VOCACIÓN POLÍTICA, MAX WEBER Y LUTERO (II) Emilio Monjo Bellido Protestante Digital, 11 de marzo de 2012 El deber es actuar como esa pieza debe funcionar. Eso, por sí mismo no es negativo, es el fundamento del “trabajo en equipo”, pero la idea de “lugar que se ocupa” es todavía muy estamental, refleja el modelo de sociedad que precisamente el tipo de vocación política que aquí se propone debe transformar. El concepto de vocación reducido a simple “cumplimiento del deber”, es válido para muchos casos, pero aquí se propone la vocación política con un horizonte muy superior. En un sentido, por el enorme bien que puede producir, se compararía a una vocación ministerial (seguramente por eso en ambas hay tanta falsificación). Este matiz diferencial puede notarse en la propia impresión ética que provoca en nuestro lenguaje la traducción de beruf por “profesión” o por “vocación” en la frase: “la política como profesión”, con su carga más negativa que “la política como vocación”. No se trata de pararnos en disquisiciones sobre la riqueza de una palabra u otra, sino de considerar esta cuestión como cristianos. Es evidente que, como cristianos, tenemos que cumplir con nuestro deber “según el lugar que ocupemos”. No se trata de gusto por hacer algo, sino de que nos guste cumplir con nuestro deber. Esto es algo aplicable en general.
Ya tenemos un sitio, una parcela ocupada, y es nuestro deber “ocuparnos” de los deberes que le son propios. En este sentido, nadie está en el “paro”, no existe nadie desocupado. Como padres, hijos, abuelos, estudiantes, maestros, mecánicos, peluqueros, etc., todos tenemos un lugar al que corresponden unos deberes (vale, también unos derechos). El concepto de vocación política que usamos en estas reflexiones no se refiere a un lugar ya existente donde cumplir sus deberes, sino a la creación, transformación y progreso de la esfera social para que se puedan disponer de sitios, de ocupaciones en libertad social para desarrollar los dones que el Creador ha conferido a cada uno. Conociendo y aprendiendo de todo lo realizado en el pasado, está casi todo por hacer, el horizonte es amplísimo. Ahora es el tiempo. Que somos peregrinos. Claro. Que nuestra vida está escondida con Cristo en el cielo. Claro. Eso aquí precisamente no se olvida, al contrario, está en cada letra que se escribe. Miren, lo aclaramos en el próximo encuentro, d. v., con El progreso del peregrino, de Bunyan, como referente. Si no lo han hecho antes, lean esta obra; hay traducción clásica de Carlos Araujo de libre disposición en internet.
EL HOGAR, IGLESIA DOMÉSTICA (II) Edesio Sánchez Cetina “Para bien o para mal, todos debemos reconocer que dentro de la familia sucede una rica variedad de encuentros educacionales: pleitos, violencia, amor, delicadeza, honestidad, engaño, sentido de propiedad privada, participación comunitaria, manipulación, decisiones en grupo, ‘centros’ de poder, igualdad... Todo esto puede darse en el seno del hogar”. Sin embargo, estas realidades no son excluyentes. Las influencias externas siempre se “cuelan” a través de los miembros de la familia y no en el vacío. Los valores y antivalores de la vida llegan a los hijos (y a los miembros de la familia en general) a través de los padres, de manera directa o indirecta. En efecto, la enseñanza más influyente es la de las actitudes, muy poco la de las palabras. Vez tras vez los padres se extrañan del poco impacto de sus palabras. Con dolor, muchos descubren la razón: sus palabras contradicen sus actitudes y prácticas. Los hijos sufren con la contradictoria pedagogía paterna: por un lado, reciben los verdaderos mandatos (la comunicación no verbal en actitudes y acciones) y por el otro, los mandatos aparentes, que en realidad son contramandatos (la comunicación verbal de lo que el hijo debe o no debe hacer). Una madre, que sufría al ver la vida descarriada de sus dos hijas adolescentes, nos decía: “¿Por qué ellas nos han hecho esto si nos hemos preocupado por instruirlas en los caminos del Señor?”. Y lo que decía era cierto en parte, pues se trataba de una de esas familias cuya “fidelidad” se mostraba aun en la práctica del “culto familiar”. Participaban en la mayoría de las actividades de la iglesia. Sin embargo, una charla más extensa con toda la familia mostró el otro polo del asunto. Había una comunicación consciente, el contramandato: “Ve al templo; lee tu Biblia...”. Pero también existía la comunicación no verbal, el mandato: la relación de los padres, su contacto con las hijas, los valores inculcados en las prácticas “noreligiosas” llevadas a cabo fuera del ámbito “religioso”, la disciplina permisiva, la televisión, las lecturas indiscriminadas de literatura “barata” en el hogar. Es aquí donde 6:4-9 nos «da la mano» para obtener pautas que ayudarán en la búsqueda de una solución.