signos de la naturaleza habría que añadir las señales actuales de la naturaleza humana. Una potencial guerra nuclear ante el atrevimiento norcoreano, Medio Oriente sigue radicalizándose en el conflicto sirio y el Estado Islámico prosigue con su guerra sicológica de atentados en Europa y norte de África. Vladimir Putin advierte los riesgos de una catástrofe global que contrasta con la voz envalentonada de Donald Trump en la ONU, quien amenaza a Norcorea, Irán y Venezuela. En el campo cultural hay una fascinación extravagante por el fin civilizatorio; abundan los malos augurios, las profecías catastrofistas y predicciones apocalípticas. En México lo hemos vivido varias veces, con la epidemia del virus A/H1N1 en 2009, las profecías mayas interpretadas por antropólogos rusos sobre el fin del mundo en 2012, entre otras. El origen milenarista nos remonta a las investigaciones del historiador medievalista Georges Duby, quien narra en su libro Año 1000 cómo en Europa el arte y la literatura se impregnaron de lo macabro, así como la multiplicación de las imágenes trágicas de la confrontación con la agonía y danzas de la muerte. El milenarismo primigenio invadió el espíritu medieval, Duby describe la anarquía apocalíptica en que caen las sociedades del siglo X. Las costumbres y los hábitos morales se relajan, incluso se abandona el interés por aprender frente a la inminencia del fin de los tiempos. El contexto del momento presentaba señales evidentes de la catástrofe inminente. Las pestes y epidemias azotaron las más remotas regiones de Europa, la influencia islámica se acrecentaba con fuerza beligerante y militar e invadía con furia Europa, sobre todo en el Mediterráneo; el cristianismo se dividía en dos grandes tradiciones, la romana y la bizantina ortodoxa de oriente; el universo romano no acababa de transformarse. Los terrores y arquetipos del fin de milenio eran congruentes con un mundo dividido y azotado por el caos.
LA MADRE DE LOS HIJOS DE ZEBEDEO (II)
Margot Kässmann LA AMBICIÓN DE SALOMÉ CON RESPECTO A SUS dos hijos es grande. En cierto modo, es algo admirable y comprensible. Es magnífico ver cómo muchas madres incentivan a sus hijos, el compromiso que muestran para que sus hijos desarrollen a fondo sus capacidades. No obstante, este tipo de actitud se convierte en una intrusión cuando llega tan lejos que el hijo tiene que sufrir en exceso para lograr sus propios objetivos vitales. Hay una sobre-identificación de una madre con su hijo por no perder los tiempos de la niñez: la madre escucha la misma música, o lleva ropa parecida, para estar en contacto con su hijo o hija. Y también hay madres que buscan compensar sus frustraciones con los éxitos de sus hijos: como yo no pude ser lo que quería o hubiese querido ser, ¡mi hijo ocupará esa posición! Como a mí no me dejaban jugar al tenis, ¡mi hija será una tenista de alto rendimiento! Las madres ambiciosas como estas pueden convertirse en una pesada carga para sus hijos. Cada vez que se habla de este tema me viene a la memoria la figura de la cantante Britney Spears. Da la impresión de haber perdido el juicio, y sobre todo de estar totalmente supeditada a la ambición de su madre. Algo parecido se cuenta de Magda Schneider, la madre de Romy Schneider, que forzó a su hija a interpretar el personaje de Sissí. A una de estas madres tan ambiciosas le será difícil reconocer que su hijo no puede asumir el papel de dar sentido a la vida. Antes o después se dará cuenta de que ella tiene que vivir su propia vida. Buscar la realización personal a través de los esfuerzos y los éxitos de los hijos deja siempre mal sabor de boca. Llegará un momento en el que me daré cuenta de que la vida que llevo no me es suficiente. Y todavía es peor si sugiero a mis hijos que deben triunfar por mí.
RENATA DE FRANCIA (1500-1558) 100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017. NACIÓ EN CASTILLO DE BLOIS EL 25 OCTUBRE DE 1510 Y MURIÓ EL 12 DE junio de 1575 en Montargis. Segunda hija de Luis XII y Ana de Bretaña, reyes de Francia. Quedó huérfana a los cinco años y recibió una esmerada educación a cargo de la inglesa Madame de Souboise. El rey Francisco I, su primo y cuñado, intentó casarla con el futuro Carlos I de España; y al oponerse la afectada, terminaría haciéndolo, el año 1527, con Hércules II, duque de Ferrara, por lo que es más conocida como Duquesa de Ferrara. Tuvo cinco hijos, que contaron con una institutriz protestante como ella. Su esposo y el hijo de ambos, Alfonso II de Este, eran católicos y sufrieron la influencia fanática de los jesuitas. Con lo que ella tuvo que enfrentar a los inquisidores, que la procesaron e influyeron para evitar que siguiera dando protección en su palacio a protestantes franceses como Calvino y Clemente Marot. Su esposo la encerró en una prisión, aunque poco después, pudo regresar a Francia. En el castillo de Montargis, al sur de París, se estableció y formó una pequeña corte, desde donde protegió y ayudó a los perseguidos hugonotes y contó con dos protestantes españoles como capellanes y predicadores: Antonio del Corro y Juan Pérez de Pineda. Ambos fueron testigos en los años 1564 y 1565, de las numerosas obras de caridad y las buenas obras de su señora. Éstas consistían, sobre todo, en el amparo a los refugiados. Renata no sólo mantenía correspondencia con varios protestantes en el exterior, con simpatías intelectuales como Vergerio, Camillo Renato, Giulio di Milano y Francisco de Enzinas, sino que en dos o tres ocasiones, hacia 1550 o más tarde, participó de la Cena al modo evangélico, junto con sus hijas y otros. Mientras tanto, a pesar del esplendor externo, su vida se tornaba infeliz. Los últimos de sus huéspedes franceses, la hija y el yerno de Madame de Soubise de Pons, habían sido obligados, por imposición del duque, en 1543, a dejar la corte. Aunque no fue importunada en la segunda guerra de religión (1567), en la tercera (1568-1570) su castillo ya no fue respetado como lugar de asilo. Su conducta le ganó la alabanza de Calvino (10 de marzo de 1563), siendo una de las figuras recurrentes en su correspondencia de ese periodo; Calvino repetidamente mostró su reconocimiento por la intervención a favor de la causa evangélica y uno de sus últimos escritos en lengua francesa, despachado en su lecho de muerte (4 de abril de 1564), fue dirigido a ella. Pudo rescatar a varios protestantes de la Matanza de San Bartolomé (agosto de 1572), cuando estaba en París. Permaneció inamovible todo ese tiempo, aunque Catalina de Médicis quería que se retractara, pero ella murió en la fe evangélica.