Roma es nada menos que un jesuita, la congregación que combatió en primera fila aquella reforma tomando incluso un nombre militar (la Compañía de Jesús). “El peor de los herejes”, había sentenciado Roma en el decreto de excomunión. Guerras que se prolongaban a veces por treinta años, torturas, quema de herejes y la división de Europa en varios bandos hace mucho tiempo que son historia. El conflicto fue religioso, pero sobre todo político. Las víctimas fueron los pueblos. Cuius regio, eius religio, es decir, la religión del rey será la religión de sus súbditos, fue una manera de sobrevivir cuando las iglesias luteranas se libraron del yugo romano y el poder papal (los pontífices como brutales comandantes militares) fue reemplazado por el de los reyes, no menos totalitarios. Se discute si Francisco prepara una rehabilitación de Lutero. El Vaticano no podrá levantar la excomunión al fraile agustino (eso solo puede hacerse en vida), pero sí reconocer que las intenciones del famoso fraile no estaban erradas. Francisco habló del tema en el avión de vuelta del viaje a Armenia y ha insistido la semana pasada en una entrevista con La Civiltà Cattolica. Dijo: “Lutero fue un reformador en un momento difícil y puso la palabra de Dios en manos de los hombres. Tal vez algunos métodos no fueron correctos, pero si leemos la historia vemos que la Iglesia no era un modelo a imitar: había corrupción, mundanismo, el apego a la riqueza y el poder". Lutero colmó el vaso de su paciencia el 31 de octubre de 1517 cuando se enteró de que el enviado papal, el predicador dominico Juan Tetzel, estaba vendiendo indulgencias en Wittenberg, donde el monje agustino era profesor de la universidad. Esa misma noche redactó sus 95 tesis y clavó el manuscrito en la puerta de la catedral local. Wittenberg, a orillas del Elba, era entonces la capital del pequeño ducado de Sajonia, una ciudad próspera gracias al comercio y a sus muchas riquezas mineras. Hoy tiene apenas 50.000 habitantes y vive sobre todo del turismo cultural y religioso que atrae la fama de su huésped más famoso.
Aunque el gran reformador contó más tarde que la conversión le llegó mientras estaba en el retrete del convento, la suya no fue una pataleta. Owen Chadwick, profesor de historia en Cambridge, empezó así su tomo sobre la Reforma: “A principios del siglo XVI, todas las personas importantes dentro de la Iglesia Occidental estaban clamando por reformas. Había corrupción y superstición. Los puestos eclesiásticos se podían comprar y vender. Muchos sacerdotes eran adúlteros, borrachos e ignorantes de las Escrituras. Por eso confesó Maquiavelo: "Nosotros los italianos somos más irreligiosos y corruptos que otros, porque la iglesia y sus representantes nos han dado el peor ejemplo". Aquella noche de hace 500 años germinó el segundo gran cisma de la cristiandad, después de la separación en 1054 de católicos y ortodoxos. Lutero abría, además, nuevas maneras de ver el mundo. La Reforma marcó la historia de Europa y Estados Unidos, y también el devenir de España, que se convirtió en abanderada de la Contrarreforma. Si la Reforma fue el antecedente necesario de la Ilustración y el comienzo del mundo moderno, la Contrarreforma cierra a España y sus colonias al mundo moderno. Ocurrió pese a que el emperador Carlos V (y Carlos I de España) fue un protector de Lutero, a quien Roma quería quemar vivo cuanto antes. La escena es famosa. Lutero se presenta frente al joven emperador en la Dieta de Worms (28 de enero de 1521) y mantiene su doctrina con la famosa respuesta: “No puedo de otra manera”. La larga inquina entre el emperador y el papado culminó el 6 de mayo de 1527 con el terrible saqueo de Roma por tropas al mando del duque de Borbón. Durante siglos, los reyes de España fueron más papistas que el Papa para hacerse perdonar aquel episodio de pillaje y muerte en el corazón del Vaticano. Así vio la historia nacional Marcelino Menéndez Pelayo, empezado ya el siglo XX: “España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de san Ignacio; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra”.
MÉTODO SENCILLO DE ORACIÓN PARA UN BUEN AMIGO (1535) Martín Lutero Cuando el tiempo y las circunstancias me lo permiten, procedo con los diez mandamientos como con el padrenuestro; paso del uno al otro para entregarme a la oración en cuanto me es posible. De cada mandamiento hago un conjunto trenzado con cuatro hebras, a saber: en primer lugar, tomo cada uno de los mandamientos como una enseñanza, que esto son en realidad, y me pongo a pensar en qué consiste lo que tan seriamente me pide el Señor por ella. En segunda instancia, profiero una acción de gracias por este motivo. En tercer lugar, hago una confesión, y, en fin, formulo la petición. Y todo, más o menos, con las siguientes reflexiones y palabras. 1. Primer mandamiento: “Yo soy el Señor, tu Dios, etcétera”. “No tendrás más dioses, etcétera”. Primero. Pienso que Dios me exige y enseña que confíe cordialmente en él para todo; que desea decididamente ser mi Dios. Que, como Dios, en él tengo que depositar toda mi confianza, so pena de perder la eterna bienaventuranza. Que mi corazón no tiene que apoyarse ni depositar su confianza en nada creado, como bienes, honor, sabiduría, fuerza, santidad. Segundo. Le agradezco su insondable misericordia por haberse abajado tan paternalmente hacia mí, un hombre perdido; porque sin que mediase petición, búsqueda ni mérito por mi parte, él mismo se me ha ofrecido para ser mi Dios, y porque está deseando ser consuelo, protección, ayuda y fortaleza en todas mis necesidades. Y, a cambio, aquí estamos nosotros, hombres ciegos y pobres, a la búsqueda de dioses tan variopintos; y los seguiremos buscando, como si no nos hubiese manifestado él mismo y en lenguaje accesible y humano que quiere ser nuestro Dios. ¿Quién será capaz de expresarle el agradecimiento por siempre y eternamente? Tercero. Confieso y reconozco mis grandes pecados, mi ingratitud por haber menospreciado durante toda mi vida doctrina tan hermosa y tan excelsos dones, y por haber encendido su cólera terriblemente a causa de mis incontables idolatrías. Me arrepiento y le pido perdón. Cuarto. Le dirijo esta súplica: “Señor y Dios mío: ayúdame por tu gracia para que cada día pueda ir aprendiendo y comprendiendo mejor este mandamiento tuyo y para que con corazón confiado pueda cumplirlo. Preserva mi corazón, para que no sea yo tan olvidadizo e ingrato. Que no ande buscando otros dioses, otros consuelos en la tierra ni entre las creaturas, sino que esté sola, única y completamente contigo, mi Dios único. Amén, querido Dios y señor mío, amén”.