Letra 550, 24 de diciembre de 2017

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UN SALUDO NAVIDEÑO DEL CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS 
 No teman, que les traigo una buena noticia, que será para todo el pueblo motivo de mucha alegría. Les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor. Lucas 2:10-11

EL CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS SE BASA EN el fundamento de que “confesamos al Señor Jesucristo como Dios y Salvador”. Se alude directamente a las palabras del Evangelio, a las buenas nuevas que leemos y escuchamos en cada celebración de la Navidad. Estas palabras de un mensajero celestial se dirigen a todas las personas. Luego, el evangelista Lucas prosigue narrando la historia del Señor y Salvador, que fue “ungido [por el Espíritu Santo] para proclamar buenas noticias a los pobres; (...) enviar a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de la buena voluntad del Señor” (Lucas 4:18-19). Fue él quien escogió a sus apóstoles y “por medio del Espíritu Santo, les dio mandamientos” para que fueran sus “testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1: 2, 8). Este año las iglesias de todos los continentes han conmemorado los 500 años de la Reforma, un acontecimiento que, desde que tuvo lugar, ha tenido un impacto en todas las iglesias del mundo. La mejor manera de conmemorar este aniversario ha sido poner de manifiesto y celebrar que compartimos el mismo Evangelio, las mismas buenas noticias sobre nuestro Señor y Salvador. La mejor forma de demostrar que asumimos con seriedad nuestro compromiso es continuar el envío y la misión compartiendo la fe en aquel que libera, sana y proclama el tiempo venidero de la gracia inmerecida de Dios. Un año de

esperanza y un nuevo inicio es el mensaje que siempre trae el Evangelio. En 2018, el Consejo Mundial de Iglesias celebrará sus primeros 70 años de servicio común y testimonio conjunto del Dios trino que nos crea, nos salva y nos envía a servir y dar testimonio. No podemos esperar hasta que estemos de acuerdo en todo. Nuestro servicio ecuménico, nuestra diaconía, se necesita cada día. Estamos llamados a avanzar en el Espíritu, tal como indica el tema de la Conferencia Mundial del CMI sobre Misión y Evangelización que se celebrará en Arusha (Tanzania) en marzo de 2018. Estamos llamados a liberar, a sanar a los quebrantados, a poner en alto a los oprimidos, a compartir la salvación del pecado que solo podemos recibir en Jesucristo. ¡No teman! Estamos llamados a infundir esperanza, pero no de una forma superficial. No es el momento de decir que el pecado es una palabra que ha quedado obsoleta en el mundo actual. Cada día, en todas partes, vemos lo contrario. Es el momento de redimirnos del pecado y de salir a luchar contra todos los efectos negativos de nuestros comportamientos indebidos y nuestros pecados. Los vemos en el cambio climático, en los conflictos violentos, en las injusticias económicas, en los abusos, incluso por parte de la religión. Es hora de seguir confesando nuestra fe compartida en nuestro Señor y Salvador. Y esto lo hacemos prosiguiendo juntos nuestra peregrinación de justicia y paz y compartiendo las buenas noticias con todas las personas. ¡No teman! ¡Que tengan una feliz Navidad y que el 2018 sea un año lleno de gracia! Rev. Dr. Olav Fykse Tveit Secretario General Consejo Mundial de Iglesias

SERMÓN DE NAVIDAD Martín Lutero Roland H. Bainton, Martín Lutero. México, CUPSA, 1989, pp. 397-400.

EL EVANGELIO ES TAN CLARO QUE NO NECESITA MUCHAS interpretaciones. Sólo requiere que lo miremos y contemplemos y que lo dejemos penetrar hasta lo más hondo de nuestro corazón. Sólo aprovecha a los que, aquietando su corazón, se olvidan de todas las cosas y sólo ponen la atención en sus páginas. Es como el sol sobre las aguas quietas: vemos sus reflejos y nos calienta. Mas el sol, sobre las aguas agitadas, no se ve, y tampoco nos calienta. Si queréis, pues, iluminación y calor, la gracia divina y sus milagros; si queréis tener el corazón ardiente, alumbrado, devoto y alegre, id allí donde encontráis quietud y las imágenes penetran en vuestro corazón, y hallaréis milagro sobre milagro. ¡Cuán sencilla y simplemente tienen lugar en la tierra los sucesos que tan ensalzados son en el cielo! En la tierra sucedió de esta guisa: Había una pobre y joven esposa, María de Nazaret, entre los pobladores más pobres de la aldea, tan poco estimada que nadie se dio cuenta de la gran maravilla que ella llevaba. Era callada, no se vanagloriaba, sino que servía a su marido, José, pues no tenían sirvienta ni mozo. Ellos simplemente abandonaron su casa. Quizá tenían un asno para que María cabalgara, aunque los evangelios no dicen nada de él, y bien podemos suponer que fuera a pie. El viaje era, por cierto, de más de un día desde Nazaret de Galilea hasta Belén, en el país judío que se halla al otro lado de Jerusalén. José había pensado: “Cuando lleguemos a Belén, esteramos entre parientes y podremos pedir prestado todo”. ¡Buena idea! Ya era bastante malo que una joven desposada, casada hacía solamente un año, no pudiera tener un hijo en Nazaret en su propia casa y tuviera que hacer todo ese viaje de tres días estando encinta. ¡Cuánto peor aun el que cuando llegara no hubiera lugar para ella! La posada estaba llena. Nadie quiso ceder su habitación a una mujer embarazada. Tuvo que ir a un establo y allí dar a luz al Hacedor de todas las criaturas a quien nadie quería hacer lugar. ¡Qué vergüenza, malvado Belén, habría que haber pegado fuego a esa posada! Pues aun cuando la virgen María hubiera sido una pordiosera o no hubiera estado casada, todos en ese momento deberían haberse alegrado de poder prestarle ayuda. Hay muchos de vosotros en esta congregación que pensáis: “Si yo hubiera estado allí!


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