Harold Bloom, por su parte, ha señalado que los autores bíblicos, reconocidos o no como tales, no tendrían mucho que envidiar a los grandes escritores de la literatura universal y que quien se acerca a los libros bíblicos entra en contacto directo con un interminable océano literario, siempre propicio para la edificación, el aprendizaje y el goce estético, aunque el orden no sea siempre éste. Ha dicho: “Necesitamos una aprehensión estética de la Biblia, ya sea la hebrea, el Nuevo Testamento… Es gran literatura”. Y también: “Lo que caracteriza a Occidente es esa incómoda sensación de que su saber va por un lado y su vida espiritual por otro. No podemos dejar de pensar que somos griegos y, no obstante, nuestra moralidad y religión exterior e interior- encuentran su origen último en la Biblia hebrea”. Su idea de canon literario es completamente bíblica y la ha aplicado en obras directamente relacionadas con el libro sagrado. Sobre el libro de Job sus palabras son agudas: “Los límites del deseo son también los límites de la literatura. […]…no es la Creación sino el Creador quien abruma a Job. […] Job, acentuando a Jeremías, aceptó su elección de adversidad, de haber sido escogido por Yahvé, Dios de los que sufren” (Poesía y creencia, 1989). En otro lugar, asevera: “El libro de Job es una estructura en la que alguien se va conociendo cada vez más a sí mismo, en la que el protagonista llega a reconocerse en relación con un Yahvé que estará ausente cuando él esté ausente” (¿Dónde se encuentra la sabiduría?, 2004). Y no ha dudado al decir que su libro bíblico favorito es el de Jonás. Precisamente Job es un magnífico ejemplo de los desdoblamientos culturales en los que es reconocible el gran genio literario que la recorre de principio a fin y que ha contribuido a moldear el gusto y la imaginación de cientos de generaciones. Precisamente Job es un magnífico ejemplo de los desdoblamientos culturales en los que es reconocible el gran genio
literario que la recorre de principio a fin y que ha contribuido a moldear el gusto y la imaginación de cientos de generaciones. El biblista español Julio Trebolle (junto a Susana Pottecher) rastreó la evolución del libro en la literatura, la filosofía y el arte, entre los siglos XVI y XX. Así, encontró que el famoso personaje ha sufrido grandes transformaciones: desde la figura medieval de un hombre paciente hasta el estoicismo de una persona firme ante la adversidad en el Renacimiento, pues cada época le ha puesto su impronta. Fray Luis de León, Miguel de Cervantes y Francisco de Quevedo también sufrieron el influjo de esta obra dominante, lo mismo que Pedro Calderón de la Barca. En El rey Lear, de Shakespeare, lo mismo que en otras obras del gran dramaturgo inglés reaparecen los toques jobianos. Ya en la modernidad más cercana, “Job deja de ser el mártir sufrido y paciente del Medievo y el libro bíblico suscita la lectura de escritores y filósofos prestando más atención al tema de la teodicea y a la existencia del mal en el mundo que al propio personaje”. Blas Pascal, Voltaire, Emmanuel Kant y William Blake se sumaron al debate y aportaron su visión particular, unos desde las preocupaciones existenciales y otros desde una reconstrucción más poética. En el romanticismo, muchos autores posteriores a Goethe afrontaron esa gran figura bíblica: Heinrich Heine, Víctor Hugo, Fiodor Dostoievski y Lord Byron, entre muchos. Y en el siglo XX, destacan los nombres de Thomas Mann, Herman Hesse, Elías Canetti, Samuel Beckett, Bertolt Brecht, G.K. Chesterton (Introducción al libro de Job, 1916), Nelly Sachs (con un poema extraordinario), Martin Buber, el ya citado Borges y Elie Wiesel, sin olvidar, en otros campos a Carl G. Jung (Respuesta a Job, 1952), Joseph Roth (Historia de un hombre sencillo, novela de 1930) y, más recientemente, René Girard y Antonio Negri (1990). […] (LC-O)
EN EL BRAZO MÁS LARGO DE LA PALANCA Karl Barth Instantes. Santander, Sal Terrae, 2005, p. 106. Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. MATEO 16.18
E
n todo el mundo no hay para la Iglesia sino una única posibilidad: ser sencillamente Iglesia. La Iglesia son quienes están en torno a Jesús y aquellos a los que Jesús puede ver a su alrededor. La Iglesia es el “círculo” de Jesús, el grupo de quienes en este mundo totalitario se nutren simplemente de la palabra de Dios. Y cuanto más totalitariamente se comporta el mundo, tanto más libremente pueden ellos creer y ser obedientes, porque Jesús está ahí, y la Iglesia a su alrededor. Cuando la Iglesia obra así, su existencia es posible. Entonces, aunque se vea oprimida, es el refugio de la libertad. Entonces es la Iglesia poderosa, quizá lo único poderoso que hay en este mundo impotente, tan sometido a tantos poderes. La Iglesia tiene la maravillosa posibilidad de estar, frente al mundo, en el brazo más largo de la palanca, y de estarlo absolutamente alegre y en paz, sin tensiones de ningún tipo. La Iglesia también puede esperar. Y sabe que no espera en vano. La Iglesia sabe que todas las totalidades del mundo -falsas divinidades, en realidad- son mentira. En último término, de las mentiras no podemos tener miedo, porque la mentira nunca llega demasiado lejos. Y esto es algo que la Iglesia sabe. Cuanto más viva la Iglesia en la humildad y más consciente sea de cuánta mentira hay en nosotros mismos, con tanta más seguridad sabrá también que Dios está al mando, frente a nuestra mentira y frente a la mentira del mundo. Entonces perseverará la Iglesia en su tarea y le estará vedado sentir miedo por su futuro, porque su futuro es su Señor.