Letra 512, 19 de marzo de 2017

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SARA, MA DRE D E UN HIJO SEC UEST RAD O Margot Kässmann

E

n la Biblia, Sara es otra de las mujeres que no son madres hasta una edad avanzada. Es ya anciana y no espera poder tener un hijo. Es la esposa de Abrahán, el patriarca por excelencia del pueblo de Israel. Según cuenta la Biblia, Sara había entrado en la menopausia, «ya no tenía sus períodos» (Génesis 18,11). En esta fase de la vida de una mujer, la cuestión de los hijos está decidida. Se interrumpe el período y está claro: un embarazo deja de ser una opción en su vida. Algunas mujeres temen este momento porque, si no han tenido ya algún hijo, se sienten desamparadas, inútiles, confundidas. Otras se sienten aliviadas y hasta alegres, porque finalmente saben cuál es la respuesta a la pregunta “Hijos, ¿sí o no?”, que no lograban apartar de su cabeza. […] Me gusta esta risa y la ironía con que se contempla a sí misma. Sara no es una mujer insegura ni amargada. Cuántas mujeres se desaniman cuando se acerca la menopausia y quieren ser madres, pero no han encontrado con quién, o el embarazo no se ha presentado. Saben que el reloj biológico avanza. Esto suele desmoralizar y poner en tela de juicio planes de vida muy pensados. El final de la menstruación es una experiencia especialmente significativa para las mujeres. A partir de ese momento biológico, ya no se puede dar la vida. Mientras que los varones pueden engendrar hijos hasta edades avanzadas, en el caso de las mujeres existe esta barrera natural. […] De vez en cuando oímos, leemos, nos enteramos de casos en los que el padre, a quien la madre había confiado a los hijos, los ha secuestrado o matado. Esto último se denomina fríamente en términos jurídicos “sustracción de menores”. Sin embargo, el lado emocional no tiene nada de frío: ¡todo un shock para la madre! Qué terrible dejar de ver a tu hijo, que no lo traigan de regreso a casa como se había acordado. Un horror, si el secuestro se da en un país al que la madre no tiene acceso, si

una familia inaccesible oculta al hijo, si se lleva al hijo a una cultura donde no tienen vigencia nuestras ideas, donde la madre no tiene derechos. Aún peor - si puede serlo - es que el padre mate a los hijos. También se dan casos. Padres que luchan por la custodia, padres que quieren castigar a sus ex mujeres, padres confundidos que matan a sus hijos antes que devolverlos. La madre se reprochará toda la vida el hecho de haber puesto al hijo o a la hija en manos del padre. En la interpretación del relato sobre el sacrificio de Isaac desempeña un papel crucial la idea de que Dios pone a prueba la fe de Abrahán. Para mí, esta presentación de Dios no está en completa armonía con mi fe. Puedo aceptar que Dios no nos libre de la tentación; pero que Dios pretenda causar la muerte de un hijo, que pida un sacrificio así... Esta presentación de Dios me parece del todo incompatible con lo que sabemos de Jesús, con el amor que Dios profesa precisamente a los hijos, como muestra Jesús. […] Es muy difícil para una madre poner a su hijo en manos de un padre del que no se fía. Seguro que también ocurre a la inversa: padres separados que se quejan amargamente de que se les prive de sus hijos, porque las madres impiden que sus hijos vayan tranquilamente a ver a sus padres, o porque no respetan los horarios de visita. No puede negarse que hay muchas madres que, inmediatamente después de un divorcio, no permiten que el padre vea a los hijos. Una actitud así no puede ser beneficiosa para el niño; lo sensato es que tanto el padre como la madre tomen parte en la educación del hijo. Sin embargo, no puede ponerse en duda que algunas madres sienten un temor justificado a la hora de entregar a su hijo al padre. El miedo ante el secuestro de un hijo siempre tiene la raíz en los conflictos familiares internos.

GIULIA GONZAGA (1513-1566), DETRÁS DE LA REFORMA ITALIANA (II) Simonetta Carr www.ibrnj.org/giulia-gonzaga-detras-de-la-reforma-italiana/ Una vida problemática De alguna manera, Giulia había experimentado angustia, incertidumbre y agitación durante la mayor parte de su vida. Nacida alrededor de 1513 en una familia noble de Gazzuolo, una pequeña ciudad al norte de Italia, había sido entregada en matrimonio a una edad temprana (probablemente a los catorce años, si la fecha estimada de su nacimiento es correcta) a un líder de tropas mercenarias y rico terrateniente, Vespasiano Colona, duque de Traetto y conde de Fondi, veintisiete años mayor que ella. Era el clásico matrimonio de conveniencia, ya que la familia de Giulia, que buscaba las formas de expandir sus territorios y su influencia, vio en Vespasiano el partido perfecto. Desconocemos cómo se sentía Giulia en cuanto a esta unión, pero Vespasiano era un hombre de guerra y permaneció la mayor parte del tiempo alejado de su casa, hasta que murió en el campo de batalla tan solo dos años después. Le dejó todos sus bienes a Giulia, siempre que no se volviera a casar. En el caso de unas segundas nupcias, todas sus propiedades serían transferidas a su hija Isabella, que tenía aproximadamente la misma edad que Giulia. Esto causó, obviamente, una tensión de por vida entre ambas mujeres. Al principio, Giulia siguió viviendo en su castillo de Fondi, una antigua y encantadora ciudad costera entre Roma y Nápoles, convirtiéndola en el centro de un vibrante círculo literario y artístico. Su belleza era extraordinaria, e inspiró a muchos poetas de su tiempo. Era el Renacimiento, una época en la que se prestaba atención a la belleza, como en la antigua Grecia, un símbolo de completitud y perfección, que elevaba el espíritu y no un peligro espiritual como en los siglos anteriores. Su cercano amigo Paolo Carnesecchi dijo de ella: “Tal era la fama de su belleza y su virtud que cualquier caballero que pasaba por aquellos lugares intentaba conocerla y hacerse amigo suyo”. Para decepción de los hombres, ella siempre se negó a volverse a casar. Algunos dicen que valoraba sus propiedades por encima del matrimonio, pero algunas fuentes indican que podría haberle tenido miedo a nuevos quebrantos de corazón. “Si vuelvo a casarme, siempre tendré miedo de perder a mi nuevo esposo, y no quiero correr ese riesgo”, comentó al parecer. Giulia estuvo muy cerca de un nuevo matrimonio cuando un caballero altamente culto y poderoso, Ippolito de Medici, sobrino del papa León X, se enamoró desesperadamente de ella. Al principio, se suponía que se casaría con Isabella, pero cuando visitó a su futura esposa, sus sentimientos por Giulia se apoderaron de él y le impidieron seguir adelante con el matrimonio concertado. Finalmente, Ippolito le confesó su amor a Giulia, pero antes de que ella pudiera considerar siquiera el asunto, la familia de él le presionó para que siguiera una carrera eclesiástica y los convencionalismos sociales exigieron su conformidad. Poco después de esto, en el verano de 1534, un dramático suceso estremeció la vida de Giulia, ya que su castillo fue atacado durante la noche por una banda de piratas turcos que habían estado saqueando la costa italiana. Su líder, Khair ad Din (conocido por los italianos como Barbarossa), regente de Argel, había oído hablar de su hermosura y decidió capturarla y llevarla como presente al gran sultán Suleiman I. Envió a un grupo de sus piratas para que irrumpieran en la residencia de la joven, pero cuando estos lo consiguieron descubrieron que Giulia ya había escapado.


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