LUTERO O EL CRIADO DE DIOS, OBRA DE TEATRO DE FRANCISCO PRIETO (II) Lo cuestiona continuamente, aun cuando la obra se centra en los instantes últimos de la vida Lutero, cuando incluso se mezclan situaciones pasadas con el presente lleno de angustia ante la necesidad de evaluarse a sí mismo como parte del proceso de ruptura, dispersión y disolución de la Cristiandad. En el primer cuadro, dividido en 10 escenas, vemos cómo un Lutero agonizante visualiza sus acciones pasadas como proyecciones de su mente. Sus dos hijos dialogan desde un inicio sobre los alcances de su obra para Alemania y para el mundo. Ambos se sienten impactados por el peso de su labor, aunque no dejan de percibir la angustia que le produjo a su padre abrir el camino de la Reforma. Así se expresa Martín: “¡Ay, padre, cuánta admiración y cuánto miedo le tengo! Cuando lo he visto atormentarse y atormentarnos, mi rabia hacia aquel Dios de temor y de temblor era tan fuerte como el horror que todavía entonces sentía por el infierno” (p. 12). Juan, a su vez, va expresando su fe como a hurtadillas, sin dejar de afirmarla al lado de la incredulidad de su hermano. La obra reconstruye el momento en que Lutero decidió hacerse monje en medio de la oscuridad de la tormenta que cerca estuvo de acabar con él, así como las tentaciones carnales a las que estuvo sujeto y que no hicieron más que aumentar su angustia en relacion con su salvación. El agonizante reformador se confiesa descarnadamente con sus hijos y les hace ver cuán desgarradora fue su expefiencia de fe, al sebtirse consumido por la carnalidad que lo atenazaba y que no sabía distinguir del verdadero llamado de Dios para servirle. Incluso llega a compararse con Judas, pero su hijo Juan intenta alejarlo de esa idea con energía. En la sexta escena del primer cuadro, Lutero aparece con sus padres tratando de explicar las razones por que quiso ser monje. Sus palabras lindan con la mística. “Me hinqué, permanecí hincado mucho tiempo y daba
gracias a Dios que me había elegido. Gocé luego el silencio, que fue una experiencia nieva y sobrecogedora. Me supe en el núcleo mismo de la conciencia del Eterno, yo ya no era yo y me sentí vaciado del deseo” (p. 23). En la siguiente escena, Martín lleva a su padre al borde de la incredulidad total, aun cuando le dice que lo único que desea es verlo morir en paz. Otro momento climático es el encuentro del reformador con Cayetano en 1519, el enviado papal, y Tetzel, promotor de la venta de indulgencias, a quien desprecia profundamente. El diálogo con el cardenal roza los límites de la heterodoxia que el prelado apenas puede soportar cuando Lutero ratifica sus intuiciones teológicas con plena disposición de ánimo. A la orden explícita de retractarse de sus escritos heréticos, el exmonje agustino responde con la afirmación plena e inequívoca de la libertad cristiana: “Libertad para regir por nosotros mismos nuestra vida” (p. 32). Su honda exclamación al escuchar un comentario de su hijo Juan parte en dos el escenario. “¡Dios nos libre de los teólogos!” (p. 33), para luego subrayar su estricto apego a la Escritura como razón de ser del movimiento que encabezó. La primacía de la fe para la obtención de la salvación es el centro de su argumentación. En medio de ese debate histórico, sus hijos también discuten aspectos colaterales de la teología: el auto-sacrificio divino, la revelación “tardía” de Dios, la existencia del diablo… Lutero concluye afirmando la libertad que su nación ha obtenido gracias a la Reforma: los alemanes ya no serían avasallados por Roma. Las dos últimas escenas del primer cuadro remiten a la angustia que le provocaba a Lutero su sexualidad. Una oración progunda brota de sus labios al respecto: “Dulce Señor, si fuera tu santa voluntad que yo viviese sin mujer, sosténme contra als tentaciones. Señor, te lo pido llorando, desde el fondo de mi corazón porque si fuera tu voluntad otra, mándame entonces una moza buena y piadosa con quien pase dulcemente este tránsito. Te prometo, Padre, que me entregaré a ella en fidelidad perfecta” (p. 41). (LC-O)
FELIPE MELANCHTHON: LA MANO DERECHA DE LUTERO lutheranreformation.org Felipe Melanchthon nació el 16 de febrero de 1497 en Bretten, Alemania. Murió el 19 de abril de 1560 en Wittenberg ¿Quién fue Melanchthon? Algunos sostienen que fue un firme defensor de la fe luterana. Otros opinan que fue un débil profesor cuyo grito de guerra era “¿Por qué no podemos llevarnos todos bien?” La respuesta puede ser que se tratara de ambas cosas. Todos coinciden que fue un brillante académico y teólogo sistemático. Melanchthon asistió a la Universidad de Heidelberg, obteniendo el título de licenciatura en 1511. A los 17 años recibió un título de maestría en la Universidad de Tubinga. Su tío abuelo Johann Reuchlin lo recomendó a Federico el Sabio, que buscaba un profesor de griego para su recientemente formada universidad en Wittenberg. Melanchthon llegó el 25 de agosto de 1518, diez meses después de que Lutero clavara las 95 tesis. Melanchthon era un joven de sólo 21 años, pequeño y de contextura delgada. No era una figura imponente, pero un día el mundo llegaría a conocerlo como un gigante de la Reforma. Lutero reconoció y admiró inmediatamente los dones del nuevo profesor. Las clases de Melanchthon eran muy concurridas, no solo por estudiantes sino por pueblerinos y nobles que colmaban la sala para escuchar al excepcional orador. Él se resistió a las frecuentes solicitudes de Lutero para que alcanzara un título de doctor en teología, pero sólo accedió a una licenciatura en teología. Terminó ese grado en su primer año en Wittenberg. A pesar de que Melanchthon permaneció siendo un laico, él y Lutero fueron amigos muy cercanos por el resto de sus vidas. No estaban de acuerdo en todo, pero eran mutuamente leales y admiraban y dependían de los dones que el otro había recibido. Melanchthon fue el sistemático en la teología de Lutero. Lutero una vez dijo: “nací para ir a la guerra y dar batalla a las sectas y demonios. Es por ello que mis libros son tormentosos y belicosos… Pero el maestro Felipe viene suave y pulcramente, cultiva y planta, siembra y riega con placer, ya que Dios le ha dado en abundancia los talentos.” Se le conoce como el Preceptor Germano por su papel en la formación del sistema educativo de Alemania y también por su Loci Communes, un libro de teología luterana organizado por contenidos. Lo más notorio es que él fue el autor de la Confesión de