El mensaje del mar Posiblemente esta haya sido la época en la que más haya aprendida acerca de la vida. Aún recuerdo los primeros días en aquel campamento... Me llamo Alu. Tenía 17 años y estaba en la típica edad adolescente en la que, según dicen todas las madres, no hay quien nos entienda. Posiblemente fuera eso, o posiblemente es que no querían entendernos; fuera lo que fuera ahora me encontraba sola, sin mis padres, sin mi hermana pequeña, 8 semanas enteras para dedicarme a mí, a mi verano, a mi vida. Necesitaba un vuelco en mi vida, olvidar el pasado de una vez por todas y centrarme en mi presente. Quería poner candado a los recuerdos y dejarlos allí encerrados, en un minúsculo baúl, tan sumamente comprimidos que hasta lleguen a desaparecer. Dejarlos allí, en Madrid. Debía coger un tren que me llevaría a un campamento de Cádiz, situado cerca de la costa, cuyo nombre era "Sueña con nosotros". Necesitaba alejarme de él, de Lucio y su recuerdo. Él fue mi gran amor, pero hoy ya no está conmigo. Murió hace dos años en un accidente. Tardé en hacerme a la idea de que él ya no estaba conmigo. Dejé a mis amigos de lado, y ya nuestra amistad no es la misma. Ellos ya tienen otra vida, otros planes, en los que yo no entro. Por eso quería alejarme, para intentar de alguna manera rehacer mi vida. Todo se remonta a ese 1 de julio de 2003, cuando cogí ese tren, exactamente el de las 8 de la mañana. En el andén, perdí la noción del tiempo entre calles rectas y esquinas circulares. Sentí recuerdos escondidos saliendo de dentro y por una vez no eran los fantasmas de la nostalgia, sino que estaba segura que podría olvidar, al menos mi estancia en "Sueña con nosotros" la vida que estaba dejando atrás. Pero como si yo fuera una cenicienta más y mis doce fueran las 8 de la mañana, vino el tren, en el que me monté sin dudarlo haciendo juego a mis sentimientos y mira que yo lo sabía, mira que antes de haber llegado a la costa, ya estaba echando de menos Madrid. A las 3 horas llegué a mi destino. Pasé dormida todo el viaje. Ni siquiera me fijé en los pasajeros del tren. No le presté atención al bebé que lloraba porque se acababa de despertar, tampoco a esa simpática acomodadora del tren que me preguntó si quería nueces, ni a las señales de las vías de tren que indicaba el trayecto que quedaba hasta Málaga... Me olvidé de todo aquello. Una mujer muy amable se me acercó nada más bajar del tren y me dio las indicaciones para llegar al autobús. Al llegar, me encontré con un panorama un tanto peculiar. Grupos de máximo 5 personas. Y todos ellos deseando conocer a más gente. Observando todo aquello, un repentino golpe agitó mi pecho. Justo en la herida que no había dejado de sangrar durante 2 años día y noche tiempo atrás. La herida que dejó él en mi corazón cuando murió. Ese hueco vacío dentro de mí volvió a sangrar de nuevo cuando me fijé en concreto en un chico. Era tan parecido a él. Su pelo rubio, sus ojos azules, sus cejas, sus labios, sus manos, absolutamente todo. Sin quererlo un recuerdo se filtró en mi cabeza, entró así, sin preguntar, sin pedir permiso; incumpliendo la norma que había jurado yo misma hace apenas unos meses: no lo recordaría jamás. Pero eso recuerdo volvió a invadir mi mente. Vi con total claridad el paseo que dimos antes del accidente, con ese gran helado de chocolate entre las manos, riendo sin parar en el hermoso parque. Pero ahora venía la peor parte de mis recuerdos. Temblando pude apreciar el momento en el que cruzaba la calle para comprarme ese enorme ramo de rosas