Mes de septiembre de 2010
El perdón a uno mismo La culpa es un estado de ánimo que nos empequeñece, empujándonos al remordimiento, al autocastigo, a bloqueos existenciales y a acciones seudoliberadoras como la proyección de esa culpa en los demás. Uno puede perdonar a otro que no lo trató bien, pero a veces cuesta perdonarnos a nosotros mismos porque fracasamos, no logramos lo que debíamos o queríamos obtener, porque nos dañamos de diferente manera, por haber defraudado a otros, por no haber sido fieles a nuestros propios ideales, porque adoptamos conductas que sabemos que no son las debidas. La reconciliación con uno mismo significa reconciliarse con el propio pasado. Aceptar lo que soy con mis partes fuertes y débiles, con mis temores, mis bajones, mis mediocridades. Es necesario aceptar que en lo íntimo de mi ser existen amores y odios. A pesar de nuestros valores morales y religiosos, tenemos impulsos destructivos, celotipias, envidias, ira, angustias y timidez. Más aun, consciente o inconscientemente, existen zonas, que bien podríamos llamar ateas, que se resisten a la acción del Espíritu; de lo contrario, no produciríamos algunas de las cosas que hacemos o pensamos. No podemos ser perfectos, somos limitados, en nosotros se mezclan los logros y las imposibilidades, la luz y las sombras, y comprendemos que esto nos impide aceptarnos a nosotros mismos cuando no logramos todo lo que queremos. Esta tendencia se acentúa si en nuestro pasado nos despreciaban a menudo, nos sobreexigían, proponiéndonos metas que no podíamos cumplir, o nos comparaban con otros colocándonos en situación desfavorable. La exigencia de perfección nos quita la alegría y nos hace sentir una sensación permanente de indignidad. Es necesario ir, poco a poco, reconociendo nuestros errores, aprendiendo de ellos y creciendo alimentados y motivados por el gran amor de Dios. Se trata de ir logrando esto con humildad, dependiendo cada vez más del Señor. No podemos ser Dios, Él es el único sin manchas y sin imperfecciones. Todos los demás estamos propensos a cometer errores: hay cosas que no sabemos, no podemos controlar todo, no siempre podemos anticipar las consecuencias de algunos hechos y palabras o alcanzar a lograr nuestras metas. Pero aceptarse, nada tiene que ver con una claudicación en la esperanzada lucha que siempre acompaña a toda vida bien orientada, sino que es encontrar un sensato equilibrio entre exigirse y comprenderse a uno mismo. Dios nos quiere felices, Jesús vino para que tengamos vida y vida en abundancia. Dios se acerca a nosotros, no porque seamos perfectos sino porque somos sus hijos e hijas a quienes ama. La autoflagelación de la culpa puede arrastrar hacia el mal a esa vida por la que Jesús murió en la cruz. Es cuestión de pedir a Dios que nos libre de ataduras interiores y nos ayude a ser en el futuro más sabios, menos torpes y con más capacidad para el amor. El perdón a uno mismo puede llevar tiempo, no siempre se produce por un acto de voluntad, instantáneamente. A veces es necesario pasar por las lágrimas para llegar a este tipo de perdón. Nos cuesta creer en este Dios tan amoroso y perdonador. Si no nos perdonamos a nosotros mismos, el perdón que Él quiere darnos no se hará eficaz en nuestra vida. Por eso es necesario afirmar con fe las palabras de Isaías 1: 18: “Vengan, pongamos las cosas en claro –dice el Señor-. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” Pastor Hugo N. Santos