Letra 513, 26 de marzo de 2017

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LUTERO O EL CRIADO DE DIOS, OBRA DE TEATRO DE FRANCISCO PRIETO (I) Margot Kässmann La soberbia es la madre de la intolerancia. ¿Saben?, por ella he herido de muerte a la Iglesia. Y lo peor es que veo a la Iglesia reformada multiplicarse en sectas y más sectas. Es verdad que Roma había ofendido gravemente a Dios. Cuánto me duele que los campesinos no me hubieran entendido, y que yo mismo, el motor de su rebelión, pidiera a sus opresores que los aniquilaran sin piedad. Lutero en su lecho de muerte, según F. Prieto

Francisco Prieto (La Habana, 1942) es un personaje muy reconocido en el ámbito cultural mexicano. Novelista, ensayista, profesor y comunicador, conduce el programa radial “Huellas de la historia” desde 1989. Nunca ha ocultado su fe católica y, por el contrario, pertenece a esa extraña franja de autores mexicanos (como Vicente Leñero, Ignacio Solares y Javier Sicilia) que, a contracorriente de las posturas dominantes, considera que sus creencias son el motor de su labor cultural. Formó parte del grupo de escritores (“Los católicos”) que se reunieron durante varios años en la casa de Leñero principalmente para debatir acerca de sus ideas religiosas. Es autor de un buen número de novelas, entre ellas: Caracoles (1975), Taller de marionetas (1978), Ruedo de los incautos (1983), Si llegamos a diciembre (1985), La inclinación (1986), Tres novelas del deseo y la culpa (2004), entre otras. Otras obras de teatro suyas son: La expiación (1986), Shakespeare y yo (1987) y Felonía (2007), acerca de la pederastia sacerdotal, además de algunos volúmenes de ensayo. Uno de sus trabajos recientes es La construcción del infierno (2016). En un volumen publicado recientemente, Prieto se ubica en la estirpe de autores creyentes como François Mauriac, Graham Greene, Julien Green y Georges Bernanos, una filiación restringida a pocos escritores mexicanos. Su testimonio de esas reuniones es elocuente y significativo: “En aquellas

reuniones todos alimentamos nuestra fe, nuestras visiones de la institución eclesiástica, tan divergentes, pero todo con Él, por Él y en Él”. “En palabras de Vicente Leñero el eje narrativo de Prieto es ‘el análisis de la condición humana en lo que tiene de angustioso; en las situaciones límite de amor, de la pasión, del sentido de la vida, de la muerte’”. Sobre los herejes y la herejía como posibilidad de la vida de fe, Prieto ha escrito líneas esclarecedoras: “La herejía es, antes que cualquier otra cosa, un acto de libertad que brota de lo más profundo de la conciencia. Son las grandes herejías las que han mantenido vivas las tradiciones en su esencialidad, hasta dejarlas libres de adherencias malignas y volverlas a la vida, revolucionadas. El hereje es el que ha conquistado la autenticidad desde el amor a la verdad, el que ha vencido el miedo a la soledad, a la orfandad puesto que, de pronto, se percibe solo, fuera del vientre de su iglesia a la que ama desde la raíz de su ser. Es ese amor a la iglesia originaria la que dispara la herejía”. De 1999 es Lutero o el criado de Dios, una obra de teatro en la que, con base en los últimos momentos de la vida del reformador alemán, sondea en las posibilidades de la conciencia y la autoevaluación que hace el personaje de los entretelones de su vida y obra. La elección de los personajes que acompañan a Lutero evidencia una buena reconstrucción histórica de la época y de algunos instantes cruciales de su vida. Se sirve de la presencia de dos de sus hijos, Juan y Martín, para que, mediante un contrapunto existencial bien llevado, cada uno de ellos represente los polos opuestos de su influencia en el ámbito familiar. Juan expone la visión positiva de aprovechamiento de tal influencia, en el sentido de asumir la fe de su padre. Martín, por el contrario, se adelanta a una visión bastante cínica de la realidad religiosa y del verdadero impacto de la obra de su progenitor. (LC-O)

FORMANDO A UN REFORMADOR: LOS PADRES DE LUTERO lutheranreformation.org Hans Luder (Lutero) era el hijo de un campesino pobre. Debido a leyes de herencia, él no tenía permitido ocupar la tierra de su padre. Él dejó su pueblo de origen en Möhra para trabajar en Eisleben, donde Margarita dio a luz un hijo. De acuerdo a la tradición católica, bautizaron al niño al día siguiente, el 11 de noviembre, el cual también era el día festivo de San Martín de Tours. Por eso él fue llamado Martín. Mientras él era aún un bebé, la familia se mudó a Mansfeld. Se puede asumir que Hans era un hombre sabio y trabajador. De ser un trabajador común en las minas de cobre llegó a ser el dueño de su propia mina. Antes de que pasaran 25 años, le pertenecían por lo menos seis minas y dos fundidoras de cobre y era miembro del concilio de la ciudad de Mansfield. Había nacido pobre y se había convertido en un hombre de negocios. Algo de su ascenso pudo deberse al hecho de que Margarita (también llamada Hanna) era de una familia respetada en Eisenach. Es probable que su familia le prestara el dinero necesario a Hans para comprar su propia mina de cobre. La minería de cobre era una profesión riesgosa. Como los pequeños dueños de negocios hoy en día, no eran pudientes, pero trabajaban duro y eran austeros. Debido a que Martín era de una familia de ambos, campesinos y negociantes, él estaba al tanto de sus luchas y podía escribir de la condición de sus vidas con cierta precisión. Hans y Margarita amaban a sus hijos, pero eran estrictos en su crianza. Su severidad parecía estar a la orden del día. Años después Martín recordaría haber recibido una paliza de su madre tan severa que sangró (su crimen fue tomar una nuez sin permiso). La escuela en Mansfeld era igualmente estricta. Los castigos por no saber la lección asignada eran comunes. El fin de la semana traía más castigos por cualquier infracción de comportamiento registrada durante la semana. La lección estaba aprendida: todas las transgresiones debían ser expiadas. No es de extrañar que Martín abogara por la reforma educativa y tratara a sus propios hijos con tanta ternura. Martín terminó sus últimos cuatro años pre-universitarios en Eisenach, quedándose con Heinrich Schalbe, un amigo de la familia de parte de su madre. Schalbe lo trataba como a un hijo, causando que Martín recordara que aquellos años habían sido mucho más placenteros. Las historias del joven Martín como pobre, un niño de una escuela para huérfanos cantando para obtener su cena, parecen ser más leyenda que realidad.


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