Letra 184

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LECTURAS BÍBLICAS 2010 (23) JUAN 9.13-, Biblia en Lenguaje Actual 13-14 Cuando Jesús hizo lodo y sanó al ciego era día de descanso obligatorio. Por eso, algunos llevaron ante los fariseos al joven que había sido sanado.15 Los fariseos le preguntaron: ―¿Cómo es que ya puedes ver? El joven les respondió: ―Jesús me puso lodo en los ojos, y ahora puedo ver. 16 Algunos fariseos dijeron: "A ese hombre no lo ha enviado Dios, pues desobedece la ley que prohíbe trabajar en sábado". Pero otros decían: "¿Cómo puede un pecador hacer milagros como este?" Y no se ponían de acuerdo.17 Entonces le preguntaron al que había sido ciego: ―Ya que ese hombre te dio la vista, ¿qué opinas de él? ―Yo creo que es un profeta ―les contestó―. 18 Pero los jefes judíos no creían que ese joven hubiera sido ciego y que ahora pudiera ver. Entonces llamaron a los padres del joven19 y les preguntaron: ―¿Es este su hijo? ¿Es cierto que nació ciego? ¿Cómo es que ahora puede ver? 20 Los padres respondieron: ―De que este es nuestro hijo, y de que nació ciego, no tenemos ninguna duda.21 Pero no sabemos cómo es que ya puede ver, ni quién lo sanó. Pregúntenselo a él, pues ya es mayor de edad y puede contestar por sí mismo. 22-23 Los padres dijeron esto porque tenían miedo de los jefes judíos, ya que ellos se habían puesto de acuerdo para expulsar de la sinagoga a todo el que creyera y dijera que Jesús era el Mesías. 24 Los jefes judíos volvieron a llamar al que había sido ciego, y le dijeron: ―Júranos por Dios que nos vas a decir la verdad. Nosotros sabemos que el hombre que te sanó es un pecador. 25 Él les contestó: ―Yo no sé si es pecador. ¡Lo que sí sé es que antes yo era ciego, y ahora veo!

EL PROGRESO DEL PEREGRINO, DE JOHN BUNYAN CAPITULO IV Después de algún tiempo Cristiano llegó a la puerta, sobre la cual estaba escrito: "Llamad y se os abrirá". Llamó, pues, varias veces diciendo: —¿Se me permitirá entrar? ¡Abrid a un miserable pecador, aunque he sido un rebelde y soy indigno! ¡Abrid y no dejaré de cantar sus eternas alabanzas en las alturas! AI fin vino a la puerta una persona seria, llamada Buena Voluntad, le preguntó: —¿Quién está allí? ¿de dónde viene? ¿qué quiere? CRIS. — Soy un pecador abrumado. Vengo de la Ciudad de Destrucción, mas voy al monte de Sión para ser librado de la ira venidera; y teniendo noticia de que el camino pasa por esta puerta, quisiera saber si me permitirán entrar. BUENA VOLUNTAD. — Con mucho gusto. Diciendo esto, le abrió la puerta y cuando Cristiano estaba entrando Buena Voluntad le dio un tirón hacia sí. Entonces preguntó Cristiano: — ¿Qué significa esto? El otro le contestó: —A poca distancia de esa puerta hay un castillo fuerte del cual Belcebú es el capitán: él y los suyos tiran de flechazos a los que llegan a esta puerta, para ver si por casualidad pueden matarlos antes de que estén dentro. Entonces dijo Cristiano: —Me alegro y tiemblo a la vez. Tan luego que estuvo dentro, el hombre le preguntó quién lo había dirigido allí.

APUNTES ACERCA DE LA BIBLIA Y SU INTERPRETACIÓN (II) Plutarco Bonilla Lupa Protestante, 21 de abril de 2008 No es, pues, asunto de escuchar (y podemos añadir, contra lo que algunos andan diciendo por ahí, desde los púlpitos de nuestros templos: no es tampoco asunto de decir o «declarar»). Es asunto de hacer, de obedecer. Esta es la razón por la que en el lenguaje bíblico, muchísimas veces «escuchar» y «oír» significan «obedecer». Esto es claro cuando leemos palabras como estas en las Escrituras: «Compórtate delante de él, y oye su voz; no le seas rebelde...» (Éxodo 23.21, Reina-Valera 95; énfasis añadido, como también en la cita que sigue). Es obvio que la expresión «oye su voz» no alude meramente el acto de percibir una serie de sonidos que tienen significado. Es más que eso. Es mucho más que eso. Y esta es también la razón por la que los traductores de la DHH vertieron así esas palabras, cambiando el lenguaje figurado por su significado: «No te alejes de él; obedécelo y no le seas rebelde». En el Antiguo Testamento pueden encontrarse muchísimos casos de este uso del verbo «oír» (o del verbo «escuchar»). En el Nuevo Testamento encontramos esta misma equivalencia (oír [escuchar]=obedecer), aunque a veces se expresa en un lenguaje algo diferente: la verdad no es algo abstracto, etéreo, una simple y adecuada correlación entre algo y la idea que nosotros nos formamos de ese algo. Así, en términos simplificados, pensaban los griegos. (Así piensan todavía muchos cristianos). Jesús fue lo suficientemente arrojado para romper esta comprensión limitada de la verdad, y fue por ello por lo que se atrevió a decir a sus discípulos: «Yo soy... la verdad» (Juan 14.6). Ese incansable buscador de la verdad que se llamó Sócrates —de quien me gusta decir que es mi «santo patrón»—, jamás habría osado decir de sí mismo eso que dijo Jesús. Este —Jesús— no es un conjunto de afirmaciones teóricas —o de formulaciones dogmáticas— que se ajusten a ninguna mente. Él es, como lo señaló Juan A. Mackay, «el Universal concreto».11 De ahí que cuando Pilato le preguntó a Jesús: «¿Y qué es la verdad?», no hubo respuesta (Juan


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