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35 noviembre diciembre 2016
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ideas izquierda Revista de Política y Cultura Trump: ¿Nuevo desorden mundial? Opinan: Claudia Cinatti, Mike Davis, Tariq Ali, Kshama Sawant, Bhaskar Sunkara, Daniel James y Celeste Murillo
El Frente de Izquierda después de Atlanta
SE VINO EL ZURDAJE Opinan: Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero y Paula Varela
DEBATES SOBRE EL IMPERIALISMO Intercambio con Leo Panitch y Sam Gindin DIÁLOGOS POSIBLES ENTRE MARXISMO Y FEMINISMO Elsa Drucaroff y Eduardo Grüner Una nueva generación en la fábrica • Evaluaciones educativas • Sudáfrica: la irrupción de la juventud • Europa a referéndum • Perry Anderson: Gramsci, la hegemonía y el marxismo occidental • Jacques Rancière y el giro estético • Octubre Pilagá
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IDEAS DE IZQUIERDA
SUMARIO
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SE VINO EL ZURDAJE
DOSSIER
Bases y límites del poderío norteamericano
Trump: la caída del relato neoliberal
Respuesta a “El capitalismo global como construcción imperial”
Un acto histórico de la izquierda anticapitalista Christian Castillo
Claudia Cinatti Opinan: Mike Davis, Tariq Ali, Kshama Sawant y Bhaskar Sunkara
Leo Panitch y Sam Gindin
DE LA CANCHA AL PARTIDO
Revancha de los deplorables
No exagerar las fortalezas del “imperio”
Eduardo Grüner
Daniel James
Esteban Mercatante
La izquierda: perspectivas y desafíos
Hillary Clinton y su techo de cristal
Hernán Camarero
Celeste Murillo
Yo quiero verlas Paula Varela
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la juventud y la crisis del sueño post Apartheid
Jacques Rancière: potencias e impasse de un “giro estético”
Diego Sacchi
Facundo Rocca
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Una nueva generación combativa en la fábrica
Europa a referéndum
Agustín Santella
Paula Schaller
Una masacre oculta por 70 años. ENTREVISTA A VALERIA MAPELMAN
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Azul Picón
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Evaluaciones educativas: el Estado reprobado
Perry Anderson, Gramsci y la hegemonía Juan Dal Maso
OTRO LOGOS, UN DIÁLOGO POSIBLE CHARLA CON EDUARDO GRÜNER Y ELSA DRUCAROFF
Federico Puy
Ariane Díaz y Celeste Murillo
35 ANDERSON Y UN MAPA POLÉMICO DEL MARXISMO Ariane Díaz
STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri y Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Lucía Ortega, Azul Picón y Fernando Rosso.
COLABORAN EN ESTE NÚMERO Elsa Drucaroff, Valeria Mapelman, Agustín Santella, Daniel James, Mike Davis, Tariq Ali, Kshama Sawant, Bhaskar Sunkara, Leo Panitch, Sam Gindin, Facundo Rocca, Claudia Cinatti, Federico Puy, Diego Sacchi, Paula Schaller, TV-PTS. EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo. PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com / Facebook: ideas.deizquierda Twitter: @ideasizquierda
Ilustración de tapa: Natalia Rizzo www.ideasdeizquierda.org Riobamba 144 - C.A.B.A. | CP: 1025 - 4951-5445 Distribuye en CABA y GBA Distriloberto - www.distriloberto.com.ar Sin Fin - distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.
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Fotografía: Enfoque Rojo / Martín Cossarini
El Frente de Izquierda después de Atlanta
Se vino el zurdaje El acto realizado por el Frente de Izquierda el 19 de noviembre, que reunió más de 20 mil personas en el estadio de Atlanta, fue el primer evento de esta magnitud realizado en el país por fuerzas políticas anticapitalistas en casi 30 años. En estas páginas, Christian Castillo, Eduardo Grüner y Hernán Camarero ofrecen su mirada sobre el acto y su significación en el escenario político actual. Un acto histórico de la izquierda anticapitalista CHRISTIAN CASTILLO Dirigente nacional del PTS. Un estadio de Atlanta colmado con más de veinte mil personas. Luchadores y luchadoras del movimiento obrero, de la juventud, del movimiento de mujeres, de las organizaciones antirrepresivas… Las banderas rojas
flameando por toda la cancha, en medio de la gran alegría de los participantes, que tenían conciencia de estar viviendo un hecho histórico. La Internacional al final cantada primero en una magistral versión lírica de los
Artistas con el FIT y luego por todos los presentes con un entusiasmo desbordante. Para muchos de los presentes era su primera vez entonando el himno internacional de los trabajadores, dando continuidad a una tradición que supo recorrer los cinco continentes. Y que estamos seguros va a volver a hacerlo al calor de la crisis de un sistema capitalista que no tiene para ofrecer más que guerras reaccionarias, aumento de las desigualdades, precariedad laboral, campos de concentración para inmigrantes, racismo, xenofobia, machismo y hasta la amenaza misma de la conti» nuidad de la vida en el planeta.
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POLÍTICA
En el mundo no hay otro país donde se haya constituido un reagrupamiento político en defensa de la independencia política de los trabajadores con un programa antiimperialista y anticapitalista que pueda realizar un acto de esta envergadura. Por eso fueron muchos los que siguieron lo que pasaba en Atlanta por las redes sociales, ya sea mirándolo en vivo por La Izquierda Diario o luego viendo los videos con los discursos, que han sido subtitulados a distintos idiomas. Esta trascendencia internacional es un aspecto central, en momentos en que Donald Trump acaba de triunfar en Estados Unidos en un proceso electoral donde el descontento por izquierda que expresó el movimiento organizado en torno a Bernie Sanders, fue llevado en gran medida por este detrás de la guerrerista Hillary Clinton. El programa del FIT se contrapone claramente con distintas variantes neorreformistas que hemos visto emerger a nivel internacional, como Podemos en el Estado español o Syriza en Grecia. O incluso de variantes de menor envergadura nacional aunque con peso en algunas localidades importantes, como es el caso del PSOL de Brasil en Río de Janeiro con la reciente elección realizada por Marcelo Freixo a la intendencia de esa gran ciudad. También de todas las variantes del “progresismo” o “populismo” latinoamericano que dominó la escena política de la región en los últimos quince años, sobre cuyo fracaso se montan hoy nuevas y viejas variantes derechistas. En el caso de Grecia quedó demostrado cómo esa izquierda, que no se propone desterrar el capitalismo, cuando llega al gobierno termina aplicando los mismos ataques contra los trabajadores que hemos visto realizar a los partidos socialdemócratas tradicionales. El discurso de Nicolás del Caño en Atlanta marcó claramente cómo el programa del FIT, a diferencia de esa perspectiva, se propone luchar por un gobierno de trabajadores de ruptura con el capitalismo que, “expropiando a los expropiadores” (Marx), pueda conseguir que los avances tecnológicos no sean una amenaza contra los trabajadores sino un medio para reducir la jornada laboral y permitir el acceso de todos a la cultura, al arte, al esparcimiento. Es decir, señaló con claridad la perspectiva estratégica a desarrollar frente a la crisis capitalista en curso. Planteando que nuestra lucha no es solo por terminar con el capitalismo en nuestro país sino con el imperialismo en todo el mundo. Un segundo aspecto a resaltar es que los más de veinte mil que estaban en Atlanta son la expresión más activa de un fenómeno más amplio, que se multiplica en las fábricas, hospitales, escuelas, oficinas y universidades. Gran parte de los presentes en el acto participan de las luchas por el salario y el empleo, en defensa de la educación pública gratuita, contra los
femicidios, por el derecho al aborto legal y gratuito, en defensa de las gestiones obreras, contra el gatillo fácil de las policías “bravas”. Son parte de agrupaciones clasistas y antiburocráticas en sus lugares de trabajo, de una juventud militante en el movimiento estudiantil y el sector más consecuente del movimiento de mujeres. Desde su constitución en 2011 el FIT ha permitido el avance en la conciencia política de cientos de miles de trabajadores y jóvenes, que han dado su apoyo al FIT en diversas elecciones. En este sentido, tanto con las intervenciones cotidianas de su militancia como con la de sus referentes en las campañas electorales o los medios de comunicación, el FIT es sin duda un factor activo para ayudar a procesar la experiencia política de amplios sectores de masas con las fuerzas políticas burguesas, como son las distintas variantes del peronismo, y orientarlos hacia una perspectiva anticapitalista. En este proceso no ha sido menor la intervención de los diputados y legisladores del FIT, denunciando las prebendas de los políticos burgueses y estando presentes en las luchas obreras y populares. Desde ya el FIT tiene límites: es una coalición política por la independencia política de los trabajadores y no un partido revolucionario. Esto no se debe al capricho de nadie sino a discrepancias reales existentes entre los partidos que lo componemos. La discusión y el debate de sus integrantes es parte constituyente del FIT. Pero, en todo caso, no se trata de comentar sobre estos límites (¿qué fenómeno no lo tiene?) o de lamentarse por aquellos sectores de izquierda que por diferir con el programa o por sectarismo han preferido marginarse de este proceso sino de luchar por la orientación que el FIT debe tener. Algunos de estos debates cruzaron los discursos del acto de Atlanta: la especificidad de los reclamos de las mujeres en el capitalismo; qué significa la táctica del frente único obrero; las tareas de los militantes revolucionarios en los sindicatos; privilegiar una orientación que haga eje en los debates internos o una expansiva para el FIT. Quien aquí escribe defiende, obviamente, las posiciones sostenidas por el PTS en estas discusiones a cuya elaboración ha contribuido. Entre otros aspectos un punto central que hemos planteado es el cuestionamiento a una política de tipo “corporativa” en el movimiento obrero, el “tradeunionismo” que cuestionaba Lenin en el ¿Qué Hacer?. Y esto en un triple sentido: en la defensa del conjunto de la clase obrera (como los tercerizados y otros sectores precarizados y los desocupados) y no solo de los sindicalizados; en levantar desde clase obrera las demandas del conjunto de los oprimidos (como los reclamos del movimiento de mujeres); y en plantear la fusión del movimiento obrero con
la izquierda, desarrollando una militancia que sea tanto sindical como política, algo que sin duda la emergencia del FIT ha favorecido. Los desafíos para el 2017 son múltiples. Posiblemente será un año donde se combinará la lucha de clases con el proceso electoral. Los pronósticos optimistas del gobierno de Macri se han visto hasta el momento desmentidos por la realidad, con una recesión que se continúa y las tan prometidas inversiones que nunca llegan. El famoso “segundo semestre”, en el que íbamos a ver la luz al final del túnel, ya se está terminando y los únicos resultados palpables tienen que ver con un empeoramiento de las condiciones de vida del pueblo trabajador, con más desempleo, caída de los salarios y aumento de los niveles de pobreza. Y con Trump en el gobierno las noticias que vienen desde el norte no son buenas para ninguna economía dependiente, como es la nuestra. El plan de mantener la situación en base al crecimiento del endeudamiento externo se vuelve cada vez más costoso y la Argentina ha tenido ya numerosos episodios que muestran en la catástrofe que esto termina. Además, con un año electoral arrancando, al gobierno se le hace cada vez más complicado lograr mayoría en el Congreso (algo que este año consiguió gracias al Frente Renovador de Massa en la Cámara de Diputados y al Frente Para la Victoria en la de Senadores), como quedó claro con el fracaso de la “reforma política”. La burocracia sindical, en tregua desde la asunción misma de Macri, está sufriendo un importante descrédito entre los trabajadores expresado en nuevas conquistas de los sectores combativos en el terreno sindical. En lo que hace a los sectores más precarizados y golpeados por la crisis, la combinación entre la contención practicada por los sectores alineados con el Vaticano y los fondos dispuestos por el gobierno como paliativo apuntan a frenar posibles estallidos decembrinos. La acumulación de fuerzas que mostró el acto del Atlanta es un enorme capital político de la izquierda anticapitalista para intervenir en las luchas que se vienen y en la batalla por la conciencia política de millones que serán las próximas elecciones, especialmente en la Provincia de Buenos Aires, donde se concentra el 38 % del padrón nacional y están las principales concentraciones proletarias. El gobierno querrá lograr una victoria que le permita lograr legitimidad para nuevos ataques a los trabajadores. El peronismo querrá utilizar las elecciones para usufructuar la bronca popular y recomponerse de la derrota sufrida en el 2015. De nuestra parte, daremos la batalla en todos los terrenos para que el Frente de Izquierda se transforme en una fuerza “arrolladora e imparable” para que los trabajadores puedan arrancarle el poder a los capitalistas.
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De la cancha al partido EDUARDO GRÜNER Ensayista, sociólogo, docente UBA. Estaba, sí, el estadio desbordante, arriba y abajo. Y la marea de (limpísimos) “trapos rojos”. Los discursos encendidos sobre un palco ocupado por luchadores/as sociales de todo el país. Los cánticos, vítores, aplausos de una auténtica multitud. La gigantesca banderola homenajeando a Mariano Ferreyra. La conmovedora “firma” del coro cantando, en versión bien creativa, la Internacional. Bienvenido sea todo eso. Hacía mucho que no se veía algo parecido en la Argentina. Mucho menos con ese nivel de –permítaseme decirlo así– espectáculo: es una palabra que –como decía Oscar Masotta de la palabra decadencia– hay que arrebatarle al enemigo, a la derecha, a la burguesía. Ésta celebra lo “espectacular” como una mera superficie brillosa, cáscara vacía, lustroso atractivo fetichizado de la mercancía. Esta era otra idea de “espectáculo”: la expresión visible de un contenido profundo, denso de luchas, cargado de ideas, de historia y de experiencias, apostando a revolver el presente para extraer de él las ruinas que construyan un futuro. Es algo, desde ya, que muchos/as hacen todos los días, incansablemente, sin que nadie los filme, los grabe, los registre, los relate en las primeras planas: esta vez, entre las muchas otras cosas que hicieron, se organizaron su propia fiesta, que no tiene por qué no ser un momento más del combate. Ese “espectáculo” es precisamente la contrapartida –la “negación dialéctica”, si se quiere decir así– de la decadencia de “ellos”. Siempre lo fue en la historia: es bueno que cada tanto se vea. Dicho lo cual, debo confesar que me interesó aún más lo que sucedía por debajo de la entusiasmante visibilidad del “espectáculo”: los pequeños momentos “micro”, por así llamarlos, que cada cual detecta fragmentariamente y de distinta forma, según sus propias memorias o sensaciones, y que por lo tanto, supongo, serán diferentes para cada uno, como serán diferentes las preguntas que ese “cada uno” se hace por su significación o su sentido. Enumero sin orden ni jerarquías. Dos filas de asientos delante de mí, a mi misma altura, se sentaba Juan Carlos Coral, a quien hacía más de 40 años que no veía, desde su candidatura presidencial en 1973, por el PST (Partido Socialista de los Trabajadores), al cual yo pertenecía entonces. Mirando a mi alrededor, al menos hasta donde me alcanzaba la hipermetropía (o astigmatismo, nunca me acuerdo), muchos otros –Emilio, Aldo, el Gordo… uff, me olvido–, compañeros de militancia “de antes” a los que también había perdido de vista mucho antes de perder parte de mi vista. Sentado junto
a mí, para mi estupefacta alegría, alguien –no doy su nombre, no le pedí permiso– que fue docente mío en la vieja Facultad de Filosofía y Letras, que revistaba en las llamadas “cátedras nacionales”, y que en mi conocimiento siempre siguió siendo peronista. ¿Una jornada de reencuentros, pues? Sí, claro, pero ¿qué más, puesto que esas presencias constituían, para mí, una cierta sorpresa? ¿Una señal –o más, un signo– de entusiasmos renovados, de “cambios de frente”, de interesarse, al menos de prestar atención, por esa bola de nieve roja que parece crecer? El tiempo dirá, por ahora registro la pregunta. Y rodeando, o atravesando, todo eso, por supuesto, los rostros anónimos (quiero decir, cuyos nombres no conozco). Miles de rostros morenos y curtidos, “proletarios” en el sentido amplio pero estricto, que la pereza mental o el sesgo ideológico suelen asociar exclusivamente con el peronismo, y cuyas “cabecitas negras”, sin embargo, estaban protegidas del sol con gorros intensamente rojos. Los mejores, no pude evitar pensar. No porque sean obreros/as (esas atribuciones “ontológicas” se las dejo al berretismo social-populista), sino porque, aparte de sufrir la explotación más extrema –lo cual tampoco hace por sí mismo necesariamente “mejor” a nadie–, su posición de clase los obliga a implicarse en una doble lucha, allí donde los otros, en nuestra cotidianidad, solo tenemos que pensar en una: tienen que pensar en pelear no solamente contra la burguesía, sino contra la traición de los “dirigentes” surgidos de su propia clase, y que, como sabemos, “no se andan con chiquitas” (allí estaba, bajo la gran bandera roja, la memoria de Mariano para recordárnoslo). Tiene que ser muy duro, casi esquizofrénico. Pero su presencia en Atlanta servía para asegurarnos que lo hacen: porque es justo, y porque se sienten acompañados. En definitiva, ¿por qué estaban ellos y ellas, a veces tan distintos entre sí, ahí, “en la cancha”? ¿Es solamente –como si fuera poca cosa– porque fue, por fin, un acto unitario? Es una cuestión delicada. La unidad, se sabe, por definición es en la diferencia (si todos fuéramos Uno, no haría falta bregar por ninguna “unidad”, y no habríamos ido al acto de un Frente, sino de un gran Partido). La unidad se levanta, inevitablemente, sobre el piso de esas disidencias. Algunas son perfectamente comprensibles, otras –al menos vistas desde una cierta distancia– pueden parecer a veces traídas de los pelos. En su conjunto, y sumadas a otras presumibles dificultades, habían tenido al FIT en estado de semi-“congelamiento” público durante el último año (que no fue un año cualquiera, no hace falta decir por qué),
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sumiéndonos a muchos en un vago “pesimismo de la inteligencia”. Era necesario devolverle presencia, y eso se logró, uno supone que con enormes esfuerzos. Los medios burgueses hablaron de un “relanzamiento” del Frente. No me gusta la palabra, con su connotación intencionadamente electoralista, que implica que el FIT es meramente otro frente de los existentes en el “sistema”. Pensando en voz alta, prefiero el término “re-anudamiento”, que indica un volver a anudar no solo las relaciones entre los partidos –ampliadas a otros agrupamientos, movimientos o incluso individuos que aceptamos su programa general y damos distintos niveles de “apoyo crítico”–, sino también un volver a anudar, cada vez más firmemente, el uso de la legalidad burguesa con la intervención decidida en la lucha de clases en “el llano”, siguiendo las más venerables tradiciones revolucionarias. Esto, desde luego, habrá que mostrarlo y demostrarlo en los hechos. Un acto no basta, aunque hay que darle todo su valor de puntapié inicial. Como sea, sin duda la unidad (aunque por ahora fuera “en la acción” de Atlanta) ayudó notoriamente a la convocatoria y la visibilidad. Si se pudo hacer ese esfuerzo para el acto, es de esperar que se lo redoble para el futuro mediato. La creciente crisis del frente burgués –el más derechizado en más de 30 años de democracia formal– exige hacer cada vez más claro que la izquierda es la única alternativa, porque es la única auténtica diferencia. El gobierno, sumando un fracaso tras otro de su política económica, se debilita día a día, y ya habría entrado en terapia intensiva de no ser por la endeble “gobernabilidad” que le ha garantizado una falsa “oposición” (incluyendo ciertos sectores visibles del lánguido FpV). Pero incluso una buena parte de esos “colaboracionistas” ya están insinuando soltarle la mano, ante el riesgo de hundirse con el Titanic. Paradójicamente, el apoyo más fuerte que le queda al macrismo es la abyecta y mafiosa caterva de los burócratas sindicales, aunque también ellos cada vez más “apretados” por la presión de las bases. La agudización de la crisis mundial del capitalismo, que por ausencia de una real alternativa a la izquierda intenta “resolverse” hacia la extrema derecha, tampoco ayuda. Incluso el triunfo de Trump (o el probable de Le Pen en el futuro cercano) han acrecentado el desconcierto del elenco gobernante, que apostaba a la derecha “normal” del sistema internacional. Cada vez más amplios sectores de nuestra sociedad van tomando conciencia, de manera “desigual y combinada”, de que se está entrando en un callejón sin salida. Está planteada para el FIT la tarea histórica de mostrar –aunque fuera en el horizonte– esa salida. Ya no se trata de “resistencia”, sino de “organizar el pesimismo” (como hubiera dicho Benjamin) para darle un contenido práctico de ofensiva anticapitalista y no solo antigubernamental. En los rostros morenos de Atlanta, así como en el interés de los “recuperados”, se empezó a ver esa voluntad. Ya se pidió cancha, hay que jugar el partido.
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POLÍTICA
La izquierda: perspectivas y desafíos HERNÁN CAMARERO Historiador, docente de la UBA, investigador del CONICET. El reciente acto del Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT) en el estadio de Atlanta representó un hecho progresivo en el contexto de la situación política general. ¿Cuál es mi balance y primera impresión del mismo? En su contenido, el encuentro expresó una reafirmación del clasismo y por la conformación de una alternativa política de independencia de clase, opuesta al gobierno y la oposición burguesa. También fue trascendente por la envergadura y la composición del evento, en la que se destacó la asistencia de miles de trabajadores de agrupaciones, comisiones internas y organismos sindicales antiburocráticos. Otro dato a destacar fue la marcada presencia estudiantil, juvenil y femenina, y desde la tribuna y los cánticos se levantaron las demandas por el derecho al aborto, contra el femicidio, el patriarcado y demás formas de opresión de las mujeres, así como de denuncia de la represión policial e institucional sufrida por los jóvenes y sectores populares. Más postergados, en cambio, quedaron los ejes referidos al programa, los objetivos y las tareas de la revolución socialista mundial y la necesidad de la reconstrucción de una nueva y gran internacional del marxismo revolucionario. El evento permitió posicionar al contingente hoy más numeroso de la izquierda para enfrentar tanto al gobierno derechista de Macri, y de sus políticas de ajuste, despidos, rebaja salarial y de descarga de la crisis sobre las espaldas de los sectores populares, como de la falsa oposición patronal expresada por las distintas variantes del peronismo (“renovadores”, “pejotistas” y la expresión pretendidamente “progresista” del kirchnerismo residual), que aplica o colabora con esta misma orientación desde las gobernaciones provinciales y los acuerdos parlamentarios. Denunció con claridad el virtual pacto de paz social que la dirección cegetista firmó con el gobierno. Cuestionó el papel entregador de las luchas y de garante del control de los trabajadores por parte de las distintas alas de la burocracia sindical, sin por ello negar la necesidad del frente único con las bases y los cuadros dispuestos a confrontar con las políticas capitalistas. Esas banderas se hicieron más creíbles con algunos de los referentes de esos combates antiburocráticos, tanto en su rol de oradores, como en su presencia en el resto del palco. Hubo un correcto señalamiento de la crisis capitalista mundial, que tiende a incrementar los niveles
de explotación, desocupación, deterioro ambiental y catástrofes humanitarias (como la de los inmigrantes que mueren o son acantonados en las puertas del Primer Mundo); y también de los modos como este régimen social responde a través de giros derechistas, xenófobos y de demagogia populista proteccionista, como se canalizaron en los votos a Trump, al Brexit en Gran Bretaña o en el crecimiento del Frente Nacional y de otros movimientos reaccionarios en Europa. En la historia del movimiento obrero y la izquierda este tipo de grandes actos públicos siempre cumplió una función constructiva. Posibilita el recuento de efectivos (potenciando la voz colectiva de los distintos agrupamientos) y permite mostrar su peso como fuerza social y política, como un modo de convertirse en polo de atracción a los explotados. En la Argentina hay una rica tradición en este sentido, iniciada con las primeras concentraciones de anarquistas y socialistas desde fines del siglo XIX, continuada con las grandes marchas y actos de los comunistas de los veinte y treinta, retomada con la emergencia del clasismo y la izquierda revolucionaria en los sesenta y setenta, y recuperada en un nuevo impulso con los actos organizados especialmente por el trotskismo desde los ochenta (sobre todo, por el MAS). Hacía más de un cuarto de siglo que no se ocupaba un estadio de fútbol, aunque en compensación la izquierda clasista viene recuperando la Plaza de Mayo para sus actos del 1.° de Mayo, tras el abandono peronista. Incluso en su ritualismo, estas concentraciones aportan a una construcción identitaria. En un contexto internacional de licuación o indiferenciación (cuando no de capitulación) de la izquierda, cumple un papel incluso educativo y propagandístico la compacta reunión de miles de militantes y simpatizantes bajo los símbolos de la bandera roja y las estrofas de La Internacional. El escenario indica la tendencia a la irresolución de la crisis capitalista mundial, más allá de ciertos ciclos de estabilización o crecimiento, incrementándose los fenómenos de miseria, colapso ecológico y degradación de las formas de existencia de las masas y de organización de la vida política, social y cultural. Las posibilidades de la izquierda para canalizar el antagonismo a este régimen social son claras, a condición de que ejerza una crítica radical de lo existente, disponga de un programa de
transformación total y proponga una práctica revolucionaria conforme a una estrategia ordenada por el objetivo de la autorganización consciente de los explotados. Ello implica una tarea multidimensional: teórica y práctica, de lucha y de organización, de agitación y de propaganda. Forjar el sujeto político revolucionario, contribuir a la organización de los trabajadores y de la vanguardia en todos sus combates, intervenir en la arena político-institucional con un programa coherente y bien fundado que enhebre las luchas ligadas a las necesidades inmediatas con los intereses históricos de la clase obrera mundial. Recuperar el socialismo como horizonte deseable de transformación, tras la nefasta experiencia de los regímenes burocráticos estalinistas o de sus deformaciones caricaturescas de la socialdemocracia o el nacionalismo burgués. Hacer comprender que no es un recetario de cambios graduales y parciales del capitalismo ni un estatismo que anule las posibilidades e iniciativas de autoactividad de las masas. El FIT ha realizado un importante acto. En mi humilde opinión, lo debería capitalizar como un insumo para encarar los desafíos pendientes, intentando superar las limitaciones existentes. El proceso de reagrupamiento de la izquierda revolucionaria y socialista no puede constreñirse a un acuerdo electoral, afortunadamente continuado (muchas veces, pareciera ser por circunstancias externas o forzadas), aunque infelizmente sobre la base de una sobrevivencia precaria y convulsiva. Siguen habiendo sectores a incorporar, y miles de posibles militantes y simpatizantes que no encontraron allí una oportunidad, ante la inexistencia de comités de base independientes, pautas claras para el funcionamientos de agrupamientos voluntariamente conformados, reglas de organización o instancias de dirección del frente asumidas e informadas públicamente. Se hace necesaria una más profunda confluencia de la izquierda revolucionaria, siempre a partir de la asunción de un programa y una estrategia anticapitalista, socialista y de lucha de clases, no parlamentarista. Un reagrupamiento que asuma el reto de la acción política común en el momento de recolectar los votos y asumir las representaciones legislativas, pero sobre todo para organizar la lucha, fusionar a la vanguardia, expandir y profundizar la elaboración teórico-programática. No es conveniente coincidir sólo para firmar un par de declaraciones comunes, mientras se dispersa la fuerza en listas rivales incluso cuando se trata de enfrentar a la burocracia en los sindicatos. Habría que evitar la repetición de querellas fincadas en asuntos meramente tácticos y por la preservación simbólica de los contornos partidarios, para dar paso a un nuevo momento de confluencia y debate, en donde todo quede supeditado al mejor modo de comprender las derivas del capitalismo y los caminos para abatirlo, actuando en la lucha de clases para orientar la lucha por el socialismo.
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Ilustración: Anahí Rivera
Yo quiero verlas Banderas rojas en Atlanta · ¿De dónde salieron? · La conciencia esperada y la que hay · Estados Unidos siempre estuvo cerca · Olores en mi corazón Paula Varela Politóloga, docente de la UBA.
Si una década atrás alguien hubiera dicho que la izquierda trotskista en Argentina iba a llenar un estadio metiendo más de 20 mil personas coreando entre el humo rojo, hubiera arrancado una sonrisa compasiva. Pero pasó. Si alguien hubiera agregado, además, que en el mismo momento en Estados Unidos los medios masivos de comunicación iban a volver a hablar de clase obrera y a analizar una elección presidencial en clave de “voto de clase”, la sonrisa se hubiera vuelto carcajada. Pero también pasó. Aquí estamos, en un fin de año que, con la discordancia de los tiempos a los que ya nos tiene acostumbrado este mundo combinado y desigual, vuelve a poner los ojos incrédulos de periodistas, académicos y analistas de toda laya sobre la relación entre la clase obrera y la política.
Y se llenó Salimos del buffet Los bohemios tras comer las riquísimas empanadas recomendadas por Eduardo Lucita (bohemio de ley). Encaramos para Juan B. Justo para recorrer primero, y meternos después, en la columna del PTS con la que entraríamos a Atlanta. Una amiga, que no le sacó el cuerpo al compromiso en los ‘70, me dijo: “Esto, hace casi 30 años que no se ve”. Cuadras y cuadras de militantes, simpatizantes, amigos que estaban allí preparándose. Se respiraba esa alegría de “estar donde se quiere estar”. Jóvenes, muchas mujeres y una fuerte presencia obrera era la composición. Las banderas de Zanon y Madygraf (bajo gestión obrera) encabezaban la columna de trabajadores. Le seguían delegaciones de WorldColor, La Casona, La Litoraleña y La
Lechería, todas fábricas en las que los operarios resistieron el cierre y los despidos, poniendo la cosa a funcionar sin patrones. Junto a ellos, los gráficos de PrintPack, Ramón Chozas, AGM y otras plantas. La Alimentación (sector que tan nervioso pone a los abogados de Julián De Diego) llevaba su bandera de la agrupación Bordó “Leo Norniella”, que reunía a las comisiones internas de Pepsico y Mondelez Victoria, y delegaciones de la ex Kraft y fábricas de Capital. Al lado, los efectivos y tercerizados del neumático y su bandera de la Granate del SUTNA. Jaboneros, con el reciente triunfo en la fábrica Guma de Córdoba y su histórico bastión en Alicorp de La Matanza, ocupaba su lugar en la columna junto a los compañeros de Procter&Gamble del parque industrial de Pilar. Los metalúrgicos »
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POLÍTICA
marcaron su presencia con la agrupación Metalúrgicos Desde Las Bases, encabezada por referentes de Siderca, Acindar, Aceros Zapla y algunas pymes y talleres. La Marrón de Coca Cola estrenaba bandera, y marchaba junto a los indomables luchadores de Lear que el Smata de “una vaca es una vaca” combatió con patotas, Gendarmería, ministerio de Trabajo y todo lo que el Estado le proveyó. Iban también, delegaciones de distintas geografías del país, desde textiles del sur patagónico o las porteñas Brukman y Elemento, hasta los duros obreros de los ingenios del NOA. Desde los operarios de las rosarinas Liliana o Electrolux, hasta los molineros de Minetti y los metalmecánicos de Córdoba. Así se nutría la columna obrera. La hegemonía nace de la fábrica, dijo un marxista. De allí pasaba a los servicios. Con el inconfundible Claudio Dellecarbonara a la cabeza se agrupaban delegaciones de las 6 líneas del subterráneo de Buenos Aires, pero también jóvenes de las precarizadas que trabajan bajo tierra y vienen de dar una durísima lucha. Tras una bandera que rezaba “Choferes por las 6 horas de trabajo – David Ramallo1 presente”, agitaban trabajadores de las líneas 60, 22, 266, la Perlita, 203, 136, 303, 503, 15 (Agrupación Luz Verde) y otras. “El despegue”, de aeronáuticos, mostró la impronta que ya le es propia: la combinación de trabajadores efectivos y tercerizados que reúne tráfico, maleteros, limpieza y otros sectores de las firmas Falcon, RedGuard, Serza, LaTam, Aerohandling, GPS y Aerolíneas Argentinas. Siguiendo con el transporte, los ferroviarios de la agrupación Naranja concentraron activistas del Roca, Mitre, Ferrobaires, Urquiza y un sector organizado de tercerizados despedidos. Las comunicaciones estuvieron representadas por los telefónicos de la Violeta con delegados y trabajadores de Telecom, Telefónica, Personal, Movistar, y tercerizadas. Cerrando esta columna, marcharon los petroleros de las refinerías de Shell Dock Sud, YPF Maipú (Mendoza) y Ensenada. Junto a ellos, activistas de Edesur (zona oeste) y Metrogas (Barracas). Y, en medio de tanto gremio poblado de varones, las mujeres del Sindicato de Trabajadoras Domésticas de Neuquén completaban el cuadro del sector servicios, de aquellos y aquellas que con su trabajo mueven todo, absolutamente todo. A partir de allí, el territorio se imbricaba con la actividad laboral modificando la fisonomía de la columna. Los estatales de la Marrón Clasista y los docentes de la Corriente 9 de Abril marchaban tras las banderas de los barrios, las localidades y las ciudades del interior en las que están inscriptos los establecimientos en los que pasan la mayor parte del día. Allí, trabajadores y jóvenes de universidades,
terciarios y colegios se alistaban para marcar territorio. Y, en medio de todo, salpicando las columnas, el violeta de Pan y Rosas, sensibilidad transversal que perfora e hilvana la fábrica, el barrio, la universidad, el colegio. Así se completaban las 10 cuadras sobre la Avenida Corrientes que formaban las huestes del PTS. El Partido Obrero concentraba del otro lado de J. B. Justo y, aunque no llegamos a recorrer sus columnas, eran cuadras y cuadras entre las que resaltaban las banderas de la Agrupación Negra del SUTNA. También Izquierda Socialista organizaba allí sus filas y podía verse, entre otros, los estandartes de la Bordó ferroviaria del icónico Pollo Sobrero. Para las cinco de la tarde, Atlanta combinaba el amarillo del sol con el rojo de las banderas. A poco de comenzado el acto, se leyó la adhesión de una serie de agrupaciones no trotskistas2 que dijeron “aquí estamos”. Eso terminó de armar el cuadro: una cancha llena de socialistas que, en su unidad, lograron el efecto de un polo de atracción que no regala el anticapitalismo y que disputa el sentido del socialismo. Mucho de lo que allí pasó está analizado en la nota con la que comienza este número de la revista. Acá queremos reparar en un punto: los sectores de la clase obrera que estaban allí, ¿de dónde salieron? La pregunta no apuesta al juego analítico. Salda (parcialmente, claro) algunos debates de los últimos años y puede servir de pistas para territorios mucho más allá de Atlanta.
El caldo y la sopa Hay que decir dos cosas. Lo primero, que para responder a de dónde salieron los obreros de bandera roja, es ineludible volver sobre el sindicalismo de base que se desplegó en Argentina desde 2004. Lo segundo, que con el sindicalismo de base no alcanza: hay que mirar su relación (su dialéctica, si se me permite) con la izquierda partidaria. El sindicalismo de base fue un proceso de revitalización sindical desde abajo que formó parte, minoritaria en número pero central en consecuencias políticas, de la recomposición social y gremial de los trabajadores durante el kirchnerismo. Su acicate fue el crecimiento económico y del empleo, pero también un clima político (que el kirchnerismo desde el Estado comprendió y discurseó) de aliento a la recuperación de derechos y de ruptura con el pasado “infernal”. El territorio de ese proceso fue la fábrica (o el lugar de trabajo, para ser más precisos) por tres motivos de distinta índole: porque la organización y la combatividad en ese locus está en el ADN del movimiento obrero argentino (aunque la dictadura y el peronismo de los ‘90 hayan querido romper esa memoria proteica); porque ese es un territorio de debilidad de la burocracia sindical que lo astilló y lo abandonó durante el
menemismo como parte de la implementación de las contrarreformas neoliberales; y también porque es allí donde las condiciones de explotación heredadas de los ‘90 (es decir, la precarización y flexibilización que el kirchnerismo no modificó) chocaron con más fuerza con el discurso del “flower power” que los K distribuían por arriba. Es decir, ese locus responde a un poco de tradición, un poco de abandono (y las oportunidades que esto abre), y contradicciones flagrantes entre la propaganda y lo que el cuerpo percibe (“rotos”, los llaman las patronales). Hasta allí, los rasgos principales de un fenómeno “objetivo”3. Pero con eso no tenemos Atlanta. Tenemos sí, jóvenes que combaten, experiencias de politización, recuperación desordenada (no puede ser de otro modo) de retazos de tradiciones que emergen en las luchas, los enfrentamientos, las asambleas, las charlas, las marchas. Para que eso dé Atlanta tiene que haber militantes que se metan en los espacios que ese proceso abre. Y eso es lo que hizo la izquierda trotskista cuyas banderas miramos agitar el sábado 19. ¿Por qué pudo hacerlo? Por decisión política, antes que nada (y eso fue un interesante debate al interior de la propia izquierda dura respecto de si había que apostar o no a meterse en las fábricas en el momento en el que el “sujeto” parecía ser el piquetero). Pero también porque el 2001 operó como habilitador. Habilitó en su carácter de crisis de las instituciones (esas que el kirchnerismo vino a recomponer), y también en su carácter de “reparto de lo sensible”4 en el que la izquierda dura tuvo su lugar en la escena (con las fábricas bajo gestión obrera, con las organizaciones piqueteras). En síntesis, el sindicalismo de base abrió un proceso de disputa sobre la propia condición obrera, sobre qué es lo deseable, aquello a lo que puede aspirarse. La izquierda metió la cuchara en ese proceso y moldeó un sector, tiñó sus horizontes de rojo (con todas las gamas que tiene el rojo, claro). Primer acercamiento para saber quiénes son los que estaban en la cancha bohemia. Primer alejamiento de cualquier fantasía de “exterioridad” en la relación entre izquierda y clase obrera: muchos de los que iban al frente de las banderas de las agrupaciones de sus gremios no eran trotskistas hace 15 años, se hicieron trotskistas durante este proceso. Ahora bien, ese proceso tuvo sus oscilaciones a partir de las cuales podría periodizarse con mayor o menor detalle. El 2011 marcará el inicio de un cambio en un doble sentido. A nivel de las luchas, el sindicalismo de base entra en una meseta: ese año ya se preanuncia la crisis irremontable del “modelo kirchnerista” y de su política hacia la clase obrera (al año siguiente es la ruptura de Cristina con Moyano), y el impacto que esto
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tiene en el endurecimiento de las patronales y el reflujo de las luchas por conquistas (posteriormente se iniciará un período de luchas contra ajustes y despidos que tiene al conflicto de Lear como principal exponente de dureza patronal). Pero también lo es a nivel de lo que sucede fuera de las fábricas: una reforma electoral proscriptiva (parte de los manotazos del kirchnerismo en retroceso) y la voluntad de transformar la crisis en oportunidad, configuraron el Frente de Izquierda y de los Trabajadores. Eso permitió que el proceso que venía desplegándose en las fábricas (y que se amesetaba), empalme con un discurso y una práctica que también disputó el horizonte de lo posible, pero en otro territorio: el Parlamento y los medios masivos de comunicación. La práctica política contra la precarización laboral, los rotos, la explotación en los lugares de trabajo, se enlazó con aquella que los diputados del FIT desplegaron contra la casta política5 en el Parlamento, negándose a ganar 10 veces más que un obrero y haciendo carne la consigna “que un diputado cobre como una maestra” (consigna que hoy está prendiendo en cada vez más sectores pero que fue muy resistida). La política cotidiana de combate a la burocracia sindical, se articuló con diputados que denunciaban la complicidad de peronistas, radicales y macristas, y se iban del recinto para estar junto a los manifestantes durante una represión en Panamericana o para sumarse a una marcha contra la Repsol. Eso también forjó a un sector de trabajadores. El FIT operó como un canal que acortó las distancias entre lo sindical y lo político. Un canal que desafió la siempre tortuosa dialéctica entre la fábrica y el barrio. Incluso más, un puente que permitió que un horizonte de izquierda anticapitalista y expresamente referenciado en la clase obrera, se planteara como existente y posible para sectores de trabajadores en un momento en que el sindicalismo de base se replegaba. He allí un segundo acercamiento a las banderas rojas de Atlanta. Una combinación entre lo que Ernest Mandel llamaba “obreros avanzados” (cuyo avance reside en la vivencia de las luchas y las cicatrices que éstas dejan en la conciencia), y lo que podríamos llamar “obreros de izquierda” (aquellos que, sobre esa vivencia propia o prójima, van haciendo suya una tradición que excede la lucha y la inscribe en una estrategia). No son militantes socialistas en un sentido pleno pero tampoco son aquellos jóvenes cuya experiencia de lucha y organización se evapora con el triunfo o la derrota coyuntural que pudieran obtener. Esa diferencia es sustancial. Porque explica Atlanta, poblada de la convivencia entre militantes políticos y un sector que no es (aún) militante político pero sí se considera (ya)
militante de una clase obrera que mira a la izquierda como su posibilidad. Pero además porque son esos obreros, con una estrategia de cómo organizarse (la asamblea, la democracia sindical) y de cómo pelear (la combatividad, la unidad, la independencia de clase), los que ponen freno a la naturalización de la miseria que proponen las burocracias sindicales6. Esto coloca a estos sectores de trabajadores (y todos los círculos concéntricos a los que éstos puedan salpicar) en muchas mejores condiciones para futuros combates (y todo indica que van a venir porque Mauricio es Macri, y el PJ… es el PJ).
Una solución argentina para los problemas... Hace unos años, viene desarrollándose en un sector de la intelectualidad de izquierdas una interesante discusión sobre cómo revitalizar los sindicatos7. El debate es más que oportuno habida cuenta de los escenarios de ajuste en Europa y, ahora más claro que antes, también en EE. UU. Una parte de ese debate hizo eje en el problema de la estrategia política hacia los sindicatos y la necesidad de que ésta recuperara aspectos socialistas. En esa frecuencia, en agosto de este año, la revista Jacobin sacó un dossier titulado “Rank and file”8 (sindicalismo de base). Allí Charlie Post y Sam Gindin señalan dos problemas indisociables. La imposibilidad de cualquier horizonte de revitalización de los castigados sindicatos norteamericanos (de los que habla Daniel James en este número de IdZ), sin poner en el centro el retorno de los militantes políticos de izquierda como pilar sobre el que erigir dicha reconstrucción. Y la imposibilidad de cualquier horizonte de revitalización de una izquierda anticapitalista sin la inmersión de sus militantes en las organizaciones sindicales de la golpeada clase obrera norteamericana. Algo de esa es la dialéctica es lo que se vio en Atlanta. Allí donde hubo militantes de carne y hueso, socialistas de carne y hueso, se disputó el horizonte y se abrió (sin calcos ni copias) el proceso de conformación de lo que Post, siguiendo a Mandel, llama “militant minority” (minoría militante) como núcleo duro de un sindicalismo de izquierda. En cierta forma es una disputa que no puede sino moverse entre la necesidad de obtener victorias tácticas (porque esas victorias muestran más que mil palabras que el horizonte de lo posible es también parte de la lucha política), y la necesidad de forjar esos obreros avanzados, esa vanguardia, y más que eso también: futuros militantes socialistas. Sin esto último, las victorias tácticas o bien se evaporan, o bien se metabolizan (de metabolización sabemos cantidad los que lidiamos con el peronismo). Eso obliga a pensar muy bien cuáles
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son las batallas que permiten el puente entre lo táctico y lo estratégico. Sin ninguna confianza en los programas que son vendidos como recetas infalibles, hay un tema que recorre todas las discusiones (las académicas, las políticas, las sindicales): la fragmentación que el neoliberalismo logró al interior de la clase obrera. En cada país, esta fragmentación asume las características de su propia historia. En todos, incorpora las diferencias de contratación, condiciones de trabajo y de salario entre los efectivos, los precarios y los precarios de los precarios: los desocupados. Sin apuntar allí, no hay posibilidad de construcción de ningún puente. ¿Para qué ganar un sindicato hoy sino es para que sea el pívot de reconstrucción de la solidaridad de clase entre efectivos y contratados, entre estables y precarios? ¿Para qué dirigir una Secretaría General si no es para desintegrar, con la práctica, la división arbitraria entre trabajadores de primera y de segunda en Argentina, entre trabajadores negros y blancos en EE. UU., entre trabajadores locales e inmigrantes en Europa, entre trabajadores varones y mujeres en todo el globo? Cada columna en cuyas filas marchan tercerizados junto con efectivos; despedidos junto con sindicalizados; empleadas domésticas junto a obreros fabriles; trabajadoras trans junto a sus delegados heterosexuales; mujeres trabajadoras por el “Ni una menos” junto a sus compañeros varones. En cada una de esas columnas en donde se desafía la fragmentación que produce el capital y legaliza el Estado, que fortalecen las burocracias, que respetan los corralitos de algunas organizaciones, que sobreimprimen los académicos con sus tipologías. Allí se respira clase obrera y horizonte socialista. Y es un olor dulce y áspero a la vez. Ese olor estaba en Atlanta.
1. David Ramallo, trabajador de la línea 60 que falleció en un “accidente” laboral. 2. Documento “Saludamos el acto del FIT en Atlanta”, izquierda-revolucionaria.org, 17/11/2016. 3. Para un análisis del sindicalismo de base véase La disputa por la dignidad obrera, Bs. As., Imago Mundi, 2015. 4. Sobre esta idea de Rancière, véase el artículo de Facundo Rocca en este número de la revista. 5. Véase “Nicolás del Caño: la ‘militancia de palacio’ es la negación de una política de izquierda”, IdZ 18, abril 2015. 6. Véase “CGT/Modelo para armar” IdZ 32, agosto 2016. 7. Para un recorrido por este debate véase “Revitalización sindical sin debate de estrategias?” en El gigante fragmentado. Sindicatos, trabajadores y política durante el kirchnerismo, Bs. As., Final Abierto, 2016. 8. Jacobin 22, verano 2016.
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MOVIMIENTO OBRERO
Ilustración: Anahí Rivera
Sobre La disputa por dignidad obrera, de Paula Varela
Una nueva generación combativa en la fábrica Agustín Santella Sociólogo, Investigador del Conicet. Cuando militaba en el MAS –estando en el colegio secundario en los años ‘80– una actividad recurrente era el “piqueteo” del periódico, puerta a puerta, en los barrios obreros de la zona norte del Gran Buenos Aires (en los partidos de Tigre y de Escobar, en realidad ya Provincia). La actividad tenía como objetivo no la organización vecinal, sino la propaganda partidaria, y el objetivo más específico de construir contactos en las fábricas de la zona. El método era a través de la “colocación” y discusión del periódico (Solidaridad Socialista).
Se trataba de centrarse en la discusión política, pero de la conversación surgían todo tipo de temas ideológicos e históricos. El libro de Paula Varela1 nos habla de cercanos barrios obreros, dos décadas después. El barrio que estudia, sin embargo, está más explícitamente centrado en torno de la fábrica FATE de neumáticos (Barrio FATE). Se trata además de una investigación científica sistemática, cuya problemática es la emergencia de una nueva generación de trabajadores reclamando sus derechos en la fábrica. El plan
de exposición del libro se divide en tres partes: primero el relato del conflicto que culmina en una nueva dirección sindical del SUTNA (Sindicato Único de Trabajadores del Neumático de la Argentina) de la seccional San Fernando; segundo, una explicación de cómo surgió esta nueva camada de activistas; tercero, la ubicación de este caso como parte del “sindicalismo de base” en el país. Así la exposición va de lo particular a lo general, de lo “micro” a lo “macro” social. Se trata entonces de un estudio de caso que se
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enmarca en conceptos que permiten generalizar la interpretación. Pero además utiliza métodos especiales de construcción de los datos propios de la “etnografía”, donde la investigadora observa directamente los fenómenos, aunque sin participar en tanto obrera o habitante del barrio (no hay obreras en FATE, por otro lado). La primer parte es un relato de la aparición de los grandes conflictos de los años 20062007 que culminan en una rebelión contra la burocracia de la dirección del SUTNA, tanto de la fábrica, seccional o dirección nacional. Comienza con una descripción del barrio y de la política peronista tradicional en el mismo. Las investigaciones que marcaron la agenda académica y política enhebraron un diagnóstico de la retirada del movimiento obrero y el hecho de que los barrios pasaron a ser el lugar de la política popular. En el libro se discute esta bibliografía, reponiendo la relación que los barrios obreros tienen con el mundo de la producción, negada por aquellos autores. La ausencia en la agenda de los investigadores entonces era el estudio de los barrios de los trabajadores industriales. Cuando comenzó su trabajo de campo, la autora encontró un barrio tranquilo. Pero en su transcurso estalló un conflicto que fue el tema de la política de los trabajadores. En el primer capítulo se enmarca el conflicto en la ola de huelgas que sucede en el país entre 2004 y 2006. Era el retorno del “gigante dormido” a las calles, luego de una larga siesta desde principios de los años ‘90. Durante 2004 se sucedieron diversas huelgas importantes (de unos 4 o 5 días, con tomas de establecimientos o cortes de rutas),
comenzando por Subterráneos –seguramente la vanguardia aquellos años–, luego Telefónicos, el corte de la Panamericana hecho por SMATA en junio de 2005 y el duro conflicto en el Hospital Garrahan en el mismo mes. En este contexto que recorrió a la mayoría de los gremios, el SUTNA convoca a asambleas generales para impulsar paros para encarar la ronda de acuerdos salariales. El conflicto en FATE comienza cuando sus obreros desacuerdan con los aumentos obtenidos. Este se expresará explosivamente hacia 2007 con paros espontáneos, asambleas en las que la burocracia perdía las votaciones o donde eran abucheados o echados, el corte de la Panamericana altura Márquez en mayo, hasta las elecciones de delegados, primero, y de seccional San Fernando después, donde la nueva Lista Marrón del activismo de base se impuso. El libro continúa en sus capítulos volviendo atrás en el tiempo para explicar el funcionamiento de la fábrica y el control que los dirigentes sindicales tenían sobre los obreros, y como esto hace crisis hacia 2006. Aquí seguramente encontremos una articulación conceptual creativa para dar cuenta de este problema. La rebelión obrera es resultado de un desacople entre las expectativas de la “ciudadanía fabril” de los propios trabajadores, que eran mayores y no se veían cumplidas en un contexto de crecimiento económico que las hubiera permitido (desde 2003). Los obreros además añoraban una empresa donde había “justicia” cuando era dirigida por “Madanes”, el antiguo dueño, que consideraba a los obreros como personas2. El nuevo contexto económico de crecimiento, y el contraste
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contra la realidad de la “explotación” (en el sentido de falta de justicia interpretado por los obreros) fue generando la situación para el estallido abierto. Se fue construyendo un “sentimiento de injusticia” (tomado de John Kelly), que fue una condición fundamental para que los obreros salgan a luchar. Entonces el estudio da cuenta de la manera en que la fábrica consigue el consentimiento obrero a partir de un sistema moral de intercambios económicos (concepto tomado de Marcel Mauss), situación que habría ocurrido en la era “paternalista industrial” cuando reinaba el patrón Madanes. Durante mucho tiempo los obreros creyeron en la justicia de este régimen, e inclusive los jóvenes añoraban esos tiempos sin haberlos vivido. A estos mecanismos hay que agregar el papel de los delegados burocráticos en la fábrica. Retomando ideas del debate sobre clientelismo político, Paula Varela las usa para describir un clientelismo sindical dentro de la fábrica por parte de los delegados. Así los delegados se comportaban como punteros sindicales que infundían miedo por su capacidad de generar represalias, pero también conseguían lealtades repartiendo favores. Sin embargo, este sistema de control es débil porque la distribución de estos favores se limita a un grupo dentro del conjunto de trabajadores. Un proceso central aquí, que se convierte en debilidad, es que los delegados individualizan el trato con sus bases en este intercambio, así como lo hacía el patrón Madanes. De este modo, impiden la conformación de un colectivo autónomo obrero (de clase). Más en general, el SUTNA era un sindicato débil »
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MOVIMIENTO OBRERO
“La formación de un
poder alternativo es social y política a la vez, o en todo caso, pasa por una comprensión del poder en estos dos aspectos que aparecen separados en la ideología.
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políticamente, sea por su basamento de seccionales que giran en torno de grandes fábricas con mucha autonomía, o también por su alineamiento a una central sindical débil (CTA). La presencia de un grupo minoritario, pero militante, de activistas de izquierda, finalmente permitió dar un curso a estos sentimientos de injusticia hacia una salida colectiva. Los nuevos dirigentes de base de FATE son parte de una nueva generación obrera. Así como muestra la Encuesta Obrera en otros establecimientos, una característica de los jóvenes es su “apoliticismo”. Sin embargo este fenómeno indicará también la crisis de la política peronista tradicional y la posibilidad de la acción colectiva de clase. Este apoliticismo también rechaza el papel que los sindicatos han tenido en la legitimación de la explotación durante los ‘90. Pero es a partir de este apoliticismo que surge la “repolitización fabril” que se expresa en la participación colectiva en las luchas (en tres indicadores: acción directa, asambleísmo y militancia de izquierda). El problema de la politización es posiblemente uno de los más complejos del libro, por este tipo de paradojas conceptuales (la politización sobre la base de la despolitización). Si la base de la nueva generación es la despolitización puede que esté presente un aspecto de debilidad en la formación de la conciencia política de clase. Hay un debate sobre la “ilusión de lo social” (que toma de Daniel Bensaïd) hacia el final del libro. El filósofo militante francés nombraba con este concepto la ilusión del rechazo de la política y la posibilidad de la emancipación sin la toma del poder. Podríamos decir que la nueva camada se alimenta mucho de esta ilusión. Políticamente este punto es relevante en relación a un balance de la fortaleza del “sindicalismo de base”, una categoría fundamental en la propuesta de Paula Varela. La debilidad de este sindicalismo es precisamente su basismo, que denota la falta de politicidad para convertirse en alternativa de la clase y el pueblo. Esto no se resuelve con el parlamentarismo a la Kautsky. Nos referimos a complementar, o directamente reemplazar, la falta de desarrollo político en el movimiento obrero con la cosecha de votos en las elecciones. Esta es una tentación que ha recorrido a las izquierdas a lo largo de su historia. La formación de un poder alternativo es social y política a la vez, o en todo caso, pasa por una comprensión del poder en estos dos aspectos que aparecen separados en la ideología. Los votos son necesarios, pero no indican poder para imponer decisiones. Aquí la alocución de Daniel Bensaïd estimula nuevos debates. Esta investigación ayuda a explicar la rebelión obrera contemporánea partiendo desde lo micro-social. Debe complementarse con perspectivas macro-históricas como la de Beverly Silver, Fuerzas del trabajo (2005) o del mismo Rethinking industrial relations de John Kelly (1998) que se usa en el libro. Pero la clase
obrera todavía permanece dentro de la hegemonía capitalista o de variantes políticas y sindicales que la movilizan pero no la cuestionan. Internamente, en el despliegue histórico, estos dos momentos (hegemonía y rebelión) se encuentra en el mismo caso FATE, antes, durante y después de los ‘90. En este sentido se trata de una indagación que ilumina la contradicción de los trabajadores en su sujeción bajo el capital, así como la crisis de la misma. La disputa por la dignidad obrera puede recorrerse en sus implicaciones para una teoría marxista de la conciencia de clase. En la metodología del caso extendido de Michel Burawoy esto es lo que se buscaría. Reconstruir lo general a la luz de la interpretación de lo particular. Se trata de un ejercicio intelectual muy exigente que requiere una investigación distinta en el doble plano de la teoría acumulada (o si se quiere “la experiencia histórica”) y el estudio empírico acotado al caso nuevo. En vistas de nuevas generalizaciones, el libro de Paula Varela puede sumarse a una serie de estudios del “marxismo sociológico”3. Michel Burawoy y Erik Ollin Wright acuñaron este nombre para impulsar nuevos programas de investigación social en la tradición marxista. Este programa propone una “ciencia social emancipatoria”, entendiendo por esta la emancipación de clase. Uno de los rasgos de este programa es la apertura de distintas perspectivas metodológicas, políticas o argumentales, dentro de su marco general. También la idea de que el marxismo es una teoría en construcción, que para ello puede y debe alimentarse de lo más avanzado de las ciencias sociales. Es lo que hace Paula Varela en su libro. La narrativa sobre la rebelión obrera en FATE discurre en el desarrollo de la observación en un diálogo con distintas voces y lenguajes, articulados por un propósito claro. La conceptualización es parte del recorrido, no es arbitraria. Debemos rescatar, no obstante, la importancia de esta conceptualización porque es un aporte novedoso a los estudios empíricos sobre clase obrera de la nueva generación. Dejamos para otro lugar un balance sobre la proliferación de la investigación académica que acompaña la revitalización del sujeto obrero en los años 2000. Pero hay que comparar este libro en ese contexto, como un estímulo para otros libros. Tenemos ahora una imagen distinta del barrio.
1. Bs. As., Imago Mundi, 2015. 2. “Los obreros de FATE exigían ser tratados como personas dentro de la planta. La minoría de ellos, exigían volver a ser tratados como personas (cuyo modelo era el trato que les profería el viejo Madanes)”, p. 144. 3. Tomamos esta idea de Rodolfo Elbert, quien incluyó esta obra su seminario sobre marxismo sociológico en la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de La Plata. También se incluía nuestro estudio sobre la acción sindical en el sector automotriz (Labor conflict and capitalist hegemony in Argentina, Leiden, Brill, 2016).
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Ilustración: Greta Molas
Un debate con Ariel Fiszbein sobre las mediciones PISA
Evaluaciones educativas: el Estado reprobado FEDERICO PUY Congresal UTE-CTERA.
Ariel Fiszbein escribió un extenso artículo analizando la calidad educativa en América Latina. En Argentina, luego del operativo “Aprender 2016”, se abrieron también profundas discusiones sobre el presente y el futuro de la educación. Aquí debatimos la ideología que está por detrás de esas evaluaciones y la realidad educativa con que alumnos y docentes se encuentran todos los días en nuestro país.
¿Cómo medimos la educación? En el número 208 de Le Monde Diplomatique del Cono Sur aparece un interesante artículo escrito por Ariel Fiszbein, director del programa de Educación del Diálogo Interamericano1, titulado “El desafío de la calidad educativa”. El autor abre un debate sobre el estado de la educación, discusión que en nuestro país profundizó este año con el operativo “Aprender 2016” y con las evaluaciones y pruebas PISA. Fiszbein realiza un recorrido por diversos y disímiles países de Latinoamérica y afirma:
... los niveles de aprendizaje en América Latina continúan siendo extremadamente bajos. Más años de educación no se reflejan en mayores conocimientos y habilidades. Un número alarmante de estudiantes no alcanza un nivel de desempeño adecuado a su edad o grado académico. Así lo confirman los resultados del Tercer Estudio Regional Comparativo y Explicativo de UNESCO de 2013 que muestran graves debilidades en lectura, matemática y ciencia en los alumnos de la escuela primaria (…) Los resultados de la prueba PISA de 2012, que evaluó a jóvenes de 15 años en 65 países del mundo, revelaron un panorama similar. Casi la mitad de los estudiantes en Latinoamérica tiene un nivel bajo de desempeño en lectura (45,8 %), en ciencia (49,8 %) y matemática (63 %).
Para revertir estos magros resultados educativos, Fiszbein propone dos tipos de inversiones que los países de América latina pueden realizar y que tienen el potencial de contribuir
de manera significativa a mejorar los logros de aprendizaje: los programas de desarrollo infantil temprano y la docencia de excelencia. Con algunos análisis vamos a coincidir, pero en primer lugar creemos debatible el método y en segundo lugar, las conclusiones y políticas públicas propuestas. Tal como planteábamos en otro número de Ideas de Izquierda, las PISA son pruebas estandarizadas que ...recortan y abstraen lo que evalúan de la currícula, hábitos culturales, situación socioeconómica, contexto socio político, estructura escolar, condiciones de enseñanza aprendizaje y proyecto educativo de cada país2.
De esta manera, PISA se centra en habilidades operatorias, desconociendo otras fundamentales como ser la capacidad analítica, de síntesis, de resolución de problemas complejos, etc. Con esto prioriza y valora “competencias” y “habilidades” ligadas a la lógica »
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EDUCACIÓN
económica que convierte a los ciudadanos en capital humano con expectativas de rendimiento y competitividad, es decir que produce una operación ideológica por la cual se busca naturalizar la prioridad de unos saberes sobre otros. A la vez sus resultados se utilizan políticamente para ocultar las problemáticas socioeconómicas que influyen en la educación, y justificar políticas educativas que ocultan una matriz ideológica. Como conclusión sobre las estadísticas, Fizbein opina: Gran parte de la atención en el tema del desarrollo infantil en América Latina se ha centrado en la expansión de la cobertura del preescolar. En muchos países se estableció la obligatoriedad de ese nivel de educación y durante la última década hubo una fuerte expansión del porcentaje de niños matriculados en la educación inicial. La tasa de asistencia de niños de 5 años se incrementó entre 20 y 30 puntos porcentuales desde comienzos de siglo. Sin embargo, los estudios disponibles de la calidad de los procesos educativos en el preescolar en América Latina muestran fuertes debilidades, en especial en lo que corresponde al apoyo pedagógico que reciben los niños (…) hay que reconocer que la masificación de la educación inicial sin centrarse con firmeza en la calidad ni prestar atención especial a los procesos de control de esa calidad, está destinada a fracasar.
Para un diagnóstico del estado actual de la educación, a la pregunta sobre el método debe agregarse entonces otra, que indague sobre las política de los gobiernos para con la educación.
Para muestra basta la Argentina y el macrismo Este interesante debate tiene su experiencia en la Argentina. El operativo “Aprender 2016” y toda la batería de publicidad del gobierno nacional enfocada hacia la educación, como así también la postura de los grandes medios masivos, tuvieron como objeto de evaluación a docentes y niños y no al Estado. Aun reconociendo la existencia de diversas miradas al respecto, podemos decir que los primeros cinco años de vida (aproximadamente) comprenden un período muy importante en el desarrollo –ligado al aprendizaje– de capacidades cognitivas. Por lo que una buena formación durante ese período es central para el desarrollo cultural y subjetivo, que implica procesos complejos de apropiación de lenguaje, desarrollo de la lecto escritura, de socialización y subjetivación.
En palabras de Vigotsky, es el aprendizaje el que conduce al desarrollo de las funciones psicológicas superiores, con lo cual lo que suceda en los ámbitos escolares en los primeros años es de suma importancia. Y este proceso clave en el desarrollo de niños y niñas, de naturaleza eminentemente social y cooperativa, no se puede medir con evaluaciones estandarizadas. Justamente, el psicólogo marxista propuso el concepto de zona de desarrollo próximo (ZDP), la distancia entre las capacidades ya logradas y aquellas posibles a partir de procesos de imitación activa mediante actividades sociales y colaborativas, como vía para captar la complejidad de aquellos procesos. Mientras que las pruebas estandarizadas caracterizan el desarrollo retrospectivamente, la ZDP lo hace prospectivamente3. Esto incluye los diferentes estímulos que niños y niñas pueden recibir a través de juegos, canciones y diferentes actividades lúdicas, que contribuyen al desarrollo de su autonomía, la confianza en sus propias expresiones, y a poder resolver situaciones problemáticas o buscar información. Es un período que cuyas deficiencias en términos educativos producen desigualdades estructurales, de difícil reversión en términos pedagógicos y sociales. En la Argentina tenemos tres millones de chicos y chicas de entre 45 días y 5 años que no van al jardín. En la Ciudad de Buenos Aires, distrito gobernado hace más de 9 años por el macrismo, que ahora quiere extender su modelo a nivel nacional, estamos ante una baja del presupuesto general para Educación. La Ciudad de Buenos Aires pasó del puesto 13 al 21 en esfuerzo presupuestario para esta área. En otras palabras, se destinan cada vez menos recursos públicos para educación, retrocediendo en el promedio nacional y alejándose de lo asignado en el resto de las provincias. Cuando decimos que la Ciudad de Buenos Aires es una de las ciudades más ricas de América Latina, lo hacemos en relación al PBI. La primera característica fiscal de la Ciudad es que es una jurisdicción con muchos recursos propios, con pocos recursos coparticipables y que está claramente por encima de los recursos fiscales que tiene el resto del país. Ante esta situación, los recursos fiscales de la Ciudad muestran una tendencia a crecer aunque, al mismo tiempo que disminuye la inversión educativa como proporción de los recursos presupuestados: cae un 17 % en el período 2007-2014, para ser exactos, mientras el resto de las jurisdicciones lo aumentó un 10 %4. Es decir que en la ciudad más rica del país estamos ante una gran desigualdad educativa,
principalmente en el nivel inicial que es el nivel más golpeado presupuestariamente. El propio gobierno reconoce un problema estructural en el nivel inicial, en la respuesta enviada al legislador porteño Patricio del Corro del PTS-Frente de Izquierda. El legislador, que presentó un pedido de informes –Resolución 33/2016– solicitando al Poder Ejecutivo que provea el dato de cuántos chicos se habían quedado sin vacante en la Ciudad de Buenos Aires, recibió como respuesta que las vacantes solicitadas para el nivel inicial fueron de 30.788, y las otorgadas apenas alcanzaron las 20.123. Es decir, que 10.665 chicos se quedaron sin escolaridad en ese nivel que incluye hasta los chicos en sala de 5 años5. Lo que sí existe es una gran transferencia de recursos, mediante subsidios, a la educación privada, que no es de acceso para todos. Para completar el panorama, según las estadísticas del Anuario Estadístico Educativo 2015, la cantidad de unidades educativas privadas es alarmante. Para el nivel inicial –el nivel más golpeado por falta de vacantes– de un total de 720 escuelas, 245 son públicos y 475 privados6. Tal como expresó el Director del Programa CIPPEC, Axel Rivas, lo que existe en la ciudad es un gran sector privado (muchas escuelas privadas laicas, un porcentaje de religiosas –aporte a la Iglesia católica–) con un relativo bajo financiamiento, pero grandes posibilidades de negocios, y muchos alumnos en escuelas de jornada completa y un salario docente bajo7. Habría que recordar que el presupuesto previsto para este año contó con un leve “aumento” del 0,53 % del presupuesto general en educación, ya que pasó del piso histórico para la Ciudad del 22,21 % al 22,75 %. Además contó con un “preciado” aumento del 42 % para las escuelas privadas (más de $4.000 millones), mientras que el aumento de infraestructura, de las problemáticas más sentidas en la educación pública, fue sólo de un 19 %. En materia de subsidios a la educación privada, si bien comparativamente con otras provincias aporte menos, ha subido considerablemente su aporte. El porcentaje se ha ido incrementando cada año: se pasó de un 15,94 % en el año 2014 a un 16,21 % en 2015 y para este presupuesto del 2016 contó con un aumento del 42 %8. La otra clave en el ajuste educativo es la constante subejecución de lo presupuestado para infraestructura y mantenimiento. Para este año estaban previstos 388 millones para infraestructura, de los cuales a mitad de año sólo habían sido utilizados 61. Es decir ¡sólo el 16 %! Por si hiciera falta aclarar más esta orientación, para el segundo trimestre del 2016
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el presupuesto destinado a infraestructura estaba claramente subejecutado (27 % del definitivo), mientras que los subsidios a la educación privada estaban sobreejecutados (54 %)9. Estas son las políticas que generan desigualdad estructural en la Ciudad. Y no es casualidad que la gran falta de vacantes en el nivel inicial se de en la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires, en barrios como Barracas, Lugano, Soldati, Pompeya, La Boca y también en grandes concentraciones urbanas como en la Villa 31 en la zona de Retiro, que hoy sólo cuenta con una escuela en las cercanías10.
¿Excelencia docente o la responsabilidad de la educación “sobre” el docente? El análisis de Fiszbein es contundente y tendencioso. Allí el autor plantea que es ...simplemente imposible mejorar los aprendizajes sin contar con docentes de calidad. Sin embargo, en gran medida la docencia en América Latina se caracteriza por bajos niveles de conocimiento, prácticas pedagógicas poco efectivas y serios problemas de motivación y gestión.
Y a su vez vierte diferentes ejemplos de América Latina realizando una comparación con otros países: A modo de referencia, países que obtienen buenos resultados en pruebas internacionales, como Finlandia o Singapur, sólo aceptan postulantes que pertenecen al 20 % y el 30 % de los mejores graduados de la secundaria, y sólo una baja proporción de los postulantes es aceptada en los programas. Al mismo tiempo, los resultados de pruebas de docentes sugieren la presencia de fuertes debilidades en su formación.
La centralidad del análisis se profundiza sobre el docente y no sobre el régimen educativo, sobre las políticas públicas que pueden llevar a discutir presupuesto y las responsabilidades del Estado. Ya es común escuchar a diferentes gobiernos y analistas que encuentran como primer o segundo orden la responsabilidad sobre la propia docencia, trabajadoras y trabajadores de la educación, para encontrar explicaciones sobre las contradicciones que atraviesan diferentes sistemas escolares en el mundo. Este pensamiento, abocado sobre la responsabilidad de los trabajadores de la educación, viene de la mano con políticas de ajuste. En Argentina tenemos una vasta experiencia al respecto. Sabemos que un primer paso para implementar la evaluación (como el operativo “Aprender 2016”) es lograr cierto
“consenso” en la sociedad y en la docencia en particular, tras años de segmentarlos entre el que “falta a trabajar” y el que no. La descalificación constante del trabajo docente va en este sentido, a tono con una de las premisas del neoliberalismo: atacar los trabajos “más reconocidos” y así instalar la idea de que los docentes son vagos y que en última instancia lo mejor es la escuela privada donde “no hay paros”. Es también una forma de atacar el derecho a huelga –un punto de unidad entre todos los partidos patronales; basta recordar la apertura de las sesiones legislativas de 2012 con Cristina Kirchner tratando a los docentes de vagos, o ver el spot de Sergio Massa en la reciente campaña electoral donde se acusaba a los docentes por buscar “excusas para faltar” o escuchar las declaraciones del ministro de Eduación actual diciendo que “los docentes exageran” por motivaciones políticas11. El problema de la formación docente es otro cuyas soluciones “mágicas” se encuentran en las políticas educativas de los gobiernos. No hay posibilidad de pensar en mejorar la educación pública sino es con un plan integral de formación docente, donde sea política privilegiada de los gobiernos. Una vez más es útil como ejemplo el caso de la Ciudad de Buenos Aires. La ministra de Educación, Soledad Acuña, hizo declaraciones sobre la falta de maestros en la Ciudad de Buenos Aires y planteó que la formación docente estaba desvalorizada, asegurando que ahora los jóvenes no quieren estudiar esta carrera. Una semana después dicta una resolución según la cual se facilitaría que los estudiantes terciarios puedan acceder a un régimen de becas durante la cursada de las prácticas, estando en aulas asignadas por el ministerio de Educación como “auxiliares pedagógicos” al módico precio de $6.000 por mes, para aquellos los estudiantes que estén cursando los talleres prácticos 4 y 5. Para esto deberán cumplir con algunos requisitos como por ejemplo tener 16 materias aprobadas, cursar en ese mismo cuatrimestre, además del taller, otras 6 materias, incluidas las enseñanzas, y aprobarlas todas obligatoriamente para poder seguir siendo “beneficiario”. Lo cierto es que esta resolución no modifica ninguno de los problemas estructurales que hay hoy en la educación, ya sea en la formación de los futuros docentes o en las escuelas primarias donde no sólo faltan docentes, como dice la ministra Acuña, sino también donde las escuelas se vienen abajo, no hay calefacción, donde miles de chicos se quedaron sin vacantes y cada vez se invierte menos presupuesto por ejemplo para contar con material didáctico y libros en las escuelas.
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El problema de las residencias se plantea año a año y desde el gobierno no hay respuesta, o como en este caso intentan conformar a los residentes con becas de miseria y con cupos limitados. Las residencias deberían ser completamente pagas, es decir que el Estado garantice las prácticas con un salario igual a un cargo docente. En este punto también se ve que el foco debe estar puesto en las políticas de gobierno. El esfuerzo presupuestario, la construcción de escuelas, el desarrollo de la educación pública, entre otras cuestiones, son factores claves para el desarrollo social y cultural de los individuos y del conjunto de la sociedad. Si hay algo que las pruebas PISA indican son las falencias de los gobiernos, aunque sus resultados son usados, con el argumento de ser simples estadísticas, para profundizar políticas de ajuste y privatización. El foco del gobierno, de las consultoras y de las instituciones imperialistas como el Banco Mundial está puesto en alumnos y docentes, a quienes que responsabilizan por todos los males. Docentes y estudiantes tenemos mucho que decir sobre sus políticas y sobre la situación actual de nuestra educación, una prueba de la que el Estado no saldría muy bien parado.
1. El autor además es Doctor en Economía de la Universidad de California (Berkeley). Desde 1991 trabaja en el Banco Mundial, en donde ha desempeñado diferentes funciones. 2. “¿Vuelven los planes del Banco Mundial para educación o nunca se fueron?”, disponible en ideasdeizquierda.org, diciembre, 2015. 3. Vigotsky, Lev, El desarrollo de los procesos psicológicos superiores, Barcelona, Crítica, 2006, p. 134. Sobre los usos del concepto en educación, puede consultarse Baquero, Ricardo, Vigotsky y al aprendizaje escolar, Bs. As., Aique, 2009. También Ricardo Arturo Osorio Rojas, “Aprendizaje y desarrollo en Vygotsky”, disponible en www.nodo50.org. 4. “Larreta envía a la Legislatura el presupuesto educativo más bajo de la historia”, La Izquierda Diario, 13/10/16. 5. “Buenos Aires ‘High School’, la Ciudad convertida en escuela privada”, La Izquierda Diario, 4/10/16. 6. Disponible en portales.educacion.gov.ar/diniece. 7. Ver www.cippec.org. 8. Presupuesto 2017 del Gobierno de la Ciudad, disponible en www.buenosaires.gob.ar/hacienda. 9. “Larreta envía a la Legislatura el presupuesto educativo más bajo de la historia”, La Izquierda Diario, 13/10/16. 10. “La desidia de Cambiemos: exigen más escuelas para más de once mil chicos sin vacantes”, La Izquierda Diario, 27/9/16. 11. “Clarín haciendo ‘periodismo de guerra’ contra los docentes”, La Izquierda Diario, 25/8/16.
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Trump: la caída del relato neoliberal Ilustración: Donkey Hotey (Fuente Wikimedia)
La victoria de Trump ha sido objeto en las últimas semanas de diversos análisis sobre sus causas y posibles efectos. En este dossier, además de las reflexiones de Claudia Cinatti y Celeste Murillo, del staff de la revista, contamos con las contribuciones de distintos intelectuales y referentes de izquierda que viven en Estados Unidos y Gran Bretaña que ofrecen sus propias miradas, con las que no necesariamente coindimos, al debate sobre este fenómeno que ha conmovido el tablero político a nivel internacional: Mike Davis, Tariq Ali, Kshama Sawant, Bhaskar Sunkara y Daniel James. CLAUDIA CINATTI Staff revista Estrategia Internacional. Mucho se ha escrito para digerir la avalancha conservadora que tiñó de rojo republicano el mapa de Estados Unidos. Probablemente ni los guionistas de House of Cards tengan la imaginación suficiente como para proyectar el futuro de la Casa Blanca. La transición ya echó a andar desde la Trump Tower, con un fuerte sesgo conservador y de derecha.
El “Brexit moment” de Estados Unidos Los grandes medios corporativos, que militaron para Hillary Clinton, recurrieron a la metáfora del “cisne negro” para explicar el desconcertante triunfo de Donald Trump. Pero cuando los “cisnes negros” salen en bandada, como ocurrió este año –el triunfo del Brexit, las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el ascenso del UKIP, del Frente Nacional y de otras variantes de la extrema derecha europea–, la teoría de la rara avis pierde valor explicativo. Aunque hay particularidades nacionales y muchas razones combinadas –económicas, pero también étnicas, religiosas, de género,
geográficas, culturales, etarias–, las causas eficientes de la irrupción de esta suerte de “internacional populista” de derecha existen desde hace rato. Hay que buscarlas en las condiciones de polarización social creadas por la crisis capitalista de 2008 que tuvo su epicentro en los países centrales. Y, más en general, en las décadas de globalización y neoliberalismo que dejaron como saldo una desigualdad obscena y crearon un puñado de grandes ganadores –corporaciones y bancos– y una multitud demasiado numerosa de perdedores. Entre estos últimos se cuentan, fundamentalmente, las clases medias con nivel educativo bajo o medio, de la que también se han sentido parte sectores de trabajadores industriales, fracciones del capital no globalizado, microemprendedores y pequeños explotadores que se sienten impotentes ante fuerzas que no manejan y, como rezaba la consigna de la derecha pro-Brexit, quieren “recuperar el control”. Este conglomerado social heterogéneo es el que está detrás de la revuelta contra el “establishment” y los partidos tradicionales –conservadores,
socialdemócratas o liberales– que conformaron el “extremo centro”1 del consenso neoliberal, para usar la acertada categoría de Tariq Ali. En la larga campaña electoral norteamericana que comenzó con las primarias de ambos partidos, este repudio a la casta política tuvo múltiples expresiones: la altísima impopularidad tanto de Trump como de Hillary, la explosión del fenómeno juvenil que se manifestó en la candidatura de Sanders, la baja asistencia a las urnas y también los casi 7 millones de votos que recibieron los terceros partidos, entre ellos el Partido Verde, que se presentó como una alternativa por izquierda. Esta votación a terceros partidos triplica la de 2012 y estuvo concentrada sobre todo en los millennials. Trump perdió el voto popular por un margen que no tiene precedentes históricos. La diferencia a favor de Hillary podría terminar cercana a los 2 millones de votos. El antecedente más próximo es el de George W. Bush, que perdió la elección popular con Al Gore por 540.000 votos en el año 2000, aunque fue ungido presidente
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por una decisión de la Corte Suprema. Esto muestra el carácter profundamente antidemocrático del sistema político norteamericano, que le da un peso desproporcionado a las zonas rurales en el Colegio Electoral�. Aunque ahora sea una anécdota, muestra hasta qué punto están podridas las bases del bipartidismo. Resumiendo, más que la última de una serie de sorpresas desagradables, el triunfo de Trump confirma y profundiza la tendencia a la crisis orgánica que viene manifestándose en los países centrales a partir de la Gran Recesión de 2008, y puede ser leído como esos “fenómenos aberrantes” de los que hablaba Antonio Gramsci, que surgen en situaciones intermedias cuando lo viejo no va más y aún no están claros los contornos de lo nuevo. Este cambio de rumbo de la política norteamericana anuncia que se han abierto tiempos extraordinarios, una situación en la que están inscriptas mayores tensiones interestatales, guerras comerciales, conflictos militares, agudización de la lucha de clases y respuestas burguesas como mínimo cesaristas.
El gobierno y el mundo que vienen El solo hecho de que haya accedido a la presidencia de la principal potencia mundial un multimillonario xenófobo que coquetea con el proteccionismo y el nacionalismo, es una muestra de que el orden neoliberal comandado por Estados Unidos, que tras la desaparición de la Unión Soviética auguraba el reinado del libre mercado y la globalización sin alternativas (el fallido “fin de la historia”), está siendo dinamitado desde adentro. Ni los aliados ni los enemigos y competidores de Estados Unidos saben muy bien qué esperar cuando el próximo 20 de enero Trump se convierta formalmente en el 45° presidente norteamericano y los republicanos pasen a controlar la suma del poder estatal. El establishment, ese “inquieto club de ejecutivos, generales y políticos”, como lo definía Howard Zinn, que casi en su totalidad jugó a favor de la continuidad que expresaba Hillary Clinton, pasó del shock inicial al pragmatismo. Todas las señales políticas indican que el sistema bipartidista parece dispuesto a metabolizar el “fenómeno Trump” y bajarle la intensidad de
“apocalipsis” a una más modesta “presidencia de transición”. No está dicho que no lo logren. Pero es muy probable que la gobernabilidad requiera de una compleja negociación entre la colección de fracciones y grupos de interés que componen el Partido Republicano, dentro del cual han perdido la hegemonía los conservadores moderados a favor de la (extrema) derecha racista, sexista, xenófoba, homofóbica. Quizás la adrenalina de haber vuelto a la Casa Blanca y la necesidad de influir sobre las decisiones del próximo presidente hagan que el Grand Old Party deje atrás el #NeverTrump y rodee al magnate. Junto a supremacistas raciales y miembros de la llamada “alt-right”2, varios nombres tradicionales del Partido Republicano ya resuenan para integrar el próximo gabinete: Newt Gingrich, el autor de la “revolución conservadora” de 1994; R. Giuliani, el alcalde policial de la “tolerancia cero” de la ciudad de Nueva York, Reince Priebus, el presidente del partido. Generales retirados e incluso conservadores moderados como M. Romney desfilaron por la Trump Tower desde donde el empresario está comandando la transición y gestando su gobierno. Incluso los “neocon”, la fracción de los halcones más refractaria al liderazgo de Trump y más cercana a Hillary Clinton en política exterior, también buscan infiltrarse en el armado de la nueva administración. Aunque parezcan visiones difíciles de conciliar, no hay una muralla entre el aislacionismo selectivo que pregona Trump y el unilateralismo que profesaron los neocon bajo los dos gobiernos de Bush. Ambos consideran que hay que redefinir el rol de las instituciones de la “comunidad internacional” como las Naciones Unidas y la OTAN, a las que perciben como obstáculos relativos para la realización del interés nacional norteamericano. La apuesta del “mainstream” es que la presidencia de Trump esté dentro de los parámetros de un gobierno republicano innovador, a lo Ronald Reagan. Y un aspecto de esto tiene. En un sentido el “trumpismo” podría definirse como la “reaganomics” (baja de impuestos a los ricos, desregulación y tasas de interés más altas) más medidas proteccionistas. En el plano interno, la reindustrialización es una quimera, pero Trump parece decidido a que retorne al país
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una porción del capital norteamericano que está afuera. Tiene para ofrecer en la negociación una baja del impuesto corporativo, del 35 al 15 %, desregulaciones y otros recortes como la derogación del llamado “Obamacare”, que liberaría a los empresarios de los costos del sistema de salud. Hasta ahora lo único más concreto es un plan de obras de públicas. No parece ser aún suficiente para equiparar los beneficios de las deslocalizaciones hacia zonas de bajos salarios. Nadie puede arriesgar a ciencia cierta cuál será el camino para “Hacer grande nuevamente a Estados Unidos”. Pero lo que ya se puede dar por descontado es que un porcentaje de los eslóganes de campaña de Trump no serán solo demagogia electoral. Varios analistas consideran que este giro brusco de la política norteamericana tiene el potencial de producir cambios geopolíticos y económicos equivalentes a la caída del muro de Berlín de 1989, aunque de signo contrario. Está claro que la política exterior de Trump va a significar un cambio de rumbo con respecto a Obama, que llevó adelante una política de “centro” para recomponer el liderazgo mundial de Estados Unidos que privilegiaba la diplomacia para disminuir la exposición militar directa y dar por superada la derrota de la estrategia militarista y unilateral de Bush y los neocon, que llevaron a las guerras y ocupaciones de Irak y Afganistán. En los mensajes oficiales sobre lo que podrían ser sus primeros 100 días de gobierno, el presidente electo anunció medidas ya conocidas: retirar a Estados Unidos del Tratado Transpacífico y renegociar los términos del TLC con México y quizás también de la OMC, con la amenaza de abandonar los acuerdos si no son más favorables para Estados Unidos. Buscar la cooperación de Rusia para combatir al ISIS y encontrar una salida para la crisis en Siria, lo que supone la continuidad de Assad. Renegociar con los aliados un mayor aporte al financiamiento de la OTAN y condicionar las bases que Estados Unidos tiene en otros países como Japón y Corea del Sur. En el Medio Oriente la política pareciera ser reafirmar las sociedades tradicionales como la que Estados Unidos tiene con Israel y las monarquías del Golfo, lo que podría llevar a repudiar o al menos replantear el acuerdo con Irán. La relación con Rusia y China sigue siendo terreno de especulación. Parece difícil que Trump »
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pueda cambiar lo que fue una política de Estado durante las últimas dos décadas, marcadas por la hostilidad hacia Rusia. En última instancia esta estrategia obedece a un interés fundamental de largo plazo que es la reducción de Rusia al estatus semicolonial. Pero las declaraciones amistosas de Trump hacia Putin ya están causando nerviosismo en los países bálticos y de Europa del Este que se incorporaron a la OTAN y están en la primera fila del despliegue misilístico de Occidente contra Rusia. Algunos se inclinan por que Trump tendrá una política más dura pero en el terreno de la negociación y otros ponen el eje en que no se pueden descartar aventuras. Las apuestas están abiertas. Pero en condiciones de ascenso de nacionalismos varios, de perspectivas de guerras comerciales o al menos de competencia aguda, y de deterioro persistente de la hegemonía norteamericana, cualquier acción unilateral de Estados Unidos pueden derivar en crisis de magnitud impredecible. Para esto parece estar preparándose el mundo.
Bonapartismo, fascismo y el debate de la izquierda El contenido concreto social y político del fenómeno Trump aún es tema de debate. De todos los recortes posibles de la composición del voto de Trump, lo que ha recibido más atención es el voto de un porcentaje inesperado de mujeres, dada la misoginia manifiesta del nuevo presidente, y sobre todo el voto de sectores de la vieja clase obrera industrial blanca –los rednecks o, como también se lo llama, el “trumpenproletariado” caracterizado por su atraso político y cierta sensibilidad al racismo y la xenofobia. Conviene analizar más de cerca este fenómeno. Es un hecho que en los swing states la gran mayoría de los trabajadores de “cuello azul” fueron interpelados por la demagogia de Trump, que hizo como nunca campaña en el “Rust belt” con la promesa de restaurar los puestos de trabajo perdidos. Y contra todo pronóstico, fue expansivo más allá del electorado republicano tradicional. Pero el núcleo duro de la base social “trumpista” está fundamentalmente en los pequeños empresarios y cuentapropistas, que a diferencia de las grandes corporaciones no se benefician con los tratados de libre comercio y las importaciones y, por lo tanto, son sensibles a los discursos que combinan el proteccionismo económico con el programa tradicional republicano-reaganiano
de la baja de impuestos y la eliminación de regulaciones estatales (entre otras el sistema de salud, que bajo la legislación actual están obligados a solventar en parte). Como dice una interesante nota publicada en Jacobin, más que una revuelta de los asalariados, Trump representa la “revancha del plomero Joe” 3, el activista conservador que increpó a Obama en Ohio en las primarias de 2008 y se transformó en el símbolo de la frustración de la pequeña burguesía. A pesar de haber obtenido un porcentaje mayor que el de Reagan en los hogares donde al menos hay un afiliado a los sindicatos, Trump combatió activamente la sindicalización como empresario y asume con una clara política antisindical, típica del Partido Republicano, que incluye reforzar las leyes del “derecho al trabajo” y derogar las escasas normativas de la era Obama, lo que prácticamente equivale a prohibir los sindicatos en el sector privado y escalar el ataque sobre los sindicatos de los trabajadores públicos4. La emergencia de Trump abre un amplio debate estratégico en la izquierda. Varios intelectuales liberales, de izquierda y socialdemócratas, en todo el mundo, arriesgan sus definiciones. J. Habermas define a Trump como parte de la oleada populista, como una suerte de ruptura de la racionalidad política. Para el sociólogo polaco Z. Bauman estamos ante la emergencia de un “líder decisionista”, retomando la definición clásica de Carl Schmitt del poder soberano que tan bien explicó las primeras etapas del nazismo. Para Alain Badiou se trata de una suerte de “fascismo democrático”, una contradicción en los términos que el filósofo francés resuelve a su manera, diciendo que es dentro del sistema democrático y sin enfrentar a los enemigos que el fascismo enfrentó en los ‘30, el movimiento obrero y los partidos comunistas. Por lo demás, abundan las referencias al 18 Brumario o las analogías con las elecciones alemanas de 1933 para dimensionar la potencialidad reaccionaria del triunfo de Trump. En sentido estricto Trump expresa más el giro hacia un régimen más bonapartista y autoritario que la emergencia inmediata del fascismo, pero sin dudas contiene elementos fascistizantes, como el KKK y los grupos supremacistas de la “alt-right”, en un marco en el que ya existe de hecho una guerra civil larvada contra la población afroamericana. Como sucedió con el Brexit, una parte minoritaria de la izquierda partidaria y de intelectuales progresistas ponen el eje en que en última instancia, el triunfo de Trump tiene su costado positivo porque puede desestabilizar a la clase dominante, y expresa crudamente el carácter despótico del poder capitalista. Estos sectores tienden a disminuir el hecho de que franjas importantes del proletariado optaron por un
“salvador”, un multimillonario racista y xenófobo que promete restaurar el poderío del imperialismo norteamericano. El gobierno de Trump será un gobierno del ala derecha de la burguesía, no le devolverá a los trabajadores sus empleos y sus salarios perdidos y atacará conquistas democráticas como el derecho al aborto. Su triunfo ya ha envalentonado a grupos rancios de la extrema derecha. Sin embargo, sería incorrecto afirmar que el único fenómeno es un giro uniforme y unidireccional hacia la derecha. Existe un neoreformismo que, como mostró la subordinación de Sanders al Partido Demócrata, es impotente frente al ascenso de la extrema derecha. Lo más auspicioso es el proceso de movilizaciones que empezaron la noche misma de la victoria de Trump. Decenas de miles de jóvenes, trabajadores, estudiantes, mujeres salieron a las calles o tomaron los campus universitarios, para decir que no van a permitir deportaciones de inmigrantes indocumentados y que van a resistir. La clase obrera no se ha recuperado de la derrota de los años de Reagan, pero en los últimos años han surgido nuevas formas de lucha y organización, como el movimiento Black Lives Matter, el movimiento por el salario mínimo y las huelgas de los fast foods y grandes cadenas de supermercados, sin contar el movimiento antiguerra, Occupy Wall Street y antes, el movimiento No Global que estalló en Seattle en 1999. Trump representa el peligro de una ruptura entre la clase obrera y sus aliados de las minorías afroamericana, inmigrantes y las mujeres. Por eso lo que está a la orden del día es la construcción de un “tercer partido” que tiene que ser de izquierda, obrero y revolucionario, para poder levantar un programa que unifique las fuerzas de los explotados y los oprimidos tanto dentro como fuera de Estados Unidos contra el capital. El reloj ya está en marcha.
1. Tariq Ali, El extremo centro, Alianza Editorial, 2015. En un sentido similar, Peter Mair había hecho un análisis profundo de la crisis de los partidos tradicionales y de la democracia capitalista más en general a partir de la caída del muro de Berlín y su relación con el surgimiento de la “antipolítica”. Ver: “Rullying the Void? The Hollowing of Western Democracy”, NLR 42, 2006. 2. La llamada “alt-right” (derecha alternativa) es un conglomerado laxo y heterogéneo de grupos e individuos de extrema derecha que defienden la “identidad blanca” y la “civilización occidental” y se oponen al establishment conservador tradicional. Steven Bannon, nombrado por Trump como su asesor principal, está acusado de pertenecer a este grupo. 3. M. McCarthy, “The Revenge of Joe the Plumber”, Jacobin, 26 de octubre de 2016. Si se tiene en cuenta que hay unos 30 millones de empresas pequeñas que emplean a más de la mitad de los trabajadores, se comprende el peso específico de este sector. 4. R. Verbruggen, “Trump and the Unions”, The American Conservative, 20 de noviembre de 2016.
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Los muertos vivos Mike Davis Sociólogo y activista político estadounidense. Planeta de ciudades miseria y Ciudad de cuarzo son algunos de sus libros más conocidos. Finalmente creo que he logrado entender por qué estamos tan obsesionados con los zombies. La mortaja desecha, el crujido en la maleza, las apariciones vaporosas vistas desde Poccatello hasta Lago Wobegone, el ejército fantasmal de admiradores... Fuimos advertidos con anticipación de que estaba de regreso pero no fuimos capaces de prestar atención. En vísperas de navidad la “nueva” Biblioteca Nixon lanzó una costosa campaña de promoción en los diarios, invitándonos a “descubrir cómo sigue moldeando nuestro mundo el legado de Nixon”. Él era el héroe, sostiene el anuncio, que “protegió el ambiente… terminó con la segregación en las escuelas, puso fin a la guerra de Vietnam”. La biblioteca llama a que “compre los tickets ahora”. Casi sesenta millones de nuestros conciudadanos lo han hecho. Algunos hicieron fila durante décadas, no saciados por los años de Reagan y Bush, esperando por una revancha que sea más fría y más cruel. Otros –policías, soldados, vicedirectores, muchachos de fraternidad, maridos tradicionales– anhelan un anticuado talón de hierro que mantenga a raya a los de color y a las mujeres. Pero trágicamente, muchos, vapuleados y despreciados por las élites demócratas y republicanas, sencillamente sienten curiosidad sobre qué hay dentro de la Caja de Pandora o, más bien, de la tumba de Nixon. Eventualmente descubrirán, como lo hicieron los míticos “hard hats” de los años ‘70 [una referencia a los cascos
de trabajo que usados por numerosos obreros industriales; N. de R.], que el nacionalismo blanco es una dosis final de veneno para el corazón, no Viagra para las chimeneas fabriles. Si el trumpismo parece muy empobrecido y áspero como para constituir un verdadero avatar de la coalición Nixon, los invito a leer las obras compiladas de Pat Buchanan [asesor de la presidencia Nixon y aspirante neoconservador para la candidatura republicana a la presidencia durante los años ‘90; N. de R.]. Trabajó cuarenta años duramente traer a Nixon nuevamente a la vida –o más bien a su propia idealización del Nixon esencial (sin Kissinger)– en una candidatura presidencial basada en el nativismo, el nacionalismo económico y el neoaislacionismo. Sus propios intentos para la nominación republicana en los ‘90 generaron repetidas chispas que dio aires al racismo sureño y el antisemitismo del Medio Oeste, pero su fanatismo resultó muy radioactivo para los neoconservadores alrededor de la dinastía Bush. Desde la perspectiva de la elección de 2008, la melancolía de Buchanan por la edad dorada en la que escribía los discursos de Nixon, trabajando con Daniel Moynihan y Kevin Philips para convertir una incipiente revuelta blanca en una “nueva mayoría republicana”, parecía poco más de un afiebrado clamor desde el hogar de los envejecidos reaccionarios. Aún más oscura –al menos para cualquiera menor de 90 años– resultaba su incesante invocación del slogan de “América primero”; el slogan del movimiento aislacionista de 1939-41 que unió brevemente a pacifistas y socialistas como Norman Thomas
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con admiradores abiertos del régimen nazi como Charles Lindbergh. Sin embargo la narrativa arcaica que Buchanan coadyuva, junto con el Nixon demoníaco que conjura desde la oscuridad, de repente se convirtieron en el guión embrujado para el mayor malestar político en la historia norteamericana. Ya sea que Trump haya sido directamente adiestrado por Buchanan o solo vibre espontáneamente en la frecuencia exacta, la coincidencia de ideas es extraordinaria. “¿Qué ha forjado Trump?”, se preguntó el blog de Buchanan el día antes de la elección. “Trump no creó las fuerzas que empujaron su candidatura. Pero las reconoció, entró en conexión con ellas y liberó un yacimiento de nacionalismo y populismo que no se va a disipar pronto”. ¿El establishment republicano? “La dinastía [Bush] está tan muerta como los Romanov”. También están muertos, dice Buchanan, los estándares tradicionales de la democracia. Admite de inmediato que Trump mintió y matoneó en su camino hacia la nominación y ahora hacia la presidencia. “‘¿Por qué?’, se pregunta un establisment alarmado. ¿Por qué, a pesar de todo esto, el apoyo a Trump se mantuvo? ¿Por qué el pueblo americano no respondió como lo habría hecho en otros tiempos? La respuesta: somos otro país, un país de ellos-o-nosotros”. Los “países de ellos-o-nosotros” son tradicionalmente, por supuesto, el suelo fértil para el fascismo. La opinión experta se autoengañó respecto de la incoherencia de las propuestas de Trump, descartando que fuera una armazón seria para una política. Pero tienen sentido y resultan muy peligrosas en el dialecto de la Nixolandia de Buchanan. La resistencia necesita leer al original. Traducción: Esteban Mercatante.
La victoria de Trump: unas primerísimas reflexiones Tariq Ali Escritor paquistaní, director de cine e historiador. Su libro más reciente es El extremo centro. 1. Una gran derrota para el extremo centro liberal del establishment. Leamos a Friedman, Krugan en el New York Times y a Freedland en The Guardian para una pena virtualmente idéntica: resulta una lectura muy graciosa. La Convención Nacional Demócrata decidió arrojar excremento a Sanders durante las primarias. El efecto búmeran es ahora visible a todos. La cara de Podestá (jefe de campaña de Clinton), está cubierto en él… Fue una decisión desastrosa. Y quienes escoltaron a Clinton a la tumba en los medios liberales contribuyeron a alcanzar este
resultado con su casi acrítico apoyo a la candidata. Una boleta Sanders/Warren habría derrotado a Trump. Fue eficazmente saboteada, y Warren se decidió por el harakiri en el altar de Clinton. 2. Se trató de una masiva condena a la presidencia de Obama. Si Clinton perdió la presidencia, Obama perdió el Senado. Toda la autofelicitación de la Casa Blanca de Obama sobre cómo había enderezado el país después de 2008 nunca fue creíble. Tampoco las siete guerras (cuéntenlas) y los ataques diarios de drones por los que es responsable. Era el amigo de Wall Street. El precio es la presidencia Trump. 3. Muchos trabajadores blancos que votaron por Obama no votaron por Clinton. Él los
traicionó y ella no ofreció nada nuevo. Nada. Incapaz de agradar o generar confianza, ya que lo que ella quería era poder. Esto era tan obvio de la máscara simplemente no funcionó. 4. La izquierda estadounidense carece de partido político desde los tiempos de Eugene Debs. Para enfrentar a Trump deberán romper la encerrona que entra en efecto en cada elección. Pero es probable que no lo hagan. Si el “fascismo” ganó la Cámara de Representantes, el Senado y la Casa Blanca, entonces un frente popular con el Wall Street “progresivo” parece inevitable.
Traducción: Esteban Mercatante.
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20 Construir un movimiento contra el establishment demócrata y republicano Kshama Sawant Concejala de Seattle.
Antes que nada creo que es importante mostrar solidaridad con las comunidades que fueron objetivo del odio de Trump. El segundo paso es entender por qué pasó esto. Pienso que la trágica ironía es que el 61 % que lo votó dice que no le gusta o confía en él. A pesar de esto, Trump ganó la elección. La conclusión de eso es que no toda la gente que votó a Trump es racista, misógina y antiinmigrante. Lo que refleja esto es un grito contra el dominio de la casta política y la razón por la cual Clinton no le pudo ganar a un misógino, un monstruo sexista, es porque ella es un epitome de ese statu quo odiado por la clase trabajadora que fue traicionada por décadas.
Si el establishment demócrata hubiera elegido a Bernie Sanders como candidato, no tengo dudas de que como mínimo hubiera hecho una enorme carrera electoral, y también sé que muchos que apoyaron a Bernie hoy están diciendo que si Sanders hubiera sido el candidato, no estaríamos en esta situación. La gente ahora está triste y con miedo, y siento que tenemos que ser comprensivos y entender que muchos de esos miedos son genuinos, pero también tenemos que canalizarlos en acciones y construir un movimiento de masas con las conclusiones de esta experiencia. La conclusión es que a menos que construyamos movimientos progresivos de masas, que
La revitalización de la izquierda vendrá junto con la de la clase obrera Bhaskar Sunkara Editor de la revista Jacobin. Creo que el Partido Republicano está más fragmentado que el Partido Demócrata, y que los demócratas van a poder montar cierta oposición a Trump. Los demócratas van a usar el liderazgo de Obama, que es bastante popular, para hacer esto durante los próximos cuatro años. En el Partido Republicano hay fisuras muy profundas. Incluso George W. Bush dijo que no podía votar a Trump. Toda una generación de líderes y antiguos candidatos a presidente del Partido Republicano repudiaron a Donald Trump, el partido está muy dividido. Todos los sectores importantes del capital de EE. UU. apoyan a Clinton, entonces es realmente increíble estar viendo el triunfo de Trump. Todo grupo de electores progresistas en este país, todo sindicato, todo grupo por los
derechos de los inmigrantes, todos los votantes de centroizquierda apoyaron a Hillary Clinton. Los sectores más importantes del capital apoyan a Hillary Clinton, pero, sin embargo, esta coalición de Trump, construida sobre las espaldas de lo que llamamos la pequeña burguesía logró ganar. Es una hazaña increíble. El demócrata partidario de Sanders surgió y presentó una tendencia viable contra el trumpismo. Creo que el liberalismo del centro nos ha fallado y necesitamos desarrollar una política a la izquierda del liberalismo. Dicho eso, no creo que la situación beneficie a la izquierda. No estoy bailando sobre la tumba del liberalismo. Creo que la derrota del 8 de noviembre es una derrota para todas las fuerzas progresistas, incluso para los que estamos muy a la izquierda de Hillary Clinton.
construyamos la izquierda, independientes del establishment de los republicanos y los demócratas, no solo no vamos a poder derrotar la agenda de la derecha sino que ésta seguirá creciendo. El hecho de que haya una búsqueda de los estadounidenses de una alternativa que esté lejos de lo que haya habido hasta ahora, habla de que la gente está cuestionando el sistema. Debemos reconocer que en este momento hay que levantarse, la izquierda tiene que levantarse junto con el movimiento obrero, los socialistas tienen la responsabilidad de enfrentar y construir los movimientos masivos, pero no de manera abstracta, contra el racismo, contra la violencia policial, junto a Black Lives Matter, contra el gasoducto de Dakota del Norte, por los 15 dólares la hora de salario mínimo, en todo el país, por el derecho al aborto. Si queremos derrotar la agenda de la derecha, también debemos enfrentar la agenda de Wall Street. La conclusión es que a menos que reconozcamos que debemos construir un movimiento masivo independiente contra el establishmnet demócrata y republicano, no vamos a tener éxito. Extractos de la entrevista realizada en La Izquierda Diario TV. La versión completa pude leerse en www.laizquierdadiario.com.
Hemos visto con Sanders y con estos movimientos sociales que tenemos el potencial de una mayoría social. De hecho, cuando podemos expresar nuestras ideas, por lo menos con una plataforma democrática amplia, la mayoría de los estadounidenses está de acuerdo con nosotros. La mayoría prefiere esa política a la política de odio y miedo y todo lo demás que ofrece Trump. Entonces, esa es la buena noticia. La mala noticia es que en cuanto a la infraestructura, a los partidos y a las organizaciones, la izquierda está totalmente desconectada de la base social. El único vehículo que tenemos para llegar a las masas populares, la única fuerza con las dimensiones y los recursos para hacerlo es el movimiento obrero organizado que en Estados Unidos, por supuesto, es notoriamente burocrático y está desconectado de la presión de las bases. Sé que suena muy trillado, pero creo que parte de la revitalización de la izquierda tiene que ocurrir a través de la revitalización del movimiento obrero y de las luchas de la base, y con acciones que construyan una base para la izquierda en las comunidades de la clase trabajadora. Extractos de la entrevista realizada en La Izquierda Diario TV. La versión completa pude leerse en www.laizquierdadiario.com.
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Revancha de los deplorables Hillary y la grieta norteamericana. El sapo de las identidades. Por qué votar al verdugo. Qué hacer. De esto nos habla Daniel James desde Indiana, en el corazón del Rust Belt. Alguien que algo comprendió del peronismo en Argentina (y parece que también del terremoto Trump en EE. UU.).
Ilustración: Gloria Grinberg
DANIEL JAMES Historiador, autor de Resistencia e integración.
El relato No sé cómo va la grieta en la vida política argentina hoy en día, pero está plenamente presente acá en los EE. UU. Y no hablo de la grieta entre los trumpistas y los clintonistas. Hablo de la grieta creada por los clintonistas (y sus amigos en los medios) contra cualquier intento de ofrecer una visión crítica de Hillary Clinton y su candidatura, o cualquier intento de argumentar por qué uno no iba a votarla. Cuando Sanders abandonó el “campo de batalla” y millones de sus votantes nos negamos a seguir la sabiduría común y corriente de que había que –aún sin entusiasmo– votar a la Clinton, esto causó un distanciamiento entre varios de nuestros amigos que son partidarios de la lógica del mal menor. Lógica que hace décadas han seguido los progresistas acá y ha sido un desastre en todos los sentidos. Una de las ventajas de nuestra posición fue que escapamos a la burbuja que ha envuelto a los partidarios de Clinton y les impidió ver algunas realidades que desde afuera eran evidentes.
El retorno de clase Clinton perdió fundamentalmente porque fracasó en la tarea más básica de una candidata: no
logró movilizar a su base. Ahora que se sabe que las encuestas se equivocaron tremendamente, comienza a hablarse de algo que como observador de afuera de la burbuja era obvio: la diferencia en entusiasmo entre la base trumpista y la base demócrata. ¿Pero por qué la diferencia? En parte tiene que ver con un hecho muy básico: la Clinton fue una candidata pésima. Aunque suela olvidarse porque hace décadas que está entre los políticos más conocidos de EE. UU., lo cierto es que una sola vez tuvo que competir como candidata (en 2000, cuando le fue regalado el sillón como senadora en Nueva York), y no tiene ni temperamento ni personalidad: es por naturaleza una tecnócrata elitista que esconde difícilmente su desprecio por la gente. Estas actitudes, originalmente borradas de la vista pública por sus expertos de campaña, emergieron con toda claridad en los emails difundidos por Wikileaks, que hicieron que una buena parte del electorado se acordara de por qué siempre la habían odiado. Esa es una parte de la explicación. Pero más importante que lo anterior es lo siguiente: los demócratas perdieron una franja importante de uno de los grupos más fieles de
su coalición: la clase obrera blanca (especialmente hombres) y, particularmente, los sindicalistas blancos. La categoría de clase obrera debería ser refinada. No hay tal cosa como una clase obrera homogénea. Está cruzada por diferencias de género, de raza, de región, de religión, de cultura. Ni siquiera se puede hablar de “clase obrera blanca” así nomás. La clase obrera blanca del sur de los EE. UU. se separó del Partido Demócrata en la época de Nixon, y ese fue el eje crucial de lo que se llamó “la estrategia sureña de Nixon”, que ha actuado desde entonces como la base estratégica de todo gobierno republicano hasta estas últimas elecciones. Algo parecido pasó con los sectores pobres rurales en otras regiones del país. La base de su inclusión en la coalición republicana fue una apelación abierta a la raza, intercalada con fuertes elementos de identidad cultural, religión, y otras variables de lo que suelen llamar “un conservadurismo social” –antiaborto, antigay, proreligión en las escuelas, etc.–. Esta es la base de esas zonas inmensas del país que en los mapas electorales están pintadas de rojo. Todo el sur, una buena parte de las Grandes Llanuras del oeste y sudoeste, y las »
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zonas rurales del medio oeste forman parte de esta geografía política. Hasta en Pennsylvania sucede algo muy parecido. Alguien alguna vez dijo que Pennsylvania gira, social y políticamente, alrededor de Pittsburgh en el oeste y de Filadelfia en el este, pero el espacio inmenso entre esos dos polos es como Alabama. Las victorias demócratas en Pennsylvania siempre han dependido de la acumulación masiva de votos en los grandes centros urbanos de Pittsburgh y Filadelfia y sus suburbios. Un fuerte componente de esta base urbana tradicional se separó de la coalición demócrata en esta elección y pasó a votar a Trump, dándole la victoria en estados cruciales de lo que llaman “The Rust Belt” (Cinturón de Herrumbre/Óxido, casi en sentido de “zona de chatarra” asociada a fabricas abandonadas). Fue con ellos que Trump logró su victoria nacional. Es un voto de protesta, un voto por “el cambio”, un voto de rechazo y un grito de bronca. Es imposible decir si representa un desplazamiento temporario o un cambio duradero. Y no puede saberse porque depende de lo que suceda en los próximos años. Lo que sí se puede decir es que hay un sentimiento muy generalizado de alienación, un debilitamiento de lazos tradicionales que han determinado los comportamientos políticos, las identidades de estos sectores de la clase trabajadora. Esta volatilidad tiene sus raíces en una larga experiencia de derrota que ha tocado otros sectores de la clase trabajadora, pero que se siente especialmente en estos sectores. Es muy importante incluir en esta experiencia de derrota lo que ha pasado con el sindicalismo. La clase obrera ha sufrido y perdido una guerra de clases en los últimos 30 años, y esta se expresa en los salarios estancados, los puestos de trabajo perdidos, y todas las otras variables asociadas con el nivel de vida. El nivel nacional de afiliación actual es menor al 10 %. El deterioro es particularmente fuerte en el sector manufacturero. Hoy hay más o menos 12 millones de obreros en el sector manufacturero, uno de cada diez puestos en la economía. En 1960 representaba uno de cada cuatro. Este cambio ha sembrado el caos en el movimiento sindical. Incluso en un sector clave como el automotriz, los cambios son notables. En los ‘80 la tasa de sindicalización en la industria andaba por 60 %. Hoy en día no supera
el 20 %. Este se concentra en la zona de Detroit (baluarte histórico del sector) y ha perdido la batalla para sindicalizar las nuevas fábricas que cada vez más se instalan en el sur del país, precisamente para evadir la sindicalización. El resultado es una combinación sombría: la pérdida de trabajo por el traslado de las fábricas a zonas como el sur o afuera del país; el impacto negativo sobre los salarios; y la corrosión de condiciones de trabajo en las fábricas, en la medida en que el sindicato ha cedido cada vez más conquistas a las empresas para mantener la presencia de la fábrica en la zona (dicho sea de paso, las condiciones y de salarios en los “Greenfield Sites” del sur son aún peores: muchos obreros allí ganan poco más que el salario mínimo). Mientras tanto, Ford ganó 10 billones de dólares el año pasado; GM está invirtiendo billones para abrir plantas nuevas en Kentucky, Texas y Tennessee –zonas de difícil penetración sindical–. El debilitamiento catastrófico del sindicalismo en aquellas zonas que históricamente formaban el corazón del movimiento obrero, ha contribuido fuertemente a la pérdida de lazos entre los trabajadores, de nociones de solidaridad y, por supuesto, al crecimiento de un sentimiento generalizado de resentimiento hacia los nuevos inmigrantes (legales o ilegales). El sindicato era, tal vez, la institución más fuerte para combatir los intentos de dividir la clase obrera alrededor del eje de raza o inmigración. El dolor de muchos de estos sectores de la clase obrera –varios de ellos en vías de perder su estatus asociado con su lugar en el sueño americano, ligado a su puesto de trabajo, y a punto de entrar en la categoría generalizada de los nuevos pobres– se expresa en un sentimiento de que “the system is rigged” (“el sistema está amañado”). Y dentro de la categoría de “sistema” se incluye el sistema político, el económico y el de gobierno. Desafortunadamente, Donald Trump fue quien supo aprovechar este sentimiento disperso, canalizar esta bronca al ponerse al frente de estas “masas disponibles” (para usar una analogía argentina muy problemática, pero no exenta de sentido). Tuvo la intuición de un “showman” nato, el olfato de una suerte de “idiot savant”,
una comprensión natural de los nuevos medios sociales que dejó en ridículo los wunderkind expertos con sueldos millonarios de la campaña Clinton. Jugó el rol de líder antiestablishment contra los dos partidos dominantes, resumido en una metonimia poderosa: Washington. Su eslogan principal, una promesa: “haremos América grande de nuevo”, implícitamente reconoce el desencanto, el dolor de la gente común, el hecho de que América ha dejado de ser grande y de que para devolverle ese statu hará falta un cambio profundo. A este eslogan populista clásico, Hillary Clinton contestó con un eslogan clásicamente status quo: “America is still great!” (“América sigue siendo grande”). Una negación del sentimiento común de la gente. Si América sigue siendo grande, ¿por qué hacer cambios? Ella se presentó como la candidata de la continuidad con los ocho años de gobierno de Obama. Y esta decisión, que hubiera sido desastrosa para cualquier candidato, fue fatal para una candidata con las desventajas de Clinton. Podríamos decir que lo que sucedió fue la emergencia de la categoría de clase por encima de la política de las identidades –de género, de raza, de etnicidad–. “¡Es la economía estúpida!”. Pero Clinton huyó, como todo buen demócrata, de esa categoría. En lugar de hablarle en su campaña a las preocupaciones económicas de millones de obreros, insistió en ofrecer (solo cuando fue obligada a hablar del tema) clichés de tecnocracia posindustrial. En lugar de ofrecer algo concreto, intentó movilizar con recetas para mujeres, para negros, para latinos, para gays. Para ser franco, en parte tuvo que hacerlo porque hubiera sido imposible abordar el tema de lo que le ha pasado a los pobres y a la clase obrera acá desde 2008 con un mínimo de credibilidad. Los Clinton son directamente responsables del NAFTA. Ella, Obama y las elites partidarias del PD, son responsables por la más brutal redistribución de ingresos a favor de los super ricos. Clinton y su esposo se encargaron de abolir los controles sobre el sector financiero que había puesto Roosevelt durante la década de los 30, lo que abrió el camino directamente a la crisis de 2008. Obama regaló todos los puestos de su gabinete económico y financiero a los candidatos de Goldman Sachs. A pesar de donar millones de dólares de sus afiliados a la campaña demócrata, los dirigentes sindicales no han logrado lo más mínimo, ni de Obama, ni de Bill Clinton. Cuando Obama asumió en 2008 había prometido a los sindicatos una ley restableciendo el derecho legal de los sindicatos para organizar y llamar a elecciones entre los obreros para saber si querían afiliarse (un
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derecho abolido en muchos estados republicanos). En los dos años en que los demócratas controlaron el Congreso (2008-2010), no hicieron lo más mínimo para cumplir con esa promesa básica. La Clinton, hasta el momento mismo de anunciar su candidatura, fue una defensora del nuevo tratado de comercio (TTP, por sus siglas en inglés, Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica) que amenaza aún más puestos de trabajo. Solo cambió su discurso cuando tuvo que enfrentar las críticas de Trump y de Sanders. Pero la gente tiene memoria. Por primera vez en la historia moderna de las elecciones en los EE. UU., la mayoría de los que ganan más de u$s 100.000 por año votaron a una candidata demócrata, mientras la franja más pobre votó en su mayoría por un republicano.
El futuro Esto nos lleva a una consideración más profunda del Partido Demócrata, porque cualquier discusión de una política futura para la izquierda pasa por una caracterización de ese partido. El PD como institución política dejó de ser hace mucho un partido progresista (y nunca fue un partido socialdemócrata en el sentido europeo). En las últimas tres décadas se ha vuelto un Partido absolutamente vinculado con el proyecto neoliberal: la financierización de la economía capitalista; la destrucción de empleos seguros y la expansión del precariado especialmente en el sector de servicios; los tratados internacionales de comercio; el brutal reordenamiento de lo que se llama “el safety net” (la red de protección social), iniciada por los Clinton en los ‘90 con su promesa de acabar con el “welfare” (las principales víctimas fueron las mujeres pobres jefas de familia que fueron obligadas a presentarse al mercado de trabajo ganando, con suerte, salario mínimo). Una parte crucial del proyecto neoliberal fue la construcción e imposición de un discurso político centrado en identidades por parte del PD. El progresismo y un sector nutrido de lo que se llama la izquierda en los EE. UU. compró el paquete por entero. El corolario fue el abandono de la búsqueda de justicia social y económica como eje central de la práctica política. Refiriéndose a la influencia del PD sobre el discurso político de la izquierda liberal en los EE. UU., el intelectual negro Adolph Reed Jr. señaló que “ha creado e impuesto una economía moral que acepta implícitamente la justicia de una sociedad en la que un 1 % de la población controla 90 % de los recursos”. En efecto, dice Reed, esta ha sido una política capitalista de identidades y de igualdad de oportunidades
que se impuso a costa de cualquier noción de clase: “es una política de clase, del ala izquierda de neoliberalismo”. Sus efectos han sido desastrosos. Sin embargo, cualquier debate en la izquierda sobre cómo avanzar en la época de Trump, tiene que lidiar con el hecho de que mucha gente sincera que se ha movilizado alrededor de la defensa de sus reclamos como gays, como mujeres, como latinos o como negros, lo han hecho confiando en el PD. Una pregunta clave será ¿cómo combinar la defensa de los derechos de tales grupos contra el ataque que vendrá con Trump, con el desarrollo de una política ofensiva de clase? Una parte importante de la experiencia del movimiento que se formó en torno a la candidatura de Bernie Sanders nos habla de este desafío. El desarrollo de una política de clase radical es esencial. Por varias razones: una política que ponga la demanda por justicia social y económica en su centro es la única manera de evitar que el PD logre llevar a los grupos de identidades hacia de su política de grupos de intereses. Es decir, que los use como carne de cañón electoral cada cuatro años, considerándolos como electorados cautivos a partir de la lógica de que al final de cuentas no tienen otra opción que votar a los demócratas: “Total, ¿dónde van a ir?”. Además, cualquier estrategia política nueva que intente superar las causas de la actual coyuntura, tendrá que ser radical en parte porque en el presente las recetas moderadas están fracasadas de antemano. El capitalismo global en este momento o no puede o no quiere aceptar la justicia de estos reclamos que en otras épocas del consenso pos segunda guerra mundial eran pan de cada día. Basta con ver el programa de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña. Hasta los años ‘80 habría sido considerado común y corriente en el Partido Laborista, hoy en día lo pone a Corbyn fuera de las normas aceptables de la política. Es un “radical peligroso” en la construcción mediática, y esto es así a pesar de que ni siquiera menciona en sus discursos la nacionalización de los medios de producción, algo presente formalmente en el programa laborista hasta los años ‘80. Lo mismo pasa con Sanders, cuyas recetas, muy moderadas, incitaron tanto odio y temor en los caciques demócratas que sabotearon su campaña a pesar de la evidencia de que tenía muchas mejores posibilidades en una contienda con Trump que la Clinton. Si los límites de lo aceptable son tan estrechos, y sin embargo el capitalismo contemporáneo tiene una tendencia inevitable de intensificar inexorablemente la desigualdad económica y social, entonces hay una necesidad política y ética de
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buscar soluciones verdaderamente radicales que pongan en cuestión toda la arquitectura del sistema capitalista. Y esto es así por otra razón urgente. Las soluciones económicas ofrecidas por un Trump o por un Sanders tienen pocas posibilidades de realizarse. Uno sospecha que los puestos de trabajo perdidos no van a volver: los tratados de comercio internacionales como NAFTA han sido nefastos pero no son los responsables principales por la pérdida de empleo en los EE. UU. Esto se debe a otra lógica capitalista: calculan que alrededor de 80 % de la pérdida de puestos de trabajo manufactureros responden a avances en automatización y otros avances tecnológicos que han llevado a un aumento gigantesco en productividad. El sueño capitalista de una fábrica sin obreros está al borde de realizarse. Ya hay tales fábricas de “cero trabajadores” (zero labor) funcionando en China. Un informe reciente nos habla de lo que se llama “una tormenta perfecta de tecnología” que llevaría a la pérdida de cinco millones de puestos de trabajo en los próximos cinco años en 15 economías desarrolladas y emergentes. Esta situación obliga a la izquierda y sectores progresistas a plantear temas como el sentido y rol de trabajo en el futuro y tomar en serio reivindicaciones alrededor de un salario universal como derecho.
A su pesar Dicho todo esto. ¿La victoria de Trump fue un desastre? Sí, pero una victoria de la Clinton hubiera sido un desastre también. Y es un desastre que viene acumulándose de lejos, un desastre que los dos partidos comparten en términos de responsabilidad. Trump, nos dicen, es un sexista, un racista, etc. Y es cierto, es un tipo repugnante. ¿Pero qué decir de los 60 millones que lo votaron? ¿Hay 60 millones de racistas, misóginos? Termino con una anécdota que leí en un artículo de uno de los pocos periodistas serios en los EE. UU., que se tomó el tiempo de averiguar lo que estaba pasando en el “fly over country” (como se conoce a la parte central del país). En mayo viajó por Ohio e Indiana hablando con obreros, sindicalistas. En Fort Wayne (Indiana) habló con el dirigente local de la AFL-CIO. Fort Wayne solía ser un centro típico industrial en el medio-oeste, de producción de maquinaria agrícola. Con el NAFTA y otras políticas económicas llevadas a cabo por demócratas y republicanos, ha perdido una buena parte de sus fuentes de empleo. El dirigente confesó que una buena parte de sus exafiliados iban a votar a Trump, pero dijo también. “Lo van a votar no por su racismo, por su posición anti inmigrante sino a pesar de esto.
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Fotografía: Wikimedia.
La derrota de Hillary Clinton y el debate sobre el impacto de las mujeres en el poder
Hillary Clinton y su techo de cristal El resultado de las elecciones en Estados Unidos estuvo signado por la crisis del bipartidismo y la bronca con el establishment. La derrota de Hillary Clinton estuvo además marcada por el poco entusiasmo que generó entre la juventud y las mujeres. ¿Por qué no la acompañaron en su epopeya de romper el “techo de cristal”? CELESTE MURILLO Comité de redacción.
Hillary Clinton esperaba ser nombrada como la primera presidenta de Estados Unidos. Para la gran noche, su campaña había reservado el centro de convenciones Jacob K. Javits, un imponente edificio con techo de cristal. No conocemos los detalles del festejo planeado porque nunca sucedió. Pero sabemos que, como un mal chiste del destino, el centro lleva el nombre de un diputado republicano, que decidió unirse a ese partido en rechazo a las maniobras y la corrupción dentro del Partido Demócrata. En el contexto de la crisis del bipartidismo y la bronca con los políticos del establishment, que analizamos en este número, una de las primeras preguntas que se desprende de la derrota de Clinton es: ¿era la candidata de las mujeres? Y en ese caso, ¿de qué mujeres? Los datos preliminares1 muestran que, ante todo, polarizó el
voto femenino: el 52 % votó por ella pero un nada despreciable 48 % eligió a Trump, un misógino confeso. Aunque ganó entre aquellas de las minorías étnicas, que en total rondaban el 19 % del electorado, no pudo imponerse en el bloque mayoritario que son las mujeres blancas –37 % del electorado–, donde perdió frente a Trump 43 % a 53 %. La hipótesis de que las mujeres blancas se plegarían a la epopeya de romper el “techo de cristal más importante del mundo” simplemente no se dio y, al mismo tiempo, se subestimó la imagen negativa de Clinton como representante del establishment y la lejanía que sienten con el “feminismo” que representa Clinton muchas mujeres. Así como no pudo conquistar a las feministas jóvenes durante las elecciones primarias, que apoyaron mayoritariamente (70/30)
a Bernie Sanders2, tampoco pudo convencer a muchas mujeres de que era su candidata. Ese rechazo, expresado a derecha y a izquierda, nos lleva a otra pregunta: ¿qué feminismo defiende Hillary Clinton?
Los techos y los sótanos del feminismo Una joven feminista se refirió a Clinton de la siguiente forma: “Puede que sea una mujer, pero también es blanca, rica, privilegiada y heterosexual”. Para las millennials (menores de 35 años) Clinton es ante todo representante de la élite que gobierna el país hace décadas, y aunque se consideran feministas no se sienten parte del feminismo que ella defiende, que podría definirse como neoliberal, usando las palabras de Nancy Fraser, o imperial, si leemos a Zillah Eisenstein. Ambas definiciones apuntan
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a las causas características de las mujeres blancas, heterosexuales de clase media y alta. En ese discurso, se transforman en “universales” los valores y problemas de profesionales y universitarias de los países imperialistas, dejando en un plano secundario (o inexistente) los problemas de la mayoría de las mujeres. Clinton representa un tipo de feminismo neoliberal centrado en romper el techo de cristal. Eso significa eliminar los obstáculos que impiden a mujeres más bien privilegiadas, con buena formación, y que ya poseen grandes cantidades de capital cultural y de otro tipo, subir en los escalafones de gobiernos y empresas. Las principales beneficiarias de este feminismo son mayoritariamente mujeres privilegiadas, cuya posibilidad de ascender depende en buena medida del enorme grupo que se encarga del servicio doméstico y el cuidado familiar, también muy feminizado, además de muy mal pagado, muy precario y racializado3.
La precisa definición de Nancy Fraser ubica la demanda del “techo de cristal” justamente en el contexto de este feminismo, que ha renunciado a la crítica de la relación entre patriarcado y capitalismo y reducido su plataforma a una serie de demandas de las mujeres de clase media profesional. Ese feminismo que alienta “la idea de la posibilidad de una batalla puramente individual, donde las mujeres eligen cómo vivir su vida (las que pueden hacerlo, por supuesto)”4, hace que un gran sector de mujeres sienta como ajena esa lucha por la igualdad y contra la discriminación porque tiene poco que ver con sus problemas. Desde que Hillary Clinton pensó en postularse a presidente, se preguntó repetidas veces si elegirla representaría alguna diferencia para las mujeres. ¿A qué mujeres hubiera ayudado su victoria? ¿De qué forma abordaría los problemas que el patriarcado y la misoginia plantean para las mujeres de todas las clases y razas, en casa [EE. UU., N. de R.] y en el mundo? En sus políticas y retórica, habla de romper y abrir techos mientras la mayoría de las mujeres en Estados Unidos y el mundo siguen estando en los sótanos5.
Zillah Eisenstein, activista feminista y profesora emérita del Departamento de Política del Ithaca College, expande su definición: no solo representa Clinton un feminismo de clase alta y profesional sino que además convive con los intereses imperialistas (al omitir las críticas a la dominación imperialista, la política exterior y los valores occidentales, utilizados incluso como justificación para la injerencia directa en regiones como Medio Oriente). Algo que suena tan contradictorio está, sin embargo, ampliamente instalado mediante la “universalización” de los valores feministas, que reduce los
“derechos de las mujeres” a los derechos de algunas mujeres (de Occidente). Cuando una mujer es presidenta, nos dicen –a las mujeres– que se ha roto el techo de cristal. Escucharemos que ahora estamos en una era posfeminista. Pero este “nosotras” sigue siendo demasiado rico, demasiado blanco, demasiado imperial, demasiado capitalista, demasiado todo lo que la mayoría de las mujeres (y varones) no son6.
Esa serie de “demasiado todo lo que la mayoría no es” se aplica a las mujeres en EE. UU., a la mayoría blanca y con mayor dureza a las afroamericanas y las latinas. Existen dos factores sensibles como el acceso a la salud (que incluye los derechos reproductivos) y el salario, que incluye a la vez dos problemas: la brecha salarial, por un lado, y la sobrerrepresentación femenina en el salario mínimo, por otro. EE. UU. posee la tasa de mortalidad materna más alta del mundo desarrollado. Entre las mujeres blancas es de 12,5 (cada 100.000 nacidos vivos), entre las afroamericanos casi llega a 43. Esta tasa es de 9,6 en Francia y 4 en Suecia7. Con respecto al salario, las mujeres son mayoría entre quienes perciben el salario mínimo (son dos tercios, cuando representan la mitad de la clase trabajadora). En cuanto a la brecha salarial, EE. UU. compite con países como Argentina y Ecuador, y está muy lejos de Alemania o Noruega, según el índice del Foro Económico Mundial. La desigualdad no es solo económica; para las estadounidenses no existe (salvo excepciones como la ciudad de San Francisco) la licencia por maternidad paga. Esto, junto con los costos siderales del cuidado infantil, ha resultado en una cantidad nunca vista de mujeres que se retiran del mundo laboral, menos por deseo que por la imposibilidad de afrontar los gastos (según el Pew Research, la tendencia de mujeres que no trabajan fuera del hogar dejó de descender desde 1999). No por nada, en pleno movimiento feminista en los años 1970, la consigna de guarderías públicas movilizó a amplias franjas de las mujeres, presionando incluso su votación en el Congreso, aunque Richard Nixon terminó vetándola porque iba contra los valores de la crianza familiar (según sus palabras). Estas mujeres componen un sector importante de las mujeres blancas que no se sintieron beneficiarias de la ruptura del “techo de cristal”, porque están muy lejos de él (con excepción de las universitarias y posgraduadas, secciones donde Clinton ganó). La distorsión de las causas feministas hecha por las demócratas liberales, como Hillary y otras mujeres asociadas más al establishment que a las masas de jóvenes y trabajadoras, abre el camino a un feminismo conservador que, aunque parezca un oxímoron, empieza a expresarse en figuras como la de Ivanka Trump –enarbolada como mujer empoderada dentro
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de la administración de su padre– o como lo fue Carly Fiorina8 –ex CEO y candidata en la primaria republicana. En el marco de ese feminismo neoliberal o imperialista, la derecha también busca ganarse un lugar.
Las mujeres en el poder, ¿nosotras o ellas? El “nosotras” que menciona Einsentsein plantea la pregunta acerca de quiénes son las mujeres que llegan al poder. Su inclusión en puestos de alto rango y de algunos aspectos de la “agenda” feminista en discursos y campañas, al tiempo que el feminismo se deshacía de cualquier crítica radical, trocó el objetivo de la transformación social9 por el de la integración a las democracias capitalistas por arriba y la “liberación” individual por abajo. Lo que significó un “reconocimiento” del impacto del feminismo de la segunda ola se vio acompañado por un abandono de la crítica radical de la sociedad. Una operación que Fraser definió de la siguiente forma: Esto podría explicar por qué las ideas feministas, que una vez formaron parte de una visión radical del mundo, se expresen, cada vez más, en términos de individualismo. Si antaño las feministas criticaron una sociedad que promueve el arribismo laboral, ahora se aconseja a las mujeres que lo asuman y lo practiquen. Un movimiento que si antes priorizaba la solidaridad social, ahora aplaude a las mujeres empresarias. La perspectiva que antes daba valor a los “cuidados” y a la interdependencia, ahora alienta la promoción individual y la meritocracia10.
La idea de que la llegada de las mujeres al poder representa un avance para las mujeres de conjunto no nació con la campaña de Clinton ni se clausura con su derrota. Hace algunas décadas, la británica Margaret Thatcher dejó de ser la única “dama de hierro”. La presencia de mujeres al frente de los Estados como presidentas, cancilleres, primeras ministras o encabezando la diplomacia y los ejércitos imperialistas, ya permiten responder la pregunta de si han representado beneficios para las mujeres o si, en cambio, se han transformado en personal político de un orden social que sostienen y reproducen. Condoleezza Rice comandaba la diplomacia de EE. UU. mientras su Ejército ocupaba Afganistán e Irak, durante el gobierno de George W. Bush. La llegada de una afroamericana a ese cargo despertó ilusiones; un “triunfo de la igualdad”, pero a la vez abría un sinfín de interrogantes. ¿Igualdad para liderar un Ejército que además de bombardear e invadir países, viola a mujeres y niñas iraquíes (además de violar a sus propias soldados)? ¿Fue un “logro” feminista? La propia Hillary Clinton, como secretaria de Estado de Obama en 2011, fue una de las tres mujeres que lo aconsejaron a bombardear »
DOSSIER
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Libia en el contexto de la “Primavera árabe”. Junto con Samantha Power (Consejo de Seguridad Nacional) y Susan Rice (embajadora de EE. UU. en la ONU) estuvieron al frente de las operaciones militares. La búsqueda de la igualdad de género sin cuestionar el orden social basado en la desigualdad, la explotación y la opresión, derivó en la integración que solo fue resistida por una minoría de feministas y marxistas que señalaron y señalan ese problema correctamente11. Angela Merkel, canciller de Alemania, Theresa May, primera ministra del Reino Unido, Christine Lagarde, al frente del Fondo Monetario Internacional, son solo algunas de las representantes de una suerte de “femocracia” que ofrece una imagen muy definida de las mujeres en el poder. Merkel obtuvo el reconocimiento de la plana mayor de la Unión Europea por su dura negociación con Grecia, que no significó otra cosa que asfixia fiscal y el hundimiento en la pobreza de la población griega. Otro “logro” de esta “dama de hierro” es el acuerdo con Turquía para blindar las fronteras de la Unión Europea e impedir la entrada de refugiados, cuya mayoría son mujeres, niñas y niños12. Si la presencia de las mujeres puede tener algún peso simbólico, por haber estado vedadas en la vida política durante años y ser una minoría, no existen muestras de que sus gestiones beneficien a las mujeres. No es posible citar políticas de Estado a favor de la mayoría de las mujeres o que solucionen los problemas estructurales en los que se basa la discriminación y la desigualdad (ni hablar de la opresión) para las que haya sido decisiva la presencia de una mujer. Las latinoamericanas conocemos la experiencia de primera mano. Las presidencias de Dilma Rousseff en Brasil y Cristina Kirchner en Argentina no significaron avances o mejoras. Es innegable que su presencia tuvo impacto en el imaginario de muchas mujeres que tenían expectativas en la llegada de “una de las nuestras”, pero esas expectativas se chocaron demasiado pronto con la realidad de que son “una de ellas”. Ni Dilma ni Cristina abogaron por los derechos de las mujeres, ambas se comprometieron en campaña a no legalizar el derecho al aborto y cumplieron, mientras el aborto clandestino es, junto a la violencia machista, un verdadero femicidio contra las mujeres pobres. La segunda presidencia de Michelle Bachelet en Chile habilitó el debate de la despenalización del aborto en casos especiales, aunque se mantiene casi intacta la Constitución heredada de la dictadura pinochetista.
Donde existen derechos, donde se han impedido ataques mayores, han sido las mujeres movilizadas las protagonistas. Sin ir más lejos, en las marchas españolas de 2014 contra el proyecto del gobierno del Partido Popular para restringir la despenalización del aborto, o las más recientes de Polonia, donde la movilización masiva de mujeres fue el freno para el intento de prohibir el derecho al aborto. La protesta sigue siendo para las mujeres la vía más efectiva para hacer escuchar sus demandas mucho más efectiva que el lobby parlamentario o la “paciencia infinita”13 como la que se espera de las islandesas que, a más de 40 años del “viernes largo” de 1975, siguen marchando por la igualdad salarial.
forma desproporcionada a las mujeres que registran los porcentajes más grandes de desempleo, precarización y violencia. Nuestra lucha por la emancipación femenina late al ritmo impaciente de esa mayoría de mujeres que aspira no solo a liberarse del sometimiento y la opresión por su género sino a liberar a la humanidad de toda explotación y opresión.
No es el género, es la política El “choque de civilizaciones” entre las jóvenes pro Sanders y el tándem de la exsecretaria de Estado Madeleine Albright y la periodista feminista Gloria Steinem en las primarias demócratas expresó un desencuentro político y generacional en el feminismo. De un lado, jóvenes sobreeducadas y subempleadas, con salarios bajos y sus derechos bajo ataque, y del otro, políticas de carrera, celebrities y profesionales instándolas a que se alineen detrás de Clinton para romper el “techo de cristal”. Las jóvenes que apoyaron una plataforma contra el establishment y la desigualdad, por el acceso gratuito a la salud y la educación, están muy lejos de ese techo. Al contrario, se encuentran más cerca del sótano, donde vive la mayoría de las mujeres. Incluso para muchas mujeres adultas, Clinton no hablaba de sus problemas e intereses, como lo resumió la actriz Susan Sarandon, cuando un presentador de noticias intentó obligarla a elegir entre Clinton y Trump: “Hay grandes mujeres a las que admiro que han presidido países […] pero yo no voto con mi vagina, esto es más importante que eso”14. Entre otras subestimaciones de parte del Partido Demócrata, estuvo aquella que esperaba que las mujeres votaran a Clinton por su género, dejando de lado sus políticas, y que la acompañaran en su lucha por su feminismo. ¿Más mujeres en puestos de poder significan un avance en la lucha contra la discriminación y machismo? Sí y no. Sí, porque muestra que las mujeres a lo largo de la historia conquistaron, con la movilización, lugares que antes les eran vedados. Y no, porque su integración a esos puestos en los Estados capitalistas colabora con el sostenimiento y la reproducción del orden social actual, que sigue apoyándose en la explotación y la desigualdad, que afecta de
1. Los únicos datos de boca de urna disponibles corresponden a CNN (disponibles en cnn.com). 2. C. Murillo y J.A. Gallardo, “La insatisfacción juvenil y el fenómeno Bernie Sanders”, IdZ 27, marzo 2016. 3. “Clinton defiende un tipo de feminismo neoliberal, solo para mujeres privilegiadas”, entrevista de Álvaro Guzmán Bastida a Nancy Fraser, Contexto, 20/04/2016. 4. C. Murillo, “Feminismo cool, victorias que son de otras”, IdZ 26, diciembre 2015. 5. Zillah Eisenstein, “Hillary Clinton’s Imperial Feminism”, The Cairo Review of Global Affairs, otoño 2016. 6. Ídem. 7. Ver F. Beaugé, “No todas son Hillary Clinton”, Le Monde Diplomatique, octubre 2016. 8. Ver C. Hoff Sommers y C. Rosen, “How Carly Fiorina Is Redefining Feminism”, Politico, 28/10/2015. 9. Esta integración no es una consecuencia lógica sino que representa una desviación de las principales demandas del movimiento de mujeres, especialmente en la segunda ola del feminismo de los años ‘60 y ‘70 que representó el divorcio entre la crítica a la sociedad capitalista y la lucha contra el patriarcado. Ver sobre esta discusión, A. D’Atri y L. Lif, “La emancipación de las mujeres en tiempos de crisis mundial”, IdZ 1 y 2, agosto/septiembre 2013. 10. N. Fraser, “De cómo cierto feminismo se convirtió en criada del capitalismo. Y la manera de rectificarlo”, sinpermiso.info, 20/10/2013. 11. Ver A. D’Atri, “Fracaso de la igualdad, fracaso de la diferencia”, Estrategia Internacional 21, 2004. 12. Unicef estimó que por primera vez estos sectores conforman la mayoría (60 %) de los refugiados. 13. Se estima que, en base a la tendencia actual, recién en 2068 se eliminaría la brecha salarial de género. “Women in Iceland to Leave Work at 2:38 PM”, Iceland Review, 24/10/2016. 14. “Susan Sarandon en contra de Trump y Clinton”, La Izquierda Diario, 7/11/2016.
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Fotomontaje: Juan Atacho
la juventud y la crisis del sueño post Apartheid Desde finales de septiembre de este año el movimiento estudiantil universitario sudafricano ha vuelto a ocupar un papel destacado en la vida política del país. Las movilizaciones que durante los últimos meses de 2015 derrotaron el intento de aumento en las tasas de inscripción de las universidades, lejos de ser un episodio aislado, han vuelto con más fuerza y un reclamo renovado, la demanda por una educación gratuita. Diego Sacchi Redacción La Izquierda Diario. El nuevo anuncio del ministro de Educación Superior Blade Nzimande (también secretario general del Partido Comunista de Sudáfrica) del aumento para 2017 del 8 % en las cuotas que deben pagar los estudiantes universitarios, fue la chispa que encendió las protestas que recorren las universidades de una punta a la otra del país. Sudáfrica está viviendo el mayor proceso de lucha en el movimiento estudiantil desde la caída del Apartheid, hace ya más de 20 años. Bajo el lema de #FeesMustFall (las tasas deben caer) los estudiantes universitarios son la expresión de un proceso profundo que atraviesa la juventud sudafricana, una generación nacida en los años posteriores a la caída del Apartheid, que creció bajo el sueño de un país “igualitario” y choca con la realidad en la que millones continúan sufriendo la desigualdad heredada del régimen racista.
Las universidades son una muestra de esa desigualdad. Las tasas de matrícula varían dependiendo la institución que se elija, pero pueden llegar hasta los 60.000 rands (4.000 euros) para los estudiantes de medicina en algunas de las más prestigiosas casas de estudio, en un país donde las familias blancas ganan hasta seis veces más que las familias negras, según cifras oficiales. Pero la diferencia en el valor de las tasas de las matrículas no solo se dan al elegir la universidad donde se estudiará, también varían según la carrera, lo que ha llevado a que la mayoría de los estudiantes negros que ingresan a las universidades lo hagan para estudiar carreras humanísticas por ser las más económicas. Pero el reclamo contra la restricción que supone las tasas en la matricula universitaria es una parte del profundo cuestionamiento que ha despertado entre los estudiantes.
La desigualdad racial despierta el reclamo estudiantil El amplio movimiento de descontento estudiantil es la expresión de años de protestas y frustraciones, centradas en las universidades conocidas por albergar a la mayoría de estudiantes negros. Las reformas impulsadas por el Congreso Nacional Africano (CNA) se basan en una estrategia denominada GEAR (por sus siglas en inglés, Crecimiento, Empleo y Redistribución), cuyo objetivo era promover la ortodoxia económica (liberalizando y abriendo el país al capital internacional después de años de “aislamiento” producto de la sanción internacional al “Apartheid”) y, por otro lado, luchar contra la pobreza y la desigualdad racial, desarrollando políticas de discriminación positiva (como la imposición de cuotas raciales, etc.). En las universidades suponía fusionar aquellas »
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SUDÁFRICA
que eran históricamente negras con las tradicionalmente blancas. Esto llevó a que las “altas casas de estudio” exclusivas para un sector privilegiado blanco durante años experimentaran una gran afluencia inicialmente de estudiantes negros, principalmente los hijos e hijas de la nueva clase media negra que se había desarrollado especialmente durante los años del boom de las materias primas de finales de 1990 hasta mediados de la década de 2000. El CNA había prometido transformar la educación a fin de “masificar” las universidades y permitir el acceso a las instituciones que estaban reservadas para la élite blanca, a la mayoría de la juventud negra. Pero esas promesas no pasaron de tibias reformas institucionales mientras se mantuvo en lo esencial el carácter racista y elitista de los años del Apartheid. En ese clima de discriminación y desigualdad se fue gestando la irrupción del movimiento estudiantil.
Descolonizar las universidades, la lucha contra la herencia ideológica del Apartheid El monumento dedicado a Cecil Rhodes, un empresario, político y colonizador británico y fundador de la influyente Fundación Rhodes, recibía a los estudiantes de la Universidad de Ciudad del Cabo (UCT por su sigla en inglés) recordando el objetivo que tuvieron durante años las universidades sudafricanas: formar a lo mejor de la élite colonialista del país. Los pedidos de grupos de estudiantes y las protestas para que se retire el monumento se acumulaban año tras año, sin que fueran atendidas. En marzo de 2015, un estudiante lanzó excrementos a esa estatua. El Dr. Max Price, vicecanciller de la universidad, afirmó que estaba sorprendido porque las manifestaciones anteriores habían sido efímeras. Resumiendo el sentimiento que expresaban los estudiantes dijo: “Se conectó con la alienación que sienten los estudiantes negros; y una estatua es la forma perfecta de articularla”, y explicó que ...la cultura del lugar se siente blanca. La arquitectura, inspirada en Oxford y Cambridge, es europea. Obviamente, el idioma de enseñanza es el inglés. Lo que emulamos y lo que aspiramos a ser, son las universidades de élite de Estados Unidos y Europa.
La estatua fue vista como un símbolo del pasado opresivo bajo el colonialismo y el Apartheid, por eso la campaña #RhodesMustFall se extendió como una protesta general contra la falta de transformación en las universidades. Los estudiantes alcanzaron su primera meta al obligar a la institución a retirar la estatua de Rhodes. Ese primer éxito fue la chispa para que un profundo cuestionamiento al carácter elitista de las universidades, la chispa que encendió un movimiento que viene radicalizando al movimiento estudiantil universitario sudafricano. Los estudiantes exigen una transformación universitaria y la descolonización: equidad
racial, una cultura del campus diferente, una reforma curricular que incluya temáticas africanas y sus tradiciones, incluyendo historia africana, filosofía, luchas anticoloniales y el poscolonialismo. También reclaman más profesores africanos negros (por ejemplo, en la UCT hay sólo cinco de más de 250 profesores sénior).
Un movimiento estudiantil proobrero La otra cara del movimiento #FeesMustFall, es como este unió sus reclamos a los de los sectores más explotados de las universidades, mediante la campaña conocida como #EndOutsourcing, que exige terminar con la tercerización en la universidad. Una campaña que reclama el derecho de los trabajadores contratados, que realizan distintos servicios, a que trabajen directamente en la Universidad bajo mejores condiciones laborales. Una muestra del cambio que supuso en el movimiento estudiantil esta campaña de solidaridad hacia los trabajadores se puede ver en la Universidad de Wits. Allí los estudiantes expresaban los intereses de su movimiento de la siguiente manera: Después de tres semanas de acción de protesta de los estudiantes en las instituciones de educación superior de todo el país, caracterizada por varios incidentes de violencia policial y por la brutalidad de la seguridad privada en el campus de Wits, estas victorias son testimonio de la creencia de principios del movimiento de que no se pueden resolver los problemas de los estudiantes pobres y de clase obrera negros trabajando sin resolver los problemas de los trabajadores negros marginados en los campus.
La solidaridad estudiantil con el movimiento obrero no ha quedado reducida a las universidades. En las más importantes se han organizado comisiones que llevan el apoyo a las luchas obreras en cada ciudad, siendo una de las más destacadas la de los estudiantes de la UCT. Tan significativo es este cambio en el movimiento estudiantil que a pocos días de firmarse el acuerdo entre el sindicato minero AMCU y la multinacional Lonmin (la empresa en la que fueron asesinados 34 mineros en Marikana en agosto de 2012) uno de los responsables gubernamentales en lograr este acuerdo celebraba haber evitado una huelga minera ya que “los estudiantes hubieran tomado las calles en apoyo a los mineros”.
Los estudiantes como caja de resonancia Históricamente, las luchas estudiantiles en Sudáfrica jugaron un rol pívot del descontento general, ya sea en 1960, 1976 o 1985. El enorme respaldo y simpatía no solo pasiva, sino también activa, que despertó en la población su determinación de luchar hasta el final, lo demuestran. Esta lucha de la juventud contra la desigualdad y el racismo que, a más de dos décadas de la caída del Apartheid, continúan
en Sudáfrica, no solo se centra en las universidades. A principios del mes de septiembre de 2016 el reclamo de una joven negra de 13 años despertó un movimiento contra los reglamentos racistas en las escuelas de educación media, en varias regiones del país. Zulaikha y sus compañeras se rebelaron contra las regulaciones que por ejemplo dicen, “Todos los peinados deben ser conservadores, pulcros y acordes con el uniforme del colegio. No se permitirán estilos excéntricos”. Para ella y sus compañeras, su peinado representa un orgullo que se remonta a lo largo de la historia como una reivindicación de su identidad negra, y que durante los años del Apartheid sufría los intentos de las autoridades colonialistas de amoldar el cabello a los cánones europeos. Luego de que décadas atrás el CNA con Mandela a la cabeza evitara la caída por la movilización del régimen colonialista, las promesa de una república multirracial y de la igualdad social y económica entre blancos y negros tras la caída del Apartheid se desvanecen ante la discriminación y desigualdades que día a día viven millones de negros en Sudáfrica. Las acciones de los estudiantes son la expresión de una insatisfacción nacional mucho más amplia con respecto a la política del gobierno del CNA que, lejos de conseguir iguales derechos para todos, ha beneficiado solo a una pequeña élite negra que actúa como gerente de los negocios de las multinacionales. La transición pactada a la democracia que salvó los privilegios de la minoría blanca en Sudáfrica a comienzos de la década de 1990 debió hacer ciertas concesiones formales como el voto o el acceso a la universidad para la mayoría negra con el objetivo de desviar el proceso de movilización de la clase obrera negra que estaba en curso en la década de 1980 y amenazaba con derribar al régimen racista. La república multirracial no transformó las bases económicas, sociales y culturales fundamentales del régimen del Apartheid. El descontento con la desigualdad que continúan sufriendo millones de trabajadores y el pueblo pobre negro en el país, junto con la creciente desconfianza hacia los dirigentes del CNA y sus aliados del Partido Comunista sudafricano y la burocracia sindical transformados en una casta al servicio de las multinacionales y las élites locales, motorizan el surgimiento de nuevos fenómenos políticos en los que la juventud es vanguardia. Como parte del resurgir de las movilizaciones en el mundo, en especial las que protagonizaron los estudiantes chilenos contra la herencia pinochetista en la educación, el rechazo a la reforma educativa en el Estado español o que enfrentan en Brasil el ajuste del gobierno golpista de Temer, los jóvenes sudafricanos inscriben su nombre en este proceso que recorre el mundo.
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Europa a referéndum
Fotomontaje: Hidra Cabero
La apelación a consultas directas para dirimir cuestiones centrales reavivó el debate sobre su legitimidad. Mientras las élites tradicionales las condenan por populistas y otros las proponen como vía para una regeneración democrática de la Unión Europea, la tendencia a una creciente separación entre representantes y representados que alimenta la crisis capitalista subyace como telón de fondo, rehabilitando el debate sobre los límites de la “ciudadanía democrática” del Estado burgués y el proyecto europeísta. PAULA SCHALLER Lic. en Historia.
¿Una populización de Europa? El terremoto del Brexit llevó a muchos a cuestionar la validez de someter a consulta definiciones centrales. “Presentarnos un referéndum una vez cada 20 años, privándonos en gran medida de una información exacta en una niebla de eslóganes y retórica, no es manera de adoptar una decisión responsable. Y tampoco de volver a empoderar a una ciudadanía sin poder”, planteó la académica británica Mary Beard, habitual columnista en The Times. Opiniones como esta reflejan la preocupación con que las élites europeístas ven a mecanismos a los que juzgan como propios de “formas de dominación populistas”. Históricamente los regímenes presidencialistas fueron más proclives a echar mano de mecanismos de consulta directa como formas limitantes de la intermediación parlamentaria, como lo muestran los
109 referéndums realizados en Latinoamérica en los últimos 40 años1. En Europa, además del británico, se realizaron este año referéndums en Holanda, que rechazó el estrechamiento de vínculos entre la UE y Ucrania; y en Hungría, que rechazó la política de cuotas de reubicación obligatoria de refugiados establecido por la UE. Aunque este último es inválido por no alcanzar el 50 % del padrón, se enmarca en la tendencia embrionaria, si bien no generalizada, a apelar a consultas para dirimir políticas que tensionan los márgenes de soberanía de los países de la UE. Estos, sumado al que en 2015 rechazó en Grecia el ajuste de la troika (UE, Banco Central Europeo y FMI), tienen en común haber sido postulados por los gobiernos o asumidos por parte de la sociedad como vehículos de defensa de la soberanía nacional frente a las
instituciones supranacionales de la UE. Por esto, muestran el reemerger de los nacionalismos que esta estaba llamada a disolver desde su creación, otra muestra de la perdurablidad del Estado-nación contra la utopía europeísta de superarlo en clave burguesa. El pedido de replicar los referéndums fue asumido por la derecha soberanista, como Marine Le Pen del Frente Nacional en Francia, Matteo Salvini de la Liga Norte italiana, y Geert Wilders del Partido de la Libertad holandés; mientras en Hungría, el conservador primer ministro Víktor Orban propagandizó el slogan “Elegimos entre Bruselas o Budapest”. Contra una derecha populista que exige consultas directas para capitalizar con un programa antiinmigrante el descontento social, las tendencias del centro político como el socialismo francés las rechazan: “un referéndum no puede ser la manera de librarse de un problema. Y »
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IDEAS & DEBATES
aún menos una manera encubierta de solucionar problemas de política interior. Hemos visto el resultado de jugar a aprendiz de brujo”, expresó el primer ministro Manuel Valls luego del Brexit. Hay que ver en qué medida lo que Tariq Alí llamó el “extremo centro” logra contener las demandas que canaliza la derecha soberanista, hoy alentada por el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, que presiona hacia una populización de las formas políticas.
Es la crisis ¿Por qué los gobiernos deciden someterse a referéndums de resultado incierto? Analizándolo, el historiador holandés Ian Buruma plantea: El problema fundamental es que una gran cantidad de personas no se siente representadas. Las viejas políticas partidarias gobernadas por antiguas élites que ejercen el poder a través de las redes de influencia tradicionales ya no ofrecen a muchos ciudadanos la sensación de participar en una democracia. La democracia directa no restablecerá la confianza del pueblo en sus representantes políticos, pero si no se recupera un mayor nivel de confianza, el poder irá a manos de los líderes que afirman hablar con la voz del Pueblo, y de eso nunca salió nada bueno2.
Los referéndums son en gran medida subproducto del desprestigio de las representaciones políticas tradicionales con el emerger de nuevas formas de pensar que estimula la crisis capitalista, que alimenta nuevos fenómenos político-ideológicos tanto a izquierda, como los neorreformismos tipo Syriza en Grecia y Podemos en el Estado Español; como a derecha con los partidos xenófobos al estilo del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), el Frente Nacional francés, el Partido de la Libertad en Austria, etc. Estos expresan cambios subjetivos en la conciencia de cientos de miles, que la tradicional dinámica parlamentaria no alcanza a reflejar ni a metabolizar. El propio Cameron se vio presionado a la convocatoria al referéndum por el fortalecimiento del UKIP y el pase a este de varios de sus diputados. La apelación a la consulta directa intenta canalizar por carriles institucionales las aspiraciones de sectores de masas, ampliando la capacidad de representación política de los gobiernos. Entrampado entre el interés del gobierno de represtigiarse y la intención de la derecha de ampliar la base de apoyo de su programa xenófobo, en el referéndum británico ninguna de las opciones en pugna era favorable para los trabajadores, inmigrantes y la población pobre. La crisis capitalista que recorre los países centrales vino a agudizar el carácter contradictorio de una dicotomía inherente a la
propia constitución de la UE, tornándola más visible para millones: la existente entre las instituciones que representan la “gobernanza” y los márgenes de soberanía popular de sus países miembro, reavivando el debate sobre el carácter de su régimen político.
Las dos almas de la UE: entre la “gobernanza” y la soberanía popular. En un reciente artículo de Le Monde Diplomatique, Anne Cécile Robert, ubicada en el campo de los teóricos críticos de lo que denominan una postdemocracia, interpreta que la UE viene operando una deslegitimación de la democracia, impulsando un cambio de régimen político: Dentro de este sistema, denominado gobernanza, el pueblo es sólo una de las fuentes de la autoridad de los poderes públicos, en competencia con otros actores: los mercados, los expertos, la sociedad civil. Conocemos el papel estratégico que los redactores de los tratados comunitarios atribuyen a la expertocracia: la Comisión (…) es la “guardiana de los tratados” en lugar de órganos políticos como el Consejo de Ministros o el Parlamento. Lejos de ser puramente técnica, la gobernanza es un concepto ideológico tomado de la ciencia administrativa anglosajona, contemporánea al avance del neoliberalismo. Apunta a menos Estado, a extender el mercado3.
Instituciones que no responden al voto popular y son constitutivas de la arquitectura institucional de la UE tales como la Comisión Europea o el Banco Central Europeo adquieren cada vez más injerencia sobre las decisiones de los Estados, revelando que su esencia última es la de asegurar el “dominio despótico del capital” de las burguesías más poderosas. Así lo establecen mediante sus tratados como el de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza (TSCG), verdadero pacto de neocoloniaje usado para imponer severas restricciones fiscales, control de los presupuestos públicos y de las políticas bancarias de los países en crisis como el Estado Español, Grecia, Portugal, Italia, etc. Al calor de la crisis la UE se vio atravesada por la emergencia de grados iniciales de lo que Antonio Gramsci definió como cesarismos, soluciones arbitrarias e inestables a las que recurren los representantes políticos del gran capital para ubicarse por encima de las contradicciones sociales profundas4. Frente a la polarización social desatada por las crisis, las instituciones democrático-parlamentarias pasan a un segundo plano y cobra vigor “la posición relativa del poder de la burocracia (civil y militar), de las altas finanzas, de la Iglesia, y en general, de todos los organismos relativamente independientes de las fluctuaciones de la opinión pública”5, como hemos
visto expresado en la caída de gobiernos y la conformación de “gabinetes técnicos” a la medida de los dictados de la troika, como los casos de Papandreu en Grecia (2011-2012) y Monti en Italia (2011-2012), o la imposición de planes de austeridad contrarios a la voluntad de las urnas como en el referéndum griego. Esta tendencia es lo que intelectuales como Razmig Keucheyan diagnostican como una “suspensión de la democracia” en función de formas crecientemente cesaristas de gobierno: Las dinámicas (…) generadas en el seno de la Unión Europea evocan una forma de cesarismo no militar sino financiero y burocrático. Entidad política con soberanía fragmentada, Europa solo ve su unidad garantizada por la burocracia bruselense y la injerencia estructural de las finanzas internacionales en su funcionamiento6.
Chantal Mouffe también insistió en la pérdida de democracia de la UE, sosteniendo que “el elemento liberal de las democracias” se ha vuelto predominante, subordinando, y “… en algunos casos eliminando el elemento democrático, el de la igualdad y la soberanía popular”: ...si uno pregunta en Europa qué es la democracia (…) nadie va a hablar de soberanía popular y de igualdad. Algunos teóricos hasta sostienen que todo eso se ha vuelto obsoleto. No es sólo que la tradición liberal se ha vuelto hegemónica, sino que hay una interpretación específica, neoliberal, de esa tradición. Esto es lo que ocurre en Europa y en Estados Unidos, por eso es que muchos teóricos hablan de una postdemocracia, de una democracia que ha perdido todo sentido democrático7.
Pero las tendencias bonapartistas de la UE lejos de explicarse por el triunfo de una “tradición liberal” sobre una “republicana-democrática” –lectura idealista subsidiaria de la autonomía absoluta que dan a la política Ernesto Laclau y Chantal Mouffe como factor decisivo del proceso histórico y, más en general, de la primacía del discurso sobre la formación de las identidades y la conciencia política–, se inscriben sobre bases sociales y económicas profundas. La crisis no hace sino desarrollar una tensión de origen connatural a la UE del capital, incapaz de tornar un súper-Estado o un Estado supra-nacional que cimiente una “ciudadanía europea” basada en más amplios derechos sociales y garantías democráticas –incluyendo a los inmigrantes en una ciudadanía plena–, por imperio de los intereses contradictorios de las burguesías europeas que la componen, expresados en las pretensiones hegemónicas de la burguesía alemana que busca avanzar en detrimento de las burguesías más débiles, las
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potencias menores y los países más endeudados, recortando cuotas de soberanía en aras de imponer sus intereses por intermedio de la burocracia de Bruselas. Es sobre el desarrollo de esta tensión actuante en la UE que crecen las tendencias de la derecha soberanista y los neorreformismos, base sobre la que juegan los referéndums percibidos como contratendencias frente a instituciones ubicadas por encima de la soberanía popular.
¿Democratizar Europa? La idea de ampliación de la representación política que comporta un referéndum lleva a muchos intelectuales a impugnarlos desde una visión elitista de la política como resguardo de la institucionalidad. “Este referéndum no es la victoria de los pueblos sobre las élites, sino de gente con poca información sobre la gente educada”, sostuvo en torno al Brexit el intelectual francés Alain Minc en Le Figaro. En la vereda opuesta se ubican quienes los ven como la vía regia para una regeneración en clave democrática de la UE, como el sociólogo Manuel Castells: Europa sólo sobrevivirá con un proceso de relegitimación democrática y construcción institucional de abajo a arriba. Y los referéndums, tan denostados ahora, deben utilizarse como consultas no vinculantes para tomar el pulso de la opinión ciudadana8.
Pero aunque canalicen la bronca popular contra las imposiciones de Bruselas, los referéndums son incapaces de poner un freno a los planes imperialistas, auténticos limitantes de los márgenes de democracia existentes. Como lo muestra el referéndum griego de 2015 donde aunque el pueblo votó por el No al ajuste de la troika por más de 20 puntos, el gobierno de Syriza pactó con aquella. Aunque pueden sabotear los planes políticos del elenco dirigente, como en Inglaterra, ninguna cuestión capital a los intereses de las grandes burguesías será definida por la consulta popular. Adicionalmente, la operación de limitar los términos del “dilema democrático” a la oposición entre gobernanza y soberanía popular supone convertir una contradicción de carácter relativo en absoluta, evitando ingresar en el terreno esencial del contenido social. Al fin de cuentas ¿qué es la soberanía popular bajo la democracia burguesa sino un ariete para sostener la hegemonía social, económica y política de la propia burguesía, que cuando lo requiere mina las libertades democráticas en función de preservar sus intereses? La democracia, que no puede colocarse por encima del régimen social que la engendra, puede tender a autolimitarse en distintos grados –e incluso volverse su contrario, negando su forma con la dictadura abierta– cuando la
clase dominante lo requiera para preservar su dominación social y política, de lo que abunda en ejemplos la década del ‘30 del pasado siglo con la extensión de regímenes fascistas y bonapartistas en la Europa jaqueada por la crisis capitalista.
Los revolucionarios y la táctica del referéndum ¿Equivale esto a desdeñar el papel de las demandas democráticas en la lucha por la revolución social, o negar que los mecanismos de consulta directa puedan cumplir un rol progresivo en la movilización de las masas? Lejos de todo economicismo vulgar, la tradición de los revolucionarios incluye el apoyo táctico a referéndums allí cuando pueden convertirse en canales de denuncia del carácter antidemocrático del régimen, transformándose en punto de apoyo de la organización independiente de las masas. Así sucedió, por ejemplo, con la llamada “enmienda Ludlow” en Estados Unidos en 1937, donde frente a la inminencia del estallido de la Segunda Guerra Mundial la bancada demócrata propuso una enmienda constitucional que estableciera que la declaración de guerra debía ser previamente apoyada por un referéndum. Frente a la adhesión mayoritaria entre las masas a la propuesta, y ante una posición inicialmente sectaria del SWP que se negaba a apoyarla por considerar que sembraba ilusiones pacifistas en detener la guerra por el voto, Trotsky planteó que mientras los revolucionarios no pudieran derrumbar la democracia burguesa debían usar todos los medios proporcionados por esta, por limitados que fuesen, para movilizar a las masas por un programa revolucionario: sabemos que esto no es suficiente ni aun eficiente y proclamamos abiertamente esta opinión, pero al mismo tiempo estamos listos a ayudar al hombre humilde para llevar a cabo su experiencia contra las pretensiones dictatoriales de las grandes empresas. ¿El referéndum es una ilusión? Ni más ni menos que el sufragio universal y las otras medidas de la democracia ¿Por qué no podemos utilizar nosotros el referéndum como utilizamos las elecciones presidenciales?9
Por esto, el Programa de Transición plantea que la sección norteamericana lo sostenía críticamente: Cualesquiera que sean las ilusiones de las masas respecto al referéndum, esta reivindicación refleja la desconfianza de los obreros y los campesinos por el gobierno y el parlamento de la burguesía. Sin sostener ni desarrollar las ilusiones de las masas, es necesario apoyar con todas las fuerzas la desconfianza progresiva de los oprimidos hacia los opresores10.
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Dependiendo su contenido, la progresividad de sus opciones y el interés político-ideológico que despierten entre las masas, los referéndums pueden ser utilizados, a condición de no alentar ninguna ilusión política en que los grandes problemas de las masas obreras y populares serán resueltos por esa vía, para acompañar la experiencia de estas, partiendo de sus legítimas aspiraciones como forma de estimular el desarrollo de su conciencia de clase. Para esto, deben incluir la agitación de un programa obrero independiente, transicional, para la lucha por la efectiva resolución de las cuestiones que somete a votación el referéndum. Una auténtica democracia solo puede nacer de la activa intervención de las masas en la deliberación y el gobierno directo de sus asuntos comunes, cuya forma más desarrollada solo puede surgir sobre la base de un nuevo régimen social. La democracia soviética, a diferencia de la burguesa, ...se basa en la más amplia participación de las masas en el Estado mediante múltiples mecanismos [como la] garantía material de los derechos políticos, la fusión del poder legislativo y ejecutivo, la revocabilidad, el fin de los privilegios de los funcionarios, elección y la participación popular de los tribunales, etc. La democracia soviética es capaz de implementar realmente muchos de los principios republicanos que la burguesía solo declama11.
1. Altman, David , “Votar hasta lograr el resultado”, El País, 8 de julio de 2016. 2. Buruma, Ian, “La farsa del referéndum”, La Vanguardia, 12/03/2016. 3. Robert, Anne Cécile, “La democracia invertida”, Le Monde Diplomatique, octubre 2016. 4. Cinatti, Claudia, “Lucha de clases y nuevos fenómenos políticos en el quinto año de la crisis capitalista”, Revista Estrategia Internacional 28, 2012. 5. Buci-Glucksmann, Christine, Gramsci y el Estado, Siglo veintiuno, p. 385. 6. Keucheyan, Razmig, “Hacia un cesarismo europeo. La suspensión de la democracia en aras de la crisis”, Viento SUR, febrero 2015. 7. Mouffe, Chantal ,“Hay que latinoamericanizar Europa”, Página 12, octubre de 2012. 8. Castells, Manuel, “Europa sólo sobrevivirá con un proceso de regeneración democrática”, La Vanguardia, 20 Julio 2016. 9. Trotsky, León, Guerra y Revolución. Una interpretación alternativa de la Segunda Guerra Mundial, CEIP León Trotsky, p. 57. 10. Trotsky, León, El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional, CEIP León Trotsky, p. 205. 11. Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “Gramsci, Trotsky y la democracia capitalista”, Revista Estrategia Internacional 29, enero 2016.
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Fotomontaje: Juan Atacho
Perry Anderson, Gramsci y la hegemonía JUAN DAL MASO Comité de redacción. En el número 100 de New Left Review, publicado en julio/agosto de este año, Perry Anderson dedica un artículo a la valoración de la obra de los que considera los principales herederos de Gramsci: Stuart Hall, Ernesto Laclau, Ranajit Guha y Giovanni Arrighi. El artículo, titulado “The Heirs of Gramsci”, es sumamente interesante para retomar el debate sobre la cuestión de la hegemonía en el pensamiento de Gramsci, concepto cuyos alcances exploraron y ampliaron en distintos modos los autores elegidos y que fuera también objeto de análisis del propio Anderson en Las antinomias de Antonio Gramsci, publicado hace 40 años1.
De Stuart Hall destaca sus análisis de la crisis del consenso post-bélico en el Reino Unido, la impotencia del viejo laborismo para entenderse con nuevos actores sociales y culturales y el surgimiento de la hegemonía neoliberal, criticando su escaso énfasis en la cuestión “nacional” (según Anderson, mejor considerados por Tom Nairn) y su posición ante el surgimiento del “nuevo laborismo” de Tony Blair. En el caso de Laclau, realiza una crítica de su evolución hacia la teoría de la hegemonía como una teoría del “populismo” cuya imprecisión intrínseca anula cualquier análisis específico de la sociedad a transformar, abriendo
a su vez la vía a una política oportunista como la de Podemos, que se declara “socialdemocracia” al día siguiente de denunciarla. De Ranajit Guha destaca su análisis del poder colonial en la India a partir de una reformulación de las relaciones entre dominación y hegemonía que se compone de los siguientes términos: Dominación y Subordinación, distinguiendo a su vez la Dominación por Coerción o por Persuasión y la Subordinación por Colaboración o por Resistencia. Anderson sostiene que el aporte de Guha es fundamental en cuanto a la comprensión de la cuestión de la hegemonía, incluso precisando cuestiones que en Gramsci habrían quedado indeterminadas,
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pero que el autor subestimó la constitución de una hegemonía “normal” en la India con posterioridad a la independencia y bajo los gobiernos del Partido del Congreso. Sobre Arrighi, Anderson destaca que su desarrollo teórico creativo para pensar el desarrollo del sistema mundial, incorporando en el centro de la cuestión hegemónica la de la superioridad económica. Reivindica sus previsiones sobre el rol de China en la economía mundial pero critica sus ilusiones en el desarrollo de un capitalismo no imperialista con base en Oriente.
De la contingencia a la intemperie Los autores reseñados tienen en común haber desarrollado de modo específico, a veces unilateral, más lejos o más cerca de Gramsci, distintos aspectos que ya estaban presentes o esbozados en la propia teoría gramsciana: aquellos relativos a la problemática de la hegemonía y la voluntad nacional-popular, las clases subalternas, la “guerra de posición” en el sistema de Estados y la temática de “Gran Potencia”. El problema, planteado por Anderson, de la falta de alternativas políticas de estos autores en tanto avanzaban en sus definiciones teóricas, tiene como telón de fondo una situación contradictoria desde el punto de vista del desarrollo del marxismo. La expansión desde mediados de los ‘70 y durante los años ‘80 de diversos estudios sobre la problemática de la hegemonía, se da en un momento de transición entre la derrota de los procesos del ‘68 y la consolidación del neoliberalismo. En este contexto, se impone la problemática de la hegemonía como algo opuesto a la centralidad de la clase obrera como sujeto revolucionario, bien sintetizada en la crítica de Laclau y Mouffe al “esencialismo”. El resultado de estas operaciones teóricas en un contexto de retroceso del movimiento obrero tradicional tanto como del marxismo clásico, fue la separación de la problemática de la hegemonía y el pensamiento estratégico marxista, disuelto este último en diversas lecturas de la contingencia de lo político, que de algún modo tocaron un límite práctico en el fin de ciclo de los gobiernos posneoliberales en América Latina y en la desdichada experiencia de Syriza en Grecia.
Para una “topografía” de la hegemonía proletaria Una de las principales ideas de Las antinomias de Antonio Gramsci es que lo central
del tratamiento de la hegemonía en los Cuadernos de la cárcel pasa por la extensión del concepto de su sentido original (hegemonía del proletariado en la revolución democrático-burguesa en Rusia) al análisis del poder burgués en Occidente. Sin duda este es un aspecto muy importante de la reflexión carcelaria de Gramsci, pero si lo separamos del tratamiento de la cuestión de la hegemonía proletaria, el resultado puede ser una lectura unilateral, que es complementaria con otra de tipo “moral”: al no identificar los análisis sobre la cuestión de la hegemonía proletaria realizados por el propio Gramsci, esto busca subsanarse con una idea general de que nunca abandonó el horizonte revolucionario, cuando en realidad un análisis más preciso está al alcance de la mano. En este sentido, retomando un leitmotiv de Anderson (inspirado en esto por Althusser) que es el de determinar la “topografía” de la hegemonía, podríamos señalar que en los Cuadernos de la cárcel la hegemonía proletaria es la resultante de un conjunto de prácticas, relaciones y definiciones que pasamos a enumerar: • El rol fundamental del grupo social en la actividad económica de la sociedad. En líneas generales, las lecturas predominantes sobre la cuestión de la hegemonía destacan su carácter “superador” del “corporativismo de clase”. Gramsci asimismo era un acérrimo crítico de la lectura en clave corporativa del interés histórico de la clase obrera y por ende un crítico del economicismo y del sindicalismo. Pero la crítica gramsciana contra Benedetto Croce contiene precisamente la objeción a la idea inversa: cuando Croce quiere presentar una historia “ético-política” sin lucha entre bandos enfrentados y como expresión de un momento evolutivo de expansión cultural y política, está retomando la ideología conservadora de los moderados del Risorgimento que propugnaban la unificación pero sin reforma agraria. Es decir, Gramsci cuestiona la idea de una hegemonía “ético-política” que no implique cambios estructurales revolucionarios. Por este motivo, las lecturas que oponen a la hegemonía con el interés de clase y por esa vía buscan transformarla en una teoría de la superación de la centralidad proletaria, están defendiendo la posición de Croce y no la de Gramsci. Precisamente debatiendo contra ambas posiciones, Sorel de un lado y
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Croce del otro, Gramsci destaca que la hegemonía no puede ser solamente ético-política sino también económica, porque se basa en el rol decisivo que el grupo que hegemoniza juega en la actividad económica (C13 §18)2. • La conquista de autonomía. En distintos pasajes de los Cuadernos de la cárcel, Gramsci señala la importancia que tuvo la experiencia de L’Ordine Nuovo en el movimiento turinés de los consejos de fábrica. Plantea que a través de la experiencia de la democracia fabril y el control obrero de la producción, logrando identificar la diferencia entre las exigencias de la producción y el interés de clase del capitalista, la clase deja de ser subalterna. Esta experiencia “espontánea” es para Gramsci la base para el desarrollo de una “dirección consciente” cuya diferencia con la espontaneidad es una diferencia “de grado”, es decir, la teoría puede ser traducida a la experiencia práctica y viceversa (C3 §48, C9 §67 o C22§2). • La independencia política y la política hegemónica. En su célebre pasaje sobre los análisis de situaciones y relaciones de fuerzas, Gramsci identifica la independencia política con una forma intermedia de la consciencia de clase, que supera la comprensión del interés común a escala de una sola fábrica o región, pero todavía se mantiene restringida al propio grupo social y orientada a conseguir mejoras en los marcos de la “legislación vigente”. Mientras que la política hegemónica indica la comprensión de que los intereses del grupo social deben expandirse y confluir con los de los demás grupos oprimidos en lucha por un nuevo tipo de Estado. Esta política hegemónica encarna en un partido revolucionario, que Gramsci identificaba con el mitoPríncipe, inspirándose en Maquiavelo (C13 §17). • La relación de fuerzas militares. En el mismo pasaje sobre análisis de situaciones y relaciones de fuerzas, la hegemonía aparece como mediación entre la relación de fuerzas sociales objetivas y las relaciones de fuerzas militares, que son las inmediatamente decisivas. Gramsci señala que el desarrollo histórico oscila entre las relaciones de fuerzas sociales y las militares, con intermediación de las relaciones de fuerzas políticas. Esto plantea por un lado, que la política hegemónica no reemplaza la resolución por las armas de »
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los conflictos que tienen su origen en las relaciones sociales objetivas pero a su vez la relación de fuerzas militares expresa hasta dónde se ha vuelto hegemónica una clase o mejor dicho hasta dónde una clase que ya es dirigente de los grupos aliados puede volverse dominante de los grupos enemigos (C13 §17). • La filosofía de la praxis. La importancia asignada por Gramsci a la cuestión de la hegemonía en la teoría y la práctica política, tiene su correlato en la defensa del marxismo como una teoría independiente de las distintas variantes de la ideología burguesa, que contiene en sí todos los elementos para crear un “humanismo laico” en los marcos de un nuevo tipo de Estado. El carácter hegemónico del proletariado se juega también en este plano, poniendo al marxismo como la síntesis más avanzada de la cultura de occidente, capaz de combinar la cultura de masas y la alta cultura (C11 §27, C11 §70)3.
Algunos problemas estratégicos actuales Habiendo destacado los elementos que componen la hegemonía proletaria en el pensamiento de Gramsci, intentaremos reinsertar el concepto en un marco estratégico para pensar su actualidad. Desde ese ángulo, hay una primera cuestión a considerar: la diferencia abismal en la realidad actual de la clase trabajadora y aquella en la cual Gramsci realizó sus reflexiones. La clase obrera actual es mucho más precarizada, mucho más femenina y mucho más inmigrante que la clase obrera en épocas de Gramsci y esta realidad nueva tampoco es una uniformidad, sino que se combina con el movimiento obrero tradicional y sindicalizado. Esta heterogeneidad plantea como tarea de primer orden la lucha por conquistar la unidad interna de la clase obrera, que para Gramsci era una condición prácticamente dada. Relacionado con este problema, se plantea el de la independencia política de la clase obrera, que abarca las tareas de la lucha por la independencia de los sindicatos respecto del Estado, la defensa de una programa independiente de las distintas variantes políticas patronales y la necesidad de una organización política propia. En segundo lugar, el crecimiento durante las últimas décadas de distintos movimientos sociales organizados alrededor de objetivos puntuales plantea la necesidad de una política hegemónica propiamente dicha, es decir,
aquella que recoge las demandas de todos los sectores oprimidos, señalando la necesidad de unirlas con las de la clase trabajadora como fuerza social fundamental. La realidad actual de la clase obrera, mucho más heterogénea que durante los “años dorados” del marxismo clásico y la existencia de corrientes que hacen hincapié en la división en múltiples movimientos centrados en reclamos parciales, hace que la lucha por la unidad de la clase y la lucha por una política hegemónica sean inseparables o por lo menos tengan una relación muy estrecha. Esto significa que no puede conquistarse la unidad interna de la clase obrera sin considerar cuestiones como las de los derechos de los precarizados, los inmigrantes y las mujeres, que a su vez hacen a la política hegemónica hacia esos mismos sectores cuando se organizan como “movimientos sociales” y todos los sectores que son aliados potenciales de la clase obrera. Esta unidad de independencia y hegemonía pasa por un programa que articule las demandas de cada sector con las de la clase obrera y todas ellas con el cuestionamiento revolucionario del capitalismo (formulado por Trotsky como programa de transición) pero también por una práctica que demuestre en los hechos, aunque sea en pequeña escala, que esa articulación es posible. En síntesis, la lucha por la independencia política de la clase trabajadora, por una política hegemónica y por un programa transicional revolucionario, constituyen los puntos de apoyo para una práctica de partido que supere las alternativas caricaturescas de las últimas décadas en gran parte de la izquierda internacional: o pequeñas sectas dogmáticas o sectas “amplias” quejumbrosas, ambas cómodas en su impotencia estratégica.
Hegemonía y dualidad de poderes En un pasaje de su Historia de la Revolución Rusa, León Trotsky relaciona la hegemonía proletaria con la dualidad de poderes, planteando que una clase no pasa de subordinada a dominadora de la noche a la mañana sino que es necesario que ya en la víspera ocupe un grado de extraordinaria independencia respecto de las otras clases y que en ella se concentren las expectativas de todos los sectores oprimidos. Señala también que una característica “semifantástica” de la revolución rusa fue el grado extraordinario de madurez del proletariado comparado con las masas urbanas
de las antiguas revoluciones, lo cual llevó a la dualidad de poderes y a la lucha por el poder4. Estas conclusiones de Trotsky dejan planteados varios problemas interesantes: el primero, la cuestión de la hegemonía en tanto “madurez” de la clase obrera como clase revolucionaria, que coincidiría con los elementos planteados anteriormente sobre la “topografía” gramsciana de la hegemonía obrera. El segundo, una lucha por el poder estatal entre la burguesía liberal y los soviets sobre las ruinas del Estado zarista, especificidad que no coincidía con la realidad de Europa Occidental por lo que la Internacional Comunista delineó la táctica de “Gobierno Obrero” en su IV Congreso de 1922. Esta relación entre hegemonía y dualidad de poderes podría ser uno de los grandes problemas teóricos a dilucidar en la actualidad, a partir de tomar en cuenta dos elementos de la actualidad: la inexistencia de “revoluciones democrático-burguesas” tardías, y el proceso de estatización de las organizaciones obreras analizado por Trotsky a fines de los años ‘30 y durante el año 1940. Por estos motivos, para lograr reinsertarla en el contexto de la concepción estratégica marxista, es necesario superar el abordaje unilateral de la teoría gramsciana de la hegemonía como teoría de la dominación burguesa, creando una interpretación más amplia del problema que la practicada por muchos autores, incluido Anderson.
1. A propósito de los debates sobre Las Antinomias de Antonio Gramsci ver Francioni, Gianni, L’Officina Gramsciana, ipotesi sulla struttura dei “Quaderni del carcere”, Nápoles, Bibliopolis, 1984 y Thomas, Peter D., The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony and Marxism, Leiden-Boston, Brill, 2009. Me permito asimismo remitir a los lectores a mi trabajo El marxismo de Gramsci. Notas de lectura sobre los Cuadernos de la Cárcel, Buenos Aires, IPS-CEIP, 2016. 2. Ver “Gramsci: tres momentos de la hegemonía” en dossier digital especial de IdZ, abril 2016. 3. Todas las referencias, con número de Cuaderno y parágrafo, corresponden a Quaderni del carcere, Edizione critica dell’Istituto Gramsci a cura di Valentino Gerratana, Turín, Einaudi, 2001. 4. Trotsky, León, Historia de la Revolución rusa, Madrid, Sarpe, 1985, p. 177.
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40 años de Consideraciones sobre el marxismo occidental
ANDERSON Y UN MAPA POLÉMICO DEL MARXISMO
Fotomontaje: Hidra Cabero
Ariane Díaz Comité de redacción.
En un principio fue la polémica. Lo que hoy conocemos como Consideraciones…, en rea lidad, pretendía ser una introducción a una compilación que estaba preparando el equipo de redacción de la conocida revista británica, entonces dirigida por Perry Anderson, New Left Review (NLR). El proyecto no pudo con cretarse y el texto, escrito en 1974, se publicó como libro en 1976 con un epílogo que refle jaba las discusiones abiertas en ese colectivo intelectual1.
A hard day´s night Las hipótesis del libro tenían mucho de ajus te de cuentas con la agenda de su revista. Hay unas coordenadas que no menciona allí pero que lo motivan: Anderson venía haciendo un balance nada halagador del marxismo británi co, para él parte de una intelectualidad atas cada en una cultura nacional conservadora y empirista que no había sabido construir ni una sociología ni una tradición marxista siste máticas2. Aquellas vertientes de lo que llamó “marxismo continental” permitían un análi sis totalizador que faltaba en la teoría social británica. La revista había ya iniciado el tra bajo de publicación de textos de la tradición marxista francesa, italiana y alemana; desde 1966 en adelante publicaron a Sartre, Lukács,
Adorno, Benjamin, Althusser y Gramsci, entre otros. La editorial de la NLR, hacia fines de 1970, contaba con más de la mitad de su ca tálogo dedicada a estos autores3. Es decir que fue la NLR dirigida por Anderson la que ha bía introducido en la isla los autores que aho ra criticaría. Pero además, si durante los sesenta la revista había considerado como principales tenden cias del marxismo contemporáneo –donde la diferenciación con el stalinismo tenía un lugar central– al marxismo occidental, al maoísmo y al trotskismo, con los nuevos aires que tra jo el ascenso de la lucha de clases a partir del Mayo Francés, para Anderson había llegado también el momento de ajustar cuentas po líticas. Al marxismo occidental ya había sido caracterizado como “esotérico” en uno de sus artículos; el maoísmo no le parecía aplicable a las condiciones europeas –y estaba enton ces en un franco giro a la derecha–. En cam bio, Anderson abogaría por recuperar una tradición que, vía la influencia de Deutscher y Mandel, había cobrado peso en la NLR4. Consideraciones… es parte de una etapa, que podríamos extender hasta la publicación en 1983 de Tras las huellas del materialismo histórico, en que Anderson consideró al trots kismo como una alternativa para el debate
estratégico que la nueva situación planteaba. Pero esto no fue necesariamente compartido por sus colegas, abriendo una serie de debates internos que a su modo Anderson intentará responder en el epílogo que agrega, al mo mento de su publicación, a su libro.
Let it be Anderson resume las características de lo que va a denominar “marxismo occidental”, opuesto a lo que considera un “marxismo clá sico”, así: Nacido del fracaso de las revoluciones pro letarias en las zonas avanzadas del capita lismo europeo después de la primera guerra mundial, desarrolló dentro de sí una crecien te escisión entre la teoría socialista y la prác tica de la clase obrera. El abismo entre ambas, abierto originalmente por el aislamiento im perialista contra el Estado soviético, fue am pliado y fijado institucionalmente por la burocratización de la URSS y de la Komin tern bajo Stalin. […] El resultado fue la reclu sión de los teóricos en las universidades, lejos de la vida del proletariado de sus países, y un desplazamiento de la teoría desde la econo mía y la política a la filosofía. […]. Recípro camente, marchó a la par de un decreciente
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nivel de conocimiento o comunicación inter nacional entre los teóricos de los diferentes países. […] llevó a una búsqueda general re trospectiva de antecesores del marxismo en el anterior pensamiento filosófico europeo y a una reinterpretación del materialismo his tórico a la luz de ellos. […] El método co mo impotencia, el arte como consuelo y el pesimismo como quietud: no es difícil perci bir elementos de todos ellos en el marxismo occidental. Porque lo determinante de esta tradición fue su formación por la derrota5.
La definición del “marxismo clásico” y la crítica a la división entre teoría y práctica pa rece haberla tomado de Deutscher, aunque el biógrafo de Trotsky la había planteado en contraposición al “marxismo vulgar” repre sentado por el stalinismo6. La definición de “marxismo occidental”, por su parte, había si do usada por Merleau-Ponty para destacar a un marxismo alejado del economicismo me cánico que había cobrado peso en la socialde mocracia y en la III Internacional stalinizada. Destacaba a las figuras de Korsch y Lukács y una vindicación de la herencia hegeliana7. El agrupamiento que propone Anderson en tonces es osado, porque incluye como parte de una misma tendencia a la tradición que des tacaba Merleu-Ponty y a otros que más bien se habían enfrentado a esta lectura de Marx: Althusser y Colletti eran abanderados, por ejemplo, de la necesidad de extirpar del marxis mo sus coqueteos hegelianos. Las críticas arre ciaron desde entonces por todos los flancos. No faltaron los cuestionamientos por la au sencia de marxistas que también ampliaron los horizontes del marxismo en terrenos como el arte, la filosofía o la psicología: Jay señala que ignora a Reich, a Bloch o a Kosik8. Rus sell Jacoby menciona a Lefort y Castoriadis9. Pero más debatidos aún fueron algunos de los que sí figuran, especialmente Gramsci: el mismo Anderson lo señala como excepción tantas veces que, terminado el libro, es difícil saber por qué lo convocó en primera instan cia. Sus propias definiciones hubieran ameri tado incluirlo en el marxismo clásico, como la participación en las insurrecciones de los años veinte en Italia y la importancia, alre dedor de sus desarrollos sobre la hegemonía, para el debate estratégico10. Su inclusión pa rece estar motivada por los desarrollos que Gramsci hiciera sobre los problemas de la fi losofía y la cultura. Anderson arguye que la elección de estos temas fue una forma en que los marxistas occidentales, incómodos con los PC, buscaron evitar una confrontación directa con el stalinismo11. Pero a partir de ese atinado señalamiento, realizará una mala
generalización: no es que desdeñe los temas ideológicos y culturales –de hecho recono ce muchas de las innovaciones producidas allí–, pero parece no tener en cuenta que, más allá de la oportunidad que hayan tenido pa ra abordarlas, fueron éstas también preocu paciones de los “clásicos”; sin ir más lejos, cuando rescata a Trotsky destaca sus Escritos militares y… Literatura y revolución. Similares objeciones se han hecho respecto de Lukács, quien también participó de la expe riencia de los consejos húngaros en los veinte y del debate estratégico en la III Internacio nal. Sin duda puede contarse como aquellos marxistas que, influenciados por los escritos juveniles de Marx, desarrollaron una serie de aspectos ligados a la alienación y las formas de la conciencia de clase que hicieron escue la; pero si con ello bastara, Althusser sería el que debería salir del grupo. Tampoco se le apli ca el haber hecho un camino “de la economía o la política a la filosofía”, porque Lukács fue ganado para el marxismo cuando ya era un in telectual dedicado a esos temas. El criterio te mático, así, muchas veces tambalea. Por el lado de los posicionamientos políti cos, Anderson apenas menciona un rasgo de los marxistas occidentales de “primera gene ración”: sus posiciones teóricas se forjaron a la par de una crítica al creciente reformismo de la socialdemocracia, alineados con la III Internacional (aunque enfrentados con Le nin o Trotsky). Es que si bien es cierto que hubo una unidad entre la teoría y la prácti ca socialdemócrata, sería difícil catalogarla de unidad virtuosa. Y si de la distancia con el stalinismo se trata, habría que mencionar, di ce Jay, que un Althusser influenciado por el maoísmo por ejemplo no fue, precisamente, un antistalinista12.
Help! La visión que planteaba Anderson sobre la tradición clásica fue un eje de las críticas que le hicieran sus colegas de la NLR, por presentarla como homogénea y sin cuentas pendientes. Esa será una de las lagunas que intentará enmendar en su epílogo, autocriti cándose por cierto “activismo irresponsable” y agregando una serie de problemas irresuel tos que ve en la tradición de Marx, Lenin y Trotsky13, a los que destaca, de todas formas, como base necesaria para el desarrollo de un marxismo revolucionario. Por otro lado, bien podría cuestionarse la propia práctica política de Anderson hasta entonces: la división entre teoría y práctica que afectaba a la propia revista no está pro blematizada, a pesar de que le había sido re prochada ya por antiguos colegas. La ruptura
con el primer comité editorial en los tempra nos sesenta, cuando Anderson se hizo cargo de la publicación, había significado también un apartamiento de la organización de estu diantes y trabajadores que había sabido ani mar la NLR, especializándose en el debate exclusivamente teórico que les valiera por en tonces el mote de “olímpicos”14, habitantes de un panteón alejado de la política terrenal. No se trata de dictaminar en qué medida estuvie ron equivocados al tomar esta decisión, ni de desconfiar de la genuina esperanza de Ander son en que ellos mismos pudieran ser parte de un reverdecer del marxismo que superara un divorcio. Pero es difícil justificar que Ander son, tan perspicaz para plantear un problema que sin duda es central al marxismo, sea tan descuidado en ver la viga en el ojo propio. La omisión del marxismo inglés parece ser tam bién una forma de evitar una discusión que lo incluía especialmente.
Don’t let me down Anderson considera que la esterilidad del marxismo occidental en el terreno de la eco nomía y la política tenía que ver con que la posguerra trajo, en los principales países capi talistas, una consolidación del capital y de la democracia representativa que parecían con tradecir algunas de las tesis manejadas hasta entonces, obligando a nuevas conceptualiza ciones15 que, a pesar de algunos intentos, nin gún marxista contemporáneo había logrado. Pero si las características señaladas por Ander son constituyen una dura crítica a esta tradi ción, no parece ser tanto un reproche como el reconocimiento de esa cualidad “oculta” que la delimitó: ser el “producto de una derrota”. El núcleo de la interpretación es, enton ces, una lectura político-sociológica de la re lación entre contexto histórico y desarrollo teórico. Siguiendo la misma lógica, Consideraciones… está motivado por la esperan za que Anderson tiene en un nuevo ascenso como condición para superar este impasse, aunque la realidad iba poco después a decep cionarlo, como refleja su libro, publicado po co después, Tras las huellas del materialismo histórico. Allí deja asentado que, a pesar de haberse registrado post ‘68, como esperaba, un reverdecer de los temas económicos, polí ticos e históricos –desplazados de la Europa latina a la anglosajona–, siguió primando la división entre teoría y práctica, y la “miseria” de un pensamiento estratégico que permitiera al marxismo, como teoría sistemática, ser al ternativa al avance del estructuralismo y del posestructuralismo. La relación entre las derrotas en la lucha de clases y las modulaciones de la teoría
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marxista no es nueva. Lenin consideraba que así como de la derrota podían sacarse leccio nes para nuevas batallas, también de ella pro venían los intentos de combinación ecléctica del marxismo con teorías que terminaban ne gándolo. Así explicaba que, por ejemplo, lue go de derrotada la Revolución de 1905, un Bogdanov intentara combinar la teoría del conocimiento del marxismo con la de Kant. Aunque no lo menciona explícitamente, al go similar parece tener en mente Anderson cuando señala en el marxismo occidental es tá marcado por un escepticismo tan profundo como trágico16. De te fabula narratur, tras el fracaso del ascenso de los setenta y la llegada del that cherismo, la misma característica podría atri buírsele a Anderson. En un artículo de la NLR de 1990 admite que su lectura del marxismo occidental estaba impregnada de un “triunfa lismo teórico”. Una década después, el escep ticismo había ganado derecho de ciudadanía en una nueva etapa de la NLR que, en su plu ma, proclamaba: “ya no se dan oposiciones significativas, es decir, perspectivas sistemáti camente opuestas, en el seno del mundo del pensamiento occidental” frente a un neolibe ralismo que “como conjunto de principios im pera sin fisuras en todo el globo: la ideología más exitosa de la historia mundial”17. Keuche yan, que hace una tipología de los “teóricos críticos” contemporáneos, lo ubica bajo el ru bro de los “pesimistas” aunque concede que el animador de la NLR ha mantenido tam bién su espíritu crítico al capitalismo18 (así como Anderson había reconocido a los mar xistas occidentales que el escepticismo los había mantenido lejos de la tentación de pa sarse al campo de la burguesía, aunque algu nos de ellos lo hicieran).
Come together Queda preguntarse por qué las hipótesis de Anderson, que cosecharon tantas críticas, no quedaron en el olvido sino que fueron tan in fluyentes para defensores y detractores. Pro bablemente porque, aunque en muchos casos fuera unilateral, se planteaba la productiva pregunta sobre la relación entre teoría y prác tica, siempre pertinente para un marxismo que no pretenda ser un simple método de análisis. Los marxistas revolucionarios han apelado en muchos casos a una definición de la teoría como “guía para la acción”, no en el sentido de un pragmatismo politicista que ofrezca una teoría para cada definición a tomar, sino en el mismo sentido que Clausewitz: la teoría no co mo recetas aplicables a toda situación, sino co mo un desarrollo que pueda servir de “puente” entre la práctica previa y la actual y futura.
Se trata de una pregunta que aún hoy es tá pendiente de resolución. Keucheyan seña la que el marxismo occidental fue muy poco clausewitziano –alejado del debate estratégi co– y que las teorías críticas actuales, herede ras de aquél, siguen esta orientación19. En la etapa de Restauración burguesa de los últi mos 30 años20, esta tendencia fue apenas con trarrestada por débiles hilos de continuidad. El siglo XXI llegó todavía acompañado de la reaccionaria ideología del neoliberalismo, sin aparente rival a la vista, pero también en crisis. La emergencia de fenómenos políticos permitió el esbozo de nuevos intentos teóri cos alternativos, como las distintas variantes del autonomismo o de los llamados “popu lismos de izquierda” que se desarrollaron en paralelo, en los países centrales, a los movi mientos antiglobalización; en América latina, a las sucesivas crisis de los regímenes neolibe rales; y en África, a la Primavera árabe. Pero, aún con la diversidad de combinaciones que le dieron origen y marcaron su pulso, puede señalarse como rasgo común que en ningu no de estos procesos hubo aún un desarrollo de un movimiento obrero revolucionario en el que pudiera apoyarse un nuevo despliegue del marxismo. La tarea de forjar una teoría que recupere esa unidad entre teoría y prácti ca del marxismo clásico, que pueda dar cuen ta de las condiciones en que se presentarán las nuevas batallas entre las clases, y que su pere las variantes reformistas que intentan emparchar un capitalismo en crisis históri ca, ha quedado por ahora en manos de pe queños grupos marxistas revolucionarios que deberán aún preparar las bases para ese mo mento en que, al decir de Marx, prendiendo en las masas, “la teoría se convierte en poder material”21. Sin embargo, la crisis capitalista y la banca rrota del neoliberalismo, junto con la inexis tencia de grandes aparatos reformistas y burocráticos como la socialdemocracia o el stalinismo, pueden cambiar estas condicio nes. Así como las derrotas dejan sus marcas en la teoría, también el ascenso de la lucha de clases cambia, a menudo de manera brus ca, las subjetividades de millones, y con ello las coordenadas del debate político y teórico. Trotsky decía que la conciencia teórica más elevada que se tiene de una época, en un de terminado momento, se fusiona con la acción directa de las capas más profundas de las ma sas alejadas de la teoría: “La fusión creado ra de lo consciente con lo inconsciente es lo que se llama comúnmente inspiración. La re volución es un momento de impetuosa inspi ración en la historia”. Pero toda “inspiración” histórica requiere un trabajo preparatorio de
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agrupamiento de fuerzas, de búsqueda de liga zón con el movimiento obrero y de transfor mación de la experiencia en teoría; aquellas tareas que Lenin y Trotsky entendían como construcción partidaria. Una tarea que reque ría, según Trotsky, “una capacidad gigantesca de imaginación creadora”22. Corresponderá a nuevas generaciones de marxistas volver a poner en foco ese debate y desplegar su ima ginación teórica. Los debates y elaboraciones de Ideas de Izquierda intentan aportar ele mentos y herramientas a ese objetivo.
1. La compilación se publicará finalmente en 1977 como Western Marxism. A critical reader. 2. Ver Anderson en NLR 23, 1964; NLR 29, 1965; NLR 35, 1966; NLR 50, 1968. 3. Gregory Elliot, Perry Anderson. The Merciless Laboratory of History, Minneapolis-Londres, Mi nesotta University Press, 1998, p. 54. 4. Duncan Thompson, Pessimism of the intellect?, Monmouth, Merlin Press, 2007, pp. 60-67. 5. Anderson, Consideraciones…, México, Siglo XXI, 1998, pp. 115-6. 6. Elliot, ob. cit., p.102. 7. Martin Jay, Marxism and totality, Berkeley, Uni versity of California Press, 1984, pp.1-2. 8. Ibídem, pp.4-5. 9. Dialectic of defeat, Cambridge, Cambridge Uni versity Press, 1981, p. 108. 10. Anderson, ob. cit., pp. 59 y 99. 11. Ibídem, p. 53. 12. Jay, ob. cit., p. 192. 13. Anderson, ob. cit., p. 132. Hobsbawm dijo en tonces que con ese epílogo Anderson se retractaba del 90 % del libro (Elliot, ob. cit., p. 105). Tam bién hubo críticas del trotskismo inglés: Callinicos, por ejemplo, reclamaría que los representantes del trotskismo que ofrece (Deutscher, Rosdolsky, Man del) requerirían también una mayor crítica (International Socialism 99, 1977). 14. Duncan Thompson, ob. cit., p. 11. 15. Anderson, ob. cit., pp. 57 y 61. 16. Ibídem, p. 110. 17. “A culture in contraflow”, NLR 180 y 182, 1990 y “Renewals”, NLR II-1, 2000. 18. Razmig Keucheyan, Hemisferio Izquierdo, Ma drid, Siglo XXI, 2013, p. 87. 19. Ibídem, pp. 23-4. 20. Matías Maiello y Emilio Albamonte, “En los lí mites de la ‘Restauración burguesa’”, Estrategia Internacional 27, 2011. 21. “En torno a la Crítica de la Filosofía del Derecho”, Escritos de juventud, México, FCE, 1987, p. 497. 22. León Trotsky, Mi vida, Bs. As., IPS-CEIP, 2012, p. 349 y 358.
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Debates sobre el imperialismo hoy
Bases y límites del poderío norteamericano
Ilustración: Juan Atacho
A raíz del primer artículo de la serie de “Debates sobre el imperialismo hoy” que venimos publicando en IdZ, los autores del libro allí debatido, Sam Gindin y Leo Panitch, han enviado una respuesta. Publicamos su texto con un comentario. Respuesta a “El capitalismo global como construcción imperial” Leo Panitch y Sam Gindin Autores de La construcción del capitalismo global.
Apreciamos mucho el artículo1 sobre nuestro libro, por tomar seriamente nuestro trabajo, presentando un sumario de nuestra posición bueno y justo de conjunto. Dicho esto, aunque no nos enfocamos en el Sur Global (con excepción de China, a la que tratamos con cierta profundidad) pensamos que es un poco confuso sugerir que no distinguimos de manera suficiente entre la naturaleza y el ritmo de la integración en el imperio informal norteamericano de los viejos poderes imperiales y los países en desarrollo. En realidad esta distinción es fundamental para nuestra historia. Señalamos que la integración fluida de estos últimos resultó bastante problemática incluso cuando, como mostramos repetidamente, los términos de dicha
integración fueron adelantados por las clases capitalistas de esos mismos países. En cuanto al nexo con Kautsky, estaríamos de acuerdo con Lenin en el hecho de que esperar que hubiera una confluencia negociada entre los poderes imperiales era muy ingenua. Nuestro planteo es más bien que el imperio americano fue único en la capacidad para integrar otros Estados, en formas de cierto modo análogas a cómo el capitalismo integra a las clases nacionalmente –a través del Estado soberano, mercados “voluntariamente” aceptados e interdependencia mutua–. En consecuencia, el cimiento de la estabilidad del imperio americano tenía una base material, no era una cuestión de “acuerdo”, ya que otros Estados vieron que tenían un interés propio en la reproducción del imperio americano porque era parte de la reproducción de las relaciones de clase dentro de sus propias fronteras.
Tal vez nuestra mayor diferencia sea empírica, respecto de si la capacidad del imperio estadounidense para manejar el capitalismo global se encuentra en declinación terminal ante nuevas contradicciones, aunque en la crítica está presentada como un desacuerdo teórico (el desarrollo desigual y la competencia capitalista conducen a la rivalidad y la declinación de la “hegemonía” existente). Observando los mismos hechos –la gran crisis financiera, la desigualdad creciente, el crecimiento lento– parece que concluyeras que el Estado norteamericano está ante desafíos inminentes, pero en la medida en que tampoco señalás ninguna alternativa de “hegemonía”, nos preguntamos cuánta diferencia hay realmente entre nosotros. No es que estamos prediciendo estabilidad permanente, enfatizamos que las contradicciones aumentaron y que no estamos anticipando el futuro –solo enfatizando que las bases materiales en la
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economía de EE. UU. para la perduración del rol del Estado imperial no deberían ser subestimadas. Tampoco, mantendríamos, debería sobreestimarse los desafíos, especialmente considerando que las clases capitalistas de otros Estados están buscando más integración capitalista. Cuando bloquearon varias rondas de comercio, fue porque los EE. UU. y Europa resistían mayor integración de la agricultura por largo tiempo, e incluso entonces
todavía estaban favoreciendo tratados bilaterales así como nuevos acuerdos multilaterales (ver sobre esto especialmente el importante libro BRICS: Una crítica anticapitalista, compilado por Patrick Bond y Ana García). Finalmente, mirando hacia futuras grietas, nosotros todavía vemos luchas dentro del Estado (ya sea conducidas por la izquierda o por la derecha), no aquellas entre Estados. Esas luchas internas podrían por supuesto
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conducir a conflictos internacionales –por ejemplo nacionalismo, desafíos al libre comercio, proteccionismo– pero las luchas fundamentales son aquellas, complejas entre las clases dentro de cada Estado.
1. Mercatante, Esteban, “El capitalismo global como construcción imperial”, IdZ 27, marzo 2016.
No exagerar las fortalezas del “imperio” Esteban Mercatante Comité de redacción. Agradezco la respuesta de Leo Panitch y Sam Gindin. Es posible, como plantean, que una importante diferencia entre nuestros puntos de vista se encuentre en el plano empírico. Antes de referirme a ello, quiero sí señalar que creo que también hay opiniones contrapuestas en el plano teórico. La primera se refiere a la fortaleza del Estado norteamericano para transformar el sistema mundial y las relaciones interestatales. Después de señalar que el “imperio” enfrentó una severa crisis –económica y de desafíos geopolíticos– durante los ’60/‘70, la estrategia de salida a la misma mediante una nueva oleada de internacionalización productiva que acompañó la ofensiva del capital contra el trabajo en todo el mundo, parece en la visión que ustedes sostienen el resultado de un diseño coherente por parte del Estado norteamericano. Por fuera de ese “interregno” de crisis, el Estado norteamericano parece mantener una visión estratégica coherente, un “designio” de construcción de un capitalismo global, y moverse de manera autónoma a los procesos de clase para construirla. Me parece que las posibilidades y estrategias del imperialismo estuvieron mucho más condicionadas, y la estrategia adoptada, aunque “coherente” desde el punto de vista de que permitió alterar el balance de fuerzas en favor de las clases dominantes desde los años ‘80, contenía una serie de contradicciones que se fueron volviendo cada vez más difícilmente manejables. Respecto de la hegemonía norteamericana desde la posguerra, estoy de acuerdo en que ésta tuvo una “base material”: la abrumadora superioridad militar y económica de los EE. UU. al término de la conflagración bélica, la necesidad acuciante de ayuda norteamericana para la reconstrucción, y la amenaza del bloque soviético, así como la “zanahoria” de recrear un orden global trasnacional que favoreciera la expansión del capital (bajo égida de las corporaciones norteamericanas) sentaron los fundamentos de esta hegemonía; si esta hegemonía
pudo reformularse –para reafirmarse– desde finales de los ‘80, fue porque la nueva avanzada de internacionalización del capital bajo dominio de las trasnacionales permitió a una nueva confluencia de intereses sobre la cual Estados Unidos reafirmó el compromiso de las potencias imperialistas en una acción concertada. Hay un salto, sin embargo, entre reconocer que se trata de una hegemonía basada materialmente, y afirmar que el estado norteamericano “pudo integrar otros Estados, en formas de cierto modo análogas a cómo el capitalismo integra a las clases nacionalmente”. Respecto de la relación entre la integración realizada por los EE. UU. de las “viejas” potencias imperialistas y las economías en desarrollo, mi impresión es que no hay en el libro suficiente distinción del tipo de relaciones que el imperialismo norteamericano debió establecer con unos y otros para “integrarlos”. Las potencias imperialistas (especialmente Alemania y Japón, pero también Inglaterra o Francia) mantuvieron sus propios intereses en áreas de influencia, persiguieron la expansión mundial de sus redes de capital trasnacional y pelearon por mantener una voz en los asuntos internacionales. Aunque el imperialismo norteamericano las “asoció” para la reconstrucción de un orden capitalista transnacional a la salida de la guerra, para esto debió reconocerles sus ambiciones imperialistas, y “balancearlas”. Se trata en ese aspecto de un tipo de integración muy diferente a la que podía aspirar el Sur Global, conformado por formaciones económico sociales dependientes y semicoloniales de distinto grado. En ese sentido, a pesar de la asimetría de poder existente entre los EE. UU. y las demás potencias, tanto en el terreno económico como en el militar, se trata de una relación más “entre iguales” que la establecida con el resto del planeta (no obstante una serie de países del Sur Global vienen ganando un estatus mayor en la última década y media, cuya sostenibilidad, salvo
para el caso de China o –por otros motivos– el de Rusia es sumamente discutible). La construcción del capitalismo global observa que hay una relación más conflictiva entre el Estado norteamericano y países como Brasil o China, ya que, “es más difícil, para el imperio norteamericano, como imperio informal, integrar a China, o integrar a Brasil, que lo que fue integrar Europa Occidental”1. Sin duda, esto ha suscitado numerosos conflictos y lo seguirá haciendo en el futuro; pero las dificultad para seguir asegurando algún grado de “comunidad de intereses” para sostener un orden mundial que tiene a los EE. UU., su moneda e instituciones que favorecen a la economía norteamericana en su centro, puede ser base hoy de conflictos aún más agrios con los que fueran desde la posguerra los más estrechos aliados norteamericanos. Panitch y Gindin están en lo cierto al señalar que hoy nadie parece dispuesto a desafiar el dominio norteamericano; sin embargo, no menos cierto es que éste se muestra crecientemente impotente para gestionar geopolíticamente el orden mundial ante crecientes desafíos, y esto es fuente de una creciente inestabilidad global. Sin duda, para los marxistas es la lucha de clases –dentro de los Estados– la dimensión fundamental. Pero la misma se desarrolla en relación estrecha con lo que ocurre con la relación de poder entre las principales potencias, y más de conjunto con las relaciones interestatales. Esta lucha de clases –como reconocen Panitch y Gindin– puede además actuar explosivamente sobre las relaciones internacionales, exacerbando tensiones, sobre todo cuando atravesamos una crisis de la magnitud de la actual. El Brexit y la victoria de Trump son recordatorios muy recientes de esto. 1. “Los Estados son los ‘autores’ de la globalización capitalista. Entrevista a Leo Panitch”, IdZ 16, diciembre 2014.
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Ilustración: Gastón Spur
Jacques Rancière: potencias e impasse de un “giro estético” FACUNDO ROCCA Politólogo. El hilo perdido. Ensayos sobre la ficción moderna. Buenos Aires: Manantial, 2015. Aisthesis. Escenas del régimen estético del arte. Buenos Aires: Manantial, 2013.
¿Giro estético? Las dos obras más recientes del filósofo francés parecen confirmar lo que se ha dado en llamar el “giro estético” de su pensamiento. Asthesis y El hilo perdido están consagradas, respectivamente, a analizar una serie de escenas que atraviesan transversalmente campos diversos de las prácticas artísticas (del Torso de Belvedere de Winckelmann hasta el Cine-ojo del soviético Vertov, pasando por los reportajes norteamericanos de Agee y las renovaciones de la danza de Loïe Fuller e Isadora Ducan) y un conjunto de prácticas de escritura (Flaubert, Conrad, Woolf, Keats, Baudelaire y Büchner, pilares centrales
que estructuran un libro plagado de una profusión erudita de referencias al arte “moderno”). Estos últimos ensayos confirman la creciente centralidad que la reflexión sobre el arte ha ganado en su producción. Antiguo miembro del círculo de Althusser, con quien colaboró en la edición colectiva de Para leer el capital; separado radicalmente de su maestro por el acontecimiento del ‘68 que lo obligaba, a su entender, a una crítica radical al discurso desigualitario que se escondía en la afirmación de un marxismo como saber científico de la emancipación; militante de la maoísta Izquierda Proletaria en los ‘70; y crítico persistente del pensamiento consensual y neoconservador en los años ‘90 que, afirmando la primacía indiscutible de la democracia, no hacía sino sospechar permanentemente de los sujetos populares que debían fundarla1, Rancière habría desplazado su reflexión de los dramas y los esfuerzos de las luchas políticas hacia un pensamiento contemplativo de lo sublime y lo bello.
En principio, contra cierta tentativa actual de confinar el pensamiento explícitamente in-disciplinario de Rancière al campo de la crítica artística, habría que señalar la imbricación fundamental de sus preocupaciones estéticas y sus preocupaciones políticas. Sobre todo cuando sus intervenciones políticas se revelan persistentes: recientemente se ha pronunciado contra las leyes islamofóbicas francesas o en apoyo al movimiento de la Nuit Debout y la lucha contra la Loi Travail de flexibilización laboral. De hecho, la formulación de la idea de régimen estético del arte, como nueva forma de visibilización de lo artístico fundada en el desarreglo del régimen mimético, es contemporánea a la escritura de El desacuerdo, su más discutido libro de “filosofía política”, donde, por otro lado, formula inicialmente la tesis del reparto de lo sensible, que más adelante definirá como un … sistema de evidencias sensibles que al mismo tiempo hace visible la existencia de un
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común y los recortes que allí definen los lugares y las partes respectivas […] fija entonces, al mismo tiempo, un común compartido y partes exclusivas. Esta repartición de partes y de lugares se funda en un reparto de espacios, de tiempos y de formas de actividad que determina la manera misma en que un común se ofrece a la participación y donde los unos y los otros tienen parte en este reparto2.
En El desacuerdo había pensado a la filosofía política como una serie de respuestas posibles que construyen el orden, al dar las razones para fijar o sublimar el litigio que brota de atribuir diferencialmente a unos u otros sujetos la capacidad política del lenguaje. Lo que él daba en llamar policía consistiría en la afirmación de una distribución desigualitaria de las partes fundada en las posiciones sociales que los sujetos ocupan. Es siempre en función de la naturaleza o del carácter de las ocupaciones que derivan de una estructura social que ciertos sujetos son excluidos de lo político o contados de forma subordinada. Las diversas filosofías políticas, del platonismo a la ciencia social moderna, no harían sino proveer los argumentos para lidiar con esta cuenta policial. A ésta contraponía lo democrático como forma única de la política, que consistiría en las acciones y enunciados que ponen en cuestión aquella cuenta de las partes y las posiciones, produciendo un desarreglo y una modificación en el reparto de lo sensible: la afirmación de la capacidad política de sujetos a los que se les era negada (los esclavos, las mujeres, los proletarios). Afirmación que implica siempre cierta subjetivación des-identitaria –en tanto verificación de que aquéllos pueden más que lo que se esperaba de ellos en función de las identidades que les corresponderían en la estructura social–, así como una politización de espacios de la vida que no eran contados como propios de lo político por el orden policial (el trabajo, lo doméstico, la sexualidad, etc.). Entonces, como fondo y material mismo de lo político se postulaba aquel reparto de lo sensible: espacio de una tendencial indistinción entre cosa y palabra, realidad y ficción, pero constituido por prácticas, materiales y espacios. Su creciente preocupación por las artes, la literatura y la estética deriva directamente de esta intuición. Primero, para permitir la exploración de nuevas formas de pensamiento sobre la política de las artes, en tanto formas específicas de intervención en este reparto. Es decir, pensar su politicidad no a partir de las intenciones autorales o de las posiciones políticas explícitas de los artistas –y menos como resultado de su extracción social–, sino más bien como resultado de la forma particular en que sus obras intervienen en un mundo de prácticas y palabras
para configurar o reconfigurar un sensorium. El ejemplo paradigmático, citado recurrentemente, será el del aristócrata Flaubert, en cuyas obras, sin embargo, los críticos contemporáneos no verán sino la irrupción de lo democrático en el orden de la escritura. Política de la estética3, política de la imagen4, política de la literatura5, derivarían entonces de los efectos sensibles que éstas producen para distribuir, visibilizando o reduciendo a ruido, las capacidades de hablar y actuar que componen sujetos. Segundo, como forma de reflexión directa sobre el campo y el material mismo en que se juegan para él los procesos de subjetivación política y como camino para pensar nuevas forma de prácticas emancipadoras.
Los senderos de la emancipación que se bifurcan Ahora bien, lo que parece delinearse con mayor claridad en estas últimas obras es una oposición entre dos procesos posibles de la emancipación. Si esto ya estaba presente en El maestro ignorante6, donde el acto de emancipación intelectual efectuado por el dispositivo puesto en marcha por Jacotot se divorciaba obligatoriamente de cualquier proyecto de generalización social de la emancipación7, Rancière encuentra un divorcio quizá aun más radical entre la experiencia estética de lo sensible y el campo de la emancipación social, como espacio de una estrategia. Esta tensión se deja ver con claridad en la lectura que Rancière hace de la novela Rojo y Negro de Stendhal8, que marcaría cómo la oposición a toda jerarquía o lógica social desigualitaria, que surge de la verificación de la potencia igualitaria de los sujetos, se enreda en la experiencia de la igualdad como forma sensible de vida. En El hilo perdido vuelve sobre esta tensión diciendo que ella … opone, de hecho, las dos formas bajo las cuales la subversión de las posiciones sociales se le presenta al joven plebeyo ambicioso: como conquista del poder o como partición de una igualdad sensible […] una tensión que afecta a […] las formas de la revolución popular o las manifestaciones de la emancipación obrera: el descubrimiento de la capacidad que tiene cualquiera de vivir cualquier género de experiencia parece coincidir con la defección del esquema de la acción estratégica que adapta los medios a los fines9.
Esta tensión, y las miles de formas singulares de defección que produce, ya poblaban las páginas de La noche de los proletarios10, cargadas de historias de militantes devenidos poetas o vagabundos, y de obreros icarianos que, por querer fumar tabaco y abandonarse a la pereza en las orillas de los ríos de
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América, desarreglaban hasta su disolución la empresa político-religiosa de comunidad utópica que se habían propuesto fundar y por la que se habían embarcado hacia el otro lado del mundo. Pero si esta tensión se aloja, por un lado, al interior de la existencia plebeya y de sus movimientos como una tentación para los hijos del pueblo de experimentar cualquier cosa antes que consagrarse a la acción revolucionaria, encuentra también nuevas torsiones al interior de los saberes no-plebeyos. El advenimiento revolucionario de las masas habría desarreglado todos los órdenes del saber, al mismo tiempo que se habría enlazado con la “revolución estética” que quiebra toda jerarquía de los temas y las acciones, emparentando la igualdad política con un proceso estético de la igualdad. La literatura, forma históricamente novedosa de la escritura, nace para Rancière justamente de este encuentro con la igualdad sensible y la belleza presente en cualquier sujeto o cualquier tema que desarma el régimen clásico de la representación y la mimesis. Pero debe construir su propia forma de igualdad como una sustracción de esa igualdad locuaz de los pobres, en la forma de un “poder impersonal de la escritura” que afirma en la textura misma de la frase o en la atomística de la materia la forma correcta de igualdad y de experiencia estética. La moderna ciencia histórica, nacida del desarreglo igualitario de las formas tradicionales de su escritura como acontecimientos de grandes hombres, es al mismo tiempo, según Rancière, otra forma de sustracción: la construcción de una significación de las masas y sus procesos que, al mismo tiempo que los pone en el centro de la escena, debe silenciar su palabrerío en los sentidos mudos de la tierra, el espacio y las regularidades estadísticas11. Un camino similar habría seguido la constitución de la ciencia social moderna. Las prácticas no literarias del arte deberían expresar entonces estas mismas tensiones. Al mismo tiempo radicalmente modificadas por la verificación igualitaria que fuerza el desarreglo del régimen representativo y obligadas a sustraerse del palabrerío y el accionar infinito de los múltiples sujetos igualmente partícipes de la experiencia común de lo bello y lo significativo, para afirmarse como práctica específica de un sujeto específico: el artista. Pero en su tratamiento de las escenas del régimen estético del arte, Rancière no se interesa por la sustracción específica que las artes deberían operar para construir su propia forma de “buena igualdad”. Lo que parece interesarle es cómo aquella oposición que dividía al movimiento de las masas entre una voluntad de poder o de acción y la búsqueda de un goce sensible se aloja en el corazón mismo »
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del “régimen estético de las artes”. Las figuras, las prácticas y las formas presentes en Aisthesis son justamente aquellas que desarman al sujeto de la acción orientada a fines, escenas que se esfuerzan en construir experiencias en la indistinción misma de acción/ inacción, fines y azar, totalidades colectivas de la vida de un pueblo y fragmentos sensibles hechos de luz y átomos. Lo que nos presenta Aiesthesis es justamente la escenificación de un régimen estético constituido internamente por la tensión entre la autonomización del arte como expresión de la potencia de los hombres para la ficción y la voluntad de fundirse con la vida en una comunidad nueva que ya no conozca la división entre formas sublimes y formas profanas de actividad, especialmente en la paradójica superoposición de estas alternativas, y su tendencial reversibilidad. Sin embargo, tras esta preocupación, la corrosividad con que Rancière suele enfrentar las pretensiones de todo saber y toda práctica parece suspenderse sorprendentemente frente a las artes. En esto podría consistir su verdadero giro estético: la afirmación de la experiencia estética como espacio puro para la emancipación frente al terreno de una emancipación política o social que carga siempre cierta sospecha (la de traicionar sus propios fines). Aquí se deja ver la centralidad que tiene el planteamiento schileriano de las Cartas sobre la educación estética del hombre, de lo bello como espacio de unificación e indistinción entre la razón y el sentimiento, la acción formativa y la pasividad sensible destinado a producir una nueva humanidad. Quizás por estas mismas razones haya vuelto una vez más, en su último libro, sobre la ficción literaria a la que había denunciado por aquella apropiación de la “potencia de los anónimos”. Así El hilo perdido se esfuerza por explicar como ésta es también un ...poder de ruptura de la lógica consensual que mantiene las vidas anónimas en su lugar, un poder de disolución de las identidades, situaciones y encadenamientos consensuales que reproducen, en ropaje moderno, la vieja distribución jerárquica de las formas de vida12.
Y esto contra una tradición “progresista” de la crítica literaria que habría insistido en ver en la ficción moderna la representación del devenir-cosa de las relaciones humanas, el remplazo del viejo organismo representativo (el de las partes ajustadas a un todo como un cuerpo viviente) por el nerviosismo inorgánico de lo inerte-mercantil. Contra Barthes, Benjamin, Sartre y Lukács, Rancière invita a ver en la ficción “algo completamente diferente: una destrucción del modelo jerárquico
que somete las partes al todo y divide a la humanidad entre la elite de los seres activos y la multitud de los seres pasivos”13.
El impasse de la emancipación estética En este espacio privilegiado de lo sensible Rancière construye la que quizás sea su fórmula de una buena emancipación. Al comentar la obra del poeta inglés John Keats nos dice que …los hombres son animales políticos porque son animales poéticos, y es aplicándose a verificar, cada uno por su cuenta, esta capacidad poética compartida, como pueden instaurar entre ellos una comunidad de iguales14.
De Jacotot a Keats, pasando por Schiller, encontramos entonces la apuesta político-estética que nos propone: construir dispositivos sensibles y singulares de verificación de una capacidad común. Apuesta que no es sino la de presentificar, en singularidades, aquel fin de la emancipación colectiva; realizar inmediatamente, aún al costo de que sea de forma siempre precaria, aquella figura del obreropoeta-filósofo-pescador que Marx ponía como imagen del comunismo en la Crítica al Programa de Gotha. El poema, como la enseñanza del maestro ignorante, no pueden ser sino singulares, hechos “cada uno por su cuenta”, o “de voluntad a voluntad”. Introducen rupturas en las totalidades organizados por los saberes, el orden político o la lógica social, antes que construir nuevos colectivos. Están siempre del lado de una desidentificación y de una defección que se sustrae a todo fin. Estos dispositivos se distancian así de cualquier estrategia que pueda organizar los sujetos hacia la emancipación como objetivo, en tanto estaría obligada a escindir temporalmente los fines y los medios, corriendo el riesgo de precipitarse siempre a un saber del cálculo de aquellos medios, que implicaría entonces una inevitable jerarquía y una insoportable postergación. Y esto aun cuando el pensamiento de Rancière no se presente nunca como una afirmación de la futilidad, o, peor aún, de la peligrosidad, de toda revuelta. Por el contrario, no cesa de repetir que la comunidad de los iguales es posible y debe ser intentada. Aunque sólo sea para afirmar, a continuación, que ésta no será sino fugaz, momentánea, y condenada siempre a tener que recomenzar. La verificación de la igualdad o de la capacidad común de experiencia sensible es una tarea que debe retomarse una y otra vez, pero que no podrá nunca afirmarse como tal. Su oposición al orden es explícitamente pensada como insuprimible: “Tal vez esta dialéctica sea interminable” nos dice en El hilo perdido.
Contra este impasse chocan entonces todas las preguntas necesarias que Rancière no deja de plantearnos: ¿Cómo pensar una estrategia colectiva que no dependa de un saber a poseer o trasmitir; que reproduciría las jerarquías del trabajo manual/intelectual al interior de las colectivos revolucionarios? ¿Cómo integrar a una estrategia de emancipación política el grado cero que constituirían la emancipación intelectual y la experimentación sensible? Es decir, cómo pensar una emancipación más allá de las figuras del sacrificio, o de la superación de la miseria material, que haga lugar a la multiplicidad de subjetivaciones igualitarias posibles para los oprimidos; y que se sustraiga a la reconfirmación del lugar subordinado e impotente en el que se coloca a ese mismo sujeto que se espera actor de la revolución. Pero el problema reaparece. Aquellos mismos intentos contemporáneos de emancipación que Rancière saluda, no se construyen solamente “de voluntad a voluntad”, ni exclusivamente como resultado de una desidentificación sensible. Están obligados a definir un enemigo y a trazar las formas de un antagonismo, que cristalizan en procesos de organización colectivos que no pueden sino reponer aquellos problemas de los fines y los medios, en temporalidades que exceden el puro presente de las escenas singulares de subjetivación igualitaria. Es decir, nos obligan a plantear una vez más aquella vieja cuestión: la de nuestra estrategia.
1. Para un recorrido autobiográfico véase J. Rancière, El método de la igualdad. Conversaciones con Laurent Jeanpierre y Dork Zabunyan, Bs. As., Ediciones Nueva Visión, 2014. 2. J. Rancière, El reparto de lo sensible. Estética y política, Bs. As., Prometeo, 2012. 3. J. Rancière, El malestar en la estética, Bs. As., Capital Intelectual, 2011. 4. J. Rancière, El espectador emancipado, Bs. As., Ediciones Manantial, 2010. 5. J. Rancière, La palabra muda. Ensayo sobre las contradicciones de la literatura, Bs. As., Eterna Cadencia, 2012; Política de la literatura, Bs. As., Libros del Zorzal, 2011. 6. J. Rancière, El maestro ignorante. Cinco lecciones para la emancipación intelectual, Bs. As., Libros del Zorzal, 2016. 7. G. Gutiérrez, “La ignorancia y la igualdad en Rancière” en IdZ 32, agosto 2016. 8. “El cielo del plebeyo. París, 1830” en Aisthesis, op. cit., pp. 57-74. 9. El hilo perdido, op. cit., p. 29. 10. J. Rancière, La noche de los proletarios. Archivos del sueño obrero, Bs. As., Tinta Limón Ediciones, 2010. 11. J. Rancière, Los nombres de la historia. Una poética del saber, Bs. As., Nueva Visión, 1993. 12. El hilo perdido, op. cit., p. 67. 13. Ibídem, p. 13. 14. Ibídem, p. 84.
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Fotografía: Agencia Periodística Timbó
Una masacre oculta por 70 años
En el paraje La Bomba, en la provincia de Formosa, se perpetró en 1947 –durante la primera presidencia de Perón– contra el pueblo pilagá, una de las masacres más importantes del siglo XX. La documentalista Valeria Mapelman recopiló las memorias de los sobrevivientes y las plasmó en el documental Octubre pilagá, relatos del silencio que 5 años después se convirtieron en libro que recopila la memoria y los archivos de la masacre. Aquí una reseña del libro y entrevista a su autora.
Azul Picón Comité de redacción. Octubre pilagá, memorias y archivos de la masacre de La Bomba1, recorre los antecedentes históricos, el desarrollo y las consecuencias de la masacre de La Bomba. En un completo trabajo de investigación realizado por Valeria Mapelman, las memorias de los sobrevivientes y testigos de la masacre dialogan con las imágenes y se completan con un amplio material que consta de documentos públicos y secretos, prensa del período, etc. Lo valioso de su trabajo reside en que la historia es contada por ellos mismos, un pueblo al que nadie escuchó, y que el poder político y económico se preocupó por silenciar. “No hay quien recuerde tanto y tan bien como un pueblo que no tiene lápices ni papeles” (10); el rico y complejo ejercicio de la memoria de
este pueblo se expresa en las horas de testimonios en su lengua originaria, traducido para reconstruir el rompecabezas de la historia. “...esta gente representa un elemento importante en la explotación de la riqueza del país (...) constituyen un cuerpo de obreros sumamente barato y sin pretensiones” (29), decía en 1908 Lehmann Nitsche, director del Museo de La Plata. En el país que intentaba construir la Generación del ‘80, el obrero era el modelo para los indígenas y en esta transformación cumplían un rol fundamental las reducciones de indios, reductos estatales para disciplinamiento y control de las poblaciones originarias, que “a la vez que contribuían al vaciamiento de las tierras que ambicionaban, producían cuerpos dóciles y aptos para el trabajo, asegurando una reserva de mano
de obra cautiva” (36). Durante el primer peronismo estas reducciones pasaron a llamarse colonias aborígenes, pero seguían vigentes y nada cambió al interior de las mismas. En una nación que se construyó sobre el genocidio indígena y el dominio de los sobrevivientes, masacres como la de La Bomba no son más que una continuidad.
La masacre En octubre de 1947 cientos de personas llegaban de todas partes a ver a Tonkiet –un sanador que curaba todas las dolencias y enfermedades– y La Bomba se convirtió en un lugar de afirmación y resistencia política y religiosa. Para esa época el pueblo de Las Lomitas ostentaba una población nacida del Ejército implantado en la conquista, muy emparentado »
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IDEAS & DEBATES
con la Gendarmería (84). Según la memoria de los ancianos, los gendarmes “no comprendían” qué hacía tanta gente reunida y querían “hacerlos trabajar”. Con la presencia de Abel Cáceres, administrador de una de las colonias aborígenes, intentaron en vano trasladarlos. La multitudinaria manifestación y la negativa a abandonar el territorio para someterse a las colonias indígenas no fue tolerada por el poder estatal, que puso en marcha un poderío militar enorme contra los pilagá: la tarde del 10 de octubre los primeros fusilamientos darían comienzo a una sangrienta represión que duró varias semanas. Se formaron grupos que huyeron en distintas direcciones. Ataques y capturas simultáneas ocurrían en distintos puntos del territorio y fueron perseguidos por el monte en un éxodo que duró semanas. La persecución se reforzó con un avión Junker enviado desde El Palomar al que le habían retirado una puerta lateral para fijar una ametralladora (190). Una amalgama de muertes por fusilamiento, heridos que agonizaron por falta de atención, niños y ancianos que murieron de hambre y sed, sumados a un monte enorme e inabarcable que archivó la identidad de los muertos, impide medir en número de muertos el alcance de la masacre2. Los que sobrevivieron fueron capturados y llevados como prisioneros a colonias aborígenes –donde fueron recibidos por el mismo Abel Cáceres que los había amenazado previamente–, donde las mujeres fueron violadas y todos fueron sometidos a diferentes tipos de torturas. El final en las colonias no fue solo a modo de castigo sino que se los anotó como peones que debían pagar con disciplina y trabajo el privilegio de estar vivos (205). La participación de Abel Cáceres antes, durante y luego de la masacre como administrador del cautiverio, demuestra la activa participación estatal en la represión. Como explica la autora, debían mostrar que “allí donde el genocidio dejó un sobreviviente, debe verse a un hombre derrotado” (206). Al día siguiente, mientras en Buenos Aires Natalio Faverio, director de Gendarmería Nacional, firmaba un documento confidencial y secreto para respaldar el despliegue de tropas ocurrido un día antes, comenzó la eliminación de pruebas y la destrucción de la evidencia. Mientras la persecución por el monte continuaba, la Gendarmería prendió fuego el lugar de la masacre y limpió con topadoras las montañas de cenizas.
Si la historia la escriben los que ganan Uno de los ejes fundamentales del libro es el cuestionamiento de los relatos oficiales, periodísticos y académicos que criminalizan a los originarios y justifican la represión. Al igual que en masacres anteriores como la
de Fortín Yuncá (1919) y Napalpí (1924), la prensa cumple un rol funcional al poder político creando un “territorio salvaje y peligroso” para avanzar hacia la destrucción de los pueblos originarios (44), tergiversando los hechos para criminalizarlos, y luego silenciando para restablecer la calma y que el manto de silencio sepulte la masacre en el olvido. La noticia del “malón indio” una vez ocurrida la represión debía justificar las balas disparadas y la destrucción de pruebas (149). La academia acompañó: las investigaciones realizadas en los años ‘70 en el Gran Chaco buscaron desde un discurso científico convertir a las víctimas en victimarios y se convirtió al monte en un escenario de guerra entre dos bandos, abonando una teoría de los dos demonios. Octubre pilagá... es un importante aporte sobre una de las masacres más grandes y desconocidas del siglo XX, donde el peronismo tuvo una responsabilidad ineludible tanto en la represión, en el confinamiento de las víctimas, como en el silenciamiento del hecho. El trabajo con la memoria y la historia oral que realiza la autora demuestra el compromiso de la misma con las comunidades originarias, cumpliendo un rol activo en la disputa por la legitimación de ese pasado para sacar del olvido esta masacre que no puede verse aislada del proceso genocida comenzado con la llegada de los europeos a América. De cómo cubrieron los medios, los silencios y tergiversaciones hablamos con la autora en la siguiente entrevista3. IdZ: Te acercaste a los pueblos originarios a través del cine y hoy formás parte de la Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena, ¿cómo fue ese proceso? Llegué a la Red a través del cine, conocí a Diana Lenton en una proyección de Mbya, Tierra en Rojo, mi primera película. Yo estaba investigando el caso de La Bomba y el aporte de la red fue muy importante, porque ya tenían pensado el genocidio indígena como un proceso genocida, cosa que yo estaba viendo en las memorias, en los papeles, los documentos pero no tenía una base teórica para trabajar. Ellos ya tenían pensados los diferentes hechos, matanzas y masacres como un sistema. La masacre de La Bomba tiene todas las características de un genocidio: no solo fue una matanza indiscriminada, sino que hubo desapariciones de personas, violaciones de mujeres y campos de prisioneros donde van a parar las personas que son capturadas vivas al final de este proceso. La Red presentó un trabajo, “Del silencio al ruido”, que demuestra que el campo de concentración de Valcheta, el de Martín García, la masacre de Napalpí y la de La Bomba encajan en la definición de
genocidio de la ONU del año 1948. Entonces a partir de ese trabajo podemos empezar a hablar de todo esto, porque el genocidio indígena no está reconocido como tal, hay muchísimas organizaciones que trabajan el período 1976-1983 y nadie discute lo que pasó en ese momento, pero lo que sucede con las comunidades indígenas en Argentina está discutido constantemente; la academia todavía lo sigue discutiendo, lo pone en duda. IdZ: Decís que escribís el libro para responder a los interrogantes que nacieron con la película. Uno de ellos es “qué función cumplió el silencio historiográfico y la construcción del otro como criminal en los relatos oficiales, periodísticos y antropológicos”. ¿Cuál fue la respuesta? Yo no había tenido mucho tiempo de hablar en la película de cómo se construyó a los pilagá como criminales. Todos los diarios de la época después de ocurrido el primer fusilamiento el 10 de octubre, los describen realizando un malón, dicen que habían atacado el escuadrón de gendarmería, hablan de saqueos a los almacenes y de una serie de hechos que tiene que ver con una historia de criminalización del indígena. Era importante contar cómo colaboró la prensa, cómo fue manipulada la opinión pública para que la represión se acepte y no se cuestione. Y es interesante ver cómo todo eso pasó un día después y no antes, no hay noticias previas. Y después del 12 de octubre desapareció todo de los diarios, se silenció completamente y el gobierno de la época va a hacer que no se investigue nada. La masacre entonces quedó oculta durante casi 70 años, en silencio y sin justicia, eso es lo más triste de todo esto. Es muy fuerte el silencio sobre este hecho, tan fuerte que hasta el día de hoy hay un juicio por crímenes de lesa humanidad del que nadie está enterado. Las organizaciones de derechos humanos no acompañan, no estuvo en agenda durante el gobierno anterior y no lo va a estar ahora, pero lo más doloroso es que no estuvo en la agenda de derechos humanos del gobierno de los Kirchner, un periodo en el que los avances y gestos fueron enormes y sin embargo el genocidio pilagá estuvo totalmente silenciado. IdZ: Los testimonios recolectados muestran la crueldad de la masacre y cómo se “probaron” métodos después utilizados en la dictadura, como sembrar el miedo entre los prisioneros seleccionando a alguno para fusilarlo frente a ellos, dejar escapar a algunos para que cuenten lo que habían visto, torturas a los que sobrevivieron, violaciones a las mujeres. ¿Qué función cumplió el nivel de crueldad utilizado?
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Yo insisto en que la masacre de La Bomba y todas las de los pueblos originarios, son un antecedente de lo que nosotros vivimos en los años ‘70. Con “nosotros” me refiero a blancos, de clase media, viviendo en las grandes ciudades, y hablo de esto porque lamentablemente parece seguir habiendo derechos humanos para unos y para otros no, por eso quiero destacar las similitudes, porque la última dictadura militar, que fue tan traumática para muchos de nosotros, es el resultado de estos antecedentes. El accionar de la gendarmería en 1947 no está reconocido como un antecedente del genocidio de los ‘70. Ahí hay un filtro racista, sin duda. Parece que a los pilagá les pasó eso pero son otros, son distintos y entonces no importa. IdZ: Tu película fue presentada como prueba en el juicio por genocidio que lleva adelante la Federación Pilagá. ¿En qué situación está actualmente este juicio? El problema con ese juicio es que fue iniciado por dos abogados chaqueños, Carlos Díaz y Julio García, que vienen del partido peronista, que redactaron un relato de la causa en donde trataron de ocultar quiénes fueron los verdaderos responsables y tomaron de la fuente de Gendarmería un relato falso, que culpaba al segundo comandante del regimiento por haber disparado sin mediar orden alguna. Nosotros, a partir de haber encontrado los documentos secretos y reservados, sabemos que eso no es real, que tanto el ministro de Guerra Sosa Molina como el del Interior Ángel Borlenghi estaban informados y fueron los que movilizaron las tropas, los escuadrones para reprimir, perseguir y capturar. Cuando los pilagá empiezan a declarar, el fiscal nos pide la película porque había documentación que los abogados no habían presentado en el juicio. Ahí se produce un quiebre entre los abogados y sus representados, que eran los pilagá, y empieza todo un proceso para poder desprenderse de estos abogados que se habían apropiado del proceso judicial. Hoy en día hay una abogada diferente, Paula Alvarado, y estamos esperando que de una vez por todas se haga el juicio oral. Es un juicio que está viciado políticamente, el peronismo no quiere que este juicio avance, porque buscan la reconciliación con sus votantes, este caso suena más fuerte en el norte que acá. Así que el juicio hoy está en un momento que puedo decir que es más positivo porque los pilagá han tomado el caso como propio y a la vez sigue moviéndose muy lentamente, está empantanado. Solo hay un procesado, Carlos Smachetti, que tiene 96 años que copilotaba el avión Junker que los persiguió con ametralladora por el aire. Ese hombre está vivo, no fue a declarar en la primer parte del juicio,
pero la idea sería que no se muera antes de que termine este juicio, porque si se muere el juicio se cae, y la única posibilidad es seguir con un juicio por la verdad, que es de características distintas. Pero como te decía no existen organizaciones de DDHH que hayan impulsado este proceso, salvo “pequeñas grandes” organizaciones sin apoyo económico, como Madres Línea Fundadora con Norita Cortiñas o Nilda Eloy. La secretaría de Derechos Humanos, Fresneda, jamás se acercó a ellos. Es como que los derechos humanos en Argentina han quedado en manos de una elite y lamentablemente entre los pilagá no hay sociólogos, no hay periodistas, no hay abogados, porque el pueblo pilagá es un pueblo que vive en su territorio continuamente desplazado, desposeído de todo, de la tierra, de los recursos económicos y en soledad. IdZ: ¿Qué opinión tenés de las políticas en relación a los pueblos originarios de los últimos gobiernos? ¿En qué medida considerás que son una continuidad o una ruptura con las políticas de los gobiernos de esa época? Yo soy terriblemente pesimista, sobre todo porque mi trabajo en estos últimos años fue casi siempre en Formosa, una de las provincias donde he visto la violencia más grande, la pobreza de recursos en las comunidades: no hay agua potable, no hay salud, no hay medicaciones para los nenes que nacen con Chagas, se reprimen los cortes de ruta cuando se reclama agua limpia para tomar. Hay parapoliciales que están todo el tiempo espiando a los líderes comunitarios, los amenazan de muerte, han asesinado a mucha gente, me cuesta mucho ver algo positivo en relación a las políticas que les imponen a los pueblos originarios. No vi algo positivo en todos estos años, a mí me tocó trabajar en Formosa, pero también conozco gente de Neuquén y Río Negro y vemos como el Estado beneficia más a las industrias extractivas que a la gente que nació ahí y que habita ancestralmente el territorio. Según nuestra Constitución los pueblos originarios tienen derechos ancestrales sobre los territorios que habitan, sin embargo esto no se respeta. Cada dos por tres los parapoliciales desplazan a la gente de sus territorios y no pasa nada. Y bueno, ni hablar en los dos casos por crímenes de lesa humanidad, el de Napalpí y el de La Bomba, no veo algo positivo que esté pasando en relación a esos dos juicios, para nada. IdZ: Es decir que hay más elementos de continuidad... No hay un reconocimiento a sus derechos y cuando los pueblos originarios quieren
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acceder a la justicia no pueden acceder, prácticamente no hay abogados que los atiendan, y es determinante su situación económica, no tienen recursos para nada. En Chaco y en Formosa hay una injerencia de la Iglesia muy fuerte dentro de las organizaciones indígenas, intentando manipular lo que sucede entre las organizaciones y el Estado, ralentando los procesos. Estamos viendo cómo se comporta el INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas) con la Federación Pilagá: hace 2 años que no les terminan de cerrar las asambleas para tener la personería jurídica al día. En el INAI hay 25 abogados que accionan en contra de la Federación Pilagá cuando ésta inicia un recurso de amparo para obtener el reconocimiento de su asamblea, semejante movimiento de profesionales del Estado solo por no otorgar el reconocimiento de una organización (…) La Federación Pilagá es la única que agrupa a todas las comunidades pilagá, es un caso único. Entonces al Estado no le conviene darle poder a una organización semejante. IdZ: Ellos dicen “la Gendarmería tiene sus libros y nosotros no” ¿Qué recepción tuvo en las comunidades la película y el libro? ¿Cómo lo vivieron? La película fue una herramienta muy útil para el juicio y para la recuperación territorial, hay dos comunidades que se recuperaron con la película en la mano: Oñedié y Penqolé, en los lugares donde ocurrió la masacre. Cuando hicimos las primeras copias, 500 fueron para Formosa y se llevaron a las escuelas y durante mucho tiempo se pasaba la película en las escuelas y la trabajaban los maestros en diferentes comunidades. Así que allá se ve mucho el trabajo, sobre todo la película. Y con el libro también, el libro es un formato diferente pero también es importante para ellos toda la primer parte donde está toda la historia previa y las fotografías. Cada uno de los trabajos tuvo una vida distinta, pero creo que la película fue muy útil y fue más allá de lo que yo pensaba, porque fue pensada como un trabajo de difusión y al final sirvió como prueba en el juicio y para la recuperación territorial y eso me superó, no estaba en mis planes y fue como una reinvención de la película que hicieron ellos, así que en ese sentido estoy re contenta, sirvió más de lo que yo pensaba.
1. Bs. As., Tren en movimiento, 2015. 2. Si bien no es posible saber la cantidad de muertos que dejó la masacre, la Federación Pilagá lleva adelante un juicio por genocidio (ver entrevista) donde estima que hubo entre 400 y 500 personas asesinadas. 3. La entrevista completa disponible en www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda.
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CULTURA Lecturas críticas
otro logos, un diálogo posible Fotografía: Enfoque Rojo
Otro logos. Signos, discursos, política, es el nuevo ensayo de la escritora y crítica Elsa Drucaroff, publicado por Edhasa. Aquí nos cuenta cómo se desarrollaron algunos de los debates que propone en diálogo con Eduardo Grüner, quien dirigió la tesis doctoral de donde surgió el libro. Ariane Díaz y Celeste Murillo Comité de redacción.
Otro logos comenzó como marco teórico de otro ensayo sobre narrativa argentina, Los prisioneros de la torre, pero terminó cobrando peso propio, excediendo la producción literaria y abriéndose a diálogos y contrapuntos con otras teorías y prácticas. Drucaroff encontró dos órdenes discursivos que, aun entrelazados en nuestro sistema social, no tienen el mismo origen histórico ni las mismas implicancias: el Orden de Clases y el Orden de Géneros, que analizará no para construir un esquema que permita acomodar cada teoría en uno u otro casillero, sino para mostrar la complejidad de sus relaciones. Convocados así los cuatro encuadres teóricos del libro –el marxismo, el psicoanálisis, las teorías feministas y las del discurso–, llegará a la definición del falo-logocentrismo:
así como el marxismo define un determinado “modo de producción de riquezas”, puede definirse también un“modo de producción de las personas”, que se construye desde el terror a aceptar lo diferente y la necesidad de expulsarlo para constituirse como una plenitud. Lo “otro” en esta matriz de significación es nada menos que la mitad de la humanidad: las mujeres. La reflexión de Drucaroff, madurada durante más de dos décadas –cuando de género hablaban aún pocas especialistas y en la academia se desestimaba, cuando los femicidios no se reconocían como tales–, se encuentra con un contexto político en que, sobre todo después de #NiUnaMenos, el problema de la violencia contra las mujeres “se ha vuelto hegemónico, se volvió una cuestión de agenda”.
IdZ: Entre que arrancaste con el libro y su publicación cambió el debate político, sobre todo en las cuestiones de género. ¿Esperás que el libro encuentre otras lecturas que no habías pensado cuando lo empezaste? ED: Hoy ya no es políticamente correcto decir “de qué se quejan las minas”, o discutir cada 8 de marzo si es discriminatorio un día de la mujer porque no hay un día del varón. Eso cambió. Algo que yo deseaba era saltar el “corralito” de género, porque sentía que todos los discursos sobre el género estaban atrapados ahí. No creo que el libro invente algo, tal vez lo mío fue poner en relación cosas que estaban circulando. EG: Es cierto, pero no es frecuente ver, y creo que es un hallazgo del libro, esta discusión que está ya en su primera parte, donde se
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concentra lo que podríamos llamar el “discurso del método”. Decías recién que “el discurso de género se ha vuelto hegemónico”, y ni bien leés ese primer capítulo te das cuenta de que a vos te resulta sospechoso. Y hacés una cosa que no se hace frecuentemente: poner en cuestión, en estado de interrogación crítica, la diferencia sexo/género, como lo hacés con base/superestructura. Es decir, someter a crítica categorías que ya parecen un sentido común. Eso me parece sumanente productivo. ED: Cuando algo se vuelve hegemónico enseguida viene la versión fácil. Es mejor que el problema de género se haya visibilizado a que se te rían en la cara, pero al mismo tiempo están todos los peligros de que se vuelva un lugar común. IdZ: Nancy Fraser, la feminista norteamericana, señaló, inquieta, que los “cambios culturales” a partir de la segunda ola del feminismo, saludables en sí mismos, fueron sin embargo absorbidos por un neoliberalismo individualista que ofrece una emancipación restringida a sectores minoritarios en algunos países, mientras siguen siendo brutales los agravios contra la inmensa mayoría de las mujeres a escala global. EG: Algo similar sucedió con el discurso de los derechos humanos, que se volvió tan “obligatorio” que terminó sustituyendo a la política, y despolitizándose a sí mismo. Por ejemplo, cuando se acusa a un organismo de derechos humanos de hacer política para una tendencia, se parte de una “universalidad abstracta” que no debería contaminarse con las particularidades concretas de la política… ED: Con el feminismo queer pasa eso a veces, se despolitiza. Se valoriza la diferencia contra la igualdad que aplana –y es cierto que hay algo en la “igualdad” que remite a la razón capitalista– y terminamos defendiendo derechos muy particulares. Son derechos que apoyo, pero no podemos hacer política solo desde ahí. Puede terminar siendo un discurso que paraliza: cada diferente termina diciendo “no necesitamos que piensen por nosotros”. Pero no es pensar por los demás… es leer y pensar juntos. IdZ: ¿Por qué ponés el eje en estos dos órdenes, el de Clases y el de Géneros, y no en otros órdenes opresivos, como la xenofobia por ejemplo? ED: No podría jurar que no hay otros… Pero lo que me hizo pensar en esos dos órdenes fue el marxismo, que planteó cómo el modo de producción de riquezas es pilar de la construcción de una sociedad y afecta la subjetividad de las personas. Engels agrega en el
prólogo de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado que habría que pensar la producción de personas como una línea específica, y creo que tiene razón. ¿Hay más ejes? El de la xenofobia lo veo como parte de esa subjetivación que necesita expulsar a los diferentes. Empezamos expulsando a las mujeres, después mujeres y hombres necesitan expulsar a los paraguayos o a los judíos; terror a la diferencia: seguimos en el falo-logocentrismo. Por otro lado, el orden de clase utiliza la xenofobia para sobreexplotar… EG: La produce más bien, porque si uno se toma en serio el concepto de racismo o xenofobia, se da cuenta de que es un invento de la Modernidad, de la propia lógica de producción del capitalismo, que para su expansión mundial necesita, por ejemplo en América, traer personas negras de África para responder al problema de la mano de obra. Ahí se encuentra con la contradicción insoluble entre la necesidad de usar fuerza de trabajo y una Modernidad cuya supuesta base éticofilosófica es la libertad individual, necesaria para que los obreros puedan vender su fuerza de trabajo en el mercado. ¿Y cómo se hace compatible esta contradicción? Hay que inventar no solo diferencias sino inferioridades. Eso no le era necesario a los griegos o a los romanos, que tenían esclavos. ED: Los griegos tenían el concepto de “bárbaros”, había una idea de pueblos superiores e inferiores… EG: Pero como dice Aristóteles, eran “esclavos por naturaleza”, no necesitaban una justificación. No en el sentido moderno en el que por ejemplo un color de piel puede aparecer como la marca inmediata que justificaría alguna clase de inferioridad que me permitiría legitimar una dominación. ED: Pero sí era necesario crear la idea de que las mujeres son inferiores, por ejemplo. Diría que la xenofobia es una utilización nueva, en el capitalismo, de algo que está instalado previamente en la subjetividad, que es la satisfacción de cierta gente de decir “yo estoy plena respecto de ese otro ser”, y presta sus servicios al modo de producción de riquezas. La xenofobia tal como la conocemos hoy es un invento del capitalismo, pero la construcción de pueblos inferiores es del falo-logocentrismo. EG: Esto es pensar otra lógica de la “producción de personas”. La importancia teórica de la primera parte de Otro logos es que Elsa consigue hacerse cargo de las “novedades” de las que ya no podemos retroceder en el campo de la teoría (la marxista, la feminista, o la teoría semiótica) sin perder de vista
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las bases materiales, la relación entre semiosis y no semiosis. Si para algo sirven los mitos en las sociedades arcaicas, o la ideología en las sociedades de clase, es para organizar las conductas. Eso va a tu discusión con el esquema base/superestructura. En el mismo texto de Marx donde aparece ese esquema están todos los elementos para, no digo refutarlo, pero sí abrirlo: si en la base están las fuerzas productivas y las relaciones de producción, para Marx relaciones de producción es ya lucha de clases, y entonces están ahí la política y el derecho. Drucaroff discute con visiones mecanicistas del marxismo –como la socialdemocracia o el stalinismo, que tuvieron enorme peso en lo que se definía “marxista” en el siglo XX–, que redujeron la opresión de género al problema de clase, impidiendo ver los problemas propios que supone esta forma de violencia milenaria. También retoma conceptualizaciones que, desde el marxismo, han aportado a la crítica de ese mecanicismo, y que pueden ser herramientas para dar cuenta de los problemas específicos del Orden de Géneros. IdZ: Si vamos por el lado del feminismo, ¿qué problemas tiene, a su vez, pensar el problema del género sin tener en cuenta las características propias del Orden de Clases? ED: Cuando la teorización de la diferencia llega a un punto demasiado específico, termina obstaculizando cualquier agrupación con alguna reivindicación política-social. Sin negar el derecho de pequeñas minorías a defender sus reivindicaciones y sin negar el apoyo que merecen y su impugnación contra la obligación de encajar en una identidad compulsivamente impuesta, el fanatismo posmoderno contra la identidad puede llevar a un punto en el que no podamos hacer política. Por otro lado, se pierden urgencias de agenda: para hacer política socialista, de clase, hoy no se puede ignorar que el 40 % de la clase obrera son mujeres. La variable de género atraviesa la de clase, no se fusiona pero no se puede ignorar. Hay feminismos no socialistas que no se pierden en la extrema atomización de lo particular y reivindican problemas de género muy importantes, como la legalización del aborto; es clave luchar en conjunto, aunque no todas seamos anticapitalistas. Creo que es posible una sociedad injusta en la distribución de la riqueza, pero donde tener o no algo entre las piernas no signifique discriminación; pero el mundo no va a ser más justo si terminamos solo con el falo-logocentrismo.
EL FIT SALIÓ A LA CANCHA MULTITUDINARIO ACTO DEL FRENTE DE IZQUIERDA EN ATLANTA
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