de la fe: los fundamentos bíblicos y también los fundamentos teológicos que se desprenden de esos textos y sirven de guía a la misión de la iglesia. Todo cristiano tiene que dar “razón de la esperanza”, como dice el escritor de la carta de Pedro. Pero esto no se puede lograr si no se conocen los fundamentos bíblicos y teológicos que se desprenden de las escrituras, de la esperanza que proviene de la fe. De ahí la importancia de la enseñanza bíblico-teológica, de la formación, para toda la iglesia. Se necesita una razón bíblico-teológica para actuar y esa es la “razón de la esperanza”. Sin la educación bíblica y teológica, la iglesia andará errante, será vulnerable a los oportunistas manipuladores de la conciencia y la espiritualidad humanas, que se aprovechan de las circunstancias para ganar prestigio personal y hasta dinero. La formación bíblico-teológica resulta indispensable. Puede compararse con una especie de mapa de la fe, pues conduce a la iglesia, a los cristianos, a través del mundo que les ha tocado vivir: un recorrido mediante el cual se trata de ayudar a Dios, que avanza hacia su Reino junto a la humanidad, junto a su humanidad. La manera de prevenir los fundamentalismos, de enfrentarlos, se halla en primera instancia en la educación, en la formación bíblico-teológica, en hacer que las personas piensen. Dios nos dio la capacidad de pensar y de sentir, y ambas tienen que andar unidas. Pero ello también es un llamado a profundizar en los fundamentos de nuestra identidad protestante, para que nadie se deje confundir sobre lo que significa ser cristiano, ser protestante, y particularmente —no porque seamos mejores, sino porque provenimos de esa tradición—, lo que es y significa serlo desde los fundamentos y los principios del protestantismo. Sólo por la gracia Creer, como los reformadores, que sólo por la gracia somos liberados y salvos, hace que los
protestantes tengan y desarrollen un persistente y convencido optimismo. Esto, sin embargo, se produce como parte de un proceso que tal vez, si se contempla desde determinadas perspectivas, puede considerarse una verdadera paradoja. A partir de la sinceridad y la honestidad consigo mismo y con Dios, el protestante se reconoce pecador. Sabe que por sí mismo, por su esfuerzo humano, no podrá obedecer la buena voluntad divina, las exigencias del evangelio; sabe que de ese modo no conseguirá salvarse. Cuando escribe a la comunidad de Roma, Pablo reconoce no poder obrar el bien que se quiere, pues el pecado que habita en el ser humano obra por sí mismo. Entonces, si ello es así, si existe un reconocimiento tácito del ser humano como pecador, ¿cómo es posible que no se caiga en el pesimismo, que se deje de pensar que no existe salida? Es en este punto donde asoma la contradicción o, más bien, la aparente contradicción. El protestante no engaña a nadie. Al reconocerse pecador, un pecador accidental, es honesto hasta consigo mismo. Sabe que vive en un orden social en cuyo seno existe el pecado. Pero sabe también que puede luchar contra las fuerzas del pecado, contra las manifestaciones del pecado. Solo debe insistir, trabajar para obedecer la voluntad divina. Ese es el camino. A pesar de ser como es, cuenta con algo a su favor: Dios lo ama y lo incorpora. A través de su Espíritu, Dios le da la oportunidad de luchar contra el pecado. Dios, que es poder, que es todopoderoso y, por eso, soberano. El protestante sabe que puede ser las manos, los brazos y la boca de Dios en el mundo. La solidez de su acción parte de su propia sinceridad y de su fe. De hecho, una de las cosas que más fuerzas le da es reconocer que vive por la gracia de Dios, así como tener plena confianza en el poder de Dios y en el poder final de la verdad. Dios, que lo empodera para que, a través del Espíritu, actúe como su discípulo.
MARIE DENTIÈRE (1495-1561) 100 Personajes de la Reforma Protestante. México, CUPSA, 2017. NACIÓ EN TOURNAI, FLANDES. PRIORA DEL CONVENTO DE AGUSTINAS de la Abadía de Saint-Nicolas-dés-Prés, se convirtió a las ideas luteranas, y abandonó su orden a comienzos de 1520. En. Estrasburgo, se casó con el predicador Robert Simon, con quien se trasladó a Suiza en 1528. Viuda, se volvió a casar con otro predicador, Antoine Froment, colaborador de Farel. En 1535, ya en Ginebra, participó en la Reforma, predicando la nueva fe e instando a las religiosas a contraer matrimonio como ella mismo lo hizo. Sin embargo, la predicación pública de Dentière irritó sobremanera a Farel y Calvino, causando una fuerte discusión entre los reformadores. Tomó muy en serio la doctrina luterana del sacerdocio universal, dispuesta a defender lo mejor que pudiera el derecho de la mujer a la predicación, una reivindicación que inmediatamente le creó la oposición de los clérigos. Así lo hizo en su pequeña Epístola muy útil, dedicada a Margarita de Navarra, publicada anónimamente en 1539, comenzó a revalorar el papel de la mujer en la iglesia. El texto de Marie Dentière consta de tres partes: una “Carta de invocación a la Reina de Navarra“, una “Defensa de las Mujeres” y finalmente la “Epístola muy útil”. En la “Carta de Invocación” le suplica a Margarita de Navarra que intervenga delante de su hermano, el rey Francisco I, para que se pueda terminar con las divisiones religiosas en su reino y que la palabra de Dios sea accesible a todos juntos, tanto hombres como mujeres. “La Defensa de las Mujeres”, es mucho más radical. Por medio de referencias bíblicas, pone de relieve las cualidades superiores de la mujer y, reivindica para ellas, un papel más activo en la vida de la Iglesia, incluido el derecho a predicar. La tercera parte es un tratado de teología que se ocupa, junto con la defensa de la mujer, de los temas principales de la Reforma, como la oposición a los ritos de la Iglesia Romana, especialmente la Misa. Otra de sus obras es La guerre et deslivrance de la ville de Genève (1536), sobre la adhesión de la ciudad de Ginebra a la Reforma. En noviembre de 2002 su nombre fue inscrito en el Muro de la Reforma en Ginebra.