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33 septiembre 2016
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ideas izquierda Revista de Política y Cultura
Laboratorios de emancipación LA LUCHA POR LA LIBERTAD de belén Entrevista a su abogada, Soledad Deza
La cancha marcada de la literatura argentina
Entrevista a Carlos Gamerro
SINDICALISMO BRASILERO FRENTE AL GOLPE A. Galvão • ¿CHINA NO DOMINARÁ AL MUNDO? E. Mercatante MARX, VOLVER AL FUTURO F. Aiziczon, S. Roggerone, P. Varela y G. Gutiérrez Macristas en el pantano • Radiografía de una Venezuela convulsiva • El mapa de la guerra civil en Siria EE. UU.: las Panteras Negras • Las olimpíadas como un campo en disputa ¿Qué pasó con el posneoliberalismo en Latinoamérica? • Shostakovich según Julián Barnes
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IDEAS DE IZQUIERDA
SUMARIO
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Macristas en el pantano
EL MAPA DE LA GUERRA CIVIL EN SIRIA
MARX, LA CIENCIA Y LA UTOPÍA
Christian Castillo
Claudia Cinatti
Fernando Aiziczon
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En el nombre de Belén
CUANDO RUGIÓ LA PANTERA NEGRA
Marx: ¡en forma de fichas!
Entrevista a Soledad Deza
Paula Schaller y Javier Musso
Santiago M. Roggerone
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Comisiones de mujeres: laboratorios de emancipación
Las Olimpíadas como un campo en disputa
LA DEMOCRACIA Y SU SECRETO
Diego Di Bastiano
Paula Varela y Gastón Gutiérrez
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Celeste Murillo
12 Radiografía de una Venezuela convulsiva
PATRIA GRANDE, ILUSIONES CHICAS
La cancha marcada de la literatura argentina
Milton D’ León
Eduardo Castilla
Entrevista a Carlos Gamerro
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El sindicalismo brasilero frente al golpe
¿China no dominará el mundo?
Barnes y una reconstrucción que hace ruido
Andréia Galvão
Esteban Mercatante
Ariane Díaz
STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri y Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Lucía Ortega, Azul Picón y Fernando Rosso. COLABORAN EN ESTE NÚMERO Soledad Deza, Carlos Gamerro, Milton D´León, Andréia Galvão, Claudia Cinatti, Paula Schaller, Javier Musso, Eduardo Castilla, Santiago M. Roggerone, Diego Di Bastiano, Isabel Infanta, Alejandra Arreguez, Augusto Dorado, Martín Literal.
EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo. PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com / Facebook: ideas.deizquierda Twitter: @ideasizquierda
Ilustración de tapa: Anahí Rivera
www.ideasdeizquierda.org Riobamba 144 - C.A.B.A. | CP: 1025 - 4951-5445 Distribuye en CABA y GBA Distriloberto - www.distriloberto.com.ar Sin Fin - distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.
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Macristas en el pantano
Christian Castillo Sociólogo, dirigente nacional del PTS.
El gobierno de Macri es parte de la ofensiva de la derecha continental para pasar de gobiernos de “desvío” (como fue el kirchnerismo) a gobiernos directos del capital, en lo que han tenido un avance con el desplazamiento del gobierno de Dilma Rousseff en Brasil y su reemplazo mediante un “golpe institucional” por Michel Temer. Dilma intentó congraciarse con la gran burguesía aplicando un brutal ajuste ni bien ganó su reelección (algo que muestra lo que hubiese hecho Scioli de haber ganado el balotaje) pero lo único que logró fue minar su base social y favorecer las condiciones para su derrocamiento. Sin embargo, una cosa es que variantes de la derecha puedan avanzar y llegar al gobierno en base al descontento generado por los gobiernos “progresistas” y su desgaste y otra que cuenten con una relación de fuerzas favorable para la imposición de su agenda de contrarreformas y ataques a los trabajadores y al conjunto de los sectores populares. La deriva de los primeros nueve meses del gobierno de Macri muestra que una cosa es llegar al gobierno y otra lograr “consenso” para imponer un plan reaccionario. Pese a todo el esfuerzo de la burocracia sindical y del peronismo político por “dejar que Macri gobierne”, la
“razón neoliberal” que expresa el nuevo gobierno no cala en amplios sectores del movimiento de masas, incluso en muchos que votaron por el actual presidente como mal menor frente a la continuidad del kirchnerismo. No olvidemos que en las PASO de 2015 Macri obtuvo solo un 24 % de los votos y en la primera vuelta un 34,15 %. El 51 % del balotaje expresó en gran medida un “consenso negativo” más que un apoyo a su proyecto, sobre todo de una porción del electorado que en primera vuelta lo había hecho por Sergio Massa. Para consolidar –y ampliar– su electorado de octubre Macri debería haber logrado “legitimidad de gestión”, es decir, tomar medidas que hubieran favorecido las demandas y expectativas de esos sectores. Pero eso no ocurrió y sobre todo con la gaffe del tarifazo y la recesión en curso el gobierno comenzó a perder popularidad, incluso entre quienes lo habían apoyado en octubre1.
Recesión y sequía inversora El segundo semestre está en pleno desarrollo y el resurgir económico prometido por el gobierno de Cambiemos sigue sin aparecer. No solo ha quedado empantanado uno de los ejes del ajuste, el tarifazo del gas, sino que los datos
económicos muestran que estamos viviendo una cruda recesión. Primero fueron los datos del desempleo dados a conocer por el INDEC, alcanzando el 9,3 % de la Población Económicamente Activa, a lo que hay que agregar un porcentaje similar de subocupados. Después vinieron los números del Estimador Mensual Industrial (EMI), que consigna que la actividad industrial de julio de 2016 descendió 7,9 % con respecto al mismo mes del año 2015. Se trata de la mayor caída en 14 años, desde agosto de 2002 cuando había sido de 8,5 %. Por su parte, la actividad industrial de los primeros siete meses de 2016 con respecto al mismo período del año anterior acumula una caída de 4 %. En lo que hace a la actividad de la construcción la baja en julio fue de 23,1 % frente a igual mes del año pasado. Es la caída más fuerte desde agosto de 2002 cuando había sido de 26,7 %. De enero a julio el sector tuvo un retroceso de 14,1 % comparando con el mismo período de 2015, lo que provocó una caída del empleo registrado en el sector de 72.144 puestos laborales. Los únicos números favorables para el gobierno han sido la suba en la compra de »
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POLÍTICA
cemento y en camionetas 4x4, estas últimas características de los sectores agrarios más acomodados beneficiados con la quita y/o baja de las retenciones. Esta creciente recesión es lo que explica el relativo freno a la inflación. De ahí que a diferencia de lo que afirma el discurso gubernamental, nada que festejar tiene el pueblo trabajador por este hecho, que augura la pérdida de nuevos puestos de trabajo. Se entiende también por qué Macri vetó la –aún muy limitada– “ley antidespidos”: quería dejar las manos libres a los capitalistas para descargar la crisis sobre los trabajadores. Ahora tanto el gobierno como los empresarios quieren valerse de esta situación crítica para impulsar nuevas leyes de “flexibilización laboral” con la excusa de favorecer el empleo, mientras desde la UIA crecen las voces llamando a “disminuir el costo laboral”, “bajar la carga impositiva” y a un nuevo salto devaluatorio porque “el dólar está barato nuevamente”, como recogieron las crónicas periodísticas del acto de festejo del Día de la Industria2. Y esto a pesar de que en estos nueve meses de gobierno macrista el salario tuvo una caída en su poder de compra que va del 10 % al 15 % según distintas mediciones. No había que ser demasiado inteligente para percatarse de que la proclamada “lluvia de inversiones” difícilmente iba a tener lugar en medio de una crisis capitalista internacional que se continúa y donde Argentina no puede ofrecer “joyas de la abuela” a precio de remate como hicieron Menem y Cavallo. Más allá del agronegocio, la especulación financiera y la minería, no se visualizan fuentes de ganancias extraordinarias que empujen niveles cualitativos de inversión externa. En una economía cuyo PBI se explica en casi un 80 % por el consumo interno, la caída del poder de compra del salario iba de lleno a generar un proceso recesivo como el que estamos viviendo. Ahora las fichas del macrismo están puestas en el blanqueo de capitales (con importancia para las cuentas fiscales aunque
sin gran impacto inmediato en la economía “real”) y en que una consolidación del gobierno golpista de Temer en Brasil favorezca el crecimiento económico del país vecino y por esa vía la suba de las exportaciones locales, fundamentalmente las de la industria automotriz. Pero aunque algunos indicadores de la economía brasileña han tenido un leve repunte también esto parece más ilusión que realidad. De ahí que algunos especulen que con sequía de inversiones y con el año electoral en puerta, a Macri no le quedaría otro camino que hacer un poco de “kirchnerismo” y alentar el consumo doméstico. Sin embargo, no parece fácil esta posibilidad con tasas de interés rondando el 30 % (lo que limita las posibilidades del crédito al consumo) y con pautas de aumento salarial que estarían para el próximo año entre el 15 y el 17 %, según sinceró Federico Sturzenegger3. Toda la política económica de Cambiemos parece ser la “cuadratura del círculo”.
Peronismo, kirchnerismo y los “usos” de la calle En el último número de Le Monde Diplomatique, José Natanson señala irónicamente que si el PRO se construyó como un partido que hacía gala de capacidad de gestión, “lo que no sabíamos era que su mejor gestión iba a ser la gestión del pasado”4. No le falta razón en el sentido que la reescritura del significado del ciclo kirchnerista y la continua alusión a la “herencia recibida”, en medio de casos con fuerte impacto mediático y la multiplicación de las citaciones judiciales a los integrantes del gobierno anterior por hechos de corrupción, han sido los puntos en que más se ha apoyado el macrismo para evitar una caída aún mayor en las encuestas. El peronismo, por su parte, se encuentra en pleno proceso de reorganización, sin un nuevo liderazgo que reemplace al de Cristina Fernández de Kirchner. Los gobernadores y sus representantes legislativos han sido fundamentales para garantizar a Macri “gobernabilidad”, apoyando
en el Senado las leyes reclamadas por el poder ejecutivo, como la de pago a los fondos buitre, el blanqueo de capitales o la aprobación de los pliegos de los dos nuevos jueces de la Corte Suprema y de los funcionarios al frente de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI). En lo que respecta a la CGT, ahora unificada, acompaña este posicionamiento político del peronismo (y del Frente Renovador) manteniendo una clara tregua política con el gobierno de Cambiemos. El sector kirchnerista, de dentro y fuera del PJ, apuesta por su parte a utilizar la “calle” para tratar de relegitimarse, recurriendo a los sindicatos donde tiene influencia y apoyándose en el descontento que generan las medidas antipopulares del macrismo. Ejemplo de esto fue la reciente Marcha Federal, donde justas demandas contra el ajuste y contra el tarifazo fueron puestas al servicio de relegitimar a funcionarios del gobierno anterior (como Boudou o Tomada, presentes en el palco) e intendentes y gobernadores del FPV, que estuvieron entre los convocantes junto a cámaras patronales de “empresarios nacionales”. Por ello no extraña que el documento convocante embellezca todo lo sucedido en los gobiernos kirchneristas, que solo hable del ajuste del gobierno nacional, y no se mencione el de los gobernadores que responden al FPV, persecución a los sindicatos incluida5. En este sentido tiene más puntos de contacto (con todas las diferencias que puede tener la analogía) con la movilización del mismo nombre realizada el 6 de julio de 1994 contra el gobierno de Carlos Menem que con los 14 paros que la CGT comandada por Saúl Ubaldini realizó bajo el gobierno de Alfonsín. En el primer caso la convocatoria (que a diferencia de la movilización realizada el último 2 de septiembre tuvo preeminencia de manifestantes del interior del país) corrió por cuenta de la CTA, el MTA y la CCC –junto a la FUA, la Federación Agraria Argentina y otras organizaciones–, que utilizaron el descontento que expresaban los levantamientos provinciales (con el Santiagazo de diciembre
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de 1993 como punto más alto) para favorecer una alternativa burguesa opositora al menemismo, que recién se constituiría en 1997 a partir de la alianza entre la UCR y el Frepaso. En el caso de los paros realizados bajo el gobierno de Alfonsín, fueron expresión de una acción común entre el peronismo sindical y político. Estos se montaron en el descontento que generaba la política económica del gobierno radical para facilitar el reciclamiento del peronismo con el proceso de la “renovación”, y su vuelta al gobierno primero con Antonio Cafiero en la Provincia de Buenos Aires en 1987 y después a la presidencia de la Nación con Menem en 1989. Hoy, como dijimos, el grueso del peronismo y de la burocracia sindical se encuentran entre los principales garantizadores de gobernabilidad. Prefieren por el momento no “hacer olas”, más allá de la presencia de Pablo Moyano en el palco y que la Corriente Federal de Trabajadores encabezada por el Secretario General de La Bancaria Sergio Palazzo (también de la CGT) haya estado entre los convocantes. Lo mismo cabe para la presencia de dirigentes del PJ como Daniel Scioli (cuyos principales asesores económicos en la campaña electoral, Mario Blejer y Miguel Bein, no dejan pasar oportunidad para elogiar las medidas económicas tomadas por Cambiemos) que aspiran la unidad del peronismo no massista con el kirchnerismo adentro. Lo que ocurre es que a pesar de los esfuerzos de Clarín por mostrar un aislamiento total de la fracción kirchnerista del peronismo la situación es más compleja. Sus realineamientos actuales son provisorios y son varios los escenarios posibles, en una disputa por el liderazgo que difícilmente se salde hasta 2019, aunque obviamente tendrán influencia los resultados electorales de 2017. De cara a lo que resta del año el FPV-PJ posiblemente dará su voto favorable a la aprobación del Presupuesto 2017 con el doble juego que ha caracterizado su accionar este año: voto en contra en la cámara de diputados y voto favorable en la cámara alta. Y después ya son
los tiempos de la campaña para las elecciones legislativas, donde el resultado más importante será el de senador nacional por la Provincia de Buenos Aires, con muchos interrogantes respecto de quienes serán los candidatos tanto del oficialismo como de los distintos sectores de la oposición patronal. Por último entre quienes buscan capitalizar el descrédito gubernamental tenemos que mencionar a Sergio Massa, que intenta ensanchar la “amplia avenida del medio” pasando del semi oficialismo de los inicios del gobierno macrista a planteos más opositores, combinando un discurso reaccionario en el tema “seguridad” junto con hacer demagogia con demandas mínimas del movimiento obrero y los jubilados. A la vez su alianza con Margarita Stolbizer (que juega a varias puntas) busca no solo fortalecer las perspectivas electorales del Frente Renovador en 2017 sino también despegar su imagen de los casos de corrupción de los tiempos en que fue Jefe de Gabinete del gobierno de CFK y de las denuncias de su protección a narcotraficantes en Tigre. En gran medida, dependerá de los resultados que obtenga en 2017 la posibilidad de ir por la disputa del liderazgo del peronismo dos años después.
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de los gobernadores del FPV en las provincias y el rol más general del peronismo en el parlamento, donde ha sido garante del avance de las leyes macristas. Para la burguesía, la experiencia de poner en el gobierno un elenco tan empresarial (el “Estado atendido por sus propios dueños”) como el que expresa Cambiemos es en cierta medida una aventura, en el sentido que si se generaliza el descontento la propia clase dominante (y no solo la casta política como ocurrió en el 2001) puede ser identificada como la responsable de los padecimientos de las masas y de una eventual situación de catástrofe. El peronismo, tal como ocurrió con el PJ de la Provincia de Buenos Aires a la caída de De la Rúa, será nuevamente el medio al que buscará recurrir la clase dominante para tratar de evitar que un proceso de este tipo termine en un gobierno de los trabajadores y una salida anticapitalista. De ahí la importancia de avanzar en todos los terrenos en la construcción de la alternativa política revolucionaria que necesita la clase trabajadora argentina para llegar a la victoria.
La salida es por la izquierda Al Frente de Izquierda se le presenta el desafío de estar en la primera línea de la resistencia al ajuste del gobierno nacional y de los gobernadores enfrentando a la vez la política de que las movilizaciones callejeras y las luchas en curso solo sirvan para una vuelta al poder del peronismo. Debemos combinar la utilización audaz del frente único para enfrentar el ajuste (como es nuestras exigencia de paro activo nacional y plan de lucha a las centrales sindicales) y la unidad de acción frente a ataques reaccionarios del Estado (como ante el encarcelamiento de Milagro Sala o el intento de detención de Hebe de Bonafini) con la delimitación política del kirchnerismo y su política de utilizar las luchas contra Macri para relegitimarse, ocultando los ajustes
1. Julio Blanck, “Macri en apuros: su imagen cae en el GBA”, Clarín, 28/08/2016. 2. En esta reunión se puso de manifiesto el contrapunto entre los empresarios y el gobierno respecto de los dichos del embajador en China, Diego Guelar, de considerar al gigante asiático como “una economía de mercado”, lo cual favorecería una mayor entrada al mercado interno de los productos de ese país. 3. Marcelo Bonelli, “Sturzenegger marca el 2017: suba de sueldos de 15 a 17 %”, Clarín, 02/09/2016. 4. José Natanson, “Ajuste sin represión”, Le Monde Diplomatique 207, septiembre 2016. 5. En Tierra del Fuego, la gobernadora Rosana Bertone está a la cabeza del desafuero de los dirigentes del SUTEF, el gremio docente provincial que es parte de la Unión de Gremios que se opuso al brutal ajuste del gobierno del FPV local.
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MUJER
Entrevista a Soledad Deza
En el nombre de Belén
Fotografía: Enfoque Rojo
El 21 de marzo de 2014, Belén ingresó a la guardia del hospital Avellaneda de Tucumán con fuertes dolores estomacales. Fue inmediatamente privada de su libertad y acusada de practicarse un aborto. Dos años después, el 19 de abril de 2016, fue condenada a 8 años de prisión. Luego de numerosas marchas y en el marco de una campaña nacional e internacional, el 18 de agosto recuperó su libertad. Ideas de Izquierda entrevistó a Soledad Deza, abogada defensora de Belén. En la madrugada del 21 de marzo de 2014, Belén ingresó a la guardia del Hospital Avellaneda con fuertes dolores estomacales. Fue derivada al Servicio de Ginecología y ahí comenzó una cadena de maltratos que llevó a la privación de la libertad de la joven de 27 años. El médico que la atendió le informó que estaba teniendo un aborto espontáneo, Belén afirmaba –y lo repitió en cada una de sus declaraciones, respaldada por testimonios de su entorno– que no sabía que estaba embarazada. El 19 de abril de este año, los jueces Dante Ibáñez, Rafael Macorito y Fabián Fradejas (de la Sala III de la Cámara Penal) condenaron a Belén a 8 años de prisión por “homicidio doblemente agravado y por alevosía”.
Durante todo este proceso judicial plagado de arbitrariedades, Belén estuvo presa. Con un apoyo nacional e internacional muy importante, Belén recuperó su libertad el 18 de agosto. La causa está en la Corte Suprema de Justicia de Tucumán esperando que se resuelva el recurso de casación que hemos planteado para ver rever la condena. Nosotros hemos pensado que si bien hemos dado un gran paso, que es haber obtenido la libertad de Belén, el cese de su prisión preventiva queda todavía que Belén esté libre de toda culpa y cargo. Para eso necesitamos que se revierta su condena, que se la anule y que, finalmente, se la absuelva para que su inocencia esté intacta,
comenta Soledad Deza, quien asumió la defensa de la joven tras la condena. IdZ: ¿Cuáles son los planteos que se realizaron desde la defensa para pedir la revocatoria del fallo? En el recurso de casación hay tres líneas. Por un lado, la negligencia de la defensa técnica, donde nos hemos centrado en la defensora oficial. Porque si bien Belén tuvo tres defensores (uno estuvo cinco días) en toda la etapa de la instrucción, cuando se recolectan las pruebas en las que se basará la acusación, la acompañó la defensora oficial de la III nominación, doctora Norma Bulacio. Finalmente tuvo otro defensor, que es el que apeló la elevación a juicio pero que abandonó la causa. Entonces en los
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momentos más importantes, la instrucción y el juicio oral, la acompañó la defensora oficial que le proporcionó el Estado. Esa defensa técnica fue negligente. Por un lado, porque no ha cuestionado el cuadro probatorio. La investigación de Belén se basa en pruebas que son contradictorias entre sí, algunas son pruebas ilegales porque son productos de la violación del secreto profesional y, finalmente, hay pruebas que son determinantes para la conclusión y que no se las ha tenido en cuenta. La defensora no ha cuestionado ninguna de las pruebas, simplemente lo que ha hecho es argumentar un estado puerperal. Eso también lo cuestionamos porque contraría la propia declaración de Belén. Belén en todas las oportunidades dice “yo no sabía que estaba embarazada”, “yo no he matado a nadie, no es verdad lo que están relatando”. Sostenemos que prácticamente se la ha colocado en un estado de indefensión. Por otro lado, hemos cuestionado la ilegalidad de los testimonios de los profesionales de la salud. Precisamente porque están impedidos de revelar los datos que conocen a partir de la relación médico-paciente. Entonces lo que hay ahí es la violación del estado de confidencialidad, un derecho de Belén como paciente según la ley 26.529, y además podría haber un delito. El Código Penal tipifica la revelación de secretos sin justa causa como un delito. Y finalmente lo que hemos planteado es lo que técnicamente se denomina arbitrariedad en la valoración de la prueba, donde ya analizamos puntualmente cómo se contradice cada prueba entre sí. Por ejemplo la historia clínica que habla de dos, tres o más fetos, hay edades de gestación diferentes, colores de piel y sexos diferentes. Además hay contradicciones entre pruebas diferentes. Distintos testimonios o distintas actas policiales que muestran que no hay una escena del crimen identificada, se habla de horarios diferentes. IdZ: Muchas veces has mencionado que hay una suerte de patrón en cómo funciona la Justicia en estos casos y que se ha demostrado en Belén. Cuando escribimos con Mariana Álvarez y Alejandra Iriarte el libro Jaque a la Reina hemos analizado los casos de abortos judicializados en Tucumán entre 1992 y 2012. Lo que observamos ahí es que no es la primera vez que se judicializa un aborto espontáneo. Cerca de un 21 % de las causas tiene un aborto espontáneo, un aborto natural en su carátula. Esto quiere decir que un evento obstétrico adverso, donde no media voluntad de la paciente, es criminalizado desde el sector de la
salud. Quiere decir que hay una colaboración del sector de la salud y la Justicia. Estamos hablando de causas penales donde lo que se investiga es un hecho que no es ilícito, pero al mismo tiempo la sola carátula demuestra que ha intervenido personal de la salud mediante la violación del secreto profesional, mediante la confección de esa causa porque se recurre a diagnósticos médicos. La Justicia colabora no archivando esas causas, por eso es que yo hablo de una tríada entre la Policía, la Salud y la Justicia. Por eso hablo de este patrón, Belén no es la primera causa. IdZ: En el libro se mencionan otros casos que puede considerarse antecedentes del de Belén, ¿qué los une? Puntualmente, el caso denominado María Magdalena. Las dos son mujeres que llegan con un evento obstétrico adverso a un hospital público. María Magdalena llega a la Maternidad Nuestra Señora de la Merced, y Belén al Hospital Avellaneda. Las dos llegan a la madrugada, uno puede pensar que es un momento de desesperación el que te lleva a ir a un hospital a esa hora. Las dos llegan acompañadas de familiares. Las dos son atendidas y sospechadas de un aborto, las dos son denunciadas por sus médicos. Frente a la sospechas las dos son enfrentadas a personal policial. A los familiares de las dos se le muestran fetos, y las dos terminan inmersas en un proceso penal. ¿Cuál ha sido la diferencia? En el caso de María Magdalena ella contó con una defensa desde un primer momento. Eso llevó a que si bien estuvo procesada tres años, María Magdalena ni pisó Tribunales para declarar. Finalmente fue absuelta, precisamente por la violación del secreto profesional. Mientras que en el caso de Belén no tuvo una defensa, entró directamente en un penal, que es de dónde salió con una defensa con otra mirada y con el acompañamiento de todo el movimiento de mujeres. IdZ: Incluso en el caso de María Magdalena, los médicos fueron respaldados por Rossana Chahla, en ese momento directora de la Maternidad y actualmente ministra de Salud provincial. Es muy importante lo que vos decís. Ella dijo que no hubo violación del secreto profesional, está la nota periodística donde dice que ante la sospecha de maniobras abortivas deben denunciar. Eso es un antecedente en términos de política sanitaria. Nosotros tenemos que pensar que hay un déficit de formación de profesionales de la salud, puede mediar la mala fe, pero a la vez hay un lineamiento político que la coloca a Belén en la cárcel.
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IdZ: Hay una participación explícita en el caso de Belén de los agentes de salud, muchas veces ligados a sectores oscurantistas de la Iglesia católica. Los mismos sectores objetores de conciencia, la primera forma de objeción que tienen es negar algunas prestaciones de salud, en general vinculada a la salud sexual reproductiva. Lo que pasa es que la situación pos aborto lo que presenta es un hecho consumado. La violación del secreto profesional es quizás el último recurso que tiene el objetor para criminalizar, censurar y castigar aquello con lo que no acuerdan moralmente. No es accidental la violación del secreto, tiene una vuelta de tuerca de la objeción que les permite como último recurso aplicar un castigo. IdZ: Además, han recibido apoyo del director del hospital y del sindicato. Con respecto a ese abrazo simbólico (al Hospital Avellaneda, NdR) es que no se trata de que los profesionales de la salud se abroquelen detrás de conductas antijurídicas para demostrar compañerismo. El compañerismo y la solidaridad pasa por otros lugares. Estamos hablando de violación de derechos, de falta a responsabilidades y obligaciones éticas y morales por parte de los profesionales »
Fotografía: Maximiliano Olivera
Soledad Deza Es abogada (UNT) y especialista en Género, Sociedad y Políticas (FLACSO). Es una de las autoras del libro Jaque a la Reina: salud, autonomía y libertad reproductiva en Tucumán (Cienflores, 2014). Integra el plantel docente de la cátedra libre de Género que se dicta en la Facultad de Derecho de la UNT. Además es integrante de la organización Católicas por el Derecho a Decidir.
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MUJER
de la salud. Hay que separar las aguas de lo que es apoyar a compañeros en una situación conflictiva de trabajo, como puede ser un reclamo gremial, de los actos que reflejan una apología del delito. IdZ: Mencionaste una voluntad para castigar, esto también se refuerza con la ilegalidad del aborto. El aborto está penalizado en líneas generales, salvo en el caso de una gestación forzada o una gestación que pone en riesgo a la mujer. La interrupción voluntaria del embarazo está penada. ¿Qué es lo que ocurre? Esa criminalización, ese delito, inscribe en el imaginario social todos los abortos como crímenes. Entonces en el caso de Belén no hubo delito, hubo un aborto natural. De todas formas, aun en el caso de los abortos provocados, tampoco corresponde que se los criminalice en el marco de la atención sanitaria. Porque se estaría utilizando una posición de poder en una relación que es asimétrica, como es la relación médico-paciente, para aprovecharse de lo que se conoce en uso de ese poder y usarlo en perjuicio de la paciente. Lo que yo digo no es novedad, se ha resuelto en el plenario Natividad Frías, en el fallo Valdiviezo de la Corte Suprema y está apoyado en un marco normativo. La excusa que han puesto en general los parlamentarios para no debatir la legalización del aborto es que no hay presas por aborto. Esto ha frenado la agenda para discutir esto durante estos años, el proyecto de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto lleva diez años, ha sido presentado seis veces. Lo que muestra el caso de Belén es que esta excusa de decir “no se aplica”, en realidad sí se aplica. Una mujer estuvo presa. Es una deuda pendiente que tiene que saldar el Congreso. Lo tiene que debatir, por tres cosas. Primero, es una cuestión de salud pública. Segundo, porque es una cuestión de ciudadanía de las mujeres, una demanda legítima. Finalmente es una deuda de nuestra democracia para que no exista ninguna Belén más en el país. IdZ: En el libro también se menciona una selectividad en el sistema penal en relación a los casos criminalizados, ¿en qué consiste? El protocolo para la atención de la interrupción voluntaria del embarazo, que hizo el Ministerio de Salud el año pasado, reconoce que en el país hay entre 179 mil y 500 mil abortos por año que se hacen en la clandestinidad. Basta hacer un relevamiento para darse cuenta que por un lado, quienes ingresan al sistema penal son las mujeres con escasez de recursos; por otra parte, de los casos que relevamos solo el 3 % (dos causas) tienen como imputados a los profesionales de la salud, en
el resto están criminalizadas las mujeres. Si lo unimos al hecho de que son mujeres que salen de la salud pública, entonces son las mujeres pobres las que ingresan al sistema penal. IdZ: Precisamente en materia de salud pública, Tucumán continúa sin adherir al Protocolo de aborto no punible, a la Ley de salud sexual y procreación responsable y a la Ley de educación sexual. Lo que muestra la falta de adhesión a las leyes es que no hay una voluntad política. Pensemos en la ley de salud reproductiva que trabaja en tres ejes: la provisión de anticonceptivos, capacitación de efectores y campañas de difusión. No quiere decir que las mujeres no tienen derecho a que les provean en un hospital público de anticonceptivos. Lo que quiere decir es que al no haber adherido a la ley las mujeres tienen menos herramientas para exigir. Como contracara hay un Estado que muestra que la salud sexual y reproductiva no figura en la agenda. Hay un vacío que coadyuva en embarazos no deseados, a la falta de información. Tenemos un Estado que se olvida de dar educación sexual, que se olvida de dar anticonceptivos pero se acuerda de meter presas a las mujeres. IdZ: Algunas legislaturas como la de CABA se han pronunciado a favor de Belén, ¿cuál fue la actitud de la Legislatura tucumana en relación a Belén y las leyes que mencionamos? Creo que está en sintonía con la falta de lugar en la agenda política sanitaria que tiene la salud sexual y reproductiva de la población. ¿Qué debería haber hecho la Legislatura desde el 2003, que está el programa? Haber adherido, no es accidental que no se haya adherido. Ha habido proyectos para hacerlo. Una mirada crítica del derecho nos tiene que mostrar que importa lo que se dice, importa lo que se calla. Frente a la decisión de hacer o no, no hacer es un posicionamiento. IdZ: Por el contrario, han promovido leyes como “el día del niño por nacer” o declarar a Tucumán como “una provincia pro vida”. La sanción de ese tipo de leyes no satisface ninguna necesidad, lo que hace es congraciarse con los sectores conservadores del poder, que son a los cuales históricamente se afilian nuestros representantes políticos, sobre todo en el NOA. IdZ: Buscan dar un mensaje político. Construyen un mensaje político, abonan algunas posiciones radicales frente a ciertos temas y dificultan algunos debates. IdZ: Además esto se da en la provincia que actualmente gobierna Juan Manzur, quien
fue ministro de Salud de la Nación entre 2009 y 2015 En el 2014 y 2015 yo trabajé en el programa de salud sexual que dependía del ministerio de Salud, estando en funciones Manzur. Hicimos varios protocolos relacionados. ¿Por qué la provincia no ha tomado decisiones en materia de salud sexual y reproductiva? No sé, habría que preguntarle a él. Tendría que ver qué pasa en Tucumán, ¿cuáles son los intereses que dan vueltas en Tucumán? ¿Por qué es más importante la posición de los sectores conservadores? ¿Por qué hemos tenido un Bicentenario codo a codo con la Iglesia Católica? Recordemos que en el año 2008 cuando se quiso implementar la ley de educación sexual hubo fuertes posicionamientos de la Iglesia católica. Luego de que salió el fallo F.A.L., en el 2012, hubo un llamado público a la objeción de conciencia por parte del obispo, movilizaciones. IdZ: En este contexto adverso, ¿cómo valoras la organización de las mujeres para conquistar la libertad de Belén? El rol del movimiento de mujeres ha sido central. Me parece que va a haber un antes y un después de la Mesa por la Libertad para Belén. Por varias cosas, en primer lugar porque la Mesa tiene un arco político bien amplio que ha permitido que marchen por una causa vinculada al aborto; que este arco político esté marchando, respaldando cada uno a su forma, pero todas en la misma línea, me parece muy importante Por otra parte me parece que es muy importante que nos hayamos podido encolumnar y encontrar un código común detrás de una estrategia jurídica. Aquí hay una estrategia jurídica pero detrás hay una Mesa que estuvo ocupada de absorber argumentos, entender argumentos y de amplificarlos. Eso también ha fortalecido el discurso y la posición de la Mesa. Creo que uno ha mostrado una solidez, y eso es lo que ha posibilitado que hayamos nacionalizado una marcha. Es histórico que Tucumán haya nacionalizado una marcha por los derechos de las mujeres. Pensemos en las marchas contras las violencias, a la propias mujeres nos costaba meter la demanda del aborto, que tiene que ver con otras formas de violencia. La violencia la teníamos acotada a la violencia doméstica, física. Ha sido un gran crecimiento para todas. El hecho de continuar unidas, tener como perspectivas continuar esta Mesa para los reclamos que nos unen a las mujeres me parece una muestra de solidez muy grande. Yo me siento muy orgullosa.
Entrevistó: Alejandra Arreguez.
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Comisiones de mujeres: laboratorios de emancipación
Ilustración: Anahí Rivera
Celeste Murillo Comité de redacción.
Las comisiones de mujeres atraviesan la historia de la clase trabajadora. Relacionadas con tareas vitales de “retaguardia” en las huelgas, e identificadas con áreas tradicionalmente femeninas (cocina, cuidado de niños, heridos y enfermos), las comisiones agrupan mujeres que tienen vínculos familiares con los trabajadores de una fábrica o taller. Ganaron peso en un momento en que la clase obrera era preeminentemente masculina y la relación de la mayoría de las mujeres con la fuerza de trabajo era indirecta, “desde afuera” y mediada por los varones. Con el ingreso masivo de las mujeres en la fuerza laboral, las comisiones adquirieron características y objetivos diferentes. Si las primeras funcionaban como un “polo de atracción” hacia las mujeres que estaban mayoritariamente fuera de la fábrica, actualmente juegan un rol unificador alrededor de temas que se vuelven estratégicos en una clase obrera feminizada. En ambos casos
la organización brinda a las mujeres la posibilidad de ingresar rápidamente a la vida política y, a la vez, abre reflexiones sobre la lucha particular pero también sobre su lugar en la sociedad. El sentido común indicaría que la organización de las mujeres en espacios propios solo es de interés para organizaciones feministas. Sin embargo, ya a fines del siglo XIX en Estados Unidos corrientes obreras combativas como los Caballeros del Trabajo o la Industrial Workers of the World (IWW) las organizaron sindicalmente. Por otra parte, el aliento de la organización de mujeres, aun cuando no eran parte del lugar de trabajo, es parte de la práctica política de las organizaciones en las que la emancipación femenina está presente en su programa1. ¿Qué resulta de la combinación de la ruptura del aislamiento doméstico y la política de las organizaciones obreras combativas? Mucho antes de que la crítica feminista
impactara entre las trabajadoras, algunas organizaciones de izquierda (especialmente de orientación trotskista) impulsaron esta política. La mayoría de los estudios que se enmarcan en el feminismo no consiguen abarcar la complejidad de la relación entre género y clase, y en los estudios sobre mujeres trabajadoras suelen tener mayor peso los aspectos económicos e históricos. Solo una visión que incluya ambas categorías y su cruce podrá indagar en la experiencia transformadora que tiene en las trabajadoras este tipo de organismos, cuando el feminismo no llegaba siquiera a la idea de “interseccionalidad”.
Rastros históricos: cuando las mujeres no estaban en la fábrica Nos referimos a las comisiones de mujeres en particular, y no a la organización en general, ya que las mujeres no necesitaron impulso para participar en los grandes acontecimientos »
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históricos. Pero las trabas para la participación política, incluso en ramas femeninas como la textil, fueron identificadas por organizaciones como la IWW en Estados Unidos en la huelga de Lawrence (conocida como la huelga del pan y las rosas)2, la que se destacó por su política de establecer guarderías, comedores, incluso reuniones políticas infantiles, todas iniciativas que buscaban remover del hogar –es decir, las tareas asignadas a la mujer– los problemas que obstaculizaban esa participación: La vieja actitud de los hombres de “amo y señor” era fuerte y al final del día de trabajo... o ahora de las tareas de la huelga... el hombre llegaba a la casa y se sentaba, mientras su esposa hacía todo el trabajo, preparar la comida, limpiar la casa. Hubo una oposición masculina considerable a que las mujeres vayan a las reuniones y marchen en los piquetes. Combatimos resueltamente estas nociones. Las mujeres querían luchar3.
Esta “ofrenda” a la socialización de las tareas domésticas presentó a las mujeres otra imagen de las huelgas, que hasta entonces se reducían para ellas a la soledad y la miseria del hogar, blanco de la presión y la desmoralización. Dos comisiones ligadas a huelgas industriales de la década 1930 en EE. UU. ofrecen ejemplos significativos de la participación femenina “desde afuera”: la huelga de Minneapolis en 1934 y la de Flint en 19361937. En ambas, las comisiones fueron impulsadas por corrientes de izquierda4. No es que no hayan existido experiencias previas, incluso lazos solidarios como los de las sufragistas con las trabajadoras textiles en 1909 o su apoyo a la consigna de jornada de ocho horas. Lo distintivo de la política de organizaciones como la Liga Comunista de James P. Cannon en los años ‘30 fue el objetivo consciente de sumar a las mujeres, en principio, para “paliar” los efectos negativos en un panorama complejo política y económicamente5: Si las mujeres son tan efectivas para quebrar la huelga, podrían serlo también para ganarla. Entonces organizamos la brigada auxiliar de mujeres, que fue muy efectiva para comprometerlas en la lucha6.
Serán una vía para convencer a las mujeres de que allí se encontraban los aliados para golpear al sistema que generaba penurias y sufrimientos a las masas, de los que las mujeres eran testigos privilegiados. En esa idea se basa la propuesta de un militante varón en una asamblea 100 % masculina:
El objetivo era involucrar a las esposas, novias, hermanas y madres de los miembros del sindicato. En lugar de dejar que las dificultades económicas que enfrentarían en la huelga les corroyera la moral, señaló Skoglund, debían ser integradas a la batalla, donde podrían aprender sindicalismo por su propia participación directa7.
Así se crea la Ladies’ Auxiliary Brigade de Minneapolis. La propuesta no fue aprobada automáticamente, exigió discusión y finalmente fue votada; la primera discusión que tendrían esos obreros influenciados por una pequeña organización de izquierda sobre el lugar de las mujeres la escucharon de un militante trotskista. El desarrollo mostrará que el objetivo “paliativo” terminaría dando lugar a una experiencia más amplia, aunque no sin contradicciones. El principal límite fue la falta de autonomía de la comisión, que funcionaba bajo la tutela del sindicato. Aunque solo un sector de mujeres mantuvo su militancia, la experiencia significará conclusiones y una práctica política que se extenderá a otras huelgas. Fue el caso de la Women’s Auxiliary de la huelga contra General Motors a fines de 1936 y comienzos de 1937. En el marco de la ocupación de las plantas, las mujeres formaron una comisión como parte del sindicato. Aprovechando la inexistencia de un marco estatutario del joven sindicato automotriz UAW, la comisión se declaró autónoma. Su primera votación independiente fue no llamarse a sí mismas “damas” (ladies en inglés) sino “mujeres”. Esta decisión, alentada por su dirigente Genora Johnson, fortaleció el carácter independiente y permitió ampliar el rango de actividades, incluida la autodefensa, que se convirtió en una característica distintiva de la comisión, que organizó la Brigada de Emergencia. A partir de esto, varias huelgas con mayoría de mujeres, como la de la cadena J.C. Penney, acudían directamente a la Brigada y a la comisión de mujeres, antes que al sindicato, para pedir apoyo8. Sin una crítica feminista, existía una “transformación” del lugar de las mujeres como producto de su participación en la acción obrera. Como la propia Genora reconocería más tarde, el movimiento de mujeres estaba inmaduro9, por lo tanto no existían discusiones sobre los roles de género, pero sí existía, en la acción, una ruptura con el rol doméstico, especialmente para las mujeres trabajadoras que estaban lejos todavía de las primeras reflexiones feministas. ¿Cómo? Como parte de la acción que desata la huelga, especialmente cuando se enfrenta no solo a la empresa sino al conjunto de las fuerzas estatales.
Las mujeres aprendieron a hablar en público, a reclutar otras mujeres, a discutir, incluso a enfrentar la represión físicamente. La potencia emancipadora de la militancia en la huelga fue considerable, más aún después de la victoria, que consolidaba al sindicalismo combativo y clasista: Las mujeres que ayer se horrorizaban con la actividad sindical, que se sentían inferiores para la tarea de organizar, hablar en público, liderar, se habían transformado, aparentemente de la noche a la mañana, eran la punta de lanza de la lucha por la sindicalización10.
Esto no eliminó la desigualdad pero les confirmó a las mujeres que su incorporación a la lucha obrera no solo fortalecía la lucha misma y a la clase de conjunto, además cambiaba sus vidas: Darles a las mujeres el derecho a participar en discusiones con sus maridos, otros miembros del sindicato, con otras mujeres, expresar sus puntos de vista… eso fue un cambio radical para las mujeres de esa época11.
El feminismo, la izquierda y las trabajadoras Durante los años 1970 y en plena segunda ola del feminismo, la presencia de las mujeres trabajadoras era un hecho. No faltaron experiencias interesantes, sin embargo la tendencia mayoritaria del feminismo no desarrolló sus conclusiones en el sentido de confluir con la lucha de la clase obrera. En Argentina, donde los círculos feministas eran pequeños, la participación de las mujeres en la huelga de Acindar en Villa Constitución ofreció una experiencia valiosa. Aunque la comisión concentraba roles femeninos tradicionales (domésticos), su participación permitió la relación directa entre las esposas de los obreros, trabajadoras de otras ramas y un trabajo político común con organizaciones de izquierda como el PST: Sí hubo organización dentro de las mujeres, ese es mi recuerdo (…) Sí en algún momento se puso el acento en las tareas que parecen más específicas de la mujer, yo no lo niego pero para mí era en el marco de la lucha. Te digo porque había distintas opiniones12.
En este recuerdo de una de sus participantes, Adela Manzana, se ve el impacto de la crítica feminista y la izquierda. Pero esas contradicciones no negaron el rol que jugaron en momentos clave: Cuando la directiva del sindicato cae presa y muchos de los mejores activistas, son las
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mujeres –sus esposas, hermanas, suegras, madres– las que se ponen a la cabeza de sostener la huelga13.
Cuando la clase obrera es femenina Hoy casi la mitad de los trabajadores son mujeres y la clase obrera, como sujeto de transformación social, no puede darse el lujo de ignorarlas. En este contexto, las comisiones de mujeres, lejos de ser obsoletas, mantienen un potencial “emancipatorio”. Si en la primera mitad del siglo XX se trataba de convencer a las mujeres de que la lucha contra sus padecimientos y que sus ansias de emancipación solo tenían un aliado en la clase obrera, hoy esa disputa se ha transformado. Por un lado, la clase obrera y su organización política deben responder al fenómeno de feminización del proletariado, en la que el “problema de la mujer” deja de ser una preocupación sectorial y pasa a ser clave de cualquier sector que aspire a aliarse con y conducir a los sectores oprimidos hacia su emancipación. Y por otro, debe disputar hoy (más que nunca) en el terreno de las ideas, especialmente con aquella idea de que la ampliación de derechos conduce a la liberación. Junto con esa transformación, surgen nuevos problemas y nuevas organizaciones. En el marco del sindicalismo combativo, que surgió en Argentina en 2003 en medio de un relativo crecimiento económico, la experiencia de Kraft Foods en 2009 muestra un ejemplo de ese potencial. Como resultado del conflicto de 2009 alrededor de la gripe A14, surgió una comisión de mujeres no corporativa; agrupaba a las trabajadoras de la fábrica y las mujeres de las familias de los trabajadores. La comisión, impulsada por sectores de la comisión interna y la agrupación Pan y Rosas, dejó sentado un precedente: no es obligación estar afiliada al sindicato (sorteando la división efectivas/contratadas) o ser parte de la comisión interna para organizarse por sus derechos, y pueden participar mujeres relacionadas con los obreros como las madres, las hijas y sus parejas. La comisión fue clave en el conflicto y, a la vez, unificó, contra el prejuicio de que la organización independiente de las mujeres divide a los trabajadores. Las mujeres que en 2009 formaron la comisión no se limitaron a una “agenda” sectorial, y eso se vio en su participación masiva en la huelga de 38 días15. El legado volvió a verse en 2011, cuando una trabajadora fue acosada por un supervisor. Ante la denuncia de la trabajadora, el turno noche paralizó la producción: Los compañeros varones mostraron una enorme sensibilidad, siendo los impulsores,
junto con la Comisión Interna, de esta medida de fuerza, con las compañeras que expresaban indignación y bronca, pero también la decisión de dejar sentado que esto acá no pasa más16.
La acción no solo mostró rasgos clasistas (defender a los de nuestra clase), sino que mostró la potencia de la movilización unificada de varones y mujeres por la defensa de las mujeres. En 2011 surgió también la comisión de mujeres de la gráfica Donnelley (hoy gestionada por sus trabajadores y trabajadoras bajo el nombre Madygraf), con el apoyo de militantes de Pan y Rosas. Esta comisión, parecida en su forma a las comisiones donde las mujeres son “externas” a la fábrica por ser una empresa que solo empleaba varones, conjugó en su interior demandas y problemas propios de las clase obrera del siglo XXI. Sumado a esto, la comisión interna de la gráfica tiene en su “ADN” político la experiencia del apoyo y apropiación de la lucha por la identidad de género de una trabajadora trans17 en una fábrica 100 % masculina. Aceptar como suya esta lucha contra la opresión, de parte de delegados sindicales (varios de ellos militantes o influenciados por organizaciones de izquierda como el Partido de Trabajadores Socialistas), no solo fue motivo de enfrentamiento con la empresa, sino que comprendió un debate sobre los prejuicios propios: Quienes más sufren este problema [de encontrar empleo, NR] son las trans. ¿Cuántas veces hemos visto a travestis trabajando en fábricas u oficinas? ¿O en tiendas de ropa, donde mayormente trabajan mujeres? (…) Seguramente muy pocas veces. Ante la falta de oportunidades se ven forzadas a ejercer la prostitución (…) Irónicamente, hasta el que es discriminado por ser pobre, extranjero o por tener alguna discapacidad, muchas veces discrimina a otro por su sexualidad.
Esta afirmación, que bien podría escucharse en círculos feministas, es de un trabajador de Donnelley18 que, producto de su actividad político-sindical, es influenciado por la izquierda y se convierte en militante. Su conclusión no es solo la evidencia de la opresión sino también la crítica de su propio colectivo (obreros varones) e incorpora en la práctica la “agenda” de la diversidad sexual. Esta y otras luchas acumulan conclusiones y van dando forma a la práctica de la organización, que aportan un factor decisivo para soldar la unidad que sostiene la gestión obrera, a pesar de múltiples dificultades y discusiones.
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Las comisiones alientan la organización de las mujeres cuando éstas se encuentran fuera del conflicto (en ramas mayoritariamente masculinas) y la inclusión de la “agenda de las mujeres” cuando se trata de lugares de trabajo compartidos con varones. Esto redunda, sobre todo, en el fortalecimiento de la “ubicación hegemónica” de la clase obrera. A escala de fábricas o talleres, la respuesta colectiva con métodos de clase como es la huelga o la paralización de la producción a problemas sociales como la salud, el acoso sexual o la discriminación, que sufren mayoritariamente las mujeres y la comunidad LGBT, es muestra de esa política. Lejos de la idea de que los derechos de las mujeres son un tema sectorial, la organización democrática y el impulso de la participación de las mujeres favorece esa “intención hegemónica”.
1. Ver por ejemplo el apartado “¡Paso a la mujer trabajadora!” de El programa de transición. 2. “A 103 años de la huelga de Pan y Rosas”, La Izquierda Diario, 13/01/2015. 3. “Elizabeth Gurley Flynn: rebelde con causa”, La Izquierda Diario, 13/01/2015. 4. Ver C. Murillo, “Marvel Scholl y Clara Dunne” y “Genora Johnson Dollinger”, Luchadoras. Historias de mujeres que hicieron historia, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2005. 5. Ver sobre estos procesos Rebelión Teamster, de Farrell Dobbs, y Not Automatic. Women and the Left in the Forging of the Auto Workers’ Union, de Genora Jonshon Dollinger y Sol Dollinger. 6. Ver “Marvel Scholl y Clara Dunne”, ob. cit. 7. Farrell Dobbs, Rebelión Teamster, Chicago, Pathfinder, 2004. 8. Not Automatic…, ob. cit. 9. Entrevista con G. Johnson, citada en J. Hassett, “Never Again Just A Woman”, disponible en marxist.org. 10. Citado en S. Fine, Sit-down: the General Motors Strike of 1936-1937, Ann Arbor, University of Michigan Press, 1969. 11. J. Hassett, ob. cit. 12. A. Sánchez y L. Feijoo, “Feminismo y socialismo en los ‘70: La experiencia de la izquierda socialista en el movimiento de mujeres”, XI Jornadas Interescuelas de Historia, 2007, disponible en cdsa. aacademica.org. 13. Ídem. 14. Ver más en D. Lotito y J. Ros, “La lucha de Kraft Foods”, Estrategia Internacional 26, marzo 2010. 15. Ídem. 16. “Paro histórico en Kraft”, www.pts.org.ar, 29/09/2011. 17. “Entré disfrazada de hombre para poder conseguir este trabajo”, www.payrosas.org.ar. 18. J. Medina, “No es solo por el orgullo, es por la igualdad real”, La Izquierda Diario, 15/11/2014.
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VENEZUELA
Avanzar en sacar las lecciones del proyecto del chavismo
Radiografía de una Venezuela convulsiva
Ilustración: Juan Atacho
Milton D’ León Liga de Trabajadores por el Socialismo, Venezuela.
Venezuela vive días de tensión asolada por una profunda crisis política y una catástrofe económica que ha sacudido los cimientos de la vida del país. Días de confrontación política entre una oposición de derecha que acecha encarnando todo un plan reaccionario y un gobierno que para afrontar la crisis solo ha visto como salida la aplicación de ajustes económicos y un camino de apertura al capital transnacional en una clave que no se había visto hasta el momento. Como escribimos en un reciente artículo para la revista Estrategia Internacional, Venezuela ha estado en el centro de la atención política latinoamericana e internacional durante la última década y media. Lo que se conoció como “revolución bolivariana” impactó en todo el continente, incidiendo marcadamente en las corrientes de izquierda y generando al mismo tiempo una oposición férrea de la derecha venezolana y latinoamericana, así como de la de Estados Unidos. Se trataba del fenómeno más profundo de los llamados gobiernos posneoliberales, donde las tensiones políticas se expresaron en toda su magnitud, no habiendo un solo momento donde las corrientes submarinas no se agitaran provocando continuamente vientos huracanados.
En el momento que cerramos este artículo, concluye una masiva marcha convocada por la oposición derechista aglutinada en la llamada Mesa de Unidad Democrática (MUD), que hasta el momento no había conseguido hacer una demostración de fuerza masiva en las calles, ni antes ni luego de obtener su triunfo electoral el pasado 6 de diciembre. Pero este día la oposición consiguió imponer una considerable multitud en las calles, si bien no coincidía con lo que se esperaba tomando en cuenta toda la campaña montada previamente y que el propio nombre indicaba: “Toma de Caracas”. El chavismo, que también se movilizó a pesar de estar golpeado por la crisis y la debilidad del Gobierno, no se quedó atrás, concentrando una gruesa manifestación en la histórica Avenida Bolívar en la zona central de Caracas, pero sin llegar a hacerla retumbar como lo solía hacer el fallecido presidente Chávez. Si bien estas marchas no marcan un antes y un después, por la contundencia de la fuerza mostrada por la derecha en las calles, la situación del país puede tomar nuevas dinámicas, sobre todo en lo que dice respecto al tema del referendo revocatorio que hoy crispa al rojo vivo la confrontación entre el chavismo y la oposición, así
como en las negociaciones que seguramente se deben estar llevando a cabo entre el Gobierno y la derecha. Esperar y ver. Este artículo no pretende ser un balance del chavismo luego de entrar en su fase de debacle política, sino dar cuenta de la cruda realidad que se vive en el país, tanto por la tensión política como por la catástrofe económica que amenaza profundizarse, y la vida de un pueblo trabajador que se la juega diariamente para sopesar las fuertes penurias de esta agobiante crisis.
Una economía en debacle o cuando el rentismo devela su rostro devastador El gobierno oculta las estadísticas oficiales como si al hacerlo no se percibiera la brutal crisis que se vive en el país. De acuerdo al FMI, en sus últimas proyecciones del mes de julio, Venezuela tendrá un Producto Interno Bruto en “caída libre” del -10,0 % para el 2016, además de que para finales de año cerrará con una inflación superior al 700 %. El Banco Mundial, en sus proyecciones publicadas en el mes de junio publicadas en el informe Perspectivas Económicas Globales, calculaba una contracción del 10,1 % en el PIB del país para este año. Un pronóstico
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negativo a más del doble del estimado previamente, que coloca al país en la peor posición de todos los países analizados por esta institución financiera. Para 2016 la CEPAL, en el marco de las dificultades del presente año, prevé una nueva contracción del PIB del país del 8,0 %, que implicará una reducción del consumo privado y una nueva caída de la inversión bruta de capital fijo. Este organismo, al constatar, si bien hasta la fecha de elaboración de su Informe en junio de 2016, que no han sido publicadas las cifras de inflación del presente año, indica que a juzgar por las proyecciones sintetizadas en Latin American Consensus Forecast (junio de 2016), la inflación esperada es del 436 %. Como vemos, todas las proyecciones económicas para el país son marcadamente catastróficas. De confirmarse, Venezuela comportaría la peor evolución del crecimiento y la inflación en todo el mundo, siendo que todos los organismos constatan, incluso, que la economía del país aún no ha tocado fondo. Esto se enmarca en la fuerte caída de las reservas internacionales del país. De acuerdo a los últimos datos publicados por el Banco Central de Venezuela (BCV), las Reservas Internacionales se colocaron en $ 11.955 millones, el nivel más bajo desde el tercer trimestre del 2002. Siendo una caída del 27 % desde el inicio del año, cuando estaban en $ 14.314 millones. Mientras que se ubicaron las reservas internacionales líquidas para el 15 de julio en 182 millones de dólares, lo que evidencia un descenso de 33 % en comparación al inicio del mes, también según datos del BCV. Pero es de constatar que las reservas han venido en un ritmo galopante hacia abajo por los fuertes pagos en conceptos de deuda externa que ha venido haciendo el país. Solo entre el año pasado y lo que va de este –según declaraciones del propio Maduro– se sustrajeron al país más de 30 mil millones de dólares, y en junio fueron 80 millones. Para los últimos meses del año la estatal PDVSA tiene que afrontar fuertes compromisos por concepto de deuda: para el 28 de octubre debe pagar la cantidad de US$ 1.000 millones, para el 2 de noviembre debe desembolsar US$ 2.050 millones, y apenas entrando el año 2017 debe cancelar un monto de alrededor de US$ 3.000 millones. La deuda “eterna” es una verdadera sangría nacional. El enorme sacrificio que representa cumplir con el compromiso por concepto de deuda externa es lo que ha generado alarmas de que el país caiga en incumplimiento del pago a fin de año, cuando llegan los vencimientos más pesados. Y es de considerar que para financiar estos millones de dólares que canceló el país por vencimientos de títulos soberanos de la República y de la estatal PDVSA, se recortaron importaciones, redujeron en un tercio sus ahorros en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y se han concretado canjes de las reservas en oro.
El peor dilema del país rentista por excelencia de América latina, el quinto país productor de petróleo del mundo, es que no tiene el más mínimo control de su fundamental variable económica: el precio del petróleo, dependiendo extremadamente de los humores de la economía mundial. No hablamos un rentismo cualquiera: para que se tenga una idea, en promedio, por cada 100 dólares que ingresan al país, 96 son por petróleo, pero en el último año llegó a niveles de casi 99 dólares. Más allá de que en las últimas tres semanas se haya experimentado un leve repunte del precio de la cesta petrolera del país, es de considerar que el precio de venta promedio en lo que va corrido del año se sitúa en 32,61 dólares, muy por debajo de los 44,65 del año pasado y de los 88,42 dólares de 2014. En febrero de este año, el petróleo venezolano tocó el piso de los 24,25 dólares. La cesta venezolana ha experimentado una curva de descenso que comenzó el 12 de septiembre de 2014, cuando se cotizaba a 90,19 dólares el barril. Hasta el momento, es difícil prever la dinámica que tendrá el comportamiento de los precios del crudo, ya que hasta el momento su repunte se ha debido más que todo a expectativas de encuentros de países productores, y no a una dinámica más sustentada en el mundo petrolero o de la economía mundial. Pero lo cierto es que en medio de una incertidumbre de la economía mundial, y la abundancia del crudo, nada bueno se vislumbra para Venezuela, uno de los principales países exportadores de crudo, que reporta que produce alrededor de tres millones de barriles de petróleo diarios y exporta unos 2,5 millones, en su mayor parte a Estados Unidos y China. Aunque la veracidad de estos números siempre han estado sometidos a la duda.
Cuando la crisis se hace agobiante en la situación de un pueblo Como vemos, el deterioro del precio del barril petrolero ha sido uno de los golpes centrales a la economía del país, realidades crueles de un país rentista que devela el fracaso de un proyecto del chavismo, que tanto habló de que iba a superar al país rentista mediante uno productivo. Lo decimos con claridad: el chavismo se limitó a redistribuir parcialmente la renta petrolera, mas no el conjunto de las riquezas producidas en el país, pues las riquezas robadas –producto de la explotación de los trabajadores o de la usura hacia el país o hacia los sectores populares– de los banqueros y empresarios, tanto nacionales como extranjeros, no fueron en lo fundamental objeto de tal “redistribución”. Pero cuando han llegado a su fin las condiciones económicas excepcionales que le permitieron al chavismo redistribuir parcialmente la renta pública –sobre todo los altos precios del petróleo–, y garantizar al mismo tiempo la marcha de los negocios capitalistas y sus ganancias, se desarrollan los
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elementos de la crisis que, como en cualquier país capitalista, empresarios y gobiernos se la hacen pagar al pueblo. Hoy la crisis arrecia con fuerza y quien la sufre en toda su magnitud es el pueblo trabajador, al caer sobre sus espaldas la agobiante situación económica con una severa espiral inflacionaria, una fuerte escasez de productos esenciales, y una profunda recesión que golpea al conjunto de los asalariados por la severa caída del valor real y los ingresos de los hogares obreros y populares por el alta carestía de vida. Veamos apenas algunos ejemplos, dados los limitados espacios que ofrece un artículo de estas características. La tijera entre el salario y los precios de los productos a adquirir se han ido abriendo de una manera vertiginosa, lo que significa una brutal caída del salario real. Maduro declara aumentos del salario mínimo englobándolos en lo que denomina “protección al salario”, pero es más que sabido que estos aumentos lejos están de cubrir el costo de vida frente a la galopante inflación. Cuando se comparan estos aumentos con los precios de los productos más esenciales se disipan rápidamente. No estamos hablando de los precios de los vendedores informales en la calle, sino de los precios de los establecimientos comerciales formales. Para hacerlo más gráfico para un lector extranjero, un simple ejemplo basta, incluso para un producto que está controlado y que el gobierno se vanagloria de ello: el precio del pan. Tenemos que el salario mínimo en sí alcanza apenas para comprar dos panes campesinos diarios. Peor aún, equivale a cuatro kilos de carne al mes a los precios que ya están liberados en las carnicerías, o a tres cartones y medio de huevo también al mes. El gobierno ha llegado al extremo de “bonificar” el salario. El trabajador fijo o contratado tiene el derecho por ley de recibir una bonificación mensual que por definición equivale a una comida balanceada diaria. Con respecto al nuevo salario mínimo que entra en vigencia a partir de este 1 de septiembre (alrededor de 22 mil bolívares), la brecha es de casi 20 mil bolívares a favor del bono alimentación. Hasta hace apenas unas semanas era de 3 mil bolívares. De esta manera se está tratando de una forma de ajustar el ingreso laboral por vía de ayuda alimentaria, buscando hacer creer que se trata de un “salario integral”. Siendo esto un fraude contra las prestaciones sociales y demás derechos laborales, que se calculan en base al salario y que no incluye el ingreso por bono alimentación. Además, esto deja al descubierto la atroz crisis económica que vive el país. En los últimos dos años han aumentado fuertemente los pobres en el país. De acuerdo a los propios informes del Instituto Nacional de Estadísticas, entre lo que va de finales del 2013 (principio de 2014) hasta el cierre del primer semestre del 2015 en lo que dice respecto a los hogares en situación de pobreza, »
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534.445 hogares ingresaron a la línea de pobreza por ingreso, al pasar de 1.899.590 (27,3 %) a 2.434.035 (33,1 %). En otras palabras, estamos hablando de un promedio de 2.084.335 venezolanos (en el país existe un promedio de 1,03 hogares por vivienda familiar ocupada y 3,9 personas por vivienda familiar ocupada). Es muy difícil creer que estos números hayan mejorado en el segundo semestre del 2015 y el primer semestre del 2016, cuando más severamente ha golpeado la crisis económica.
La debacle del chavismo o cuando fracasa una vez más un proyecto nacionalista En abril del año pasado escribíamos en esta misma revista1 que, el chavismo, ya en vida de Chávez, había entrado en un proceso de debilidad estratégica, incapaz de regenerar las condiciones políticas, económicas y sociales que le permitían impactar entre las masas. En las condiciones actuales podemos sostener claramente que se ha llegado al fin de la etapa que fue conocida como “revolución bolivariana”. El chavismo podrá seguir en el gobierno pero ya administrando un proyecto político en fase terminal.
Cuando hablamos de fin de la “revolución bolivariana” no significa el fin del chavismo como corriente en la vida política nacional, todo lo contrario: continuará siendo un actor fundamental, ya sea como sobrevida del gobierno o en la oposición en un eventual gobierno de la derecha. Más aún, su influencia en las Fuerzas Armadas, que juegan un papel preponderante, seguirá siendo importante. Actualmente, el gobierno de Maduro se mantiene en una situación de debilidad. Un sostén muy importante lo constituyen las Fuerzas Armadas. Los militares siempre ocuparon un papel central en el chavismo,
adquiriendo altos niveles de politización e involucramiento en la vida pública, política y económica del país. Esto fue un sello del chavismo, por la característica del Gobierno de Chávez, al tener fuertes rasgos de un gobierno bonapartista sui generis de izquierda, y él mismo ser oriundo del mundo militar. Pero ese papel de los militares siempre estuvo bajo el equilibrio del propio Chávez, el hombre fuerte del país, en su papel de árbitro de la Nación y sobre las clases, pero ahora con Maduro esa gravitación cambia, siendo que los militares ocupan un papel de mayor relevancia política. Por ejemplo, de una treintena de ministros, actualmente diez son integrantes de las Fuerzas Armadas Nacional Bolivariana (FANB): seis activos y cuatro retirados ocupando los cargos de mayor impacto, por lo que tienen más preponderancia en términos cualitativos. También, además de ocupar posiciones ministeriales, los militares están al frente de varias gobernaciones, dirigen empresas públicas, instituciones típicamente civiles, y tienen un gran peso en el sector empresarial del Estado. El actual ministro de la Defensa, el General Vladimir Padrino López, ocupa un papel fundamental y prácticamente por órdenes de Maduro, todos los ministros se tienen que subordinar a este General. En el contexto político actual que se vive, por el peso que tienen, los militares parecieran transformarse en el fiel de la balanza hacia cualquier tipo de salida política que se dé en el país. Sobre esta crisis se asienta la derecha aglutinada en su amplia mayoría en la autodenominada Mesa de Unidad Democrática (MUD) que en las elecciones parlamentarias del pasado 6 de diciembre conquistó la mayoría en la Asamblea Nacional, buscando capitalizar la debacle del chavismo. Se trata de una oposición reaccionaria que encarna todo un proyecto antiobrero y proimperialista.
Desgraciadamente fue el propio chavismo con sus políticas timoratas el que le fue facilitando el camino luego de que el movimiento de masas le asestara duras derrotas, como aconteció durante el golpe del año 2002 y durante el paro saboteo de finales de ese año y principios de 2003. De tal manera que hoy, la situación convulsiva que vive el país se enmarca en una gran confrontación política entre la MUD y el gobierno de Maduro. Contrariamente a lo que se quiere hacer ver, en Venezuela no se asiste a la crisis de un modelo de “transición al socialismo” sino a la crisis de un tibio nacionalismo de contenido burgués liderado por el fallecido Hugo Chávez, hoy en plena debacle. Frente a esta situación es necesario discutir entre la vanguardia en lucha de los trabajadores y la juventud que se reivindica pro obrera y de izquierda, la necesidad de sacar las lecciones estratégicas de la experiencia que ha sido el chavismo como proyecto político. Lo acontecido a lo largo de más de una década y media es una clara demostración de cómo este tipo de proyectos políticos dilapidan el apoyo de masas, lo despilfarran, pues al tiempo que regatean con el imperialismo, mantienen controlado al movimiento de masas, se empeñan en regimentarlo, disciplinarlo. Y como así bloquean la posibilidad de una verdadera lucha antiimperialista y resolución de los problemas estructurales del país, no digamos de la revolución social, se mantiene en pie lo fundamental de la sociedad capitalista, sin dar salida a las necesidades nacionales ni de los explotados, preparando la vuelta de la reacción, como lamentablemente estamos observando en estos aciagos días que vive el país.
1. “El fin de la etapa de la ‘revolución bolivariana’”, IdZ 18, abril 2015.
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Ilustración: Julieta Longo
El sindicalismo brasilero frente al golpe Andréia Galvão Docente Unicamp-Brasil y Revista Crítica Marxista.
Brasil atraviesa hoy una doble crisis, económica y política, que repercute negativamente sobre las condiciones de trabajo y de vida de las clases populares. La crisis económica afectó el crecimiento del PBI, que cayó un 3,8 % entre el 2015 y el año anterior. El desempleo pasó de 6,5 % en el último trimestre de 2014 a 11,6 % en el trimestre que cerró en julio de 2016. La informalidad, que venía en una trayectoria de caída hasta el 2013, también aumentó. A ese escenario económico negativo se suma, desde la reelección de Dilma Rousseff en 2014, un período de inestabilidad política que, gracias al apoyo decisivo de los medios y del Poder Judicial, culminó en un golpe institucional perpetrado por el Congreso Nacional. Con el impeachment de Dilma, una serie de amenazas a derechos sociales y laborales
vienen siendo anunciadas. El programa del gobierno “Un puente para el Futuro”, presentado por el vicepresidente Michel Temer para ganar el apoyo de las clases dominantes al golpe, retoma la agenda neoliberal de los años 1990, proponiendo entre otras medidas que la negociación colectiva tenga mayor jerarquía que la ley, la ampliación de la tercerización a todos los tipos de actividad y una nueva reforma previsional, que pretende instituir la edad mínima de 65 años para la jubilación de hombres y mujeres y terminar con la indexación de los beneficios previsionales por el salario mínimo. ¿Cómo se insertan los sindicatos en esta coyuntura? ¿De qué manera son afectados e intervienen en la crisis? ¿Cuáles son las diferencias en relación al período en que el gobierno estuvo bajo el comando del PT?
Defendemos la hipótesis de que, en un contexto de crecimiento económico, como el verificado hasta 2014, la proximidad entre el movimiento sindical y el gobierno inhibió la confrontación sistemática de intereses de las organizaciones sindicales y de los trabajadores representados por ellas. Sin embargo, en un contexto de deterioro económico, el combate a los derechos volvió con fuerza a la escena política. Es cierto que muchas de las medidas ahora propuestas fueron planteadas en discusión ya en el gobierno de Dilma, de forma que no son fruto del golpe sino de las contradicciones y tensiones que marcaron los gobiernos del PT. Sin embargo en un gobierno ilegítimo compuesto exclusivamente por hombres blancos, apoyado por las clases dominantes y cuestionados por los movimientos sociales, »
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aumentan las posibilidades de profundizar el retroceso social.
El movimiento sindical en los gobiernos del PT Los gobiernos del PT fueron sostenidos por una amplia, aunque heterogénea, coalición político-partidaria que incluía de un lado a los partidos de centro y de derecha, así como sectores de la burguesía, y de otro, sindicatos y movimientos sociales. Las 6 centrales sindicales oficialmente reconocidas, entre las cuales las más importantes son la CUT y Força Sindical (FS), apoyaron hasta el 2014 el gobierno de Dilma1. Ese apoyo llevó a una moderación política en la cúpula del movimiento sindical, que optó por invertir prioritariamente en los espacios de actuación institucional para presentar sus demandas. Movilizaciones también hubo, pero en menor intensidad y con características que corroboran la hipótesis de la moderación. Los militantes fueron sustituidos por abanderados pagados por las organizaciones sindicales, las consignas dieron lugar a globos inflables con el logo de las centrales, las movilizaciones y actos en las grandes ciudades fueron sustituidos por marchas a Brasilia. Así, las movilizaciones adquirieron un carácter más demostrativo que organizativo y politizador. Otra dimensión de moderación política reside en el hecho de que las centrales sindicales no cuestionaban el modelo de desarrollo adoptado por el gobierno, antes bien, buscaban su perfeccionamiento. Así, se restringieron a luchar por el crecimiento económico y distribución de renta al interior del proyecto, aceptando el reformismo débil y sin confrontación con el capital practicado por el “lulismo”2. Una excepción a esa posición fue la estrategia adoptada por las minoritarias CSPConlutas e Intersindical, organizaciones de izquierda que surgieron de una escisión de la CUT y que no cumplen los requisitos de representatividad para ser oficialmente reconocidas. Esas centrales fueron oposición a los gobiernos del PT, señalando las contradicciones y los límites del proyecto neodesarrollista que, en la práctica, inviabilizaban la atención de gran parte de las demanda sindicales, como la reducción de la jornada de trabajo sin reducción salarial, el fin de los despidos sin justa causa, el derecho de negociación en el sector público y el fin de la tercerización. El sindicalismo brasilero siguió, a lo largo de los gobiernos del PT, signado por el corporativismo estatal, siendo un sindicalismo de dirigentes, poco arraigado en el lugar de trabajo.
Aun así, los sindicatos protagonizaron importantes conflictos motivados sobre todo por cuestiones de naturaleza salarial. Desde 2008 es posible señalar una tendencia de aumento en la cantidad de huelgas3. Pero la eficacia del sindicalismo para movilizar a los trabajadores en nombre de demandas económico-corporativas contrasta con su baja capacidad de movilizar alrededor de reivindicaciones más amplias, que exigían cambios en la legislación y en las políticas públicas. Eso queda en evidencia cuando comparamos las marchas nacionales “de la clase trabajadora”, en defensa del aumento del salario mínimo y de derechos sociales, con las manifestaciones de junio de 2013. Las manifestaciones de 2013 nos permiten sostener la hipótesis de que los sindicatos perdieron el liderazgo de las calles para otros movimientos sociales, como el Movimiento por el Boleto Gratuito (MPL por sus siglas en portugués), el gran organizador y protagonista de las jornadas del 2013, los movimientos sin techo y los movimientos que se oponen a las deslocalizaciones provocadas por la construcción de usinas hidroeléctricas, puertos, estadios de fútbol, sobre todo en el contexto que precedió al Mundial de fútbol de 2014. La convocatoria, por parte de las centrales sindicales, de dos jornadas unitarias de luchas y paros, en julio y agosto de 2013, con el objetivo declarado de “hacer avanzar las demandas de los trabajadores en el Congreso” no alcanzó la misma dimensión de la manifestaciones de junio, a pesar de la amplitud del pliego de reivindicaciones presentado. Por otro lado, cuando se trata de resistir ataques, las centrales consiguen movilizar a un contingente más amplio de trabajadores y construir un movimiento más unitario, involucrando también a la izquierda sindical. Ese fue el caso de las dos manifestaciones contrarias al proyecto de ampliación de la tercerización aprobado por la Cámara de Diputados en 2015, en las que Força Sindical (FS) fue la única ausente. Retomando en parte los argumentos favorables a la flexibilización de derechos que marcara su posicionamiento en los años 1990, FS quedó aislada en defensa del proyecto bajo el pretexto de que la reglamentación daría protección a los 12 millones de trabajadores tercerizados.
Las calles, de 2013 a 2015 Las manifestaciones de junio fueron heterogéneas, tanto en términos de las demandas presentadas como de los actores involucrados.
Sectores de izquierda y de derecha que criticaban a los gobiernos del PT por distintas razones, se encontraron en las calles. Los críticos por derecha buscaron dislocar el sentido de las manifestaciones, inicialmente contrarias al aumento de tarifas y a la mala calidad del transporte público, para elegir como blanco al gobierno federal, acusándolo de ineficiente, mal gestor y corrupto. Esos segmentos incluyen a los descontentos con las políticas sociales de redistribución de renta (como los programas Bolsa Familia o Minha casa, minha vida) y de acción positiva (como los cupos étnicos-raciales para el ingreso en las universidades y en la función pública), así como con el gasto público destinado a financiar esas políticas. En 2015 esos segmentos se aprovecharon de las denuncias de corrupción que involucraban empresas estatales y políticos del PT para convocar a manifestaciones por el impeachment de Dilma, manifestaciones que tenían un perfil de clase media4. Sectores populares también participaron de esas manifestaciones, pero no eran mayoritarios. Los datos recolectados a través de distintas encuestas realizadas con manifestantes a favor y en contra del impeachment indican un nítido contraste social y étnico entre sus participantes. Los sindicatos no tuvieron una participación de peso en las manifestaciones por el impeachment, pero Força Sindical, a pesar de la posición contraria de algunos de sus dirigentes, adhirió al movimiento por la destitución de Dilma, responsabilizándola por la crisis económica y alegando la pérdida de condiciones de gobernabilidad. Conviene destacar que el presidente de FS, el diputado federal Paulinho, desempeñó un papel decisivo para la consolidación de ese proceso. Los críticos por izquierda, por su parte, denunciaban que el gobierno de Lula mantenía una política económica conservadora, basada en una tasa de interés elevada y en una política fiscal que limitaba los recursos destinados a las políticas sociales. Se contraponían a las exenciones impositivas a los sectores industriales, a la reanudación de grandes obras de infraestructura, así como a las concesiones y asociaciones público privadas, consideradas privatizaciones disfrazadas. En el plano sindical, esos sectores estaban vinculados a la CSP-Conlutas y a Intersindical, cuya capacidad de movilización es pequeña. A excepción de FS, que apoyó al candidato del PSDB, las centrales oficialmente reconocidas y los más importantes movimientos
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sociales apoyaron a Dilma en las elecciones de 2014. A pesar de que ese apoyo haya sido decisivo para asegurar su reelección, Dilma optó por enfrentar la crisis económica y política con el ajuste fiscal y un programa centrado en la austeridad, contrariando el compromiso asumido en el discurso de asunción de su segundo mandato: “ningún derecho menos”. Esa opción golpeó la relación de los movimientos sociales con el gobierno y le costó la pérdida de una parte significativa de apoyo popular. Las críticas sindicales al gobierno de Dilma se intensificaron, pero la inminencia del golpe llevó a un realineamiento de las posiciones sostenidas por las centrales. Con el agravamiento de la crisis política en 2015, una parte de la oposición de izquierda se volvió a acercar a los movimientos más próximos al PT en nombre de la defensa de la democracia. En septiembre y octubre de 2015, se crearon dos iniciativas: el Frente Brasil Popular, integrado por la CUT, la Central de los Trabajadores y Trabajadoras de Brasil (CTB), MST, entre otros, y el Frente Pueblo sin Miedo, compuesto por la CUT, CTB, Intersindical y MTST. Ambos tienen una posición semejante, que busca aliar la resistencia al desarme de derechos a la lucha por las libertades democráticas y por reformas estructurales (democratización del sistema político, del Poder Judicial y de las comunicaciones, reforma tributaria, urbana y agraria). La diferencia es que mientras el Frente Brasil Popular minimizaba la responsabilidad del gobierno de Dilma frente a la crisis, atribuyéndola al secuestro de la agenda gubernamental por los intereses derrotados en las elecciones, el Frente Pueblo sin Miedo responsabilizaba al gobierno por la adopción de políticas de austeridad, reducción de inversiones sociales y ataque a los derechos de los trabajadores, instándolo a religarse con su base social. La CSP-Conlutas, por su parte, no integra ninguno de estos frentes, considerando que la defensa de las instituciones democráticas no era más que una excusa para la defensa del gobierno de Dilma. Así organizó sus propias manifestaciones, pronunciándose al mismo tiempo contra el gobierno y contra la oposición de derecha, asumiendo la bandera de “que se vayan todos”.
La consumación del golpe ¿Qué estrategia seguir frente al golpe? Además de las diferencias mencionadas arriba, las centrales sindicales se dividen frente a otras dos cuestiones: la relación a establecer
con el gobierno de Temer y la posición frente a la propuesta de Dilma de realizar un plebiscito para anticipar las elecciones. Mientras los sectores sindicales más a la izquierda se rehúsan a negociar con el gobierno interino por no reconocer su legitimidad, los sectores sindicales más a la derecha –además de FS, la Central de los Sindicatos Brasileros (CSB), la Nueva Central Sindical (NCST) y la Unión General de los Trabajadores (UGT)–aceptaron negociar la reforma previsional y a presentar a Temer sus propuestas de cambio en la política económica. Aunque vengan manifestándose en contra de la introducción de una edad mínima para la jubilación, FS y UGT consideran que las primeras medidas anunciadas por el nuevo ministro de Hacienda –como el límite para el gasto público– son “duras” pero “necesarias” para superar la crisis5. La posibilidad de fusión entre estas dos centrales, las más grandes después de la CUT, si se llegara a concretar, llevará a la constitución de una central poderosa y afinada con el ideario neoliberal6. UGT y FS sumadas representarían al 21,37 % de los trabajadores sindicalizados. Si ese porcentual no es suficiente para superar la representatividad de la CUT (que sola responde al 30,40 % de los afiliados), no deja de tener un impacto significativo, pues dará a la central resultante de la fusión el acceso a una tajada mayor de recursos del impuesto sindical. Además, es importante recordar que las centrales vienen negociando una ley para instituir la tasa negocial como contrapartida a los servicios prestados en la negociación colectiva. Aunque esa tasa ya exista, hay cuestionamientos en la justicia sobre la validez de su extensión a los no sindicalizados. Con la ley, los sindicatos podrán efectuar la cobranza sobre todos los trabajadores de su base, y no solo sobre los sindicalizados, lo que aumentará el monto de recursos financieros asegurados por el Estado a los sindicatos y a las centrales sindicales. La aprobación de esta ley podrá garantizar el apoyo de una parte del movimiento sindical al gobierno de Temer. Por otro lado, si la CUT, la CTB e Intersindical tuvieron un papel importante en la articulación de un frente de resistencia contra el golpe, el movimiento sindical movilizó poco a sus bases en torno a las consignas “No va a haber golpe” y “Fuera Temer”. Es cierto que habían globos y volantes de las centrales en las manifestaciones, y que sus dirigentes tomaban la palabra en los carros de sonido, pero el grueso de las manifestaciones provenía
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de otros movimientos sociales como el MST, el MTST y movimientos de mujeres, a los que Dilma se acercó en los meses en los que buscó defender su mandato. Había también muchos manifestantes sueltos, no organizados en partidos o movimientos. Además se nota la ausencia de una estrategia unificada, lo que dificulta las posibilidades de lucha. Las centrales y movimientos sociales que integran los dos frentes contra el golpe se dividieron ante la propuesta de plebiscito. Mientras la CTB y el MTST consideraron que la realización de elecciones sería una forma de resolver la crisis restituyendo la soberanía popular, la CUT y el MST se oponen al plebiscito por entender que nuevas elecciones legitimarían el golpe. El propio PT rehusó la propuesta de plebiscito, pero tampoco se empeñó en organizar a sus militantes en defensa de la vuelta de Dilma, tal vez apostando al desgaste de Temer y a la posibilidad de volver al poder en las elecciones de 2018. Al contrario de lo que anunciaron cuando la Cámara de Diputados dio luz verde al proceso de impeachment, las centrales sindicales no convocaron a ninguna huelga general. Las movilizaciones no fueron suficientes para frenar el golpe institucional y tal vez no lo sean para impedir sus consecuencias, como la ofensiva sobre los derechos. El momento exige respuestas más incisivas. Traducción: Isabel Infanta.
1. Galvão, Andréia; Marcelino, Paula y Trópia, Patrícia: As bases sociais das novas centrais sindicais, Curitiba, Appris, 2015. 2. Singer, André: Os sentidos do lulismo, Reforma gradual e pacto conservador, San Pablo, Companhia das Letras, 2012. 3. Boito, Armando; Marcelino, Paula: “O sindicalismo deixou a crise para trás? Um novo ciclo de greves na década de 2000”, Cadernos CRH 59, vol. 23, 2010, pp. 323-338. 4. Cavalcante, Sávio: “Classe média e conservadorismo liberal”, en Direita, volver! O retorno da direita e o ciclo político brasileiro de Velasco e Cruz, Sebastião; Kaysel, André; Codas, Gustavo (orgs.). San Pablo, Editora Fundação, Perseu Abramo, 2015, pp. 177-196. Galvão, Andréia: “As classes médias na crise política brasileira” disponible en http://blogjunho.com.br. 5. “Força Sindical e UGT consideram medidas duras, mas necessárias”, O Globo, 24/05/2016. 6. Galvão, Andréia: “Uma central para temer?”, disponible en http://blogjunho.com.br.
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Ilustración: Joaquín Bourdieu
EL MAPA DE LA GUERRA CIVIL EN SIRIA CLAUDIA CINATTI Staff revista Estrategia Internacional.
La guerra civil en Siria, que ya cursa su sexto año, se ha transformado en uno de los centros de gravitación de la geopolítica mundial, un campo magnético para diversas potencias imperialistas y regionales que a través del apoyo a distintas fracciones de los bandos en pugna dirimen sus rivalidades y pujan por sus intereses. Esta internacionalización del conflicto significa que tanto su dinámica como su eventual resolución en alguna negociación diplomática exceden con creces las relaciones de fuerzas internas y dependen del accionar de los múltiples actores que intervienen, en particular de Estados Unidos y Rusia.
La dimensión internacional no solo está presente en las batallas de Alepo o Kobane. Como suele suceder es un camino de doble vía. La crisis de refugiados que sacude a la UE y la instalación en la escena mundial de un nuevo tipo de terrorismo, reaccionario e imprevisible, que ha extendido su radio de acción desde los suburbios del mundo árabe y musulmán hacia las capitales de Occidente, guardan estrecha relación con la situación creada en el Medio Oriente a partir de las guerras de Irak y Afganistán y, en particular, con la situación en Siria. Francia hasta ahora se ha mostrado como el país más
vulnerable a esta nueva oleada de ataques inorgánicos, perpetrados por individuos “autorradicalizados” más inspirados que dirigidos por el Estado Islámico u otras organizaciones terroristas. En menos de dos años sufrió tres atentados de gran repercusión por la cantidad de víctimas y el alto valor simbólico de los blancos elegidos. Las consecuencias políticas, securitarias e incluso militares de estos fenómenos probablemente se harán sentir en los próximos años. En lo inmediato, el efecto que tienen es aumentar el guerrerismo imperialista, como hemos visto en las repetidas escaladas militares de Francia en Siria, y las
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políticas de persecución y criminalización de las comunidades musulmanas1 en Occidente. También alimentan el ascenso de la extrema derecha xenófoba.
El teatro de operaciones La guerra civil siria evolucionó hacia un conflicto prolongado, para el que no se vislumbra una salida sencilla ni militar ni diplomática. Está claro que ninguno de los contendientes puede ganar pero tampoco ser derrotado. En esta situación dramática de “empate infinito”, el país quedó dividido en esferas de influencia que periódicamente caen bajo sitio enemigo, con un costo terriblemente oneroso para la población civil. Aunque es imposible trazar con detalle la cartografía de esta guerra multifacética, grosso modo, hay cuatro actores fundamentales. El régimen de Assad con apoyo de Rusia, Irán, Hezbollah y milicias chiitas de Irak, se atalonó en Damasco y la zona costera, un territorio de importancia estratégica, donde vive la mitad de la población que aún permanece en el país. Está claro que no puede recuperar el control total de Siria pero desde sus bastiones lanza incursiones sobre zonas opositoras para hacer retroceder a sus rivales, cortarles las vías de abastecimiento o recuperar posiciones de importancia vital. Hemos visto esto en el brutal “sitio gemelo” (opositor y oficialista) de Alepo, con cientos de miles de civiles atrapados en ambos lados. Y más recientemente en la ciudad de Daraya. Este suburbio rebelde de Damasco, que fue un símbolo del levantamiento contra Assad y un caso testigo de la brutal represión del régimen, soportó un sitio de cuatro años hasta que a fines de agosto, las milicias del Ejército Libre Sirio acordaron su rendición frente al Ejército sirio y aceptaron ser trasladadas a la provincia de Idlib, mientras que los pocos miles de civiles que aún permanecían en la ciudad fueron evacuados con destino incierto probablemente muchos de ellos acabarán en prisiones del régimen. A pesar de ser una ciudad en ruinas y vacía, su valor militar surge de eliminar un foco de insurgencia a escasos kilómetros del palacio presidencial. Los “rebeldes” que luchan contra Assad se hicieron fuertes en las provincias de Idlib y Alepo. En este bando milita un amplio arco de organizaciones y milicias laicas, islamistas moderadas y salafistas, apoyados por los Estados árabes del Golfo, principalmente Arabia Saudita y Qatar, Turquía, Estados Unidos y otras potencias occidentales. La fragmentación interna y los intereses divergentes de sus patrocinadores externos hacen que prime el enfrentamiento y la rivalidad por el control del territorio y la disputa por cuotas de
poder en una eventual negociación de posguerra. Las organizaciones más importantes son el Ejército Libre Sirio, formado por desertores del Ejército de Assad e islamistas “moderados” con apoyo de Turquía y Estados Unidos. Y por fuera del sostén de Occidente –aunque no necesariamente de otros Estados– Al Nusra, la filial siria de Al Qaeda que rompió públicamente su adhesión a esta red y se cambió el nombre por Frente de la Conquista de Siria para eludir el estigma de terrorismo2. Este cambio estético no está exento de consecuencias tácticas. A diferencia del Estado Islámico, Al Qaeda parece haber comprendido que es necesario al menos ser tolerado por la población civil. Esto se vio en la batalla de Alepo donde sus milicias buscan capitalizar políticamente la popularidad lograda por el rol que jugaron para quebrar el sitio oficialista. El Estado Islámico, excluido sin ambigüedades del bando rebelde, perdió según analistas militares, un 20 % del territorio sirio incorporado al califato (y un 40 % en Irak) entre ellas la ciudad de Palmyra, aunque conserva aún su capital en la ciudad de Raqqa. El modus operandi del ISIS fue mayormente conquistar zonas bajo dominio opositor y evitar el enfrentamiento directo con el Ejército sirio. El ISIS y el ex Al Nusra son consideradas blancos legítimos tanto de la coalición anti ISIS dirigida por Estados Unidos como del bando que comanda Rusia. Aunque, como es conocido, Turquía mantuvo una política doble, o como mínimo de cierta tolerancia hacia el ISIS, ya que era funcional a su objetivo primordial en la guerra que es evitar que surja una entidad autónoma kurda en su frontera. El cuarto actor local de peso son los kurdos, dirigidos por el radicalizado Partido de la Unión Democrática (PYD) y su ala armada las Unidades de Protección Popular que controlan el noreste del país. La región conocida como Rojava comprende tres cantones autónomos (Cizre, Kobane y Afrin) gobernados bajo el sistema del “confederalismo democrático”3. El PYD se benefició de una alianza militar ad hoc con Estados Unidos en su combate contra el ISIS, que le dio una cuasi legitimación internacional, y también de una cierta tolerancia tácita del régimen de Assad. Sin embargo, sería impresionismo otorgarles una fortaleza propia que en principio parecen no tener. Un solo hecho muestra que en el sistema de alianzas norteamericano, los kurdos (y sobre todo sus alas más radicales) siguen siendo moneda de cambio y que Estados Unidos no está por rifar un aliado estratégico como Turquía, que es miembro de la OTAN desde 1952. A fines de agosto Turquía lanzó su primera intervención militar directa
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en la ciudad de Jarablus, al norte de Siria, con el doble objetivo de combatir al ISIS y a las milicias del PYD, que en el revuelo creado por la batalla de Alepo, aprovechando para avanzar en la extensión del territorio bajo su control. Estados Unidos no dudó en avalar la ofensiva turca. Internamente, su posición también es endeble y la gobernabilidad de las zonas autónomas depende en última instancia de mantener alianzas con otros sectores principalmente árabes sunitas con quienes conforman las Fuerzas Democráticas Sirias, el paraguas bajo el cual reciben la asistencia de Estados Unidos. Está claro que sus alianzas tanto internacionales como locales tienen un carácter táctico y circunstancial, relacionadas con las necesidades surgidas del combate contra el ISIS más que de convergencia de intereses de largo plazo. Menos aún podría tomarse como un apoyo político para establecer un Kurdistán autónomo.
La dimensión geopolítica A partir de 2014, con la aparición en escena del Estado Islámico y su autoproclamado califato, se profundizó el carácter reaccionario de la guerra con la intervención de Rusia y Estados Unidos. El solapamiento entre una guerra civil a varias bandas con una guerra internacional “contra el terrorismo” pone a prueba las teorías militares tradicionales4. No es para menos: un entramado de alianzas cruzadas, contradictorias y cambiantes hace que los mismos actores se enfrenten en un campo de batalla y colaboren tácticamente en otro. Pero como en toda locura, en este rompecabezas también hay un método. Y este se explica por los tres conflictos fundamentales, dos regionales y una internacional, que sobredeterminan la guerra en Siria. El primero es la “guerra fría” regional entre Arabia Saudita e Irán, que luego del acuerdo nuclear firmado con Estados Unidos fue readmitida como una potencia regional de derecho con aspiraciones hegemónicas. Este enfrentamiento, que remite en última instancia al conflicto intraislámico entre chiitas y sunitas5, no es de carácter religioso, aunque puede revestir estas formas, sino sobre todo político y de poder, y se extiende desde Siria e Irak hasta la guerra civil en Yemen. El segundo es la guerra de Turquía contra la minoría kurda, tanto al interior de sus fronteras como en Siria. Esto llevó a un agudo enfrentamiento con Rusia, que derivó en el derribo de un avión ruso en noviembre del año pasado. Sus opciones en política exterior y el fracaso de capitalizar los procesos de la “Primavera árabe” dejaron a Turquía en una situación de aislamiento internacional. El »
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reacercamiento a Rusia e Irán y la recomposición de la relación con Estados Unidos luego del intento fallido de golpe contra el presidente Erdogan en julio pasado es parte de una estrategia más amplia de recuperar terreno como potencia regional. El tercer elemento determinante es el conflicto estratégico entre Estados Unidos (y “Occidente”) con Rusia que con su intervención en Siria se ha ubicado como el artífice de cualquier salida negociada. La administración Obama6 enfrenta un dilema porque, por un lado, necesita de la colaboración de Rusia para cualquier acuerdo de paz en Siria, y es esto lo que intenta hasta ahora infructuosamente en las sucesivas cumbres en Ginebra, pero quiere hacer esto sin otorgarle a Putin una victoria, lo que parece casi inevitable. Las próximas elecciones en Estados Unidos agregan más incertidumbre ya que Hillary Clinton, que milita en el ala de los halcones del establishment norteamericano, ya ha anunciado una política más intervencionista que esté más acorde con la política de hostigamiento hacia Rusia.
La guerra civil y el debate en la izquierda La situación en Siria ha dividido a la izquierda internacional, que ha tendido a apoyar a uno de los dos campos: un sector minoritario aún defiende al régimen dictatorial de Assad (e incluso a la intervención de Rusia), al que ven como una resistencia a la ofensiva norteamericana y al avance de fuerzas reaccionarias del islamismo salafistas; mientras que el sector mayoritario, ya sea con argumentos democráticos o humanitarios, ha optado por apoyar al campo “rebelde” o a sus versiones “laicas” como el Ejército Libre Sirio, independientemente de su carácter de clase y su estrategia. En ambos casos los “campos” han reemplazado a las clases. La tragedia de Siria fue que las tendencias que apuntaban al desarrollo de un proceso revolucionario a partir de la lucha contra Assad, como las movilizaciones democráticas de
masas o el establecimiento de concejos populares locales, fueron estranguladas en una operación de pinzas entre la brutal represión del régimen y la emergencia de fracciones armadas con objetivos abiertamente reaccionarios, a excepción de las milicias kurdas, que responden más a sus patrocinadores externos que a alguna base de apoyo popular en la población. Esta definición de la guerra civil en curso no niega la necesidad de luchar contra la dictadura de Assad, ni tampoco el carácter genuino del levantamiento popular contra este régimen despótico que estalló en 2011 como parte de la oleada de la “Primavera árabe”. Sin embargo, el problema es que lo que podía ser correcto a los inicios del conflicto resulta completamente insuficiente a la hora de dar cuenta de una situación actual que tiene todas las características de una guerra por procuración más que de una lucha popular, aunque pueden persistir bolsones de resistencia. Y que es producto de la derrota más general de esos levantamientos. La necesidad de una posición independiente está planteada de forma actual en la lucha contra la guerra imperialista, contra la dictadura de Assad y la intervención de Rusia y contra la reacción islamista y su “neoterrorismo”, que no tiene nada que ver con el terrorismo individual de anarquistas o populistas contra el que discutía el marxismo clásico, sino que emula en sus métodos contra la población civil al imperialismo y sus guerras. 1. La causa de los atentados terroristas en Francia desató una durísima polémica académica entre los especialistas en islamismo que suelen informar algunas políticas de Estado. Por un lado, Gilles Kepel sostiene que la clave es la introducción del salafismo en las banlieues francesas, un fenómeno de las últimas dos décadas. Con una tesis enfrentada, Olivier Roy plantea que se trata de una islamización de la radicalización y no de una radicalización del islamismo, aunque pone el eje en cuestiones generacionales e individuales antes que sociales. Ante estas dos tendencias, parece ser más acertada la explicación de F. Burgat y otros intelectuales, a los
que con cierto desprecio se los llama “tercemundistas”, que ponen el foco en el pasado colonial de Francia en el mundo árabe y musulmán y en su actual política exterior. Ver por ejemplo, C. Daumas, “Olivier Roy et Gilles Kepel, Querelle française sur le jihadisme”, Liberation, 16/04/2016. 2. La ruptura acordada entre ambas organizaciones se anunció el 28 de julio. Lo primero que se conoció fue un video con declaraciones del segundo líder de Al Qaeda y luego del líder público del actual Frente para la Conquista de Siria, donde precisaba que la ruptura estaba en función de proteger la “jihad” en Siria. Según varios analistas el artífice de este movimiento táctico es Qatar. 3. Esta es la nueva base ideológica del Partido de Trabajadores del Kurdistán de Turquía y sus organizaciones afines, proclamada por A. Ocälan en 2005. Este nuevo programa inspirado en una suerte de municipalismo libertario ya no busca la constitución de un Estado kurdo sino la realización parcial de la autonomía dentro de las fronteras de los Estados existentes. 4. M. Fisher, “Syria’s paradox: Why the war only ever seems to get worse”, New York Times, 26/08/2016. En este extenso trabajo, el periodista y exeditor de vox.com analiza diversos estudios académicos y discusiones sobre el carácter y las perspectivas de la guerra civil en Siria; su objetivo es encontrar las razones que hacen de la guerra civil en Siria un conflicto prolongado, extremadamente violento y difícil de resolver. 5. La amplia mayoría de los más de 1.600 millones de musulmanes son sunitas. Los chiitas son alrededor de 225 millones pero están más concentrados desde el punto de vista geográfico en lo que se conoce como la medialuna chiita que abarca: Irán y sus vecinos próximos: Irak, Afganistán, Pakistán, Azerbaiján y Turquía, donde se concentra el 70% de los chiitas. 6. El gabinete de Obama ha tenido sucesivas divisiones en torno a la política hacia Siria. En una extensa nota publicada en London Review of Books, el periodista de investigación Seymour Hersh, que tiene la credibilidad de haber denunciado la masacre de My Lai en 1968 y las torturas de la cárcel de Abu Ghraib en Irak, dice que el Pentágono propició un acuerdo militar con Rusia y Assad, llevando adelante de hecho una orientación opuesta a la del gobierno y la CIA, que era armar a los grupos rebeldes, y que eso llevó a la caída del jefe del Estado mayor, el general Martin Dempsey. Ver S. Hersh, “Military to Military”, London Review of Books 1, vol. 38, enero de 2016.
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El activismo negro norteamericano del movimiento por los derechos civiles a las Panteras Negras
Cuando rugió la Pantera Negra Luego de una primera entrega en IdZ 32 donde recorrimos la organización de la comunidad afroamericana desde la lucha abolicionista hasta la entre-guerras, analizamos aquí los fenómenos que llevaron al surgimiento de la autodefensa armada, sus alcances y límites estratégicos. Paula Schaller Lic. en Historia. Javier Musso Juventud PTS.
La Segunda Guerra Mundial fue un punto de inflexión en la lucha por los derechos negros, difundiéndose como consigna la “doble V de la victoria”, contra el fascismo exterior y el racismo interior. Millones de negros se sumaron al “esfuerzo de guerra”, profundizando la migración Sur-Norte que continuó en el boom de posguerra: si hasta 1940 el 75 % se hallaba en los estados sudistas, entre 1940 y 1970, 4 millones emigraron al Norte1, una enorme explosión demográfica que multiplicó ghettos negros en las grandes ciudades2. Allí hubo motines durante la guerra, como el de Harlem en 1943, donde se hacinaban 300 mil de los 485 mil afroamericanos residentes en Nueva York; y crecieron los linchamientos.
Fotografía: Biblioteca del Congreso de Estados Unidos
En 1948 el presidente Truman (de pasado juvenil en el Ku Klux Klan) declaró ilegal la segregación en el Ejército, intentando frenar una polarización que crecía y fue la base para la extensión del movimiento por los derechos civiles.
El integracionismo: conciliación de clases y lobby demócrata Aunque heterogéneo, el integracionismo compartió una orientación reformista, circunscripta a la lucha contra el segregacionismo como práctica y cuerpo legal, buscando la igualdad de derechos civiles y políticos de blancos y negros sin cuestionar las bases del orden capitalista. Hacia mediados de los ‘50
este comenzó una fase caracterizada por las acciones de masas desde la perspectiva de la no-violencia: el arresto en 1955 de Rosa Parks3 fue el hecho emblemático que inició el movimiento de boicots a la segregación racial. Fue en el boicot de Montgomery que el pastor bautista, Martin Luther King, se convirtió en uno de los referentes de la desobediencia civil no violenta, fundando en 1957 con otros pastores, la Conferencia del Liderazgo Cristiano del Sur. En este contexto de extensión de boicots y piquetes se dio la emblemática Marcha por la Libertad y el Trabajo de Washington en 1963 donde Luther King pronunció su famoso “Yo tengo un sueño”, que decía que “un día (…) quienes fueron »
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esclavos y los hijos de quienes fueron propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la fraternidad”. Orientación conciliadora que correspondía a su subordinación política al Partido Demócrata, que había virado hacia un programa desegregacionista como forma de cooptación de la lucha afroamericana, lo que explica el apoyo que el presidente Kennedy (asesinado ese mismo año) y periódicos como el New York Times o el Washington Post dieron al movimiento. La dirección de éste promovió la estrategia de convertir la lucha afroamericana en factor de presión sobre las instituciones y el Partido Demócrata en particular, predicando la conciliación de clases. Pero su moderantismo no le impidió ser blanco de la persecución del FBI conducido por el anticomunista Edgar Hoover: era plena Guerra Fría, donde el macartismo se hizo política de Estado para impedir toda radicalización. King fue asesinado en 1968, cuatro años después de que bajo la presidencia del demócrata Johnson se aprobara la Ley de los Derechos Civiles que prohibió la segregación en los lugares públicos y el mercado laboral. Es que el segregacionismo se amparaba en una opresión estructural de clase que sobrevivió a su manifestación legal: la comunidad negra siguió sometida a la represión policial, ghettización, marginalidad y desempleo: a fines de los ‘60 este era de un 5,5 % entre los blancos, y de 11 % entre los negros4. Su lucha se radicalizó política e ideológicamente al calor de una amplia vanguardia de masas que luchó contra la guerra de Vietnam.
Vietnam y la “guerra en el propio territorio” Desde mediados de los ‘60 Estados Unidos se vio sacudido por innumerables protestas contra la guerra de Vietnam, desde enfrentamientos callejeros hasta multitudinarias movilizaciones como la de 1971 en Washington donde se congregaron medio millón de personas. Lo que el Pentágono definió como “guerra en el propio territorio” se combinó e influenció mutuamente con el movimiento de lucha negro. Las condiciones de vida de los afroamericanos empeoraron con la guerra, que implicó la conscripción y el aumento de la inflación que golpeó duro en los barrios más humildes y la regiones pobres del sur rural: El acontecimiento más memorable del verano de la libertad en Mississippi, en 1964, demostró ser el asesinato de Chaney, Goodman y Schwerner a manos de extremistas blancos. Durante ese verano, que fue también el verano de los incidentes en el Golfo de Tonkín, hizo su aparición una forma diferente de acción social de la mano de las rebeliones que
estallaron en muchos ghettos negros urbanos. Los hechos más graves desde las revueltas en Harlem, Detroit y Los Ángeles durante la Segunda Guerra Mundial. Las revueltas se difundieron en el verano de 1965, y para 1966 el patrón de “largos veranos calientes” parecía intensificarse año tras año5.
El movimiento por los derechos civiles se vio influenciado por el movimiento contra la guerra. Martin Luther King vinculó la violencia en los ghettos con la guerra: No puedo volver a alzar mi voz contra la violencia de los oprimidos en los ghettos sin haberme claramente dirigido primero al mayor perpetrador de violencia en el mundo: mi propio gobierno6,
mientras Malcom X situó a los afroamericanos en el mismo bando que “esos pequeños granjeros de arroz”7 que habían derrotado al colonialismo francés. En julio de 1965 el Freedom Democratic Party de Mississippi8 llamó a los afroamericanos a no participar de la guerra de Vietnam, planteando que su guerra se libraba en casa: Nadie tiene derecho a exigirnos que arriesguemos nuestras vidas para ir a matar a otros pueblos de color en Santo Domingo y Vietnam, para que los norteamericanos blancos se enriquezcan9.
En 1966 Stokely Carmichael, dirigente de las Panteras Negras, fue el principal orador en un acto realizado contra el napalm. Pero fue el impacto de la Ofensiva del Tet10 en 1968 el que nacionalizó el movimiento anti-guerra, que llegó a todas las universidades del país y centenares de fábricas, expresado en sabotajes, boicots y multitudinarias movilizaciones. Para 1968, año en que fue asesinado King, estallaron revueltas en 125 ciudades, y la radicalización también se expresó en los soldados y veteranos negros: docenas de estos fueron arrestados y juzgados ante una corte marcial por rehusarse a actuar contra manifestantes que protestaban contra la guerra en Chicago. Asimismo, uno de los más serios disturbios al interior de la Armada fue protagonizado por marineros negros a bordo del portaviones Kitty Hawk, donde las actividades organizadas contra la guerra (incluyendo la publicación del periódico antiguerra Kitty Litter) habían continuado sin interrupción durante su travesía de ocho meses por las costas de Vietnam. La ofensiva del Tet también influenció a los grupos más radicales del movimiento afroamericano, al mostrar que “los pueblos revolucionarios de color podían derrotar al enemigo común”11. El número de
The Black Panther, órgano del partido, de marzo de 1968, contenía un artículo titulado “La lucha popular se extiende como reguero de pólvora por las ciudades y aldeas de Vietnam del Sur”, con llamados a la autodefensa armada de los negros: “Veinte millones de personas de color desarmadas es una cosa, pero 20 millones de personas armadas hasta los dientes no pueden ser ignoradas”12.
Nacionalismo negro: del confesionalismo a las Panteras Negras Contra el integracionismo se fue consolidando una nueva versión del nacionalismo negro, que propugnaba el separatismo. Bajo una estrategia más moderada al principio, este se fue radicalizando al calor del impacto de la guerra de Vietnam. Desde inicios de los ‘60, una de sus figuras centrales fue Malcom X, referente del movimiento musulmán La Nación del Islam, del que luego se distanció condenando su reformismo y planteando la necesidad de luchar abiertamente contra la dominación blanca. Contra la resistencia pacífica, Malcom X llamó a la autodefensa de los negros contra la agresión racista, expresando su permeabilidad a la radicalización de la base afroamericana, cuestión que le valió su asesinato en 1965. Si bien Malcom X estuvo muy lejos de postular un programa revolucionario, convirtiéndose al sunismo que entre otras cosas propugna un rol subordinado para la mujer, el nacionalismo negro contribuyó a formular la consigna “Black Power” y de la autodefensa, programa alrededor del cual se articuló el Partido de Autodefensa de las Panteras Negras como ala más radical del separatismo negro. Influenciado por las ideas de Malcom X pero distanciándose de su confesionalismo fue fundado en 1966 por Bobby Seale, Huey P. Newton y Eldridge Cleaver, activistas negros de Okland, California, uno de los lugares con mayores índices de mortalidad infantil por desnutrición, desempleo de la población negra y casos de brutalidad policial racista. Amparándose en las leyes del Estado que permitían circular libremente con armas, los Panteras Negras (BPP por sus siglas en inglés) crearon patrullas armadas para controlar el accionar policial en un contexto de impunidad y represión. Su punto de partida fue el Programa redactado por Seale y Newton en 1966, el programa del partido intenta reflejar las necesidades y aspiraciones del negro del ghetto, la realidad de su vida cotidiana y su experiencia histórica, interpretadas según principios de aplicación universal13.
En efecto, los Panteras pretendían organizar a los estratos sociales más bajos, al “negro de
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la calle” (nigger of the block), y fue hacia este sector que dirigieron sus políticas.
El “nacionalismo revolucionario” de las Panteras: entre reforma y revolución En The Black Panther Party. Reconsidered14 Charles Jones plantea que el BPP experimentó un rápido viraje político-ideológico. Si en una primera etapa primó la herencia del nacionalismo negro, bajo la idea de “unificar la identidad de la población negra” y de la autodeterminación, como reza el primer punto del programa “la gente negra no será libre hasta que seamos capaces de determinar nuestro destino”15, ya desde mediados del año ‘67 algunos líderes del partido como Fred Hampton, de Chicago, comenzaron a señalar los límites de su plataforma desde una perspectiva de clase: “usamos la palabra ‘blanco’ cuando deberíamos haber usado la palabra ‘capitalista’”16. Estos debates que cuestionaban la incapacidad del nacionalismo a secas para “cambiar las estructuras de opresión negra”17, marcaron el viraje hacia posiciones más radicalizadas, que se consolidaron en la dirección hacia 1968, acompañando la radicalización ideológica general producto del movimiento anti-guerra. En una entrevista con el periódico The Movement, Newton sostuvo que el BPP era una organización nacionalista revolucionaria, haciendo eje en que el objetivo final de la revolución del pueblo es empoderar a ese pueblo, “por lo tanto un nacionalista revolucionario necesita inevitablemente ser socialista”18. Newton contribuyó a delinear una diferenciación progresiva entre el nacionalismo cultural que buscaba la vuelta a las costumbres y culturas africanas como salida de fondo a la opresión racista, y lo que llamó el nacionalismo revolucionario, tomando el modelo de la independencia argelina y las ideas de Frantz Fanon, ligando la lucha antirracista con la lucha por la liberación nacional y el socialismo. Pero estas posiciones nunca fueron compartidas por todos los miembros, siendo Carmichael uno de los más enconados defensores de la oposición irreductible entre blancos y negros. Una de las características de los BPP fue su ausencia de homogeneidad ideológica: cada una de sus personalidades dirigentes fue asimilando distintos matices en la forma de entender la articulación entre organización negra y lucha anticapitalista, e incluso hubo diferencias estratégicas significativas, lo que se expresó en un permanente eclecticismo teórico-político. Así, la radicalización en las posiciones de la mayoría de la dirección del BPP mostraba una amalgama entre posturas revolucionarias y socialistas con una práctica populista y políticas reformistas. Por un lado, su plataforma
profesaba la necesidad de una revolución “en el país materno blanco, dirigida por radicales blancos y blancos pobres” combinada con una “liberación nacional en el mundo negro” norteamericano19. Por otro lado, según plantea Eldridge Clever, dirigente del BPP, aún luego de su viraje ideológico su programa siguió planteando como uno de sus “mayores objetivos políticos” la convocatoria a un plebiscito supervisado por la ONU, en el que sólo participasen negros, para determinar el futuro nacional de la comunidad negra, como rezaba en su plataforma de 10 puntos del año 196720. A partir de 1969, sectores de la dirección como Seale impulsaron políticas para expandir su base de influencia entre los blancos, como la Conferencia Nacional en Pro de un Frente Unido contra el Fascismo, abogando por un Frente de Liberación Norteamericano compuesto por todos los pueblos hacia la construcción de un nuevo Partido de Trabajadores. Este viraje produjo rupturas en la dirección, dimitiendo Carmichael que acusaba al partido de “contribuir a la sumisión de los negros a los blancos por su alianza con radicales blancos”21. Lo que es indiscutible es la visibilidad y expansión que logró el BPP entre 1968 y 1969, llegando a 5 mil militantes, extendiéndose a 30 de las principales ciudades y logrando una tirada de 125 mil periódicos semanales en un contexto de feroz persecución policial y ataques racistas. Si bien los panteras representaron el punto más alto a nivel ideológicoprogramático de las organizaciones de lucha por los derechos negros, condensando un estado de ánimo general producido por el movimiento antiguerra y la lucha por la liberación nacional en el mundo colonial y semicolonial, nunca superaron sus múltiples contradicciones. Aunque nacieron formando patrullas de autodefensa y profesaban la guerra de guerrillas urbana como método táctico de acción para la resistencia, lejos estuvieron de formar una guerrilla. De hecho la autodefensa ni siquiera fue su principal táctica política. Su dinámica expansiva estuvo muy ligada a una práctica basada en una extendida red asistencial en los ghettos que combinaban desayunos gratis para niños, llegando a alimentar 200 mil niños al día, clínicas de atención gratuita, escuelas para adultos, distribución de ropa, asesoramiento legal, campañas para frenar la dependencia de drogas, entre otras cuestiones de asistencia sobre la comunidad negra. El BPP se caracterizó por pronunciamientos y definiciones radicales por el socialismo, la lucha de clases y posiciones anti imperialistas, pero el grueso de su práctica estuvo basada en la asistencia en los ghettos, teniendo poco que ver con el proletariado norteamericano. De hecho, fueron casi nulas sus experiencias
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con la poderosa clase obrera norteamericana, disociando su influencia política e ideológica entre los afroamericanos del objetivo de organizar corrientes políticas al interior del movimiento obrero, tarea que dejaron así a las distintas cúpulas sindicales ligadas a los partidos hegemónicos. El eclecticismo teórico y programático tuvo su correlato en una estrategia alejada de los objetivos generales declamados como el socialismo. La feroz política de persecución de la que fue objeto por parte del FBI de Hoover explica en gran parte el ocaso de la organización hacia la década del ‘70: campañas de incriminación falsas, ejecuciones de sus líderes, infiltraciones de agentes, contribuyeron a desarticularla. Pero frente a esta ofensiva estatal la volatilidad de su estructura política, carente de anclajes de clase, el eclecticismo en su práctica y una estrategia que en los hechos no asoció la lucha por los derechos negros a la pelea por la hegemonía obrera, expusieron las debilidades de la organización. La pantera rugió con la legítima y profunda bronca negra, pero no logró dotarse de las herramientas capaces de herir de muerte al gigante norteamericano.
1. Foner, Eric, Garraty, John, The Reader’s Companion to American History, Boston, Houghton Mifflin Company, 1991, p. 109. 2. White, Theodore, “El conflicto racial en las grandes ciudades de los Estados Unidos”, en AA.VV., Los racismos políticos, Barcelona, Nova Terra, 1968, p. 193. 3. Afroamericana que se negó a ceder su asiento en un autobús en Montgomery, Alabama. 4. White, Theodore ob. cit., p. 195. 5. Franklin, H. Bruce, Vietnam y las fantasías norteamericanas, Bs. As., Final Abierto, 2012, p. 115. 6. Ídem. 7. Ídem. 8. Partido creado en 1964 en Mississippi durante el auge del movimiento por los derechos civiles. 9. Franklin, H. Bruce, ob. cit, p. 117. 10. Operación militar desplegada por el Vietcong contra las fuerzas aliadas lideradas por Estados Unidos en la que murieron 4 mil soldados norteamericanos. 11. Clever, Eldridge, Pantera Negra, México, Siglo Veintiuno, 1970, p. 56. 12. Ibídem, p. 57. 13. Jones, Charles, The Black Panther Party. Reconsidered, Baltimore, Black Classic Press, 1998, p. 132. 14. Traducción para este artículo: Nazareno Maunier. 15. Jones, Charles, ob. cit. 16. Ídem. 17. Ídem. 18. Ídem. 19. Clever, Eldridge, ob. cit., p. 45. 20. Ídem. 21. Ídem.
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Lo que dejó Río 2016
Las Olimpíadas como un campo en disputa Ilustración: Gloria Grinberg
Diego Di Bastiano Redacción La Izquierda Diario.
Entre los días 5 y 21 de agosto se realizó en la ciudad de Río de Janeiro la XXXI edición de los Juegos Olímpicos. Cuando en el año 2007 se resolvió la postulación de la ciudad, Luiz Inácio Lula Da Silva se encontraba transitando su quinto año como presidente y la economía aún no estaba en recesión, cuestión que intentó ser aprovechada desde el palacio Itamaraty para ubicar al país hermano dentro del concierto de las grandes naciones. Desde aquel entonces hasta el inicio de los Juegos Olímpicos la situación política, económica y social del Brasil cambió radicalmente. A la profunda crisis del sistema político brasileño, que incluye la legalización del golpe institucional contra Dilma Rousseff, se le suma
el rechazo a su sucesor Michel Temer entre vastos sectores de la población, combinado con los más de dos años y medio de retracción económica y ajustes, lo cual ha implicado el empeoramiento de las condiciones de vida de millones de trabajadores. Ante un contexto como este, no llamaron la atención los resultados difundidos en la investigación realizada por el Folha de S. Paulo sobre los Juegos Olímpicos, donde a pocos días de iniciarse, uno de cada dos brasileños rechazaba su realización. Rechazo que en forma activa tuvo su expresión en el desarrollo del movimiento “apaga la antorcha”, el cual asedió a la antorcha olímpica a lo largo de los cerca de 20.000 kilómetros que la misma
tuvo que recorrer antes de su llegada al Pebetero. Para lo cual fue necesaria una escolta de las Fuerzas Armadas brasileñas que la acompañara durante los 32 días de recorrido, 24 horas al día.
Fora Temer La apertura formal de los Juegos ungió en una profunda silbatina al presidente (todavía interino en ese momento Michel Temer), en un Maracaná repleto de punta a punta. Las fuerzas de seguridad (al menos en los primeros días en que se desarrollaron los juegos) intentaron rápidamente disuadir cualquier tipo de protesta de parte del público local, que una y otra vez se las arregló de las maneras
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más creativas para evitar los scanners, cacheos, revisiones e incluso expulsiones de los estadios, y seguir denunciando ante los medios internacionales el rechazo al presidente interino (lo cual desde ya varió según el grado de popularidad de la disciplina). Estos intentos de coartar las libertades democráticas no solo fueron condenados por los espectadores de los eventos deportivos, sino sobre todo por una importante parte de la población, hecho que obligó a que el Juez Federal Joao Augusto Carneiro Araujo, interviniera garantizando el derecho de los concurrentes a los eventos deportivos a manifestarse, resolución que fue apelada por el Comité Olímpico Internacional y por el estado de Río de Janeiro aunque sin mayor suerte. En este marco de profunda crisis, el Ejército aprovechó la situación, sobre la base de una ciudad militarizada con cerca de 70.000 efectivos (dispuestos a reprimir ante cualquier conflicto o protesta social), no solo para poder manejarse con cierta autonomía en relación al poder político, sino incluso de poder disponer en forma directa de parte de los millonarios recursos destinados a la construcción de infraestructura y equipamiento. Siendo ejemplo de esto los casos de la sede olímpica de Deodoro (sede en la cual se consagró campeón olímpico el seleccionado masculino de hockey de Argentina) ubicada dentro del regimiento militar más grande de Brasil, o el Boulevard Olímpico donde estuvo alojada la llama olímpica durante la realización de las olimpíadas, ubicado en la base de la Marina de Río de Janeiro. A lo que se deberá sumar las compras millonarias de equipamientos, motos, patrulleros, etc.
También obtuvieron concesiones de tipo simbólicas como que la abanderada de la delegación brasileña fuera la sargento y pentatlonista Yane Marques, o que incluso el izamiento de la bandera olímpica se encontrara en manos de la represiva Policía Militar.
La disputa por la hegemonía deportiva Como la historia de los Juegos Olímpicos se ha encargado de demostrar, estos no solo han sido el ámbito por excelencia donde los deportistas de diferentes disciplinas y naciones intentaron demostrar sus mejores cualidades y rendimientos deportivos, sino que también fueron testigos de feroces contiendas entre diferentes Estados y/o regímenes políticos interesados en demostrar su hegemonía en el plano deportivo a nivel mundial (de la misma forma que se expresa en el plano económico, militar y geopolítico); o en el plano nacional poder aprovechar exitosos resultados, para posteriormente ser utilizados como propaganda estatal. Por esta razón, los juegos pasaron a ser asumidos como una cuestión de Estado, ya no solo por parte del concierto de las principales potencias, sino incluso en estos últimos años por algunos de los BRICS. El caso más emblemático de este tipo de disputas fueron las Olimpiadas realizadas en Berlín en el año 1936, las cuales intentaron ser utilizadas como propaganda nazi por parte del régimen hitleriano. Estas disputas se hicieron presentes en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, ya no solo a partir de los programas de entrenamiento de alto rendimiento que cada nación implementó con mayor o menor suerte, sino sobre todo a partir de las controversias generadas
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debido a los casos de doping o los programas de alto rendimiento dirigidos a militares
Dopaje de Estado Luego de la denuncia realizada por la Asociación Mundial Antidopaje donde se demostraba la complicidad del Estado ruso en la realización del doping de su delegación, lo cual era acompañado por una política de testeos y adulteración de resultados, se abrió a escasos días del inicio de los Juegos la mayor controversia de la historia relacionada con este tema. Esta situación intentó ser aprovechada por Estados Unidos, quien solicitó desde la Asociación Antidopaje Estadounidense (USADA), conjuntamente con otras agencias de antidopaje a nivel mundial, la exclusión de la totalidad de la delegación rusa de los Juegos Olímpicos, demanda que si bien no prosperó, no por eso dejó de afectar sensiblemente a la delegación de ese país. Por esta razón Rusia sufrió la exclusión de cerca de 100 de sus mejores deportistas (muchos de ellos medallistas olímpicos y campeones mundiales), incluyendo la totalidad del equipo de atletismo; aun cuando era conocido que existían atletas que estaba comprobado que jamás habían realizado ningún tipo de doping (como en el caso de la denunciante de estas prácticas ante el Comité Olímpico Internacional, la corredora de 800 metros Yuliya Stepanova; o como la garrochista y bi-campeona olímpica Yelena Isinbayeba).
Militares olímpicos Otro de los aspectos controversiales en los Juegos Olímpicos se relaciona con el desarrollo de los programas deportivos de alto »
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rendimiento dirigido a las Fuerzas Armadas, políticas que ya venían siendo implementadas por países como Rusia, China y Alemania. En estos juegos dicha tendencia se caracterizó por alcanzar un mayor grado de expansión y profundización, siendo el mayor ejemplo de la misma el país anfitrión, donde cerca de un tercio de su delegación estaba integrada por atletas de alguna de las diferentes fuerzas militares del Brasil. Este hecho tuvo sus antecedentes en el año 2008 cuando –en el marco del gobierno de Lula da Silva– se puso en pie el Programa Atletas de Alto Rendimiento de las Fuerzas Armadas Brasileñas (PAAR), impulsado por los ministerios de Defensa y Deporte. Programa que tuvo su bautismo de fuego en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, donde participaron 51 atletas, los cuales fueron responsables de la obtención de un tercio de las medallas alcanzadas por Brasil en esos Juegos. A partir de la designación de Río de Janeiro como futura sede de los Juegos Olímpicos, este programa fue reforzado, dando como resultado que en tan solo cuatro años la cantidad de atletas salidos de este programa que integraron la delegación olímpica casi se triplicara (145), conquistando los mismos el 63 % de las medallas alcanzadas por Brasil, que en estos Juegos tuvo su mejor performance histórica al lograr 19 medallas, algunas de las cuales fueron obtenidas por atletas como la sargenta Rafaela Lopes Silva y el sargento Thiago Braz , medallas de oro en Judo y Salto con garrocha o el gimnasta Arthur Zanetti, medalla de plata en gimnasia. Conquistando como resultado la legitimación ante sectores importantes de la sociedad civil de las Fuerzas Armadas. No casualmente en el caso de las brasileñas fue la Policía Militar –responsable del asesinato de 8466 personas entre los años 2005 y 2014– la encargada de izar la bandera olímpica.
Nacionalismo deportivo, una rivalidad forzada Un capítulo aparte merece en estas olimpíadas el intento de parte de los medios masivos de comunicación de fogonear una rivalidad que en el caso de Argentina y Brasil carece de sustento histórico, salvo en el plano futbolero. Hecho que solo podría ser explicado a partir de la necesidad de los gobiernos de ambos países, de dejar de ser objeto de cuestionamiento por las políticas llevadas adelante. En este sentido, es de destacar el enfrentamiento a este tipo de políticas chovinista expresado por atletas consagrados como el
tenista tandilense Martín Del Potro o el abanderado de la selección argentina y basquetbolista Luis Scola.
Conclusiones La mística del olimpismo –con sus valores y principios– y su correlato en la promoción de políticas deportivas, pocas veces se han relacionado con las necesidades de las masas, más bien ha sido una necesidad por parte de los Estados capitalistas de relegitimarse ante estas a partir del diálogo con sus pasiones deportivas. Poder exhibir logros en este plano, traducidos en cantidad de medallas olímpicas, tiene una creciente jerarquía en las políticas de las principales potencias y países de desarrollo medio. Aunque no hay una relación mecánica entre poder económico y político y logros deportivos, las estadísticas marcan una tendencia. A manera de ejemplo, de las diez naciones que conquistaron la mayor cantidad de medallas, 7 forman parte del selecto grupo de las 10 naciones con mayor PBI a nivel mundial. De estas, las primeras cinco (Estados Unidos, Gran Bretaña, China, Rusia y Alemania) conquistaron el 36,5 % de las medallas en juego. Si este número lo extendemos hasta el décimo puesto, este grupo concentró una de cada dos medallas. Hay excepciones aisladas, como los casos de Kenya o Jamaica (¡el fenómeno Usain Bolt!), pero quienes dominan el mundo dominan los Juegos Olímpicos. Y dominan al Comité Olímpico Internacional. El COI decide a qué deportes le otorga estatus olímpico y a cuáles no. Por ejemplo, un deporte característico del país anfitrión es el Capoeira, que solo estuvo presente en el show de la ceremonia de apertura. No hubo competencia de esa disciplina ¿Pierden más medallas EE. UU. y Francia o Brasil con esta decisión? ¿Lo mismo con el Karate y un centenar de disciplinas? El Beach Vóley, tan californiano y simpático, sí tiene estatus olímpico y otorga medallas. Más allá de estas expresiones, cada cuatro años, gran parte de la población del mundo se detiene a observar el arte y el esfuerzo de cientos de deportistas que dan lo mejor de sí. En ellos y ellas reside un verdadero espíritu deportivo.
Colaboraron en esta nota: Augusto Dorado y Martín Literal, integrantes del staff de la sección Deportes de La Izquierda Diario.
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Fotomontaje: Mariano Mancuso
A propósito de ¿Por qué retrocede la izquierda?
Patria grande, ilusiones chicas EDUARDO CASTILLA Redacción La Izquierda Diario.
América latina es, de manera recurrente, objeto de estudio para propios y extraños. Durante la década que pasó, el centro del análisis estuvo puesto en el devenir de los gobiernos posneoliberales, que venían a mostrar –según parte de la corriente de pensamiento predominante– la realidad de una izquierda posible al frente del Estado, en los marcos del avance neoliberal. La situación hoy parece encausarse en el sentido contrario. La prioridad está puesta en intentar desentrañar los motivos que llevan al retroceso de esos mismos procesos políticos. Bajo el nada metafórico título de ¿Por qué retrocede la izquierda?1, la editorial Capital Intelectual presenta una compilación que
propone aportar en ese debate. José Natanson y Martín Rodríguez, como parte de una serie nominada La Media Distancia, presentan la pregunta que da título al libro como “abierta e inquieta”, pero “no apocalíptica”. La compilación presenta además tres extensos artículos de Marcelo Leiras, Andrés Malamud y Pablo Stefanoni2. Cada uno, desde su perspectiva, buscará responder por el ascenso, la continuidad y la crisis actual de los proyectos políticos que marcaron la realidad latinoamericana –e internacional– por más de una década. El trabajo, en su conjunto, constituye un aporte valorable para entender la dinámica de esos gobiernos, sus raíces económicas y
sociales, así como las bases políticas y culturales sobre las que se asentaron. Si bien marcaremos los que a nuestro entender constituyen determinados límites en cada análisis, nos parece necesario señalar al trabajo como una fuente recomendable para entender en profundidad la América latina de los últimos años. Fuente alejada, añadamos, de toda apología acrítica –muy común en gran parte de la intelectualidad latinoamericana afín a estos procesos– como también de la denostación sin más fundamento que un republicanismo vacuo. Como dirá Juan Gabriel Tokatlian en la presentación de la compilación, los autores “no abusan, como hacen tantos académicos, »
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comunicadores y políticos, del término ‘populismo’” (13). Esto es ya una definición que permite mensurar la importancia del aporte.
La experiencia política en el centro del análisis Tanto Leiras como Malamud trazarán sus artículos a partir de un análisis de determinaciones económicas estructurales que marcaron el conjunto del ciclo para el subcontinente. El primero de ellos se centrará en las políticas de los gobiernos de izquierda y en la ligazón estrecha entre las mismas y las expectativas de sectores de masas. Afirmará Leiras que …la interpretación que presento explica por qué los gobiernos de izquierda fueron electos (…) a partir del rechazo a los resultados de las políticas de desregulación y privatización. Pudieron adoptar políticas de izquierda porque las economías crecieron y la situación de las cuentas públicas era más holgada. Adoptaron políticas macroeconómicas más o menos sensibles a las restricciones de mediano plazo de acuerdo a la solidez del conjunto de organizaciones que los respaldó (36).
En ese marco, dará particular importancia a la reducción de la desocupación, indicando que …el ritmo de reducción del desempleo en los países gobernados por la izquierda es muy llamativo y, desde mi punto de vista, constituye uno de los datos más importantes para entender tanto el origen como la evolución futura de los sectores que llevaron adelante o apoyaron a estos gobiernos (29).
Sin embargo, a nuestro entender, la lectura parcializa las formas del rechazo a los planes neoliberales. El cuestionamiento a la política de ajuste que había empujado a la desocupación y pobreza masivas tuvo lugar no solo en las urnas. Los triunfos electorales de los gobiernos posneoliberales estuvieron estrechamente relacionados a las rebeliones de masas que surcaron al subcontinente en los últimos años del siglo pasado y los primeros de este. Precisamente, lo que aparece con poco peso en el análisis de Leiras es la dimensión de la lucha de clases, así como las profundas convulsiones sociales que hundieron el esquema neoliberal. De allí que no haya mención al 2001 argentino –que derribó a De la Rúa– o a los levantamientos de 2003 y 2005 en Bolivia, que llevaron a las caídas de Sánchez de Losada y Carlos Mesa. En este último país, el ascenso electoral de Evo Morales –así como la profunda crisis que se expresó en el sistema
de partidos– sería imposible de calibrar sin esos hechos de la lucha de clases.
La paternidad de la “voluntad política” Después de tanto debate sobre progresismo y populismo, los padres de la voluntad política resultaron ser la soja y el petróleo. Pero la madre es China (55).
La frase que encabeza al apartado podría sintetizar las apreciaciones de Andrés Malamud. El reconocido politólogo centrará su texto en analizar una serie de claves estructurales que dan cuenta de los límites del relato de la izquierda latinoamericana. El autor consignará las convulsiones políticas que marcaron al subcontinente, indicando que ...entre 1985 y 2005 (…) varios presidentes habían visto sus mandatos interrumpidos (…) todas las caídas tuvieron un componente extra-institucional: la movilización popular, que generalmente tuvo lugar en las calles de la ciudad capital (52).
Planteará además –y en parte contradiciendo lo antes señalado– que ...si no hay elementos objetivos incontestables ¿qué es lo que define la ubicación ideológica de un líder o partido? La respuesta solo puede ser una: la intersubjetividad (…) en América Latina la izquierda es lo que los presidentes dicen que es de izquierda (50).
de izquierda. Será preciso agradecerle al ajuste neoliberal de los noventa por haber creado las condiciones para que la izquierda estuviera en el sitio correcto en el momento oportuno (55-56).
Creemos, sin embargo, que el “agradecimiento” debería estar direccionado hacia la resistencia obrera y popular, que golpeó duramente a los gobiernos que aplicaron esas políticas de ajuste, derribando de hecho la factibilidad social del esquema neoliberal. Entre otros limitantes estructurales, Malamud señalará el peso de la reprimarización productiva y la fragmentación regional. Sobre esta última dirá que es ...el más contraintuitivo, y a la vez, más evidente, resultado de la década en que predominaron los gobiernos de izquierda. Es contraintuitivo porque el discurso fue siempre explícitamente integracionista. Y es evidente por la proliferación de bloques regionales (66).
Esa fragmentación atiende a causas estructurales. Malamud marcará que …los países latinoamericanos (…) realizan entre sí menos del 20 % de su comercio internacional. Por comparación, ese indicador es del 66 % en Europa y del 50 % en América del Norte. La razón es que los polos gravitacionales son potencias extra-regionales: para América latina, el Caribe y México, la mayor parte del comercio, inversiones, turismo y remesas proviene de Estados Unidos, mientras que para América del Sur la atracción de China es cada vez más evidente (…) las fuerzas centrífugas producidas por los gigantes mundiales desgarran a América latina más de lo que la voluntad política cohesiona (76).
Sin embargo, este reconocimiento intersubjetivo nunca se extendió, por ejemplo, a Álvaro Uribe o Alejandro Toledo. Precisamente porque –en gran parte– esa “comunidad de izquierda” estuvo determinada por los resultados de los procesos de lucha de clases y las crisis políticas estatales. Como norma general, allí donde esas tensiones adquirieron mayor profundidad, fue donde el discurso de izquierda fue ensayado con mayor tesón. Sin embargo, como correctamente señala Malamud, la apreciación de las tendencias globales que marcaron la región se vuelve un dato imperioso. Dirá el autor que
Pablo Stefanoni se centrará en la dicotomía entre lo que define como “potentes relatos” y los límites reales de las trasformaciones ocurridas. Partiendo de una doble determinación por las derrotas del ascenso revolucionario de los años ‘70, y lo que define como fracaso del “socialismo real”, afirmará que
…durante algunos periodos, la periferia supo beneficiarse de su condición de proveedora de alimentos y energía (…) China hubo para todos: también gobiernos no izquierdistas, como el de Perú, se beneficiaron de su ascenso. Fue fortuito que, al iniciarse la década mágica, la mayor parte de los países latinoamericanos estuvieran liderados por fuerzas
…tanto las vías revolucionarias como las reformistas parecen hoy insuficientes para canalizar cambios profundos en el sistema capitalista (…) En este marco, en América latina emergió una suerte de nueva izquierda que, sobre todo en el marco de la Alianza Bolivariana para Nuestra América (ALBA), amalgamó prácticas reformistas con discurso
La (im)potencia del relato
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revolucionario, en combinaciones variables que mostraron una gran capacidad para generar potentes relatos político-sociales pero también se enfrentaron a una serie de problemas vinculados con el ejercicio del poder que derivó de esa ambigüedad constitutiva (…) entre democracia y revolución (82).
El autor –que centrará su análisis en Venezuela, Bolivia y Ecuador– centralmente explicará el retroceso de esos gobiernos como resultado de dos tensiones socio-políticas irresueltas. La primera es la persistencia de “un cierto republicanismo desde abajo” (96) que estuvo en la base de la impugnación a los mecanismos de reelección-relegitimación cuasi permanentes que desarrollaron figuras como Chávez y Evo Morales. El segundo factor es lo que parece ser un exceso de “radicalidad” en el discurso del proyecto político del socialismo del siglo XXI. Dirá Stefanoni que …la discursividad del conflicto permanente –y la construcción de historias nacionales maniqueas– comenzaron a generar rechazo en sectores más amplios que las élites que ya habían rechazado el giro a la izquierda desde el comienzo, e incidieron en el clima político que habilitó varios de los traspiés en las urnas (99).
El autor adjudicará eso a la “perdurabilidad de culturas políticas ‘pasadas de moda’ (que) se vincula posiblemente con la dificultad que encuentra la renovación teórico-política de la izquierda” (99-100). La definición suena un tanto forzada como causa explicativa de estos retrocesos. Al mismo tiempo cuestiona la enunciación sobre “potentes relatos” realizada inicialmente. Precisamente un aspecto que el autor tiende a menoscabar es el hecho de que parte no menor de los sectores que constituyeron la base social de esos procesos migró, en los últimos años, hacia el apoyo electoral a la oposición de derecha o hacia el escepticismo político, algo que quedó evidenciado en los resultados de determinados test electorales. La explicación a esta decepción no puede buscarse solo en el orden de los discursos. Por el contrario, la pérdida de legitimidad de esa discursividad disruptiva fue acompañada por la progresiva degradación de las condiciones de vida de amplias capas de las masas. Y esto encuentra su raíz en el hecho de que, con el cambio de las variables económicas internacionales, esos mismos gobiernos avanzaron en medidas de ajuste sobre la población trabajadora.
Un debate en curso La pregunta por el retroceso de la izquierda implica una definición del carácter de la misma, de su programa y su estrategia. Esto es puesto en debate por los mismos autores. En el final de su artículo, Marcelo Leiras afirmará: Uso “izquierda” en los sentidos en que la estuve usando en este texto y suena débil, hueca, decolorada, como parece subrayar irónicamente la denominación de “izquierda rosa” que Pablo Stefanoni cita (…) como caracterización de los gobiernos designa algo más modesto: ser de izquierda es reconocer abiertamente el objetivo de reducir la desigualdad y adoptar medidas para alcanzarlo (43).
Así, el ideario de izquierda contrapondrá la reducción de la desigualdad al objetivo de la emancipación social como proyecto realizable. El único horizonte posible –luego del ciclo neoliberal– parece haber sido entonces el de aprovechar determinadas condiciones de la economía internacional para atenuar el nivel de desigualdad social heredado del período anterior. En un sentido similar, Malamud dirá que …se tornó frecuente la exaltación de la voluntad política como combustible para construir la unidad latinoamericana. Se desentienden así las enseñanzas tanto de Marx como de Gramsci, el condicionamiento de la estructura y la correlación de fuerzas. La integración requiere condiciones materiales para la complementariedad de las economías y, además, sujetos sociales capaces de llevar adelante las transformaciones requeridas (77).
Ante esa ausencia, el sujeto social postulado en el discurso de los gobiernos posneoliberales fue el Estado. Así parecen confirmarlo en el inicio del libro Martin Rodríguez y José Natanson, al señalar sobre estos mismos procesos que …lo que han empoderado no es tanto a las sociedades sino al mismo Estado. Y esta quizá es también otra clave: el volumen del Estado que han dejado atrás, más que el nivel de la organización en la sociedad. Estados que pagan más jubilaciones, que asumen más “gasto social”, que controlan a través de empresas públicas o mixtas la producción y comercialización de la energía, que regulan más las relaciones entre capital y trabajo (11).
Sin embargo, a pesar del relato de empoderamiento popular, el Estado no abandonó en estos años su carácter de clase, vale afirmar,
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burgués. Mientras los altos precios de los commodities y el rol de China en la economía mundial se sostuvieron, estos gobiernos aplicaron medidas moderadamente redistributivas. Pero cuando las condiciones de la economía internacional variaron, la política de los mismos giró hacia el ajuste, en aras de las necesidades del gran capital. Sirve de ejemplo lo ocurrido en Brasil, donde el mismo gobierno del PT, luego de la reelección de Dilma Rousseff, inició el ataque sobre las condiciones de vida de las masas. Para el gran capital, esas medidas resultaron insuficientes. He allí la génesis del reciente golpe institucional. Oteando el panorama argentino, en enero de 2014, el entonces ministro de Economía Axel Kicillof impulsó una devaluación de la moneda y de los salarios que alcanzaría un porcentaje del 40 %. Esa medida, que tuvo por objetivo recomponer las ganancias de sectores capitalistas, terminó golpeando sobre las condiciones de vida de la clase trabajadora. La pregunta por el retroceso de esta izquierda que administró el Estado burgués remite a los límites histórico de la clase capitalista en los países semicoloniales. El desgarramiento actual de la “Patria Grande” viene a confirmar la hipótesis estratégica –planteada históricamente por el trotskismo– sobre el carácter dependiente de las burguesías latinoamericanas. Es decir, de su incapacidad para generar un proyecto independiente en relación a las grandes potencias de la economía internacional. Precisamente por ello, la perspectiva de una integración duradera en los marcos del reinado del capital aparece como irreal. La historia otorgó a América latina una década de condiciones excepcionales, que hizo posible la ilusión de un reformismo burgués duradero. Pero las ilusiones, tarde o temprano, chocan con la realidad.
1. Leiras, Marcelo; Malamud, Andrés; Stefanoni, Pablo, ¿Por qué retrocede la izquierda?, prólogo de Juan Gabriel Toklatian, Bs. As., Capital Intelectual, 2016. Las referencias a las páginas se harán entre paréntesis. 2. Leiras es investigador independiente del Conicet y profesor asociado de la Universidad de San Andrés; Malamud es investigador principal en el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa; Stefanoni es Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires y jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad.
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Debates sobre el imperialismo hoy (V)
¿China no dominará el mundo? Ilustración: Julián Corgan
Esteban Mercatante Comité de redacción.
No puede analizarse el imperialismo contemporáneo sin caracterizar lo que es China hoy y hacia dónde se dirige. Eso nos proponemos en este artículo a partir del libro The China Boom1, de Ho-fung Hung. En las últimas décadas China se convirtió en un espacio central para la acumulación capitalista a nivel mundial. Profundizando el rol que habían jugado antes los Tigres asiáticos, desde que Deng Xiaoping iniciara en 1978 las reformas que ampliarían el rol del mercado y abrirían las puertas al capital extranjero, China se transformará en un gran polo de atracción de inversiones de grandes firmas multinacionales a la búsqueda de mano de obra barata, especialmente a partir de los años ‘90. Al cabo de casi cuatro décadas desde el giro iniciado por Deng, China se acerca hoy a ser la economía de mayor tamaño a nivel mundial, desplazando a los EE. UU. Su ascenso ha trastocado las relaciones entre las grandes potencias imperialistas, alterando todos los equilibrios existentes. ¿Cuál será el resultado de este proceso? ¿Va China a convertirse en un nuevo “hegemón”, desplazando a los EE. UU. de la primacía mundial?
Ho-fung Hung, autor de The China Boom. Why China will not rule the world, afirma que no será así, al menos en el futuro inmediato. Esto se debe, en su opinión, a que las condiciones que le permitieron a China transformarse en una pieza fundamental del capitalismo mundializado de hoy, conducen a la elite del país a tener fuertes intereses creados en mantener, y no en subvertir, el orden político contemporáneo.
Los sinuosos caminos hacia el boom The China Boom dedica sus primeros capítulos a realizar una apretada síntesis del desarrollo de China desde el siglo XVII. Allí revisa algunas interpretaciones tradicionales sobre por qué no hubo desarrollo del capitalismo en China en el momento en que este sí ocurrió en Europa, apoyado en investigaciones más recientes. Uno de los aspectos sin duda más interesantes del libro es que logra resumir, con una serie de indicadores, lo que ha llegado a ser la economía China hoy. Se destaca en su análisis la predominancia que mantienen las llamadas Empresas de Propiedad del Estado
(SOE en inglés). Muchas de ellas son legado de la industrialización de los tiempos de Mao, sometidas desde los años ‘80 a una fuerte reestructuración. Sería a partir de los años ‘90 que estas SOE llegarían a convertirse en una pieza central en la estrategia de la burocracia del PCCh para la edificación de una economía capitalista en China, en lo que considera una segunda fase en el desarrollo iniciado por las reformas de 1978. La primera había sido el “capitalismo de emprendedores” donde la fuerza motriz del crecimiento surgió de las empresas rurales privadas y de las empresas rurales colectivas, muchas de las cuales eran empresas privadas disfrazadas (61).
Durante el segundo estadio, las SOE recibieron un fuerte impulso desde el Estado y “desplazaron y subyugaron al sector privado” (61). La apuesta a convertir a las SOE en “empresas capitalistas rentables, ya fuera que siguieran bajo propiedad estatal o no”, llevó a impulsar agresivas reformas, apelando a la participación de los bancos de inversión
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norteamericanos para reestructurarlas. Como sostienen los banqueros que cita Carl Walter y Fraser Howie: “Goldman Sachs y Morgan Stanley convirtieron al sector corporativo de propiedad estatal en China en lo que es hoy” (63). Se trata de una reestructuración que quedó a mitad de camino. China logró poner en los primeros puestos globales una serie de “campeones nacionales” como Sinopec, China Mobile, China National Petroleum y otras firmas que pueblan el Global Fortune 500, en el que China cuenta con un 20 % del panel desde 2014. De las firmas que tiene el país en este ranking, el 90 % son SOE. Para darnos una idea de su peso, la masa de activos con los que contaban las empresas y holdings estatales en el total de la economía, en el año 2012, duplicaba al que tenían las firmas del sector privado. En sectores como la minería, el petróleo, o incluso la industria automotriz, la diferencia entre el volumen de activos de las SOE y de las firmas privadas resulta todavía más abrumadora. Pero este lugar preponderante va de la mano de una performance económica bastante pobre. A nivel agregado, los datos oficiales muestran que la tasa de ganancia de las SOE en 2012 fue menos de un tercio de la de las empresas privadas, y poco más de la mitad de la que obtienen las empresas radicadas de capital extranjero. Al mismo tiempo, es el único grupo que muestra una disminución en la tasa de ganancia entre 2007 y 2013. Se trata de empresas con una masa gigante de activos; mientras cada empresa privada tiene activos por 71 millones de Renminbi (RMB) en promedio, cada empresa estatal industrial tiene activos por 1.652 millones de RMB (67). Después de la crisis asiática, muchas de estas empresas debieron ser salvadas de una fuerte toma de créditos impagables, lo que el gobierno hizo mediante la creación de empresas administradoras de activos (AMC, en inglés). En la década siguiente, y a pesar de que continuó la ola de reformas, “las SOE continuaron sin ser rentables y fueron incapaces de pagar sus préstamos a las AMC”. Hung concluye entonces que: …mientras que la economía china y las finanzas gubernamentales estuvieron dominadas y lastradas por empresas estatales ineficientes que se mueven mayormente al ritmo de subsidios, favor financiero y protección del Estado, la abundante liquidez en el sistema financiero que alimenta la orgía de la inversión del sector estatal descansa en las reservas internacionales generadas por el sector exportador” (68-9).
Las reservas internacionales fueron la base de la expansión del crédito interno que financió la inversión de los gobiernos provinciales y las SOE.
Si no hubiera sido por la formidable cantidad de reservas originadas en el próspero sector exportador, esta expansión en gran escala de la liquidez y los créditos habría disparado una crisis financiera (75).
Este sector exportador, que empezó a desarrollarse en los ‘80 gracias a inversiones provenientes de Hong Kong, pero despegó en los años ‘90, es “la base del boom capitalista de China” (69).
El Círculo Panda La internacionalización productiva es un proceso de larga data que comenzó bastante antes de que China iniciara su integración al orden capitalista transnacional con Deng. Pero se trata de un proceso que fue completamente trastocado por su ingreso. Hung ilustra la magnitud de este cambio a través de la forma en que ha impactado sobre las exportaciones de Japón, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur a los EE. UU. En todos los casos, estas perdieron participación de forma muy marcada en los últimos 30 años, al tiempo que China se transformaba para este grupo de países en el gran socio comercial. La emergencia de China fomentó un nuevo orden sino-céntrico orientado hacia la exportación, bajo el cual la mayoría de las economías asiáticas incrementaron el peso de sus exportaciones de componentes de alto valor agregado y partes (por ejemplo para Corea y Taiwán) y de bienes de capital (en el caso de Japón) hacia China (80),
donde estos últimos servían para el ensamblado final de productos exportados hacia los países ricos.
¿Pateando el tablero? Hung discute lo que considera una serie de concepciones erróneas sobre la emergencia de China. Entre ellas, cuestiona la noción de que China está alterando el balance de poder entre Occidente y Oriente, y postulándose como alternativa hegemónica a los EE. UU. Señala que la estipulación sobre el ascenso de China como potencia mundial a expensas del poderío estadounidense es el último capítulo de una larga saga sobre la declinación del imperialismo norteamericano que viene desde los años ‘70 (entonces por la amenaza planteada por Alemania y Japón), y que es un planteo repetido desde todo el arco ideológico sin distinción. Hung señala que … la declinación de la dominación de EE. UU. en la política mundial, aunque verdadera, ha sido enlentecida y demorada gracias, irónicamente, al apoyo de sus supuestos rivales, en primer lugar de China (117).
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Un aspecto clave en este apoyo está vinculado al rol que juegan China y otras potencias en el sostenimiento del dólar a través de la compra de bonos del Tesoro norteamericano. China ha convertido la mayor parte de los superávit del comercio exterior, logrados gracias a su crecimiento orientado hacia la exportación, en estos títulos. Gracias a la compra de bonos realizada por China –y por otros países como Japón, Brasil, Alemania, Taiwán e incluso Rusia– la economía norteamericana ha podido sostener un déficit creciente en su comercio exterior (importa mucho más de lo que exporta) sin enfrentar ningún tipo de crisis externa, ni ver amenazado el lugar del dólar como moneda dominante en el comercio y las finanzas mundiales. Hung señala que durante el período 2000-2008 el crecimiento de las exportaciones desde China a los EE. UU. agravó notablemente los desequilibrios estructurales para la economía norteamericana: durante estos años el dólar vio caer su valor sin que el balance comercial de los EE. UU. dejara de ser deficitario, como sí ocurrió por ejemplo en los años ‘80 después de los Acuerdos Plaza por los que Alemania y Japón se comprometieron a dejar que sus monedas se » fortalecieran respecto del dólar y esto contribuyó a mejorar el balance comercial de los EE. UU. Esto responde a la mayor dependencia norteamericana del comercio con China (que en gran parte responde a la extranjerización de las cadenas de producción de las multinacionales norteamericanas) tanto como a la política de China de administrar el tipo de cambio, pegando el RMB al dólar. La consecuencia es que, si por un lado podría pensarse que esto acotó los márgenes de EE. UU., por otro lado no es que China puede usar esto para condicionarlo: sostener el tipo de cambio requiere que el Banco de China mantenga una “adicción” a los títulos de deuda norteamericanos, convirtiéndose así en el mayor garante de la continuidad de la primacía financiera del dólar (125). China no tiene interés, sostiene Hung, en subvertir esta situación: La única manera en que China pueda cortar con su adicción a la deuda de los EE. UU. es redefiniendo el modelo orientado hacia las exportación, lo que no va a suceder en un tiempo cercano (132).
A pesar de que ya antes de la crisis de 2008 el PCCh mostraba intentos de un “rebalanceo” de su economía para hacerla menos dependiente de la exportación y más basada en el consumo interno, y esta cuestión ha sido puesta sobre el tapete con urgencia en el último lustro, las medidas de estímulo económico tomadas por el gobierno chino después del Gran
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Crash de 2008 fueron contradictorias con dichos esfuerzos de rebalanceo porque el énfasis de dicho estímulo en inversiones en activos fijos financiadas con deuda reprimieron aún más el consumo (166).
El rebalanceo requiere recortar estas inversiones “que explican el hípercrecimiento desde 2008” (166). Señalemos que no es una tesis novedosa la de la interdependencia entre China y los EE. UU.; desde antes de la crisis de Lehman viene siendo planteada por varios autores2. En los últimos años fue menos defendida ante la evidencia de una política más ofensiva por parte de China, y sobre todo la mayor agresividad norteamericana expresada en su reorientación geopolítica hacia Asia y el impulso a los Tratados Transpacífico (TPP) y Transatlántico (TTIP) que excluyen al gigante asiático. Si Hung no encuentra que China tenga hoy aspiraciones ni capacidad de desafiar el poder global de EE. UU., sí observa que “ha estado empleando su creciente fortaleza económica por ser el mayor socio comercial de muchos de sus vecinos para intentar establecer su dominación regional” (133). Sin embargo, en este camino el gigante asiático despertó resquemores y se topó con dificultades. La fuerte presencia norteamericana permitió a los Estados asiáticos maniobrar entre ambas potencias: Las dificultades que China encontró en su ascenso a la centralidad política en Asia manifiesta una contradicción que tiene su ascendencia geopolítica en general: la influencia política creciente sobre sus vecinos es una consecuencia directa de su acrecentada significación económica, pero dicha influencia política se encuentra balanceada por la continuidad de la dominación estadounidense, que irónicamente China perpetúa a través del financiamiento de los déficit fiscales de los EE. UU. (138).
El aspecto central que Hung busca demostrar es que China no se está convirtiendo en “una potencia poderosa, subversiva y anti status quo que desafíe la dominación política y económica de los EE. UU. y al mercado libre global que este ha promovido” (173). Sin embargo, sí admite que China ha alterado ligeramente el balance global de fuerzas dentro de ese orden, permitiendo que otros países en desarrollo obtengan mejor términos en sus acuerdos con los EE. UU. y Europa (174).
Al mismo tiempo señala que, por las relaciones que establece con otros países dependientes, cabe más caracterizarla como “un nuevo poder en el viejo orden mundial” que un portador de otro nuevo. Hung manifiesta incisivamente algunos de los dilemas actuales que atraviesa la economía China, con un “rebalanceo” que es más fácil de enunciar que de encarar, ya que afecta a fuertes intereses creados de las elites económicas y políticas de los Estados costeros fuertemente asociadas al capital extranjero exportador, y con enormes debilidades en lo que se refiere a baja productividad, débil rentabilidad, y excesivo endeudamiento de sus grandes empresas3. En el largo plazo, “si China puede efectivamente conseguir el postergado rebalanceo de su economía, su robusto desarrollo capitalista va a continuar por un largo tiempo” (180). Si puede lograrlo, cuán doloroso será y cuanto tiempo llevará, “dependerá de una variedad de fuerzas contingentes dentro y fuera de China”. De conseguir navegar las futuras crisis, “se unirá a los EE. UU., Japón, y Alemania como otra gran potencia capitalista”.
El futuro, ¿ya llegó? Sin duda está en lo correcto Hung al observar que China no se propone desafiar o subvertir el orden capitalista trasnacional; su objetivo es conquistar influencia y ventajas dentro de dicho orden. Pero el autor del libro minimiza el hecho de que esto la está llevando a replantear ya algunas de las condiciones imperantes. Como observara Perry Anderson en Imperium, la arquitectura del orden global construido por los EE. UU. desde la posguerra tenía entre sus principales resultados perpetuar el lugar preponderante del imperialismo norteamericano dentro de él4. En el terreno económico, el avance chino pone en cuestión de forma creciente este supuesto, y eso lo transforma ya en un agente subversivo del orden mundial, aunque al mismo tiempo profundice la relación simbiótica acrecentando los bonos norteamericanos en su poder. La búsqueda de ampliar los márgenes para establecer condiciones favorables a la expansión del capital chino en el mundo, y de profundizar las relaciones de dependencia de otros Estados, está obligando a China –y lo hará cada vez más– a minar esa arquitectura imperialista ordenada alrededor de EE. UU. La relación entre los EE. UU. y China es de cooperación y conflicto a la vez, dos términos que adoptan combinaciones variables en distintas coyunturas y regiones del mundo. Si mantendrá el equilibrio entre los términos, o si alguno de ellos terminará imponiéndose,
depende de cómo se desarrollen las contradicciones de China, y también del desarrollo que tenga la política en EE. UU. y el resto de las potencias occidentales, en un contexto donde el estancamiento secular5 está dando lugar a fenómenos políticos y sociales cada vez más polarizados. Indudablemente, China tiene todavía un largo camino por recorrer para poder ser caracterizada plenamente como una potencia imperialista, y se verá confrontada con la resistencia de las grandes potencias a cualquier cambio en el statu quo. Pero gracias a su lugar peculiar como pieza fundamental en la internacionalización productiva que atravesó el capitalismo en las últimas décadas, y también por haber manejado los márgenes de maniobra que la burocracia pudo conservar durante el proceso de restauración capitalista, China ya ha adquirido un alcance mundial en sus relaciones y esferas de influencia. Logró –de forma todavía incipiente– alterar la tendencia que caracterizó al resto de las economías emergentes durante el último siglo, a pesar del carácter todavía inicial de la expansión mundial de sus empresas si la comparamos con la de las economías más ricas, y de las contradicciones que se acrecientan en el esquema de acumulación que le permitió transformarse en el gigante exportador mundial. En cierto sentido, ya ha empezado a dominar el mundo, aunque el camino hacia la consolidación esté plagado de convulsiones internas e internacionales, e inevitablemente no será pacífico.
1. Nueva York, Columbia University Press, 2016. Los números de página están indicados entre paréntesis. 2. Discusiones al respecto pueden leerse en Juan Chingo, “El capitalismo mundial en una crisis histórica”, Estrategia Internacional 25, diciembre 2008, y Paula Bach, “Prólogo” a León Trotsky, El capitalismo y sus crisis, Buenos Aires, Ceip, 2008. 3. Hung llamativamente ignora los esfuerzos de China para elevar su capacidad de innovación para que esto se traduzca en mayores incrementos de productividad, mediante agresivas compras de empresas de tecnología de los países imperialistas y el impulso hacia la robotización en sus empresas. Como muestran diversos analistas, está todavía muy atrás de países como Alemania, pero está buscando ganar posiciones. 4. Esteban Mercatante, “El imperio contraataca”, IdZ 6, diciembre 2013. 5. Paula Bach, “Estancamiento secular, fundamentos y dinámica de la crisis”, Estrategia Internacional 29, enero 2016.
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A propósito del último libro de Ariel Petruccelli
marx, la ciencia y la utopía
Ilustración: Natalia Rizzo
Fernando Aiziczon Historiador, docente UNC.
Qué sentido tiene eso de “salirse de lo existente” es cosa que ya sabemos. Es la vieja idea de que el Estado se derrumba por sí solo tan pronto como todos los miembros se salen de él y de que el dinero pierde su valor cuando todos los obreros se niegan a aceptarlo (Karl Marx, La ideología alemana, 1846). Yo no soy un Realpolitiker (carta de Marx a Kugelmann, 1865).
El autor y su época Si un libro dice algo de la época y el lugar en que fue escrito diríamos que Ciencia y Utopía de Ariel Petruccelli (Ed. El colectivo, 2016) es un esfuerzo notable por romper el esquematismo predominante en la práctica de las izquierdas, de insistir en que ni en los orígenes de los textos y autores canónicos del marxismo existió homogeneidad ni linealidad frente a problemas concretos de la realidad política, de dialogar con corrientes de pensamiento contemporáneo para ponderar si el poder de fuego del marxismo sigue vigente, y de invitar
a discutir la dimensión utópica del socialismo en una época marcada por el escepticismo residual que la caída del muro de Berlín todavía produce. ¿Todos estos temas están en discusión hoy?, definitivamente no. Este libro propone un itinerario pero hay que decir que el autor discute casi en soledad si es que tomamos como referencia el panorama intelectual argentino o latinoamericano. ¿Es por lo tanto una obra fuera de época?, tampoco, si es que no pensamos la noción de “época” como algo ceñido a una coyuntura específica y que excluye del horizonte inmediato a problemas clásicos que mantienen vigencia. Pongamos un ejemplo entre muchos: las palabras “científico/a” u “objetivo” todavía campean sin pudor en el vocabulario militante de la izquierda dura de nuestros días al momento de exigir rigor de una afirmación; y eso puede ser considerado como un vestigio discursivo, una exigencia empirista, o una discordancia temporal respecto del devenir del conocimiento humano; y si persiste, también puede pensarse en que no ha ocurrido un relevo más o menos decoroso que reemplace la ortodoxa idea
de “socialismo científico”. Ciertamente, tal noción está hace décadas en desuso en ámbitos académicos, militantes y de pensamiento crítico, lo que no significa que presenciemos una renovación radical del marxismo. Tenemos un presente sin certidumbres, tallado por el desprestigio que los “socialismos realmente existentes” legaron a la historia. Pero ni el marxismo ni los marxistas se han quedado de brazos cruzados; la política no da tregua al pensamiento militante: hay que actuar, tomar posición y explicar todo movimiento dentro del universo conceptual del marxismo, aunque la realidad sea muchas veces indescifrable. De resultas de lo anterior hoy se sigue dependiendo de un autodenominado “análisis científico” con pretensiones de objetividad; del mismo modo, las acciones siguen orientadas a un fin preciso aunque difícilmente imaginable en el corto plazo: tomar el poder. Ciencia y Utopía profundiza estas claves de lectura y el autor arriesga algunas definiciones que si bien no son novedosas sí impactan en el lector o lo ayudan a ponerlas en debate: “el nuestro es, irremediablemente, un siglo de »
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incertidumbres”, “no es posible extraer mecánicamente o como mera deducción lógica, del análisis científico del mundo social, un ideal ético o un objetivo político”, “la dialéctica es un punto de vista”, entre tantas otras, como la aseveración de que hoy no es posible, ni deseable, hacer ciencia (ni política) sin ideales, o la crítica a la vieja representación de que el capitalismo concebía en su interior al socialismo, lo que fue ironizado por Gerald Cohen como “concepción obstétrica” de la práctica política socialista: ¿si el socialismo no está ya en las entrañas mismas del sistema capitalista, dónde está? Habrá que concluir que no está en ningún lugar, o que existe en un no-lugar y habrá que saber construirlo. No se trata de “salirse de lo existente” ingenuamente, sino de ser cautos en la manera en que creemos conocerlo para luego poder imaginar una alternativa, una alternativa que no conviene creerla despojada de ideales. Ciencia y Utopía cierra una zaga de 3 obras anteriores del mismo autor: Ensayo sobre la teoría marxista de la historia (1998), Materialismo histórico: interpretaciones y controversias (2010) y El marxismo en la encrucijada (2011). Si hay un hilo que atraviesa estas obras es la discusión en torno a la primacía de las fuerzas productivas (determinismo tecnológico), que Petruccelli critica agudamente proponiendo como alternativa la primacía de las relaciones de producción. Para esa empresa el autor ingresa y se posiciona en el terreno del marxismo analítico, una corriente surgida en los ‘70 de fuerte desarrollo en Inglaterra (algunos de sus más notables representantes son G. Cohen, Elster, Roemer, Erik Olin Wright, N. Geras) y escasos adeptos en nuestro continente. Una de sus características más salientes es el acento en la rigurosidad conceptual, en la observación de la coherencia interna de los presupuestos clásicos del marxismo, la lógica de sus postulados, lo que lleva a cierta pasión por discutir modelos abstractos, algo buscado explícitamente por sus autores. A pesar de que es presentada como una corriente “herética” o antidogmática el abuso de estas discusiones suele generar una sensación de desconexión de los problemas
concretos de la praxis política no quedando clara la utilidad de ciertos planteos, pues como dijo uno de sus adeptos, lo que importa no es lo que dijo Marx, sino la coherencia de lo que dijo1. Aunque Ciencia y Utopía se puede abordar prescindiendo de esa discusión y no es estrictamente una obra de marxismo analítico, es útil informarlo para comprender el modo de plantear algunos debates.
Debates El primer capítulo, “Socialismo: ¿utópico, científico o materialista crítico?”, hace una breve valoración de la idea de “socialismo materialista crítico”, una curiosa fórmula enunciada por Marx en una carta a Sorge (1877) y nunca más utilizada, contemporánea a la escritura del Anti-During y más tarde Del socialismo utópico al socialismo científico (1880) por parte de Engels, como se sabe, obras de toque para comprender la idea de “socialismo científico”, en franca oposición a los Saint Simon, Owen, Fourier y otros utopistas. Sin embargo la noción de “socialismo materialista crítico” no necesariamente renegaba del pensamiento utópico, al que Marx y Engels muchas veces halagaron, pero el acento “crítico” al parecer sugería más en el caso de Marx pensar rigurosamente que el contenido ideal de los utopistas respondía a la inmadurez de las condiciones sociales que harían imposible sus proyectos, y no necesariamente a exabruptos reaccionarios. Lo que está en juego es precisamente el contenido de lo ideal, desarrollado en el capítulo II: “Necesidad histórica, sujetos subalternos y movimientos revolucionarios”, un capítulo intenso porque allí se pone a prueba el modo en que Marx y Engels efectivamente obraron de cara a luchas sociales que les demandaron tomar posición. Si el socialismo científico es “la expresión teórica del movimiento proletario”, pues entonces su cientificidad exige investigar las condiciones históricas en las que la lucha de clases se desenvolverá con miras a la caída del capitalismo. Ese estudio determinará los fenómenos que necesariamente deberán de ocurrir en ese devenir, esto es, el avance implacable del capitalismo, que en su
rol progresivo acabará con caducas formas de producción y organización social abriendo paso a la moderna industria y a relaciones sociales capitalistas. Pero ese avance de las fuerzas históricas encontrará resistencias: revueltas e insurrecciones populares resisten denunciando su crueldad, otras veces buscando la restauración de la comunidad amenazada. Punto nodal del libro, el repaso de las posiciones de Marx y Engels frente al avance del colonialismo británico despierta el debate y produce no pocas sensaciones de que, en la actualidad, la izquierda suele enfrentarse a dilemas similares: de las revueltas de esclavos al nacionalismo antiimperialista se generan tomas de posición que oscilan entre la necesidad histórica y el repudio moral. Marx simpatiza con los oprimidos sin dudar (Espartaco, Muntzer, la Comuna de París), Engels no siempre, mostrándose a veces implacable contra los campesinos suizos, los movimientos nacionales eslavos a los que considera “portadores fanáticos de la contrarrevolución”, o peor aún, denostando a los “perezosos mexicanos” que enfrentando a los yanquis por el territorio de California no sabían, según Engels, que frenaban el paso de la civilización y que, como bien apunta Rosdolsky, también traían consigo a los propietarios esclavistas. No se trata de una disyuntiva fácil: la reacción de apoyo a los oprimidos, suspendiendo en apariencia el análisis sobre si esa resistencia obstaculiza el progreso histórico (el desarrollo de las fueras productivas), contiene una posición moral respecto del devenir histórico, de la función del análisis científico entendido desde una concepción socialista, y una filosofía de la historia: ¿existen acontecimientos inevitables?, y si son tales, ¿es predecible el futuro?, y si lo es, ¿cuál es la función del proletariado en tanto clase?, o por el contrario es mejor sostener, como piensa Petruccelli sobre Marx, que existen leyes tendenciales que orientan un probable porvenir, lo cual no distinguiría demasiado este tipo de marxismo de lo que usualmente practica cualquier científico social en la actualidad. Nuestro autor dirá que Marx tendía a analizar en términos de necesidad histórica los procesos
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ya finalizados, y en términos de posibilidades los sucesos por venir; en el mientras tanto, su sistema de valores contenía una evidente dosis de ética implícita, no declarada quizás por mantener una posición crítica de los sistemas morales y/o en función de sus vínculos políticos con las variopintas corrientes políticas de izquierda, y que de ningún modo se le escapó ni a sus seguidores ni a sus críticos (ver por ejemplo la compilación en clave ética de Rubel2, y las observaciones de Karl Popper3, desarrolladas por Petruccelli).
Cartas marcadas Y si el análisis de la ética en Marx resulta escurridizo y transita por textos poco conocidos, lo mismo ocurre con el recurso a su frondosa Correspondencia, donde muchos autores han buscado matices, contradicciones, cambios de posición. Quizás el más célebre haya sido el caso de su correspondencia con V. Zasulich respecto del rol del artel (cooperativas) y la obschina rusa (comuna) como probable base al desarrollo del socialismo en Rusia y que revelaría aquello de que no es inevitable, en determinados casos, el tránsito intermedio de la propiedad burguesa individual en el camino al socialismo. Petruccelli vuelve sobre estos debates y utiliza jugosos documentos, personajes de época (Tkachev, Mijailovski, etc.) y libros poco conocidos o escamoteados en la formación militante (Theodor Shanin, Franco Venturi, Manuel Sacristán); desarrolla didácticamente coincidencias y simpatías de Marx con los populistas y las confronta con la ortodoxia posterior que, de Plejánov en adelante, caracteriza a estas posiciones como “desviaciones” políticas, otro recurso discursivo vigente en la militancia para deslegitimar a los “herejes”. Temas tabú, dirá Petruccelli, mas cierta diferencia entre ciencia y política: matizar, aclarar, interrogar sistemáticamente, o establecer imperativos, sacar conclusiones y generalizaciones para la acción. Petruccelli no separa tajantemente planteos teóricos entre antidogmáticos y ortodoxos; al contrario, muestras las paradojas, los ensamblajes posteriores y saca conclusiones polémicas:
El triunfo bolchevique fue posible por el abandono de la perspectiva de una revolución burguesa (que había sido un punto común entre bolcheviques y mencheviques) vindicando la perspectiva de la “revolución permanente” esbozada por Trotsky, pero también, al menos parcialmente, la vieja tesis populista sobre la posibilidad de evitar la fase capitalista4.
Tragedia y academia Los 2 últimos capítulos amplían el horizonte de discusiones incorporando al indianismo de Mariátegui y reparando en la opción trágica frente a la cual Trotsky se vio enfrentado ante el desastre de la II Guerra Mundial y el estalinismo, fenómenos que lo hicieron repensar si efectivamente el marxismo y la revolución proletaria no se habían esfumado como utopías… nuevamente Petruccelli realiza su mejor tarea: si el marxismo es también una enorme biblioteca a manos de eruditos recelosos, nuestro autor expone comprensivamente las claves del dilema y ofrece al lector vías directas de acercarse a las mismas, que en este caso es el dramático artículo “La URSS en guerra”: un Estado socialista catastróficamente burocratizado al que no obstante hay que defender, ¿pero por razones morales o del orden de la necesidad histórica?, ¿y si es la moral, se trata en este caso de un uso instrumental?, si es así, ¿revelaría un prejuicio respecto de preocupaciones de orden moral, condenándolas como desviaciones pequeño-burguesas o reformistas? Kautsky, Bauer, Kronstadt, debates fuertes que dominaron los años ‘20 recién afloran con nuevas perspectivas en esta época desencantada con el socialismo. Pero los protagonistas actuales son otros: ninguno de ellos es necesariamente un militante marxista contrariado por decisiones trágicas que pueden torcer el rumbo de una historia, o tensionado por su praxis al interior de organizaciones políticas (excepto Bensaïd). ¿Tendrá que ver este perfil intelectual dominante en una época de desencantos con que el debate elegido, hacia el final del libro, tenga como eje a filósofos igualitaristas preocupados
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de si existe o no una teoría de la justicia en Marx (J. Rawls)? Si bien es cierto que Marx rechazó el defender explícitamente un sistema de valores determinado, o por lo menos no consideró discutirlo, y por lo tanto priorizó el análisis científico en busca de fortalecer teóricamente la acción del proletariado, ¿es esta carencia algo más que una señal de debilidad estructural de la teoría marxista?, ¿es la coherencia argumentativa o la cadena lógica de un determinado planteo, locus de moda en círculos académicos, la llave explicativa de las dificultades históricas que presentó el socialismo realmente existente? Resulta difícil comprender por qué el autor eligió este camino y no otro: el debate estratégico, quizás. Es cierto que, leído con detenimiento, el aserto de que el desarrollo de las fuerzas productivas es progresivo solo a condición de que no genere explotación, es un contrasentido que ha provocado todo tipo de desastres históricos. Sin embargo, cuesta creer que el problema se reduzca a una correcta formulación argumentativa, lo cual tendría implicancias, por ejemplo, en la concepción de sujeto que habita en dichas teorías. La historia es todo lo contrario a una cadena de razonamientos lógicos, aunque el marxismo estalinista ha hecho escuela reduciendo la historia a planteos similares. Con todo, Ciencia y Utopía excede ampliamente este reparo y puede (y debe) ser leído como material de formación teórica del militante, indispensable para reabrir preguntas y asumir que toda alternativa al capitalismo, toda acción política, contiene una dosis saludable de utopía y un indisimulable contenido moral.
1. Para una crítica al marxismo analítico ver Daniel Bensaid, Marx intempestivo, Bs. As., Herramienta, 2003. 2. Maximilien Rubel, Páginas escogidas para una ética socialista, 2 vols, Bs. As., Amorrortu, 1974. 3. Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Bs. As., Paidós, 2010. 4. Ciencia y Utopía, ob. cit., p. 225.
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Marx: ¡en forma de fichas!
Ilustración: Natalia Rizzo
A propósito de De regreso a Marx. Nuevas lecturas y vigencia en el mundo actual, editado por Marcello Musto (Buenos Aires, Octubre, 2015).
Santiago M. Roggerone IIGG-FSOC-UBA, CONICET.
En un capítulo de Los Simpson, Bart vende su alma a Milhouse por la suma de cinco dólares. Tras gastar el dinero en esponjas con forma de dinosaurios, comienza a arrepentirse de haber efectuado menuda transacción. Dispuesto a pagar o hacer lo que sea por recuperarla, sale entonces a su búsqueda. Sin embargo, pronto descubre que ya es demasiado tarde: su entrañable amigo la cambió por unas fichas en la tienda de revistas. “¿Te acuerdas de Alf? ¡Volvió! ¡En forma de fichas!”, lanza éste a aquél en uno de los tantos momentos memorables de la serie… Resulta realmente sorprendente que en la actualidad varios se encuentren diciendo algo similar pero en relación a Marx. Es que desde que en 2008 estallara una profunda crisis económico-financiera, se asiste en el mundo de las ideas a una situación en verdad curiosa,
determinada por la convicción de que Marx habría vuelto. Ciertamente, resulta ya difícil mantenerse al día con respecto a los anuncios del regreso del pensador oriundo de Tréveris que se efectúan en la escena pública. Existe, incluso, una amplia literatura especializada que aborda el fenómeno y da cuenta de los motivos que habrían obligado al revolucionario alemán no tanto a partir —¿cómo, cuándo y a causa de qué se habría ido?— como a retornar: parecería ser cada vez más que, después de todo, él llevaba la razón1. Pero con el Marx edulcorado que hoy en día es redescubierto como agudo analista del capitalismo tardío e incluso como afable profeta pospolítico del orden mundial, con este Marx que sale de su cuarentena sólo para habitar el ámbito de la prensa y los claustros universitarios, no
regresa a la vida el pensamiento estratégico forjado por Engels, Lenin, Trotsky o Gramsci. Podría decirse, por consiguiente, que el retorno al que se asiste actualmente entraña la última fantasía posmodernista: como Daniel Bensaïd sugiriera poco antes de morir, el que hoy se presta a regresar es en lo fundamental “un Marx sin comunismo y sin revolución, un Marx académicamente correcto”2 –esto es, un Marx sin organización ni partido revolucionario, un Marx sin programa y sin una estrategia convincente para vencer–. Por fortuna, el libro que reseñamos aquí toma cierta distancia de las aproximaciones acríticas y celebratorias a la vuelta de Marx. Montado a su manera sobre lo hecho pioneramente por Étienne Balibar, el propio Bensaïd o incluso Jacques Derrida3; alineado más en lo inmediato con las empresas editoriales
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llevadas adelante por Jacques Bidet y Eustache Kouvelakis o Andrew Pendakis et al.4, el trabajo compilado por el politólogo y filósofo italiano Marcello Musto –sin dudas, uno de los mayores referentes de la marxología del momento– examina y problematiza no el presunto retorno de Marx sino más bien el regreso contemporáneo a él que tiene lugar a través de toda una constelación de reinterpretaciones. Esto último conmina a distinguirlo de iniciativas un poco más ambiciosas que hacen hincapié no en las nuevas claves de lectura de los textos de Marx sino en las teorías críticas de la sociedad que, en el presente, se autoconstituyen dialogando con los mismos pero también con los de algunos otros5. Aparecido originalmente en 2010 como número especial de la revista Socialism and Democracy y bajo el título de “Marx for Today”6, De regreso a Marx. Nuevas lecturas y vigencia en el mundo actual, traducido por Francisco Sobrino y publicado en 2015 a instancias del sello Octubre y con el auspicio de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo, se divide en dos partes: una dedicada a las relecturas de la obra del pensador alemán y otra a su recepción. Puede afirmarse por esto que el libro consigue ir más allá de los diversos ejercicios de reflexión que atienden exclusivamente a lo que sucede con Marx en Europa y los Estados Unidos. Básicamente, nos hallamos ante una cartografía de las interpretaciones contemporáneas del autor que incluye informes sumamente instructivos sobre lo que acontece con él en las principales regiones del globo a nivel intelectual. En su introducción, Musto plantea la hipótesis de que “siempre ha habido un ‘regreso a Marx’” (p. 14). Hoy en día, más de veinte años después de la caída del Muro de Berlín y el colapso del bloque soviético, el interés por él se encontraría renaciendo a causa de “su permanente capacidad para explicar el presente” (p. 15) –vale decir, porque su obra continúa constituyendo “un instrumento indispensable” no sólo para “comprender” el mundo sino también para “transformarlo” (p. 32)–. Ahora bien, “el resurgimiento contemporáneo de Marx” (p. 33), advierte Musto, es algo
peculiar. Como alguna vez Immanuel Wallerstein lo sugiriera, la actual es una era de “miles de marxismos”, una era “en que el marxismo ‘hizo explosión’”7. Es en este sentido que puede decirse que el trabajo de Marx es hoy reconsiderado a través del prisma de toda una “multiplicidad de enfoques teóricos” (p. 33) que pone verdaderamente en crisis los dogmatismos y ortodoxias que dominaron al siglo pasado. Es probablemente el artículo de Kevin B. Anderson el que mejor da cuenta de estos señalamientos de Musto. El autor de Marx at the Margins se ocupa, en parte al igual que lo hace Terrell Carver en su ensayo, de “las acusaciones de unilinealismo y grand narrative, etnocentrismo, y falta de preocupación por la raza, la etnicidad, el género y el nacionalismo” (pp. 44-45) de las que el pensador alemán ha sido objeto en distintos momentos y debido a diferentes razones. Partiendo de que, en tanto “inmigrante clandestino”, “Marx vivió una existencia marginal” (p. 45), Anderson echa nueva luz sobre sus intervenciones en torno a India, China, Rusia, Polonia, Estados Unidos e Irlanda, y concluye que si bien “comenzó con una apreciación algo unilateral de la modernidad capitalista, y de su progresividad”, efectuó “contribuciones importantes y originales” a propósito de los problemas de la nación, la etnicidad y la raza, refiriéndose en particular a “las formas indígenas de resistencia al capital y su necesidad de relacionarse con las clases obreras de sectores más desarrollados tecnológicamente” (p. 65)8. Más allá del embellecimiento del régimen chavista, la contribución de Michael Lebowitz se mueve en la misma dirección que la de Anderson, en la medida en que invita a concebir a Marx como un pensador político preocupado por cambiar el sistema y no meramente por reformarlo. En sintonía, el ensayo de Victor Wallis reivindica la lógica del mal menor en tanto entiende por ella la práctica de tácticas eventuales que, en lo primordial, no afecta o pone en cuestión al núcleo central de la independencia de clase. Mención aparte merece la revisita a la concepción de la alienación que en sus
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contribuciones llevan a cabo Ricardo Antunes, el propio Musto y a su modo también George Comninel. El rasgo principal de los textos de los autores viene dado por el interés de dejar atrás la discusión de la década de 1960, protagonizada entre otros por Louis Althusser, en la que el tratamiento marxiano de la alienación y la enajenación era entendido como un pecado idealista de juventud. En particular, influenciados en igual grado por los Grundrisse y el trabajo de Georg Lukács, Antunes y Musto trazan un hilo de continuidad entre los primeros escritos de Marx y la tesis del fetichismo de la mercancía y la cosificación, expuesta en el primer capítulo de El capital, que ciertamente les permite problematizar la recepción de la teoría de la alienación que tuvo lugar a lo largo del siglo XX. Se trata a las claras de un ejercicio de lectura ingenioso y estimulante, pero que conlleva el riesgo de presentar la obra de Marx como un todo coherente y sin fisuras. En cualquier caso, los autores consiguen llevar a término “una mejor comprensión del cuadro contemporáneo de los extrañamientos o de las alienaciones en el mundo del capital, diferenciados respecto a su incidencia, pero vigentes en su calidad de manifestación que atañe a la totalidad de la clase trabajadora” (p. 210). La primera parte se completa con los artículos de Richard D. Wolff y Ellen Meiksins Wood, en los que la intención es poner de manifiesto que Marx es “útil para comprender las causas y los costos de la crisis [actual] y hasta para hallar las posibles soluciones al sistema” (p. 269) –en, como dice Wood, “traer de vuelta a Marx” (p. 293)–. Claramente, nos hallamos ante intervenciones un tanto polémicas, por no decir directamente revisionistas. Wolff, referente del movimiento Democracy at Work, plantea que la solución marxiana a la crisis estriba en “cambiar el sistema, y hacer avanzar a la sociedad hacia más allá del capitalismo” (p. 288). Sin embargo, para ello parecería dejar de lado la dimensión de la política y promover “un tipo de transformación en el interior de las empresas que marcaría una transición desde la organización capitalista hacia la organización no capitalista de la producción, la »
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apropiación y la distribución de los excedentes” (ídem). Por su parte, la recientemente fallecida Wood afirma que hoy en día se asiste al “doloroso espectáculo de un capitalismo ‘universal’ comiéndose a sí mismo, devorando su propia sustancia humana y natural” (p. 303). A diferencia de Wolff, la autora reivindica la política anticapitalista, pero lo hace privilegiando el significante de la democracia por sobre los de socialismo o comunismo. No obstante, el escrito más polémico de todos es con seguridad el de Paresh Chattopadhyay. La tesis que el autor intenta defender consiste en que, para Marx, “el socialismo y el comunismo son […] términos equivalentes y alternativos para la misma sociedad que concibe para la época poscapitalista” (p. 72). Hacer de cuenta como si Marx nunca hubiera escrito la Crítica del Programa de Gotha, permite a Chattopadhyay tomar la obra del revolucionario alemán como un bloque de acero exento de fases o períodos, y poner en entredicho sin más el vanguardismo y la tradición bolchevique. A su modo de ver, el derrotero de la URSS y el socialismo del siglo XX en general supone no, como supiera sostener Trotsky, una consecuencia de la traición a la revolución y la degeneración burocrática de los Estados obreros9, sino más bien el producto necesario de concebir al socialismo “como la fase inferior del comunismo y como transición a este, basada en la propiedad pública […] de los medios de producción y el trabajo asalariado y con la forma estatal bajo un partido único” (p. 92). Presuntamente libertaria y humanista, es ésta en verdad la estratagema propia de los nouveaux philosophes y las almas bellas antitotalitarias. Es por demás sintomático que en este artículo exista espacio para Lenin, Stalin, Mao y hasta en una nota al pie para el Che Guevara, y no se diga una sola palabra sobre Trotsky. Sin lugar a dudas, la defensa del pluripartidismo basado en los soviets expresa un programa no sólo para los trotskistas sino también para todos los que siguen luchando contra el capital y aquello en lo que el socialismo
trágicamente devino en el siglo XX. En tal sentido, lo quiera o no Chattopadhyay, el diablo continúa llamándose Trotsky10. La segunda parte del libro, como dijimos, retrata la recepción actual de Marx, para lo que se brinda una serie de útiles informes sobre la situación en América hispana, Brasil, el mundo anglófono, Francia, Alemania, Italia, Rusia, China, Corea del Sur y Japón. El énfasis de los distintos artículos está puesto tanto en la edición y difusión de la obra de Marx y Engels como en las especificidades de las diversas investigaciones y publicaciones sobre la misma. Es de especial importancia para el lector hispanoparlante la segunda tanda de informes, ya que en ellos se pinta un panorama general del estado de los estudios marxológicos y marxistas en regiones del mundo a las que, a causa de las barreras idiomáticas y culturales existentes, resulta verdaderamente difícil acceder. Tomada en su conjunto, esta segunda parte representa la cartografía propiamente dicha de las lecturas contemporáneas de Marx. A decir verdad, da cuenta ella de forma magistral del regreso al que alude el título del libro. Teniendo en cuenta todo lo que allí se vierte y expresa, para culminar sería útil parafrasear lo que Emmanuel Barot se preguntaba en el primer número de Ideas de Izquierda a propósito de la Idea del comunismo11: ¿qué hace falta para que las masas se reapropien del presente retorno de Marx como una fuerza material? En otras palabras: ¿qué es lo que se requiere para que la vuelta en cuestión pierda su forma de fichas y tome un nuevo curso revolucionario? Son éstos sin dudas problemas cuyas potenciales soluciones rebasan por mucho el marco de una simple reseña. Concluyamos tan sólo provisoriamente, por lo tanto, permaneciendo del lado de los interrogantes y citando en extenso a Barot: lo que cuenta […] es el reconocimiento de la centralidad de la autoorganización del
proletariado, y de la existencia de una sola y única brújula para la lucha de clases: ¿qué es lo que unifica y fortalece duraderamente, o no, y cómo aumenta la conciencia de la posición y de la fuerza de los trabajadores?12
1. Véase, por ejemplo, Eagleton, T., Por qué Marx tenía razón, Barcelona, Península, 2011. 2. Bensaïd, D., Marx ha vuelto, Buenos Aires, Edhasa, 2011, p. 9. 3. Véase Balibar, É., La filosofía de Marx, Buenos Aires, Nueva Visión, 2000; Bensaïd, D., Marx intempestivo. Grandezas y miserias de una aventura crítica, Buenos Aires, Herramienta, 2003; Derrida, J., Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo de duelo y la nueva Internacional, Madrid, Trotta, 1998. 4. Véase Bidet, J. y Kouvelakis, E. (eds.), Dictionnaire Marx contemporain, París, C. Presses Universitaires de France, 2001; Pendakis, A. et al. (eds.), Contemporary Marxist Theory. A Reader, Nueva York y Londres, Bloomsbury, 2014. 5. Véase, especialmente, Keucheyan, R., Hemisferio izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos, Madrid, Siglo XXI, 2013. 6. Véase Musto, M. (ed.), “Marx for Today”, en: Socialism and Democracy, Vol. 24, N° 3, noviembre de 2010. 7. Wallerstein, I., Impensar las ciencias sociales. Límites de los paradigmas decimonónicos, México, Siglo XXI, 1998, p. 194. 8. Para ampliar, véase Anderson, K. B., “Marx en los márgenes del capitalismo. Entrevista a Kevin Anderson”, en: IdZ 32, agosto 2016. 9. Véase Trotsky, L., La revolución traicionada y otros escritos, Buenos Aires, IPS-CEIP “León Trotsky”, 2014. 10. Véase Del Río, E., El diablo se llama Trotsky, Barcelona, Grijalbo, 1981. 11. Véase Barot, E., “Por un nuevo curso del comunismo revolucionario”, en IdZ 1, julio 2013. 12. Ídem.
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Fotomontaje: Natalia Rizzo
Reseña de Naturaleza y forma del Estado capitalista. Análisis marxistas contemporáneos
La democracia y su secreto Gastón Gutiérrez Comité de redacción. Paula Varela Politóloga, docente UBA.
“La república democrática es la mejor envoltura del capital”. Lenin Naturaleza y forma del Estado capitalista1, de Antoine Artous, Tran Hai Hac, José Luis Solís González y Pierre Salama, sale al público en medio del retorno de los debates acerca del Estado, que alcanza nuevos niveles, con la crisis europea y la emergencia de nuevos neo-reformismos2. Aunque el libro no desenvuelve el aspecto estratégico de estos debates, sino que está estrictamente enfocado
como un libro de discusiones teóricas, constituye un material interesante para la reflexión sobre la relación entre capitalismo y democracia. Sus ensayos buscan establecer los principales problemas y consecuencias de la ausencia de una teoría del Estado en El capital de Marx y desenvuelven la argumentación en el campo de debates de la escuela marxista derivacionista del Estado3.
Una relación de “soberanía y dependencia” La voz cantante la tiene Antoine Artous4, autor del prólogo y de un artículo. Agrupando
argumentos ya desarrollados en su tesis doctoral5, Artous señala que el punto de partida del libro es la ausencia de una teoría del Estado en El Capital de Marx. Como se sabe, en los planes de El Capital el capítulo sobre el Estado (así como el del mercado mundial) no fueron abordados ni siquiera en los borradores publicados póstumamente por Engels6. Este vacío fue “llenado” de distintas formas: algunos apelaron a los textos de juventud (en especial Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, La cuestión judía y La ideología alemana); otros pusieron el acento en los textos »
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“históricos” (El 18 Brumario, La lucha de clases en Francia y La guerra civil en Francia); y unos terceros tomaron El Anti-Dühring y El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels como los textos fundamentales. La discusión que quiere introducir Artous no reside en establecer si estos textos dispersos constituyen o no una teoría del Estado en Marx (discusión sobre la que hay abundante bibliografía), sino señalar que en ese conjunto heterogéneo falta lo esencial: una conceptualización del Estado enmarcada en el desarrollo teórico de Marx en El Capital. Más aún, a esa “falta” se contrapone el despliegue de una lectura trans-histórica sobre el Estado de clase que Artous ve desarrollada ya por Engels en El origen de la familia… y, a partir de allí, en varios otros autores. De este modo queda delimitado el debate a un campo cuyos extremos son “una teoría trans-histórica del Estado de clase” vs. “una teoría histórica del Estado capitalista”. En el marco de esas aguas, se mueven las polémicas y los argumentos. Contra Engels (a quien no deja de reconocerle muchos méritos), la crítica reside en no captar la especificidad de la democracia moderna proyectando la existencia de un Estado político separado en la democracia griega donde el mismo Marx señala que “la ciudad se confundía con el Estado”. A Weber y las teorías sociológicas del Estado (entre las que critica, con especial encono, la de Pierre Bourdieu), les critica una “sociogénesis” lineal que explica el surgimiento del Estado a partir del desarrollo de un grupo social: los funcionarios (o burocracia). A Poulantzas le reclama no atender a la relación mercantil y posar la mirada solamente en el ámbito de la producción y deducir de ahí que el “despotismo de fábrica” conduce a un “Estado déspota”. Ante esta madeja, Artous retoma las preguntas que en la década del ‘20 se hacía el jurista soviético Evgueny Pasukanis: ...¿por qué la dominación de clase no continua siendo lo que es, a saber, la sumisión de una parte de la población por otra? […] ¿Por qué (…) el aparato de coacción estatal no se constituye como aparato privado de la clase dominante? ¿Por qué se separa aquél de esta última y reviste la forma de un aparato de poder público, separado de la sociedad?7
entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos (…) donde encontraremos el secreto más íntimo, el fundamento oculto de toda la estructura social, y por consiguiente también de la forma política que presenta la relación de soberanía y dependencia, en suma, de la forma específica del estado existente en cada caso’ (Marx, 1990, III: 1007 [MEW, 25: 800]). El Estado no es, por lo tanto, una sustancia transhistórica. Es el efecto de una relación –en este caso de soberanía y dependencia– que toma forma dentro de una relación de producción específica, determinando su forma particular8.
Las contribuciones previas (o históricas) de Marx pueden ser ensambladas para dar cuenta de la forma del Estado, inscribiéndolas en esta lógica de “derivación” desde las relaciones sociales capitalistas. Entre ellas, los análisis sobre la separación entre lo público y lo privado en el Estado moderno, otorgando especial importancia al análisis de “la política moderna como abstracción” en los textos de juventud y su relación con la constitución de un “Estado político separado”. Pero también la articulación contradictoria entre “trabajador libre” y “despotismo de fábrica” que caracteriza la relación de desposesión de los productores con respecto a los medios de producción. En este nuevo nivel, el análisis de este momento constitutivo de las relaciones de “soberanía y dependencia” que caracterizan el modo de producción capitalista permite explicar en dónde reside el secreto de la ciudadanía democrática como forma de sujeción. La síntesis que realiza Artous se complementa con cada uno de los ensayos del libro. Train Hai Hac expone la presencia del Estado en la determinación del “equivalente general” en el intercambio de mercancías y su lugar constitutivo de la relación salarial. Siguiendo con detenimiento las primeras secciones de El Capital, propone una interpretación de cómo “derivar lógicamente” el Estado en distintos niveles de abstracción. Así, en la relación mercantil el Estado aparece como constitutivo de la posibilidad de establecer un equivalente general y “sancionar” legalmente el dinero. Y, del lado de la producción, el Estado aparece como constitutivo de la relación salarial:
Para responder estas preguntas, Artous recupera los debates sobre la “derivación” del Estado de las relaciones sociales capitalistas, y es, de la mano del Tomo III de El Capital, que abrirá el camino de su método y su argumentación:
...el Estado se revela como una relación social constitutiva de la relación salarial, que se encuentra estructurada lateralmente por la relación entre las clases sociales; y verticalmente por la relación de las clases sociales con el Estado expresada en el régimen salarial y la política social9.
Este pasaje es el único de El Capital donde se encuentra una definición general del Estado: ‘En todos los casos es la relación directa
Se configura una estructura doble, horizontal (mercantil) y vertical (con el Estado). El enfoque de Tran Hai Hac es por demás
sugerente y tiene la precaución de ubicarse en un plano de abstracción que no confunde las determinaciones lógicas con las históricas. A la vez explicita una meritoria distinción entre “naturaleza” de clase del Estado y “forma” del Estado, la cual a su vez debe ser distinguida de las formas concretas (regímenes) que adopta el Estado capitalista. José Luis Solís González apunta, en su contribución, a reponer el debate alemán sobre el derivacionismo, enumerando las distintas formas de “derivar” el Estado. En ese marco señala, para diferenciarse de otras vertientes derivacionistas, la necesidad de que la teoría restablezca la importancia de la lucha de clases en la determinación de la copresencia de la acumulación y del Estado. Pierre Salama dedica su artículo al análisis de las particularidades de los países latinoamericanos, haciendo hincapié en dos pilares para entender la forma y evolución de los Estados en estas latitudes y para entender también el imperialismo como forma de relación entre el centro y la periferia10. En primer lugar, la importancia de definir las relaciones entre los Estados como relaciones también entre clases. En segundo, la de situar (en el marco de estas relaciones) el papel jugado por la crisis del ‘30, y la especial dinámica entre el Estado y la constitución de la burguesía en la periferia (dinámica que, como indica el propio Salama, Trotsky ya había señalado a en la primera mitad del siglo XX). A diferencia de lo que sucede en los países del centro, las “formas fenoménicas” (regímenes políticos) que asumen los Estados en latinoamérica son inescindibles de su carácter periférico en la medida en que el modo en que se difunden sus relaciones mercantiles y capitalistas, también lo es.
Algunas consideraciones críticas La pretensión teórica principal de los autores del libro es establecer el lugar del Estado atendiendo a diferentes niveles de abstracción, siguiendo en esto a la teoría crítica de Marx. El mérito que tiene este procedimiento es que una serie de postulados, como una lectura mecánica de la imagen topológica estructura-superestructura, o visiones estructuralistas de la “autonomía de la política”, pueden ser sometidos a crítica. Ni hablar de la futilidad de las teorías posmarxistas a lo Laclau. Pero una valoración crítica del libro debería ser capaz de establecer si este objetivo es resuelto satisfactoriamente. Para esto, y a riesgo de ser esquemáticos, proponemos distinguir tres niveles de abstracción involucrados en la definición del Estado. El primero es el nivel más abstracto en el que se juega la naturaleza de clase del Estado, y que puede determinarse a partir de considerar la división social del trabajo y la lucha por el excedente social. Esto permite analizar
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las distintas formas estatales determinadas por la lucha de clases en diferentes periodos de la historia de los modos de producción. Sin negar del todo este nivel de análisis, los autores del libro señalan que el peligro de este enfoque histórico-genético (que ven más propio del libro de Engels) reside en abrir la puerta a la indiferenciación entre las distintas formas del Estado y por ende, subvaluar la especificidad del Estado moderno en relación con las formas específicas de explotación del capitalismo. Esa indiferenciación se mostraría en la analogía de Engels entre la democracia capitalista y la ateniense. La crítica a la proyección de características propias de un Estado en otro apunta, con buen tino, a destacar la diferente relación entre economía y política en la modernidad capitalista respecto de las formaciones pre-capitalistas. Sin embargo, no puede dejarse de lado que esta teoría sobre el Estado basada en la lucha de clases permite dar cuenta, nada más y nada menos, que del origen histórico del Estado y de la relación necesaria entre Estado y enfrentamiento de clases, y, por ende, del elemento coercitivo inherente a cualquier definición del Estado (aunque esto no alcance para dar cuenta de la especificidad del Estado moderno capitalista). Esto nos conduce al segundo nivel de abstracción. Más específico, éste se corresponde con el predominio de las relaciones capitalistas de producción e intercambio (la generalización de la que habla Marx) y el ascenso del poder de clase de la burguesía. Es aquí donde, para los autores del libro, se juega la teoría marxista del Estado: en la capacidad o no de abordar las especificidades que este Estado adopta en el “mundo encantado de las mercancías”. Artous y Salama señalan, siguiendo a Marx, que “la lógica prima sobre la historia” a la hora de definir teóricamente el estatuto de la forma específica del Estado capitalista. Ciertamente en este nivel de abstracción la naturaleza de clase (capitalista) del Estado y la forma específica (democracia) que adopta pueden ser inicialmente derivadas del análisis de la relación mercantil y de las particularidades de la relación salarial. En este punto su consideración es correcta. Sin embargo tiene el peligro de ser unilateral. La aparición en el análisis de relaciones de “soberanía y dependencia” puede quedar en un nivel de abstracción que no alcanza a determinar el conjunto del despliegue de la “forma” Estado y, por lo tanto, no establece una relación adecuada entre la “lógica” y la “historia”. Difícilmente esta reconstrucción de la teoría del Estado capitalista a partir de una derivación directa de las características de la generalización de la relación mercantil resuelva lo que Marx tenía en mente en el capítulo no realizado de El Capital. De hecho, Marx señalaba cómo en el Tomo I de su libro podían encontrarse muchos
elementos, “a excepción quizás de la relación entre las diversas formas de Estado y las diferentes estructuras económicas de la sociedad”11. En este punto hay que establecer los límites de una “derivación” excesivamente directa. La articulación de este nivel del Estado, llamémoslo “derivacionista”, con la historia efectiva es un problema que hay que situar en el cruce entre la lucha de clases y la acumulación de capital (y la lucha entre capitales) en cada periodo histórico. Al mismo tiempo esto es esencial para entender la deriva de la “mejor envoltura del capital”, es decir de la “forma” democrática del Estado. Esto nos conduce al tercer nivel de abstracción (o concreción) de este problema. La visión expuesta en el libro capta la especificidad de la forma Estado (la democracia) y permite evitar una visión superficial que la reduzca a mera “ilusión”. No conviene obviar la objetividad de esta relación social, dada la continua reaparición de este mecanismo de dominación de clases. Sin embargo en el libro se atiende demasiado poco a la crisis de esta forma. Es en las crisis y en las formas “excepcionales” de dominación de clase donde la teoría debe mostrar su plasticidad para permitir dar cuenta del despliegue último de la “forma Estado”. En este sentido, el tercer nivel de abstracción reconduce al primero porque son las contradicciones que se despliegan en el desenvolvimiento concreto de las relaciones sociales que sostienen la forma democracia (al igual que sucede con la forma mercancía), las que producen regímenes políticos (formas fenoménicas particulares) en los que se vuelve manifiesto el Estado como aparato coercitivo de la dominación de clases. Es en las crisis de la economía capitalista y los auges de la lucha de clases, donde las relaciones de “soberanía y dependencia” se ponen a prueba, y asistimos a todo tipo de cuestionamientos de la “naturalidad” de las leyes del mercado, de la autoridad del capitalista en el régimen de producción y por lo tanto de las limitaciones de la ciudadanía democrática. La separación entre economía y política inherente al capitalismo se trastoca, la economía se politiza y la política adquiere contornos de clase. Conviene tener esto en cuenta para interpretar los agudos elementos de la crisis europea actual. En la historia del capitalismo la dominación burguesa alternó periodos de estabilización y democracia con otros en los que apeló a soluciones de fuerza (bonapartismos, fascismos, dictaduras). Un análisis de una crisis de este tipo la tenemos en los escritos de Marx sobre el bonapartismo en Francia (un concepto que Engels extiende hacia otros fenómenos históricos como el bismarckismo y el boulangismo) en los que subyacen dos ideas que estamos obligados a reconsiderar para una época imperialista: la debilidad de la burguesía (en este caso francesa) y la
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aparición de un periodo de crisis de acumulación prolongada que daban lugar a la crisis de la “forma” democrática. El bonapartismo, como fortalecimiento del poder ejecutivo, y la posterior crisis del Estado (llamado “imperialista” por Marx) fue la “forma” última de cuyas grietas emergió nada menos que la Comuna de París. Este elemento de la teoría del Estado está casi ausente de reflexión en el libro. Una debilidad notoria teniendo en cuenta, por un lado, que en el propio análisis que desarrolla Marx en El Capital (base del derivacionismo), las contradicciones y la crisis no son un factor externo o exógeno al despliegue de la forma mercancía sino que por el contrario forman parte de su desenvolvimiento. Por otro, que es el propio Artous quien ha destacado los análisis de Trotsky sobre el bonapartismo y ha definido sus conceptualizaciones sobre el Estado fascista como una teoría que no tiene parangón. Pareciera que estas apreciaciones estuvieran encerradas en el campo de los regímenes políticos, como si éste fuera escindible del de la teoría del Estado moderno. Es decir, como si los niveles de abstracción presentaran fronteras entre sí.
1. Ediciones Herramienta, Buenos Aires, 2016, traducción de libro homónimo publicado en Francia en 2015. 2. “Poulantzas: la estrategia de la izquierda hacia el Estado”, Paula Varela y Gastón Gutiérrez, IdZ 17 y Gutiérrez, Gastón, y Varela, Paula, “Poulantzas, la democracia y el socialismo”, IdZ 19, mayo 2015. 3. Alberto Bonnet “Estado y Capital. Los debates sobre la derivación y la reformulación del Estado”, en M. Thwaites Rey (comp.): Estado y Marxismo. Un siglo y medio de debates, Bs. As., Prometeo, 2007. 4. Antoine Artous, histórico militante y teórico de la ex LCR francesa, actualmente miembro de la redacción de la revista Contretemps. Para una polémica con sus conceptualizaciones, véase “La LCR y el despotismo de fábrica”, en C. Cinatti, “La actualidad de Trotsky frente a las nuevas (y viejas) controversias sobre la transición al socialismo”, revista Estrategia Internacional 22, Noviembre 2005. 5. Publicada como libro bajo el título Marx, el Estado y la política, Barcelona, Editorial Sylone, 2016. 6. R. Rosdolsky, Génesis y estructura de El capital de Marx, México, Siglo XXI editores, 1985. 7. Pasukanis citado en Artous, pp. 21-22. 8. Ídem. 9. Ibídem, p. 73. 10. A partir de la evolución de la forma de ciertos Estados de los países emergentes, Salama considera que es posible aplicar la categoría de relaciones de tipo imperialista a aquellas que se dan entre distintos países de la periferia. Aquí acuerda, por ejemplo, con el concepto de “subimperialismo” de Ruy Mauro Marini en referencia a Brasil. 11. Artous, ob. cit, p. 274.
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Entrevista a Carlos Gamerro
La cancha marcada de la literatura argentina Fotografía: Fernando Lendoiro
Recorremos con el escritor, ensayista y traductor Carlos Gamerro buena parte de la historia de nuestra literatura a partir de su ensayo Facundo o Martín Fierro: las dicotomías que persisten y las alternativas, las lecturas actuales de Borges, la relación con Latinoamérica, el mercado editorial y las nuevas narrativas fueron algunos de sus ejes. IdZ: Partís de algo dicho por Borges: que si el “libro nacional” hubiera sido Facundo y no Martín Fierro, hubiéramos sido más felices. Y proponés imaginar que efectivamente la literatura tiene ese poder de configurar la realidad a partir de la forja de “imaginarios sociales” que trabajan en nuestra historia. ¿Sigue cumpliendo la literatura ese rol? Creo que más que nunca antes la realidad se va configurando a través de representaciones, por decirlo con un término muy general. Quizás en la era de cine, la televisión, la radio, internet, la realidad virtual (eso se hace tan evidente que ya parece una perogrullada), es que podemos volver la mirada hacia la literatura y ver cómo estuvo en el origen de todo eso, no solo desde el siglo XIX argentino sino por lo menos desde el comienzo de la literatura occidental. Al mismo tiempo, parecería
que la literatura estrictamente hablando perdió terreno frente a todos estos discursos o modos de construir la realidad. De hecho una inquietud que me llevó a escribir este libro fue la comprobación de que en los debates sobre la historia, sobre la política, sobre el proyecto de país, o incluso la construcción de las subjetividades más a nivel individual, la literatura fue olvidada, ya no era imprescindible a la hora de plantear estas discusiones. Y yendo hacia atrás en el tiempo, en los comienzos de nuestra literatura, se ve todo lo contrario: no se concibe pensar el país o intervenir en política si no es a través de la literatura. Quizás un sueño con este libro era recordarle a quienes entablan estas discusiones en todos los ámbitos –el periodismo, la televisión, las redes, o incluso los psicoanalistas–, que la literatura sigue diciendo cosas que no dice
ningún otro discurso, que sigue siendo capaz de elaboraciones que no son reemplazables. Cuando se dice “la literatura ya no importa porque los políticos no leen, la gente no lee”… Bueno, lo de que los políticos no leen es bastante evidente… y soy escéptico del lema de la Feria del Libro “del autor al lector”, creo que el libro no es solamente del autor al lector, creo que hay cadenas mucho más largas. Si querés medirlo por las cifras de venta de las obras literarias tendrías que pensar que el lugar de la literatura es insignificante. Pero el tema es no tanto cuántos leen sino quiénes leen, yo creo que muchos de los llamados formadores de opinión, constructores de subjetividad, o como quieras llamarlos, leen: el libro es leído por un periodista, por un psicoanalista, por un director de cine, que a su vez va a crear otro discurso y va a difundir esas ideas
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o las va a transformar, pero muchas veces las formas originales de construir maneras de pensar, de sentir, de ver, si remontamos la cadena discursiva, vamos a llegar a la literatura, y en ese sentido, su potencia es menos visible pero no está menos presente. IdZ: En el libro proponés una historia de la literatura marcada por dicotomías, y que el Facundo parece encasillado en un lado de esa dicotomía mientras que Martín Fierro permitió lecturas de uno y otro bando, lo que parece haber sido la clave de su éxito. Sin embargo decís que la caída de Facundo no es sin una venganza porque impuso sus reglas. ¿Cuáles serían? Usando una metáfora de otro terreno, el Facundo marca la cancha: el trazado del campo de batalla, cuáles son los contendientes y cuáles son las reglas de la contienda, claramente lo marca el Facundo. Tanto es así que cuando José Hernández intenta terciar en la disputa se encuentra atrapado en las dicotomías que crea Sarmiento. Por ejemplo, uno puede ver cómo en la primera parte del Martín Fierro, todavía un texto de más enfrentamiento, de batalla con el ala más liberal, más europeísta del gobierno, hay una postura más anarquista antiestatal liberal, hay una defensa del gaucho, de la opción por la ilegalidad; es un José Hernández que todavía apuesta a los caudillos como factor de poder. Sin embargo, ya la condena de la barbarie o el salvajismo representado por el indio es completa. En una forma un poco simple: José Hernández entrega al indio para salvar al gaucho... Si uno cree que la realidad es como la pintaba Martín Fierro parecía haber una enemistad irrevocable entre gauchos e indios, pero si uno lee otros autores, sin ir más lejos Mansilla, ve que había una zona de alianzas. De hecho el final del Martín Fierro parecería ajustar esa alianza: Fierro y Cruz se van hacia los indios, que se presentan como un terreno utópico de libertad, donde el gaucho puede vivir fuera de la ley –que es el enemigo– y fuera del control del Estado. Y después José Hernández se da cuenta de que ese pacto no existe, y termina no solo profundizando la condena del indio que en la segunda parte, “la vuelta” del Martín Fierro, es brutal, sino también admitiendo que el gaucho libre, bárbaro o que se sustrae a la ley y al poder del Estado ya es imposible, y lo trae de vuelta para que se haga obediente, buen ciudadano o, dicho en términos más simples, peón. Pero al mismo tiempo eso convierte al Martín Fierro en un texto donde la dicotomía civilización/ barbarie es interna al mismo texto: “la ida” y “la vuelta” están enfrentadas una con otra. Por eso planteo que en realidad la dicotomía que construye Borges tiene que ver
con el momento político en que está hablando: por un lado es una simplificación, porque pareciera que el Martín Fierro implica de alguna manera una defensa de la barbarie cuando el Martín Fierro es las dos cosas. Y por otra parte es una traición que Borges hace de su propia lectura, porque el de los años ‘20 y ‘30 sobre todo destaca el aspecto más bárbaro y libertario de Martín Fierro, pero después eso se lo apropian los peronistas y… ya no. IdZ: Acabás de publicar otro libro, Borges y los clásicos. ¿Creés que hay una relectura de Borges en los últimos años? Pensando no solo por el aniversario reciente, sino en que con un gobierno peronista hubo reivindicaciones de Horacio González debatiendo con Feinmann, por ejemplo, o en el programa de Piglia en la TV Pública. ¿Hay un cambio definitivo o es una especie de ciclo Borges? Creo que en todo caso con Borges hay una dialéctica más que un vaivén dicotómico, y hay una etapa que ya está superada. Sí, durante el período kirchnerista hubo lecturas que tuvieron bastante de recuperar ciertas figuras, de Jauretche o el revisionismo, y muchas de las líneas del populismo o nacionalismo peronista, y al mismo tiempo a Borges se lo consagra desde ahí; creo que en eso Borges pasó la prueba. Por un lado se da algo que le pasa a muchos autores: pasó con Joyce en Irlanda en los años ‘60, se lo atacaba porque no era lo suficientemente irlandés; después cuando los irlandeses van por el mundo y todo el mundo los conoce por Joyce y les preguntan sobre Joyce, llega un momento que dicen “y bué... qué va a ser”. Una vez estaba en un programa radial escuchado por simpatizantes del gobierno de Kirchner hablando de Borges y trataba de explicar por qué era tan valioso para los peronistas y no peronistas, los nacionalistas o no... y un oyente al final del programa llama y dice “bueno, finalmente Borges es el escritor de ellos”. Y yo digo: si vos se los regalás, les estás haciendo el mejor regalo... Si estás en contra de ellos y les querés dar batalla, lo peor que podés hacer en el plano literario cultural es regalarles a Borges. Porque aparte no es tan simple Borges: claramente su frontera absoluta para todo –cultural, político, ético– es el peronismo. Ahí hay un punto fijo alrededor de lo cual gira todo lo demás, que es su gorilismo. Pero en buena medida, el camino que recorre la literatura, la cultura, el pensamiento argentino para llegar al peronismo, fue un camino que recorrió Borges. Claro, cuando se dio cuenta que eso había llevado al peronismo hace un mea culpa o revisión, entre ellas esta frase famosa que yo uso donde Borges está renegando de
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sus propias lecturas rebarbarizadoras, criollistas, nacionalistas. Y hay libros recientes como el de Norberto Galasso Jorge Luis Borges, un intelectual en el laberinto semicolonial, que parte de una premisa a mi entender totalmente errada: que la obra que justifica a Borges, lo mejor de Borges, es esa etapa criollista inicial entre los años ‘20 y ‘30, y que después se entrega al imperialismo, al mercado, a la oligarquía, y escribe los cuentos esos absolutamente artificiosos. Pero construye un Borges totalmente apetecible para el pensamiento nacionalista, populista, antiliberal, antiimperialista de la primera etapa; eso también me parece muy significativo. Y cuando critica a Borges, en realidad más que atacarlo lo disculpa, dice: “bueno, en el medio en el que se movía, con esa madre, con Bioy Casares, pobre Borges...”. IdZ: Una teoría del cerco para Borges… Exacto. Ya eso quiere decir claramente “Borges es intocable, tenemos que tratar de construir un Borges compatible con nuestras posturas, para no regalárselos”. Pero los homenajes a Borges en todos los planos institucionales y estatales, internacionales, son constantes. Me parece bien porque las posturas de los años ‘60 y ‘70 ya estaban totalmente superadas. IdZ: La TV pública elige a Piglia, que es una figura no vista ni como peronista ni como gorila… No es peronista, pero hay una categoría que uso más de una vez en el Facundo o Martín Fierro... es peronista friendly, y el kirchnersimo maneja mucho esa categoría, que justamente el peronismo de los años ‘60 y ‘70 no: o eras peronista o no. IdZ: Decís en el libro que la crítica literaria argentina peca de argentinismo porque se analiza concentrada sobre sí misma o en relación a literaturas europeas, y no con Latinoamérica. ¿Qué se habría perdido detectar la crítica por ello? Es un terreno donde hay mucho para decir. Lo primero que tengo que hacer lamentablemente es un mea culpa porque me hubiera gustado que Facundo o Martín Fierro lo tuviera –quizás es otro libro–. Poner eso fue un poco decir “a ver si alguien toma la posta y escribe este libro”, una lectura de la literatura argentina en el contexto de la literatura latinoamericana. Creo que en buena medida es una de las herencias pesadas, que tendríamos que revisar, de Borges. Borges lee la literatura argentina exclusivamente en términos o de sí misma o de las literaturas europeas, o estadounidense, o de la China o de la India, pero » de Latinoamérica no.
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Para mí los momentos en que entró la literatura latinoamericana fueron muy productivos. Por mencionar un momento para mí significativo: ¿por qué la gauchesca construye siempre como enemigo al juez, al comandante militar, a la ley, y nunca al patrón, al estanciero? ¿Y cómo me di cuenta de eso? Leyendo a la par de la literatura mexicana, donde ahí sí, porque tuvieron la Revolución, siempre el malo es el patrón y alrededor de él se ordenan los jueces, la Policía, el Ejército. Acá pareciera que justamente en la gauchesca siempre viene la ley a romper la armonía entre patrón y gaucho, entre patrón y peón, que es una especie de idilio feudal. ¿De dónde sale eso? De que todos los que escribieron gauchesca eran estancieros. IdZ: Conciliación de clases, rascás un poco y son todos peronistas… Y por eso la gauchesca es peronista friendly, por eso Borges cuando hace esa lectura retrospectiva de la literatura y la política argentina a partir del peronismo dice que si José Hernández hubiera vivido hoy sería un peronista más, y Martín Fierro peronista avant la lettre. Otro ejemplo: siempre me interesó el género de novelas latinoamericanas de dictadores. Y de repente leyendo a Carpentier, que hace dentro de la novela una especie de genealogía de novelas de dictadores, hace arrancar el género desde “El matadero” de Echeverría. ¿Cómo no se me había ocurrido? Claro, nosotros empezamos con toda la novelística contra Rosas. Y ahí es donde tomo conciencia de qué poco latinoamericanos somos. Salvo un momento de los años ’60-‘70, con el boom y todo un intento de una construcción política de una entidad llamada Latinoamérica. Deben tener también que ver las cuestiones de circulación de dinero: a los escritores argentinos nos invitan desde Estados Unidos o de Francia o de Alemania, difícilmente de otros países latinoamericanos porque no tienen un peso, entonces no se crean contactos, redes. IdZ: A pesar de que todos recibimos los libros desde España… El mercado editorial es borbónico. El libro para llegar de Buenos Aires a Montevideo tiene que pasar por Madrid o Barcelona. No el libro físico, pero sí el movimiento del mercado editorial. No hay circulación transversal. Pero volviendo, quizás David Viñas era alguien que pensaba más en términos de literatura latinoamericana, pero creo que es la excepción. Ahora estoy leyendo, para un proyecto nuevo, sobre la exposición internacional de París, donde se construye la Torre Eiffel y la Argentina construye un pabellón rodeado de pabellones de otros países latinoamericanos. El encargado de todo eso era Cambaceres, y cuando los franceses proponen que todos los
países latinoamericanos estén en un pabellón latinoamericano, Cambaceres y los argentinos ponen el grito en el cielo. Así que eso viene de largo y no da señales de cambio. Hubo un momento que pareció que podía modificarse, en los años ‘60-‘70 claramente, y ahora volvimos a una literatura argentina que es bastante o autosuficiente o relacionada con Europa o Estados Unidos. Que no está mal en sí, pero muchas cosas que son comunes en Latinoamérica, o diferentes, no las percibimos. Incluso no solo por lo que no leemos sino, como contaba, porque leemos esas novelas de dictadores y no las conectamos. IdZ: Hablando de la literatura contemporánea, ¿considerás que en estos y otros temas hay una nueva generación de narradores con características distintivas, o es más un recurso de marketing editorial? Yo soy parte interesada, porque si te digo que no hay nada nuevo quiere decir que todo lo que hice en ficción son meros refritos. Cuando empiezo a trabajar con las novelas, sobre todo en Las islas –si hay ruptura e innovación se los dejo para los historiadores y los críticos–, sí sentía que estaba avanzando en un terreno más o menos nuevo y explorando formas nuevas de pensar. Podía en todo caso buscar ciertos apoyos en algunos autores de la generación anterior, como Puig por ejemplo, que me interesa justamente, y lo desarrollo un poco en Facundo o Martín Fierro, porque veo un autor que en los años ‘70, paralelamente a los hechos mismos, está haciendo una literatura política nueva, que ya no pertenece al paradigma de ese momento. Yo creo que en la simplificación, que yo nunca me tragué –de hecho considero que hago literatura política–, es que hay un modelo de esa literatura que representa magistralmente Rodolfo Walsh, que efectivamente no se puede seguir haciendo en los ‘80 o en los ‘90; entre otras cosas por la concepción del lugar de la política y su utilidad, su función. Si la literatura se justifica en última instancia porque colabora en la tarea de hacer la revolución, y si el horizonte de hacer la revolución después de la dictadura y en los años ‘90 parece bastante lejano, entonces esa literatura evidentemente no tendría sentido. Pero me parece que lo que hace Puig es algo fuertemente político, y no solo en el sentido de “nuevas políticas” como cuestiones de géneros o sexualidad, sino también en un sentido tradicional. Pone en juego toda una discusión sobre el peronismo, la izquierda, la lucha armada: El beso de la mujer araña, Pubis angelical. Me parece que autores que trabajamos estas cuestiones políticas y del pasado más inmediato –Martín Kohan, Alan Pauls, Leopoldo Brizuela desde otro lugar–, estamos por lo menos intentando hacer cosas nuevas. Por
otra parte, la ruptura de la dictadura es tan masiva, tan abismal, que aunque quisiéramos no podríamos haber mantenido líneas de continuidad, fueron todas desaparecidas. Y después en la que podría ser una generación siguiente –yo me centro en Facundo o Martín Fierro en la producción de los hijos de los desaparecidos o de los militantes no necesariamente muertos o desaparecidos– claramente hay algo –es inevitable trabajar ahí al mismo tiempo literatura y cine–: Albertina Carri, Nicolás Prividera, Félix Bruzzone o Mariana Eva Pérez; hay algo nuevo no solo con respecto a la generación de sus padres, sino con respecto a los que somos una especie de generación intermedia. IdZ: Decís en el libro que ese tema está cerca de cumplir un ciclo, porque incluso ya no son solo familiares únicamente los que escriben sobre eso... Sí, ahí simplemente tomé nota y traté de leer la aparición de Una muchacha muy bella [de Julián López]: ¿qué pasa que de golpe aparece una novela que tiene todas las características del género salvo lo que parecía central y definitorio que era su origen en un sujeto que fuera efectivamente un familiar? Y lo comparo con lo que pasó con la gauchesca, que nunca fue escrita por gauchos pero sí por hombres que tenían experiencia directa de la vida en el campo y del trato con el gaucho, y el último es Güiraldes. Don Segundo Sombra es la última novela gauchesca que se legitima porque el autor sabe de lo que habla. Después de eso, ¿quién escribe gauchesca? Aira, Kohan, Bizzio, Guebel, y a ninguna persona se le va a ocurrir preguntarnos “¿Y vos cuándo domaste un potro?”. Y por otra parte, la escritura de Una muchacha muy bella es muy distinta, tiene algo manierista, muy estilizado, que tiene que ver me parece con el momento en que ya se está construyendo un género literario que se define únicamente por el tema y por la forma y no por una determinada condición de producción, de relación del sujeto con la experiencia. No quiere decir que esté agotado y que no puedan surgir otras cosas, pero también es cierto que después de Carri, Bruzzone y Mariana Eva Pérez la sensación que te da es que mucho shock ya no queda; la capacidad de sacralizar, de solemnizar toda esa temática ya fue llevada a cabo. También por eso me parece que no era predecible que apareciera una novela como Una muchacha muy bella, pero cuando aparece te da la sensación de que es una mirada que de alguna manera tiene algo de nostalgia, algo de sentimental, que tiene que ver con el agotamiento.
Entrevistaron: Ariane Díaz y Celeste Murillo.
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Una novela sobre la vida de Dimitri Shostakovich
Barnes y una reconstrucción que hace ruido
Ilustración: Hidra Cabero
Ariane Díaz Comité de redacción. Cuando abarco con mirada retrospectiva todo el siglo diecinueve de la cultura rusa –siglo quebrado, finito, irrepetible– que nadie se atreve ni debe repetir, quiero invocarlo como se invoca el buen tiempo, y veo en él la unidad de un frío desmesurado que ha soldado décadas en un solo día, en una sola noche, en profundo invierno donde el terrible sistema estatal es como un horno que llamea hielo. Osip Mandelstam, El rumor del tiempo (1925).
Avanzada la década de 1930, Trotsky hacía un balance de la política stalinista en La revolución traicionada donde definía la dramática situación del arte en estos términos: La vida del arte soviético es una especie de martirologio. Después del artículo consigna
de Pravda en contra del “formalismo”, se inicia entre los escritores, los pintores, los directores teatrales, y aun los cantantes de ópera, una epidemia de humillantes retractaciones. Uno tras otro se arrepienten de sus propios pecados del pasado, absteniéndose, por lo demás –por si acaso– de precisar lo que es el “formalismo”. […] Los juicios literarios se revisan en unas cuantas semanas, los manuales son corregidos. Las calles cambian de nombre y se levantan monumentos porque Stalin ha hecho una observación elogiosa sobre Maiakovsky. La impresión que una ópera produce a los altos dignatarios se transforma en una directiva para los compositores1.
El párrafo bien podría ser parte de la última novela de Julian Barnes El ruido del tiempo, al parecer titulada así en homenaje
al poeta soviético Osip Mandelstam, uno de cuyos libros de memorias lleva como título una variante acústica: El rumor del tiempo, y arranca también en una estación de trenes (decimos al parecer porque Barnes no lo ha especificado en el apéndice del libro donde cita sus fuentes). El libro de Barnes tiene como eje la vida de uno de los artistas que transitó la época revolucionaria, la consolidación del stalinismo y el proceso de desestalinización iniciado tras la muerte de Stalin: Shostakovich (19061975), el compositor y pianista genial que recibió del gobierno soviético tantas censuras y amenazas como premios y cargos, y que escapó de represalias mayores por una obra que no se ceñía a los parámetros del realismo socialista probablemente porque su fama mundial hizo que el stalinismo considerara mejor utilizarlo a su favor que liquidarlo. »
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Un artista desviado más Narrada en una tercera persona que se confunde con la primera –ya que el relato se compone básicamente de las reflexiones del músico–, la novela atraviesa décadas convulsionadas en lo político, lo social y lo personal siguiendo a un Shostakovich que, sin moverse de lugar, “Había nacido en San Petersburgo, empezó a crecer en Petrogrado y terminó de crecer en Leningrado”. Concentrado en su música (“el mundo se volvió comprensible para él” al sentarse al piano) más que interesado en las luchas políticas y los cambios sociales que abrió el proceso revolucionario, su vida no estará exenta de una serie de encontronazos con el régimen soviético que el narrador enumera como “Conversaciones con el Poder”. La idea de la “conversación” es irónica: el Poder es el que habla unilateralmente impartiendo directivas y amenazas; del lado del músico, la única respuesta posible parece ser la reflexión íntima que sobre el Poder va construyendo mientras acata para no poner en riesgo su vida y la de sus conocidos: En los viejos tiempos, un niño podía pagar por los pecados de su padre o hasta de su madre. Hoy día, en la sociedad más avanzada de la tierra, los padres podían pagar por los pecados del hijo, junto con tíos, tías, primos, parientes políticos, suegros, cuñados, colegas, amigos, e incluso el hombre que sin pensarlo te sonreía al salir del ascensor a las tres de la madrugada. El sistema de castigos había mejorado enormemente y era mucho más inclusivo de lo que solía ser.
Estas conversaciones podían darse cara a cara con alguno de sus enviados –a veces la policía política, otras un funcionario que le demanda declaraciones o un profesor que lo “instruye” en los preceptos del marxismo-leninismo oficial y hasta en una rara llamada telefónica del mismo Stalin–, o en forma pública, por ejemplo, a través de la prensa oficial, donde un elogio o una crítica podían definir literalmente la vida del artista. La novela arranca justamente con la publicación de una dura crítica a una de sus obras que supone escrita por el mismo Stalin –basado en la abundancia de errores ortográficos que contiene y que no habrían sido corregidos porque nadie se animada a enmendarlo siquiera en eso–, tras la cual el músico decide esperar sucesivas noches su detención en el rellano de su departamento, ya vestido y equipado, para evitar mayores problemas a su familia. Si Shostakovich sale indemne de esta
primera “conversación” en tiempos en que el arte se medía en los mismos términos que otras “categorías productivas” –“estableciendo normas y desviaciones de las mismas”–, es por motivos poco alentadores: al parecer el mismo funcionario que lo investigaba fue a su vez acusado y había desaparecido misteriosamente, dejando su caso pendiente. El panorama que observa el Shostakovich ficcional no parece estar muy alejado de lo que podría haber observado el real. Fueron no pocos los artistas que durante el stalinismo sufrieron, por sus “desviaciones” artísticas, similar destino que los opositores políticos al régimen fusilados o destinados a trabajos forzosos. En el libro se menciona una situación similar para con el cineasta Eisenstein; en otro artículo de esta revista tomamos ya el caso de Maiakovsky2. Podrían sumarse más nombres de todos los géneros y estilos: a Bulgakov, autor de una obra que para su desgracia era una de las preferidas de Stalin en su adaptación teatral, no se le permitía salir del país pero tampoco publicar por su trabajo satírico sobre la vida soviética, y después de recibir una llamada de Stalin dejó amargas cartas donde oscilaba entre la esperanza de que lo rehabilitaran para poder publicar y la desesperación por su penosa situación que no dejó de prolongarse3; Mandelstam, después de haber declamado frente a testigos un epigrama dedicado a Stalin4, fue condenado a un “castigo leve”: el campo de trabajos forzados, que no era la opción más drástica del momento –aunque terminaría muriendo en un campo similar tras otra detención–. Peor destino podemos suponer para quienes no eran tan reconocidos en la opinión pública.
La guerra y la paz El conocimiento público podía servir de resguardo al artista pero era también problemático, porque lo ponía en la mira del Poder tanto para enmendarlo como para utilizarlo para hacerse propaganda (lo mismo sucedía en otros terrenos como el deporte, según narra la novela). Esa “suerte” es la que va a tener el compositor, aunque la “rehabilitación” que se le otorgó no implicara que el pecado fuera borrado de los registros. A Shostakovich se lo requiere para propaganda durante la Segunda Guerra, período durante el cual produce gran parte de su obra y su sinfonía más famosa, la quinta, pero donde también debe leer discursos a favor del régimen que le escribían otros. Terminada la guerra se reinician los ataques contra su obra, aunque tras una llamada del mismo Stalin –que afirma que debe ser “un error” la censura de su obra–, Shostakovich
será elegido para representar a la URSS en una conferencia por la paz. Así es como viaja, bajo estricta vigilancia, a EE. UU. La trampa consiste esta vez en hacerlo hablar públicamente en contra de su admirado Stravinsky –que había emigrado de la URSS–, algo que para Shostakovich significa una capitulación en el terreno de aquello que había creído poder preservar del terror: la música. Resignándose una vez más, el compositor no deja de criticar duramente, siempre para sí, tanto al régimen como a aquellos opositores que desde la seguridad de no tener en la URSS seres queridos a los cuales proteger, le exigen una ruptura que no está en condiciones de sostener. Así fustiga por ejemplo a los intelectuales comunistas como Malraux, Rolland, Picasso o Shaw que defienden a la URSS callando lo que allí ocurría, pero también a los que diciéndolo, demandaban mártires: Se había visto obligado a enviar a Shaw la partitura de su séptima sinfonía. Debería haber añadido a su firma en la portada el número de campesinos que habían muerto de hambre mientras el dramaturgo se empapuzaba en Moscú. Después estaban los que comprendían un poco más, los que te apoyaban y a los que, sin embargo, al mismo tiempo decepcionabas. Que no habían captado el hecho más simple sobre la Unión Soviética: que aquí era imposible decir la verdad y seguir viviendo. Que se figuraban que sabían cómo operaba el Poder y querían que lo combatieses como creían que harían ellos en tu lugar. En otras palabras, querían tu sangre. Querían mártires para demostrar la maldad del régimen. Pero el mártir tenías que ser tú, no ellos.
Si no se mata entonces, reflexiona el músico, es porque sabe que en tiempos en que las fotos pueden modificarse para eliminar personajes indeseados o inventar circunstancias que no existieron, su propia historia sería reescrita por el Poder. El panorama no parece mejorar en el período de desestalinización tras la muerte de Stalin. Ya para entonces sus Conversaciones con el Poder, sin que al principio él lo reconociera, se volvieron más peligrosas para el alma. Antes habían puesto a prueba la magnitud de su valor; ahora sondeaban la magnitud de su cobardía.
Si ya no corría riesgo de muerte, sí podía ser aún rebajado un poco más: mientras una nueva revisión de una de sus obras prohibidas
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vuelve a arrojar resultados negativos, y aunque ahora lo eximan de soportar un profesor rojo, le exigen que se afilie al Partido para levantar el perfil de Nikita “El Mazorca” Jruschov, algo que hasta ese momento había logrado sortear. Después de una escasa resistencia que le permitía su reconocimiento, sus servicios prestados y el supuesto cambio de política, el compositor finalmente se afilia aunque se ausenta de la ceremonia donde con ese requisito le otorgarían un nuevo cargo oficial.
Historia y ficción A través de estos episodios, la novela dibuja un Shostakovich que, sometiéndose al Poder, es sin embargo, íntimamente, un disidente. Sus formas de resistencia a veces toman la forma de los “caprichos” de un genio artístico, como retirar sus obras pero no retractarse de ellas, dejar que un traductor continúe leyendo en público, sin su participación, un discurso que no fue escrito por él, o ausentarse de determinados eventos. Partícipe en los hechos del aparato cultural del régimen, el músico parece justificarse apelando a la figura de la ironía: La ironía, por tanto, viene a ser una defensa del ego y el alma; te deja respirar día tras día. Escribes en una carta que alguien es “una persona maravillosa” y el destinatario sabe que debe entender lo contrario. La ironía te permite imitar la jerga del Poder, leer discursos vacíos, escritos en tu nombre, lamentar seriamente la ausencia del retrato de Stalin en tu despacho mientras detrás de una puerta entornada tu mujer contiene una risa prohibida. […] Escribes un movimiento final para tu quinta sinfonía que equivale a pintar en un cadáver la sonrisa burlona de un payaso, y luego escuchas con la cara seria la respuesta del Poder: “Mira, ya ves que murió feliz, convencido de la victoria justificada e inevitable de la Revolución”. Y en parte creías que podrías sobrevivir mientras pudieras contar con la ironía.
Confiado en que “El arte es el susurro de la historia que se oye por encima del ruido del tiempo”, considera como su refugio y fuerte esa ironía que “podía facultarnos para preservar lo que valoramos, incluso cuando el ruido del tiempo se volvía tan fuerte que rompía cristales”. No es la primera vez que Barnes elige un personaje histórico como protagonista de sus novelas, como en El loro de Flaubert o El puercoespín. Las críticas al libro han
cuestionado la adecuación fáctica o la plausibilidad de lo narrado en la novela con lo que se conoce de la vida de Shostakovich, asunto sobre el que, por otro lado, no abunda la unanimidad. Cuando se publicó en inglés recibió por ejemplo críticas de dos historiadores de moda sobre la URSS, Sheila Fitzpatrick en London Review of Books y Orlando Figes en The New York Review of Books. Este último le cuestionó, ejemplificando con una escena que enmarca el relato y que no se adecuaría históricamente: Barnes asume el discernimiento de los pensamientos privados y las emociones de Shostakovich […] y nos pide que creamos que nos ha conducido dentro de su cabeza. Como lector de novelas puedo estar dispuesto a creerle, como historiador no5.
Barnes parece haber salido bien parado no solo porque el hecho cuestionado por Figes había tenido lugar, sino porque elige poner en juego una autonomía de la ficción que no necesariamente se opone a la verdad: “la verdad artística puede construir sobre la verdad histórica, y a veces lo bello es también verdad”, le responde Barnes6. De hecho, quizás anticipándose porque la figura de Shostakovich es suficientemente controvertida, Barnes pone en boca de su narrador una definición que bien podría atribuirse a su literatura: las múltiples versiones de una historia que pueden ser frustrantes para un biógrafo, pueden ser muy beneficiosas para un novelista. Quizás más productivo que verificar punto por punto los hechos históricos (aunque un libro que se presenta a sí mismo como documentado y consultado con especialistas en el tema no esté exento de una crítica del estilo) sea preguntarse en qué medida logra el novelista construir de forma estéticamente efectiva una “verdad ficcional” para su personaje. Ya en este sentido, muchos comentaristas se han preguntado si el recurso a la ironía no es una simple excusa. Porque incluso considerada sincera, ¿hasta dónde puede ser efectiva una ironía que el Poder no capta porque no tiene el “oído afinado” para ello, pero que tampoco captan el resto de sus contemporáneos durante décadas? La ironía, que como figura retórica explicita algo que es contrario a lo que realmente quiere afirmar, requiere que ese sustrato se reconozca a riesgo de ser tomada literalmente. Claro que la valentía o la cobardía del personaje puede ser materia opinable y una novela no tiene por qué postularse como un lugar para zanjar la cuestión. Mandelstam concluía
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su libro diciendo: “La fiera no puede sentir vergüenza de su cobertura de piel. La noche la guarneció y el invierno la vistió. La literatura es la fiera. La noche y el invierno son el peletero”. Lo valedero o no de los motivos de la fiera musical cercada por el peletero quedará a criterio del lector. La novela en este sentido presenta contradicciones que pueden ser su fuerte, porque aunque la voz del narrador parece abiertamente identificarse con las justificaciones que se da a sí mismo el músico, también parece vislumbrar por momentos los límites de ese refugio (quizás esa sea la función de la tercera persona que se confunde, pero no es, la primera): “no puedes firmar cartas tapándote la nariz al mismo tiempo o cruzando los dedos a la espalda, confiando en que otros adivinarán que no crees lo que firmas”, afirma por ejemplo. Incluso la cita a Mandelstam en el título, aunque no explicitada, podría tomarse como una contracara de Shostakovich: aquel que no pudo callarse y lo pagó caro, sin duda, aunque tampoco impidió que su arte trascienda. Sin embargo, a pesar de estas incursiones escasas que podrían complejizar el drama que Barnes propone, el problema es que el personaje que construye esta vez, a diferencia de otras de sus incursiones en figuras históricas, parece haber sido aplanado más que provisto de carnadura. Las relaciones con la madre, las mujeres, los hijos, sus colegas o su trabajo artístico concreto, salpican cada tanto las reflexiones sobre el Poder con apenas un carácter ilustrativo. El músico parece atravesar los miedos más terribles, los cambios más traumáticos y las penas más amargas, con aforismos que parecen más propios de un ensayo sobre el período que de las memorias o las reflexiones de quien tuvo esa experiencia. Así, aunque el autor logra mostrar un período del siglo XX donde también, como veía Mandelstam en el XIX, el sistema estatal “llamea hielo”, su protagonista no logra verosimilitud como termómetro de su tiempo.
1. Bs. As., CEIP-IPS, 2014, pp.161-2. 2. “Maiakovsky, el poeta agitador”, IdZ 25, noviembre 2015. 3. Bulgakov y Zamiatin, Cartas a Stalin, Madrid, Veintisiete Letras, 2010. 4. “Epigrama contra Stalin”, en Allen y Bernofsky (eds.), In Translation: Translators on Their Work and What It Means, New York, Columbia UP, 2013. 5. “The courage of the composer”, 26/05/2016. 6. “The triad on the platform”, 14/07/2016.
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