UN SALUDO NAVIDEÑO DEL CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS No teman, que les traigo una buena noticia, que será para todo el pueblo motivo de mucha alegría. Les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor. Lucas 2:10-11
EL CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS SE BASA EN el fundamento de que “confesamos al Señor Jesucristo como Dios y Salvador”. Se alude directamente a las palabras del Evangelio, a las buenas nuevas que leemos y escuchamos en cada celebración de la Navidad. Estas palabras de un mensajero celestial se dirigen a todas las personas. Luego, el evangelista Lucas prosigue narrando la historia del Señor y Salvador, que fue “ungido [por el Espíritu Santo] para proclamar buenas noticias a los pobres; (...) enviar a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de la buena voluntad del Señor” (Lucas 4:18-19). Fue él quien escogió a sus apóstoles y “por medio del Espíritu Santo, les dio mandamientos” para que fueran sus “testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1: 2, 8). Este año las iglesias de todos los continentes han conmemorado los 500 años de la Reforma, un acontecimiento que, desde que tuvo lugar, ha tenido un impacto en todas las iglesias del mundo. La mejor manera de conmemorar este aniversario ha sido poner de manifiesto y celebrar que compartimos el mismo Evangelio, las mismas buenas noticias sobre nuestro Señor y Salvador. La mejor forma de demostrar que asumimos con seriedad nuestro compromiso es continuar el envío y la misión compartiendo la fe en aquel que libera, sana y proclama el tiempo venidero de la gracia inmerecida de Dios. Un año de
esperanza y un nuevo inicio es el mensaje que siempre trae el Evangelio. En 2018, el Consejo Mundial de Iglesias celebrará sus primeros 70 años de servicio común y testimonio conjunto del Dios trino que nos crea, nos salva y nos envía a servir y dar testimonio. No podemos esperar hasta que estemos de acuerdo en todo. Nuestro servicio ecuménico, nuestra diaconía, se necesita cada día. Estamos llamados a avanzar en el Espíritu, tal como indica el tema de la Conferencia Mundial del CMI sobre Misión y Evangelización que se celebrará en Arusha (Tanzania) en marzo de 2018. Estamos llamados a liberar, a sanar a los quebrantados, a poner en alto a los oprimidos, a compartir la salvación del pecado que solo podemos recibir en Jesucristo. ¡No teman! Estamos llamados a infundir esperanza, pero no de una forma superficial. No es el momento de decir que el pecado es una palabra que ha quedado obsoleta en el mundo actual. Cada día, en todas partes, vemos lo contrario. Es el momento de redimirnos del pecado y de salir a luchar contra todos los efectos negativos de nuestros comportamientos indebidos y nuestros pecados. Los vemos en el cambio climático, en los conflictos violentos, en las injusticias económicas, en los abusos, incluso por parte de la religión. Es hora de seguir confesando nuestra fe compartida en nuestro Señor y Salvador. Y esto lo hacemos prosiguiendo juntos nuestra peregrinación de justicia y paz y compartiendo las buenas noticias con todas las personas. ¡No teman! ¡Que tengan una feliz Navidad y que el 2018 sea un año lleno de gracia! Rev. Dr. Olav Fykse Tveit Secretario General Consejo Mundial de Iglesias
SERMÓN DE NAVIDAD Martín Lutero Roland H. Bainton, Martín Lutero. México, CUPSA, 1989, pp. 397-400.
EL EVANGELIO ES TAN CLARO QUE NO NECESITA MUCHAS interpretaciones. Sólo requiere que lo miremos y contemplemos y que lo dejemos penetrar hasta lo más hondo de nuestro corazón. Sólo aprovecha a los que, aquietando su corazón, se olvidan de todas las cosas y sólo ponen la atención en sus páginas. Es como el sol sobre las aguas quietas: vemos sus reflejos y nos calienta. Mas el sol, sobre las aguas agitadas, no se ve, y tampoco nos calienta. Si queréis, pues, iluminación y calor, la gracia divina y sus milagros; si queréis tener el corazón ardiente, alumbrado, devoto y alegre, id allí donde encontráis quietud y las imágenes penetran en vuestro corazón, y hallaréis milagro sobre milagro. ¡Cuán sencilla y simplemente tienen lugar en la tierra los sucesos que tan ensalzados son en el cielo! En la tierra sucedió de esta guisa: Había una pobre y joven esposa, María de Nazaret, entre los pobladores más pobres de la aldea, tan poco estimada que nadie se dio cuenta de la gran maravilla que ella llevaba. Era callada, no se vanagloriaba, sino que servía a su marido, José, pues no tenían sirvienta ni mozo. Ellos simplemente abandonaron su casa. Quizá tenían un asno para que María cabalgara, aunque los evangelios no dicen nada de él, y bien podemos suponer que fuera a pie. El viaje era, por cierto, de más de un día desde Nazaret de Galilea hasta Belén, en el país judío que se halla al otro lado de Jerusalén. José había pensado: “Cuando lleguemos a Belén, esteramos entre parientes y podremos pedir prestado todo”. ¡Buena idea! Ya era bastante malo que una joven desposada, casada hacía solamente un año, no pudiera tener un hijo en Nazaret en su propia casa y tuviera que hacer todo ese viaje de tres días estando encinta. ¡Cuánto peor aun el que cuando llegara no hubiera lugar para ella! La posada estaba llena. Nadie quiso ceder su habitación a una mujer embarazada. Tuvo que ir a un establo y allí dar a luz al Hacedor de todas las criaturas a quien nadie quería hacer lugar. ¡Qué vergüenza, malvado Belén, habría que haber pegado fuego a esa posada! Pues aun cuando la virgen María hubiera sido una pordiosera o no hubiera estado casada, todos en ese momento deberían haberse alegrado de poder prestarle ayuda. Hay muchos de vosotros en esta congregación que pensáis: “Si yo hubiera estado allí!
¡Cuán pronto hubiera estado para ayudar al Niño! Le hubiera lavado los pañales. ¡Ojalá yo hubiese tenido la suerte, como los pastores, de ver al Señor yaciendo en el pesebre!”. Sí, ahora lo haríais, porque conocéis la grandeza de Cristo, pero en aquel entonces no os hubierais comportado mejor que la gente de Belén. ¡Qué pueriles y tontos pensamientos son ésos! ¿Por qué no lo hacéis ahora? Tenéis a Cristo en vuestro prójimo. Debéis pues lo que hacéis a favor de vuestro prójimo necesitado lo hacéis al Señor Jesucristo mismo. El nacimiento fue aún más lastimoso. Nadie se compadeció de esa joven esposa que daba luz a su primogénito; nadie la atendió; nadie reparó en su vientre grávido; nadie se dio cuenta de que en ese extraño lugar no tenía la menor cosa para un parto. Allí estaba sin nada preparado: sin luz, sin fuego, en plena noche, sola en la obscuridad. Nadie le prestó la ayuda habitual. Todos están beodos y alegres en la posada, un pulular de huéspedes de todas partes, de modo que nadie se ocupa de esa mujer. También creo que ella misma no se había percatado que su alumbramiento no estaba tan próximo; si no, se hubiera quedado en Nazaret. Y podéis imaginar qué clase de paños pueden haber sido aquellos en que lo envolvió. Quizás su velo, pero no por cierto los pantalones de José, que ahora se exhiben en Aquisgrán. Pensad, mujeres, que allí no había nadie para bañar al Niño. Nada de agua caliente, ni siquiera fría. Ningún fuego, ninguna luz. La madre tuvo que ser ella misma comadrona y criada. El frío pesebre fue cama y baño. ¿Quién enseñó a la pobre muchacha lo que debía hacer? Nunca antes había tenido un hijo. Me maravilla que el pequeño no muriera de frío. No hagáis de María una piedra. Pero cuanto más altas están las gentes en el favor de Dios, tanto más frágiles son. Cuando meditamos, pues, sobre el Evangelio del Nacimiento, hay que imaginar que todo sucedió del mismo modo que con nuestros hijos. Contemplad a Cristo yaciendo en el regazo de su joven madre. ¿Qué cosa puede ser más dulce que el Niño, qué más encantador que su madre? ¿Qué cosa más hermosa que su juventud? ¿Qué cosa más tierna que su virginidad? Mirad al Niño, ¡cuán inocente es! Sin embargo, todo lo que existe le pertenece, para que vuestra conciencia no le tema, sino que busque consuelo en él. No dudéis. Para mí no hay mayor consuelo dado a la humanidad que éste, que Cristo se convirtiera en hombre, en un niño, un infante que jugaba en el regazo y en el pecho de su graciosísima Madre. ¿A quién no reconforta esta visión? Ahora ya está vencido el poder del pecado, de la muerte, del infierno, de la conciencia y de la culpa, si os acercáis a este Niño que juguetea y creéis que ha venido no para juzgarnos sino para salvarnos. ______________________________________________________________________ UNA NUEVA FE PARA UNA NUEVA ÉPOCA: LAS 95 TESIS (XVII) Marco Antonio Coronel Ramos Universidad de Valencia, 2017 90. Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la fuerza, sin desvirtuarlos con razones, significa exponer a la Iglesia y al Papa a la burla de sus enemigos y contribuir a la desdicha de los cristianos.
91. Por tanto, si las indulgencias se predicasen según el espíritu y la intención del Papa, todas esas objeciones se resolverían con facilidad o más bien no existirían. 92. Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo: “Paz, paz”; y no hay paz. 93. Que prosperen todos aquellos profetas que dicen al pueblo: “Cruz, cruz” y no hay cruz. 94. Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por seguir a Cristo, su cabeza, a través de penas, muertes e infierno. 95. Y a confiar en que entrarán al cielo a través de muchas tribulaciones, antes que por la ilusoria seguridad de paz. _______________________________________________________________________ Estos padecimientos de la cruz son identificados en la T95 con la vía estrecha que conduce al reino de Dios según Mateo (7.14). De esta manera, se clausura una exposición con una proposición que anuncia que la verdad de la fe es ni más ni menos que tomar, con decisión y temor de Dios, el camino estrecho de Mateo, en vez de la paz y el gozo de creerse salvados por formulismos canónicos como las indulgencias -o por las obras-. Este hombre sin libre albedrío no está para Lutero abandonado a su suerte, porque cuenta con el concurso gratuito de la gracia. La respuesta ante ese regalo de la gracia debe ser un arrepentimiento profundo, que se vería obstaculizado por la venta de indulgencias. Concluye así un debate que es, al mismo tiempo, una propuesta de reforma, más que de ruptura, pero construida sobre tres verdades: 1) el hombre debe tener una actitud de conversión durante toda su vida, 2) el hombre es justificado gratuitamente por la misericordia de Dios y 3) la opción de vida auténticamente cristiana es la que ofrece la cruz. Las indulgencias se representaban a Lutero como un valladar espinoso para estas tres verdades, en tanto que insuflaba en el hombre una actitud de confianza en sí mismo, que derivaba en creer que ganaba la salvación con sus obras. Este talante produce, para el reformador, el efecto pernicioso de promover una cristiandad autosuficiente, autocomplaciente y tranquila por creer que tiene en sus manos mover los hilos de la voluntad de divina. Esta es la verdad que Lutero quiso esclarecer, sustentándola en un firme ancoraje escriturístico. Lo hizo sin pretender ofender al papa, pero con la convicción de que no debía ocultar esa verdad y con el anhelo de poner a la Iglesia frente al autoultraje que suponía, a su juicio, vender el perdón a costa de malbaratar la misericordia.