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27 marzo 2016
SINCERAMIENTO PRO 100 días de ajuste y entrega
Opinan: Christian Castillo, Myriam Bregman, Roberto Gargarella, Sergio Morresi, Paula Varela, Gastón Gutiérrez, Pablo Anino, Lucía Ortega y Daniel Satur
TRUMP Y SANDERS: LOS OUTSIDERS EN LAS PRIMARIAS DE EE. UU. Celeste Murillo, Juan A. Gallardo y Claudia Cinatti
ESCRIBIR GENUINA Y FURIOSAMENTE Entrevista a Samanta Schweblin
DE LA REVOLUCIÓN ARTÍSTICA AL ARTE REVOLUCIONARIO Eduardo Grüner
precio $45
ideas izquierda Revista de Política y Cultura
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IDEAS DE IZQUIERDA
SUMARIO
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100 DÍAS
UN PROTOCOLO PARA BLINDAR EL AJUSTE
MACRI Y EL ESPEJISMO DE LA CEOLOGÍA
Christian Castillo
Myriam Bregman
Paula Varela y Gastón Gutiérrez
EN LOS TÉRMINOS DEL PROTOCOLO, EL ESTADO ES “CRIMINAL”
FABRICADOS PARA GANAR Entrevista a Sergio Morresi
Roberto Gargarella
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ENTRE EL SUEÑO ETERNO Y EL PANTANO DE LO REAL
UN GRAN CAMBIO PARA LA GRAN CONTINUIDAD
Dictadura, empresarios y el cinismo de Macri
Lucía Ortega y Pablo Anino
Daniel Satur
Gloria Pagés y Azul Picón
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LA INSATISFACCIÓN JUVENIL Y EL FENÓMENO BERNIE SANDERS
DONALD TRUMP Y LA CRISIS DEL BIPARTIDISMO ESTADOUNIDENSE
EL OCASO DE LA ILUSIÓN DECOLONIAL
Celeste Murillo y Juan Andrés Gallardo
Claudia Cinatti
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Javo Ferreira
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EL CAPITALISMO GLOBAL COMO CONSTRUCCIÓN IMPERIAL
RESCATANDO EL LEGADO DE VIGOTSKY
ESCRIBIR GENUINA Y FURIOSAMENTE
Juan Duarte
Entrevista a Samanta Schweblin
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DE LA REVOLUCIÓN ARTÍSTICA AL ARTE REVOLUCIONARIO
EL CLASISMO INCONCLUSO
ARGUMENTOS NO-CREATIVOS
Eduardo Grüner
Fernando Aiziczon
Ariane Díaz
Esteban Mercatante
STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri, Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Fernando Castellá, Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Lucía Ortega, Azul Picón, Fernando Rosso, Letizia Valeiras. COLABORAN EN ESTE NÚMERO Myriam Bregman, Roberto Gargarella, Sergio Morresi, Samanta Schweblin, Pablo Anino, Daniel Satur, Gloria Pagés, Juan Andrés Gallardo, Claudia Cinatti, Javo Ferreira.
EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo, Gloria Grinberg. PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com / Facebook: ideas.deizquierda Twitter: @ideasizquierda
Ilustración de tapa: Natalia Rizzo
www.ideasdeizquierda.org Entre Ríos 140 5° A - C.A.B.A. | CP: 1079 - 4372-0590 Distribuye en CABA y GBA Distriloberto - www.distriloberto.com.ar Sin Fin - distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.
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100 DÍAS Christian Castillo Consejo Editorial.
Cuando este artículo esté impreso se estarán por cumplir los primeros cien días de gobierno macrista, el plazo que arbitrariamente algunos analistas juzgan de “luna de miel” con el que cuenta un mandatario recién electo. También estarán por cumplirse los 40 años del golpe genocida orquestado por la gran patronal con el auspicio del imperialismo norteamericano, con el objetivo de cerrar la etapa revolucionaria abierta en mayo de 1969 con el Cordobazo. Ese día estará en el país Barack Obama, quien después de visitar Cuba vendrá a dar un espaldarazo al gobierno de Cambiemos, motivo por el cual las demandas antiimperialistas serán uno de los ejes en las movilizaciones del 24 de marzo.
Un discurso cargado de cinismo El discurso que dio Macri ante la Asamblea Legislativa abriendo el período ordinario de sesiones en el Congreso (poco después de sufrir el desplante del Papa Francisco en su visita a Roma1) estuvo rodeado de todo tipo de especulaciones y de reclamos para que sea el puntapié inicial del “relato” macrista. Amén del aspecto papelonero que fue leer dos veces la misma parte referida al pago a los fondos buitre (¡nada más y nada menos!), la intervención de Macri se caracterizó por su alto grado de cinismo. Todas las referencias a la “herencia K”, que ocuparon más o menos la mitad del tiempo del discurso, fueron hechas en función de tratar de avalar el ajuste contra los trabajadores. Pero si hay una “herencia”, es la que venía recayendo sobre las espaldas de los trabajadores y el pueblo, por el agotamiento del “modelo”, la inflación y un ajuste que ya estaba en curso.
Macri justificó los miles de despidos en el Estado, anticipando para buen entendedor que se van a incrementar. Mintió directamente cuando se refirió a la suba del mínimo no imponible, ya que con la medida que tomó son más los trabajadores y jubilados los que lo terminarán pagando. Y su mención a los 40 años del golpe fue una clara provocación viniendo de un miembro del clan empresario que durante la dictadura genocida pasó de controlar 7 a 47 empresas y que fue parte de quienes estatizaron en forma ilegal su deuda privada, como consta en el fallo del juez Ballesteros en la causa impulsada por Alejandro Olmos. La prensa venía informando sobre dos supuestas tendencias en el gobierno. La que con Durán Barba a la cabeza recomendaba no tirar “malas ondas” y solo hablar de las “propuestas” y la de quienes sostenían que sin presentar un panorama de cierto desastre no podía encontrarse justificación para los tarifazos, la caída del salario y los despidos. Ganaron los segundos, pero el argumento de la “herencia” (centralmente apuntado a fidelizar a sus propios votantes) tiene fecha de vencimiento y, sobre todo, no es expansivo. A esto debía sumar el problema de mostrar alguna cara “social”, después de tantas medidas favorables a los grandes empresarios. En medio de
tarifazos, suba generalizada de precios y temor por el empleo, la mención de que devolvería el IVA a los productos de la canasta básica a quienes tengan planes sociales dejó gusto a prácticamente nada. A pesar de los elogios interesados de los editorialistas de Clarín y La Nación, imponer el ajuste requiere más que un “relato” cargado de cinismo, sobre todo porque a diferencia de otras ocasiones no hay una situación “catastrófica” (como fueron las hiperfinflaciones o la quiebra económica del 2001) que haga digeribles medidas de este tipo. Esto sin negar que el kirchnerismo, a diferencia de lo que afirman sus defensores, dejó una economía con graves desequilibrios, por los cuales ya había empezado un ajuste.
Todo lo neoliberal que le permite la relación de fuerzas En este período Macri ha dejado sin sustento las ilusiones de quienes preveían, en función del discurso aggiornado de la campaña electoral, que sería una derecha “light”2. Es un gobierno poblado de funcionarios que provienen del capital privado3, que un estudio calcula levemente superior al 70 % entre las representaciones directas e indirectas del capital4. Es un gobierno que en general representa los intereses nucleados en la Asociación Empresaria »
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POLÍTICA
Argentina (AEA), que agrupa a 41 de las principales empresas de la cúpula empresarial5, a lo que hay que agregar el peso de otros sectores de la banca, de la Sociedad Rural y de CRA y de las grandes constructoras a las que pertenece la propia familia presidencial6. Más compleja es la relación con la Unión Industrial Argentina, donde si bien los exportadores se han beneficiado, hay sectores burgueses no monopólicos que se desarrollaron durante el ciclo kirchnerista y que hoy se ven perjudicados por las primeras medidas del gobierno. Macri evitó llamar a sesiones extraordinarias del Congreso en el verano y por decretos y resoluciones ministeriales tomó medidas que beneficiaron a las grandes patronales atacando las condiciones de vida del pueblo trabajador, junto con otras que apuntan al fortalecimiento represivo del Estado, como la emergencia en seguridad y el anticonstitucional “protocolo antiprotestas”. La primera medida tomada fue la devaluación, inicialmente de un 40 % pero que luego fue escalando hasta un 60 %, tocando ya casi los $ 16 por dólar. Junto con la quita total de retenciones a las exportaciones agrarias, con excepción de la soja que recibió una baja del 5 %, la devaluación favoreció a las patronales agrarias y a las cerealeras exportadoras, significando una transferencia de ingresos de $ 120 mil millones al año. Las empresas de energía eléctrica, que recibieron subsidios millonarios bajo el kirchnerismo sin invertir un solo peso, fueron favorecidas con un brutal tarifazo. A las multinacionales mineras, también mimadas en la era K, se les sacaron las retenciones existentes. Mediante la suba de tasas a niveles superiores al 30 % anual y el fin de los encajes se favoreció una bicicleta financiera difícil de encontrar en otros lugares del mundo, donde priman incluso las “tasas negativas”, como en los países de la zona euro. Por su parte, las petroleras se aseguraron subsidios millonarios de la mano del Ministro de Energía, el ex CEO de Shell, Juan José Aranguren. También convalidó el pago de la operación de venta de dólares a futuro
realizada por el gobierno anterior, que significará para el Banco Central una pérdida de alrededor de $ 70 mil millones. Y, por el momento, la frutilla del postre de esta enorme cantidad de recursos volcados hacia distintas fracciones del capital dominante, es el acuerdo con los “fondos buitre”, que demandará un endeudamiento de alrededor de 15 mil millones de dólares7, de ser aprobadas la derogación de la ley “cerrojo” y la ley de “pago soberano”, que les garantiza a estos fondos una ganancia de un ¡1.000 %! Con esto esperan lanzar un ciclo de endeudamiento con el cual evitar un salto aún mayor en los niveles de “ajuste” que reclama parte del “mainstream” neoliberal de los economistas. Lo que los lleva a intentar este “rodeo” no es otra cosa que la relación de fuerzas (que también determinó al gobierno anterior con otras condiciones nacionales e internacionales) que Macri tendrá que revertir para consolidar un salto en la tasa de explotación de la clase trabajadora. Estas medidas vinieron acompañadas de un primer ciclo de despidos en los distintos niveles del Estado (se calcula al menos unos 25 mil, número que algunas estimaciones elevan a 55 mil) y en el sector privado, fenómeno que está en pleno desarrollo, pero que según la estimación de la consultora Tendencias Económicas, ya suma nada menos que 110 mil despidos entres ector público y privado, algo que posiblemente se agravará en el curso del primer semestre. La devaluación aceleró la suba de precios, al contrario de lo que afirmaban en campaña tanto Alfonso Prat Gay como Rogelio Frigerio, hoy ministros de Hacienda y Finanzas y del Interior respectivamente. El combo de devaluación, suba de tarifas y apertura de importaciones está generando el cierre o reconversión de numerosas empresas de tamaño medio, a lo que debemos sumar las suspensiones y despidos en empresas líderes vinculadas a la siderurgia, producto de la crisis petrolera y de la caída de la industria automotriz, provocada esta última por una combinación entre la caída
del consumo doméstico y la continuidad en la baja de la economía de Brasil, destino principal de las exportaciones del sector. La propia apuesta gubernamental para frenar la inflación es el incremento de la recesión, lo cual agravará el problema de pérdida de empleo. Según todas las encuestas, inflación y desempleo ya se encuentran entre las primeras preocupaciones de la población8, que crecientemente considera que el de Cambiemos es “un gobierno de y para los ricos”, según muestran diversas mediciones9. Pero, a pesar de todas estas medidas claramente “market friendly”, con la probable excepción de endeudamiento para obras de infraestructura, no se avizora qué elemento puede actuar como dinamizador del ciclo económico en un contexto de recesión mundial generalizada y nuevos temblores en los grandes bancos. Limitado con el ajuste el consumo interno, más allá de los buenos deseos de los gobiernos imperialistas, no parece haber un flujo de capital internacional dispuesto a realizar inversiones de envergadura como, por ejemplo, consiguió Menem con el gran negociado que fueron las privatizaciones. De ahí la posibilidad de que todo esto no sea una suerte de “cuadratura del círculo”, a lo que hay que agregar la dificultad que significa el aumento de endeudamiento en el marco de reservas relativamente bajas10. Más aún, el propio efecto de la devaluación se licuaría si la inflación no logra ser contenida con la recesión, igual que le pasó a Kicillof en 2014.
El peronismo en estado deliberativo El ajuste en curso no podría implementarse sin la colaboración del peronismo político y sindical. Cinco gobernadores alentaron la ruptura del bloque del Frente Para la Victoria en la Cámara de Diputados encabezada por Diego Bossio y Oscar Romero, este último directivo del SMATA, que tuvo también el auspicio de otros sectores de la burocracia sindical, como Omar Viviani del gremio de taxistas. El resto también aplica ajustes en sus provincias y solo discute
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“el precio” para apoyar las principales medidas del gobierno. El mismo 1 de marzo, cuando Macri daba su discurso en el Congreso, tanto Alicia Kirchner en Santa Cruz como Rosana Bertone en Tierra del Fuego enfrentaban fuertes protestas de estatales y docentes. Dos días después Claudia Zamora, la gobernadora de Santiago del Estero, reprimía a los docentes de esa provincia, que tienen el salario básico más bajo del país. La piedra de toque va a ser sin duda la votación de las leyes para convalidar el acuerdo con los fondos buitre, cuyo tratamiento comenzaría en Diputados pero que es imposible de aprobar sin el apoyo del bloque del FPV en el Senado. Las tres CGT (las que encabezan Moyano, Caló y Barrionuevo), en proceso de unificación, solo se quejan por el impuesto a las ganancias, y no dicen palabra de los despidos ni del ataque al salario. Por su parte, si no los marginan en los cargos (cuestión que no está dicha) La Cámpora y otros sectores de lo que la prensa llama el “kirchnerismo duro” están dispuestos a aceptar a José Luis Gioja como presidente del PJ, un hombre de la Barrick Gold que auspició la quita de las retenciones a la minería multinacional junto con su sucesor en la gobernación de San Juan, Sergio Uñac (aunque amenazaban con rivalizar en la interna del PJ con Jorge Capitanich, otro “feudal de izquierda”). Si la mayoría del peronismo practica la colaboración abierta con el nuevo gobierno (compitiendo en esto con el Frente Renovador de Sergio Massa) los autoidentificados como kirchneristas protagonizan una resistencia meramente verbal o simbólica, preocupados muchos de ellos más que nada porque no avancen los procesos judiciales que el macrismo empuja para tenerlos condicionados.
Izquierda El Frente de Izquierda tiene a la vez una gran oportunidad y un gran desafío. La clase trabajadora muestra voluntad de resistir los despidos, como en el sector público expresó el paro y manifestación convocados por ATE el 24 de
febrero, y en diversos conflictos parciales. Muchos trabajadores y jóvenes que tenían expectativas en el kirchnerismo están viendo cómo los dirigentes del FPV se amoldan a la nueva situación y predican el colaboracionismo con el gobierno derechista o no pasan de la retórica. Del otro lado, los referentes y militantes del Frente de Izquierda, con Nicolás Del Caño y Myriam Bregman (quienes conformaron la fórmula presidencial del FIT) se han puesto a la cabeza del enfrentamiento al ajuste macrista y de los gobiernos provinciales tanto de Cambiemos como del FPV. Con una presencia acrecentada en el Congreso Nacional y en varias legislaturas provinciales, con un peso importante entre los trabajadores, en el movimiento de mujeres y en el movimiento estudiantil, ...el FIT se instaló como una voz en la escena política, que hace escuchar sus posiciones ante cada hecho político de relevancia: así fue con el rechazo al temprano “decretismo” de Mauricio Macri, ante los despidos masivos en el Estado o contra el llamado “protocolo antipiquetes”11.
El destino de la izquierda está en proponerse encabezar la resistencia de los trabajadores, ayudando a crear las condiciones para derrotar el ajuste. Y, en este proceso, incorporar a la militancia activa a muchos de quienes han votado y consideran al FIT como única alternativa. Manos a la obra.
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3. Ver Christian Castillo, “El gobierno de los CEO, el ‘decisionismo’ macrista y los desafíos de la izquierda”, en Estrategia Internacional 29, enero 2016. 4. Ver “La naturaleza política y económica de la Alianza Cambiemos”, Documento de Trabajo 15, CIFRA-FLACSO, febrero 2016. 5. Aceitera General Deheza; Arcor; Bagó; Banco Santander Río; Bayer; BGH; Cartellone; Cencosud; Citibank; Clarin; Control Union Argentina; Coto; Dow Argentina; Droguería del Sur; Endesa; Estrada; Estrada Agropecuaria S.A.; Fiat Argentina; Grimoldi; Grupo Miguens; IBM Argentina; IRSA; La Anónima; La Mercantil Andina Seguros; La Nación; Los Grobo; Mastellone; Medicus; OSDE; Peugeot Citroën Argentina; PricewaterhouseCoopers; Quickfood; RIMSA; Roemmers; Roggio; San Jorge Emprendimientos; Sidus; Southern Cross Group; Techint; Telecom; TN & Platex. 6. Esta definición nos parece más precisa que la caracterización del citado estudio de CIFRA-CLACSO, que sostiene que el gobierno representa esencialmente al capital extranjero y más en particular a la banca, en función de la contabilización que realizan de la procedencia de los integrantes del gobierno. Pero no solo las extranjeras, sino que la gran mayoría de las empresas nucleadas en AEA tienen miembros provenientes de ellas entre los funcionarios centrales de los ministerios y secretarías, así como las patronales agrarias. 7. Al momento que terminamos esta nota no se conoce la “letra chica” del acuerdo. 8. Mariel Fornoni de Management & FIT señaló: “El ojo está puesto en la economía, especialmente en la inflación y el desempleo” (AGENHOY, 23-02-2016, http://agenhoy.com.ar/hoy-la-inflacion-es-la-principal-preocupacion-segun-encuesta/) 9. Ver por ejemplo “La Rosada busca disipar la idea de que Macri gobierna para los ricos”, Clarín, 21-022016.
1. Ver Fernando Rosso, “Macri y el papa: la imagen de dos ‘viejos conocidos’”, La Izquierda Diario, 2702-2016. 2. Parte de esto señala la nota, en parte autocrítica, de José Natanson: “Primer balance”, en Le Monde Diplomatique 200, edición Argentina, febrero de 2016.
10. El nucleamiento intelectual que intenta ser para Cambiemos algo así como fue “Carta Abierta” para el kirchnerismo, aunque con una relación menos orgánica, el Club Político Argentino presidido por Vicente Palermo, señala en un documento el peligro del “endeudamiento irresponsable”. Ver Sesenta días del nuevo gobierno. Balance crítico y dilemas futuros, febrero 2016. 11. Fernando Rosso, “El FIT ante el gobierno de Macri”, en El Estadista 137.
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política
Un protocolo para blindar el ajuste Myriam Bregman Diputada nacional del PTS-FIT. Abogada querellante en numerosas causas de lesa humanidad. A poco de asumido Mauricio Macri, su ministra de Seguridad Patricia Bullrich dictó un “protocolo de actuación de las fuerzas de seguridad del Estado en manifestaciones públicas” donde, al revés de lo que indicaría su denominación, se deja manos libres a las fuerzas de seguridad para buscar el cercenamiento y la represión de la protesta social. Constituye un temprano intento de blindaje para su gobierno, pues este protocolo se inscribe en el marco de medidas políticas y económicas abierta y descaradamente pro empresarias, que demuestran que están dispuestos, para imponer un ajuste brutal, a terminar con todas las concesiones y “relatos” que se originaron en la última década como respuesta a la relación de fuerzas que dejó la enorme crisis política abierta a partir de 2001. Para ello, una de las principales cuestiones que se dispone a terminar este gobierno es la legitimidad que ha ganado la protesta social, la manifestación callejera, el corte de rutas como forma de expresión y reclamo, terminar con una “sociedad civil movilizada” como lo ha calificado el periodista Mario Wainfeld. Esa “sociedad movilizada” que Cambiemos quiere arrancar de las calles, no es toda la sociedad. Nadie se imagina a Bullrich “sacando en cinco minutos” a las patronales agrarias que en 2008 cortaban rutas, ni persiguiendo a la marcha de los fiscales por la muerte de Nisman a la que de hecho apoyó. Se trata de un sector claramente definido, conformado por aquellos que cuestionen sus políticas antiobreras y antipopulares, trabajadores despedidos o atacados, la izquierda, los que luchan contra la megaminería, la represión y la impunidad, etc. Por eso, incluso desde el punto de vista jurídico –y prontamente se demostrará en la realidad– esta política refleja la aplicación de un verdadero “derecho penal de autor” donde lo que se juzga y reprime no es una conducta o un hecho objetivo sino que solamente se lo castiga cuando obedece a ciertos reclamos o manifestaciones políticas o sociales.
En el origen, Onganía Así como para someter al país a los designios de Thomas Griesa y sus fallos dictados en Estados Unidos, imponiendo el pago de la usuraria deuda externa, se utilizan normas que tienen su origen en el gobierno de facto del General Juan Carlos Onganía con sus decretos sobre la prórroga de jurisdicción y la renuncia de la inmunidad soberana del Estado1, en esta ocasión se toma como base del protocolo el art. 194 del Código Penal creado por el decreto ley 17.567 de ese entonces.
Fotomontaje: Alan Korell
Ese decreto, a su vez, encuentra antecedentes en un Anteproyecto de Sebastián Soler, procurador de la Nación en la dictadura de 1955. En aquella ocasión se pretendía terminar con los reclamos de los trabajadores ferroviarios. Cuando el General Onganía lo recoge y lo transforma en el decreto ley 17.567 (promulgado el 12/01/1968) lo hace ya cruzado por la amenaza de las luchas obreras y populares de la época con lo cual se pone eje en la interrupción de todas las vías de transporte y en la interrupción de servicios2. Desde la segunda mitad de la década de 1990, cuando la desocupación asolaba el país, el método del “corte ruta” –tal como se lo ha popularizado– se fue convirtiendo en la principal forma de expresión callejera de los trabajadores y los sectores populares. Fue y sigue siendo una herramienta en la lucha contra las consecuencias de las políticas de ajuste, contra decisiones antipopulares de los gobernantes y contra los ataques de las patronales. En la actualidad se encuentran procesados por el art. 194 del Código Penal más de cuatro mil personas, por haber participado de alguna medida de protesta en defensa de intereses del pueblo trabajador. Asimismo, la vaguedad en la redacción del artículo es mayúscula, por lo que ha dado vía libre a interpretaciones manifiestamente arbitrarias y es invocado por las autoridades, jueces y fiscales para criminalizar y justificar los desalojos y represiones en todo el país. En el año 2012, desde el Encuentro Memoria Verdad y Justicia elaboramos un informe que fue entregado a las autoridades así como a la Corte Suprema de Justicia de la Nación. En este se demuestra que: …actualmente existen en nuestro país más de 4.000 personas criminalizadas y judicializadas,
y el número de víctimas asesinadas por luchar desde el año 2001 asciende a más de 70. En la coyuntura actual entendemos que es fundamental insistir en la defensa y reivindicar el legítimo derecho a la protesta, ya que es la base para la preservación de todos los demás derechos. Si este derecho nos falta, todos los demás derechos están en riesgo.
Un protocolo represivo El protocolo de Bullrich es un ataque directo al derecho a la protesta y los derechos elementales que con él se concatenan, el de manifestación, el de reclamar a las autoridades, el de reunión y el de expresión. Si se prohíbe el derecho de protestar todos los demás derechos y conquistas quedan sin su principal herramienta de defensa. Ese ataque se pretende instrumentarlo por una mera resolución ministerial que burla toda la legislación nacional e internacional vigente así como numerosos fallos que con mucha lucha hemos conseguido en los últimos años (ver recuadro). Constituye un importantísimo avance en las atribuciones a las fuerzas de seguridad para reprimir cualquier manifestación social y una mayor criminalización de la misma ya que parte de establecer que toda manifestación constituye un “delito flagrante”, lo que implica que las fuerzas de seguridad deben actuar inmediatamente en su represión. Así se deja en manos de las esas fuerzas establecer cuándo una manifestación pública debe ser permitida o reprimida. Si deciden reprimirla, primero se lleva adelante esa acción y después se da intervención al Ministerio de Seguridad y a la Justicia. Una vez finalizado todo el proceso represivo, recién se les preguntará a los manifestantes los motivos de su protesta.
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También es de una gravedad inusitada que ataca directamente el derecho a la integridad física de las personas que asisten a una manifestación, que el protocolo delegue en cada una de las fuerzas federales y provinciales la facultad de dictar sus propios procedimientos de actuación. Como denunció el CELS, “no prohíbe explícitamente el uso de arma de fuego en las manifestaciones (...) Tampoco impone obligaciones de uso de uniforme, ni de identificación de los policías y de los móviles”. Como no podía ser de otro modo luego de vastas experiencias donde la violencia de las fuerzas represivas quedó expuesta por la audaz acción de los periodistas, el protocolo restringe fuertemente su actuación. Quieren impedir que se repita la experiencia de los casos de Kosteki y Santillán, de Mariano Ferreyra, o más recientemente el bochornoso ejemplo del “gendarme carancho” en las protestas de los trabajadores de Lear. Y aquí es bueno recordar en este punto que tratar a la manifestación como delito flagrante también era el “sueño” de Sergio Berni, lo vimos en las represiones realizadas en la autopista Panamericana durante la lucha de los trabajadores de Lear. Pero después de mucho pelear logramos
que en la Justicia Federal, tanto de San Isidro como de San Martín, se establezca que el accionar de Berni y la Gendarmería Nacional fue completamente ilegal y que los trabajadores y quienes se solidarizaban con ellos, ejercían legalmente y legítimamente el derecho de protesta. Por eso el Protocolo de Bullrich no solo es ilegal sino que viola toda la moderna jurisprudencia al respecto, algo que algunas fuerzas políticas o comunicadores sociales intentan ocultar, diciendo que hay “choque de derechos” o “cortar la calle es ilegal”. Eso será así en sus añoranzas más íntimas, pero la justicia ya resolvió sendas veces lo contrario, no pueden seguir confundiendo deliberadamente a la población. Es falso que se presente una colisión de derechos. Para la aplicación del art. 194 se invoca un genérico “derecho a la circulación”, pero como sabemos, no se puede criminalizar “por fastidio”. Algunos funcionarios y comunicadores llegan a un extremo tal que según su criterio el derecho a la circulación tiene una jerarquía que justificaría los operativos en donde terminaron asesinados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán el 26 de junio de 2002 por “interrumpir el tránsito” en el Puente Pueyrredón o aquel en el que fue asesinado el
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docente Carlos Fuentealba en 2007 en la provincia de Neuquén.
Hay que enfrentar esta política Toda forma de castigar, históricamente, ha tenido un correlato con la organización económica y con la estructura social de un momento dado. Llegado al poder después de la crisis de 2001, el kirchnerismo intentó la reconstrucción del régimen burgués, de algunas de sus instituciones y de su clase política. Acompañando este proceso de reconstrucción también se fue forjando un relato que pretendió ser democratizador y que tuvo un fuerte carga en propagandizar que “no se iba a criminalizar la protesta social”, aunque los hechos fueron demostrando lo contrario. Hoy con fuerzas renovadas la derecha llegó al poder y pretende terminar con todo lo que quede de aquella relación de fuerzas entre las clases. Si Berni no llegó a terminar su trabajo, ellos están dispuestos a hacerlo. Macri y su gobierno de los CEO avanzarán hasta donde la situación lo permita. Está en los trabajadores y el pueblo atacado por sus medidas de ajuste, tarifazos y despidos pelear por poner un freno a ese intento de criminalizar e »
Extractos de los fallos Jurisprudencia y/o doctrina surgida en el marco de la defensa ejercida por el CeProDH a manifestantes en casos de criminalización del derecho a la protesta: “Los reiterados cortes ocurridos en el km 31 de la autopista Panamericana se encontraron amparados en el legítimo ejercicio del derecho de reunión (...) claro está, sin desconocer las molestias ocasionadas a los ciudadanos que circulaban por esa vía, los cuales se pueden asemejar a aquellos que podrían ocasionarse por la repavimentación u obras de ampliación de una ruta o bien por la medida de algún funcionario que, ante un accidente de tránsito, dispone que los vehículos no sean removidos hasta tanto se efectúen las pericias de rigor (...) la conducta de los imputados se encontraba amparada constitucionalmente, por lo que de modo alguno pueden ser alcanzadas por el derecho penal” (causa Chávez y otros s/inf art. 194, resolución de la jueza Sandra Arroyo Salgado). “Existe toda una línea de pensamiento que cree que estos ‘conflictos sociales’ deben ser tratados por el derecho penal (...) Para ello, se utilizan dos vías, una directa, mediante la aplicación de las figuras delictivas previstas para los casos de ocupaciones e interrupciones de las vías de comunicación (ej., art. 194); la otra indirecta, a través de las figuras estructuradas sobre una base de desobediencia o de resistencia a las órdenes de la autoridad. (...) En derecho penal, la teoría del bien jurídico con
contenido y no como un mero valor formal, tiende a evitar la confusión de un bien jurídico del que se ocupa la ley penal con el de la defensa de la disciplina vial. Evita que el intérprete aplique su propio concepto de orden público, sin la más mínima verificación de que las figuras penales que prevé el legislador, en todos los casos, reclaman para su represión que las conductas hayan interferido el orden preestablecido mediante la generación de temor, de intranquilidad pública, y no de mero fastidio porque las cosas y personas están desordenadas. Tal concepto formalista de orden público llevaría al castigo de cualquier organizador de un espectáculo artístico, deportivo, cultural, etc., aun con todos los permisos municipales en regla, en tanto genere un caos descomunal. (...) De ahí que viene observándose que las protestas sociales que únicamente se toman el espacio público para dirigir sus reclamos, para hacerse oír por las autoridades que no han recibido y canalizado sus solicitudes, no debería ser sujeta a medidas tan gravosas e intensas como lo es la acción penal, porque ello conduciría a la criminalización de manifestaciones sociales pacíficas, en contra de los derechos de jerarquía superior como lo son, en una república, la libertad de expresión, de petición y reclamo a las autoridades, de reunión, de asociación, etc. (...) Al interpretar en términos tan generales la norma (que de por sí ya lo es) se torna en totalmente vaga e imprecisa. Es un agujero de punibilidad que no impone
ningún límite al poder punitivo” (Cámara Federal de Casación Penal, dictamen del fiscal Javier De Luca). “En el momento de hacer un balance sobre el derecho de tránsito, por ejemplo, y el derecho de reunión, corresponde tener en cuenta que el derecho a la libertad de expresión no es un derecho más sino, en todo caso, uno de los primeros y más importantes fundamentos de toda la estructura democrática: el socavamiento de la libertad de expresión afecta directamente al nervio principal del sistema democrático (...) Sin lugar a dudas, en el caso en estudio hemos de privilegiar el derecho de los imputados de peticionar ante las autoridades, sobre todo teniendo en cuenta los antecedentes que llevaron a manifestarse: el despido de doscientas personas de la fábrica Lear (...) La protesta, entonces, viene a constituirse muchas veces en el mejor mecanismo sino en el mecanismo que permite a los grupos marginados del proceso político hacer sentir sus demandas. Desde esta óptica, el derecho a protestar constituye una arista preponderante de la libertad política en un Estado democrático (...) Vivir en una sociedad democrática acarrea necesariamente aceptar las molestias de las expresiones públicas de los ciudadanos. No es del todo real la expresión que dice mi derecho termina donde empieza el del otro, ya que los derechos entran en colisión, se rozan y se superponen todo el tiempo” (causa Liparelli y otros s/inf art. 194, resolución de la jueza Alicia Vence).
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política
impedir la protesta. Desde la izquierda ponemos todo nuestro esfuerzo en esta pelea, como lo demostramos este 24 de febrero ante el paro de ATE participando del mismo activamente y denunciando fuertemente este protocolo represivo. 1. Que también, como en el caso de algunos de esos delitos creados por decreto por el General Onganía, van a ser rescatados por el tercer gobierno peronista, luego por la dictadura de 1976 y rigen hasta la actualidad. 2. En su redacción vigente establece “Artículo 194.El que, sin crear una situación de peligro común, impidiere, estorbare o entorpeciere el normal funcionamiento de los transportes por tierra, agua o aire o los servicios públicos de comunicación, de provisión de agua, de electricidad o de sustancias energéticas, será reprimido con prisión de tres meses a dos años”.
Iniciativas del PTS en el FIT Cumpliendo con nuestro compromiso de convertir cada banca conquistada por el FIT en una herramienta de amplificación de nuestras denuncias y de punto de apoyo para la movilización extraparlamentaria, presentamos dos proyectos que han logrado a su vez un importante número de firmas y acompañamientos. Por una parte, presentamos un proyecto para terminar con la actual redacción del art. 194 del Código Penal y establecer que no se podrá aplicar para la criminalización a la protesta: “Se excluye del presente toda acción de manifestación social destinada a reivindicar, reclamar, protestar y/o peticionar sobre derechos y garantías, derechos humanos, económicos, sociales, políticos, laborales, gremiales, culturales, estudiantiles, ambientales, de usuarios de los servicios públicos, de los pueblos originarios, de salud, educación, vivienda, justicia, género e identidad sexual, actos que de ninguna manera podrán ser encuadrados en el presente tipo”. A su vez, presentamos un proyecto de resolución en el cual proponemos: “Rechazar y repudiar enérgicamente la Resolución del Ministerio de Seguridad de la Nación en la que se publica un “Protocolo de actuación de las fuerzas de seguridad del Estado en manifestaciones públicas “, por ser abiertamente ilegítimo e ilegal. También impulsamos otra importantísima iniciativa que sigue sumando apoyos: una solicitada impulsada por el Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (CeProDH) con las firmas de Abuelas de Plaza de Mayo; Chicha Mariani y Elsa Pavón, Adolfo Pérez Esquivel y madres de Plaza de Mayo como Nora Cortiñas y Mirta Baravalle y Madres de La Rioja y de Neuquén y el Alto Valle. Adhirieron la mayoría de los organismos de derechos humanos del país.
En los términos del Protocolo, el Estado es “criminal” Roberto Gargarella Sociólogo, Doctor en Derecho, profesor de la Escuela de Derecho de la UTDT y de la UBA.
La situación de la que venimos, en materia de protesta social, es muy preocupante, y requería de una reflexión colectiva, muy diferente y mejor de la que tenemos hoy. ¿De dónde venimos? Venimos, en primer lugar, de una comunidad con tradición militante, y con fuerzas suficientes como para ponerse de pie, quejarse y marchar: lo ha hecho siempre, aún durante la dictadura, cualquiera sea el momento. Venimos del desguace del Estado, en los 90, que llevó a los primeros piqueteros a ensayar por primera vez con intensidad el corte de rutas, como forma de ser escuchados. Venimos del 2001, cuando la ciudadanía salió masivamente a las calles para obtener cambios radicales en la política diaria tanto como en el largo plazo, y que luego no obtuvo. Venimos del kirchnerismo, que practicó en la materia, también, una política marcada por la hipocresía y la mentira: gritos orgullosos a favor de “un gobierno que no reprime”, que llegaban desde la militancia acomodada, y que servían para encubrir los gritos de los obreros, que eran los que recibían las balas: obreros de Lear, Kraft, Pepsico y Donnelley, entre tantos otros. Esa hipocresía es la que tuvo su punto cúlmine en la muerte de Mariano Ferreyra, en donde nunca se investigó ni condenó a los principales responsables (el Presidente de entonces, junto al Ministro del Interior que daba las órdenes de liberación a la policía, hasta el Ministro de Trabajo, a las carcajadas con el principal imputado, apenas después del crimen), que quedaron escondidos detrás del árbol Pedraza. Venimos, también, de una práctica repetida y cansada, sobre la estrategia de cortes de ruta, que ha hartado a la parte más acomodada de la ciudadanía, y que nos llevaba a preguntarnos acerca de cómo se sigue con esto. Podía resultar razonable, entonces, hablar del tema: ¿cómo seguir pensando sobre la protesta? Pero el tema debía ser hablado a la luz de un contexto como el antedicho, y no bajo la ausencia de historia, no como si todo lo anterior no hubiera existido. Entonces, en el reciente Protocolo de Actuación de las Fuerzas de Seguridad del Estado en Manifestaciones Públicas, impuesto por el Consejo de Seguridad Interior, todo parece errado. En primer lugar, en términos procedimentales y democráticos, hay un error porque una cuestión que cruza a sectores muy diversos (ricos y pobres, empleados y desempleados, fuerzas policiales y grupos sindicales, partidos políticos y organizaciones no gubernamentales, etc.), no merecía ser tratada sólo por unos pocos. Tampoco se soluciona el tema invitando al resto a decir lo que quiera (“acérquennos sus propuestas”):
las voces hoy ausentes eran las imprescindibles, las necesarias, las que debían salir a buscarse, para evitar errores, falta de información y sesgos en la materia. Como eso es lo que no se hizo, lo que terminó resultando entonces fueron esos errores, desinformaciones y sesgos, que podían anticiparse y que debían haberse evitado. En segundo lugar, en términos institucionales encontramos otro gran error: y es que el Protocolo no debió discutirse sin plantear al mismo tiempo otros temas. Uno, fundamental, es el relacionado con la cuestión institucional: en la enorme mayoría de los casos (lo fue así, claramente, desde antes del 2001), los manifestantes protestan en la calle, porque reconocen que el sistema institucional no les responde. El pueblo sale a cortar calles, como lo hiciera desde hace décadas, porque golpea la puerta de sus representantes y de sus jueces, y encuentra silencio, hostilidad o sino, directamente, procesamientos. Es obvio entonces: si las autoridades de turno clausuran o ilegalizan todos los canales institucionales, resulta simplemente natural que los que protestan opten por reconducir sus quejas a través de vías extra-institucionales o extralegales. No es sorpresa, sino una construcción propia del poder que ahora aparece perplejo. En tercer lugar, en términos jurídicos y constitucionales, el error también es mayúsculo: el Protocolo tampoco debió discutirse sin tratar al mismo tiempo las violaciones graves en que viene incurriendo el Estado, desde hace décadas. El Estado incumple uno a uno los derechos sociales, económicos y culturales que se ha auto-obligado a cumplir, a través de una exigente Constitución. Mientras la Constitución de 1994 esté en vigencia, él no tiene otra opción sino la de garantizar esos derechos. Y si no lo hace, se encuentra en falta constitucional gravísima. Contra esta indicación, en el Protocolo trata inmediatamente a los que protestan como “delincuentes”, porque –se supone– ellos al cortar la calle, violan la ley. Pero en estos términos, que son los mismos del Protocolo, el Estado es “criminal”, por las violaciones masivas, sistemáticas y graves de derechos, que comete regularmente. Parece claro: no son estos los modos, los tiempos, ni los términos en que mereció plantearse la discusión sobre la protesta. Finalmente, entonces, no estamos aquí frente a la simple bobada de “tu derecho contra el mío” (tu expresión contra mi derecho al tránsito). Todo es más complejo: son diversos los derechos afectados (sociales y laborales en primer lugar): es el Estado y no los manifestantes el primer violador de derechos; y es responsabilidad institucional más que social, la ausencia de canales de queja y responsabilización de los representantes. Discutamos entonces sobre la protesta, y hablemos entonces de todo aquello sobre lo que corresponde hablar.
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Macri y el espejismo de la ceología Paula Varela Politóloga, docente de la UBA. Gastón Gutiérrez Comité de redacción.
Macri hizo campaña electoral con la infantería de las ONG pero terminó gobernando con los tanques de los CEO. Devaluación, inflación y despidos son las nuevas palabras del relato que Macri enunció, deletreó o balbuceó, para explicar por qué la “catástrofe kirchnerista” dejó cuentas que no cierran sin ajuste1. La táctica electoral duranbarbista dio paso a la estrategia de los grandes monopolios y, en ese giro, el lugar de los CEO no es simple venalidad.
Vocación de servicio Beatriz Sarlo señaló que Macri y su gobierno tienen un “vacío simbólico” que lo despoja, por ahora, de un relato2. Otros quisieron ver en el discurso de apertura de la Asamblea Legislativa el comienzo de reversión de ese vacío: los liberales como recurso necesario para justificar las medidas más impopulares, los kirchneristas como invención de una catástrofe que no sucedió para poder justificar un ajuste innecesario. Sin embargo, la argamasa más profunda del nuevo relato en ciernes reside en la ideología que Marcos Peña (perdón, “y equipo”) utilizan en la comunicación del nuevo gobierno. Ésta se despliega en las redes sociales y los grandes medios, pero tiene su materialidad en el peso desorbitado de gerentes y representantes directos del capital en los principales puestos de gobierno. La idea es simple: nadie mejor que ellos
Fotomontaje: Juan Atacho
para transmitir un nuevo ethos que anuncia la era de la “modernización del Estado” basada en una administración racional del erario público. Aunque la descripción de tal empresa fue más bien pobre: un dudoso combo de algunos documentos on-line por venir y muchos despidos que ya llegaron, la transformación del “Estado de los parásitos” en el “Estado de los gestores” es el nervio ideológico principal del nuevo gobierno. Este nervio permite leer dos cosas que exceden al propio PRO (y mucho más a Marquitos). En primer lugar, la persistencia subterránea de la crisis de las castas políticas de los partidos tradicionales que el kirchnerismo vino a suturar post 2001 a fuerza de estatalismo. En segundo lugar, la fragilidad de esa sutura que hace que hoy, 15 años después, vuelva a aparecer bajo la forma del hastío de los parásitos que viven del Estado. El PRO es el intento de sutura por derecha de la crisis de las castas políticas y su relato es el de la modernización de los expertos en gestión. Así lo exaltó La Nación en su habitual sermoneo editorial: Con su equipo de fogueados administradores –que, además, son llamativamente jóvenes– el presidente de la Nación está poniendo en práctica una nueva forma de gestionar el Estado. Una forma donde los funcionarios no se servirán de él, sino que entregarán lo mejor de sus
experiencias profesionales para mejorar la vida de los argentinos. Aunque, al hacerlo, empeoren las propias3.
Hermosa transmutación en la que los CEO se parecen mucho más a los voluntarios desinteresados de una ONG que a los representantes de las empresas y con ellas, de su impiedad (como lo sabe cualquiera que vea el personaje de Echarri en La Leona). Hermosa síntesis entre la eficacia de los CEO y el voluntariado de las ONG. Si en el relato kirchnerista la defensa de que los empresarios “se la lleven en pala” venía por el lado de concebir un Estado árbitro que los humanizaba con su regulación (y con los recursos del viento de cola), en el relato macrista la defensa de la pala para la misma clase (aunque no necesariamente para los mismos sectores en su interior) viene por el lado de concebir un empresariado cuyos gerentes (no se sabe bien por qué) dejan de defender intereses particulares y pasa a defender los generales. Hay que reconocer que si aquello exigía ya una profesión de fe (sino pregúntele a los trabajadores de Lear cómo humanizó el Estado a los intereses de la multinacional yankee), esto es un salto que ya exige el fundamentalismo. No se conoce, hasta ahora, que la modernización haya empeorado la vida de algún sacrificado CEO; lo que sí se sabe es que en escasos tres meses ya empeoró »
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política
la vida de más de 20 mil despedidos en el sector público a fuerza de resoluciones ministeriales.
Los superamigos En “¿Por qué triunfó la rebelión de los CEO?” decíamos: El PRO y su impronta de team leaders pragmáticos es un doble vehículo: de configuración de una nueva casta gerencial del Estado, y de un copamiento directo por las multinacionales del poder ejecutivo. A tal punto eso se volvió evidente en los nombres del gabinete, que Clarín se vio obligado a preguntarle a Peña si no habría “conflicto de intereses” entre los ministros y sus cargos (o sea, entre el interés privado y el “general”). Estos dos problemas llevan a un tercero: la necesidad de aplicar un ofensivo programa de clase4.
Tres meses después, la relación indisociable entre casta gerencial del Estado y multinacionales roza lo obsceno. En un estudio reciente de CIFRA se aportan datos acerca de la trayectoria educativa y laboral de los principales cuadros gubernamentales. Concluyen que bancos transnacionales, producción y refinación de hidrocarburos y servicios (telefónicas, electricidad e informaciones) constituyen las actividades con mayor cantidad de funcionarios5. Alejandro Bercovich señaló en la revista Crisis: ...la fidelidad de los alfiles corporate es, ante todo, con la organización que los convirtió en lo que son. Y la de los empresarios que ponen en riesgo su propio capital, con ese capital que también preserva su lugar privilegiado en la sociedad6.
Efectivamente, la casta de los CEO está incapacitada de afectar aunque sea mínimamente las ganancias de los mundos empresarios a los que pertenecen. ¿O alguien puede pensar que Buryaile (CRA y ex Mesa de Enlace) podría sostener un aumento de las retenciones a la soja?, ¿acaso Aranguren, que empezó como becario en Shell en el lejano 1977, pudiera aunque sea coquetear con tocar la renta petrolera?, y Pancho Cabrera, que fue “expropiado” de su negocio de AFJP, ¿sentirá aflicción por las miserias del sistema provisional? La Argentina “atendida por sus propios dueños”, como popularizamos en nuestras denuncias desde la izquierda, se ha mostrado prístinamente en estos meses. Y el “conflicto de intereses” que trae ya evidenció un tendal de negocios y beneficios “particulares” que se proponen la (no sencilla) tarea de dejar chiquito el “capitalismo de amigos” kirchnerista. He aquí algunos casos del “capitalismo de superamigos” macrista: Buryaile y la exponencial baja de las retenciones para el agropower, Gustavo Lopetegui (ex CEO de LAN) y el ajuste
del presupuesto de Aerolíneas Argentinas (con los preanuncios de despidos masivos), el secretario de comercio Braun (de supermercados La Anónima) y el alza incontrolada de los precios. A lo que habría que agregar la continuidad de Lino Barañao en Ciencia y Técnica y sus vínculos con Monsanto (cosa que los “científicos autoconvocados” de CONICET suelen olvidar). Para tener más casos disponibles, como repiten los amigos de globos amarillos: “hay que darles tiempo”.
El Estado “nac&pop” parió a los CEO La discusión sobre la relación entre el personal político del Estado y los intereses de clase que ese Estado defiende tiene una larga tradición en el marxismo. De allí que cualquier posición que intente resolver el problema al grito de “el Estado es capitalista y punto” o “lo que importan son las relaciones sociales y no las personas” no hace más que festejar un marxismo de gabinete con nula voluntad de intervención política (y por ende, de transformación social). El conocido debate Miliband-Poulantzas7 es un buen ejemplo de la importancia que el marxismo ha dado a la distinción entre naturaleza de clase del Estado (burgués) y origen de clase de su personal político. Repongámoslo mínimamente. En 1969 Ralph Miliband publica El Estado en la sociedad capitalista. El objetivo del libro era oponerse a los teóricos de la democracia liberal que afirmaban que la separación entre propiedad y control (o sea, la separación entre burgueses y CEO) había terminado empoderando (para usar una expresión cristinista) a los managers. Y dado que éstos no tenían intereses como propietarios en sentido estricto (porque no lo son), su conducta no estaba movida por la persecución de beneficios propios sino por el crecimiento general como una suerte de interés común (cualquier parecido con la editorial de La Nación y los CEO del interés general no es pura coincidencia). En este contexto, el Estado dejaba de ser un instrumento de dominación de clase (o sea, un Estado burgués) y pasaba a ser un espacio de competencia de una pluralidad de elites económicas y políticas (entre las que están los managers) que impedía que alguna de ellas impusiera una efectiva dominación de clase. Según estas teorías, dice Miliband, la competencia entre elites, “sancionada y garantizada por el propio Estado, garantiza la difusión y el equilibrio de poder, y que ningún interés particular pesará demasiado sobre el Estado”8. Contra estas teorías (conocidas como managerialismo) es que emprende un estudio empírico buscando demostrar que los sectores sociales entre los que el Estado recluta su personal político (clases medias y altas) comparten intereses económicos pero también ideologías que hacen que, aunque individualmente no persigan un beneficio particular, ese personal sea clave para garantizar la dominación de clase del
Estado burgués. Si Miliband emprendiera hoy un estudio empírico similar en Argentina volvería a refutar a las teorías managerialistas (hoy vestidas de CEO-Heidi) y no tendría más que decir: “yo te avisé”. Ahora bien, es Nicos Poulantzas (sobre el que hemos escrito críticamente en esta revista9) quien apunta (acertadamente) una debilidad del argumento de Miliband y prevé el desvío “empirista” y “subjetivista” que puede tener esta visión de la relación entre personal político y carácter de clase del Estado. Poulantzas sostiene que, si bien la fortaleza del estudio de Miliband es desmitificar cualquier fantasía de neutralidad del Estado, su error consiste en reducir el análisis del carácter de clase del Estado al análisis de su personal político y sus motivaciones personales, en la medida en que este carácter no se juega en el terreno personal (¡puede haber managers con las mejores intenciones!) sino en las relaciones sociales de producción que ese Estado garantiza aunque lo haga a través de un funcionario salido de las filas de los sectores populares. Es a la luz de estos debates, ampliamente conocidos por Eduardo Basualdo y su equipo (de hecho Poulantzas es una referencia explícita de sus trabajos), que el informe (que provee datos muy interesantes sobre la trayectoria educativa y laboral del actual personal político del Estado bajo el gobierno de Macri) muestra su costado “interesado”. El personal político del Estado no es la única variable de medición de su carácter de clase, ni siquiera de qué fracciones de clase son las hegemónicas en un determinado momento histórico. Más aún, justamente por lo que señala Poulantzas, puede haber momentos en que el personal del Estado puede aparecer contradictorio con los intereses que se benefician efectivamente a través de la política estatal. Un ejemplo de eso es el caso del ex ministro de Economía Axel Kicillof. Si uno se guiara por su trayectoria educativa y laboral (egresado de la UBA, docente e investigador universitario, autor de un libro sobre Keynes, incluso miembro activo de la gremial docente de su facultad), uno no podría menos que esperar de él una serie de políticas rebosantes de beneficios a los sectores populares. Sin embargo, fue Kicillof el personal político que llevó adelante el combo de devaluación y pago al Club de París, mientras festejaba el carácter de “pagadora serial” de deuda externa, tal como se autodenominó la presidenta Fernández. El actual ajuste es la profundización de lo iniciado en el “tramo Kicillof” y, en caso de un triunfo de Scioli, todos los indicios marcaban un rumbo económico similar. Los despidos con represión de estatales de Santa Cruz y Santiago del Estero no hacen más que confirmarlo, aunque quienes los llevan adelante no hayan pasado por la gerencia de ninguna multinacional. Estas son pequeñas muestras de que si bien el banquete de CEO del gobierno macrista no deja dudas sobre el carácter de clase del Estado
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en la Argentina actual, el razonamiento inverso no es bajo ningún concepto válido. CIFRA parece adherir a distintas teorías del Estado según su conveniencia. Para leer el Estado bajo el gobierno de Macri se vuelve un marxista milibandiano, pero para leerlo bajo su propio gobierno (el kirchnerista) termina abrazando (en nombre de Poulantzas) una suerte de teoría en la que el Estado es el árbitro de bloques de intereses que compiten entre sí, alentando la fantasía (tan común entre kirchneristas) de que ese arbitraje permitiría la transformación del Estado capitalista en un Estado a favor de los intereses populares. No solo el Estado bajo el kirchnerismo fue
burgués sin medias tintas, sino que varios de los sectores capitalistas que hoy pueblan la lista de beneficiados por el macrismo poblaron también la lista de los beneficiados por el kirchnerismo. Más aún, la timidez del arbitraje estatalista del kirchnerismo es directamente proporcional a la velocidad con que avanza el ajuste de Macri; y el desplazamiento de la camarilla kirchnerista, con denuncias de corrupción incluidas, a la naturaleza fantasmal de su carácter “popular”.
1. “Entre el sueño eterno y el pantano de lo real”, Lucía Ortega y Pablo Anino, en este número.
Fabricado para ganar
IdZ: ¿Qué recepción tuvo el libro en el macrismo? A los militantes de PRO (que ellos llaman voluntarios) les gustó mucho porque los visibiliza. A los dirigentes, sé que a algunos no les gustó nada y les pareció horrible, porque nosotros insistimos en que a pesar de todo creemos que es un partido de derecha, y ellos están muy convencidos de que eso no puede ser así. Más allá de esa discusión, creo que la cuestión del libro es explicar cómo era posible que después de los ‘90 y de la crisis de 2001, un partido como PRO ganase en la Argentina y vaya a llevar adelante un programa que, creo yo, es claramente de centroderecha. IdZ: Se entiende que la crisis del 2001 tiene que ver con la crisis del partido radical, ¿pero en qué sentido los ‘90 explican el fenómeno? Hay una cuestión más politológica que tiene que ver con que el comienzo de todo está con la crisis del radicalismo que empezó en los noventa, y uno incluso podría retroceder y ver la crisis del PJ capital. Pero, además, yo pensaría más socialmente la etapa neoliberal. Muchas veces se la malentiende, porque en el slogan es fácil decir “el neoliberalismo reduce el Estado”, o “quiere un Estado bobo, chico, amorfo”. Mentira. El neoliberalismo hizo un Estado recontra fuerte, con muchísimo gasto público (obviamente centrado en ayudar a ciertos sectores de la burguesía, nacional o trasnacional según diferentes momentos). Pero no era un Estado ni chico, ni bobo; era inteligente y cada vez más grande. En cierto sentido era un Estado que atacaba a la sociedad, era un Estado frente a la sociedad. Y
2. En el programa Quiero que me expliquen, 02/03/2016, Canal Metro. 3. “Un gabinete de CEO”, Ideas de La Nación, 24/01/2016. 4. Varela, P. y Gutiérrez, G. en IdZ 26. 5. “La naturaleza política y la trayectoria económica de la alianza Cambiemos”, DT 15, febrero 2016. 6. “Todo el poder a los CEO”, Crisis 23. 7. Compilado en Debates sobre el Estado Capitalista, R. Miliband, N. Poulantzas y E. Laclau, Buenos Aires, Ediciones Imago Mundi, 1991. 8. Ibídem, p. 5.
Entrevista a Sergio Morresi Sergio Morresi es el autor (junto con Gabriel Vommaro y Alejandro Bellotti) de Mundo PRO. Anatomía de un partido fabricado para ganar. Aquí charlamos sobre el libro y nos cuenta cómo ve los primeros 100 días de gobierno PRO a la luz de los orígenes de esta nueva derecha.
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la sociedad respondió de diferentes modos, de acuerdo a su origen socio-cultural o su orientación política, para no hablar de clases sociales en un sentido más duro (aunque creo que también se podría hablar de clases). Pero en términos más socio-culturales, lo que podríamos llamar la clase media y media-baja, y los sectores más orientados hacia la izquierda reaccionaron a través de los movimientos sociales. Otros sectores de la clase media y media-alta, reaccionaron con las ONG. Ambas reacciones fueron una forma de resistencia de la sociedad frente a un Estado que avasallaba. Cuando ese Estado entra en crisis en 2001 la que pasa al frente es esa sociedad civil. Una respuesta a esa crisis fue la incorporación de los movimientos sociales dentro »
9. “Poulantzas: la estrategia de la izquierda hacia el Estado”, IdZ 17 y “Poulantzas, la democracia y el socialismo”, IdZ 19.
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política
del aparato del Estado (kirchnerismo). La otra respuesta, la de las ONG quedó ahí, disponible. Kirchner recoge en algún punto a los movimientos sociales y les dice “Bueno ok, pero acá adentro, con esta dirección y este sentido”. Macri les dice a las ONG “el Estado no puede, sigan haciéndolo ustedes, pero conmigo”. El macrismo es otra respuesta a la crisis de 2001. Por eso, y es mi opinión, yo no creo que estemos en una etapa posneoliberal. Estamos en una etapa distinta a la del neoliberalismo de los ‘90, pero no se acabó el neoliberalismo, sino que estamos todavía tratando de encontrarle una respuesta a lo que fue el neoliberalismo. El kirchnerismo fue un intento de responder (que no desmontó el andamiaje neoliberal) y el de Macri es otro. Políticamente se fueron conformando dos bandos, uno inclinado a la izquierda, el otro a la derecha. Como en un espejo. Los dos se construyen mutuamente, y a los dos les quedaba cómodo estar enfrentados. IdZ: Ahora cumplió 100 días, ¿cómo la ves? El kirchnerismo en 12 años tuvo una impronta cultural muy fuerte. El macrismo no parece tener el bagaje para reemplazarlo porque es un partido nuevo y parte de su identidad es no tener un panteón que reivindicar ni un folklore que mostrar y al que adherir. Además hace gala de no querer tener un relato. No sé si lo va a tener o no, pero por ahora no lo tiene desarrollado. Entonces, sin esa impronta cultural es difícil llevar adelante la ambiciosa agenda de centro derecha que se pusieron. Ganó por muy poco, pongamos como Bush (hijo) en Estados Unidos. Pero Bush tenía tras de sí a un partido de 200 años y mayoría de gobernadores. El PRO no tiene una tradición, ni héroes, ni mártires. Y está en una situación en la que nunca estuvo, porque mientras gobernó la CABA, que es una ciudad rica, no tenía que enfrentar una decisión de suma cero: él podía decidir “beneficio a tal o no lo beneficio”, pero ese beneficio no iba en desmedro de nadie porque había recursos. Ahora, en el gobierno nacional la situación es distinta y alguien tiene que perder. O se resignan ganancias o se resignan salarios, y todas las medidas que se tomaron parecen orientadas a que se deben resignar salarios. IdZ: En su análisis de la composición del partido destacan distintas vertientes: radicales, peronistas, ONG y CEO. Por la composición del gabinete daría la impresión de que de esas vertientes la que triunfó fue el sector de los CEO. ¿Lo ves así? Estoy de acuerdo porque efectivamente hay más CEO en el gobierno nacional actual de lo que hubo en otros anteriores e incluso, proporcionalmente, más que los que estuvieron en el gobierno de la Ciudad. En la ciudad era más fácil que hubiera pocos CEO, porque tenían un rol muy claro; había una división del trabajo donde los CEO siempre estaban en el lugar donde estaba el dinero. Vos podías poner a un
pedagogo para educación, pero el que manejaba la plata tenía que ser de SOCMA (Ibarra, actual ministro de Modernización). De todos modos, pondría algunos matices a la idea de que el país está siendo dirigido “por sus dueños”. Los CEO no son los dueños de las empresas; en algún punto son empleados que ganan muchísimo dinero, que piensan incluso más a la derecha que los empresarios, pero no son los dueños y, entonces, no necesariamente están en el Estado para beneficiar a las empresas en las que trabajaron. Es cierto que ya podemos ver algunos casos en los que ex CEO han tomado medidas que benefician a los accionistas de los sectores de los que ellos provienen. Pero me parece que vale la pena subrayar algo que va más allá de la idea de la “puerta giratoria” entre Estado y mercado. Por lo que nosotros vimos en la CABA, quienes provienen del mundo empresario tienen una mirada sobre el Estado y la sociedad muy particular y tienen la convicción de que ellos pueden aportar al Estado la eficiencia y la eficacia que los políticos y los burócratas no le pueden dar. Tienen fe en sus propias capacidades. Obviamente que eso es muy discutible, pero lo importante es que efectivamente es una creencia arraigada en ellos y también en buena parte de la sociedad argentina. En algunos casos, viven su paso por la gestión pública apenas como un escalón en su carrera profesional. En otros casos, descubren que les gusta la política y deciden “hacer el switch” y presentarse a cargos electivos. IdZ: La predominancia de los CEO trae alguna crisis a la idea de “nueva derecha”? Lo que tiene de nuevo el PRO respecto de la derecha tradicional es la gente de las ONG, los profesionales, los que vienen del mundo del voluntariado. En cierto sentido, los que vienen de las empresas también son una novedad, porque presentan sus acciones de forma abierta y activa. Es verdad que los empresarios siempre estuvieron en política, las grandes empresas no pueden desarrollarse sin contactos con la política. Pero es la primera vez que esos vínculos son tan abiertos y claros. El gesto de Cristiano Ratazzi (presidente de FIAT) de ir a fiscalizar para el PRO es fabuloso, diciendo “ahí voy” a pesar de haber tenido muchísimos encontronazos personales con Macri. Pero para mí lo más interesante es mirar de cerca a quienes vienen de las ONG, que llegan a PRO “con las mejores intenciones”, que no vienen a “hacer política” (en el sentido de militancia ideológica), sino “políticas de Estado”, gente que sostiene que no le interesa las ideologías y que vive su paso por la política como una extensión de su trabajo anterior. Nos decían, por ejemplo, “yo en realidad vengo a hacer lo mismo que siempre hice, trabajaba en cuestiones sociales en una ONG y ahora estoy acá, hago lo mismo, y no es política”. Es otra forma de entender la política y el Estado, que en más de un sentido es el tono, la identidad del PRO. Si le sacaras eso, PRO no sería lo
que es; sería apenas un rejunte de las fuerzas de derecha más algunos peronistas y radicales desencantados y los empresarios que estaban cerca. Lo que produce efectivamente algo nuevo es lo que viene de la crisis de 2001 (otra vez) y es esa gente que venía laburando en ONG, en voluntariados sociales, en las escuelas, en el misionerismo católico. Ellos viven su entrada en política como una entrega, como un sacrificio. Dicen “yo podría estar disfrutando de mi familia, pero estoy acá”, o “yo podría estar ganando miles de pesos, pero estoy acá”. Cosa que no se sabe, ¿no?, porque no todos los profesionales ni los empresarios son exitosos, pero en su cabeza sí, entonces viven eso como un servicio que le hacen a la sociedad. IdZ: ¿La aspiración, que no entraría en contradicción con esa “identidad”, sería transformarse en el nuevo partido de las clases medias? Sí, yo no sé si solos, o con Cambiemos. Pero, además, me parece que están pensando en estrategias para extender el voto en los sectores populares, como el Plan Belgrano. En los últimos 12 años se invirtió mucho en las provincias del Sur, que no aportan muchos legisladores, mientras en el Norte hubo desinversión y manejo del “látigo” más que de la zanahoria. Me parece que el nuevo gobierno quiere invertir ahí porque son muchos más senadores y diputados y su objetivo es cambiar un poco el mapa político argentino. La zona núcleo los votó, pero no hay que exagerar eso, porque el grueso de los votos de PRO está en los centros urbanos. La idea de PRO no se reduce a ser el partido de las clases medias. La aspiración es tener muchos más votos de las clases populares y el plan Belgrano parece destinado a eso: es un proyecto en ciernes para cooptar a un sector que tradicionalmente apoya al peronismo. Este intento de redibujar el mapa político puede traer efectos sociales y políticos importantes en el largo plazo. Pero volviendo sobre el tema de qué tipo de derecha es PRO, yo diría que no es una derecha reivindicatoria sino una derecha que quiere poder propio y eso me parece que lo diferencia claramente de otros proyectos de la historia argentina (como la UCEDE). En Chile pasó algo similar; después de pulsear, al final la que triunfó no fue la derecha más doctrinaria, sino la UDI con un discurso mucho más fluido, pero igualmente fracasó porque la agenda que tenía por delante no era sencilla, el neoliberalismo está extendido en Chile y era difícil “ir por más”. También se lo podría comparar con el PAN mexicano, por la cuestión empresarial y el gradualismo en el crecimiento, y extremando las cosas me preguntaría ¿el PRI no sería como el peronismo?, puede ser, hay algo de eso que merece ser estudiado.
Entrevistaron: Paula Varela y Gastón Gutiérrez.
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La economía de Macri
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Ilustración: Gloria Grinberg
entre el sueño eterno y el pantano de lo real Pablo Anino Economista, redacción La Izquierda Diario. Lucía Ortega Comité de redacción.
El brutal ataque sobre los trabajadores que aplicó a decretazo limpio el macrismo fue aprovechado para construir una imagen decisionista en torno al “team” del Ejecutivo, que tendría entre manos un plan económico concreto y prefigurado. El gobierno se mostró dispuesto a convalidar todas las promesas de campaña que repartió a la burguesía en su carrera electoral, al tiempo que en una de sus pocas promesas hacia un sector de los trabajadores, la de ganancias, terminó sumando uno más a los parches del kirchnerismo, perjudicando a más trabajadores de los que se ven modestamente beneficiados por los cambios en el mínimo no imponible. Hasta a la burocracia sindical, en tregua con el ajuste, le quedó gusto a poco. En el nombre de la competitividad, y bajo las banderas de la supuesta
eficiencia CEOcrática, el gobierno se dirige a realizar un “plan de guerra” para recomponer la rentabilidad capitalista. Pero entre el plan en los papeles y su ejecución, las fricciones están conduciendo al abandono o reformulación de varios de los objetivos trazados, en parte porque la ecuación política lo obliga a negociar con gobernadores y legisladores de la oposición. El “decisionismo” del gobierno de los CEO se acerca más a un movimiento de ensayo y (bastante) error, mientras las contradicciones de las políticas implementadas amenazan con volverse un límite infranqueable para el éxito del plan.
Un país “normal” A seis días de asumir, se tomó la primera de una serie de medidas favorables a los exportadores y
las patronales agrarias para incentivar la liquidación de dólares que alivien las reservas del Banco Central (BCRA). Se eliminaron las retenciones a las exportaciones agropecuarias y se redujo las de soja y sus derivados un 5 %. Al día siguiente, se completó con una unificación y liberalización del tipo de cambio que significó una devaluación del peso que llega hoy al 60 %. Solo por las retenciones, los ingresos fiscales se redujeron en 3.686 millones de dólares1, que significa una transferencia directa del gobierno –y con ello, de otros sectores– al agronegocio. Además, la devaluación inicial significa la elevación de sus ingresos en 4 pesos por cada dólar obtenido en la venta externa, por lo que en total se estima una transferencia de más de 120 mil millones de pesos, una suma que se aproxima al 50 % de »
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Economía
lo que se planea pagar a los fondos buitres, sin considerar que el tipo de cambio se siguió depreciando en los dos meses subsiguientes llegando a superar los 16 pesos por dólar. Para un sector de la burguesía industrial que destina su producción al mercado interno, la devaluación tiene efectos contradictorios ya que actúa de hecho como una protección encareciendo las importaciones pero a su vez eleva el costo de los insumos y bienes de capital extranjeros, con lo cual la elevación del tipo de cambio compensa solo parcialmente la eliminación de los controles a la importación. Y para el conjunto de los capitalistas, la devaluación reduce el costo salarial en dólares, mientras que la misma, junto con el retiro de retenciones a la exportación –no sólo agrarias, también industriales y mineras–, actuó como el principal impulsor de la inflación que el gobierno dice querer combatir, especialmente de productos de primera necesidad. Según un informe de la consultora Ecolatina, el salario real caerá en promedio un 3,5 % en el primer trimestre del año. Al mismo tiempo, se masifican los despidos en el sector público como política “de Estado”, así también en el sector privado por el impacto, aún incipiente, de la caída de la actividad. Los eslabones débiles del sistema los constituyen los trabajadores pobres y más desprotegidos, y aquellos vinculados con la pequeña y mediana industria, más afectada por el levantamiento de los aranceles a la importación, los tarifazos y la quita de subsidios, lo que avecina mayor impacto de despidos en esos sectores. Para las petroleras tampoco se escatimaron beneficios. Se les garantizó que no se modificaría el subsidio al precio interno del barril iniciado en la anterior gestión y se les sumó un subsidio al precio de exportación. De conjunto, se estima que esto le cuesta al Estado entre 5 y 7 mil millones de dólares2. Por si fuera poco, se autorizaron aumentos de precios que, al tratarse de un insumo de todo el aparato productivo, se expanden al resto de la economía. Uno de los mayores agradecidos por las políticas económicas es el sector financiero y bancario. La devaluación, la liberalización de las tasas de interés y al movimiento de capitales ha permitido, no sólo ampliar las ganancias “normales” por el spread bancario y la política contractiva de elevación de las tasas de interés llegando hasta el 37-38 %, sino también valorizar los activos en dólares que poseen los bancos, aceitar el ingreso especulativo y la fuga de capitales. No es casual que en el primer bimestre del año el sector bancario sea el que lidera el ranking de las empresas
que cotizan en bolsa, con rendimientos de hasta 34 %3. El escándalo emergido de la designación en la Unidad de Información Financiera de funcionarios de bancos como el HSBC involucrados en causas de lavado de dinero muestra la falacia del manto de “transparencia” con que quiere cubrirse el gobierno de los CEO. Queda más en evidencia, como ocurre en todos los gobiernos, que la banca funciona a ambos lados del mostrador. El macrismo se atribuye hasta ahora como el mayor “éxito” de su gestión el principio de acuerdo con los fondos buitre. Sin embargo, el mismo constituye una de las mayores entregas de la historia, reconociendo a los especuladores alrededor de 15 mil millones de dólares que se abonarían con nueva emisión de títulos públicos, la mayor colocación de deuda en países dependientes o semi coloniales en dos décadas. El objetivo de llegar a un pronto acuerdo es terminar de “reinsertar” al país en el mercado financiero internacional, atrayendo más dólares que resolverían el problema de iliquidez pero a costa de una mayor insolvencia a futuro. No obstante, el éxito de la estrategia oficial no está asegurado, ni es probable que de conseguir nueva deuda se alcancen tasas bajas de interés, como lo demuestra la nueva emisión anunciada a tasas del 7,5 % (tasa “sideral” en términos internacionales). La enorme transferencia regresiva de los ingresos cuya dirección es desde los trabajadores al capital, y especialmente al capital más concentrado, se justifica desde el gobierno como un momento inevitable y doloroso (omiten decir, sólo para los explotados) que hay que transitar para recomponer una situación de crisis que legó el gobierno anterior. Desde el kirchnerismo se niega que se haya dejado un país en situación crítica y se señala que “el modelo económico de ajuste, apertura y endeudamiento (…) es el mismo modelo que querían aplicar en cualquier circunstancia”4. Pero ambas son sólo medias verdades. De una parte, es cierto que el macrismo se propuso realizar un ajuste sobre los trabajadores para favorecer los negocios de la gran burguesía local e imperialista y que este programa capitalista excede a una situación de crisis específica. Sin embargo, no es cierto que la “ofensiva neoliberal” que encarna el macrismo haya aparecido de la nada, lo que además estaba inscripto en el plan de un posible gobierno de Scioli, como demuestran los guiños de Mario Blejer y Miguel Bein, sus asesores en la campaña, a las medidas del macrismo. La situación a fines de 2015 ya mostraba un profundo deterioro económico arrastrado al menos por cuatro
años5 que sirvió como excusa ideal al gobierno para ilusionar a sectores de masas con que los cambios propuestos traerían alguna mejora, lo que permitió introducir las medidas de “shock” evitando, por ahora, una excesiva conflictividad. Luego de 12 años de kirchnerismo en el gobierno escasearon las transformaciones sustanciales6. Es de la propia estructura económica extranjerizada y primarizada que emergieron los CEO que tomaron el mando de la política.
Se hizo un torbellino Aunque la nueva administración llegó con una agenda que tiene el combate a la inflación al tope de sus prioridades, además de las medidas abiertamente inflacionarias (devaluación, eliminación de retenciones, apertura del comercio de granos y carnes, tarifazos), no acierta en encontrar una fórmula para contener los precios. El credo económico que profesa explica la inflación por el exceso de emisión monetaria y por el incremento del gasto público por encima de la capacidad de recaudación tributaria. Pero en el terreno fiscal, según el ministro de Hacienda y Finanzas Públicas, Alfonso Prat Gay, la reducción del déficit que alcanza el 7 % del PBI, sería del 1 % el primer año. Esto significa convivir con niveles de déficit elevados por varios años. En el terreno monetario, el jefe del BCRA quiso durante los primeros días dar un gesto de firmeza, mostrando que mantendría una política dura, de altas tasas de interés y recorte de la cantidad de dinero en circulación. Esto apuntaba tanto a incentivar a los ahorristas a volcarse al peso y no al dólar, como a enfriar los precios. En el medio de las malas noticias sobre el consumo, el ahogo al crédito creado por las siderales tasas no hacía más que empeorar la situación. Por lo cual, en enero el BCRA dio un giro, bajando las tasas de interés. Pero la reducción de tasas ayudó más a empujar el tipo de cambio –lo que a su vez vuelve a golpear sobre los precios– que a reanimar la economía, y no sorprende entonces que desde los primeros días de marzo las tasas volvieran a subir. En esta dinámica, la salida exitosa del “cepo” que se apuntó el gobierno de Macri durante las primeras semanas está cada vez más en cuestión. Si las empresas imperialistas que actúan localmente están remitiendo ganancias a sus casas centrales, la escasa liquidación de los agroexportadores lejos estuvo de “cumplir” con lo esperado por el gobierno, en su interés de maximizar los beneficios creados por la devaluación. Los mismos capitalistas que se benefician con el macrismo suben precios y especulan con el dólar.
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Los efectos inflacionarios se profundizan con las propias políticas gubernamentales. A fines de enero se anunció el incremento de tarifas de energía eléctrica entre un 500 % y 700 %, favoreciendo a las compañías que recibiendo subsidios millonarios en los años kirchneristas no han invertido ni revertido el problema energético. Luego se anunciaron incrementos en tarifas de gas y transporte público, que recaerán en primer lugar en los ingresos familiares. Según los índices oficiales de precios la inflación se viene acelerando desde noviembre y en enero superó el 4 % mensual7, lo que según varias consultoras volvió a ocurrir en febrero. Las proyecciones anuales de las consultoras privadas no bajan del 30 %, mientras que algunas bordean el 40 %8, aunque si el ritmo inflacionario continúa al 4 % mensual, la inflación podría alcanzar el 60 % anual. El BCRA debió abandonar su posición pasiva en el mercado cambiario, que mantuvo hasta mediados de febrero, para contener el dólar, lo que le impone deshacerse de unas debilitadas reservas. Estas cayeron más de 2.000 millones de dólares desde fines de enero. La escalada de precios no hará más que exacerbarse en marzo con la nueva ronda devaluatoria, sumada al impacto de los tarifazos y los nuevos por venir. Nadie sabe a ciencia cierta a dónde terminará el espiral entre inflación y devaluación. Con el ancla monetaria funcionando a media máquina, y sin ancla fiscal, la única ilusión que conserva el gobierno para que la realidad no se aleje sideralmente del 25 % que proyectaron para los precios durante este año pasa por afianzar los mecanismos recesivos. La inflación y la recesión son las dos amenazas del macrismo a la clase obrera. Prat Gay lo puso en palabras: “cada gremio sabrá hasta qué punto puede arriesgar salarios a cambio de empleos”. Las aspiraciones del gobierno se nuclean en conquistar un “ancla salarial”, argumentando falsamente que este es un mecanismo que frena la escalada de precios. En este aspecto el plan también presenta fricciones. El “techo salarial” lo puso en cuestión la paritaria docente. Lo verdaderamente preocupante para sus planes es que se alineen las subas del tipo de cambio, la inflación y los incrementos salariales. Si se logra posponer el ajuste de precios de tal forma que el ritmo devaluatorio supere el ritmo inflacionario y esta a su vez sea mayor que los acuerdos paritarios, habrá avanzado en sus planes de contraer los salarios reales y en dólares para así buscar atraer las inversiones añoradas. Sin embargo, tanto en el recorte del déficit fiscal,
como en el plano del ajuste salarial, el gobierno está teniendo que adecuarse al “sinceramiento” en la relación de fuerzas, con la clase obrera con disposición a la lucha a pesar de la tregua de las burocracias sindicales, que lo obliga a avanzar en tiempos más largos que los deseados por una parte de los CEO.
La discordancia de los tiempos El gobierno de Macri representa una peculiaridad histórica. Se trata de la primera vez que una coalición con tal vocación de hacer una Argentina a imagen y semejanza de los sueños de la gran burguesía llega al poder mediante elecciones. Pero necesita amasar poder y para eso son claves las elecciones de medio término. Esta necesidad de mantener y ampliar la base política es una restricción que obliga a un tiempismo y negociación con la oposición peronista que impacienta a los exponentes más recalcitrantes de la ortodoxia. La “gran” pregunta es cómo logrará mitigar el enfriamiento económico que su política recesiva conlleva. El problema es que no podrá en 2017, si la economía no reacciona, seguir culpando a Cristina por la “herencia”. La administración Macri espera que la salvación venga de afuera, con el shock de inversiones gracias a sus medidas market friendly. Pero si ya la frialdad de Davos fue una señal, parece cada vez más claro que los desembolsos irán llegando a cuentagotas. El arreglo con los fondos buitres es un paso necesario para los objetivos del gobierno pero no suficiente. En el sector agropecuario la ecuación de ganancias se disparó con las recientes medidas, aunque la perspectiva de caída de precios mundiales otorga más riesgos a la expansión de la inversión. La industria automotriz, ligada al comercio con Brasil, arrastra una caída de la producción del 12 % en 2015 que continuó con una retracción del 30,6 % en enero. La minería es uno de los sectores potencialmente interesados por el capital internacional, pero por el momento no están previstos rápidos desembolsos. Y el sector hidrocarburífero también se encuentra en un estancamiento, con planes de reducir inversiones en YPF y hasta ralentizar la explotación de Vaca Muerta. Los inversores externos presionan por la profundización del ajuste y una mayor caída del salario en dólares, aguardando a observar cómo el macrismo resuelve la encerrona entre la inflación y el tipo de cambio9. Sin sectores económicos claros que destaquen como atractivos para la inversión extranjera todo dependerá de lo que pueda hacer el gobierno usando fondos para infraestructura, y de que alguna
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entrada de capitales de corto plazo alimente alguna burbuja en la construcción. Es que la del gobierno es una apuesta a destiempo. Aunque está a tono con nuevos aires que recorren a la región, en un giro celebrado desde los grandes centros imperialistas, las tendencias de la economía mundial conspiran contra el plan oficial. Macri quiere abrazarse a la entrada de capitales cuando estos están mayormente regresando a las metrópolis, después de haber inundado durante años los “mercados emergentes” hasta que llegaron las señales de agotamiento de un ciclo. En términos estratégicos el macrismo avanza con su “plan de guerra” en la perspectiva de un cambio profundo en las condiciones económicas y sociales. Es el “sueño eterno” de la burguesía agraria, financiera y multinacional. Pero deberá superar las contradicciones desatadas por sus medidas económicas. Todavía está a prueba su capacidad de gobernar el país. No se pueden descartar variantes intermedias, con pequeñas derrotas de la clase obrera, estabilizaciones parciales, algunas inversiones, donde, así como el kirchnerismo frustró su “sueño” de construir una burguesía nacional, el macrismo frustre el “sueño eterno” del gran capital de construir un país a su imagen y semejanza. En última instancia, el éxito del macrismo sólo se podría lograr bajo la condición de una enorme derrota de la clase obrera, pero la relación de fuerzas todavía no ha sido modificada y los trabajadores tienen un ejercicio de lucha para resistir la embestida derrotando el plan burgués.
1. Informe de Coyuntura de IERAL, diciembre de 2015, citado en Documento de Trabajo 15, CIFRA, Flacso. 2. “Calculan que llegaría a U$S 5.000 millones el subsidio a las petroleras”, La Nación, 25/01/2016. 3. I-Profesional, 01/03/2016. 4. Axel Kicillof, “Otro capítulo de la gran estafa electoral”, Página/12, 21/02/2016. 5. Lucía Ortega y Esteban Mercatante, “La economía de la alegría”, IdZ 26, diciembre de 2015. 6. Esteban Mercatante, La economía argentina en su laberinto, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2015. 7. 4,1 % es la inflación en enero según IPC CABA y 4,2 % según San Luis. 8. El estudio Ferreres y Asociados, por ejemplo, estima una inflación anual del 38,1 %. 9. “Las grandes empresas piden mayor seguridad jurídica para invertir y esperarán hasta 2017”, El Cronista, 29/02/2016.
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política
Macri y los medios
un gran cambio para la gran continuidad
Ilustración: Juan Atacho
Daniel Satur Redacción La Izquierda Diario.
Los primeros meses de gobierno de Mauricio Macri estuvieron marcados por una catarata de medidas de ajuste que consumaron una transferencia multimillonaria de recursos a las grandes patronales del campo y de la ciudad. En el terreno de los medios masivos y las tecnologías de la información y la comunicación, si bien hasta el momento Cambiemos no necesitó realizar grandes transformaciones estructurales, la flamante CEOcracia se propone reconfigurar el escenario profundizando las políticas en favor de las grandes corporaciones. De allí que el Grupo Clarín y su cara visible, Héctor Magnetto, encabecen el pelotón burgués más feliz con los nuevos ocupantes de la Casa Rosada. Es que si bien en los últimos años ni la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual ni la Afsca mancillaron seriamente las propiedades de Clarín, con el nuevo gobierno “la Corpo” (junto a un puñado de otras “corpos” como Telefónica, UNO, Claro y Telecentro) se siente más a gusto. Casi en familia. Si durante la segunda etapa del período kirchnerista (tras la ruptura, en 2008, del “romance” entre Néstor Kirchner y Magnetto) desde el Estado se puso en pie un plan para contrarrestar a los “medios hegemónicos” fortaleciendo el sistema mediático gubernamental, tanto estatal como privado (financiando directamente el crecimiento de grupos empresarios aliados); el plan del nuevo gobierno es desandar ese camino, impulsando el
desarrollo de los negocios de Clarín, Telefónica, La Nación y otros grupos al tiempo de “cortar el chorro” financiero a empresas consustanciadas con el gobierno anterior. Así, sin la pauta oficial de antaño y con más de una traba legal, solo sobrevivirá quien tenga espaldas suficientes para competir con los nuevos amigos de la Casa Rosada. Tal es el caso del Grupo Indalo de Cristóbal López, que sin dejar de identificarse “simbólicamente” con el kirchnerismo hoy sigue creciendo, comprando incluso parte de las empresas de otros empresarios amigos como Szpolski y Garfunkel. La contracara de estos movimientos empresarios la viven cotidiamente cientos de trabajadoras y trabajadores de los medios, quienes asisten a esta “reconfiguración” con despidos cotidianos (a veces masivos) y planes de ajuste lanzados por todas las patronales, pero sobre todo por aquellas que hoy ven sus ganancias menguadas y un horizonte con nubarrones.
Se acabó, el PRO les dice que llegó el final La primera y clara señal que dio Macri sobre sus propósitos fue la creación del Ministerio de Comunicaciones, a cuyo frente puso a un cómplice de los genocidas de la dictadura cívico-militar. Es el cordobés Oscar Aguad, apodado “El Milico” por su gran amistad con represores de la talla de Luciano Benjamín Menéndez y Carlos “Tucán” Yanicelli. Aguad sabe mucho más de represión y censura que de libertad de expresión.
Pero de lo que más sabe es de cómo liberalizar aún más el mercado de medios. El mismo decreto que creó el Ministerio de Comunicaciones puso bajo su órbita a la Afsca y a la Aftic, los organismos “autárquicos” que debían hacer cumplir la Ley de Medios y la ley Argentina Digital, respectivamente. Ambas normas quedaron así bajo la tutela directa de Aguad. A su vez se creó el Ente Nacional de Comunicaciones (ENaCom), que absorbió casi todas las atribuciones y facultades de la Afsca y la Aftic. Todo esto se realizó con la mera firma del presidente y con el Congreso Nacional cerrado, sin que fueran convocadas sesiones extraordinarias. El republicanismo no viaja en globos amarillos. En ese marco, la salida abrupta y casi novelesca de Martín Sabbatella del directorio de la Afsca (tenía mandato hasta 2017) y de Norberto Berner de la Aftic (el suyo vencía en 2019) fueron una patética crónica anunciada. Pero las consecuencias menos deseadas las sufrieron las empleadas y los empleados de esos organismos, que perdieron sus trabajos con la excusa de la “guerra a los ñoquis”. Si la labor de ese personal no había arrojado resultados de consideración fue por las políticas kirchneristas, nunca destinadas a debilitar a las corporaciones y mucho menos a beneficiar a los medios comunitarios, alternativos y populares. Ya se analizó en Ideas de Izquierda cómo, bajo el manto discursivo de
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la “democratización de los medios”, el gobierno de Cristina Fernández utilizó el tema para su juego político pero no para cambiar las cosas1.
Negocios para pocos Hasta el momento el cambio más visible en materia de medios con la llegada de Macri fue la entrega de las transmisiones televisivas de los partidos más convocantes del fútbol argentino a El Trece (Clarín), Telefé (Telefónica) y América (Vila-Manzano). Así Fútbol Para Todos ya no es el programa de mayor rating de la TV estatal. Al dar ese preciado producto el macrismo mató dos pájaros de un tiro. Por un lado, achicó un poco el presupuesto del FPT, al reducir cerca de un 10 % el monto que le paga a la AFA que ahora estará a cargo de los canales. Por otro, como ese porcentaje es una “ganga” para las corporaciones (abonarán al Estado $ 45 millones por torneo y recaudarán no menos de $ 110 millones por venta de publicidad), el gobierno apuesta a que semejante guiño sea muy bien considerado. Hubo algunas otras medidas oficiales, como el fin de 678 o la rescisión masiva de contratos en Radio Nacional. También hubo desplazamientos en Télam y un brutal desmantelamiento de la agencia Infojus (dependiente del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos). En este último caso, no solo se despidió a parte del personal sino que se realizó una nefasta “limpieza” de artículos y entrevistas judiciales que eran comprometedoras para el macrismo. Aunque menos visibles, hubo otras medidas del gobierno de Macri que deben tenerse en cuenta. Como afirma el investigador del Conicet Martín Becerra, el gobierno ...modificó sustancialmente las reglas dispuestas por leyes votadas por el Congreso en 2009 y 2014 referidas a los límites a la propiedad de licencias de televisión abierta, por cable (los cableoperadores podrán expandirse ahora cuanto quieran o puedan) y radio; extendió la duración y renovó esas licencias y formalizó el permiso de transferencia de licencias entre operadores, algo que la ley audiovisual prohibía pero que igualmente se realizaba tanto a la vista como a espaldas del anterior gobierno. Mediante su Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) 267/15, Macri se comprometió a elaborar una ley ‘convergente’
que contemple la progresiva imbricación de internet, del sector audiovisual y el de las telecomunicaciones2.
Estos cambios, algunos más sustanciales que otros, buscan consolidar el podio de los “ganadores”. Como corolario de la primera etapa de este nuevo período, y también en palabras de Becerra, ...los conglomerados con redes de transporte de servicios de telecomunicaciones, TV por cable y conectividad a internet (Telefónica, Clarín, Vila-Manzano, Telecentro) junto a los principales grupos editoriales (La Nación, Perfil), viven la convulsión del mercado con expectativas, mientras que el resto de los medios dedicados a la producción de contenidos padece una fragilidad endémica que hace crisis (...) Así, una turbulenta actividad de compra y venta de medios conmueve a los grupos de tamaño mediano y pequeño de empresas gráficas, radios y señales de TV de pago3.
Si bien en los años kirchneristas la compraventa irregular de medios fue habitual (de allí la transformación de Cristóbal López en magnate del rubro) con el macrismo la situación se profundiza. Sin perder tiempo Clarín ya compró la telefónica Nextel, una adquisición que, de todos modos, se vería como secundaria si logra hacerse de Telecom y logra convertirse en el pulpo cuyos tentáculos lleguen a todas las ramas infocomunicacionales. Un primer paso en ese sentido ya se dio con la reciente aprobación por parte de la ENaCom para que Fintech (socio de Clarín en Cablevisión) se quede con el 70 % de las acciones de la telefónica.
Fragilidades Otra “novedad” fue la compra, a fines de febrero, de la FM Rock & Pop por parte de Fenix Entertainment Group. La emblemática emisora integraba el Grupo 23, propiedad del kirchnerista Sergio Szpolski y del multimillonario Matías Garfunkel. Szpolski y Garfunkel son el prototipo de empresarios portadores, al decir de Becerra, de una “fragilidad” que “los hace orbitar en torno del financiamiento político o del mecenazgo de capitales que los usan para lubricar otros negocios”
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(lo que no excluye su vocación vaciadora). Según informaron la ONG Poder Ciudadano y la Fundación LED (a pedido del gobierno) el grupo fue el mayor receptor de pauta oficial entre 2009 y 2015, con una suma total de casi $ 815 millones. Pero tras años de crecimiento “exitoso”, en los últimos meses el Grupo 23 se desgajó y perdió más de la mitad de sus medios. El colmo de la “fragilidad” se dio en los últimos meses, cuando el dúo empresario no pagó los sueldos de diciembre, enero y febrero ni los aguinaldos en Radio América y Tiempo Argentino, culminando con la venta de ambos medios al ignoto empresario Mariano Martínez Rojas, quien siguió sin pagar lo adeudado al personal. El conflicto sacó a la luz la ya emblemática lucha del personal de la radio y el diario, con el rol destacable del SiPreBA, el nuevo Sindicato de Prensa de Buenos Aires que se formó tras la ruptura masiva de periodistas y profesionales con la burocrática UTPBA. La experiencia es una muy buena noticia en el gremio, realizada no solo contra empresarios vaciadores sino contra el gobierno de Macri, que por un lado le “cortó” la pauta oficial a Szpolski y Garfunkel pero por otro, vía el Ministerio de Trabajo, es indiferente a la situación de cientos de personas. En los últimos meses situaciones similares sufren quienes trabajan en El Argentino (del mismo Grupo 23), Radio Rivadavia, La Nación, Minuto Uno, Télam, Infojus y Radio Continental, entre otros. Como se ve, los patrones son variados, desde multinacionales hasta el Estado. El último caso, antes del cierre de esta nota, fue el despido de dos tercios del personal del canal CN23, comprado semanas antes por Cristóbal López a Szpolski y Garfunkel. Dicho sea de paso, una de las gerentes encargadas de “notificar” los despidos fue Desiré Cano, figura de La Cámpora y amiga personal de Máximo Kirchner.
De Víctor Hugo a José Pablo Quizás la manifestación más concreta del “cambio de época” fue el despido de Víctor Hugo Morales de Radio Continental, tras décadas al frente del equipo deportivo y años de conducir La Mañana, el programa de mayor share de la emisora. A Víctor Hugo lo echó el Grupo Prisa, la corporación multinacional para la que trabajó por años. Íntimo amigo del establishment europeo y latinoamericano, Prisa decidió »
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política
cambiar al, quizás, mejor relator de fútbol de la historia, por el macrista Mariano Closs (de los menos agraciados del rubro) mientras que en la mañana ahora está María O’Donnell, opuesta a Morales en cuanto a relación con el kirchnerismo. La (costosa en cuanto a rating) decisión de Prisa se produjo apenas asumió Macri. “En el país, si no te disciplinás a lo que las empresas quieren escuchar, no se puede trabajar”, dijo Morales cuando lo echaron, como si hubiera descubierto la pólvora. En verdad esa “pólvora” la huelen desde siempre quienes no son estrellas pero trabajan diariamente construyendo la información pública. Entre los trabajadores de medios la precarización y flexibilización laborales son norma, desde las grandes empresas hasta las “pymes”. Con el agravante de que cada conflicto con las patronales es censurado en todas las páginas, pantallas y micrófonos. Ahí la competencia empresaria queda en segundo lugar y el interés de clase se impone. La política del macrismo y su CEOcracia no deja lugar a dudas sobre el “respeto” a la libertad de expresión. En eso Víctor Hugo tiene razón. Por eso la izquierda, y especialmente el PTS y el FIT, se solidarizaron con él y repudiaron el atropello contra su programa, “sobre todo cuando las razones del levantamiento son eminentemente políticas (…) No puede soslayarse el precedente nefasto que sienta semejante ataque a la libertad de expresión”4. Es que la defensa de la más amplia libertad de expresión no se trata de una defensa cualquiera, ya que su ataque en el capitalismo (más aún en momentos de crisis) tiene como primeros destinatarios a quienes luchan por cambiar el sistema. Por eso su defensa es, ante todo, un método de autodefensa para la clase trabajadora y las corrientes revolucionarias en ella insertas. Pero este principio no impide analizar a fondo qué quiere decir cada quien cuando habla de “libertad” y “pluralismo”. Porque no fueron pocos quienes, a lo largo de la última década, se negaron a hablar en los medios de Jorge Julio López, de las represiones estatales y paraestatales a las protestas sociales, de Mariano Ferreyra, de los originarios perseguidos y asesinados por gobernadores del “proyecto”, de la Masacre de Once, de las inundaciones en La Plata, de la minería a cielo abierto y de un largo etcétera. Son los mismos que hoy acusan al macrismo, no sin
razón, de avasallar las libertades democráticas. Pero lo hacen porque ahora se les niegan los privilegios a los que habían accedido durante la gestión anterior. En este contexto hay quienes “gambetearon” la marea liquidadora. Por ejemplo, Eduardo Aliverti, Mario Wainfeld, Eduardo Anguita, Felipe Pigna o José Pablo Feinmann (todos indentificados con el kirchnerismo) en 2016 seguirán en Radio Nacional. Otros lo harán en canal 7, Télam y otros medios estatales. Esto habilita dos reflexiones. Por un lado, que el gobierno “permita” que continúen viejos adversarios es, más que un reflejo “pluralista”, una continuidad posible sin mayores problemas de principios. Por otro, que “plumas” de Página/12 y otras trincheras kirchneristas sigan en Radio Nacional desarma varios argumentos de quienes quedaron afuera. La periodista Cynthia García, por ejemplo, tendrá valiosas razones para decir que su desplazamiento es un caso de “persecusión política e ideológica”, pero difícilmente lo convenza a Anguita, que ahora es el principal columnista político de la mañana de Nacional.
Barajar y dar de nuevo Todos estos movimientos en los medios llevaron a un grupo de especialistas a declarar públicamente su
del Estado en Manifestaciones Públicas, popularmente llamado “Protocolo Antipiquetes”, tiene un ítem que termina de cerrar el círculo de la actual política de medios. Los trabajadores de prensa ahora deberán cuidarse cuando cubran un corte de ruta o una manifestación. Según el protocolo para los medios habrá “una zona determinada, donde se garantice la protección de su integridad física y no interfieran con el procedimiento”. Es decir, liberalización de zonas para reprimir sin testigos. Sin dudas la lucha histórica por una real libertad de expresión y de prensa, porque el conjunto del pueblo acceda libremente a la información y por terminar con la apropiación de la palabra pública por parte de unos pocos, sigue en pie. Si el período kirchnerista demostró el fracaso de creer que a las corporaciones se las combate con fuegos artificiales y creando otras “corpos” que les compitan, el gobierno de Macri directamente pone en jaque a quienes creen que a los enemigos del pueblo se los puede vencer sin movilizar a la fuerza social capaz de hacerlo. La pelea de los trabajadores de prensa, periodistas y técnicos que no son empresarios ni gerentes está íntimamente ligada a la lucha del resto de la clase trabajadora. Eso no es noticia. Pero cuán necesario es recordarlo ante tantos ataques y confusión.
...preocupación ante la política de comunicación delineada por los Decretos de Necesidad y Urgencia (...) del presidente Mauricio Macri. Las razones de dicha preocupación residen tanto en el procedimiento como en los contenidos de dichas medidas.
Entre los firmantes están Martín Becerra, Guillermo Mastrini, Roberto Gargarella, Eugenia Mitchelstein, Martín Sivak y Luis A. Albornoz y otros reconocidos académicos. A su vez la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual le pidió a Macri que no modifique por decreto la Ley de Medios, ya que eso desobedece “la Constitución Nacional, los Tratados Internacionales a ella incorporados, las leyes vigentes y la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación”. Sin embargo el gobierno no solo avanzó con esos cambios sino que redobló la apuesta. El Protocolo de Actuación de las Fuerzas de Seguridad
1. Ver dossier “Cinco años de una tramposa ley de medios”, Ideas de Izquierda 11 (julio de 2014); y el artículo “Medios audiovisuales: kirchnerismo, concentración y convergencia”, Ideas de Izquierda 21 (julio de 2015). 2. “La pauta que los parió”, La Izquierda Diario, 4 de marzo de 2016. 3. “Turbulencias en el mercado de medios”, Perfil, 20 de febrero de 2016. 4. “Echaron a Víctor Hugo Morales de Radio Continental y Canal 9”, La Izquierda Diario, 11 de enero de 2016.
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Fotomontaje: Juan Atacho
40 años del golpe
Dictadura, empresarios y el cinismo de Macri A cuarenta años del golpe, las políticas implementadas por el presidente Macri y la composición de su gabinete obligan a volver sobre el análisis de la responsabilidad de los grupos empresariales en la dictadura. La expresión en el presente de elementos de continuidad de aquel período es un debate que sigue vigente.
Gloria Pagés Hermana de desaparecidos, querellante en juicios contra los genocidas. Integrante del CeProDH. Azul Picón Comité de redacción.
En los escasos tres meses de gobierno, el macrismo ya mostró sus intenciones de avanzar aún más sobre elementales libertades democráticas, volver a la “teoría de los dos demonios” y profundizar las políticas represivas y la impunidad respecto de los crímenes de lesa humanidad. Esta ubicación significa un cambio respecto del kirchnerismo, que había acusado recibo de la relación de fuerzas heredada de 2001, y tomado como propias las banderas de lucha de los organismos de DDHH, familiares de desaparecidos y sobrevivientes (como la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final), para lograr que un sector de estos organismos pasaran abiertamente a la defensa de las políticas estatales, y así esconder
y evitar toda crítica a graves hechos de los últimos doce años: la designación del genocida Milani al frente del Ejército, la sanción de la ley antiterrorista, el espionaje a las organizaciones obreras y sociales a través del Proyecto X; el encubrimiento por parte de funcionarios en la desaparición de Julio López; la persecución y criminalización de la protesta (más de 4 mil procesados por luchar) y represiones brutales encabezadas por Berni y la Gendarmería. El 40° aniversario del golpe contrarrevolucionario nos obliga a volver sobre algunos aspectos y profundizar el análisis de la relación entre las grandes patronales y su rol en la dictadura a la luz de las consecuencias y continuidades que » hoy persisten.
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Las empresas y la dictadura El grado de involucramiento de las empresas en la represión a los trabajadores durante la dictadura excede el concepto de “complicidad” y muestra que se trató de una estrategia en la que los grupos económicos concentrados utilizaron al gobierno militar y el terrorismo de Estado a su servicio. Los empresarios expresaban su preocupación por el grado de organización obrera que implicaba límites en sus beneficios económicos. José Alfredo Martínez de Hoz lo decía sin tapujos: esta preocupación se centraba en que el accionar obrero estaba “impidiendo la libertad de trabajo, la producción y la productividad; es decir, el gobierno debía asegurar la libertad y el imperio del orden sobre todas las cosas”�. En ese sentido, buscaron disciplinar a una clase obrera organizada que crecía en fuerza y combatividad (no es un dato menor que el día del golpe hubo paro en cerca de 200 fábricas), imponer una profunda reestructuración de las relaciones sociales y retroceder en los derechos conquistados. La participación de los empresarios en la dictadura se dio en varios sentidos: a través del aporte de información sobre los trabajadores, detenciones en los lugares de trabajo, militarización de las fábricas, agentes de inteligencia infiltrados; y brindando recursos económicos y materiales, desde movilidad para trasladar a los detenidos hasta la expresión más extrema que fue la instalación de centros ilegales de detención y tortura en los propios establecimientos, como ocurrió en los casos de Acindar, Ford, Ingenio La Fronterita, Astillero Río Santiago y La Veloz del Norte1. La represión fue acompañada de una batería de leyes que buscaban transformar la acción sindical: por un lado, la intervención de la mayoría de los grandes sindicatos y federaciones, que comenzó con la CGT y se extendió a decenas de organizaciones obreras y el retiro de la personería jurídica a otras, mas allá de que preservaron “estratégicamente” a la mayoría de las capas altas de la burocracia sindical. Por otra parte una serie de normas establecieron el congelamiento de la actividad gremial. Así se suspendió el derecho de huelga, se eliminó el fuero sindical, fue prohibida la actividad gremial y la ley de seguridad industrial prohibió cualquier medida concertada de acción directa, trabajo a desgano y baja de la producción2.
Amigos y socios Además de ser los artífices de la dictadura, grupos como Pérez Companc, Acindar, Techint, Macri, Arcor, Loma Negra, Clarín, automotrices, capital financiero y los dueños del campo, pusieron a sus principales cuadros gerenciales en los distintos gabinetes entre 1976 y 1981. El caso más emblemático es el de José Alberto Martínez
de Hoz, nieto del fundador de la Sociedad Rural y presidente de Acindar que asumió como ministro de Economía de Videla; pero los ejemplos abundan: Terán Nougués, representante del grupo Garovaglio y Zorraquín, fue vicepresidente del Banco Central; De Achával, del mismo grupo, director del Banco Nación; Soldati, del grupo homónimo, director del Banco Central; Nicholson de Ledesma, fue subsecretario de Programación; Braun Lasala del grupo Braun Menéndez, fue subsecretario de cuestiones institucionales; y la lista sigue3. Esto tuvo su correlato en los beneficios económicos de estas empresas, que aumentaron exponencialmente durante el gobierno de facto. Las siderúrgicas Techint y Acindar, de los hermanos Rocca y de Arturo Acevedo respectivamente, absorbieron a partir del golpe a las empresas más pequeñas, concentrándose en ellas toda la actividad de la rama. Los subsidios y créditos del Estado serían la base de su “desarrollo” que culminó en los ‘90 con la compra a precio vil de la estatal Somisa. El grupo Techint tiene un triste récord: 75 de los 220 obreros metalúrgicos desaparecidos durante la dictadura eran empleados de sus empresas. El mismo 24 de marzo ya había militares en la planta y personal civil realizando “tareas de inteligencia”. Lo mismo sucedió en Acindar: se militarizó la planta de Villa Constitución para doblegar a la poderosa clase obrera que había protagonizado el Villazo un año antes y que, a pesar de la durísima represión, seguía en pie y era un verdadero obstáculo para los planes de Martínez de Hoz y Acevedo. Las automotrices Fiat, Mercedes Benz y Ford cuentan con 175 trabajadores detenidos y/o desaparecidos. El triste récord lo encabeza Fiat, con 118, mientras que Ford utilizó el quincho como centro de detención y tortura de sus trabajadores. Fiat, además, realizó acuerdos comerciales con el Ejército para la provisión de material bélico a las Fuerzas Armadas durante los primeros años de la dictadura, capacitó a pilotos de la Fuerza Aérea en sus instalaciones y durante la guerra de Malvinas proveyó equipamiento de guerra. Los beneficios económicos trascendieron a la dictadura: Fiat llevó adelante un importante proceso de reestructuración empresarial que culminó a mediados de los ‘90. Durante ese lapso de tiempo, se produjo la asociación entre Fiat y el empresario local Franco Macri, por el cual este último adquirió el 85 % de las acciones de la empresa. Poco después la mayoría de las acciones de la empresa fueron vendidas a SOCMA (Sociedad Macri). El caso de SOCMA es emblemático por el gigantesco crecimiento del grupo en el que el presidente Mauricio Macri tiene actualmente el 20 % de la participación accionaria. A la vera de los negocios con el Estado, pasó de tener 7 empresas al momento del golpe a 40 al finalizar la dictadura.
La medida impulsada por Domingo Cavallo, por entonces presidente del Banco Central, de estatizar las deudas del sector privado, implicó importantes beneficios para más de 70 empresas y un aumento exponencial de la deuda externa argentina en el período de la dictadura. Años después, el juez Ballesteros llevó adelante una investigación que estableció la trama de esa descomunal estafa. Sevel, la automotriz de Franco Macri, adeudaba 124 millones de dólares en 1983 que fueron licuados por el Estado, Acindar 649 millones; Compañía Naviera, de la familia Pérez Companc, 211 millones; y Loma Negra, de los Fortabat, 62 millones. Corporaciones multinacionales como Techint, IBM, Ford y Fiat y el sector financiero, integran el listado. El perjuicio que ocasionaron al Estado fue calculado en 1983 en 23 mil millones de dólares, más de la mitad de la deuda externa de esos años.
“Nunca Más”, ¿junto a la derecha y los empresarios? En la apertura de las sesiones en el Congreso, Macri dijo que el golpe de 1976 “consolidó el más oscuro período de nuestra historia”. Como bien leyó Julio Blanck, hablar de consolidación y no de inauguración “fue su manera de desafiar otro sacrilegio: el de incluir en la condena a la violencia previa al golpe”4. Así fue que reavivó la teoría de los dos demonios, que tras un discurso “democrático”, esconde el intento de reconciliación con los genocidas y sus mentores, haciendo pasar un genocidio por un enfrentamiento entre la guerrilla y las fuerzas represivas. La designación de funcionarios defensores del genocidio, vinculados a éste o directamente implicados en el golpe, confirma este giro. Carlos Melconian, actual presidente del Banco de la Nación Argentina, en 1986 ocupaba el cargo de Jefe del Departamento de Deuda Externa del Banco Central. Allí realizó el informe en el que se pedía anular la investigación de la deuda privada contraída en el exterior a principios de los ‘80. Es decir, es uno de los principales responsables de legalizar el proceso de estatización de la deuda externa privada, ideado por Domingo Cavallo durante la dictadura. El jefe de Gabinete del Ministerio de Seguridad es el abogado Pablo Noceti, integrante del estudio de abogados que defendió a Galtieri durante el Juicio a las Juntas, que sostiene que los genocidas juzgados por delitos de lesa humanidad son “instrumentos de revancha y de represalia política”�. En el Ministerio de Defensa, en el cargo de Director General de Política Internacional de Defensa, se designó al coronel (R) Osvaldo Tosco, implicado en el Operativo Independencia en Tucumán, cuando fue destinado al departamento de Famaillá donde funcionaba un Centro Clandestino de Detención (CCD). Años después, fue destinado al Grupo de Artillería de
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Defensa Antiaérea 601 en Mar del Plata como instructor sobre métodos de tortura, según denuncias de los conscriptos. En Jujuy, gobernada por el aliado de Macri Gerardo Morales, el secretario de Seguridad Guillermo Siri fue denunciado por haber sido durante la dictadura el jefe de Regimiento 20 de infantería y parte también los “Consejos de guerra” de la subzona 33 comandada por Luciano Benjamín Menéndez. Este genocida formó parte recientemente de la Fiesta del inicio de la zafra en Ledesma junto al gobernador Morales y Pedro Blaquier. En la AFI desembarcaron en los últimos meses militares, comisarios y subcomisarios retirados para “reforzar la lucha contra el narcotráfico”, eufemismo que el macrismo utiliza para aumentar el poder represivo de las fuerzas de seguridad y hacer intervenir a las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad interna. La continuidad entre pasado y presente se evidencia también en la cantidad de militares de la dictadura que hoy siguen en funciones (de lo que es responsable el kirchnerismo). Pero también en que empresas y entidades agrarias que ayer sostuvieron la dictadura, hoy aportan funcionarios al gobierno de Cambiemos (Buryaile de la CRA dirige el Ministerio de Agricultura y Puente, de Techint, es Secretario de Empleo en el Ministerio de Trabajo, por dar algunos ejemplos).
Modernización con olor a impunidad Las políticas implementadas van en el mismo sentido. El secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Darío Lopérfido, cuestionó que hayan sido 30 mil los desaparecidos en la dictadura y Claudio Avruj, secretario de Derechos Humanos de la Nación, recibió a representantes del CELTyV, una ONG que pretende que los militantes de organizaciones sociales de los ‘70, sean juzgados. Dentro de la ola de despidos en organismos del Estado no es un dato menor que áreas enteras relacionadas a políticas de derechos humanos fueron desmanteladas, como la subgerencia de Derechos Humanos del Banco Central que investigaba la complicidad del sistema bancario y financiero durante la última dictadura cívico-militar. Dentro del Ministerio de Seguridad, la Dirección Nacional de Derechos Humanos sufrió grandes recortes y el Grupo Especial de Asistencia Judicial para casos de apropiación de niños en dictadura fue desmantelado. En el Programa Verdad y Justicia del Ministerio de Justicia, que tuvo como tarea convocar testigos para que presten declaración en los debates orales, fueron despedidos los abogados que son nexo entre los tribunales y víctimas y testigos. El portal de ese ministerio, InfojusNoticias, sufrió la mutilación de más de 10 mil notas e investigaciones. Por ejemplo, notas sobre Martínez
de Hoz hoy están literalmente en blanco, además de aquellas sobre despidos en Shell que involucran a Aranguren. También despidieron a varios periodistas. Por último, si el kirchnerismo convirtió muchos centros clandestinos de detención en “museos”, hoy el macrismo directamente pretende vaciarlos de toda carga simbólica. Resulta entonces evidente que su paseo por la ex Esma, la reunión –mal y tarde– con los organismos de derechos humanos y sus alusiones al “nunca más”, son muestras de un cinismo descarado y gestos que ni sus defensores saludan.
Más impunidad... En relación a los juicios por delitos de lesa humanidad, la corporación judicial, ya de por sí renuente a realizarlos, tiene ahora mucho más plafón para frenarlos por inactividad de la investigación, además de otorgar indiscriminadamente prisiones domiciliarias. El Ministerio de Defensa otorgó más beneficios a los genocidas presos: derogó la Resolución que les prohibía recibir atención médica en los hospitales militares; la excusa fueron las quejas por la insalubre condición de las cárceles, condición que los presos “comunes” padecen sin la menor condolencia de ningún funcionario. La impunidad a los civiles que orquestaron el golpe no es patrimonio del macrismo, aunque se ha profundizado. A Vicente Massot, director del diario bahiense La Nueva Provincia, la justicia acaba de confirmarle la falta de mérito por el secuestro, tortura y desaparición de dos obreros gráficos en julio de 1976. Hoy, el sobrino de Massot, Nicolás, es el jefe del bloque de diputados del PRO. Lo mismo sucedió con Blaquier, dueño de Ledesma: la justicia determinó que no había méritos para procesarlo cuando está suficientemente probada la actuación común de la empresa y el ejército en el secuestro y desaparición de 33 obreros y activistas en el tristemente célebre Apagón de Ledesma. Los hechos gravísimos en los que las patronales automotrices como Ford o Mercedes Benz estuvieron involucradas no han llegado a juicio. Otro tanto ocurre con Acindar y Techint. Para los medios de comunicación que operaron a favor de los genocidas también reina la impunidad. Herrera de Noble fue beneficiada con la falta de mérito y Magnetto sigue impune. La causa en la que es querellante Alejandrina Barry, hija de desaparecidos y miembro del CeProDH, no tiene juez porque se han declarado incompetentes. Un rotundo escándalo en una causa en la que se acusa a Editorial Atlántida y a su staff por haber realizado una campaña contra los desaparecidos utilizando fotos de ella de apenas tres años cuando sus padres habían sido asesinados por las Fuerzas Armadas, con las que la editorial montó un siniestro operativo para que parezca
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que Alejandrina había sido abandonada por sus padres.
En las calles por el juicio y castigo Pasaron 40 años del golpe y los organismos de derechos humanos, familiares de desaparecidos, organizaciones sociales y políticas no dejaron nunca de movilizarse y luchar por el juicio y castigo a los genocidas y por el fin de la impunidad. Los gobiernos constitucionales tuvieron diferentes políticas en relación al genocidio, en función de recomponer ante la sociedad a las Fuerzas Armadas, profundamente desprestigiadas. Desde las Instrucciones a los Fiscales a las leyes de Obediencia Debida y Punto Final de Alfonsín, pasando por los indultos del menemismo. Como “homenje” a la situación heredada pos levantamiento popular en 2001, el kirchnerismo armó un relato que, basándose en la nulidad de las leyes de impunidad, configuró un esquema de juicios a cuenta gotas que terminó desmembrando las causas: de 2.071 personas involucradas en el terrorismo de Estado fueron condenadas 370 y solo 14 tienen sentencia firme5. Siguen en funciones jueces, militares y policías que participaron de la dictadura, los beneficiados son los mismos grupos económicos que orquestaron el golpe y los archivos de la represión siguen sin abrirse. No hay un solo empresario preso por haber sido partícipe de la masacre que cometió la dictadura. El macrismo va por más. La lucha por el juicio y castigo, por cárcel común y efectiva a los responsables civiles y militares, por la apertura de los archivos de la represión, es con la movilización obrera y popular en las calles, con independencia de todos los gobiernos, sabiendo que esta pelea hasta el final será ganada cuando se dé por tierra con este orden social contra el que peleó aquella generación de obreros y estudiantes nacida del Cordobazo.
1. Responsabilidad empresarial en delitos de Lesa Humanidad. Represión a los trabajadores durante el terrorismo de Estado, Buenos Aires, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, 2015. 2. Ídem. 3. Schorr, M., “El poder económico industrial como promotor y beneficiario del proyecto refundacional de la Argentina (1976-1983)”, en Cuentas pendientes, Horacio Verbitsky y Juan Pablo Bohoslavsky, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2013. 4. “Macri se quiere dar todos los gustos”, Clarín, 6/3/2016. 5. Datos aportados por el CELS, en base a las personas acusadas. Sin embargo, se estima que la cantidad de implicados es mucho mayor.
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Ilustración: Anahí Rivera
La insatisfacción juvenil y el fenómeno Bernie Sanders
Celeste Murillo Comité de redacción.
Un septuagenario autodenominado socialista se convirtió en el candidato de la juventud en Estados Unidos. ¿Cómo sucedió eso? ¿Quedará algo del “fenómeno Bernie Sanders” después de las primarias?
Juan Andrés Gallardo Staff revista Estrategia Internacional. La campaña de Bernie Sanders atrajo la atención de los medios de comunicación y de gran parte de la izquierda en todo el mundo. Desde que lanzó su precandidatura en el partido demócrata, realizó actos masivos, reunió miles de voluntarios en todo el país, rompió el récord
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de aportes económicos individuales que había logrado Barack Obama en 2008 y le presentó competencia a la favorita Hillary Clinton. La primera ronda de las primarias había mostrado una carrera ajustada entre Bernie Sanders y Hillary Clinton, pero los resultados del Supermartes ya instalaron en los medios a Clinton como ganadora irreversible, con una diferencia total (incluyendo delegados y superdelegados) de 71 % - 29 %. Sin embargo, lo que oculta ese conteo es que no existe tal diferencia en el voto popular, de hecho si se contabilizaran solo esos votos, la diferencia se achicaría a 61 % - 39 % (Ver recuadro). Aun con pocas chances matemáticas de acceder a la nominación, el entusiasmo en torno a la campaña de Sanders ya lo convirtió en un fenómeno político.
pobres y de familias trabajadoras, igual que la mayoría de la población carcelaria. Algo similar sucede con el movimiento del salario mínimo de 15 dólares la hora, donde se mezclan las demandas de aumento del salario y la lucha contra el racismo y por los derechos de los inmigrantes. Sanders toma parte de las reivindicaciones de estos sectores e incluso va ajustando su programa, como lo demostró al incluir demandas de BLM que estaban ausentes en su plataforma inicial. Estos movimientos son heterogéneos y su núcleo activo es minoritario. Sin embargo el impacto de sus acciones genera simpatía en una franja de millones de jóvenes pertenecientes a una nueva generación conocida con el nombre de millennials.
La antipolítica y el sentimiento antiestablishment
¿Quiénes son esos jóvenes que apoyan a Sanders?
El descontento con el establishment no es un fenómeno exclusivo de Estados Unidos y no son pocos los analistas que comparan el fenómeno de Sanders con el de Jeremy Corbyn en el Reino Unido o Podemos en el Estado español. Un rasgo central en común es estar motorizados por la juventud, como demostró la afiliación masiva al Partido Laborista, que bajó la edad promedio del partido de 53 a 42 años. En el caso de Sanders, la mayoría abrumadora de voluntarios que nutren su campaña, algo que no posee ningún otro candidato republicano o demócrata en las primarias, son menores de 30. La antipolítica no se traduce automáticamente en un fenómeno progresivo o de izquierda y así lo confirman el crecimiento de Ciudadanos en el Estado español, la UKIP en el Reino Unido, el Frente Nacional en Francia, la militancia juvenil en Aurora Dorada en Grecia, o el crecimiento de organizaciones neonazis o xenófobas como Pégida en Alemania frente a la crisis migratoria. Pero en Estado Unidos el sentimiento antiestablishment se ha canalizado mayoritariamente a través de la campaña de Sanders, aunque Trump también explote parte de este fenómeno (ver artículo en esta revista). ¿Por qué?
En 2015, los millennials (como se conoce a los nacidos después de 1980) se convirtieron en la generación viva más grande de Estados Unidos, superando en número a los baby boomers (nacidos durante el boom de posguerra). Esta generación sobrecalificada, subempleada y sobreendeudada se transformó en protagonista de las elecciones primarias, la primera competencia de la carrera presidencial. Su participación causó estragos especialmente en la interna demócrata, donde la juventud ha sido un obstáculo para la “coronación” de Hillary Clinton. Gracias al voto de la franja entre 18 y 34 años Sanders arrasó en los bloques electorales donde Clinton era favorita, como las mujeres y los afroamericanos. En enero de 2016, la tasa de desempleo era del 4,9 % según las estadísticas oficiales, pero entre las personas de 16 a 19 años ascendía a 16 %, y a 8 % entre quienes tienen de 20 a 24 años. El 12 % de los millennials vive debajo de la línea de pobreza y el 14,9 % de sus graduados está subempleado (EPI, The Class of 2015). Un tercio de esta generación vuelve a la casa familiar después de graduarse por la imposibilidad económica de vivir de forma independiente, agobiados por los préstamos educativos. Los egresados en 2015 se convirtieron en los más endeudados de la historia: en promedio cada estudiante deberá más de 35 mil dólares al graduarse (2 mil dólares más que en 2014). El total de la deuda universitaria (1,2 billones de dólares) solo es superada por las deudas hipotecarias y 40 millones de personas tienen deudas por el pago de sus estudios. En síntesis, los millennials son una generación que en su mayoría sabe que vivirá peor que la de sus padres, que no accederá a una vivienda propia, que vivirá endeudada en caso de ir a la universidad y egresará para emplearse probablemente en un trabajo precario y con bajos salarios. Sin embargo este panorama sombrío no los ha empujado al individualismo o la apatía ideológica, como las generaciones previas X e Y, marcadas por la caída de la Unión Soviética y el discurso triunfalista del capitalismo. Los millennials no vivieron las mieles de ese “triunfalismo neoliberal”, solo llegaron para la miseria que siguió con la catástrofe posterior.
No es el candidato, son sus votantes La base juvenil de la campaña de Sanders está presente de forma transversal al interior de los movimientos sociales que surgieron y se desarrollaron en los últimos años1. Existió entre estos movimientos una suerte de sinergia, en la que los nuevos retomaron aspectos progresivos de sus predecesores y los incorporaron como parte de sus cuestionamientos y demandas. Por ejemplo, Occupy Wall Sreet no es hoy un movimiento activo, pero la idea que instaló de la lucha contra el 1 % más rico está presente en casi cualquier movimiento social actual, incluso es un aspecto fundamental de la retórica de Sanders. Con excepción del movimiento antiguerra2, la ausencia de derrotas significativas ha permitido esta “retroalimentación”. El movimiento Black Lives Matter (BLM), que pelea contra la brutalidad policial racista, identificó rápidamente la existencia de la desigualdad económica porque los jóvenes asesinados suelen ser
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¿Qué tiene el discurso de Bernie Sanders que atrae a estos jóvenes? Sencillamente que les habla de lo que les sucede, habla de sus problemas: la desigualdad económica, el sobreendeudamiento de los universitarios, el desempleo. Transforma en consignas sus demandas, como educación universitaria gratuita y condonación de parte de la deuda estudiantil, acceso público a la salud; y les brinda con su “revolución política” un horizonte para pelear contra los culpables de la desigualdad, la elite política y financiera, Wall Street y Washington.
¿Socialistas? Una de las características de Sanders es autodenominarse socialista (aunque en los últimos meses prefirió llamarse socialista democrático), y lo curioso es que una parte importante de la juventud parece no solo no molestarse con esta calificación, sino que simpatiza con ella. Es indiscutible que la sociedad estadounidense está polarizada. Una serie de encuestas sobre la opinión acerca del capitalismo y el socialismo no desmiente esa polarización, sino que la confirma en torno a la idea las visiones existentes entre el socialismo y el capitalismo. Entre los menores de 30 años son 43 % los que tiene una visión favorable del socialismo y un 32 % con respecto al capitalismo (YouGov). Algo similar muestra una consultora de la derecha conservadora que observa con preocupación el extremo grado de “radicalismo” de la juventud. No solo un 58 % respondió que el socialismo es el sistema político que toma más en cuenta los problemas de la gente (el 9 % respondió el comunismo), el 66 % cree que las corporaciones “representan todo lo que está mal en Estados Unidos”. No son nacionalistas (no admiran la “grandeza” de EE. UU.), incluso el 35 % de las personas de 18 a 26 años se sienten más ciudadanos del mundo que de Estados Unidos. ¿Cómo se explica esto? El periodista británico Owen Jones lo resumió muy bien al decir que esta generación estaba mucho más cerca de la caída de Lehman que de la del Muro de Berlín. No es el único. Un artículo de John Cassidy en The New Yorker lo puso en estos términos: “La estigmatización de los políticos y las ideas de izquierda se remonta a la Guerra Fría, que terminó hace veinticinco años”. El economista Thomas Piketty arriesgó en el diario inglés The Guardian, “… estamos frente al final del ciclo político-ideológico abierto con la victoria de Ronald Reagan en las elecciones de 1980”. Es posible que los millennials tengan una idea demasiado vaga del socialismo, posiblemente asociada a una idea de igualdad en general, pero lo que es seguro es que el capitalismo no les ha dado motivos para creer lo contrario. Desde 1975, casi la mitad del crecimiento de los ingresos por hogar en Estados Unidos fueron para al 1 % más rico (OECD). Son los grandes perdedores de la recesión y la recuperación y quizás una buena fotografía del futuro que promete esta sociedad. El discurso triunfalista del capitalismo luego la caída de la Unión Soviética es tan lejano a esta generación como los fundamentos ideológicos que se arrastraban desde la Guerra Fría. Tras la »
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caída del muro, EE. UU. debió encontrar nuevos enemigos, emprender guerras impopulares y lidiar con una crisis económica de magnitud histórica. Esto fue licuando ese discurso triunfalista y agudizando la crisis de hegemonía estadounidense. Los “efectos positivos” están a la vista, una parte de la población cree que el socialismo puede ser un mejor sistema que el capitalismo, algo impensado 25 años atrás en el corazón del imperialismo. Sin embargo, los efectos devastadores de la restauración conservadora y neoliberal3 de fines del siglo XX y principios del XXI, que borraron la idea de revolución del horizonte, tienen su impacto en lo que hoy se entiende por “socialismo”, que puede estar asociado a una idea confusa o romántica, cuando no simplemente como una perspectiva asociada al Estado de bienestar o como mucho socialdemócrata. Aún así, esta combinación dio lugar a una generación sin los prejuicios previos que, sumada a los efectos de la decadencia hegemónica estadounidense, son buen terreno para contrarrestar las consecuencias ideológicas nefastas del neoliberalismo. Esto no significa un recorrido armonioso y lineal sino, seguramente, caótico y confuso. En este marco, se podría ubicar al apoyo y las expectativas en la “revolución política” que promete Sanders.
¿Hay vida después de Sanders? La campaña de Barack Obama en 2008 fue un preanuncio del cambio de una generación desmotivada y apática a una que apostó su esperanza en el cambio que representaba la llegada del primer afroamericano a la presidencia. Para ellos, el gobierno de Obama fue una decepción: promesas rotas sobre el cierre de Guantánamo y la reforma migratoria, junto al rescate a los bancos y grandes empresas. Esta experiencia, combinada con la crisis económica, se expresó en una mayor participación política juvenil, inquietud ideológica y movimientos sociales. Ese cambio explica en gran parte el atractivo de la campaña de Sanders, cuyo programa tiende a confluir con parte de las aspiraciones de estos sectores. Sin embargo, las expectativas que despertó su candidatura encontrarán grandes límites. El principal es el hecho de que Sanders haya decidido postularse como candidato demócrata. Los demócratas funcionan, junto a los republicanos, como una de las dos alas del sistema bipartidista que ha garantizado históricamente los intereses imperialistas y del establishment estadounidense. Pero especialmente el partido Demócrata tiene una larga trayectoria en cooptar y desactivar movimientos políticos y sociales que surgen a su izquierda, como sucedió con el movimiento contra la guerra de Vietnam o el movimiento de derechos civiles. Así lo evidenciaron naufragios como las candidaturas “antiguerra” de los años ‘60 (Kennedy y McCarthy) o la del activista afroamericano Jesse Jackson en los años ‘80. No hace falta aclarar que ninguno fue nominado, estas candidaturas con ejes “antisistémicos” fueron desactivadas mediante maniobras y mecanismos del partido. El esquema vuelve a repetirse hoy, intentando canalizar el descontento con la elite
política y económica hacia el interior del partido Demócrata, para lo que la candidatura de Sanders es funcional (por este motivo, fue bienvenida su decisión de entrar en la carrera demócrata, a pesar de algún dolor de cabeza). Por otra parte, están las propias contradicciones entre Sanders y su base. En primer lugar, sus votaciones junto a los demócratas relacionadas con la guerra en Afganistán o su firme apoyo al Estado de Israel, que en última instancia expresan un compromiso con los principales ejes de la política exterior imperialista. En segundo lugar, su compromiso de apoyo a Clinton en caso de ganar la nominación. Y por último, su casi nulo cuestionamiento a los mecanismos antidemocráticos del partido como los “superdelegados”, que contradice en los hechos el concepto básico de “1 persona 1 voto”. Mediante estos delegados de elite (gobernadores, funcionarios del partido, legisladores), cuyo voto equivale aproximadamente al de 10 mil votantes4 “rasos”, la dirección del partido y sus donantes imponen sus candidatos. Este mecanismo se vio concretamente en la primaria de New Hampshire, donde Sanders se impuso ampliamente en el voto popular pero ambos candidatos cosecharon la misma cantidad de delegados. En resumen, Sanders terminará llamando a su base entusiasta a votar por la candidata del establishment y por un partido que es irreformable. Queda aún por verse qué porcentaje de los votantes de Sanders apoyarán a Hillary Clinton en las generales. Algunas encuestas muestran que hasta un 50 % de los votantes de Sanders podrían no votar a Clinton. Y si bien estos datos aún son hipotéticos, se condicen con las encuestas que, para los votantes, Sanders sería un mejor competidor frente a cualquiera de los potenciales candidatos republicanos, incluso contra Trump, a quien podría derrotar por 8 puntos mientras que Hillary solo lo haría por 3,4 %5. Gran parte de la izquierda mundial viene apostando a fenómenos reformistas como el máximo horizonte al que se podría aspirar hoy. Esto incluye el apoyo a corrientes como Syriza, Podemos y figuras como Jeremy Corbyn o Bernie Sanders de formas más o menos acríticas. En EE. UU. esto se tradujo en una discusión sobre las posibilidades de que la candidatura de Sanders genere a su alrededor un movimiento político y las chances de que ésta pueda capitalizarlo, ya que a pesar de su pequeña escala la izquierda supo conquistar lazos con los movimientos actuales (como mostró la elección de la
concejala socialista Kshama Sawant en Seattle, apoyada en la campaña por el aumento del salario mínimo). Estos lazos se pueden ampliar y expandir, siempre y cuando el diálogo entablado por la izquierda con la base que hoy apoya a Sanders no anule la crítica abierta del programa y las contradicciones de su candidatura, empezando por la de presentarse dentro del partido demócrata. Y sobre todo, mientras la izquierda mantenga en el centro de su estrategia la construcción de una organización independiente de los partidos del establishment. El debate sobre el surgimiento de ese movimiento cuenta también con detractores firmes como James Petras, que reducen el problema a su expresión electoral y por lo tanto señala que, como sus predecesores, la base electoral de Sanders “tiene una debilidad estratégica: está en la naturaleza de los movimientos electorales formase para las elecciones y disolverse después de la votación”6, dejando como único escenario posible el de una desmoralización masiva luego de una derrota de Sanders en la interna. Sin embargo, la continuidad y el desarrollo de los movimientos y su entrada en el terreno político comprueban que el fenómeno actual supera al candidato: se encuentra en sus votantes, y es muy temprano para afirmar que terminará con las primarias.
1. Ver C. Murillo y J. A. Gallardo, “Fastfood Nation”, IdZ 4, octubre 2013; C. Murillo y J.A. Gallardo, “Ferguson: ¿El fin de la ilusión posracial?”, IdZ 14, octubre 2014. 2. Después del 11S, y frente a la ocupación de Afganistán primero y la guerra en Irak después, se desarrolló en Estados Unidos un gran movimiento contra la guerra. Aunque resultó “derrotado” en su objetivo de frenar la guerra, fue una de las grandes contratendencias al clima derechista de unidad nacional y alimentó gran parte de otros movimientos sociales posteriores a la crisis. 3. Ver M. Maiello y E. Albamonte, “En los límites de la restauración burguesa”, Estrategia Internacional 27, marzo 2011. 4. Ver C. Murillo, “EE. UU.: Los superdelegados al rescate del establishment”, www.laizquierdadiario. com/ideasdeizquierda. 5. Encuesta sobre la carrera presidencial, “2016 Presidencial Race”, disponible en www.realclearpolitics. com. 6. J. Petras, “Presidential Elections 2016: The Revolt of the Masses”, dissidentvoice.org.
Incluyendo todos los superdelegados que ya apoyaron a un candidato Candidato
Delegados*
Superdelegados
Total Delegados + superdelegados
% Delegados + superdelegados
Voto popular
% Voto popular
Clinton
602
467
1.069
71
4.008.125
61
Sanders
408
21
429
29
2.616.311
39
Total
-
-
1.498
-
6.624.436
-
*Hasta el Supermartes inclusive. Fuente: elaboración propia en base a The Green Papers.
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Donald Trump y la crisis del bipartidismo estadounidense
Hasta mediados de 2015, la carrera hacia la Casa Blanca se perfilaba como una aburrida restauración dinástica, dominada por la pelea Bush vs. Clinton. Estos eran claramente los favoritos del establishment republicano y demócrata y de sus millonarios aportantes. Pero el “populismo” metió la cola a ambos lados del bipartidismo. Por izquierda Sanders evitó que las primarias demócratas fueran apenas la coronación de Hillary. Por derecha, Donald Trump, un magnate demagogo, racista y xenófobo, está cada vez más cerca de alcanzar la nominación republicana. Las primarias están dejando expuesta la crisis del sistema bipartidista.
Ilustración: Anahí Rivera
Claudia Cinatti Staff revista Estrategia Internacional.
En La conjura contra América, el genial escritor Philip Roth imaginaba una pesadilla tan absurda como aterradora: en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, el partido republicano nominaba para la presidencia a Charles Lindbergh, un popular aviador filonazi. Con una capacidad inusitada para seducir a un electorado ávido de outsiders de la política, y ante la incredulidad de liberales progresistas, Lindbergh terminaba ganándole las elecciones por paliza a F. Roosevelt, transformándose así en el presidente aislacionista y pronazi de los Estados Unidos.
La novela de Roth no es inocente. La moraleja es que siempre es preferible el peor demócrata, aunque más no sea para conjurar las tendencias de extrema derecha que se incuban durante años pero pasan al primer plano en momentos de crisis. Las elecciones presidenciales de 2016 parecen darle cuerpo a la historia contrafáctica de Roth. Donald Trump, el multimillonario que no es un fascista en sentido estricto sino por ahora un demagogo, avanza de manera sostenida hacia la nominación. Los demócratas esperan que la eventual candidatura de Trump tenga un efecto similar a la de »
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Barry Goldwater en 1964, cuya campaña racista contra la aplicación de la legislación de los derechos civiles le permitió una victoria arrolladora a Lyndon Johnson. Especulan con que si su propio partido no lo puede detener, sean ellos los que capitalicen el efecto electoral “anti Trump”, motivado por el espanto de que este showman, mezcla sui generis de Berlusconi con John Wayne, sea el próximo presidente. Presentándose como la opción más racional para defender los intereses del imperialismo norteamericano sin incendiar el mundo, esperan quedarse con el voto de republicanos moderados. De esta manera, se asegurarían otra temporada en la Casa Blanca, y quizás el premio principal de recuperar la mayoría en las cámaras. Esta expectativa parece tener ciertos fundamentos materiales. En elecciones anteriores se ha demostrado que las posiciones extremas de la derecha, que pueden ser muy populares en sectores de la base republicana, no son expansivas hacia el resto de la sociedad, sobre todo hacia los grupos demográficos más dinámicos. Eso lo comprobó la fórmula McCain-Sarah Palin en 2008 y Mitt Romney-Paul Ryand en 2012. Pero Hillary está lejos de tener el triunfo asegurado. La profunda polarización social y política heredada de la Gran Recesión de 2008 corroe el “consenso de centro” que dominó la política norteamericana (y europea) en las últimas décadas de neoliberalismo. Amplios sectores de la población, que ven amenazadas sus condiciones de vida, están hartos del “establishment” bipartidista. Trump le ha dado una voz de extrema derecha a esta bronca contra la política as usual. La crisis de los partidos tradicionales en Estados Unidos es una variante de la “antipolítica”. Esta es una tendencia de época más extendida, que llevó al surgimiento de nuevos partidos como Podemos por izquierda y el Frente Nacional francés o el UKIP por derecha, o a la renovación de liderazgos como el de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista británico.
Las líneas de falla del Grand Old Party El GOP está inmerso en una suerte de guerra interna entre sus diversas fracciones en la que por el momento el liderazgo tradicional viene perdiendo por goleada. El éxito de Trump desbarató la estrategia de moderación que había adoptado el Comité Nacional Republicano en 2012 para retornar al gobierno, tras dos derrotas consecutivas a manos de Obama. Durante meses, la elite partidaria ignoró la campaña de Trump a quien consideraba
un personaje demasiado bizarro para tomarlo seriamente. La lógica era esperar que sus declaraciones incendiarias –racistas, misóginas– liquidaran su candidatura, incluso antes de que comenzaran las primarias, o que una vez iniciada la contienda espantaran a los votantes, lo que como ahora es evidente, nunca ocurrió. Este error de cálculo dejó en evidencia la falta de sintonía entre la burocracia partidaria y el estado de ánimo levantisco de un sector intenso de la base republicana, sobre todo sectores de ingresos medios, hombres blancos y de mediana edad, que se siente amenazada, y compró con entusiasmo el discurso populista y el estilo bravucón de Trump. Si bien su ascenso meteórico sorprendió a propios y extraños, la verdad es que no cayó del cielo. Como dice un conocido neoconservador, “es una creación del partido, su Frankenstein, que ahora se hizo lo suficientemente fuerte para destruir a su creador”. Según su explicación, Trump, solo está explotando el fanatismo creado por el propio partido republicano, y reforzado durante los gobiernos de Obama, que forma parte de la identidad partidaria, incluso en sus alas “moderadas”, y no desaparecerá con el fin de las primarias1. Si bien el conjunto del empresariado y la elite financiera se benefició del clima derechista y la influencia de las ideas conservadoras, mayoritariamente ve con desconfianza a Trump que no solo profundiza la polarización interna y los conflictos externos, sino que también ataca demagógicamente el libre mercado y la capacidad de buscar zonas de mano de obra barata, uno de los pilares de la prosperidad de las grandes corporaciones norteamericanas. Por ahora el “establishment” no acepta a Frankenstein como posible presidente de Estados Unidos. Se quedó sin candidato propio y sin estrategia clara. Jeb Bush, que había sido ungido por la elite partidaria y por las grandes corporaciones, se retiró de la contienda con más pena que gloria, después de que en las tres primarias que participó no llegó siquiera a los dos dígitos. Las opciones son todas malas. Ted Cruz, que está mejor posicionado, es un referente evangélico del Tea Party que en varios temas sensibles tiene posiciones más extremas que el propio Trump. Además, carga con el antecedente de haber puesto en riesgo la gobernabilidad del país cuando bloqueó la votación del presupuesto en 2013, lo que genera rechazo y desconfianza en la burguesía norteamericana. El elegido por default es Marco Rubio, que fue el niño mimado del Tea
Party hasta que decidió apoyar la reforma migratoria de Obama y ahora funge como moderado. Los principales burgueses del partido republicano, entre ellos los hermanos Koch y el buitre Paul Singer, han puesto millones para su candidatura, aunque con poco éxito, al menos en el arranque de las primarias (hasta el Supermartes, de 15 estados solo había cosechado un triunfo). Ante lo que puede ser un hecho consumado, un sector aún minoritario del “establishment” se ha pasado de bando. Es el caso del gobernador de New Jersey, Chris Christie, que abandonó su postulación y sus críticas al magnate neoyorquino, y aparece como ladero de Trump, igual que algunos senadores. Unos pocos han anunciado que con la nariz tapada votarían por Hillary Clinton (lo que resulta más que dudoso). La mayoría aún está buscando la vía para desplazar a Trump, o al menos intentar evitar que reúna los delegados necesarios para obtener la nominación. Algunos analistas sostienen que la emergencia de Trump va a tener consecuencias a largo plazo y que incluso no se puede descartar la ruptura de la alianza de grupos de interés y fracciones que hoy sostienen al GOP. Quizás el partido conserve su unidad en noviembre, incluso detrás de Trump. Pero eso no quita que las primarias pusieron de relieve una crisis más profunda y estratégica que no solo afecta al principal partido histórico de la burguesía imperialista, sino al sistema bipartidista de conjunto. En un interesante estudio sobre la derecha norteamericana, realizado por dos periodistas especializados, los autores señalan como característica distintiva de la “excepcionalidad” del conservadurismo estadounidense, comparado con el europeo, su capacidad de “mantener bajo control a la derecha radical”2 y de instrumentalizarla al servicio en última instancia de los intereses del establishment, es decir, de la elite política y corporativa. La emergencia del Tea Party primero, pero sobre todo el fenómeno Trump, estaría cuestionando seriamente esa capacidad excepcional.
La demografía y la matemática electoral del GOP Desde que el partido republicano lanzó la “estrategia sureña” en la década de 1960, su base electoral ha sido desproporcionadamente blanca, rural y crecientemente religiosa. Esta estrategia, dirigida a recuperar mediante la explotación del racismo los votos de los estados del sur, le permitió a Nixon ganar las elecciones. Según los
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estrategas republicanos el peso demográfico cualitativo de los blancos le permitiría al GOP conservar la mayoría por más de 30 años3, aunque no se podía descartar alguna victoria demócrata circunstancial. Reagan atrajo para la coalición republicana a un sector de la clase obrera blanca, conservadora, que rechazaba los valores liberales (progresistas), conocido como los “demócratas de Reagan”. Pero la ecuación demográfica que favorecía la estrategia sureña del GOP se ha transformado drásticamente. El electorado, como el país, es cada vez menos blanco, menos rural, más diverso y con mejor educación. Un analista hace la siguiente comparación gráfica que permite comprender fácilmente el “obstáculo demográfico” que enfrenta el partido republicano: En 1980, cuando los votantes no blancos eran solo el 12 % del electorado, Ronald Reagan ganó 56 % del voto de los sectores blancos y fue elegido por un margen arrollador. Pero en 2012, cuando los votantes no blancos ya ascendían al 28 % del electorado, Mitt Romney sacó el 59 % entre los votantes blancos –y perdió la elección presidencial por un margen de 4 puntos porcentuales4–.
El partido republicano no solo enfrenta el problema del crecimiento porcentual del electorado no blanco sino también la reducción de su base electoral tradicional. Si bien no necesariamente la “demografía es el destino”, la política antiinmigrante, antiabortista, antimatrimonio igualitario hace impensable que pueda ampliarse hacia esos sectores que conforman en líneas generales, junto con los jóvenes, los afroamericanos, los latinos y los trabajadores sindicalizados el núcleo de la coalición demócrata. La candidatura de Trump evidentemente no ayuda a perforar esos sectores, aunque sí ha logrado un apoyo transversal dentro de la base republicana.
Trump como síntoma de la decadencia norteamericana Los diversos movimientos populistas que han tenido lugar a lo largo de la historia de Estados Unidos, tanto dentro como fuera del bipartidismo tradicional, surgieron como respuesta a momentos de crisis y polarización. El Tea Party primero y ahora Trump no son una excepción a esta regla histórica, son productos de la polarización y de las condiciones sociales generadas en las últimas décadas, profundizadas por la Gran Recesión de 2008. Como plantea Mike
Davis en su profundo análisis de las elecciones norteamericanas de 2012, La destrucción de 19 billones de dólares de patrimonio personal en Estados Unidos desde 2008, junto con el temor al estancamiento económico y a la ascendencia de las minorías, han enloquecido a las bases del Partido Republicano5.
En principio, puede parecer contradictorio que el líder del populismo de la derecha actual sea uno de los empresarios más ricos del país. Que Trump sea un “antiestablishment” es casi un oxímoron cuando viene de una familia de la elite económica de Nueva York. Sin embargo, ha tenido la habilidad para transmitir que “el establishment es el otro” y para transformar su fortuna y éxito personal en la garantía para devolverle a Estados Unidos su lugar dominante en el mundo, a diferencia de los demócratas y también republicanos que según su particular visión, reniegan de usar el poderío militar y económico contra sus competidores, aliados y adversarios –desde Alemania y Japón hasta China y México–. El núcleo duro de la base electoral de Trump son los votantes republicanos enojados con el sistema y su partido, que sienten inseguridad económica, que odian la reforma de salud de Obama, aunque no por razones ideológicas, sino porque al igual que los miembros del Tea Party, consideran que la asistencia estatal se destina de manera desproporcionada a quienes no la merecen, y su resistencia a los programas sociales “es más que solo un argumento sobre impuestos y gasto. Es una queja sentida sobre la dirección en la que temen que sea llevado ‘su país’”6. Los inmigrantes y las madres solteras, sobre todo afroamericanas que no trabajan, son los blancos preferidos de sus ataques. Socialmente, los que ven a Trump como un salvador son los llamados “Middle Americans”, mayormente hombres blancos, ni ricos ni pobres, de mediana edad para arriba, con niveles de educación medios o bajos, al igual que la calificación laboral, socialmente conservadores, aunque no necesariamente religiosos. Y que sienten que la elite de Washington está muy alejada de sus realidades. La demagogia nacionalista y proteccionista de Trump va dirigida a calmar las ansiedades de esta base social, a la que busca incorporar sectores de trabajadores de cuello azul, los losers de la globalización, con viejos empleos manufactureros que se han perdido o están a punto
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de perderse. El hombre plantea “grandes soluciones a grandes problemas”: traer de vuelta los empleos que se fueron a China o México, aumentando los aranceles, deportar a los 11 millones de inmigrantes ilegales, construir un muro en la frontera con México (y hacérselo pagar a los mexicanos) prohibir la entrada de musulmanes al país y utilizar el poderío militar y económico para imponer el liderazgo de Estados Unidos en el mundo. Como dice su eslogan de campaña su objetivo es “hacer de nuevo grande a América”, es decir, llevar adelante una restauración imperial para revivir el “sueño americano”. Pero más que un futuro presidente parece un ilusionista. Quizás a su manera, diciendo que “todo se negocia” está admitiendo la inviabilidad de su programa. Trump es la expresión de extrema derecha de una crisis inédita de legitimidad del sistema bipartidista, dirigido por una fracción del “1 % más rico” de la población norteamericana. Es un síntoma de la decadencia del poderío norteamericano y un producto de décadas de reacción política. Aunque aún no están dadas las condiciones para que emerjan movimientos fascistizantes, su capacidad para canalizar el descontento y la frustración de sectores atrasados de asalariados y de las clases medias hacia el racismo y el nacionalismo es un alerta para los trabajadores, las minorías y los explotados en general. La buena noticia es que la polarización no es unidireccional. La convergencia de fenómenos progresivos de la juventud y de sectores de trabajadores precarios en la campaña de Sanders (ver nota en esta misma revista) empieza a mostrar la expresión por izquierda de la crisis de legitimidad de la “casta” política imperialista.
1. R. Kagan, “Trump is the GOP’s Frankenstein monster”, Washington Post, 26 de febrero de 2016. 2. J. Micklethwait, A. Wooldridge, Una nación conservadora. El poder de la derecha en Estados Unidos, Buenos Aires, Debate, 2007. 3. Esta estrategia demográfica está explicada en el libro The Emerging Republican Majority publicado por K. Phillips en 1969. 4. C. Cook, D. Wasserman, “The Democrats’ Demographic Edge”, The Atlantic, 12 de julio de 2015. 5. M. Davis, “¿Las últimas elecciones blancas?”, New Left Review en español 79, marzo-abril de 2013. 6. T. Skocpol, V. Williamson, The Tea Party and the Remaking of Republican Conservatism, Oxford University Press, Nueva York, 2012.
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Fotografía: desinformemonos.org.mx
Evo Morales y el post referéndum
El ocaso de la ilusión decolonial Javo Ferreira Liga Obrera Revolucionaria-Cuarta Internacional, Bolivia.
En el referéndum del pasado 21 de febrero y luego de más de una década de éxitos electorales memorables, Evo Morales y el MAS sufrieron su primer derrota electoral, en la que se jugaba la figura del presidente, por un estrecho margen frente a un conglomerado de fuerzas que llamaron a votar NO a la reforma constitucional que pretendía autorizar a Morales y García Linera a un cuarto periodo presidencial. El resultado ha provocado un cambio en la relación de fuerzas entre el gobierno y la oposición política que ya empieza su carrera para armar
un frente que tenga alguna posibilidad de ganar en 2019. En las siguientes líneas abordamos el necesario balance tras una década de gobierno y esbozamos las primeras perspectivas políticas que este resultado abrió en el país.
Algunos elementos sobre el resultado Evo Morales obtuvo casi el 48 % de los votos frente a un 51 % del voto negativo, lo que convierte esta derrota en parcial, ya que el SI fue un voto duro, frente a un voto negativo de un conglomerado de fuerzas que muy difícilmente
puedan articular un proyecto común. Es decir que aunque Evo Morales pierde el referéndum reeleccionista, mantiene una importante hegemonía en amplios sectores populares. Esta hegemonía, sin embargo, se focaliza en el campo, y como mostraron los resultados, la oposición campo-ciudad fue categórica. Si bien existe un desgaste del gobierno luego de una década de gestión, la misma obedece a un cúmulo de expectativas no satisfechas como trabajo, salud o servicios básicos que se perciben como algo cada vez más difícil de lograr con la caída de precios
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internacionales, como evidenció el caso de Potosí luego de la lucha del Comité Cívico Potosinista que exigía hospitales y fuentes de empleo, y que el gobierno rechazó realizar estos emprendimientos. El resultado fue categórico: mientras en Potosí Evo en otros momentos ganaba con más del 70 %, esta vez perdió por casi 15 puntos. Los escándalos de corrupción que golpearon al gobierno con el caso Zapata, las denuncias de tráfico de influencias o los muertos en el incendio de la alcaldía de El Alto, tuvieron como resultado final la reducción de la cantidad de votos en franjas de clase media o incluso sectores obreros, que le hubieran permitido vencer esta contienda.
Entre la bonanza económica y las dos velocidades de la crisis No es una novedad que se está llegando al final de los gobiernos posneoliberales y se está inaugurando un nuevo momento político en el conjunto de Sudamérica. El motor del desgaste es el impacto de la crisis económica internacional. Durante estos años, el MAS llevó adelante un intensivo plan de construcción de carreteras y obras de infraestructura, que va desde canchas de fútbol hasta instalaciones para mercados en algunas comunidades e ingenios en algunos centros mineros. La planta separadora de líquidos en el Chaco junto algunas fábricas menores y la planta piloto de litio fueron sus logros industrializadores. Los escribas del gobierno, funcionarios que hacen de periodistas, gritan sobre la supuesta reducción de la pobreza y junto con el FMI afirman que Bolivia se habría transformado en un país de ingresos medios, pasando de 1.000 dólares per cápita del PBI a unos 3.100 aproximadamente hoy1. Lo que no han mencionado es que lejos de avanzar en una inclusión social basada en el pleno empleo, salud o educación, estos avances solo se dieron mediante una distribución rentista de los ingresos nacionales que siguieron manteniendo la matriz primario-exportadora y un dólar tendencialmente bajo que permitió el acceso al consumo de amplias capas de la población. Pero no fue superada la vulnerabilidad estructural y la dependencia del país de los volátiles precios de materias primas ni de los créditos e inversiones de diversas potencias imperialistas, reafirmando que la modernización en curso mantiene las bases semicoloniales de la nación. Pese a esto, con el inicio de la crisis en la región y la caída de precios, Bolivia tendrá un crecimiento por encima del 5 % este año y eventualmente el siguiente. La situación de postergación en la que se encontraba el país luego de 25 años de ciclo neoliberal, el rezago industrial, la parálisis en la infraestructura, los altos costos de los servicios y las comunicaciones permitieron que al iniciarse la bonanza económica con el alza de precios de materias primas y de commodities, el gobierno de Evo pudiera administrar recursos enormes, equivalentes en 8 años a los 25 del ciclo de gobiernos neoliberales. Sin embargo, ya en 2015 la
caída de ingresos en concepto de exportaciones fue del 36 %, como informó el presidente del Banco Central de Bolivia, Marcelo Zabalaga, las ventas en concepto de exportaciones “bajaron de USD 12.893 millones a USD 8.720 millones” (La Razón, 17/02/2016). Sin embargo, esta caída en la recaudación estatal y en los ingresos nacionales está siendo compensada con un fuerte endeudamiento con el Estado chino por 7.200 millones de dólares, aprovechando 15 mil millones de dólares de reservas que garantizan estos créditos destinados a infraestructura (tren interurbano en el oriente, tres carreteras troncales que unirán el norte y el sur del país desde los Andes hasta los llanos orientales, más teleféricos), lo que permite garantizar un alto crecimiento para esta gestión. Esta es la vía lenta de llegada de la crisis. La otra vía tiene un impacto más directo en el ámbito social, y es la situación de cooperativas mineras y empresas que están cerrando porque los altos costos de producción impiden continuar operando, lo mismo en sectores fabriles orientados a la exportación como textiles o joyería que han empezado a reducir personal y a racionalizar su producción. Esta es la vía rápida de llegada de la crisis y que puede tener un impacto social importante aun cuando exista alto crecimiento de la mano del Estado. Aunque Bolivia no tenga los mismos ritmos frente a la crisis económica que el resto de la región, es indudable que no constituye una excepción. Y esta dinámica se sentirá en los próximos meses, de ahí lo prematuro del referéndum, ya que el gobierno tenía muchas más posibilidades de triunfar hoy que cuando se vea obligado a aplicar medidas de racionalización del gasto público, permitir despidos y sentir la presión de los sectores empresariales para diluir el salario.
De la crisis orgánica al Estado Plurinacional La nueva Constitución aprobada en el referéndum de enero de 2009, que da origen al llamado Estado Plurinacional de Bolivia, significó el surgimiento de un nuevo régimen, de un nuevo orden basado en la incorporación de las autonomías indígenas-originario-campesinas en la estructura institucional del Estado, y en una redefinición de las características de la propiedad agraria hacia el futuro. Significó así mismo la consolidación del gran acuerdo nacional firmado el 21 de octubre de 2008 entre el gobierno de Evo Morales y los representantes de las derechas regionales (Costas, Cossio, Suarez y otros), luego de una profunda crisis que dejó más de 15 muertos y canalizó las disputas políticas entre el MAS y la oposición regional por el camino de la institucionalidad democrática burguesa. Surgía así un nuevo régimen político, en su expresión formal-institucional, es decir, se incorporaron las autonomías indígenas junto al reconocimiento de 36 naciones y/o nacionalidades originarias, las autonomías departamentales y la figura del prefecto como representación
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presidencial fue reemplazada por la de los gobernadores elegidos por el voto popular, además de otras modificaciones en el entramado institucional del país. Sin embargo, entre el pacto y la consolidación de este nuevo régimen existía una distancia que debía ser llenada, y esto solo se pudo hacer sobre la base de que el gobierno adquiriera rasgos crecientemente bonapartistas que contribuyeran a esta estabilidad social y al desarrollo de la nueva ingeniería institucional. El MAS, un frente popular de base campesina, se metamorfoseaba en una formación nueva, en un conglomerado de organizaciones y caudillos pero donde el presidencialismo de Evo Morales, el “jefazo” –como se referían a él sus militantes y funcionarios–, se convertía en la clave del aparato estatal y en el contenido esencial del nuevo régimen emergente. Este proceso implicó el desarrollo de una creciente tendencia del partido de gobierno a asimilarse a la clase dominante, a la burguesía. Esta asimilación puede ser de dos vías: una lenta y legal, en base a los altísimos salarios de los funcionarios, a los viáticos, regalos y prebendas oficiales; o puede llevarse a cabo en forma acelerada por la vía de la corrupción de los funcionarios públicos, es decir por un mecanismo de enriquecimiento acelerado a costa de los recursos estatales. Este proceso de asimilación a la clase dominante se vio facilitado por la política de pactos y acuerdos con los viejos derechistas que hoy colaboran y trabajan en diversas reparticiones estatales del Estado Plurinacional. Pablo Solón, un exfuncionario del MAS como embajador en la ONU, describe la situación de la siguiente manera: Así, poco a poco, las banderas de la revolución agraria fueron vaciadas de contenido. La gran mayoría de terratenientes de antes del 2006 no fueron afectados. Se enfatizó el saneamiento y la titulación de tierras que favoreció mayoritariamente a indígenas y campesinos pero no se procedió a desmantelar el poder de los latifundistas. En este contexto se produjo una alianza con el sector más importante de los agro-empresarios: los exportadores de soya transgénica a los que se les permitió continuar e incrementar la producción de transgénicos. La soya transgénica que en el 2005 representaba solo el 21 % de la producción de soya en Bolivia alcanzó el 92 % en el 2012. Se postergó la verificación del cumplimiento de la función económica social de las grandes propiedades que hubiera llevado a su expropiación y reversión, se perdonaron los desmontes ilegales de bosques y se llamó a ampliar la deforestación para beneficio fundamental de los agroexportadores. Estas alianzas que antes del 2006 hubieran sido impensables se justificaron diciendo de que así se fracturaba a la oposición cruceña, se viabilizaba que el gobierno sea bien recibido en ciudades del oriente, y se evitaba una polarización como la de Venezuela, pues los sectores económicos de la oposición de derecha verían que era
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mejor no malograr la estabilidad del gobierno. Esta política de alianzas para estabilizar y consolidar “el gobierno del pueblo” fue abarcando a casi todos los sectores de poder económico. La burguesía financiera que desde un principio fue tratada con guante blanco para evitar el riesgo de una corrida bancaria, como en los tiempos de la UDP, fue una de las más beneficiadas. Las utilidades del sector financiero en Bolivia pasaron de 43 millones de dólares en el 2005 a 283 millones de dólares en el 2014. Algo similar pasó con la minería privada transnacional, que pese a algunas nacionalizaciones, mantuvo a lo largo de los últimos diez años una participación del 70 % en las exportaciones. Según el propio Ministro de Finanzas las utilidades del sector privado llegaron en el 2013 a los 4.111 millones de dólares2.
La nueva situación, la clase obrera y el Partido de los Trabajadores Luego de aceptados los resultados del referéndum que intentaba consolidar ese carácter semibonapartista del régimen, sobre la base de un cuarto mandato, el gobierno y régimen tienden a endurecerse. Recientes declaraciones de Evo y sus funcionarios plantean que ya existen proyectos de ley para regular y controlar el uso de redes sociales, a las que el aparato gubernamental atribuye su derrota en el referéndum, así como una nueva central de inteligencia. La tan mentada “revolución democrática y cultural” parece ser que necesita de más regulaciones, nuevas cárceles y policías cibernéticos para llevar adelante el postulado de la descolonización del poder y la sociedad. Este despliegue represivo pudo verse en la feroz y sañuda persecución contra los trabajadores mineros de Huanuni y su sindicato, contra los trabajadores de la Universidad Nacional Siglo XX o contra los fabriles, salubristas y maestros luego de las huelgas del año 2013 y, sobre todo, luego de un gran intento por parte de los trabajadores de poner en pie el Partido de los Trabajadores basado en los sindicatos. Este intento, luego traicionado por la burocracia oficialista cómplice en la persecución a los trabajadores avanzados, fue uno de los fenómenos más avanzados en la lucha por la independencia política de los trabajadores. El resultado del referéndum, bajo la sombra de la crisis económica internacional, hace que
podamos afirmar que estamos ante el ocaso de la revolución democrática y cultural de Evo y sus amigos; y que la tan mentada descolonización del poder y la sociedad quedará como una tarea pendiente en manos de los trabajadores. El cambio en la relación de fuerzas entre los diversos actores políticos plantea la apertura de un pequeño espacio para disputar el descontento manifestado por sectores de trabajadores, estudiantes y franjas populares que, sin apoyar a la derecha votaron negativamente el 21F pasado. Para este fin, la lucha por un Partido de los Trabajadores, aunque por la acción de la burocracia sindical no exista una inmediata posibilidad de su surgimiento, permite reagrupar a los trabajadores avanzados que, en cada empresa, fábrica y taller quieren enfrentar a la burocracia sindical cómplice de despidos, persecución y ataques al salario de los trabajadores. Las banderas del PT permiten agrupar a trabajadores, estudiantes y diversos sectores populares que ven que hace falta una salida política de los trabajadores, que supere el estrecho marco del MAS o la vieja derecha como en el pasado referéndum re reeleccionista.
En la nueva situación, pelear por una salida obrera independiente El gobierno y sus epígonos han difundido que este referéndum habría sido la manifestación de la “democracia directa”. Nada más falso. Intentan embellecer su gestión tomando instituciones y/o eslóganes conservadores que en otros momentos de la historia solo derechistas consumados podrían haber reivindicado3. La lucha por el Partido de los Trabajadores debe ir acompañada por la lucha por la extensión de las libertades democráticas contra los politiqueros profesionales, algo negado en la asamblea constituyente pactada con la derecha, disolviendo la reaccionaria institución presidencial y la cámara de senadores, para que de esta manera sea la misma representación popular la que ejerza en forma directa los derechos de legislar y ejecutar las medidas de gobierno. El país debe terminar con la subdivisión en circunscripciones electorales que diluyen el voto obrero e indígena y de las grandes mayorías populares en regiones incluso despobladas del país. Necesitamos una circunscripción electoral única para que la idea de “una persona un voto” se haga realidad. El MAS solo ha perpetuado instrumentos reaccionarios de
neoliberales, nacionalistas o republicanos. Todos los funcionarios públicos deben ganar el salario de un trabajador fabril calificado, lo que terminaría con esa disputa ruin y miserable por llegar a diversas esferas estatales con el único fin del enriquecimiento personal. Esto permitiría implementar de manera transparente la elección de los jueces, tribunos, fiscales por voto popular, libre y democrático. La lucha contra los intentos del MAS de recortar aún más los derechos democráticos debe ser para facilitar que las luchas económicas, por el salario y la defensa del empleo, por los derechos de los pueblos indígenas, hoy reducidos a una mención en el papel, se hagan más concretos y más reales. La expropiación del latifundio y el reparto entre campesinos sin tierra, el control de la agroindustria por parte de los trabajadores agrícolas, la colectivización de las tierras en el occidente sobre la base de la industrialización y maquinización del campo serán enormes puntos de apoyo para avanzar, ahora sí, en una genuina descolonización nacional. Solo la transición del poder a los trabajadores mediante la conquista de un gobierno obrero, campesino y popular, sobre la base de organismos de democracia obrera directa, como esbozó la experiencia de la Asamblea Popular de 1971, será la garantía para iniciar una construcción nacional genuinamente independiente del imperialismo, avanzando en la industrialización nacional y en la elevación real del nivel de vida y de cultura de todo el pueblo.
1. En Argentina, el PBI per cápita es de es de 12.509; en Chile de 14.528; en Perú 6.541, para dar algunos ejemplos (datos: Banco Mundial). 2. Pablo Solón, exembajador ante la ONU, “Algunas reflexiones, autocríticas y propuestas sobre el proceso de cambio”, disponible en pablosolon.wordpress. com, 25/02/2016. 3. Durante el referéndum pasado, un eje de la campaña electoral sostenida por el MAS, se basó en la estabilidad macro económica, “conquista” que se logró en 1986 luego de un ataque feroz al salario y a las conquistas obreras con el decreto Supremo 21.060. Hoy, los viejos eslóganes sostenidos por el MNR durante casi dos décadas pasan a manos del MAS. Con respecto al referéndum es evidente que plantearle a los trabajadores y al pueblo solo dos opciones sin posibilidad de discutir y tomar un rumbo alternativo, lejos está de ser democracia “directa”.
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Fotomontaje: Juan Atacho
Debates sobre el imperialimo hoy (I)
El capitalismo global como construcción imperial Con este artículo, que discute el libro de Leo Panitch y Sam Gindin La construcción del capitalismo global, iniciamos una serie de reflexiones sobre algunas de las elaboraciones recientes que discuten sobre los rasgos del imperialismo hoy y la capacidad de explicarlo desde la teoría marxista. Esteban Mercatante Comité de redacción.
En el momento en que se cumplen 100 años desde que Lenin escribiera Imperialismo: fase superior del capitalismo, varios trabajos vienen discutiendo sobre la actualidad o inactualidad de las coordenadas trazadas por esta obra y las de otros autores marxistas. Desde la ofensiva guerrerista iniciada por George W. Bush este
concepto volvió al debate marxista, después de haber caído en el abandono durante los tiempos de retroceso ideológico durante la ofensiva conservadora de los ‘80. El economista marxista indio Prabhat Patnaik señalaba que el imperialismo, que a mediados de los años ‘70 “ocupaba tal vez el lugar más prominente en cualquier
discusión marxista”, tres lustros después “ha desaparecido virtualmente de las páginas de las revistas”, y “los marxistas más jóvenes parecen perplejos cuando el término es mencionado”1. Desde el comienzo del milenio, una nueva producción ha comenzado a discutir los rasgos del imperialismo en tiempos de internacionalización »
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ideas & debates
productiva desde la teoría marxista, analizando en algunos casos críticamente las elaboraciones “clásicas”, realizadas por los marxistas durante las primeras décadas del siglo xx, entre las que destaca el trabajo de Lenin que marca las nuevas coordenadas estratégicas de la época. Imperio, de los filósofos neoautonomistas Antonio Negri y Michael Hardt, anticipó en el año 2000 este regreso a escena del tema, construyendo la teoría de un imperio sin centro. “EUA no constituye –y, en realidad, ningún Estado-nación puede hoy hacerlo– el centro de un proyecto imperialista”, decían tres años antes de la invasión a Irak2. Las tesis de este libro tendrían un duro choque con la realidad ante el despliegue de la agenda neoconservadora del imperialismo norteamericano que trajo la administración de George W. Bush. David Harvey, Ellen Meiksins Wood, Giovanni Arrighi, Robert Brenner, Perry Anderson, serían responsables de algunas de las intervenciones más destacadas de este retorno al debate, varias de las que iremos discutiendo en esta serie. En esta nota abordaremos el trabajo de Leo Panitch y Sam Gindin, La construcción del capitalismo global. La economía política del imperio estadounidense (que acaba de ser publicado por Akal en castellano). Este sostiene que desde la posguerra EE.UU. domina el planeta integrando de forma subordinada a las demás potencias (y al resto de los países) bajo su imperio informal. Una especie de “superimperialismo”, término al que no recurren los autores pero que se acerca mucho a su caracterización3, definiendo condiciones muy distintas a las de la rivalidad interimperialista que caracterizara Lenin como un elemento central de la nueva época.
El planteo El libro La construcción… destaca por la meticulosidad con la que historiza el ascenso de los Estados Unidos al rango de superpotencia. La articulación entre la política interna y la política exterior en los EE.UU., la paulatina acumulación de capacidades estatales adecuadas para moldear el capitalismo mundial de acuerdo a los requerimientos de las corporaciones norteamericanas pero dando un lugar destacado a la estabilidad sistémica en beneficio de todo el capital global, y el impulso al desarrollo de instituciones multilaterales adecuadas a este objetivo, son analizadas recurriendo a un abundante acerbo documental. Dos tesis fundamentales estructuran el libro. La primera de ellas, es que para entender el surgimiento del capitalismo global contemporáneo, es necesario considerar ante todo el rol jugado por los Estados en la construcción del mismo. Yendo al cruce de distintos planteos “globalófilos”, la premisa es que lejos de ser el resultado de determinaciones económicas que operan de manera “automática”, el capitalismo mundializado ha dependido de la capacidad estatal para crear mecanismos adecuados a la internacionalización del capital. Sobre todo de la capacidad del Estado norteamericano para poder operar
como garante de la acumulación de capital a escala planetaria. Este libro es sobre la globalización y el Estado. Muestra que la ampliación de los mercados, circulación de valor y relaciones sociales capitalistas en todo el mundo, lejos de ser un resultado inevitable de tendencias económicas expansionistas, ha dependido de la acción de los estados —y de uno en particular: EE. UU. (VII)4.
La segunda tesis clave del libro, es que la transformación de los EE. UU. en superpotencia, y la integración subordinada del resto de las viejas potencias europeas bajo su órbita junto al resto de las formaciones capitalistas, se operó mediante la conformación de un “imperio informal”. EE. UU. “tuvo éxito en integrar a todas las demás potencias capitalistas en un sistema efectivo de coordinación bajo su égida” (8). Esta tesis no tiene nada que ver con el planteo de Michael Hardt y Toni Negri. El imperio de Panitch y Gindin es un imperio con un claro centro, el Estado norteamericano operando en todo el mundo a través de una serie de instituciones multilaterales y Estados “vasallos” de distinta jerarquía. Para los autores, EE. UU. fue capaz de lograr lo que definen como “condiciones estables para la acumulación globalizada de capital” (8), gracias a lo que definen como internacionalización del Estado. Esta definición no debe entenderse como la emergencia de un nuevo “proto-Estado global” a través de las nuevas instituciones que surgieron en la posguerra; estas “estaban constituidas por los propios Estados”, aunque para Panitch y Gindin estos últimos están “embebidos en el nuevo imperio norteamericano” (9). Lo que quiere decir la idea de internacionalización de los estados es que “ahora también debían aceptar cierta responsabilidad en promover la acumulación de capital de un modo que contribuyera al manejo de orden capitalista internacional liderado por los EE. UU.” (9).
compromiso de todos los Estados de dar garantías e igualdad ante la ley a todos los capitales. El Departamento del Tesoro y el Departamento de Estado serían las agencias clave en este desarrollo. En la posguerra, serían estas dependencias las que jugarían un rol central para forjar el accionar coordinado de los Estados. Los acuerdos de Bretton Woods sobre el orden monetario internacional, y la intervención del estado norteamericano en la reconstrucción europea de posguerra, sentaron las bases para un período excepcional de crecimiento que se prolongaría hasta finales de los ’60, apoyado en el gran esfuerzo estatal y en la destrucción creada por la propia guerra. El comercio internacional se incrementó durante los años ’60 un 40 % más rápido que la producción bruta, y el ritmo de la inversión directa fue aún mayor, duplicando la tasa de crecimiento del producto. La construcción… caracteriza la crisis que puso fin a este boom como las “contradicciones del éxito” (111). Pero, observan, esta crisis abrió paso a una renovación del impulso imperial de los EE.UU., que lo llevó a impulsar mayores niveles de integración global desde los años ’80. La manera en que la crisis fue resuelta “fue decisiva para concretar el proyecto de un capitalismo global bajo liderazgo norteamericano durante las dos últimas décadas del siglo xx” (164). Una serie de transformaciones importantes tuvieron lugar, entre ellas la de la relación entre las finanzas y la industria. “Una porción mucho mayor de las ganancias corporativas globales iba ahora al sector financiero” (187). Además ocurrió “una vasta reestructuración” industrial que relocalizó varias de ellas (188). Quizás lo más importante, se registró un giro hacia la producción manufacturera de alta tecnología, una “revolución mayormente liderada por los EE. UU.” (190) que atravesó la informática, telecomunicaciones, química y farmacia, producción aeroespacial e instrumentos científicos. Esto reconstituyó la base del capitalismo norteamericano, y sentó las bases para la internacionalización productiva comandada por los EE. UU.
Un orden mundial a imagen y semejanza de la El imperio no es un imperialismo superpotencia Panitch y Gindin buscan demostrar cómo el orden mundial posterior a la II Guerra Mundial es resultado de la proyección de los caracteres del desarrollo y gobernanza capitalista de los EE. UU. hacia el resto del mundo. Su estudio comienza con un análisis de cómo se forjó el capitalismo estadounidense, y los rasgos particulares de su Estado desde el comienzo. El New Deal resaltó “la distintiva interdependencia entre el Estado y el capital [que] se probaría crítica para la manera específica en que [los Estados Unidos] jugaron su rol emergente como administradores del capitalismo a escala global” (63). Durante el período que va entre las dos guerras mundiales, los EE. UU. terminaron de desarrollar las capacidades que desplegarían luego de la guerra para asegurar la conformación de un orden trasnacional integrado, apoyado en el
El planteo de La construcción… tiene como gran virtud sostener que el sistema internacional de Estados formalmente independientes puede ser (y efectivamente es) la base para constituir relaciones de vasallaje y dominio. Es muy importante tener esto presente cuando uno de los aspectos por los que se cuestiona la relevancia actual de la teoría del imperialismo es por interpretar la proliferación de Estados soberanos durante los últimos 60 años como una superación de la condición dependiente y (semi) colonial de dichas formaciones. El problema es que Panitch y Gindin no hacen mayores distinciones entre las relaciones establecidas por los EE. UU. con las viejas potencias imperiales, y el resto de los Estados. Sí observan que la dedicación de recursos destinada a la recuperación Europea fue muy superior, y en su
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análisis se puede observar que el esfuerzo dedicado a integrarlas en el orden trasnacional comandado por los EE. UU. fue muy superior al dedicado al resto del mundo. Pero fuera de esto, no merece mayores distinciones el tipo de vínculo que EE. UU. establece con éstas y con el resto de los Estados, todos integrados por igual en el dispositivo de dominio imperial. Podemos ver entonces que las relaciones entre las potencias son para Panitch y Gindin de una naturaleza muy distinta de la que caracterizara Lenin en Imperialismo... Allí, polemizando con Kautsky (quien tenía la visión de que el enfrentamiento inter-imperialista no era inherente a la naturaleza de la fase imperialista, y en cambio era posible esperar que las potencias tendieran a actuar de forma concertada empujadas por la misma interdependencia de la economía internacionalizada), Lenin sostenía que una de las “particularidades ‘histórico-concretas’” del imperialismo contemporáneo era la rivalidad “de varios imperialismos”. Esta no expresaba sólo una situación a ser superada, como consideraba Kautsky; el desarrollo desigual, inherente a la dinámica del capitalismo global, haría imposible cualquier equilibrio duradero entre las potencias, sobre la base del cual pudiera asentarse un acomodamiento estable de sus relaciones. En La construcción..., partiendo de la verdad incontrovertible de que el poderío norteamericano ha sido desde la salida de la II Guerra muy superior al de las demás potencias, y considerando cómo el Estado norteamericano se aplicó durante el período de la reconstrucción de posguerra a crear condiciones para el involucramiento de todos los estados en el sostenimiento de un espacio mundial capitalista integrado, descartan como algo del pasado la rivalidad entre potencias imperialistas. Para Panitch y Gindin no se trata sólo de un cambio histórico, sino de un defecto que tenía en su visión las teorías del imperialismo de principios del Siglo XX, con “su tendencia a elevar un momento coyuntural de rivalidad inter-imperial al rango de una ley inmutable de la globalización capitalista”5. Esto se liga para los autores con lo que consideran “el aspecto más defectuoso” de estas teorías, “su visión reduccionista e instrumentalista del estado”6, en el sentido de que –erróneamente para los autores– se consideraría una preeminencia a las determinaciones económicas como punto de partida para comprender las relaciones interestatales. Pero algo que falta en el libro de Panitch y Gindin es una adecuada teorización del Estado y de las relaciones sociales en las que se basa. Abunda la descripción del accionar del Estado norteamericano y de la “internacionalización” de los Estados, pero esta no es satisfactoriamente conceptualizada ni inscripta en una teoría de las relaciones interestatales. En el caso de la potencia imperial, sus agencias se elevan por sobre la perspectiva inmediatista de la clase capitalista para dirigir la construcción del capitalismo global. El resto de los Estados, en cambio, se
limitan a responder colaborativamente en aras de la acumulación global. No es caer en un “instrumentalismo” proponerse situar las determinaciones, posibilidades y límites de la acción de todos los Estados, y los condicionamientos recíprocos en el sistema de Estados, tomando como punto de partida la acumulación de capital a escala global. El capitalismo globalizado bajo el impulso norteamericano, no puede sobreponerse a la relación contradictoria entre lo que David Harvey define como “procesos moleculares de acumulación”, y la lógica territorial del poder, en el que los Estados nacionales siguen jugando un rol clave y que, lejos de ser actores pasivos a los requerimientos del “imperio”, intervienen en defensa de determinados sectores de la burguesía y del incremento de su poderío estatal (para asegurar el dominio sobre las clases subalternas y para preservar su fuerza comparativa con los demás Estados). Porque la economía mundial de la etapa imperialista une “en un sistema de dependencias y de contradicciones”7, es que se hace necesario considerar la mutua determinación de las relaciones entre la economía, las clases sociales dentro de cada Estado y las relaciones entre los Estados, relaciones que para Trotsky conformaban lo que definía como el equilibrio capitalista8. Que “el capitalismo no puede llevar ninguna de sus tendencias hasta el fin”9, se expresa de manera patente en los esfuerzos por administrar esta contradicción entre las fuerzas productivas cada vez más internacionalizadas y la persistencia de su basamento nacional. Sin ingresar en estos problemas, la narrativa de Panitch y Gindin en la que el Estado norteamericano no enfrenta mayores restricciones en su capacidad para supervisar y transformar el sistema mundial y las relaciones interestatales, exagera la coherencia que adoptó la configuración de la economía global. Aunque los autores registran que el proyecto norteamericano se topó con contradicciones, resaltan la capacidad de los EE.UU. para orquestar una salida de las mismas que le permita seguir avanzando de acuerdo a sus designios previos. Es interesante recordar que Perry Anderson, quien también tiende a acentuar la fortaleza del poderío norteamericano, ha destacado sin embargo las dificultades crecientes que tiene para perpetuar las condiciones de preeminencia. En su opinión, el “Imperio” se está volviendo “desarticulado del orden que procuraba extender. La primacía norteamericana no es ya el corolario de la civilización del capital”10. El autor evidencia así los límites crecientes que enfrenta la hegemonía norteamericana, aunque hoy no haya quien pueda proponerse disputarla. El sobredimensionamiento de las capacidades de la potencia imperial se expresa de manera elocuente en las capacidades de contención de la crisis que Panitch y Gindin le otorgan. Ellos rescatan que la respuesta ante el estallido de la crisis de Lehman, y en los momentos más críticos que se produjeron desde entonces
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con la crisis de deuda en Europa, primó la acción coordinada. Pero mientras que esto sirvió para actuar en la emergencia contra la amenaza de una nueva Gran Depresión, carece de eficacia ante los problemas de fondo. Los que nos remiten al problema de cómo se reestructura la economía para dar impulso a la acumulación de capital, un juego de “suma cero” que, lejos de poderse metabolizar mediante un concenso global, exacerba la competencia y las salidas unilaterales. Desde 2008, la “contención” no permite disfrazar un panorama ominoso, donde la perspectiva es de un largo período de crecimiento a tasas paupérrimas, acompañado de alta inestabilidad financiera. La crisis está empujando en todo el globo a una polarización política en la que se fortalecen las respuestas que tienden a cuestionar el orden global liberal por derecha y por izquierda, lo que viene ocurriendo con fuerza en Europa. Preservar la unidad de los principales Estados bajo sus designios, se vuelve bajo estas condiciones, un objetivo cada vez más difícil para los EE. UU. Que el imperialismo norteamericano pudiera actuar como un “imperio” durante un período prolongado desde la posguerra, respondió menos a un cambio en la naturaleza de las relaciones entre las potencias, que a un conjunto de condiciones que permitieron a los EE. UU. evitar, hasta el momento, que el “desarrollo desigual” invirtiera el balance de fuerzas en su contra. Los síntomas de que esto está empezando a cambiar irremediablemente, aparecen en varios planos. Seguiremos en próximas notas discutiendo con autores que desarrollan otros aspectos críticos para el debate del imperialismo contemporáneo. 1. Prabhat Patnaik, “Whatever happened to imperialism?”, Social Scientist vol. 18, nº 6-7, New Delhi, 1990. 2. Michael Hardt y Antonio Negri, Imperio, Buenos Aires, Paidós, 2002, p. 15. 3. “En este caso una sola superpotencia imperialista posee tal hegemonía que las otras potencias imperialistas pierden toda independencia real frente a ella y quedan reducidas a la condición de pequeñas potencias semicoloniales”, Juan Chingo y Gustavo Dunga, “¿Imperio o imperialismo?”, Estrategia internacional 17, otoño de 2001. 4. Las citas del libro corresponden a la versión original de The making of global capitalism. The Political Economy of American Empire, Nueva York, Verso, 2012 y son traducción propia. Los números de página los indicamos en el cuerpo del texto, entre paréntesis. 5. Leo Panitch y Sam Gindin, “Capitalismo global e imperio norteamericano”, Socialist Register, Buenos Aires, Clacso, 2005. 6. Ídem. 7. León Trotsky, Stalin, el gran organizador de derrotas, p. 94. 8. Paula Bach, Prólogo a León Trotsky, Naturaleza y dinámica del capitalismo y de la economía de transición, Bs. As., CEIP, 1999. 9. León Trotsky, Naturaleza…, ob. cit., p. 183. 10. Citado en Esteban Mercatante, “El imperio contraataca”, IdZ 6, diciembre 2013.
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Rescatando el legado de Vigotsky Juan Duarte Comité de redacción. Como venimos señalando en otras notas de esta revista1, la figura de Lev Vigotsky (18961934) constituye hoy una de las más renombradas de la psicología en todo el mundo, en ámbitos educativos y pedagógicos, en psicología del desarrollo, psiconeurología, clínica de la niñez y la adolescencia, etc. Se trata de uno de los ejemplos de la creatividad del marxismo en la ciencia en los años ‘20, y en nuestro país ha pasado a constituir una referencia obligada en ámbitos universitarios y terciarios de formación docente. Pero al mismo tiempo se trata de una de las obras más manipuladas y menos conocidas del ámbito psi.
Una obra muy manipulada Para ilustrar la situación, digamos, por ejemplo, que el texto más utilizado en ámbitos académicos, aquel en el cual desarrolla el famoso concepto de Zona de Desarrollo Próximo2, no fue escrito por el marxista soviético sino que es un producto de la edición de fragmentos de distintas obras agrupados, traducidos y editados con numerosas inexactitudes, supresiones de citas y nombres e inserciones deliberadas, por parte de sus editores norteamericanos, durante los ‘70. Otro texto muy utilizado, Pensamiento y habla3, se deriva en realidad desde un resumen del manuscrito original de edición póstuma,
editado también alevosamente en los ‘60 en los Estados Unidos por el psicólogo Jerome Bruner y compañía. El resumen, con prólogo del mismo Bruner y comentarios de Jean Piaget, cuenta en castellano con 180 páginas, mientras que la traducción del texto original, cuenta con 520. El último caso es más llamativo, ya que desde 2005 se cuenta con una muy buena traducción y edición en nuestro idioma4. En ambos casos las pérdidas recaen sobre todo en lo que el mismo Vigotsky llamó la “piedra angular” de su obra: la dialéctica del método marxista. Esto nos lleva a otro aspecto, relacionado, de la recepción de su obra, en el mundo y en
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nuestro país: la creación de narrativas, bastante instaladas y reproducidas, sobre el autor y su obra. Narrativas destinadas a legitimar tal o cual corriente como continuadora del proyecto vigotskiano pero alejadas de la historia concreta del desarrollo de su vida, pensamiento y proyecto intelectual y político5. Relatos que lo señalan como solo un gran psicólogo o académico; otros, ligados a la anterior, según la cual habría elaborado su teoría psicológica junto a sus –supuestamente– fieles colaboradores y amigos Luria y Leontiev (la “troika”) durante solo diez –fulgurantes– años, entre 1924 y 1934. Otras narrativas tienen que ver con la valoración de su obra, en la cual se resaltan unos u otros textos o momentos (como el de las relaciones entre aprendizaje y desarrollo, o entre funciones psicológicas inferiores y superiores resaltando la actividad mediada), escindidos del proyecto global de construcción de una psicología general. En el caso del mito de la “troika”, se trata de parte de una operación que encubre y legitima la apropiación del legado bajo otros presupuestos por parte de Leontiev y Luria y más tarde de otros (como el mencionado Bruner o Michael Cole), que reclamarán sus credenciales vigotskianas mientras presentan un recorte parcial y despojando de su concepción integral (epistemológica y política, revolucionaria) de la dialéctica marxista. Digamos lo obvio: tanto la manipulación editorial como las narrativas convergen en las dificultades para establecer la obra misma –qué escribió Vigotsky efectivamente, qué publicó y qué no, en qué momentos, etc. En este sentido el caso del marxista ruso puede relacionarse –con todas las diferencias del caso– con el de Gramsci6, sobre cuya obra ha sido necesario un importante trabajo filológico de establecimiento del corpus definitivo de textos. Pero en este caso, a diferencia del italiano, no fueron la cárcel y el fascismo, sino el desarrollo de la estalinización de los ámbitos académicos en el Estado soviético, así como las manipulaciones posteriores a la hora de editar la obra fuera de la URSS (fundamentalmente desde mediados de los ‘50), las circunstancias que determinaron todo tipo de operaciones sobre ésta.
Desmontando mitos y estableciendo un archivo Por todo esto resulta muy relevante la reciente edición de Revisionist revolution in Vigotsky Studies7 [La revolución revisionista en estudios
sobre vigotsky], editado por Anton Yasnitsky y René van der Veer, que sintetiza gran parte del trabajo de investigación filológica e histórica que vienen haciendo los autores junto a un equipo de investigadores desde hace al menos una década. Según los autores, lo “revolucionario” de su proyecto se encuentra en la recuperación y puesta a disposición del archivo. Mientras que el “revisionismo” apunta a la deconstrucción de los mitos celebratorios alrededor del autor, la crítica al camarillismo, la hagiografía y el ritualismo que los construyeron, al tiempo que historizar críticamente el camino de las relaciones transnacionales que fue siguiendo la corriente. Se trata, señalan, de “superar el viejo modelo de ciencia ‘estalinista’ y cultista todavía dominante en el campo vigotskiano ruso y occidental y ayudarnos a avanzar a nuevas alturas en el futuro. O, por el contrario, dirigirnos hacia atrás, hacia el pasado revolucionario pre-estalinista del proyecto bolchevique de reconstrucción social y cultural. Ambas opciones son buenas”8. El libro está dividido en tres partes. La primera apunta a la reconstrucción histórica de la psicología soviética, desde los años ‘20 hasta la actualidad, mostrando el desarrollo de una “ciencia estalinista”, para explicar el surgimiento de las narrativas sobre Vigotsky, fundamentalmente el de la supuesta “troika” (Vigotsky, Leontiev y Luria) y reponiendo en su lugar los heterogéneos grupos de investigación ligados a Vigotsky desde los años ‘20 hasta su muerte en 1934. En estos se resalta un modo de hacer ciencia colaborativo, heterogéneo en disciplinas y geografías, y basado en las necesidades científicas de la reconfiguración revolucionaria de la sociedad (por ejemplo, Eisenstein será uno de los miembros de este círculo). Vemos así como el mito de origen que une a los tres autores surge luego de la muerte del primero y en medio del acomodamiento de Leontiev9 y Luria a la burocracia a fines de los años ‘30 en lo que los autores denominan la “edad de oro de la psicología vigotskiana”. Queda ubicado así un nudo histórico en el cual la obra es adaptada al canon estalinista al mismo tiempo que celebrada, mediante todo tipo de manipulación (incluso la censura). En este punto los autores intentan desmontar la narrativa oral, de “victimización” de Vigotsky durante los ‘30, y luego exportada a Occidente (por Luria, entre otros, y muy presente en textos académicos), que plantea la continuidad entre el marxismo de Vigotsky y sus “mejores
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alumnos”, como los citados Leontiev y Luria, entre otros. En su lugar, los autores muestran los modos particulares en los que la estalinización condicionó el desarrollo del programa vigotskiano, que sí incluyó la prohibición de varias de sus principales obras y la eliminación por decreto del campo psicológico disciplinar más impulsado por Vigotsky, la pedología –suerte de estudios sobre la niñez– en 1936, y que, sobre todo, implicó esta reapropiación teórica de la obra por parte de la “teoría de la actividad” de Leontiev. Como punto crítico, encontramos acá que, por un lado, el análisis da cuenta de un sesgo academicista. Por ejemplo, se basa mayormente en unidades de análisis muy limitadas, como “círculo académico” o “redes informales”, así como en análisis cuantitativos de publicación de textos “académicos”, dejando de lado aspectos cualitativos políticos y sociales propios del momento histórico apoyada en una mirada histórica superficial del proceso revolucionario. Así, por ejemplo, se acentúa mucho que no hubo persecución ni prohibición, pero se desecha demasiado livianamente el argumento de que la concepción del marxismo que sostenía Vigotsky estaba reñida con el trato que le dispensaban las camarillas alineadas con la interpretación oficial positivista del marxismo, contra lo cual encontramos el testimonio del mismo Vigotsky en su archivo personal. O el hecho de que buena parte de la prohibición recayó sobre textos considerados “trotskistas” y buena parte de la censura sobre citas (de carácter más general, estratégico) del mismo Trotsky10. De conjunto, podemos decir que un límite que tiene el libro es que parte de una mirada histórica extremadamente superficial del período histórico11. La segunda parte, a nuestro juicio la más lograda, se centra en los textos y el legado del autor: ¿Quién escribió a Vigotsky? ¿Qué escribió él efectivamente? ¿Cuáles de sus textos constituyen el núcleo teórico de su pensamiento, o cuál es el Vigotsky real? Sin intentar reponer todo el recorrido, digamos solamente que sus principales obras nunca fueron publicadas en vida, sus principales conceptos (ZDP o la localización dinámica de las funciones psicológicas cerebrales) solo se popularizaron recientemente, e incluso muchas de sus publicaciones en vida fueron ignoradas por los propios continuadores. Encontramos aquí también un análisis minucioso sobre el abundante archivo personal: notas personales, cartas, series de documentos, »
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tarjetas de biblioteca y cuadernos. Se abre así todo un mundo inexplorado: Más que en cualquier otro lugar –señala la autora de este apartado–, en estas notas uno siente la presencia directa de Vigotsky como una persona colorida y abierta al mismo tiempo que una figura trágica, que pensaba que disponía de poco tiempo para una tarea inmensa […] la creación de una teoría psicológica general “superadora” de los abordajes precedentes y permitiría superar la crisis en la psicología.12
Pero este objetivo corría parejo con la tarea histórica revolucionaria que se proponía. Por ejemplo, encontramos acá las notas de viaje al congreso mundial de educación de niños sordomudos en Londres en 1925, donde presentó una ponencia discutiendo el problema pedagógico particular de la educación del niño sordomudo ligado a la necesidad de subvertir el lugar asignado a la niñez en la sociedad capitalista y contrastando con las políticas del Estado obrero13. En éstas, se muestra profundamente conmovido por el viaje y por su lugar como representante de aquel. Encontramos acá el pensamiento vivo de Vigotsky en acción: insights, proyectos, opiniones sobre otros psicólogos y citas omitidas en obras clave como El significado histórico de la crisis en psicología, etc. Por ejemplo, encontramos un proyecto para un futuro libro, Zoön politikón: la clave para la psicología del hombre, en el cual planeaba dar un esquema de una teoría de la conciencia basada en su origen social con tres partes dedicadas a Marx, Freud (que se revela, junto con Kurt Lewin, como unos de sus principales interlocutores, mucho más presente que lo que aparece en los textos publicados), y Lipps. También encontramos los trazos de un giro tardío en sus elaboraciones hacia la conciencia como un sistema semántico dinámico, el interés por el estudio de las emociones alrededor de la experiencia emocional (en ruso, Perezhivanie, síntesis de afecto y razón) y hacia el estudio de la localización sistémica de las funciones psicológicas superiores y los estudios clínicos de todo tipo. Al mismo tiempo vemos emerger la progresiva crítica estalinista (“idealista”, “anti-marxista”, “metodológicamente diletante”, “falta de dialéctica”), y el hastío de Vigotsky.
Finalmente, un tercer bloque recorre el proceso de exportación e importación de la obra vigoskiana al ámbito anglosajón y francés, plantea las bases para un historia transnacional de la ciencia vigotskiana. También se pasa revista a las experiencias sobre desarrollo de pensamiento conceptual en Asia central de Luria en 193132 y las controversias abiertas al respecto, así como la relaciones entre Vigotsky, Luria y otros psicólogos gestálticos. Como aspecto crítico del libro y aún reconociendo que se trata de aportes invaluables para la recuperación de la herencia vigotskiana (sobro todo el trabajo filológico) tenemos que decir que encontramos un límite a la reconstrucción propuesta al explorar a un autor que constantemente pone en juego una concepción unificada del marxismo (en tanto método y estrategia política), con criterios académicos disciplinares, se pierde lo que debería ser el hilo conductor de la reconstrucción histórica para dar cuenta de la complejidad de la empresa abordada. En este sentido, el análisis propuesto contrasta con el enfoque del historiador Guillermo Blanck, que justamente partía de resaltar esa característica en el marxista soviético, fue pionero en la deconstrucción de los mitos vigotskianos y dejó numerosas y valiosas traducciones y ediciones14. En definitiva, podemos decir que el principal mérito del libro es filológico, está ligado a la recuperación de la obra del marxista soviético, su establecimiento y puesta a disposición del público. Se trata de muy buenas noticias para quienes nos proponemos rescatar este legado para pensar en psicología por fuera de dualismos y reduccionismos, así como enriquecer el punto de vista marxista sobre la subjetividad.
1. Ver IdZ 10, 14 y 18. 2. Sintéticamente, implica la distancia entre el desarrollo real (ya alcanzado) y el potencial (por medio de la imitación de alguien más capaz), y una visión dialéctica en la cual el aprendizaje tracciona al desarrollo. El texto en cuestión es Vygotsky, Lev, El desarrollo de los procesos psicológicos superiores, Crítica, Barcelona, 2006 [traducción de Mind in Society. The Development of higher psychological processes, Cambridge, 1978, editada por Michael Cole, Vera John
Steiner y Sylvia Scribner]. Sobre el mismo, en el libro que reseñamos se señala que: “Los editores confesaron que ‘habían construido los primeros cuatro capítulos de este volumen desde ‘Herramienta y Símbolo’; luego el capítulo 5 ‘fue tomado de la sección 3’ de otro manuscrito recibido de Luria; el capítulo 6 y 8 fueron tomados de ensayos póstumos de Vigotsky correspondientes a diferentes períodos; y, finalmente, el capítulo 7 se basó en una charla sobre el juego de 1933”. Y todo sin aclarar una palabra, o sea, un fraude editorial. 3. Vygotsky, Lev, Pensamiento y lenguaje, Buenos Aires, Lautaro, 1964; Fausto, 1998. 4. Vigotski, Lev, Pensamiento y habla, Colihue, Buenos Aires, 2007. Es destacable la nota introductoria del traductor Alejandro González. 5. Por lo demás, se trata de algo extendido en las disciplinas psi, y el caso de desarrollo del freudianismo es paradigmático en este sentido. 6. Ver Liguori, Guido. “Los estudios gramscianos hoy”, en Modonesi Massimo (coord), Horizontes gramscianos. Estudios en torno al pensamiento de Gramsci, México DF, Facultad de Ciencias Sociales y Políticas UNAM, 2013. 7. Yasnitsky, Anton y van der Veer, René (Ed.). Revisionist Revolution in Vygotsky Studies, Londres, Routledge, 2016. Para mediados de año está prevista la edición en castellano de libro, que incluirá un apartado sobre la recepción de la obra de Vigotsky en nuestro país. 8. Yasnitsky, Anton, ob. cit., p. 26 (traducción nuestra). 9. Ambos ocuparán un lugar destacado en la psicología y neuropsicología soviética, llegando Leontiev a dirigir la sección de psicología de la universidad estatal de Moscú, y a fundar una teoría “sociohistórica” de la psicología basada en la “teoría de la actividad” mediada basada solo en ciertos aspectos de los planteos vigotskianos, dejando de lado su método. Luria se convirtió en una referencia soviética y mundial en neuropsicología, y tuvo un rol clave en la difusión de la obra del Vigotsky en Occidente. 10. Psicología pedagógica (1925), prohibida, y Psicología del arte (1925/6), muy censurada, en las cuales encontramos largas citas del revolucionario como cierre, son dos casos paradigmáticos. 11. La única referencia histórica del autor para este período es la de la historiadora Sheila Fitzpatrik, quien sostiene una visión crítica liberal-conservadora. Al respecto, ver Feijoó, Cecilia, “A propósito del libro La Revolución Rusa de Sheila Fitzpatrick”, en Estrategia Internacional 24, diciembre de 2007. 12. Yasnitsky, Anton, ob. cit., p. 95 (traducción nuestra). 13. Vygotsky, Lev. “Principios de educación social de los niños sordomudos” (1925). En Obras escogidas. Barcelona, Visor, 1991. 14. Ver, por ejemplo, su prefacio a la edición y traducción a su cargo de Vigotski, Lev, Psicología pedagógica (1926), Buenos Aires, Aiqué, 2005.
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Entrevista a Samanta Schweblin
Escribir genuina y furiosamente Como parte de una serie de entrevistas a los jóvenes escritores que se destacan dentro de una nueva generación creativa, muy diversa, en nuestro país, nos contactamos con Samanta Schweblin que, desde Berlín, donde vive actualmente, conversó con Ideas de Izquierda. A fines del año pasado fue publicado en Argentina su último libro de cuentos, Siete casas vacías. En 2014 publicó también la nouvelle Distancia de rescate, que se lee con la misma desesperación e incertidumbre que nos produce la tensión constante de sus cuentos y que nos mantienen en vilo hasta la última línea. IdZ: Distancia de rescate fue primero un cuento de Siete casas vacías, ¿qué fue lo que te llevó a transformarlo en una nouvelle? Simplemente, no funcionaba. Fue un cuento que reescribí muchísimo, ya no recuerdo cuántas veces, y no me conformaba. Fue en uno de esos tantos borradores que apareció la voz de David. Cuando David habló, lo ordenó todo. Cuando David le pregunta a Amanda, constantemente, ¿qué es lo importante?, también me lo estaba preguntando a mí. Obligándome a no bifurcarme, a avanzar lo más rápido posible pero también atenta a cada detalle. Descubrí que era una historia que necesitaba introspección, la revisión y la búsqueda que solo un diálogo intenso entre dos personas me podía dar, y sobre todo, necesitaba ciento treinta páginas más de las que yo estaba acostumbrada a manejar. IdZ: ¿Tenés alguna opinión particular de este género? En varias entrevistas dijiste que
elegís, con Siete casas vacías, volver al cuento, ¿de dónde parte esta elección para vos? No lo siento como una elección. Es algo que trae la propia idea, creo que en el germen de una idea ya hay una pista del género, la extensión, la voz, el ritmo. De todas formas estoy muy curiosa con lo que está pasando con las nouvelles. Creo que lo mejor de mis últimas lecturas tuvieron que ver con este género. Hay una intensidad, que viene del cuento, y a la vez una profundidad, que da la extensión de la novela, que me resultan muy atractivas. IdZ: Ricardo Piglia, en una entrevista, le otorgaba algunas características particulares al género de la nouvelle, que le distingue de la novela larga y del cuento, como la de mantener un secreto, “un sentido sustraído por alguien” alrededor del cual juega el texto y se construyen sus intrigas y sus redes, algo muy presente en tu escritura. ¿Cuál es tu visión? Es muy interesante la distinción que hace Piglia entre cuento y nouvelle. La idea de un final que en el cuento coincide con el propio final del cuento, y en cambio en la nouvelle está puesto en otro lado. La ambigüedad extrema de la nouvelle, en la que nunca sabemos si la historia que pensamos que se ha contado es la que verdaderamente se ha contado. Pienso en algunas de mi nouvelles preferidas, como “Muy lejos de casa” de Paul Bowles, o “El nadador en el mar secreto” de William Kotwinkle, o “El ruletista” de Mircea Cartarescu, y son libros que cumplen perfectamente con estas tendencias.
Fotografía: HAY FESTIVAL / Hayika Maras
IdZ: ¿Cómo fue el recorrido que hiciste hasta convertirte en escritora? ¿Por qué decís que fue una guerra con vos misma? No recuerdo ahora a qué pude referirme con “una guerra contra mí misma”, aunque casi todo lo que hago tiene algo de esta eterna batalla. Empecé a escribir para desaparecer: si escribía, o leía, todo se me perdonaba. En la primaria, al que se distraía en matemáticas le ponían un cero, pero si yo escribía la profesora Elvira –que hoy en día sigue felicitándome y mandándome “besotes” por Facebook– me perdonaba cualquier tipo de distracción. En la secundaria estaba muy mal visto eludir los recreos y no sociabilizar, pero si te quedabas leyendo, o escribiendo, un aura de misterio perdonaba las desapariciones sin grandes castigos. Después vinieron algunos talleres literarios, los primeros grandes maestros, y fui enamorándome de ese mundo, entendiéndolo de a poco. La carrera de cine también ayudó. Y por supuesto, mi paso por el taller de Liliana Heker. IdZ: ¿A quiénes considerás tus maestros?, ¿qué escritores te influenciaron? Hay en tus primeros cuentos varios puntos de contacto con los cuentos de Salinger, ¿fue una decisión? Siempre digo que tuve dos grandes influencias. Primero los latinoamericanos, con los que me enamoré de la literatura (Aldofo Bioy Casares, Antonio di Benedetto, María Luisa Bombal, Horacio Quiroga, Juan Rulfo, Felisberto Hernández). Y luego los norteamericanos, con los que aprendí a escribir (Flannery O’Connor, Eudora Welty, Hemingway, Cheevert, Salinger, »
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CULTURA Literatura
Donlevy, Yates, Paley…). Luego, algunos raros que me marcaron muy fuerte, como Kafka, Dostoievski, Becket, Pinter… Y muchos descubrimientos nuevos que siguen influenciándome, como Agota Kristoff, Elizabeth Strout, Amy Hempel, Colm Toíbín… IdZ: Cuando empezaste a escribir, ¿pensaste que iba a gustar tanto tu literatura, que iba a tener tanta repercusión? ¿Cómo te llevás con eso? No, no. Por supuesto que no. Es que la idea de dedicarme a la escritura ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Por eso incluso me puse a estudiar cine, cuando en realidad ya estaba muy compenetrada con la escritura. La repercusión de los libros da muchos lectores, y eso siempre se agradece. Tiene una contracara para mí desconocida hasta ahora, y es que el tema de las entrevistas y los compromisos sociales empiezan a ocupar un lugar más importante en la agenda, y son cosas que nunca me gustaron demasiado. Pero qué más puedo pedir, estoy viviendo de lo que me gusta, y de lo que considero que mejor sé hacer, es un gran privilegio. IdZ: A pesar de vivir en Alemania seguís situando tus historias en Argentina, en Distancia de rescate tocás una problemática muy propia de Argentina como son las consecuencias del uso de agrotóxicos en el campo. ¿Qué te llevó a cruzar tu nouvelle con esa cuestión? ¿Tiene que ver con hacer una denuncia social? Vivo en Alemania pero sigo pensando y escribiendo en Argentina, y creo que será así por lo menos por un tiempo más. Hoy por hoy necesitaría un excusa muy fuerte para escribir sobre Alemania, porque mi mundo sigue estando anclado en Argentina. Lo primero que surgió durante la escritura de Distancia de rescate fue la relación entre Amanda, Carla, Nina y David, y todo el tema de las migraciones. El glifosato fue una búsqueda posterior, cuando entendí el tipo de accidente que estaba necesitando para contar esta historia. Pero llegué a él por mis propias preocupaciones como ciudadana argentina. Hacía tiempo que venía siguiendo con espanto las políticas sojeras y las consecuencias nefastas de las fumigaciones con glifosato en la gran mayoría de los productos que consumimos. Así que fue un gran alivio poder volcar algo de todo ese horror en el libro. Estuve tentada de poner nombres y marcas muchas veces, pero la literatura no puede ser informativa con estas cosas. Si logro transmitir algo del horror que me provocó como argentina entender lo que esta pasando en este momento en el campo argentino, me doy por satisfecha. IdZ: ¿Qué es lo importante para vos a la hora de escribir? ¿Cómo lográs construir esa tensión que atraviesa toda tu literatura y que nos hace leerte al borde de la silla de principio a fin? Me gusta la tensión, quizás porque soy muy distraída y necesito que un texto me sostenga fuerte, me demande, me envuelva. Es algo que siempre exigí como lectora. Y con tensión no me refiero a la intriga del thriller o del terror.
Hay algo más, a veces incluso puede ser muy sutil. Esa sospecha de que se descubrirá algo nuevo, o de que en la travesía podríamos pensar en algo en lo que nunca antes habíamos pensado. La gratificante sensación de que, a cambio de nuestra lectura, el texto nos devuelve algo. Así que cuando escribo busco también esto, es que creo que la literatura siempre gira alrededor de estas energías de la tensión y la atención. IdZ: En varias de las entrevistas a escritores y escritoras que hicimos en esta revista repetimos la misma pregunta, que es también una discusión que los atraviesa, sobre la llamada “nueva narrativa argentina”, ¿te sentís parte de ella? ¿Existen para vos cosas en común en esa nueva generación de escritores? Me siento parte de una generación a la que le ha tocado vivir cambios y experiencias comunes. Los primeros y no muy productivos entreveros entre literatura e internet, la fluida comunicación con otros escritores de Latinoamérica, el disparo de nuevas y muy buenas editoriales independientes que le devolvieron a los libros la espontaneidad, la diversidad y la calidad que los grandes monstruos editoriales habían ido lavando. En ese sentido han pasado muchas cosas que nos marcan y nos forman como generación. Pero creo que en el sentido estricto de la escritura somos heterogéneos, escribimos desde mundos, géneros y poéticas muy distintas. También, en general, somos una generación que se lee mucho entre sí, y se lee bien. Quiero decir, se lee con apertura, nutriéndose y pensándose a sí misma con generosidad y curiosidad, más allá de los géneros, las políticas y las estéticas. IdZ: Dentro de esos nuevos escritores destacados hay varias mujeres, aunque en el género
de la literatura fantástica o del absurdo, que trabaja, como lo hacés vos, en ese límite entre lo real y lo extraño, predominan los hombres. ¿Cómo es para una escritora entrar en este universo? ¿Te tocó lidiar con estas etiquetas sobre lo que debería escribir una mujer? Por supuesto. Bajo la etiqueta de cuentista, a veces te preguntan si escribís “cuentitos para chicos”. O hay que bancarse que, como halago, a una le digan que escribe como hombre. Pero es parte del juego, todos lidiamos con las etiquetas, los hombres también. Y a veces –en algunos ámbitos– luchar contra ellas también es subrayarlas. Creo que en literatura lo mejor que podemos hacer las mujeres para ganarnos nuestro espacio es escribir lo más genuina y furiosamente posible. IdZ: En una entrevista en La Nación dijiste que estás muy alejada de la academia, que no te sentís para nada una intelectual, ¿podés contarnos más sobre eso? Es que tengo un gran respeto por la academia, por los teóricos. De verdad, hay que salir de Argentina para entender –y esto siempre hablando en líneas generales–, lo analíticos, profundos, y complejos que somos a veces los argentinos cuando nos sentamos a pensar. Admiro eso, y quizá lo admiro tanto porque justamente me siento bicho de otro rebaño. Mi formación “artística” –si es que existe algo así– empezó a mis seis años, de manos de mi abuelo materno, que era artista plástico, grabador. Mi formación viene de un taller en el que se trabajaba con tintas, chapas, ácidos, buriles. Vengo de una familia de artistas plásticos y se me entrenó desde chica para ese mundo de lo visual, de lo tangible.
Entrevistó: Letizia Valeiras.
SAMANTA SCHWEBLIN Parte, de alguna manera, de la nueva –y diversa– generación de escritores argentinos, Samanta Schweblin, de 38 años, nació y creció en Hurlingham, estudió Diseño de imagen y sonido en la UBA, y aprovechó cada viaje a la facultad y a la casa de su abuelo para leer compulsivamente: cuenta en una entrevista que ni siquiera levantaba la vista del libro para sacar el boleto de colectivo. Estudió con Liliana Heker y publicó en 2002, con apenas 24 años, su primer libro de cuentos, El núcleo del disturbio, que escribió entre los 18 y los 19, con el que había ganado el primer premio del Fondo Nacional de las Artes el año anterior. Su cuento “Hacia la alegre civilización de la capital” ganó también el primer premio en el Concurso Nacional Haroldo Conti. En 2008, Pájaros en la boca, su segundo libro de cuentos, la convirtió en ganadora del premio Casa de las Américas; fue publicado al año siguiente y traducido a 13 idiomas. En el año 2010 publicó un relato en la editorial uruguaya La Propia Cartonera y fue elegida como una de
las mejores escritoras jóvenes en español por la revista Granta. Resultó ganadora de diversos premios y reconocimientos más durante 2012 y 2014 y 2015, entre ellos el premio internacional Rivera del Duero, por Siete casas vacías y el premio Juan Rulfo, otorgado por Radio Francia Internacional junto al Instituto Cervantes de París, la Casa de América Latina, el Instituto de México, el Colegio de España y Le Monde Diplomatique, entre otros, por su cuento “Un hombre sin suerte”, parte de su último libro, Siete casas vacías, publicado al año siguiente de su única nouvelle, Distancia de rescate. Con muchos de sus relatos traducidos al inglés, francés, sueco y alemán, fue becada por diferentes instituciones, lo que la llevó a vivir en México, China, Italia y Alemania, donde aún permanece en la actualidad, dictando talleres de escritura para el público de habla hispana en Berlín. Durante estos días está dando en Buenos Aires un taller sobre “Tensión y fuerza narrativa” en el Espacio Enjambre.
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Adelanto del libro El encuentro de Breton y Trotsky en México
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Ilustración: Natalia Rizzo
De la revolución artística al arte revolucionario Adelantamos aquí un fragmento del prólogo a una nueva compilación de Ediciones CEIP-IPS cuyos textos dan cuenta del camino previo recorrido por Breton y Trotsky en lo que hace a las definiciones sobre la relación entre arte y revolución, del encuentro en tierras mexicanas y de sus repercusiones, tanto en la pluma de sus protagonistas, como en la de quienes lo comentaron posteriormente.
Eduardo Grüner Ensayista, sociólogo, docente UBA.
Por supuesto, la primera mitad del siglo xx está plagada de manifiestos de los movimientos estéticos denominados “de vanguardia” (el futurista, el dadaísta, el surrealista, el constructivista, etcétera). (…) Sin embargo, aún teniendo en cuenta este contexto, insistiremos en que el “Manifiesto Mexicano” fue, como dijimos, un documento inaudito. No hay ningún otro manifiesto de talante similar que haya reunido la figura de un referente revolucionario mundial de la talla de »
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CULTURA
Trotsky con la de un “jefe” de un movimiento vanguardista de la importancia del surrealismo como Breton. No hay, tampoco –y ambos fenómenos están estrechamente conectados–, otro documento que plantee en términos tan relativamente prácticos la relación entre política estética y política revolucionaria, y que lo haga en términos tan inequívocamente marxistas. Sobre esto volveremos más adelante. Digamos por ahora que las motivaciones de Breton parecen claras. Ya desde mucho antes venía manifestando su profundo disgusto con el estalinismo y con las políticas culturales del PCUS, y a fortiori con la del PCF, en ese entonces probablemente el partido comunista más “estalinizado” de Occidente (y también el numéricamente más importante). Su malestar era perfectamente comprensible: nada podía ser más contrario al ideario de un estilo como el surrealista (basado en la libertad de la “escritura automática”, el magma enigmático de los sueños, la yuxtaposición arbitraria de fragmentos de imágenes del “inconsciente”, etcétera) que el dirigismo autoritario y unilateral del estalinismo, para colmo centrado en un estilo tan chato y esquemático como el del realismo socialista. La rebeldía ante esas imposiciones tan insoportables, sumada a sus no ocultadas simpatías por el trotskismo (y en particular por la figura de Trotsky), ya lo habían empujado a tomar abiertamente posición contra la expulsión de Trotsky de Francia y a redactar –junto a sus compañeros surrealistas– el folleto Planeta sin
visado1, y ya le habían valido su expulsión (o su alejamiento voluntario, no está del todo claro) del PCF en 1935, repugnado por la farsa de los Procesos de Moscú. Por otra parte, se sabe que Breton estaba interesado en el arte mexicano. En primer lugar, en el arte precolombino –como corresponde a la mayoría de los vanguardistas, que en su búsqueda “primitivista” de alternativas para el arte occidental vuelven la mirada hacia África, Oceanía o la América anterior a la colonización–; pero también en el moderno muralismo mexicano (Rivera, Orozco, Siqueiros), al que interpretaba como una síntesis entre ese “primitivismo” formalmente renovado y los impulsos revolucionarios despertados por la revolución mexicana de 1910 y la bolchevique de 1917. Y Octavio Paz registra que Breton se había interesado por Diego Rivera tan temprano como en la década del ‘10, en la que el todavía poco conocido artista mexicano había exhibido sus primeras pinturas en una galería parisina2. De tal manera, no es de extrañarse en absoluto que cuando tuvo oportunidad de ser invitado a dictar una serie de conferencias sobre el surrealismo en México DF –donde el presidente Lázaro Cárdenas le había otorgado refugio a Trotsky, precisamente por intermediación de Rivera– abrazara entusiastamente la ocasión. Pero, ¿y Trotsky? ¿Cuál podía ser su interés? Es verdad que, de todos los dirigentes de la primera línea de la revolución bolchevique –incluyendo al propio Lenin–, era seguramente el más
interesado por las cuestiones del arte, la literatura y la cultura en general, y también el que mantenía la mente más abierta hacia las complejidades de la relación entre arte y política revolucionaria. Así lo había demostrado, entre otras cosas, en sus ensayos luego reunidos en Literatura y revolución, muchos de ellos escritos nada menos que en medio del fragor de la guerra civil3, mientras Trotsky comandaba el Ejército Rojo. Y ya antes de su exilio, todavía en medio de sus batallas políticas con el incipiente poder estalinista, se había hecho tiempo para polemizar con las ilusiones de la mal entendida proletkult, pergeñando allí su famosa idea (que más adelante desarrollaría con mayor detalle en La revolución traicionada) de que era absurda una oposición entre la cultura burguesa y una imaginaria “cultura proletaria” –que, mientras no se alcanzara plenamente el socialismo, no podía ser otra cosa que un reflejo empobrecido de la cultura existente, la burguesa: cuando la revolución socialista se completara, en cambio, ya no tendría sentido hablar de cultura “burguesa” y “proletaria”, sino que toda la cultura sería sencillamente socialista–. Por supuesto, esto había llevado a Trotsky a una inclaudicable oposición a las políticas culturales del “realismo socialista”, en tanto expresión “estética” del despotismo ideológico del régimen de Stalin. Ahora bien, este interés ya antiguo de Trotsky por el arte y la literatura (y por su lugar en la política revolucionaria, no olvidemos) no alcanza por sí mismo para explicar su compromiso en la confección de un documento conjunto con Breton. Es cierto que estaba perfectamente al tanto de la evolución de Breton y su grupo de seguidores surrealistas –Pierre Naville, otro ex surrealista devenido trotskista, lo mantenía sistemáticamente informado de estos asuntos–. Pero de todas maneras, en 1938, año del encuentro entre ambos, ciertamente “el Viejo” tenía problemas mucho más urgentes en la cabeza, desde los Procesos de Moscú a la Guerra Civil española, pasando por el ascenso del nazismo en Alemania o por los preparativos para la fundación de la IV Internacional, por no hablar de la masacre de buena parte de su familia y de su propia precaria situación. Por otra parte –y aún considerando su permanente apertura a los temas estético-literarios– Trotsky no es en modo alguno lo que llamaríamos un “vanguardista” en materia de arte: su tolerancia no debe confundirse con una preferencia; esta se recuesta más bien del lado del realismo (aunque no, ya vimos, en el sentido de esa fantochada grotesca que es el “realismo socialista”, sino más bien en el de lo que Lukács hubiera llamado el realismo crítico de los grandes narradores “totalizantes” del siglo XIX al estilo de Tolstoi, Balzac o Dostoyevski, como correspondía a una formación no sistemática hecha con el crítico Bielinsky). Sus conocimientos de los objetivos del movimiento surrealista eran escasos y fragmentarios –pese a que sabemos que había ojeado algunos números de la revista La Revolución Surrealista–. Es recién en el propio año 1938, ya enterado de su próxima visita, que lee rápidamente algunas
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de las principales obras de Breton que le llegan a través del gran crítico norteamericano Meyer Schapiro4. Y además, Trotsky, con ser un eximio escritor, no es un artista (el propio Breton, más allá de su fascinación casi patológica por la figura del “Viejo”, ha señalado que la “complexión artística” le era absolutamente ajena, a pesar de su gran interés por el arte y los artistas5), sino un dirigente revolucionario: sus puntos de vista sobre el arte están como si dijéramos construidos desde una plataforma política, y no estética. Digámoslo así: Trotsky se acerca al arte desde la política, Breton se acerca a la política desde el arte. El encuentro a mitad de camino no podía dejar de producir algunos chirridos, y así fue. No obstante, el encuentro existió, y en su propio terreno resultó altamente productivo. Enseguida procuraremos analizar esa “productividad” con algunos tramos del manifiesto mismo. Pero antes, nos ha quedado abierta la pregunta de por qué el interés de Trotsky en producir ese documento. Ese interés no es puramente político –en el sentido estrecho o instrumental del término–, pero sin duda el elemento político tiene para él la máxima importancia, y Trotsky lo enmarca en su lucha casi obsesiva contra todos los aspectos de la burocracia estalinista. En el campo estético-cultural, un “frente único” –por así decirlo– con el movimiento de vanguardia más prestigioso y publicitado del momento parecía la manera más contundente de marcar su oposición a la política del “realismo socialista”, sin que esa oposición se confundiera con otra cosa que una oposición de izquierda; y también para ello era útil la inequívoca posición de Breton, en ese momento, en pro de una política revolucionaria. Como es sabido, la intención de ambos era que el manifiesto, aparte de su valor intrínseco, oficiara como documento de base para la construcción de una Federación Internacional de Artistas Revolucionarios Independientes (FIARI), que se constituyera en algo así como la “pata” cultural de la IV Internacional, en un contexto en el que la posición del trotskismo en el mundo estaba considerablemente debilitada, con la parcial excepción de los EE. UU. “Parcial”, decimos, porque aún allí (donde el Socialist Workers Party, SWP, era comparativamente más fuerte que los agrupamientos trotskistas europeos) Trotsky tenía sus dudas respecto de ciertas vacilaciones de la Partisan Review y pensaba que la publicación del Manifiesto en la revista (como efectivamente se llevó a cabo, contrastando con el fracaso de la FIARI) podía reforzar su propia posición ante aquellas oscilaciones6. Pero no se trata solamente de eso. Hay una auténtica vocación de Trotsky por pensar las difíciles relaciones arte/revolución, y por pensarlas más allá de las necesidades de la coyuntura política. O, más precisamente, por la articulación de esa coyuntura política con la problemática más general arte/revolución, y por mostrar cómo las cuestiones particulares de la coyuntura deben entenderse al mismo tiempo en su propia singularidad y en aquella articulación. Trotsky sinceramente piensa –y este pensamiento quedará claramente manifestado en el Manifiesto–
que en última instancia una sociedad puede ser juzgada por el arte que produce, ya que el arte es la manifestación más alta del estado de cultura y las relaciones sociales. El arte no es una mera “superestructura” –en el sentido más ramplón del marxismo vulgar– sino que es la expresión imaginaria y simbólica (e “ideológica” en sentido genérico) de una cultura. De allí se deduce que un marxista pueda, y deba, utilizar la situación del arte para juzgar críticamente la de la sociedad que lo produce. En una carta a Breton escribe Trotsky: Nuestro planeta se está convirtiendo en un asqueroso y maloliente cuartel imperialista. Los héroes de la democracia (…) hacen todo lo posible por parecerse a los héroes del fascismo (…) y mientras más ignorante y obtuso es un dictador, más destinado se siente a dirigir el desarrollo de la ciencia, la filosofía y el arte. El instinto de rebaño y el servilismo de la intelectualidad constituyen un síntoma más, y no insignificante, de la decadencia de la sociedad contemporánea7.
Es una durísima imputación a la sociedad de su tiempo –tanto la europea “occidental” como la burocrática “soviética”–, y al rol de los intelectuales en varios niveles, desde los aduladores del estalinismo (“los Aragon, Ehrenburg y otros embaucadores de baja estofa”) hasta los eclécticos bienpensantes incapaces de tomar una posición clara (“los caballeros que –como Barbusse– componen con el mismo entusiasmo biografías de Jesucristo y de Josef Stalin”). Ni siquiera se salva de su diatriba un figurón de la izquierda francesa de entonces como André Malraux, a quien le atribuye una imperdonable “falsedad” en sus descripciones de la situación alemana y española “tanto más repugnante por cuanto trata de darle forma artística (…) típico de toda una categoría, casi de una generación de escritores: los que dicen mentiras amparados en su solidaridad con la Revolución de Octubre, ¡como si a la revolución le hicieran falta las mentiras solidarias!”. Quizá Trotsky, aquí, no sea del todo justo al poner en la misma bolsa a Aragon (un ex surrealista pasado con armas y bagajes al más obsecuente estalinismo) con Barbusse (un socialista liberal bienintencionado y más bien melifluo) y Malraux (un escritor de estilo exquisitamente potente, autor de esa gran novela sobre la revolución china que es La condición humana, y cuya soberbia y aventurerismo no deberían menguar el mérito –para un intelectual burgués– de haber acompañado a la Revolución china, o de haber organizado a la aviación republicana al comienzo de la Guerra Civil española8). No obstante, más allá de los ejemplos particulares, hay en esas pocas líneas una rica condensación de ideas muy pertinentes para entender la posición de Trotsky. En primer lugar, y aunque parezca paradójico, la idea implícita de que, si bien en materia de literatura es irrenunciablemente defendible la más absoluta libertad, esta libertad es hasta cierto punto condicional cuando el “tema” de la obra es explícitamente político; ya que en este caso es
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reclamable una cuota innegociable de responsabilidad con la verdad (con la verdad “objetiva”, hasta donde ella pueda ser determinada; no, por supuesto, con una “verdad” decretada por el Estado, como en el caso estalinista): pero siempre que al mismo tiempo entendamos que ese “condicionamiento” de la libertad es un factor de la crítica posterior al texto, y no puede ser, de ninguna manera, un diktat previo de los aparatchik del gobierno o del partido, mucho menos un argumento para la censura. En segundo lugar –y abundando en lo anterior– la “solidaridad” con una “buena causa” (aunque sea, en el ejemplo, la Revolución de Octubre, que para Trotsky es la causa suprema, pese a su actual degeneración burocrático dictatorial) no es por sí misma garantía alguna, ni de “estar en la verdad”, ni de valor estético-literario, ni siquiera de “utilidad” política: defender lo indefendible, aunque se lo haga contra el fascismo o el imperialismo, no deja de ser una falsedad, y lo es tanto en términos políticos como artísticos: quien se miente a sí mismo –aunque lo haga “inconscientemente”– necesariamente miente a los demás también como artista, y está por lo tanto imposibilitado de crear una obra verdadera también en términos de verdad estética. Como se ve, pues, la “liberalidad” de Trotsky respecto de la creación artística no implica en modo alguno ninguna suerte de neutralidad valorativa o indiferencia ética. Al contrario: hay una decisiva dimensión moral implicada en la crítica a Malraux –nuevamente, ya sea que la consideremos justa o no: lo que nos importa ahora es la idea– de que la “falsedad”, muy especialmente la política, es mucho peor cuando se trata de embellecerla artísticamente. Es altamente improbable que Trotsky haya tenido oportunidad de leer el famoso ensayo de Walter Benjamin La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, publicado en París un par de años antes de estas frases suyas; pero es llamativa la coincidencia con las críticas benjaminianas a lo que el filósofo alemán denomina la estetización de la política. Y en efecto, si bien el objeto inmediato de la crítica de Benjamin a esa “estetización” (es decir, a la transformación de la experiencia histórica de los sujetos, tanto la social como la artística, en un espectáculo “bello” para la pura contemplación estática y deshistorizada) es la cultura fascista, su señalamiento es perfectamente aplicable al “realismo socialista”, así como a las “bellas mentiras” de los aduladores a que se refiere Trotsky. Entonces, como decíamos, las buenas intenciones, la defensa de las causas justas o los contenidos “progresistas” o incluso revolucionarios, no garantizan la verdad artística. Y si recién observábamos cómo Trotsky coincidía con Benjamin seguramente sin conocerlo, ahora podemos observar cómo en cierto modo anticipa a Bloch y a Adorno, cuando en la ya citada carta a Breton continúa diciendo: En el arte, el hombre expresa (…) su necesidad de armonía y de una existencia plena (…) que la sociedad clasista le niega. Por eso en toda auténtica creación artística se haya implícita una
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protesta, consciente o inconsciente, activa o pasiva, optimista o pesimista, contra la realidad (…) El capitalismo en decadencia es incapaz de asegurar siquiera las condiciones mínimas necesarias para el desarrollo de aquellas corrientes artísticas que en cierta medida satisfacen las necesidades de nuestra época. Cualquier palabra nueva lo aterroriza supersticiosamente9.
Es un párrafo asombroso, al menos para quienes –desde su esquematismo prejuicioso– piensan que un dirigente revolucionario necesariamente debe subordinar el arte a los objetivos políticos. Pero, en rigor de verdad, se podría decir que es al revés: la “autonomía relativa” del arte, que está indudablemente condicionada por lo político (precisamente eso quiere decir la palabra relativa: no que esa autonomía es “poquita” o “débil”, sino que está en inevitable relación con lo político, y es porque existe esa relación que se puede hablar de “autonomía”, pues ¿quién necesitaría ser autónomo respecto de ninguna relación?), la autonomía, pues, consiste en que el arte –la “auténtica creación artística”, dice Trotsky– no puede ser subordinada a (que no es lo mismo que “condicionada por”) ninguna “exterioridad”, política o de cualquier otra naturaleza. Eso es lo propiamente “revolucionario” del arte, y no su temática o sus contenidos intencionales. Como Bloch, Trotsky le otorga a esa autonomía de la “auténtica creación artística” un rol positivamente utópico (una “necesidad de armonía y de existencia plena… que la sociedad clasista le niega”); pero, como Adorno, sabe que no es el arte el que puede transformar radicalmente las condiciones sociales de esa alienación (“el capitalismo es incapaz de asegurar…”, etcétera). Lo que sí puede hacer el arte con su “autonomía”, su imaginación y su libertad formal es indicar la existencia posible de un mundo de libertad no enajenada, cuya realización sólo puede ser llevada a cabo por los hombres y mujeres de carne y hueso operando sobre sus condiciones materiales de existencia. Exactamente eso, entre otras cosas, es lo que quiere decir Adorno con su afirmación en apariencia enigmática y para algunos contradictoria –pero se trata de una “contradicción” constitutiva de la dialéctica negativa, como la llamaría el propio Adorno– de que el arte es una promesa de felicidad… a condición de que no la cumpla10. En efecto: al mostrar que “otro mundo es posible” (ese mundo de “armonía y existencia plena” que dice
Trotsky, y que en la sociedad de clases sólo el arte puede ofrecer, otra vez, no por su “contenido” sino por su absoluta libertad interna) el arte está generando un contraste, un conflicto con la realidad actual, sin pretender ni sustituirla ni poder transformarla. Es decir: está generando, en el mejor sentido del término, un malestar ante la percepción de la distancia entre lo deseable/posible y lo real. ¿Y qué otra cosa está diciendo Trotsky con su afirmación de que en la creación artística se haya implícita una protesta contra la realidad? Por lo tanto, de la “impotencia” del arte para transformar por sí mismo las condiciones sociales no se deduce ninguna incontaminada “pureza” ni una indiferencia o ajenidad respecto de lo social. Como dice claramente Trotsky en sus apuntes al Manifiesto (en una frase que luego pasó al manifiesto final): “(…) Tenemos una idea muy elevada de la función del arte como para negarle una influencia sobre el destino de la sociedad”. De allí la importancia no solamente ética sino política de la libertad artística. Sólo esa libertad “interior” puede aspirar a sortear lo más profundamente posible los condicionamientos de la sociedad de clases (y los límites asfixiantes del despotismo burocrático, debemos suponer) y generar la “utopía” de una humanidad mejor, aunque no esté en condiciones de realizarla en los hechos duros. No habría que extrañarse demasiado, entonces, de que en la defensa de esa libertad por momentos el materialista histórico Trotsky sea aún más extremista que el surrealista Breton. Como se podrá apreciar en el texto a dos columnas del Manifiesto de México que se publica en este tomo, allí donde originariamente el texto propone la frase-consigna “Total libertad en el arte, salvo contra la revolución proletaria” –frase que Breton había calcado de Literatura y revolución– el texto definitivo –sin dudas a instancia de Trotsky– dice simplemente: “Total libertad en el arte”. ¿Trotsky ha cambiado su posición, la ha “liberalizado”? Ariane Díaz sugiere otra solución: “Más que un cambio de posición, se trata de la misma idea en el particular contexto político e ideológico en que se escribe el MARI”11. Ya no estamos en los tiempos “heroicos” en los que esta cuestión podía formar parte de los intensos debates políticoculturales al interior del bolchevismo; en 1938 la dominación estalinista es total, y se trata entonces de demostrar que –contra las falsificaciones grotescas del “marxismo” del PCUS pero también de los PC occidentales– la libertad artística no es enemiga de la revolución, como sí
lo es, simultáneamente, de la opresión capitalista y la estatalista-burocrática. A esta altura del escrito, en efecto, ha quedado perfectamente establecido que “la revolución comunista no teme al arte”, entre otras razones porque –como lo decíamos, de otra manera, más arriba– “la determinación de esta vocación [la artística, EG] puede pasar sólo como resultado de una colisión entre el hombre y un cierto número de formas sociales que le son adversas. Esta coyuntura, al grado de conciencia que de ella pueda adquirir, hace del artista su aliado predispuesto [de la revolución, EG]”.
1. Roche, Gérard: “Trotsky, Breton y el Manifiesto de México”. Tanto este artículo como el citado folleto Planeta sin visado se reproducen en este mismo volumen. 2. Cfr. Paz, Octavio: Los privilegios de la vista. Arte moderno universal. Arte de México, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2001. 3. Uno de esos ensayos muestra el enorme aprecio que tiene Trotsky por un escritor francés que hemos nombrado al pasar, el fascista Louis-Ferdinand Céline. Es cierto que allí se refiere a la magnífica primera novela de Céline, Viaje al fin de la noche, publicada mucho antes de que su autor adoptara sus más delirantes posiciones racistas, antisemitas y colaboracionistas con los ocupantes nazis (lo cual no significa de ninguna manera –en literatura las cosas no son tan lineales, como ya apuntamos– que sus escritos de este segundo período fueran menos importantes, si uno olvida piadosamente su repugnante Bagatelas para una masacre). Cfr. Trotsky, León: “Céline y Poincaré”, en Literatura y revolución, Buenos Aires, Ediciones ryr, 2015. 4. Roche, Gérard, loc. cit. 5. Ibid. 6. Cfr., para todo esto, Deutscher, Isaac: El profeta desterrado, México, Era, 1969. 7. Citado en ibid. 8. Más criticable, en todo caso, es su posterior y claudicante oportunismo, que en la década del ‘60 lo llevó a aceptar el Ministerio de Cultura en el gobierno de De Gaulle. Pero, por supuesto, de esto Trotsky no llegó a enterarse. Sin embargo, en el ya citado Literatura y revolución, Trotsky había hecho un encendido elogio de La condición humana (cfr. “La revolución estrangulada. Una novela francesa sobre la revolución china”, en op. cit.), aunque sin privarse de imputarle a Malraux “individualismo y capricho estético”. 9. Citado en Deutscher, op. cit. 10. Adorno, Theodor W.: Teoría estética, Madrid, Taurus, 1975. 11. Díaz, Ariane: “A 70 años del Manifiesto por el Arte Revolucionario Independiente”, en revista ramona 83, agosto 2008.
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Fotomontaje: Juan Atacho
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El clasismo inconcluso Fernando Aiziczon Historiador, docente UNC.
El documental Preguntas a un obrero que lee, de Hugo Colombini (2015) comienza con un recitado del famoso poema de Bertolt Bretch, leído en alemán por Osvaldo Bayer, con subtitulados, pero que al final cambia al español sobre la frase última, donde se escucha: a tantas historias, tantas preguntas. El poema de Bretch es un manifiesto historiográfico y político que exige una toma de posición sobre el modo de conocimiento del pasado, e invita a formularse en voz alta los propios interrogantes: ¿quién ordena el mundo?, ¿quién lo dirige?, ¿por qué existen dirigentes y dirigidos?, ¿y por qué los que producen noche y día, los trabajadores, apenas si pueden alcanzar a esbozar esas preguntas? Tras este comienzo, el documental aterriza al presente sin mediaciones: el director decide entrevistar intempestivamente a los obreros que salen de su turno en la fábrica FIAT Córdoba, un día cualquiera, y los interroga respecto de si conocen algo del “sindicalismo clasista”. Como es de esperar, recibe evasivas del tipo “no conozco mucho el tema” o “se me va el ómnibus”.
Claro, estamos en Córdoba, a más de 40 años de otra época; quien camine hoy los portones de las fábricas automotrices y charle con sus obreros difícilmente se lleve una imagen alentadora, pues son fábricas tumba, disciplinadas y vigiladas celosamente por la patronal y el sindicato. Un régimen persecutorio pesa sobre los obreros díscolos; toda oposición política es desarticulada, si es necesario, con la policía al interior de ellas: despidos sin causa, suspensiones, persecución política, patotas sindicales, dirigentes millonarios que sobrepasan las 3 décadas de mandato y son también funcionarios del Estado y miembros del partido justicialista: José Pihen (estatales), Walter Grahovac y Carmen Nebreda (docentes), Omar Dragún (SMATA), Adrián Brito (canillitas), entre otros. Un panorama similar ocurre si uno camina los alrededores de ciudad universitaria: hoy es una zona vip, apropiada por jóvenes hijos de la córdoba sojera engrosada al calor de la década ganada, y que viven en carísimos departamentos, inaccesibles para el hijo de un trabajador. No casualmente el barrio se
llama “nueva córdoba”. Barrio Güemes, otro de los epicentros del Cordobazo, cercano a ciudad universitaria, es actualmente una pequeña réplica del San Telmo porteño. Misma respuesta se obtendría entonces si uno inquiere a estudiantes de este barrio respecto de, por ejemplo, el Viborazo: recibiría un simpático “ni idea”.
El sindicalismo clasista y su época El tema del documental es el sindicalismo clasista en Córdoba entre los años 1970-72, un acercamiento a los míticos sindicatos Sitrac-Sitram (Sindicato de trabajadores Concord y Sindicato de trabajadores Materfer); míticos no solo por los relatos heroicos de sus protagonistas, sus ideas y sus acciones, que hicieron del clasismo algo así como el objeto de culto de los historiadores de izquierda y el modelo sindical irrenunciable de la izquierda revolucionaria, sino también porque en la actualidad el clasismo y el Viborazo (1971) siguen siendo temas marginales y sin conmemoraciones al estilo de lo que fue, al menos en Córdoba, el festejo por »
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CULTURA Cine
los “40 años del Cordobazo”. El Viborazo es un tema incómodo no reivindicable por los sindicatos dominantes, y el clasismo, una amenaza, lejana pero posible. Colombini ofrece en este documental una vuelta de tuerca interesante: no se sujeta a las coordenadas de Bretch, es decir, no se trata de “preguntas de un obrero que lee”, sino “preguntas a un obrero que lee”, y que además, escribe. Ese obrero es el entrañable Gregorio “Goyo” Flores (1934-2011), dirigente del Sitrac, quien es preguntado a lo largo de casi hora y media, intercalado con otros notables protagonistas del clasismo cordobés. ¿Qué es el clasismo?, o ¿qué fue el clasismo? Con ánimo de abrir la discusión1, clasismo es un conjunto de prácticas sindicales y políticas desarrolladas por sectores de vanguardia del movimiento obrero construidas a través de la lucha confrontativa contra la patronal y la burocracia sindical, y que mediante la acción directa de sus protagonistas (tomas de fábrica con rehenes, asambleas, movilizaciones, etc.) fue elaborando una identidad política incompatible con las clases explotadoras, y que por lo mismo, alcanza a esbozar una conciencia socialista fruto principalmente del vínculo dialéctico que establece con la izquierda revolucionaria. El clasismo supera al sindicalismo y va en busca de una instancia que dispute el poder a la burguesía; allí radican sus grandes discusiones: la cuestión de la hegemonía de la clase obrera, el tipo de alianzas, su instancia organizativa (Partido). Lógicamente, estas experiencias existieron esparcidas durante casi toda la historia obrera argentina, pero el sentido específico, por su impacto e intensidad, lo da el caso de los sindicatos Sitrac-Sitram, al interior del efervescente movimiento obrero cordobés, un movimiento que desarrolló vertientes como el sindicalismo de liberación liderado por Tosco, o que entabló una alianza de hierro con el movimiento estudiantil. ¿El clima de época?, las imágenes del documental son elocuentes: el mayo francés, protestas en Europa, protestas contra la guerra de Vietnam, generalización de las asambleas de fábrica, barricadas estudiantiles, enfrentamientos con la policía, auge del debate político y estratégico, la experiencia del Chile de Allende, la revolución cubana, y en Córdoba… el Cordobazo. Mientras el “Goyo” aparece intermitentemente, el documental aborda en paralelo otra entrevista jugosa con otra protagonista central del período y responsable de la conservación de los archivos sindicales de Sitrac-Sitram, Susana Fiorito (18.000 páginas microfilmadas)2. En una escena muy lograda el director aparece con Fiorito viendo imágenes mudas de la época, hasta
que en un momento Fiorito señala y comenta “ahí está Flores, serio, pensando frente a Tosco”, y luego afirma: “¡Ésta!” identificándose a ella misma. Es un momento impactante. También se muestran valiosos fragmentos de una ronda de conversación con dirigentes clasistas como Santos Torres (secretario de Organización del Sitrac-Sitram), Enrique Villa (secretario general de Perkins), Carlos Massera (secretario general Sitrac-Sitram) que permiten al espectador acercarse a esa cultura popular cordobesa tan particular que combina la tonada de vocales estiradas con permanentes elementos humorísticos, una cultura que cuando se lo propone logra desafiar las jerarquías dominantes mediante una combinación única de humor y acción.
La burocracia Entre fragmentos de entrevistas aparece Ignacio Rucci (entonces secretario general CGT) negando la existencia de una crisis en la conducción de la CGT, o el dirigente local Alejo Simó (UOM); escuchándolos el espectador puede contextualizar la compleja trama establecida entre burocracia sindical, política empresarial y gobiernos militares evidenciada en la firma de convenios entre la patronal FIAT y el gobernador de Córdoba, donaciones de FIAT para el plan de acción cívico-militar que impulsa López Aufranc. Por caso se muestra un notable discurso de éste último (comandante del III cuerpo de ejército de Córdoba) donde explica la situación argentina echando mano a la archiconocida idea de un país amenazado por la “acción disolvente” de “ideologías importadas”, palabras clave usadas por estos 3 actores para legitimar la represión al clasismo. Como explica Fiorito, 3 líneas dominaban el arco sindical cordobés: los peronistas clásicos enrolados bajo el liderazgo de Atilio López (UTA), los acaudillados por Tosco (Luz y Fuerza), y los clasistas. Estos últimos, comenta el “Goyo”, se aferraban a las bases, pero no para tomarles el pulso y acomodarse a ellas, sino para explicarles con rudimentos sencillos “cómo es el sistema de explotación”. En Sitrac- Sitram no todos eran clasistas, pero el común denominador fue el sentimiento antiburocrático, antipatronal, y fundamentalmente antidictadura. El elemento dictatorial rebasaba el sistema político yendo y viniendo a las prácticas sindicales, de allí el famoso cántico: “se va acabar/se va acabar/ la burocracia sindical”, según Flores, el canto más popular de la época. Para ilustrar el accionar clasista se muestran reportajes a sus dirigentes más notables como el legendario “petiso” Páez, gran aliado y amigo
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de Flores, o el abogado del sindicato, el memorable “Coqui” Curutchet, a quien puede apreciarse la claridad de su exposición y su voluntad de dar la palabra a los propios obreros para que expliquen sus reclamos. Otra práctica clasista fue la sólida relación obrero estudiantil (“obreros y estudiantes unidos adelante”). Tal como relata “Goyo”, los estudiantes aportaron conocimientos y solían ir mucho a las puertas de fábrica, donde se hacían asambleas con gente de todos los partidos políticos. Esto era visto como positivo ya que acercaban visiones alternativas desde afuera de la fábrica. En especial recuerdan 2 huelgas fuertes, con toma de fábrica y rehenes. Con total naturalidad se describe el armado de la defensa de la fábrica, usando barriles con nafta y bombas molotov. Un bello fragmento de reportaje periodístico deja ver a Massera respondiendo sobre qué cree que va a ocurrir tras la toma, a lo que él responde que “eso no se puede prever porque todo lo deciden las asambleas de base”. Las discusiones políticas de la época implicaban llegar a conclusiones tajantes: “nos dimos cuenta de que generábamos riqueza y de que lo reivindicativo sólo no sirve y teníamos que participar en política” relata Villa, dirigente de Perkins. Para Fiorito, el proceso de politización era como un eco: se escuchaba y se refutaba, había una construcción viva de conocimiento al calor de la lucha, pero no una construcción desde la nada: “lo que esta época tiene es una mención permanente a la clase obrera, a los obreros como clase”. En ese proceso “Goyo” llega a conclusiones simples y terminantes: ellos (los peronistas) decían que había 2 peronismos, y se decían la columna vertebral, pero la columna no piensa, “¡la cabeza piensa!”. Frases simples que atacan la metáfora constitutiva del sindicalismo peronista al tiempo que provocan la discusión en torno al horizonte de cada corriente: el regreso de Perón o el socialismo. Y al mismo tiempo “Goyo” practica la autocrítica: “no aprovechamos el prestigio que teníamos para meter la idea que teníamos que armar nuestro propio Partido”. O también: “la función principal del dirigente clasista es entender los fenómenos y ayudar a que los otros también entiendan, pero si no hay un Partido que lo explique es muy difícil que oriente a los trabajadores sobre todo en la función del Estado que tiene un carácter de clase, y es un organismo coercitivo, para la opresión de los trabajadores”.
El obrero que escribe Flores aparece en casi todo el documental rodeado de libros. Los cita, los toca, los muestra,
los hojea, a veces se confunde, pero no importa. En una casa en las sierras de Córdoba cocina, bromea todo el tiempo. Imágenes y diálogos simples revelan a un ser humano transparente. Goyo muestra sus manuscritos. Ha escrito ya 3 libros imprescindibles para comprender su época3. Dice que comenzó a leer cuando se dio cuenta de que era “un bruto é mierda”. “Entendía que sólo se podía hacer sindicalismo en la fábrica”. El primer libro que lo deja impactado es “El hombre mediocre”, que le abre otras lecturas y otras tantas preguntas típicas de esa agitada época: “¿qué mierda será un ideal?”, pregunta. El “Goyo” lucha y estudia hasta que llega el Viborazo o segundo Cordobazo, punto máximo de confrontación en las calles de este período; al respecto dice Massera que al interior del movimiento obrero se trató también de una disputa por su dirección, donde “el PC realmente nos combatía” e influía a Tosco para que éste imponga su línea de tomar las fábricas; pero los clasistas se oponían porque tomando las fábricas esta vez quedaban aislados. Más en el fondo: “él (Tosco) tenía una línea política de alianza con el peronismo que nosotros no aceptábamos”. Flores no quiere hablar de Tosco y su rol en el Viborazo porque dice que toda la gente se enoja, y arroja una piedra que todavía no termina de caer en sectores más amplios de la izquierda inclinada más a un culto a su personalidad que al debate estratégico: “el estalinismo (en alusión a Tosco) es una cosa muy jodida, muy peligrosa”, allí detrás había “una alianza con el enemigo, con la burguesía no directamente…sino con sus representantes”, en alusión al PJ y la UCR. Es que Tosco estaba a favor de la estrategia de tipo Frente Popular, por eso apoyará la fórmula para gobernador que consagrará a Obregón Cano y Atilio López, es decir, el sindicalismo de liberación en alianza con el peronismo: “andá a decir en una asamblea que Tosco estaba a favor de la conciliación de clases…te acogotan!”, ríe el “Goyo”. Las consecuencias del Viborazo son conocidas: bombas en el sindicato, quita de personería, persecución, encarcelamientos, despidos, eliminación del sindicato por fábrica (el origen de Sitrac-Sitram), unificación de la burocracia sindical, y ahí aparece nuevamente el testimonio de Rucci, implacable en su función de desterrar al clasismo: Sitrac-Sitram “no respondía ni en su espíritu ni en su contenido a la ley de asociaciones profesionales que teníamos los peronistas”. Es el comienzo de las negociaciones para el retorno de Perón. El comienzo del fin. El peronismo revolucionario impidió la expansión del clasismo, dice Flores, y la burocracia mató el
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sentimiento de solidaridad. El clasismo quiere cambiar la sociedad, “pero desde nuestra clase”, “¿fuimos disueltos por nuestros errores?” No, dice Massera, por nuestros aciertos. El documental es un torbellino de debates pendientes. Quien desee profundizar en ellos deberá llevarse la dulce imagen del Goyo para contrapesar el amargo presente sindical. O podrá rastrear los hilos de continuidad. ¿Hay legatarios? El cierre es el comienzo: nuevamente preguntas en el portón de una fábrica, esta vez en Neuquén, en Zanon: allí Raúl Godoy, un obrero clasista contemporáneo recoge el guante de la historia y reabre el debate: “el clasismo es una tarea inconclusa”, dice. Sin embargo, ¿cómo llegó el clasismo hasta allí? Flores muere en Córdoba a los 77 años. La razón del documental quedará huérfana de actor. Un detalle menor si se cuenta que el “Goyo”, a pesar de haber estado preso entre 1971/72, nunca fue reconocido como preso político por el Estado argentino, ese Estado que tan claro tenía en su rol de clase, en su función de opresor; así como las efemérides nunca se ocupan de “reconocer” al Viborazo. Señal de que el clasismo no es un hecho del pasado a rescatar del olvido, sino un proyecto presente, inconcluso.
1. Una definición de época fue elaborada por el colectivo de la revista Pasado y Presente y se puede leer en el libro El obrerismo de Pasado y presente (2009): “La aparición del sindicalismo clasista en Córdoba se inscribe en un estado de movilización ininterrumpida que sacude a la provincia desde mayo de 1969. Pensamos que Sitrac Sitram expresan no solamente la particular evolución de los trabajadores de Fiat sino que son el emergente de una profunda crisis que afecta a todo el movimiento obrero cordobés. Crisis de las instituciones obreras y movilización de los trabajadores de las grandes empresas monopolistas son dos aspectos interrelacionados que contribuyen a la definición de un nuevo conflicto social. Así como el sentido del Cordobazo no se agota en el proyecto político de los dirigentes que lo desencadenaron, la lucha obrera que lo continúa tiende a replantear la actividad sindical”. 2. También autora bajo el seudónimo de Natalia Duval del libro Los sindicatos clasistas (1970-1971), Buenos Aires, Ediciones RyR, 2014. 3. Se consiguen Sitrac Sitram. La lucha del clasismo contra la burocracia sindical (2004), editorial Espartaco, y Lecciones de batalla (2006), Ediciones RyR.
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Cultura Lecturas críticas
A propósito de Escritura no-creativa, de Kenneth Goldsmith
Argumentos no-creativos
Ariane Díaz Comité de redacción.
Kenneth Goldsmith es una de las estrellas del momento en el firmamento cultural norteamericano. Fue nombrado en 2013 “poeta laureado” por el MoMA de New York y eclipsó a otros en 2014 cuando fue invitado a leer en la Casa Blanca ante la presencia de Obama. Es el impulsor del sitio UbuWeb, archivo de textos, audios y videos de artistas de vanguardia. Su “poesía conceptual” incluye obras como el registro de todo lo que dijo en una semana (Soliloquy) o de todos sus movimientos en un lapso de 13 horas (Fidget), así como la transcripción de pronósticos meteorológicos (The weather) o de una edición completa del New York Times (Day). En la Academia también ilumina: dicta sus clases de “escritura no-creativa” en la Universidad de Pensilvania. Incluso dejó sentir su calor en el MALBA con una serie de conferencias el año pasado. Algunos de los fundamentos de la propuesta de escritura no-creativa son los que esboza en el libro publicado recientemente en castellano1.
El turno de la literatura Presentada en contraposición a las asignaturas de “escritura creativa” que proliferan en las
universidades norteamericanas, la variante de Goldsmith, el “arte de manejar la información y presentarla como escritura” [326], surgiría de un escenario histórico de hiperabundancia textual que encuentra en internet su espacio privilegiado: … confrontados con una cantidad sin precedente de textos disponibles, el problema es que ya no es necesario escribir más; en cambio, tenemos que aprender a manejar la vasta cantidad ya existente. Cómo atravieso este matorral de información –cómo lo administro, lo analizo, cómo lo organizo y cómo lo distribuyo– es lo que distingue mi escritura de la tuya [21].
En este contexto, Goldsmith nos anuncia que a la escritura le ha llegado el momento de enfrentarse a su propia versión de lo que la fotografía fue para las artes plásticas hace ya más de un siglo, las cuales debieron reconfigurarse con la aparición de una tecnología que permitía replicar mejor la realidad [39/40]. Esta reconfiguración encontraría su procedimiento en el uso de fuentes preexistentes en una nueva matriz. Puede ser desde unir palabras de
otros en un texto cohesionado, la transcripción de una novela famosa a razón de una página al día o la presentación de informes legales como poesía [24/5]. Dado que se trata de la reutilización de materiales previos, cobraría importancia para su significación el contexto en que se re-presentan estos “artefactos” textuales. Aquello que para un estenógrafo es su trabajo, por ejemplo, para un “escritor no-creativo –aquel que encuentra inesperadas riquezas lingüísticas, narrativas y afectivas al ajustar sutilmente el contexto de las palabras que no escribió– es arte, y revela tanto sobre los prejuicios, los pensamientos y los procesos de decisión del escritor/copista como lo hacen las formas tradicionales de escritura” [298]. A ello se le deberá agregar un análisis de la materialidad paratextual: en qué papel se presenta, con qué tipografías, etc. Contexto y paratexto entonces podrán ubicarse en el lugar tradicional del “contenido”: la significación del artefacto recae no en el texto en sí, sino en las formas de manipulación –ya sean voluntarias o no reflexionadas, pero emergentes– del artista.
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Una novedad longeva No es ocioso plantearse la posibilidad de que nuevos medios produzcan nuevas formas de relacionarnos con la escritura. Es probable que solo a largo plazo podamos evaluar la radicalidad de transformaciones: si, por ejemplo, suponen un cambio tan profundo como la aparición de la imprenta o la reproducción de imágenes mediante el registro mecánico de la luz, que dieron pie a nuevos géneros artísticos y a una reconceptualización de nuestras formas de percepción y prácticas cotidianas. Pero los intentos de Goldsmith se parecen más al hilvanado de ideas planteadas por el arte moderno convertidas en lugares comunes. Así se reiteran en su libro problemas ya clásicos planteados por distintas corrientes del arte del siglo XX: los “ready-made” de Duchamp o los “artefactos” de Warhol que cuestionarían la originalidad, el situacionismo que construiría nuevos contextos para viejos elementos, la experimentación con “la música” que nos rodea de John Cage, en suma, expresiones vanguardistas que suelen agruparse –sin tener en cuenta sus profundas diferencias políticas, históricas y filosóficas– con la etiqueta de “arte conceptual”, que toma también para definición de su poesía: “Mis libros son aburridísimos y leerlos sería una experiencia espantosa. No se trata de leer, sino de pensar en cosas acerca de las que jamás pensamos. La medida del éxito de un libro así es la cantidad de debate que genera. Y sí que se han escrito reseñas, se comentan en los blogs, y se incluyen en los programas de cursos universitarios”2. Así, si algunas referencias de Goldsmith suenan al descubrimiento actual de la rueda, otras se parecen sospechosamente a simples malas lecturas. El Pierre Menard de Borges –y la reflexión sobre la relación entre experiencia y escritura que abre–, por ejemplo, se presenta como un escritor que tuvo la suerte de escribir casualmente el mismo texto que Cervantes solo que a destiempo [164], y no como la trabajosa voluntad de quien se propone: “seguir siendo Pierre Menard y llegar al Quijote, a través de las experiencias de Pierre Menard”. Su manifiesta intención de seguir la línea de los trabajos de Walter Benjamin sobre la reproductibilidad técnica o su Libro de los pasajes [167], olvida la estrecha relación de estas reflexiones con el estatuto de la autonomía del arte en la sociedad capitalista y los cambios producidos en la percepción de la vida moderna de la mano del fetichismo de la mercancía, a los que pretende cuestionar –como olvida también que muchos de los ejemplos de las vanguardias que festeja fueron planteados como críticas de la sociedad capitalista–. De hecho su reciente
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libro, Capital, pretende ser la reescritura de la obra sobre los pasajes de Benjamin, ahora situada en New York; solo que los documentos allí reunidos desconocen que lo que ahora conocemos publicado como Libro de los pasajes eran archivos para futuros trabajos, y que entre ellos, a diferencia de lo que hace Goldsmith, incluyen acotaciones de la abundante escritura del pensador alemán. Goldsmith no parece haber prestado suficiente atención a que uno de los ejes de este trabajo de Benjamin era mostrar cómo el fetichismo de la sociedad moderna consiste en presentar como nuevo y brillante (como las tapas doradas de su Capital) lo que es “siempre-igual-a-sí-mismo”, la mercancía3.
El tiro por la culata El libro no se priva de apelar a lo “post”: dibuja un panorama contemporáneo de escritura post-identitaria, donde habrían quedado atrás nociones como las de autenticidad “unificada y coherente” junto con las identidades culturales, nacionales o sociales, dando paso a atribuciones identitarias en términos de consumo, de sujetos definidos por los objetos que posee y lo poseen [131-9]. Pero el análisis apenas crítico de las subjetividades contemporáneas y la insistencia en los contextos no parecen funcionar para dar cuenta de su propia práctica poética: en un país donde la cuestión negra está hace unos años a flor de piel, pocos días después de que se retiraran los cargos contra el policía que disparara a quemarropa contra Michael Brown, Goldsmith leyó en una conferencia universitaria fragmentos reordenados de la autopsia del joven asesinado. Ante las extendidas acusaciones que recibió por lo que fue considerado una expresión de los estereotipos habituales sobre la comunidad negra, Goldsmith primero pidió que no se difundiera el video de la actividad, aunque terminó considerándose atacado en su libertad de expresión. Pero aun concediendo a Goldsmith otra intencionalidad –poner en el tapete un tema que lo preocupa, como lo defendieron algunos–, cabría preguntársele en sus propios términos: ¿acaso la escritura no-creativa no revelaba “los prejuicios, los pensamientos y los procesos de decisión del escritor”? A pesar de lo propuesto en el libro, Goldsmith concluye que las escrituras no-creativas no pueden eliminar la expresividad de un sujeto particular [33]. Más bien se parecen ejercicios de abstinencia creativa para cosechar luego mejores frutos. Pero como estas escrituras no son para ser leídas, lo que nos ofrecen entonces parece ser la figura misma del artista como obra, un recurso que la industria cultural de Hollywood,
por ejemplo, practica hace más de un siglo. Los escándalos, enmarcados en la máxima de que no habría algo como la “mala publicidad” –no por nada Goldsmith reivindica su formación como publicista–, son parte de esa lógica. Promocionar el uso de materiales que circularían en la red al alcance de todos no está al servicio, como lo era en numerosas experiencias de vanguardia, de eliminar la diferencia establecida entre arte y vida en el capitalismo o del cuestionamiento de qué materiales son aptos o no para reconfigurarse artísticamente según los cánones estéticos tradicionales; la reivindicación provocativa del plagio ‘más bien el uso explícito de materiales de otros, que el plagio justamente ocultaría’, no pretende poner en cuestión, por ejemplo, el régimen de “propiedad intelectual” que usufructúa la industria cultural y que legisla el Estado en su favor y no el de los artistas4; lo que buscan es resaltar un “gesto”, un estereotipo de la figura del artista de vanguardia, como una publicidad nos vende un gesto feliz al usar el último modelo de celular.
1. Bs. As., La Caja Negra, 2015. Las referencias a las páginas de esta edición se harán entre corchetes al final de la cita. 2. Entrevista en El País, “La vanguardia vive en internet”, 15/02/2014. 3. Ver al respecto “Cita en un pasaje parisino”, en IdZ 20. 4. Ver al respecto “Con amigos así”, en IdZ 17.
El nuevo ciclo de Pateando el tablero TV iniciado este año con la conduc ción de Christian Castillo, viene abordando algunas cuestiones estratégi cas centrales para pensar la revolución hoy, y debatiendo sobre la realidad latinoamericana.
GRAMSCI, TROTSKY Y LA DEMOCRACIA CAPITALISTA Diálogo con Emilio Albamonte y Matías Maiello.
MÉXICO: LA CLASE OBRERA OCULTA Diálogo con Jimena Vergara, del Movimiento de los Trabajadores Socialistas de México.
GIRO A DERECHA Y LUCHA DE CLASES EN SUDAMÉRICA Diálogo con Daniel Matos, del Movimento Revolucionário de Trabalhadores de Brasil, y Pablo Torres, del Partido de Trabajadores Revolucionarios de Chile.
Podés ver todos los programas de Pateando el tablero TV en http://www.laizquierdadiario.com/Videos El primer diario digital de la izquierda argentina y latinoamericana, impulsado por el PTS en el Frente de Izquierda.