Letra 523, 18 de junio de 2017

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tección si ella no abjuraba de la fe protestante, a lo que ella respondería con convicción y entereza: “Si me desamparáis, Dios nunca lo hará: esa es mi confianza. Prefiero ser la más miserable en la tierra, que dejarle por los hombres”. Mientras en Sevilla la Inquisición intentaba quemar y borrar cualquier vestigio de la Reforma, por el Norte se abría una puerta, que sería pasillo para proyectar el evangelio a Francia y a España. Desde aquí, no solamente se daría cobijo a la Reforma Protestante, sino que sería lugar estratégico para catapultarla. Shakespeare, ante todo lo que se fraguaba en Navarra, diría que esta sería el “asombro del mundo”, palabras que diferentes historiadores unen a los modernos proyectos de la corte protestante de Navarra. Fueron tres mujeres regentes, tres generaciones, tres heroínas de la fe protestante en Navarra, Margarita, Juana y Catalina; abuela, madre e hija. La fe no tiene ni signo femenino, ni masculino, la fe se desarrolla de la misma forma, cuando ésta se deposita en el Dios de la Biblia. Él es el único que tiene poder para trascender los designios y políticas humanas, y acercar su reino, que es eterno, y que no admite la manipulación de aquellos que quieren erigirse en sus protagonistas. _______________________________________ BETSABÉ, MADRE A LA FUERZA (I)

Margot Kässmann

J

amás olvidaré las caras y el aspecto de las mujeres que fueron violadas sistemáticamente en la guerra de Yugoslavia, y las conversaciones que mantuve con ellas. En 1992, en representación del Consejo Mundial de Iglesias, fui a visitarlas a los campamentos en los que vivían en Croacia acompañada por una delegación de mujeres. Muchas habían sido violadas ante los ojos de sus maridos. De estos, algunos fueron asesinados a continuación; otras mujeres vieron

cómo sus esposos las abandonaban. Algunas de las mujeres violadas quedaron embarazadas. La mayoría de ellas no querían traer a su hijo al mundo, pero no había posibilidad de llevar a cabo un aborto en una clínica. Varias intentaron terminar con el embarazo usando agujas para hacer punto. La apatía y la vergüenza, la rabia y el comportamiento autodestructivo, son todas ellas formas de reaccionar de estas mujeres, en su intento de continuar viviendo con el horror de su experiencia, que pudo comprobar nuestra delegación. El odio hacia sus violadores se convirtió para muchas en un odio hacia ellas mismas y hacia el hijo que crecía en su seno. Se dibujaba una espiral del trauma sufrido, que naturalmente ya tenía repercusiones para quienes todavía no habían nacido. El hecho de que la Biblia conozca también este tipo de situaciones es una prueba de su realismo. Situaciones humanas, incluso demasiado humanas. De David, rey de Israel, se cuenta en el Segundo libro de Samuel cómo vio a Betsabé mientras esta se bañaba. Le gustó, porque era “una mujer muy bella” (11,2). Él, como gran soberano, puede decidir sobre las mujeres. Y, en efecto, hace que le presenten a Betsabé. Un texto lo afirma concisamente: “David mandó a unos para que se la trajesen; llegó la mujer, y David se acostó con ella...”. ¿Qué se supone que podía hacer Betsabé? ¿Opuso resistencia? ¿Cómo, contra el rey? Simplemente, la trajeron... Betsabé queda encinta. Sin embargo, está casada con Urías, un soldado del ejército de David. Al principio, el rey intenta librarse de toda responsabilidad con regalos; más tarde, intenta atribuir el hijo a Urías. Ambos intentos fracasan. Finalmente, David se vale de una artimaña asesina: ordena que, en la primera batalla, Urías sea colocado indefenso en la vanguardia del ataque y, naturalmente, muere. El rival ha muerto. Betsabé entona una lamentación y hace duelo. ¿Había amado a su esposo? ¿Estaba desesperada? ¿Qué sería de ella? La Biblia no lo cuenta. Nos informa sin adornos: pasado el duelo, David manda a buscar a Betsabé, la toma por esposa y ella da a luz un hijo.

UN SONETO DE MANUEL CARPIO SOBRE LUTERO Protestante Digital, 17 de junio de 2017 En la sección “Poesías históricas” de la recopilación de obras líricas de Manuel Carpio (1791-1860) colocada en línea por la Colección Digital de la Universidad Autónoma de Nuevo León (norte de México) aparece un curioso soneto dedicado al reformador alemán Martín Lutero. Se trata de la segunda edición de Poesías del doctor don Manuel Carpio, “con su biografía escrita por el Sr. Dr. D. José Bernardo Couto”, volumen publicado en la Ciudad de México por la Imprenta de Andrade y Escalante, en 1860. […] La Universidad Nacional le otorgó el grado de Doctor en 1854. Su interés por otras disciplinas lo llevó a estudiar algunos temas históricos y bíblicos; colaboró en la traducción de Vencé y se encargó de la traducción del Deuteronomio y el libro de Josué, además del profeta Jeremías. Tuvo también una amplia carrera política entre 1824 y 1858, en medio de los conflictos que aquejaron al joven país, como parte del partido conservador y diputado de su tierra natal. En 1853 fue miembro del jurado que seleccionó el Himno Nacional Mexicano. […] Su fe religiosa le hacía ver la historia de México en una compleja (dis)continuidad con la historia sagrada, que le interesaba tanto para comprender lo que pasaba en el mundo. […] A partir de lo dicho anteriormente, es posible percibir, en primera instancia, una visión histórica dominada por la fe católica, pero que no deja de percibir que en los países del centro y del norte de Europa, Alemania y los países nórdicos, se había efectuado un cambio, ciertamente violento, pero, también irreversible, gracias a Lutero, cuyo fantasma tantas veces amenazó a Nueva España desde tan lejos. En la primera estrofa se destaca la forma en que el país germánico fue el epicentro de una cruenta revolución que despertó los instintos populares más bajos y que puso a los sacerdotes en otra condición, la de perseguidos y señalados como personajes decadentes. La segunda estrofa alude a lo acontecido en Inglaterra, sin olvidar a las doncellas que fueron encerradas en calabozos bajo acusación de herejía, con la violencia llenando todos los lugares lo que impedía alcanzar la paz. Ya en el primer terceto el poema se dirige a Suecia, donde hubo también un enorme “alboroto” religioso. En el segundo terceto Gustavo Vasa aparece triunfante y la Cristiandad se rompe para siempre en la figura de la túnica de Jesucristo. La exclamación final no puede celebrar el triunfo del reformador sino su amarga victoria signada por todo lo sucedido en la infortunada Europa. (LC-O)


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