Letra 443, 15 de noviembre de 2015

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Los paganos resultan más piadosos y obedientes que Jonás, y desde luego más simpáticos para el lector: piden la ayuda de Dios, reconocen la mano de Yahvé en los acontecimientos, se horrorizan de la desobediencia de Jonás y sin embargo, respetan su vida; son solidarios tratando de salvar la vida aligerando el barco de lastre, mientras que, en hiriente contraste, Jonás se desentiende y se duerme profundamente. Ironías de esta historia, el pecado del profeta conduce a la conversión de los paganos, que demuestran una sensibilidad y una fe mucho mayores que las de Jonás; obstinado como está, prefiere la muerte antes que cumplir con la misión encomendada. Al final del capítulo, los marineros terminan convirtiéndose y hasta ofreciendo sacrificios y votos a Yahvé, como verdaderos adoradores de Dios. Mientras Jonás se va hundiendo en el mar, aquellos se salvan dos veces: salvan su vida al amainar la tormenta y al confesar al Dios de Israel. Como esos paganos, el profeta también necesitará arrepentirse, darse cuenta de que la voluntad de Dios saldrá adelante, con él o sin él, que es mejor formar parte de esa voluntad que quedarse al margen y que está recibiendo esa lección de humildad de unos hombres que han caído rendidos ante Yahvé sin excusas. Como a Jonás, a nosotros también nos gusta mostrarnos orgullosos de nuestra fe, eso sí, con nombres y apellidos. ¡Cuidado con que nos confundan con esos otros! Cegados por nuestra “ortodoxia” particular, estamos más preocupados de distinguirnos de los demás que de cumplir con la misión encomendada. Creemos que defender la pureza de nuestras creencias es un fin en sí mismo, y nos olvidamos de lo fundamental, para qué hemos sido reconciliados por Dios y llamados a formar parte de Su pueblo. También, como Jonás, nos sorprendemos cuando en nuestra sociedad encontramos ejemplos de mayor entrega, de mayor generosidad de corazón, incluso de mayor confianza en Dios que quienes

formamos la Iglesia de Jesucristo. Rápidamente despreciamos sus aportaciones acusando a nuestra sociedad de actuar movida por motivaciones equivocadas, de defender valores erróneos, de ofrecer falsas esperanzas. Afirmamos con contundencia que el cristianismo no es un mero humanismo, pero… ¿acaso no debemos arrepentirnos y pedir perdón a nuestro Dios por las veces que la Iglesia cristiana ni siquiera ha llegado a la altura moral del tan criticado humanismo? Como Jonás, necesitamos decidir si vamos a formar parte de la buena voluntad de Dios para Su creación, o no. En palabras del apóstol Pablo, debemos decidir si vamos a convertirnos en los “colaboradores de Dios” que Él está esperando para acercar Su Reino a un mundo necesitado de las buenas noticias de salvación; porque, por muy sorprendente que nos parezca, Dios ha decidido compartir la tarea con Sus hijos e hijas, y para ello nos ha dotado de los dones que necesitaremos para llevar adelante la misión. Conclusión El libro de Jonás, lleno de situaciones divertidas e inesperadas, dosifica su medicina envuelta en azúcar, porque no trata de cuestiones banales, sino del sentido mismo de la existencia del pueblo de Dios. En estos versículos del capítulo 1 hemos aprendido dos grandes enseñanzas acerca de la misión del profeta, y por extensión, de la Iglesia, válidas para todos los tiempos: En primer lugar, que resulta inútil y absurdo huir de la presencia de Dios, porque en realidad huimos de nosotros mismos, de nuestras dudas, incoherencias y miedos. Sólo hay una manera de exorcizar nuestros fantasmas, y es preguntar al Padre: “Heme aquí; ¿para qué me has llamado?”. En segundo lugar, que debemos aprender humildemente de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo, porque pueden darnos grandes lecciones allí donde la Iglesia se creía maestra.

ÓYEME PORQUE TE INVOCO

Ernesto Cardenal S a l m o s . M é x i c o- B u e n o s A i re s , C a r l os L o h l é , 1 9 6 9 .

He Qi, El hijo pródigo

Ó

yeme porque te invoco Dios de mi inocencia Tú me libertarás del campo de concentración

¿Hasta cuándo los líderes seréis insensatos? ¿Hasta cuándo dejaréis de hablar con slogans y de decir pura propaganda? Son muchos los que dicen: ¿quién nos librará de sus armas atómicas? Haz brillar Señor tu faz serena sobre las Bombas Tú le diste a mi corazón una alegría mayor que la del vino que beben en sus fiestas Apenas me acuesto estoy dormido y no tengo pesadillas ni insomnio y no veo los espectros de mis víctimas No necesito Nembutales porque tú Señor me das seguridad


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