Letra 538, 1 de octubre de 2017

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Al analizar todos esos aspectos, enseguida viene a la mente una postura que también sirve para ilustrarlos: la de John Wesley, fundador del metodismo. Algunos años después de la Reforma en Europa continental, él se manifestaba en contra del dogmatismo, del sectarismo y la intolerancia de quienes se creían poseedores de la verdad absoluta. Ese gran reformador que fue Wesley planteaba que “pensar y dejar pensar” era uno de los principios del metodismo. Y esto, en realidad, es algo que, de igual modo, puede asumirse como característico del protestantismo y, por supuesto, del presbiterianismo. Resulta significativo examinar, deducir, qué significado tienen hoy, para la mentalidad y la misión de las iglesias, algunos de los enunciados básicos del movimiento protestante reformado, casi convertidos en consignas teológicas y eclesiologías del quehacer protestante. Sólo a Dios la gloria En muchas ocasiones, los protestantes terminamos nuestros discursos o sermones con esta afirmación: “Sólo a Dios la gloria”. Se trata de una afirmación sumamente relevante. Todos los reformadores, de una u otra manera, han acudido a la misma, a la verdad que sin dudas contiene, y la han validado como fundamento de la manera de pensar y de actuar como protestantes. Para nosotros, Dios es el absoluto dueño de la historia. No sólo de la historia humana, sino de la historia de toda la creación. Por tanto, la historia tiene un significado muy particular, puesto que Dios se revela en ella. De ahí se desprende la especial actitud del protestante hacia la historia, que es ante todo la historia de Dios mismo. Lo que el protestante hace, lo que piensa, lo hace y lo piensa por y para Dios. Si esto es así, su gran pregunta sería: ¿qué quiere Dios que hagamos ahora? No cesa de formulársela una y otra vez. Lo inquieta, de modo esencial, el entender y conocer cuál es la voluntad de Dios. Esta búsqueda, desesperada y agónica en ocasiones, es el

modo de encontrar el rumbo que Dios quiere que se tome. Se está aquí porque Él nos puso aquí para algo, y eso es, precisamente, lo que se debe descifrar. Sólo tratando de saber lo que Dios hace en la historia, y el papel que destina a cada cual, se puede tomar su rumbo, caminar junto a él, ser su colaborador.

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EL SISMO DE 2017 Y EL FIN DE LOS TIEMPOS (II) Bernardo Barranco La Jornada, 20 de septiembre de 2017

LOS SENTIMIENTOS MILENARISTAS DEL FIN DEL mundo en Occidente siguen intactos. Se han convertido en una obcecación masoquista, casi patológica. Los comportamientos sociales pueden ser peligrosamente alterados, por ejemplo, la madre de Adam Laza, perpetrador la masacre de Connecticut, era prepper o preparacionista, es decir, se alistaba para sobrevivir el fin del mundo en 2012. En el milenarismo la idea del fin del mundo es un estado de ánimo. Por un deseo profundo por el cambio como signo de insatisfacción y desencanto. Por ello, el neoapocalipticismo es también concebido como el deseo del cambio profundo y radical de lo real. Del aquí y el ahora. La muerte de todo para que resurja la vida plena. Recupero una idea del finado Ignacio Padilla, quien en su libro de 2009, titulado La industria del fin del mundo, dice lo siguiente: “La idea misma de catástrofe sugiere siempre un cambio por mutación. El dolor y el horror que conduzca a dicho cambio resultarán siempre atrayentes y generarán sacudidas y movimientos… en nuestras desencantadas colectividades, nos deleitamos en el vértigo milenarista y lo procuramos porque la voluntad de muerte produce una fuerza activante que nos hace sentir vivos”. La ira de Dios se mueve entre la comercialización del milenarismo, la insatisfacción de lo real y el deseo de cambios profundos. Yo me quedo con la solidaridad de los mexicanos patente en este nuevo siniestro. Espero, como en 1985, que toda esta energía ciudadana contagie las espesuras casi inamovibles de lo político y lo social.

BERNARDINO OCHINO (1487-1564) 100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017. PREDICADOR NACIDO EN SIENA Y MUERTO EN SLAVKOV (ACTUAL República Checa). Fue miembro de la orden franciscana observante (1503-1504). En 1523 fue elegido ministro de la provincia sienense, en 1533 vicario general de la provincia cismontana; en 1534 pasó a la orden de los capuchinos en busca de una más estrecha observancia, y cuatro años después fue vicario general, reelecto en 1541. Predicó en todas las grandes ciudades italianas con gran afluencia de público. En 1542 fue citado a Roma por sospecha de herejía, acudió a un encuentro con Pedro Mártir Vermigli en Florencia y huyó hacia Ginebra (con la ayuda de Renata de Ferrara) donde predicó con el permiso de Calvino. Continuó a Basilea y Estrasburgo, y en 1545 llegó a Augsburgo. En 1547 partió a Inglaterra, donde estuvo hasta la ascensión de María I. Nuevamente en Suiza, en 1553, fue párroco en Zúrich desde 1555, hasta su expulsión (1563), por causa de su anti-trinitarianismo. Allí escribió un catecismo y dos obras: Laberintos y Treinta diálogos. Sus últimos años los pasó en Polonia y Moravia. Publicó siete volúmenes de sermones y ensayos teológicos. Se dice que sus últimas palabras fueron: “Yo no he querido ser seguidor de Bullinger, ni calvinista, ni papista, sólo ser cristiano”. Bibliografía Giuseppe Alberigo, “Bernardino Ochino”, en Walter Kasper et al., eds., Diccionario enciclopédico de la época de la Reforma. Barcelona, Herder, 2005, p. 411; Emidio Campi, Michelangelo e Vittoria Colonna. Un dialogo artistico-teologico ispirato da Bernardino Ochino. Turín, Claudiana, 1994; M. Firpo, Inquisizione romana e controriforma. Turín, 1994.


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