Ideas de izquierda 34, 2016

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ideas izquierda Revista de Política y Cultura

OCTUBRE2016

Del “Nac & Pop” al Mini Davos

pobres relatos realidades miserables Escriben: Christian Castillo, Eduardo Castilla, Pablo Anino, Esteban Mercatante, Gastón Gutiérrez y Paula Varela

Vigilar y castigar: El retorno del discurso de la inseguridad Opinan: Roberto Gargarella y Octavio Crivaro

PODEMOS Y EL “FENÓMENO CORBYN”: APUNTES SOBRE LA IZQUIERDA EUROPEA J. Martínez POBRES INCLUIDOS: POLÍTICAS SOCIALES DURANTE EL KIRCHNERISMO M. Mallardi y T. Seiffer LAS NEUROCIENCIAS COMO MARKETING POLÍTICO J. Duarte


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IDEAS DE IZQUIERDA

SUMARIO

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Ni “neoliberales” ni “populistas”: la importancia de las “Ideas de Izquierda”

Podemos y EL “fenómeno Corbyn”: apuntes sobre la izquierda europea

DE LOS PADRES PATRIARCAS Y EL PSICOANÁLISIS POR FIN CUESTIONADO

Christian Castillo

Josefina L. Martínez

Pablo Minini

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La ilusión macrista de la argentina competitiva

De vuelta a la estrategia

Entrevista a Eugenia Almeida

Pablo Anino y Eduardo Castilla

Matías Maiello

David Voloj y Laura Vilches

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El patrón don Carlos, ¿amigo del pueblo?

Repensar la condición obrera

RESEÑA de HISTORIA DEL PST, de Ricardo de Titto

Esteban Mercatante

Mariela Cambiasso

Daniel Lencina

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48 DECLARACIÓN DEL FRENTE DE IZQUIERDA Y DE LOS TRABAJADORES

las olas y el viento...

Marx y Los Hombres Libres de Jones

Paula Varela y Gastón Gutierrez

Paula Schaller

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VIGILAR Y CASTIGAR

Las Neurociencias como marketing político Juan Duarte

Inseguridad urbana: mentiras, omisiones y verdades Octavio Crivaro

“Hay que romper con la idea de que justicia=castigo=cárcel” Roberto Gargarella

20 POBRES INCLUÍDOS Trabajo y Familia Manuel Mallardi

Asistencia para todos Tamara Seiffer

STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri y Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Lucía Ortega, Azul Picón y Fernando Rosso.

COLABORAN EN ESTE NÚMERO Matías Maiello, Octavio Crivaro, Roberto Gargarella, Eugenia Almeida, Paula Schaller, Daniel Lencina, Eduardo Castilla, Pablo Anino, Pablo Minini, Laura Vilches, David Voloj, Manuel Mallardi, Tamara Seiffer, Hernán Mollo, Josefina L. Martínez, Mariela Cambiasso, Juliana Tonani, Mónica Arancibia, Victoria Sanchez.

EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo. PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com / Facebook: ideas.deizquierda Twitter: @ideasizquierda

Ilustración de tapa: Juan Atacho www.ideasdeizquierda.org Riobamba 144 - C.A.B.A. | CP: 1025 - 4951-5445 Distribuye en CABA y GBA Distriloberto - www.distriloberto.com.ar Sin Fin - distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.


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Ilustración: Juan Atacho

Ni “neoliberales” ni “populistas”

la importancia de las “Ideas de Izquierda” CHRISTIAN CASTILLO Sociólogo, dirigente nacional del PTS. Después de década y media de predominio de “la razón populista”, tras las crisis –catastróficas en algunos casos– en que terminaron las experiencias neoliberales de los ‘90, hoy es la “razón neoliberal” la que intenta volver a consolidarse en América del Sur. La irrupción de esta última no se está dando en forma abrupta, como fue a finales de los ‘80 y comienzos de los ‘90, con crisis hiperinflacionarias, y al calor del reforzamiento de la ofensiva neoliberal con la victoria estadounidense en la primera guerra de Irak y el avance

de la restauración capitalista en la Unión Soviética, China y los países de Europa del Este, sino en forma gradual, contemplando una relación de fuerzas que requiere de derrotas del movimiento de masas para ser revertida. El paso de gobiernos “de desvío” a gobiernos de gestión directa del gran capital no se ha dado producto de golpes estratégicos sufridos por la clase trabajadora, con lo cual esas batallas están por darse. Una hegemonía neoliberal como la que dominó en la década de los ‘90 es algo que estos gobiernos aún deben

construir, y no les será sencillo en un contexto de crisis capitalista internacional que se arrastra desde 2008. Los últimos acontecimientos que expresan el avance derechista fueron el triunfo del NO a los “Acuerdos de Paz” en el plebiscito colombiano y los resultados de las elecciones municipales en Brasil, donde salen fortalecidos los “tucanos” del PSDB1. En ambos casos, igualmente, debemos poner límites a una lectura impresionista de estos hechos. En Colombia, la propaganda derechista de Uribe y »


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POLÍTICA

sus amigos se vio favorecida por el descontento existente con las políticas antipopulares del gobierno de Santos, lo que explica en parte la muy amplia abstención (solo votó un 37 % del padrón). En Brasil, también fue histórica la abstención y fue mala la votación del partido del golpista Temer. A izquierda, la muy importante caída del PT tuvo una pequeña contratendencia en el muy buen resultado obtenido por la candidatura de Marcelo Freixo del PSOL� en Río de Janeiro. Más allá de su programa reformista, que no compartimos, su votación tendió a expresar la búsqueda de amplios sectores de masas de una salida independiente, tanto de la derecha golpista como del petismo. En nuestro país el “plan” macrista se encuentra empantanado: la economía sigue frenada, el blanqueo hasta ahora no despega y la anunciada lluvia de inversiones se sigue haciendo esperar. Producto de la resistencia de estos meses, que fue fragmentada gracias a la colaboración con el gobierno de la cúpula de la CGT, gran parte del ajuste es posible que sea postergado hasta después de las elecciones de 2017. Si bien la medida de recurrir al endeudamiento externo para cubrir el déficit fiscal (posible gracias a los “pagos seriales” realizados por los gobiernos kirchneristas) no es inocua, ya que nos hipoteca a futuro (y prepara nuevas crisis de deuda como las que hemos visto en el pasado); es también un reconocimiento por parte del gobierno de que ir más de frente contra el movimiento obrero puede llevar a un fracaso en toda la línea del experimento político que es el “gobierno de los CEOs”, como se expresó con los aumentos de las tarifas del gas, que debieron ser “recalculados”. En cierta medida se parece al “patear la pelota para adelante” que tanto utilizó el kirchnerismo en sus últimos años de gobierno. Mientras tanto, la prédica por lograr un “cambio cultural” que proclama el macrismo también tiene puntos de contacto con la “batalla cultural” que planteaba Carta Abierta, aunque uno busque desacreditar el “populismo” y la otra tenía como objeto enfrentar discursivamente “el neoliberalismo”. Al final, Durán Barba y el fallecido Laclau están más cerca de lo que parecen. Pero ya el kirchnerismo (y más en general, todo el “progresismo” latinoamericano) se enfrentó con los límites del credo posmarxista: no hay relato que sustituya la falta de “efectividades conducentes”, diría el General. Y no hay “timbreos” de funcionarios ni campaña de comunicación gubernamental que sustituya la desmejora en

las condiciones de vida del pueblo trabajador. No decimos esto porque profesemos un economismo ramplón y descreamos de la eficacia de la acción política para transformar la realidad. Todo lo contrario. Contra toda ilusión autonomista, como leninistas convencidos por la experiencia histórica, sabemos de la “autonomía relativa” que tiene la intervención política. Como decía Marx, somos los hombres y las mujeres los que hacemos la historia, aunque no en las condiciones elegidas por nosotros. Pero la acción política no se reduce al discurso electoral ni a un relato que pretenda dar sentido a una acción gubernamental. La política también es “economía concentrada”, como afirmaba el propio Lenin. Está inevitablemente condicionada por los intereses sociales que expresan los partidos y coaliciones. Las clases, fracciones de clase o coaliciones de clases que representan los distintos proyectos políticos.

De la ilusión kirchnerista a la ilusión macrista Las razones del fracaso del kirchnerismo (que en el ejercicio del gobierno aglutinó el aparato de poder que es el peronismo bajo conducción de su ala centroizquierdista) hay que buscarlas antes que nada en la imposibilidad de que la alianza de clases que expresaba pudiera revertir el atraso y la dependencia que caracterizan a la formación social Argentina en un mundo dominado por el capital imperialista. Su apuesta a que el proteccionismo estatal a una “burguesía nacional”, que siempre fue parasitaria, subordinando al movimiento obrero vía la burocracia sindical y conteniendo a los sectores más bajos del proletariado y al subproletariado vía los planes sociales, podía redundar en una suerte de círculo virtuoso de desarrollo, estaba condenada de antemano. Solo pudo crear una ilusión de cierto “progreso” luego de la gran catástrofe de 2001-2002 y en un contexto de altos precios de las materias primas exportadas por nuestro país, algo que también usufructuó el primer peronismo. Cuando se acabaron los tiempos del “win win” para las distintas fracciones de la burguesía (y la crisis con las patronales agrarias en 2008 fue un primer anuncio de esto, en consonancia con la caída de Lehman Brothers, que provocó el salto en la crisis capitalista internacional aún en curso) la inconsistencia de todo el “proyecto” quedó en evidencia. En este caso, la de un crecimiento industrial basado en una rama controlada completamente por las empresas multinacionales del sector, como la

automotriz, que opera con componentes importados en su gran mayoría (solo entre un 20 % y un 30 % de las piezas de los vehículos armados son producidas localmente) y que a medida que crece agrava la famosa “restricción externa” (se recaudan menos dólares por exportaciones de los que se requieren para conseguir las importaciones que demanda la industria). Esto se complementaba con el subsidio a sectores de burguesía “no monopolista” de baja productividad (abastecedores centralmente del mercado doméstico), con los negociados de la obra pública y con la ilusión de poder “controlar” a las multinacionales mediante distintas vías de intervención estatal. Tal fue el fracaso, que la esperanza final con la que empezó el segundo mandato de Cristina fue la salvación con Vaca Muerta y el negocio del shale oil y el shale gas, al servicio de lo cual se puso la retoma del Estado del 51 % de las acciones de YPF (con indemnización multimillonaria a Repsol incluida) y el entreguista acuerdo con Chevron, con contratos secretos firmados por empresas offshore especialmente creadas para la ocasión y todo. La baja de los precios del petróleo frustró ese proyecto que ahora busca revitalizar el macrismo. Basta escuchar los balbuceos de Axel Kicillof y sus funcionarios más cercanos cuando les preguntan en qué fracasaron a la luz del estancamiento en la proporción industrial dentro del PBI –que después de una leve mejora inicial quedó invariable durante el ciclo kirchnerista– para comprobar la inconsistencia de sus planteos pasados y presentes. Y conste que este fracaso se dio en un contexto donde se dieron todas las condiciones favorables que plantea la biblioteca “aldoferrerista” para aplicar una política de este tipo. El plan macrista no es menos ilusorio que el kirchnerista-peronista. El “abrirse al mundo” y generar condiciones para la “lluvia de inversiones” está centrado en la idea de que serán la apertura al capital imperialista y el fomento al “agronegocio” los motores del progreso nacional. Pero a diferencia de comienzos de los ‘90, cuando Menem abrazó esta idea junto con Cavallo en medio del triunfalismo burgués de la segunda oleada neoliberal y con las privatizaciones de las empresas de servicios y energía y el endeudamiento permanente como grandes negocios, las áreas a las que apuestan son de impacto limitado para el conjunto de la economía: agronegocios, minería, energías renovables, gas y petróleo, turismo focalizado, obra pública y construcción residencial...


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Si las realizaciones sociales del kirchnerismo quedan opacadas frente a las del primer peronismo, cuya contracara fue la regimentación del movimiento obrero (simplificando: AUH y consumo en cuotas vs. vacaciones, aguinaldo, obras sociales, mejora sustancial del consumo obrero y, sobre todo, la casa propia), el proyecto macrista empalidece en sus muy limitadas ambiciones (ser el “supermercado del mundo”) frente a otras experiencias favorables al capital imperialista como fueron el frondizismo (tan admirado por el actual presidente) o el onganiato con Krieger Vasena como ministro de Economía, cuando se produjo la segunda fase de la “industrialización por sustitución de importaciones”, que vino de la mano de un salto en la dependencia nacional y en el alineamiento con el imperialismo estadounidense que había resistido Perón (aunque buscando la reconciliación al final de su mandato, que no logró frenar el golpe gorila). Esos proyectos se basaron en las derrotas para el proletariado que significaron los golpes de 1955 y 1966, y en un período de importante crecimiento económico en los principales países capitalistas, para favorecer la entrada del capital imperialista en lo que se llamaban las ramas “dinámicas” de la economía, que incluían la industria automotriz, la química, la petroquímica y la electrónica entre las principales. Lo de Macri es mucho menos pretencioso, acorde con aceptar un lugar mucho más subordinado en la división internacional del trabajo que tampoco el kirchnerismo puso en cuestión en sus aspectos fundamentales.

Proyectos degradados Vistos en perspectiva, el kirchnerismo-peronismo (y podemos incluir al Frente Renovador de Sergio Massa en este bloque) y el macrismo expresan dos variantes degradadas de lo que fueron las dos tendencias predominantes en la clase dominante argentina: la más “aperturista” y la más “proteccionista”. Ambas orientaciones son responsables del retroceso comparativo constante de la economía nacional. En 1950 Argentina ocupaba el puesto 8° a nivel mundial en cuanto al PBI per cápita. Era de U$S 4.987 frente a U$S 9.561 de los Estados Unidos, que estaba en el primer puesto de la escala. Para 2010 había descendido al lugar 59°, con un PBI per cápita de U$S 9.124 frente a uno de U$S 47.153 de los EE. UU. (tercero en la tabla) y de U$S 50.748 de Australia que encabeza el ranking. En el mismo período Brasil

pasó de un PBI per cápita de U$S 1.672 a uno de U$S 10.710. Y esto no es para embellecer a la burguesía del país vecino, tan corrupta y presta a entregarse al capital imperialista como la nuestra, sino para mostrar cómo la caída en la ambición política de la clase dominante acompaña el retroceso nacional más en general.

Nuestra tarea Como anticapitalistas y socialistas, nuestra función en el terreno político-intelectual no es formular “relatos” para generar adhesión en el movimiento de masas a los proyectos de uno u otro sector de la burguesía. Es, por el contrario, dar fundamentos teóricos, programáticos y estratégicos sólidos a la acción de la clase obrera para que pueda hegemonizar al conjunto de los explotados y oprimidos, para conquistar revolucionariamente el poder y terminar con la dominación imperialista y la explotación capitalista, única forma de acabar con la dependencia y el atraso nacional. Sin expropiar a los 4.000 grandes propietarios agrarios que concentran la mitad de las tierras en nuestro país y se quedan con el grueso de la renta y la ganancia de la producción agraria; sin nacionalizar los recursos estratégicos de la economía para que sean gestionados por sus trabajadores; sin el monopolio estatal de la banca y del comercio exterior que frenen la endémica fuga de capitales; sin dejar de pagar la deuda externa y romper con el capital financiero internacional; sin un plan económico debatido y resuelto democráticamente por el conjunto del pueblo trabajador; sin un rumbo decididamente antimperialista, anticapitalista y socialista (como el que defendemos desde el PTS y el Frente de Izquierda y de los Trabajadores), no hay perspectivas reales de revertir la decadencia nacional. Todo lo demás es relato. Por ello esta revista2 es un instrumento de combate intelectual contra los distintos proyectos de la clase dominante. Para los clásicos del marxismo, el combate en el terreno teórico era tan relevante como en el político y en el económico. Lenin recordaba en el ¿Qué Hacer? cómo Engels señalaba esto, dando cuenta de un estado de situación que despreciaba el debate teórico en la socialdemocracia rusa, evidenciando un fenómeno europeo más general, que hoy es generalizado en la izquierda mundial: “la famosa libertad de crítica no significa sustituir una teoría con otra, sino liberarse de toda teoría íntegra y meditada, significa eclecticismo y falta de

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principios”. Pero recrear en nuestros días una “teoría íntegra y meditada” como es el marxismo no puede ser la repetición dogmática de ciertas fórmulas sino el desarrollo creativo de una teoría que dé respuesta a los desafíos de nuestro tiempo histórico, desarrollándose en el conocimiento de la realidad y en el debate con las teorías predominantes en los distintos campos de la producción intelectual. Estos desafíos no son pocos. El central: que la clase trabajadora, fragmentada y precarizada por el capital, se transforme en sujeto político dirigente, que ponga en pie su propio partido revolucionario a nivel nacional e internacional para llevar adelante la transformación socialista de un mundo capitalista cada vez más desigual y degradado, que se arrastra en la crisis, con racismo y xenofobia, guerras reaccionarias, millones de refugiados (65,3 millones calcula el ACNUR) y miles de migrantes que mueren ahogados en el mar año tras año. Pero también dar una respuesta socialista a la crisis ecológica y a la lucha contra diversas opresiones, como la de las mujeres, LGTB’s, los pueblos originarios, las nacionalidades oprimidas, las minorías segregadas y superexplotadas, la emergencia habitacional generalizada, etc. El nuestro es un marxismo “abierto”, como lo era el de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y Gramsci. Cuando la reacción avanza, más que nunca hacen falta las “Ideas de Izquierda” para hacerle frente.

1. PSDB: Partido de la Social Democracia Brasileña, fundado en 1988 por Fernando Henrique Cardoso, encabezó la oposición de derecha al gobierno del PT. Su candidato a presidente, Aécio Neves, perdió ajustadamente el balotaje contra Dilma Rousseff en 2014. El PSDB estuvo entre los principales impulsores del “impeachment” sobre el que se basó el “golpe institucional” contra Rousseff. Tiene una presencia minoritaria en el gobierno de Temer, principalmente por parte de José Serrá, Ministro de Relaciones Exteriores. Con la mira puesta en la elección presidencial de 2018, sus principales referentes están tratando de mostrarse con cierta autonomía respecto del actual gobierno. 2. Ideas de Izquierda es impulsada por el PTS junto a intelectuales que apoyan al Frente de Izquierda y de los Trabajadores. Es parte de un sistema de medios que incluye al periódico digital La Izquierda Diario y LID-TV como parte de la disputa política e ideológica cotidiana y también la revista Estrategia Internacional y la edición de libros por parte de IPS Ediciones y el CEIP “León Trotsky”.


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política

La ilusión macrista de la argentina competitiva PABLO ANINO Redacción La Izquierda Diario. EDUARDO CASTILLA Redacción La Izquierda Diario.

“Cada grupo social, al nacer en el terreno originario de una función esencial en el mundo de la producción económica, se crea conjunta y orgánicamente uno o más rangos de intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de la propia función (…) Si no todos los empresarios, por lo menos una elite de ellos, debe tener capacidad para la organización de la sociedad en general, en todo su complejo organismo de servicios hasta la misma organización estatal, dada la necesidad de crear las condiciones más favorables para la expansión de la propia clase”. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel.

Si hacemos propia la conceptualización gramsciana, podríamos afirmar que la CEOcracia gobernante en Argentina es una expresión descarnada de esa intelectualidad orgánica. Ilustrando la génesis ideológica de parte del actual elenco gobernante, en el libro “Hagamos equipo”, Gabriel Vommaro y Sergio Morresi dan cuenta de los mundos sociales en los que se inscribe la construcción de la identidad PRO, núcleo fundacional de Cambiemos.

Este partido se construye como grupo político enraizado en el mundo empresario, por un lado y en el mundo del voluntariado, por el otro. De allí toma los formatos de rituales partidarios (…), valores morales (la entrega de sí en actividades voluntarias; la importancia del éxito emprendedor), modos de ver el mundo1.

Los “actores exitosos” del mundo privado entran en política para “volver la actividad más eficiente y más transparente”2. La conciencia del empresario PRO es la de un ejecutor con voluntad de éxito y eficiencia. Esa eficiencia es, siempre, aquella propia del mundo de la empresa.

El país soñado o el país “relatado” ¿Hay un plan refundacional para la nación, como fue postulado en múltiples discursos de campaña o entrevistas por parte del oficialismo? ¿O se trata, simplemente, de otro relato, en este caso, un relato M? En el Plan Productivo Nacional (PPN), recientemente presentado, se adivinan las intenciones de la CEOcracia de aparecer como

una fracción dispuesta a “moldear los contornos de un nuevo modelo de país”, capaz de “reinsertarse en el mundo de manera competitiva”, una vez dejados atrás los años de “crecimiento fácil”. El macrismo pone en el centro de su mirada “una transformación productiva que permita aumentar la productividad”. El objetivo del PPN supone la reconversión de aquellas ramas de la producción presentadas como “sensibles” o, en términos menos difusos, poco competitivas. Ese discurso aparece ya no solo en boca oficialista, sino también en la de sectores de la cúpula empresarial nacional3. Ese tópico general se halla inserto o entrelazad con otro, más difundido, que reivindica el “retorno al mundo” después de años de “aislamiento”. Tópico fundante, agreguemos, del giro hacia una política de seducción al capital imperialista. En los primeros meses de gestión, ese objetivo puso en el centro de la preocupación oficial el arreglo con los fondos buitre, como una forma de “reconciliar” al país con los “mercados” y lograr las condiciones para la más que anunciada “lluvia de inversiones”.


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Dentro de esos objetivos hay que inscribir otras medidas destinadas a liquidar “distorsiones” o resabios “populistas”: levantamiento del “cepo”; devaluación de la moneda; extendida eliminación de las retenciones a las exportaciones y la eliminación de las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importaciones (DJAI). A eso debe sumarse el veto a la “Ley antidespidos”, anulada para “no desalentar inversiones”, y la llamada ley de “sinceramiento fiscal” que busca lograr un (ya) dudoso éxito con el blanqueo de capitales. A lo largo de todo 2016, el macrismo ofreció escenas noventistas, empezando por su participación en enero en el Davos verdadero. Pero septiembre fue un mes en donde la política de seducción al capital fue desplegada en gran escala. El primer gran evento ocurrió fronteras adentro, en el Foro de Inversión y Negocios (el mini Davos). Esto se completó con la visita de Macri a New York, donde participó de la Asamblea General de la ONU y de cónclaves organizados por sectores del empresariado y grandes medios internacionales, como el Financial Times. Allí declamó “haber logrado” las condiciones necesarias para la llegada de inversiones. Pero en estas horas, solo el creciente endeudamiento puede ser presentado oficialmente como un logro. Allí operan las ventajas que otorga la “herencia recibida”, de una baja deuda en dólares, cuestión que permite ahora relanzar un nuevo ciclo de toma de deuda4. Por el momento, el “plan” refundacional de Cambiemos tiene mucho de nuevo relato en construcción, de batalla cultural contra la “pesada herencia” y, bastante poco, de transformación. No puede culparse de esto al esquema comunicativo del gobierno. Un plan refundacional como el imaginado enfrenta muchas dificultades. No sólo porque debe desembarazarse de su cercanía con el relato neoliberal –y por ende– de sus consecuencias, sino fundamentalmente porque el país soñado por el gran capital no tiene lugar en el país real.

El “relato M” frente al país real El consultor Dante Sica (Abeceb), cercano al macrismo, estimó que el país necesita un promedio de U$S 131 mil millones de inversiones anuales para lograr un crecimiento sostenido. Pero entre 2008 y 2016, las

inversiones concretadas promediaron anualmente U$S 82.700 millones. La cifra está U$S 50 mil millones por debajo de lo estimado por Sica. Los anuncios de inversiones tienen un curso vertiginoso desde que asumió el nuevo gobierno. El Ministerio de Hacienda y Finanzas Públicas exhibe un contador en su página web, en el que los anuncios superan los U$S 46 mil millones para el período 2016-2019. Un tercio de los “compromisos” proviene de Argentina. En septiembre el contador pegó un salto gracias a que incluyó casi U$S 13 mil millones de inversión público privada. Estos datos, propagandizados por el macrismo, en realidad desnudan escasez. Los compromisos son menores a U$S 10 mil millones anuales promedio; muchos de ellos fueron dados a conocer durante la anterior gestión y, además, falta lo esencial: que se concreten. Abundan emprendedores “temerarios” en minería, hidrocarburos y especulación financiera. Pero aún en esos casos hay que mirar con atención para separar realidad de marketing. First Quantum (segundo en el ranking de anuncios con U$S 3 mil millones) todavía no concluyó los estudios de factibilidad para extraer cobre en Jujuy. En el mejor de los casos empezaría a operar en 2018. En el Mini Davos, Wayne Richardson, CEO de Enirgi, afirmó pomposamente que “comenzará en Salta la construcción de la planta de litio más grande del mundo”. Los expertos advierten que se trata de un prototipo que está en preparación hace tiempo y no termina de despegar. Durante ese Foro hubo, además, compromisos para extraer plata en Chubut, pero allí está prohibida –y fuertemente cuestionada– la minería metalífera. También se anunció que la brasileña Vale vuelve a invertir en el proyecto Potasio Río Colorado en Mendoza, paralizado desde 2013: el fin es reactivarlo para no perder la concesión y venderlo para retirarse. El caso de Dow Chemical es ilustrativo del acting entre el gobierno y las multinacionales. Esa empresa ya había hecho anuncios junto a Daniel Scioli en la campaña electoral de 2015. Después de tantos anuncios, en materia de inversiones, todo lo sólido se desvanece en el aire. Tan magros resultados no se explican solo a partir de la falta de confianza en el gobierno de Macri. Tampoco por la profunda recesión

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y los desequilibrios económicos. A la Argentina capitalista le faltan rutas, trenes, puertos y playas logísticas, entre otras “insuficiencias”.

Los límites estructurales El nuevo “relato M” repite como un mantra que hay que elevar la productividad. A renglón seguido se reza un “rosario” con una agenda neoliberal interminable, donde se pretende culpar por el atraso histórico de la productividad argentina a la fuerza de trabajo, mientras es algo de entera responsabilidad de la clase capitalista. El PPN tiene entre sus ejes reducir los costos laborales y aplicar mayor precarización laboral, poniendo como ejemplo el Plan Primer Empleo y la “modernización” del Estado que se cobró ya 11 mil despidos en la Administración Pública Nacional. Pero resulta falso que no haya aumentado la productividad absoluta en Argentina. La devaluación de 2002 permitió el abaratamiento de la fuerza de trabajo y el aumento de los ritmos de producción sobre la base de la capacidad ociosa existente por la crisis de la convertibilidad. A pesar que la inversión no acompañó el crecimiento, la productividad industrial, medida en volumen de producción por hora trabajada, aumentó 68 % entre 2003 y 2014, según surge de datos del Indec. El auge pos convertibilidad, basado en el derrumbe previo, se expresa en los datos de The Conference Board5 que muestran que, entre 1999 y 2006, la productividad laboral total de la economía argentina retrocedió a un promedio anual de 1,1 % mientras en el mundo creció 2,5 %, en Estados Unidos 2 %, en Europa 1,5 % y en China 7,5 %. Entre 2007 y 2013, la productividad laboral en nuestro país se recuperó a una tasa de crecimiento de 1,1 % anual promedio. Este porcentaje es similar al de los Estados Unidos y algo mayor que en Europa, regiones que, desde el inicio de este período, están afectadas por la crisis mundial. En simultáneo, en China el alza fue 7,1 % y en el mundo 2,2 %. Es decir que en términos relativos se mantuvo o incluso se amplió la brecha de productividad con las potencias económicas, aun con aquellas más afectadas por la crisis y en circunstancias en las que Argentina tuvo uno de los mayores crecimientos económicos de su historia. Achicar esa brecha requeriría un plan de largo alcance, tarea que la burguesía nativa nunca en »


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política

la historia estuvo dispuesta a tomar en sus manos, debido a su dependencia extrema del capital imperialista y su parasitismo casi congénito, donde exige condiciones cuasi utópicas en un país semi-colonial, para inversiones a largo plazo que nunca terminan de concretarse6.

Tensiones y urgencias “El empresariado esperaba cambios más rápidos. Esperaba al Macri que votaron”. Quien habla –en una lujosa oficina de Puerto Madero– es dueño de una empresa. Quien escucha es el periodista Alejandro Rebossio7. ¿Cuál fue el Macri votado por el gran capital? ¿Cuál es hoy la relación entre la gestión macrista y el programa “exigido” por la clase dominante? La realidad parece evidenciar que el gran capital no parece dispuesto a realizar desembolsos notorios hasta ver garantizada la sustentabilidad política del macrismo. La paradoja resultante es que eso obliga a Cambiemos a sostener condiciones de gobernabilidad reñidas con la aplicación directa de un ajuste de mayor caladura8. Y limita, al mismo tiempo, la construcción de su relato de un futuro mejor. Esas contradicciones también encuentran expresión en los rasgos teóricos que parecen guiar al gobierno: desarrolla una política monetaria ortodoxa con reglas estrictas de expansión monetaria, que convive con un relajamiento de los severos objetivos fiscales. Por el momento, las tensiones generadas son resueltas por el endeudamiento externo y la negociación permanente con los poderes reales. Entre las fuerzas ciegas del “mercado” y aquellas conscientes de la “mano visible” de gobernadores, intendentes y burocracia sindical va navegando una política económica que no termina de cerrar a los altos mandos de la burguesía. Para Cambiemos la relación con esos actores entraña la única forma de gestionar el malestar social que emerge del 10 % de desocupación, el 35 % de trabajo no registrado (en “negro”) y un tercio de la población hundido en la pobreza. En ese contexto, el capital financiero internacional, y en particular la banca JP Morgan, están jugando un rol central sosteniendo el “modelo M” y su “desborde” del gasto público. La dinámica actual de escalada de la deuda externa no conduce al “primer mundo”, aunque la realidad pueda ofrecer fragmentos ficcionales de algo parecido a lo que desea la clase gobernante, como ocurrió en el mini Davos o con la visita de Obama. Conduce, por el contrario, a una nueva hipoteca de la economía nacional. La vuelta de las misiones del Fondo Monetario Internacional indica quién será el gendarme para garantizar en el futuro inmediato esos pagos a los altares del capital financiero.

A grosso modo, el macrismo teje una alianza de clases que privilegia la relación con el capital financiero internacional, el agro pampeano, grandes multinacionales exportadoras y sectores de las economías regionales, como es bien claro con los ingenios azucareros del norte del país. Son alianzas embrionarias, que transitan un primer momento de tanteo, aún no están cristalizadas ni exentas de tensiones. La “astucia de la historia” hizo que la CEOcracia intentara gobernar, elevando a Argentina a la cumbre del laissez faire a los “mercados”, justo cuando estos andan a los tumbos, en un capitalismo mundializado que se mueve peligrosamente hacia el proteccionismo en el contexto de un estancamiento que lleva años.

La lucha de clases en el horizonte La nación competitiva que postula el relato oficial choca con grandes obstáculos. Cambiemos tiene conciencia de que la batalla por elevar la productividad y la competitividad es también contra la burguesía doméstica. Se trata de una fracción de clase acostumbrada a la “protección”, poco proclive a invertir y tentada por la fuga de capitales. De hecho, la liberalización cambiaria aceleró la formación de activos en el exterior (una medida de la fuga de capitales) desde la asunción del nuevo gobierno. A esa burguesía, el ministro Prat Gay le señaló que tenía cuatro años para “prepararse porque después vendrán los juegos olímpicos y tendrán que competir con el mundo”. La voluntad de la CEOcracia debe, además, doblegar a una clase obrera cuyo peso social está, de alguna manera, “sobredeterminado” en relación a la clase capitalista nativa. El empresariado, de la mano de la devaluación y gracias a la tregua otorgada por las conducciones sindicales, ha logrado avanzar parcialmente sobre el salario obrero. Con la dinámica actual, el resultado a fin de año será que el salario real perderá, como mínimo, un 5 %. Una cifra insuficiente desde el punto de vista de las ambiciones patronales. De allí que en la Argentina real vuelve a sentirse fuerte el reclamo por el “atraso” cambiario. La “fórmula mágica” de devaluar y diluir el poder de compra del salario es la preferida en estas pampas. Contradictoriamente, el ingreso de dólares por endeudamiento está presionando en el sentido contrario. La relativa abundancia de dólares es en algún sentido una mala noticia para “competir” en el mercado mundial, dado que abarata la divisa estadounidense y encarece la producción local. Enunciar un programa es radicalmente distinto a poder aplicarlo. Precisamente, observando los límites que impone al ajuste la relación de fuerzas existente entre las clases,

es que todo indica que las peleas de fondo contra el país real serán postergadas hasta luego de las elecciones de medio término. El plan pasó a ser “gastar para ganar”, algo que, además de valerle críticas9 desde sectores del mismo establishment, podría implicar una nueva escalada de precios que descalabre las “metas de inflación” anunciadas por el BCRA. El capital votó a Macri para imponer un cambio sustancial en la relación de fuerzas con la clase trabajadora, en aras de imponer un nuevo salto en la tasa de explotación. Ese programa, ampliamente enunciado, no está realizado aún. El cálculo electoral y esos límites en la relación de fuerzas imponen el gradualismo. Su correlato son las luchas parciales y el malestar social. Sin embargo, si las condiciones de la economía internacional siguen siendo tan poco “solidarias” con la CEOcracia, o si el gobierno aprieta el acelerador del ajuste como le pide el establishment, deberá enfrentar la resistencia obrera. Los enfrentamientos agudos de la lucha de clases están inscriptos en el horizonte de los tiempos por venir.

1. Sergio Morresi y Gabriel Vommaro (comp.), “Hagamos Equipo”. Pro y la construcción de la nueva derecha en argentina, Buenos Aires, UNGS, 2015, pp. 121-122. 2. Ibídem., p. 123. 3. Es el caso de Luis Pagani de Arcor, quien sostuvo que no cree “que tengamos que cerrarnos ni proteger una industria que vende a un 40 % más caro”. 4. Esto es lo que “rescató”, a fines de setiembre, Luis Caputo, secretario de Finanzas, cuando declaró: “no tengo que ponerme colorado por el aumento de la deuda pública”. 5. En su página web (www.conference-board.org) se presentan varios estudios sobre la evolución comparativa de la productividad. Los datos que referenciamos están exhibidos en su The Conference Board Total Economy Database, Summary Tables, publicados en mayo de 2016. 6. “Somos enfermos. Está atrofiado el sistema, esta patas para arriba (…) si vos lograras primero estabilidad, y tener una expectativa de no inflación a diez años, veinte años, el sistema financiero se puede fondear a largo plazo. Entonces, si yo soy banco y puedo captar a veinte años, yo te presto a vos a veinte años en la misma moneda” (Eduardo Constatini, entrevista en revista Crisis 26, agosto de 2016). 7. Alejandro Rebossio, “Yo era uno de ustedes”, Anfibia. 8. Fernando Rosso, “El giro ‘kirchnerista’ de Macri”, La Izquierda Diario, 23/09/2016. 9. “La dirigencia argentina parece atrapada dentro de un corset populista impuesto por el gobierno anterior. Un programa de desarrollo para los próximos años requiere romper lazos con ese populismo” señala Daniel Artana en un Informe FIEL, octubre de 2016.


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Ilustración: Natalia Rizzo

El patrón don Carlos, ¿amigo del pueblo? Cómo olvidar aquella publicidad de la AFIP donde Don Carlos, un modesto dueño de fábrica, un emprendedor nacional, tomaba la decisión de acogerse a las facilidades de una moratoria para blanquear a los trabajadores que vaya a saber cuánto tiempo había empleado en negro, y se los hacía saber, entre aplausos. Como suele ocurrir con la publicidad, esta decía bastante más de lo que se proponía sobre la calaña de los pequeños y mediados empresarios. Hoy, como ayer, distintas vertientes del peronismo proponen una alianza en la que los trabajadores y sectores populares tomen al mundo PyME como aliado clave.

ESTEBAN MERCATANTE Comité de redacción. Desde su llegada al poder, el gobierno de Mauricio Macri ofreció numerosas señales respecto de la reconversión que ambiciona para la economía argentina. Más allá del grado de despliegue que hayan tenido hasta el momento, su enunciación bastó para sacudir el avispero entre los que se identifican como excluidos por el “modelo M”. La “grasa” abarcaría a un nutrido contingente de trabajadores estatales, a los 400 mil trabajadores del sector privado que deberán ser “reconvertidos” según los lineamientos del Plan Productivo Argentino, y también a un sector del empresariado, especialmente PyME, que ya ha puesto el grito en el cielo. Las entidades que los nuclean (entre las que destacan CAME, Apyme y en parte la UIA donde conviven con los grandes grupos industriales) advierten por el devastador impacto que han tenido las medidas ya tomadas: tarifazos, desplome del mercado interno, apertura indiscriminada de importaciones; y también por lo que vendrá. “La industria en peligro”, el título de tapa de Le Monde Diplomatique de octubre, expresa con dramatismo lo que estaría en juego. Para poner la cosa en números, según la Fundación Observatorio PyME (2014), de alrededor de 600 mil firmas activas en el país (de todos los rubros), el 85,8 % son microempresas (menos de 9 trabajadores), 11,2 % son pequeñas (entre 10 y 50), 2,4 % son medianas (51 a 200)1, y sólo 0,6 % son grandes. A su vez, las »


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PyME explican el 51 % del empleo y 44 % del valor agregado en el total de la economía. Detrás de este dato hay realidades de lo más diversas, desde empresas casi sin personal a cargo, pequeños talleres, hasta otras fuertemente conectadas con los grandes grupos económicos que buscan camuflarse como PyME para obtener ventajas de incentivos sectoriales. Ni lerdas ni perezosas, las vertientes en las que está dividido hoy el peronismo (desde el kirchnerismo hasta Massa) han salido a ofrecer distintas variantes de alianzas con un mismo contenido: la conciliación de clases, integrando en un mismo frente los reclamos de empresarios, trabajadores y sectores populares. El flamante triunvirato de la CGT hizo suyos los reclamos del empresariado PyME y realizó varias reuniones con sus referentes. El Frente Renovador de Sergio Massa exigió el liso y llano cierre de importaciones como medida para preservar el mercado interno para la producción local. También la Marcha Federal impulsada el pasado septiembre por la CTA y otras organizaciones sociales tuvo a representantes de las PyME como destacados participantes. La noción de que los intereses de importantes fracciones del empresariado y los de los trabajadores y sectores populares resultan convergentes, se encuentra en el ADN del peronismo. En rigor, en esta articulación policlacista planteada históricamente por el peronismo, en la que los trabajadores tienen reservado el puesto de columna vertebral (o furgón de cola), se trata de un bloque empresarial que engloba a grandes, pequeños y medianos. Y de hecho, incluso en los casos de los gobiernos peronistas que más énfasis hicieron en el desarrollo de una burguesía nacional (los de Perón o de los Kirchner) han sido sectores del capital más concentrado los principales beneficiarios. Pero, como resulta comprensible, la retórica peronista en sus distintas variantes resalta a los “pequeños” en el discurso. De esta forma, resulta más factible sostener la tesis de una confluencia de intereses del “campo popular”. También, resulta más creíble la amenaza de desaparición como resultado de una dura política de apertura y ajuste por parte de Cambiemos. ¿Una alianza en la que todos ganan?

Tudo bem, tudo legal La noción de que hay una comunidad de intereses posible entre trabajadores y empresariado PyME, se apoya en la importancia que tiene el mercado interno para este conglomerado. Considerando que apenas 100 empresas concentran más del 75 % de las exportaciones del país2, es evidente la importancia del mercado nacional para la mayor parte del entramado empresarial. Pero entre esta evidencia y la deducción de que los que producen para el mercado interno tomarán de forma entusiasta las políticas beneficiosas para los trabajadores y sectores populares (gasto público redistributivo, impulso a negociaciones colectivas del

salario que recompongan el poder adquisitivo, combate a la informalidad laboral, etc.), hay un salto lógico, ante el cual es recomendable mantener la prudencia. Marx sostenía que cada capitalista, en la búsqueda del mayor mercado para sus mercancías, aspira a que los demás empresarios paguen salarios elevados. Pero la cosa cambia al momento de dirigirse a sus trabajadores, cuyos sueldos representan, desde su punto de vista, un costo. Una deducción sobre la riqueza que él –en su opinión– “produce”, cuando en realidad la cosa es al revés y la ganancia surge de apropiarse de una parte de lo producido por los asalariados sin dar nada a cambio. Acá, a la inversa de cuando mira como consumidores a los trabajadores empleados por otros, la regla es la contraria: no hay monto lo suficientemente bajo para el salario en tanto la relación de fuerzas lo permita. Esta ciclotimia, constitutiva de la relación entre el capital y el trabajo ya sea que se trate de grandes o pequeños empresarios, es un primer aspecto que pone en duda cualquier rápida identificación de intereses. La cuestión va mucho más allá de un antagonismo genérico. Según Rubén Ascúa, el titular de la Red PyMEs Mercosur, estas tienen un 40 % menos de productividad que las grandes empresas3. La existencia de esta “brecha productiva” fuerza a estos empresarios a degradar las condiciones de la fuerza de trabajo para tener rentabilidad. A la brecha productiva le hacen corresponder una brecha salarial no menos pronunciada. Por ejemplo, en la industria automotriz, los trabajadores autopartistas (empleados por PyME o por grandes conglomerados) recibieron ingresos que promediaron un 40 % del salario de los trabajadores de terminales, según surge de los datos del SIPA y ADEFA4. Ejemplos como este se reproducen en todas las ramas de la economía, facilitados por la diferenciación entre negociaciones colectivas por rama y por empresa5. A la fragmentación existente entre los trabajadores registrados de firmas de diverso tamaño, se agrega el peso formidable que tiene el empleo no registrado en el sector PyME. Según surge del Indec, el 80 % del empleo no registrado es generado por empresas de menos de 10 trabajadores. Según estimaciones privadas, el empleo no registrado en PyME creció un 40 % durante el primer semestre de este año6. Estos trabajadores reciben un salario que en promedio es el 60 % del que perciben –también en promedio– los trabajadores registrados. Además de este recorte que aplican en el ingreso de bolsillo de los trabajadores que emplean en negro, las patronales PyME se ahorran de pagar las cargas patronales. Pero no sólo con esta degradación de la fuerza de trabajo es que este sector capitalista busca compensar su brecha de productividad. Deberle al fisco es otra pata central para solventar los negocios. Esto lo hacen todos los empresarios, sin importar su tamaño, como

reconoció con desparpajo Fabián de Souza, hasta hace poco socio de Cristóbal López, al señalar que dejar de pagar impuestos para financiarse es “absolutamente legal” (y en la petrolera Oil lo hicieron por nada menos que 8 mil millones de pesos)7. Sólo que en el caso de las PyME cobra una regularidad y extensión aún mayores. Es característico de estas empresas financiarse con deuda impositiva, que incluye de forma privilegiada al IVA y los aportes previsionales (en este caso dejan de pagar a Anses lo que sí retienen a sus empleados). No sorprende que un proyecto presentado por la Cámara Argentina de Comercio para fomentar a las PyME, tuviera como uno de los puntos destacados el reclamo de la reducción del período de prescripción de 10 a 5 años para las deudas previsionales8. Como declaraba Germán Dahlgren, especialista en tributación, en referencia a las expectativas depositadas en la nueva moratoria impositiva –¡otra más!–, existe “una pesada carga de deudas impositivas de arrastre”9. Como ha ocurrido tantas veces en la historia argentina, un nuevo jubileo impositivo volverá a diluir esta “carga” en cómodas cuotas, mientras el impuesto a las ganancias que pesa sobre los salarios se irá modificando con parsimonia. Hay que señalar que aunque no existen datos diferenciados, dentro del universo de las microempresas, podría estimarse que un tercio son pequeños comerciantes, profesionales, talleres que no explotan mano de obra, y que por ende no se caracterizan por estas prácticas de “saqueo” de los pequeños patrones hacia sus asalariados.

¿Alternativa de desarrollo? A esta altura del partido, existe una abrumadora evidencia de que la burguesía nacional realmente existente, entendiendo por ella las principales empresas y conglomerados económicos de propiedad de capital local –empezando por el tercio de las 500 más grandes empresas que cumplen esta condición–, lejos están de tener algún interés en ser protagonistas de cualquier proyecto de desarrollo. Buscan hacer los mejores negocios en los marcos del capitalismo dependiente argentino tal como es, integrándose de forma subordinada al capital imperialista. Y además, fugando serialmente sus ganancias. Digamos de paso que los privilegios de estos sectores se mantuvieron incambiados durante los años del modelo “kirchnerista” –aunque se expandió los beneficios a otros sectores de la burguesía– lo cual estaba en abierta contradicción con la posibilidad de cualquier perspectiva de desarrollo como la que prometía el discurso kirchnerista. Ante la defección de la burguesía, no faltan quienes, considerando que un mayor desarrollo capitalista para la Argentina es un camino pendiente –y posible–10, miran hacia el entramado PyME en busca de una alternativa ante la defección de los grupos nacionales pertenecientes a la cúpula. Matías Kulfas señala


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que entre 5.000 y 6.000 empresas medianas llegaron en el país a transformarse en grandes empresas11. Pero si miramos el período posterior a la devaluación de 2002, que significó una mejora de los márgenes y la “competitividad” para la mayor parte de las empresas gracias a la combinación entre desplome de los costos laborales y protección del mercado interno para la producción nacional debido al encarecimiento de las importaciones, se puede observar cómo aún en las mejores condiciones el desenvolvimiento de estas empresas presenta claroscuros. Por un lado, es cierto que durante este período volvió a crecer el entramado empresario. En el sector manufacturero, las estimaciones cifran en 18.600 la cantidad de nuevas fábricas12. Por otro lado, el crecimiento del sector PyME estuvo siempre por detrás del de la economía. Durante todos estos años se siguió acrecentando la diferencia entre la productividad promedio del sector industrial y la de las PyME industriales. Sólo en el período 2002-2007 la brecha se mantiene estable, para empezar a crecer marcadamente desde entonces. De acuerdo al Observatorio Pyme, este rezago se explica por los menores volúmenes de producción que se registran a partir de entonces. Las tendencias divergentes entre la producción industrial de las empresas más grandes y las PyME comenzaron en el bienio 2006-2007 y se agravaron durante el la recesión de 2008-2009. Pero incluso antes, durante 2004-2006, se observa una mejor performance de las grandes empresas. A partir de allí, la pérdida de terreno de las PyME nunca fue recuperada, y actualmente la participación de estas empresas en la producción de la riqueza nacional y el empleo es inferior a la registrada en 200413. A medida que crece el rezago productivo, se multiplican los argumentos empresariales para reclamar compensaciones. Protección del mercado que significa siempre asegurarles que puedan vender más caro, disociando parcialmente el mercado local del internacional, lo cual impacta centralmente de forma negativa sobre la capacidad de consumo de los trabajadores; subsidios del Estado, pagados con impuestos que pesan proporcionalmente más sobre los trabajadores; ilegalidad fiscal y empleo no declarado, y por último, incumplimiento impositivo, sirven así para asegurar la subsistencia de este estrato y asegurar el empleo que estas firmas generan (mal pago y degradado en términos relativos), pero siempre se aleja la perspectiva de que, aún con estas ayudas, pueda ocurrir el gran salto adelante. Las vías para cortar el círculo vicioso del atraso y la dependencia, pasan por otro lado y recaen en manos de otra clase social.

Cuando el bosque tapa al árbol El pasado 1 de septiembre, día de la industria, el dirigente de la UIA José Urtubey dio un encendido discurso alertando contra la amenaza china para la producción nacional y pidiendo

que no se considere al gigante asiático como economía de mercado. Podría parecer que estaba hablando en nombre de los manufactureros PyME, ya golpeados por un crecimiento en las importaciones de bienes de consumo desde que se liberó el comercio en diciembre y que podrían verse más afectados por un incremento de las ventas desde China. Puede que así fuera, pero sólo en segundo término. Está verbalizando en primer lugar las inquietudes de Techint, que pasan menos por la posibilidad de que se otorgue a China el estatus de economía de mercado, que por el hecho de que muchas de las obras que ese país prevé financiar en los próximos años (la mayor parte de ellas pactadas por Cristina Fernández en 2015) contienen una cláusula de “compre chino” que amenaza la posición del grupo de la T como proveedor privilegiado de la obra pública. No es la primera vez que el conglomerado de los Rocca levanta la bandera de la “reindustrialización” y del “empresariado nacional” para pelear por sus intereses. Cuando la puja entre dolarizadores y devaluadores dividía a los actores burgueses dominantes que actúan en el país durante la crisis de la convertibilidad, el presidente del holding (ubicado en la vereda de los segundos) señalaba: “Debemos tener un modelo nacional, que tiene que ser productivo, fruto de las fuerzas productivas en simbiosis con las fuerzas políticas de la Nación”14. En medio de la hecatombe se impuso la salida por la que bregaban los Rocca, y ya sabemos que hizo poco por las “fuerzas productivas nacionales” pero mucho por la rentabilidad empresarial, a costa de hundir el poder adquisitivo de los asalariados. La coartada de impulsar las PyME para terminar otorgando beneficios que se extienden a grandes empresas, tiene muchos otros capítulos. Mencionemos por ejemplo la ley de impulso a la producción de autopartes nacionales que votó el Congreso este año15, que es prácticamente igual a la ley 26.393 que rigió durante los años 2008 y 2013 (y que no desarrolló la producción de autopartes pero sí transfirió generosos recursos fiscales al sector automotriz). Mediante esta ley, el 75 % del mayor gasto en autopartes nacionales es pagado por el tesoro mediante descuentos impositivos. Las “pequeñas y medianas” que se benefician mayormente con esta ley son multinacionales que operan en el país como Lear o Gestamp, ya que las grandes automotrices organizan internacionalmente a sus proveedores y traen al país a las firmas asociadas o directamente importan los insumos, según convenga a su negocio. Esta posibilidad de las grandes firmas de verbalizar sus reclamos en nombre de la “producción nacional”, poniendo al frente a los pequeños y medianos “emprendedores”, pone de relieve que, más allá de los desacuerdos que puedan suscitar algunas políticas puntuales, el sector PyME no es portador de un esquema de desarrollo alternativo al

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capitalismo dependiente donde prima una cúpula económica cada vez más concentrada y extranjerizada. La defensa de los intereses y aspiraciones de la clase trabajadora no pasa por esta alianza con los intereses del empresariado “nacional”, que la ubica necesariamente de forma subordinada, y cuyo único resultado puede ser seguir profundizando las condiciones de atraso y dependencia. Por el contrario, pasa por el desarrollo una política independiente para acaudillar al conjunto de los explotados, tomando en sus manos los principales recursos del país impulsando la nacionalización bajo gestión obrera de los principales resortes de la economía, para reorganizar la producción en función de las necesidades sociales –incluyendo en esta planificación a los pequeños productores que no explotan trabajo ajeno–, para poner fin a este círculo vicioso.

1. La Fundación Observatorio PyME toma como límite 200 trabajadores, mientras que la normativa vigente define las PyME por el monto de facturación. Según la resolución 11/2016 de la Secretaría de Emprendedores y de la Pequeña y Mediana Empresa, son PyME las que facturan hasta 540 millones de pesos al año (en el caso de la industria y la minería), y no están controladas por o vinculadas a otra/s empresa/s o grupos económicos nacionales o extranjeros que no reúnan los requisitos. 2. Esteban Mercatante, La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce años de kirchnerismo, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2015, p. 68. 3. El Cronista, 29/10/2015. 4. Lucía Ortega, Guadalupe Bravo y Esteban Mercatante, “Ganancias sin freno”, IdZ 12, agosto 2014. 5. Mercatante, ob. cit., p. 124. 6. Instituto de Estudios del Consumo Masivo, julio de 2016. 7. Lejos está de tratarse de una excepción, como demostramos en Esteban Mercatante, “El exsocio de Cristóbal López y algunas verdades indecibles”, La Izquierda Diario, 14 de marzo de 2016. 8. “Las PyMEs: antídoto contra la pobreza”, Comisión para la promoción de las PyMEs – Cámara Argentina de Comercio, agosto de 2013. 9. “Con dudas y moderada expectativa las pymes aguardan la moratoria impositiva”, Diario Norte, 11/7/2016 10. Las falacias de esta pretensión las discutimos en Mercatante, La economía..., ob. cit., pp. 245-252. 11. “La principal falencia del kirchnerismo es que no hubo cambio estructural”, entrevista a Matías Kulfas, La Izquierda Diario, 6 de agosto de 2016. 12. Mercatante, La economía…, ob. cit., p. 70. 13. “Informe Especial: Indicadores de Actividad Económica y Producción. Estadísticas industriales oficiales y privadas y desempeño de las PyME”, Observatorio PyME, abril 2015. 14. El Diario del Foro, Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 30 de mayo de 2011. 15. Esta ley se votó en simultáneo con otro paquete de ayuda fiscal y financiamiento para PyME, lo que muestra la vocación del macrismo por incluir también a este sector dentro de los generosos beneficios al empresariado que viene impulsando.


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Ilustración: JUMA

Posprogresismo y crisis de la razón populista

las olas y el viento... paula varela Politóloga, docente UBA. gastón gutierrez Comité de redacción. La crisis de los populismos latinoamericanos es, sin dudas, el principal tema de discusión política entre “las izquierdas” de la región, impactando, incluso, en una parte de Europa que asiste a un escenario en el que los populismos de derecha vienen ganando la pulseada a los neorreformismos1. En el terreno de los hechos, no hay mayores desacuerdos: en el transcurso del último año y medio la derecha avanzó bajo distintas formas en la región. Podemos identificar tres tipos de procesos. Aquellos en los que el avance implica la derrota o intento de derrota de los partidos o coaliciones que encabezaron gobiernos populistas, como el triunfo electoral de Macri en Argentina, el golpe institucional a Dilma en Brasil, el bloqueo a la posibilidad de reelección de Evo Morales en Bolivia y de Rafael Correa en Ecuador (que los coloca frente al problema de la sucesión), y la amenaza de ganar un referéndum destituyente en Venezuela que se propone como el fin de la experiencia bolivariana2. Aquellos en los que el avance se da bajo la forma de derechización al

interior de los propios gobiernos progresistas, como es el caso de Uruguay y de Nicaragua. Y, por último, la homogenización a derecha del tablero político en los países que no constituyeron ejemplos de los gobiernos populistas sino más bien continuidad del ciclo neoliberal, como el caso de Colombia con el reciente bloqueo al “proceso de paz”, el de México que se dirige a un 2018 con dos derechas como favoritas en las encuestas para disputar el escenario con AMLO, y el de Perú con una segunda vuelta copada por dos opciones que a su derecha solo quedaba la pared3. Esto abre dos tipos de razonamientos. El primero, que resulta en una explicación tautológica, resume el principio y fin de todos los males en el cambio de ciclo económico y, con él, la inevitabilidad de su correlato político (por supuesto, los mismos que hoy postulan esta explicación, ayer despotricaban ante los análisis que destacaban el “viento de cola” de los momentos de bonanza). El segundo es el que, partiendo de la evidencia del fin del ciclo de las commodities, evitan el objetivismo

reconfortante y se preguntan cuáles son las responsabilidades de los gobiernos populistas en este giro del clima político regional. Vamos por esta segunda vía, aunque en este camino nos crucemos con pocos kirchneristas, no muy afectos a ese tipo de ejercicios.

La subsistencia de la razón populista Adelantemos lo que consideramos un núcleo duro del fracaso de la hipótesis populista en la región: la apuesta estatalista y la relación que ésta establece, por un lado, con las masas que protagonizaron las resistencias (más o menos radicales) al neoliberalismo en la región; por el otro, con las burguesías que encarnaron (y hoy vuelven a encarnar) la ofensiva neoliberal en estas latitudes. Sobre ese núcleo duro ya hemos machacado varias veces en esta revista al analizar las tensiones entre el kirchnerismo y el 2001 como proceso que fue, al mismo tiempo, su condición de posibilidad y su principal objeto de negación para poder llevar adelante la reconstrucción del régimen burgués en Argentina. Eso que


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aquí fue expropiación y pasivización (con algunos homenajes, como no puede ser de otro modo), se dio también en otros países latinoamericanos, con las señas particulares de sus propias relaciones de fuerza. Así lo señala Massimo Modonesi en un reciente artículo: …desde hace años he insistido –junto a otros analistas– en los vicios inherentes a la apuesta de los diversos progresismos latinoamericanos a una forma de conducción estatalista y gubernamentalista, en plena continuidad con la lógica delegativa del electoralismo y el caudillismo, promoviendo (en unos casos más que en otros) la desmovilización o resubalternización de los actores y movimientos sociales que habían sido protagonistas del ciclo de luchas antineoliberales de los años 90, en aras de garantizar la estabilidad del proceso-proyecto autoproclamado posneoliberal y afianzar determinados grupos dirigentes u organizaciones políticas. Los resultados recientes demuestran que se sobrestimó la capacidad de gobierno y de construcción de mayorías electorales –no exentas de ser artificialmente infladas por prácticas asistenciales y clientelares–, se desestimó la posibilidad de apostar a la movilización y la activación de las clases subalternas, y se subestimó la capacidad de reacción de las derechas de la región4.

Esta relación entre sobrestimación de las capacidades transformadoras del Estado burgués (que es, en realidad, una subestimación de su carácter de clase), desestimación de la movilización popular (o de la lucha de clases como motor irrenunciable de los procesos de transformación), y allanamiento al retorno de las derechas (que se apoyan en una institucionalidad que les es propia y una liberación de las calles que las envalentona), es lo que está en el centro del hilo (no rojo, sin dudas) que une las diversas actualidades políticas de nuestro sur-sur. Ahora bien, el problema de la subalternización de las masas bajo la pasivización del Estado en el capitalismo nos conduce inevitablemente a la crítica de la razón populista. Aún en crisis, ésta se presenta ante el retorno de la razón neoliberal, en un juego de espejos que permea el conjunto de las disputas

políticas y culturales en la opinión pública de los principales países de la región. Su perdurabilidad reside (en buena medida) en la oportunidad que le brinda la derecha de presentarse como “mal menor”, obturándose, así, la principal pregunta que debe hacérsele: ¿qué llevó a “desestimar” y a no “apostar” por la movilización popular (incluso ante el ataque abierto de la derecha como en Brasil, donde el PT no exigió una huelga general a la CUT)? ¿Cómo se explica la subestimación de las derechas (y su retorno) como constante de los regímenes populistas? Estas preguntas y, sobre todo, las consecuencias que el giro a la derecha significa para las vidas de las masas, vuelven más que necesaria una crítica a la razón populista que permita abrir la vía a la emergencia de una izquierda anticapitalista en nuestra región. Porque aunque la idea de una “razón populista” está asociada al título del libro de Ernesto Laclau, ésta constituye cierto sentido común entre los intelectuales que se referencian en los gobiernos posneoliberales. A tal punto es así que suelen designarse como “populistas” a gobiernos y regímenes diferentes entre sí5. Pero si bien la teoría de Laclau galvanizó a los intelectuales que adherían al populismo en su momento de auge, en su momento de crisis, en donde el punto de armado de las coaliciones populistas claramente falla, se volvió necesario ensayar nuevas explicaciones. La subsistencia de la razón populista, más allá del modelo teórico de Laclau, agrupa un conjunto de certezas comunes entre los defensores de los gobiernos populistas, que frente al avance de las viejas y nuevas derechas mantiene cierto peso.

Las olas y el viento La expresión más destacada de esta subsistencia son las intervenciones que viene realizando Álvaro García Linera6 presentando argumentos para que la razón populista resista el embate restaurador7. A diferencia de los intelectuales kirchneristas (más dedicados a oscilar entre la queja y el llanto), García Linera intenta un doble juego que integra un balance de los errores con un refresh de la “ilusión populista” a través de restituirle al populismo un carácter de estrategia de transformación de los plebeyos.

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En pos de esta operación, lo primero que hace García Linera es explicar la dinámica de los gobiernos populistas en la región a través de la metáfora de las oleadas: “No estamos ante un fin de ciclo, sino que nos encontramos ante una ola”8. Esta idea de oleadas le permite separarse de las explicaciones más economicistas que cierran el debate al grito de “es el ciclo económico, estúpido”, y poner el acento en una serie de problemas políticos que permiten, a su juicio, el intento de recrear la hipótesis populista; al nuestro, identificar mejor los puntos de fuga de esta misma ilusión. El primero, es el reconocimiento del problema que significa lo que García Linera llama “el reflujo de la movilización de masas”. Hecho inocultable en todos los países bajo gobiernos populistas, su explicación consiste en atribuirle cierta inevitabilidad dado que “nadie está en una revolución perpetua”. Más allá del guiño antitrosko de la frase, con este argumento García Linera amalgama dos procesos que son diferentes. Que las masas no pueden estar combatiendo permanentemente es casi una verdad de perogrullo; que eso sea la explicación de la pasivización de las muchas luchas de los trabajadores y sectores populares de la región, es casi un engaño. Las masas fueron “invitadas a irse a su casa” desde los balcones del palacio en pos de hacer las transformaciones desde el Estado. Y esa invitación no fue velada, sino expresa porque en ese pasaje de la calle al palacio reside una de las esencias de la estrategia populista. En un análisis de la escena de la Plaza de Mayo el 17 de Octubre de 1945, Dove señala (siguiendo a Rancière) que la interpelación del General a esa masa de trabajadores en movimiento, concentra en un mismo acto el reconocimiento de su fuerza social y su negación. El reconocimiento a través de dirigirse a ellos como los hacedores de ese día histórico, la negación a través de invitarlos a desmovilizarse y poner fin a la huelga, cediendo así el carácter de hacedores de la historia al Estado y su General9. Ese doble movimiento en un mismo acto no es un avatar del populismo, es su alma permanente. Lo que sacó a los pueblos de las calles no fue el cansancio en el ejercicio activo de la revolución ni del poder (cosa que, por otra parte, no sucedió en ninguno »


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de los procesos de los que estamos hablando), sino la invitación ejercida desde el balcón del palacio. Y, de hecho, esa invitación fue cada vez más pronunciada en los gobiernos de la región10.

La mesa y la casa Otro punto que señala García Linera como uno de los problemas de los gobiernos populistas, es cierto desdén por la gestión de la economía o cierta incomprensión de que la gestión del Estado requiere “poner a la economía en el mando”. En lo que puede leerse como una crítica a Dilma (y podría extenderse al Axel de Cristina), el razonamiento es que pueden hacerse todas las concesiones a la burguesía que sean necesarias, siempre que se tenga claro que no se gobierna para ellos sino para el pueblo. Aprovechando la metáfora que usara otro populista de la región, el Pepe Mujica, lo que García Linera propone tener siempre presente es “que se puede sentar en la misma mesa, siempre que sepa que esa mesa no es nuestra”. Lo interesante de este punto (una generalidad con la que nadie podría estar en desacuerdo pero tampoco acordar) es que para graficar esas “concesiones necesarias”, García Linera trae a cuento el ejemplo de la NEP en la Rusia revolucionaria como para enseñar (particularmente a los trotskistas) que hasta el más revolucionario realizó negociaciones. Lo que no tiene en cuenta es que el ejemplo que eligió para esa cátedra, grafica la diferencia entre la negociación con la burguesía como táctica y la alianza con la burguesía como estrategia. La concesión de la NEP fue un retroceso táctico (así lo definió el propio Lenin) en un proceso de revolución socialista que ya se había hecho del control estatal del comercio exterior y la industria nacionalizada, es decir de un gobierno revolucionario que ya había realizado una ruptura con el imperialismo y la burguesía. En el capitalismo andino de la Bolivia dependiente, las concesiones se realizan respetando las reglas del imperialismo y la burguesía11. Para volver a la metáfora de Mujica, el problema no es sentarse a la mesa sino preguntarse quién es el dueño de la casa. Y los dueños de las casas no cambiaron, y en momentos de crisis suelen ser proclives a cambiar las llaves de la puerta de entrada y echar a los mayordomos circunstanciales. Es por eso que el máximo “mando de la economía” al que se puede aspirar (con viento de cola) es a cierta diversificación de los recursos y fortalecimiento del mercado interno, es decir, conseguir una viabilidad de la economía más allá de que se mantenga la estructura del país atrasado. Pero eso trae otro problema que García Linera reconoce, aunque llamativamente no vincula con lo anterior: el acceso al consumo como la gran conquista de los gobiernos populistas

y la creación de “clases medias” como clases infieles cuyo voto es tan volátil como lo son las mercancías en el mercado (ayer al PT, hoy a los tucanos; ayer al FPV, hoy a Macri; ayer al Evo, hoy contra su reelección). Esas “clases medias infieles” son miradas con recelo por los adalides de los gobiernos populistas sin entender que son el producto de su propia creación. Si los populismos de mitad del siglo pasado fueron los de los derechos del trabajador (y la fidelización fue acorde a eso), estos populismos degradados que tienen el acceso al mercado como gran logro para mostrar, no pueden evitar tener una fidelización acorde al individualismo de su propia propuesta. Los ajustes (mayores o menores) implementados por los gobiernos progresistas en los últimos años hicieron el resto del trabajo, erosionando la propia base social. El ajuste de Dilma es el ejemplo más claro de esta dinámica, aunque también puede verse en Argentina, más aún si se tiene en cuenta que el candidato elegido para la continuación del kirchnerismo era el vicepresidente de Menem, Daniel Scioli. Este puente al regreso de la razón neoliberal que operaron los gobiernos progresistas permitió, en Argentina y Brasil, que Macri y Temer pudieran pasar (no sin tensiones) a la profundización de políticas promercado (pago a los fondos buitres y privatizaciones brasileñas) bajo la promesa de que estas políticas permitirían mantener el acceso al consumo que ni el PT ni el FPV parecían poder mantener.

La culpa de la conciencia Cuando el populismo en crisis se pregunta por qué se imponen nuevamente los valores de la meritocracia, de la competencia, del individualismo más vulgar, de la antipolítica, suele buscar en la cultura un problema que es del orden del proyecto político que el populismo encarna. La subalternización de las masas que fueron su condición de posibilidad; el no cuestionamiento a quiénes son los “dueños de la casa”, y el acceso al consumo como niña bonita de las conquistas, explican mucho más la derrota que cualquier error cometido en el terreno de “la batalla cultural”. García Linera postula la ausencia de un “cambio cultural” antineoliberal como explicación de la tendencia de las masas a ser prescindentes políticamente ante los avances de las derechas latinoamericanas, yuxtaponiendo un análisis pretendidamente “culturalista” (que le echa la culpa a las clases subalternas por su falta de conciencia) a su política “realista” de crudo economicismo (de consumo). Este tipo de explicación (que se replica en otros intelectuales del populismo latinoamericano como Emir Sader), evita la crítica de los límites insalvables del proyecto populista. La subsistencia de la razón populista parece jugarse en

la elusión de esta conclusión. De allí que dediquen su fuerza a combatir tanto las críticas neoautonomistas como las posiciones marxistas revolucionarias que dan centralidad al problema de la subalternización de las masas por el Estado capitalista. Es decir, a quienes disparamos al centro de la hipótesis populista (y de su fracaso).

1. Svampa-Modonesi, “Posprogresismo y horizontes emancipatorios en América Latina”, La izquierda diario, 10/8/2016; A. Borón y P. Klachko, “Sobre el ‘post-progresismo’ en América Latina: aportes para un debate”, Resumen Latinoamericano, 28/09/2016. 2. “Radiografía de una Venezuela convulsiva”, Milton D’ León, IDZ 33, septiembre 2016. 3. Para una lectura de las implicancias del giro a derecha y sus límites ver “Giro a derecha y lucha de clases en Sudamérica”, Daniel Matos y Eduardo Molina, revista Estrategia Internacional 29. 4. “Las derechas profundas en América Latina”, en massimomodonesi.net, 03/10/2016. 5. Si bien el conjunto de los llamados “posneoliberalismos” o “progresismos” recompusieron la capacidad de mediación del Estado con sus políticas de democratización, “inclusión social”, neodesarrollismo económico y recuperación de algún grado de relativa autonomía política frente al imperialismo, distinguimos a Brasil, Uruguay y Argentina como gobiernos moderados de centroizquierda, de Venezuela, Bolivia y Ecuador como expresiones más a izquierda. Estos últimos, realizaron reformas de la superestructura estatal y política reflejada en los procesos constituyentes y, por su carácter de exportadores de hidrocarburos que les permitía ambicionar una recuperación de la renta enajenada por sus antecesores neoliberales, presentaron mayores roces con el imperialismo. 6. El Vicepresidente de Bolivia, principal vocero intelectual del proceso boliviano, tiene una larga trayectoria política y académica, es ex guerillero katarista, matemático y sociólogo inspirado en categorías de Marx y Bourdieu, ver la compilación La potencia plebeya, Clacso, Buenos Aires, 2009. 7. Conferencia de García Linera en Fac. Cs. Sociales-UBA, Nodal, mayo 2016; “Las transformaciones se dan por oleadas”, entrevista en Clacso-TV. 8. Ídem. 9. “Los orígenes del peronismo y la tarea del historiador”, Daniel James, Archivos N°3, septiembre 2013. 10. Ferreira, Javo, “El ocaso de la ilusión decolonial”, IdZ 27. 11. Esta idea de que la nación oprimida podía conseguir mayor autonomía económica sin romper los lazos con el imperialismo se expresó en las ilusiones del “capitalismo nacional” kirchnerista, en el “capitalismo andino” de Evo e incluso en Brasil, donde al tener un mayor peso la burguesía autóctona se reabrió la discusión sobre el “subimperialismo brasileño” bajo administración petista.


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vigilar y castigar Ilustración: Greta Molas

Con los casos del “médico” y del “carnicero” los medios y los políticos de los partidos patronales iniciaron un raid con los temas de inseguridad y justificación de la justicia por mano propia. En estas páginas reflexionamos sobre los usos del discurso de la “inseguridad” y sus falacias. Convocamos para ello a Roberto Gargarella, con quien hemos debatido largamente en otros números de esta revista, quien a propósito de su último libro nos da su mirada sobre la doctrina penal de derecha e “izquierda” que defiende el castigo. Inseguridad urbana: mentiras, omisiones y verdades OCTAVIO CRIVARO Sociólogo. Cuando apretamos la primera tecla para escribir este artículo, bajan de los móviles verde oliva y caqui cientos de efectivos de Gendarmería y Prefectura que ocuparán Rosario y varias ciudades santafesinas, según el acuerdo arribado entre el gobierno supuestamente progresista que dirige la provincia (el PS) y la derecha de Mauricio Macri y Patricia Bullrich. La Provincia de Buenos Aires, ya atestada con 90 mil efectivos de la Maldita Bonaerense, también ve sus rutas y calles saturadas con tropas de las fuerzas federales, mientras estallan escándalos que involucran a la plana mayor del servicio penitenciario

que hacían negocios, nada menos, con la comida de los presos. A la vez, se conoce que jóvenes de La Poderosa fueron torturados y amenazados por prefectos. Todo muy normal. El desembarco de prefectos y gendarmes en Santa Fe fue el hijo legítimo de dos masivas marchas “contra la inseguridad” en Rosario, luego de distintos casos de robos seguidos de asesinatos que conmovieron a la opinión pública. Que, como suele suceder, fueron amplificados por los medios de comunicación locales, que hicieron un fuerte lobby para endurecer la política represiva estatal. Santa Fe duplica la media nacional de homicidios,

pero a nadie parecieron importarle mucho las causas de esas cifras inflamadas: la podredumbre policial y la existencia de mafias que actúan a cielo abierto. A su vez, a escala nacional las marchas rosarinas confluyeron con la voluntad gubernamental (y por ende mediática) de crear un ambiente propicio para una línea punitiva y “manodurista”, y aumentar el control social. Si no hay pan (o mejor dicho, si hay ajuste y tarifazo), habrán pensado los “teólogos” del marketing macrista, entonces que haya circo. Y al festival de la corrupción kirchnerista, con sus valijas voladoras y sus funcionarios »


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saltimbanquis, servido en bandeja para que el macrismo haga demagogia, el gobierno le sumó el circo de los llamados “justicieros”.

Justicia por mano propia: la propiedad privada de la pena de muerte Dos casos brutales de asesinatos de ladrones en manos de un médico y un carnicero, ambos llamados “justicieros” por la prensa, sacudieron el microcosmos de las noticias, y el dispositivo orquestal del gobierno y de los grandes medios de comunicación, hicieron lo imposible por utilizar estas atrocidades para correr el amperímetro de la opinión pública a la derecha. Un médico fusiló de cuatro balazos a uno de los ladrones que quiso llevarse su auto. A pesar de la brutalidad del crimen, los medios lo pasearon por sus páginas y estudios hasta canonizarlo y santificarlo. La inefable ministra de seguridad, Patricia Bullrich, colaboró llamándolo “víctima”. Días después, el brutal caso del carnicero que persiguió con su auto, atropelló y aplastó hasta matar a uno de los dos asaltantes que irrumpió en su comercio copó las letras de molde. El mismísimo Macri lo llamó “sano y honrado”, descripción que contrastó con los videos del matarife golpeando con un palo y gritando a una persona agonizante que iba a matarlo. Cumplió. La misión de la utilización política de estos casos es clara. El objetivo inmediato: disolver una coyuntura de ataques a las condiciones de vida de las masas. El estratégico: girar a derecha la ya represiva “doctrina de seguridad pública” legada por el kirchnerismo y por la realpolitik de los gobernadores e intendentes peronistas, manoduristas y represivos. Es decir, endurecer más al Estado. La legitimación de casos de “justicia por mano propia” es una agenda que retrocede cientos de años de la ya retrógrada institucionalidad burguesa y vuelve el reloj al momento en que las agujas señalan a Thomas Hobbes. Frente a la degradación de las fuerzas de seguridad involucradas (como veremos) en la gestión del crimen, el propio Estado se inmiscuye en victimizar a “ciudadanos” que utilizan una inflamada “Ley del Talión” donde la pena sumaria no guarda proporción alguna con el agravio del supuesto damnificado. Personas que fusilan o atropellan a individuos que le roban una suma de dinero o un celular: un bien, un aparato o un monto de dinero a cambio de una vida. No suena muy razonable: personas que ponen el grito en el cielo porque presuntamente los ladrones “matan por un celular”, matan ladrones por robarles un celular. La labor de los medios y la valoración que hace el macrismo de los “justicieros” no es más que una continuación del discurso de la meritocracia solo que por otros medios: los medios armados. Como premio, el Estado hace desaparecer el rol de las fuerzas de seguridad en la organización del delito, la existencia de mafias con amparo estatal y la realidad social de degradación y desigualdad.

La inseguridad como miedo generado y como necesidad estatal La tasa de homicidio en Argentina, más allá de la presencia excluyente del tema en los medios, es de las más bajas de América Latina, por lejos. Con 6,6 homicidios por cada 100 mil habitantes, está por detrás de los 8,9 de Uruguay, y muy lejos de los 15,54 de México, los 26,54 de Brasil o los 26 de Colombia. Sin embargo Gabriel Kessler elabora una “sociología del miedo”1 y concluye que desde los ‘90 los medios de comunicación giran sus radares y cambian el paradigma hasta imponer “la inseguridad” como preocupación primordial. Solamente una minoría participa como víctima de situaciones de homicidios, pero el Estado y los medios de comunicación hacen un bombardeo sistemático en la que se consolida la sensación de que cualquiera podría ser víctima, lo que da sustento a una política pública de endurecimiento policial y judicial. Como demuestra Kessler, la sensación de miedo y de angustia que se instala en sectores de la sociedad (sectores populares incluidos) son concomitantes a una línea de endurecimiento estatal: de mano dura2. Kessler describe la realidad que nace de esta proliferación consuetudinaria del miedo: un paisaje urbano colmado de seguridad privada, alarmas, rejas y cámaras, (…) infinidad de dispositivos de seguridad en distintas prácticas y servicios habituales. Comerciantes que atienden a través de una reja, un botón “antipánico” en los taxis, (…) oferta de seguros ante la eventualidad de sufrir un robo…3.

La inseguridad, ante todo, es un buen negocio privado. El sociólogo francés Löic Wacquant describe con crudeza cómo bajo la ofensiva neoliberal, lejos del discurso hipócrita del achicamiento del Estado, fue creciendo el carácter represivo y carcelario, aumentando en tándem la desigualdad, la marginalidad y la “prisionalización” de la pobreza. Los que empobrecen, construyen una sociedad que es una “cárcel a cielo abierto”.

Descomposición estatal… El discurso a favor de la “mano dura”, de un fortalecimiento estatal, choca de frente con la propia descomposición de las fuerzas de seguridad, trenzadas en la gestión del crimen organizado pero también del “pequeño delito”. La desaparición, tortura y muerte de Luciano Arruga por negarse a robar para la Policía Bonaerense fue una demostración de que además de la participación en el “negocio grande” de las redes de trata y protección de prostíbulos, de la protección al narcotráfico y el negocio de los desarmaderos (subsidiario del robo de autos en zonas liberadas), las fuerzas de seguridad también administran el pequeño robo. El mismo Estado que está, abiertamente o agazapado, en la gestión de todas las ramas del delito, fogonea las campañas que culminan

en la necesidad de fortalecerse y armarse para parar a “la delincuencia”. Y los mismos medios de comunicación que acumulan en el éter, en la fibra óptica y en el papel miles de noticias de “poliladrones”, de narcopolicías y de oficiales pistoleros de gatillo fácil, actúan como un dispositivo paraestatal, un software legitimador serial de la línea de fortalecimiento del hardware estatal: el brazo armado de fuerzas represivas corrompidas y podridas. El discurso “securitista” omite mencionar este “detalle”. La aparición de un video reciente donde una banda de ladrones, copiando el estilo comunicacional del “Isis”, denuncia con nombre y apellido al fiscal y el jefe policial que libera zonas para que ellos puedan operar, más allá de la posibilidad de probar la denuncia, fue un hecho de gran verosimilitud: las zonas liberadas para la operación de bandas delictivas es otra de las deliciosas paradojas de un Estado que huele mal.

…y mafias Esta corrupción estatal no es una anomalía o un flagelo sino que es la forma por excelencia que asume el Estado bajo el capitalismo, normalidad que se agrava con la hipertrofia de enormes negocios ilegales que no por ilícitos dejan de ser negocios capitalistas. El narcotráfico es el principal. Sobre la sombra de esa descomposición estatal y con el impulso de otros negocios que paralelizan parte de sus ganancias y hacen grandes burbujas en negro (como la soja), se ha desarrollado y ampliado la escala del narco. Particularmente en Rosario, el narcotráfico mueve una cifra cercana a los 2 mil millones de pesos anuales, a partir del guiño de la enorme puerta de entrada y salida que implican 40 puertos privados en los que pasan toneladas y toneladas de productos legales e ilegales sin control alguno: un solo escáner funciona en uno solo de esos puertos, desde hace poco menos de un mes. Al calor de este esquema de podredumbre estatal, grandes negocios capitalistas y cuantiosas sumas de dinero en negro, se han fortalecido organizaciones mafiosas con vínculos estatales, como por ejemplo la banda de Los Monos en la zona sur de Rosario. A pesar de la frondosa proliferación de noticias, hay una mirada superficial al respecto. La existencia de estas bandas, con presuntos contactos con carteles internacionales y probados vínculos con la cúpula de la Policía Santafesina, documentados en escuchas telefónicas y otras pruebas, es lo que explica que Rosario duplique la tasa nacional de homicidios. El 70 % de la gran cantidad de homicidios en Rosario tiene vinculación con el narcotráfico. Sin embargo el discurso securitista reclama más mano dura y fortalecer una Policía que es responsable de esta situación. Contradicción flagrante.

La construcción del enemigo Así como omite mencionar la existencia de mafias y la podredumbre de las fuerzas de seguridad,


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que dan impulso a estas bandas “irregulares”, el discurso “securitista” crea enemigos, los modifica, los recicla, los exagera, les asigna una estética. Busca ganar base social con un relato que saque la lupa que apunta al Estado y apunte a enemigos sociales a poner en pie. No presenta una sola cifra que respalde las políticas de endurecimiento estatal: simplemente enuncia al enemigo. Los medios de comunicación hacen el resto: el poder evangelizador de la prensa es el “plató” donde se identifica al peligro con sectores populares en general y con la juventud en particular. Se insiste en bajar la edad de imputabilidad sin que existan estudios que respalden la hipótesis sobre el presunto peso creciente de los menores de edad en el delito. Se oculta adrede, incluso, aquellos ejemplos en los que se ha probado incluso relaciones de “trata” entre las mafias criminales y jóvenes, incluso niños. La periodista especializada en narcotráfico Cecilia González sí se detiene en esto, particularmente por la sentencia que probó la existencia de una red de trata con niños “soldaditos”: Las víctimas no son solo los asesinados. Son también los niños y niñas de Rosario que trabajaban como esclavos para las bandas de crímenes organizadas y en los famosos búnker, las minicárceles selladas con niños trabajando involuntariamente; niños víctimas que por adicción, abandono o pobreza terminan trabajando para el narcotráfico4.

Al mismo tiempo que se construye un enemigo social, y consiguientemente se apuntan los cañones estatales al cerco de los barrios populares, a la estigmatización por portación de rostro o ropa, no se busca ahondar en las causas profundas que explican el poder de reclutamiento sobre pequeños sectores que se ligan a bandas narcocriminales. Aquí se dan dos fenómenos. En primer lugar, el Estado aplica planes económicos brutales que mientras inflan colosales negocios económicos (en los ‘80, bajo el menemismo, bajo el kirchnerismo) hacen crecer los índices de pobreza. Y, fundamentalmente, como dice Kessler, aumentan los índices de desigualdad, que es lo que interesa. Sectores ínfimos cada vez más ricos, sectores masivos cada vez más pobres. Y luego ese mismo Estado es el que ve a la pobreza como amenaza a la “seguridad”. Cuando la economía se hunde, crece la desigualdad. En cambio, cuando la economía crece… también crece la desigualdad. Esto lo describe muy sencillamente Löic Wacquant cuando describe el fenómeno que llama “marginalidad”: no es un residuo del pasado, y tampoco es un fenómeno transitorio o efímero. (…) Mientras se insista en apostar a lo que se llama el camino de la economía avanzada, sin contemplar el cuadro social completo, se seguirá reproduciendo marginalidad avanzada. (…) En América Latina se observa desde hace quince años

un aumento de la violencia, de la criminalidad, del miedo en las ciudades y, por lo tanto, en reacción a ese aumento de la inseguridad y el miedo el Estado reacciona diciendo: “vamos a activar la policía, la justicia, la prisión”. “Mano dura”. “Tolerancia cero”5.

La marginalidad, en la que anidan la desesperación y la impotencia por falta de perspectivas y de futuro, empuja a un sector minoritario a actuar como mano de obra de bandas criminales o narcos. Se trata de sectores desclasados y puntuales, que sin embargo un discurso clasista identifica con los sectores laboriosos en general. Con mayor fuerza se evita hablar de la situación social que afecta a los sectores juveniles, que son los más castigados por la desigualdad social y la falta de perspectivas. Agustín Salvia y Ianina Tuñón hablan de la vigencia de una estructura social que establece oportunidades desiguales a los jóvenes según su origen social, disponibilidad de recursos familiares y otros factores de segregación. El conjunto de los jóvenes no tienen la misma oportunidad de continuar estudios, ni todos pueden acceder a una misma educación6.

Y continúan: el alcoholismo, la drogadicción y la violencia nocturna tienen tanto a las tribus juveniles marginales como al conjunto de los jóvenes como sus principales víctimas.7

Sobre este océano de tensiones sociales, que tiene a la juventud como principal damnificada, se da un segundo fenómeno: ¿cómo traduce un sector de los sectores populares la metralla consumista de la que, naturalmente, no pueden ser parte? Un sector, separado de toda posibilidad de estudio o trabajo, sin sentido de pertenencia a sindicatos u organizaciones, que es objeto, como todos los sectores sociales, del desfile permanente de productos de todo tipo y color, encuentra una forma tortuosa de ascenso social, de prestigio y de acceso a bienes de consumo vedados de otro modo. Esa forma es la pertenencia a bandas. Cristian Alarcón, de la revista Anfibia y del sitio Cosecha Roja, describe esto en una entrevista en La Capital:

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entender ni explicar. La hipocresía es la hermana gemela de la mano dura.

En definitiva Hay silencios sonoros cuando se busca instalar la “inseguridad” como preocupación pública, con la indisimulable intención de fortalecer el poder de fuego del Estado y sus bandas armadas. Con la creación de una agenda de miedo, se legitima el alcance del accionar represivo y de la impunidad consiguiente, mientras se vigorizan las formas del control social preventivo, primero, y reactivo luego, sobre los sectores trabajadores. Mientras el Estado, con la ayuda de los grandes medios, milita su fortalecimiento, los rasgos de descomposición de las fuerzas de seguridad cobra ribetes novelescos y su imbricación con bandas criminales se hace más evidente. Bajo ese manto político y discursivo, se mantiene ilegal la venta de drogas, cuando la legalización ayudaría a desarticular un negocio del que se enriquecen mafias y sectores del Estado. Del mismo modo, se sostiene el control privado de los puertos de entrada y salida, cuando la nacionalización bajo gestión de los trabajadores y la inversión tecnológica ayudarían a controlar el monopolio del comercio exterior y evitaría el tráfico de drogas. Pero no solo no se apunta en esa dirección sino que directamente, con medidas como el “blanqueo” de dinero, se abre las puertas a que narcotraficantes ingresen con plena ciudadanía a hacer negocios “tudo bom, tudo legal”. Las políticas de reformas o tendientes a “emparchar” o “depurar” fuerzas represivas cuya función social es la represión y la participación en actividades criminales, son utópicas y reaccionarias por igual. Sin atacar y desentrañar a las mafias policiales y el rol del Estado, y sin cuestionar la vulnerabilidad y la desigualdad del capitalismo, que impide la resolución de cuestiones elementales de la vida del pueblo trabajador, no es posible la resolución cabal de los problemas que planteamos aquí.

1. Cristian Alarcón, “Sociología del miedo”, Página 12, 14 de mayo de 2007. 2. Gabriel Kessler, “Delito, sentimiento de inseguridad y políticas públicas en la Argentina del siglo XXI”, en José Alfredo Zavaleta Betancourt (comp.), La inseguridad y la seguridad ciudadana, Buenos Aires, Clacso, 2012, p. 35. 3. Ibídem, p. 31.

Los pibes chorros disfrutaron, a su manera, de ese exceso consumista que se verificó en las clases pudientes en la década del noventa. A ellos también les llegó de manera residual, y a través del robo, una parte de los productos caros que invadieron la Argentina en los tiempos del 1 a 18.

Este abismo tiñe las características de desesperación y desapego en el que caen sectores de la juventud muy minoritarios que los medios inflan y exageran y, sobre todo, no pretenden

4. Cecilia González: “La Cultura termina naturalizando un negocio criminal multimillonario que provoca mucho daño”, Télam, 4 de agosto de 2016. 5 Fabián Bosoer, “Loic Wacquant: ‘La marginalidad actual no se resuelve sólo con crecimiento y empleo’”, Clarín, 14 de octubre de 2007. 6. Agustín Salvia, y Ianina Tuñón, “Los jóvenes y el mundo del trabajo en la Argentina Actual”, Encrucijadas, vol 36, 2005. 7. Ídem. 8. Rodolfo Montes: “Cristian Alarcón: ‘El mito me condujo a la realidad de los pobres’”, La capital, 5 de octubre de 2003.


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Roberto Gargarella: “Hay que romper con la idea de que justicia=castigo=cárcel” El constitucionalista Roberto Gargarella acaba de publicar el libro Castigar al prójimo. Por una refundación democrática del derecho penal (Siglo XXI). Aprovechamos para conversar con él sobre el momento en el que sale a la calle el libro, cruzado por los casos de justicia por mano propia y la vuelta del tema de la inseguridad al tope de la agenda mediática. IdZ: En las últimas semanas los casos de “el médico” y “el carnicero” pusieron en el tapete nuevamente la cuestión sobre la “inseguridad”, al mismo tiempo que se instaló el debate sobre la justicia por mano propia. Hasta el presidente Macri opinó sobre la cuestión diciendo que el carnicero debía estar con su familia, ¿cómo te parece que se plantea el tema de la seguridad y el castigo en el escenario político actual? Veo una continuidad entre lo que fue la época del kirchnerismo y esta, en lo que es el discurso público por el cual optan las autoridades. El kirchnerismo tuvo cierta ambigüedad, pero discursivamente hay un claro continuo desde Néstor Kirchner a Cristina Kirchner, y las principales figuras de la administración. Lo vemos en las críticas a la justicia que “hace entrar por una puerta y salir por otra” a los delincuentes. Recordemos que ellos no son víctimas de Juan Carlos Blumberg1, sino los que convierten en leyes sus demandas. Fueron activos en la transformación de nuestro derecho penal en lo que es hoy, con las características monstruosas que tiene. La nueva administración mantiene un perfil similar, porque además le interesa, y en parte quiere sobreactuar su opción por el orden. Ha sido muy consistente, considerando al presidente, la ministra de Seguridad, y la gobernadora de la Provincia de Buenos Aires, en esa línea, en contraste con lo que habría sido un período de “descontrol” de la calle durante la época kirchnerista. Y también en contra de la versión boba del garantismo que tanto el kirchnerismo como esta nueva administración aprovechan y usufructúan. Es pelearse con un fantasma o espantapájaros en su peor versión. Lo triste es que hay figuras dentro de la “izquierda penal” que abrazan esa versión boba. Pero yo creo que finalmente se están peleando con un fantasma, porque la realidad argentina es que tenemos más cárceles, más presos en ellas, y más maltrato a los presos hacinados. Es un clarísimo termómetro de cómo se

viene organizando la vida pública en la sociedad argentina, y de qué hace el poder político dominante en relación con los que disienten o lo desafían de un modo u otro. IdZ: Esta izquierda penal que mencionás está representada entre otros por Eugenio Zaffaroni y Luigi Ferrajoli, que recorren las discusiones de tu libro. ¿Cuáles son los aspectos que considerás críticos de sus planteos? Primero diría que creo que han hecho una enorme contribución buscando humanizar un derecho penal brutal, y darle alguna racionalidad a un derecho muy marcado por la irracionalidad, y en ese sentido han hecho un aporte muy vivificador de la doctrina. Pero al mismo tiempo hay que decir que han mantenido, en la teoría y en la práctica, posiciones enormemente problemáticas. En el caso de Zaffaroni lo que planteo en el libro es que él y muchos de sus seguidores tienen una visión muy reactiva u hostil hacia todo lo que sea democrático. Ya sea porque tienen en mente el pánico de lo que fuera el genocidio, y entonces tienen la noción de que la participación popular lo que hace es generar amenazas; que la posibilidad de vincular al “pueblo” con las normas penales se entiende como sinónimo de hiperpunitivismo, de máxima punición, de más penas y más duras. Eso está en Zaffaroni como está en grandes autoridades del derecho penal, que yo aprecio y respeto mucho, como Luigi Ferrajoli por ejemplo. Nuestro “progresismo penal” se lleva muy mal con la democracia todo a lo largo: en lo que es la redacción de las normas –vale la pena ver los archivos que muestran lo que decían los representantes de la izquierda penal sobre la posibilidad de abrir la redacción del Código Penal a la ciudadanía–; en lo que es la aplicación de las normas, con una visión muy judicialista que es fuertemente defendida por la doctrina penal progresista –otra vez los casos de Ferrajoli y Zaffaroni son muy notables– y a la vez verticalista, si se quiere de “aristocracia judicial”; y muy crítica en materia de decisión penal, rechazando la posibilidad de recurrir a jurados, etc. O sea que todo a lo largo del proceso de redacción de las normas penales, su aplicación, interpretación y la decisión penal, tienen una posición muy reactiva frente a lo democrático. Ese sería como un principal punto de critica fuerte, que creo que es el eje que recorre todo el libro. Donde, por el contrario, hay una reivindicación del lugar del pueblo en la discusión

y la decisión penal. Aquellos ámbitos que tienen que ver con las decisiones que más nos importan, por ejemplo el control del presupuesto o el control de la coerción y la violencia, son las cuestiones en las que tenemos que estar más involucrados, y son en las que por el contrario estamos más marginalizados. Fijate que aún la Constitución Argentina, la puertita que le abre a la participación popular, se la niega para las cuestiones que tienen que ver con impuestos o normas penales. Yo diría que justamente es al revés, que son las áreas donde más debería haber un involucramiento de la discusión pública. Esto es algo suscripto tanto por la derecha penal como por la izquierda penal. En el caso de los primeros, con la idea de que las personas no son capaces, no están preparadas suficientemente. Y en el de los segundos bajo la posición de que las personas se dejan llevar por las pasiones y se puede ir hacia un hiperpunitivismo. Estas afirmaciones jamás se apoyan en un dato empírico, no hay un solo sostén. Las pocas evidencias empíricas que podemos tener en la materia hablan más bien de lo contrario. Una, muy pequeña pero muy relevante, es que los jurados en países como el nuestro, se han mostrado siempre mucho más parsimoniosos que los jueces profesionales. Entonces, la pequeña evidencia que tenemos, en un país sin estadística en la materia como es el nuestro, va en dirección contraria. Hay otro eje muy central en estos autores, que es la defensa de lo que llaman minimalismo penal o garantismo. La idea del minimalismo penal es que el juez administre la violencia en dosis módicas, más racionales, más controladas, etc. Zaffaroni usa la imagen de la Cruz Roja en la guerra: el juez entra en el conflicto, saca los heridos, minimiza la violencia, etc.. Me parece que, primero, si la realidad que se describe es de esa tonalidad, algo que yo suscribiría, es decir la de la guerra, la tortura, la violencia descomunal, lo que debe hacer el juez no es minimizar esa violencia, sino negarla. Si el mundo que se describe en el ámbito de la administración de coerción es del nivel de brutalidad que se afirma, entonces el juez no puede dosificar la tortura, debe impedirla. El último punto puede ser el más controvertible, que es el que tiene que ver con los crímenes de lesa humanidad. Yo veo en las posiciones de Zaffaroni, así como en las del CELS y otros organismos, lo que llamaría un principio de discontinuidad. Esto es: tienen una posición que coquetea con el abolicionismo


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en un grueso de los crímenes y las ofensas, mientras que la posición se transforma en hiperpunitivista o maximalista cuando hablamos de los crímenes de lesa humanidad. Yo suscribo contra esa visión un principio de continuidad. Para mí están en la misma línea los crímenes pequeños y los más grandes e inaceptables, y merecen un tratamiento diferente de acuerdo a su dimensión. Los crímenes de los “ladrones de gallinas” merecen un tratamiento menor y posiblemente con ausencia completa de la coerción penal, mientras que los otros merecen una respuesta mucho más fuerte, pero están en la misma línea. Sostener un principio de discontinuidad es injustificable. Entonces, en distintos ámbitos creo que hay puntos de debates con esta izquierda penal, con la que por supuesto estoy junto cuando tenemos que hablar contra el “blumberismo”, contra el populismo penal, la derecha penal, etc. IdZ: Sobre el punto de los crímenes de lesa humanidad, tuviste un debate con Matías Maiello en las páginas de la revista [el debate se desarrolló en los números 8, 9, y 10 de la revista, de abril, mayo y junio de 2014 respectivamente; NdR]. Sí, claro. Ahora, creo que este modo de ponerlo es tal vez más iluminador. Hay un problema de pensar en esos términos de discontinuidad. Yo creo que hay que mirarlo de frente el problema. Tengo una visión muy crítica de la cárcel como respuesta, y la tengo en general. Por supuesto, mi prioridad es la vergüenza de que nuestras cárceles están llenas de perejiles y ladrones de gallinas. En rigor la abrumadora mayoría de los casos son vinculados a un pequeño narcotráfico. Lo que requieren por parte del Estado es el amparo, o el cuidado, y no la represión. Esos son los casos más preocupantes, pero mi resistencia a la idea de asimilar justicia con cárcel es todo a lo largo. Entonces, hay que ver de qué modo podemos reprochar los crímenes peores. Y no digo que no pueda usarse nunca la cárcel. Lo que sostengo es que una posición de crítica a ese instrumento como un tipo de respuesta irracional no debe abdicarse cuando de lo que se trata es de lidiar con mis enemigos. No, se tiene esa posición como principio. Es una respuesta que es una locura. A lo mejor hay casos en los que no puede hacerse otra cosa, pero hay que aceptar que es un instrumento que tiene mucho de irracionalidad. La idea de que se pueden buscar formas de reintegración social excluyendo gente, separándola, vinculándola con los que se han identificado como los peores criminales es una locura. IdZ: Otra idea que planteas en el libro es que el sistema penal reproduce las desigualdades existentes en la sociedad. ¿Podríamos decir que esto está estrechamente relacionado con la falta de preocupación

del sistema penal por lo democrático que señalas? Totalmente. Como el sistema penal, todo a lo largo, está en manos de una elite, desde luego que no podemos sorprendernos cuando vemos que esa elite es especialmente protegida, y los que no forman parte de esa elite son especialmente castigados. Hay un hecho en el que insisto siempre: en una sociedad como la nuestra –y como todas- caracterizada por una diversidad, pluralidad y multiculturalidad, nuestras cárceles tienen una composición bastante homogénea en términos sociales, culturales, etc. Hay un sesgo dentro del sistema del que hay que hacerse cargo. La desigualdad económica se traslada a todas las esferas, a la política, a la cárcel, al derecho. Entonces, la falta de democracia que hay en el derecho se traduce en un uso sesgado del aparato coercitivo. IdZ: Volviendo a los casos más recientes. ¿Cómo te parece que estos son aprovechados desde los medios y sectores políticos que tienen un discurso de orden y represión, como el propio gobierno o Sergio Massa? Son casos que tocan fibras muy sensibles en la sociedad, porque hay mucha gente que está atemorizada, sensibilizada, o le ha tocado vivir en cuerpo propio situaciones vinculadas con el tema. Cuando se toca esa fibra hay una respuesta social, y al político le interesa porque es un modo muy económico de ganar atracción diciendo tonterías. El caso de De Narváez hace unos años, o el de Massa ahora, son clásicos en la materia, con el “mapa del delito” o las cámaras; no saben que tienen para decir pero van por la línea del orden y la severidad porque entienden que es un discurso ganador. Lo mismo los medios, porque dada la sensibilidad que existe genera un discurso que se vende más que otros. En época de necesidad desesperada de ganar un nicho de mercado, rinde. La lógica del medio es la mercantil. No es la lógica democrática, la del buen argumento o la diversidad de voces, sino la de la ganancia. Por eso tanto la política como los medios de comunicación conviven muy alegremente con estos temas. IdZ: Vos planteas que en el sistema penal actual el castigo, que a priori habría de ser una última instancia, se transformó en la primera. Todo es un problema en cuanto a cómo pensamos el castigo. Primero, creo que en una comunidad democrática, siempre veríamos como justificado que hay una serie de conductas que queremos desalentar, y en algunos casos que queremos reprochar. Ahora, la idea de reprochar, no es lo mismo que la idea de castigo. El castigo implica normalmente imposición deliberada de dolor por parte del Estado en el caso penal. Una cosa es el reproche, que no es lo mismo que castigar, imponer dolor. Esta imposición de dolor es algo muy complicado

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de justificar. Reproche no es igual a castigo, y además castigo no es igual a cárcel. Eso que fue reservado para el último lugar, que es el uso de la violencia estatal y el uso de la privación de libertad, pasó a convertirse en el primer lugar. Lo primero que haría es romper esa sinonimia, de que reproche es castigo y castigo es cárcel. Este discurso que está muy instalado tanto en la derecha penal como en la izquierda penal, de que más cárcel es igual a más justifica es un discurso que merece ser roto. Justicia es y debe ser visto como otra cosa. Es atender al que ha sido ofendido, reparar el daño, buscar que el que ha ofendido se reintegre socialmente, eso es lo que uno idealmente podría aspirar a hacer. Pongamos que estamos en una sociedad en la que nos desconocemos, no hay comunidad, y hay mucha violencia. Puede resultar más complejo lo que planteo, pero creo que tenemos que aspirar a hacer otra cosa que el castigo y la cárcel. Luego vemos si lo alcanzamos o no. Para mí justicia está asociado a este tipo de cosas: cuidar del otro, recuperar o restaurar lo dañado, hacer una atención muy especial por el que ha sufrido. En cambio el sistema penal (ya sea en las doctrinas de derecha o de izquierda) se empeñan en asimilar justicia con cárcel. Forma parte del nivel de brutalidad con el que nos ha educado a pensar en estas cuestiones. Entrevistó: Esteban Mercatante. 1. El “ingeniero” y empresario textil que a raíz del secuestro y asesinato de su hijo Axel Blumberg se convirtió en referente del reclamo por penas más duras.

Crimen y castigo Roberto Gargarella y Matías Maiello realizaron en las páginas de esta revista un extenso debate sobre derecho y justicia en la teoría de Marx y sus implicancias. Estos son los artículos que podés encontrar en nuestra web: Matías Maiello, “El derecho penal y la lucha de clases. Una polémica con Roberto Gargarella”, IdZ 8; Roberto Gargarella, “Notas sobre marxismo, justicia y derecho penal. Crítica a la crítica de Matías Maiello”, IdZ 9, Matías Maiello, “Encrucijadas de un abolicionismo ‘light’. Respuesta a Roberto Gargarella”, IdZ 9; Roberto Gargarella, “Crítica a la crítica de la crítica”, IdZ 10, y Matías Maiello, “Medios y fines. Segunda respuesta a Roberto Gargarella”, IdZ 10.


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Ilustración: Anahí Rivera

Sobre la política social en la Argentina

POBRES INCLUIDOS Notas sobre el papel de la política social en la recomposición del poder en la Argentina reciente

Trabajo y Familia MANUEL MALLARDI Director de la Carrera de Trabajo Social-UNCPBA.

Nadie duda que las llamadas políticas sociales constituyen un aspecto relevante de la intervención estatal en las relaciones sociales. Pero ¿cuál es la racionalidad que sustenta esa intervención? ¿Qué concepción de Estado, de familia, de trabajo sostienen esas políticas? En esta nota se sintetizan algunos trazos generales de las políticas sociales implementadas en Argentina durante el período kirchnerista. En la Argentina, el inicio del siglo XXI estuvo caracterizado por la expresión de una

crisis económica, política y social que tiene en los hechos del 2001 las manifestaciones más acabadas. Sin poder caracterizar, por cuestiones de espacio, las implicancias y particularidades de la crisis de 2001, interesa mencionar que la recomposición de la acumulación capitalista tornó necesaria la recomposición del poder político estatal. Siguiendo los planteos de Adrián Piva1 se afirma que, en este contexto, el primer gobierno kirchnerista fue el gobierno de la recomposición política, donde la principal tarea se ubicó en el plano de la

reconstitución del consenso en torno al ejercicio del poder político y, en estrecha relación, la capacidad de internalizar el conflicto social en el marco de las instituciones vigentes. Se destaca, de acuerdo a nuestros intereses, la estrategia de satisfacción gradual de demandas mediante una intervención sistemática del Ministerio de Desarrollo Social, coordinado por Alicia Kirchner en la mayor parte del período kirchnerista2. En las líneas que a continuación se presentan, se sintetizan algunos trazos generales


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sobre la racionalidad que sustenta la política social implementada en Argentina en los últimos años, para lo cual se recurre a la caracterización de los fundamentos discursivos del accionar del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, espacio desde donde se han coordinado distintos planes y programas destinados a garantizar y/o facilitar la reproducción de la fuerza de trabajo.

La retórica sobre la familia y el trabajo: la reprivatización de la reproducción social durante el kirchnerismo Iniciado el gobierno de Néstor Kirchner, el Ministerio de Desarrollo Social implementa un abanico de políticas públicas que se plantean como superadoras de la lógica imperante en el período anterior, donde el recorte y focalización del gasto social se articulaban con el repliegue del Estado. En este contexto, el mencionado ministerio aglutina su intervención en torno a la retórica sobre la familia y el trabajo, definiendo una racionalidad sistemática de intervención sobre las distintas expresiones de la “cuestión social” que estará presente hasta la finalización del período kirchnerista. Cabe mencionar que en un primer momento esta lógica se expresa en la puesta en práctica de tres programas articuladores: Plan Nacional de Seguridad Alimentaria “El hambre más urgente”, Plan de Desarrollo Local y Economía Social “Manos a la Obra” y Plan Familias por la Inclusión Social, mientras que posteriormente las intervenciones se aglutinan en dos ejes integradores de acción de las políticas sociales: “Argentina Trabaja” y “Familia Argentina”. Inicialmente, como telón de fondo al proceso de configuración de la política social del período kirchnerista adquiere centralidad la migración realizada entre el Plan Jefes y Jefas de Hogar, lanzado inmediatamente posterior a la crisis de 2001, donde, a partir de la diferenciación entre personas empleables e inempleables, los primeros son ubicados en el Programa Seguro de Capacitación y Empleo dependiente del Ministerio de Trabajo,

Empleo y Seguridad Social, mientras que los segundos pasan al Plan Familias por la Inclusión Social, para los cuales ya no habría exigencia de contraprestación laboral sino de condicionalidad sanitaria y educativa con respecto a los hijos. En el Decreto 1506/2004 se establece que la propuesta debe centrarse en promover la mejora de la calidad de vida de los niños, sobre todo en lo referido a su educación y su salud, incluyendo la mejora educativa de sus madres para coadyuvar a su empleabilidad. Operativamente, la inempleabilidad se tradujo en criterios de elegibilidad, tales como la residencia en municipios considerados prioritarios, tener dos o más hijos menores de 19 años o discapacitados de cualquier edad, que la titular esté embarazada, que la titular sea la madre (el varón solamente cuando es jefe de familia monoparental) y que la titular no haya completado la educación secundaria3. Como afirma Tamara Seiffer4, esta modificación afectó principalmente a mujeres, convalidando una estrategia de retorno al hogar, de reprivatización e individualización de la reproducción social. Se consolida así un proceso de maternalización de la política social5 donde, siguiendo los planteos de Estela Grassi6, se puede afirmar que la mujer se torna objeto y sujeto de la política pública. En esta programática, las familias son consideradas como unidades de intervención, espacios privilegiados para lograr el desarrollo en el marco de un contexto caracterizado por la política social, por la presencia de “familias desintegradas”, producto del modelo neoliberal. Esta desintegración se asocia a la configuración de hogares monoparentales, la mayoría a cargo de mujeres solas con sus hijos. Frente a este panorama, entonces, el Plan Familias por la Inclusión Social es considerado central como política de Estado en tanto “tiende a promover los valores que cohesionan, articulan y hacen posible una vida armoniosa en familia y en sociedad”7. Las familias pasan a constituirse como sujeto potencial de las políticas sociales, orientando la

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acción hacia su promoción y protección porque constituye “el primer espacio para crecer, construir y socializar valores, aprender y formar parte junto a otros”8. La cooperación de las familias en la ejecución de las políticas sociales aparece, en consecuencia, como un eje transversal de las políticas públicas que se plantean orientadas a promover la integración social y la protección de los derechos. En esta línea, con el fin de garantizar la “apropiación de derechos” se justifica la necesidad de desarrollar un trabajo de fortalecimiento de capacidades personales o comunitarias, donde la familia no debe ser considerada solamente desde la carencia, sino también desde las potencialidades. Esta racionalidad se orienta a que sus integrantes puedan “recuperar o disponer de habilidades y destrezas, funcionalidad y resolución eficaz, para el manejo de la vida cotidiana, fomentando la organización y asociatividad”9. En estrecha relación a la promoción de capacidades, habilidades e iniciativas de los sujetos de la política social, se plantea que las personas no “quieren limosnas” sino trabajo, porque éste dignifica la condición humana. El empleo aparece como elemento aglutinador del tejido social y mecanismo fundamental para la inclusión y la dignidad humana. El discurso oficial sostiene que “el trabajo es vida, es dignidad, es construcción permanente hacia la utopía realizable de un mundo mejor, es poder mirar a los hijos a la cara, es reconstruir la familia y sobre todo, recrear en ellos la cultura del trabajo fecundo”10. Tres años después, en el marco de las conmemoraciones por el Bicentenario de la Revolución de Mayo, se fortalece esta idea, afirmando que hay que resignificar al trabajo en su dimensión de “dignidad”. No es lo mismo tener trabajo que sobrevivir de una renta precaria. Es mucho más que un simple problema de distribución con justicia. Se trata de la identidad de las personas, del compromiso con uno mismo y con la sociedad. Se trata de la

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participación popular en la construcción de un modelo de país más justo y equitativo, asegurando el compromiso intergeneracional, por eso la mejor política social es el trabajo11.

El trabajo aparece, entonces, como el mejor organizador e integrador social en tanto permitiría a las personas desarrollar sus capacidades, sociabilizarse y crecer con dignidad. En consecuencia, la política social aparece asociada a la promoción del desarrollo local y la economía social, propuestas desde donde se impulsan distintas herramientas, tales como el monotributo social, los microcréditos, los talleres familiares, las cooperativas de trabajo, entre otras. Bajo la argumentación de compatibilizar crecimiento económico e inclusión social, la denominada “nueva política social” sustenta su accionar en una idea de desarrollo local basado en la solidaridad, pues se afirma que para la organización del desarrollo local intervenimos desde la cultura, los saberes y los haceres, las tradiciones y los vínculos afectivos y solidarios que es desde donde se construyen los proyectos colectivos. Trabajamos para la generación de trabajo a partir de la economía social, no solamente porque produce un ingreso para mejorar la calidad de vida, sino también porque promueve los vínculos solidarios en un espacio colectivo compartido12.

El ejemplo paradigmático de este posicionamiento se refleja en la retórica que fundamenta la política de microcréditos, particularmente el Banco Popular de la Buena Fe, incorporado en el año 2004 al Programa Manos a la Obra. Analizando esta herramienta de la economía social, la Ministra de Desarrollo Social sostiene que el mismo es original en su misma esencia e implementación. Aporta a la realidad social de cientos y cientos de emprendedores que tuvieron que poner en juego su esfuerzo, canalizando sus capacidades como respuesta a la marginación social y la insolidaridad del modelo13.

Para alcanzar estos objetivos, la propuesta considera que tiene cuatro pilares fundamentales: la unidad de quienes participan del proyecto; la disciplina para cumplir los compromisos y la palabra empeñada; el coraje para afrontar las dificultades; y las mujeres, en tanto son las principales participantes de la propuesta14.

Así, impulsando la autonomía de cada persona a través de la promoción de sus propias habilidades y saberes, incentivando la capacidad de soñar y de gestar utopías que generan trabajo digno, se busca generar autoempleo en sectores trabajadores.

La ciudadanía de los pobres: laboriosos, dignos y responsables La articulación de las dimensiones trabajo y familia en la retórica y fundamentos de la política social implementada en el marco del Ministerio de Desarrollo Social encuentra sus fundamentos en la lógica hegemónica de intervención sobre las distintas expresiones de la “cuestión social” en los países capitalistas. En términos generales, se puede afirmar que estos postulados, en articulación al énfasis otorgado a aspectos como la solidaridad, la dignidad y el esfuerzo, configuran la matriz liberal contemporánea de gestión de la fuerza de trabajo en consonancia a las exigencias del mercado de trabajo, principalmente a partir de la década de 1970. Coherente con estos posicionamientos, Pierre Rosanvallon15 sostiene la necesidad de reconocer las trayectorias individuales para entender la “nueva cuestión social”, reforzando el carácter privado de los problemas sociales e interpelando la noción de ciudadanía burguesa clásica, haciendo necesario, según el autor, un nuevo rol estatal, donde la inserción por el trabajo debe ser el eje directriz de intervención sobre la fuerza de trabajo. La inducción comportamental, como matriz fundante de la política social en el capitalismo16 se materializa en políticas de gestión de comportamiento, políticas que implican orientaciones que incluyen desde la presión educativa hasta la intervención sobre la forma de la estructura familiar. En este marco, la experiencia francesa del Revenu Minimum d’Insertion y los proyectos americanos vinculados al workfare constituyen la base y horizonte de la intervención estatal. Sobre la retórica que articula dignidad, disciplina, habilidad y competencia personal, estos planteos sostienen que el bienestar se alcanza a partir de la inserción laboral de las personas, por lo cual para la recepción de una prestación social se plantea como exigencia el cumplimiento de condicionalidades, sean vinculadas al trabajo, generalmente precario, y a la familia, principalmente a la mujer. Se avanza, entonces, hacia una ciudadanía contractual, que exige el cumplimiento de obligaciones por parte de los sujetos y donde la

gestión del comportamiento y la regulación de la vida cotidiana es el precio que los pobres deben aceptar para continuar siendo incluidos por el Estado. En síntesis, se observa como en la estrategia de recomposición del consenso, la política social kirchnerista reconoce el carácter público de necesidades y problemáticas sociales mientras que, simultáneamente, refuerza el carácter privado de sus causas y responsabilidades, profundizando procesos de responsabilización individual y/o familiar. 1. Economía y política en la Argentina kirchnerista. Bs. As., Batalla de Ideas, 2015. 2. Su participación en el Ministerio de Desarrollo Social tiene una interrupción durante el período 10/12/2005-14/08/2006, cuando ocupó el cargo de Senadora Nacional por la Provincia de Santa Cruz. 3. Golbert, Laura. “Argentina: aprendizajes del programa Jefes y Jefas de Hogar Desocupados” En: Arriagada, I. (Coord.). Familias y políticas públicas en América Latina. Una historia de desencuentros. Chile, CEPAL-UNFRA, 2007. 4. “Asignación Universal por Hijo y ProGrEsAr: ¿un cambio en la forma estatal de atendimiento de la “cuestión social” en Argentina? En: I Encuentro Interdisciplinario sobre cuestión social y políticas públicas. Tandil., 2014. 5. Nari, Marcela. Políticas de maternidad y maternalismo político. Buenos Aires, Biblos, 2004. 6. La mujer y la profesión de Asistente Social. El control de la vida cotidiana. Buenos Aires, Editorial HVMANITAS, 1989. 7. Kirchner, Alicia. La bisagra. Memoria. Verdad. Justicia. Organización Social. Buenos Aires, Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, Argentina, 2007, p. 218. 8. Ídem. 9. Ibídem, p. 140. 10. Ibídem, p. 42. 11. Kirchner, Alicia. Políticas sociales del Bicentenario. Un modelo nacional y popular. Tomo I. Buenos Aires, Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, Argentina, 2010, p. 22. El destacado

es nuestro. 12. Kirchner, Alicia. La bisagra. Memoria. Verdad. Justicia. Organización Social. Buenos Aires, Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, Argentina, 2007, p. 180. 13. Ibídem. p. 204. 14. Banco Popular de la Buena Fe. De vuelta en pie 2002 al 2007. Sistematización de las prácticas del Banco Popular de la Buena Fe. Bs. As., Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, 2008. 15. La nueva cuestión social. Repensar el Estado providencia. Buenos Aires, Manantial, 2004. 16. Netto, José Paulo. Capitalismo Monopolista y Servicio Social. San Pablo, Cortez Editora, 2002.


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La política social en Argentina como forma de reproducción de su especificidad

Asistencia para todos TAMARA SEIFFER UBA, UNCPBA, CONICET.

El kirchnerismo significó un crecimiento récord en términos del gasto social y lo presentó como expresión del cambio de un modelo neoliberal a otro de “crecimiento con inclusión”. Junto a la “política de desendeudamiento” y a la “política de industrialización” se presentó como la evidencia de un cambio en la relación entre mercado y Estado. El gobierno de Macri aparece como su contracara. Sin embargo, aún cuando el gasto social se contrae como resultado de la crisis que se expresa en un ajuste general, no tiene en las fases “neoliberales” una tendencia a la caída. Entender el contenido que se expresa en la política social por fuera de las falsas dicotomías nos permitirá abordar en forma más potente la acción política de la clase obrera en este terreno.

El gasto social, el salario y el consumo de la clase obrera argentina El análisis del gasto social permite mostrar que durante el kirchnerismo el gasto destinado a políticas sociales en general y el gasto asistencial en particular (el destinado a los sectores más empobrecidos) crecieron. Un análisis de largo plazo permite ver que se trata de una tendencia que no es novedosa y que no depende de los gobiernos de turno. Por lo menos desde la década del ‘40 el gasto social crece de manera sostenida y con mayor velocidad en momentos de expansión de la economía. En momentos de crisis cae pero sin romper el piso anterior y retoma la senda ascendente. La magnitud de su crecimiento

durante la última década lleva a preguntarse por lo particular dentro de esta tendencia. El ascenso del gasto social fue acompañado por el crecimiento de los salarios hasta mediados de los ‘70. Hasta entonces su aumento expresaba, como una tendencia del capital mundial, la demanda de una fuerza de trabajo relativamente indiferenciada en términos de conocimientos, habilidades y disposiciones. Ambos permitían, mediante la ampliación del consumo, la creación de condiciones de reproducción de una fuerza de trabajo que debía poseer atributos universales y tuvo por forma necesaria de realizarse la lucha de la clase obrera demandando a los capitales individuales y al Estado la satisfacción de más necesidades. De allí la creación masiva de servicios de salud y educación en las primeras décadas del siglo XX. Pero esta dinámica se ve interrumpida en nuestro país a partir de 1975, momento a partir del cual los salarios comienzan un proceso de largo deterioro (nunca se recomponen a pesar de los momentos de crecimiento). El alza salarial del kirchnerismo permitió apenas llevar los salarios promedio a valores cercanos a los de los ‘90, lo que explica los altos índices de pobreza recientemente difundidos. Debemos entonces de inmediato explicar el fundamento de esta tendencia del salario de la clase obrera argentina. Argentina, como el resto de América del Sur, tiene la particularidad de centrar su economía en la producción de materias primas para el mercado mundial. Esto significa en primer

término que quien es dueño de la tierra se puede apropiar de una riqueza extraordinaria que la paga quien compra esas mercancías. Su precio no se determina por los costos de producción locales sino por los costos en las peores tierras puestas en producción a nivel mundial. Cuando se producen en lugares que tienen condiciones naturales específicas favorables, como es el caso del agro en la tierra pampeana de nuestro país, los terratenientes se pueden apropiar de una plusvalía extraordinaria. Pero, por sus características, la renta puede escapar de las manos de los terratenientes y se constituye en objeto de disputa social. El capital global intenta recuperar la plusvalía cedida para su propia valorización radicando fragmentos suyos (obsoletos desde el punto de vista del capital mundial) en este espacio nacional y fugando capital al exterior. Los capitales nacionales logran obtener una tasa de ganancia normal con una menor productividad del trabajo gracias a que reciben una cuota de esta masa de riqueza. La historia Argentina está marcada por los ciclos de la renta: sus momentos de alza y baja explican los momentos de expansión y contracción de la economía1. El Estado juega un papel fundamental en la historia argentina en su apropiación y distribución. Los mecanismos de apropiación toman la forma de políticas públicas que van desde formas “intervencionistas” como las retenciones a formas “liberales” como la sobrevaluación de la moneda (en apariencia de mercado). Se trate »


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de unas u otras, en ambos casos el destino principal de la parte de renta que escapa de las manos de los terratenientes son los capitales que operan localmente. Con la crisis mundial de mediados de los ‘70 la renta se contrae y el capital local recurre a otras fuentes de valorización. Una de ellas es la baja salarial y la otra el endeudamiento, que pasan a tener un rol central en las formas de apropiar renta y, por tanto, en los ciclos de la economía local. En tanto el capital argentino se sostiene sobre estas fuentes, cuando renta y deuda no están disponibles, la baja salarial se profundiza. Como la clase obrera tiene su vida atada a la de estos capitales, su reproducción depende también de qué pasa con ella. Si la renta expande la economía, expande por tanto la demanda de fuerza de trabajo. Expande asimismo la capacidad recaudatoria del Estado y, por tanto, su capacidad de expandir el gasto público. Cuando los mecanismos de apropiación de renta son directos permite una expansión del gasto social más importante, como es el caso de los primeros gobiernos kirchneristas. Esto le da la apariencia de ser mejores, pero el consumo del obrero no es un consumo humano en abstracto, sino la forma en la que se produce y reproduce la mercancía fuerza de trabajo. Se realice entera o parcialmente a través del salario, es un momento del ciclo del capital. El consumo mediado por el Estado de la clase obrera empleada implica un abaratamiento del pago que realiza el capital individual que la emplea, constituyéndose en fuente inmediata de valorización del capital. Cuando la política social alcanza a los obreros desocupados, el capital se apropia del gasto con la expansión del mercado interno en la medida en que puede vender mercancías que de otra manera no encontrarían demanda solvente. Esto sucede sólo cuando su magnitud y/u organización imponen una traba para la acumulación del capital, hecho que puede tener expresiones variadas: desde las formas de violencia más desorganizadas en las cuales miembros de la clase obrera atacan la propiedad y ponen en riesgo la vida de otros obreros, hasta formas organizadas como los movimientos de trabajadores desocupados. La necesidad de la lucha de la clase obrera como forma necesaria

de este movimiento da la apariencia de que se trata de un avance de la clase obrera frente al capital que da como resultado un “empate” (bonapartismo). Cuando el nivel de la conflictividad cae se explica porque la misma fue “comprada” o “cooptada”. Esta explicación invierte forma y contenido, perdiendo de vista que la capacidad de lucha está dada por el movimiento cíclico de la acumulación de capital en nuestro país.

La transformación cualitativa del gasto social, kirchnerismo y después Detrás del crecimiento del gasto social hay una transformación cualitativa. La transformación de los procesos productivos en la década del ‘70 conlleva una fragmentación de la clase obrera en el plano internacional pero también hacia el interior de cada país. Fragmentación que tuvo por contenido la necesidad del capital de producir fuerza de trabajo diferenciada y como su forma la dispersión salarial, el aumento de la población abiertamente sobrante y la fragmentación de la política social a partir de su focalización, descentralización y privatización. La expansión del gasto social deja de tener por contenido la creación de condiciones de reproducción para una fuerza de trabajo que debe mantenerse en activo y poseer atributos de universalidad, y pasa a explicarse por la fragmentación de la clase obrera y por la consolidación de una porción suya como sobrante para el capital. La política asistencial propiamente dicha se expande, pero además las políticas sociales en general se asistencializan y quedan cada vez más centradas en la atención de la clase obrera empobrecida. La salud pública queda relegada a las fracciones más pobres de la clase obrera, mientras otras fracciones cuentan con obra social o pueden pagar medicina privada porque su salario incluye este aspecto de la reproducción. Lo mismo sucede con la educación: mientras unos acceden a ella en el ámbito privado, la educación pública se fragmenta según la capacidad de pago de los gobiernos locales y se precariza con mayor énfasis allí donde está dirigida a la población obrera abiertamente sobrante. La expansión del consumo durante el kirchnerismo es expresión de la reproducción

ampliada de este proceso. Se monta sobre la baja salarial que implicó el proceso de devaluación de los años 2002-2003, que permitió poner en funcionamiento industrias que estaban quebradas, y por el crecimiento exponencial de la renta dada por el aumento de los precios de las mercancías agrarias debido a la expansión de la demanda China marcada por la crisis mundial. Nunca en la historia de nuestro país hubo una renta tan alta como durante los gobiernos kirchneristas, lo que les permitió presentarse como adalides de la industria y como combativos hacia “el campo” y la “oligarquía”, aun cuando el 59 % de la renta fue a manos de los terratenientes (más que con Menem y con la dictadura) y la industria local perdió peso en la apropiación. Como los capitales locales deben ser compensados, el gasto del Estado no puede provenir de impuestos que paguen esos mismos capitales. Proviene de las mismas fuentes extraordinarias que permiten su reproducción: renta agraria y deuda. El aumento del gasto durante el kirchnerismo tuvo como particularidad la expansión de las transferencias dirigidas a la clase obrera que se muestra en su carácter de sobrante en un contexto de fuerte suba de la renta: el aumento de la cantidad de pensiones y jubilaciones, la Asignación Universal por Hijo (AUH), el Plan Argentina Trabaja, por mencionar algunos de los más importantes. La AUH es la expresión más acabada del contenido de la política social en el período, pues es la aceptación de que se puede ser pobre aun teniendo empleo. Lejos de una ruptura en materia de política social, se consolida la tendencia a su asistencialización. Si bien el gasto social aumenta al tiempo que aumenta el salario promedio, éste no revierte el bajo nivel histórico al que ha llegado y se consolida la tendencia a la fragmentación que se pone de manifiesto con la profundización de la dispersión salarial entre trabajadores privados registrados, públicos y no registrados. La AUH, por su parte, se integra al sistema de asignaciones familiares pero lo hace con un tratamiento diferenciado que refuerza la fragmentación. El aumento del gasto es la otra cara de la moneda de un capital que encuentra de manera sostenida, en la expansión de la población que se estanca en


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Frente a la crisis que se expresa en una contracción de la economía y una depuración del capital sobrante, una parte de la clase obrera buscará aliarse con el capital que la condena a su condición de sobrante en el intento de enfrentar la política de ajuste no como una política del capital sino como política neoliberal. Otra parte de la clase obrera verá en el ajuste y la política pro mercado un intento de salida. Pero no se trata de alternancia entre modelos antagónicos sino formas históricas diferenciadas y unitarias que asume la reproducción del capital local en momentos de expansión y contracción de la renta, mediados por la tendencia a la pérdida del peso de la industria como principal forma de apropiación (tendencia que en América del Sur tiene a Chile como la vanguardia y se evidencia hoy de forma más dramática en Venezuela). Frente a esto, tenemos por delante la defensa de la vida de la población sobrante y, con ello, del valor del conjunto de la fuerza de trabajo. Pero esta acción será más potente

si no queda atada a las necesidades inmediatas de los capitales locales ineficientes y se constituye en una vía para la centralización del capital. En las tres décadas y media que van de comienzos de los ‘40 a 1974 los salarios crecen el 153 % y el gasto social el 424 %. A partir de entonces, mientras el gasto social sigue la tendencia y aumenta el 34 % en los 40 años posteriores, el salario promedio se desploma y pierde el 40 % de su capacidad de compra.

1. Quien expuso originalmente este desarrollo es Iñigo Carrera, Juan. La formación económica de la sociedad argentina. Tomo I: Renta agraria, ganancia industrial y deuda externa. 1882-2004, Buenos Aires, Imago Mundi, 2007.

Gráfico: Argentina. Salario promedio total de la economía y Gasto social por habitante, 1940-2014. En pesos de 2005. 5000 4500 4000 3500 3000 2500 2000 1500 1000 500 0 1940 1943 1946 1949 1952 1955 1958 1961 1964 1967 1970 1973 1976 1979 1982 1985 1988 1991 1994 1997 2000 2003 2006 2009 2012

su condición de sobrante (con bajos salarios, consolidación del empleo no registrado, etc.), una fuente de compensación a su ineficiencia. Si en un contexto de expansión de renta el kirchnerismo puede expandir el consumo sin una contraparte, una vez abierta la crisis no se puede realizar más esa unidad. El ciclo empieza a mostrar su agotamiento hacia 2009. La imposibilidad de avanzar en la apropiación de renta vía retenciones en 2008 termina en una sobrevaluación creciente que compensa a los capitales locales pero que no le permite al Estado una apropiación directa y, por tanto, ataca sus posibilidades de financiamiento. Ello, junto a la caída del precio internacional de las mercancías agrarias y el consiguiente estancamiento de la actividad económica local y del empleo, tiene como resultado un déficit fiscal y financiero en ascenso. Empieza a echar mano al endeudamiento (sobre todo de carácter interno emitiendo bonos del Tesoro Nacional y utilizando los fondos de las ANSES), pero aun así no le alcanza para resolver el déficit del Estado y genera inflación, atacando los salarios. El déficit tiene como correlato la caída del gasto social en 2010. Así es que la toma de deuda externa, la baja salarial y la disminución del gasto social que aparecían como medidas de “la derecha”, empiezan a implementarse bajo el mismo gobierno kirchnerista. Los primero meses del macrismo son la continuidad de esta política en un contexto de agudización de la crisis. Sus políticas van en la línea de reforzar la fragmentación y la tendencia a la asistencialización de la política social. A su vez, en la medida en que se acreciente la población abiertamente sobrante, el gasto asistencial pierde peso como complemento del salario en negro y fuente de ganancia extraordinaria para el pequeño capital que la emplea y potencia su papel en la apropiación de renta vía expansión del mercado interno. Si la renta agraria no vuelve a expandirse en lo inmediato lo que está por delante es un nuevo ciclo de endeudamiento externo cuyas bases dejó sentadas el kirchnerismo. El “saneamiento” del INDEC y la publicación de las cifras de pobreza se explican por esta necesidad.

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Gasto social por habitante

Salario promedio total de la economía

Elaboración propia en base a Kennedy, D. (2012), Economía política de la contabilidad social: vínculos entre la teoría de la riqueza social y sus formas de cuantificación (Tesis doctoral inédita), Universidad de Buenos Aires, Argentina; INDEC, Dirección de Análisis de GastoPúblico y Programas Sociales - Secretaría de Política Económica; Llach, J.J. y C. Sánchez (1984): “Los determinantes del salario en la Argentina: un diagnóstico de largo plazo y propuestas políticas”, en Estudios, Fundación Mediterránea, Córdoba. y CEPED (2007).


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EUROPA

Ilustración: Juan Atacho

Crisis de la socialdemocracia

Podemos y el “fenómeno Corbyn”: apuntes sobre la izquierda europea La crisis del PSOE en el Estado español y el ascenso de Podemos, la división interna del laborismo y el triunfo de Corbyn, el hundimiento del PASOK en Grecia, la capitulación del gobierno de Syriza, la crisis de Hollande en Francia; hitos en una crisis histórica de la socialdemocracia europea y la emergencia de nuevas corrientes reformistas.

Josefina L. Martínez Historiadora, laizquierdadiario.es

La reconfiguración del mapa político se viene desarrollando de manera desigual, en el marco de las diferentes tradiciones nacionales y relaciones de fuerza. Sin embargo, hay una dinámica general que sobredetermina todo el proceso: la crisis económica capitalista aceleró la debacle de la socialdemocracia, que durante las últimas décadas se había transformado en agente del neoliberalismo para aplicar políticas de contrarreforma social, una arremetida sistemática hacia el mundo laboral y social.


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La ofensiva neoliberal coincide con el período en que los partidos socialdemócratas actuaron como garantes del proyecto europeísta, pactando con conservadores y liberales las mayorías en el Parlamento Europeo y alternándose con éstos en los puestos directivos de la UE. Por eso, el sentimiento “anti establishment”, la crisis de la UE, el auge de la extrema derecha y la crisis de la socialdemocracia, son fenómenos que se desarrollan en simultáneo y en gran parte se retroalimentan. La edad de oro de la socialdemocracia en el poder alcanzó su auge durante los ‘80, llegando a sus máximos electorales en Europa a mediados de los ‘90. En 1994 el grupo de los socialdemócratas europeos acaparaba el 35 % de los escaños en el Parlamento de la UE mientras ahora se limitan al 25 %. Los porcentajes electorales nacionales oscilaban en esos años por encima del 40 %, mientras que ahora en su mayoría fluctúan alrededor del 20 %, con algunos partidos cayendo por debajo del 15 % o el hundimiento del PASOK griego por debajo del 5 % en 2015. Los años exitosos de los partidos socialdemócratas en el poder forjaron su crisis: se consolidó el giro neoliberal y su conversión en “social-liberalismo”. Las políticas de reconversión industrial de Felipe González se profundizaron con las reformas laborales y sociales del PP-PSOE en las décadas siguientes. Schroeder del SPD con su “Agenda 2010” de precarización laboral preparó la “gran coalición” entre los socialdemócratas y la CDU en Alemania, en la que se basó la estabilidad de Merkel. Finalmente, el ejemplo más paradigmático ha sido la “Tercera vía” de Tony Blair, un “thatcherismo por otros medios” en el Reino Unido. El clima conservador también moldeó a los viejos partidos comunistas, que a fines de los ‘70 y ‘80 dieron el vuelco hacia el eurocomunismo y terminaron de asimilarse a los regímenes, situados en gobiernos municipales o regionales, embarrados en casos de corrupción estatal, en coaliciones con los socialdemócratas y verdes, degradando su relación con los sindicatos y los movimientos sociales en pos de políticas parlamentaristas y de gestión de las instituciones capitalistas.

Grecia y España: crisis social y neoreformismos En el sur del continente la crisis golpeó de forma más directa, con récord en el desempleo y la caída de las condiciones de vida. Desde el 2011 se vivió una importante resistencia social con huelgas generales. Pero el rol de la burocracia sindical dio paso al

desvío por la vía electoral y emergieron las formaciones políticas neoreformistas, como Podemos, Syriza y el Bloco. La magnitud de la crisis en Grecia se “comió” al PASOK y logró imponer la asimilación veloz de Syriza al status quo. De ser considerada la “esperanza” de la “nueva izquierda europea” y prometer un “gobierno de izquierda”, rebajó su programa, pactó con los nacionalistas de ANEL la formación de gobierno y terminó capitulando ante la troika en seis meses. Desde entonces aplica recortes, ajustes y privatizaciones para cumplir con el “tercer memorándum” impuesto por la UE, el FMI y el BCE. Las consecuencias de la rendición incondicional de Syriza han tenido un calado profundo: se trataba del primer gobierno de un partido a la izquierda de la socialdemocracia en Europa occidental en las últimas décadas. Las expectativas que generó se transformaron, en igual grado, en decepción. Según las últimas encuestas de intención de voto difundidas en Grecia, los conservadores de Nueva Democracia superarían a Syriza. Las repercusiones de esta crisis también se sintieron en la izquierda europea. La dirección de Podemos convalidó la política del primer ministro griego, Alexis Tsipras, aceptando su sentencia de que “no había alternativa”, y aceleró su “giro al centro”. Desde las elecciones del 20D hasta ahora su estrategia se basó en proponer al PSOE un gobierno de coalición. El PSOE había logrado hasta ahora evitar la “pasokización” aunque tocaba sus peores resultados históricos en las dos últimas elecciones generales. Aun así, Podemos no lograba el sorpasso sobre aquellos. El último año ha transcurrido en medio de una interminable crisis del régimen, sin lograr formar gobierno. El régimen monárquico-parlamentario funcionaba aceitadamente en base a un fuerte bipartidismo, pero hace aguas con la fragmentación política actual. El PSOE se encontraba acorralado por derecha por el PP, Ciudadanos, los grandes medios de comunicación y el IBEX35 para facilitar un gobierno conservador, mientras por la izquierda lo presionaba Podemos. Finalmente, Pedro Sánchez renunció como Secretario General del PSOE y el partido ha terminado hecho trizas. La crisis culminó en un “golpe de mano” en el Comité Federal socialista, con los “barones socialistas” tomando las riendas de la organización para facilitar un gobierno del PP. Podemos tampoco está exento de importantes crisis internas. Se enfrentan a su interior

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dos grandes corrientes: los “pablistas” y los “errejonistas”. Íñigo Errejón es partidario de acelerar la disolución de toda identidad izquierdista en Podemos y consolidar su normalización en las instituciones. Por su parte, Iglesias viene proponiendo un giro táctico para poner freno a la caída electoral (perdieron más de un millón de votos entre las elecciones de diciembre y las de junio), recuperar terreno perdido hacia la izquierda y consolidar “una estructura de cuadros”. Por eso habla de volver a “dar miedo a los poderosos” y “asentarse en lo social”. Por último, el sector de Anticapitalistas, disueltos en Podemos plantean “reiniciar” Podemos con una mayor relación con los movimientos sociales.1 Podemos cruje internamente: la organización se transformó en el último año en una “máquina institucional”2 con un bloque de 71 diputados en el Congreso, cientos de diputados autonómicos y ocupa el gobierno en las grandes ciudades como Madrid y Barcelona. En esos gobiernos han abandonado gran parte de su programa electoral, mantienen el pago de la deuda, persiguen a los inmigrantes vendedores ambulantes y se enfrentan directamente con huelgas de los trabajadores, como en el metro de Barcelona. En el Estado español lo más probable es la formación de un gobierno del PP apoyado por el PSOE, dispuesto a implementar más recortes y ajustes. El escenario político seguirá agitado, sin resolverse la aguda crisis del régimen. Pero también se abre la posibilidad de que ante nuevos ataques de un gobierno conservador se retome la movilización en las calles y avance la experiencia de un sector de la juventud y los trabajadores con el neoreformismo de Podemos.

Reino Unido: el fenómeno Corbyn y el rechazo al establishment En el Reino Unido, en una situación política marcada por la polarización social, el malestar con los planes neoliberales y el crecimiento en algunos sectores de un sentimiento anti europeo –que derivó finalmente en la votación a favor del brexit–, la crisis del laborismo se manifestó de manera distinta. Con el Nuevo Laborismo en el poder desde mediados de la década de los ‘90 hasta principios de 2010, se desarrolló una época soñada para la casta financiera. El giro neoliberal del laborismo lo transformó en parte del establishment británico y produjo una fuerte desafección de su base social obrera y juvenil. Luego de una desastrosa performance en las elecciones generales del Reino Unido y en el »


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EUROPA

referendo en Escocia, los laboristas eligieron a su nuevo líder en unas internas donde se aplicaba por primera vez un sistema abierto de votación de “1 afiliado o simpatizante = 1 voto”. La derecha del laborismo veía este mecanismo como la vía para reducir el peso de los sindicatos apelando al voto individual. Pero, sorprendentemente para todos, se volvió una especie de boomerang y permitió la emergencia de un candidato del ala izquierda, Jeremy Corbyn. Su candidatura convocó cientos de miles de afiliaciones nuevas al laborismo en pocos meses. Se despertaba la “Corbynmanía”3, con miles de simpatizantes del veterano diputado antiguerra participando de asambleas y actos de campaña. Mientras en mayo de 2015 los afiliados al PL eran 201.293, en enero de 2016 alcanzaban la cifra de 388.407. Entre enero y julio de 2016 hubo casi 127.000 nuevas afiliaciones. El movimiento se desarrolló no solo entre la juventud, sino también entre los sindicatos, que en muchos casos se pronunciaron por su apoyo a Corbyn. Lo apoyaron UNITE y UNISON, los dos sindicatos más grandes del país, al igual que el PCS (dependencias estatales), CWU (comunicaciones), RMT (transporte de trenes y marítimo), ASLEF (maquinistas) BFAWU (panadería y alimentación) y FBU (bomberos). En septiembre de 2015 Corbyn ganó las elecciones con el 59,5 % de los votos entre los miembros del PL y un 84 % entre los simpatizantes. Una clara expresión del rechazo a los recortes, a la austeridad, al racismo y la guerra, llevada a cabo por sucesivos gobiernos. También significó una derrota humillante para las alas centro y derecha del Partido Laborista. El corbynismo defendía recuperar el “viejo” laborismo, con un programa neokeynesiano y socialdemócrata. De este modo, el laborismo inició un proceso de renovación, basado en una nueva base juvenil y con el apoyo de su base sindical. ¿Hubo una “podemización” del laborismo? Se puede decir que sí, en tanto hubo un fenómeno nuevo a la izquierda y de rechazo al establishment. Pero, a diferencia de Podemos, un partido creado hace solo dos años y sin casi ninguna relación orgánica con el movimiento obrero, el laborismo es un partido histórico, con una fuerte relación con los sindicatos (a pesar de su degradación durante las últimas décadas). La nueva dirección de Corbyn se chocó con la resistencia del ala conservadora. El triunfo del “sí” al brexit fue la oportunidad para que ese sector pasara a la ofensiva, impugnando la dirección de Corbyn, al que acusaban de no haber sido lo suficientemente contundente

en la campaña por el “remain”. En un “golpe de mano” interno, la mayoría de los integrantes del gabinete en la oposición renunciaron, abriendo la crisis en el laborismo y desatando una guerra abierta contra Corbyn. Finalmente, el 28 de junio, Corbyn perdió la moción de confianza de su grupo parlamentario. La ofensiva de la derecha del PL fue muy fuerte, tratando de desprestigiar a Corbyn con campañas mediáticas acusándolo de “antisemita”. Además, lograron imponer que 130.000 nuevos miembros del PL fueran desacreditados y no pudiesen votar, y un aumento de la cuota para los simpatizantes que quisieran votar de 3 a 25 libras. Pero a diferencia de lo que hizo más tarde Pedro Sánchez en el Estado español, retirarse sin dar pelea, Corbyn se propuso retomar la dirección del laborismo apelando al apoyo de la base. En su apoyo siguió cobrando fuerza Momentum, el movimiento impulsado por jóvenes y activistas de la izquierda del laborismo y numerosos sindicatos se volvieron a pronunciar a su favor. Finalmente, el pasado 24 de septiembre se anunciaba el resultado de las internas laboristas: Jeremy Corbyn se impuso con un 61,8 % de los votos de los militantes del PL sobre su opositor Owen Smith, que obtuvo 38,2 %. Entre los simpatizantes obtuvo el 70 %. El reelecto líder laborista aumentó su porcentaje de voto y se fortaleció en la base partidaria. Aquí no hubo hundimiento como en Grecia, ni la emergencia de un Podemos a su izquierda como en España: en el laborismo conviven actualmente dos grandes corrientes que están disputando la hegemonía, dos partidos dentro del partido. La vieja dirección del “Nuevo Laborismo” más afín al establishment ha perdido la pelea por la base, pero no está dispuesta a entregar el partido. Aún así, la posibilidad de división del laborismo entre los dos sectores en pugna es más remota en la actualidad. El ala derecha pareciera haber aceptado la segunda victoria de Corbyn, ya que le permite ganar tiempo para posicionarse mejor frente a las elecciones del 2020 y reacomodarse políticamente ante la base partidaria. Por otra parte, el ala derecha no impulsa la ruptura, temerosa de correr la misma suerte que el Social Democratic Party, una escisión por derecha del laborismo en 1981 que no tuvo buen destino. A pesar de haberse despejado en el corto plazo una ruptura del Partido Laborista, los próximos meses seguramente veremos nuevos episodios de esta crisis.

fenómenos reformistas, en otros casos la reconfiguración del mapa político se ha inclinado hacia la derecha y la extrema derecha4. La situación en Francia es “dramática y promisoria a la vez”5. La caída estrepitosa de la popularidad de Hollande expresa la ruptura de la base social del PS con ese partido. Sin embargo, no ha emergido hasta ahora una alternativa política importante por izquierda que pueda capitalizarlo. La paradoja es que en el lugar donde la lucha de clases ha estado más presente en los últimos meses, el escenario político “por arriba” se mueve hacia la derecha y el régimen de la V República se ha “lepenizado”. En todo el continente es posible ver las consecuencias de la crisis de los partidos tradicionales, con la emergencia de nuevos fenómenos políticos por derecha y por izquierda. Incluso en la más estable Alemania, la CDU ha retrocedido frente al ascenso de la xenófoba Alternativa por Alemania y la SPD cae en porcentaje de votos. El brexit ha actuado como catalizador de mayores fracturas, mientras que la crisis migratoria y la amenaza de atentados del Estado Islámico alimentan la xenofobia. No pueden descartarse nuevos episodios agudos en la crisis económica de larga duración. En este contexto polarizado, se refuerza la posibilidad de nuevos hitos de la lucha de clases, como vivimos en Francia hace unos meses6, que aceleren la experiencia de sectores de trabajadores y la juventud con el reformismo. Ante esta crisis europea de dimensiones históricas, más que nunca es necesario fortalecer corrientes militantes con un programa anticapitalista, internacionalista y de clase. Colaboró en la realización de esta nota Alejandra Ríos

1. Anticapitalistas ocupa la alcaldía de la ciudad de Cádiz, donde mantiene la misma moderación política y gestión del capitalismo que en el resto de los Ayuntamientos donde gobierna Podemos. 2. Lotito, Diego, “Podemos, la crisis de la ‘máquina institucional’”, La Izquierda Diario, 28 de septiembre de 2016. 3. Ríos, Alejandra, “Jeremy Corbyn: ¿qué expresa el nuevo líder laborista?”, IdZ 25, noviembre 2015. 4. Martínez, Josefina, “La cumbre de la UE muestra la crisis histórica del proyecto europeo”, La Izquierda Diario, 17 de septiembre de 2016.

Europa polarizada y fragmentada

5. Comité de Redacción de Rèvolution Permanente, “El movimiento en Francia se mantiene y puede radicalizarse”, La Izquierda Diario, 22 de septiembre de 2016.

Mientras en algunos lugares la crisis de la socialdemocracia abrió paso a nuevos

6. Barot, Emmanuel y Chingo, Juan, “La Primavera francesa”, IdZ 29, mayo de 2016.


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De vuelta a la estrategia Por primera vez se publica en castellano, a instancias de Ediciones IPS-CEIP, el libro León Trotsky y el arte de la insurrección, de Harold Walter Nelson. Matías Maiello Sociólogo, docente UBA.

Se trata de un libro inquietante. Escrito por un Coronel del Ejército norteamericano, analiza de manera documentada la evolución del pensamiento militar de León Trotsky hasta el triunfo de la Revolución Rusa. Desde el otro lado de la barricada, Nelson descubre la profundidad del revolucionario ruso como teórico militar, como estratega y “general” revolucionario. Si la insurrección de Petrogrado de octubre de 1917 pone de relieve la talla de Trotsky como estratega, sus análisis sobre la Primera Guerra de los Balcanes (1912-13) ya lo muestran como precursor de temáticas que serán fundamentales para el análisis del fenómeno de la guerra en el siglo XX, y que décadas después desarrollarán autores como John Keegan o Michael Howard1. Desde este punto de vista, no llama la atención el interés de un militar como Nelson en

la obra del fundador del Ejército Rojo. Tampoco sería el primero en tener esta inclinación; la tuvo, por ejemplo, el diplomático e ideólogo de la estrategia norteamericana de la “contención” en la Guerra Fría, George Kennan2. Contradictoriamente, esta parte de la obra de Trotsky ha sido prácticamente relegada al olvido dentro del marxismo, incluidas las corrientes que se referenciaron o se referencian en la figura del revolucionario ruso. El propio Nelson señala, en relación a Isaac Deutscher, cómo incluso “el más competente de los biógrafos de Trotsky escogió omitir la discusión de su pensamiento militar”3. Esto tiene sus causas. La IV Internacional después de la Segunda Guerra Mundial quedó diezmada, entre la persecución del fascismo, el stalinismo y el imperialismo “democrático”. En este marco, se produjo un quiebre en la

unidad entre programa y estrategia. El resultado fue la adaptación a otras estrategias, como por ejemplo las “estrategias” guerrilleras que eran producto de revoluciones donde primaba el peso del semiproletariado y el campesinado, dirigidas por partidos en forma de ejércitos. A la inversa, luego de la derrota del último ascenso de la lucha de clases internacional, que va desde Mayo Francés de 1968 al proceso revolucionario en Polonia de 1980-81, y la subsiguiente ofensiva imperialista a escala global, se produjo una especie de “trauma epistemológico” –como lo llamó Roberto Jacoby4– donde los problemas militares de la revolución prácticamente desparecieron del horizonte del marxismo. Tanto el militarismo guerrillero como el pacifismo posterior desplazaron a la estrategia insurreccional, para la cual podía ser útil el »


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ideas & debates

pensamiento militar de Trotsky. De ahí el poco interés que éste ha suscitado dentro del trotskismo. Más en general, son escasos –aunque significativos– los estudios comprensivos sobre el pensamiento militar de Trotsky. Entre esta escasa bibliografía, junto con el libro de Nelson, se encuentra el amplio trabajo del historiador norteamericano Neil M. Heyman, Leon Trotsky as a Military Thinker. La publicación desde Ediciones IPS-CEIP de León Trotsky y el arte de la insurrección 1905-1917 busca contribuir a revertir aquella situación y es parte de un esfuerzo más amplio que incluye la publicación en castellano de los principales escritos militares de fundador del Ejército Rojo, los escritos de Trotsky y debates en la IV Internacional en torno a la Segunda Guerra Mundial y su génesis, Los marxistas y la Primera Guerra Mundial, así como el libro El Significado de la Segunda Guerra Mundial de Ernest Mandel. Como parte de la “Colección de Estrategia y Cuestiones Militares”, próximamente publicaremos el libro Clausewitz, el marxismo y la cuestión militar, donde junto con el abordaje de la obra de Carl von Clausewitz y algunos de sus continuadores como Hans Delbrück, retomamos las principales polémicas y elaboraciones sobre estrategia –política y militar– de Trotsky, otros clásicos como Lenin y Gramsci, junto con marxistas posteriores como Mandel, Isaac Deutscher y su escuela. También, por primera vez en castellano, el mencionado libro de Neil Heyman sobre el pensamiento militar de León Trotsky.

Trotsky como estratega La obra de Nelson reconstruye históricamente la maduración de Trotsky como estratega militar partiendo de sus intervenciones en la revolución de 1905 y las polémicas posteriores en el seno de la socialdemocracia rusa, para luego desentrañar su rica experiencia como corresponsal de guerra en los Balcanes en 1912-13, así como sus análisis sobre la Primera Guerra Mundial. En este recorrido, Nelson muestra cómo el fundador del Ejército Rojo va extrayendo conclusiones y adquiriendo los conocimientos militares que le permitirán convertirse en el gran estratega de la insurrección de octubre en 19175. Gran parte del trabajo está basado en las Sochineniia, obras de Trotsky que fueron publicadas en Moscú en 12 volúmenes entre 1925

y 1927, así como documentos y resoluciones del Partido Socialdemócrata Ruso y sus fracciones bolchevique y menchevique. No se trata de un relato lineal, sino de un intento de reconstrucción histórico-biográfica que el autor busca ligar constantemente al contexto político, y en especial a las polémicas al interior de la socialdemocracia rusa de aquellos años. El punto de partida son las lecciones de la derrota de la primera revolución rusa de 1905. A los 25 años, el joven Trotsky llega a estar a la cabeza del Soviet de Petrogrado. El inevitable conflicto armado que plantea la revolución lo encuentra con escasos conocimientos militares buscando comprender y abrirse paso como estratega al calor de los propios acontecimientos. Sobre las conclusiones de aquel proceso elaborará la primera formulación de su teoría de la revolución permanente6. La insurrección, la relación con el ejército, la constitución de una fuerza armada de la revolución, serán algunos de los problemas de estrategia que acompañarán la reflexión de Trotsky a partir de entonces. Será a partir de 1912, como corresponsal del periódico Kievskaia Mysl (“El Pensamiento de Kiev”) en la primera guerra de los Balcanes, que Trotsky entrará en contacto casi directo con el fenómeno militar. Pondrá todas sus capacidades al servicio de sumergirse en la “guerra real”, captar la fricción que la diferencia de la “guerra en el papel”7, las contradicciones de las sociedades en guerra y sus condicionamientos estratégicos y tácticos. Experiencia que continuará durante la Primera Guerra Mundial. El libro de Harold Walter Nelson tiene como una de sus grandes virtudes, explorar esta etapa como parte de la evolución del pensamiento estratégico de Trotsky. Difícilmente podrían sobrevalorarse aquellos años formativos, en los que un lector atento puede ver preanunciados gran parte de los rasgos distintivos de la reflexión estratégica del fundador del Ejército Rojo. Muchos de los cuales podríamos distinguir como “clausewitzianos”, por su parentesco con los desarrollos del general prusiano. Nelson muestra cómo Trotsky aborda en forma notable las alternativas estratégicas y tácticas de la ofensiva de la Liga Balcánica contra el Imperio Otomano de 1912. La precisión de estos análisis, que en su libro describe detalladamente, llevan a nuestro autor

a afirmar que: “En retrospectiva, Trotsky parece haber sido mejor estratega que los que se encontraban en el Estado Mayor búlgaro”8. Otro tanto muestra Nelson respecto en el análisis de las elaboraciones de Trotsky sobre la Primera Guerra Mundial. Entre los muchos aspectos que reseña, muestra cómo Trotsky fue un agudo intérprete de la guerra de trincheras, desde sus consecuencias en la psicología del soldado, hasta el análisis de sus características técnicas, pasando por sus consecuencias tácticas y estratégicas. La profundidad de estas elaboraciones contradice las interpretaciones vulgares del revolucionario ruso que lo presentan como alguien supuestamente incapaz de comprender el valor de las “trincheras” y las “fortalezas” en la guerra moderna, en contraposición a interpretaciones –también vulgares– del pensamiento de Antonio Gramsci. Como señala Nelson: Después de estudiar la guerra en los Balcanes y Europa Occidental, Trotsky aprendió las ventajas tácticas de la defensa […] había aprendido también que la victoria definitiva puede alcanzarse solo mediante la acción ofensiva9.

Este tipo de conclusiones acompañarán a Trotsky mucho más allá de lo militar, marcarán el tipo de pensamiento que lo distinguirá como estratega revolucionario a lo largo de toda su vida.

El “arte de la insurrección” El tema central del libro de Nelson, alrededor del cual articulará los diferentes momentos de la trayectoria de Trotsky hasta 1917, como su título lo indica, es “el arte de la insurrección”. Se trata de la combinación de la fuerza del movimiento revolucionario de masas con la planificación consciente y la conspiración para hacerse del poder. El recorrido que realiza Nelson, permite apreciar en forma sintética, la articulación estratégica entre el partido revolucionario, los organismos de autoorganización –soviets y comités de fábrica–, la milicia obrera, y los sectores del ejército ganados para la revolución, que da nacimiento a la fuerza armada para pasar a la ofensiva insurreccional de Octubre de 1917 en Petrogrado. Nelson acierta en comenzar su recorrido del pensamiento estratégico de Trotsky por la cuestión de los soviets, dando cuenta de las


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consecuencias militares que el desarrollo de los mismos trae aparejadas. Sin entender el papel de los soviets resulta incomprensible la concepción estratégica de Trotsky sobre la insurrección: el desarrollo de la fuerza armada de la revolución está indisolublemente ligado a los organismos de autoorganización de las masas, ya sean soviets o instituciones de similares características. A su vez, estos no son un verdadero poder si no cuentan con una fuerza armada propia. De la combinación entre partido revolucionario, organismos de autoorganización y fuerza armada propia, surgen los órganos de la insurrección, que como tales son el corazón una estrategia insurreccional para la toma del poder. ¿Cómo se formó esta fuerza armada de la revolución en 1917? ¿Qué disputas estratégicas se plantearon en torno a las vías para su desarrollo? ¿Cuál fue el papel de Trotsky, ya contando con un bagaje militar importante conquistado en los años anteriores? Estas son algunas de las preguntas que el lector encontrará desarrolladas en el libro Harold Nelson. Alrededor de las mismas, nuestro autor va a reconstruir fundamentales polémicas estratégicas entre bolcheviques y mencheviques, cuya importancia para el marxismo revolucionario es inversamente proporcional a la reflexión sobre las mismas. Una de ellas versa sobre los métodos de cada una de las fracciones de la Socialdemocracia rusa para hacer trabajo político sobre el ejército. En el caso de Rusia, tanto en 1905 como en 1917, el ejército contaba con una composición abrumadoramente campesina, reclutada masiva y compulsivamente para la guerra. Muy distinto era el caso de las fuerzas policiales “profesionales”. De ahí que en febrero de 1917 la actitud de las masas revolucionarias haya sido muy diferente hacia cada una de estas fuerzas. Mientras que la policía fue destruida, en el caso del ejército se dividirá al inicio de la revolución producto de la combinación entre la fuerza material de la movilización revolucionaria de los trabajadores que se enfrenta cara a cara con las tropas, y la confluencia política con las masas de soldados-campesinos que se revelaban para no morir en el campo de batalla de la guerra imperialista. Tanto los bolcheviques como los mencheviques consideraban fundamental el trabajo político en las filas del ejército. Pero sus métodos expresaron estratégicamente, dos concepciones

opuestas: una que aspiraba “democratizar” el ejército para ponerlo del lado de la clase obrera, y otra que buscaba unir a los soldados con los trabajadores preparando el enfrentamiento revolucionario contra el Estado. Otra de estas discusiones estratégicas reconstruidas por Nelson remite a la contraposición entre “milicia ciudadana” y “milicia obrera”. Una distinción fundamental, clave en las revoluciones, que sin embargo, no por eso deja de ser mayormente ignorada en la reflexión estratégica. Las milicias ciudadanas eran heterogéneas desde el punto de vista de la composición de clase, y así lo fueron en la Revolución Rusa. Eran unidades que reemplazaban a la policía en el mantenimiento del orden y estaban bajo el control del Gobierno Provisional. Las milicias obreras tenían un carácter muy diferente: eran unidades formadas a partir de las necesidades de autodefensa obrera y respondían a las organizaciones de base del proletariado, los comités de fábrica. Como señalamos junto con Emilio Albamonte en el prólogo a la nueva edición del libro de Nelson, la milicia obrera fue un elemento clave para la estrategia revolucionaria, para enfrentar a la burguesía y tomar del poder. De su desarrollo dependió la capacidad de la clase trabajadora de ejercer la hegemonía sobre los campesinos en armas. Fue la fuerza material que pudo articular en torno a sí la fuerza armada capaz de imponer un gobierno obrero y campesino revolucionario, antiburgués y anticapitalista. La disputa por los Soviets, por el desarrollo de la milicia obrera, el trabajo en el ejército, se trata de toda una serie de batallas político estratégicas simultáneas cuyo denominador común es el partido revolucionario.

Una cuestión estratégica fundamental Aunque Nelson no define el “arte de la insurrección” conceptualmente, en su libro el hilo conductor de la evolución del pensamiento estratégico de Trotsky estará, justamente, en la relación entre las fuerzas elementales de la revolución y la preparación consciente de la conquista del poder. El punto más destacado de Trotsky y el arte de la Insurrección se encuentra en el abordaje de los aspectos militares de aquella relación. Como “defecto profesional” cabe señalar que el ojo penetrante del militar por momentos pierde de vista el peso de determinante de la lucha de clases.

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Un contrapunto sobre este aspecto, así como un intento de conceptualización de los problemas reseñados aquí y otros como las tácticas de combate durante la insurrección, encontrará también el lector en el mencionado prólogo a la edición del IPS-CEIP del libro de Nelson. Tan tarde como septiembre de 1924, el propio Trotsky señalaba: Hay que confesar a las claras que nuestra indiferencia por los problemas relativos a la insurrección armada testimonia la fuerza considerable que todavía conserva entre nosotros la tradición socialdemócrata10.

Esta autocrítica del fundador del Ejército Rojo, no puede más que retumbar en los odios de quienes en la actualidad tenemos por objetivo la revolución socialista. La publicación en castellano del León Trotsky y el arte de la Insurrección que recomendamos a todos los lectores de Ideas de Izquierda, parte justamente de tomar en serio aquella advertencia de Trotsky.

1. Cfr. Crawford, Ted, “Harold Walter Nelson: Leon Trotsky and the Art of Insurrection, 19051917”, en Revolutionary History, vol. 3, N° 1, verano 1990. 2. Cfr. Gaddis, John Lewis, George F. Kennan. An American Life, New York, The Penguin Press, 2011. 3. Nelson, H. W., Trotsky y el arte de la Insurrección (1905-1917), Bs. As., Ediciones IPS-CEIP, 2016, p. 13. 4. Jacoby, Roberto, El Cielo por Asalto, p. 27. Editado por la Cátedra “Sociología de la Guerra” (UBA), disponible en: https://sites.google.com/site/sociologiadelaguerra/Home/equipos-1/catedra/textos/el-asalto-al-cielo. 5. Duarte, Juan, “A propósito de León Trotsky, el arte de la insurrección, 1905-1917 de H. W. Nelson”, IdZ 22, agosto 2015. 6. Cfr. Liszt, Gabriela, prólogo a la compilación Trotsky, León, Teoría de la Revolución Permanente, Bs. As., Ediciones CEIP, 2011. 7. Para la diferencia entre “guerra real” y “guerra en el papel”, cfr. Clausewitz, Carl von, De la Guerra, Tomo I, Bs. As., Círculo Militar, 1968, p. 129 y ss. 8. Nelson, H. W., op. cit., p. 103. 9. Ibídem, p.199. 10. Trotsky, León, “Lecciones de Octubre”, en Teoría de la Revolución Permanente, op. cit., p. 245.


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A propósito de la edición en castellano del libro Stéphane Beaud y Michel Pialoux

Repensar la condición obrera

Ilustración: Sergio Cena

Mariela Cambiasso Socióloga, UBA-CONICET. “¿Por qué escribir hoy sobre los obreros? ¿No son los sobrevivientes de un viejo mundo industrial en vías de extinción? ¿No se ha dicho todo lo que había para decir sobre el fin de la clase obrera?”. Con estas preguntas comienza Repensar la condición obrera1, la obra más renombrada de los sociólogos franceses Stéphane Beaud y Michel Pialoux, formados en la escuela de Pierre Bourdieu, uno de los representantes más destacados de la sociología contemporánea. Cuando se editó por primera vez en 1999, la pregunta por la condición obrera fue sugerente para su tiempo. Mientras las ciencias

sociales (y muy particularmente la sociología) se debatían entre las tesis de la exclusión2, y las teorías de los movimientos sociales y la acción colectiva, Beaud y Pialoux se disponían a poner en cuestión uno de los “sentidos comunes” académicos más arraigados desde los años ochenta: el fin de la clase obrera o, en sus versiones más optimistas, la pérdida de centralidad de los trabajadores como sujetos políticos. Hoy en día, cuando las hipótesis de revitalización sindical atraviesan los principales debates de la sociología del trabajo, la pregunta por la condición obrera sigue siendo fundamental para pensar los procesos

sociales ligados al “mundo del trabajo”. Desde este punto de vista, no puede más que celebrarse su traducción y reciente publicación en castellano3. Repensar… es un libro profundamente sociológico, que se destaca por la centralidad que asumen los testimonios, en un relato que se construye casi enteramente en base a citas textuales de secuencias de entrevistas. Se basa en una investigación etnográfica que se extendió por más de 10 años, tomando como referencia las plantas que la fábrica automotriz Peugeot posee en la región Sochaux-Montbéliard (la cuna de dicho grupo industrial). Los


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autores llevaron adelante decenas de observaciones de campo y entrevistas en profundidad a las familias obreras ligadas a la fábrica, sin perder de vista su pregunta central: ¿cómo impactan las transformaciones del “mundo del trabajo” (intensificación de los ritmos de producción, descalificación, tercerización y subcontratación, renovación de los sistemas de dominación empresarial, precarización de los estatutos) en la configuración de la condición obrera? A la que definen como: …la imagen del obrero tal como fue construida por el movimiento obrero francés, la que los militantes encarnaban en cierta medida, imagen del productor, del creador de “valor”, compenetrado en la nobleza del trabajo obrero, de los valores de solidaridad y de la “calidez” de la clase, todo lo que hacía que se pudiera luchar por y en nombre de esa abstracción llamada “clase obrera” (p. 333).

Una pregunta que para ser abordada en su complejidad requiere considerar, según la mirada de los autores, una amplia variedad de ejes temáticos: el lugar de trabajo, la vida en el barrio, el sistema escolar, las relaciones intergeneracionales, la militancia política, la movilidad social, y las formas de resistencia de los trabajadores. Repensar… no puede más que definirse como un libro ambicioso en términos de las discusiones que involucra. Sin dudas, la articulación de distintos ámbitos sociales permite trascender la especialización disciplinar: pivoteando en el cruce de la sociología del trabajo y la sociología de la educación, la investigación de Beaud y Pialoux logra re-posicionar a la “cuestión obrera” en el centro de las discusiones sociológicas actuales, desde una mirada que trasciende el lugar de trabajo a la hora pensar los ámbitos de politización de la clase obrera. Sin pretender agotar, ni mucho menos, la amplia variedad de discusiones que plantea el

libro, a continuación planteamos un breve recorrido por sus capítulos, centrando la atención en lo que consideramos como los puntos más interesantes.

Un recorrido por los principales debates El libro se divide en tres partes. En la primera, los autores se enfocan en las relaciones sociales que se tejen en el espacio laboral, y en las condiciones de trabajo que operan en las plantas de Peugeot en las décadas de 1980 y 1990. A medida que se transforma la organización técnica del trabajo, en una línea de mayor presión/sobrecarga sobre los trabajadores, comienza a desarticularse la “cultura de oposición”, formada al calor del ascenso revolucionario de los años ‘60 y ‘70. En un contexto de corrosión de las condiciones de trabajo de post-guerra, la resistencia comienza a asumir rasgos individuales y se reduce a pequeñas batallas parciales. El miedo va ganando terreno en la fábrica: miedo a perder el empleo, a no poder hacerse cargo del trabajo, a ser enviado a un puesto que requiere más esfuerzo físico, a envejecer en la línea de montaje. Conforme avanza la desprofesionalización, se refuerza la competencia entre los trabajadores y la lucha por los puestos de trabajo comienza a minar el espacio laboral. Aunque pueda resultar paradójico, la homogeneización hacia abajo profundiza la fragmentación del grupo obrero. El bloqueo de la movilidad al interior de la fábrica termina echando por tierra las expectativas de ascenso y estabilidad en el trabajo: ya no es tan auspicioso ser obrero de Peugeot. En la segunda parte, los autores plantean hipótesis sobre la crisis de la clase obrera que trascienden el espacio de trabajo. Allí, abordan los cambios en la relación de los obreros especializados (operario clásico de la línea de montaje) con la escolaridad de sus hijos. Beaud y Pialoux ligan la prolongación de los estudios en los sectores populares con la crisis de las expectativas sobre el trabajo en la

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fábrica. El desfase entre las experiencias escolares de padres e hijos comienza a generar tensiones entre lo que los autores definen como dos “generaciones obreras”, sobre todo en términos políticos. En este sentido, es muy gráfico el análisis sobre las manifestaciones de marzo de 1994 contra el “contrato de inserción profesional”, donde los estudiantes de Montbéliard rechazan la solidaridad de los viejos obreros de Peugeot, en orden de delimitarse de la condición obrera. En la tercera parte, los autores se enfocan en lo que podríamos definir como tres indicadores que evidencian la crisis de la condición obrera en términos políticos. (1) Las divisiones entre la “generación del obrero tradicional” y la “generación desmoralizada de los jóvenes precarios”. El hecho de no pensarse como obreros profundiza la separación de los jóvenes con la política. (2) La crisis de la “politización obrera”, como crisis de la política dentro de la fábrica. Allí, se centran en dos aspectos del problema: las tensiones entre bases y delegados, y el desgaste de los militantes obreros, afectados por la desvalorización de la acción sindical, la resignación generalizada en la vida social, y la caída del muro de Berlín. (3) Lo que definen como “racismo obrero” para caracterizar las relaciones entre “franceses” e “inmigrantes”. Relaciones que si al interior de la fábrica no terminan de perforar al colectivo obrero (organizado en torno a la CGT), hacia fuera contribuyen a explicar, aunque sólo sea parcialmente, el voto obrero al Frente Nacional.

Algunas reflexiones críticas Uno de los primeros comentarios que se desprende de la lectura del libro, es el carácter excepcional de la “condición obrera” que los autores definen como norma. Dicho más concretamente, aunque sostienen que no ceden a la ilusión de una edad de oro obrera –“la ­­ condición obrera siempre fue una condición padecida, sometida a la necesidad” (p. 377)–, »


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pinceladas de aquella ilusión definen algunos pasajes del libro. De hecho, tal como vimos anteriormente, la propia definición de “clase obrera” a partir de la cual plantean su desvalorización, remite a su condición durante los años ‘50 y ‘604. Pese a ceder a esta ilusión, una de las fortalezas del libro radica en la forma en que construye el objeto de estudio, el método de investigación sociológica y la calidad del trabajo de campo. Tres aspectos donde la impronta bourdiana es innegable. Lejos de cualquier teoricismo estático, los argumentos se construyen en base a hipótesis e interrogantes definidos a medida que avanza el trabajo de campo, con el objetivo de interpretar las visiones del mundo y las prácticas de los entrevistados. Los autores nunca pierden de vista su interés central. La discusión sobre la crisis de la condición obrera es abordada desde el inicio desde distintos puntos de vista. El resultado: un análisis multideterminado, donde la dimensión política adquiere un valor fundamental. Sin embargo, e incluso por el propio peso que atribuyen a la dimensión política involucrada en la crisis de la condición obrera, no puede más que llamar la atención que los autores eviten los balances sobre el accionar de la CGT, dirigida por el Partido Comunista Francés (PCF) durante el período que abordan. En lugar de preguntarse por las estrategias políticas presentes en el movimiento obrero, se centran en el accionar individual de los delegados sindicales en el lugar de trabajo. La ausencia de balances, a su vez, se refuerza considerando el peso que atribuyen al PCF en la definición de la condición obrera que establecen como norma: A la distancia, se puede decir que ha habido una descalificación bien francesa del mundo obrero que se ha hecho a través de un

intento de liquidación de “conquistas” materiales y simbólicas, de las luchas obreras del período de un PCF fuerte, de una CGT poderosa y de una CFDT obrera (p. 404).

Pero mientras el PCF se presenta como un factor central para explicar la fortaleza de la condición obrera de los “años dorados”, parece estar exento para comprender su derrumbe. A su vez, que la orientación política de la CGT no esté puesta en relación con el impacto de las transformaciones económicas y sociales en el mundo del trabajo, impide reflexionar sobre las prácticas de las corrientes políticas presentes en el movimiento obrero, al tiempo que las exime de sus responsabilidades. Desde este punto de vista, el análisis de las estrategias de las direcciones sindicales podría contribuir a profundizar las explicaciones sobre la crisis del “militantismo obrero” que observan en el lugar de trabajo. Por último, aunque no por ello menos importante, nos interesa detenernos en el postfacio de 2011. Allí los autores vuelven a poner en discusión la condición obrera. Sin embargo y llamativamente, no encuentran en el escenario abierto con la crisis económica mundial posibilidades de recuperar una cultura de oposición para la clase obrera. Por el contrario, sólo se remiten a decir que la crisis no puede más que acentuar la desmoralización. Así, los autores evitan posicionarse sobre el escenario convulsionado por las medidas de ajuste de los gobiernos, las decenas de huelgas generales y movilizaciones que tiñeron la escena política europea en 2010, el surgimiento de partidos políticos neoreformistas como Syriza (Grecia) y Podemos (España), el accionar de los trabajadores y sus organizaciones sindicales. Reconocer la actualidad de la pregunta por la condición obrera no puede escindirse de la necesidad de reflexionar sobre el nuevo escenario de luchas y conflictos

abierto tras la crisis económica mundial, y el reconocimiento de los sindicatos como agentes capaces de intervenir en las disputas y en la organización de los trabajadores. Un escenario donde, sin dudas, la prescindencia de la pregunta por las estrategias políticas de las organizaciones sindicales puede ser letal en la reconstrucción de los lazos entre los obreros y la política.

1. Todas las referencias textuales corresponden a la siguiente edición: Beaud, S. y Pialoux, M., Buenos Aires, Antropofagia, 2015. 2. El discurso de la exclusión social, donde pierden peso las explicaciones de las clases sociales y los excluidos pasan a ser un grupo heterogéneo y sin historia, comenzaron a discutirse en el campo de la sociología francesa a partir de la década de 1960. Entre algunos de sus principales referentes podemos mencionar a Robert Castel. 3. El libro fue publicado por la Colección Sociedades Contemporáneas de la Editorial Antropofagia, auspiciada por el Programa Victoria Ocampo (Embajada Francesa), Centre Nationale du Livre (Francia) y el MTEySS. La edición presenta algunos problemas de traducción. 4. Detrás de esta definición de la “condición obrera”, así como de la particular hipótesis que sostienen sobre el derrumbe de la clase obrera sin la desaparición del mundo obrero, no puede más que reconocerse la marcada influencia de la teoría de las clases sociales de Bourdieu, para quien las dimensiones subjetivas adquieren un peso fundamental. Este enfoque les permite sostener, por ejemplo, que el cambio en las condiciones de existencia de los trabajadores franceses impacta directamente sobre sus prácticas, estilos de vida y representaciones (el habitus, en los términos de Bourdieu), y pone en jaque a la clase obrera como tal; en una mirada donde quedan desdibujadas las posiciones objetivas en las relaciones de producción.


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Marx y Los Hombres Libres de Jones PAULA SCHALLER Licenciada en historia.

Free State of Jones, traducida como Los Hombres Libres de Jones, la nueva película de Gary Ross (Los juegos del Hambre), fue estrenada en junio de este año en Estados Unidos y en noviembre desembarcará en nuestro país bajo el título El Valiente. Situada en Mississippi durante y después de la Guerra de Secesión norteamericana (1861-1865), narra la historia del personaje real Newton Knight (interpretado por un brillante Matthew McConaughey), granjero sureño que lideró un grupo de pequeños granjeros blancos desertores del Ejército de la Confederación que, no sin contradicciones, comenzaron una vida en comunidad junto a esclavos negros fugados de las terribles condiciones a las que eran sometidos en las plantaciones algodoneras y tabacaleras. Desde las primeras escenas de la película –que transita entre el subgénero del drama bélico, el biográfico y el cine social– se transmite el desencanto reinante entre las tropas con una guerra librada en nombre de los impopulares intereses de los propietarios esclavistas, una auténtica “rebelión a favor de la esclavitud” como definió Marx al

levantamiento de los Estados sureños en sus escritos sobre la guerra civil norteamericana. Es que a medida que se avanza en el film, se tiene la sensación de que el director hubiese tomado inspiración de la brillante pluma de aquel, que retrató como nadie la enorme conmoción social y el horizonte revolucionario posibilitado por la Guerra de Secesión, que al abrir camino a la abolición de la esclavitud encendía la mecha de una poderosa alianza social entre los negros y la clase obrera blanca. La disposición de la Confederación estableciendo que todo aquel que posea “un mínimo de 20 esclavos está autorizado a retirarse del frente de batalla” abre en el film ese primer núcleo de sentido: los pobres mueren en una guerra para beneficio exclusivo de los ricos, algo que Knight asimila rápidamente para asumir que esa no es su guerra, y desertar: “no vamos a luchar simplemente para que sigan teniendo su algodón”. Ser testigo, ya en la retaguardia, del saqueo sistemático sufrido por las humildes familias campesinas para pertrecho del Ejército Confederado, asienta la certeza: la guerra tensa,

recrudece y torna despiadada la opresión de clase, lo que llevará a Knight a sumar a su condición de desertor la de abierto rebelde contra el sistema defendido por los confederados. Pero deberá hacer frente a algo todavía más poderoso que un ejército: la ideología racista inoculada por las clases dominantes sobre los blancos pobres como vía para encubrir su opresión de clase. El cuestionamiento de esta “falsa conciencia”, como denominó Marx a la adopción por parte de los poor whites, los pobres blancos, de la visión del mundo y la ideología racista de una minoría social de 300 mil propietarios de esclavos sureños, es uno de los grandes ejes argumentales sobre los que gira la película. Escenas en que humildes granjeros profugados en los pantanos de Mississippi niegan a los negros un trato igualitario detonan discursos en los que el cruce entre raza y clase empezará a percibirse como central. “¿Qué es ser negro?” “Nosotros somos ‘los negros’ de los ricos”, alecciona Knigth, que va moldeando inconscientemente una ideología revolucionaria que muestra que el blanco pobre y el negro esclavizado tienen los mismos enemigos, hermanando su lucha. “¿Tú eres »


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negro?”, le pregunta al esclavo fugitivo Moses (interpretado por Mahershala Ali, más conocido por su papel de Remy Danton en House of Cards). “No, yo soy libre”, responderá este, en una profunda interpelación sobre el estatuto del negro: la condición de subordinación que se pretende inherente a este no es sino la imposición de una relación social, una categoría subsidiaria de un sistema de opresión. Cuestión sobre la que insistió Marx, que contrario a las concepciones hegemónicas en la época propias de la antropología evolucionista, diferenció analíticamente las categorías de “esclavo” y de “negro”. Los rudos seguidores de Knight, desertores como él, irán experimentando una transformación en su subjetividad al calor de la lucha codo a codo contra los confederados que desembocará en la fundación del Estado Libre de Jones, en el Condado homónimo, donde blancos y negros comenzaron a vivir en condiciones de igualdad, tanto racial como de acceso a la tierra. El ejército de insurrectos que ponen en pie incluye a las mujeres, que también se ganan su lugar al fragor del combate, revelando la lucha por la libertad en toda su magnitud. El derecho de elegir tendrá su expresión en los terrenos más sensibles como el del amor, con el matrimonio contraído entre Knight y Rachel (Gugu Mbatha-Raw), antigua esclava devenida en su compañera de lucha, y en la arena de la amistad, con la profunda relación de afecto que trabará aquel con Moses. Dentro de la filmografía norteamericana destinada a la temática, Free State of Jones tiene el mérito de mostrarnos una historia desde abajo, donde los héroes no son los grandes personajes ilustres sino los desposeídos, los parias que pelean decididamente porque “no tienen nada para perder”, frase que se repite una y otra vez en el film casi evocando la histórica sentencia de Marx: “los trabajadores no tienen nada que perder salvo sus cadenas.” Como si anhelase ser la versión fílmica de La Otra Historia de los Estados Unidos de Howard Zinn, apoyándose en fotografías históricas que le aportan más realismo a la narrativa, su gran virtud está en explorar la faceta más negada en la historia difundida en ese país sobre la Guerra de Secesión: la

potencialidad revolucionaria de un combate que el bando unionista libró bajo la bandera de la abolición de la esclavitud, que además de emancipar a los afroamericanos podría actuar como un verdadero ariete para la lucha por la liberación social del conjunto de las clases oprimidas por el capitalismo. La misma potencialidad que supo conmover y despertar el entusiasta apoyo de la clase obrera europea, que desde la Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional) tomó como suya la causa abolicionista. No por casualidad a la salida de la guerra las clases dominantes se empeñaron en obturar cualquier cuestionamiento profundo al orden social, sosteniendo la propiedad concentrada de la tierra que impidió el avance de una verdadera revolución agraria, central para trastocar las relaciones sociales existentes. En este aspecto el programa de los republicanos radicales, que postulaba el reparto de 16 hectáreas (los famosos “cuarenta acres”) y una mula a los esclavos liberados, fue apoyado por Marx, que en el prefacio de 1867 de El Capital, planteó: M. Wade, vicepresidente de los Estados del Norte de América, declaró abiertamente en varios mítines políticos, que después de la abolición de la esclavitud, estaba en la agenda la transformación de las relaciones del capital y de la propiedad de la tierra.

Cuestión que no fue llevada a cabo en función del pacto reaccionario sellado entre las clases dominantes. En el film vemos cómo los propietarios de las plantaciones, que habían huido dejando abandonadas sus grandes mansiones a medida que los Ejércitos de la Unión avanzaban sobre las regiones sureñas, comienzan a regresar y retoman sus títulos de propiedad, poniendo fin a las experiencias de reparto de la tierra. Además, recurriendo a distintos artilugios legales como el sistema del aprendiz, comenzaron a restablecer sistemas de trabajo casi esclavistas; y mediante la aplicación del terror abierto, cuya expresión organizada más brutal fue el Ku Klux Klan, forzaron el retroceso de los derechos políticos recientemente conseguidos por los negros, en

lo que será el comienzo del régimen segregacionista conocido como Jim Crow1. Free State of Jones no es sólo una película sobre la guerra civil, sino esencialmente sobre el carácter abiertamente conservador que tuvo la postguerra, la desilusión de los “hombres libres” será la muestra de la derrota de las aspiraciones más revolucionarias de quienes entraron en combate para labrarse un destino mejor. Lejos de la épica del cine bélico, no son las escenas de grandes batallas las que ocupan el centro, lo que llevó a muchos críticos a devaluar la categoría de la película, que no pocos interpretaron como una aburrida lección de historia. Lo cierto es que, no exenta de muy buenos pasajes de acción, Free State of Jones se erige, encendiendo en el espectador una intensa emoción, como un profundo alegato por la libertad en momentos en que la violencia racista vuelve a recrudecer en Estados Unidos. Incluso tematiza la continuidad del racismo apelando al recurso del flash-back con saltos históricos que llevan hasta la década del 50 en un Estados Unidos signado por el segregacionismo, donde se aplicaba la “ley de la gota de sangre” por la cual bastaba “una gota” de sangre afroamericana para definir a alguien como negro, independientemente de sus rasgos fenotípicos blancos. La película lanza una interpelación sobre ese “muerto en el placard” que el Estado racista y gran parte de la sociedad norteamericana son reacios a admitir, e indaga sobre el amor y la amistad de nuevo signo que surgen del compañerismo, la solidaridad y el anhelo compartido de una sociedad más igualitaria. Nos recuerda que aquellos que no tienen nada que perder sino sus cadenas tienen en cambio un mundo que ganar, una vida que merezca ser vivida, en libertad.

1. “El muerto en el placard de Estados Unidos. Aproximaciones a la historia del racismo y la lucha antirracista desde la guerra civil a la Segunda guerra mundial”, Paula Schaller y Javier Musso, IdZ 32, agosto 2016; “Cuando rugió la pantera negra. El activismo negro norteamericano del movimiento por los derechos civiles a las Panteras Negras”, Paula Schaller y Javier Musso, IdZ 33, septiembre 2016.


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Las Neurociencias como marketing político El salto del discurso de la neurociencia a la arena política y la gestión neoliberal. A propósito de El cerebro argentino, de Facundo Manes y Mateo Niro, y Pobre cerebro, de Sebastián Lipina.

Juan Duarte Licenciado en psicología, comité de redacción.

No es por ver el fruto, que el fruto llegará, sino por la responsabilidad cotidiana de arar la tierra, plantar la semilla y cuidar que esos brotes no se sequen, no se quemen, no se ahoguen. Se trata de una verdadera revolución. La revolución del conocimiento en Argentina es imprescindible. Una revolución de la que debemos ser protagonistas (417).

No se trata de una parábola bíblica, ni de un discurso de Macri, aunque a simple vista podemos reconocer raíces en ambos. No, se trata de las palabras finales del El cerebro argentino1, el último libro del neurólogo y director de la Universidad Favaloro, Facundo Manes (en coautoría con Mateo Niro). Manes, además, ocupa el flamante cargo de asesor en la Unidad de Coordinación para el Desarrollo del Capital Mental, recientemente creado por la gobernadora María Eugenia Vidal (Cambiemos) y se perfila como el principal candidato macrista para la elecciones del año próximo en ese distrito clave. Es que nos encontramos

Ilustración: Anahí Rivera

ante un fenómeno relativamente novedoso: la concreción de un salto desde el despliegue de un programa disciplinar y una ideología reduccionista biológica de matriz neoliberal, con pretensiones científicas y gran presencia en medios y editoriales, directamente hacia la arena política y la gestión directa del Estado. Al mismo tiempo se trata de un intento de relanzar un discurso neoliberal tout court en cada ámbito de la vida: salud, educación, ciencia, arte, moral, política, e interpretar desde allí la historia nacional. Una suerte de gran discurso omniabarcativo con pretensiones científicas, como lo fue en su momento el darwinismo social a fines del siglo XIX.

Un movimiento neoliberal global En un artículo reciente trazábamos una fisonomía de las neurociencias, megaproyecto tecnocientífico (con fondos de más de 6 billones de dólares entre EE. UU. y Europa) impulsado por los grandes gobiernos imperialistas con fines tanto económicos (reactivar

áreas económicas clave como la computación y la industria farmacéutica), sociales (abonar una ideología neoliberal e idear modos de control biopolítico) y político/estatales (conocimientos y tecnologías al servicio del sector militar). Y señalábamos que es imposible entenderlas si no es teniendo en cuenta el marco neoliberal en el que se desarrolló en los últimos años2. La socióloga Hilary Rose y el neurobiólogo Steven Rose ubican de esta manera al desarrollo actual global de las neurociencias: Como otras ciencias de la vida que la han precedido, notablemente la genética, los avances en el conocimiento del cerebro han sido acompañados por esperanzas y autobombos, amplificados por un periodismo complaciente. En la economía neoliberal actual cumplen, tanto como ayudan a crear, las demandas de la sociedad neoliberal. El foco metodológico de las neurociencias en el cerebro individual está de acuerdo con el del

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neoliberalismo en el individuo antes que en el colectivo, con sus iniciativas de políticas públicas que enfatizan la autoconfianza, la aspiración y la voluntad de éxito. En esta economía, los cerebros (no los niños que los rodean) como depositarios del capital mental son vistos como un recurso, y los padres son impelidos a elevar a sus niños de la pobreza por medio de sus neuronas y la mágica plasticidad cerebral. Las intuiciones neurocientíficas, a menudo pobremente comprendidas o extrapoladas, son cooptadas en apoyo de políticas públicas de intervención temprana, incluyendo paquetes de programas ofrecidos por muchos actores privados3.

La descripción cabe, efectivamente, para la emergencia de la “neuromanía” en nuestro país, que se ha transformado en un boom editorial4. Y dentro de este boom, dos publicaciones resaltan: el citado libro de Manes y Niro, y Pobre cerebro de Sebastián Lipina5. Cada uno tiene su especificidad, de conjunto dan cuenta del fenómeno que estamos planteando. Activemos entonces el sistema de procesamiento atencional de nuestros cerebros, y echémosles un vistazo.

El cerebro (neoliberal) de los argentinos Si el libro anterior de Manes constituía –como los describimos en su momento– básicamente una estrategia de marketing de la neurociencia, mezcla de cientificismo ramplón, observaciones de sentido común, citas literarias y comentarios propios de la literatura de autoayuda, este mantiene esa línea. Pero extrae su novedad del intento de constituir tanto un ensayo interpretativo histórico, social y político de la historia Argentina y el “ser nacional”, como el despliegue de un programa político neoliberal. Marketing, disciplinar y político, en acto: se trata también –y sobre todo– de la patética construcción discursiva de la figura política del propio Manes. Veamos sus ejes principales. El prólogo recorre los tópicos usuales del “self made man” que, en base al esfuerzo y dedicación y los “valores” heredados, que llegó a la meca de la ciencia, y vuelve –al modo de un (neuro)redentor– al país en plena crisis de 2001, poniendo en pie su fundación, INECO. Al mismo tiempo, Manes se ubica dentro de la genealogía de la ciencia y la tradición liberal argentina, junto a Alberdi, Sarmiento, Mitre, así como Milstein, Favaloro, Borges y, por supuesto, Alfonsín. A continuación los fundamentos “científicos”: el credo materialista vulgar reduccionista

que ubica al cerebro como clave explicativa de toda la naturaleza humana; luego, el de la psicología cognitiva y la metáfora del cerebro como un procesador de información, “una gran máquina de aprender” con la capacidad de procesar información del ambiente modificándose a sí mismo y desarrollar patrones de conducta más o menos fijos según el contexto, así como patrones mentales y esquemas cognitivos, sesgos mentales, etc. Decir “mente” es decir cerebro, y por detrás de todo el enfoque, el autor ubica con insistencia las fuerzas de la evolución biológica y la selección natural. Absolutamente todo, es un producto evolutivo biológico, desde la moral, hasta sexualidad y el género, etc. Desde allí, Manes construye una interpretación del ser nacional, en definitiva, su base electoral, con afirmaciones del tipo “los argentinos somos así”, y preguntas como “¿De dónde surge esa idiosincrasia y los estereotipos por los que muchos (incluso nosotros mismos) nos identifican?”, respondiendo desde la neurociencia. También se trata de un marketing de las “neurociencias conductuales”, terapias cognitivo comportamentales (TCC), de perfil sumamente conductista, adaptativas y psiquiatrizantes. Asimismo, se reclama el lugar de las neurociencias en el diseño de políticas de Estado para desarrollar el “capital mental”: Muchas políticas públicas e intervenciones institucionales para combatir el hambre, la pobreza y la corrupción deben rediseñarse e incluir una comprensión cabal sobre cómo los humanos pensamos, nos comportamos y tomamos decisiones (p.54).

El libro está dividido en 5 capítulos. El primero, “Diálogo con el pasado”, parte de la conceptualización cognitivista de la memoria, un “producto de la evolución”, para abordar la historia argentina. Son apartados cortos que parten de una noción o experimento neurocientífico para desde allí explicar un proceso histórico, finalizando con una reflexión propia de la autoayuda o el discurso moral del tipo “el optimismo es un elemento clave que nos permite convivir en sociedad y ser más felices” (p.87) Los saltos lógicos entre niveles explicativos están casi tan presentes como las frases de autoayuda. El siguiente capítulo se centra en explicar por qué los argentinos están “enamorados de las crisis”, las “causas y consecuencias cognitivas de la crisis”, y encontramos afirmaciones

tales como “Una nación es una metáfora de una gran familia”, acentuando el rol de padres y cuidadores, y corriendo el acento desde las desigualdades intrínsecas del capitalismo hacia un déficit moral. Así se abordan desde la drogadicción, la transmisión epigenética de los traumas sociales (Malvinas), hasta el condicionamiento clásico pavloviano para comprender el estrés de la violencia social cotidiana. Frente a esto, se promocionan el “mindfulness” y “técnicas terapéuticas basadas en la aceptación”, así como los “programas de entrenamiento conductista”. ¿La consigna?: “tener en cuenta la historia de lo que nos pasó para intentar que lo malo no se repita y lo bueno sea aún mayor” (p.167). El tercer bloque, “Los otros, los mismos”, parte de la analogía cerebro/computadora y el desarrollo evolutivo para explicar las “habilidades sociales”. Desde allí, fenómenos como “el sentimiento de soledad” se explican porque “nuestros cerebros se sienten solos o aislados, responden con un mecanismo de autopreservación” (173), y así surgirían “instituciones como Defensa civil o el Club Progreso, grandes ciudades, países”, etc. Una “teoría de la mente” como clave evolutiva serviría para comprender los procesos históricos. En el medio, la construcción de un relato mítico sobre el propio Manes6, asociado a los “verdaderos líderes”, “grandes hombres”, cuyo denominador común es “su cerebro social” (182). Se llega a extremos bizarros, del tipo “las ciudades inteligentes se asemejan al cerebro humano”, y al igual que aquel “cuando más grandes son las ciudades, mayor su eficiencia y productividad” (192). Hay lugar, por supuesto, para el coaching empresarial antiobrero y una reivindicación de la competencia en “contexto de incertidumbre”, que “puede actuar como un factor que juega a favor de la competitividad” (211). Sobre la educación, la base de su discurso político, pesan más la genealogía sarmientina que los ejemplos de neurociencia aplicada, sumamente escasos y pobres. Por último, la moral sería un mero producto de las presiones evolutivas (232), un “instinto moral”, y la neurociencia demostraría que “el hombre es corrupto por naturaleza” (247). Nada nuevo, un “homo homini lupus neurociencia style” justificando al Estado burgués que aspira a conducir. El capítulo 4, “Cómo decidimos”, indaga en los modelos mentales para abordar “la relación intrínseca entre el cerebro y la ley, la psicología del liderazgo” y las políticas públicas. En este relato, que sería risueño si no fuera


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que se postula como un sentido común de masas, “La conciencia encarna el rol de director ejecutivo de la mente” (273). El cerebro decide… como un CEO, naturalmente. Y desde su afirmación del Nunca Más del fiscal Strassera, y su implícita teoría de los dos demonios, el neurólogo pasa a la “necesidad de liderazgo” como una clave adaptativa biológica, y el lugar de las neurociencias con su “nueva teoría del liderazgo” basada en la “inteligencia emocional”. En otro apartado, se despliega un discurso meritocrático aplicado a la gestión de la pobreza mediante el esfuerzo y la motivación personal:

Es este el objetivo que aborda el psicólogo e investigador de CEMIC/CONICET, docente de la UNSAM, y también asesor de la unidad creada por Vidal, Sebastián Lipina en su libro recientemente editado, que lleva el –ilustrador– subtítulo de Los efectos de la pobreza sobre el desarrollo cognitivo y emocional, y lo que la neurociencia puede hacer para prevenirlos. Aquí, el eje está puesto en fundamentar la necesidad de redefinir el concepto de “pobreza”. A partir de la crítica al “economicismo”, que pone el acento “criterios de ingreso y necesidades básicas para identificar a quienes sufren la tragedia de la pobreza”, propone

adaptativas a las condiciones sociales dadas. Y todo con el objetivo de fondo de evitar la propagación de “residuos humanos” (sic). Por lo demás, si bien se diferencia de Manes en cierta rigurosidad y mayor sofisticación conceptual (lo cual no es muy difícil, ya que en la pampa conceptual de Manes no encontramos una sola cita), comparten el marco teórico de la neurociencia mainstream. Y un aspecto interesante aquí, es que al detallar el recorrido de sus investigaciones y su financiamiento, Lipina muestra el rol del gobierno Kirchnerista en el financiamiento de esta corriente7.

Un grupo de familias observaron videos motivacionales [...] donde personas narraban cómo habían cambiado sus condiciones económicas, resaltando el valor que tuvo para ellas establecerse objetivos y esforzarse. Seis meses después, las familias que habían visto esos videos habían generado más ahorros e invertido más en educación de sus hijos. (327).

superar la ceguera moral de las definiciones que reducen un fenómeno complejo que afecta la vida de millones de personas a un conjunto discreto de variables económicas”, que “no debería primar sobre la consideración del sufrimiento de nuestros congéneres (23).

En definitiva, ambas lecturas dan cuenta del desarrollo de un entramado conceptual que, como señalaba en su momento Lev Vigotsky en su clásico análisis de la crisis en psicología, ya lejos de cualquier pretensión científica, explotan como pompas de jabón mostrando abiertamente los intereses sociales que intentan legitimar e impulsar. El reduccionismo biologicista devela su reaccionaria base ideológica neoliberal a cielo abierto. La crítica de los conceptos y la elaboración de una síntesis propia (retomando el programa Vigotskiano) deberá ser correlativa con la “crítica crítica” a estos proyectos políticos reaccionarios.

El último capítulo, “Felicidades”, despliega todo un discurso motivacional y de autoayuda, con apartados como “El poder de la confianza” y “Amar con todo”, donde se exalta y naturalizan los sentimientos de “amor” basados en la propiedad, mediante una explicación evolutiva, naturalizando de paso la monogamia como “ese preciado premio de la vida”, y la sexualidad como un instrumento meramente reproductivo (354). No es casualidad que la figura más nombrada del libro, junto con Sarmiento, sea el papa Francisco.

Redefinir la pobreza en términos neurocientíficos o de cómo transformar la desigualdad en un problema moral de los pobres En su análisis, los Rose acentúan un postulado clave del discurso neurocientífico neoliberal: El capitalismo desenfrenado al parecer no tiene la culpa; en su lugar, su ideología culpa a los padres –ellos son deficientes, faltos de capital mental, tienen débiles habilidades parentales, son insuficientemente ambiciosos para sus niños y fallan en ver la importancia de su educación. […] Desde las neurociencias, se invocan intuiciones, reales o imaginadas, para explicar aquellos déficits morales e idear programas para compensarlos. (p.154).

La propuesta, entonces, será poner el acento en la “experiencia subjetiva”. Así, “si los padres comunican o no a sus hijos sus preocupaciones sobre la inseguridad económica o si se dejan de lado los materiales y experiencias que permitan estimular el aprendizaje de los niños por falta de recursos”, o “la falta de apoyo familiar durante la escolaridad primaria”, serían determinantes para definir “pobreza”, y la propuesta es que las neurociencias pueden aportar el conocimiento científico necesario para explicarla, medirla y diseñar políticas públicas al respecto. De esta manera, el eje ya no es “la cuestión de los mecanismos que en nuestra civilización causan desigualdad, sino la evidencia psicológica y neurocientífica de la pobreza como forma de esa desigualdad en el nivel autorregulatorio” (27) neuronal, y conceptos como “autorregulación” y “plasticidad neuronal”, “periodos sensibles”, “epigenética”, “calidad de las prácticas de crianza”, “sensibilidad materna”, etc., como ejes del diseño de políticas públicas. Ligado a esto, Lipina pone explícitamente el problema en términos morales respecto a la investigación misma. La consecuencia obvia es el pasaje de la responsabilidad, ahora moral, al entorno familiar o educador de la niñez, devaluando el papel de la desigualdad económica y social y la responsabilidad del Estado. Por otro lado, al acentuar una explicación en términos biologicistas del fenómeno, abre la puerta a una intervención psicofarmacológica y/o por medio de terapias cognitivo conductuales (p.78)

Palabras finales

1. Buenos Aires, Planeta, 2016. Los números de página se indican entre paréntesis en ambos libros. 2. Duarte, Juan, “Crítica de la neuromanía. A propósito de Can neuroscience change our minds?, de Hilary y Steven Rose”, en IdZ 32. 3. Rose, Steven y Hillary, Can neuroscience change our minds?, Cambridge, Polity Press, 2016, p.152. Todas las traducciones son propias. 4. Ver, por ejemplo, Duarte, Juan, “Reseña de Usar el cerebro. Conocer nuestra mente para vivir mejor, de Facundo Manes y Mateo Niro”, en IdZ 9. Duarte, Juan, “Reseña de Las neuronas de dios, de Diego Golombek”, en IdZ 17. 5. Siglo XXI, Buenos Aires, 2016. 6. Al modo de Sócrates y Diotima, Manes apunta que “Michael Gazzaniga […] padre de las neurociencias cognitivas […] En un diálogo que mantuvimos hace un tiempo reflexionó...” (181). Rasgo propio de la construcción de una legitimidad disciplinar, también presente en corrientes psicoanalíticas. 7. Los gobiernos de Salta, la Rioja y el de la ciudad de Buenos Aires, así como la UBA y el Ministerio de Educación y de Ciencia y Tecnología de la Nación figuran entre sus patrocinantes en la última década.


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ideas & debates

Acerca de Las Subjetividades Patriarcales. Un Psicoanálisis inserto en las transformaciones históricas, de Michel Tort.

DE LOS PADRES PATRIARCAS Y EL PSICOANáLISIS POR FIN CUESTIONADO

Pablo Minini Psicoanalista, trabajador de la salud mental pública.

Asistimos a una época en la que la corriente más institucionalizada del psicoanálisis en nuestro medio se expresa en relación a cuestiones de género desde posiciones reaccionarias1. En sus dichos o escritos acerca de la lucha contra el machismo y la misoginia, o la lucha por la igualdad de géneros, la homoparentalidad, o incluso el aborto, las declaraciones de algunos psicoanalistas no difieren, en contenido y forma, del más puro pensamiento conservador. Baste recordar los dichos de Juan Ritvo ubicando a las mujeres como responsables de la violencia machista o los textos teóricos de Fabián Schejtman, que desde su posición de poder en la Facultad de Psicología de la UBA se encarga de abonar la patologización médica respaldando la idea de que hay una sexualidad normal que coincide, casualmente, con la sexualidad del coito con fines reproductivos2. Esto es emergente, como se ha señalado en otros artículos de esta revista, de una crisis más general del psicoanálisis tanto frente a movimientos sociales que lo cuestionan, como frente otras teorías y terapéuticas3. En un medio que por lo visto no siempre alcanza a ponerse a la altura de la subjetividad de la época, el libro del psicoanalista y

filósofo francés Michel Tort, Las Subjetividades Patriarcales. Un Psicoanálisis inserto en las transformaciones históricas, editado por editorial Topía, resulta una novedad que da aire a un clima sumamente enrarecido. Desde el subtítulo mismo del libro nos coloca en el centro de la cuestión y marca los límites del propio planteo del autor. Porque lo que a Tort le interesa, desde una posición interna a la disciplina, es reubicar al psicoanálisis en el concierto histórico. Tarea que puede parecer extraña, porque cabe la pregunta: ¿Cómo es que el psicoanálisis, o cualquier práctica, puede salirse de la historia o de su pertenencia a un momento histórico particular? Pues bien, al parecer, mediante el siguiente razonamiento: El psicoanálisis se ocuparía de las “verdaderas dificultades” más allá de la historia. Habría verdaderas dificultades; habría, en último análisis, un “último análisis”: el psicoanálisis4.

El libro, centrado en el ámbito francés y las tendencias predominantes del ámbito psicoanalítico galo, se preocupa por diferenciar lo que en el psicoanálisis es parte de las que el autor considera legítimas construcciones

surgidas a partir de la práctica clínica, de la cantinela patriarcal que se reviste de frases del psicoanálisis. En la primera parte, Historia y psicoanálisis, constata que cuando las estructuras patriarcales, a las que los psicoanalistas dan un valor ahistórico e inmutable, se ven afectadas en lo social por los movimientos antipatriarcales, que intentan hacer prevalecer la libertad y la igualdad democráticas, se lanzan a una ofensiva feroz e incansable contra las madres. La operación de aquellos consiste, entonces, en reconocer el devenir de la historia, pero analizar su avance desde los conceptos psicoanalíticos, según los cuales nuestra época (neo)liberal estaría marcada por la ilimitación del deseo y la perversión generalizada. Al parecer, habría un empuje de lo femenino, visto como regresivo, hacia la violación de la Ley (simbólica e inmutable). De esta manera, la lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres se traduciría en una lucha por borrar las diferencias entre las identidades sexuadas y el consiguiente borramiento del deseo, pues el deseo se sostiene en la diferencia. ¿Por qué entonces la perversión? Porque el empuje hacia lo femenino-materno implicaría una regresión desde la


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“Ley paterna” y social hacia el ámbito privado donde rige la ley contingente y caprichosa de la madre. Hay psicoanalistas, señala, que han leído el nazismo, en tanto aniquiló la diferencia, como el primer signo de la regresión de la civilización del padre a la madre. La única forma en que los psicoanalistas, según Tort, conciben la historia siempre móvil, es en contraposición con la Ley, eterna e inmutable: para que un niño se constituya como sujeto social, es necesario que sea rescatado de las fauces de la madre, que intentará guardárselo para su goce personal. Y quien se encarga de rescatar a los niños para llevarlos a la vida social es el padre. Esa es la explicación de lo que en psicoanálisis se llama Función Paterna (con mayúsculas), es decir, el padre que encarna la “Ley” que no cambia. A la “Ley”, la “Diferencia”, el “Deseo” y “Lo Social” de la “Función Paterna”, se le opondría el capricho y el goce ilimitado materno, que quiere apropiarse a los niños para sí misma y sustraerlos de la sociedad, sumiéndolos en la perversión, cuando no en la psicosis. Tort sostiene que esa lectura estructuralista lacaniana, donde la mujer es bien de intercambio (equiparada caprichosamente a madre), se hace pasar por teoría y argumentación psicoanalítica, cuando en realidad se trata de un síntoma de los propios analistas: El discurso de la decadencia genera una serie de representaciones reactivas y reaccionarias acerca de un pasado mejor y de un hoy sin ´gravedad´, de la ´perversión cotidiana´ de la época; un discurso que desde la noche de los tiempos caracteriza a los fóbicos del cambio y a quienes gozan anunciando el apocalipsis5.

Para el autor, esas lecturas nostálgicas de un pasado mejor dan por tierra con los desarrollos del mismo psicoanálisis, que estaría en inmejorables condiciones teóricas para decir algo sobre la sexualidad. En nuestra época, señala, el dispositivo de la parentalidad y las relaciones de dominación entre hombres y mujeres están transformadas. Y si bien cada sociedad ubica un tercero en las relaciones entre padre-madre e hijos y entre padre y madre, “hoy el depositario de la función de tercero ya no es ‘el Padre’, sino, de iure y facto, el Estado de los ciudadanos y ciudadanas”6. Según el autor, de todo echan mano los psicoanalistas asustados para intentar volver a un tiempo anterior. Incluso, de posiciones biologicistas que el mismo psicoanálisis permitiría cuestionar, como la pretendida normalidad de la sexualidad orientada a los fines reproductivos.

En la segunda parte, Tort se mete de lleno a aclarar una distinción. La teoría psicoanalítica es anti intuitiva, va contra el sentido común en sus nociones de inconsciente, pulsiones, complejo de Edipo, por ejemplo. Contrapone la teoría y la clínica, por un lado, y el discurso sobre el padre, que no procede de ninguna manera del psicoanálisis, sino de la religión. En este punto, sigue a Freud, para quien el psicoanálisis o bien se dedica a analizar la religión o se alimenta de ella. Para Tort, que un psicoanalista se defina por una u otra opción, es una cuestión política. Por ejemplo, en el medio francés, las posturas psicoanalíticas autorizadas se expresaron en contra de las leyes de igualdad de derechos y de la homoparentalidad, mezclando argumentos religiosos y chauvinistas: la defensa de una Ley Paterna estaría del lado de los analistas franceses, inconmensurablemente más ricos y sutiles, que sus pares anglosajones. Para estos analistas franceses (y para algunos de sus colegas de nuestro medio local) legalizar la homosexualidad engendraría una confusión entre sexos y géneros que progresaría hacia la indiferenciación de las identidades: la psicosis, el incesto y quién sabe cuántas otras cosas más igual de terribles. Burlonamente, el autor caricaturiza el miedo de estos psicoanalistas, para quienes un niño que tenga dos madres o dos padres no podría alcanzar a ver la diferencia entre hombres y mujeres. Y sube la apuesta: ya que están en tren de cuestionar la familia homoparental y el matrimonio igualitario, bien podrían cuestionar la familia como construcción histórica y el matrimonio a secas, tanto el igualitario como el heteronormativo. La tercera y última parte analiza recortes clínicos concretos de psicoanalistas que han llevado adelante casos de niños hijos de parejas homoparentales. A través de los casos, el autor argumenta que arreglárselas con las exigencias sociales, con las exigencias paternas y maternas, con las fantasías y mandatos, son problemas para todas las niñas y los niños, esté constituida su familia de la forma que sea. Las hijas e hijos de parejas heteroparentales no aventajan en salud mental a las hijas e hijos de parejas homoparentales. La única diferencia que se podría observar es social: tiene que ver con el lugar de minoría inferior oprimida y segregada que se les da a quienes nacen y se crían en senos de familias homoparentales. “Lo que es problemático no es que haya fantasmas, dice Tort, sino que sean desviados, desvalorizados en beneficio de la celebración de una escena primitiva estándar”. Agregamos: una escena primitiva occidental y cristiana. Tort considera al psicoanálisis una herramienta clínica útil y se encarga de remarcarlo.

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De todas formas, esta tercera parte es la más débil del libro. Porque precisamente da por sentada la pertinencia y la eficacia de la clínica psicoanalítica y postula que serían las necesidades de esta práctica las que llevarían a una modificación de la teoría. Hace que las modificaciones en la teoría dependan de que los psicoanalistas, de buena voluntad y leyendo mejor los textos canónicos del psicoanálisis, acepten dejar de lado sus posturas patriarcales o machistas. Si bien el autor dialoga con otros planteos no psicoanalíticos, lo hace muy someramente (menciona a Judith Butler al final y al pasar). La impresión final que deja esta parte dedicada a la clínica concreta (y la impresión que deja el libro en general) es que los problemas y limitaciones del psicoanálisis se resolverían al interior de la teoría, aplicando las correcciones que el mismo psicoanálisis podría darse. De esta forma, la crítica pierde fuerza, pues da la impresión de que no hay una verdadera reformulación de la teoría, sino un aggiornamiento de la práctica, útil para salvar las apariencias, pero no verdaderamente transformador del cuerpo teórico. En relación a esto, es desconcertante que el autor nos lleve hasta las puertas mismas de la crítica a la postura patriarcal en el psicoanálisis, de allí a la crítica a la sociedad patriarcal y al neoliberalismo, para abandonar al lector en ese mismo punto. Tanto la postura de Tort como la de los psicoanalistas más ortodoxos acuerdan en definir que existe un empuje (neo)liberal, claramente opuesto al respeto por los derechos y la subjetividad de las personas. Sin embargo, ni los psicoanalistas criticados ni el mismo Tort ensayan una crítica del neoliberalismo. De forma tal que la cuestión, tanto para la ortodoxia como para la renovación en psicoanálisis, sigue siendo un asunto circunscripto al ámbito de los sujetos y cómo se enfrentan al sistema, no cómo ese sistema puede transformarse o, tan siquiera, cuestionarse.

1. Hay tendencias en sentido contrario. Justamente la revista y la editorial Topia, constituyen una. 2. Al respecto, ver Duarte, Juan, “Violencia de género y el psicoanálisis en cuestión”, en La Izquierda Diario, 12/09/2016; y Herón, Pablo y Aguirre, Antonella, “Schejtman y el remake de la patologización de la diversidad sexual”, en La Izquierda Diario, 7/10/2016 3. Cinatti, Claudia, “El psicoanálisis en cuestión”, en IdZ 5, y Duarte, Juan, “Deconstructing Freud”, en IdZ 25. 4. Michel Tort, La subjetividades patriarcales, Editorial Topía, 2016, p. 19. 5. Ob. cit., p. 27. 6. Ob. cit., p. 46.


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Entrevista a Eugenia Almeida

“Lo íntimo tiene lazos indisolubles con lo social”

Fotografía: Matsas

DAVID VOLOJ Escritor y docente. LAURA VILCHES Prof. en Letras y legisladora por el PTS-FIT Córdoba. Eugenia Almeida vive en Unquillo, una pequeña localidad de las sierras chicas. Tres o cuatro veces por semana viaja a la ciudad de Córdoba, donde se dedica a la docencia y al periodismo cultural. Sus notas, entrevistas y reseñas aparecen regularmente en distintos medios gráficos nacionales e internacionales. Además, desde marzo de este año conduce “Dame Letra”, un programa radial que se emite los domingos a la siesta por AM 580 (la radio de la Universidad Nacional). Allí explora el campo de la literatura contemporánea y comparte lecturas, opiniones y regala libros. Desde la publicación de El colectivo, su primera novela, la obra de ficción de Almeida se ha ido consolidando en la escena literaria actual. Su narrativa escarba en la realidad nacional, en la historia reciente y en las líneas de continuidad que se extienden hasta hoy. Desde una estética realista, donde se priorizan la acción y las frases cortas, esta escritora cordobesa exhibe los modos en que la violencia se encarna en los cuerpos. Así, el poder, en sus distintas formas, late en la ficción como una presencia hostil que atraviesa a la sociedad en su conjunto.

El colectivo obtuvo el Premio Internacional Las Dos Orillas, en España, un reconocimiento internacional que hizo que la novela fuera traducida a numerosas lenguas y publicada en Europa mucho antes de llegar a Argentina. Posteriormente, apareció su segunda publicación, La pieza del fondo, que fue finalista del Premio Rómulo Gallegos en 2011. Cada texto de Almeida parece discutir con las zonas oscuras de la realidad. El año pasado salió su último título, La tensión del umbral, donde explora la red de complicidades que sostienen al aparato represivo del Estado. La obra fue recientemente galardonada en Francia con el Premio Transfuge a la mejor novela hispánica, por eso, los últimos días de septiembre encontraron a Almeida en territorio francés, donde la novela apareció bajo el título de L´Échange. “La noticia del premio llegó justo unos días antes de salir, pero ya desde enero sabía que debía viajar por el libro” cuenta Almeida que, durante diez días, participó de los Festivales Livre dans la boucle y Melting Potch, formó parte de la celebración de los cuarenta años de la Librería Lucioles, y se encontró con

lectores, libreros y periodistas en París, Besançon, Mulhouse, Metz, Grenoble, Vienne y Courriéres. IdZ: El Premio Transfuge no es tu primer reconocimiento en Francia ni en Europa. ¿Cómo creés que se lee tu obra allá? ¿Hay diferencias con respecto a la recepción en Argentina? La verdad es que siento un agradecimiento muy profundo con los lectores franceses. Han sido siempre muy generosos con mi trabajo y es un lazo que siento que va creciendo libro a libro. Cómo se lee mi trabajo allá es muy difícil de responder. Claramente, es una lectura diferente a la que se hace desde Argentina, pero me sería imposible señalar en qué consiste esa diferencia. Lo que sí puedo decir es que tengo la impresión de que mi trabajo es más valorado allí que aquí. Pero quizás sea solo una impresión. IdZ: ¿Cómo percibiste la situación social y política francesa? Responder a esta pregunta exigiría cientos de páginas; y debería aclarar que no deja de


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ser la mirada de una extranjera, de paso, sin la posibilidad de analizar en profundidad la situación. Ahora, en lo político, el eje parece ser la palabra “seguridad”, claramente en relación a los últimos atentados. En torno a ese eje se construyen las discusiones que anticipan las elecciones del año próximo. Y allí surge lo mejor y lo peor de la sociedad francesa. Quienes quieren apostar a una sociedad que incluya a todos y quienes plantean la pesadilla de las persecuciones. La islamofobia es una realidad innegable. Al mismo tiempo, el terrorismo extremista es el mejor aliado de la ultraderecha. Uno podría creer que son socios en la creación del odio y el miedo IdZ: ¿Y qué percibiste en el plano cultural? No puedo dejar de resaltar ciertos aspectos de la vida cotidiana que tienen un enorme impacto en la cultura. Por ejemplo, si hacemos una traslación del salario mínimo francés y el precio de un libro recién editado a términos argentinos (es decir, conservando la proporción), nos encontramos con que en Argentina podríamos comprar un libro nuevo a unos $90. Aproximadamente, una cuarta parte de lo que efectivamente cuesta un libro en nuestro país. Si hacemos la misma operación, un libro de bolsillo debería costar unos $30. Pero aun así, si alguien no puede acceder a libros nuevos, puede comprarlos usados (en excelente estado) en muchos de los locales que existen y que ofrecen libros extraordinarios a 20 centavos de euros (un poco menos de $4). En una de esas librerías compré seis libros de Emmanuel Carrère (uno de mis escritores favoritos, posiblemente uno de los grandes nombres de la literatura francesa contemporánea). Pagué por esos seis libros en edición de bolsillo un poco menos de 19 euros en total. Es decir, cerca de $350. Lo que en Argentina difícilmente me hubiera alcanzado para pagar uno de ellos. IdZ: Hacés cuentas minuciosas… Hago estas cuentas porque a veces, en temas de cultura, la gente prefiere no hablar de dinero, como si el dinero fuera algo turbio y la cultura algo prístino, como si no hubiera relaciones profundísimas entre ambas cosas. Este prurito de no hablar de dinero está en la base de todos aquellos que se niegan a reconocer el trabajo artístico como trabajo. Pasa algo similar con la docencia, se recurre siempre a la

palabra “vocación” para profundizar las condiciones de explotación. Pero vuelvo a lo que decía: a veces, en este afán de invisibilizar las condiciones económicas hay quien se asoma a una sociedad como la francesa y se sorprende de cuánta gente lee (en la calle, en las plazas, en los trenes, en el subte) sin preguntarse cuán accesibles son los libros. Sin preguntarse si en esa sociedad son vistos como un objeto cotidiano o como un objeto de lujo. Sin preguntarse, en definitiva, qué proporción del salario mínimo es necesaria para pagar un libro.

Hilos y continuidades Eugenia Almeida señala que siempre escribe y, en la actualidad, se encuentra encaminado un nuevo libro. “Estoy en medio de la historia, dejando que corra. No puedo decir mucho más porque soy de los que piensan que aquello que se cuenta ya no se escribe”. En una primera aproximación a El colectivo se puede percibir que Almeida se ubica a fines de la década del ‘70 para reconstruir la atmósfera opresiva de un pueblo del interior del país. En este marco temporal y geográfico, la historia da cuenta del peso de las tradiciones que, de pronto, son interrumpidas por una realidad que lo desborda. La presencia de una pareja de fugitivos que huye de la ciudad se convierte así en el disparador para desnudar la hipocresía y la responsabilidad de amplios sectores de la sociedad en los hechos de la última dictadura cívico-militar. Así visto, en su primera novela Almeida reconstruye el conservadurismo de pueblo y no solo habla de la dictadura sino de la opresión en sus diversas formas, y en particular, aquella que se ejerce sobre las mujeres. IdZ: El colectivo se encauza en una línea de la literatura argentina que revisita la historia reciente. Podríamos considerarla parte de los “relatos de la memoria”, es decir, una multiplicidad de discursos socioculturales que tiene como punto de referencia la última dictadura. De alguna manera, muchos de esos relatos empalman con la definición del Nunca más donde el juicio y la condena a las cúpulas militares, y luego a algunos de los represores más emblemáticos, representan el relativo cierre de ese período. No creo en lecturas que “clausuren” el pasado. El pasado no se clausura, se transforma,

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influye en el presente, produce futuro. El pasado siempre está aquí. Nunca pensé en un “cierre” cuando escribí El colectivo (si bien el libro se publicó en Argentina en 2009, lo escribí en 2003). No hay cierre posible. Con La tensión del umbral, Almeida se mete en el género policial para narrar una historia situada en la actualidad. Un aparente suicidio en la vía pública desata una investigación personal que irá develando, como capas que permiten adentrarse en el infierno de lo real, el entramado que sostiene al aparato represivo del Estado y las mafias de que se nutre.

IdZ: ¿Fue una elección el género policial? El género vino con la historia. No elegí ninguna de las dos cosas. Las historias se me imponen. Y esta venía enmarcada en un género que siempre he disfrutado mucho leer. Eso requirió un trabajo distinto a la hora de corregir. Una atención mucho más fina a los detalles. De todos modos, creo el libro puede leerse como un policial o como otro tipo de libro. Como una novela política, por ejemplo. Si de una novela política se trata, en la historia de Guyot, este periodista que se enfrenta a las continuidades entre el pasado de la dictadura genocida y el presente, podemos leer el eco de las denuncias del Proyecto X o de la existencia del ex agente de la vieja SIDE, Stiusso, espiando trabajadores y luchadores sociales, amenazando a un juez emblemático del Juicio a las Juntas Militares. En la literatura de Almeida, la última dictadura es un espectro siempre presente y las variaciones en el abordaje que hace entre El Colectivo y La tensión del umbral tienen que ver con el tiempo de la historia narrada. En su última novela, la historia transcurre en 2008, y allí aparece la red de complicidades aún actuantes, entre el poder político, policial, judicial y los medios de comunicación para garantizar la impunidad. Al mismo tiempo, Almeida indaga en aquellas zonas de la existencia humana que no siempre son fáciles de comprender y requieren conectar la experiencia individual con las condiciones históricas y sociales, en las que dicha experiencia se inserta para, al menos, » aproximarse.


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IdZ: En alguna entrevista vos señalás que al protagonista de esta última novela parece no moverlo un principio moral para su investigación sino que insiste en avanzar por su necesidad de entender. Guyot, el periodista, busca entender algo del orden de lo incomprensible: ¿por qué alguien se suicida? ¿Por qué hacerlo en plena calle? ¿Por qué con un disparo en el pecho?

las responsabilidades (comunitarias) que tenemos cada vez que uno de los nuestros decide que es mejor morirse a seguir viviendo en este mundo. Un mundo al que construimos entre todos y del que somos responsables.

IdZ: En el suicidio hay un cruce entre el orden de lo público y lo privado. ¿Es eso lo que se necesita entender? Lo que busca entender está más allá de nuestra posibilidad de comprender. Algo que ni siquiera puede encarnar en el lenguaje. El suicidio es un tema que siempre me ha inquietado. Creo que no hay respuestas para esas preguntas. El suicidio en sí es la respuesta. Los que quedan, desesperadamente, buscan darse una respuesta como forma de alivio o de consolación. Es un ejercicio inútil que te lleva la vida.

IdZ: Este personaje es un periodista al que a su vez se le niega insistentemente el acto de comunicar. ¿No iría en contra de algo “constitutivo” de su rol social? En tu pregunta definís “comunicar” como el “acto constitutivo del rol de periodista”. Sin ánimo de polemizar, me parece una definición algo extemporánea del periodismo. Como si habláramos de un periodismo absolutamente desprendido de los medios de comunicación, empresas que no venden información a su audiencia sino que venden su audiencia a los auspiciantes. Nos venden a nosotros. O, más específicamente, venden nuestra atención. Creo que es algo que nunca hay que perder de vista cuando hablamos de los medios masivos de comunicación.

IdZ: Ahora bien, Guyot investiga pero le prohíben escribir sobre aquello que investiga. Y el hecho, que parece circunscripto a lo privado, va adquiriendo, con el develarse de la trama, un carácter público. Lo que envuelve al suicidio en la novela no es del orden de lo individual. Creo que lo íntimo (y atención, que no digo “lo privado”) siempre tiene lazos indisolubles con lo social (y atención que no digo “lo público”). No somos seres aislados. Todo tiene un engarce en lo social (aun en lo social como abstracción, en la imagen de lo social que nos hacemos en absoluta soledad). Y diría que ningún gesto humano está ajeno al orden de lo social. El suicidio tampoco. Solemos pensar que es un gesto privado, individual, quizás porque es difícil de soportar pensar en

IdZ: Bien, pero volviendo al ángulo de por qué no le permiten publicar a Guyot su historia, podríamos decir que no “comunica” –en el sentido de hacer su tarea estrictamente periodística– porque hay una perspectiva deliberada de no darle esa información a los potenciales oyentes/lectores. ¿Quién o dónde se decide que así sea? No se trata de que a Guyot no lo dejen publicar. En realidad no llega a escribir una historia. La historia se escribe dentro suyo. No se trata de material periodístico sino de algo mucho más delicado, personal. El secreto que atraviesa la novela nunca llega a escribirse. Ni a revelarse. Aquellos que se acercan demasiado salen lastimados. O muertos. Los medios de comunicación, en mi novela, aparecen como uno de los pilares que

sostienen poderes ocultos, como espacios de ocultamiento y como plataforma para operar sobre la percepción de la realidad. No se trata de la verdad. Nunca se trata de “la verdad”. Por supuesto, Guyot no pertenece a ese mundo, ni siquiera es capaz de comprender las fuerzas que lo rodean y que lo ponen en riesgo. Como, por otra parte, le pasa a la mayoría de las personas. Cuando hablo de poderes ocultos me refiero a poderes que están mucho más allá de lo evidente, de lo explícito. Redes que atraviesan los Estados y que son quienes verdaderamente gobiernan el mundo. IdZ: Hablando del policial, en la última Feria del Libro de Córdoba te sumaste al ciclo “Córdoba Mata”, que aborda las distintas manifestaciones del género. Me parece importante que la ciudad tenga un ciclo dedicado a este tipo de libros. Me alegró mucho que me invitaran a una de las mesas. Ojalá pueda mantenerse y crecer. Año a año, el público ha ido acompañando esta propuesta. Como lectora, me gustaría ver más mujeres entre los escritores invitados. Fundamentalmente en un género en el que las mujeres siempre se han destacado. IdZ: ¿Cuáles son las líneas que más te atraen? ¿De los relatos policiales? Aquellos que permiten comprender algo de la condición humana y preguntarnos qué somos capaces de hacer en determinadas circunstancias. Aquellos que iluminan de qué modo las vidas cotidianas se entrecruzan con la historia política y social. Aquellas que no reducen todo a un enigma y que no necesitan explicarlo todo porque asumen que ciertos aspectos de la realidad no pueden ser explicados y solo pueden ser “mostrados”.


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HISTORIA DEL PST, de Ricardo de Titto

(Bs. As., CEHuS, 2016)

Daniel Lencina El trabajo de Ricardo de Titto presenta una descripción acerca de la fundación del PST (Partido Socialista de los Trabajadores) en 1972. Dicha organización, de origen trotskista, fue producto de la fusión de dos corrientes: la que dirigía Nahuel Moreno, conocida como el PRT La Verdad (en referencia al nombre de su periódico), con el PSA (Partido Socialista Autentico) que dirigía Juan Carlos Coral, un partido proveniente del Partido Socialista pero con posiciones mucho más de izquierda que este (que entre otras cosas apoyó el golpe gorila que derrocó a Perón en 1955). El autor tiene como objetivo contar una historia, que en este primer tomo abarca el periodo 196919731. Entre el Cordobazo y las elecciones que levantaron la proscripción al peronismo luego de 18 años; tal es el contexto en que se escribe este libro. En sus páginas se traza el recorrido a través de las fuentes que ofrece al lector de las prensas La Verdad y Avanzada Socialista. Así, logra transmitir los episodios más candentes de la lucha de clases de esos años. Se observan no solo la serie de levantamientos “semi insurreccionales” en las provincias y ciudades del interior del país (Tucumán, Mendoza, Rosario, Gral. Roca, etc.) sino también grandes conflictos de fábrica donde el PRT-LV tenía trabajo político o influencia. Se logra apreciar el combativo estado de ánimo de los trabajadores, la predisposición a superar a la burocracia sindical en todas sus variantes e incluso del movimiento estudiantil, nada pacífico por cierto, y en base a ello plantea la necesidad de construir un partido obrero revolucionario. Antes de continuar vale una aclaración. En 1965 el grupo Palabra Obrera, que dirigía Nahuel Moreno, se fusiona con el FRIP (Frente Revolucionario Indoamericano Popular)2 que dirigían los hermanos Santucho. Tal unificación es pragmática, ya que se hace sin unidad teórica e ideológica, sin una comprensión común del marxismo. Veamos: el FRIP sostenía que el proletariado azucarero del NOA argentino, al ser el más explotado, atraería a las masas campesinas para hacer la revolución en la Argentina (en un país donde no hay “campesinado” al nivel del resto de América Latina). El Cordobazo fue el encargado de destruir en los hechos tal visón populista, ya

que la “insurgencia obrera” provino del proletariado más concentrado, el mejor pago y avanzado políticamente (recordemos que muchos de esos obreros eran a la vez estudiantes, el propio de Titto se encarga muy bien de demostrarlo). La ruptura del PRT, que se dio en 1968, puso de manifiesto estas divergencias de estrategia entre Moreno y Santucho. Cada fracción quedará identificada con el nombre de su periódico: PRT-La Verdad y PRT-El Combatiente. Este último luego será conocido como PRT-ERP: Ejército Revolucionario del Pueblo. Desde el inicio el libro toma distancia crítica de las corrientes guerrilleras. El autor sostiene acertadamente que: “la confianza la necesidad de realizar acciones vanguardistas y ejemplificadoras llevan a las corrientes ultraizquierdistas a no comprender la dinámica social y aislarse” (p. 48). Concluye que “los guerrilleros son los ‘enviados’ que tienen la misión de redimir a la humanidad de la opresión” (p. 48). Es reivindicable que en la época el propio PRT-LV diera la lucha política contra la concepción guerrillera. Sin embargo, ese párrafo lejos de ser el inicio de un balance que cuestione el por qué de la unificación con el grupo de Santucho, es solo una mención aislada. En ese sentido el libro carece de un balance crítico en torno a la experiencia inmediatamente anterior a la fundación del PST. El marco internacional de los hechos que trata el libro esta signado por la guerra de Vietnam y el ascenso del movimiento de masas con crisis revolucionarias en América Latina (Bolivia, Chile). Se muestra a una corriente que comprende al internacionalismo como algo práctico y así relata el apoyo del PST a tales procesos revolucionarios, mediante actos y la solidaridad internacional (incluso organizan un viaje estudiantil a Bolivia para tomar contacto con la aguda lucha de clases en el país, cuestión que le permitió formar nuevos cuadros y ganar nuevos militantes). A partir del GAN (Gran Acuerdo Nacional) que promueve la dictadura de Lanusse, del que Perón y el líder radical Balbín son partícipes, el dirigente Nahuel Moreno ve una posibilidad de agitar un programa clasista ante la apertura democrático burguesa. Esa visión de Moreno es correcta, porque entiende al GAN como un desvío de las masas de las barricadas a la salida electoral, y por ello, para acompañar la experiencia de los trabajadores que veían a Perón como su líder y al peronismo como su partido, plantean una alternativa independiente de los trabajadores. El problema es que volvió a unificarse con otro grupo (el PSA), como decíamos arriba, sin reparar en los problemas políticos que trajo la unificación anterior. De Titto sostiene acertadamente que desde la llegada del peronismo al poder en 1946, era la primera vez en la historia del país (marzo de 1973) que una opción obrera y socialista se presentaba a elecciones, en una pelea difícil. Relata los pormenores de la

campaña con candidaturas obreras surgidas al calor del clasismo cordobés, la táctica de ofrecerle la candidatura a Agustín Tosco para que represente a una opción presidencial obrera, que terminará rechazando la propuesta del PST para llamar a votar al peronismo en Córdoba3. Como aspectos relevantes a señalar quisiera detenerme en que si bien la candidatura presidencial fue encabezada por Juan Carlos Coral, quien según el autor era un buen orador, la candidatura a Vicepresidente estuvo a cargo de Nora Ciapponi para poder destacar el perfil de la mujer trabajadora, inspirado en la visita de una delegación de los militantes trotskistas del SWP (Socialist Worker Party) de EE. UU. que participaron de la campaña en apoyo al pueblo de Vietnam realizada en Buenos Aires. Por otra parte, se crea la Juventud Socialista de Avanzada, que sigue los consejos de León Trotsky en base a la necesidad de la organización autónoma de la juventud. Es importante destacar que quien integra las filas del PST y participa como candidato obrero de las elecciones de 1973 es el legendario dirigente obrero de la gran huelga de la construcción de 1936; Mateo Fossa, el único dirigente obrero argentino que logró entrevistarse con León Trotsky en su último exilio, México4. En las elecciones el PST obtuvo más de 78 mil votos a la fórmula presidencial y 130 mil. Si contamos el corte de boleta esto es el 0,62 % contra el 49,6 % que apoyó al peronismo. Significativo resultado si tenemos en cuenta que la campaña se realizó bajo la consigna “No vote patrones, ni militares ni dirigentes vendidos; Vote candidatos obreros” ya que el PST se presento como parte del Frente de Trabajadores que abrió sus listas en un 75 % para ser integrada por sectores de la vanguardia obrera del país. Este libro es un aporte a la bibliografía “trosca” –al decir del autor. Sin embargo se lamenta la falta de un debate más franco sobre los errores mencionados, que contribuyan a sacar conclusiones estratégicas acerca de la corriente dirigida por Nahuel Moreno, la más importante por su participación en la lucha de clases de los años ‘705.

1. Según el plan que presenta el autor, esta Historia del PST, contaría con tres Tomos que irán publicándose de aquí en más, llegando hasta 1982 abarcando tanto la salida de la dictadura militar como la fundación del MAS (Movimiento al Socialismo). 2. Al respecto ver Daniel Lencina, “Reseña de El trotskismo y el debate en torno a la lucha armada, de Martín Mangiantini”, IdZ 12, agosto 2014. 3. Ver: Eduardo Castilla, “Tosco: optimismo de los fines, pesimismo de la estrategia”, La Izquierda Diario, 05/11/15. 4. Ver: Daniel Lencina, “Cuando Trotsky llego a Mexico”, La Izquierda Diario, 09/01/16. 5. Para un balance del accionar del PST en el período ver el capítulo dedicado a la cuestión en Ruth Werner y Facundo Aguirre, Insurgencia obrera en la Argentina 1969-1976, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2016.


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FRENTE de izquierda

» Viene de contratapa

nuevos miembros de la Corte Suprema, entre otras). Los planteos del Frente Renovador de “defensa de las Pyme” o del “trabajo nacional” no implican medida alguna frente a la exacción del capital financiero o de los tarifazos en favor de las privatizadas. Sus planteos supuestamente “proteccionistas” sólo sirven de excusa para acicatear una mayor precarización del trabajo: en definitiva, aluden a la competencia internacional para promover la baja y quita del salario y de las condiciones de trabajo. Massa está construyendo una coalición política con la denominada “centroizquierda”, un partido del capital agrario (Stolbizer). La centroizquierda y los movimientos sociales que se suman a ellos reiteran la vieja historia del seudoprogresismo que sirve de furgón de cola a los grandes bloques capitalistas. 3. El FpV/PJ, que de conjunto no expresa intereses diferentes a los del Frente Renovador, atraviesa un conjunto de divisiones. Un ala está ligada a los gobernadores (muchos de ellos de su palo, como Alicia Kirchner, Bertone y Claudia Zamora), los cuales tramitan un acuerdo de fondo con el macrismo, donde el rescate de las provincias tenga como contrapartida el apoyo político al ajuste nacional. El kirchnerismo, por su parte, practica una demagogia opositora cuyo objetivo es llevar a los trabajadores detrás de una recomposición del peronismo. Cristina Kirchner ha incluido a los gobernadores del PJ y al propio Sergio Massa en sus llamados a construir el “Frente Ciudadano” o una “Nueva Mayoría”. Este planteo, por un lado, apunta a buscar la vuelta al poder mediante elecciones del pejotismo de los Insfrán, Urtubey, Bossio, Scioli, Gioja, Berni, Milani y compañía, laderos de los José López, Schiavi, Jaime, los Lázaro Baez y los Cristóbal López, y de burócratas sindicales del estilo de José Pedraza, el asesino de nuestro compañero Mariano Ferreyra. Es una política contraria a los intereses de la clase obrera y los explotados. El llamado a constituir “una nueva mayoría” a quienes votaron el pacto con los fondos buitre y otras leyes de ajuste constituye un apoyo indirecto a esas medidas reaccionarias. No debe olvidarse que el kirchnerismo restó su voto a la ley buitre en diputados, donde sus votos eran prescindibles (aunque presentó un proyecto de ley para pagarle a los buitres), mientras que en el Senado, donde sí importaban sus escaños, la ley se aprobó con el voto del FPV. El gobierno ajustador de Macri, entonces, no surgió de la nada. Es el resultado del cambio de frente de la clase capitalista, incluida la burguesía nacional, que gobernó con el kirchnerismo hasta el agotamiento de su política. Cuando las cajas del Estado se fundieron, la clase capitalista reclamó un viraje para

obtener financiamiento internacional. Este viraje lo quiso realizar el propio kirchnerismo, primero con el pacto con Chevrón, y luego nominando como su candidato a Scioli. Esto verifica el acierto del Frente de Izquierda de haber desarrollado una campaña activa por el voto en blanco en ocasión del balotaje. Esta fue la única posición que expresó una política independiente y de clase frente a Scioli y a Macri. La crisis de las experiencias autodenominadas nacionalistas o progresistas es de alcance continental. Estas variantes terminaron aplicando los planes de ajuste que dicen condenar, como sucedió en Brasil con el gobierno del PT (reemplazado por el ilegítimo y corrupto de Temer a quien hay que echar con la movilización), en Venezuela con el gobierno de Maduro; y en Argentina con el kirchnerismo, que terminó pactando con Chevron y el Club de París. Repudiados por una parte de su propia base social, y sin condiciones políticas para llevar adelante el ajuste que reclaman la burguesía y el capital internacional, los gobiernos de Kirchner y Dilma terminaron relevados por alternativas derechistas. Pero muy rápidamente, los Temer y Macri se enfrentan a sus primeras crisis, como consecuencia de la reacción obrera y popular y de la marcha de la crisis capitalista, que coloca a la izquierda revolucionaria ante el desafío de demarcarse del nacionalismo y el centroizquierdismo, incluso cuando éste reviste una forma pretendidamente izquierdista, y luchar por gobiernos de trabajadores y por la unidad socialista de América Latina. El Frente de Izquierda aporta una peculiaridad en el proceso político continental. A diferencia de otras organizaciones o frentes, que en nombre de la izquierda levantan una estrategia de conciliación de clases, el FIT ha enfrentado a los gobiernos capitalistas con un programa por la independencia de clase y por un gobierno de trabajadores. 4. Mientras asistimos a los primeros actos de un ataque a la clase obrera y los sectores populares, la burocracia sindical ha sido garante de la “gobernabilidad”, dejando pasar todo el ajuste. La CGT ni siquiera ha llamado a un paro dominguero, pero aunque lo hiciera, lejos estaría de ser parte de un plan de lucha para iniciar el camino para derrotar al ajuste. Ambas CTA, a su vez, son parte de la política kirchnerista de utilizar la oposición al macrismo para llevarla detrás de la política de conciliación de clases, como quedó claro en la convocatoria realizada junto a cámaras de empresarios y políticos del FPV a la Marcha Federal. Por eso los sectores clasistas de los sindicatos pertenecientes a las centrales convocantes, pararon y marcharon con una columna independiente en esa jornada, como también lo hicieron el pasado 9 de agosto, bajo el reclamo de un paro activo nacional y un

plan de lucha por el salario, contra los despidos y suspensiones. 5. El gobierno de Macri surge a partir de la crisis de un proyecto pretendidamente “nacional y popular” que durante doce años, y pese a su retórica, no sólo mantuvo el sistema de dominación capitalista semicolonial argentino, sino que vino a rescatar a los intereses capitalistas golpeados por la bancarrota de 2001 y a restaurar el sistema político burgués golpeado por la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre. Por eso, las palabras de CFK reivindicando la “unidad obrero-estudiantil” en La Plata no son más que una operación de cara a las legislativas del 2017, escondiendo que después de doce años de kirchnerismo casi el 65 % de las 500 principales empresas están en manos extranjeras. Que en ese período se pagaron más de 200.000 millones de dólares de deuda externa. Y que lejos de afectar los intereses del gran capital agrario, en estos años se profundizó y extendió el “modelo” sojero como uno de los pilares del sometimiento y el atraso nacional, así como de la megaminería contaminante y el acuerdo secreto con Chevron. Las principales empresas prestatarias de servicios públicos y sectores de infraestructura (electricidad, gas, telefonía, rutas nacionales, puertos) así como la mayor parte de los recursos hidrocarburíferos siguieron en manos privadas, y fueron beneficiadas con subsidios mientras se les toleró la más completa desinversión. Las estatizaciones parciales o totales, en YPF, Aguas o Correos, fueron operaciones de socorro a capitalistas vaciadores, como ocurriera con Repsol que fue generosamente indemnizada. El rescate de las privatizadas por el kirchnerismo ha mostrado el verdadero carácter del estatismo capitalista, que actúa como un factor de confiscación de los trabajadores para salvar al capital. 6. En el movimiento obrero, el proyecto “nacional y popular” se tradujo en el apoyo y la promoción de las distintas burocracias sindicales. Durante años Moyano fue el principal sostén del gobierno de los Kirchner junto a los Caló y los Andrés Rodríguez, cómplice de los despidos que el macrismo realizó en el Estado. La “pelea contra las corporaciones” se tradujo en disputas de distintas camarillas capitalistas. El primer gobierno de Néstor Kirchner contó con el aval y la bendición del grupo Clarín. Luego, el choque con Clarín y la ley de medios sólo condujeron al desarrollo de nuevas corporaciones mediáticas afines al gobierno, muy lejos de la pretendida “democratización de la palabra”. Cuando las “korpos” fueron vaciadas por los Spolski o López, sus consecuencias las pagaron los trabajadores. Mientras crecían las penurias por la falta de vivienda para los sectores populares, los fondos públicos favorecían a algunos grupos económicos


I dZ Octubre

y otros prebendarios directos del Estado y la obra pública, como los Lázaro Báez y Cristóbal López. Las bolsas en el convento de José López son solo una pequeña muestra del despilfarro y la corrupción de este “capitalismo de amigos”. Fue este supuesto “gobierno de los Derechos Humanos” el que puso al genocida Milani a cargo de las Fuerzas Armadas y gran parte de la inteligencia nacional, el creador de los “Proyectos X” y el que no dudó en criminalizar la protesta social negándose a desprocesar a los 6.000 luchadores populares; metiendo preso al “Pollo” Sobrero; avalando la condena a perpetua de los petroleros de Las Heras y reprimiendo con dureza luchas obreras como la de Lear, Kraft, los petroleros y docentes de Santa Cruz, entre otras. El kirchnerismo se caracterizó además por una cooptación de las organizaciones sindicales y de los llamados “movimientos sociales” así como de gran parte de las organizaciones de derechos humanos. No cabe duda que el macrismo se ha servido de todo lo anterior para tratar de justificar su ajuste. En todo esto consistió la llamada “década ganada”. Hoy, el pasaje del kirchnerismo a la oposición exige de la izquierda la mayor delimitación y clarificación política. Es necesario denunciar su demagogia opositora, que pretende servirse de las reivindicaciones populares para su reconstrucción política y para bloquear el tránsito de las masas hacia posiciones revolucionarias. En oposición al “Frente Ciudadano” o a la “nueva mayoría”, que procuran atar a los trabajadores al carro de las variantes capitalistas fracasadas, el Frente de Izquierda reafirma su lucha por la independencia política de los trabajadores. 7. El Frente de Izquierda surgió en 2011 defendiendo la independencia política de la clase obrera desde una perspectiva anticapitalista y socialista. Su surgimiento y su desarrollo han sido, por un lado, la expresión de la declinación y el agotamiento del peronismo como referencia popular, y, del otro, el resultado de una lucha de clases sistemática contra los gobiernos, el Estado, el régimen y los agentes políticos y sindicales del nacionalismo capitalista, que tuvo su expresión en la recuperación de sindicatos y comisiones internas, en la conquista de centros, en la defensa de las fábricas bajo gestión obrera y en la emergencia del movimiento piquetero. El Frente de Izquierda ha rechazado la variante fracasada de sometimiento a los bloques o partidos capitalistas, como ha ocurrido con la centroizquierda; asimismo, se ha delimitado de los gobiernos “nacionalistas” o “progresistas” latinoamericanos que, incluso cuando protagonizaron roces con el imperialismo, preservaron las relaciones capitalistas de propiedad. Defendiendo la lucha por un gobierno de los trabajadores de ruptura con

el capitalismo, entendiendo esta consigna en sentido antiburgués y anticapitalista. Defendiendo la lucha por la unidad socialista de América Latina, contra la falsa verborragia de esos gobiernos sobre la “integración latinoamericana”, que encubrió la continuidad del sometimiento al capital imperialista. El Frente de Izquierda señala que el rumbo político y económico del macrismo –apoyado por toda la oposición patronal– conducirá a una nueva crisis nacional. El gobierno pretende postergar sus contradicciones a costa de un acelerado endeudamiento. Macri anuncia el “retorno a los mercados”, cuando existe una crisis mundial capitalista que los gobiernos patronales del mundo descargan sobre las espaldas del pueblo trabajador. En ese cuadro, los inversores reclaman –y el gobierno les ofrece– una fuerza de trabajo flexibilizada y con sus conquistas históricas degradadas. La condición para la supuesta “lluvia de inversiones” es un retroceso histórico en las conquistas y condiciones de vida de los trabajadores argentinos. El compromiso de todas las fuerzas patronales con esa escalada antiobrera reafirma el desafío y la responsabilidad que tiene el Frente de Izquierda, para desarrollar una alternativa de los trabajadores frente a la crisis nacional. En oposición al camino sin futuro al que conduce el ajuste de Macri y los gobernadores, el Frente de Izquierda levanta un programa para que la crisis la paguen los capitalistas. Un programa que entre otros puntos plantea un salario mínimo igual al costo de la canasta familiar; el pase a planta de todos los contratados y el fin de todas las formas de precarización laboral; el reparto de las horas de trabajo sin afectar el salario; la prohibición por ley de los despidos o suspensiones; la abolición definitiva del impuesto al salario (“ganancias”), otra herencia del kirchnerismo que “Cambiemos” pretende perpetuar; el 82 % móvil del último mejor salario percibido y una Anses dirigida por trabajadores y jubilados electos. En vez de bajar el “costo laboral” (en un país donde las dos terceras partes de los trabajadores no llega a la canasta familiar) planteamos terminar con el despilfarro capitalista, o sea el “costo patronal”, mediante la apertura de los libros de las empresas, la nacionalización del comercio exterior, la auditoría y el no pago de la deuda externa para dar trabajo, salud, educación y vivienda para millones. En vez de un Estado que rescate a los pulpos petroleros y gasíferos con precios garantizados y en dólares, planteamos la anulación de los tarifazos, la apertura de los libros de las empresas; la reestatización de las privatizadas bajo control y gestión obrera y la nacionalización de toda la industria energética, para que la renta petrolera sea reapropiada por la mayoría trabajadora y constituya la palanca para un plan de industrialización dirigido por los

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trabajadores. Reivindicamos la ocupación y puesta en producción bajo gestión obrera de fábricas como Fasinpat (ex Zanon) y Madygraf (ex Donnelley), frente al ahogo que soportan por parte del Estado y los grupos capitalistas. En ese camino venimos exigiendo a las centrales sindicales que rompan con la tregua y convoquen a un paro activo contra los despidos el ajuste y los tarifazos, con movilización de cientos de miles en todo el país, como parte de plan de lucha progresivo hasta derrotar el plan antiobrero y antinacional del gobierno. Asimismo, combatimos la criminalización de la protesta, como el intento de desafuero de directivos del Sutef de Tierra del Fuego, el intento de aplicar el fallo de la Corte para limitar el derecho de huelga a los ferroviarios del Sarmiento, que están en pelea abierta contra la patronal, el gobierno y la burocracia desde 2001; la persecución a delegados de la línea 60, el repudio a las patotas contra la oposición en el sindicato de la Carne, y otros atropellos. Asimismo reclamamos la libertad inmediata de Milagro Salas. Luchamos por recuperar los sindicatos para los trabajadores, contra la burocracia sindical, para que la clase obrera pueda desplegar su programa de salida a la crisis en beneficio de toda la nación explotada y oprimida. Reivindicamos el triunfo del frente NegraRoja-Granate en el SUTNA (Sindicato del Neumático) que permitió recuperar para los trabajadores un sindicato industrial estratégico, derrotando a la burocracia sindical kirchnerista, así como la experiencia de los SUTEBA combativos y otros sindicatos docentes, ejemplos del frente único de clase contra la burocracia, la patronal y el Estado; la experiencia de la oposición combativa y antiburocrática en el subte, que se enfrenta a una burocracia sindical abiertamente kirchnerista, y la del cuerpo de Delegados del Sarmiento y de la Seccional Gran Buenos aires Oeste de la Unión Ferroviaria en pelea abierta contra la patronal, el gobierno y la burocracia desde el 2001. Impulsamos el frente único de las organizaciones obreras para enfrentar el ajuste y promovemos la unidad de acción contra la represión estatal y por las reivindicaciones populares. Sostenemos que la lucha consecuente contra el gobierno macrista plantea la independencia política de los partidos capitalistas. Por todo lo anterior, convocamos a todos los trabajadores, estudiantes y sectores populares a enfrentar el ajuste y desarrollar una alternativa política propia, a participar de esta campaña en todo el país, que culminará en un gran acto a realizarse durante el mes de noviembre en el estadio de Atlanta, donde se expresarán los representantes del clasismo como así también las distintas fuerzas políticas que integramos el FIT. Frente de Izquierda y de los Trabajadores


Por un gran acto del

Ilustración: Joaquín Bordeau

19 de noviembre en el estadio del

Club Atlanta Compartimos la declaración del Frente de Izquierda y los Trabajadores ante la situación nacional Contra el ajuste de Macri y de los gobernadores. No son ninguna alternativa el PJ/FpV, Massa ni la centroizquierda. Por una alternativa política independiente de los trabajadores y la izquierda. 1. Como representante de los intereses del gran capital, el gobierno de Macri viene llevando adelante un plan de ajuste y de ataque a las conquistas de los trabajadores. Durante una década, ese mismo gran capital nacional y extranjero se sirvió del kirchnerismo para que los fondos públicos concurrieran a su rescate, a través del pago de la deuda externa y del sostenimiento de las privatizaciones con subsidios que superaron el medio billón de pesos costeados con el presupuesto estatal. Hoy, esos mismos intereses capitalistas han mandatado a Macri a tramitar otro rescate, esta vez, a manos del capital financiero internacional. Como expresó recientemente el llamado “Mini Davos”, el gobierno apuesta a brindar todo tipo de concesiones a las grandes corporaciones internacionales y a los capitales locales, a la vez que ha iniciado un nuevo ciclo de endeudamiento externo. El pago a los fondos buitre, el blanqueo de capitales y los brutales tarifazos en los servicios públicos son sólo una muestra de la política de este gobierno, al servicio de los grandes empresarios y las multinacionales,

las patronales del campo, los bancos y el imperialismo. Durante 2016, los salarios perderán en promedio más de un 10 % de su poder adquisitivo. El desempleo, por su parte, llega casi al 10 % de la población y hay un porcentaje similar de subocupados. A los once millones de pobres que dejó el kirchnerismo, el gobierno de Macri le ha agregado 1,5 millones en estos meses. Aún con el retroceso que debió realizar en su anuncio inicial, debido a la reacción popular, se apresta a dar a conocer un nuevo cuadro tarifario del gas que incluye un primer aumento del 200 %, pero que llegará a un 1.200 % en 2019, en el marco de una dolarización de tarifas en favor de los monopolios petroleros y gasíferos y de distribuidoras y transportadoras, mientras siguen en pie los aumentos de la electricidad, el agua y el transporte público, y se sigue subsidiando a las petroleras, privatizadas y patronales del transporte. A la vez, van por profundizar

la flexibilización y la precarización de la clase trabajadora, como se revela en los anuncios de un nuevo régimen –aún más negrero– de Riesgos del Trabajo y en una “Ley Pyme” que servirá para una mayor precarización de la fuerza laboral joven. 2. La política del gobierno nacional es compartida en sus lineamientos centrales por las distintas variantes de la oposición patronal, como lo expresan los ajustes llevados a cabo –incluso con una brutal represión y persecución a los que luchan– por las gobernaciones del FpV/PJ en sus provincias (como Tierra del Fuego, Santa Cruz y Santiago del Estero, entre otras) y el apoyo que han dado en el parlamento tanto las diferentes variantes del FPV/ PJ, como el Frente Renovador, a las principales leyes impulsadas por el macrismo (pago a los fondos buitre, blanqueo de capitales, Continúa en página 46 »


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