Mes de julio de 2012
PEDIR PERDÓN SIN HUMILLACIÓN Hay mucha gente que tiene la impresión que si piden perdón a otro se están humillando o rebajando. Lo viven como perder su dignidad, quedar en una posición de debilidad, a merced del otro, a veces ser masoquistas. Pero ¿qué diríamos si dijéramos que reconocer nuestras faltas puede ser sano y benéfico? Es curioso, hay bastantes libros y artículos sobre el perdonar a otros, muy poco material sobre el pedir perdón. Mientras que al perdonar nos colocamos del lado de la víctima o del ofendido, al pedir perdón nos ponemos del lado del ofensor o del victimario. ¿No será que el pedir perdón, cuando este se justifica, puede ser un signo de transparencia, autenticidad y honestidad que en muchos casos facilita la liberación de la propia culpa y encamina la reparación de las relaciones personales? Lo excusable no es lo perdonable. Si le piso un pie a alguien o le rompo un adorno de su casa mi responsabilidad, probablemente, sea casi nula o de importancia relativa. Solo debo disculparme en ese caso, sea porque la falta es muy evidente o porque no se trata de una falta moral. A veces, tales pedidos de perdón son de sentido superficial o fórmulas de cortesía de poca trascendencia en nuestra vida cotidiana. También algunos pedidos de perdón son a medias o condicionales: “Admito que me puse violento y lo insulté, pero esto no sucedería si usted prestara más atención a su trabajo”. O de tono general: “Si ofendí a alguien, pido disculpas”. Una ofensa es otra cosa. Las mismas pueden ser de diversa índole: una mentira, una actitud violenta, una traición, una falta de respeto, una calumnia, un juicio mal intencionado, el quiebre de una confidencia o una actitud sádica son algunos de los modos de dañar a otro, ¿está seguro que nunca cometió algunos de estos hechos? Y si lo hizo, ¿recordaría cuando fue la última vez? Todas estas cosas implican gestos de desestima por el otro, aunque las víctimas hayan sido personas de nuestros círculos más íntimos. Pedir perdón supone ser sensible a valores morales y espirituales que llevan consigo una viva toma de conciencia de la falta. Arrepentirse sanamente no implica un remordimiento obsesivo, ni un acto de autocastigo o de desvalorización propia. La culpa es como el colesterol, la hay buena y también mala. La primera nos hace asumir el error o el mal que hayamos podido generar a otros. La otra puede conducirnos al daño personal o al autocastigo. El arrepentimiento quiebra el orgullo para poder asumir la falta. A menos que nosotros pertenezcamos a una comunidad donde estemos aptos para decirnos la verdad a través de la práctica de la reconciliación y el perdón, estaremos condenados a vivir en comunidades y en un mundo de violencia y destrucción. Este es un presupuesto fundamental para alcanzar la paz interior y la paz con otros. Ser un participante activo en una comunidad de reconciliación es nuestro mayor aporte a la misma y una innegable evidencia que Dios está presente. Hacer la paz es un puente, pero un puente que debe ser caminado hacia ambos lados. El arrepentimiento puede ser pensado como un encuentro realista con nuestros propios aspectos negativos y con un auténtico enfrentar y manejar las cosas negativas de los otros. Necesitamos nuevos paradigmas para poner en práctica en nuestras relaciones personales. También en situaciones en las que somos nosotros los que hemos hecho daño. La capacidad de afligirse, sentir la pérdida de una relación que pudo ser más positiva y tratar de hacer reparaciones a los que hemos ofendido es esencial a nuestra humanidad y un progreso en nuestro proceso de crecimiento. Pero para esto es necesario aceptar lo negativo y lo que nos debemos perdonar de nosotros mismos. Pedir perdón es intentar tender un puente con el otro que requiere un afirmar nuestra identidad de un modo sano y no a través de posturas defensivas limitantes para el desarrollo de nuestros vínculos. Pastor Hugo N. Santos