impedimentos para la vida cristiana (=órdenes mendicantes), o, todo lo más, un instrumento para ayudar a la única “profesión” válida, la eclesiástica, la del templo o monasterio. [Todavía en el ideario cultural de nuestra lengua, la primera imagen que se asocia con “vocación” o “llamamiento” es la religiosa.] Cuando se trata sobre la vocación política, es normal que se citen los trabajos de Max Weber (incluso tiene una conocida conferencia dictada con el título de “la política como vocación”). Aunque se suele identificar a este autor con la referencia de su ensayo famoso: “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, nos importa sobre todo por el método que propone para conocer la realidad social. Rechaza que la sociedad humana pueda ser medida por el método científico matemático, pues la propia naturaleza del objeto impide que se pueda contar la acción (y reacción) humana por medio de la estadística. [Si alguien quiere algunos indicadores sobre este tema, puede meter en un buscador el término “antipositivismo”.] Esto creo que es fundamental, pues el cristiano tiene que analizar la sociedad desde la perspectiva de su conocimiento de la Revelación Escrita, y con ella precisamente se eliminan los métodos “mecánicos” para la acción humana, la cual es compleja y variable . Es doblemente importante este asunto en la actualidad porque, con independencia del color político, hoy es común en los gobiernos de nuestra zona colocar el método matemático, la estadística, como la luz que guía la acción de gobierno para la economía, la sanidad, la productividad, las inversiones, etcétera. La primera tarea de la vocación política cristiana debe ser la reforma del lenguaje, los cambios de
paradigma sobre el objeto y los medios de la acción política. [Hoy estamos de buscadores. Metan si les parece en un buscador: “acción política” (seguramente saldrá algo del autor de izquierdas Paolo Virno, y quizá algo de autores liberales de la escuela austriaca), y si les queda tiempo, metan “oclocracia” o “multitud”. Son asuntos que están en el terreno en el que reflexionamos como cristianos.] Con Max Weber también nos aprovechamos de su estudio sobre la vocación (= beruf), que él recoge por primera vez en Lutero, porque puede ayudar a lo que quiero subrayar: la cercanía, pero no identidad, entre deber y vocación . Weber propone que el modelo de vida cristiana protestante no estaría ya en la superación de lo terreno, lo “bajo”, con su “moralidad” propia, por medio de la ascesis monástica, sino precisamente en el cumplimiento de los deberes que a cada uno impone su situación, el lugar que ocupa en la vida aquí abajo, que, por eso mismo, se convierte para esa persona en “profesión” (= beruf). Cumplir mi deber aquí en la tierra, se convierte en mi profesión, y cumplir con mi profesión es mi deber cristiano; pero la palabra también se puede traducir por “vocación”, así que mi deber es mi vocación. En este momento nos hallamos ante la idea de mecanismo, de fábrica, de producción en cadena [Donde, dicho sea de paso, no cabe la acción vocacional que propongo en estas reflexiones.], donde el sitio, el lugar que se ocupa, es una pieza dentro de un mecanismo.
EL HOGAR, IGLESIA DOMÉSTICA (I) Edesio Sánchez Cetina Dos puntos resaltan de todo cuanto hemos dicho: el contenido y el lugar de la enseñanza de la fe y la vida. Ambos elementos son cruciales hoy día. Tomarlos en serio, frente a nuestras prácticas contemporáneas, produce un viraje de ciento ochenta grados en nuestras perspectivas y proyectos pastorales. La urgencia de un cambio se acrecienta cuando colocamos la realidad de la “familia cristiana” de nuestros tiempos junto con la demanda bíblica. Ya no podemos trazar una marcada línea que distinga los estilos de vida, educación, prácticas y prioridades de las familias cristianas de las no cristianas. Aquella romántica creencia de que los cristianos vivimos lejos del “mundanal ruido” hoy se ha hecho trizas. ¡En realidad eso nunca ha sido así! Para comprobarlo, hágase un sencillo inventario de las experiencias formativas en la vida de una familia. Se verá que los responsables de esa formación, en su mayor parte, están fuera de nuestro control, con propósitos y objetivos alejados de la fe bíblica (y las más de las veces en contra de la misma). Se notará también que la proporción cualitativa y cuantitativa de tal formación es escandalosamente “favorable” a la influencia de tales sujetos de formación. Al comparar esa influencia con la calidad y tiempo dedicados a la enseñanza de la vida cristiana, no cabe esperar más que un impacto paupérrimo de esta última en la vida de individuos y comunidades. La cultura uniformadora de los medios de comunicación masiva ha roto con los límites de clases sociales, distancias geográficas y niveles de formación académica. Vivimos en medio de un sistema con poder «omnipresente», cuya filosofía de vida alcanza materialmente a todos. Necesitamos desarrollar una pastoral de la .familia que mantenga un equilibrio entre la enseñanza bíblica y las circunstancias históricas en las cuales se desenvuelven nuestras familias. Qué se enseña y dónde se enseña constituyen los dos elementos centrales en este estudio. Ellos nos sirven como directrices para tal pastoral, pues proveen un “frente de combate” ante las fuerzas de la filosofía de vida que propone el sistema en el que vivimos.
La teología (el contenido de la enseñanza) La afirmación bíblica “El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (6:4-5), nos presenta hoy día todo su peso ético y dogmático. Presenta un principio y una demanda con valor perenne. Lo variable es el contexto histórico-geográfico en el que ella se inserta. Urge desarrollar el discurso sobre Dios en el contexto de vida de nuestras actuales comunidades latinoamericanas. Es necesario reencontrar en la Biblia las líneas que definen a tal Dios y Señor y sus actos de gracia y juicio, frente a tanto dios, ídolo y fetiche. Así, se podrán tener a mano pautas de diferenciación entre Dios, el Señor, y los otros dioses e ídolos. Conceptos como “conocimiento de Dios” e “idolatría” necesitan ser reestudiados tanto en la Biblia como en nuestra sociedad contemporánea. Falsas lecturas de la Biblia y tendencias teológicas pueblan el sistema de «fe» de nuestros pueblos. ¡Cuánto hace falta acercar a nuestros pueblos al Dios-lejano del “más allá” y librarlos de los “Cristos” de la religiosidad popular! Urge “desenmascarar” a tanto dios impostor, que ofrece con el «nombre» de Dios falsos y vanos estilos de vida, y a una religión amordazada, sirvienta de este sistema económico materialista y deshumanizador. Es imposible desarrollar aquí las ideas generales ya expresadas. Las mencionamos sólo para acentuar la necesidad de mantener en buen balance el qué y el dónde de la enseñanza de fe. Ambos son básicos e indivisibles. El desarrollo de una estrategia de educación cristiana a partir del hogar sin la contribución de una teología fidedigna es inoperante. De igual modo sucede si tan sólo existe la preocupación por desarrollar una teología liberadora y se olvida al hogar como su punto de partida. Es obvio que la mejor reflexión teológica no llega a los miembros de las iglesias y mucho menos a los hogares. Sí, en cambio, los hogares se ven bombardeados por el sistema idolátrico del mundo contemporáneo a través de los medios de comunicación masiva: los valores y la “teología” de películas y telenovelas; el concepto de la vida y las prioridades de los anuncios publicitarios. Gran cantidad de iglesias y hogares han fundado su fe sobre la anti-teología de la “teología-ficción” y del evangelio barato, presentes, sobre todo, en las llamadas “librerías evangélicas”. Así como es necesario desarrollar una estrategia pedagógica desde el hogar (la iglesia doméstica), de igual modo es urgente que se desarrolle un contenido teológico-bíblico fidedigno de la educación cristiana. En ambos casos, el diálogo responsable y veraz entre la fe bíblica y el contexto histórico-geográfico de nuestros pueblos deberá tomar un lugar central. El hogar (lugar de la enseñanza) Dos realidades aparentemente enfrentadas se nos presentan en un estudio conjunto sobre la familia como educadora: “En nuestra sociedad no se puede ver a la familia como un sistema cerrado. Debe ser visto como un sistema abierto a una multitud de influencias externas... Cuando se toma en cuenta el tiempo que los miembros de la familia pasan dentro y fuera del hogar, inmediatamente se hace claro que considerar a la familia como la fuente de todas las influencias significativas es una falacia”. El
hogar es un "redondel" donde puede tomar lugar, virtualmente, toda la gama de las experiencias humanas... Los padres harían muy bien en cuidar de la educación de sus hijos, porque en el hogar se producen las primeras y más duraderas influencias”. Para bien o para mal, todos debemos reconocer que dentro de la familia sucede una rica variedad de encuentros. ________________________________________________________________________
VOCACIÓN POLÍTICA, MAX WEBER Y LUTERO (I) Emilio Monjo Bellido Protestante Digital, 11 de marzo de 2012 Cuando pensamos en la vocación, en general, y en la política en particular, asumimos que estamos ante un terreno propio del tiempo actual de salvación. Es decir, corresponde a la nueva situación de ir “a todas las naciones”. Por supuesto que antes se pueden encontrar ejemplos de vocación. Pensemos en José, en Daniel, en la actividad de los Macabeos, etc. Jonás es modelo de una vocación particular, de un “encargo” específico (unido a su condición de profeta); luego está que se elija ir en paz o en pez a su cumplimiento, pero, al final, en estos casos siempre se acaba en medio de Nínive. Más en concreto, tenemos que acercarnos a la época de la Reforma Protestante para ver esta cuestión. Luego se paraliza, casi se seca (como otras parcelas), y volvemos a encontrar su tratamiento, ya con muchos pormenores, en el siglo pasado. No vamos, sin embargo, a pararnos en una situación con circunstancias de otro tiempo, (la de las colonias americanas es muy valiosa) sino ver las extensas posibilidades de nuestro presente para conocer y aplicar el excelente don de la gracia divina que supone la vocación política. Y lo hacemos desde el reconocimiento de la autoridad suprema de la Escritura para guiarnos en toda buena obra (también en la esfera política, claro está). Que sea necesario llegar a la Reforma para encontrar la vocación política, se debe a que, por razones que ahora no viene al caso mentar, el desarrollo del cristianismo en los primeros siglos configura una transustanciación del Imperio romano en la Iglesia de Roma, y hasta que los muros de esta, como un nuevo romper las fronteras (en este caso no por los “bárbaros”, sino por los “herejes” del norte), no empiezan a caer, no se liberan las esferas que Cristo hizo libres, pero que la estructura eclesial había encadenado. Hasta ese momento, con fricciones conocidas, la autoridad civil tenía su validez en ser un espacio de servicio bajo la autoridad eclesiástica (que, al mismo tiempo, era un poder civil, con su territorio, leyes, intereses propios y ejércitos). La única vocación posible era la de servicio a la Iglesia, o en la Iglesia. (Existen iglesias evangélicas donde pervive esta noción.) El tiempo y el espacio presente de nuestra historia se habían convertido en un camino para cosechar el mérito necesario con el que ocupar un puesto en el más allá. La ocupación en el tiempo y el espacio actual era, de necesidad, un impedimento para obtener sitio en el otro lado. El trabajo, la ocupación, la profesión, en las cosas de aquí abajo, se consideraban