Letra 475, 3 de julio de 2016

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El 30 de mayo algunas iglesias evangélicas publicaron un desplegado, cuyo contenido fue dado a conocer por el semanario Proceso. Bajo el título “Posicionamiento evangélico sobre matrimonio igualitario”, enfatiza que “esta iniciativa nos discrimina junto a la gran mayoría de mexicanos porque atenta contra principios y valores fundamentales de la sociedad”. Y agrega que el Estado mexicano “tiene la obligación de defender el modelo de familia que asegura la preservación de la especie, dando a otras formas de convivencia las garantías que sean necesarias para su realización plena, sin vulnerar a un modelo que ha probado a lo largo de la historia su relevancia y certeza social”. El documento aclaran que la postura de las iglesias evangélicas no es “de un ataque o rechazo a las personas con preferencias sexuales diferentes”, pues simplemente busca que no se vulneren los derechos de la “mayoría de la sociedad”, cuya base es la familia tradicional. Por lo que solicitan “una amplia consulta nacional para que los legisladores federales y locales puedan tener el pulso de la mayoría de la nación en un tema que puede ir de la homofobia a la heterofobia”. El desplegado lo suscribieron, entre otras iglesias y movimientos, la Alianza Cristiana y Misionera de la República Mexicana, Sólo Cristo Salva, Agua Viva para las Naciones, Comunidad Cristiana Semillas de Vida, Comunidad Evangélica Patmos, Ministerios Visión Internacional, Fraternidad Pentecostés Independiente, Plataforma Apostólica de México y la Red Internacional de Ministerios México, es decir, una inmensa mayoría de instituciones reconocidas como neo-pentecostales y carismáticas. Además, los debates acalorados entre integrantes de iglesias evangélicas han estado a la orden del día, pues en su mayoría manifiestan el rechazo con argumentos dogmáticos. Como resultado de estas apreciaciones, Roberto Blancarte, investigador de El Colegio de México, fue más específico al referirse a las iglesias evangélicas como instancias que han pasado de discriminadas a discriminadoras, pues incluso a partir de la negación de sus orígenes liberales, que las han llevado a aliarse ideológicamente a la

ultraderecha católica, se han colocado en posturas que contradicen rotundamente su herencia cultural y política. Sin reconstruir con amplitud esa trayectoria, Blancarte recuerda el pasado evangélico mexicano: Hay pocas cosas peores que ver a personas o instituciones que han sido discriminadas y que siguen siendo discriminadas, convertidas en discriminadoras. Ése es el triste espectáculo que nos ofrecen algunas Iglesias evangélicas, con motivo de la iniciativa del presidente Peña Nieto para eliminar diversas formas de discriminación. Con muy poca memoria y menos espíritu de tolerancia, de respeto a los diversos, algunos dirigentes evangélicos anunciaron que se opondrán a dicha iniciativa. Ya se les olvidó que ellos mismos durante mucho tiempo (y todavía hasta hace poco) fueron tratados como ciudadanos de segunda e incluso ahora son discriminados; sus instituciones eran llamadas “sectas” y no “Iglesias”, sus hermanos feligreses eran llamados peyorativamente “aleluyas”. Todavía hoy es frecuente observar cómo los “cristianos” o evangélicos son discriminados en sus gestiones o peticiones, en muchas instancias oficiales y aún más en las no oficiales, en medio de una sociedad que culturalmente todavía se asume como católica.

El reproche es duro y directo, basado en la observación acumulada y atenta: “Y estas Iglesias evangélicas, en lugar de convertirse en las primeras defensoras de una sociedad más respetuosa de la diversidad y de las minorías, se convierten en discriminados discriminadores. En lugar de luchar por los derechos de todos, aunque no compartan sus decisiones de vida, su condición existencial o sus preferencias sexuales, decidieron que van a luchar por una sociedad que siga discriminando. Poco han aprendido de lo sufrido en carne propia”. La “ideología protestante”, si es que alguna vez existió en la conciencia de estas iglesias, no dejó de ser revisitada por este especialista (quien ha participado en varios eventos de las mismas) con particular detenimiento, advirtiendo que su “diferencia cultural” se ha perdido con el paso del tiempo ante estas coyunturas sociopolíticas.

HAMBRE DE DIOS, HAMBRE DEL SER HUMANO Rubem Alves El Padrenuestro. Meditaciones. Bogotá, San Pablo, 2007, pp.124-125.

V

ida: el mayor deseo del cuerpo. Mas la vida no reside en él. Para vivir depende del exterior. Es el hambre, imploración del cuerpo por el pan de cada día. Pan, tocino, frijol, carne ahumada, leche, café: fragmentos del mundo, mi carne, amasados con sudor y paciencia. Sudor: trabajo. Paciencia: espera. Es necesario que el cuerpo de otro caiga en tierra, como semilla, es preciso que un poco de ese cuerpo se pierda en el sudor y en el cansancio, que se entregue, como semilla, que muera, en el trabajo… El cuerpo que trabaja fecunda la tierra, renace como pan, vida para el otro. Cada pan que se come: cuerpos, miles de cuerpos descuartizados. Arroja tu cuerpo sobre la tierra, y pasados muchos días, otros lo hallarán, como pan, como vida. Tomad y comed: esto es mi cuerpo. Y en el hambre, cuerpo que suspira, boca que se abre, que espera, se revela, a través de gestos demasiado profundos para ser traducidos en palabras, el anhelo que sentimos por el cuerpo del otro, nuestro pan.


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