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IDEAS IZQUIERDA “ESTAMOS CONFORMADOS POR UNA DIVERSIDAD DE CÓDIGOS” Entrevista a Gabriela Cabezón Cámara
LA HEGEMONÍA DÉBIL DEL “POPULISMO” Juan Dal Maso y Fernando Rosso
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IZQUIERDA Y CLASE OBRERA EN EE. UU. Celeste Murillo y Juan Andrés Gallardo
Revista de Política y Cultura
Primera ronda electoral RELATO SIN CANDIDATO, ¿NUEVA? DERECHA Y CONSOLIDACIÓN DEL FIT
precio $35
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IDEAS DE IZQUIERDA
SUMARIO 3 RELATO SIN CANDIDATO, ¿NUEVA? DERECHA Y CONSOLIDACIÓN DEL FIT Esteban Mercatante y Fernando Rosso
6 CLICS MODERNOS. DEBATES EN TORNO AL FIT Y LA IZQUIERDA RADICAL Fernando Aiziczon y Eduardo Castilla
9 LOS TRABAJADORES GOLONDRINA
Y LA RED DE EXPLOTACIÓN AGRARIA Azul Picón y Natalia Morales
12 IZQUIERDA Y CLASE OBRERA EN EE. UU.: ¿ES POSIBLE RECOMPONER EL DIÁLOGO ESTRATÉGICO? Celeste Murillo y Juan Andrés Gallardo
15 MÉXICO: AYOTZINAPA Y LAS PERSPECTIVAS DE LA IZQUIERDA Pablo Oprinari
18 CHILE: EL DEBATE DEL ABORTO Y EL MOVIMIENTO FEMINISTA Ana López
21 NO TRAICIONARÁS TROTSKY EN UNA ÉPOCA DESOLADA Fernando Aiziczon
24 POULANTZAS, LA DEMOCRACIA Y EL SOCIALISMO Paula Varela y Gastón Gutiérrez
27 LA HEGEMONÍA DÉBIL DEL “POPULISMO” Juan Dal Maso y Fernando Rosso
30 LA EMERGENCIA DE UN NUEVO SINDICALISMO DE BASE Hernán Camarero
33 EL ANARQUISMO Y EL TRABAJO DE BASE EN LA ARGENTINA DE ENTREGUERRAS Diego Ceruso
36 EL PACTO SOCIAL DE 1973 Alejandro Schneider
39 “ESTAMOS CONFORMADOS POR UNA DIVERSIDAD DE CÓDIGOS” Entrevista a Gabriela Cabezón Cámara
43 LAS AVENTURAS DE MARIO CONDE: UNA HISTORIA ESCUÁLIDA Y CONMOVEDORA Juan Luis Hernández
46 RESEÑA DE TODO LO QUE NECESITÁS SABER SOBRE ARTE ARGENTINO, DE MERCEDES EZQUIAGA Ariane Díaz
47 RESEÑA DE LA BALA NO MATA SINO EL DESTINO. UNA CRÓNICA
DE LA INSURRECCIÓN POPULAR DE 1952 EN BOLIVIA, DE MARIO MURILLO Daniel Lencina
STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri, Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Azul Picón, Fernando Rosso. COLABORAN EN ESTE NÚMERO Gabriela Cabezón Cámara, Juan Luis Hernández, Eduardo Castilla, Natalia Morales, Juan Andrés Gallardo, Pablo Oprinari, Ana López, Diego Ceruso, Daniel Lencina. EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo. PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com Facebook: ideas.deizquierda Twitter: @ideasizquierda Ilustración de tapa: Juan Atacho www.ideasdeizquierda.org Entre Ríos 140 5° A - C.A.B.A. | CP: 1079 - 4372-0590 Distribuye en CABA y GBA Distriloberto - www.distriloberto.com.ar Sin Fin - distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.
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Lo que deja la primera ronda electoral
RELATO SIN CANDIDATO, ¿NUEVA? DERECHA Y CONSOLIDACIÓN DEL FIT Esteban Mercatante y Fernando Rosso Comité de redacción. Con las elecciones primarias de Buenos Aires y Santa Fe, y las generales de Neuquén del pasado 26 de abril, a las que se sumaron las elecciones generales a intendente y concejales en la capital de Mendoza del 3 de mayo, se completó una “primera ronda” de procesos electorales en los que el Frente de Izquierda y de los Trabajadores muestra una consolidación. En las generales a intendente de la ciudad de Mendoza, el FIT obtuvo un histórico segundo puesto con el 17 % de los votos de la mano del diputado nacional del PTS, Nicolás del Caño. El resultado más alto que tuvo la izquierda en una elección ejecutiva desde 1983 a esta parte.
Jóvenes viejos Un primer dato que arrojan los resultados es la derrota de los candidatos más identificados con el llamado “kirchnerismo puro”. Si el peronismo de conjunto muestra un retroceso incluso donde sale primero (como en Salta), los candidatos que más fielmente intentan representar a Cristina resultaron los más vapuleados. La Cámpora, hija
de la época kirchnerista que emergió como parte de la “guerra contra las corporaciones” –con la cual buscó alimentar una cierta mística, aunque se dedicó más a llenar los patios de la Casa Rosada que las calles– y pretendió ser expresión de una nueva militancia juvenil, no trajo votos bajo el brazo. En Mendoza, donde se enfrentaron en la interna del FPV tres candidatos a gobernador (Adolfo Bermejo, Guillermo Carmona y Matías Roby), el segundo, abiertamente kirchnerista, terminó bien lejos de Bermejo, candidato del peronismo local y cercano a Daniel Scioli. Carmona tuvo el 11,17 % de los votos, contra 24,67 % de Bermejo. Aunque sumando todos los candidatos el FPV quedó a cuatro puntos del radical Alfredo Cornejo, la estrategia de la Rosada resultó golpeada. A esto se suma el fracaso anterior de la artista “Pinty” Saba en la capital mendocina, en las PASO para intendente, donde obtuvo poco más del 5 %. La interna la ganó Carlos Aranda, que en la elección del pasado 3 de mayo quedó relegado al
tercer lugar detrás del Frente de Izquierda encabezado por Nicolás del Caño. Aunque en la ciudad de Buenos Aires Mariano Recalde se impuso en la interna del FPV sobre los otros seis candidatos –todos con un perfil de centroizquierda–, lo hizo con apenas el 12,2 % de los votos totales. El kirchnerismo de conjunto terminó tercero, con el 18,7 % de los votos, casi 10 puntos por debajo de lo que supo sacar Daniel Filmus en 2011. En Santa Fe y Neuquén, el kirchnerismo puro no tuvo directamente representación a nivel provincial, y lo mismo le ocurrirá en las generales a gobernador de Mendoza. En la ciudad de Buenos Aires se preparan para un cómodo tercer puesto, detrás de Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau. Estos candidatos resultan demasiado kirchneristas para el clima “sciolista” que ha construido el propio kirchnerismo. En un escenario político marcado por la perspectiva de una sucesión presidencial que va a definirse entre candidatos ubicados todos del centro a la derecha –incluso Randazzo, que pretende ubicarse como »
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POLÍTICA
el candidato “señalado” por Cristina aún a pesar de que la mandataria dijo hace unas semanas que no tiene favoritos–, los representantes del oficialismo de paladar negro aparecen como muy “de izquierda”; pero resultan a la vez poco creíbles para la franja política ubicada más a la izquierda, la que viene alimentando la consolidación nacional del FIT. El intento de posicionarse como centroizquierdista choca con la “sciolización” del propio kirchnerismo. Así, la pretendida mística de La Cámpora no tiene dónde apoyarse. El proyecto solo se sostiene cerca del poder estatal, y el retorno al llano y a una militancia “desde abajo” preocupa y atemoriza. Ni combativos dirigentes juveniles, ni aguerridos dirigentes obreros, menos aún luchadores sociales ejemplares, no podría sorprendernos que esta juventud “estatizada” confirmara una gran capacidad para lograr holgadas derrotas. Con este saldo, el “núcleo duro” kirchnerista ve debilitada su capacidad de presionar para digitar las listas del FPV e imponer aspirantes a gobernadores o incluso a la vicepresidencia.
La “gran moderación” Mauricio Macri emerge como el gran ganador de este primer tramo de la campaña. A las rutilantes victorias del PRO en ciudad de Buenos Aires y Santa Fe, suma la de Mendoza que puede considerar como parte del espacio que lo apoya. Aunque no logra sacar de la carrera a Sergio Massa ni emerger con toda claridad como el candidato indiscutido para vencer al kirchnerismo, estos resultados parecen darle el empujón que no terminó de darle el apoyo radical en la Convención nacional de Gualeguaychú. Massa mantiene la fortaleza que le da ser dueño de una buena cantidad de votos en la Provincia de Buenos Aires, y rubricó el acuerdo con José Manuel De la Sota para realizar una
primaria del peronismo disidente. Con esto busca contener la crisis de su espacio, que derivó en el abandono de varios de los intendentes que lo acompañaron en 2013 o que se habían sumado luego de su victoria. Con la foto de hoy, sin embargo, se va perfilando hacia las elecciones nacionales un escenario que intenta ser presentado desde el kirchnerismo como la alternativa entre revalidar el proyecto o la llegada de la derecha del ajuste. Esta lectura sugiere una distancia entre los precandidatos para la sucesión mucho mayor a la que podemos observar efectivamente. En primer lugar, porque para el kirchnerismo la candidatura de Scioli significa archivar el “relato”. En segundo lugar, porque el macrismo se ha configurado como una derecha adaptada a los tiempos que corren. José Natanson caracteriza al PRO como una nueva derecha, que “es nueva porque es democrática y posneoliberal”. Alejada del liberalismo más rancio, “reivindica un rol activo del Estado en la economía, destaca la importancia de la educación y la salud pública y promete mantener las políticas sociales en caso de llegar al poder”1. Esto no significa, por supuesto, que no estén presentes los reflejos tradicionales de la derecha para transformar el espacio público en coto de la valorización empresaria. Si miramos la política en la ciudad de Buenos Aires, el sesgo hacia el privatismo se ha expresado de forma más o menos solapada, entre otras cosas, con el ritmo más bien negligente con el que s sostuvieron los fondos para numerosas políticas sociales, que no se desmontaron pero tampoco se vigorizaron desde la llegada amarilla a la ciudad. Más allá de este aggiornamiento de las derechas, la falsedad de la polarización –lo que el francotirador peronista/menemista Jorge Asís define como la “radicalización del centro”– es un producto de lo que podríamos llamar un espíritu de época. Pero por fuera de la vocación de los candidatos, en la Argentina actual las políticas de favoritismo a los empresarios y la desregulación económica no recuperaron ni por asomo la credibilidad perdida como resultado de la desembozada fiesta menemista y la crisis de 2001. Por supuesto hoy, a diferencia de los comienzos del período K, el kirchnerismo acumula una sumatoria de fracasos que echó un manto de desprestigio también sobre la mayor intervención pública en la economía que dijo reivindicar. El gobierno que pretendió estar imponiendo una mayor regulación sobre los servicios públicos permitió que bajo su mirada se degradara al máximo el sistema ferroviario hasta llegar al crimen social de Once (seguido por otros episodios también graves). Permitió también el descalabro de la matriz energética, que todos los veranos e
inviernos queda al borde del colapso. Ambos casos exponen una incapacidad de la burocracia estatal que no se soluciona con obsoletos trenes chinos. Aunque el kirchnerismo habló hasta el hartazgo de un “modelo de crecimiento con inclusión social”, mantiene al 34 % de los trabajadores empleados en la total ilegalidad, y entre los trabajadores que están registrados muestran hoy que las condiciones son mucho más flexibles (es decir, precarias) que 20 años atrás. Por último, aunque el gobierno pretendió estar aplicando una política redistributiva, llega al final del mandato rechazando cualquier cambio significativo en el impuesto a las ganancias que afecta a los salarios –no lo son los ajustes anunciados el pasado 4 de mayo–, mientras no encaró ningún cambio en la estructura impositiva que fuera en un sentido progresivo. Y esto mientras los salarios se deterioran desde 2012 por paritarias con techos inferiores a la inflación. Estos son solo algunos de los muchos ejemplos del choque entre el “relato” y la realidad que pone un manto de sombra sobre la amplia legitimación de la intervención estatal. Pero a pesar de este sistemático trabajo de zapa, numerosas políticas de ingresos y otras medidas tomadas durante esta década son consideradas irrenunciables por parte de los trabajadores y sectores populares, y operan como límites para lo que aún el candidato más derechista puede plantear abiertamente. Roma no se hizo en un día; tampoco los rasgos de mayor intervención estatal se van a desmantelar de la noche a la mañana. La “nueva derecha” tiene por delante todavía una larga “batalla cultural” para poder desplegar de forma plena políticas liberales. Mientras tanto, convivirá con una fórmula de compromiso: “El mercado hasta donde sea posible; el Estado hasta donde sea necesario”, como reza el documento programático “La vía PRO. Una aproximación a lo que somos”, presentado el año pasado, citando explícitamente al presidente de Colombia Juan Manuel Santos.
La consolidación nacional del Frente de Izquierda En este escenario movido del centro a la derecha, los resultados que exhibe el Frente de Izquierda hablan de un crecimiento en relación con las últimas elecciones ejecutivas del año 2011. Aunque existió una baja en comparación con los resultados de 2013 en elecciones legislativas, los guarismos resultan sin embargo importantes comparados con los obtenidos históricamente por la izquierda en elecciones para cargos ejecutivos. Metodológicamente, para hacer una comparación entre elecciones similares, corresponde comparar los desempeños actuales con las elecciones
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de 2011. Aunque también tomamos como referencia la comparación con 2013, año en el que el FIT realizó una muy buena elección, al haber sido en dicho año una elección exclusivamente legislativa, genera distorsiones en la comparación con la actual. Haciendo un balance preliminar de esta “primera ronda”, podemos decir que el Frente de Izquierda consolidó su espacio político logrando un aumento de su piso electoral en todo el país. Es una característica que se manifestó con disparidades en todas las provincias y distritos donde se realizaron elecciones. Esto desmiente a quienes presagiaron que la emergencia del FIT y la importante elección del año 2013 había sido una excepción única e irrepetible. En las primarias para intendente de la capital de Mendoza, que inauguraron el año electoral en febrero, el FIT logró con la candidatura de Nicolás del Caño mantener el caudal del 14 % de los votos obtenidos en la provincia en 2013 en las elecciones generales a diputados nacionales (en las PASO había alcanzado7,61 %) y multiplicar cualitativamente los votos si se lo compara con las últimas elecciones a intendente de 2011 (1,5 %, creciendo casi 10 veces). En estas primarias, el FIT quedó como tercera fuerza provincial y Del Caño fue el segundo candidato más votado. Mendoza capital, con la figura de Del Caño, fue una excepción a la norma: no solo se da un salto grande en relación con las ejecutivas de 2011, sino que finalmente en las generales logró superar a lo obtenido en las legislativas de 2013 (14 %), alcanzando casi el 17 % en la capital del que es el quinto distrito electoral del país. En las primarias para gobernador de esa provincia realizadas el pasado 19 de abril, con la candidatura de la senadora provincial Noelia Barbeito (PTS), el Frente de Izquierda alcanzó un 7,09 %. Es una baja en relación con lo logrado en la histórica elección de 2013, e incluso a lo obtenido por Del Caño en la capital, pero un avance muy importante si se lo compara con la elección a gobernador de 2011, cuando en una elección sin primarias había obtenido 1,64 % (se cuadruplica). Noelia Barbeito quedó entre los tres candidatos que disputarán en las generales de junio. En Salta se dio una dinámica similar. En las primarias provinciales del pasado 12 de abril el PO-FIT conquistaba en el tramo de gobernador –con la candidatura de Claudio Del Plá–, un 7,24 % de los votos, mientras que en la capital, el diputado nacional Pablo López, como candidato a intendente, obtenía en esas primarias el 12,50 % de los sufragios. En ambos casos se ubicaba como la tercera fuerza provincial. En las elecciones legislativas nacionales de 2013, el
PO-FIT llegó al 18 % en las generales de octubre. Conquistó un 17 % en las PASO de capital, y luego obtuvo un histórico 28 % en la capital en las elecciones para legisladores provinciales realizadas en noviembre de ese año, ubicándose primero en ese distrito. Sin embargo, en las últimas elecciones de carácter ejecutivo (sin PASO) realizadas en 2011 había obtenido un 2,44 % en abril de ese año para gobernador y vice. Por lo tanto, triplica sus votos comparado con 2011. En la ciudad de Buenos Aires, donde se concentró una gran “oferta” de listas de centroizquierda y de izquierda, el FIT alcanzó en las elecciones del pasado 26 de abril 41.250 votos (2,30 %) a jefe de gobierno con la candidatura de Myriam Bregman (PTS) y una mínima diferencia mayor en el tramo a legislador que encabezaba Marcelo Ramal (PO), con alrededor de 46.350 votos (2,60 %). En las últimas elecciones ejecutivas para jefe de gobierno realizadas en julio de 2011 (sin PASO), el FIT obtuvo unos 14 mil votos (0,78 %) y casi 18 mil sufragios en la categoría de legislador (1,01 %). En las legislativas del año 2013 para diputados nacionales por la CABA, con la candidatura de Jorge Altamira obtuvo en las primarias de agosto más de 80 mil votos (4,30 %) y llegó a superar los 103 mil (5,64 %) en octubre de ese año en las generales. Baja en relación con el 2013 y prácticamente triplica en relación con el 2011. En Neuquén, el FIT obtenía a gobernador –con la candidatura de Gabriela Suppicich (PO)– la cifra de 12.100 votos (3,4 %). En la lista de legisladores encabezada por Raúl Godoy (obrero de la fábrica recuperada Zanon y dirigente del PTS) obtenía un 35 % más de los votos, alcanzando los 16.104 votos (4,7 %). Este resultado le permitió ampliar su representación en la legislatura local, consagrando dos diputados provinciales (en las que rotarán Raúl Godoy del PTS, Patricia Jure del PO y Angélica Lagunas del IS) En el año 2011, la lista del FIT obtuvo para la categoría de legislador 10.479 votos (3,87 %) y consagró un diputado en la unicameral; en la categoría de gobernador había obtenido 7.500 votos (2,72 %). Pero en 2013, en las elecciones nacionales solo de carácter legislativo, el FIT da un salto y conquista 9,89 % de los votos (33.000). En Santa Fe, después del fraudulento resultado provisorio que obligó a la renuncia del funcionario encargado del sistema de escrutinio, el resultado definitivo arrojaba que el FIT pasó a las generales, habiendo superado el 1,5 % del padrón en todas las categorías. Esta fuerza denunció desde el primer momento el fraude, realizando una gran campaña política contra el
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intento de dejar la izquierda afuera de las elecciones generales en la provincia. Los resultados muestran que la emergencia política en la escena nacional que logró el FIT en 2013 impacta en estas elecciones, pese a ser de distintas características. Tratándose de elecciones ejecutivas (donde además gobernaciones, se eligen intendentes y concejales y se mueve el conjunto de los aparatos de los partidos tradicionales), logra subir sus pisos históricos, con muy buenos resultados en sus bastiones (Mendoza y Salta). Por último, hay que tener en cuenta que la mayoría de estas elecciones fueron primarias, por lo tanto es muy probable que cuando se desarrollen las generales aumenten estos resultados consolidando aún más al Frente de Izquierda en el escenario político.
Perspectivas La consolidación y suba del piso histórico en estas primeras rondas, son un buen punto de apoyo hacia las PASO de agosto y las generales de octubre, donde el conjunto de los aparatos políticos, mediáticos y empresariales se juegan a imponer sus candidatos para dirigir los destinos del país. Para encarar ese desafío el FIT postuló a dos precandidatos presidenciales: el histórico referente del Partido Obrero, Jorge Altamira y el joven diputado del PTS, Nicolás del Caño, que viene de revalidar su apoyo electoral con nuevo “batacazo” en la capital de su provincia (Mendoza). El desafío será entonces sostener y ampliar la presencia política de las fuerzas del FIT en el parlamento nacional, así como en las legislaturas de varias provincias y ciudades. Bancas para poner al servicio de la movilización de los explotados, porque como lo expresó Myriam Bregman, abogada del CeProDH, dirigente del PTS y candidata a Jefa de Gobierno porteño por el FIT, “Solo con miles en las calles pueden lograrse nuevas conquistas y nuestro objetivo final: derrotar a los capitalistas y conquistar un gobierno de los trabajadores”. Las fuerzas del Frente de Izquierda, que han sabido ganar posiciones en la vanguardia del movimiento obrero y la juventud, son las únicas que se proponen seriamente prepararse para enfrentar los ajustes que cocinan todos los candidatos oficialistas y opositores a la sucesión presidencial, y desarrollar una alternativa política independiente de la clase trabajadora. Toda la cobertura de la campaña del FIT (con los candidatos de todo el país, sus propuestas y el análisis) en la sección especial de La Izquierda Diario: laizquierdadiario.com/elecciones2015. 1. José Natanson, “Zoom a los globos amarillos”, Página/12, 28/04/15.
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POLÍTICA
Fotograma spot de campaña del FIT - CABA
Debates en torno al FIT y la izquierda
Clics modernos Fernando Aiziczon Historiador, docente UNC. Eduardo Castilla Redacción de La Izquierda Diario.
Bancate ese defecto… La incorporación de sectores de la izquierda independiente en las boletas electorales del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) desató una serie de análisis y reflexiones en sectores identificados con aquella tendencia. Un elemento común fue destacar el “proceso de maduración” que eso implicaba. Sin embargo, se sostuvo toda una serie de críticas basadas en prejuicios que este sector político y sus intelectuales afines, dirigen hacia los partidos de la izquierda trotskista. Los argumentos que hasta ayer constituían fundamentos irrenunciables de la crítica a la “vieja izquierda”, sirven hoy como base del apoyo electoral. Esto limita cualquier posibilidad de debate serio, más allá de las coyunturas electorales, sobre las vías de construcción de la izquierda revolucionaria, cuestión sobre la que hemos venido insistiendo1.
Pareciera que los argumentos políticos quedan en segundo plano en aras de no ser marginal a un proceso político que plantea la posibilidad de un crecimiento en votos y puestos legislativos. Se trata de participar a como dé lugar, aunque el costo sea evitar sacar conclusiones sobre el proceso que los llevó a pedir ingresar al FIT. En otras palabras, si no fue una confluencia en las luchas y las calles, ni un reconocimiento o incorporación de estrategias o tradiciones teórico-políticas distintas, menos aún un proceso de autocrítica, ¿cómo explica la izquierda independiente su actual seducción por la “vieja” izquierda?, ¿qué ocurre hoy en aquellas identidades políticas cuya genealogía fue el rechazo a la forma partido-leninista? La crisis de la izquierda independiente dio lugar a tendencias centrífugas, resultado lógico de su heterogeneidad estratégica. Algunas de sus corrientes, tempranamente, se inclinaron hacia
el kirchnerismo. Otro sector, después de años de crisis y discusión interna, se dividió entre quienes terminaron confluyendo en el proyecto reformista de Claudio Lozano y aquellos que pidieron, de manera insistente, el ingreso al FIT. Recientemente, un artículo publicado en la edición digital de abril de Le Monde Diplomatique se suma al historial de contradicciones que hoy sacuden a ese sector. Desde fuera de las organizaciones de la izquierda independiente y bajo el título “La izquierda radical en tiempos electorales”2, Pablo Stefanoni y Horacio Tarcus intervienen en el debate. Este último, funcionario kirchnerista por un tiempo, carga un historial en el arte de atacar a la izquierda trotskista. En el artículo reconocen dos cuestiones no menores: 1) que existe la izquierda radical y que en Argentina esa izquierda es sinónimo de FIT; y 2) que lo que llaman “divisionismo” parece no ser una característica privativa del trotskismo,
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sino de toda organización política. Ambos reconocimientos son un avance, aunque el mismo dure lo que un renglón. De inmediato retornan los viejos fantasmas siempre invocados: los autores vuelven sobre el “dogmatismo” y “arcaísmo” de las ideas trotskistas.
Ojos de video tape… Los autores intentan basar el “éxito” del FIT en el supuesto aggiornamiento de la izquierda trotskista y en el carácter “oportunista” de ese frente. Dos atributos poco felices en la jerga política brindarían la clave de bóveda para interpretar el auge del trotskismo local que, como una anomalía no deseada, ocurre a contracorriente del boom de nuevas izquierdas florecientes en Europa y las viejas izquierdas latinoamericanas. Tarcus y Stefanoni juegan con una distorsión que cumple la función de mostrar una izquierda madura y moderada, acorde al paladar del votante imaginario o del contrariado militante del espacio independiente. Dicen: ...la vieja cultura obrerista de la izquierda radical, el reclamo en voz airada, el ceño fruncido, el puño golpeando la mesa ( ) se han visto parcialmente desplazados por intervenciones más argumentativas y persuasivas, enunciadas en tono enérgico pero sin vulnerar la amabilidad de los códigos televisivos.
Añaden que ...de las fuerzas del trotskismo, el PTS es el que ha ido más lejos en modernizar su aparato de difusión (...) ha creado sucesivamente una editorial, una revista de difusión masiva (Ideas de Izquierda), un canal de televisión (TV.PTS) y últimamente un diario digital (La Izquierda Diario). (...) la modernidad de los medios contrasta de modo acuciante con el arcaísmo de los contenidos (...) las ideas de izquierda se agotan pronto en una formación política que (...) se ha caracterizado por el anti-intelectualismo.
Posiblemente los “arcaísmos” estén de moda. Al cierre de este artículo, La Izquierda Diario contabilizaba 2 millones y medio de visitas desde enero de 2015. Solo en el mes de abril se habían producido 1 millón de ellas. El desarrollo de los sitios de La Izquierda Diario en Brasil, Chile y México, también con excelente repercusión, daba cuenta de un crecimiento importante. Por otro lado, en la revista Ideas de Izquierda han escrito y han sido entrevistados un amplio abanico de referentes intelectuales. Una breve lista incluiría a Omar Acha, Maristella Svampa, Juan Carlos Torre, Mabel Belluci, Leo Panitch y
Terry Eagleton, entre muchos otros. ¿Cabe la definición de “anti-intelectualismo”? Categóricamente no. Si los spots electorales del FIT no muestran un militante enojado –como la representación caricaturesca que se intenta atribuir– y hasta son destacados en la prensa burguesa por su creatividad y humor, esto se debe menos a un aggiornamiento que a la utilización de determinados parámetros estéticos en función de difundir ideas propias. Algo que, de ningún modo, significa no decir las cosas como son, menos aún adecuarse al vacío ideológico que practica la centroizquierda con sus slogans despolitizados (“una ciudad mejor”, “caminar distinto”, etc.). En medio del horizonte desértico que cultivan todos los partidos dominantes, las ideas de izquierda suenan en la actualidad no como “la moda” sino como ideas-fuerza que desnudan la brutal inequidad del sistema y tienden a plantear una perspectiva política global. De ahí la simpatía que despiertan en amplios sectores.
No soy un extraño Tarcus y Stefanoni afirman que el peso del FIT en el Parlamento ya no ...justifica restringir la labor del diputado de izquierda a la denuncia, la propaganda y los grandes gestos (...) los diputados de izquierda están en condiciones de hacer “política” en el Parlamento (...) es posible que la experiencia de la gestión parlamentaria termine por poner en tensión la vieja concepción según la cual tales prácticas eran mero reformismo u oportunismo.
Esa “vieja concepción” fue profesada, hasta ayer nomás, por un amplio sector de la izquierda independiente, no por las corrientes trotskistas. Resulta falsa la contraposición entre política “parlamentaria” (acuerdos, presentación de proyectos, etc.) y la denuncia activa sobre el rol de esas instituciones. Una concepción revolucionaria supone unificar ambos planos en función de aportar a la organización y movilización extraparlamentaria de franjas de los trabajadores y la juventud3. Ahí reside el elemento estratégico de la política revolucionaria en la arena parlamentaria. Es esto lo que explica que, junto a la presentación de cientos de proyectos en todas las instancias legislativas donde está el FIT, un plus esencial de su actuación haya sido el apoyo activo a las luchas obreras. El aporte permanente de los parlamentarios del PTS, tanto económico como con su presencia, en múltiples reclamos es una confirmación de una práctica cuyo centro está en la organización de los explotados.
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En ese marco, resulta sorprendente que en todo el artículo no se haga mención al peso conquistado por la izquierda en franjas combativas del movimiento obrero. Resulta aún más curioso cuando la edición en papel de Le Monde del mismo mes publica una nota donde se reconoce que “desde Campana hasta la General Paz hay unos cien mil obreros industriales e intensa presencia sindical trotskista”4. Tampoco se hace mención alguna al conflicto de Lear Corporation, considerado el más importante de 2014 por los CEO de las grandes patronales, y donde la izquierda –en particular el PTS– jugó un rol central. Tanto ese conflicto como la pelea de los trabajadores de MadyGraf (ex Donnelley) en defensa de la gestión obrera, o el peso conquistado en comisiones internas y cuerpos de delegados de la zona norte del Gran Buenos Aires, evidencian una influencia creciente del trotskismo en el movimiento obrero. Cuestión que se expresó además en los cuatro paros nacionales que tuvieron lugar desde 2012, donde los piquetes le permitieron a la izquierda aparecer como alternativa a las conducciones burocráticas. ¿Cómo se explica tanto silencio ante algo reconocido por los medios de comunicación de la propia burguesía? La omisión no es ingenua. Por el contrario, es sintomática de cómo el alejamiento voluntario de algunos intelectuales respecto de las luchas concretas de los trabajadores y su reclusión en el ámbito de la academia, no hace sino reforzar una perspectiva sui generis, donde el desarrollo de la izquierda aparece únicamente como fenómeno electoral. Este síntoma de época, que merecería mayor desarrollo, es la condición de posibilidad de los movimientos previos. Reducir la izquierda a un cómic, realizar apreciaciones superficiales sobre innegables avances en la práctica de medios y redes sociales, omitir discusiones clásicas y actuales sobre parlamentarismo y, sobre todo, ignorar deliberadamente los procesos reales de recomposición subjetiva en la clase obrera, son modos de obturar cualquier debate serio de estrategias en el camino de la construcción de una izquierda revolucionaria o, en los términos del artículo, radical.
Dos, cero, uno… La izquierda tradicional –señalan– no piensa la política en términos de construcción hegemónica, dentro de la cual las identidades y los programas no quedan fijados de antemano, sino que se reformulan en el propio proceso de construcción e incorporación de nuevas fuerzas y nuevos sujetos sociales.
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POLÍTICA
Fotograma spot de campaña del FIT - Mendoza
Fotograma spot de campaña del FIT - Neuquén
Este argumento5, presentando con sofisticación “teórica”, solo viene a justificar alianzas políticas más amplias. Desde esa concepción los autores, como una importante franja de la intelectualidad de izquierda, adhirieron a los fenómenos de nacionalismo burgués en América Latina y ahora lo hacen a las “nuevas” izquierdas de Podemos y Syriza. Si la actualidad de nuestro continente devuelve la imagen del estancamiento y la crisis de los gobiernos posneoliberales, el escenario europeo muestra la progresiva moderación de las izquierdas radicales6. Stefanoni y Tarcus abrazaron las experiencias de aquellos gobiernos latinoamericanos al ritmo de la denostación contra la izquierda trotskista, de la que Tarcus decía en 2011 que “no aprendió y no aprende nada”7. Allí afirmaba que “durante esta elección, las ideas de la izquierda han estado en disputa entre las dos principales fuerzas: el FpV (Frente para la Victoria) y el FAP” (sic). Poco antes, Stefanoni8� describía su posición sobre los gobiernos progresistas como de ‘apoyo crítico’, donde –en la práctica (...) es difícil posicionarse entre el oficialismo y la
oposición ‘destituyente’ sin aparentar neutralidad o dar la imagen de un purismo intelectual”. En octubre de ese año el FIT lograba casi 700 mil votos y empezaba a conformarse un nuevo espacio político en Argentina. La actual situación, donde el kirchnerismo se desliza hacia la derecha, mimetizándose con el sciolismo, mientras crece electoralmente la izquierda trotskista, presenta un panorama más que incómodo para estos intelectuales.
Plateado sobre plateado… El conjunto del artículo que reseñamos apunta en la dirección de construir una izquierda más amplia. De ahí que celebre la incorporación de la izquierda independiente y critique al PTS por haber puesto reparos. Lo que son diferencias de estrategia, programa y, consecuentemente, práctica política, son reducidos a problemas de conveniencia de partido. Una simplificación que les “ahorra” tener que argumentar seriamente. Si esas diferencias no pudieron abordarse fue porque tanto las corrientes de la izquierda independiente como PO e Izquierda Socialista
hicieron primar la discusión sobre cargos9. Finalmente fueron esos partidos quienes otorgaron parte de sus lugares en las listas, sin incorporarlos formalmente al FIT. Pero, por más que a los autores les disguste, las diferencias de perspectiva estratégica son sustanciales. Mientras las fuerzas que integran el FIT se ubican dentro del espacio de independencia política de los trabajadores y sectores populares, la izquierda independiente aún reivindica las experiencias de nacionalismo burgués como el chavismo, donde la clase trabajadora se halla políticamente subordinada. Lógicamente, las diferencias en la práctica política también resultan notorias. Mientras la izquierda independiente divagó detrás de múltiples sujetos indeterminados socialmente, las corrientes trotskistas –esencialmente el PTS– volcaron un esfuerzo de construcción al interior de la clase trabajadora. Dicha tarea implica el enfrentamiento constante con la burocracia sindical peronista, como ocurrió en la lucha de Lear. Precisamente esta es una cuestión que delimita las discusiones entre el PTS, PO e Izquierda Socialista al interior del FIT. Desde la perspectiva del PTS, el peso conquistado en el terreno electoral y parlamentario debe estar en función de aportar a la reconstrucción de los lazos de solidaridad internos entre los trabajadores, la recuperación de sus organizaciones sindicales y el desarrollo de una tradición combativa. Se trata de componentes necesarios para que la clase trabajadora pueda elevarse a sujeto político independiente. Esa tarea estratégica no puede realizarse solo mediante la agitación política sino que requiere inserción real en la clase trabajadora. Lejos del “obrerismo” que estos intelectuales adjudican al trotskismo, esa independencia es una condición necesaria para que la clase trabajadora pueda desplegar una política hegemónica hacia el conjunto de los explotados y oprimidos por el capital. Las discusiones de estrategia y práctica política son un aspecto esencial de todo debate sobre la izquierda revolucionaria, sus avances y sus perspectivas. Un debate que, creemos, debe continuar. 1. Debatimos sobre estas cuestiones en “De viejos y nuevos dogmatismos”, IdZ 10 y en “Lenin, el partido y otros demonios”, IdZ 11. 2. Edición digital de abril, www.eldiplo.org. 3. Para profundizar ver Paula Varela, “Nicolás del Caño: la ‘militancia de Palacio’ es la negación de una política de izquierda”, IdZ 18. 4. Martín Rodríguez, “Las izquierdas emergentes”, Le Monde Diplomatique, abril de 2015. 5. Para un debate sobre esta concepción de hegemonía ver Claudia Cinatti, “Ernesto Laclau y el elogio de la hegemonía burguesa”, IdZ 9. 6. Al cierre de este artículo se conoce la posible renuncia de Juan Carlos Monedero a la dirección de PODEMOS, acusando sus semejanzas crecientes con la vieja casta política. 7. Tarcus, Horacio, “Después del 2001, la izquierda tradicional no aprendió nada”, Agencia CTYS, UNLaM, www.ctys.com.ar. 8. Nuevo Topo 8, septiembre/octubre 2011. 9. Ver “¿Cómo ampliar el Frente de Izquierda?”, La Izquierda Diario, 12/03/15.
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Los trabajadores golondrina y la red de explotación agraria
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Ilustración: Anahí Rivera
Azul Picón Comité de redacción. Natalia Morales Fac. de Cs. Agrarias-UNju.
Cosecha de manzanas y peras en Río Negro y Neuquén, uvas en Cuyo, limones en Tucumán, arándanos y cítricos en Entre Ríos, ajo en Mendoza, tabaco en Salta y Jujuy, yerba mate en Misiones y Corrientes, aceitunas en Catamarca y La Rioja, algodón en Chaco y Formosa, caña de azúcar en Tucumán, Salta y Jujuy, y más… Las economías regionales se desarrollaron luego de la crisis de los años treinta, cuando el desarrollo del mercado interno favoreció el crecimiento de las producciones extra pampeanas y los mercados de trabajo asociados a éstas. Son producciones intensivas en mano de obra, poco tecnificadas y concentradas en tareas de cosecha, por lo cual registran mayor presencia de trabajadores agrarios transitorios, en relación a los permanentes. Se calcula que entre 350 mil y medio millón de trabajadores rurales son trabajadores golondrinas, es decir, trabajadores estacionales que migran por diferentes regiones del país cubriendo la demanda de cosechas de diferentes cultivos.
Realizan mayormente tareas relacionadas a la cosecha de frutas y hortalizas, pero también tareas como poda, raleo y empaque. Las migraciones suelen darse en un sentido Norte a Sur del país; los trabajadores migrantes provienen principalmente de las provincias del norte y de países limítrofes como Bolivia y Paraguay. La mecanización de tareas en el campo intensificó la expulsión de mano de obra. Es el caso de la producción de algodón y de la caña de azúcar, que por esa razón convirtió a Santiago del Estero y Tucumán en las provincias que proveen la mayor cantidad de trabajadores golondrinas. Por el contrario, provincias como Neuquén, Río Negro y Mendoza son receptoras de mano de obra estacional, ya que, aunque cuentan con trabajadores permanentes, en la época de la cosecha, la población local resulta insuficiente. Los golondrinas intercalan períodos de ocupación con otros de sub o desocupación, conformando ciclos anuales que se caracterizan por la intermitencia laboral. Sin opción, los ciclos temporarios
que cumplen, son parte de las estrategias de sobrevivencia, frente al desempleo y la inseguridad laboral que encuentran en sus lugares de origen. Diversos estudios1 demuestran que estos ciclos migratorios no los hace modificar su afiliación al lugar de pertenencia, al que regresan luego de cada migración.
La precarización laboral como regla del juego Tradicionalmente los trabajadores golondrinas estuvieron expuestos a las peores condiciones laborales. El trabajo no registrado en el campo alcanza niveles elevadísimos. Entre los trabajadores permanentes, la informalidad es de un 50 %, pero esta cifra aumenta a 80 o 90 % cuando hablamos de trabajadores temporarios. Pago de salarios en negro, o solo un porcentaje en blanco, y formas de pago “no salariales” como el pago con tickets, completan el panorama. Las remuneraciones generalmente no alcanzan el salario mínimo, y se encuentran hasta un tercio por debajo de la remuneración percibida por los »
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MOVIMIENTO OBRERO
“ La mayoría de los trabajadores estacionales provienen de comunidades rurales y/u originarias en situación de alta vulnerabilidad y condiciones de pobreza estructural.
trabajadores permanentes. Es habitual que las promesas de pago sean incumplidas, percibiendo efectivamente la mitad o menos del salario estipulado. El incumplimiento de la legislación laboral y los reducidos índices de registro de los trabajadores hace que los mismos tengan que realizar jornadas de trabajo de más de 12 horas, expuestos a elevados riesgos de trabajo, sin seguro de accidentes, cobertura de salud ni jubilación. Sumado a esto, la utilización de trabajo infantil y el trabajo a destajo, convierten a esta actividad en una de las más precarias. Por su parte, la intermediación laboral cumple un rol fundamental en el mercado laboral transitorio: vincula oferta y demanda de trabajadores y facilita el reclutamiento de los mismos diluyendo la clásica relación de dependencia laboral. Los agentes de intermediación pueden incluir la figura del contratista, las cooperativas de trabajo fraudulentas –para eludir cargas sociales–, las empresas de prestación de servicios o incluso organismos sindicales y estatales, como UATRE, que conjuntamente con la Secretaría de Trabajo y Empleo de la provincia de Tucumán, actúan como intermediarios y reclutadores de personal transitorio2. A su vez, la subcontratación permite evitar los costos laborales, desdibujar la relación laboral y generar sistemas de control de trabajo que no involucran al productor de forma directa3. La mayoría de los trabajadores estacionales provienen de comunidades rurales y/u originarias en situación de alta vulnerabilidad y condiciones de pobreza estructural, lo que los obliga a aceptar estos trabajos, sometiéndose a la arbitrariedad y abuso de sus empleadores4.
Las penas son de nosotros… De tanto en tanto se encuentran en periódicos regionales noticias que denuncian las condiciones de vida de los trabajadores golondrinas. Hacinamiento, falta de agua, de baños, habitaciones sin ventanas y falta de energía eléctrica son la regla más que la excepción. Gamelas, carpas, colectivos
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en desuso y containers son adaptados como viviendas improvisadas5. Reducción a la servidumbre e indicios de trata laboral. La falta de registro de los trabajadores, la casi nula representación sindical, el desconocimiento de sus derechos, y la falta de documentación de muchos de ellos, hacen que esta realidad sea más fácil de ocultar. Las corporaciones mediáticas no ayudan: salvo raras excepciones, la invisibilización es lo que reina. Las patronales se sirven de las mismas instituciones del Estado y fuerzas represivas estatales y para estatales para garantizar el funcionamiento de la red de explotación. Tanto en los diarios6 como en internet, decenas de testimonios de trabajadores de la fruta denuncian el maltrato policial. Algunos incluso dan cuenta de cómo la policía los amenaza diciéndoles “te va a pasar como a Solano”, en referencia al trabajador golondrina desaparecido en Choele Choel (ver recuadro).
…las vaquitas son ajenas La mayoría de estas economías regionales son de exportación, es decir que mientras los cosecheros trabajan en condiciones deplorables, la fruta recolectada se destina al primer mundo. La empresa que lidera el mercado es Expofrut Argentina, una multinacional de capitales belgas, que está en 9 provincias y terceriza trabajo a través de más de 450 empresas. Dispone de una superficie de 20 mil hectáreas y exporta el 24 % de la producción frutihortícola del país, lo que representa aproximadamente 250 mil toneladas de frutas7. Es una de las 100 empresas del Grupo Univeg en todo el mundo, aunque es de las principales en cuanto a facturación. Hein Deprez, fundador de Univeg, factura 3.000 millones de euros anuales. Para esta multinacional trabajaba Daniel Solano en el momento de su desaparición. En los últimos años, los productores hablan de una grave crisis económica y financiera, que atraviesan las economías regionales, de la que culpan a la política económica. Pero las mismas
patronales que hoy se declaran en alerta, alegando que esta crisis afecta a los trabajadores, son las que en tiempos de bonanza económica se enriquecieron a costa de trabajo en negro y esclavo. Aún así, los directivos de Expofrut hicieron acuerdos el año pasado con la ministra de Industria Débora Giorgi, para seguir operando en el país por 5 años más.
¿Y ahora quién podrá defendernos? Actualmente está vigente la Nueva Ley de Trabajo Agrario (N.º 26.727), impulsada por el kirchnerismo y aprobada en diciembre del 2011 con el objetivo de combatir la informalidad y dotar de los derechos que habían sido negados por la Ley 22.248 (sancionada en la última dictadura militar) al asalariado rural. Sin embargo la “nueva Ley” solo es una reforma de la anterior. En líneas generales mantiene y permite establecer nuevas formas contractuales, como es la creación de la figura de “trabajador permanente discontinuo” que deja la puerta abierta a la precarización laboral. La regulación del trabajo por la polémica figura de “usos y costumbres” legitima el pago del trabajo a destajo, la posibilidad de que el empleador pueda establecer jornadas de trabajo que superen las ocho horas y los días de descanso, en caso de que fuese necesario, aspectos que le permiten seguir explotando al máximo al trabajador estacional. Respecto al derecho a huelga, la Comisión Nacional de Trabajo Agrario, encargada de regular aspectos que tienen que ver con el salario y los conflictos sindicales, asume una postura ambigua: por un lado reconoce el derecho a huelga y por el otro restringe el mismo durante la negociación de un conflicto, dotando de fundamentos legales contra el trabajador para accionar judicialmente contra los mismos. Mientras la ley presenta coartadas contra el trabajador, premia a las patronales por reconocer a trabajadores temporarios o permanente discontinuos, a través de la reducción de los aportes patronales en un 50 %, haciéndose cargo el Poder Ejecutivo de dichos aportes. Este tipo de beneficios al patrón también se producen a través de los Convenios de Corresponsabilidad Gremial (CCG), Ley 26.377, suscriptos entre asociaciones de trabajadores con personería gremial y empresarios del sector rural, que tienen trabajadores estacionales a cargo. Con el CCG el empleador reemplaza el pago mensual de contribuciones destinadas al sistema de la seguridad social, por un pago diferido, englobado dentro de la denominada “tarifa sustitutiva”, a través de un agente de retención definido por las partes en el convenio. La misma se establece a partir del valor establecido por unidad cosechada, o sea legitimando los aportes sociales en función del trabajo a destajo. Uno de los aspectos más polémicos de la ley fue la creación del RENATEA, en reemplazo de la desprestigiada RENATRE (manejado por la UATRE y representantes patronales), que legitimó durante años las condiciones descriptas y establecidas. Hoy bajo la órbita del Estado, debería significar un mayor control, pero la precarización y malas condiciones de trabajo no han cambiado.
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A pesar de la gran cantidad de asociaciones sindicales existentes –dentro de las cuales la UATRE es la única de alcance nacional– los niveles de sindicalización son muy bajos (menos del 40 %). La responsabilidad es compartida, tanto del Estado y sus organismos de control, como de las burocracias sindicales del agro que poco y nada han hecho para cambiar las condiciones de los trabajadores golondrinas, a los que ni siquiera representan sindicalmente. Gerónimo “Momo” Venegas, quien conduce desde hace más de 20 años la UATRE, destinó 20 millones de pesos en construir un excéntrico hotel y complejo termal “para que el trabajador se tomase las vacaciones que le corresponde”, medida obscena si consideramos que sus representados no cuentan con vacaciones ni conocen el trabajo en blanco. Por otra parte, su política para combatir la informalidad consistió en contratar empresas amigas a las que pagaba millones para que “fiscalicen el trabajo no registrado”8. Su vinculación política a través de los años fue con sectores patronales peronistas del PJ disidente. Actualmente tiene un acuerdo electoral con el macrismo mostrando, una vez más, que siempre estará parado de la vereda del frente a los trabajadores.
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A modo de cierre Los peones rurales, y entre ellos los trabajadores golondrinas, son los sectores que fueron conscientemente olvidados en la disputa del 2008 entre el gobierno y la oligarquía agraria, una de las razones para que algunas fuerzas de izquierda, entre ellas el PTS, hayan tomado una postura independiente de ambos. Los gobiernos kirchneristas hablan de la mejoras en las condiciones de trabajo de estos trabajadores, pero se trata meramente de cambios cosméticos. Lo que queda en los papeles nada tienen que ver con la realidad de vida y de trabajo de los trabajadores golondrinas. La súper explotación y trata de personas en el campo, el acoso policial y la prepotencia patronal, se mantienen igual que hace 100 años. Las ganancias millonarias de estas empresas no serían posibles sin las condiciones de trabajo a las que someten a los trabajadores. Y estas condiciones de vida y de trabajo son posibles por la cadena de complicidades, que incluye no solo a las empresas, sino también al Estado y las direcciones sindicales, en tanto permiten la flexibilización y legitiman la precariedad laboral, mientras las cadenas siguen recayendo en el sector más vulnerable de la red de explotación agraria.
1. Radonich, Martha y Steimbreger, Norma, “Golondrinas, una migración obligada”, disponible en cienciaenlaunco.blogspot.com.ar, diciembre 2007, y Bendini, Mónica et al., “Mundos migratorios: periplos en los ciclos de vida y de trabajo”, Trabajo y Sociedad 18 [online], 2012, entre otros. 2. Bendini, Mónica; Steimbreger, Norma; y Radonich, Martha, “Aquí todos se van para todos lados”, Continuidad y relevancia de un proceso histórico: los trabajadores golondrinas, XI Jornadas Argentinas de Estudios de Población, Neuquén, 2011. 3. Benencia, Roberto y Quaranta, Germán, “Los mercados de trabajo agrarios en la Argentina: demanda y oferta en distintos contextos históricos”, Estudios del Trabajo 32, julio-diciembre 2006. 4. Un estudio realizado por el RENATEA en Santiago del Estero, mostró que un 24 % de los trabajadores consultados desconocía al momento de la contratación el tipo de trabajo que iba a realizar y el lugar al que iba a migrar. 5. “Trabajadores golondrinas santiagueños dormían en micros abandonados”, Diario Panorama, 14/02/2014. 6. “Trabajadores golondrina denuncian maltrato”, Diario Río Negro, 08/12/2010. 7. Tomado de www.expofrut.com.ar. 8. “Contratos para los amigos con aportes de los peones”, Página/12, 15/07/2013.
Daniel Solano, un caso testigo La madrugada del 5 de noviembre de 2011, Daniel Solano –trabajador golondrina de la comunidad guaraní Misión Cherenta, en Tartagal– fue visto por última vez. Tenía 27 años y había migrado a Lamarque (pueblo cercano a Choele Choel) un mes atrás para trabajar en Agro Cosecha SRL, una empresa que tercerizaba trabajo para Expofrut Univeg hoy Expofrut Argentina–, multinacional de capitales belgas y uno de los motores económicos de Río Negro (ver nota principal). Ese día había ido a bailar al boliche Macuba, y fue sacado de allí por personal policial. Nunca más se lo volvió a ver. A pocas semanas de su desaparición, Sergio Heredia y Leandro Aparicio, abogados de la familia del joven, iniciaron solitariamente una profunda investigación poniendo al descubierto un oscuro entramado que involucra a las empresas, la Policía, la Justicia y funcionarios del gobierno. También sacaron a la luz la desaparición de dos trabajadores, Pedro Cabañas Cuba y Héctor Villagrán, relacionadas con la causa de Solano. En base a decenas de testimonios que recogieron de testigos claves, reconstruyeron la historia. El 4 de noviembre del 2011, Daniel Solano cobró $ 800 cuando debía cobrar entre $ 1.500 y $ 2.000. Lo comenta con sus compañeros y planifican ir el lunes siguiente a reclamar el reintegro de lo que faltaba del salario. “A Daniel
lo desaparecieron por descubrir la estafa millonaria de la empresa Expofrut a través de la tercerización , asegura Heredia�. Según la investigación de los abogados, las empresas mencionadas estafaron a cientos de originarios por más de 18 millones, quedándose parte de los salarios de los trabajadores. Según Heredia, el crimen fue planificado por la empresa y están implicados la policía, la justicia y el Ministerio de Trabajo. El joven fue al boliche Macuba, donde la policía lo sacó del lugar, lo golpeó y se lo llevó. La primera jueza de la causa, la Dra. Marisa Bosco, abonó la teoría de que Daniel se había ido a Neuquén por voluntad propia y que no había delito. Los abogados denuncian que la Dra. Bosco era cuñada del gerente de Agrocosecha. La primera abogada de la familia de Solano, María Cecilia Constanzo, era además abogada de la misma empresa y como si fuera poco, delegada de la Secretaría de Trabajo. Al mismo tiempo los policías implicados en la desaparición de Solano, son quienes estaban a cargo de la investigación de la desaparición de Cabañas Cuba. Hoy en día hay 22 policías imputados, 13 procesados y 7 detenidos, pero los abogados apuntan a que se juzgue a los autores intelectuales y sus cómplices encubridores. El sindicato no se pronunció nunca por la aparición de Daniel Solano, ni realizó acciones tendientes al esclarecimiento de
la causa. Tampoco hace frente a las empresas o instituciones estatales por las condiciones aberrantes en que viven los trabajadores rurales, estando al tanto de las estafas a las que son sometidos. En 2012 la UATRE participó de una marcha organizada por las partes implicadas en la causa (empresa, Policía, jueces y dueños del boliche Macuba), pero nunca participó en las movilizaciones que se han realizado por justicia y la aparición de Daniel. Del otro lado, los familiares de Daniel – que acampan frente al juzgado de Choele Choel, desde hace 3 años y medio– junto a trabajadores, artistas y organizaciones solidarias, nucleadas en una multisectorial, llevaron adelante distintas manifestaciones y acciones exigiendo la aparición de Daniel Solano. También se impulsó el pronunciamiento de la legislatura neuquina por la aparición de Daniel Solano, proyecto presentado por el diputado del Frente de Izquierda, Raúl Godoy1. Todas medidas necesarias en el camino de lograr la aparición de Daniel y la cárcel común y efectiva de todos los responsables materiales e intelectuales de este crimen y sus encubridores.
1. Ver “Se votó por unanimidad declaración exigiendo la aparición de Daniel Solano” en http:// diputadosceramistas.wordpress.com, 15/08/13.
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Izquierda y clase obrera: ¿es posible recomponer el diálogo estratégico?
Ilustración: Natalia Rizzo
Los procesos de organización entre los sectores precarizados de la clase trabajadora estadounidense vienen generando reacomodamientos en una burocracia sindical golpeada y desprestigiada. Por primera vez en décadas, sectores de izquierda son parte del debate. Celeste Murillo Comité de redacción. Juan Andrés Gallardo Staff revista Estrategia Internacional.
Este será el tercer año consecutivo de desarrollo de paros y movilizaciones de trabajadoras y trabajadores de los fast foods y los servicios en demanda de un salario mínimo de 15 dólares la hora. Si su primera acción de 2012 en Nueva York, alentada por Occupy Wall Street, parecía aventurera, hoy son una de las tendencias que aporta mayor dinamismo a la clase trabajadora estadounidense, aun en un panorama que de conjunto es defensivo.
El momento actual concentra diferentes factores. En primer lugar, el último período vio una relativa recuperación de la economía. Aunque el crecimiento del PIB del último trimestre de 2014 (2,2 %) cayó relativamente, en comparación con el anterior (5 %), de conjunto presentó un avance con respecto a 2013. En cuanto al empleo, 2014 terminó como el año en el que se crearon más puestos de trabajo (3,1 millones), lo que suma 11 millones
de empleos generados desde 2010 (el final de la “gran recesión”), la mayoría de ellos precarios1. Además de mejorar las perspectivas para los negocios capitalistas, esto sirve de plataforma para un proceso de luchas en los servicios que con sus acciones desafió el clima de cementerio de los sindicatos y el patrón de empleo de bajos salarios. Lo hizo con dos demandas clave: aumento del salario mínimo y derecho a la organización sindical.
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Su lucha se extendió nacionalmente. Y obligó a varios políticos a pronunciarse al respecto, incluso al propio presidente Barack Obama, que propuso un aumento del salario mínimo de los empleados federales. A su vez, en los últimos meses Walmart y McDonald’s anunciaron que aumentarán su salario mínimo. Este aumento se basa en tres aspectos: la caída del desempleo y la mayor demanda de mano de obra calificada que genera competencia entre los empleadores; la mala imagen que provocan las protestas contra las empresas; y por último, aunque los aumentos otorgados están lejos de los 15 dólares que exigen los trabajadores, son una concesión de las empresas para mantener lo esencial de la precarización. Walmart y McDonald’s son dos de los principales empleadores del país, gran parte de su plantilla tiene contratos part-time, turnos rotativos, y está prohibida la organización sindical2. Por eso las demandas por aumento del salario mínimo y derecho a sindicalización cuentan con el apoyo y la simpatía de sectores amplios de la población que se identifican con su lucha, como parte del descontento extendido contra las corporaciones. Esto sería inexplicable sin el clima social que generó la existencia de Occupy Wall Street (OWS), un movimiento juvenil, mayormente estudiantil y de clase media. OWS tuvo dos méritos: opacar al movimiento derechista Tea Party, que venía del triunfo legislativo de 2010, en un escenario de polarización social; y popularizar la denuncia de una sociedad cada vez más desigual, expresada en las consignas “contra el 1 %”.
Sindicatos, burocracia y movimientos sociales La entrada del movimiento por el salario mínimo se da después de décadas de derrotas de la clase obrera, del traslado de una porción importante de la mano de obra de la industria a los servicios (con la consabida pérdida de derechos que podría resumirse en el modelo Walmart, que se estableció como patrón de empleo3) y la reducción de los sindicatos a su mínima expresión. Durante los peores momentos de la crisis económica, los sindicatos firmaron acuerdos desfavorables a los trabajadores que erosionaron aún más su base y alentaron el desprestigio de la burocracia. Entre 2007 y 2009, la burocracia entregó las últimas demandas “clásicas” de la clase obrera industrial blanca: seguro de salud y pensiones4. En 2011, en el estado de Wisconsin, la legislatura votó eliminar el derecho de negociación colectiva del sindicato docente5. A pesar de la derrota, Wisconsin marcó un punto de inflexión. Para la burocracia marcaría el punto más alto de ataque antisindical y, contradictoriamente, para los movimientos un punto de
partida. Por primera vez en mucho tiempo, entró en acción un movimiento de trabajadores y estudiantes, con la solidaridad de la población, sindicatos y organizaciones, que se encontraron en la calle y vieron, al menos incipientemente, el potencial de su movilización. La tasa de sindicalización ha alcanzado sus niveles mínimos6: no llega al 7 % en el sector privado y apenas el 35 % en el sector público. La desprestigiada AFL-CIO respondió débil y tardíamente los ataques, a pesar del “cambio” que representó el secretario general Richard Trumka, que tuvo la política de apoyar la reforma migratoria, los movimientos antirracistas e incluso las movilizaciones por el salario mínimo. Esta crisis generó fricciones dentro de la propia burocracia sindical. Ya en 2006 varios sindicatos encabezados por SEIU (empleados públicos y de servicios) habían roto con la AFLCIO, para formar Change to Win (Cambiar para ganar), una coalición que proponía una estrategia para organizar más trabajadores ante la conservadurismo de la burocracia tradicional. Esta discusión surge luego de las manifestaciones de trabajadores latinos e inmigrantes (mayoría en los servicios), el 1º de mayo de 20067. En un marco de desprestigio, sindicatos como el SEIU/Change to Win optaron por cambiar la política de ignorar a los movimientos “externos”, e impulsaron la organización de Fight for 15 (Pelear por los 15 dólares). Fight for 15 no es un sindicato y no disputa directamente en el lugar de trabajo, pero en los hechos nuclea al movimiento que hoy recorre las principales ciudades. Por otra parte, en 2011 nació OUR Walmart (Organization United for Respect, Organización Unidos por el Respeto). Por primera vez la empresa más furiosamente antisindical tuvo que aceptar la legalidad de una asociación de trabajadores dentro de sus tiendas. OUR no es un sindicato, no representa intereses colectivos ni tiene personería. Es parte de una larga pelea legal para superar la prohibición de Walmart, y aunque es limitada, sirvió para fortalecer a los sectores que pelean por la organización en el lugar de trabajo. Sumado a esto, el movimiento por el salario mínimo tiene otra particularidad y es que no se trata de un movimiento exclusivamente sindical o económico. En su interior actúan diferentes movimientos sociales y corrientes políticas. Existen intersecciones objetivas como es el caso de la juventud negra: son una gran porción de los trabajadores que cobran el salario mínimo (junto a los latinos) y, a la vez, son los protagonistas de las protestas contra el racismo8 (renovadas con la reciente rebelión en la ciudad de Baltimore). Esto hace que existan lazos naturales en la base entre Fight for 15, Black Lives
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Matter (movimiento contra el racismo), OWS y otras organizaciones. La presión doble, por derecha y por izquierda, agudiza la discusión sobre los sindicatos. Y por primera vez, desde hace varias décadas, sectores de la izquierda intervienen en el debate.
Izquierda, política y estrategia En 2013, el triunfo de una candidata abiertamente socialista en Seattle abrió un nuevo panorama para la izquierda en Estados Unidos. La elección de Kshama Sawant para el Concejo Deliberante se dio junto con otros giros moderados a izquierda9. Además, han surgido sectores de la intelectualidad de izquierda, como la revista Jacobin, que concentra gran parte de los debates, adelantándose incluso a los propios grupos partidarios que todavía arrastran una política rutinaria. La izquierda además confluye con los nuevos movimientos sociales, pero su política hoy no se centra en fortalecer a los sectores progresivos que motorizan esos movimientos, sino en mantenerlos como base de su estrategia electoral. Esto se desprende de la conferencia “El futuro de la acción electoral izquierda e independiente”, realizada el 2 y 3 de mayo (mientras cerramos esta edición) en Chicago que llama a conquistar 100 candidaturas independientes. En la conferencia participan gran parte de las organizaciones de izquierda partidaria, como Socialist Action, International Socialist Organization, Socialist Alternative (partido de K. Sawant), y publicaciones como Jacobin, Red Wedge o Emerge. En su convocatoria podemos leer: “Desde la elección de K. Sawant en el Concejo Deliberante de Seattle, hasta numerosas campañas socialistas e independientes (…) crece el interés en una alternativa de clase. Sin embargo, para empezar a construir una alternativa electoral viable, primero debemos forjar la unidad entre nuestras diferentes campañas”. Y continúa: La participación de millones de personas en el movimiento Occupy, la marcha por el cambio climático, y el movimiento Black Lives Matter muestra que muchos sienten que algo está profundamente mal. Pero estos movimientos no apoyan todavía una expresión electoral viable. Vamos a construir alternativas en el terreno electoral10.
Es de destacar que no mencionan siquiera el movimiento Fight for 15, que fue uno de los sectores clave para el triunfo de K. Sawant, que se presentó como la “candidata del salario mínimo”. El llamado confirma una visión extendida en la izquierda estadounidense hoy, que responde »
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a una lógica más general de construir partidos amplios y ocupar espacios de poder. Y así como en la primera década de este siglo fueron mayoritariamente acríticos con los gobiernos posneoliberales en América Latina, hoy ven en Syriza y Podemos la “alternativa viable” que es posible construir. A pesar de que estos fenómenos reformistas en Grecia y el Estado español son incomparables con lo que sucede al otro lado del Atlántico, sus teorizaciones sobre la administración del Estado capitalista influencian la política y la estrategia de la izquierda en Estados Unidos. Esta “guía para la acción” aplicada a EE. UU., cuando por primera vez en muchos años la izquierda tiene la posibilidad de confluir no solo con movimientos sociales progresivos, sino con fracciones de la clase obrera (sus sectores más precarizados), solo conduce a aniquilar esa oportunidad histórica. La izquierda actual en Estados Unidos comparte en gran parte la premisa de que es posible otorgar un contenido político a cualquier espacio, disociado del poder real en el que se sustenta, y a pesar de que sus discursos hablan de terminar con el capitalismo, su política está más cerca de la idea de “alcanzar transformaciones sociales al interior del Estado actual”11. Esto explica que el rol del movimiento obrero como factor actuante esté ausente o subordinado en su ambición política central, que es la de pelear en la arena electoral. En su paso por Argentina, Iñigo Errejón (socio político de Pablo Iglesias en Podemos) había planteado la incapacidad de las movilizaciones para “alterar los equilibrios de poder del Estado”12 y, como conclusión, la apuesta de Podemos a poner la política electoral en el centro de su estrategia. Hoy, Podemos ve su propio techo electoral y se pregunta hasta dónde es válida esa premisa, que lo ha colocado en un lugar contradictorio, imposibilitado de avanzar por haberse “despegado” del movimiento que le dio vida. Por eso, Pablo Iglesias vuelve a apelar a “un proyecto político de irrupción plebeya”13. La izquierda estadounidense está por detrás incluso de esta conclusión, y esto le impide ver sus propias posibilidades. En una entrevista reciente14, Kshama Sawant plantea la necesidad de la construcción de un partido “con una base amplia, organizado alrededor de principios democráticos y que tenga como objetivo central la misión de trabajar con el movimiento obrero organizado, los trabajadores no sindicalizados y los activistas jóvenes negros” (de hecho una de las mesas de la conferencia que impulsan se llama “¿Un nuevo partido del 99 %?”). En la misma entrevista,
afirma que “nuestra campaña debe ser un punto de apoyo para algo más grande. Para construir un movimiento de masas, una alternativa radical viable. Eso es lo que está pasando en Grecia y España”. Por eso comparte con otros grupos el “encantamiento” por plataformas amplias. Y su atención al movimiento obrero habla más bien de la base que le dio el triunfo electoral. Esta política que pone en el centro “ocupar espacios” le hace perder de vista peleas centrales, que permitirían mostrar a la izquierda como alternativa real. Esto sucede porque la intervención en el terreno electoral, y la conquista de puestos parlamentarios, se concibe escindida de fortalecer las tendencias de independencia política del movimiento obrero, su organización y la lucha en las calles. Por ejemplo, dentro de Fight for 15, la dirección del SEIU se prepara a limitar las perspectivas del movimiento, y está dispuesta a renunciar a la formación de un sindicato, a cambio de un aumento salarial y mejores condiciones. La burocracia quiere mostrarse como dirección responsable ante empresas como McDonald’s, con la que viene negociando en secreto según varios organizadores sindicales15. Allí donde la izquierda tiene influencia, es posible disputar con la burocracia sobre la dirección que tomará el movimiento, y desde ahí plantear una alternativa real, no solo como políticos honestos y a favor de los derechos de los trabajadores. Hace tiempo que la izquierda no tenía una oportunidad similar. Un periodista de OWS plantea una reflexión interesante sobre Fight for 15: ...la campaña ha generado expectativas de un revival de la conciencia de clase y un movimiento de la clase obrera, pero, ¿se realizarán bajo la dirección del SEIU? Si la historia y los acontecimientos actuales sirven de guía, el ingrediente que falta es la izquierda organizada16.
El autor acierta en la pregunta, el verdadero interrogante es si la izquierda estará a la altura. La irrupción de los movimientos sociales como Occupy, Black Lives Matter, y sobre todo el movimiento por el salario mínimo, le plantean a la izquierda estadounidense múltiples desafíos. No solo superar su “profecía autocumplida” de debilidad, sino abordar y profundizar el debate estratégico necesario para cuestionar el dominio de la burocracia en el terreno sindical y la ilusión de la “izquierda” demócrata en el terreno electoral. Contra un sentido común evolutivo de ocupar posiciones, ningún atajo le otorga ventajas; al contrario, la debilita estratégicamente para la disputa por la dirección del actor social que será el músculo de cualquier alternativa independiente.
Blog de los autores: teseguilospasos.blogspot. com.ar y sordoruido.blogspot.com.ar
1. Ver C. Murillo, J. A. Gallardo, “Fast Food Nation”, IdZ 4, octubre 2013. 2. Ver, “Nuevo triunfo en la lucha por el salario: ¿por qué cedieron Mc Donald’s y Walmart?”, La Izquierda Diario, 11/04/2015. 3. La clave del modelo Walmart fue eliminar los sindicatos, atacar la negociación colectiva, y destruir por todos los medios la percepción de la pertenencia a una clase. Ver “Fast Food Nation”, ob. cit. 4. En 2007, la UAW acordó con la empresa que esta última dejara de ser responsable del plan de salud de los trabajadores jubilados y sus familias; a cambio se creó un fondo de inversión llamado VEBA. En 2009 el sindicato acordó con General Motors, Chrysler y Ford bajar salarios y recortar derechos, para permitir el acuerdo de las empresas con el gobierno de Obama. 5. Hubo una gran resistencia de la base del sindicato docente, con el apoyo de estudiantes, otros sindicatos y la comunidad. Existía disposición para profundizar la lucha, incluso para llamar a una huelga general en la ciudad de Madison, pero la dirección del movimiento desvió la movilización a la revocación del gobernador Walker, que finalmente ganó la nueva elección después del referéndum. 6. Uno de los últimos episodios en esta “guerra antisindical” se dio en febrero de 2014 con la derrota de la burocracia en la votación para formar un sindicato en la planta de Volkswagen Chattanooga (Tennessee). 7. El punto más alto de su política fue la fusión UNITE-HERE para formar un sindicato poderoso de hoteles y restaurantes. La política fracasó luego de que se destara una guerra de baja intensidad entre burócratas de diferentes sectores y campañas millonarias para “robar” afiliados. 8. C. Murillo, J. A. Gallardo, “Ferguson: ¿el fin de la ilusión posracial?”, IdZ 14, octubre 2014. 9. C. Murillo, J. A. Gallardo, “‘Giro a izquierda’ en la política norteamericana”, IdZ 6, diciembre 2013. 10. The Future of Left/Independent Electoral Action in the United States, disponible en www.leftelect.org. 11. Ver sobre la entrevista de Chantal Mouffe con Pablo Iglesias en J. Martínez, D. Lotito, “Syriza, Podemos y la ilusión socialdemócrata”, IdZ 17, marzo 2015. 12. Intervención de Iñigo Errejón en el Foro por la Emancipación y la Igualdad (Buenos Aires), disponible en www.celag.org. 13. Ver D. Lotito, “Podemos y la impotencia estratégica”, La Izquierda Diario, 24/04/2015. 14. “The Most Dangerous Woman in America”, truthdig, 15/03/2015. 15. Ver A. Gupta, “Wage Gains Won’t Last, Unless Fight for 15 Builds Worker Power”, Counterpunch, 16/04/2015. 16. Ídem.
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Ayotzinapa y las Perspectivas DE la izquierda La desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en 2014 abrieron el camino a una profunda movilización en el país, y detonó un verdadero terremoto político que golpeó al régimen y en particular al PRD. ¿Cuáles son los desafíos para la izquierda socialista? *
Pablo Oprinari Sociólogo, UNAM, Editorial Armas de la crítica (México).
Ilustración: Federico Jordán
Movilización histórica Desde el trágico 26 de septiembre de 2014, y en pocas semanas, el panorama político se alteró. Mientras en el año y medio previo el Pacto por México y el gobierno de Peña Nieto pretendieron imponer un país diseñado a gusto de los grandes capitalistas, el proceso de movilizaciones marcó la irrupción, en la escena política, de un profundo descontento social. De carácter pluriclasista, con alto componente juvenil y estudiantil, logrando su masividad mediante la incorporación de amplias capas populares y de las clases medias, el movimiento sumó también a sectores organizados de la clase trabajadora, como fue el caso de los telefonistas, el magisterio, los trabajadores universitarios, entre otros. La masacre y la desaparición de los 43 normalistas tocó una fibra sensible que resonó en cada uno de los abusos y de los padecimientos sufridos por el pueblo mexicano en las últimas décadas. Los cientos de miles de muertos y desaparecidos resultado de la “narcoguerra”, el atroz flagelo de los feminicidios y la trata, el accionar de las bandas paramilitares, el Ejército y las guardias blancas, los presos políticos que pueblan las cárceles, los indígenas y campesinos perseguidos, los obreros despedidos y reprimidos, estuvieron presentes en cada grito de “Ayotzinapa somos todos”.
Como señalamos en artículos previos de esta revista1, los resultados de la brutal opresión imperialista no son solo la entrega de los recursos naturales y el imperio de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo mexicana. Es también el crecimiento inusitado del narcotráfico, la colusión creciente del Estado y los carteles, los padecimientos innombrables de los migrantes mexicanos y centroamericanos –donde México actúa como estado tapón para impedir el cruce de la frontera a los indocumentados–, y una realidad signada por miles de muertos, mutilados y desaparecidos, que en los años previos pareció volverse sentido común la idea de que, bajo la dominación imperialista y en esta verdadera democracia bárbara, la vida no vale nada. Ante esto, la respuesta popular mostró que el carácter profundamente reaccionario del régimen político despertó un movimiento superior incluso a lo visto en las décadas previas. En el último período, el movimiento democrático fue un claro protagonista de la lucha de clases. Primero 1988 y luego 1994 con la movilización urbana que abrazó la insurgencia indígena campesina de Chiapas. El año 2006 tuvo el signo de la rebelión del pueblo oaxaqueño que dio vida a la APPO y del movimiento antifraude; en el 2011, en el momento más oscuro de la
“narcoguerra”, cientos de miles se pusieron en movimiento contra la militarización. En el 2012 el #yosoy132, orientado contra la imposición de Peña Nieto, puso a la juventud mexicana a tono con los nuevos aires que recorrían el globo desde Plaza Tahrir a las calles del Estado Español. El movimiento por Ayotzinapa compartió una matriz común con los anteriores: el surgir como una poderosa marea de movilización social que confronta los rasgos más retrógrados de la “democracia” mexicana. Pero a la vez distinto porque, junto a la demanda “Fuera Peña”, espontáneamente señaló que “Fue el Estado” y repudió a los tres partidos tradicionales del régimen político.
Una crisis política La crisis del gobierno de Peña Nieto fue uno de los datos relevantes de los últimos seis meses. A menos de 3 años de llegado al gobierno, la caída de sus niveles de popularidad mostró también que su fortaleza se asentó más en los acuerdos institucionales con los otros partidos del Congreso y en el apoyo de los sectores privilegiados por el “modelo” neoliberal implementado en las últimas décadas con el Tratado de Libre Comercio, que en una fuerte base de apoyo en el movimiento obrero y popular. Pero la »
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“ ... la respuesta popular mostró que el carácter profundamente reaccionario del régimen político despertó un movimiento superior incluso a lo visto en las décadas previas.
crisis, como decimos arriba, golpeó fuertemente al régimen político. La respuesta de la clase dominante al levantamiento zapatista de 1994 y la profunda crisis del antiguo régimen –el priato– iniciada en 1988, fue la transición pactada entre los tres principales partidos, con el beneplácito de Washington. Un desvío que operó como una verdadera contrarrevolución democrática –utilizando las categorías de León Trotsky– para contener el descontento obrero y popular. El proceso de autorreforma que remozó las instituciones y le dio un mayor protagonismo al Congreso de la Unión y a las instituciones electorales supuestamente imparciales, condujo a la alternancia en el año 2000, con la llegada al gobierno del panismo, cambio que había sido anticipado por el ascenso del PRD al gobierno del Distrito Federal en 1997. Lejos de llevar a una ampliación de la “democracia”, lo que vimos con el transcurso de los años fue una cada vez mayor degradación de las instituciones, y una profundización de los aspectos más reaccionarios del régimen político. Esto no fue más que la consecuencia de la integración económica y política a EE. UU. Los ejemplos más resonantes de ello fueron la militarización creciente y el Pacto por México suscrito en diciembre de 2012 para llevar adelante las reformas requeridas por las grandes trasnacionales. En ese sentido, el proceso abierto en octubre mostró la fuerte pérdida de legitimidad social de la “alternancia”. Esto no cae del cielo; ha madurado el quiebre en la relación entre el movimiento de masas y las instituciones garantes de
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los intereses capitalistas; basta ver la crisis de legitimidad de la institución presidencial. Cabe entonces la pregunta: ¿estamos viendo el surgimiento de una nueva generación desencantada de la ilusión en la democratización del régimen político? ¿Hay una tendencia “rupturista”, todavía no claramente consciente, con la noción de la transición democrática? Síntoma de ello sería el proceso de politización en distintas capas de la juventud y los trabajadores, gestado al calor de la brutalidad capitalista, y la “crítica en las calles” de las instituciones de la alternancia.
La crisis de la “izquierda”… del régimen En esto no es un dato menor la crisis de la mal llamada izquierda perredista, factor clave en la actual crisis del régimen político. Se trata de una debacle histórica que echa por tierra las ilusiones de muchos progresistas que apostaron a una izquierda posibilista y burguesa. La discusión sobre el “futuro de las izquierdas” se ha instalado en determinados ámbitos de reflexión crítica, un elemento sin duda alentador2. Aunque llama la atención que son pocos quienes ensayan un análisis de las causas profundas –más allá de sus manifestaciones concretas– de la deriva del PRD. Tras la retórica nacionalista y de “revolución democrática” de sus inicios, lo que se evidenció tempranamente para los marxistas fue su carácter de clase, expresado en su defensa de las instituciones estatales y el orden económico capitalista. Esto se hizo notorio en la medida que el PRD –en cuya formación fueron fundamentales tanto el comunismo estalinista como un ala que se
alejó del PRT, encabezada por Adolfo Gilly– gobernó estados y la misma Ciudad de México, y desarrolló una labor legislativa. Resulta extraño que esto no esté presente en muchos análisis escritos desde la izquierda: el PRD demostró su carácter burgués en la administración de los negocios capitalistas. Y también en su accionar legislativo, aún antes del ignominioso Pacto por México: en el año 2001 participó de la reaccionaria legislación en materia de derechos indígenas. Su carácter de clase se evidenció también en que fue el soporte de izquierda de la transición democrática. De hecho, la alternancia en México no hubiera sido posible sin el PRD: su integración al régimen fue fundamental, y en los momentos críticos de 1994 o 2006 millones de trabajadores y jóvenes voltearon a ver a Cárdenas y López Obrador, encontrando siempre la misma respuesta: presionar y democratizar a las instituciones, más algo de retórica izquierdista con que maquillar una estrategia política basada en la resistencia “civil y pacífica”. La crisis actual del PRD no es resultado de las derrotas sufridas por el movimiento obrero y popular o de la fortaleza del PRI. Sin duda, la derecha conservadora aprovechará su desgaste. Pero no hay que olvidar que la crisis del PRD es la del régimen político. Su desgaste es un elemento de crisis para el proyecto estratégico de la alternancia, que pone en duda la capacidad del sistema político para recrear su hegemonía. Es el resultado de la esperable derechización de una fuerza de centroizquierda al calor de la ofensiva imperialista, donde incluso puede encontrarse una línea de convergencia en la evolución de la degradación de la democracia mexicana y la del perredismo, combinado con un profundo proceso de movilización que visualiza al PRD como parte responsable de la “narcopolítica”.
Contradicciones estructurales abiertas La profundidad del proceso abierto es evidente. Nuevas tendencias en el terreno de la lucha de clases –expresadas fundamentalmente por el movimiento democrático– se combinan con la crisis en las instituciones políticas, lo cual recuerda a una verdadera crisis de hegemonía, que aparece tras el resquebrajamiento evidente de la relación entre los gobernantes y de su régimen de “transición democrática”, respecto del movimiento de masas. El trasfondo de la situación económica agrega grandes nubarrones al panorama de lo que queda del sexenio. A favor del enlentecimiento de las contradicciones existentes, juegan diversos factores: la integración al poderoso vecino del norte le proporcionó al régimen político una poderosa base
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social, reclutada fundamentalmente en los sectores acomodados, ampliamente beneficiados y con altos niveles de consumo. Esto es lo que refleja el apoyo de las cúpulas empresariales a Peña Nieto, que muestra que la clase dominante mantienen la apuesta a favor de éste. También las duras condiciones políticas que arrastra el movimiento obrero, sujeto de múltiples golpes y derrotas en el reinado neoliberal como resultado de la política nefasta de sus dirigencias y el fuerte control vertical del viejo aparato charro, así como rol pactista de las direcciones “opositoras”, constituyen una ventaja difícil de obviar. Queda por verse si esto se revierte: en particular, si el proceso en curso lleva a la irrupción de sectores más amplios de la clase trabajadora, abriendo la posibilidad que se revierta el ciclo de derrotas previo. La lucha de clases en México durante las últimas décadas mostró que los movimientos democráticos propiciaron procesos de politización y reorganización en la clase trabajadora, como fue –por ejemplo– a mediados de los ‘90 con la emergencia de la Intersindical 1ero. de Mayo. La participación de los trabajadores en las movilizaciones multitudinarias de fines del 2014, y procesos como el de estudiantes y trabajadores de enfermería, pueden ser indicadores de ello. La historia de la clase obrera mexicana ha estado signada por procesos antiburocráticos, y el hartazgo con el charrismo sindical y el avasallamiento de las conquistas laborales, puede repercutir en un nuevo clima entre una de las clases obreras más numerosas del continente. Los meses siguientes a las movilizaciones más importantes en octubre y noviembre mostraron, con menor extensión y profundidad, la persistencia del descontento. Pero el gobierno y las instituciones están aprovechando las debilidades del movimiento; ponen a su favor el que los momentos álgidos no hayan abierto el camino para una huelga general ni unificado al conjunto del movimiento obrero y popular tras una perspectiva política. Al cierre de este artículo, se combina una política represiva contra los sectores más avanzados en la movilización (como el magisterio de Guerrero), y la utilización de las elecciones de junio para desviar y enfriar el movimiento social. La reflexión intelectual y la acción militante deben orientarse a sacar las conclusiones y buscar las vías para alentar el desarrollo de una perspectiva anticapitalista.
Las perspectivas y la izquierda En ese sentido, la reflexión sobre el momento actual en México no puede escindirse, desde un punto de vista marxista militante, de la necesidad de construir una alternativa socialista
y revolucionaria, capaz de presentar una propuesta política a la altura del momento histórico. El arma de la crítica debe estar puesta al servicio de edificar esa herramienta, de darle sus fundamentos teóricos y programáticos, de disputar con la ideología dominante y con el posibilismo en el terreno de las ideas, demostrando la vigencia histórica del análisis y la estrategia marxista. La crisis del PRD no decantará naturalmente en la emergencia de una alternativa de estas características. De hecho, su lugar histórico se apresura a ocuparlo el MORENA, en una suerte de retorno senil al PRD de los orígenes, manteniendo su horizonte político articulado en torno a la ilusoria democratización de una democracia bárbara que sustenta la dominación burguesa y la opresión imperialista. No se puede ignorar que de la crisis del régimen político y en particular de la debacle del PRD, seguramente emergerá una mayor fortaleza de Andrés Manuel López Obrador, quien inteligentemente, y leyendo la dinámica del cuestionamiento espontáneo a los partidos tradicionales, optó por guardar un medido silencio durante sus momentos más álgidos y esperar a que estos pasaran para salir nuevamente a la palestra. Llama la atención la escasa memoria de muchos que ayer, incluso desde posturas autodefinidas como anticapitalistas o socialistas, criticaban nuestra posición frente al antineoliberalismo lopezobradorista. Esta hipótesis estratégica, que veía el desarrollo de proyecto de López Obrador como vehículo para la emergencia de una izquierda supuestamente anticapitalista, y que desde nuestro punto de vista apuntaba a repetir la triste experiencia del ‘88, colapsó. Y habría que precisar que concretada la transformación del MORENA en partido político y puesto a ocupar el lugar del viejo PRD, el mencionado antineoliberalismo se desdibujó, aunque permanece guardado en el desván de los recursos retóricos, por si el pragmatismo de la realpolitik lo requiere. La crisis actual plantea la posibilidad del agotamiento del ciclo histórico de las llamadas izquierdas surgidas en 1988-1994, como sostienen diversos intelectuales3, algunos de los cuales –insistimos– dejan de lado el necesario balance de su propia participación en esas “izquierdas” institucionales. El debate es necesario. Creemos que, si queremos alentar un debate que no caiga en los vicios del dilettante, hay que ensayar una crítica profunda de las experiencias de la izquierda y la centroizquierda mexicana, y proponer una perspectiva que supere tanto los proyectos basados en la democratización del régimen
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político. Una de las cuestiones claves de la izquierda nativa de las últimas décadas ha sido su verdadero escepticismo respecto a la clase obrera. Ese escepticismo cubrió la búsqueda de atajos que la condujeron a la debacle, en los ‘80 y los ‘90, depositando expectativas en el neocardenismo y el neozapatismo. Algunos abandonaron todo tipo de adscripción orgánica al marxismo, otros mantuvieron sus pequeñas “tiendas” políticas sin mayor ambición, para posicionarse mejor a la hora de buscar alianzas y cargos con aquella. Lo que fracasó, evidentemente, no fue el proyecto revolucionario; fueron más bien los ensayos de quienes se cansaron del mismo y se adaptaron a los nuevos aires de la “revolución democrática” cardenista y de “dejar atrás los esquemas arcaicos” del marxismo. Si se quiere edificar una izquierda que enfrente al capitalismo y sus partidos políticos, hay que construir una poderosa fuerza política, anclada en la clase obrera, que pugne para que la misma deje de ser “un proletariado sin cabeza” (parafraseando a José Revueltas), y que apuntale tanto la lucha por la necesaria independencia política como la construcción de una poderosa alianza social de los oprimidos y explotados. Las condiciones comienzan a surgir e irán madurando en una nueva generación de jóvenes, estudiantes y trabajadores. Una herramienta política, anticapitalista, socialista y revolucionaria, que enfrente la barbarie capitalista y sostenga la lucha estratégica por el comunismo, se plantea como una urgencia en cada lucha, movilización y acción de los explotados y oprimidos de México.
* Esta es una versión reducida del artículo publicado en el Dossier “Ayotzinapa. Seis meses después. Balances y perspectivas”, de la revista mexicana Armas de la Crítica, abril 2015. 1. Ver “La guerra contra las drogas en México”, IdZ 13 (septiembre 2013); “México: ‘Pienso, luego me desaparecen’” IdZ 15 (noviembre 2014); “México: descomposición estatal y recolonización imperialista”, IdZ 16 (diciembre 2014). 2. Ver E. Concheiro, “Las izquierdas frente a sus derrotas” y M. Modonesi, “Entre la izquierda subalterna que no acaba de morir y la izquierda antagonista que no termina de nacer”, Memoria, Revista de Crítica Militante 253, año 2015-1. 3. Ver I. Ordorika, “La Izquierda que tenemos y la que necesitamos”, Memoria, Revista de Crítica Militante 253, año 2015-1.
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El debate del aborto y el movimiento feminista La demanda por el derecho al aborto en Chile ha sido uno de los reclamos más persistentes de las organizaciones de mujeres y feministas. Fue la dictadura cívico-militar de Pinochet la que penalizó el aborto en todas sus formas, condenando a las mujeres a la clandestinidad y la posibilidad de enfrentar procesos judiciales e inclusive la cárcel.
Fotografía: Sofía Yanjarí
ana LOPÉZ Historiadora, Partido de Trabajadores Revolucionario, Chile.
Durante los años de la transición y la posdictadura, este reclamo fue invisibilizado por los gobiernos concertacionistas, preocupados más bien por administrar el legado de la dictadura y por profundizar el modelo neoliberal instalado durante esos años. La llegada a la presidencia de Michelle Bachelet en el año 2006, la primera mujer presidenta,
despertó expectativas en un sector del movimiento feminista, confiado en que con lobby y presión a los parlamentarios se podrían conseguir estos derechos, sin embargo nada cambió e inclusive hubo ciertos retrocesos. Sin embargo, la explosión del año 2011, marcada por la lucha masiva del movimiento estudiantil, los profesores y con un masivo apoyo social, como también
la presencia de demandas democráticas y de los trabajadores, cambió el panorama político en Chile. Desde que Michelle Bachelet asumió su segundo mandato –con la coalición Nueva Mayoría1– buscó desactivar las demandas que se instalaron desde el año 2011 el eje de su gobierno fue instalar una política de reformas en lo
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educativo, laboral, sistema electoral, tributario y la llamada “agenda de género”, que abrió nuevos desafíos en el movimiento feminista. Esta agenda de género incluyó la creación del Ministerio de la Mujer, el proyecto de despenalización de aborto (solo en tres causales: riesgo de muerte de la madre, inviabilidad fetal y violación), la regulación de las uniones de parejas del mismo sexo y el impulso de bonos para mujeres de sectores populares y trabajadoras. Además, instaló en el Servicio Nacional de la Mujer a Claudia Pascual, militante del Partido Comunista, único ministerio que ocupa ese partido. El contenido de estas políticas era apropiarse de las demandas que el movimiento feminista y de la diversidad sexual instalamos con lucha y organización durante años. Sin embargo, a poco de comenzar el gobierno apretó el freno, presentando el proyecto de aborto 8 meses después de lo anunciado y quitando toda urgencia a la discusión. En el caso de las uniones civiles, terminó en un proyecto que regula las uniones para las parejas en general que conviven, sin decir nada del matrimonio igualitario y menos de la adopción de los hijos2. En la actualidad, el debate de género está cruzado por una enorme crisis del régimen político y de los partidos tradicionales, debido a casos de corrupción y de financiamiento de las empresas a los partidos, aumentando el rechazo hacia Bachelet, la Nueva Mayoría y los partidos de la derecha. También hay fuertes tensiones en torno a las políticas de reformas del régimen, que en el caso del aborto han provocado la fuerte oposición de los sectores conservadores –dentro de su misma coalición como la Democracia Cristiana– y una ofensiva de la derecha y la Iglesia Católica que sale a la calle con un discurso provida, aunque también la Iglesia Católica está profundamente cuestionada por el encubrimiento de casos de pedofilia, que se refleja en la alta desconfianza en las encuestas3.
Debates al interior del movimiento feminista y de la diversidad En Chile existe una amplia variedad de organizaciones feministas y de la diversidad: reformistas, institucionales, autonomistas, anarquistas, libertarias, posmodernas, posfeministas, queer, marxistas clasistas y otras, que si bien plantean ciertas demandas en común, también hay diferencias respecto de cómo conquistar estos derechos. Un sector del movimiento feminista y de la diversidad/disidencia sexual, ha tenido como estrategia principal la presión al Parlamento e institucionalización de las demandas como el
aborto, la antidiscriminación y otros derechos, participando de los partidos tradicionales y utilizando estrategias de lobby y negociación con los gobiernos de turno, en los que generalmente depositan sus expectativas; también encontramos a sectores feministas que en los ‘80 se institucionalizaron y transformaron en centros de opinión, ONG, debate académico y tecnocracia4. Es la política de organizaciones como MEMCh (Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena), Centro Regional de Derechos Humanos y Justicia de Género, Corporación Humanas, Miles Chile5, MOVILH (Movimiento de Integración Liberación Homosexual), Fundación Iguales (identificado incluso con la derecha), Acción Gay (exCorporación Chilena de Prevención del SIDA), entre otras. Pero también es la política del Partido Comunista, que integra la Nueva Mayoría y cuya ministra de la mujer es Claudia Pascual, dando una cobertura por izquierda al gobierno, siendo los principales defensores del mismo. También tienen otras figuras relevantes como Bárbara Figueroa en la Central Unitaria de Trabajadores (que negoció el miserable aumento del salario mínimo con el gobierno) y las diputadas Camila Vallejos y Karol Cariola. Sobre el derecho al aborto legal casi no se pronuncian, limitándose al programa oficial de gobierno, olvidándose así de las miles de mujeres condenadas a abortar en la clandestinidad. La entrada del PC al gobierno ayuda a contener las movilizaciones y presionar “desde dentro”, para tener –como ellos mismos decían– un pie en el gobierno y otro en la calle. Hasta ahora solo se los ha visto en el Parlamento y a la hora de plantear la calle es solo para presionar a la derecha y defender el programa de Bachelet. Pero si el gobierno y la Nueva Mayoría han incorporado las demandas de las mujeres y la diversidad no es por la “presión” de estas organizaciones, sino por otros factores, como la enorme fuerza desplegada en las calles en los últimos años por mujeres, jóvenes, diversidad sexual, que han salido masivamente a exigir derechos como el aborto, el matrimonio igualitario o la adopción, expresadas en las movilizaciones del 8 de marzo –este año asistieron más de 10 mil personas convocadas por la Coordinadora 8 de marzo bajo la consigna “Por un 8 de marzo sin abortos clandestinos”–, en marchas por el derecho al aborto como la del 25 de julio de 2013, donde asistieron más de 12 mil personas y que terminó con la entrada a la Catedral de manera espontánea de cientos de mujeres; las movilizaciones de la diversidad sexual y el orgullo gay, con hitos de participación
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de más de 50 mil personas; el amplio movimiento de repudio al asesinato del joven Daniel Zamudio, asesinado en marzo de 2013 por ser homosexual, y que terminó con la votación de las leyes antidiscriminación, entre otras cosas. Las demandas por el derecho al aborto cuentan con un importante apoyo, sobre todo en el caso de la despenalización en caso de riesgo de muerte de la mujer e inviabilidad fetal, y un poco menor en caso de violación; algo similar sucede con reclamos como la unión de parejas del mismo sexo. La incorporación de las demandas de género y el reconocimiento de los derechos de las mujeres y la diversidad es un intento del régimen de relegitimarse y permite también cooptar a muchas organizaciones que consideran que la estrategia de presión les permite ampliar la democracia. Así abandonaron toda crítica al sistema capitalista, y su relación con el patriarcado que, contra cualquier observación apresurada, no ha hecho más que estrecharse, y de esta forma, vuelve utópica una lucha contra el patriarcado sin apuntar a la vez contra el capitalismo. Otro sector importante del feminismo se reivindica desde la posmodernidad y el autonomismo, rechazando a los partidos políticos, criticando por igual a la izquierda y la derecha, oponiéndose incluso a exigir leyes, el aborto legal –con el argumento de que es pedirle al Estado que se meta en nuestros cuerpos– o el matrimonio igualitario. Colectivos como el CUDS (Colectivo Utópico/Universitario de Disidencia Sexual) reivindican “la experimentación estética feminista y en prácticas de micropolítica de resistencia (…) la producción teórica, la intervención en el mundo de la academia y la irrupción de los imaginarios sexuales normativos”, que impulsaron la campaña “El feto no es un humano”. Otras organizaciones, como Línea Aborto se oponen a la demanda de la legalización del aborto y prefieren plantear un aborto con pastillas en casa como forma de resistencia al patriarcado, con campañas como “Nuestro aborto es alegría, sin doctor ni policía”, o criticando demandas como “Aborto legal en el hospital”, porque señalan que el Estado no puede meterse en los cuerpos de las mujeres – cuando en realidad ya lo hace al prohibirnos el aborto–, o que en los hospitales se ejerce violencia obstétrica. Más allá de que realicen críticas parcialmente correcta o planteen problemas reales, esto no niega la necesidad de luchar por una ley de aborto que permita a las mujeres no abortar en clandestinidad, y que es parte de las conquistas democráticas que el movimiento de »
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mujeres necesita; lo mismo respecto del hospital, ya que muchas mujeres se realizan abortos recurriendo a prácticas que pueden generar secuelas graves en su salud, por lo tanto defendemos el derecho a que puedan acudir a estos centros para acceder a procedimientos seguros y de manera gratuita. Línea aborto señala que “las lesbianas feministas abortamos la heterosexualidad. Ponemos el acento en cómo la heterosexualidad está en el cimiento del sistema patriarcal, como la maternidad obligatoria”6, transformando en un nuevo discurso esencialista al lesbianismo como identidad, apelando a la micropolítica, para ellas/ellos el sentido de transformación se vuelve individual, sin apuntar a una trasformación radical de la sociedad. Para estas organizaciones hablar de clase, de derechos, es excluyente, esencial y normativo. El año pasado se realizó un Congreso de Educación No Sexista y, ante la presencia de un dirigente sindical, la crítica fue a las y los trabajadores y la izquierda, sin plantearse la necesidad de dar una batalla por las ideas, la subjetividad y por la unidad entre las y los explotados y oprimidas/oprimidos. Así, estas políticas no responden a las miles de mujeres de sectores obreros y populares que abortan en clandestinidad, por el contrario, el aborto seguro, legal y gratuito, en condiciones higiénicas en un centro de salud, puede garantizar la salud de las mujeres, ni tampoco con la micropolítica –más allá de algunas críticas correctas que plantean– se proponen la lucha contra el sistema social en su conjunto.
La lucha por el derecho al aborto El proyecto actual de despenalización presentado por el gobierno es limitado, solo se refiere a tres causales que abarcan del 3 a 5 % de los casos de aborto anuales. Sin embargo, esta propuesta ha despertado la reacción furibunda de la derecha y las Iglesias, que se han agrupado en los autodenominados grupos “provida”, convocando a varias manifestaciones en las calles, que cuenta con la presencia de parlamentarios de los partidos de derecha como la Unión Demócrata Independiente (UDI) o Renovación Nacional (RN), también con el rector de
la Universidad Católica, una de las más importantes del país. También este proyecto ha generado discrepancias en la Nueva Mayoría, ya que sectores de la Democracia Cristiana han señalado su rechazo a legislar por el aborto en caso de violación. Una encuesta realizada por el Colegio Médico7 a sus profesionales, señala que el 56 % está de acuerdo con que se legisle sobre el aborto en las tres causales señaladas; solo un 20 % se opone al aborto y un 80 % acuerda en que se debe realizar abortos en al menos uno de los tres casos. Otra encuesta a jóvenes destacó que un 60 % está de acuerdo con la despenalización en ciertos casos y casi un 30 % con la despenalización total8. A pesar de este amplio y legítimo reclamo, el derecho al aborto para las mujeres no es una realidad, el gobierno demoró su presentación y le quitó la urgencia a su discusión, permitiendo además que la derecha se organice y actúe. La demanda por la despenalización y/o legalización es una de las banderas de las organizaciones feministas, que venimos hace años luchando por este derecho. Algunos grupos depositaron sus expectativas en que Bachelet daría este derecho, llevando esta lucha hacia la confianza en el parlamento, mientras otro sector se negaba al aborto legal e inclusive a que se haga en hospitales y solo señalan un aborto libre. En el contexto actual, la derecha organiza sus marchas y festivales “provida”, pero el movimiento feminista está a la defensiva. Hay que volver a levantar un gran movimiento de lucha por el derecho al aborto libre, legal, seguro y gratuito, que agrupe a las organizaciones feministas y convoque a las organizaciones sindicales, sociales, de mujeres, estudiantiles y de izquierda para dar esta gran lucha en común, teniendo claro que cualquier avance real en la demanda del aborto no vendrá de la mano de la confianza en los parlamentarios de la Nueva Mayoría ni menos la derecha, sino de un gran movimiento que sea capaz de imponer la demanda que está instalada ya en la sociedad; incluso avances parciales como el aborto terapéutico o en caso de violación, también será producto de estas luchas.
1. La Nueva Mayoría está conformada por los partidos de la Concertación (Partido por la Democracia, Partido Socialista, Democracia Cristiana, Partido Radical), el Partido Comunista de Chile y otros grupos. 2. Entre los votos en contra del proyecto estuvo el de senadores y diputados UDI (Unión Demócrata Independiente) y RN (Renovación Nacional), que consideraban que el Acuerdo de Unión Civil (AUC) “debilitaba” la familia, como Jacqueline Van Rysselbergue (ahora en la comisión de DDHH) o Nicolás Monckeberg. Por otra parte, el MOVILH e Iguales fueron algunas de las organizaciones que festejaron el acuerdo, aun cuando la segunda criticó que no se tocara la adopción de los hijos. 3. Una reciente encuesta señaló que cerca de un 74 % de las personas tiene poca o nada confianza en la Iglesia Católica y más de un 82 % cree que la jerarquía de la Iglesia ha sido cómplice en encubrir; además que casi un 80 % rechaza el nombramiento del Obispo Barros en Osorno. Ver: “Chilenos e Iglesia Católica: 73 % le tiene poca o ninguna confianza”, disponible en www.cooperativa.cl. 4. Este debate no es solo chileno sino que parte de un proceso internacional al interior del movimiento feminista. Ver, entre otros, A. D’Atri “El feminismo y la izquierda a propósito del Bicentenario”, en H. Recalde, Señoras, universitarias y mujeres (1910-2010). La Cuestión Femenina entre el Centenario y el Bicentenario de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, Grupo Editor Universitario, 2010; A. D’Atri, “Feminismo latinoamericano. Entre la insolencia de las luchas populares y la mesura de la institucionalización”, disponible en www.ft-ci.org. 5. Que se propone según anuncia en su web “generar conocimientos, políticas públicas, cambios legislativos y la articulación de redes para promover los derechos sexuales y reproductivos en el país en el marco de los derechos humanos declarándonos respetuosos de las personas independientes de su raza, credo, origen étnico, ideología política, género, capacidades, orientación sexual y/o edad”, disponible en mileschile.cl. 6. Línea Aborto Libre: “En Chile ni los médicos saben cómo utilizar el misoprostol para abortar de manera segura”, disponible en eldesconcierto.cl. 7. “Consulta: Más de la mitad de los médicos está a favor de legislar sobre aborto”, 20 de marzo de 2015. Disponible en www.cooperativa.cl. También señalaron que la objeción de conciencia es personal y no institucional, criticando las palabras del rector Sánchez de la PUC, que señaló que en sus centros de salud no se realizarían abortos. 8. Sondeo N° 5 Derechos Reproductivos. Instituto de la Juventud, disponible en www.injuv.gob.cl.
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No traicionarás…Trotsky en una época desolada Fernando Aiziczon Historiador, docente UNC.
Trotsky en algunas ocasiones comparó el progreso de la humanidad con la marcha de los peregrinos descalzos que avanzan hacia su santuario dando solo unos cuantos pasos hacia adelante cada vez, y retrocediendo o saltando a un lado para volver a avanzar o desviarse o retroceder; así, zigzagueando todo el tiempo, se acercan penosamente a su meta. Trotsky pensó que su meta era la de incitar a los “peregrinos” a seguir avanzando. La humanidad, sin embargo, cuando al cabo de cierto progreso sucumbe a una desbandada, permite que aquellos que la instan a continuar su avance sean injuriados, difamados y atropellados hasta morir. Solo cuando ha reanudado su marcha hacia adelante rinde un triste homenaje a las víctimas, atesora su memoria y recoge devotamente sus reliquias; entonces les agradece cada gota de la sangre que entregaron, pues sabe que con esa sangre nutrieron la semilla del futuro (Isaac Deutscher, El profeta desterrado). ¿Imaginó Lev Davidovich Bronstein, más conocido como León Trotsky, que en algún momento histórico muy posterior a su infame asesinato sería reeditado y leído con pasión por miles de jóvenes –y no tanto–, que volvería a ser admirado –aunque tímidamente, a veces en silencio– por la intelectualidad de otra época, que sus exposiciones sobre táctica y estrategia se revelarían como una fuente de inspiración para una nueva generación de izquierda revolucionaria, o que el estudio de sus polémicas –porque obligan a eso: a estudiar– abriría camino como una topadora frente a los escombros de una izquierda hoy vergonzosamente camuflada de progresismo? Supongo que sí, que Trotsky sabía que el ejercicio de plasmar la palabra en una hoja en blanco, su palabra, era tanto un ejercicio de vitalidad individual como una forma de exhortar a sus seguidores a no renunciar a la victoria posible, aún en las épocas más oscuras del siglo XX. Por eso, sospecho, su figura cae indeseable a todos aquellos que prefieren el atajo, la comodidad, el pragmatismo sin principios, o el culto a la incertidumbre. Pero también resulta incómodo para aquellos que cultivan la tragedia como elección hermenéutica: lamentablemente Trotsky no encaja allí, o al
Ilustración: Lucho Galo
menos habría que decir que jamás se entregó a una reflexión pasiva sobre lo inevitable, ni cayó en una actitud contemplativa que desorientara a sus potenciales seguidores: “Justamente porque se me ha concedido participar en grandes acontecimientos, mi pasado me cierra ahora la posibilidad de la acción”, anota Trotsky en su Diario del exilio (CEIP, 2013). Sin embargo, puede pensarse que ese aislamiento forzado generó en él un dispositivo único de conexión con su presente, y al mismo tiempo generó por la fuerza de su inquebrantable fe en el triunfo de los oprimidos del mundo –una fe que es también una elección política sujeta a un análisis científico de la realidad–, una lógica de pensamiento y acción implacables. Su mejor biógrafo, Isaac Deutscher, señaló que la mayoría de los desterrados políticos reflexionan sobre el
pasado, pero solo unos pocos logran “conquistar el futuro”; entre ellos, sin dudas Trotsky despunta como el único “antagonista vocal” de Stalin (y del estalinismo) que tuvo que librar una batalla colosal: defender la revolución rusa y defender su propio lugar en ella. Al hacerlo, defendió la revolución permanente como estrategia política irrenunciable de todo aquel que precie llamarse marxista, y al mismo tiempo, inyectó una poderosa dosis pasional combinada con un preciso, puntilloso y sereno análisis de la Historia. La revolución traicionada, libro complejo y apasionante, funciona como antídoto moral al escepticismo de nuestra época y como ejemplo de rigurosidad analítica al momento de ponderar qué es un proceso revolucionario y qué es lo contrario, o dicho con pasión política: qué es un deseo, y qué es su traición. »
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“Quien se inclina ante el hecho consumado es incapaz de preparar el porvenir” El subtítulo de La revolución traicionada es ¿Qué es y adónde va la URSS?, una frase-fórmula luego transformada en modelo de la cultura escrita de izquierdas (qué es determinado fenómeno político y cuál su probable deriva). Transcurre el año 1936 y el libro se escribe cuando el poderío de la burocracia soviética parecía inquebrantable, y su autoridad “moral” como referencia mundial, indiscutible. ¿Por qué? Resulta que el avance del fascismo en Europa era mirado con horror por los medios demócratas y en ese contexto la publicación de la nueva “Constitución Soviética” bajo Stalin fue aplaudida por numerosos periodistas de “izquierda” y “amigos de la URSS” que la calificaron como “la más democrática del mundo”. Muchos de esos “amigos” inician una decadente tradición de disfrutar viajes de autocomplacencia militante tomando nota de todo avance: los tractores, las guarderías infantiles, y cosas por el estilo, “salvo de la existencia de una nueva aristocracia”, dirá Trotsky. En esa atmósfera comenzaban también los “Procesos de Moscú”, terrorífica puesta en escena que permitió la eliminación física de la oposición política1 a Stalin bajo cargos de una increíble inverosimilitud y para los cuales la palabra traición servía de comodín acusador2. Ser “amigo” de la URSS, entonces, significó para Trotsky negar la crítica a la URSS bajo la excusa de que “hay que ser cautos”, una pose política que descompromete a quien la sostiene y que hoy puede observarse en la negación
a someter a crítica a distintos fenómenos de “izquierda” en Latinoamérica y Europa. Y la crítica es corrosiva porque precisamente Trotsky se apresta a decir que no hay “una pizca” de socialismo en la URSS bajo Stalin. Sumando los logros económicos que la planificación socialista obtiene en un contexto de estancamiento económico mundial (entre 1925-35 la URSS aumenta 10 veces la producción de su industria pesada, logra ser el tercer productor mundial de acero, el primer productor de tractores del mundo y se coloca detrás de Alemania y EE. UU. en producción de energía eléctrica), y luego de lograr que la burguesía rusa perdiera el poder, que fuera liquidada la monarquía junto a la opresión feudal de los campesinos, la subversión de las clases dominantes no hizo más que plantear el problema: ¿cómo “elevarse” de la barbarie a la “cultura”?, o en otras palabras: ¿cómo alcanzar un nivel material de vida que permita la realización de la vida humana tal como la plantea el comunismo? Es que el desarrollo económico determina las posibilidades de realización comunista. La cuestión no es simple (y para Trotsky es “el problema de los problemas”). En la URSS el desarrollo económico remite primero al “comunismo de guerra”, es decir, “la regimentación del consumo en una fortaleza sitiada”, los dilemas sobre la NEP (nueva política económica), la denominada “orientación al kulak” –el campesino rico al que Bujarin alentaba a enriquecerse como forma de evolución “pacífica” al socialismo–, que remite al problema del equilibrio entre la industria y el campo: el campesinado responde a los “préstamos forzados” con huelgas de sembradores (año 1923), mientras, las granjas independientes cubrían solo sus necesidades generando indiferencia entre ellas por el sentido de su producción (cuestión que se repetirá en las granjas colectivas); a su turno, los kulaks efectivamente se enriquecían a medida que avanzaba el empleo de mano de obra asalariada y el alquiler de tierras (legalizados en 1925) creando dos polos: el pequeño capitalista y el jornalero (hacia 1926 el 60 % del trigo destinado al comercio estaba en manos del 6 % de los campesinos propietarios mientras solo un 0,8 % de los granjeros se había colectivizado: son estos kulaks los que luego se apoderan de los soviets locales aumentando la burocratización y asfixiando la democracia en el partido). Todos estos complejos asuntos apuntan al
corazón de estrategias malogradas en este período, como la nacionalización de las tierras o la aceleración de la industrialización mediante planes quinquenales (propuesta de la Oposición de Izquierda liderada por Trotsky desde los años ‘20). Frente a ello, “la indecisión ante las explotaciones campesinas individuales, la desconfianza ante los grandes planes, la defensa del ritmo mínimo, el desdén por los problemas internacionales” irán modelando la teoría del “socialismo en un solo país” formulada por Stalin por primera vez en 1924. Hacia 1928 llegará la hambruna, y con ella, “la pasiva autosatisfacción fue reemplazada por un pánico compulsivo”, que desplazó el “paso de tortuga” bujarinista por las “medidas extraordinarias” o expropiaciones forzadas, es decir, un torpe vuelco hacia la liquidación del kulak como clase. Si antes de 1929 menos del 1 % eran granjas colectivas, ese porcentaje se elevará al 61,5 % en 1932. Trotsky dirá: “Con un solo gesto, la burocracia trató de sustituir 25.000.000 de hogares campesinos asilados y egoístas (…) por el mando de 200.000 consejos de administración de las granjas colectivas, desprovistos de medios técnicos, de conocimientos agronómicos y de apoyo por parte de los campesinos”. Cartillas de racionamiento, militarización del Partido, todo remitía a una atmósfera de guerra civil, mientras que en el plano de la industria ocurría la implementación del “stajanovismo”: la intensificación del trabajo y la prolongación de la jornada laboral (trabajo a destajo). La pregunta omnipresente que atraviesa toda La Revolución Traicionada es “cómo y por qué la fracción menos rica en ideas y cargada de errores pudo vencer a los demás grupos y concentrar en sus manos un poder ilimitado”; más simple: ¿por qué Stalin derrotó a Trotsky?
Estado, burocracia y socialismo La adoración contemporánea por formas de acceso y participación al Estado burgués, o la actitud acrítica a gobiernos progresistas que no superan horizontes reformistas, ha instalado en vastos sectores militantes la idea de que el Estado no debe combatirse, que constituye la expresión de relaciones sociales en la cual todos estamos implicados, sin distinción de clase, y que por lo tanto toda hipótesis de poder debe considerarlo como accesible para, desde allí, transformar la sociedad, y si esa transformación no ocurre, habrá que esperar. En la época en que Trotsky escribe el libro en cuestión, desde la URSS se afirmaba que el socialismo ya se había realizado (“en sus nueve décimas partes”, Stalin dixit); frente a tamaña declaración Trotsky señala que en toda “etapa inferior del
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comunismo” –tal el lugar asignado al socialismo– la sociedad debía alcanzar un desarrollo económico superior al capitalismo más avanzado, de allí que Trotsky prefiera considerar a la URSS como un régimen preparatorio o de transición del capitalismo al socialismo, tomando como parámetro aquello de que los regímenes se miden por la productividad relativa del trabajo, y esto a su vez debe entenderse como que la base material del comunismo deberá ser de un nivel de poder económico tal que el trabajo productivo dejara de ser una carga insoportable. Es que el desarrollo de las fuerzas productivas es la premisa práctica necesaria para la realización del comunismo, de lo contrario, la miseria socializada haría resurgir, a decir de Marx, “toda la vieja porquería de la sociedad”. Y esto ocurría ya en la URSS con hambrunas desesperantes. Como vimos, para asegurar la colectivización el estalinismo debió recurrir a un fuerte zigzag táctico-represivo; luego, el modo en que el Estado aseguraba y perpetuaba tal situación de dominio significó posibilitarle levantar una enorme maquinaria de sometimiento social que devino no en un debilitamiento agónico del Estado (como lo pensó Marx) sino todo lo contrario: un reforzamiento de sus estructuras y la consolidación de un cuerpo de “parásitos” que se transformará en la pesadilla de Trotsky, la burocracia: “la burocracia es socialmente necesaria cada vez que se presentan antagonismos fuertes que hay que ‘atenuar’, ‘acomodar’, ‘regular’”, por eso el Estado debe dejar de ser una maquinaria hecha para mantener la obediencia, por eso la dictadura del proletariado es solo un puente temporal entre la sociedad burguesa y la socialista, prepara su propia abolición. Lo mismo ocurre con el derecho burgués: es necesario (inevitable) en la primera fase de la sociedad comunista. Pero el derecho no es nada sin el aparato del Estado burgués. Ambos coexisten en la transición, no así la burguesía. De allí el doble carácter que presenta la URSS: socialista en la medida en que defiende la propiedad de los medios de producción; burgués en la medida en que el reparto de los bienes vitales se lleva a cabo por medio de criterios capitalistas de valor. Toda una lección para los defensores de los socialismos actuales: la fisonomía del Estado se define por la relación cambiante entre sus tendencias burguesas y socialistas: la victoria de las últimas debe significar la supresión irrevocable del “Estado gendarme”, y esto emerge en la esfera del consumo. La conclusión provisoria es simple: si el Estado en lugar de agonizar se hace cada vez más despótico; si los dirigentes del pueblo se burocratizan, y finalmente, si la burocracia se erige por encima de la nueva sociedad,
ello obedece a la necesidad de formar y sostener una minoría privilegiada mientras no sea posible asegurar la igualdad real.
Termidor y después La respuesta a por qué triunfó Stalin nunca llega a perderse en la potencia de un personaje histórico ni en las desgracias del azar. La larga respuesta de Trotsky, que es en algún sentido todo el argumento del libro, comienza a delinearse cuando estudia los orígenes de lo que en soledad denominará como el Termidor soviético, o la victoria de la burocracia sobre las masas: “la ‘fuerza de carácter’ del jefe, tan admirada por los diletantes literarios de Occidente, no es más que la resultante de la presión colectiva de una casta que no se detendrá ante nada para defender su posición”. Antes, el triunfo de los bolcheviques es pensable como un vuelco de la correlación de fuerzas a su favor, y no simplemente la inteligencia de Lenin. Pero si la revolución es una gran devoradora de energía humana también está sometida a reglas generales como la aquella que enuncia que las primeras víctimas de una contrarrevolución son precisamente los pioneros, los iniciadores. Luego, el cansancio, la falta de mejoras rápidas, produce un afluente de arribistas de toda calaña: esta es la génesis de una casta gobernante que se aísla lentamente de las masas, al tiempo que éstas se desentienden de la política. Si bien la situación internacional ayudó a que esto ocurra con las derrotas de la clase obrera en Alemania (1923), la insurrección fallida en Estonia (1924), o la masacre de la revolución china (1927)3, lo cierto es que el efecto inmediato fue la autopercepción de la naciente burocracia como la única salvación mundial de la revolución. Otro dilema ocurre con la degeneración del partido bolchevique. La senda analítica abierta sobre estas zonas del libro es nada menos que una teoría marxista del Estado cuyos debates apenas se conocen hoy y bien podrían alumbrar el supuesto retorno del intervencionismo estatal o el sentido de nacionalizaciones parciales muy practicadas por gobiernos latinoamericanos, entre otros temas4.
Socialismo y cultura Como nunca antes, la nueva cultura de las izquierdas en el poder gusta de adorar a “jefes”, incluso al Papa, bienvenido y rebautizado “desde abajo” por todos los “socialismos del siglo XXI”. Frente a esos jefes esconde reclamos como el derecho al aborto, olvida la crítica a las religiones, o escamotea abordar el tema de las persistentes desigualdades sociales. La burocracia que critica Trotsky en la URSS de aquellos
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años actuaba como una clase dominante –más precisamente, una casta dirigente– que tiene la particularidad de absorber una parte considerable de la renta, es decir, “consume” presupuesto estatal, y ese consumo obedece a formas propias de la cultura burguesa (automóviles, departamentos, viajes, perfumes). Trotsky calcula que entre 1.500.000-2.000.000 el número de funcionarios y de la Juventud Comunista que conforman la columna vertebral del Estado. En ese universo todos hablan del “jefe”. Esa jerarquía se refuerza con la rehabilitación solemne de la institución familiar, el repudio al divorcio, la prohibición del derecho al aborto. Toda expresión artística es reducida al viejo canon populista de si sirve o no “al pueblo”, y así en innumerables ejemplos. “La vida es más compleja que lo que la teoría puede decir”, sostuvo León Davidovich. La increíble escena que el estalinismo le devolvió hasta su asesinato solo podía ser combatida con un esfuerzo interpretativo sin igual, acudiendo a los clásicos (Marx), y si ellos no brindaban respuestas, usando la propia cabeza. De otro modo hubiera resultado más simple entregarse a las aguas del escepticismo. Sin embargo, La revolución traicionada, a pesar de lo que sugiere su título, ofrece un método y una actitud política; como observaron sus pocos críticos rigurosos (Deutscher, Anderson), el análisis de la naturaleza de clase del Estado, la original interpretación del fenómeno burocrático, el intento por definir al Estado obrero soviético, la suspicacia para abordar temas de la vida cotidiana, y el doble esfuerzo en señalar la posible salida al estalinismo (una revolución política) manteniendo esa crítica sin concesiones con la defensa exterior de la URSS marcaron una práctica política que a nuestra desolada época tiene mucho que aportar.
1. Según el historiador Moshe Lewin, entre 1936/7 fueron fusiladas por “actividades antisoviéticas” más de 600.000 personas. Ver El siglo soviético, Barcelona, Crítica, 2006. 2. Para conocer las acusaciones de que fue objeto el propio Trotsky, y los argumentos y pruebas que éste exhibe en su defensa, puede leerse El caso León Trotsky, editado en el año 2010 por el CEIP. 3. El análisis de estas derrotas se encuentra en Stalin, el gran organizador de derrotas, La lucha contra el fascismo en Alemania y Adónde va Francia, todas obras editadas por el CEIP. 4. Nos referimos a la discusión sobre el contenido del “capitalismo de Estado” y el “estatismo”. Para una revisión de estos debates ver Claudia Cinatti, “Del stalinismo a la restauración capitalista en la ex URSS”, Revista Estrategia Internacional 22, año 2005.
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Poulantzas, la democracia y el socialismo
Fotomontaje: Juan Atacho
Gastón Gutiérrez Comité de redacción. Paula Varela Politóloga, docente UBA.
“El socialismo será democrático o no será nada” afirmaba Poulantzas, retomando a Rosa Luxemburgo, en el final de Estado, poder y socialismo en 1978. Este “socialismo democrático” como alternativa al totalitarismo estalinista buscaba otorgar una perspectiva a las luchas que desde el ascenso del ‘68 enfrentaban el carácter crecientemente bonapartista de los principales gobiernos europeos y a las dictaduras militares del sur de Europa. Precisamente entre 1975 y 1976 esta coyuntura pega un pronunciado viraje con el golpe de Estado contrarrevolucionario en Portugal y la guerra sucia en Italia, que abre la vía al “compromiso histórico” en ese país, a la moderación de la Unión de Izquierda en Francia y a la transición pactada en la España posfranquista. Por su parte el triunfo de la contrarrevolución en Chile inicia un ciclo de dictaduras sangrientas en América Latina. A destiempo, Poulantzas caracterizaba que estos fenómenos no expresaban la fortaleza de los Estados capitalistas, sino que eran producto de su “debilitamiento” (signado por la crisis capitalista
y el fin del boom de posguerra) y que contribuían a engendrar nuevas formas de luchas populares (democráticas, autogestionarias y de democracia directa). De ahí que, en un contexto de fracaso de la “vía democrática” (chilena) al socialismo y de adaptación y “transformismo” del eurocomunismo en los marcos de los Estados imperialistas europeos, paradójicamente Poulantzas desarrolle su defensa del proyecto socialista partiendo de la defensa de la democracia como su condición de posibilidad. El atractivo actual de su planteo, para ciertos sectores de la izquierda, reside en su propuesta de articulación entre democracia y perspectiva de transformación social. Hoy la crisis capitalista desnudó, para gran parte de la población, el carácter limitado de las “democracias para ricos” generalizando un cuestionamiento al hecho de que aquellos que se beneficiaron durante las décadas de neoliberalismo continúen controlando los mecanismos principales para descargar las consecuencias de la crisis sobre las masas. Sin embargo este mismo cuestionamiento a las “democracias
degradadas” convive con la ilusión política de que la democracia burguesa es el único horizonte posible. De ahí que en la emergencia de nuevos fenómenos reformistas en el sur de Europa (Syriza y Podemos) y que aún en el declive de los gobiernos posneoliberales latinoamericanos asistamos a una “inflación” discursiva en torno a la democracia1.
¿Hacia un socialismo democrático? Ahora bien, ¿de qué democracia nos habla Poulantzas? Del mismo modo que sucedió en la definición del Estado como “campo estratégico”2, la tensión teórica (y luego política) de la conceptualización poulantziana de la democracia se sitúa entre las formas institucionales de la democracia burguesa, las relaciones de clase que dichas formas condensan, y las posibilidades de romper con las relaciones de dominación sin destruir las formas institucionales que las garantizan. Para Poulantzas las relaciones de fuerza entre las clases atraviesan las propias instituciones del Estado. Una “democratización
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sustancial” implicaría, en su teoría, una radicalización de las formas de la democracia “universal” y una penetración de las luchas populares al interior de las instituciones democráticas, de modo tal que su propia expansión genere un vuelco en la relación de fuerzas haciendo que ésta devenga incompatible con la dominación de clase. Si bien esto no niega en la teoría de Poulantzas la existencia de formas de democracia directa o autogestión de los productores, las coloca en un lugar secundario, casi de acompañamiento de este proceso de transformaciones del Estado. ...si la vía democrática al socialismo y el socialismo democrático significan también pluralismo político (y de partidos) e ideológico, reconocimiento del papel del sufragio universal, extensión y profundización de todas las libertades políticas, incluidas las de los adversarios, etc. no se puede emplear ya el término de rotura o de destrucción del aparato del Estado, a menos que se quiera jugar con las palabras. Se trata claramente, a través de todas sus transformaciones, de una cierta permanencia y continuidad de las instituciones de la democracia representativa: continuidad no en el sentido de una supervivencia lamentable que se soporta en tanto que no se puede hacer otra cosa, sino de una condición necesaria del socialismo democrático3.
Esta apuesta de “democracia hasta el final” como vehículo casi excluyente de la lucha de clases se asienta en el presupuesto de una “esencialización metafísica” de la democracia burguesa que, en última instancia, le impide a Poulantzas trascenderla, y que lesiona la relación, que nosotros también defendemos como inalienable, entre democracia y socialismo.
El fruto amargo y su cáscara La tesis de Poulantzas parte de postular que la dictadura de la clase obrera supone la negación
de la democracia. Esto vuelve a colocar como centro de la discusión la oposición entre dictadura y democracia, subvaluando el hecho, largamente discutido en el marxismo, de que todas las formas históricas de la “democracia” son determinadas por la preeminencia de una clase sobre otra. La crítica de Marx a la “ilusión democrática” que eleva a ésta por encima de las limitaciones materiales de la dominación de clase y del Estado, parte del reconocimiento de ese hecho. Sin embargo, lejos de toda oposición simplista entre “democracia” y “dictadura”, la propuesta de Marx no es la negación de los derechos democráticos (por “falsos”), sino la persistencia de la lucha por los derechos democráticos contra el Estado, la burocracia y las clases propietarias. Es la Comuna de París la que ofrece, a los ojos de Marx, la articulación entre democracia y socialismo. Allí encontraba la forma histórica de la dictadura –democrática– del proletariado y de un primer momento de decadencia del Estado (incluso se entusiasma y habla de su “abolición”). De ahí que la eliminación de todos los gastos de representación, de los privilegios pecuniarios de los funcionarios, la reducción de sus sueldos al nivel del “salario de un obrero”, la completa elegibilidad y revocabilidad, son medidas que, como dijera Lenin en El Estado y la Revolución, muestran ...con mayor claridad que ninguna otra cosa el viraje de la democracia burguesa a la democracia proletaria, de la democracia de los opresores a la democracia de las clases oprimidas, del Estado como “fuerza especial” para la represión de una determinada clase a la represión de los opresores por la fuerza general de la mayoría del pueblo, de los obreros y los campesinos4.
Ahora bien, esta comprensión (que la Comuna de París clarifica) de que la dictadura del proletariado no conlleva un régimen político de tipo autoritario sino un trastocamiento de las bases
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de clase de la “democracia”, plantea un segundo problema central: el de las características de ese trastocamiento o, para ser más precisos, si dicho trastocamiento puede realizarse a fuerza de llevar la “democracia” hasta el final. He allí el punto central en que Poulantzas se diferencia de Lenin (a quien había reconocido la sofisticación de su análisis en El Estado y la Revolución) y desconoce la discontinuidad esencial entre los mecanismos de representación democrática (basadas en 1 hombre = 1 voto) en el marco del Estado burgués, y estos mismos mecanismos en el Estado de tipo Comuna, donde la representación democrática de tipo territorial se basaba en la existencia de barriadas de composición casi completamente proletarias. En esas condiciones históricas, la representación 1 hombre = 1 voto era viable por la relativa homogeneidad social de los habitantes de los barrios obreros de París que estaban “depurados” de elementos hostiles debido a que el Estado se había quebrado en la guerra franco-prusiana y la guerra civil había delimitado, social y territorialmente, dos campos beligerantes. Es esa situación determinada, la que permitía que la democracia representativa y la democracia directa de los productores se anudaran abriendo la posibilidad de amalgamar representación democrático-territorial con representación de clase5. Poulantzas leyó en la Comuna de París (por cierto al igual que Kautsky) una perspectiva de una continuidad de la representación democrática a través de la democracia universal, donde lo que había era una discontinuidad esencial bajo la forma de continuidad institucional. De hecho, es por esta irreductibilidad de la discontinuidad esencial que Rosa Luxemburgo (referente de Poulantzas en su debate contra Lenin, pero olvidada cuando defiende la inevitabilidad de la dictadura del proletariado) no puede sino distinguir el núcleo social de la forma política, distinción que en Poulantzas desaparece para amalgamarse en una »
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forma-contenido unívoca, y por lo tanto metafísica: Ciertamente, jamás hemos sido idólatras de la democracia formal. Pero tampoco hemos sido jamás “idólatras” del socialismo o del marxismo. ¿Hay que concluir, por eso, que tenemos el derecho… de tirar el marxismo cuando nos resulte incómodo? Trotsky y Lenin son la negación viviente a esta pregunta. Jamás hemos sido idólatras de una democracia formal, esta frase solamente tiene un sentido: distinguimos siempre el núcleo social de la forma política de la democracia burguesa, desenmascaramos siempre el amargo núcleo de la desigualdad social y de la falta de libertad que se oculta bajo la dulce cáscara de la libertad y de la igualdad formales, no para rechazarlas, sino para incitar a la clase obrera a que no se contente solamente con la cáscara, sino que conquiste el poder político y la llene de un nuevo contenido social. Este es el deber histórico del proletariado cuando llega al poder, crear en lugar de la democracia burguesa una democracia socialista, y no destruir toda democracia6.
La distinción luxemburguista permitía una reapropiación acentuada de lo más generoso de las libertades democráticas, al tiempo que negaba toda separación de esas libertades formales del cuerpo social que las sustenta (en este caso el Parlamento burgués). Poulantzas repone los textos carcelarios de la revolucionaria polaca publicados en La Revolución Rusa donde critica la disolución de la Asamblea Constituyente, pero no da cuenta del cambio de posición de Rosa Luxemburgo en la propia Revolución alemana de 1918-1919. Allí la premisa estratégica era que estas instituciones pueden operar como núcleo aglutinador de las fuerzas de la contrarrevolución “en el último día” (como había señalado el viejo Engels) y que la bandera de una pretendida democracia “pura” sería un recurso de las clases dominantes. La comprensión de la ligazón teórica entre derechos democráticos y cuestionamiento del carácter de clase del Estado capitalista (que está en el origen del análisis marxista y que la Comuna de París pone de manifiesto) deviene, en Poulantzas, en la negación de la discontinuidad esencial que supone la “democracia” en los marcos del Estado burgués y en el Estado de transición, identificando la permanencia de derechos y principios democráticos con las formas institucionales del Estado. El resultado, concomitante con su crítica a la estrategia del doble poder, es des-inscribir la lucha por demandas democráticas de una perspectiva de ruptura del Estado y de transición a una democracia socialista.
El alma, el cuerpo y la innovación de Trotsky Esta comprensión de que la democracia proletaria supone no solo la absorción, sino “una expansión hasta ahora desconocida del principio democrático a favor de las clases oprimidas” (Lenin) es sobre la que se para Trotsky en su análisis del fascismo alemán. Retomando a Rosa Luxemburgo sostendrá que la única opción para defender eficazmente las conquistas democráticas de las masas es contraponiendo un frente único defensivo de las organizaciones de la clase trabajadora, sobre la base de que: …dentro del marco de la democracia burguesa y paralela a la incesante lucha contra ella, se formaron en el curso de muchas décadas elementos de democracia proletaria: partidos políticos, prensa obrera, sindicatos, comités de fábrica, clubes, cooperativas, sociedades deportivas, etc. La misión del fascismo no es tanto completar la destrucción de la democracia burguesa, sino aplastar los primeros esbozos de democracia proletaria. En cuanto a nuestra misión, consiste en situar esos elementos de democracia proletaria, ya creados, en la base del sistema soviético del Estado obrero. Para este fin, es necesario romper la cáscara de la democracia burguesa y liberar de ella el núcleo de la democracia obrera. En eso reside la esencia de la revolución proletaria7.
Trotsky es incisivo a la hora de señalar la continuidad de aspiraciones democráticas vitales para la clase obrera, susceptibles de permitirle a su vez la conquista de la hegemonía de otras capas y sectores oprimidos, y la discontinuidad esencial que esta lucha supone con las formas institucionales de la democracia en los marcos del Estado capitalista8. Es esta misma lógica la que le permite pensar el pluripartidismo soviético como respuesta programática ante la mayor complejización de las relaciones entre las clases (y con el Estado) y la creciente heterogeneidad al interior de la propia clase obrera. En La revolución traicionada Trotsky propondrá la legalización de todos los partidos de la clase obrera que luchen por mantener y profundizar el Estado de transición, oponiendo el programa del pluripartidismo soviético contra el “bonapartismo” de Stalin9. Este programa es la forma de mantener el carácter de clase de la dictadura del proletariado, al tiempo que contemplar la heterogeneidad al interior de la clase obrera y de su relación con otros sectores oprimidos. Es una forma, por ende, de evitar que la representación de clase se reduzca a una representación corporativa y aborte, de ese modo, la posibilidad de una política hegemónica. Pero
a su vez, Trotsky rescata así, contra el carácter ilusorio de la “comunidad” conformada por los ciudadanos “libres e iguales” de la democracia burguesa, la defensa de las diferencias entre sectores de las clases oprimidas (y su expresión en distintos partidos políticos) de modo tal de extender las libertades democráticas en la transición entre la democracia obrera y la democracia socialista. Los postulados “hacia un socialismo democrático” de Poulantzas, en pos de evitar el peligro del estalinismo y la burocratización, resquebrajan esta dialéctica entre democracia y democracia socialista. En sentido contrario, para Trotsky la democracia soviética asume el carácter de “una cuestión de vida o muerte” ya que la ausencia de participación democrática de la clase trabajadora ahoga la posibilidad de una construcción consciente del socialismo.
1. Para una referencia europea ver Disputar la democracia. Política para tiempos de crisis (Madrid, AKAL, 2012) de Pablo Iglesias, y para una latinoamericana ver “Estado, democracia y socialismo. Una lectura a partir de Poulantzas” conferencia dictada por Álvaro García Linera en la Universidad de la Sorbona de París, en el marco del “Coloquio Internacional dedicado a la obra de Nicos Poulantzas: un marxismo para el siglo XXI”, realizado el 16 de enero de 2015. 2. Véase “Poulantzas: la estrategia de la izquierda hacia el Estado”, Paula Varela y Gastón Gutiérrez, IdZ 17. 3. Nicos Poulantzas, Estado, poder y socialismo, Buenos Aires, Siglo XXI, 1979, pp. 320-321. 4. Véase “El estado y la revolución”, en Lenin, Obras Selectas, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013, p. 154. 5. Cabría preguntarse si la precarización laboral y la guettificación territorial que ésta ha conllevado en algunas regiones, configurando barrios populares completamente separados de los barrios ricos, no ha construido territorios con la suficiente homogeneidad relativa que permitan la implementación del voto universal sin que esto lesione el carácter de clase del organismo democrático. Si así fuera, esto no implicaría una continuidad entre democracia burguesa y democracia obrera, sino que indicaría la posibilidad de basar la democracia obrera (de los productores) en instituciones de tipo universal aplicadas a un territorio determinado. 6. Citado en Paul Frölich, Rosa Luxemburg, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013, p. 280. 7. León Trotsky, La lucha contra el fascismo en Alemania, Obras escogidas III, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013, p. 316 (destacado nuestro). 8. Ver El Programa de transición y la IV Internacional, Buenos Aires, CEIP León Trotsky, 2008. 9.Ver prólogo a La revolución traicionada y otros escritos, Buenos Aires, CEIP León Trotsky-Museo Casa León Trotsky y Ediciones IPS, 2014.
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La hegemonía débil del “populismo”
Ilustración: Anahí Rivera
Descifrar los fisonomía de la “hegemonía débil” de los gobiernos posneoliberales o de los “populismos”, en momentos en los que muestran escasa capacidad de “resistencia” a la avanzada de las derechas, se torna importante no solo para entender la crisis que atraviesan estos proyectos, agotadas las condiciones que permitieron su auge; sino también porque podemos decir que en Latinoamérica estamos asistiendo a un lento, contradictorio y desigual proceso de emergencia de los asalariados. Juan Dal Maso y Fernando Rosso Comité de redacción.
Introducción La “hegemonía”, las “revoluciones pasivas” y la “voluntad colectiva nacional-popular” (y en menor medida la de “Estado integral”) fueron algunas de las principales temáticas gramscianas con las cuales un destacado sector de la intelectualidad de izquierda latinoamericana intentara pensar la historia de nuestro subcontinente, sacar
conclusiones de las derrotas de los procesos revolucionarios de los años ‘70 y establecer las claves de una concepción de tipo “gradualista” que bien sintetizara José Aricó cuando definía al marxismo de cuño gramsciano como el “punto de partida para pensar la transformación democrática de la sociedad”1.
Con la imposición de una democracia con fuertes compromisos con los regímenes dictatoriales que la precedieron, y que a medida en que se imponía el neoliberalismo se fue constituyendo como una democracia degradada, oligárquica y de “casta”, las crisis en Ecuador, Bolivia y Argentina, las expectativas de una vía “socialdemócrata” para América Latina, que ya en los ‘90 se habían vuelto minoritarias, fueron remplazadas por una reivindicación de los llamados “populismos”, o lo que hemos denominado gobiernos “posneoliberales”. En este sentido, el largo camino que va de José Aricó a Ernesto Laclau en realidad no es tan largo ni contradictorio. Quizás no sea descabellado afirmar que mucho de lo planteado por Laclau, ya estaba dicho, con otro lenguaje, por Aricó. Como tampoco está de más señalar que la idea de una “hegemonía” representada por una posición política predominante en la sociedad a partir de la confluencia de distintos sujetos sociales contingentes, como forma de acceder al poder del Estado dentro de la democracia burguesa, está en la base de las disímiles direcciones en que se movieron Aricó y Laclau de los ‘80 en adelante, tanto como de las actuales reivindicaciones del “populismo” en la vieja Europa. A diferencia de lo que piensan los sectores académicos que reivindican a los gramscianos argentinos por sus análisis sobre las “transiciones a la »
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democracia”2, la utilización de la categoría de la “hegemonía” como un término que permitía salir del “esencialismo de clase”, llevó a la conformación de teorías y prácticas que propugnaban una “hegemonía débil” cuya verdadera fortaleza terminaba residiendo en el Estado (capitalista). De esta forma se pasaba, para utilizar una expresión de Massimo Modonesi, del reconocimiento de las revoluciones pasivas “como proceso” a la reivindicación de las revoluciones pasivas “como proyecto”, contra lo sostenido por el propio Gramsci en su Cuaderno 15, cuando señalaba que la revolución pasiva no debía tomarse como programa, sino como “criterio de interpretación en ausencia de otros elementos activos dominantes” (C15 § 62)*. La categoría de “nacional-popular” venía a ponerle el moño entonces a una interpretación en la cual una teoría “aclasista” de la hegemonía servía como fundamento para la adopción de la “revolución pasiva” como programa.
Hegemonía burguesa y proletaria Contra este tipo de interpretaciones –especialmente en sus análisis sobre el rol de los moderados piamonteses en la experiencia de la unificación italiana de mediados del siglo XIX– Gramsci señala en el Cuaderno 15 una diferencia esencial entre las formas “expansivas” de la hegemonía que expresaron los jacobinos y la “dictadura sin hegemonía” mediante la cual el Estado piamontés había desplazado las demandas sociales del Partido de Acción. Mientras los jacobinos habían creado, en los términos de Gramsci, una “voluntad colectiva nacional-popular”, los moderados del Risorgimento habían hecho de la falta de tal creación la piedra angular de la unificación italiana. La hegemonía proletaria, que según la conceptualización de Gramsci, continúa en otras condiciones la “revolución permanente” de los jacobinos por su carácter “expansivo”, se caracteriza no por el “esencialismo” de clase sino por su intento de disminuir la distancia entre “dirigentes y dirigidos”, para dotar de un “una forma moderna y actual al humanismo laico tradicional que debe ser la base ética del nuevo tipo de Estado” (C11 §70) (cabe señalar, de paso, la importancia de relacionar las reflexiones políticas y filosóficas de Gramsci). Para esto concibe un período de “guerra de posición” como contracara de la “revolución pasiva” que los grupos dominantes ponen
en marcha desde arriba, “hasta el punto en que la guerra de posiciones vuelve a convertirse en guerra de maniobras” (C15 § 11) en el que se abre el momento político-militar, ejemplificado por Gramsci con la guerra de liberación de un pueblo oprimido contra una potencia opresora y cuyo equivalente de clase es la guerra civil (C13 §17). Tomando en cuenta estos elementos, la operación teórica de oponer la “hegemonía” entendida en clave “nacional-popular” al poder de clase, resulta altamente cuestionable, ya que en los propios análisis de Gramsci, no obstante ciertos desplazamientos que señalamos y criticamos en otro lugar3, la hegemonía “si es éticopolítica no puede no ser también económica, no puede no tener su fundamento en la función decisiva que el grupo dirigente ejercita en el núcleo decisivo de la actividad económica” (C13 §17). Esta temática, cuyo abordaje tiene una historia propia en América Latina, ha vuelto a resurgir a partir del análisis y balance de las experiencias de los gobiernos “progresistas” o “posneoliberales” de la región. Balance al que se hace referencia en “‘Fines de ciclo’ de Caracas a Buenos Aires”, de Eduardo Molina, publicada en el número 18 de Ideas de Izquierda. En ese artículo, podemos leer: La categoría gramsciana de “revolución pasiva” es empleada por diversos estudiosos para interpretar estas reformas. Pero Gramsci la utilizó para analizar los procesos en la Europa del siglo XIX que, para evitar una reedición de la revolución de 1848, completaban “desde arriba” tareas históricas como la unidad nacional en Alemania e Italia, con los métodos reaccionarios de un Bismarck o un Cavour, cancilleres de sendas monarquías. En la época imperialista esa posibilidad está agotada, porque encarar a fondo tareas democrático-estructurales como la liberación nacional, entra en contradicción con las bases del orden capitalista en los países dependientes. Ninguno de los gobiernos posneoliberales se propuso romper con el capital imperialista, hacer una profunda reforma agraria o nacionalizar los recursos naturales (…) El elemento de “revolución pasiva” en estos limitados “procesos de cambio” está al servicio de la recomposición del orden, no de su superación. Mientras se mantuvo la continuidad en aspectos económicos y sociales clave
heredados del neoliberalismo (como la especialización exportadora, el endeudamiento externo o la precarización laboral), las reformas parciales contuvieron la movilización social, “pasivizando” a las clases subalternas y cooptando a los “movimientos sociales” para “pasar de la protesta a la propuesta” –según la frase de Evo Morales–. La labor estabilizadora del ciclo reformista –combinando sus elementos de “revolución pasiva” con los de “restauración”–, fue preparando el terreno para que la clase dominante pueda aspirar a una plena “restauración conservadora”.
Jacobinismo, revolución pasiva, populismo Para pensar esta problemática resulta útil tomar el enfoque de Fabio Frosini en su trabajo “Pueblo y Guerra de Posición como clave del populismo. Una lectura de los Cuadernos de la Cárcel de Antonio Gramsci”4. Frosini asocia la “revolución pasiva” a las formas constitutivas del Estado moderno, entendido este como “Estado ético” (composición pasiva de los conflictos en clave hegeliana) que bloquea la “permanencia del movimiento” del proceso iniciado con la revolución francesa y expresado por el jacobinismo, mediatizándolo a través de una relación compleja entre Estado y sociedad civil que impide que “el pueblo” vaya más allá de los límites impuestos por la dirección burguesa. Señala Frosini: El pueblo no designa una determinada clase social, sino un conjunto heterogéneo de “clases” que tienen en común dos elementos: la posición subalterna en la esfera del poder y el papel instrumental en la esfera del trabajo (...) Dicho en otras palabras, según Gramsci la historia de las sociedades humanas, es decir de las sociedades de clases, está atravesada por un hilo rojo unitario, que es el hilo rojo del poder entendido como control disciplinar de la espontaneidad popular. (...) Entre la política francesa y la filosofía alemana hay “traducibilidad” porque la revolución pasiva, a la que Hegel da una expresión teórica acabada, no es únicamente una reacción a la Revolución, es también una aceptación progresiva de alguna de sus reivindicaciones y viceversa, el jacobinismo fracasa necesariamente cuanto toca sus “límites de clase.” (…) El significado del término populismo para Gramsci, está por tanto ligado
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al objeto designado por un nexo pasional y no simplemente lógico: el “populismo” no se limita a “expresar” el objeto “pueblo”, sino que lo evoca y lo suscita para proponerlo como modelo. En este sentido el populismo representa el tornarse extremo y explícito de toda la lógica hegemónica de la política moderna” (destacado nuestro NdR).
Pero de las propias características del populismo señaladas por Frosini, se desprenden sus “límites de clase”. Ya que su intento de reflotar el “jacobinismo” contra los “buenos modales” del Estado liberal no puede superar las condiciones de pasivización en que se sostiene. Contra la “composición pasiva de los conflictos”5 de la que sería expresión el Estado “ético” hegeliano, el populismo lleva adelante una “instrumentalización” del conflicto, que puede cuestionar ciertos aspectos de la relación entre pueblo y gobierno, pero no puede desarrollar la movilización popular hasta cuestionar al propio Estado, por lo que suele desalentar la acción directa y la autonomía de los movimientos sociales y de la clase obrera. Esa es su marca pasivizadora. De esta forma, el populismo se constituye como un intento de superar el “moderantismo republicano” sin un auténtico jacobinismo, o mejor dicho a través de un jacobonismo por el orden que lo sucedió y que lo constituye como un “jacobinismo de Estado” conservador frente a los fundamentos del orden social. Al postular al Estado como el agente de los cambios históricos, el “populismo”, entendido en estos términos, reproduce la posición subalterna en la esfera del poder y el papel instrumental en la esfera del trabajo de la clase trabajadora y los sectores populares, a la que hacía referencia Frosini. Por este motivo, lo máximo a lo que puede aspirar en este contexto histórico es a poner en pie una “hegemonía débil” cuya capacidad “expansiva” se limita al acceso al consumo de sectores más amplios de la población en momentos de crecimiento económico, obturando a su vez la organización de base y o cualquier tipo de elementos de autonomía del “pueblo”. Esto es reconocido es por Massimo Modonesi: Al aprovechar, controlar, limitar y, en el fondo, obstaculizar cualquier despliegue de participación, de conquista de espacios de ejercicio
de autodeterminación, de conformación de poder popular o de contrapoderes desde abajo –u otras denominaciones que se prefieran– se estaría no sólo negando un elemento substancial de cualquier hipótesis emancipatoria sino además debilitando la posible continuidad de iniciativas de reformas –ni hablar de una radicalización en clave revolucionaria– en la medida en que se desperfilaría o sencillamente desaparecería de la escena un recurso político fundamental para la historia de las clases subalternas: la iniciativa desde abajo, la capacidad de organización, de movilización y de lucha6.
Desde esta óptica, la orientación “pasivizadora” y restauradora de los procesos “posneoliberales”, no solo niega de plano cualquier cambio radical o revolucionario, sino que obtura hasta su propia continuidad como proyecto reformista.
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de Janeiro. Recientemente tuvo lugar una jornada de paro nacional (15/04) contra las reformas laborales flexibilizadoras impulsadas por el Gobierno, como parte de un plan de ajuste más de conjunto. También Chile viene de un proceso de aumento de la conflictividad laboral y las huelgas, así como en la Argentina el último paro general del 31M se realizó con contundencia (y fue el cuarto bajo el gobierno de Cristina Fernández). En varios de estos países se combina con movilizaciones juveniles que reclaman por la educación y otros derechos. La recomposición objetiva de las fuerzas de la clase trabajadora, su recuperación subjetiva; en el marco del agotamiento (con desigualdades) de los gobiernos “posneoliberales”, vuelve a revitalizar la perspectiva de superarlos por izquierda desde un programa y una estrategia obrera y revolucionaria.
La hegemonía débil y el balance de los gobiernos posneoliberales Esto explica, en los últimos años, los conflictos crecientes de los gobiernos “progresistas” con la clase obrera organizada en sindicatos, la cual (sin pretender embellecer en lo más mínimo la burocratización de las organizaciones obreras) resulta más difícil de “instrumentalizar” que los pobres urbanos y las clases medias progresistas. Especialmente por su concepción del “pueblo” y su relación con el Estado, la clase dirigente y sus líderes, el populismo toca su propio “límite de clase” a la hora de crear una “hegemonía expansiva” es decir, en los términos de Gramsci, “constituir una voluntad colectiva nacional-popular”; lo cual es imposible desde una estrategia que postula la integración “amorfa” de la clase obrera en el “pueblo” y no el camino de que se reconozca como clase con un interés diferenciado, adoptando un programa que luche por la alianza con los sectores populares, es decir, una “hegemonía” obrera hacia el resto de las clases oprimidas. En países no caracterizados en los últimos tiempos precisamente por el alto nivel de movilización, como Brasil, luego de las jornadas de junio de 2013, se desarrolló una oleada de huelgas que incluyó fábricas como las automotrices de Volkswagen y General Motors, a trabajadores de los subtes o los no-docentes de la Universidad de San Pablo y hasta una huelga triunfante de los recolectores de residuos de Río
Blog de los autores: losgalosdeasterix.blogspot.com.ar y elviolentooficio.blogspot.com.ar *Las citas de los Cuadernos de la Cárcel, indicando número de cuaderno y parágrafo, corresponden a Quaderni del carcere. Edizione critica dell’ Istituto Gramsci. A cura di Valentino Gerratana, Torino, Einaudi, 2001. 1. Aricó, José M., La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina, Buenos Aires, Punto Sur, 1988, p. 115. 2. Ver Boostels, Bruno, “Towards a Theory of The Integral State” en Historical Materialism vol. 22 issue 2, 2014. 3. Ver “Sobre las Nueve lecciones y el marxismo de José Aricó”, IdZ 2, agosto 2013, “La hegemonía ‘light’ de las nuevas izquierdas”, IdZ 8, abril 2014, o “Una vez más sobre la hegemonía” en lasideasnocaen. blogspot.com.ar. 4. Frosini, Fabio, “Pueblo y Guerra de Posición como clave del populismo. Una lectura de los Cuadernos de la Cárcel de Antonio Gramsci”, en Cuadernos de Ética y Filosofía Política, Año 3, N° 3, Lima, 2014, pp. 63/82. Disponible en http://www.academia.edu. 5. Frosini, Fabio, “Hacia una teoría de la hegemonía” en Modonesi, Massimo (coordinador), Horizontes Gramscianos. Estudios en torno al pensamiento de Antonio Gramsci, México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNAM, 2013, p. 69. 6. Modonesi, Massimo, “Revoluciones pasivas en América Latina. Una aproximación gramsciana a la caracterización de los gobiernos progresistas de inicio de siglo”, en Modonesi, Massimo, op. cit., p. 235.
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Entre la fábrica y el barrio
La emergencia de un nuevo sindicalismo de base El 1° de Mayo salió a la venta La disputa por la dignidad obrera de Paula Varela, un libro que pone el foco en el análisis de la politicidad de los trabajadores durante la década kirchnerista. Al hacerlo, debate desde el marxismo, con una serie de interpretaciones sobre las relaciones entre clase obrera, política e izquierda que permiten comprender la emergencia de una nueva generación obrera que aún tiene abiertas todas sus potencialidades.
Hernán Camarero Historiador, docente UBA
El libro de Paula Varela constituye la segunda entrega de la Colección Archivos. Estudios de historia del movimiento obrero y la izquierda. La investigación en la que se basa, así como las interpretaciones y reflexiones que se exponen, contribuyen a alcanzar una comprensión nueva sobre la clase trabajadora argentina a partir de la caída de la convertibilidad y del arribo del kirchnerismo al gobierno. En particular, como bien lo explica su autora, lo que pretende iluminar es el nuevo vínculo existente entre clase, territorio y política a partir de 2002-2003. Desde aquella época, creció la expectativa de muchos habitantes de las geografías populares, antes sometidas al flagelo de la desocupación, de acceder al trabajo industrial, al mismo tiempo que
se manifestaron formas de recomposición de la actividad gremial y política en el interior de las fábricas y de los sindicatos. La estrategia elegida en el texto consistió en reducir la escala de análisis a un caso relevante y bien representativo, con el fin de proporcionar un examen detallado de los modos en que la política se fue desplegando en los últimos diez años en y entre un barrio y una fábrica, en los que pudieron observarse dos elementos que exceden al ejemplo seleccionado: la presencia de un nuevo sindicalismo de base industrial con fuerte presencia de la izquierda revolucionaria y el surgimiento de una nueva generación obrera en búsqueda de dignidad pisoteada por la “fábrica tumba” de los años noventa. La elección recayó en la
empresa de neumáticos FATE y el barrio obrero homónimo, en la zona norte del conurbano bonaerense, lo que permite explorar una región con gran concentración de obreros industriales. Dicha planta fabril había sido un teatro fértil para la lucha reivindicativa y la acción política ya desde los años setenta. Un aspecto singulariza la obra dentro del campo de estudios de la clase obrera argentina: el modo como la autora construyó el problema de investigación, diseñó la ruta de su pesquisa y estructuró el relato. Fuera de una ingenua linealidad histórica y un simple ordenamiento diacrónico, se presenta una secuencia narrativa que pretende restaurar los pasos seguidos en la propia exploración así como conservar
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los rasgos específicos del objeto de estudio de la misma. La clave radicaba en encontrar un acontecimiento-proceso de suficiente densidad desde el punto de vista histórico-sociológico, el cual, de un solo golpe, permitiera obtener un nuevo juicio por encima de las tradicionales interpretaciones referidas al cruce entre clase obrera, territorio y política. Ese hecho esclarecedor está representado aquí por la combativa huelga de FATE iniciada en marzo de 2007 y que derivó en un conflicto extendido a lo largo de varios meses, en los que se conformó un nuevo cuerpo de delegados en la fábrica y se reconfiguró la dirección de la seccional San Fernando del Sindicato Único de Trabajadores del Neumático (SUTNA). El lector es invitado, en la parte I, a sumergirse en la complejidad de ese conflicto obrero, atendiendo al análisis de los contextos y determinaciones generales y particulares (incluso a sus antecedentes, pues también revisa el anterior gran conflicto, derrotado, de 1991-1992), pero, sobre todo, priorizando la palabra de los propios protagonistas, los trabajadores. De sus testimonios, Paula Varela extrae los indicios para reconstruir el hecho y para comprender la conciencia que de éste construyeron los activistas y los cuadros dirigentes. De aquí emerge una apasionante y vital reconstrucción de una experiencia de lucha de la clase obrera por sus derechos, escrita con una sensibilidad que consigue sostener la tensión narrativa. La parte II nos ofrece una propuesta explicativa para entender el proceso. Allí se encuentra la original hipótesis, que fundamenta por qué en este caso concreto la lucha de base, el sindicalismo autónomo y la política clasista reemergen como producto de la defraudación de la expectativa de “ciudadanía fabril”
de los obreros, de la caída de las esperanzas en la “familia FATE” con el patrón Madanes y sus representantes y de la pérdida de confianza en la eficacia de los punteros fabriles. En función de capturar esta mutación dramática de la conciencia, al menos de una parte de los obreros de la fábrica, la obra dialoga productivamente aquí con algunas de las interpretaciones de la historia y la sociología marxistas que tendieron a problematizar aquella dimensión. La parte III introduce una serie de pistas para pensar la conformación de una corriente alternativa en el panorama del movimiento obrero de la última década, la del “sindicalismo de base”, en el que se reconoce la convergencia de factores objetivos y subjetivos: los cambios en los contextos estructurales y de la conciencia, la aparición de una nueva generación obrera tras la crisis de 2001 y la intervención de la propia izquierda clasista y socialista. Quiero señalar otros dos atributos generales del texto. Uno de ellos es su riguroso sostén empírico. Este no se limitó a los materiales escritos públicos o internos provenientes de archivos sindicales, políticos, empresariales y estatales. Lo trascendente aquí está dado por el trabajo de campo que, en dos períodos distintos, condujo a la autora a realizar decenas de entrevistas a los protagonistas, incluso mientras los mismos acontecimientos iban transcurriendo (huelgas, marchas, cortes, asambleas). El resultado fue la insistente recuperación de la voz de los obreros, militantes y vecinos del barrio, cuyos relatos le confieren autenticidad y riqueza de matices a la exposición y análisis de los hechos. En varios tramos se observa una vocación por mantener un distanciamiento crítico de esos testimonios. La disputa por la
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dignidad obrera establece vasos comunicantes con algunas de las reconstrucciones de la experiencia de la clase trabajadora argentina basadas en la metodología de la historia oral, aún cuando no practique este género con especificidad y despliegue las entrevistas bajo un enfoque etnográfico. El relevamiento alcanza una sistematicidad especial con el diseño de una Encuesta Obrera, en la que la autora viene trabajando desde hace algunos años, como parte de investigaciones colectivas, lo cual le permitió construir y hacer operativa una gran cantidad de evidencia cuantitativa y cualitativa. El otro rasgo auspicioso es la apertura y diversidad teórica con la que el libro se nutre. Situándose en la perspectiva del marxismo, no se duda en recurrir a un careo con todo concepto o discusión, provenientes de la sociología, la antropología o la historia, siempre que esto permita reflexionar sobre el objeto en cuestión. Ello incluye, por poner solo algunos ejemplos de esa variedad, las indagaciones sobre paternalismo industrial que hacen hincapié en su carácter de sistema de intercambios (con fundamentación en la obra de Marcel Mauss), las consideraciones sobre la generación como posición sociohistórica determinada (en la línea de Karl Mannheim) o cuando refiere al sentimiento de injusticia como elemento ineludible para analizar el despliegue de una acción colectiva (según el modelo analítico de John Kelly). Esta plasticidad en el uso de herramientas teóricas y conceptuales no devino en una obra ecléctica. Por el contrario, es clara la intención de erigir una mirada propia y a la vez coherente. Anclado en una reflexión y reapropiación crítica de algunos de los aportes clásicos, pero también más recientes, de la sociología y la »
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“ El otro rasgo auspicioso es la apertura y diversidad teórica con la que el libro se nutre. Situándose en la perspectiva del marxismo, no se duda en recurrir a un careo con todo concepto o discusión, provenientes de la sociología, la antropología o la historia, siempre que esto permita reflexionar sobre el objeto en cuestión.
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historiografía marxista referidos a la situación y dinámica del proletariado, los procesos de trabajo y la lucha, la conciencia y la organización de clase, el libro encuentra su ángulo de originalidad, ya lo anticipé, en la manera como se dispone a estudiar el triple cruce entre el territorio, la clase obrera y la política. Lo que me interesa destacar aquí es que ello supone toda una definición sobre la producción existente en el campo. Aquella relación había visto desplegar en los últimos quince o veinte años otro tipo de interpretaciones en las ciencias sociales e incluso en el análisis político. El centro de interés había estado más bien puesto en el fenómeno del “cementerio de fábricas” y en los territorios barriales aquejados por la desocupación, en donde la política se presentaba como una articulación entre estado peronista territorializado y una militancia de los movimientos de desocupados (piqueteros), en donde se oscilaba entre la lucha más o menos autónoma y las tendencias a la cooptación e institucionalización. Las investigaciones sociológicas o antropológicas pusieron mayoritariamente la atención en esas dimensiones (Javier Auyero, Alejandro Grimson, Denis Merklen, Maristella Svampa, Sebastián Pereyra, Sabina Frederic, Steven Levitsky), mientras que los que se detuvieron en los estudios laborales y/o sindicales, en general, tendieron a separar el análisis del territorio y el barrio, es decir, procediendo a una suerte de disociación de la experiencia obrera entre el ámbito de la producción y en el de la reproducción. Es en el intento de sutura, y aún más de fusión, de ambos niveles de análisis donde el libro encuentra uno de sus aportes nodales. El libro también puede leerse como una contribución a la historia de las izquierdas en la Argentina en los tiempos más recientes, sobre todo, de las que más vienen gravitando en el mundo del trabajo. Abre paso a un mayor conocimiento de los fenómenos de inserción y de influencia que sus militantes adquirieron en los procesos de
lucha y organización. Y esta relación entre izquierda y trabajadores, que es una preocupación central en la Colección y en el objetivo general que anima a la revista Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, no está pensada de manera unívoca, es decir, solo sobre los modos como los cuadros partidarios incidieron en la clase sino también en la manera como ésta afectó el devenir de aquellos, en la dinámica imprevista de la protesta, los desafíos de la organización, los caminos sinuosos de la conciencia o la traducción inesperada de todo ello en el terreno de la política. Recuperar a la izquierda en estos escenarios implica salir de las encerronas y ocultamientos alimentados por los ensayos ya canónicos acerca del “fin de la sociedad industrial” y de los “nuevos movimientos sociales”. Como bien se alerta en la obra, frente a una mirada que solo había podido reconocer barrios dominados por la existencia de punteros, burocracia sindical, unidades básicas, comedores, sociedades de fomento, juntas vecinales, clientelismo o los repertorios comunes de los movimientos piqueteros, se recupera aquí la experiencia de una izquierda reconocible en otro ámbito subestimado, el fabril, y desde allí, otra vez, en sus vínculos con el barrio obrero. No es la primera vez que se señala en la Argentina la emergencia de una nueva generación obrera, las tendencias a la acción de bases más autonomizadas de los aparatos gremiales esclerotizados, el latir de un nuevo sindicalismo combativo y clasista, el reverdecer de la politización incentivada por la lucha o el crecimiento de la izquierda revolucionaria. Ello fue detectado en varias otras oportunidades, incluso a lo largo de más de un siglo, de modo que sería provechoso proyectar un estudio global, que incorporara a todas ellas bajo un mismo y amplio registro, permitiendo un examen comparativo. En todo caso, La disputa por la dignidad obrera ofrece un modelo explicativo para comprender a una de estas coyunturas, que aún tiene abiertas todas sus potencialidades.
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El anarquismo y el trabajo de base en la Argentina de entreguerras Diego Ceruso Historiador, docente UBA.
La influencia actual de la izquierda en la clase obrera tiene su antecedente en la constitución misma del movimiento obrero argentino. Allí, desde los últimos treinta años del siglo XIX, las corrientes políticas, el anarquismo y el socialismo en ese entonces, comenzaron a dar los primeros pasos en la construcción de un movimiento social que lenta, pero sostenidamente, ganaría influencia en la vida política nacional. La importancia de este proceso es que permite desanudar la idea extendida acerca del “nacimiento” de la organización proletaria con
el surgimiento del peronismo. No fueron pocos los especialistas que hicieron extensiva esta afirmación a casi todos los aspectos de la lucha de los trabajadores y validaron la imagen que el movimiento obrero había obtenido presencia en las fábricas con el surgimiento de las comisiones internas a consecuencia del modelo gremial peronista. Esta capacidad de ramificación hasta los sitios de producción ha sido marcada acertadamente en reiteradas ocasiones como un aspecto relevante para explicar la fortaleza del movimiento obrero argentino. Pero
como en tantos otros ámbitos, en la militancia en el lugar de trabajo existe una larga tradición edificada por el desempeño mancomunado del movimiento obrero y la izquierda1. En el marco de una crisis mundial y el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, la economía argentina incrementó la diversificación de su matriz productiva aunque sin modificar su carácter de capitalismo agroexportador. El paulatino crecimiento de la industria implicó un aumento de los trabajadores en ese sector y la generalización de las grandes fábricas. Esto no »
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“ ... el incremento de las dimensiones de las unidades productivas propició un terreno fértil para conformar estructuras colectivas de agremiación de los obreros.
” la construcción de una central de trabajadores que luego, en 1904, se reconvertiría definitivamente en la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) y serviría de bastión en el mundo gremial. Con su ideario compuesto por la acción directa y la huelga general, entre otros principios, se perfiló como una corriente dinámica que creció al calor de las luchas populares urbanas y rurales. Ese crecimiento incesante comenzó su declinación como consecuencia de la feroz represión de los gobiernos conservadores que, con la Semana Roja de 1909 y la derrota del Centenario, asestó un duro golpe al campo ácrata. Junto a esto, otros elementos incidieron en su pérdida de influjo. Nos referimos a la inadecuación de algunos de sus principios organizativos que se mantuvieron inelásticos en un contexto económico que comenzaba a modificarse y a presentar avances más certeros hacia una industrialización que atentaba contra las formas artesanales de producción y, en consecuencia, al principio forista de asociar gremialmente a los trabajadores por oficio2.
significó el inicio de la producción industrial en la Argentina pues existían sectores, como los frigoríficos, que ya tenían una extendida presencia en este sentido. La industrialización se afianzó con mayor nitidez con posterioridad a la crisis mundial de 1929 y, en particular, a partir que la economía retomó la senda de crecimiento y dejó atrás las consecuencias más fuertes de la depresión. A partir de los primeros años de la década del treinta, la industria se situó como el área económica más dinámica y esto produjo un aumento de la cantidad de trabajadores. Indudablemente, el incremento de las dimensiones de las unidades productivas propició un terreno fértil para conformar estructuras colectivas de agremiación de los obreros. Conforme ganaron peso, los rubros industriales se mostraron más activos y el movimiento obrero que allí se desempeñaba avanzó en los niveles de organización y presencia en los lugares de trabajo. El anarquismo en Argentina, surgido como dijimos a fines del siglo XIX, había colocado el primer mojón de su historia con la fundación de su histórico periódico La Protesta en 1897. A partir de allí, crearon e influyeron en asociaciones gremiales así como en numerosas y determinantes áreas sociales y culturales. En 1901, con la Federación Obrera Argentina, inició el sendero de
Años veinte: entre el delegado individual y la organización colectiva Entre 1916 y 1922 se sucedió un ciclo de luchas obreras que tuvo su punto más álgido en la conocida Semana Trágica ligada a la huelga en los talleres metalúrgicos Vasena, los muertos en la Patagonia y los sucesos en el Chaco con la violencia impartida en y por La Forestal. En este período, los esfuerzos anarquistas se circunscribieron a la búsqueda de reconocimiento de los delegados en algunas fábricas como la cervecería Palermo o la productora de cigarrillos Piccardo. De modo casi marginal, habían conformado una comisión de 28 miembros que mantenía una representación de dos delegados por cada una de las secciones internas en Vasena un año antes de la huelga en 1919. Ya a la salida de ese ciclo de protestas, y bajo una merma general en la conflictividad, se registra de modo fragmentario la presencia y el impulso por parte de los anarquistas al funcionamiento del delegado entre los metalúrgicos, albañiles y pintores como así también en el gremio gráfico, tal el caso del taller Bernard. El anarquismo se encontraba en los años veinte fuertemente diezmado en sus fuerzas y dividido en numerosas corrientes. Pero, también, se destacaba la preocupación por la pérdida de representación de fuste en el movimiento obrero (aunque esto
es más claro en los grupos por fuera del forismo) y por extender influencia más allá de los limitados sindicatos de oficios en los que todavía incidían de algún modo. Creemos que la figura individual del delegado gremial estuvo asociada en mayor medida a los pequeños y medianos establecimientos pues la tendencia a organizar el sitio de producción aumentó a medida que la gran industria predominó en el proceso de trabajo. Nos referimos a la existencia de delegados como instancias individuales a sabiendas que en su mayoría eran elegidos por sus compañeros de trabajo y, en consecuencia, constituían una manifestación de una voluntad eminentemente colectiva. Desde principios del siglo XX, y quizá con anterioridad, pueden encontrarse menciones de la existencia del delegado en el lugar de trabajo aunque esta situación permanece en gran parte inexplorada. El aumento de la cantidad de obreros por planta dificultaba la funciones del delegado en tanto la capacidad de abarcar el control, la negociación, etc. Ligado a ello, las instancias colectivas de representación no solo habilitaban una mejor articulación de las tareas sino, además, constituían un pilar de mayor peso sobre el cual cimentar el trabajo sindical. El predominio de la gran industria favoreció estructuralmente la conformación de instancias colectivas en sitio laboral mientras que los pequeños y medianos talleres, dada la cantidad de obreros, tendían a encontrar la representación en la figura individual del delegado. De conjunto, no observamos entre 1916 y los años treinta una voluntad del anarquismo, principalmente forista, de trascender en los lugares de trabajo más allá de la figura individual del delegado. El cambio trascendental en el mundo libertario ocurrió ya en la década de 1930 con la creación del Comité Regional de Relaciones Anarquistas (CRRA), convertido luego en Federación Anarco Comunista Argentina (FACA), y la Alianza Obrera Spartacus (AOS).
La renovación ácrata durante la década infame Tras ser encarcelados durante la dictadura de José F. Uriburu, cerca de 300 militantes anarquistas realizaron un Congreso clandestino en el penal de Villa Devoto, preludio del que abordamos a continuación. El 2º Congreso Anarquista Regional de la República Argentina, consumado en septiembre de 1932 en Rosario, tuvo entre sus resoluciones más relevantes la creación
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del Comité Regional de Relaciones Anarquistas. Su función principal fue la de establecer nexos entre los diversos grupos y propiciar las tareas necesarias para una revitalización de la práctica libertaria. Lejos de limitarse a la coordinación, el CRRA se constituyó como una organización. La creación de la Federación Anarco Comunista Argentina (FACA) en 1935 fue consecuencia de la estructura del CRRA aunque no todos los integrantes de éste formaron parte de aquella3. Paulatinamente logró una pequeña representación en tranviarios, gráficos, ferroviarios, industria del vestido, en el sector del pescado en Mar del Plata y en diversas ramas de la construcción, entre otros. Sus militantes más destacados fueron Ángel Geraci, Luis Danussi, Jarislao Prevorsky, Enrique Balbuena, Jacinto Cimazo, Enrique Palazzo, por mencionar algunos de los más importantes ligados al movimiento obrero. El marco represivo y la clandestinidad eran elementos que priorizaba el CRRA en la caracterización del contexto político. La actuación ilegal junto a la clausura de los locales implicaban nuevas prácticas como la de trasladar la atención al lugar de producción. El CRRA estimó caducos ciertos principios “clásicos” del anarquismo argentino. Nuevas lecturas sobre la realidad le permitieron desechar la organización por oficios e impulsar los sindicatos por rama. La concentración en grandes unidades productivas colaboró para que optaran por focalizar los esfuerzos en obtener representación al nivel de las fábricas, empresas y talleres. Con los locales sindicales clausurados, el punto de referencia para el trabajo gremial se trasladó a los centros productivos. Así, había un primer esbozo sobre la necesidad de trabajar en los sitios de producción con estructuras colectivas y no, como veníamos observando, a través de la figura individual del delegado. La caracterización sobre el avance industrial, la instalación de grandes fábricas y la aparición de un proletariado moderno y concentrado para el cual debían elaborarse nuevas propuestas pareció acertada, aunque esto debe ser acompañado de una calibración precisa sobre la incidencia real de esta corriente en la dinámica de la época. Estas definiciones no solo implicaban una mirada hacia el trabajo futuro sino también una explicación acerca de las causas de la pérdida de influencia anarquista entre los trabajadores. Pero, además, el diagnóstico sobrellevó la dificultad de toparse con la presencia activa de los comunistas en
los principales gremios industriales, como veremos en futuros artículos. No existen certezas sobre la fundación de la Alianza Obrera Spartacus, pero todo indica que fue creada durante 1934, año en el que se editó su órgano de prensa. Entre sus principales militantes se destacaba Horacio Badaraco, figura renombrada en el anarquismo argentino. También formaron parte de AOS Antonio Cabrera, Joaquín Basanta y Domingo Varone, quienes cumplieron un rol destacado en el ámbito gremial4. A diferencia del CRRA, el trabajo de Spartacus se dirigía prioritariamente a los obreros y a la organización sindical. A partir de su fundación, lograron presencia entre los panaderos, gráficos, textiles, lavadores de autos, ladrilleros, transporte, entre otros, pero su principal inserción la obtuvieron en los gremios de la construcción en donde se desempeñaron en simultáneo, y en acuerdo, con la creciente influencia comunista. El diagnóstico de Spartacus era que el proletariado debía enfrentar una nueva situación y, en consecuencia, se precisaban nuevas respuestas. La AOS entendía que, más allá del contexto represivo, el movimiento obrero debía encarar una campaña de agitación. La particularidad de su programa era que debía comenzar específicamente en el lugar de trabajo y luego excederlo. Su propuesta tenía otra característica que los diferenciaba de otros grupos ácratas pues siempre que fuera posible, el rechazo a la ilegalidad y la clandestinidad resultaban deseables. Desde miradas críticas, esta postura de servirse de las posibilidades legales era señalada como “ingenua” o denunciada como actitud negociadora con el Estado y contraria a los principios del anarquismo. Parte de su programa sindical se materializó en la formulación de lo que denominaron “Pacto Obrero”. A grandes rasgos, la propuesta giraba en torno a establecer relaciones entre las diferentes corrientes de la izquierda con presencia gremial para construir nexos organizativos que permitieran a cada uno de los grupos mantener su estructura compartiendo información, programas y apoyos con el resto de las agrupaciones. El lugar de trabajo era el corazón del “Pacto” y para concretarlo había que conformar comités en las fábricas. Esta política era rechazada explícitamente por la FORA. Ambos grupos aparecidos en la década de 1930 cuestionaron ciertos pilares del forismo: rechazaron las organizaciones por oficio, propiciaron
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los sindicatos únicos por rama, incentivaron su participación en sindicatos controlados por otras fuerzas y fomentaron trasladar el trabajo de los locales gremiales a los centros productivos. Ello les habilitó cierto dinamismo en algunos sectores y, con diferencias ya señaladas, lograron regenerar sobre nuevos fundamentos la práctica libertaria durante los años treinta e inicios de los cuarenta. Sin menoscabo de este proceso, pero sí mensurándolo, su limitada incidencia fue menos consecuencia de su acertado diagnóstico del cambio de situación, que producto de la pericia de los militantes del Partido Comunista que habían edificado un entramado de base durante la década previa que obturó el avance anarquista. En esta nueva mirada sobre los principios de antaño, la organización de los obreros en las fábricas ocupó un lugar central y acompañó cierta vigorización de la experiencia ácrata, aunque no alcanzó para recuperar el influjo de los primeros años del siglo XX.
1. Un estudio de conjunto sobre el trabajo de base: Diego Ceruso, La izquierda en la fábrica. La militancia obrera industrial en el lugar de trabajo, 19161943, Colección Archivos, Buenos Aires, Imago Mundi, 2015. 2. Sobre estos años de la corriente: Ricardo Falcón, Los orígenes del movimiento obrero (1857-1899), Buenos Aires, CEAL, 1984; Edgardo Bilsky, La FORA y el movimiento obrero, 1900-1910, Buenos Aires, CEAL, 1985; Juan Suriano, Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires (1890-1910), Buenos Aires, Manantial, 2001. Más reciente: Lucas Poy, Los orígenes de la clase obrera argentina. Huelgas, sociedades de resistencia y militancia política en Buenos Aires, 1888-1896, Colección Archivos, Buenos Aires, Imago Mundi, 2014. Una lectura para complejizar la mirada sobre el anarquismo y su ideario en: Agustín Nieto, “Notas críticas en torno al sentido común historiográfico sobre ‘el anarquismo argentino’”, en A Contracorriente: Revista de Historia Social y Literatura en América Latina, vol. 7, nº 3, primavera 2010. 3. El estudio más completo sobre la FACA: Fernando López Trujillo, Vidas en rojo y negro. Una historia del anarquismo en la “Década Infame”, La Plata, Letra Libre, 2005. 4. Dos estudios sobre esta agrupación: Javier Benyo, La Alianza Obrera Spartacus, Buenos Aires, Anarres, 2005 y Nicolás Iñigo Carrera, “La Alianza Obrera Spartacus”, en PIMSA. Documentos y Comunicaciones 2000, 2001.
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El intento de enchalecar la lucha de los trabajadores
El Pacto Social de 1973 Alejandro Schneider Historiador. Docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de La Plata.
Entre 1969 y 1976 la Argentina estuvo cruzada por una intensa actividad política, con un elevado nivel de protesta social, con un notable aumento de organismos gremiales que erigieron posturas clasistas en sus lugares de trabajo y un notorio crecimiento de distintos agrupamientos de izquierda. El período comenzó con una oleada de medidas de fuerza de obreros y estudiantes en contra de la política socioeconómica y autoritaria de la dictadura del general Juan Carlos Onganía. Las movilizaciones de 1969 abrieron un significativo momento de conflicto social que atravesó al país en su conjunto. El regreso del peronismo al poder en 1973, lejos de cerrar este convulsionado escenario, inauguró nuevos temas y problemas que terminaron de intensificar algunas de las características antes mencionadas.
El presente artículo esboza el principal instrumento creado por Juan D. Perón para frenar y encauzar la conflictividad laboral del período: el Pacto Social de junio de 1973. Si bien se puso en ejecución bajo la presidencia de Héctor J. Cámpora, el mismo se extendió durante los gobiernos de Raúl Lastiri y de Perón. Este acuerdo institucional buscó terminar con los reclamos de los trabajadores a la vez que intentó restaurar el alicaído poder de la burocracia sindical. Sin embargo, esto no fue un proceso sencillo. El líder del justicialismo, frente a las dificultades de su aplicación, empezó a implementar –en forma simultánea– un conjunto de instrumentos de distinto tenor para frenar el crecimiento de la izquierda y las posiciones clasistas dentro del movimiento obrero, temas y cuestiones que analizaremos en otros escritos1.
El Pacto Social y los límites de su aplicación El peronismo regresó al poder el 25 de mayo de 1973. Una nueva etapa se abrió en el país. El resultado de las elecciones fue considerado como un triunfo por la mayoría de la población. En lo inmediato, esto incidió en un aumento en el nivel de las movilizaciones y de los conflictos en diversos ámbitos de la sociedad, contradiciendo –en la práctica– la política conciliatoria predicada por el gobierno y sostenida por Perón desde España. Corresponde indicar que si bien los líderes sindicales no intervinieron activamente en la campaña electoral, Cámpora no era su candidato porque lo identificaban como el representante de los sectores radicalizados de la juventud, la cúpula laboral se avino al esquema diseñado en Madrid a fin de recuperar y fortificar su espacio frente a
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los “jóvenes advenedizos” en el seno del movimiento justicialista. Sin embargo, a pesar de la existencia de esta preocupación general, durante esos años, hubo una situación de permanente tirantez entre los principales dirigentes laborales. Una de las primeras disputas que salió a luz fue la designación del hombre que iba a encabezar la cartera de Trabajo. El jefe de la central obrera, José I. Rucci, consideraba que le correspondía proponer el nombre; por su parte, el caudillo de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), Lorenzo Miguel, sostenía que el puesto debía ser ocupado por un individuo alineado a las 62 Organizaciones. En esta ocasión, se impuso este último punto de vista y así Ricardo Otero fue designado ministro del área. De este modo, interesa advertir que además de las tensiones con el activismo y sus organismos de base existió un permanente malestar entre diversas alas de la dirigencia sindical. Más allá de estos realineamientos internos, el conjunto del gremialismo acompañó el principal instrumento político diseñado por Perón: el Pacto Social. Si bien su enunciando apuntaba – en el corto plazo– a crear un marco de estabilidad económica, su propósito central fue intentar cerrar el ciclo de protesta social abierto con el Cordobazo. El Acta de Compromiso Nacional para la Reconstrucción, la Liberación Nacional y la Justicia Social del 8 de junio de 1973, firmada por el presidente Cámpora, la Confederación General de los Trabajadores (CGT) y la Confederación General Económica (CGE) fue el hito central de esta negociación. Los enfrentamientos sociales debían enmarcarse dentro de los límites establecidos por el gobierno en armonía con los sectores antes mencionados frente al desafío de la insurgencia en las bases obreras y ante la crisis del sistema de representación política. Se aspiraba a erigir un nuevo pacto legítimo de dominación. En esta propuesta de convivencia la central sindical se ocupó de disciplinar al movimiento obrero, pero no participó en la elaboración de las medidas. Oscar Braun, un intelectual comprometido con el apoyo al gobierno, consideró que “parte de la filosofía del plan es desmovilizar a los trabajadores (…) en otras palabras facilitar la acción del equipo económico mientras la burocracia política del movimiento peronista liquida con su política de depuración, a los que dentro de éste representan los intereses de la clase trabajadora”2. Por otra parte, los aumentos concedidos no fueron los esperados por la CGT. Así se refirió Carlos Leyba, funcionario de Cámpora y partícipe en el armado del Pacto
Social, cuando recordó que Rucci durante esa negociación expresó: “con este acuerdo estoy firmando mi sentencia de muerte”3. A pesar de este mal augurio, a cambio de controlar la creciente protesta social, la burocracia sindical consiguió un importante espacio dentro del nuevo reordenamiento del justicialismo. Además se convirtió, desde el punto de vista del gobierno, en el único sector con capacidad legítima para negociar en nombre de la clase obrera. En lo inmediato, la CGT advirtió sobre la prioridad de modificar la Ley de Asociaciones Profesionales, su interés por establecer el Instituto Nacional de Seguridad Social para supervisar las cajas previsionales y la necesidad de defender el sistema de obras sociales creado por la Ley 18.610 bajo la dictadura de Onganía. El regreso al poder de un gobierno peronista, sin embargo, abrió nuevos cauces para el incremento de la conflictividad social. Las protestas no solo no se detuvieron sino que en muchos aspectos se agudizó la ola de agitación anti-burocrática en los establecimientos laborales. El conjunto de la clase obrera supuso que se había abierto una nueva época de justicia social. Esta percepción potenció la idea de trasladar la victoria electoral al plano de las relaciones laborales: había llegado la hora de satisfacer las reivindicaciones postergadas. De esta manera, este panorama, en forma contradictoria, chocaba con el proyecto político y económico que buscaba limitar la movilización obrera mientras intentaba reordenar institucionalmente el país. En la breve presidencia de Cámpora se expresaron y se condensaron los numerosos conflictos sociales y políticos que venían arrastrando la sociedad y el peronismo. Resulta sumamente difícil mencionar la miríada de conflictos protagonizados durante esos meses. La mayor parte de las medidas de fuerza se efectuaron en compañías privadas; el resto, en dependencias estatales. En el contexto del compromiso y la vigencia de lo acordado en el Pacto Social, ante la imposibilidad formal de cuestionar las pautas salariales establecidas, solo el 5 % de las protestas se generaron por ese motivo. De este modo, los pedidos de aumentos de haberes se viabilizaron a través de las discusiones por reclasificación de tareas o por reinterpretación de los convenios colectivos. Así, en el ámbito provincial, los empleados públicos demandaron la equiparación salarial con sus pares de la nación o reclamaron la aplicación de escalafones y estatutos aprobados pero no implementados; en ese sentido, en la mayoría de las ocasiones se logró un incremento de
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facto en los salarios4. En otro orden de cuestiones, también hubo conflictos por demoras en el pago de sueldos y por la reincorporación de trabajadores despedidos. Si bien la mayor parte de las protestas se efectuaron a través de paros, un aspecto destacable fue que el 43 % de las medidas de fuerza se hicieron por medio de tomas de establecimientos, índice que describe el alto grado de radicalización entre los trabajadores5. Las ocupaciones de fábricas se convertían rápidamente en un exitoso instrumento empleado por los obreros para conseguir un conjunto de reivindicaciones. Más aún, una vez obtenidos los reclamos, se generaba un efecto de contagio sobre otros establecimientos. Estos se llevaban a cabo a partir de la realización de masivas asambleas que implicaban una alta participación de las bases. Cabe indicar que en las tomas se cuestionaba el mando del capital al interior de las fábricas y el papel desempeñado por los dirigentes tradicionales. Casi todas esas ocupaciones tuvieron un contenido antiburocrático y clasista, sus objetivos impugnaban –en la dinámica– el orden capitalista de la producción. En esa coyuntura, distintos voceros de la clase dominante y de la burocracia sindical expresaron su preocupación y malestar. El carácter implícito que conllevaba la ocupación de un espacio público o privado, su singular manifestación, su extensión y el método de realización (en algunas ocasiones con rehenes) condujeron a un incremento de alarma y de protesta por parte de diversos grupos del establishment y del anciano líder. Frente a ello, a mediados del mes de junio, el secretario general del Movimiento Nacional Justicialista Juan Manuel Abal Medina, por medio de un mensaje en la cadena nacional de radiodifusión, exhortó a poner fin a esas acciones. Pocas horas más tarde, distintos sectores del peronismo (desde la derecha hasta la Tendencia) se sumaron –y acompañaron– este pedido6. También hubo una importante cantidad de protestas por cuestiones atinentes a la organización sindical. Dentro del proceso industrializador de la década del sesenta, emergió una nueva camada de activistas que renovaron diversas organizaciones de base en talleres y fábricas. De esta manera nacieron y/o se reorganizaron numerosos cuerpos de delegados, comisiones internas, comisiones internas de reclamos, delegados paritarios, etc. Con la sensación de confianza generada por los cambios políticos, se fortalecieron las demandas al Ministerio de Trabajo para el reconocimiento de estos jóve» nes integrantes.
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La legitimación de estos actores derivó, en innumerables ocasiones, en pugnas contra la patronal y los guardianes del pacto social: la burocracia sindical. Estos últimos fueron cuestionados no solo por velar el cumplimiento del Acta de Compromiso firmada con el gobierno y las centrales empresarias sino también eran impugnados por la forma en que funcionaban las entidades gremiales, por los métodos por los cuales se mantenían al frente de ellas y por la falta de democracia reinante en las mismas. Esto hizo que en varios conflictos se combinaran peleas de las bases fabriles contra el aparato sindical. En algunas ocasiones, las decisiones adoptadas por los organismos de planta chocaron con los compromisos asumidos por la burocracia. Como consecuencia de estas protestas fueron surgiendo cuerpos de delegados y comisiones internas autónomas al sindicato, con formas de decisión asamblearias con libertad de palabra y de participación. Estos modos de organización comenzaron a ser más útiles para conseguir reivindicaciones; en la práctica, sus integrantes negociaron directamente con las patronales los respectivos pliegos de demandas. A raíz de lo acordado en el Pacto Social, la cúpula gremial (en varias fábricas) no participó en los enfrentamientos ni en las resoluciones de los reclamos. En forma paulatina, los dirigentes tradicionales empezaron a perder poder de decisión. Como consecuencia, algunos cuerpos de base se propusieron la tarea de cuestionar la conducción de las entidades intentando participar en las elecciones de las seccionales a través de listas integradas por compañeros surgidos en asambleas de los lugares de trabajo. En la medida en que esos organismos de base se sostuvieron con cierta autonomía en el tiempo, fueron emergiendo agrupaciones que no solo enfrentaron la integración de la dirigencia al proyecto gubernamental sino que también pasaron a engrosar las filas de diversas corrientes de izquierda. De esta manera, surgió una nueva camada de activistas forjada en la impugnación contra los empresarios, la burocracia gremial y el gobierno.
El desplazamiento de Cámpora y la reafirmación del poder sindical Este singular escenario repercutió gravemente en el proyecto de gobernabilidad diseñado en Madrid. Al calor del proceso de confrontación, Perón no dudó en sostener a los burócratas sindicales frente al cuestionamiento de las bases y frente a las impugnaciones internas en el conjunto del justicialismo. De ese modo, con su regreso definitivo, el 20 de junio, empezó el fin del
gobierno de Cámpora. Al día siguiente de su llegada al país, el viejo general emitió un mensaje donde advirtió sobre el rumbo político que pensaba sostener en el futuro. La arenga fue una dura amonestación hacia la fracción contestataria de su movimiento mientras que encumbró a los sectores ortodoxos y a la cúpula laboral:
Después de una serie de maniobras constitucionales, la primera magistratura quedó formalmente en manos del titular de la Cámara de Diputados, Raúl Lastiri. Por su parte, la burocracia gremial y los sectores ortodoxos del movimiento empezaron a implementar las órdenes del 21 de junio impartidas por el general.
La situación del país es de tal gravedad, que nadie puede pensar en una reconstrucción en la que no deba participar y colaborar. (…) Los peronistas tenemos que retornar a la conducción de nuestro Movimiento. Ponerlo en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo o desde arriba. Nosotros somos justicialistas. (…) No hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina ni a nuestra ideología. Somos los que las veinte verdades peronistas dicen. No es gritando ‘La vida por Perón’ que se hace Patria, sino manteniendo el credo por el cual luchamos. (...) A los enemigos embozados, encubiertos o disimulados, les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento7.
Durante las jornadas que siguieron a esta declaración, los medios de prensa replicaron las palabras del Perón. Tanto la dirigencia sindical como los sectores más conservadores del justicialismo salieron fortalecidos con el discurso. El viejo caudillo regresó porque el panorama político y social era insostenible. En todo momento, su último delegado admitió públicamente que él era tan solo un firme soldado de la causa del líder y que estaba para cumplir con su voluntad. Con la presencia de éste en el territorio nacional, el mandato presidencial de Cámpora estaba subordinado a una instancia suprema, aunque no legalmente votada. De esta forma renunció el 13 de julio, tras las presiones recibidas por los principales jerarcas sindicales. El vice gobernador de la provincia de Buenos Aires y tesorero de la UOM, Victorio Calabró, expresó que “estando el general Perón en el país nadie puede ser presidente de los argentinos más que él” añadiendo que con el líder “se solucionará un gran problema político ideológico. Negar y dudar que nuestro gobierno necesita una limpieza profunda sería un problema de tontos”8. Por su parte, Rucci afirmó que “era necesario hacer realidad la consigna: Cámpora al gobierno, Perón al poder”9. Mientras el secretario de prensa de la CGT y jefe del gremio de los Trabajadores Fideeros, Hugo Barrionuevo, sostuvo que “nadie discute que el único que puede poner orden en el país es Juan Domingo Perón”10.
1. Este es el primero de una serie de artículos que intentan explicar los instrumentos que empleó Juan D. Perón para frenar la protesta social por parte de los trabajadores y de la izquierda. 2. Oscar Braun, El plan económico del gobierno popular. Buenos Aires, El Coloquio, 1974, p.17. El énfasis en el original. 3. Carlos Leyba, Economía y política en el tercer gobierno de Perón, Buenos Aires, Biblos, 2003. p.69. 4. Elizabeth Jelin, “Conflictos laborales en la Argentina, 1973-1976”; Revista Mexicana de Sociología, año XL, vol. XL, no. 2, abril-junio 1978. 5. Adolfo Gilly, “La anomalía argentina”, Cuadernos del Sur Nº 4. Buenos Aires, Marzo-Mayo 1986, p. 29. 6. Flabián Nievas. “Cámpora: primavera-otoño. Las tomas”. En Alfredo Pucciarelli (Ed.), La primacía de la política. Lanusse, Perón y la Nueva Izquierda en tiempos del GAN, Buenos Aires, EUDEBA, 1999. p.387. 7. La Nación, 22 de Junio de 1973. 8. Clarín, 12 de julio de 1973. 9. Oscar Anzorena, Tiempo de violencia y utopía. Del golpe de Onganía (1966) al golpe de Videla (1976), Buenos Aires, Del Pensamiento Nacional, 1998. p.237. 10. La Opinión, 12 de julio de 1973.
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“Estamos conformados por una diversidad de códigos”
Fotografía: Fernando Lendoiro
Entrevistamos a la escritora Gabriela Cabezón Cámara. Alrededor de sus libros publicados y sus fututros proyectos, charlamos sobre algunos de los problemas literarios y sociales que se pueden trazar en sus libros: desde la relación entre arte y mercado o las lecturas que se han hecho de sus novelas, la tensión entre literatura y periodismo hoy o las condiciones sociales y políticas post 2001. IdZ: En tu última novela, Romance de la negra rubia, relatás cómo el personaje principal, con su cara quemada después de un desalojo violento, va a una Bienal como “obra de arte”. ¿Era tu idea criticar al mercado del arte? ¿Cómo ves hoy la relación entre ese mercado que en medio de la crisis funciona como forma de reserva de valor y a la vez una práctica artística que en general no es bien paga? Yo no soy una especialista en eso ni mucho menos. Me parece que lo que sube, sube y sube como reserva de valor son esos cuadros que son ya lugares comunes, tipo Picasso… una determinada época en la historia del arte, ¿no? De golpe es más caro un Van Gogh o un Picasso que un Velázquez…¿por qué? Es difícil de
entender. Tendrá que ver con una cuestión garantizada que tendrán esos millonarios, o con un símbolo de estatus. Y la situación de los artistas sí, me parece bastante tremenda. No se me ocurre cómo podría remediarse, pero en muchos casos están en una situación muy frágil y vulnerable contra los propios galeristas. No hay un contrato claro, es todo muy uno a uno, y eso es un quilombo. Y al mismo tiempo decís: “un sindicato de artistas es muy difícil de hacer”, por la misma atomización a la que te lleva una actividad que es solitaria. Tu tranza con tu galerista es también individual, es muy difícil plantarse, incluso de a grupos, porque es muy fácil romper eso también.
IdZ: Ella es una poeta “ocupa”, pobre, que la llevan como obra, que es ella misma, a la Bienal de Venecia, donde todo se compra y se vende, incluso una persona… ¿Elegiste esa escena porque te pareció que narrativamente daba para mucho o porque querías decir algo al respecto? Me gustaba narrativamente, debo decir. Quería decir que no era tanto que “la llevan” como que ella “llega” ahí. Es una aspiración de ella más que un uso político que hacen de ella. Una cosa no quita la otra, pero ella quería estar ahí. Y no sé si ese tipo de arte de bienal se compra y se vende tan fácil. Esa cosa más rara, más performática, me suena que no se debe comprar y vender tan fácil como un cuadro… Y me resulta muy atractiva esa frontera laxa que hay en el arte hoy entre lo que es arte, política, activismo… y entonces me resultaba fascinante que ella misma fuera su propia obra, ¿por qué no? Como militante, como mujer aguerrida, como loca, pobre mujer… IdZ: Ya que hablamos de fronteras, queríamos preguntarte por la divisoria entre“alta” y “baja” cultura, que en la escena aparecerían representadas por la Bienal –ejemplo de las más “altas”–, y la poeta ocupa, como parte de una cultura popular. También es algo que te preguntan respecto de tu propia obra en el sentido de la mezcla de lenguajes cultos y populares que allí aparecen. ¿Cómo ves esa división? ¿Es también una forma de etiquetar del »
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CULTURA Literatura mercado cultural, o una división social que funciona, a uno le guste o no? Visto en sus extremos sí: no es la misma gente la que va a un recital de Pablo Lescano que la que va a un recital en el Colón –eso se llama ópera–. No es exactamente la misma gente. Vas al café del Colón y es flashero: parece alta burguesía; y una bailanta en San Martín, no parece alta burguesía. De hecho, para mí es también algo bastante lejano, por ejemplo en la manera de beber: la manera de juntar los tragos, como pirámides, que van juntando en la mesa; es como un símbolo de estatus tener una cantidad de pirámides, así como para uno de esos chetos sería tener el balde de hielo o de plata con un vinazo de la ostia. Son todos signos de estatus, distintas maneras de mostrarlos. Me parece que en esos extremos, visto así, está separado; pero después en general es todo más poroso, todo va y viene: la ópera hoy es una cosa elitista, pero hace cien años había teatros de ópera en La Boca porque era parte de la vida popular de los italianos. Y la literatura antigua, que hoy es de un consumo más bien elitista – no tengo la menor idea de por qué, porque realmente me parece que la puede leer cualquiera, en su momento era una literatura popular, que se recitaba en cualquier parte, mientras se tomaba un trago y no se qué comerían… Después está toda la cuestión de los medios audiovisuales, que mezclan todo mucho más, sobre todo porque ahora hay muchos más productores, si bien sus gestores siguen siendo –lamentablemente– demasiado pocos. Si buscás un poco podés acceder a una cantidad de cosas de lo más variadas. Y a mí me parece que uno vive en el mundo –o yo por lo menos, no sé
cómo vivirá, que sé yo, Pérez Companc–. Pero la mayor parte de las personas nos tocamos, nos cruzamos, nos hablamos, intercambiamos códigos, estamos conformados por esa diversidad de códigos. Personalmente la mía es una familia obrera: mi abuela era mucama, mi papá era vendedor en un negocio, mi mamá ama de casa –cuando trabajó, trabajó de tejedora–. Vivían en un barrio obrero, de lo que era un barrio obrero en 1960, principios de los 1970, mucho mejor de lo que es un barrio obrero hoy, con muchos terrenos baldíos, con todas las casas haciéndose, ese tipo de cosas… Y también pude ir a la Facultad… uno está en todo eso. En Los Wawancó que escuchaba mi tía cuando yo era chica, y después me tocó escuchar alguna otra cosa más elitista, menos popular. La biblioteca “Robin Hood” de mi abuela, y los textos que pude leer de literatura del Renacimiento, yo que sé… Pero la literatura del Renacimiento era popular también, eran literaturas populares. Ahora se volvieron de consumo más restringido, pero bueno, tampoco se lee nada así… IdZ: Varios definen tu literatura como “marginal” o de los “excluidos” porque toma como escenarios por ejemplo a una virgen cabeza, a una ocupa que a la vez es trans, etc., con el contexto del 2001. Lo marginal y lo excluido muchas veces funcionan como etiquetas, pero queríamos preguntarte si tomar esos personajes lo pensás como pronunciamiento político. Es lo que me resulta atractivo, me interesa. Tampoco son tan marginales: el contexto de La virgen cabeza está bien, es la villa, que en cierto sentido podría decirse que es marginal, pero en otro no porque con las millones de personas que viven en villas no puede decirse que es un margen, ¿no? No es un tipo con tres piernas… Una de las narradoras, la que más habla, es una periodista de clase media, totalmente media; en Le viste la cara a Dios, la chica es víctima de un delito, pero es una chica común y silvestre también de clase media; en el Romance de la negra rubia ella es una poeta relativamente pobre, pero también es una persona más tirando a la clase media, lo que le pasa es que toma mucha merca y se brota, pero eso no veo por qué sería tan marginal. IdZ: Quizás aunque trates otros temas, es la forma que encuentran de etiquetarlo… Una vez alguien me dijo: “¿cómo pudiste hacer una descripción de la villa tan realista?”. No es realista. O no me leíste, o no fuiste a la villa. Pero una villa es imposible no verla, tenés que ser muy marciano, tenés que vivir en Estocolmo, acá es imposible. IdZ: Solés meterte con temas relacionados con las mujeres, las travestis, prostitutas… ¿Considerás necesario afrontar esos temas desde una postura política, feminista o antipatriarcal, o te parece que cualquier visibilización es válida? Te lo pregunto porque algunos piensan que basta con visibilizar la prostitución, trata, violencia, pero en los medios está mediado por el morbo, la misoginia… Ya no se dice “crimen pasional”, se dice “femicidio”,
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“ ... en general es todo más poroso, todo va y viene: la ópera hoy es una cosa elitista, pero hace cien años había teatros de ópera en La Boca porque era parte de la vida popular de los italianos.
pero atrás de eso te dicen “la violaron porque tenía un short”… Con toda la mierda que tenés en la cabeza. O que no tenés en la cabeza, que te piden tus editores, porque trabajar en un medio… uno no habla por uno mismo. Uno habla por uno mismo en alguna medida, y sobre todo habla por la empresa en la que trabaja. Eso es en cualquier medio, salvo que seas estrella en la BBC… En general nadie habla por sí mismo en un medio de comunicación de masas, en ninguno que yo sepa. Uno habla acotado por la línea editorial del medio – que línea editorial e intereses económicos y políticos es prácticamente lo mismo–. No podríamos decir que todos los compañeros que trabajan en la tele y dicen estupideces las piensan necesariamente. Tal vez tienen un estómago grande, pero no sé si las piensan; y me parece que la televisión es horrible, que están tres horas parados en una esquina, que tienen que decir pelotudeces, y en esa necesidad de llenar el tiempo terminan diciendo cualquier delirio. No sé qué se puede hacer en contra de eso; tendría que ser una televisión que no tuviera fines de lucro. En ese sentido, tal vez con los años la Ley de medios nos traiga algún beneficio, en la medida en que los trabajadores se vayan haciendo más cargo de eso, otros medios está bien… Sino, la pelea por rating va a ser siempre así… IdZ: Justamente, como además de escritora trabajaste como periodista… ¿Eso te da recursos extra, un contexto diferente, afecta de alguna forma tu forma de escribir o pensar tu literatura? No soy periodista hace tantos años, hará siete, ocho, tal vez nueve… pero no hace mucho. Y
fueron como cosas en tensión durante bastante tiempo el periodismo y la literatura. De hecho, siempre hice una literatura que fuera –a mi juicio– inasimilable al periodismo, con un lenguaje cargado, barroco, con oraciones largas… Algo que no podría acontecer en la mayor parte de los medios… en algunos medios acontece: ahora de vez en cuando escribo para Soy de Página/12, y escribo lo que se me da la gana, y realmente se respeta… Pero es algo muy particular. En general la oración corta, sujeto y predicado, es como un mandamiento para un creyente muy creyente. Siempre estuve en tensión con eso, con el uso de las palabras que es como irreflexivo. IdZ: Hace un tiempo, en la Librería de las Mujeres, leíste un fragmento de un nuevo trabajo, Una novela imperialista, y en una entrevista contabas que pensaste en la historia cuando preparabas una clase de gauchesca y viste el hecho recurrente de que las mujeres no tenían nombre, solo aparecían… ¿Tomás esa ausencia de las mujeres en la novela o simplemente es un disparador? Es la historia de la mujer de Martín Fierro, la china –efectivamente no tiene nombre–. Se me ocurrió pensar qué pasó con la china cuando se fue Fierro. Y primero pensé que la china era muy joven: tenía 14, dos hijos, que se sintió muy aliviada cuando se fue Fierro… Y era una china blanca, rubia, algo medio inexplicable, no se sabía de donde había salido. Y justo estaba la inglesa, la del inglés de Inca-la-perra de Martín Fierro; ella la ve y piensa que algo familiar debe ser de ella, porque también es medio rubia, medio blanca. Entonces se le sube a la carreta, y van a atravesar el desierto, y
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ahí tienen sus aventuras… Es muy de ficción, no tiene mucho asidero con la realidad… IdZ: En alguna entrevista dijiste que lo anterior era como una especie de trilogía que habías cerrado, y lo que venía ahora no tenía nada que ver con eso. ¿Decías en este sentido, que son cosas menos históricamente ubicadas o más “ficcionales”? En este caso sí. Lo otro estaba escrito desde un lugar mucho más rabioso, ahora estoy un poco menos rabiosa, creo que es la edad… Estoy en otra cosa, estoy un poco más tranquila en este momento. Como menos enojada. Sí, debo estar vieja chota, preocupada por los pajaritos, por los perros… Me gusta todo eso, y estoy mirando esto, en este momento, un poco menos rabiosa, y creo que se nota. IdZ: Si es que el arte sirve para sublimar… Sirve, sirve. Te construye a vos. Me parece que le pasa a todo el mundo, que hay algo que te va armando. Algo pasa, con la escritura… IdZ: De hecho Marx decía que era el ejemplo de trabajo, como la metáfora esa “pensador de día, poeta de noche”… ¿De trabajo libre? Es muy lindo. Y a mí me sucede con una gran conciencia del privilegio que significa. Es como cuando me subo a un avión, todavía no me acostumbro. ¿Cuánta gente se sube a un avión? Sí, me parece un privilegio total poder hacer un poco lo que a uno se le canta el culo. Pero es muy difícil, porque bueno, acá para la literatura escasamente hay un mercado. Lo que tenemos son canales de circulación, y un mercado muy
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lábil, muy chiquitito. Yo siempre pienso que somos 10 mil que nos leemos, que nos entrevistamos, nos comentamos, nos teorizamos los unos a los otros… somos pocos de verdad. Es más fácil ser un artista en Estados Unidos: son millones y millones, y que a un libro le vaya un poco bien, en vez de una venta de mil ejemplares en un semestre es una venta de 10 mil, y ya con diez mil, a dos dólares por libro, va tirando… No es por hacer una loa a Estados Unidos; digo que nosotros vivimos bajo las reglas del mercado sin mercado… es una desgracia. O una cosa o la otra, o un protectorado. Pero también sería jodido: ¿quién califica quién se lo merece? La otra vez escuchaba a un pibe que decía que él creía que no tenía que dedicarse a otra cosa que a la literatura toda su vida, lo cual me parece una cosa muy noble… y que el Estado lo tenía que bancar. Y me quedé pensando, ¿y quién carajo determinaría si lo bancamos o no? ¿A quién habría que bancar y con qué criterios? El mercado es injusto pero no hay una comisión de gente definiendo… IdZ: En varios números de la revista ya charlamos con escritoras y escritores sobre la existencia o no de una nueva generación en la literatura, lo que se ha llamado “nueva narrativa argentina”. ¿Qué pensás: existe, no existe, o hay algunas características que se podrían encontrar entre los escritores/as hoy? Me parece que somos gente de una determinada edad que nos dedicamos a escribir, en un rango etáreo amplio, porque en esa clasificación tenemos personas entre 35 y 50. Y cosas en común tenemos, todos los seres humanos contemporáneos tenemos cosas en común. Hay un horizonte cultural que compartimos, determinadas problemáticas, históricas concretas; vivimos todos en el mismo mundo, y lo veremos desde una diversidad de perspectivas grande. No me parece que haya rasgos estilísticos claros en común, o procedimientos claros en común. Sí en alguna medida nos hemos hecho juntos, y eso deber haber sido así siempre. Cuando escribís necesitas que te escuchen, y alguien cuya voz respetes… Sí debe haber algo de mercado; con la emergencia de muchas más editoriales desde 2002/3, me parece que es más accesible que antes, por lo que se cuenta –porque yo antes no lo intenté–. De hecho, por la cantidad de editoriales que han surgido, y no hablo solo de las que ahora son medianas sino de las que son re micro… vos te podés juntar con dos o tres amigos y armar una editorial. Hay muchas más posibilidades de publicación, además de las electrónicas. IdZ: Sí hay, claro, núcleos duros de la historia, lo cual no quiere decir que tratados de la misma manera, o vistos y percibidos de la misma manera… El 2001 aparece mucho…
Y aparte el 2001 fue vivido de maneras tan diversas: para muchas personas fue una tragedia, para la mayor parte; para mí fue una fiesta, me encantaba salir a la marcha, después corría y me iba a tomar una cerveza… Me parecía divino eso de que ibas, te juntabas con un montón de gente, de gente rarísima, en el sentido de que antes no era normal juntarse con una señora cheta de Recoleta y con un cartonero todos juntos, todos contentos. Además nunca tuve ahorros, siempre me gasté lo que ganaba, no perdí dólares… había una cosa de efervescencia, una sensación de estar vivos, el encuentro con otros y otros y otros… IdZ: Pero no todos tienen ahora esa percepción… De hecho para algunos fue una crisis… No, es que de hecho fue una crisis, una catástrofe… Lo que pasó después, ya en 2002 o 2003, es que hubo un momento muy efervescente, muy lindo… de hecho de ahí salen esas editoriales de que hablábamos recién, de que la asamblea en la esquina puede hacer cosas buenas. Después no funcionó… IdZ: Nos enteramos de que tenés un nuevo proyecto con Iñaki Echeverría –con quien hiciste Beya–. ¿Nos contás de qué se trata? Estamos publicando una historieta en Fierro con él y con Selva Almada, que se llama “El vástago”. Es una historia que sucede en la dictadura, en Open Door… Y después con Iñaki tenemos un proyecto, que está ahora medio detenido, porque pasa esto, que estamos todos hasta las manos… es como un libro ilustrado. Un libro de pequeños cuentos, de personas que me parecen como héroes contemporáneos, pero vinculado con la idea de sacrificio, que es una idea que me resulta muy interesante. Hay algo fuerte en la cultura respecto del sacrificio, y en los paradigmas aparentemente más opuestos y alejados: en los textos de los militantes de los setenta aparece como aparece hoy, no sé… la palabra internet; y después en la religión, obviamente. Hay algo ahí de lo cultural muy pesado, que nos pregna mucho. Entonces es sobre personajes como el soldado Carrasco, que fue un chivo expiatorio para sacar el servicio militar obligatorio… O este hombre Mohamed Bouazizi, tunecino que se prende fuego y estalla esa revolución, también, truncada… y algunos otros personajes por el estilo. Son relatos breves con ilustraciones de Iñaki, pero no a la manera del cómic sino del libro ilustrado. Creo que va a quedar, por lo menos por las ilustraciones, muy lindo.
Entrevistaron: Ariane Díaz y Celeste Murillo.
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Ilustración: Greta Molas
Las aventuras de Mario Conde: Una historia escuálida y conmovedora Juan Luis Hernández Historiador, docente UBA. El escritor cubano Leonardo Padura, reconocido mundialmente por su obra El hombre que amaba a los perros, es también el creador de la serie policial que tiene por protagonista a Mario Conde, detective de La Habana. Inspirada en las obras más emblemáticas de la novela negra anglosajona, el autor construye la saga siguiendo los preceptos de su maestro J. D. Salinger quien, según sus palabras citadas por Padura, “…estaba sumamente interesado en la escualidez”. Es ésta una condición de la escritura del autor: una historia simple pero con capacidad para conmover al lector, concentrando los recursos literarios en la descripción densa del contexto y en el trazado minucioso de los personajes. Estas características convierten al género en fuente de indudable valor para la comprensión y el estudio de la historia social de una época. Las novelas policiales de Padura, además de su intrínseco valor artístico, nos ofrecen un excelente mirador desde donde observar la historia y la vida cotidiana del pueblo cubano, a partir de la pluma
crítica del autor. Intentaremos a continuación una somera presentación de las novelas que integran la serie, y esbozaremos algunas reflexiones sobre las temáticas sociales contenidas en las mismas.
Las cuatro estaciones El ciclo “Las cuatro estaciones” comprende los casos más relevantes del Conde en su trayectoria como miembro activo de la Policía de Investigaciones de La Habana. Se inicia con Pasado Perfecto (1991), continúa con Vientos de Cuaresma (1993) y Máscaras (1997) y se cierra con Paisaje de Otoño (1998). Las cuatro novelas fueron escritas y publicadas durante el “Período Especial”, como se llaman en Cuba los años inmediatamente posteriores al colapso de la Unión Soviética en 1991. Pasado Perfecto cuenta la historia de Rafael Morín, un cuadro político ascendente que sufre una lenta descomposición personal, haciendo negocios y acaparando poder, hasta terminar
enredado en una mortal telaraña de corrupción. En la investigación, Conde se topa con Tamara, la esposa de Morín, excusa perfecta para retrotraer la historia a la adolescencia del policía, a los años formativos en el Preuniverstario La Víbora, en el cual la joven era el escurridizo objeto de deseo de todos sus compañeros. El autor aprovecha la ocasión para presentar el grupo de amigos más cercanos del Conde –el flaco Carlos y su madre Josefina, el Conejo, Andrés, Candito el rojo– quienes, junto a Tamara, lo acompañarán a lo largo de la saga. En Vientos de Cuaresma, historia ambientada en una tórrida primavera habanera, Mario Conde es convocado para investigar la misteriosa muerte de Lisbeth, una profesora de química de la Universidad, cuyo cuerpo sin vida aparece en su propio departamento. La historia le permite al investigador adentrarse en el lado oscuro del mundo académico. Máscaras es la apuesta política-literaria más arriesgada de este primer ciclo. El detective »
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“ El detective Mario Conde nos invita a pensar temas que en Cuba permanecieron silenciados durante todos estos años, como la represión y el exilio. Es una ficción ... pero está inserta en un contexto que remite a la realidad de la sociedad cubana actual.
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debe resolver el asesinato de un travesti, que aparece estrangulado en un bosque de La Habana. La víctima era el hijo de un importante diplomático, debiendo Conde sumergirse en los pliegues de la hipocresía y el doble discurso de la nomenclatura. El punto de partida de la pesquisa es el encuentro con el personaje del Marqués, escritor homosexual, artista plástico excéntrico, dueño de una amplia y refinada cultura, quien introduce a Mario en un mundo desconocido, poblado de seres inimaginables para el detective. La obra se apoya en un doble relato: por un lado el curso de las investigaciones, por el otro un monólogo del Marqués en el que va desgranando distintos momentos de las difíciles relaciones del mundo gay, el arte y el régimen político cubano. El relato del Marqués provoca excitación, curiosidad y repulsa en Conde, exacerbadas con una aparición con la que vivirá una extraña e intensa pasión. El ciclo concluye con Paisaje de otoño, la más oscura de la saga. Es la historia de Miguel Forcade Mier, ascendente revolucionario en los ‘60, cuando dirigía una unidad estatal especializada en la apropiación y reutilización de bienes lujosos expropiados a la burguesía que huía a Miami. Estando en el pináculo del poder, decide misteriosamente no regresar al país al término de un viaje oficial al exterior. El relato comienza con la renuncia del Conde a su cargo en la policía de La Habana, disparada por el abrupto relevo de su jefe, reemplazado por un joven e inexperto burócrata vinculado a la inteligencia cubana. Este, a cambio de aceptar su licenciamiento, le pide que resuelva el asesinato de Forcade, ultimado al volver a Cuba con su esposa por unos breves días. Nuevamente Conde debe bucear en las profundidades más sórdidas de la sociedad cubana, confirmando su voluntad de dar por terminada su experiencia policíaca. El mismo día de 1989 en que cierra el caso, cumple treinta y seis años y recibe su licenciamiento de la fuerza, mientras un terrible huracán atraviesa la ciudad. Esa noche, celebrando su cumpleaños en la casa del flaco Carlos, se entera que uno de sus mejores amigos había iniciado los trámites para irse definitivamente del país.
Ajuste de cuentas Adiós Hemingway fue publicada en el año 2001, para una serie en la cual la ficción policial se entrometía con escritores verdaderos, lo que habilita al autor a convocar nuevamente las habilidades de Mario Conde. Retirado de la policía cubana, Conde subsistía dedicado a la
compra-venta de libros usados. Su antiguo ayudante Manolo le pide ayuda para resolver un extraño caso: en Finca Vigía, en el puerto de Cojimar, la última residencia de Ernest Hemingway en la isla, una tormenta dejó al descubierto un cadáver en el jardín de la casona. Conde, a quien un lejano día de 1960 su abuelo lo llevó a conocer el humilde pueblo de pescadores y en su transcurso pudo ver a Hemingway y saludarlo, intentará ayudar a su amigo y resolver el caso. En la densa trama aparecerá una relación de amor-odio de Padura-Conde con el escritor estadounidense, un escritor genial pero también un ser despreciable que había traicionado a muchas personas que confiaron en él. Padura, a través de su alter-ego Mario Conde acusa, a Hemingway de una infame felonía contra su colega John Dos Passos, durante la época de la guerra civil en España. Hemingway habría descalificado a Dos Passos porque éste reclamó la verdad sobre la muerte de un amigo suyo, enrostrándole que había sido fusilado por traidor a la República, cuando en verdad era una víctima más del terror stalinista. Pero lo acusa de una canallada más: tomó ese personaje y lo transformó en un modelo de traidor en su famosa novela Por quién doblan las campanas. Pero si Padura logra formular una crítica políticamente correcta, se queda a medio camino respecto de las impresentables opiniones y actitudes de Hemingway sobre la tauromaquia, la cacería o las mujeres. Su protagonista toma distancia del machismo, la misoginia y el depravado asesinato serial de animales perpetrado por el escritor, pero su ánimo flaquea cuando advierte las huellas en Finca Vigía de las célebres amantes de Hemingway. El machismo y el sexismo se cuelan por los hilos de la novela sin que el autor pueda evitarlo.
habanera prerrevolucionaria, las conspiraciones políticas y los crímenes mafiosos, siguiendo los pasos de Violeta del Río, la Dama de la Noche, y su amante misterioso. En esta aventura el ex-policía tiene un socio: Yoyi el Palomo, traficante de libros y discos, dueño de un deslumbrante Chevrolet Bel Air, modelo 1956, con el que recorre orgulloso la ciudad. Es un notable recurso literario: a medida que Mario Conde envejece se vuelve más romántico, aferrado a viejos códigos, por lo que el autor necesita crear personajes más jóvenes, dotados de una mirada mucho más cínica. El contraste entre el Conde y Yoyi asume la forma de una tensión generacional, que sobrevuela toda la obra. Si La neblina del ayer es la novela más “histórica” de la serie, La cola de la serpiente es la más “sociológica”. Inspirada en investigaciones periodísticas que el autor realizó sobre la inmigración china a La Habana, la acción transcurre entre el antiguo barrio chino de la ciudad (hoy casi inexistente) y el barrio de Regla, donde viven y actúan los baolabes, como se llaman los practicantes de la santería, culto religioso muy popular originado en el sincretismo de ritos cristianos y africanos. Todo empieza con la evocación de Mario de una investigación realizada años antes a pedido de una amiga suya, colega de la fuerza, la teniente Patricia Chion, teniente de policía especializada en delitos económicos, una china-mulata de exuberante belleza física y avasallante personalidad. El Conde recuerda la mañana de 1989 cuando Patricia apareció en su casa a pedirle que investigara un oscuro asesinato en el barrio chino. El resultado, una lúcida indagación en el entramado social habanero, le permite al detective recorrer lugares y anécdotas vividos en el pasado con sus padres, familiares y amigos más entrañables.
El regreso de Mario Conde
Las UMAP y el “quinquenio gris”
Años después de abandonar la policía, Conde, dedicado a la compraventa de libros de segunda mano, ubica una valiosa biblioteca en una vetusta mansión habanera, habitada por dos hermanos. Revisando los libros, encuentra una hoja de revista en la que una cantante de boleros de los años ‘50 anuncia su retiro, en la cumbre de su carrera. Atrapado por la belleza de la mujer y el misterio de su destino, Mario decide investigar que le había sucedido. Este es el comienzo de La neblina del ayer (2005), un alucinante viaje en el tiempo hacia los convulsionados años 1958 y 1959, que le permite a Conde internarse en el mundo de la noche
Las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), constituyen una de las páginas más oscuras de la historia de la Revolución Cubana. Fueron creadas entre 1964 y 1965, y se expandieron hasta 1968, cuando fueron clausuradas. Eran agrupamientos en los cuales, mediante el trabajo productivo (generalmente el corte de caña de azúcar), se pretendía combatir la homosexualidad y reeducar a quienes la practicaban. Existen distintas interpretaciones para explicar la temprana política represiva del gobierno revolucionario hacia la homosexualidad. Algunos ubican el origen de la misma en el contexto desencadenado por la presencia amenazante
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de Estados Unidos. Muchos militantes y dirigentes estaban convencidos de que las formas culturales que irrumpían desde el país del norte –Elvis Presley, el rock, la psicodelia, las drogas– eran formas perversas de corroer los sentimientos de unidad y solidaridad del pueblo cubano. A ello debe sumarse los anquilosados criterios morales imperantes en el mundo comunista, según los cuales la militancia política revolucionaria era incompatible con la homosexualidad, y el tradicional machismo de la sociedad cubana, que contribuyeron a la discriminación y persecución de quienes no mantenían “conductas masculinas” apropiadas. En 1968 las UMAP fueron disueltas, pero no por ello cesó la represión, que adquirió nuevas formas. Vagos, “elvispreslianos”, “mariguaneros”, “pitusas” o “pepillos” (estos dos últimos, términos cubanos equivalentes al “maricón” rioplantense), todos eran considerados lúmpenes, productos de la decadencia burguesa, peligrosamente cercanos al imperialismo y la reacción. Se llegó a postular, desde las Juventudes Comunistas, que la Universidad no debía graduar personas homosexuales. La década de los sesenta, los años gloriosos en que la Revolución Cubana enamoró a la juventud del mundo entero, terminó políticamente con la muerte del Che en Bolivia, el respaldo de Cuba a la invasión de las tropas soviéticas a Checoslovaquia y el fracaso de la “zafra de los diez millones”, frustración que sepultó definitivamente el sueño de una economía independiente. En la historia cubana se denomina “quinquenio gris” al período que media entre 1970 y 1975, en el que se produce un avance significativo del dogmatismo y el autoritarismo, con nefastas consecuencias para el arte, la cultura y las ciencias sociales. El Congreso de Educación y Cultura de 1971 marcó un punto de inflexión en este sentido. Se persiguió y relegó a prestigiosos intelectuales, empujando a muchos al exilio a pesar de sus simpatías revolucionarias, vinculando disidencias políticas reales o imaginarias con la condición de homosexualidad, como los casos de José Lezama Lima y Virgilio Piñera. Revistas emblemáticas de la cultura cubana, como Pensamiento Crítico, dirigida por Fernando Martínez Heredia, o Criterios, por Desiderio Navarro, fueron clausuradas o censuradas, mientras se imponía el estudio de dogmáticos manuales procedentes de la Unión Soviética. Con la creación del Ministerio de Cultura en 1976 y la designación en el mismo de Armando Hart Dávalos, comienza a modificarse la situación, alternándose desde
entonces avances y retrocesos, por lo que el lapso temporal definido por el “quinquenio gris” puede resultar engañoso respecto de la perdurabilidad de su contenido. El ciclo ascendente del autoritarismo, con el entrelazamiento de la persecución de formas culturales con la represión de género y la construcción de un Estado de partido único, constituye el telón de fondo sobre el cual se recortan los personajes y las historias que forman las tramas de los policiales de Padura. Mario Conde, nacido en 1953, pertenece a una generación que ingresa al Preuniversitario a principios de los setenta, cuando los procesos que hemos descripto se encontraban al rojo vivo. En la ficción de Padura, una profesora de literatura fue expulsada del colegio acusada de promover una revista literaria (en cuyo número cero Conde publicó un cuento) que no seguía los cánones oficiales, en un procedimiento típicamente stalinista, mientras el maestro bibliotecario le dio a leer un libro “que lo haría más libre” (1984 de Orwell), pero se lo pasó convenientemente forrado para evitar miradas indiscretas de los guardianes de la ortodoxia. Estos acontecimientos fueron marcando la frustración del protagonista de convertirse en escritor. El ritual del Conde y sus amigos cuando se reunen –escuchar a todo volumen Proud Mary, el clásico de Credence Clearwater Revival, en la voz inoxidable de Tom Fogerty– es su manera de confirmar que, pese a todo, siguen vivos.
Miami y la generación escondida “Míralo bien. Miami es nada. Porque lo tiene todo pero le falta lo más importante: le falta el corazón.” Las palabras son de un antiguo revolucionario devenido tránsfuga radicado en Miami, en Vientos de Otoño, mientras otro personaje agrega: “Miami es nada, y Cuba un sueño que nunca existió.” Padura es duro al describir el mundo del exilio cubano en Florida, pero elude la condena fácil: no todos pueden asimilarse, sin más, a la gusanera más rancia. Muchos se fueron cansados del autoritarismo burocrático, agobiados por la falta de libertades, o simplemente buscando nuevos horizontes, sin agravios definitivos o, por lo menos, sin una condena total del proceso revolucionario. El Conde pudo comprobarlo el día de su cumpleaños número 36. Durante el festejo en la casa del flaco Carlos, Andrés, uno de sus más antiguos y queridos amigos, contó que había iniciado los trámites para irse definitivamente
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del país. Exitoso cirujano, con una hermosa familia, tomó la decisión por simple aburrimiento, rodeado y acosado por la rutina. Alguna vez Eric Hobsbwam se preguntó cuándo termina una revolución. Pregunta extraña para quienes adscriben al socialismo internacionalista, que siempre entendió que la lucha de clases sólo puede culminar en el plano internacional. Pero ¿qué sucede cuando el régimen instaurado por una revolución social perdura en el tiempo, y las transformaciones a escala planetaria se demoran? En ese caso no resulta incorrecto, en términos epistemológicos, interrogarse en qué momento esa sociedad ingresa en un período pos-revolucionario. Hobsbawm sugiere algunos criterios interpretativos: uno de ellos sería cuando aparece la primera generación “nacida y criada” después de la revolución. Esa es la generación de Mario Conde y sus compañeros del Pre, la “generación escondida”, como muchos la llaman. En Cuba, quienes vivieron los tiempos de Batista tienen una valoración del proceso revolucionario necesariamente distinta de quienes nacieron y se criaron cuando la Revolución era ya un dato histórico. Y es a éstos últimos a quienes el horizonte se les ha aplanado. Pero los deseos, los intereses, las aspiraciones de estas nuevas generaciones no parecen uniformes, y en las ciudades cubanas reina hoy la diversidad entre los más jóvenes. Está por verse si al igual que en otros momentos de la historia, la juventud toma la delantera en la renovación intelectual y moral del país.
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El detective Mario Conde nos invita a pensar temas que en Cuba permanecieron silenciados durante todos estos años, como la represión y el exilio. Es una ficción, como siempre remarca Padura, pero está inserta en un contexto que remite a la realidad de la sociedad cubana actual. La saga cuenta, en definitiva, la historia de un grupo de amigos, hombres y mujeres comunes y corrientes, atrapados en medio de uno de los procesos revolucionarios más vertiginosos de la historia contemporánea. Se trata, como diría Salinger, y como le gusta repetir al autor, de una historia escuálida y conmovedora que nos permite reflexionar sobre el pasado y el presente de Cuba y la Revolución Cubana.
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CULTURA Lecturas críticas
TODO LO QUE NECESITÁS SABER SOBRE ARTE ARGENTINO, de Mercedes Ezquiaga
Bs. As., Paidós, 2015.
Ariane Díaz
Como parte de la colección de divulgación “Todo saber”, Paidós ha editado un volumen dedicado al arte argentino a cargo de Mercedes Ezquiaga –se indicarán entre paréntesis los números de página de esta edición–. Estrictamente hablando, el libro se dedica a la producción y circulación de las artes plásticas en el país en la última década, en la cual se habría intensificado “la recuperación de una identidad argentina” aunque fragmentada, ligada a una “multiplicidad de miradas y subjetividades que se expandió a toda la sociedad” (11), según la hipótesis del prólogo. La cita de autoridad que se ofrece es la de las tesis de Zygmunt Bauman sobre la “vida líquida”, una caracterización de la sociedad contemporánea en que, según la escueta reseña de la autora, se “privilegia la velocidad por sobre la duración”. Eso avalaría el lineamiento central del ensayo: en el arte nos encontramos frente a la “falta de un rumbo determinado, signado por la precariedad y la incertidumbre constante” (11) que remiten a la desaparición de los discursos hegemónicos con la llegada de la posmodernidad. Si la referencia a la posmodernidad parece atrasar –la caída de los “grandes relatos” fue anunciada hace ya casi tres décadas y a esta altura está altamente cuestionado cuánto serviría para describir post 2001 la realidad social, ideológica y cultural global–, la referencia a Bauman no ayuda aunque éste nos hable de fragmentación y fluidez, porque lo que en Bauman es un relato sombrío de la sociedad contemporánea, en el arte argentino, según la autora, parece en cambio solventar el optimismo, con la aparición de nuevos espacios para la producción y circulación artística en continuo desarrollo. Por otro lado, la mentada “posmodernidad” fue cuestionada también en los últimas décadas como construcción
de un nuevo “gran relato” celebratorio del neoliberalismo, aspecto que la autora siquiera menciona cuando se dispone a analizar un momento y un lugar donde fue justamente el neoliberalismo y buena parte de su ideología lo que entró en crisis. Después de este confuso planteo, el libro se compone en realidad de una serie de capítulos que no permitirán problematizar ninguna hipótesis: breves reseñas de los actores del ámbito de las artes plásticas (curadores, coleccionistas, galeristas, etc.), las instituciones como museos o academias, estilos y prácticas artísticas (street art, site-specific, etc.), y los panoramas regionales. Es cierto que la colección, cuyo objetivo es la divulgación, no pretende más que dar un pantallazo o guía del tema, pero eso no necesariamente implica que éste tenga que ser superficial o descuidado. Si lo mejor del libro es cierta amplitud de mirada en cuanto a estilos y ámbitos considerados, también la observación puede ser contradictoria: por ejemplo, cuando afirma que los artistas en Argentina han cuestionado en los últimos años a las instituciones como foco legitimador (12), pero a la vez toma como fuentes a muchos de sus representantes y declara que el museo ha sumado el papel “inalterable” de dar espaldarazos y legitimar carreras (30); o como cuando cita a Isabelle Graw y su descripción de un espacio de las artes plásticas cada vez más ligado las fiestas, las cenas, los ambientes elegantes y los personajes excéntricos, pero casi inmediatamente define que en este espacio todos serían bienvenidos (13) aunque entre los coleccionistas se hable de dólar pink, oportunidades de leasing de obras, o sea una protagonista de la escena la “pasión por el arte” del matrimonio Blaquier (23). La “idiosincrasia” nacional será caracterizada con simplificaciones que no dejan de ser sorprendentes incluso para quien no declare estar convencida de la creciente fragmentariedad posmoderna, como afirmar por ejemplo que “los argentinos tienen un encanto y don que les permite abrirse camino por el mundo” (57). El cliché sobre el trabajo de los artistas no solo no será cuestionado sino festejado: “yo les digo a los artistas que no ordenen, que dejen todo como está, para que la gente vea cómo es un taller tal cual”, cita entusiasta de uno de los organizadores de ateliers colectivos devenidos atractivos turísticos por una módica entrada (65/66). Cabría preguntarse en qué medida el voyeurismo sería una forma de participación del espectador como sujeto activo que, según refiere en el primer capítulo, estaría dejando atrás su papel pasivo. Excepcionalmente se planteará algún interrogante o sombra que oscurece el panorama. Así, puede citarse a un ex jefe de curaduría del MALBA describiendo cómo hoy a los 40 años los artistas son millonarios
o están deprimidos (61), o preguntarse si la razón de que un padre ya no tiemble cuando escucha a su hijo decir que quiere dedicarse al arte es una mayor apreciación social de la actividad artística o simplemente una moda (94/95), sin intentar en ningún caso responder o problematizar esos síntomas. Claro que no todos estos síntomas contradictorios corresponden al planteo de la autora; muchos responden efectivamente a las relaciones del arte con el mercado y la situación social más general; por ejemplo, que convivan prácticas artísticas surgidas al calor de la crisis del 2001 fuertemente relacionadas con la política, con la creciente fusión de las artes plásticas con la moda o el diseño. El problema allí es una lectura donde todos los gatos son pardos: por ejemplo, la autora describe como “siempre productiva” la relación de la moda y del diseño con el arte, apelando a las vanguardias históricas de principios de siglo, que se adentraron en el diseño textil, de mobiliario, etc. (135). Pero el objetivo de estas experiencias no tenía que ver con vender una marca de ropa o posapavas sino de hacer al arte algo “útil”; no en el sentido de sacarle utilidades al arte sino de acercarlo a la vida cotidiana y cuestionar ese lugar separado de la vida que le otorgaba el capitalismo. En el mismo sentido acrítico, mientras se recuenta la producción artística que se realiza en las villas, cuestionando muchos de los prejuicios que existen sobre esos sectores sociales, a la vez se relata entusiasta la organización de recorridos turísticos por las villas (147). Finalmente, la inclusión de pequeños recuadros, datos sueltos, cronologías y listados de conceptos, funcionan como un mal relleno: la información que aportan es en muchos casos reiterativa o intrascendente. ¿Realmente un coleccionista necesita atesorar como tip que “siempre es prudente comprar lo mejor dentro de las posibilidades económicas (p.22)? ¿Se está intentando plantear algún tipo de ironía cuando se nos informa que donde hoy hay una residencia de artistas antes funcionaba un geriátrico (p.76)? ¿Es una muestra de la “sinergia” entre arte y moda concluir que hay en ese terreno “mucha tela para cortar” (p.139)? Con hipótesis contradictorias, escasas preguntas, y sin un análisis de los mecanismos del mercado y las instituciones que allí operan, ni de la legislación o políticas estatales, sin un marco histórico o actual que reúna los datos sueltos, y sin discusión de lo que dicen y hacen sus protagonistas, más que acercarnos, como pretende el libro, a la “trastienda” del universo de las artes plásticas, se acerca por momentos a una suma de folletos como los que promocionan las ventajas de seguir una determinada carrera, concurrir a tal muestra, invertir en tales y cuales obras, o aprovechar determinados eventos para pasear en familia.
IdZ Mayo
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LA BALA NO MATA SINO EL DESTINO. UNA CRÓNICA DE LA INSURRECCIÓN POPULAR DE 1952 EN BOLIVIA, de Mario Murillo
La Paz, Plural, 2012.
Daniel Lencina
Este pequeño volumen que ofrece Mario Murillo es a la vez intenso y apasionante; es una crónica de la revolución boliviana de 1952, de los tres días que duran los combates de aquel abril revolucionario, entre el día 9 en que se produce el estallido y el 11 en que se asegura la victoria de los insurrectos. El autor hace una crítica en torno a la bibliografía sobre la revolución del ‘52: por un lado, a la visión que reduce los hechos a sus resultantes, manteniendo especial énfasis en el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) y sobre todo en sus líderes; y por otra parte, a una serie de interpretaciones ambiguas que ofrecen un “significado nunca fijo de esos sucesos”. De esta manera, el autor propone que “esta reconstrucción de la insurrección popular de abril de 1952, una crónica de aquellos sucesos, tiene como base los testimonios de personas que los vivieron de manera directa”. Luego de algunas aclaraciones metodológicas, el trabajo se va introduciendo en el “núcleo duro” del mismo. En el capítulo “Cuatro batallas y una victoria” se ofrece una reconstrucción detallada, multidimensional, de los días de la insurrección. Contrastando varios reporteados, se reconstruye que los combates en La Paz se iniciaron en horas de la madrugada el día 9 y que duraron todo el día en las inmediaciones del barrio Miraflores, donde hoy se encuentra el estadio de futbol Hernando Siles. Por otra parte es un lugar estratégico porque muy cerca se encuentra el Palacio Quemado (casa de gobierno). Los insurrectos ganan este combate, y trepando el cerro Laikakota toman el Estado Mayor, asegurándose armas y apresando a los militares. En Villa Victoria, que era un barrio obrero fabril (se encontraban allí las fábricas más grandes y combativas), es donde se librará la segunda batalla. Muchos obreros de este barrio fueron partícipes de la Guerra del Chaco con el Paraguay, por lo que se distinguían en el manejo de armas. Los entrevistados notan que los obreros que habían participado de esa guerra son los mejores en su puntería, en asestarles golpes certeros a los militares, y que además actúan como líderes naturales del levantamiento. En la retaguardia del barrio obrero un testimonio recuerda
que “habían muchas mujeres, vecinas, que se organizaban para ir detrás de ellos, con medicamentos, comida, refrescos para ayudarlos y apoyarlos”. En este barrio, al conocerlo, los obreros maniobran de la mejor manera; obteniendo posiciones defensivas y ofensivas en una clara guerra de guerrillas, van asestando el segundo golpe mortal al Ejército que ya se repliega en la Base Aérea de El Alto. En este momento se pliegan a la lucha los mineros de Milluni. Reunidos en asamblea votan marchar a pie a la ciudad de La Paz ubicada a 32 km. Se dividen en dos grandes grupos: uno baja hacia Villa Victoria y otro se dirige hacia El Alto a confluir con los campesinos. Llegan el 10 de abril a la madrugada, aportan dinamita y combatividad, aumentando la moral general de los contingentes obreros. Como primer acción se proponen tomar el Polvorín cerca de la Terminal. Mineros y fabriles cercan el lugar a dinamitazos y se apoderan del armamento pesado del Ejército. Los insurrectos parten desde Villa Victoria y el Cementerio para subir hacia El Alto a tomar la Base Aérea; escalan los cerros en un “movimiento de pinzas”. Así lo recuerda uno de sus protagonistas: … la subida no hemos ido directo, hemos ido del Cementerio hacia la izquierda hacia el Faro de Murillo, por donde hay ese camino, Llojeta, hemos ido a ese lado, por medio de barrancos hemos subido casi a lo que es ahora Satélite y los otros estaban de este otro lado, entonces hemos ido avanzando así [hace un movimiento de tenazas que se intentaban juntar en la zona de la Fuerza Aérea], era como cosa de película. Este acto “de película” da lugar a la batalla de El Alto: claramente favorable a los insurrectos que bajan a la ciudad de La Paz, victoriosos, en medio del fervor popular que ofrece refrescos y frutas a los combatientes. Mientras tanto, en Oruro, el regimiento Camacho del ejército será rodeado por los civiles y una vez más aquí también aparecen los mineros de San José, armados de dinamita, para asediar la posición hasta que logran quebrarla, partiendo a la fuga los soldados en desbande. Allí son apresados los pocos que quedan dentro del regimiento y el suboficial a cargo, que son colgados de un pino. Pero en Oruro habrá mas combates dentro de la ciudad. Los regimientos de distintos puntos del país pasan por allí para aplastar el levantamiento, pero son emboscados por los trabajadores y vencidos en su propio terreno, apostados en las calles, en cada esquina. La indignación popular empujaba a estos militares vencidos hacia una muerte segura (ya estaban preparados para colgar a los oficiales), pero la aparición del obispo lo impidió: con la
excusa de “confesarlos” maniobro y logró que los lleven presos a La Paz. Así, se impone una victoria aplastante sobre las fuerzas represivas representantes del régimen oligárquico conocido como “la rosca”. Como decíamos más arriba, el autor critica la bibliografía sobre el tema, pero llamativamente no menciona el aporte de Guillermo Lora y el POR (a lo que bien podría sumarse también el clásico Bolivia: la revolucion derrotada, de Liborio Justo). Cuando explica el triunfo del levantamiento, enfatiza como antecedente –casi exclusivo– a la Guerra del Chaco con el Paraguay (1932-1935). En ningún momento menciona las Tesis de Pulacayo; una omisión importante, porque tal documento moldeó a la vanguardia minera en los principios de clase y revolucionarios (desde 1946), sin los cuales es difícil comprender los días de abril. De esta manera el autor practica un reduccionismo al aspecto predominantemente militar. Por otro lado, hace un reconocimiento formal del marxismo cuando dice “la lectura marxista acierta en constatar que la insurrección como tal fue llevada a buen término por el proletariado boliviano”, para luego decir que “con dificultades se encuentra el materialismo dialéctico en Bolivia, un país donde las categorías socioeconómicas no están mínimamente delimitadas como deberían en un Estado moderno industrial preparado para ser escenario de una revolución marxista”. Sin embargo, para los marxistas, lo que explica el triunfo de la revolución proletaria “como tal” en Bolivia es el desarrollo desigual y combinado, categoría dialéctica elaborada por León Trotsky para explicar cómo un país atrasado como la Rusia zarista de 1917 pudo establecer un gobierno obrero y campesino, basado en los consejos de autodeterminación de las masas. Más allá de estas observaciones, nos parece que el libro de Murillo es sin dudas un aporte a la bibliografía sobre la revolución boliviana. Mucho mas aún, tiene el mérito de llenar esas páginas con vivos y apasionantes testimonios. Sería extraño, para cualquiera que no conozca esta historia, el recorrido hoy por las callecitas de Huanuni (distrito minero); observar los retratos de León Trotsky, o frases prolijamente pintadas en la radio del pueblo como “La liberación de los trabajadores, será obra de los trabajadores mismos-Karl Marx”, o ver en la cúspide de la fachada del edificio de la Central Obrera Departamental de Oruro al retrato de Marx, Lenin y Trotsky, y decenas de imágenes y monumentos en el país con el minero levantando el fusil, rompiendo cadenas, desafiante. Esas son las raíces que se hunden en la historia de una de las revoluciones más impresionantes del mundo y de Latinoamérica.
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