases medias globalizadas” cuyos estratos más altos mantienen grandes niveles de consumo y cuyos sectores más bajos se han ido pauperizando paulatinamente, pero son estimulados a comprar mediante los créditos bancarios y otras estrategias de mercado.
Ingresos y necesidades cubiertas Estos sectores sociales fueron, como decimos, la base del régimen político y en particular de las iniciativas más reaccionarias como el Pacto por México. En las condiciones actuales, la crisis política –que se combina con tendencias a la retracción económica con niveles de crecimiento paupérrimo del PIB– y la emergencia de una oposición en las calles, puede estar empujando a estos sectores a cuestionar la barbarie imperante y exigir la presentación con vida de los 43 normalistas; pero al mismo tiempo son partidarios
de la idea de que no hay salida para México si no es en vinculación con Estados Unidos; en última instancia, le exigen al gobierno que ataque la violencia para generar “gobernabilidad” y garantizar el pacto con las clases medias altas que significó el neoliberalismo basado en el consumo. El proyecto de subordinación a los EE. UU. todavía tiene un importante punto de apoyo y fortaleza en la unidad existente en torno a ello en la gran burguesía mexicana y en los sectores medios altos que se beneficiaron del mismo. Pero junto a ello, amplios sectores de la clase media (intelectuales, profesionistas y sectores pauperizados de las mismas), parte de los cuales ya habían nutrido las movilizaciones antiPeña Nieto organizadas en torno al #yosoy132, se han sumado al movimiento en oposición al gobierno, lo cual es una expresión clara de la polarización social catalizada por la presente crisis política. Esta efervescencia de un sector de la clase media es la que intenta canalizar López Obrador y el MORENA, con un programa de elecciones anticipadas para sortear la crisis y un proyecto “antineoliberal” que cuestiona los ritmos y profundidad de la entrega.
¡Fue el Estado! A dos meses del asesinato y desaparición forzada de los normalistas, el movimiento de masas que ha cimbrado al país desde Ciudad Juárez hasta Tapachula, ha sacado importantes lecciones. De la exigencia de aparición con vida de los normalistas, los protagonistas de las protestas comenzaron a denunciar la masacre de Iguala como un crimen de Estado, a romper sus ilusiones en los partidos tradicionales, las instituciones (desde la Suprema Corte de Justicia hasta la Procuraduría General de la República), y a exigir que caiga Peña Nieto. Ante millones de personas, el proyecto de transición democrática sobre el que se basó el régimen de la alternancia a partir del 2000 (basado en el acuerdo de los tres principales partidos) está en crisis. Más aún, el Partido de la Revolución Democrática, quien actuara como “el partido de la contención” durante los últimos veinticinco años para que el PRI no cayera producto de la movilización revolucionaria de las masas, parece herido de muerte ante el cuestionamiento popular y la reciente renuncia de su fundador, Cuauhtémoc Cárdenas, que puede ser el principio de un éxodo de grandes proporciones. Los intentos de EPN y el PRI de cerrar la crisis rápidamente y “lavarse las manos” no han sido fructíferos por el momento. A nivel internacional, Peña deja de ser visto como el garante de la estabilidad en México y comienza a ser cuestionado o “aconsejado” por el stablishment norteamericano que lo alerta de estar dilapidando el capital político ganado en los años previos. En la coyuntura, parece difícil cerrar la crisis abierta y desincentivar la acción del movimiento de masas que ya está preparando la quinta jornada global por Ayotzinapa para este primero de diciembre.
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Estamos ante una verdadera crisis estatal que se expresa en el desprestigio de los partidos burgueses tradicionales (evidenciada agudamente en la fractura del PRD), aunado a una crisis de la autoridad estatal cuestionada por el movimiento de masas de los partidos políticos del régimen de la alternancia que garantizaron y evitaron que el priato se demoliera bajo la acción del movimiento de masas. Por el momento, el ascenso que ha puesto a la defensiva al gobierno –en Guerrero con un contenido más popular que abarca a maestros, pueblos originarios, policías comunitarios, normalistas y campesinos y en el Distrito Federal y el resto del país al movimiento estudiantil y sectores de las clases medias–, todavía tiene el límite de que no ha alentado la salida en escena de los batallones más concentrados de los trabajadores. El paro telefonista del 20NMX, encabezado por una dirección que en los años previos se ubicó como “oposición dócil” al gobierno, puede ser un indicador de que el terremoto social que cimbra al país, tocará la conciencia de la clase obrera. Junto a esta debilidad, el movimiento todavía no es consciente de que, cuestionar al régimen y a sus instituciones, pasa por cuestionar la ligazón orgánica de la economía nacional a la economía imperialista norteamericana.
¿A dónde va México? Es difícil saber hasta dónde llegará la crisis nacional en curso. A manera de hipótesis podemos decir que hay diversas alternativas. Una de ellas es una salida a lo Díaz Ordaz3, como plantean algunos analistas, que se ve poco probable por la relación de fuerzas actual y los costos políticos que le podría ocasionar a un gobierno que todavía tiene 4 años de mandato. Otra opción es un escenario más similar al de Argentina 2001, donde el movimiento de masas llegue a protagonizar jornadas revolucionarias que efectivamente hagan realidad la consigna de que caiga EPN, lo cual le generaría a la burguesía el problema de establecer un recambio “presentable” y creíble. Esto estaría vinculado a una profundización de la lucha de clases que acicate la aparición de la clase obrera o de amplios batallones de la misma. Juega en contra de esta variante que si bien la crisis política es muy profunda, todavía estamos lejos del colapso económico que posibilitó que las masas argentinas, inclusive las clases medias, se pasaran a la oposición política del aquel entonces presidente Fernando de la Rúa. Sin duda, existe la posibilidad de una salida intermedia –por ahora, y al cierre de esta edición, la deriva probable en la medida que faltan madurar y agudizarse las contradicciones de la coyuntura– donde caigan algunas cabezas importantes del gabinete como Murillo Karam o el secretario de Gobernación, con concesiones de parte del gobierno impensables en otro momento, pero no por ello, de fondo. Cualquier opción que implique una profundización de la acción de las masas puede empujar
al imperialismo y la burguesía a encontrar una salida radical a la situación, con recambios al más alto nivel. Juega en contra de que esto se concrete en lo inmediato el retraso del movimiento obrero en México con respecto a otros sectores en la lucha de clases, como el campesinado, los pueblos originarios o el movimiento estudiantil. El Tratado de Libre Comercio y el proyecto de recolonización reconfiguró por completo el mundo del trabajo, atomizó y fragmentó al movimiento obrero mexicano y debilitó enormemente sus organizaciones. En este sentido, los trabajadores mexicanos, que una parte importante de los mismos y en particular del proletariado industrial se concentran en entidades como el Estado de México, la zona del Bajío con sus clusters y sus armadoras automotrices y el norte maquilador, vienen de muy atrás en su conciencia, organización y acción. Además, estamos hablando de una clase obrera atenazada por sus propias direcciones que, integradas por completo al régimen, coadyuvaron al proceso de vaciamiento de los sindicatos y a la proliferación de sindicatos blancos o propatronales. Es muy significativa y sintomática en ese marco la participación y paro de 24 horas de los telefonistas en el marco de las jornadas del 20NMX. Frente a este escenario, creemos que la única salida para la salida de Peña y la caída del irreformable régimen del PRI, el PAN y el PRD, las trasnacionales y los narcos, es necesario preparar la huelga nacional política para imponerlo, y un gobierno de las organizaciones en lucha que convoque a una Asamblea Constituyente Libre y Soberana. Al mismo tiempo, en función de que todavía no está puesto en juego el cuestionamiento de la dependencia y subordinación al imperialismo norteamericano, es fundamental desplegar, en el seno del movimiento,
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las demandas antiimperialistas que cuestionen el sustento económico y político del “proyecto de nación” de Peña y los de arriba, que plantee la ruptura del TLC y todos los pactos económicos, políticos y de seguridad con Estados Unidos. Más allá de cómo se cierre la crítica coyuntura nacional, la crisis estatal es de largo aliento. La entrada a escena del movimiento obrero mexicano, que tiene un pie en México y otro en Estados Unidos, adquiere una importancia de primer orden para que las grandes mayorías puedan forjar una salida de fondo y verdaderamente antagónica al capitalismo semicolonial mexicano. Las organizaciones revolucionarias tenemos planteada la tarea de insertarnos en el movimiento obrero, llevando las ideas socialistas a sus propias filas y fusionando al marxismo revolucionario con el poderoso proletariado, condición para que el México bronco y profundo se levante y haga temblar desde sus cimientos y derrote el poder de la burguesía y las transnacionales.
1. Tomado de “El terror del narcoestado”, Proceso, 08/10/2014. 2. Ídem. 3. En referencia al presidente Díaz Ordaz, durante cuyo mandato se llevó a cabo la Masacre de Tlatelolco, la respuesta represiva al amplio movimiento estudiantil de México de 1968 que había ganado las calles.
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A propósito de la onceava Conferencia de Historical Materialism y sus debates
Marxismo, intelectuales y clase obrera Juan Dal Maso Comité de redacción.
Ilustraciones: Natalia Rizzo
Entre el 6 y el 9 de noviembre pasado se realizó en la SOAS (Escuela de Estudios Orientales y Africanos) de la Universidad de Londres, la onceava Conferencia anual del colectivo Historical Materialism (en adelante HM). “Cómo sobrevive el capitalismo” fue su lema de convocatoria este año. La Conferencia contó con más de 140 mesas de debate, en la que se presentaron cerca de 390 ponencias sobre los más variados temas, desde investigaciones sobre procesos históricos o corrientes políticas, debates sobre la relación entre el marxismo, los movimientos sociales, el Estado, la ecología, por nombrar solamente algunos. Este evento concentra a un destacado sector de intelectuales que se reivindican marxistas de Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Grecia y otros países, así como militantes de corrientes políticas de la izquierda radical europea. También concurren investigadores que desean exponer algunas de sus conclusiones sobre cuestiones relacionadas con la historia de las revoluciones, la teoría marxista y los movimientos sociales. Desde el PTS de Argentina y la CCR (Courant Communiste Revolutionaire) del NPA de Francia, presentamos tres ponencias: una sobre la relación entre Trotsky y Gramsci a propósito de las teorías de la revolución pasiva, la hegemonía y la revolución permanente, donde expresamos algunas de las elaboraciones que venimos realizando en IdZ. Emmanuel Barot presentó un análisis crítico de la trayectoria de Marcuse, su vinculación con el movimiento estudiantil del ‘68 y los problemas estratégicos que se derivan de su visión pesimista de la clase obrera, rescatando las críticas que le realizara Ernest Mandel, muchas de las cuales resultan aplicables a los actuales mandelistas, como la dirección mayoritaria del NPA. Juan Chingo presentó una polémica contra las posiciones “neokautskianas” que sostienen una atenuación creciente de las tensiones interimperialistas, señalando las especificidades de la declinación de la hegemonía norteamericana, sus diferencias con el ciclo de la dominación británica y cuáles son las
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perspectivas para las que debe prepararse estratégicamente la “extrema izquierda” (ver la entrevista a Leo Panitch en este mismo número en la que se retoman estos temas). Dada la amplitud de temas y discusiones a la que hicimos referencia más arriba, lo que sigue debe tomarse como una aproximación parcial y no como un intento de dar cuenta del conjunto de temas y discusiones que se dieron en la Conferencia, cuestión que excedería largamente estas líneas.
Lecturas unilaterales del Estado “integral” En Gran Bretaña ha habido en estos años una recuperación del interés por la teoría de Gramsci, a partir de la publicación en 2009 del libro de Peter D. Thomas The Gramscian Moment, sobre el que nos hemos referido en distintos artículos de esta revista1. Uno de los argumentos fuertes del libro de Thomas es el rescate de la categoría de Estado integral, que también se subraya en los estudios gramscianos en castellano e italiano2. En la conferencia de HM constatamos que esta categoría goza de una relativa popularidad entre la intelectualidad de izquierda angloparlante y un sector de la europea en general. Y esto es interesante por varios motivos, entre ellos, que de alguna manera expresa un intento de reivindicar la capacidad explicativa de la teoría marxista respecto de la cuestión del Estado, contra el cliché instalado por la sociología y la teoría política burguesas de que “el marxismo no tiene teoría del Estado”. Pero la utilización de esta categoría en distintos tipos de análisis, contiene la reproducción de un “sentido común” que actúa como “obstáculo epistemológico”: en muchos casos, cuando se habla de Estado integral, aunque se habla del entrelazamiento entre “sociedad civil” y “sociedad política”, se sigue sobrevalorando el aspecto del consenso, de forma tal que se transforma al Estado integral en un Estado “consensual”, lectura unilateral que por ejemplo se contradice con la posición de Gramsci sobre la “ampliación” de la policía. Si se pierde de vista el aspecto de “coerción” de la dominación estatal, se puede caer en posiciones “pacifistas” que transformen la lucha política en lucha cultural o electoral pero naturalicen o invisibilicen la violencia estatal y la necesidad de enfrentarla. Pero esa violencia siempre vuelve (o nunca se va), para recordarnos que la “cuestión del Estado” es un problema que sobrepasa la teoría, como ocurrió recientemente en Francia con el asesinato de Rèmi Fraisse a manos de la policía y la creciente militarización de ciudades como Saint Denis (donde se focaliza la represión mayoritariamente sobre los jóvenes de origen inmigrante mayoritariamente árabe y africano) o la prohibición recurrente de marchas. Si es correcto lo que señala Peter D. Thomas sobre que el Estado integral se caracteriza por “la mutua interpenetración y reforzamiento de ‘sociedad política’ y ‘sociedad civil’ (los cuales
deben ser distinguidos metodológicamente, no orgánicamente) al interior de una unificada (e indivisible) forma-Estado”3, esto significa también que la “estatización de la sociedad civil”, no se limita a los mecanismos de consenso y cooptación, sino que incluye el reforzamiento y la sobreextensión del aparato represivo, de forma tal que el Estado integral no se contrapone sino que incluye y refuerza al Estado-gendarme. Esto que desde América Latina puede parecernos una obviedad, no lo es tanto en Europa, donde a pesar de los ataques y recortes con la política de austeridad que vienen aplicando los gobiernos, siguen en pie ciertos aspectos del llamado “Estado social”, lo cual por un lado oscurece el aspecto fuertemente represivo del Estado, y por otro, abona un punto de vista que sigue sosteniendo la posibilidad de cambios “progresistas” desde el Estado (burgués), creencia que por otra parte tuvo un fuerte revival estos años en la Argentina.
Gobiernos ¿de izquierda? Uno de los debates políticos más importantes de la conferencia fue sobre las perspectivas de la “izquierda anticapitalista” o “radical” en Europa, centrado principalmente en las trayectorias de dos formaciones políticas: Syriza de Grecia y PODEMOS del Estado español. El panel de esta charla-debate estuvo compuesto por Josep María Antentas (miembro de Izquierda Anticapitalista en PODEMOS), Panagiotis Sotiris (de la formación de izquierda radical griega Antarsya) y Stathis Kouvelakis, intelectual marxista griego muy reconocido en Europa, que es parte de la oposición de izquierda dentro de Syriza a la política de Tsipras. Sebastian Bugden (organizador de la conferencia), hizo de moderador. El debate giró alrededor de la necesidad de que Syriza y PODEMOS lleguen a ganar sus respectivas elecciones para acceder al poder, para lo cual sería necesario dejar atrás el “sectarismo” y el “folklore” de la extrema izquierda tradicional, aunque Panagiotis Sotiris intentó hacer una reflexión más crítica y problematizó más la ausencia en Syriza y PODEMOS de una política orientada hacia la hegemonía de la clase obrera. Kouvelakis, por su parte, explicó que el movimiento social en Grecia había sido muy fuerte pero había retrocedido y que la llegada al poder de Syriza podría ser un nuevo impulso al movimiento social. Señaló que a diferencia de PODEMOS, Syriza es una formación de izquierda más tradicional (con integrantes provenientes del PC, el maoísmo y el trotskismo) aunque comparten los mismos objetivos. Asimismo intentó relacionar la perspectiva de un “gobierno de izquierda” con la de “gobierno obrero” planteada por el Cuarto Congreso de la Tercera Internacional en 19224. En este “debate estratégico” faltaban algunas definiciones previas, dadas por superadas por la mayoría de los panelistas. La primera, que plantear la
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discusión en términos de “llegar o no al gobierno” bajo cualesquiera condiciones, omite la definición estratégica de si queremos luchar por un gobierno de trabajadores que termine con el capitalismo o variantes de “gobiernos progresistas” que, como los de Chávez y Evo Morales, cambian el régimen político pero no el carácter de clase del Estado. La segunda cuestión a considerar críticamente es la de los límites de las canalizaciones en clave “ciudadana” de las luchas sociales y democráticas. Por tomar un ejemplo cercano, la experiencia argentina del “¡Que se vayan todos!” demostró que las luchas democráticas que no superan la forma ciudadana pueden terminar en “restauraciones conservadoras” que cumplen la función de restaurar la autoridad del Estado, como el kirchnerismo. La tercera, que sin la fuerza de la clase obrera organizada desde la base no puede sostenerse ningún gobierno “de izquierda”, por lo cual no puede lograrse un gobierno de los trabajadores sin poner en el centro de la actividad de la izquierda el trabajo en el movimiento obrero para luchar por ligarlo a los movimientos sociales con una estrategia de hegemonía obrera – cuestiones que señalamos los militantes del PTS y el CCR y miembros de otras organizaciones que estábamos presentes–. Sería necio minimizar la importancia de un fenómeno social y político muy rico como es el de PODEMOS, o intentar simplificar lo que significa el surgimiento de Syriza en Grecia, no obstante la evolución de ambas formaciones hacia el “centro”, a pasos acelerados en el caso de PODEMOS, y con tiempos más largos en el caso de Syriza. Sobre todo en el caso de PODEMOS, si esta coalición llegara al poder se puede generar una crisis política de magnitud en el Estado español y en Europa, e incluso no se puede descartar el desarrollo de un proceso de movilización obrera y popular más allá de las intenciones de sus dirigentes y de su programa indefinido. Pero la tentativa de “llegar al gobierno” sin la organización de base del movimiento obrero, sin relación entre los trabajadores y los movimientos sociales, e incluso con estos en retroceso como decía Kouvelakis sobre Grecia, es candidata a ser la víctima de una de las principales formas de supervivencia del capitalismo: la asimilación de los desafíos que vienen desde abajo con la constitución de “gobiernos progresistas” que después abren el camino a la derecha.
Algunas conclusiones provisorias El desarrollo de espacios como el de la Conferencia anual de HM contribuye a la recuperación del interés por el marxismo en el plano teórico. Cabe señalar que teniendo en Gran Bretaña la cuna del thatcherismo y en Francia la del posmodernismo, la tarea no resulta fácil ni sencilla y muchos de los límites de esta “recuperación” tienen que ver con la magnitud de las derrotas previas en la lucha de clases y los fenómenos de reacción ideológi» ca consiguientes.
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“ ...en muchos casos, cuando se habla de Estado integral, aunque se habla del entrelazamiento entre ‘sociedad civil’ y ‘sociedad política’, se sigue sobrevalorando el aspecto del consenso, de forma tal que se transforma al Estado integral en un Estado ‘consensual’.
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Estos límites son los inherentes a una combinación entre el marxismo y la actividad académica. Esta combinación, en muchos casos, nos permite conocer muy interesantes investigaciones (más allá de si coincidimos o no con el conjunto de las conclusiones de los investigadores) sobre temas como los problemas políticos de la revolución alemana de 1918, las posiciones y actividades de las corrientes oposicionistas de la URSS que no formaban parte de la Oposición de Izquierda, la influencia del último Althusser en la izquierda radical griega actual, por nombrar solamente algunas de una gran cantidad de ponencias presentadas en la conferencia. Pero en otros casos, se desarrollan enfoques excesivamente fragmentarios de los enfoques, tendientes a desarrollar análisis y conclusiones basadas en uno o dos elementos aislados y sobredimensionados de una realidad compleja, dándole un valor sin límites, que terminan en un empobrecimiento del método marxista. Si es correcta la idea planteada por Karel Kosik de que la dialéctica busca “aprehender la cosa misma, pero dando un rodeo”, rastreando las conexiones entre esencia y apariencia que para Marx era la tarea de la ciencia, debemos señalar que muchas veces los investigadores del ámbito académico parecen practicar el método contrario, que básicamente consiste en elegir algunos datos que coincidan con la conclusión que previamente quieren presentar y unirlos arbitrariamente en una lectura parcial. Un ejemplo de esto podría ser una ponencia en la que se intentaba explicar que Trotsky “no había luchado contra el culto a la personalidad de Lenin” por fuera de las peleas dadas por Trotsky en todo el período que va desde la publicación de su libro El Nuevo Curso hasta el VI Congreso de la Internacional Comunista, desconociendo asimismo las polémicas realizadas por Trotsky contra el “leninismo” de aparato de la troika Zinoviev-Kamenev-Stalin. Curiosamente, este método de “otorgar un valor sin límites” a elementos aislados, era considerado por el propio Trotsky como una característica compartida tanto por los enfoques sectarios como por los oportunistas, siendo los primeros claramente impopulares y los segundos bastante mejor recibidos en el espacio de HM5. Si bien el debate estratégico es de por sí más político y concreto que hace 20 años, cuando primaba la posición de que la clase obrera había “desaparecido”, hoy el punto de vista predominante es una suerte de “voluntarismo de las nuevas izquierdas” que aunque reconoce que la “condición de clase” existe e incluso se amplía, sostiene que la clase obrera no puede transformarse en sujeto hegemónico, o que como Syriza y PODEMOS pueden llegar al poder mucho antes que la clase obrera a constituirse en sujeto, no tiene sentido plantearse el problema de la hegemonía obrera. Y así se postula la posibilidad de generar cambios “radicales” sin el protagonismo de la clase obrera. Este debate contiene una arista que debemos volver a considerar: la relación entre la lucha por la independencia política de la clase obrera, su rol como sujeto hegemónico y la construcción de un partido marxista revolucionario. Frente a posiciones que terminan considerando como “ontológicamente reformista-corporativa” a la clase
obrera y por lo tanto como un sinsentido luchar por que se constituya como sujeto hegemónico, tanto como otras que proponen volver sobre un programa mínimo por el bajo nivel de subjetividad proletaria, es importante destacar que la lucha por la independencia de clase es la forma embrionaria o el primer paso de la lucha por la hegemonía obrera respecto de los demás sectores subalternos y oprimidos. En este marco, la lucha por la construcción de un partido revolucionario es la expresión de una práctica consecuente por desarrollar la independencia política de la clase obrera y su constitución como sujeto hegemónico, cuestión imposible sin un partido con una estrategia orientado en tal sentido. La hibridación entre el academicismo y el marxismo, la tendencia al fragmento en ciertos análisis y la orientación hacia las “izquierdas amplias” en el plano político, da como resultado un marxismo ecléctico, con puntos fuertes y débiles, que son inevitables en un marco teóricamente heterogéneo y políticamente posibilista. En este contexto, son muy destacables los aportes en el plano teórico, de investigación y publicación de obras marxistas realizados por el colectivo de Historical Materialism, e incluso apoyándonos en esos aportes, podemos volver a considerar muchos problemas de la teoría marxista. Sin embargo, por la situación de conjunto de la intelectualidad y la “izquierda radical” y las orientaciones predominantes en ambas, la conquista de un punto de vista no dogmático en la teoría, pero a la vez revolucionario en la política, sigue siendo una tarea pendiente. Esta tarea requiere la confluencia de una intelectualidad marxista militante y el “movimiento real que busca abolir el estado actual de cosas”6, que sólo puede adquirir una envergadura histórica si la clase obrera se constituye como sujeto. Y en el marco de esa apuesta estratégica podrán generarse condiciones para superar un “espíritu de época” que pudimos palpar en Europa, y que fuera bien resumido por Daniel Bensaïd en Los irreductibles7, cuando citaba al poeta francés Alfred de Musset: “El eclecticismo es lo que nos gusta”.
1. Ver “La hegemonía light de las “nuevas izquierdas” en IdZ 8, “Trotsky, Gramsci y el Estado en Occidente”, en IdZ 11 y “Revolución pasiva, revolución permanente y hegemonía” en IdZ 13. 2. Ver Modonesi, Massimo (compilador), Horizontes Gramscianos, México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNAM, 2013. 3. Thomas, Peter D., The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony and Marxism, Leiden-Boston, Brill, 2009, p. 137. Traducción propia. 4. Sobre este debate ver Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “Trotsky y Gramsci, debates de estrategia sobre la revolución en Occidente” y Cinatti, Claudia “Lucha de clases y nuevos fenómenos políticos en el quinto año de la crisis capitalista”, ambos en Revista Estrategia Internacional 28. 5. Trotsky, León, en “Los ultraizquierdistas en general y los incurables en particular”, versión digital en www.ceipleontrotsky.org. 6. Ver Barot, Emmanuel, Marx au pays des soviets ou les deux visages du communisme, París, Ed. La Ville Brûle, 2011. 7. Bensaïd, Daniel, Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren, edición digital en www.marxists.org.
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“ES importante reflexionar sobre la capacidad del capitalismo de recuperarse” Entrevistamos a Sebastian Budgen, organizador de la Conferencia de Historical Materialism, que nos dio su perspectiva sobre la misma y sobre la situación del marxismo en Europa.
IdZ: ¿Cuál fue el tema central en esta conferencia de Historical Materialism y cuáles son tus conclusiones sobre su desarrollo? Elegimos como título “Cómo sobrevive el capitalismo”, en parte porque no queríamos simplemente repetir lo dicho por otros sobre el centenario de la Primera Guerra Mundial, o la lista de resurgimientos desiguales de luchas en México, Sudáfrica, etc., y también porque sentíamos que era importante reflexionar sobre la capacidad del capitalismo de recuperarse de sus derrotas y cataclismos que marcaron el siglo XX. Obviamente, hubo un guiño al libro de Henri Lefebvre La survie du capitalisme (La sobrevida del capitalismo), pero no porque adhiriéramos a en un derrotismo melancólico y narcisista con respecto a la resistencia del capitalismo. Aun así, es crucial reflexionar sobre el optimismo histórico de los revolucionarios de comienzos del siglo XX, que pensaban que la agonía sería terrible pero que el orden burgués estaba de todas formas destinado a colapsar frente al conflicto interimperialista, las depresiones económicas y las insurgencias proletarias. En algún sentido, han surgido nuevos discursos en los últimos años –alrededor del inminente colapso ecológico, por ejemplo, o el riesgoso estado de la economía mundial “inerte”– que reflejan (con más acentos distópicos) esta perspectiva. Claramente, no es posible atribuir de forma verosímil la sobrevida del capitalismo solo a la “crisis de dirección” de la clase obrera internacional –a menos que uno suscriba a una filosofía de la historia hipervoluntarista–, por lo tanto los mecanismos de esa sobrevida merecen una investigación más profunda. Esto nos permite relacionar a nuevos investigadores marxistas sobre teoría de la reproducción social, ecomarxismo y las relaciones globales Norte-Sur (sin contar los temas más
“clásicos”, como la reorganización del proceso de producción, la precarización, la caída de la sindicalización, ideología, etc.). Siempre es difícil relacionar trabajos y discusiones en una conferencia tan plural e interdisciplinaria, pero creo que lo hemos logrado ampliamente. Tuvimos más de 750 acreditaciones pagas (un poco por debajo de las 900 del año pasado pero aun así muchas), y estamos muy contentos con el carácter (internacional, joven y con mayor presencia de mujeres) y la calidad de la mayoría de la presentaciones. IdZ: ¿Existió algún debate o investigación en la conferencia que quisieras destacar? Este año, decidimos destacar cuatro grupos de trabajos presentados a lo largo de los tres días y medio que duró la conferencia: la teoría de la reproducción social y el feminismo marxista (la continuación y desarrollo de una iniciativa de hace algunos años); ecología y cambio climático; la vida y la muerte de la forma mercancía; y el “desastre oscuro” (Badiou) de la “transición” del ex bloque del Este desde los Estados socialistas deformados/ capitalismos de Estado/colectivismos burocráticos, etc., al capitalismo neoliberal. Las primeras tres funcionaron muy bien y elaboraron trabajos nuevos e interesantes en estos campos, que esperamos ver reflejados en la revista y serie de libros próximas. La última fue menos exitosa, pero pensaremos cómo desarrollar este tema ya que unos de los fenómenos más alentadores del último período ha sido la emergencia de jóvenes investigadores marxistas –en su mayoría no marcados por la nostalgia estalinista–, en Polonia, Rusia, los Balcanes, entre otros, y estos es algo muy prometedor para el » nuevo período que se abre.
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Sin embargo, intentamos mantener tanta variedad como es posible en la conferencia, y por lo tanto, incluir mesas sobre filosofía, pensadores marxistas clásicos (como Gramsci o Trotsky), aspectos de la historia del movimiento (por ejemplo, la Internacional Comunista y el Partido Comunista de Estados Unidos; Alexander Shlyapnikov; los bolcheviques y la cuestión nacional), y corrientes teóricas marxistas en América Latina o el mundo árabe. También tuvimos un debate muy interesante sobre la izquierda radical en Europa, más abiertamente político, sobre el fenómeno de Podemos, Syriza y Antarsya. También intentamos utilizar la conferencia como una “vitrina” para nuevos libros de investigadores marxistas, ya sea producidos por la serie de libros de Historical Materialismo (editados por Brill y Haymarket), o por otras editoriales como Verso o Pluto Press. IdZ: Desde tu punto de vista, ¿cuáles son los debates teóricos marxistas más importantes hoy en Europa? Esta cuestión es demasiado vasta para abarcar, pero basado en impresiones, me enfocaría en algunos temas nuevos (sin olvidar que las cuestiones apenas un poco más antiguas de las teorías del capitalismo, la teoría de la crisis, el legado de la Revolución rusa, entre otras). • Nuevos intentos de repensar las teorías marxistas de la opresión (en particular, la opresión de las mujeres) para evitar tanto replantear el argumento clásico engelsiano como las formas extremas de la “política de privilegios” moralista, o la cultura del “call-out”, etc. • Una reexploración del legado teórico de la “teoría de la forma de valor” y algunas corrientes de ultraizquierdismo (“teoría de comunización”), a veces combinadas con un interés en el “aceleracionismo”1. • Intentos de repensar qué significan hoy la organización política revolucionaria y la estrategia en un mundo donde la izquierda revolucionaria está en crisis, especialmente con respecto a su modelo tradicional de “construcción de partido”, pero donde la izquierda amplia anticapitalista tampoco ha logrado cumplir sus agitadas promesas de nuevos paradigmas “rizomáticos”, pospartido. A menudo, esto traspasa a una vuelta a algunos de los debates de la izquierda eurocomunista y nuevas lecturas de Gramsci. • Discusiones de cultura y estética que son explícitamente marxistas pero que van más allá de algunos de los debates de las décadas de 1960 y 1970 (aunque no en rechazo a sus legados) para desarrollar de alguna manera teorizaciones más sofisticadas que a menudo también se comprometen con la teoría de reproducción social y abordajes desde la “forma de valor”.
IdZ: HM ha publicado Marx y América Latina de José María Aricó. ¿Por qué están interesados en los marxistas latinoamericanos? Hemos publicado a Aricó, Coutinho y un libro de Linera, y tenemos planes de publicar muchos otros trabajos de pensadores marxistas en castellano y portugués, clásicos y más recientes. Estamos muy interesados en el marxismo latinoamericano por varias razones: en primer lugar, el objetivo de la revista, la serie de libros y la conferencia es avanzar en una “desprovincialización” del marxismo anglófono, y en última instancia contribuir a la construcción de una esfera pública internacional de las investigaciones y los debates marxistas. Esto, en primera instancia, significa intentar ponernos al día con la gran cantidad de traducciones pendientes de obras marxistas, que se debe al poco trabajo de traducciones realizado de los años 1980 en adelante. En segundo lugar, América Latina es de particular interés para nosotros, tanto por la gran variedad (aunque casi completamente desconocido en el mundo anglófono) de enfoques y tradiciones marxistas, como por, como ustedes bien saben en la Argentina, el hecho de que la mayoría de estas corrientes están ligadas con movimientos sociales específicos y fuerzas políticas de un modo muy diferente a la forma “más fría” de las corrientes angloparlantes del marxismo (el marxismo analítico por ejemplo); por eso conocer estos marxismos también significa conocer los movimientos de trabajadores y campesinos en diferentes coyunturas de la historia de América Latina. En tercer lugar, la América Latina contemporánea es un laboratorio político de gran importancia para nosotros y también es un escenario en el que, intelectualmente, uno puede observar una nueva forma de no-subalternidad –una nueva forma de autoconfianza– que puede ayudar a refrescar y rejuvenecer nuestras discusiones (aunque por supuesto, estoy por no idealizar la situación: ustedes tienen sus porciones de sectarismo, dogmatismo, etc.). Personalmente, mi impresión es que, si aceptamos la noción de que el desarrollo desigual y combinado también produce algunas de las teorías marxistas más innovadoras, Latinoamérica será una fuente privilegiada durante las próximas décadas, por lo tanto, ¡estamos todos interesados en aprender a “hablar latinoamericano”! IdZ: ¿Qué pensás sobre la relación entre la cultura marxista angloparlante y las otras? Claramente, el marxismo angloparlante, después de grandes olas de traducciones en la posguerra, se ha vuelto bastante provincial e insular, a pesar de que esto ha sido contrarrestado por la relación con algunas partes del viejo imperio británico, como India, y por versiones de
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“marxismo negro” y similares en Estados Unidos. Pero la situación es bastante contradictoria: por un lado, la mayoría de los marxistas angloparlantes son completamente ignorantes sobre las investigaciones marxistas fuera de Europa o incluso solamente conocen el mundo angloamericano, y a veces esto proyecta una sombra de desprecio o condescendencia con respecto a lo que asumen como corrientes “menos interesante” (esto es “más atrasado”). Por otro lado, el marxismo angloparlante –un poco como las formas neoliberales o el capitalismo mismo– tiene un gran apetito por descubrir “nuevos” territorios y dominios, y apropiárselos. En sus formas más negativas, esto sucede a través del fenómeno de la moda académica, con este o aquel pensador no-angloparlante elevado al estatus (temporal) de estrella, pero sin que esté acompañado por el contexto político e intelectual adecuadamente reconstruido para los lectores angloparlantes (por ejemplo, la moda pasajera de diferentes pensadores franceses o algunas figuras poscoloniales de India), y por lo tanto resulta en algo bastante superficial y carente de desafíos. Sin embargo, las formas más positivas y serias de relación son posibles, especialmente cuando se llevan a cabo con marxistas activos en diferentes contextos nacionales, como ustedes por ejemplo. Esto, en cualquier caso, es lo que creemos y en lo que queremos avanzar. IdZ: ¿Te gustaría agregar algo más? El proyecto de HM, de construir un espacio explícitamente marxista pero pluralista y no sectario para los investigadores marxistas a un nivel internacional, todavía está en un estadio inicial y llevará décadas completarlo. Pero tenemos ventajas y desventajas (sin base institucional, sin apoyo partidario, sin recursos financieros que administrar, sin figuras “superiores” que ven por encima de nuestros hombros), especialmente que estamos genuinamente abiertos a todos los proyectos y propuestas, por lo que ofrezco un llamado de manos abiertas para la colaboración ¡a todos sus lectores! Y seguimos con un interés particular lo que sucede en Argentina, entonces simplemente tienen que aceptar nuestra invitación… Entrevista: Juan Dal Maso Traducción: Celeste Murillo.
1. Hace referencia a la corriente utópica radical inspirada en el “Manifiesto por una política aceleracionista”.
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Entrevista a Leo Panitch
“Los Estados son los ‘autores’ de la globalización capitalista” Leo Panitch, editor de la revista Socialist Register es, junto a Sam Gindin, autor de The Making of Global Capitalism [La conformación del capitalismo global, 2012], voluminoso trabajo que estudia el rol del Estado norteamericano para la conformación del capitalismo global. En esta entrevista discutimos sobre su libro y sobre el panorama de la economía global a seis años de la quiebra de Lehman Brothers.
IdZ: En su libro sostienen que es necesario trascender “la falsa dicotomía entre Estados y mercados”. ¿Podrías referirte un poco a cómo operó el rol de los Estados en la conformación del capitalismo global? Nuestro libro fue en cierto modo la respuesta al argumento que hemos oído durante los últimos 20 años de que la globalización consistía en que los mercados se sustraían a la injerencia de los Estados, y los debilitaban. Este planteo establece una falsa dicotomía entre Estado y mercado. El mercado no puede existir sin el Estado, que es central en el establecimiento de los derechos de propiedad y en garantizarlos a través de los sistemas legales, las cortes y jueces. Es inimaginable una expansión del capitalismo sin que al mismo tiempo los Estados sean centrales para la misma. Entonces, consideramos que era necesario clarificar el rol del Estado en la conformación del capitalismo, y en la reproducción del capital en la era de la globalización. Los tratados internacionales de libre comercio, ya sea el NAFTA o el Mercosur, no son firmados por corporaciones trasnacionales, sino por Estados. Es necesario entender también lo que los Estados hacen en términos de su dependencia –como Estados capitalistas– de la acumulación de capital. Necesitan que el capital se acumule para sostener su legitimidad, y necesitan la acumulación de capital para la recaudación de impuestos. Cuando hay bajo crecimiento, cuando hay desempleo, tienen menos ingresos fiscales. Todo lo que hacen debe ser visto como ubicado en el campo de fuerzas de clases. Existen numerosas
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presiones sobre los Estados, que surgen desde las asimétricas relaciones que hay entre las clases. Pero necesitamos entender los Estados capitalistas como relativamente autónomos en la conformación del capitalismo. Nosotros incluso vamos tan lejos como para sostener que los Estados son los “autores” de la globalización capitalista, no las víctimas de esta. IdZ: En su libro hablan de la internacionalización del Estado norteamericano. ¿Cuáles son los rasgos de esta internacionalización? Una de las cuestiones más difíciles de responder es cómo ocurrió que durante el siglo XX el Estado norteamericano se volvió tan central para la conformación del capitalismo global. El libro trata en gran parte de comprender qué hizo al capitalismo americano y su Estado tan central en la configuración de la economía mundial. Para ello nos remontamos hasta mediados del siglo XIX para observar las particularidades de la economía política y de las relaciones de clases que se desarrollaron en los EE. UU. También tenemos que lidiar con la contingencia histórica. Si Alemania hubiera triunfado en la II Guerra Mundial, el Estado norteamericano no habría sido tan central. Tenemos que vérnoslas con el concepto de la internacionalización del Estado, que la mayoría interpreta como la conformación de instituciones multilaterales como la ONU, la OMC, el BM, el FMI. Esto es engañoso, ya que esas instituciones son conformadas por los Estados nacionales de los que dependen. No tenemos un Estado trasnacional. Pero hay ciertos Estados, en particular el Estado norteamericano, que a través de la historia tomaron responsabilidad de hacer lo que un Estado trasnacional –si lo hubiera– necesitaría hacer para la reproducción del capital trasnacional. Hasta cierto punto Gran Bretaña jugó este rol en el Siglo XIX, pero de una forma mucho más limitada. No se trataba solo del imperialismo británico –aunque sin duda era un elemento presente– imponiendo el colonialismo y los intereses de la corona alrededor del mundo. Con el patrón oro y el rol central de Londres en los movimientos de capital en el siglo XIX, Gran Bretaña jugó un rol central para todos los Estados capitalistas. De forma similar el Estado norteamericano, durante el siglo XX hasta hoy, adoptó una responsabilidad hacia otros Estados, y desarrolló una capacidad, a través de ciertas instituciones, de ser responsable para supervisar los movimientos libres de capital, la extensión del libre comercio, la protección de la propiedad de otras clases capitalistas además de la norteamericana. Cuando EE. UU. interviene en un
país latinoamericano para proteger a una determinada clase capitalista de la amenaza de una revolución socialista, no lo hace en primer lugar para salvar a sus corporaciones norteamericanas. Tiene una responsabilidad general que otras clases capitalistas en todo el mundo esperan que cumpla en proteger la clase capitalista mundial. Para dar un claro ejemplo actual: el banco central norteamericano, la Reserva Federal, no actuó durante la crisis reciente solamente para contener la crisis en los EE. UU. Se comportó como un banco central mundial, prestando dinero a los bancos desde que comenzó la crisis en 2007, proveyendo dólares a bancos extranjeros tanto como locales. Después la Fed ingresó en lo que se conoce como swaps [canjes de reservas], con bancos centrales de otros países, asegurándoles dólares que estos podían usar para respaldar a sus bancos. No lo hacen por bondad, sino por los alcances de la integración capitalista. Si por ejemplo un banco francés colapsa, esto tiene un efecto en Wall Street. El banco central de los EE. UU. es consciente de la necesidad de contener la crisis en general. En contraste, el banco central de Alemania, así como el Banco Central Europeo (BCE), no ha jugado este rol, lo que generó fuertes molestias en EE. UU. IdZ: Otro punto que destaca el libro es el alcance de la reestructuración de la economía norteamericana entre 1983-99. ¿Por qué es importante para la base material del dominio de EE. UU.? Va de suyo que el Estado norteamericano solo puede jugar un rol preponderante en la medida en que el capitalismo norteamericano mantiene su fortaleza. Hay una idea muy extendida sobre su declinación, desde los años ‘70, que es engañosa. La formidable reestructuración de las últimas décadas restableció la rentabilidad del capital americano en el territorio nacional, y permitió un gran crecimiento de las exportaciones. EE. UU. fue líder en crecimiento de sus exportaciones respecto de las economías capitalistas desarrolladas. El balance de pagos se deterioró solo porque las importaciones crecieron aún más, porque EE. UU. se convirtió en el consumidor en última instancia para la economía global. La reestructuración del capitalismo norteamericano se debe en parte a la revolución tecnológica, con centro en las industrias de la información y la comunicación, localizada en los EE. UU., así como en la biotecnología y la ciencia de alta tecnología. Incluso la vieja industria manufacturera, aunque emplea ciertamente mucha menos gente debido a la introducción de nueva tecnología, en gran medida se reestructuró relocalizándose
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dentro de los EE. UU. Además de que, en parte a través de la desindicalización y de la introducción de métodos just in time, se ha vuelto también mucho más productiva y más competitiva. Algo que se ha pasado por alto es que buena parte de la reestructuración global de la vieja industria ocurrió dentro de los EE. UU., producto de la relocalización de inversiones que vinieron del extranjero. Por ejemplo en la industria automotriz, donde hay capital japonés y alemán. En tiempos recientes, en la industria alimenticia estamos viendo nada menos que multinacionales… ¡brasileñas! No se trata solo de lo ocurrido en 1982-1999. Continuó durante la última década y se mantiene aún después de la crisis. Esto no significa que la economía norteamericana no tenga problemas. Pero se observa una firmeza en la rentabilidad del capital, al contrario de lo que ocurre con los salarios de la clase obrera norteamericana. Y esto tiene que ver con que una de las razones principales del éxito de la reestructuración del capitalismo norteamericano es la manera en la que derrotó a la clase trabajadora. Durante los años ‘60, los intentos de restablecer la rentabilidad introduciendo mejoras en la productividad se toparon con la resistencia de la clase trabajadora; desde los años ‘80 quebraron esa resistencia y lograron un amplio margen de maniobra para avanzar en la reestructuración. IdZ: Perry Anderson escribe en “Imperium” [New Left Review 83], que con la emergencia de China como un poder económico “no solo más dinámico sino pronto comparable en magnitud”, “la lógica de largo plazo de la gran estrategia norteamericana se ve amenazada de volverse contra sí misma”. El imperio norteamericano se vuelve “desarticulado del orden que procuraba extender. La primacía norteamericana no es ya el corolario de la civilización del capital”. ¿Que pensás de estas reflexiones de Anderson? Es realmente asombroso que Perry Anderson no muestre ningún concepto sobre la internacionalización del Estado, en el sentido en que lo definimos en nuestro libro. Su revisión de la literatura es básicamente del mainstream sobre política exterior de los EE. UU. Las conclusiones a las que llega lo reflejan. Su afirmación de que la emergencia de China como una economía más dinámica es bizarra. La economía China se ha vuelto una potencia económica primeramente integrándose en las redes de producción global como proveedor de trabajo relativamente barato. En formas muy eficientes por supuesto, pero no hay evidencia en casi ninguna arena de que los capitales chinos lideren en términos de tecnología, en relación »
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a las economías capitalistas avanzadas. Pero más allá de esto, el capitalismo no es un juego de suma cero. Solo el pensamiento estrecho de las teorías realistas de las relaciones internacionales mira el mundo en términos de “este Estado se fortalece, y por lo tanto este otro se debilita”. Si tenemos una comprensión dialéctica podemos comprender que justamente no se trata de este juego de suma cero. Y podemos ver que lo que pasó es que China se desarrolló de forma integrada con el capitalismo occidental, de una forma que no ha debilitado al capitalismo norteamericano, sino que lo ha fortalecido. IdZ: En La conformación... definen a la gobernanza global que lleva a cabo EE. UU. como un imperio informal. Está fuera de duda que el Estado norteamericano cumple un rol central para la reproducción del capital global, aceptado por otros Estados. Pero al definirlo como un imperio informal, ¿no corren el riesgo de subestimar los esfuerzos que los EE. UU. deben aplicar para convencer, negociar e incluso ceder a otros Estados para alcanzar sus objetivos? ¿No sería más ajustado caracterizar que existe una alianza inestable entre Estados, basada en sus respectivos cálculos de intereses? Utilizamos el término “imperio informal” a falta de uno mejor. Lo noción involucra la existencia de un dominio político ampliado. La fuerza
imperial tiene responsabilidad en sostener la ley y el orden, en la reproducción de las estructuras de clase, en el sostenimiento de la economía, más allá de sus fronteras. Y en ese sentido sostenemos que el imperio americano lo es en el sentido de que tiene responsabilidades no solo en la reproducción de su propio orden social, sino del capitalismo de forma más general. Sin embargo, sostenemos de forma explícita que es necesario entenderlo de forma dialéctica. El mundo está hecho de Estados soberanos, que los EE. UU. promovieron con la descolonización. Teníamos el concepto de imperialismo para dar cuenta de las intervenciones militares de los norteamericanos –en Latinoamérica, Asia, etc.–. Pero no teníamos un concepto para dar cuenta del rol cotidiano que juegan las instituciones del Estado norteamericano en la integración de los Estados soberanos para asegurar la operación del capitalismo global. Por supuesto, el Estado norteamericano no puede sencillamente dar órdenes a los demás Estados. Debe convencer, negociar, tanto con los otros grandes Estados como con los pequeños, ya que son Estados soberanos. Pero cuando se establece un patrón, los mecanismos mediante los cuales ocurre la integración se parecen más al tipo de negociación que ocurre entre dependencias dentro de un Estado. No siempre están de acuerdo, tienen muchas veces diferentes orientaciones de política, dependen de la relación con distintas clases o fracciones de clase, etc. Pero podemos observar en el tiempo que existe un mecanismo para desarrollar una unidad sobre la base de una determinada jerarquía de ciertos aparatos estatales sobre otros. De modo similar, la negociación, el convencimiento que ocurre en el terreno interestatal, en el caso del imperio americano produjo los mecanismos que estudiamos en el libro detenidamente, para asegurar relaciones estables e institucionalizarlas. Entiendo las prevenciones, pero no puedo pensar en un concepto mejor que “imperio informal”. Informal capta la diferencia con los viejos imperialismos coloniales, e imperio capta no solo la formidable asimetría de poder, sino también la diferente responsabilidad la diferente capacidad, de las instituciones estatales norteamericanas.
En el largo plazo, por supuesto que los imperios pueden derrumbarse. Nadie sabe que podría pasar en esa escala temporal. Si la clase capitalista que emergió del Partido Comunista Chino, resultara ser una burguesía nacional en el sentido histórico del término, con ambiciones de acumular no solo a nivel mundial sino de concentrar capital en el territorio chino, o en Asia, podría favorecer un imperialismo chino, que podría desafiar al imperio americano. Hasta el momento no parece que vaya a ocurrir. En la actualidad hay más capital chino dirigido a Europa Occidental y América del Norte que el que llega a China. Están invirtiendo tanto en bienes raíces como en múltiples industrias. Existe una muy real integración en ese sentido. Lo que hay que señalar es que es mucho más difícil, para el imperio norteamericano, como imperio informal, integrar a China, o integrar a Brasil, que lo que fue integrar Europa Occidental. En primer lugar, después de la II Guerra Mundial los países de Europa Occidental, y Japón, eran dependientes del apoyo militar y de inteligencia norteamericano. Respecto de China es por el contrario un motivo de fricción. Segundo, hay motivos culturales, de lenguaje, historia, religión… Por todas estas razones es más difícil integrar las nuevas potencias capitalistas del Sur global. El siglo XXI va a expresar las tensiones de cómo se desarrolla esto. Si miramos las dificultades para firmar nuevos acuerdos comerciales, ¿por qué surgen? Lula, por ejemplo, reclamaba más integración, no menos. Exigía la apertura de los mercados agroalimentarios de la UE y EE. UU. a las exportaciones de las economías emergentes. El Estado de Brasil promueve a sus corporaciones multinacionales, no solo en América Latina. En África, y también en los EE. UU. IdZ: En su libro dicen que un elemento fundamental para comprender las condiciones que dieron lugar a la primer crisis capitalista global del siglo XXI es lo que ocurrió con las clases trabajadoras desde la crisis de los años ‘70. Una tendencia que no se revirtió sino que se profundizó desde la crisis. ¿Qué implicancias tiene esto a tu entender para las perspectivas de la economía de EE. UU. y del capitalismo global? Creo que esto es lo más importante para los cientistas sociales críticos. Los conflictos significativos no son los que se producen entre los
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Un debate estratégico fundamental Esteban Mercatante Comité de redacción.
Estados, sino dentro de los Estados. La razón central de la fortaleza del capitalismo, incluso frente a la crisis actual, que es la persistente debilidad de la clase trabajadora. Es increíble que el único lugar donde se haya producido un quiebre, como resultado de la crisis, con el fortalecimiento de fuerzas socialistas, sea Grecia, un país pequeño en la periferia de Europa. Por supuesto, continúa la lucha de clases. Hay huelgas masivas en China, no integradas, mayormente locales. En ese sentido no lo que Marx llamaba lucha de clases –en el Manifiesto comunista reservaba el término lucha de clases para las que se elevaban por encima de los conflictos locales, hasta el nivel nacional–. Así que hay conflictos obreros en China, regionales. ¿Se unificarán? Esperemos que así sea, que el proletariado chino no adopte como meta principal el consumo individual de mercancías como hicieron el proletariado norteamericano o Europeo. Que se unifique de tal manera de pelear por la prestación colectiva de servicios y mercancías, que sea económicamente planificada y controlada públicamente. Pero no es algo que observemos hoy. También hay luchas en otros lados, en Latinoamérica. Por ejemplo los conflictos en Brasil, que emergieron en conflictos en Porto Alegre, y se expresaron en medio del mundial. Pero creo que la premisa de la pregunta es correcta. En cierta medida puede decirse que esta crisis no lo ha sido para la clase capitalista, ni para el Estado capitalista, sino para la clase trabajadora. En cierta medida todas las crisis lo son, pero hay una diferencia con las crisis en las que la clase trabajadora desarrolla nuevas formas de organización, se involucra creativamente en nuevas luchas de un modo que altera el balance de fuerzas entre las clases de forma duradera y significativa. Eso no ha ocurrido hasta ahora como producto de esta crisis, en ninguna escala relevante, en la mayor parte del planeta. Entrevista y traducción: Esteban Mercatante
1. “Las penas pesan en el corazón”, Le Monde Diplomatique 183, edición Cono Sur. 2. Página/12, 27/05/2011. 3. Ver en este número “México: ‘Pienso, luego me desaparecen’”.
La conformación del capitalismo global es un profundo estudio de la manera en la que el capitalismo norteamericano desarrolló las capacidades que le permitieron avanzar desde la segunda posguerra en la constitución del orden liberal trasnacional e imponer instituciones de gobernanza global a través de las cuáles asegura una cooperación –y subordinación– del resto de los Estados en el sostenimiento de este orden. El debate que plantean, que podríamos sintetizar en la formulación “imperio o imperialismo”, es de importancia estratégica fundamental. Desde IdZ hemos discutido la cuestión, entre otros artículos en “El imperio contraataca” (IdZ 6), “EE. UU.: ¿jugador solitario en el gran tablero global?” (IdZ 8), “Analogías para una crisis histórica” (IdZ 12), “BRICS: ¿Una alternativa al orden imperialista?” y “La fantasía del imperio colectivo” (IdZ 13), y en “Capitalismo siglo XXI: un mundo menos plano que nunca” (IdZ 14). Panitch aclara en la entrevista que no estima que el imperio vaya a sostenerse eternamente. Sin embargo, corre el riesgo de desestimar el alcance real del desafío que presenta para el Estado norteamericano la integración del capitalismo chino y de otros emergentes, ya que justamente cuestionan las condiciones de integración que defienden EE. UU. y el conjunto de las economías capitalistas, y pujan por una redefinición de las relaciones internacionales en la cual EE. UU. estaría obligado a jugar un rol muy distinto al que ocupa actualmente. No impugnan la integración capitalista per se y, como Panitch señala, piden más, no menos, apertura. Sin embargo, impugnan la manera en la que EE. UU. (en relativa cooperación con otras potencias) se asegura los mecanismos para manejar con cierta discrecionalidad la forma en que se lleva a cabo la apertura. Aún más importante, sin embargo, es que la crisis ha hecho emerger contradicciones más agudas entre el capitalismo norteamericano y la Unión Europea. A EE. UU. se le hace cada vez más difícil sostener que “lo que es bueno para EE. UU. lo es para el conjunto de las potencias capitalistas”, máxima implícita en todos los alineamientos que articuló
desde la posguerra, basada en el balance de fuerzas a la salida de la guerra. La disputa por la política monetaria que se desarrolló como resultado de la crisis, que menciona Panitch, expresó en realidad una honda brecha entre las perspectivas del Estado norteamericano y las de la gran potencia de la UE, Alemania, tentada cada vez más a mirar hacia el Este. El autor apunta –correctamente– contra los desatinos del enfoque realista al entender las relaciones interestatales como “suma cero”. Pero esto no obsta que la integración capitalista se produce a través de Estados que –por las relaciones de clase que articulan dentro de cada espacio nacional– tienen intereses estratégicos en muchos aspectos contradictorios. Como resultado de la mayor interdependencia creada por la integración, cuando afrontamos una crisis de la magnitud como la actual, que amenaza imponer fuertes reestructuraciones donde no todos pueden ganar, los conflictos que estaban latentes pueden emerger y acelerarse con gran virulencia. Cómo se desarrollan depende también de cómo estallan las contradicciones del capitalismo, que pueden conducir al fortalecimiento de fracciones de las clases dominantes más propensas a impugnar las condiciones de la integración económica actual. El desarrollo desde mitad del siglo XX de burguesías trasnacionales con intereses en numerosas potencias capitalistas a través de inversiones diversificadas puede operar como un moderador, pero no de carácter absoluto. Los rasgos de agotamiento histórico del poderío norteamericano –aún a pesar de la capacidad de reinventarse que señala Panitch–, la tendencia de los desafíos de integración capitalista a superar sus capacidades, y el surgimiento de divergencias entre los pilares del orden de posguerra, ponen enorme presión sobre el orden de posguerra. ¿Podrá metabolizarse esto sin una escalada en los conflictos? La experiencia histórica no resulta alentadora. Sin duda, como sostiene Panitch, para los marxistas es la lucha de clases la dimensión fundamental. Pero la misma se desarrolla en relación estrecha con lo que ocurre en las relaciones interestatales.
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Notas críticas sobre Hemisferio Izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos, de Razmig Keucheyan
Cartografías intelectuales continuidad del divorcio con las masas y su dependencia del campo universitario, y que postulan agendas para revertir esa derrota. Situadas actualmente en un período de transición, de desempleo masivo, precarización generalizada, guerra “global”, acrecentamiento de desigualdades norte-sur, y una inminente crisis ecológica, que “por su fragor se parece al de la época en que surgió el marxismo clásico”4, la gran diferencia es que la ausencia de un sujeto de emancipación (por debilidad de la clase obrera y sus organizaciones) conlleva la orfandad de referencias prácticas y estratégicas.
Cuestiones de método: consecuencias teóricas de derrotas políticas
Gastón Gutiérrez Comité de redacción. “La derrota es una experiencia dolorosa que uno siempre siente la tentación de sublimar” (Perry Anderson). Siguiendo la estela de la reflexión, mediante la cual Perry Anderson dio cuenta del “marxismo occidental” como una “sublimación teórica” de la derrota combinada de la revolución europea (Alemania) y la burocratización estalinista de la Revolución rusa1, Razmig Keucheyan en Hemisferio Izquierda2 se propone ofrecer una explicación de los desplazamientos acontecidos en el pensamiento de izquierda a partir de la otra, que entre fines de los ‘70 y la caída del muro de Berlín en 1989, produjo un eclipse pronunciado del marxismo. Interrogándose acerca de la comparación entre las mismas, señala que así como la primera marcó los contornos principales
del marxismo de la segunda posguerra; caracterizado por el divorcio estructural entre la teoría crítica marxista y las organizaciones políticas hegemónicas del movimiento obrero y su consiguiente “fuga hacia la abstracción”3; la derrota del período más reciente produjo el “exilio” del pensamiento radical durante el neoliberalismo y el posmodernismo. Ésta determinó los nuevos pensamientos críticos que posteriormente emergieron en el espacio público a partir de una “crítica social” que comienza en las protestas de 1995 en Francia, las de 1999 en Seattle, y las luchas altermundialistas de los 2000, y que se caracterizan por sostener una crítica general o “global” al sistema. Aunque coexisten versiones “radicales” o “moderadas” en torno al problema del poder y los sujetos de emancipación social, su característica sociológica común es la
El ejercicio comparativo de las analogías y diferencias de las “derrotas” guía el libro de Keucheyan a través de tres ejercicios principales: una hipótesis explicativa de este período de la historia intelectual; una lectura de las actitudes y figuras predominantes del intelectual crítico; y una “cartografía” sistemática de la teorías a través de dos grandes temas: la naturaleza y mutaciones del sistema y la cuestión de los sujetos de emancipación. El rasgo distintivo de Hemisferio Izquierda es este mapa comprensivo de los nuevos pensamientos críticos. En el capítulo “El sistema” indaga acerca del análisis de la economía, la política y la cultura mundial, revisando las teorías de Negri y Hardt y del “capitalismo cognitivo”, la renovación de las teorías del imperialismo (Panitch, Harvey), las relaciones internacionales (Cox, Brenner, Arrighi y Bolstanski), el problema del nacionalismo (B. Anderson, T. Nair), la cuestión de Europa (Habermas, Balibar), la cuestión ecológica (Alvater), la “nueva izquierda china” (Wang Hui) y la actualidad del “estado de excepción” para Agamben. En la otra parte de la cartografía, en el capítulo “Los sujetos”, desarrollando en parte los temas heredados de los ‘60 y ‘70, aborda: el “acontecimiento democrático” con Ranciere, Badiou y Zizek, las posfeminidades de Donna Haraway y Butler; los “estudios subalternos” con G. Spivak, las teorías “constructivistas” de las clases con Thompson, Harvey, E. O. Wright; las teorías del reconocimiento con N. Fraser. Honneth y Benhabib, la hibridez de multitud e indianismo en García Linera, el “afropolitismo” de A. Membe y el antagonismo populista de E. Laclau. Son las coordenadas “espaciales” de un “mapa cognitivo” como método para sortear el problema de la periodización
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temporal. Sin embargo la “cartografía” es posible porque parte de una cuidadosa “genealogía” de su objeto: el “marxismo occidental”, la historia de la “nueva izquierda” (1956-1977) y la reversión del pensamiento del ‘68 y sus consecuencias derrotistas. La otra parte del libro (“Contextos”) es rica en consideraciones históricas que permitirán ofrecer algunas hipótesis de esta cuestión que obsesiona a los nuevos pensamientos críticos y está en el centro de sus interrogantes: todo comienza con una derrota… ¿pero cuál? Keucheyan señala que coexisten en los nuevos pensamientos críticos diferentes respuestas a qué tipo de derrota han asistido. Aunque acuerdan que el ‘89 simbolizó el momento de reflujo, hay sin embargo tres comienzos posibles para un único final: ¿1789, 1917 o 1956?-1989. La hipótesis “posmoderna” considera que se trata del final del ciclo moderno de la revolución (1789-1989), por lo cual la mayoría de las categorías intelectuales –razón, ciencia, tiempo, espacio– y políticas –soberanía, ciudadanía, territorio–, deberían ser abandonadas o re-conceptualizadas. La obra de Negri se inscribe aquí, así como las teorías posfeministas y los estudios “poscoloniales”. La hipótesis del “corto” siglo XX señalaría que lo que culmina en el ‘89 es el ciclo de la Revolución rusa de 1917 y de la guerra de 1914. Aquí se inscriben gran parte de las filosofías y teorías sobre la democracia y el “consenso anti-totalitario” de fines de los ‘70. Por último, la hipótesis de un ciclo corto, que desde 1956 con el informe Kruschev y la invasión soviética de Hungría hizo emerger una crítica de izquierda tanto al imperialismo democrático como al campo del estalinismo, y a las organizaciones de la “nueva izquierda” e “izquierdistas”: maoísmos, trotskismos, anarquismos, feminismos, ecologismos o nacionalismos de izquierda, que fueron parte del paisaje del ascenso de los ‘70 (‘68 francés y mexicano, ‘69 italiano, argentino y checo, hasta Nicaragua y Polonia). La combinación de derrotas y desvíos abortó el proceso, y dio paso al reflujo y una nueva “restauración”. ¿De qué tipo de derrota habla Keucheyan? Partiendo de una necesaria distinción entre “derrota” y “refutación”, señala que una teoría puede haber resultado falsa, lo que implicaría que careció de coherencia teórica o que postuló hipótesis empíricas equivocadas; pero que en el caso de las teorías que combinan pretensión de “objetividad”
con exigencias “normativas”, o dicho en otro lenguaje (más aplicable para el caso del marxismo), que postulan una unidad de teoría y práctica, bien puede resultar que se encuentre simplemente “derrotada” aun sin haber sido refutada. Una visión explicativa de este fenómeno puede abrir la vía a la comprensión de las posibilidades de que en condiciones exteriores más favorables un pensamiento que haya caído en el olvido pueda volver a hablarle a las nuevas generaciones. Anderson había expuesto esta dinámica demostrando que el trasfondo profundo del diagnóstico de Lucio Colletti sobre el “marxismo occidental” era que todo aquello constituía un efecto de la derrota de la revolución. Si Carl Schmitt señalaba como el acontecimiento moderno más importante del siglo XX que Lenin hubiera leído a Clausewitz, para señalar que los intelectuales marxistas eran dirigentes de partidos que afrontaban problemas políticos reales, el “marxismo occidental” representaba una “fuga hacia la abstracción” configurando un pensamiento “poco clausewitziano”5. En el caso de los nuevos pensamientos críticos, para Keucheyan la derrota también produjo varias consecuencias. Se sitúan dentro de la derrota del ciclo 1960-70 y actúan dentro de la herencia de sus coordenadas pesimistas. • Continúa el problema estructural de pocas o nulas relaciones con las organizaciones políticas u organizacionales de las masas, acentuando la disociación entre teoría y práctica, y cayendo en una mayor dependencia aún de la institución universitaria como refugio de la teoría crítica ante la debacle y social-democratización de los partidos obreros. • Continúan los desplazamientos geográficos señalados por Anderson desde la Europa continental (con su división de posguerra en Este y Occidente), hacia el mundo anglosajón. Keucheyan agrega que, de algún modo, la teoría “sigue” a la producción capitalista, y se desarrolla allí donde surgen nuevos problemas económicos, sociales, culturales y políticos. Por lo que vamos a una internacionalización de los nuevos pensamientos críticos, donde pensadores que vienen de la “periferia” (Asia, América Latina y África) serán los más productivos y renovadores (por más que por cuestiones económicas sean contratados por las principales universidades americanas). • Dan paso a una pérdida de hegemonía del marxismo y al eclecticismo con otras teorías,
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principalmente el estructuralismo y el posestructuralismo, y a una hibridación que combina antiguos pedazos del corpus crítico marxista con una abundancia de nuevas “referencias” (Marx con Jesús, San Pablo, Gandhi, Job o T. Katari), rehabilita viejos conceptos (utopía, soberanía) y postula nuevos objetos (ecología, nuevos medios, posfeminismo y la reaparición del “hecho religioso”). El abandono de la temática de la “alienación” (central en la posguerra) en pos de una multiplicidad de “frentes secundarios” y políticas “identitarias”, conlleva una especial re-adecuación analítica (cargada de pesimismo) sobre el problema del poder y una ausencia de reflexiones estratégicas. • Por último, presentan una gran modificación de la actitud del intelectual crítico en comparación con el típico “comprometido” de la segunda posguerra.
Una tipología de los intelectuales Keucheyan presenta el esbozo de una tipología de los modos de reacción de los intelectuales críticos ante la derrota, que comprende 6 categorías típico-ideales: los “conversos”, los “pesimistas”, los “resistentes”, los “innovadores”, los “dirigentes” y los “expertos”. Como todo intento de explicación típico-ideal, la referencia concreta a cada intelectual está mediada por las condiciones históricas y los contextos de intervención, y no es excluyente, por lo que bien pueden darse combinaciones concretas diversas. Los “tipos” dependen de varios factores: a) leyes generales del campo social, intelectual y universitario; b) destino de las organizaciones políticas a las que pertenecieron (maoístas, autonomistas o situacionistas); c) aporías del orden doctrinal: maoísmo y estalinismo fueron las fuentes principales. Los “conversos” son aquellos que durante el vuelco de la coyuntura a mitad de los ‘70 dejaron el pensamiento crítico. Es el caso de los “nuevos filósofos” en Francia que reactualizan la tesis conservadora de que “teorizar es aterrorizar”, y que las catástrofes de las revoluciones provendrían del intento de someter las complejidades e imperfecciones de la naturaleza humana a tentativas intelectuales “totalizantes” y por lo tanto “totalitarias”. Un burdo silogismo que sin embargo constituyó la idea básica de la primera corriente filosófica “televisiva”, dando “aire” a toda una camada de exmaoístas, que coaligados con otros “antitotalitarios” y posmodernos, transformaron »
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París en la capital de la reacción. También son tratadas las trayectorias de Lucio Colletti, los “gramscianos argentinos” como Aricó y Portantiero, el giro neoliberal en China y el rol del extrotskista Irvin Kristol en el neoconservadurismo norteamericano. Paradójicamente, dentro de esta categoría Keucheyan sitúa a los “conversos radicalizados”, que en un sentido opuesto avanzan hacia posiciones críticas como Bourdieu y Derrida. Los “pesimistas” serían aquellos que reúnen pesimismo y radicalidad (Debord, Baudrillard y P. Anderson), persistiendo en elaborar teorías críticas sin dejar de mostrarse escépticos de un derrocamiento del capitalismo. Al igual que los “marxistas occidentales” no descartan que eso ocurra eventualmente, pero lo ven improbable por un largo momento. Los “resistentes” son los que han mantenido su posición: Chomsky y Colson en el caso de los anarquistas, y los trotskistas en el caso del marxismo (ejemplificados en Bensaïd y Callinicos). Para Keucheyan los “resistentes” coinciden en algún punto con los “innovadores”, pero si todos los innovadores son resistentes, no todos los resistentes son innovadores. Dentro del marxismo considera que los trotskistas tienden a una dialéctica entre conservación y renovación, mientras que los comunistas, socialdemócratas y tercermundistas se vieron más afectados por la caída de la URRS. Los “innovadores” (Zizek, Negri, Butler, Laclau y otros) serán aquellos que promuevan la hibridación teórica y la heterogeneidad de referencias. Al igual que en el “marxismo occidental”, la derrota promueve que para defender una teoría se hurgue en las fuentes externas a su tradición. Lo que muchas veces va acompañado de tentativas de revisión de conjunto del legado teórico (revisiones sobre la ley del valor o la clase). Los frentes “secundarios” en comparación con la lucha proletaria, y cuestiones étnicas y nacionales, constituyen sus objetos privilegiados. Los “expertos” serán los que estén abocados al contrapunto con el discurso dominante. Emergieron en respuesta al neoliberalismo como contra-expertos (Bourdieu) e intelectuales específicos (el GIP de Foucault, o la lucha contra el SIDA), pero abarcan a todos aquellos que discuten las variables empíricas y las injusticias. Los “dirigentes” son aquellos que cumplen algún rol en los movimientos sociales y partidos, y al mismo tiempo producen un pensamiento
crítico (García Linera en Bolivia, el Subcomandante Marcos y E. Said y la causa palestina). La tipología permite pensar casos concretos como una combinación entre las diferentes actitudes. Sin embargo, la articulación que propone entre teoría y política está construida eclécticamente. Si no todos los resistentes son innovadores, y marcar el paso siempre en el mismo lugar es una tentación dogmática perjudicial, la tentación simétrica es otorgar a la innovación teórica una actitud meritoria en sí misma. A diferencia del “marxismo occidental”, que según Anderson nunca transigió con el capitalismo, no todos los innovadores actuales son resistentes. Este erróneo balance del tándem “teoría” y “actitud”, por parte de Keucheyan, lo lleva a que puedan coexistir perspectivas anticapitalistas con otras que explícitamente no lo son. Presentando figuras por demás criticables por su adaptación al capitalismo latinoamericano, como Laclau o García Linera, en el mismo nivel, o incluso en uno más elevado, que críticos sistemáticos del capitalismo.
Salidas de la derrota Con todo lo productiva que pueda ser, la insistencia de Keucheyan en la derrota termina jugando un rol negativo. Para él, “lo que distingue a las derrotas políticas de las derrotas militares y deportivas es que las primeras potencialmente, no tienen fin. En el marco de un enfrentamiento armado, la relación de fuerzas se vuelve de un día para otro a favor de uno de los beligerantes y los combates cesan”6, mientras que las logros del movimiento obrero son “infinitamente destructibles”7. La referencia “andersoniana” no deja de impregnar sus consideraciones sobre la magnitud de la derrota llevándolo a conclusiones de tono pesimista: habría que esperar los 150 años que separan la revolución de los “niveladores” de la de los “jacobinos”, lapso en el que habrían mutado los sujetos y el lenguaje político (superando los “dogmas” de “la centralidad atribuida al proletariado” y el modelo estratégico de inspiración militar (clausewitziano”)8. Esto predispone a Keucheyan a una hipótesis estratégica obviamente más gradualista. Rediscutiendo las últimas reflexiones acerca de la actualidad de la estrategia de Daniel Bensaïd (por cierto todavía la figura seminal de la nueva izquierda europea), señala que las estrategias de “huelga general insurreccional” protagonizadas
por la clase obrera o de “guerra popular prolongada” y liberación de territorios puede todavía cumplir un rol en las revoluciones árabes, pero no en aquellos países de fuerte tradición democrático-parlamentarias. Para él Bensaïd no habría dado importancia a la cuestión democrática en los debates con las tesis “eurocomunistas críticas” (Poulantzas) y neogramscianas (Laclau), ni tampoco logró adaptar que debe ser hoy un partido de los oprimidos. Las preguntas de Keucheyan son incisivas, aunque sus respuestas sean opuestas a las que pensamos. Con su recuperación gradualista de la “guerra de posición” de Gramsci8 y la “desobediencia civil” de Gandhi, Keucheyan se aleja de cualquier recomposición “clausewitziana” y apunta a profundizar precisamente los puntos ciegos de la reflexión estratégica de Bensaïd. Dar cuenta de las sublimaciones teóricas de la derrota debería servir para indagar cómo toda derrota permite el “sagrado derecho a la resurrección de los vencidos”. Para lo cual una actitud “típico-revolucionaria” consistiría en el intento de combinar la intransigencia de la “resistencia”, con la inteligencia de la “innovación” y una voluntad “dirigente” que abone en las potencialidades del movimiento obrero. Keucheyan, con todo lo sugerente que resulta, está más cerca del pesimismo sobre este sujeto, de la innovación ecléctica y de una voluntad “dirigente” demasiado proclive a la moderación.
1. Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, Madrid, Siglo XXI de España, 1979. 2. Madrid, Siglo XXI de España, 2013. 3. Para Anderson el centro de gravedad del marxismo europeo se había desplazado a la filosofía. 4. R. Keucheyan, ob. cit. p. 12. 5. Ibídem, p. 23. 6. Ibídem, p. 50. 7. Ídem. 8. Ibídem, p. 340. 9. E. Albamonte y M. Maiello, “Trotsky y Gramsci: debates de estrategia sobre la revolución en ‘occidente’”, Estrategia Internacional 28, 2012.
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Violencia contra las mujeres
el mandato patriarcal se escribe con sangre Andrea D’Atri Especialista en Estudios de la Mujer.
Como nunca antes en la historia, las mujeres alcanzaron derechos que apenas un siglo y medio atrás parecían utopías inconcebibles. De no poder votar a ser presidentas, legisladoras y ministras; de no tener acceso a la educación superior, a ser mayoría entre el estudiantado universitario mundial. De tener que pedir permiso al marido para trabajar fuera del hogar, a ocupar todos los oficios del mundo laboral. Esos derechos no fueron conquistados en una evolución lineal y permanentemente progresiva. Muchos son el resultado de luchas dadas en períodos de radicalización social y política, otros son el resultado de ciertas concesiones de las clases dominantes con el propósito de limar el filo de insubordinación de los movimientos reivindicativos, integrando a sus líderes y limitando sus aspectos más críticos y antisistema. Es cierto que todos los derechos son acotados en el marco de democracias burguesas cada vez más degradadas, en las que pueden ser plenamente ejercidos apenas por algunas mujeres, por algún cierto tiempo y en determinados países. Como también pueden ser amenazados y retroceder en tiempos de crisis económica, política y social1. Pero lo verdaderamente inquietante es cómo la bandera de la equidad de género, habiéndose transformado en casi un sentido común ampliamente aceptado y en políticas públicas de los más diversos ámbitos, aún persista tan alto nivel de discriminación y violencia contra las mujeres. ¿Por qué los mandatos patriarcales persisten –aunque bajo nuevos ropajes– construyendo la jerarquía de los géneros?
La regularidad abominable de los femicidios El índice de femicidios es altísimo2. En Argentina, en el 2013, hubo 295, es decir, uno cada 30 horas3. Aún hoy, la prensa amarillista los denomina crímenes pasionales. Y, a pesar del entramado de significados patriarcales que encierra esta denominación que rechazamos, no deja de explicitar algo que demuestran las estadísticas: en el 63% de los femicidios perpetrados en el
Ilustración: Anahí Rivera
2013, los victimarios fueron esposos, parejas, novios o amantes, actuales o pasados4. La sociedad se espanta cuando estos crímenes salen a la luz. Y es fácil que los medios de comunicación los adjudiquen a la monstruosidad del criminal. Pero un monstruo, según el diccionario, es una “producción contra el orden normal de la naturaleza”, es decir, algo insólito, una rareza que resquebraja lo esperable, lo cotidiano y conocido. Lamentablemente, un femicidio cada 30 horas demuestra que no se trata de una excepcionalidad, sino casi de una regla: una regularidad abominable nos advierte que una de nosotras será asesinada cada día. En ocasiones, los propios victimarios justifican su acción adjudicándosela a una repentina pérdida del autocontrol o del control de la situación. Sin embargo, la violencia contra las mujeres es una muestra, por el contrario, del
más alto grado de control que pueda ejercerse sobre alguien. De hecho, si la violencia femicida, en la mayoría de los casos puede anticiparse, es porque es el resultado de una escalada de conductas de hostigamiento que no suelen atenderse, porque el control y el dominio de los hombres sobre las mujeres están naturalizados. Cada vez que una mujer es violada, golpeada o asesinada, millones de mujeres sobrevivientes aprenderán la lección que, imperceptiblemente, moldeará su subjetividad. Por eso, aunque el femicidio cobre en las noticias los nombres y rostros singulares de una víctima y un victimario, se trata apenas de un engranaje en una gigantesca maquinaria de violencia contra las mujeres, cuya finalidad no es apenas la muerte de las víctimas, sino el disciplinamiento del cuerpo, del deseo, del comportamiento de las sobre» vivientes.
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“ ...lo verdaderamente inquietante es cómo la bandera de la equidad de género, habiéndose transformado en casi un sentido común ampliamente aceptado y en políticas públicas de los más diversos ámbitos, aún persista tan alto nivel de discriminación y violencia contra las mujeres.
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Mientras otras formas de violencia social actúan desestabilizando el statu quo (como los ataques contra la propiedad privada), la violencia contra las mujeres contribuye a mantenerlo. A diferencia de otras formas de violencia social, ésta es estructural porque surge de las normas socio-culturales que establecen cómo deberían comportarse las mujeres, y se instituye como el “legítimo castigo” para aquellas que no se subordinan a estos mandatos patriarcales. Desde este punto de vista, nos resistimos a denominarla violencia doméstica, porque se invisibiliza que, lejos de tratarse de una conducta patológica individual y específica del ámbito privado, se trata de un eslabón más de esa cadena de violencia estructurante de las sociedades clasistas, contra las mujeres, desde la Antigüedad hasta nuestros días. Una violencia que, aunque naturalizada e invisibilizada, se origina, sostiene, justifica y reproduce en el ámbito público, por la clases dominantes, su Estado y sus instituciones, las fuerzas represivas, la escuela, la Iglesia y los medios de comunicación. Esta cadena de violencias incluye la ridiculización, la sospecha y el control, la intimidación, la condena de la sexualidad y de los comportamientos que no se ajustan a la heteronorma, la desvalorización de los cuerpos que no se corresponden a los modelos de belleza, etc. Pero también, el impedimento del Estado para que las mujeres puedan ejercer su derecho al control de su propio cuerpo y sus capacidades reproductivas, causa del mayor femicidio invisible a las estadísticas, como es el de las muertes por consecuencia de los abortos clandestinos. Como asimismo, la escandalosa responsabilidad del Estado –a través de sus funcionarios políticos, judiciales y fuerzas represivas por omisión y cobertura de impunidad o por participación directa, como clientes o proxenetas– en el funcionamiento de las redes de trata y prostitución que secuestran y explotan sexualmente a miles de mujeres jóvenes. Y esta violencia extrema contra las mujeres, en las últimas décadas, ocurre sobre el telón de
fondo de la creciente feminización de la pobreza y del trabajo, que viene aparejada con el aumento inusitado de la precarización laboral.
Expropiación de la autonomía sexual y mercantilización de las mujeres ¿Por qué si, en tantos países –incluyendo Argentina– la población que aprueba la práctica del aborto para embarazos no deseados es mayoritaria o aumenta día a día, resultan infructuosos los intentos de legalizarlo? Desde la década del ‘70 en adelante, en muchos países se ha conquistado el derecho al aborto, que es legal para el 74 % de la población mundial. Sin embargo, cada año, siguen muriendo 500 mil mujeres por complicaciones en el embarazo y en el parto y 500 mujeres mueren cada día, en todo el mundo, por consecuencias de los abortos clandestinos. Es decir, un espeluznante femicidio perpetrado por los estados, a escala global, absolutamente evitable5. La ilegalidad no se debe meramente a un lobby por intereses económicos, aunque sí existe un gran negocio de la corporación médica detrás de los abortos clandestinos. Se trata del poder de la Iglesia –especialmente en América Latina– y otros fundamentalismos interesados en marcar su influencia en y por sobre el Estado, al servicio de reproducir mandatos ancestrales que pesan sobre los cuerpos femeninos: la maternidad como única realización posible de una “verdadera” feminidad; la reproducción como objetivo excluyente de la pareja heterosexual fundante de la familia patriarcal. Por oposición a estos mandatos, a las mujeres que abortan se les atribuyen clasificaciones peyorativas que constituyen una identidad reprobable: asesinas, lujuriosas, ignorantes, desnaturalizadas, etc6. El aborto, por tanto, es algo más que una tecnología no reproductiva: al interrumpir el proceso de reproducción biológica, confronta, cuestiona e interrumpe el proceso de reproducción cultural de estas formas de poder patriarcal y heteronormativo que se ejercen sobre el cuerpo de las mujeres7.
Pero al mismo tiempo que a las mujeres se las expropia de su autonomía sexual y reproductiva cuando el desarrollo científico y tecnológico alcanzado permitiría un grado de autonomía nunca antes visto, aumentó de manera descomunal la cosificación y mercantilización de sus cuerpos8. La naturalización de la milenaria institución de la prostitución, impide dimensionar la violencia que se ejerce contra las mujeres a través de su explotación sexual y, especialmente, en el reclutamiento forzoso o engañoso de las redes de trata. Como señala la española Ana De Miguel, cabría preguntarse aquello que no se cuestiona porque aparece como evidente: “¿Por qué tantos hombres aceptan con normalidad que haya cuerpos de mujeres que se observan, se calibran y finalmente se paga para disponer de ellos?”9. Quizás la prostitución represente, como ningún otro vínculo entre hombres y mujeres, el placer masculino obtenido no ya del coito en sí, sino de una relación sexual definida por el poder del varón sobre la mujer y en su falta de reciprocidad. La prostitución –como contracara de la obligación de fidelidad que tiene la esposa en la familia patriarcal– es también una institución que regula y legitima los roles sociales de las mujeres en una sociedad de clases: esposas y madres obligadas a limitar el acceso a su cuerpo a través de la imposición (desigual) de la monogamia; limitadas en su autonomía sexual y expropiadas no solo de su deseo y placer, sino también de su capacidad reproductiva; y por otro lado, las mujeres prostituidas cuyo acceso es público y, por tanto, encarnan todos los (dis)valores que son inconvenientes para las “mujeres privadas”. Aunque la prostitución surge en los albores de la civilización, junto con la familia, la propiedad privada y el Estado, recién en las últimas décadas se ha transformado en una industria de grandes proporciones y enorme rentabilidad a nivel mundial. Y mientras esta industria adquiere cada vez mayor legalidad, con empresarios que pagan sus impuestos, sindicalización de las
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mujeres explotadas y normas que fijan la habilitación de los establecimientos, su expansión también empuja, paralelamente, al crecimiento de las redes clandestinas de trata de mujeres que constituyen su materia prima10. Según la ONU –dicho sea de paso, organismo del cual el 63 % de sus fuerzas multinacionales fue acusado de estar relacionado con delitos sexuales, abusos, violaciones, etc. y un tercio de esas acusaciones se referían a la prostitución–, 4 millones de mujeres y 2 millones de niñas, cada año, son vendidas para la prostitución, como esclavas o en supuestos “matrimonios”. La explotación de estas niñas y mujeres sumidas en la miseria, produce suculentas ganancias que rondan los 32 mil millones de dólares anuales, para los proxenetas.
Feminización de la pobreza y precarización del trabajo El gigantesco proceso de transformación del trabajo de las últimas décadas –con aumento de la precarización y flexibilización laboral, de los ritmos de producción y la incorporación de fuerza de trabajo al mercado global, proveniente de la transformación de países no industrializados en nichos de inversión de capitales– empujó a millones de mujeres al mercado laboral, consiguiendo que el número de asalariadas urbanas superara al de las mujeres rurales, mientras se registra una tendencia creciente de los procesos de feminización de la pobreza y de la fuerza de trabajo. Pero la persistencia de los roles de género patriarcales que adjudican a la mujer la responsabilidad por las tareas de reproducción, marca a fuego sus modos de inserción en el espacio productivo: cuidadoras, educadoras, limpiadoras, las mujeres acceden a las ramas de servicios para los que la vida misma –y un milenario proceso sociohistórico– las ha calificado con el ejercicio de los rutinarios quehaceres domésticos. Sus especialidades y calificaciones, por tanto, son invisibilizadas como lo es el mismo trabajo doméstico que no recibe retribución salarial. Eso las ubica, siempre, en el punto más bajo de las escalas de categorización con las que se segmentan los salarios. La invención de máquinas de distintos grados de sofisticación que permiten que el trabajo doméstico sea más liviano y se realice en menor tiempo, aún no termina de eliminar esta otra jornada laboral sin remuneración que realizan, mayoritariamente, mujeres y niñas. Mientras en los países centrales el tiempo dedicado a
estos quehaceres disminuye, en el otro polo de sociedades atrasadas y dependientes, las mujeres siguen atrapadas en esta sobreexplotación ancestral, incluso migrando para ser trabajadoras domésticas en las metrópolis. El capitalismo necesita bajar el precio de la fuerza de trabajo, y en parte, el patriarcado –romantizando el trabajo doméstico– se lo garantiza. Hoy, entre los 2500 millones de personas más pobres, el 70 % son mujeres y niñas. La crisis económica internacional, que se desató hace ya seis años, generó 20 nuevos millones de personas desocupadas y otros 200 millones que pasaron a vivir en la extrema pobreza. Pero el impacto de esa crisis no es igual para todos: la mayoría de esas personas son mujeres. Su situación las convierte, como es obvio, en el principal grupo de riesgo para las muertes y enfermedades como consecuencia de los abortos clandestinos y también para las operaciones de las redes de trata y explotación sexual, como para todas las formas de violencia machista.
El derecho a “una vida libre de violencia” Ésa es una de las consignas más repetidas por los movimientos de mujeres. En las últimas décadas, el reclamo contra la violencia se ha formulado en términos de derecho, provocando reformas en los sistemas penales y estableciendo marcos jurídicos para contrarrestar, limitar y castigar la violencia que se ejerce contra las mujeres. Eso permite visibilizar el destino de subordinación, cosificación y maltrato que el capitalismo patriarcal le reserva a la mitad de la humanidad. Es el resultado parcial de un combate ganado con la lucha de las propias mujeres, en los que el Estado capitalista tiene que legitimarse reconociendo, en parte, la existencia de una discriminación que sus propias instituciones reproducen y justifican. Pero, al margen de los tribunales, la violencia se sigue reproduciendo pasmosamente, como si todos los castigos no fueran suficientemente aleccionadores para que los victimarios desistan de sus propósitos letales. El carácter estructural de la violencia contra las mujeres emerge, permanentemente, a través de los resquicios de un régimen social putrefacto, que nos incluye formalmente, pero nos sigue condenando a ser “ciudadanas de segunda”. Actualmente, la opresión de las mujeres originada en el ancestral modo patriarcal de reproducción, fuente de todas las formas de esa violencia estructural de género, permanece –aún cuando sus formas hayan variado más o menos
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perceptiblemente–. Esto se debe a que el patriarcado normativiza las relaciones sociales para la reproducción que son indispensables para que las relaciones sociales de producción capitalistas no se vean alteradas y se garantice, reproduzca y legitime la explotación de millones de seres humanos por una minoría parasitaria, propietaria de los medios de producción. Romper esa alianza entre el patriarcado y el capitalismo, casi inquebrantable, es el único camino realista para acabar con todas las formas de violencia. Requiere del reclamo de legítimos derechos, pero lo excede amplia y radicalmente.
1. Para ampliar este concepto sobre la paradoja abierta durante las décadas de neoliberalismo, donde mayores derechos fueron de la mano de un crecimiento monumental de los agravios para amplias masas femeninas, ver D’Atri, A. y Lif, Laura (2013), “La emancipación de las mujeres en tiempos de crisis mundial”, Ideas de Izquierda 1 y 2. 2. Un versión de este apartado, fue publicada con el título “Las cifras del horror” en La Izquierda Diario, 24 de setiembre 2014. 3. Informe de Investigación de Femicidios en Argentina, 1º de Enero al 31 de Diciembre de 2013, La Casa del Encuentro, Bs. As., 2014. 4. Más recientemente, se introdujo el concepto de femicidio vinculado, para referir a los casos en los que los hijos u otras personas vinculadas con la mujer, son las víctimas fatales de esta violencia cuyo objetivo es causar un daño, castigar y destruir psíquicamente a la mujer que el victimario considera de su propiedad. También se consideran femicidios vinculados los asesinatos de personas que intentaron impedirlo o quedaron atrapadas en “la línea de fuego” del femicida. 5. Otros artículos de la autora, sobre derecho al aborto pueden leerse en Ideas de Izquierda 13, setiembre 2014 e Ideas de Izquierda 4, octubre 2013. 6. Ver Rosenberg, Martha (2013). “¿Quiénes son esas mujeres? II” en Otra historia es posible. El aborto como derecho de las mujeres, de Ruth Zurbriggen y Claudia Anzorena (compiladoras), Herramienta, Buenos Aires. 7. Ver Morán Faúndes, José Manuel (2013). “¿ProVida? ¿Cuál vida? Hacia una descripción crítica del concepto de ‘vida’ defendido por la jerarquía católica” en Zurbriggen y Anzorena, op.cit. 8. Ver D’Atri, Andrea (2014) “Pecados & Capitales”, en Ideas de Izquierda 7. 9. De Miguel Álvarez, Ana (2012). “La prostitución de mujeres, una escuela de desigualdad humana” en Revista Europea de Derechos Fundamentales 19, 1er semestre, Universidad Rey Juan Carlos, Madrid. 10. Ver Jeffreys, Sheila (2011). La industria de la vagina. La economía política de la comercialización global del sexo, Paidós, Buenos Aires.
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Mapuches: nueva avanzada de la discriminación y la desposesión
Fotografía: frackingenargentina.wordpress.com
En los últimos tiempos asistimos a una nueva avanzada de importantes medios de comunicación que niegan la preexistencia del pueblo mapuche y por lo tanto su derecho a reclamar territorios ancestrales. La antropóloga Diana Lenton y Lefxaru Nawel explican aquí por qué estos argumentos falaces son reeditados cada vez que el pueblo mapuche pelea por recuperar sus territorios.
Mapuches y Mitos Diana Lenton Antropóloga UBA y CONICET Red Investigadores en Genocidio y Política Indígena. De tanto en tanto y crecientemente, nos hemos acostumbrado a encontrar en los medios de comunicación más poderosos, diferentes Editoriales o notas de “Opinión” que giran en torno a la idea de que los mapuches son parte ilegítima de un conflicto social y político que recrudece a medida que se acentúan los nuevos avances económicos sobre la región patagónica. Así, los conflictos ambientales y territoriales, como los que suscita la actividad petrolera, la minería, las explotaciones forestales y turísticas, frente a los que el pueblo mapuche viene mostrando una voz firme
y coherente, son leídos en clave de soberanía, o de civilización y barbarie. Esta clave consiste en afirmar que los mapuches no tienen derecho alguno en su condición de Pueblos Originarios porque en realidad serían extranjeros (chilenos); que por ende su presencia en territorio argentino y más aun en las zonas en conflicto, obedece a oscuros intereses materiales; que ni su nombre mapuche es verdadero, ya que oculta al “auténtico” araucano; que son un “invento” moderno, ya que los auténticos pobladores de la Pampa y la Patagonia son los tehuelches, que estarían
extinguidos, y más aún, que los culpables de su extinción son los mapuches. Por último, estas reiterativas y concertadas notas de opinión concluyen –o sugieren– que dado que los derechos y demandas y la misma existencia de los mapuches son falsos, estos últimos deben ser desoídos y borrados del mapa del conflicto. Más allá del mundo editorial, en los territorios, la violencia ejercida por el Estado y sus brazos ejecutores –Policía, Poder Judicial– suele buscar legitimación en la misma ideología. Son cientos los dirigentes mapuches que
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hoy están procesados por defender su territorio. Son miles los que han perdido sus casas, sus campos, y muchos los que han sido heridos o víctimas de otras agresiones físicas, que el brazo policial o parapolicial inflige azuzado por un discurso patriotero que pone al mapuche en el rol del enemigo público, y nubla el sentido de quien cree que “acabando con ellos” está haciendo Patria. Las siguientes líneas intentarán aclarar algunas cuestiones básicas para combatir tanta distorsión intencionada.
¿De qué nacionalidad son los mapuches? La situación de los mapuches no es diferente a la de los otros Pueblos Originarios. El Censo Nacional de Población realizado en 2001, a través de la Encuesta Complementaria de Población Indígena (ECPI), permite verificar que un 96,3 % de los mapuches son argentinos por haber nacido dentro de las fronteras de la Argentina. El 89 % de los mapuches, además, ha nacido en la misma provincia en la que fueron censados. Esto nos dice que a pesar de que muchas personas creen que los mapuches son chilenos, la realidad es otra muy diferente. La afirmación tan difundida y activamente promocionada por ciertos formadores de opinión de que “los mapuches son chilenos” es errónea desde un punto de vista antropológico tanto como histórico. Desde el punto de vista de la ciencia antropológica, es un sinsentido equiparar variables de pertenencia étnica y de Estado-Nación, dado que son conceptos de diferente tipo, que no se afirman ni se niegan mutuamente. En otras palabras, ser mapuche no contradice ni impide el ser argentino o el ser chileno, como tampoco lo obliga, ya que son pertenencias de distinto orden. Por otra parte, desde el punto de vista histórico, pensar que ser mapuche es ser chileno es un
anacronismo, dado que los sentidos de pertenencia indígena se remontan a una antigüedad mayor a la del trazado de las fronteras internacionales. Estos individuos que hoy son considerados chilenos o argentinos según hayan nacido más allá o más acá de la Cordillera, tienen un origen familiar enraizado en alguna de las antiguas identidades territoriales (pehuenche, guluche, puelche, huilliche, moluche, picunche, waizufche, chaziche, lafkenche, furilofche, wenteche, nagche, mahuidache, etc.) que hoy componen en conjunto la ancestralidad mapuche y que antes de la consolidación de las fronteras estatales eran soberanas en un territorio compartido bajo sus propias reglas. Ningún investigador que trabaje con fuentes antiguas puede negar estas presencias en el territorio pampeano y patagónico desde varios siglos atrás. No hay dudas de la preexistencia al Estado nacional, por ejemplo, de los pehuenches o de los huilliches, nombrados en infinidad de documentos virreinales y crónicas de viajeros. Más aun, como demuestra la historiadora Florencia Roulet, fue la presencia ancestral de los Pehuenches en lo que hoy son las provincias cuyanas y el Neuquén, lo que decidió la pertenencia de esta región al Río de la Plata y no a Chile, en el siglo XVIII, ya que los Pehuenches tenían mayores relaciones económicas y políticas con Buenos Aires que con Santiago de Chile. Y sin embargo, cuando hoy los Pehuenches o Huilliches, que a veces hasta portan hoy los mismos apellidos que esos antiguos habitantes, toman la palabra, nunca falta quien pone en duda su derecho con el argumento de que son “extranjeros”.
¿Son mapuches los araucanos? Cuando Alonso de Ercilla escribió su poema La Araucana, a mediados del siglo XVI, para describir la guerra de conquista en el centro-sur
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de Chile, eligió un nombre poético para la región circundante a la Plaza de Arauco, que extendió a sus habitantes. Pero este nombre no refleja la interacción entre las diferentes identidades territoriales ni es el nombre que los mapuches eligieron para representar su identidad en sentido amplio. Los pueblos asentados a uno y otro lado de los Andes, reivindicaban identidades locales que los diferenciaban al interior de este conjunto, y a la vez, sostenían una identidad común en virtud de las características compartidas, en especial un idioma (mapuzugun), con sus variantes regionales. Todos estos pueblos se mezclaban permanentemente, por medio de la circulación de personas y de productos comercializables, de alianzas militares y de matrimonios mixtos, como desde hace décadas demostró Miguel Ángel Palermo, entre otros. En cuanto a la tan debatida antigüedad del término mapuche, Francisco P. Moreno verificó en 1876 su utilización –bajo la forma mapunche– para denominar a algunos de los participantes de un Parlamento reunido en el área de influencia de Sayhueque. Manuel Olascoaga también mencionó este término. Meinrado Hux documenta las observaciones del Padre Salvaire, en 1875, sobre la “religión de los mapuches”. Es muy probable que se utilizara anteriormente, ya que lo que los documentos escritos nos informan es meramente eso: lo que se ha escrito. La utilización oral de un término casi siempre precede a su aparición escrita. Con el tiempo, el término mapuche se fue extendiendo para abarcar al conjunto de subgrupos que comparten una cultura, y especialmente una lengua (el mapuzugun), aun con variaciones dialectales. En esta acepción extendida lo recogieron los salesianos en varios catecismos » escritos a fines del siglo XIX.
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¿Es válido reconocer continuidad entre los mapuches de ayer y los mapuches de hoy? Las variaciones a través del tiempo en los nombres de los pueblos no necesariamente significan cambios en su identidad. En todo caso, son índice de nuevas relaciones con otros grupos, resultado del contexto histórico concreto. Por ejemplo, es sabido que para 1810 no existía una sociedad que se presentara a sí misma con el nombre de “República Argentina” Y sin embargo, en 2010 celebramos el Bicentenario del “nacimiento de la patria”, ya que el cambio en la denominación y en la extensión geográfica abarcada por el nombre no impide que nos reconozcamos como herederos de los patriotas que lucharon entonces no en nombre de la Argentina, sino de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Así, el nombre de una nación no es inmemorial ni esencial sino contingente, y ello no afecta ni la “identidad” ni el sentimiento nacional.
¿Por qué entonces se impuso la idea de la extranjeridad de los mapuches? En 1878 Estanislao S. Zeballos, promotor e “intelectual orgánico” del roquismo, escribió, por encargo del Ministerio de Guerra, un alegato titulado “La conquista de quince mil leguas”. Esta obra, donde Zeballos describió a su conveniencia un territorio y una población que no conocía, presentó varios postulados que justificaron políticamente las campañas militares. Entre ellos, que el origen (y el destino) de los indígenas estaba en Chile. Al crear un enemigo “extranjero”, el Ministerio de Guerra lograba debilitar la oposición que desde muchos sectores se hacía a la política expansionista de Avellaneda y Roca. Contrariamente a lo que algunos sostienen, esa política no era un deseo generalizado ni era la única política posible, sino que muchas voces que no pueden ser tachadas de sensibleras, como Sarmiento y Mitre, acusaban al gobierno de cometer “crímenes de lesa humanidad” (sic) en perjuicio de habitantes pacíficos, y le reprochaban que no utilizara los recursos que la legalidad le proveía. Por ello, en sus obras posteriores, Zeballos argumentará cada vez con mayor énfasis en la supuesta raíz chilena de los indígenas de la Pampa y la Patagonia; idea que será rescatada por la política nacionalista a partir de 1920 y difundida como verdad “científica”, aunque la raíz de su argumento no estuvo nunca en el ámbito de la ciencia, sino de la política parlamentaria y militar. En Chile, por idénticos motivos, se atribuyó a los “araucanos” un origen pampeano, de manera que también allí se convirtieron en “extranjeros”. Se sabe que debido a las campañas militares, numerosas familias mapuche y tehuelche huyeron hacia Chile, donde algunas de ellas se establecieron definitivamente, pero otras regresaron al oriente de los Andes, de donde eran originarias, cuando las condiciones fueron propicias. Este origen “argentino” de algunas familias aparentemente “chilenas”, está documentado en fuentes militares y en numerosos registros de historia oral. Por ende,
son tan falaces las afirmaciones que pretenden asignar origen “chileno” a los mapuches o araucanos, como las que afirman un origen “argentino” para los tehuelche –otro nombre impuesto-, quienes pasaron por similares vicisitudes.
¿Todos los Pueblos Originarios son preexistentes? Las migraciones afectaron a la totalidad de los pueblos originarios, quienes pueden por lo tanto no residir hoy en sus territorios de ayer. Sin embargo, son originarios y preexistentes, no porque sean “originarios” de un territorio totalmente incluido en lo que hoy es territorio argentino y hayan permanecido estáticamente dentro de sus fronteras, sino porque son originarios de un territorio preexistente al trazado de las fronteras internacionales, y es en ese carácter de preexistentes que se hacen merecedores de derechos constitucionales específicos, a partir de la reforma de 1994, reconocidos en el derecho internacional.
¿Quién es responsable del genocidio contra los pueblos originarios? Entre los argumentos de los negacionistas está el de acusar a los mapuches de haber provocado la extinción de los “tehuelches”. Si bien es cierto que en tiempos históricos hubo conflictos violentos entre tehuelches y mapuches, también eran usuales los encuentros pacíficos, como lo manifiesta la larga tradición de los Parlamentos en los que interactuaban tehuelches y mapuches desde por lo menos el siglo XVIII, cuestión documentada entre otros por Moreno, Musters y Onelli. Será el Ejército Argentino –y no los mapuches o araucanos– el que acabe con la nación tehuelche, muy pocos años después. El Combate de Apeleg, en 1883, fue decisivo para la derrota definitiva de mapuches y tehuelches, que lucharon aliados. Los principales jefes tehuelche Inacayal, Foyel y Orkeke sufrieron el ostracismo y la muerte bajo la égida republicana. Orkeke, paseado por la Ciudad de Buenos Aires como curiosidad viviente, poco después de su derrota, murió en ella y sus restos fueron expuestos al público en el Hospital Militar. Inacayal vivió varios años prisionero y reducido a la servidumbre en el Museo de La Plata hasta su muerte, y sus restos corporales fueron ignominiosamente desguazados y repartidos por diferentes depósitos. Toda su familia, así como la familia de Foyel, sufrió la misma suerte. Esta barbarie no provino del “desierto” ni de los araucanos, sino de la sociedad “civilizada”. Mientras esperamos que pronto se realice una decisiva aunque parcial reparación, cuando el Museo de La Plata y otros repositorios restituyan los restos que aún quedan en su poder a los descendientes de quienes fueron así agraviados, es indispensable comenzar a hacernos cargo, al menos, de la verdad histórica, disipando las confusiones intencionalmente fraguadas y reproducidas por intelectuales al servicio de los poderosos de ayer y de hoy. Para comenzar a hacer justicia, recuperando la memoria colectiva, tímida pero potente herramienta de todas las luchas de liberación.
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“La política del Estado es la de negación del pueblo mapuce” Entrevistamos a Lefxaru Nawel, Kona de la zonal Xawvn ko de la Confederación Mapuce de Neuquén. IdZ: ¿Qué opinión tenés, como parte de una organización mapuce, acerca del debate en el diario La Nación respecto del no reconocimiento del derecho territorial del pueblo mapuce? No es la primera vez que La Nación impulsa esta serie de falsos debates desde sus columnas o editoriales. Desde el año 2006 hasta ahora ha venido permanentemente con ese tipo de notas, usando argumentos falaces que vienen siendo los mismos desde hace 200 años porque no se han modificado o han extendido su argumentación, vienen siendo las mismas tesis. Lo interesante es que en estas últimas ocasiones, ante la campaña de racismo que hay en Neuquén y Río Negro, han sido antropólogos e historiadores los que han respondido. Creo que eso marca un gran avance porque no somos hoy los mapuce solamente los que salimos a decir, sino que es la misma academia la que le responde con datos concretos. Creo que igual la construcción de los conceptos históricos y antropológicos es una discusión política más que científica. La historia europea, oligárquica, machista y occidental nos ha impuesto mitos al mundo entero, se generó la construcción de ficciones antropológicas de pueblos que no existieron nunca, como los araucanos, o pueblos que nunca se identificaron con esos nombres. IdZ: Y volviendo a la pregunta, ¿ustedes opinan que tienen relación esas grandes campañas de los medios de comunicación con algún reclamo territorial que se esté llevando en ese momento adelante? Sin duda, cada vez que salen es relacionado directamente a un proceso de movilización o de recuperación territorial, o de reivindicación de derechos. Los que impulsan los genocidios o este tipo de campañas, defienden intereses económicos, privilegios de clase que al día de hoy perduran. Por eso la importancia de revisar la historia. Esta gente con total desparpajo reivindica un genocidio que
Fotografía: Lucas Castillo
es algo grave que hoy se habla con total liviandad. Cuando nosotros hablamos de construir un Estado plurinacional, ellos hablan de su Estado nacional y así hemos tenido acciones donde la gente llega a agredirnos cantando el himno o cosas así, que en realidad no es el pueblo, sino que es la misma oligarquía que hace 200 años fundó el Estado a costa de la sangre de los trabajadores y hoy lo vuelve a hacer, cuando nosotros lo que hemos logrado es una alianza con las organizaciones de trabajadores, estudiantiles, de derechos humanos, feministas, en base a construir realmente un futuro juntos. IdZ: ¿Cuál ha sido la relación del Estado neuquino con las distintas organizaciones en estos últimos años? La política del Estado neuquino desde que existe es la de negación del pueblo mapuce, de negarlo en la existencia, no solo en lo discursivo, sino en las políticas públicas que implementan, en la educación, en la institución judicial, en la salud, en los nombres, porque nuestros nombres estuvieron negados hasta el año 2006, y en esa negación la represión de cada manifestación autónoma o propia. Entonces donde hay una comunidad te pongo un municipio, vos dejas de tener tus propias instituciones y en lugar de un logko tenés un intendente, te instalo mi política partidocrática, mi visión de la democracia y de resolución de conflictos y te obligo a que vivas en base a mi orden. Entonces en el caso último de Campo Maripe, que nosotros hemos logrado que el Estado registre a la comunidad, nosotros hemos demostrado que es nuestra preexistencia lo que vale en este tipo de discusiones y que la razón está totalmente de nuestro lado. IdZ: Hace poco hubo una acción en Campo Maripe donde participaron varias organizaciones ¿tienen pensado en esta última parte del año o el año que viene, han programado nuevas acciones?
Ahora hay acciones en las otras comunidades, básicamente se llegó a una situación de diálogo con el gobierno, pero eso es algo muy nuevo y muy incierto, porque nosotros no confiamos para nada en la palabra del gobierno y creemos que si no se ha llevado adelante las cosas de otra forma es por falta de voluntad política. Porque el marco legal, la predisposición nuestra al diálogo y a la construcción de políticas acordes a lo que hoy existe como ley, está desde hace muchísimos años, y el territorio lo va a seguir defendiendo el pueblo mapuce. Ellos quieren seguir avanzando como si nosotros no existiéramos y la realidad es que desde el año 2011 que sacamos el primer comunicado como zonal contra la hidrofractura, han sido tres años muy intensos de lucha y de enfrentarlos en los territorios, y ha sido un gran escollo para sus proyectos que van disfrazados de soberanía energética y soberanía nacional y en realidad son la entrega y la destrucción de nuestro futuro a la mano de las multinacionales y de las oligarquías locales, porque no se benefician solamente las multinacionales, sino que se robustece todo un sistema corrupto de beneficiar a las empresas locales, a las oligarquías locales, y nacionales, que están enquistadas en el poder, y es el principal motivo por el cual levantan con displicencia las manos cuando en realidad están entregando los recursos de todo el país. Las consecuencias y la gravedad histórica que tiene esto va a ser solamente comparable con las privatizaciones de los ‘90 y con situaciones así, más allá de que hoy lo disfracen como lo quieren disfrazar.
Entrevistó: Cecilia Carrasco.
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Algunas notas a propósito de Comunidad, indigenismo y marxismo, de Javo Ferreira
MARXISMO E INDIANISMO (II) Fotografía: Indymedia
Juan Luis Hernández Historiador, docente UBA. En el número anterior de Ideas de Izquierda presentamos la primera parte de nuestros comentarios sobre el libro Comunidad, indigenismo y marxismo, escrito por Javo Ferreira, conocido referente de la Liga Obrera Revolucionaria (LOR-CI) de Bolivia, y publicado por la editorial boliviana Palabra Obrera en el año 2010 (reeditado en 2014). En esta última entrega pretendemos hacer una contribución a las discusiones sobre la cuestión agraria al interior de la izquierda y los debates sobre el Estado Plurinacional.
¿Autonomía indígena o autodeterminación nacional? En relación a la cuestión agraria y nacionalindígena en los Andes, el autor abre una interesante discusión sobre la estrategia de la izquierda en los países andinos. Bolivia es un país capitalista dependiente, en el cual, como en todos aquellos que reúnen estas características, la liberación nacional es todavía una tarea pendiente. ¿Pero es posible asimilar las reivindicaciones de los pueblos indígenas-originarios a lo que los marxistas de principios del siglo XX denominaron la lucha de los pueblos oprimidos por su autodeterminación nacional? El trotskismo en Bolivia siempre tuvo dificultades para responder esta pregunta. Guillermo
Lora, histórico dirigente de esta tradición política, retomó, en La Revolución boliviana (1963), una célebre frase del marxista peruano José Carlos Mariátegui, quien en la década del veinte del siglo pasado afirmara que “el problema del indio es, en último término, el problema de la tierra”. Mariátegui de esta manera respondía, en forma categórica, a quienes sostenían que la postración del indio se debía a un problema de cultura, de educación, religioso, etc., subrayando las raíces sociales de la opresión indígena. Pero Mariátegui nunca tuvo una concepción economicista del problema campesino-indígena. Por el contrario, siempre tuvo conciencia de la dimensión que tenía la opresión étnica (cultural, política y social) sobre las mayorías indígenas. La cuestión indígena –como dijo más de una vez el peruano–, no era un problema racial, pero en él la “raza” (esto es, la opresión étnica) jugaba un papel fundamental. Lora por el contrario, redujo toda las reivindicaciones campesina-indígenas en Bolivia a la cuestión de la tierra, declinando librar una batalla en lo político-cultural, lo cual fue aprovechado por el katarismo indianista. “En la formación histórica del campesinado nos encontramos reiteradamente con el problema de la opresión de una nación (o de varias) por otra; pero, a la larga, oprimidos y opresores concluyen confundiéndose en una
clase super-explotada que logra homogeneizarse, en cierta medida, al calor de la secular lucha por la tierra.” (Lora, 1963: 129). Los trabajadores no deben distraerse con los “planteamientos de las naciones indígenas oprimidas”, escribía en 1963, en su opinión, todos los problemas de los campesinos se subsumían en la solución radical del problema de la tierra. El campesinado, que “no ha podido hasta ahora y no hay esperanzas de que en el futuro ocurra otra cosa, forjar su propio partido” (Lora, 1963: 133) no estaba en condiciones, a pesar de sus explosivas rebeliones, de resolver la cuestión de la tierra. En esta supuesta incapacidad congénita atribuida al campesinado, se basaba para proclamar que el proletariado “arrastraría” a los campesinos a la lucha revolucionaria: a esto se reducía la alianza obrero-campesina, consigna proclamada en todo programa revolucionario pero en la práctica vacía de contenido para la izquierda boliviana. El rechazo a esta versión economicista de la opresión indígena-originaria, no significa aceptar, también en forma mecanicista, la existencia de una cuestión nacional aymara, una cuestión nacional guaraní, una cuestión nacional quechua, etc. Ya el propio Mariátegui se opuso dentro de la Internacional Comunista, y con razón, a quienes en su tiempo propiciaban mecánicamente este tipo de consignas. La
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autodeterminación nacional no es una reivindicación socialista, es una demanda democrática. Esto significa que si alguno de los pueblos originarios de Bolivia o de la región andinaamazónica desea, como parte de la lucha por su emancipación social, constituir su propio Estado nacional, el deber de todo revolucionario no es otro que apoyar la lucha por este legítimo derecho democrático, pero esta situación no existe en la actualidad. Además en Bolivia no hay un solo pueblo indígena-originario, la actual Constitución Política del Estado reconoce nada menos que 36 grupos etno-linguísticos diferentes. Lo mismo sucede en Perú o Ecuador, por no mencionar a la Amazonía brasileña, por lo tanto la consecución lógica de este planteo llevaría a la emergencia de una multiplicidad de estados nacionales, obviamente inviables. ¿Cuál es entonces el sentido de su formulación? Defender la autodeterminación nacional de los pueblos y naciones indígenas originarias tiene por objetivo establecer un horizonte estratégico que tienda un puente entre el campesinado, en su gran mayoría de origen indígena-originario y el proletariado urbano y la izquierda, a partir del firme compromiso de resolver en forma consecuente las reivindicaciones democráticas de las masas indígenas. Como afirma Ferreira, “Garantizar sin ambigüedades el pleno derecho a la autodeterminación para que los pueblos originarios decidan su propio destino, no significa adoptar el programa de un estado independiente para cada pueblo… sino precisamente eso: apoyar consecuentemente que los pueblos originarios tengan pleno derecho a decidir sobre las formas de organización política y autogobierno (incluso a un estado propio si lo creyeran necesario)….” (Ferreira, 2010: 23). No existe hoy, en el área andina-amazónica, reivindicaciones de construcción de estados
nacionales propios por parte de los pueblos indígenas-originarios, lo que reclaman es la autonomía de sus territorios ancestrales, entendidos éstos no en meros términos patrimoniales, sino conformados por el conjunto de elementos del entorno natural del cual forman parte los hombres y las mujeres que los habitan a través de las sucesivas generaciones. Y exigen vivir en ellos conforme sus usos y costumbres y su filosofía y forma de vida, y que en todo caso, el acceso a los progresos de la modernidad y la tecnología sean consensuados por los mismos pueblos, sin que esto implique como pre-requisito la pérdida de su identidad étnica-cultural. En nuestra opinión, esta concepción de la autonomía a la que aspiran los pueblos y naciones indígenas originarias tiene un sentido distinto al que le da el gobierno del MAS, basado en el engaño manipulador y/o el predominio y el menoscabo de unos pueblos sobre otros, como quedó demostrado en el reciente conflicto del TIPNIS (Territorio Indígena Parque Nacional Isidoro-Sécure).
Formación social abigarrada y Estado aparente Como dijimos al principio, la ley del desarrollo desigual y combinado es uno de los elementos que asume el autor desde el punto de vista teórico. Fue Trotsky el primero en explicitarla en forma completa en la Historia de la Revolución Rusa. De acuerdo a la misma, lo característico del desarrollo histórico es el carácter desigual y combinado, a saltos, de su curso, es decir, la coexistencia de elementos pertenecientes a distintas etapas históricas dentro de una misma formación económico-social, así como la realización de tareas históricas por clases sociales distintas a las que les correspondería llevarlas a cabo de acuerdo a su naturaleza. En realidad, esta idea ya estaba presente en algunos de los escritos de Marx, en los que se pueden encontrar pistas interesantes sobre la forma
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en que una producción dominante ejerce su hegemonía en una formación económica-social. “En todas las formas de sociedad, es una producción determinada la que asigna a todas las otras, son las relaciones engendradas por ella las que asignan a todas las otras, su rango y su importancia. Es una iluminación universal donde son sumergidos todos los otros colores y que los modifica en el seno de su particularidad. Es un éter particular que determina el peso específico de toda existencia que allí se manifiesta”. (Karl Marx, Contribución a la Crítica de la Economía Política, 1859). La metáfora resulta aplicable al análisis de la dominación ejercida por el capital en aquellas formaciones sociales en que subsisten relaciones precapitalistas: es la “iluminación universal” que tiñe y modifica “todos los otros colores” económico-sociales. En el caso de los países dependientes, cobra relevancia la penetración del capital extranjero, que busca formas de articulación y/o combinación con las condiciones locales. Trotsky llega a la conclusión que había vislumbrado Marx en sus estudios sobre la India, Rusia y otros países periféricos: no había posibilidad que estos países repitiesen las formas de desarrollo de los países metropolitanos, lo más probable es que, en el desarrollo del capitalismo, integren de diferente manera elementos procedentes de distintos modos de producción. Aquí nos parece apropiado hacer referencia al concepto de formación social abigarrada, acuñado por el sociólogo marxista boliviano René Zavaleta Mercado. Como señala acertadamente Ferreira, Zavaleta dedujo esta categoría de la concepción de Trotsky del desarrollo desigual y combinado, pero lamentablemente, no explora la aplicación de la misma en su obra. Para entender el concepto de formación social abigarrada, conviene prestar atención a la relación tiempoespacio. En los Andes centrales sudamericanos »
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la ocupación del espacio constituye un aspecto primordial, estrechamente vinculado con el llamado tiempo estacional de la agricultura andina, distinto del tiempo “normal” del modo de producción capitalista. Y ambos están relacionados con la persistencia de una forma de organización social, el ayllu, con un sistema local de autoridades políticas y con un conjunto de normas que aún hoy regulan la vida de las comunidades, los usos y costumbres. En definitiva, en la región andina hay un tiempo y un modo de ocupación del espacio específico, una organización política y social autónoma, y formas productivas propias, coexistiendo con relaciones de producción capitalistas. Recordemos que en la teoría marxista existen dos conceptos complementarios relevantes: modo de producción y formación económicosocial. El concepto modo de producción designa básicamente un modelo explicativo abstracto de funcionamiento económico y social común a distintas sociedades. El concepto formación económico-social remite a una realidad concreta histórica pasible de ubicación histórica-temporal. En una formación de este tipo un modo de producción domina sobre los demás, los rearticula en función de su patrón de producción y acumulación. Este último aspecto, es justamente, el que resulta relativizado por el concepto de formación social abigarrada, que subraya la heterogeneidad, la débil articulación de las otras cualidades sociales por parte de las relaciones sociales de producción capitalista. Junto con el concepto de formación abigarrada aparece otra categoría relevante: Estado aparente. Significa que en una formación de las características descriptas, sobre la estructura económica se levanta un Estado nacional con rasgos jurídicos y políticos modernos, pero “superpuesto” a una cadena de autoridades locales que no se corresponden con las representaciones de ese Estado nacional a nivel local. En otras palabras, las autoridades locales no son designadas dentro de la lógica del Estado nacional, sino en forma endógena por las comunidades de acuerdo a usos y costumbres ancestrales. Es entonces un Estado aparente, porque se ha constituido con un alto grado de exterioridad a las comunidades, y tiene por tanto un menor grado de legitimidad. Es un Estado organizado desde el punto de vista jurídico-constitucional según los principios liberales y representativos, pero con pretensiones de validez en un territorio y sobre un conjunto de comunidades que no están organizados según dichos principios. En suma, un Estado con fuertes dificultades de legitimación y construcción de hegemonía, que explica en gran parte la violenta historia política y social de Bolivia.
El Estado Plurinacional Todas estas formulaciones nos parecen importantes para entender el significado de la emergencia del Estado Plurinacional, plasmado en la nueva Constitución Política del Estado, resultante del tumultuoso proceso político boliviano de los últimos años. El resultado final de este proceso distó mucho de la “Agenda de octubre”, definida a partir de las históricas movilizaciones
populares que en octubre de 2003 pusieron fin al gobierno neoliberal de Gonzalo Sánchez de Losada. Con el posterior ascenso de Evo Morales a la Presidencia, en enero de 2006, se inicia el largo conflicto que enfrentará al gobierno del MAS con la oligarquía cruceña y sus aliados de la “Media Luna” oriental, cuyos intentos secesionistas culminaron con el fracasado intento de golpe cívico-prefectural, desarticulado en octubre de 2008. En este desenlace tuvo mucha importancia la negociación emprendida en el Parlamento con los partidos representantes de la derecha oligárquica, que implicó numerosas modificaciones al texto originalmente aprobado en la Asamblea Constituyente, que dio origen a la actual Constitución Política del Estado Plurinacional, (la fundamental, pero no la única, fue la sanción del carácter no retroactivo de la aplicación de los límites a la propiedad de la tierra, fijada en 5.000 Ha., que bloqueó la posibilidad de una auténtica reforma agraria y la expropiación de los grandes latifundios). El Estado Plurinacional, consagrado en el texto constitucional promulgado en febrero de 2009, es, como todo Estado, un órgano de dominación y represión. No obstante, la plurinacionalidad reviste un doble carácter que es necesario precisar. Por un lado representa una conquista de las mayorías indígenas, que por primera vez en su historia lograron inscribir sus valores ancestrales en el plexo constitucional en condiciones de igualdad, es decir, el reconocimiento de que Bolivia “es una nación compuesta por muchas naciones”. Por el otro es una apuesta de las clases dominantes –y del nuevo bloque de poder, integrado por una burguesía aymara en ascenso unida estrechamente a las grandes empresas nacionales y al capital extranjero– de cerrar la brecha abierta entre la formación abigarrada y el estado aparente, para de esta manera soldar la hegemonía burguesa sobre las clases subalternas. Entendemos nosotros que la comprensión de la complejidad de la construcción política articulada en torno al Estado Plurinacional (y la nueva Constitución Política del Estado) es crucial para la intervención política de la izquierda en Bolivia.
Palabras finales Al inicio de la nota publicada en el número anterior, adelantamos nuestra opinión de que el libro de Javo Ferreira constituye un excelente aporte, desde la perspectiva de la tradición marxista, para la comprensión de los problemas de las formaciones sociales de la región andina. Creemos que hemos demostrado, a lo largo de nuestras reflexiones, que la obra expresa el esfuerzo del autor por aplicar en forma creativa el método del materialismo histórico a la realidad social de Bolivia. Se inscribe, en este sentido, en la tradición iniciada por José Carlos Mariátegui, para quien el socialismo, en nuestras tierras, no puede ser mera repetición sino creación heroica, refiriéndose de esta manera a la necesidad de alcanzar la síntesis dialéctica entre lo universal y lo particular, característica fundamental del análisis marxista. Creemos que estas, y otras muchas reflexiones, pueden hacerse con gran utilidad del texto de Javo Ferreira, escrito con rigor y sencillez.
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Ilustración: Anahí Rivera
¿Revolución “fracasada”, o revolución “traicionada”? Eduardo Grüner Ensayista, sociólogo, docente de la UBA.
La publicación reciente de La revolución traicionada de León Trotsky por el CEIP –con un eficaz prólogo de “actualización” a cargo de Christian Castillo y Matías Maiello– constituye lo que vulgarmente se denomina un acontecimiento (teórico, cultural y político). Esa “vulgaridad” está, en este caso, plenamente justificada. Se trata de lo que bien puede calificarse de testamento político del gran revolucionario, en el cual –entre muchas otras cosas– somete a examen implacable, poco antes de su asesinato a manos del estalinismo en 1940, la lógica de la transformación del proyecto originario de los bolcheviques en un despotismo abyecto bajo el comando de un estrato burocrático ultraconcentrado en su poder, que ha traicionado hasta el último de los ideales –y las posibilidades reales– de construcción de una sociedad “soviética”
en camino al auténtico socialismo. Esa traición tuvo consecuencias negativas inmensas que las causas revolucionarias todavía están sufriendo en todo el mundo. El libro de Trotsky aborda ese proceso de degradación con todo el rigor, la lucidez y la consecuencia que son su marca de estilo, y que hacen que no haya, hasta el día de hoy, un análisis crítico más acabado desde la óptica del marxismo; pero al mismo tiempo, más allá de la indignación y la amargura, lo hace sin perder un ápice de su confianza en el espíritu revolucionario y emancipador que condujo a la enorme gesta de Octubre, y cuya reconstrucción es el objetivo final de su análisis crítico. Es de esa traición y de ese espíritu –que la gran pluma de Trotsky pone en escena como personajes de un tremendo drama histórico– que quisiéramos hablar, aunque fuera breve y esquemáticamente, en
lo que sigue, sirviéndonos de su texto como (en el sentido literal) pre-texto. 1. Para usar una ya canónica metáfora, hay un fantasma que sobrevuela desde hace ya décadas sobre el marxismo. Es el fantasma del así llamado fracaso de las revoluciones y movimientos emprendidos en su nombre. Casi desde la propia formulación originaria de los conceptos (y las acciones) del materialismo histórico se le imputó que estaban “destinados al fracaso”. En las últimas décadas, el derrumbe (o implosión, o derrota) de esas verdaderas monstruosidades políticas en que se habían transformado los “socialismos reales”, y la consiguiente completa mundialización del Capital, pareció confirmar inapelablemente ese diagnóstico de los enemigos, los escépticos, y aún los » “desencantados” del marxismo.
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Frente a semejante veredicto, es casi irresistible la instintiva tentación de replicar con una “chicana”: ¿Cuáles serían, por favor, los clamorosos éxitos del capitalismo –salvo, se entiende, para los propios capitalistas, una porción mínima de la humanidad–? De un capitalismo, queremos decir, que había prometido el progreso, la prosperidad y la convivencia democrática para la inmensa mayoría, y que, por solo atenernos al siglo XX y lo que va del XXI, ha entregado explotación, creciente miseria, alienación, guerras, masacres y genocidios inconcebibles, sin dejar de mencionar la degradación sin precedentes de la cultura y la subjetividad, y para no mencionar las catástrofes ecológicas que ha producido, y que por primera vez en la historia colocan a la humanidad ante el riesgo real de su desaparición. No obstante, es necesario resistir tal tentación. Porque, como se suele decir, “una cosa no quita la otra”. Que el capitalismo haya “fracasado” estrepitosamente no implica que los alegados “fracasos” de las revoluciones socialistas sean menos dramáticos: al contrario, lo son aún más. Pero empecemos por desplazar el eje de esta discusión, y definir en qué términos hablamos de “fracaso”, so pena de quedar atrapados –como quisiera la ideología dominante– en la plena identificación de las revoluciones “fracasadas” con la “inutilidad” o la no pertinencia del marxismo revolucionario como tal. En alguna parte, Slavoj Zizek cita una frase de Rumbo a Peor de Samuel Beckett: “Inténtalo de nuevo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”1. Me permito ahora ponerla en contigüidad con otras dos frases que vienen a mi memoria. Una es de William Faulkner, que en respuesta a una entrevista dice: “No vaya usted a creer que es fácil fracasar: a mí al principio me costó mucho, después
me fue saliendo cada vez mejor”. La tercera es de Orson Welles: “Yo empecé desde muy arriba, y tuve que trabajar duramente para descender hasta el fondo”. ¿Qué hay de común entre estos tres enunciados? No es, como podría parecer, el fracaso por sí mismo, sino más bien la idea de que fracasar supone un esfuerzo, demanda fuerza de voluntad. Lo cual es por supuesto una inversión sarcástica, digna de Marx –de Groucho Marx– del sentido común según el cual es el éxito el que implica un gran trabajo, mientras el fracaso se adjudica a la pereza. Se trata, desde ya, de un sentido común típicamente burgués: el éxito es el producto de la esforzada iniciativa individual, mientras que el fracaso es el destino del indolente, ya sea el aristócrata decadente como, en el otro extremo de la estructura social, el marginal que prefiere vivir de la caridad o de los subsidios del Estado. Y el mismo prejuicio ha fundado, frecuentemente, el menosprecio colonialista y racista hacia el Otro, el Extranjero, el Indígena, que solo bajo la esclavitud se transforma en un sujeto productivo. En nuestros tres enunciados de marras, en cambio, el fracaso es el resultado fallido de una lucha, y el acento positivo está puesto sobre el proceso, sobre la lucha misma, y no sobre el resultado. Esto plantea, de manera escandalosa para el sentido común de la ideología burguesa, una suerte de ética “revolucionaria” del posible fracaso, y una suerte de épica heroico-combativa, no exenta de un elemento “trágico”, que se desentiende de toda moral del éxito para reivindicar el valor de la lucha en sí misma. Pero, permítaseme señalar alguna otra ironía. Una frase como la de Orson Welles (“Yo empecé desde arriba, y tuve que trabajar”, etcétera) podría perfectamente aplicarse a la historia del capitalismo. Recuérdense los exaltados ditirambos de Marx –esta vez me refiero a Karl– y Engels, en el Manifiesto Comunista, donde cantan los fabulosos éxitos iniciales de ese nuevo modo de producción, pero para anunciar luego que son esos mismos logros inéditos en la historia de la humanidad los que servirán para sepultarlo. Bien, tal vez las cosas no se hayan desarrollado exactamente como Marx las preveía –o las deseaba–. Pero en lo esencial no podemos decir que se haya equivocado demasiado: habiendo empezado bien desde arriba, el capitalismo ha terminado
descendiendo –y arrastrándonos a todos en su caída– al más abyecto de los infiernos: ¿cuánto más se puede bajar? ¿Y al revés? ¿Puede aplicarse asimismo el enunciado de Welles a las revoluciones que intentaron acelerar esa caída al mismo tiempo planteando una alternativa, y que porque “fracasaron” es que la lenta agonía capitalista se nos hace ahora insoportable, y algunos presienten que el final será más el de un suspiro hediondo que el de una gloriosa explosión, para parafrasear el canónico verso de Eliot? Pero, claro, la pregunta supone que esas revoluciones efectivamente fracasaron, puesto que no obtuvieron los objetivos que se proponían; y entonces nos hemos vuelto a enredar en el sentido común de una moral del éxito, en la instrumentalidad “resultadista”, para decirlo con la jerga futbolera, y hemos olvidado la ética y la épica del proceso de lucha. Porque, ¿y si la pregunta pertinente fuera por si, a pesar del “fracaso”, no fue el esfuerzo lo que constituyó la marca indeleble de un deseo que debiera insistir, sobre el cual no debiéramos ceder, sobre el cual reconstruir un nuevo imaginario revolucionario? Aquí podríamos pensar en todavía otra frase, por cierto no de algún revolucionario ultraizquierdista, sino de un extraordinario escritor católico-conservador, Gilbert K. Chesterton, cuando dice: “Las causas perdidas son precisamente las que podrían haber salvado al mundo”. Se trata, en último análisis, de con qué lógica histórica nos manejamos. Si decimos que las revoluciones del pasado finalmente fracasaron, nos deslizamos insensible pero firmemente hacia la concepción de la revolución como algo del pasado. Y el pasado, como reza la jerga juvenil, “ya fue”. Esta ha vuelto a ser hoy, en los tiempos post, la ideología dominante: para citar otra expresión muy común, lo que tenemos “es lo que hay”, y ya está: congelando el pasado, asesinamos todo proyecto de futuro, lo que nos queda es el presente eterno. La filosofía lineal, evolutiva y “progresiva” de la historia, tanto como el puro “presentismo” postmoderno, no están en condiciones de asumir la idea de repetición –ni siquiera como “farsa”– ni mucho menos la de un retorno de lo reprimido. 2. Una de las razones –y no de las menores– que se aducen para tal “fracaso” de las revoluciones,
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“ Por esa razón ha llegado la hora de volver a plantear (...) de qué hablamos cuando decimos ‘revolución’. En uno de sus múltiples registros, el libro de Trotsky es ese planteo.
es la de su “bastardización” por parte de una dirigencia despótica y corrupta, que utilizó el poder que les dieron las revoluciones para consolidar sus propios intereses de “nueva casta” burocrática, incluso a veces provocando masacres a gran escala, y así. Se sabe cuáles son los argumentos más habituales que se esgrimen (incluso, y quizá sobre todo, desde el “progresismo” de centroizquierda, más o menos socialdemocrático-liberal) contra todo “imaginario revolucionario”, y que llevarán a acusarlo de indefectiblemente “totalitario”: básicamente, que ese “imaginario” conlleva un utopismo omnipotente que pretende hacer entrar la realidad compleja y múltiple de las sociedades en un esquema preconcebido de la “mejor” sociedad; como la realidad indefectiblemente se resiste a ese forzamiento, se tilda a la realidad misma de “reaccionaria”, y se está dispuesto a ejercer sobre ella la violencia que sea necesaria para hacerla “entrar en razón”, adecuarse al Imaginario fundacional de la vanguardia revolucionaria: esa obcecación ha conducido siempre, más tarde o más temprano, al reino del Terror (jacobino, estalinista, el de la Revolución Cultural china, el de Pol-Pot, y siguen las firmas). Etcétera, etcétera. No pretendemos decir que no haya un momento de verdad en ese argumento –como lo hay en todo enunciado ideológico, que sin ese “momento verdadero” no tendría la más mínima eficacia–. El problema con él, sin embargo, es que, como se dice vulgarmente, arroja el niño con el agua de la bañera. El núcleo universal del Imaginario revolucionario –el deseo de una transformación radical de lo existente– es condenado en nombre de sus consecuencias particulares en determinadas circunstancias históricas, del mismo modo que el “fracaso” de las revoluciones se usa como argumento en contra de su necesidad. Como si el hecho de que esas revoluciones hayan “fracasado” significara automáticamente que las razones por las cuales fueron hechas hayan desaparecido. Por supuesto que, a su vez, en nombre de las revoluciones se han cometido los crímenes más indefendibles, que deben ser condenados incondicionalmente, tal como lo hace sin concesiones Trotsky. Pero ¿es esa una razón suficiente para condenar también la idea misma de revolución? ¿o lo es, más bien, para pensar de nuevo –“interminablemente”, por así decir– las determinaciones concretas y prácticas del Imaginario deseante de la revolución? ¿Y de hacerlo sobre
la base de un análisis político-intelectual a fondo de las experiencias “fracasadas”, como también lo hace Trotsky respecto de la URSS? Todo lo anterior, sin embargo, no debería distraernos de una pregunta fundamental que todo marxista necesita hacerse hoy: ¿Por qué se ha apagado, ha menguado notoriamente entre las masas, lo que acabamos de llamar el imaginario de la Revolución? Alguien, desde el campo “progresista”, podría decirnos que exageramos. Después de todo, no es que las clases populares en todo el mundo no hayan registrado –como lo hacen siempre, más tarde o más temprano– la necesidad de poner en acción movimientos de resistencia a la catástrofe a la cual está llevándolas el capitalismo. Allí están, dirán, por limitarnos a la última década, los cambios (parciales, que “hay que profundizar”, pero cambios al fin) que se han producido en América Latina, o las denominadas “revoluciones árabes” (hoy bastante congeladas, en verdad), o los nuevos movimientos políticos del sur de Europa como Syriza en Grecia o Podemos en España. Pero allí están también las guerras plenas de horror en Medio Oriente, las masacres de Gaza, las nuevas formas de violencia reaccionaria, los fundamentalismos terroristas (y no me refiero solamente a los islámicos), el crecimiento en casi toda Europa de las extremas derechas con sus consecuencias de racismo y xenofobia exacerbados, etcétera. Son todos síntomas previsibles ante la agudización de la crisis del Capital, que puede precipitar a las masas a un estado de desesperación a veces canalizada de formas perversas ante la ausencia de una alternativa radical al sistema mundial existente plenamente asumida por las grandes masas. Es detrás de todas estas nuevas contradicciones que se verifica, pues, el retroceso “en promedio”, en las últimas tres o cuatro décadas, de eso que llamábamos un imaginario realmente revolucionario. Desde luego, se han producido muchos y sustantivos cambios desde las décadas “rojas” de los ‘60 y primeros ‘70. Cambios que incluyen, cómo no, el hundimiento (el “fracaso”) de los “socialismos reales”. Sería necio negar que la gran Revolución de Octubre y su extensión (o su “exportación” a veces forzada, lo cual también constituyó un problema) a los países del
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Este europeo, fue, decíamos, literalmente secuestrada por aquella camarilla burocrática que señalábamos, y que lejos de iniciar la construcción de un socialismo auténtico, estableció una feroz dictadura (no del, sino) sobre el proletariado y la sociedad en su conjunto. Todas estas contradicciones, sumadas al nuevo clima ideológico “neoliberal” a partir de la década del ‘80, contribuyeron a levantar sospechas ya no sobre los resultados revolucionarios, sino, como decíamos, sobre el propio concepto de revolución, paulatinamente abandonado por los sectores progresistas –incluso, entre otros, por los partidos “comunistas” del mundo entero– y sustituido por las teorías y las políticas “regulacionistas”, “progresistas”, “bienestaristas” y demás. Es decir, se echó un manto de olvido sobre la idea “clásica” de la revolución como transformación radical de las relaciones de producción en un sentido socialista. Cualquiera tiene, desde ya, derecho a discutir la posibilidad actual –o incluso la deseabilidad– de esa transformación; o, aún aceptando ambas cosas, a debatir las diferencias estratégicas y tácticas que ellas supondrían hoy con respecto a los modelos revolucionarios históricos “fracasados” (más aún: esta última debiera ser una discusión imprescindible y urgente para los marxistas contemporáneos). Pero si se quiere permanecer dentro del paradigma marxista (todo lo ampliado y “flexibilizado” que sea necesario) no se puede negar la categoría de “revolución” entendida en esos términos básicos. Este es el telón de fondo sobre el cual se pueden juzgar los cambios gubernamentales de la última década en América Latina, algunos de los cuales no han vacilado en autocalificarse “de izquierda”, o de “socialistas”. Quizá eso haya contribuido a que la palabra izquierda haya dejado de ser una “mala palabra” como lo era en los ‘90, aunque esto conlleva el peligro “dialéctico” de que –mediante el éxito de una cierta operación de apropiación de esa palabra por parte de los gobiernos– el concepto “izquierda” quede asociado a, y aún plenamente identificado con, las políticas bonapartistas, reformistas o populistas que pueden tener mayores o menores tensiones con el capital mundial, pero que no se proponen como proyecto final sustraerse a su lógica. O sea: la palabra “izquierda” puede, nuevamente, ser una buena palabra… siempre que no se la pronuncie junto a la palabra “revolución”. Y
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otro tanto sucede, con todos los matices del caso, con movimientos como Syriza o Podemos, con su articulación borrosa entre la ética de los “indignados” y un populismo “laclauiano” más o menos posmoderno y mediático. Por esa razón ha llegado la hora de volver a plantear (aunque obviamente no podamos hacerlo aquí) de qué hablamos cuando decimos “revolución”. En uno de sus múltiples registros, el libro de Trotsky es ese planteo. 3. La actual necesidad –y la realidad en curso– de un “renacimiento” marxista es inseparable de una tarea de una enorme magnitud: es necesario revisar, con toda la radicalidad crítica que sea necesaria, sin prejuicios ni preconceptos de ninguna clase, aquellos “fracasos” de las experiencias de los “socialismos reales”, como lo hace nuevamente Trotsky para la URSS. Hay que revisarlos, por supuesto, en términos políticos, sociales y económicos, pero también (si es que se quiere mantener el marxismo como la gran empresa civilizatoria que Marx postulaba) en términos filosófico-culturales, y hasta en términos “psicológicos” y, si se quiere decir así, ontológicos, en un sentido más o menos lukácsiano. En los socialismos reales, y empezando por la URSS, el marxismo quedó congelado, paralizado, o peor aún, retrocedió sobre sus pasos hasta transformarse en una pobre, mediocre, caricatura de sí mismo. Y lo peor de todo es que esta “caricaturización” sirvió para hacer devenir a ese remedo farsesco en una excluyente doctrina de Estado como instrumento de férrea dominación sobre (y no de) el proletariado y la sociedad en su conjunto. En nombre de ese “marxismo” convertido en discurso del terrorismo estatal, para colmo, se cometieron los crímenes más infames, desde la aniquilación por hambre de millones de campesinos (de ninguna manera solamente kulaks) mediante la política de colectivización forzada de la agricultura, hasta el exterminio de toda la vieja guardia bolchevique mediante la parodia canallesca de los juicios “autocríticos”, pasando por los siniestros gulags en los que fueron esclavizados o directamente liquidados otros millones de opositores o meros disidentes, todo ello acompañado del más férreo control ideológico y político sobre una población inerme, desarmada en términos tanto sociales como culturales, y abrumada por la escasez permanente, producto de los persistentes reveses económicos y técnicos. Nada de ello puede atribuirse a simples “errores” ni solamente al bloqueo cruel de las potencias capitalistas (dos cosas que también existieron, desde ya), sino que fue en buena medida un plan premeditado de dominación y construcción de poder despótico por parte de una camarilla burocrática que, como decíamos, “secuestró” en su propio beneficio los extraordinarios logros de la Revolución de Octubre. No es de extrañarse que León Trotsky (pronto asesinado brutalmente por la misma camarilla, luego de haber aniquilado prácticamente a toda su familia), pudiera afirmar que el estalinismo era el peor “régimen policial”, el peor “totalitarismo” (Trotsky usa literalmente ese término,
mucho antes de que se pusiera de moda después de la Segunda Guerra) que hubiera conocido la humanidad…¡ y ello en 1937, cuando ya hacía cuatro años que Hitler estaba en el poder, y quince que se había producido la “marcha sobre Roma” de Mussolini!2 ¿Exageraba, pues, o chocheaba, el antiguo prócer revolucionario? No: “peor” significa aquí sencillamente que, mientras de Mi lucha de Hitler se desprendía inequívocamente Auschwitz (o algo similar), deducir de El Capital los gulags y todo lo demás que hemos descripto es una traición infame, totalmente imperdonable, del proyecto emancipador originario. Este “fracaso”, esta traición, así como las condiciones objetivas que la permitieron, es una de las más ominosas tragedias del último siglo. Ha puesto en seria cuestión la mayor esperanza de liberación que los pueblos conocieron en toda la historia moderna, y ha contribuido de manera decisiva a la legitimación tramposa del desprestigio al que la burguesía ha siempre intentado someter al marxismo y al concepto de “revolución”. Nos obliga a pensar de nuevo, una y otra vez, cómo reconstruir a escala mundial un “imaginario de revolución” que en las últimas décadas había caído en descrédito generalizado. No es necesario decir, sin embargo, que es imprescindible hacerlo, y más aún en nuestros tiempos de crisis también generalizada del capitalismo, para evitar que esa crisis se “resuelva” falsamente mediante nuevos intentos “reformistas” como los actualmente existentes en diversas partes del mundo, y que indefectiblemente volverán a chocar con el “techo” que les impone el sistema, en un círculo vicioso que cada vez está más corto de tiempo. Eso, en el mejor de los casos: en el peor, que la crisis se “resuelva” por derecha, con la profundización de las tendencias destructivas, racistas, xenófobas y de terrorismo imperial y fundamentalista que ha despertado la propia crisis. Estamos ante una tarea inmensa, ciclópea, de recomposición política y también “intelectual y moral” (como hubiera dicho Gramsci), que además, por supuesto, no depende solo de la buena voluntad y el trabajo dedicado de un conjunto de individuos, sino también, y principalísimamente, del movimiento de los pueblos. Porque, como solía decir León Rozitchner, cuando la sociedad no sabe qué hacer, la filosofía no sabe qué pensar. 4. Como se ve, no hemos (casi) hablado del libro de Trotsky en sí mismo. El libro debe leerse, y ninguna paráfrasis que pudiéramos hacer de él estaría a la altura de esa experiencia de lectura. Tampoco teníamos aquí el espacio suficiente (lo dejaremos para una próxima vez) de desarrollar otra cuestión que puede aparecer “secundaria”, pero de la que defenderemos su máxima importancia. Por una “feliz” coincidencia, la aparición de La revolución traicionada es casi simultánea con un nuevo aniversario del derrumbe del Muro de Berlín, símbolo condensado de los “fracasos” y traiciones de que hablábamos. En una temporalidad relativamente más amplia, coincide asimismo con la proliferación, en los últimos años, de memorias, diarios, remembranzas o autobiografías de grandes intelectuales y artistas que, en
el contexto de la “revolución traicionada” –sin ser en absoluto “reaccionarios” o contrarrevolucionarios (y que no se entienda que, de haberlos sido, entonces lo hubieran merecido)– sufrieron prisión, destitución, torturas, exilio, y aún asesinato (incluyendo en esta palabra el suicidio por desesperación, como el de Evtuchenko y otros) por el delito de disidencia con la banda burocrática dirigente en los “socialismos reales”. Dos casos entre muchos que vale la pena mencionar, por su extraordinario valor literario, político e intelectual, son los de Nadiezhda Mandelstam (viuda del gran poeta Ossip Mandelstam)3 y la notable novelista germanooriental Christa Wolf4. Dos mujeres de izquierda de enorme coraje, que lo resistieron todo para poder transmitir al futuro una de las múltiples dimensiones de la traición: la destrucción de la lengua, de la sensibilidad poética, del amor de las palabras por la verdad, todas cosas contra las cuales también embistió el “secuestro” del espíritu revolucionario. Y que autorizan esa estupenda expresión de Roman Jakobson cuando habla de “la generación que tiró a la basura a sus poetas”5. La mención viene a cuento porque, aunque no es el tema central de La revolución traicionada, es sabido que Trotsky –en muchos textos, y muy explícitamente en Literatura y revolución–, aún en el fragor de las violencias de la guerra civil o de los conflictos de la construcción del Estado soviético, siempre abogó por la más absoluta libertad de creación, investigación y producción intelectual. ¿Era una “ingenuidad liberal” de su parte? No. Era una manera –anticipada, se podría decir– de afirmar que el control de lo “imaginario”, fuera este “revolucionario” o no, justamente no era una tarea revolucionaria, y fácilmente podía devenir en lo contrario. De afirmar, pues, que un proyecto auténtico de construcción del socialismo no solo podía darse el “lujo”, sino que necesitaba de la polifonía de perspectivas (literarias, artísticas, filosóficas) que, aún en la disidencia, enriquecieran y complejizaran el horizonte cultural de ese proyecto. La combinación del silenciamiento de muchas de esas voces con el sometimiento servil de muchas otras (los ejemplos son interminables, con Gorky como paradigma) no está entre las menores de las traiciones de que habla Trotsky. Es otra de esas brutales tragedias históricas que los marxistas alguna vez deberán revisar.
1. Cfr. Zizek, Slavoj: “Cómo volver a empezar… desde el principio”, en VVAA: Sobre la Idea del Comunismo, Bs. As., Paidós, 2010. 2. Cfr. El Caso León Trotsky, Bs. As., CEIP, 2010, p. 166. 3. Mandelstam, Nadiezhda: Contra toda Esperanza, Barcelona, Acantilado, 2011. 4. Wolf, Christa: La Ciudad de Los Ángeles o El Abrigo del Dr. Freud, Madrid, Alianza, 2013. 5. Jakobson, Roman: La Géneration qui a Gaspillé ses Poètes, París, Allia, 2001.
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Qué hacer con Tulio Halperin Donghi
Fotografía: diariolosandes.com
Omar Acha Historiador y ensayista, docente de la UBA e investigador del CONICET. Sus últimos libros son Un revisionismo histórico de izquierda y Crónica sentimental de la Argentina peronista. Toda auténtica obra intelectual acarrea dificultades de interpretación. Es un desafío qué hacer con ella. Así acontece con los escritos del recientemente fallecido historiador Tulio Halperin Donghi. Forjador de una concepción de la historia argentina, Halperin Donghi lega un conjunto de escritos que, esto es lo que argumentaré, 1) disiente de los hábitos académicos predominantes en la maquinaria universitaria y 2) puede ser objeto de una lectura productiva desde la izquierda. Indómito ante los cánones
progresistas de la historiografía académica mejor reconocida, malogra además las sencilleces en que se entretiene el revisionismo histórico nacional-populista. Y si una historiografía de izquierda no podría ser halperiniana, queda todavía por explicar el tenor de un diálogo posible.
Tres temporalidades históricas en Halperin Una obra, cuando es tal, contiende a sus lecturas. Respecto de Halperin en primer término por las dificultades de seguirlo, de desentrañar una
prosa deliberadamente barroca. Halperin se entiende en la precisa medida en que el lector acepte sumergirse en los vericuetos de una respiración literaria y argumentativa de fisonomía única. Este elitismo impenitente que su escritura segregaba no debe ser celebrado, en esencia porque su idea del conocimiento era demasiado estándar para asilarlo en una experiencia estética. Pero convengamos que Halperin jamás forzó a nadie a leerlo. Halperin fue un historiador que formuló una visión integral del proceso formativo de la Argentina. »
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“ ... la imaginación histórica de Halperin tiene poco en común con la historiografía universitaria que lo reclama como su máximo exponente.
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Y lo hizo desbordando sus propias afinidades ideológicas, los prejuicios transmitidos por el “capital simbólico” en un pensamiento (por circunstancias familiares y sociales Halperin estaba predispuesto a ser una mente luminosa). Por ejemplo, ante el usual reproche nacional-populista según el cual Halperin habría sido un liberal, cabe decir que el autor de Revolución y guerra fue uno de los pocos historiadores que desafiaron coherentemente la concepción liberal de la historia. Pues para Halperin los individuos no hacen la historia. Más bien la sobrellevan. Y los más lúcidos –esto es, los intelectuales-políticos– pueden comprenderla solo para bregar y perderse al pretender enmendarla. Por otra parte, Halperin subrayó las tenacidades “unanimistas” de una “tradición política” liberal que alcanza, por eso, incluso hasta Perón. Nunca concibió una travesía fulgurante hacia la democracia liberal, ni celebró el sitial argentino en el “pacto neocolonial” de mediados del siglo diecinueve. La idea halperiniana de la historia argentina es inconveniente para legitimar un despliegue triunfal. Halperin concibió la historia como un teatro en el que se reconocen tres tiempos. Que tales temporalidades no cristalizaran el acontecer en un retrato paralizado es lo que el gran historiador francés Fernand Braudel creyó haber transmitido a Halperin, un interlocutor predilecto. En primer término el escenario de la historia argentina de Halperin se dibuja en nuestra modesta “larga duración” consentida por la implementación del Reglamento de Libro Comercio de 1778. Esa reforma decretada por el rey Carlos III habilitó los intercambios con otros puertos de las posesiones de la corona castellana en América. Partícipe del mismo movimiento de reforma que un par de años antes había conducido a la creación del Virreinato del Río de la Plata, el Reglamento involucró un doble viraje de consecuencias todavía vigentes: 1) el relevo del eje limeño con primacía para la región Noroeste por la cuenca del Plata con centro en la ciudad de Buenos Aires y 2) la orientación productiva agraria principalmente destinada a mercados externos. Ambos rasgos, que comenzaron a consolidarse mientras ocurría la ruptura revolucionaria de 1810, solo habrían de profundizarse sin que fuera decisivo que en el gobierno prevalecieran Rivadavia, Rosas, Mitre, Roca, Yrigoyen o Perón. Si éste último, pero también Frondizi y Onganía, quiso alterar la matriz de 1778, la historia reciente mostró sin ambigüedades, incluso hasta el siglo veintiuno, la perseverancia del primer escenario histórico argentino.
La soja de 2014 podrá sustituir al ganado lanar de 1850 o al trigo de 1910, pero la mecánica económica es la misma, como también sus cíclicas decepciones. Desde 1930 soportó una “larga agonía” (creo que debería haberla llamado una “interminable agonía”) de la cual la “Argentina peronista” es apenas una manifestación. Un segundo tiempo incrustado en el primero, pero irreductible a él, se construyó en las mutaciones demográficas ocasionadas por el prolongado desplazamiento del eje limeño al eje porteño. Ese desplazamiento originó una convulsión de la relación entre vida rural y urbana, que la revolución y las guerras civiles, pero también la inserción argentina en el mercado mundial avanzado el siglo diecinueve, exacerbaron. Así se generó un dilema para los nacientes e inciertos elencos de élites dominantes desde 1810: cómo dirimir el poder, la primacía social y económica, las formas de Estado, ante una movilización popular animada por razones socio-económicas pero también por las formas políticas nacientes. No obstante la historia política no compuso un interés importante en el pensamiento histórico de Halperin, pues ante las mutaciones y desplazamientos seculares los enfrentamientos políticos siempre serían inciertos. Las fracturas políticas son más propias de una “historia natural”, donde hay ciertamente emergencia de lo nuevo, pero que instituye más un enigma que la realización de la voluntad humana. Finalmente se encuentra el tiempo específico en el que Halperin se sintió más desahogado: la historia intelectual, en un primer plano turbado por los dos escenarios antes mencionados. Las determinaciones impuestas por los otros tiempos históricos jamás podrían ser transfiguradas en las ideas. Incluso las más brillantes siempre estuvieron a destiempo de las cárceles de la duración y las veleidades de la política. Es verdad que Halperin escarneció irónicamente las confusiones de la razón ante las incertidumbres de la acción y su impotencia ante lo que no puede ser modificado. Pero debe notarse a la vez la admiración halperiniana por la lucidez del pensador que, sin ilusiones, descubre lo que cada época depara a sus habitantes. Así se pensó a sí mismo: como una inteligencia demasiado aguda para crearse ficciones consoladoras. Y tamizó la historia intelectual argentina e hispanoamericana con ese escalpelo desmitificador y deslumbrado (por ejemplo con Sarmiento, con Fray Servando Teresa de Mier, con Juan B. Justo).
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Una canción de otoño en la primavera académica Es fácil captar hasta dónde el pensamiento histórico de Halperin difiere de una historiografía académica que en gran medida lo venera. No voy a detenerme en esta tesis que me reprimiré a solo enunciar: la imaginación histórica de Halperin tiene poco en común con la historiografía universitaria que lo reclama como su máximo exponente. Halperin nos presenta una historia sin enseñanzas de justicia, ciudadanía o modernización. O más exactamente, las trata a condición de develar sus ilusiones y menguas. Y si para él el desarrollo histórico argentino fue relativamente exitoso, fue también relativamente infructuoso en las moderadas posiciones que le fueron reservadas en el orden mundial. La Argentina de Halperin es un país imposible. En varias oportunidades pareció que alcanzaba promesas extraordinarias: muy pronto las previsiones se revelaron exageradas. Y eso que con cierta razón los peronistas le reprochan del desprecio hacia las promesas de la “Nueva Argentina” de 1950, en verdad fue el talante perdurable en su inquisidora mirada de historiador. Por todo esto son misteriosos los casi unánimes panegíricos difundidos por representantes de la historiografía académica mainstream en ocasión de la muerte del improbable maestro del pensamiento. O bien utilizan pragmáticamente un legado rebelde a encuadrarse en moldes progresistas como los pautados en los estudios universitarios dominantes, o bien no saben lo que hacen. Quiero creer que se trata de la primera actitud.
Halperin Donghi y una historiografía de izquierda ¿Y con la izquierda historiográfica qué? Me refiero a la izquierda radical, porque la izquierda reformista y progresista tiene –ya lo dije– un desacuerdo filosófico básico con Halperin Donghi. Sin duda, la concepción historiográfica annaliste de Halperin posee insuperables obstáculos para una lectura amistosa desde la izquierda. Creo que es su más peligroso adversario. He mencionado la predilección por las élites, por los intelectuales, sin desmedro de una historia social y económica que puede dialogar con preocupaciones marxistas-estructurales. Pero Halperin entiende al capitalismo como una “sociedad de mercado”, y por ende no distingue una lógica del capital atravesando las temporalidades mencionadas. Carece también de una noción de contradicción social. Su percepción histórica se desinteresa de toda historia desde abajo que consienta capturar mejor
las incertidumbres en que vacila toda historia desde arriba. Los pobres de 1810, los gauchos de 1850, los proletarios de 1900, las trabajadoras de 1930, componen siempre un coro; jamás son protagonistas. Su pesimismo antropológico y social le impide captar eso que Walter Benjamin llamó el “tiempo ahora” de la lucha contra el dominio. Pienso que Halperin es un interlocutor útil para la izquierda historiográfica en la exacta medida en que es un aguafiestas, un dañador serial de los ensueños de la historiografía del “progreso argentino”, e incluyo aquí las variantes socialdemócratas y liberales que se preocupan por las intermitencias de una modernización difícil. Desde un punto de vista halperiniano esas candideces históricas merecen un carcajeo mordaz. Pero también es inoportuno, e incluso impiadoso, con las ñoñerías “revisionistas” de una historia resuelta en pugnas entre traidores extranjerizantes y héroes nacional-populares. Al leer a Halperin una historiografía de izquierda no solo puede nutrirse de innumerables trazos que socavan tanto las convicciones liberal-progresistas como las nacional-populistas en materia histórica; puede pensarse a sí misma midiéndose con un pensamiento demasiado rico para ser entregado a apologías acríticas o a denuestos incompetentes. Una historiografía de izquierda no podría ser halperiniana. Porque para Halperin las cosas no podrían ser muy distintas de lo que son. Tampoco para él las voluntades colectivas son capaces de torcer los destinos de larga duración. Entonces se sitúa en las antípodas de cualquier izquierda coherente. Entiendo sin embargo que una izquierda historiográfica no debería privarse del diálogo crítico con una obra densa y difícil, ciertamente más estimulante que las miradas academicistas que lo celebraron como propio cuando era –y esa es su dignidad– uno de los tres más originales historiadores argentinos del siglo pasado (los otros dos fueron José Luis Romero y Milcíades Peña). En cuanto a perspectivas y problemas el pensamiento de Halperin permaneció anclado en 1960. Más allá de Halperin, una historiografía de izquierda necesita repensarse en el siglo veintiuno para escribir críticamente la historia.
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CULTURA Letra & Música
Ilustración: Mariano Mancuso
Jimi Hendrix
Fernando Aiziczon Historiador, docente UNC. “Sé lo que quiero decir, pero soy incapaz de darle forma en palabras” (Jimi Hendrix)
La experiencia Hendrix James Marshall Hendrix (Seattle 1942, Londres 1970) no se destaca por su voz, ni por ser un virtuoso con su guitarra ni por ostentar una técnica descollante. Su guitarra en vivo solía estar algo desafinada, sus composiciones las interpretaba siempre de un modo diferente, no respetaba sus propios riffs, la extensión de sus solos era impredecible y en sus conciertos nunca se veía un mismo Hendrix ya que sus perfomances variaban con su estado físico y anímico. Sin embargo, al escucharlo (y con “escucharlo” queremos decir no una audición meramente técnica ni epocal, ni tampoco un análisis reduccionista sobre el “significado” de las letras de sus canciones, sino una actitud de percepción integral de su música, que debe incluir aspectos corporales y visuales), Jimi Hendrix transmite como pocos toda la energía y la potencia que el rock exige como género crudo, sanguíneo, eléctricamente expresivo. En este sentido, sus canciones son, dicho sin vueltas,
alucinantes jam sessions: “zapadas” en lenguaje rockero. Improvisaciones dentro de un esquema rítmico y melódico que puede ser tan simple como sofisticado. Y eso es el rock, ayer y hoy, y por lo mismo, escuchar Hendrix resulta una experiencia sensorial indescriptible. Desde Joe Satriani a Eric Clapton, de Steve Ray Vaughan a Jeff Beck, y en nuestras pampas, de Pappo a Ricardo Mollo (uno de los pocos músicos locales que hoy se animan a interpretar “Voodoo Child”) pasando por Claudio Gabis, sin pretender ser exhaustivos, la referencia a Jimi Hendrix es ineludible. Para ubicarse en la magnitud de su legado hay que pensar que Hendrix se abrió camino, de visitante, entre The Rolling Stones, The Beatles, Frank Zappa, Led Zeppelin, entre otros. Hasta el día de hoy tantísimos artistas caen rendidos no solo frente a él, sino de cara a una época que marcó límites aún insuperables: los años ‘60, un tiempo en que los artistas parecían jugarse a agotar todo su potencial expresivo, que una vez logrado no les
dejaba otro motivo para vivir. Así es como Hendrix se fue tan temprano de este mundo (27 años) del mismo modo que Janis Joplin o Jim Morrison. Quien nunca escuchó a Hendrix puede comenzar con el explosivo “Foxy Lady”, seguir alto con “Fire”, luego dejarse llevar por el apacible “Third Stone from de Sun”, para ingresar en el clima que propone “Purple Haze” y terminar con buen rock & blues en “Higway Chile”. Con lo anterior no se habrá escuchado ni la mitad de un disco esencial aunque se podrá estar en condiciones de concluir que Hendrix es uno de los mejores y más influyentes músicos que dio el siglo XX.
Leyendo a Jimi Jimi Hendrix alcanzó rápidamente la fama, y a pesar de su fugaz y meteórica carrera (apenas 5 años de duración) siempre fue consciente del lugar que ocupaba en la escena del rock mundial y del personaje que construyó en torno
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a su música. Por fortuna para nosotros, Jimi dejó unos escritos sueltos, fragmentarios, donde es posible encontrar la humanidad detrás del personaje. Se trata del libro Empezar de cero, originalmente pensado como Una habitación llena de espejos� en alusión a uno de los escritos de Jimi: “Yo vivía en una habitación llena de espejos/solo me veía a mi mismo/me armo de valor/ hago añicos los espejos/ahora veo el mundo entero/ahora busco la que será mi amor”. Empezar de cero es una recopilación póstuma organizada narrativamente por el cineasta Peter Neal�, quien cuenta que Jimi tenía intenciones de escribir una autobiografía. Como el guitarrista solía escribir constantemente en pequeñas hojas que encontraba en los escritorios de hoteles donde se alojaba, en cajitas de cigarrillos, pedazos de papel o en servilletas, la tarea de Neal consistió en reunir todo ese valioso material disperso y darle una forma legible. En esas páginas reunidas, de lectura casi rítmica, Jimi comienza relatando su infancia de pobreza y sus juegos junto a su abuela (una india “medio cherokee”) quien solía contarle historias de su pueblo que Jimi apreciaba, entre otras anécdotas. En su ambiente familiar se escuchaba a cantantes y guitarristas populares de raíz blusera como Howlin’ Wolf, Robert Johnson, Muddy Waters (“el primer guitarrista en el que me fijé”). Jimi adquiere su primer guitarra siendo adolescente, comprándosela a un amigo de su padre que en estado de embriaguez se la ofrece por 5 dólares. Con esa primera guitarra redescubre que efectivamente era zurdo y que ese instrumento no venía adecuado a su condición, por lo que tuvo que invertir la guitarra de posición y cambiar todas las cuerdas; como sonaba muy desafinada decidió entonces buscar de inmediato una casa de música, pasó su dedos por las cuerdas de una guitarra colgada y grabó en su cabeza la afinación aproximada; así forjó su estilo: “nunca fui a clases. Aprendí guitarra con los discos y la radio”. Al salir de la adolescencia Jimi ingresa al servicio militar norteamericano del que sale de alta antes de que la Guerra de Vietnam se convierta en una pesadilla para la juventud yanqui. Su salida del ejército abre el momento en que comienza a tocar en bares, clubes y en la calle. Según relata, vivía en condiciones lamentables y cuando tenía hambre directamente robaba. Por sus oídos ya circulan guitarristas como Albert King y Albert Collins, forjadores de estilos propios, dentro de estilos a la vez más grandes como el R&B. En ese universo veía músicos saltar sobre sus guitarras, tocarlas espectacularmente por detrás de la cabeza o con los dientes y cosas por el estilo, mientras tanto, Jimi armaba y desarmaba bandas,
tocaba de bar en bar un repertorio de 40 temas clásicos de blues, soul, funky, hasta que gana un concurso en New York que le permite subir varios escalones y ligarse a una banda donde destaca su número especial tocando con los dientes. Allí, entre piruetas y mucho tocar asciende otros tantos peldaños y empieza a acompañar artistas como Little Richard o John Hammond Jr. Pero su carrera musical y su estilo recién podrán despegar artísticamente cuando ocurran al menos dos situaciones significativas: escuchar atentamente a Bob Dylan (sus letras y canciones lo conmueven profundamente) y armar en 1966 su primera gran banda, The Blue Flames, con quienes logra tocar en lugares de calidad como el café Au Go Go, vidriera para productores discográficos y a la vez espacio donde músicos consagrados escuchan artistas emergentes. Y es lo que efectivamente sucede. Siendo escuchado en esos bares Jimi recibe su primera oferta de grabación a través del sello Epic; a su turno, entre los tantos parroquianos de élite que lo escuchan, está primero Mick Jagger, quien le ofrece una gira por Inglaterra que no se concreta. Pero todo es cuestión de tiempo, pues el gran golpe en su vida vendrá cuando el bajista de The Animals, Chas Chandler, lo vaya a escuchar por sugerencia de un amigo de Hendrix. Chandler quedará impresionado y será quien definitivamente lo lleve a Inglaterra
Londres 1966 ¿Cuántos lugares y épocas en la historia del Occidente moderno existen como Londres, epicentro de un exquisito tipo de rock? 1966 es el año en el que James Marshall Hendrix llega a Londres y adopta el nombre de Jimi Hendrix. Su primer toque es nada menos que con Cream, el power trío que lidera Eric Clapton junto a Ginger Baker (batería) y Jack Bruce (bajo). Jimi queda impactado y de inmediato quiere formar su power trío, una banda de lujo que durará tres años (1966-1969), The Jimi Hendrix Experience, junto a Noel Redding (bajo) y el fantástico Mitch Mitchell (batería, gran admirador de Elvin Jones, el baterista de Coltrane): “Uno de nosotros está en el saco del rock, otro en el jazz, y yo estoy en el blues”. Este power trío será escuchado por músicos de bandas enteras como The Beatles, en especial Paul McCartney, admirador de Jimi. El gran tema que hace girar a este trío es “Hey Joe”, primera grabación en Londres que coloca a la banda cuarta en el ranking de los temas más escuchados durante febrero de 1967. “Hey Joe” es un tema típico dentro del repertorio de canciones populares norteamericanas, Chas Chandler se la propuso a Jimi y éste simplemente la grabó, sorprendido tanto del éxito que alcanzó como de la trágica trivialidad de su
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letra (un hombre asesina a su mujer y huye a México para no caer encarcelado, un tema que sin dudas hoy, de cara al fenómeno del femicidio, generaría enorme rechazo en la sociedad, o al menos, gran polémica). The Jimi Hendrix Experience saca al mercado tres excelentes discos de estudio: Are You Experienced? (mayo de 1967), Axis. Bold As Love (diciembre de 1967) y Electric Ladyland (1968) sembrando de éxitos las radios inglesas. De esta etapa son las composiciones más conocidas: “Purple Haze”, “Foxy Lady”, “Voodoo Child”, “All Along The Watchtower” (hermosa versión de un tema de Bob Dylan), “Red House”, “Little Wing”, entre otras. Su primer disco permanece 36 semanas en los ranking ingleses, llegando al número 2, detrás de “Sgt. Peper’s” de The Beatles1 . En junio de 1967 Jimi regresa a EE. UU. y a través de Paul Mc Cartney logra tocar en el Festival de Monterrey (California), y luego realizar su deseada primera gira en su país. En agosto ya está de regreso en Europa: recitales, giras, programas de radio y televisión le comienzan generar cierto hastío, que luego le será insoportable. Es que Jimi Hendrix ya es sinónimo de fama. Su pelo desprolijamente enrulado y su manera de vestir, dice, obedecen a formas vibratorias que, de tener el pelo liso y apuntando al suelo, no le permitirían percibir esas “vibraciones eléctricas” que atraviesan su música. La crítica posa su ojo y le adhiere la etiqueta de “música psicodélica”, otras veces, de un salvaje pop erotizante, palabras que enojan mucho a Hendrix: “mi sonido es rock, blues, funky, freaky”, o también “una música que se está desarrollando”, o lo que más le gustaba decir: “sensaciones libres”. ¿Y qué escuchaba Jimi?, como todo gran músico, de todo: Dylan, Bach, Beethoven, Mahler, Muddy Waters, BB King, Jefferson Airplane, Roland Kirk, “¿con toda esa mezcla, escuchando todo eso al mismo tiempo, cómo te defines?”. ¿Y cómo es el toque Hendrix?: “No leo música, me resulta difícil recordar riffs, porque constantemente intento crear otras cosas”, “no creemos en los ensayos”. Jimi es muy sensible a lograr conexión con el público. Toca muy, muy alto: me acusaban de estar obsesionado con lo eléctrico, pero me gustan los sonidos eléctricos, el feedback y esas cosas. La gente hace sonidos cuando aplaude, así que nosotros le respondemos con sonidos (...) cuando me muevo solo estoy experimentando mi guitarra un poco más. A veces, salto por encima de la guitarra; a veces, pulverizo las cuerdas contra los trastes (...) a veces me restriego contra el amplificador; otras, me siento encima; a veces toco con los dientes,
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CULTURA Letra & Música
Ilustración: Germán Caffaratti
o estoy acompañando y me entran ganas de tocar con el codo.
Unidos tienes que tomar partido. O eres rebelde o del tipo Frank Sinatra” escribe, pero de inmediato retrocede:
El sonido Hendrix …nace de una combinación de ampli y trasteo, reverb y wah-wah (...) Nosotros llamamos a nuestra música Electric Church Music, porque para nosotros es como una religión (...) Eso no significa que tengas que creer en el cielo y en el infierno y todo eso, pero sí significa que lo que eres y lo que haces es tu religión. Salir al escenario y cantar, esa es toda mi vida. Esa es mi religión. Soy de la religión eléctric”.
Para Hendrix la música es una expresión tan personal que inevitablemente proyecta erotismo, “toco y me muevo como siento. No es una actuación, sino un estado. Mi música, mi instrumento, mi sonido, mi cuerpo, todos están alineados con mi mente”.
Hacia el fin “¿Mi mundo?, el hambre, los barrios pobres, el racismo feroz; la única felicidad, la que puedes sostener en la palma de la mano”. A Hendrix también lo llamaron el “Elvis negro”, cuestión que nos permite indagar en la dimensión política de su música. “I Don’t live Today”, por ejemplo, es una canción dedicada a los indios norteamericanos y a todas las minorías oprimidas (homenajeadas con un soberbio despliegue de Mitch Mitchell en batería, hacia el final del tema). Hendrix valoraba (con un toque de ironía) expresiones como el “flower power” que según su óptica ayudaron mucho a plantear el problema racial en EE. UU. Entendía pero condenaba la violencia, aceptaba que su música contenía o liberaba violencia pero se mostraba poco tolerante con los fuertes disturbios que ya comenzaban a ser frecuentes en sus conciertos. En cierta ocasión los Panteras Negras le solicitaron un recital a beneficio al que Jimi accedió gustoso, “en Estados
no me siento involucrado, ahora mismo me siento casi completamente perdido (...) en mi mundo la raza no es un problema. Miro las cosas en términos de personas. No pienso en blancos o negros. Pienso en los obsoleto y lo nuevo (...) No es que no me identifique con los Panteras Negras. Naturalmente que me siento parte de lo que hacen en ciertos aspectos. Alguien tiene que dar el paso (...) pero no apoyo las agresiones ni la violencia ni las guerrillas.
Con todo, en lo concreto Hendrix los apoyó decididamente. Llegó a decir que “Voodoo child” era el himno nacional de los Panteras Negras, y les dedicó estas fuertes palabras, típicas de la prosa Hendrix: “El negro es oro puro/ y el verdadero rey de esta Tierra/hombre blanco ten cuidado con lo que dices/porque nuestros tambores miran al sur/ será mejor que elijas tu lugar en este mundo/antes de que el pelo se te empiece a rizar/ y los amarillos, rojos y negros de este mundo/ te destrocen el alma y el culo”. Entre Febrero-Abril de 1968 comienza una gira por EE. UU. con The Experience. Es una gira larga, desgastante, repleta de conciertos. La gente pide a gritos los clásicos de siempre, y se entusiasma cuando Jimi encara la quema de su guitarra. Pero Jimi siente el hastío, la repetición (“no sé qué me está pasando. Estoy tan cansado de todo, estoy perdido, soy incapaz de tocar más”). “Crosstown Traffic” sintetiza cómo siente a tanta gente que lo rodea (“eres como el tráfico de la ciudad/es tan difícil llegar a ti/el tráfico de la ciudad/no necesito atropellarte/lo único que haces es obligarme a ir más despacio/ mientras yo trato de llegar al otro lado de la ciudad”). Durante la gira graba Electric Ladyland, que estará 37 semanas en las listas de éxitos llegando al número 1 del ranking. En esta etapa
Hendrix comienza a armar su propio estudio, Electric Lady, su sueño era poder producir buena música. En 1969 realiza una nueva gira por EE. UU. The Jimi Hendrix Experience es la banda mejor paga del mundo, pero tantas presiones y desplantes del propio Hendrix la desarman. En la cima del éxito, The Experience colapsa. Desde agosto de 1969 la nueva gran banda de Jimi es Band of Gypsys (Banda de gitanos), según escribe, un resultado entre el agotamiento musical con The Experience y los compromisos con Capitol Records, frente a los cuales Jimi decide armar en maratónicas jam sessions un nuevo y vertiginoso material. Band of Gypsys debuta en Woodstock, conformada por dos enormes músicos: Billy Cox (bajo) y Buddy Miles (batería y voz). El último recital es en el Madison Square Garden, a beneficio del comité para la Moratoria de Vietnam, donde Jimi sale a mitad del segundo tema para no regresar. Es el fin prematuro de Band of Gypsys. Hendrix se sentía extenuado, “no estoy seguro de llegar a los 28 años” escribe. Toda su prosa, hacia las últimas páginas, es una inevitable y predecible despedida del mundo frente al cual no queda mas opción que sonreírse para ir de inmediato en busca de su música. Puede ser “Power to love” (“Power of soul”), o cualquier otra. Escucha, cuando me muera va a haber una jam. Quiero que la gente se desmelene y se vuelva loca. Y conociéndome, seguro que me arrestarán en mi propio funeral. La música estará alta, y será nuestra música. No habrá ninguna canción de The Beatles, pero sí habrá unas cuantas de Eddie Cochran y un montonazo de blues. Roland Kirk estará allí e intentaré traer a Miles Davis, si le apetece unirse. Por eso casi merece la pena morir. Solo por el funeral. Cuando me muera, solo sigan escuchando mis discos.
Así será.
1. El tema “The wind cries Mary” permanece 11 semanas en las lista de los grandes éxitos llegando al número 6 del ranking. Jimi dirá que solo es una canción tranquila que habla de una ruptura entre un chico y su chica, “eso es todo”.
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EL OBRERISMO DE PASADO Y PRESENTE. DOCUMENTOS PARA UN DOSSIER (NO PUBLICADO) SOBRE SITRAC-SITRAM, de H. Schmucler, J.S. Malecki y M. Gordillo
Villa María, Editorial Eduvim, 2014.
Eduardo Castilla
La primera edición del libro El obrerismo de Pasado y Presente apareció en 2009. Hace poco fue reeditado1 y precedido de un nuevo prólogo de Juan Carlos Torre. El texto recopila una serie de documentos de trabajo y entrevistas inéditas que, en el plan original de los integrantes del colectivo que editaba Pasado y Presente (en adelante PyP), debía constituir la base para un nuevo número de la revista. Dicho número –que nunca vio la luz– se proponía reflejar el proceso de lucha protagonizado por los obreros de los sindicatos clasistas SiTraC-SiTraM. El conjunto del material recopilado constituye una valiosa fuente documental. Los documentos de trabajo permiten un recorrido global por la política provincial de esos años. Los orígenes de los sindicatos de planta y del conflicto de Fiat, las reivindicaciones centrales que se expresan en el período del clasismo y la relación entre clasistas y el conjunto del movimiento obrero, pueden rastrearse tanto en la parte documental como en las entrevistas. En éstas es posible apreciar los cambios y transformaciones que se operan en la subjetividad de trabajadores que protagonizan un conflicto de carácter histórico. Delegados y dirigentes debaten acerca de la relación con la CGT o con Tosco, además de balancear la experiencia de contrapoder obrero impuesto a la patronal. El título del libro no resulta forzado. Los integrantes de PyP ya habían iniciado un acercamiento a las ideas de los operaístas italianos en el número 9 de la revista (1965), donde el conflicto de Fiat ocupó un lugar central. Allí, mediante las referencias a Mario Tronti en un texto de Aricó2, asomaba la idea de la fábrica como escenario esencial de la lucha de clases. En El obrerismo…, el Documento 1 confirma que un nuevo número de la revista deberá “retomar un discurso que quedó interrumpido en el número 9 (...) continuidad de una temática que partía de la centralidad en la fábrica” (95). Aunque son varios los tópicos teóricos que recorren el libro, la cuestión de la autonomía obrera ocupa, conceptualmente, parte central del mismo. Esa autonomía aparece como una relación de oposición dual: autonomía en relación a la patronal y en relación al sindicato como estructura legal que constriñe el accionar espontáneo de los trabajadores. Si la primera se expresa
como un poder obrero al interior de las unidades productivas, la segunda lo hace como un rechazo a la estructura sindical.
Poder obrero en la fábrica
El mando capitalista será puesto en cuestión al interior de las unidades productivas. “El Cordobazo modificó sustancialmente las relaciones de fuerza obrero-patronales ( ) los empresarios, atemorizados por la virulencia de las manifestaciones obreras, tratan de recuperar el control” (114), dirá el texto. Aquí resulta ilustrativo el Documento 6, consagrado a detallar las demandas donde emerge una oposición estructural entre trabajadores y capital: la cuestión del salario y la productividad, los premios, la lucha por las categorías y las condiciones de insalubridad, entre otras. Poner estas demandas en el centro del conflicto implicará superar el horizonte meramente salarial, obligando a los obreros a oponer sus propios “recursos humanos” a los de la patronal. Así surgirá un vínculo completamente novedoso entre trabajadores y juventud universitaria, donde médicos e ingenieros evaluarán los riesgos y consecuencias del proceso productivo sobre la salud obrera, un vínculo plagado de contenidos no incluidos “en los términos tradicionales en que la izquierda se planteaba la alianza obrero-estudiantil” (164).
Clasismo, izquierda y sindicatos
Los investigadores de PyP harán propia la hipótesis de una crisis de la forma tradicional de los sindicatos. En el Documento 1 se lee: “algunos tienden a creer que es una crisis del sindicalismo ‘peronista’ ( ) se trata de la crisis teórica y práctica de un tipo de sindicalismo, esencialmente ‘defensivo’ (95). Esta concepción tiende a la identificación de sindicato con burocracia sindical, oponiendo –de manera tajante– actividad espontánea de los obreros y organización gremial. Esto llevará a menospreciar el papel de la dirección política de una organización sindical, expresando además una lógica de construcción de poder solo en la fábrica3. Así se dejará de lado el análisis concreto del papel del peronismo y las diversas estrategias de la izquierda, tanto de las corrientes más radicales (Vanguardia Comunista, PTR, PCR) que influenciaban al clasismo, como de las abiertamente reformistas (PC) que tenían peso en la corriente sindical de los Independientes (Tosco).
Dos balances
El libro remite a una doble lectura en términos de balances históricos. El del clasismo se desarrolla a lo largo de las páginas. Allí, el poder desplegado al interior
de las unidades productivas se contrapone a una política sectaria hacia las organizaciones de masas y los sectores combativos del movimiento obrero. Esa es parte esencial de la crítica que los investigadores de PyP despliegan en entrevistas y documentos de trabajo. Si bien un balance más amplio del clasismo supera largamente el espacio de esta nota, se puede afirmar que El obrerismo… ayuda a acercarse críticamente a una de las experiencias más avanzadas de la clase obrera argentina en su historia. Pero el texto permite además entrever un balance de PyP como colectivo político-ideológico en ese período4. Su acercamiento al operaísmo y el hecho de centrar la lucha de clases en la fábrica, los llevará a un análisis superficial de la política “fuera” de las fronteras de Fiat. El balance –correcto– del sectarismo de SiTraC-SiTraM evade un análisis profundo del papel jugado por el peronismo y las corrientes sindicales que le respondían. Las críticas hacia las organizaciones de izquierda nunca llegarán al terreno de la estrategia y la teoría. En este plano, la cuestión de la relación entre el clasismo y la identidad política peronista de amplias franjas obreras quedará irresuelta o presentada como una dualidad insuperable. Torre afirma en su prólogo que en PyP convivieron lógicas opuestas, incluso “contradictorias” (14). Ese eclecticismo teórico, que se mantuvo a lo largo de la existencia del grupo, es parte de los límites que tuvo este colectivo para realizar un balance estratégico profundo de la experiencia del clasismo. El operaísmo de PyP será efímero. Casi al final de los documentos puede leerse que “ese clasismo como práctica fabril y sindical que las masas inventaron espontáneamente, no encontró un discurso teórico y político que las hiciera conscientes de sus propios actos y que hiciera de su experiencia particular una experiencia comunicable a toda la clase” (190). Esta definición bien podría aplicarse al propio PyP que, muy pocos meses después, daba su apoyo político al peronismo en las elecciones de 1973 retrocediendo teórica y políticamente hasta la conciliación de clases.
1. Las referencias a las páginas de esta edición se harán entre paréntesis al final de la cita. 2. “Algunas consideraciones preliminares” en “Notas sobre la huelga de Fiat”, PyP 9, 1965. 3. Jorge Feldman, integrante de PyP, llegará a sugerir en una entrevista la idea de “no plantearse ganar la dirección del SMATA sino que en cada empresa surjan núcleos combativos con los cuales la dirección burocrática de la SMATA tenga que negociar” (245). 4. Un análisis más general se puede ver en “Pasado y Presente”, IdZ 6.
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CULTURA Lecturas críticas
¿SOMOS TODOS ENFERMOS MENTALES? MANIFIESTO CONTRA LOS ABUSOS DE LA PSIQUIATRÍA, de Allen Frances
Buenos Aires, Ariel, 2014.
Juan Duarte
Saving normal. An insider’s look at the epidemic of Mental Illness (2013) es el título original del libro del psiquiatra norteamericano Allen Frances que se acaba de publicar en castellano. Con abundantes datos, se centra en un alegato crítico sobre la mercantilización de la psiquiatría, la medicalización creciente de las conductas, y su utilización como modo de generar ganancias para los capitales aplicados al negocio de la salud mental. Es sintomático que se trate de una mirada desde adentro mismo del sistema psiquiátrico: Allen fue parte del equipo que redactó el DSM III (1980; siglas en inglés de Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), ocupó importantes cargos en el sistema universitario en las prestigiosas (y poderosas) universidades de Cornell y Duke, y finalmente estuvo a cargo del equipo que redactó el DSM IV (además de provenir del ámbito del psicoanálisis norteamericano). Se podría decir que se trata de una conciencia arrepentida de “los excesos [de la psiquiatría], parte mea culpa, parte j’accuse, parte cri-du-coeur.” Por lo que es sumamente significativo y admite varias lecturas. El autor apunta a “’salvar a las personas normales’ y ‘a la psiquiatría’”, ya que “los intereses comerciales se han adueñado de la industria médica”, creando “un frenético festín de diagnósticos, pruebas y tratamientos”, lo que él llama “inflación diagnóstica”. Los datos son apabullantes: uno de cada 5 adultos en EE. UU. consume al menos un fármaco psiquiátrico; 11 % de los adultos y 21 % de las mujeres tomó antidepresivos en 2010; casi el 4 % de los niños toma algún estimulante; el 25 % de los internos geriátricos han tomado antipsicóticos; el 6 % de la población norteamericana es adicto a psicofármacos, y éstos causan más consultas y muertes que las drogas ilegales. También lo es la magnitud del negocio: 18.000 millones de dólares de ganancias generaron los antipsicóticos en 2001 (6 % de las ventas totales de medicamentos), 11.000 millones
los antidepresivos, y casi 8.000 los psicofármacos para tratar el TDAH (Trastorno por déficit atencional). El consumo de antidepresivos se cuadruplicó entre 1988 y 2008. El libro está divido en tres secciones. En la primera, Allen defiende el concepto de “normalidad”, que “está perdiendo todo sentido; basta con fijarse lo suficiente para que todo el mundo esté más o menos enfermo”, apoyado en una concepción “pragmática utilitarista”: dado que no hay criterios científicos para diagnosticar los trastornos mentales –explica–, es necesario poner los límites estadísticos donde convenga en términos adaptativos. Desde allí critica la mercantilización que expande los límites de los diagnósticos para “vender enfermedades psiquiátricas” y píldoras, generando lo que denomina “falsas epidemias“. Si bien se centra en EE. UU., creemos que el fenómeno es mundial, determinado por la globalización de las relaciones capitalistas. Allen destaca la “inflación diagnóstica” motorizada por “el marketing de la industria farmacéutica”, siendo las “epidemias” de autismo, trastorno bipolar adulto y trastorno de déficit de atención los más flagrantes. Asimismo, ilustra bien los mecanismos de ese marketing: expandir el mercado de fármacos ya utilizados hacia nuevas poblaciones, como los niños (los “clientes perfectos”: 40 veces aumentó el diagnóstico de Trastorno bipolar infantil- en los últimos 15 años) y los ancianos (antipsicóticos por ej.), entre otros. Los gastos en investigación son ínfimos respecto a los de publicidad, y las ganancias son tan monstruosas que las multas que se pagan constantemente son irrisorias (3.000 millones de dólares pagó Glaxo en 2012). Incluso el modo en que placebos generan ganancias millonarias son descriptos. La utilización de publicidad directa es señalada como clave en la creación de esas “epidemias”, así como el rol nefasto de los médicos de atención primaria recetando psicofármacos (el 80 % de antidepresivos y el 90 % de ansiolíticos). Incluso debe resaltar los lazos de la industria farmacéutica con los creadores del DSM (Allen mismo reconoce que el 56 % de su propio equipo estaba ligado a esos capitales). El modo en que operan los laboratorios respecto a los psiquiatras (viajes, congresos, dinero, prestigio, y “formación”) también es tratado. El papel de las neurociencias apoyando falazmente nuevas enfermedades con el papel de la “química cerebral” y los escaneos correlacionados es señalado también con insistencia respecto al actual DSM (V).
La sección II aborda las “modas psiquiátricas” y recorre los errores cometidos por el DSM IV (el Trastorno bipolar infantil, por ejemplo, ligado al uso de antipsicóticos en niños de 2 a tres años; o el de “síndrome de Asperger”, que tan bien retratan los guionistas de la serie The Big Bang Theory en Sheldon Cooper). También los que plantea hoy el DSM V (“trastorno de desregulación disruptiva del estado de ánimo”, que podría medicalizar a cualquier niño) y los riesgos futuros de diagnósticos descartados pero que plantean posibilidades concretas a futuro (“hipersexualidad”, “trastorno mixto ansioso-depresivo”). Resulta ilustrador el análisis la presión de instituciones judiciales estatales para darle un fin abiertamente punitivo y represivo a la disciplina (violadores). En la tercera sección se destaca el desarrollo de una serie de propuestas para “domar la bestia de la inflación diagnóstica y salvar al mundo de la devastadora epidemia de enfermedades psiquiátricas”. Aparece aquí la contracara de su visión naturalizadora del orden social (capitalista) esbozada previamente: la ilusión de que se trata de una cuestión de voluntad política y regulaciones legales. La brecha entre el problema y la “solución” es abismal: Allen se compara –no sin algo de razón– a sí mismo criticando al complejo industrial-médico con Eisenhower respecto al complejo industrial- militar, lo cual deja una sensación de cinismo importante respecto a sus propuestas. Como críticas podemos señalar la insistencia en la defensa disciplinar de la psiquiatría, lo cual tiende a naturalizar su rol biopolítico y de los manuales estadísticos en la administración de la “normalidad”. Otro punto débil lo constituye el biologicismo de su concepción de las conductas, que serían datos naturales determinados evolutivamente al modo propuesto por Richard Dawkins: el ADN como sujeto del cambio (la cultura sólo tiene un rol superficial). En esta línea, Allen apoya una concepción utilitarista y pragmática adaptativa de la “normalidad” (la “campana de Gauss” explicaría cualquier fenómeno mental) y de la psiquiatría. Finalmente, brilla por su ausencia la falta de un punto de vista histórico, para nosotros la piedra angular, que implicaría la crítica de conjunto al capitalismo y el rol del Estado y sus instituciones en la modulación de la subjetividad. Solo partiendo de aquella será posible –y necesario– desnudar los intereses históricos que se juegan en las disciplinas de salud mental, y, fundamentalmente, plantear una perspectiva que vaya más allá de la denuncia testimonial.
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ALT LIT. LITERATURA NORTEAMERICANA ACTUAL, de Lolita Copacabana y Hernán Vanoli (comp.)
Buenos Aires, Interzona, 2014.
Celeste Murillo
Publicado en 2014, la compilación ALT LIT. Literatura norteamericana actual, reúne textos de autores y autoras jóvenes estadounidenses. El primer cuento que abre el libro nos da una guía sobre los textos que encontraremos en ALT LIT. Sociedad de consumo, decadencia, desempleo, humillación, o dicho (ilustrado) de otra forma, vómito de nuggets en un baño de McDonald’s después de dormir en el pelotero. Con esa simple escena el autor nos lleva directo al corazón del clima en el Estados Unidos del que él y su generación son testigos y partícipes. La compilación de Lola Copacabana y Hernán Vanoli elige entre los nombres que más suenan en la literatura alternativa (Alternative Literature): Sam Pink, xTx, Noah Cicero, Ofelia Hunt, Jordan Castro, Heiko Julién, Blake Butler, Lily Dawn, Frank Hinton y Tao Lin. Es interesante la decisión de publicar dos cuentos de cada escritor, aunque con un estilo esperadamente similar, con temáticas y lugares distintos, para construir así una visión más amplia y no restringida a un solo trabajo como suele suceder en otras antologías literarias. Con estilo llano y narraciones cortas, los cuentos tienen como interlocutora una generación cuya vida social está signada por Facebook y Twitter, y en menor medida por los blogs. Aun así, esta última plataforma (o similares como Tumblr, Storify o Medium), es la más frecuente entre los “alt lit” para escribir y difundir sus trabajos, lejos de las editoriales tradicionales (aunque muchas de ellas ya empezaron a publicarlos, en papel y en ebook).
Los textos seleccionados intentan dar cuenta de la generación que escribe hoy en Estados Unidos, con diferentes soportes, temas y entornos. Desiguales y eclécticos, los veinte textos recorren autores y autoras que apenas alcanzan los treinta años. La generación heredera de la decadencia social y política del “Imperio”, del momento justo posterior al escepticismo feroz, al “fin de la historia”, y contemporánea con los movimientos de protesta que componen la escena política estadounidense como Occupy Wall Street, las huelgas de los fastfood y las renovadas protestas contra el racismo luego del asesinato de Michael Brown en la ciudad de Ferguson. Ninguna de las narraciones es política, pero respiran en un clima donde la política está presente sin excepción, en las críticas indirectas, veladas o moderadas, a una sociedad en decadencia, en la incomodidad de quienes no abrazan (gran parte ni siquiera goza de) las mieles del neoliberalismo. Los temas, aunque íntimos y personales, se chocan inevitablemente con ese clima social. Un cuento narra la alienación de un joven trabajador pobre, que no hace otra cosa que fabricar realidades para escapar de la propia, acompañado con un ritmo repetitivo, frenético y de frases cortas. Otro, las experiencias de un estudiante que trabaja de niñero para una familia de clase media alta liberal, hipócrita e insoportable. Un texto que recorre los silencios ahogados de la maternidad de una mujer que se ha quedado sola con su pequeño hijo. Otro que narra las noches al frente de una pantalla publicando cosas en Facebook, chateando por mail o enviando mensajes de texto. La cárcel, las estrellas pop, la angustia, el aburrimiento cotidiano de una juventud que literalmente no tiene nada que hacer salvo trabajar y pasar el tiempo. En el contorno que alimenta las historias de ALT LIT se entremezclan, como en la vida, los white trashers (blancos pobres), los underclass, el precariado y las comunidades negra y latina. Un aspecto significativo es que, a diferencia de las novelas, películas y otras expresiones culturales de la
década de 1990, casi la totalidad de los relatos transcurre en el trabajo o en un escenario donde la falta de trabajo es la marca definitiva. Habla así, sin decir una sola palabra sobre indicadores económicos o sobre la recesión, de una de las características de la juventud de la época, atravesada por el desempleo o el empleo precario, endeudada por sus estudios, y con pocas perspectivas (que decrecen cualitativamente para las juventudes latina y negra). Pero si no se trata de textos políticos o denuncialistas, tampoco estamos frente a cuentos abúlicos, como los que solían publicarse durante los años 1990, quizás más como parte de una estrategia comercial que como expresión homogénea de una generación, que no podría reducirse a esa sola característica, y que culminó de hecho en la revuelta de Seattle, uno de los símbolos del comienzo del fin del triunfalismo neoliberal. ALT LIT muestra las contradicciones y desniveles de quienes llegan a la vida adulta en un escenario de incertidumbre, donde todo se vuelve efímero: la juventud, el trabajo, la sexualidad, la vida. Como explican los compiladores, su estética podría encuadrarse en la “corriente poética, musical y artística conocida como ‘Nueva Sinceridad’, que venía a reaccionar contra la ironía y el cinismo propios de la década del ‘90”. Quizás con menos aspiraciones que las novelas de Johnatan Franzen (autor de Las correcciones y Libertad), que aspiran a “narrar la época” cual “gran novela” social del siglo XIX, esta porción de la nueva narrativa estadounidense no renuncia a retratar la vida cotidiana de los millennials (personas nacidas después de 1980), protagonistas de la llamada “generación de los movimientos”, pero también destinatarios de la industria cultural, sector preciado del consumo y disputado del eclectorado. Los textos reunidos en ALT LIT podrían describirse como la imagen que devuelve el espejo al comenzar día o al terminarlo; es cruda, no es la imagen que elegiríamos de nosotros mismos para presentarnos, no es siempre igual, no siempre nos gusta, pero es real.
Desde el 16 de septiembre, cuando lanzamos La Izquierda Diario, tuvimos en mente un proyecto ambicioso. Nos propusimos dar cuenta de las noticias de Argentina, Latinoamérica y el mundo para desnaturalizar lo que los medios acostumbran mostrarnos como “normal”. Se trata de decir lo que los periódicos afines al gobierno o aliados a la oposición no dicen o distorsionan para defender intereses que no son los nuestros. ¿De qué informan cuando lanzan acusaciones cruzadas desde las corporaciones mediáticas, criticando a los políticos de un bando o de otro? Los grandes medios a veces no pueden negar la realidad y deben sacar los hechos a la luz, pero los presentan como quieren los gobiernos, los partidos de la oposición digitados por los empresarios, la Iglesia o la Policía. La Izquierda Diario en cambio les da voz a los trabajadores, a las mujeres, a la juventud, al pueblo pobre. Así lo comenzamos a hacer en estos más de dos meses que llevamos desde el lanzamiento. Cuando lanzamos La Izquierda Diario dijimos que no queríamos hacer un diario más sino que, parafraseando al Marx de las “Tesis sobre Feuerbach”, nos propusimos un periodismo revolucionario que cuestionase por izquierda la realidad no solo para comprenderla sino para transformarla. Estamos orgullosos de que hoy sea tomada en sus manos por hombres y mujeres de la clase trabajadora y la juventud a través de una extensa red de corresponsales.