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LA VISITA MÁS QUERIDA
Es erróneo pensar que las almas de quienes amamos, regresan guiadas simplemente con el olor de los frutos de la tierra y con la luz que ilumina su camino de vuelta a casa. Cada año en los días de Todos Santos y Fieles Difuntos, la fe, la identidad y una promesa de amor es la fórmula que enlaza a quienes han partido con quienes esperamos su retorno cada noviembre.
TEXTO: José Luis Pérez Cruz
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Los que se fueron tomados de la mano de la muerte, también deben estar con el entendimiento del encuentro eterno, que los encamina a llegar al puente de la fe, de las creencias y la generosidad de los pueblos fieles a sus rituales, usos y costumbres.
En Oaxaca, cada región tiene sus propias usanzas y formas de convivencia, que llegan desde semanas de antelación con la preparación de lo que vivos y muertos van a degustar: el pan, el chocolate y el mole, así como la siembra de la flor y la fruta criolla en rama. En los últimos días de octubre y los primeros días de noviembre en algunas casas o en los barrios donde las mujeres todavía tuestan el chile y las especias para preparar el mole negro, se oye la frase: - ¡Ya huele a muertos!. Pero también cuando el clima cambia y aire sopla, otros dicen: - ¡Ya se siente el frío de Muertos!
De acuerdo a lo que dicta la cultura de cada familia se montará la ofrenda, impulsada también por lo que brota de la tierra donde nacemos y que nutre esa mesa generosa, y también hasta donde
TEXTO: José Luis Pérez Cruz
nos da el dinero para hacer el gasto. Pero sin distingos, en estas fechas todos vivimos nuestra propia visión de los días de ‘Muertos’.
UNA OFRENDA ÍNTIMA
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Es innegable que en los pueblos más alejados es donde se conservan las costumbres más sorprendentes en la veneración a los ´Muertos´, días y horas que esparcen los sabores honestos de la cocina tradicional, de las pláticas alrededor del comal en las cocinas de humo, de las leyendas de la ‘cosa mala’ que platican los abuelos en el solar, rodeados de los niños del barrio.
Eso sucede lejos, muy lejos de los civilizados, de quienes perdieron su identidad, de quienes buscan agradar al mundo exterior sin mirar su pasado, de quienes decidieron pintarse la cara para ser una farsa de sus nuevas creencias, de quienes toman una indumentaria regional para convertirla en un disfraz de toda ocasión, bailando al compás de música que pretende ser norteña, pero que en el intento es solo ruido de instrumentos desafinados.
Afortunadamente, en estos días todavía hay quienes decidimos vivir este encuentro en la intimidad de la casa, con la ofrenda que sale del corazón y no de una receta de alguien que nunca ha puesto un altar. En una reunión donde evocamos los
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recuerdos que nos hicieron gozar de la vida con los seres amados que abandonaron su cuerpo en la tierra, para volar más alto.
El frío se siente en estos días, y más cuando hay pandemia, que no permite que muchos mercados expendan con libertad las ofrendas destinadas a los difuntos, que nos impide encontrarnos con los conocidos en la plaza buscando lo mejor de cada puesto, buscando el corazón que palpita y se entrega rodeado de velas.
A pesar de las medidas sanitarias es inevitable que suceda el intercambio de ofrendas entre vivos, esa visita a los compadres, ese respeto de los ahijados de boda, a los abuelos, ese engranaje que mantienen los oaxaqueños que no han sido seducidos por una mirada exterior en las dinámicas de cómo vivir lo nuestro.
¿TÚ TE SALES CUANDO LLEGA UNA VISITA?
Contaba mi mamá que un primero de noviembre, una comadre de mi abuela las invitó a comer de su sabroso mole negro, se arreglaron para salir y apagaron las veladoras de su ofrenda de ‘Muertos’ y se fueron a cumplir con la invitación de la comadre. A su regreso a casa encontraron la fruta y comida regada en el piso, mi madre y mi abuela asumieron que sus difuntos se habían sentido por su ausencia, por dejarles solos, por la desatención. ¿A poco tú te sales cuando llega una visita?
Desde entonces la consigna en la familia fue no dejar nunca solo el altar mientras ellos estuvieran presentes, había que calentar la comida, cambiar el vaso de agua, rezar el rosario, vigilar las velas y prender nuevas tan pronto se apagarán.
En lo particular, siempre mi mamá fallecida me avisa que están presentes, constantemente pasa algo asombroso, ese instante me conmueve porque se siente como el corazón brinca, y pienso que un amor tan grande no puede irse del todo, no puede dejar de disfrutar del chocolate de agua y el pan amarillo, de las limas y el mole.
Para ofrendar un Altar de Muertos hace falta más que dinero, o que el papel picado o las calaveras de azúcar. Una ofrenda no solo son niveles que marcan lo auténtico y que se escribe en un libro. Lo único que es imprescindible es la intención honesta que conecta la fe de quien está y de quien vuelve.