Boletín Comunidad Ecuménica Horeb-Carlos de Foucauld Nº 18-Febrero 2012 http://horeb-foucauld.webs.com http://foucauld-horeb.blogspot.com
1
La Iglesia nace de la oración de Jesús Palabras del papa en la audiencia general miércoles 25 noviembre 2012 La petición central de la oración sacerdotal de Jesús, dedicada a sus discípulos de todos los tiempos, es aquella de la futura unidad de todos los que creerán en Él. Tal unidad no es un producto mundano. Proviene exclusivamente de la unidad divina y viene a nosotros del Padre mediante el Hijo y el Espíritu Santo. Jesús invoca un don que viene del cielo, y que tiene su efecto --real y perceptible-- en la tierra. Ora “para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). La unidad de los cristianos, por un lado, es una realidad oculta en el corazón de las personas que creen. Pero al mismo tiempo, esta debe aparecer claramente en la historia, debe aparecer para que el mundo crea, tiene un propósito muy práctico y concreto y debe aparecer para que todos sean realmente uno. La unidad de los futuros discípulos, siendo unidad con Jesús --que el Padre ha enviado al mundo--, es también la fuente originaria de la eficacia de la misión cristiana en el mundo. "Podemos decir que en la oración sacerdotal de Jesús se realiza la institución de la Iglesia... Propiamente aquí, en la última cena, Jesús crea la Iglesia. Por qué, ¿qué otra cosa es la Iglesia, si no la comunidad de los discípulos que, mediante la fe en Jesucristo como enviado del Padre, recibe su unidad y se implica en la misión de Jesús para salvar al mundo, conduciéndolo al conocimiento de Dios? Aquí encontramos realmente una verdadera definición de la Iglesia. La Iglesia nace de la oración de Jesús. Y esta oración no es sólo de palabra: es la acción por la que Él se "consagra" a sí mismo, es decir, se "sacrifica" para la vida del mundo (cfr. Gesù di Nazaret, II, 117s).
2
Jesús ora para que sus discípulos sean uno. En virtud de esa unidad, recibida y mantenida, la Iglesia puede caminar “en el mundo” sin ser "del mundo" (cf. Jn 17,16) y vivir la misión confiada a ella para que el mundo crea en el Hijo y en el Padre que lo envió. La Iglesia se convierte entonces, en el lugar donde continúa la misión misma de Cristo: llevar al "mundo" fuera de la alienación del hombre de Dios y de sí mismo, fuera del pecado, a fin de que vuelva a ser el mundo de Dios.
3
THOMAS MERTON “Mucho más impactante que su apariencia externa, que en si misma era distinguida, era la vida interior que manifestaba. Podía ver que era un hombre profundamente espiritual y verdaderamente humilde. Era la primera vez que me sentí conmovido por tal sentimiento de espiritualidad de alguien que profesaba el cristianismo...fue Merton quien me introdujo, por primera vez, en el significado real de la palabra “cristiano”. (El Dalai-Lama acabó definiéndolo, como un “buda natural”)
4
Silencio y Palabra: camino de evangelización “El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena. En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos que manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa. Del silencio, por tanto, brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones. Allí donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial. Una profunda reflexión nos ayuda a descubrir la relación existente entre situaciones que a primera vista parecen desconectadas entre sí, a valorar y analizar los mensajes; esto hace que se puedan compartir opiniones sopesadas y pertinentes, originando un auténtico conocimiento compartido. Por esto, es necesario crear un ambiente propicio, casi una especie de "ecosistema" que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos”. (Benedicto XVI para la 46 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, Vaticano, 24 de enero 2012, Fiesta de San Francisco de Sales) 5
Nuevo libro de J. L. Vázquez Borau. Más información en BUBOK http://www.bubok.es/libros/10372/SILENCIO-Y-PALABRA
El hoy del ecumenismo y la espera de su cumplimiento «Trabajar con el máximo empeño en el restablecimiento de la unidad plena y visible de todos los discípulos de Cristo» es el «apremiante deber» del Sucesor de Pedro. El Papa Benedicto XVI pronunció estas palabras programáticas ya en su primer mensaje después de la elección al Solio pontificio. Al repasar los más de seis años de su ministerio petrino, podemos constatar con gratitud que la causa del ecumenismo es el hilo conductor de su pontificado. En sus numerosas homilías y en sus múltiples mensajes, no sólo se refiere a la necesaria «purificación de la memoria» y ve en la «conversión interior» el presupuesto indispensable para el progreso del camino ecuménico, sino que además ejerce ya desde ahora, en sus numerosos encuentros con los representantes de otras Iglesias y comunidades cristianas, un primado ecuménico. Este claro énfasis ecuménico en la obra del Santo Padre no puede sorprender, si tenemos presente el hecho de que el Papa Benedicto 6
XVI, ya como teólogo y cardenal, se esforzó mucho por hacer avanzar el diálogo ecuménico y lo enriqueció con útiles reflexiones teológicas. Naturalmente, en el marco de un breve artículo no se pueden citar detalladamente las distintas contribuciones aportadas por el Papa Benedicto XVI al ecumenismo. Me centraré, por tanto, en el núcleo esencial de su compromiso ecuménico, que a mi parecer se expresa de modo más claro y profundo en su interpretación de la oración sacerdotal de Jesús, «que todos sean uno», de la que el Papa habla en su segundo libro sobre Jesús de Nazaret. La nueva evangelización impulsada de modo especial por el Santo Padre debe, por tanto, tener una dimensión ecuménica, dimensión a la que el Papa Benedetto XVI ya hizo una referencia explícita al anunciar la creación del nuevo Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización durante la celebración de las primeras Vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo en 2010: «El desafío de la nueva evangelización interpela a la Iglesia universal, y nos pide también proseguir con empeño la búsqueda de la unidad plena entre los cristianos». Dado que la nueva evangelización consiste en acercar a los hombres al misterio de Dios y en introducirlos en una relación personal con él, en el centro de toda nueva evangelización debe estar la cuestión de Dios, que nosotros debemos asumir ecuménicamente, con la convicción de que en la raíz de toda nueva evangelización no hay un «proyecto humano de expansión», sino el deseo «de compartir el don inestimable que Dios ha querido darnos, haciéndonos partícipes de su propia vida» (Ubicumque et semper). Con su compromiso ecuménico, el Papa Benedicto XVI testimonia de modo ejemplar en qué consiste la responsabilidad ecuménica de 7
todo obispo en la Iglesia católica, descrita por el Codigo de derecho canónico con las siguientes palabras: el obispo diocesano «debe mostrarse humano y caritativo con los hermanos que no están en comunión plena con la Iglesia católica, fomentando también el ecumenismo tal y como lo entiende la Iglesia» (can. 383 § 3). De ello se deduce en primer lugar que la promoción de la causa ecuménica está implícita en el mismo ministerio pastoral del obispo, que es esencialmente un servicio a la unidad, o sea, a aquella unidad que debe entenderse de modo más amplio que la simple unidad de la propia comunidad diocesana y que comprende también y precisamente a los bautizados no católicos. En segundo lugar, al definir la responsabilidad ecuménica del obispo afirmando que «debe mostrarse humano y caritativo con los hermanos que no están en comunión plena con la Iglesia católica», se pone claramente el acento en el «diálogo de la caridad». En tercer lugar, dado que este «diálogo de la caridad» no puede sustituir el «diálogo de la verdad», sino que constituye su presupuesto indispensable, el obispo debe promover el ecumenismo «tal y como lo entiende la Iglesia». Estas tres orientaciones ponen de relieve que el ministerio pastoral que el obispo realiza en favor de la unidad de su propia Iglesia es inseparable de su ministerio pastoral ecuménico dirigido a la recomposición de la unidad de la Iglesia y que ambas dimensiones están al servicio de la fe en Jesucristo. Podemos y debemos dar gracias al Papa Benedicto XVI por haber asumido, como Obispo de Roma, esta responsabilidad ecuménica de modo tan ejemplar y creíble. Poder estar, por mandato suyo, al servicio del ecumenismo es una alegría y un honor, pero también un desafío y un deber. (Kurt Koch 18 de enero de 2012)
8